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Diccionario conceptual Xavier Zubiri

Citas de Xavier Zubiri con comentarios


(Comp.) Justo Fernández López
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RELIGACIÓN

Ver: Religión / Sagrado / Historia de las religiones / Dios / Cristianismo


/ Realidad-objeto y realidad-fundamento / El poder de lo real

«La religación es el hecho inconcuso de que estamos ligados al poder de lo


real como fundamentalidad de nuestro Yo.
En la religación estamos religados al poder de lo real. No se trata de una
“relación” entre el hombre y las cosas, sino que la religación es la
“estructura respectiva” misma en que acontece el poder de lo real. Yo hago
mi Yo entre cosas reales y con cosas reales, y esta versión a ellas no es una
relación consecutiva a mis “necesidades” (o cosa parecida) sino la
estructura respectiva constitutiva de mi acción misma. El poder de lo real
es el poder de toda cosa en cuanto realidad, sea cósmica o humana. Mi
propia realidad sustantiva está envuelta por el poder de lo real. De ahí que
la religación no es algo humano como contradistinto de lo cósmico, sino que
es el acontecer mismo de toda la realidad en el hombre y del hombre en la
realidad. La religación es a una y radicalmente algo humano y cósmico. Aquí
“a una” significa la dominancia de un poder. Dependiente o no casualmente
de las osas, la persona está formalmente dominada por el poder de lo real.
La vía que parte de la religación no es, pues, ni cósmica ni antropológica.
El poder de lo real es el poder de la realidad como algo último posibilitante
y impelente. Y este acontecer es “experiencia manifestativa”, por tanto,
manifestación del poder de lo real en sus tres momentos. De ahí que la
constitución de mi Yo, la realización de mi persona, sea una problemática
experiencia del poder de lo real como algo último, posibilitante y
impelente.» [Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial,
1984, p. 129-130]

«El hombre no solamente se define frente al todo, sino que se entiende
desde el todo, y vive desde él en otra forma: vive el todo como posibilidad,
pero como posibilidad inexorable, inevitable. Y esta forma inexorable como
el hombre está vinculado al todo –como ultimidad y como posibilidad– hace
que la ultimidad, en tanto que posibilidad, se trueque en fundamentalidad,
y que el hombre que está radicalmente implantado en sí mismo como forma
de realidad se encuentre vinculado, de una manera positiva, por una actitud
metafísica irreductible en la estructura de su personaliad, a la

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fundamentalidad. Es la religación. Es la inexorable remisión del hombre
hacia el todo de la realidad como ultimidad fundamentante. La religación no
es el acto de ninguna facultad, sino que es la actitud radical que en todos
sus actos personales toma la persona, precisamente por ser persona. El ser
subsistente en sí mismo, que es la persona humana, es un absoluto finito.
Y el carácter de la actitud como absoluto finito es precisamente la
religación.»
[Zubiri, Xavier: Sobre el hombre. Madrid: Alianza, 1986, p. 151]

«El hombre, al existir, no sólo se encuentra con cosas que “hay” y con las
que tiene que hacerse, sino que se encuentra con que “hay” que hacerse y
“ha” de estar haciéndose”. Además de cosas, “hay” también lo que hace
que haya.
Este hacer que haya existencia no se nos patentiza en una simple obligación
de ser. La presunta obligación es consecuencia de algo más radical:
estamos obligados a existir porque previamente estamos religados a lo que
nos hace existir. Ese vínculo ontológico del ser humano es “religación”. En
la obligación estamos simplemente sometidos a algo que, a nos está
impuesto extrínsecamente, o nos inclina intrínsecamente, como tendencia
constitutiva de lo que somos. En la religación estamos más que sometidos;
porque nos hallamos vinculados a algo que no es extrínseco, sino que,
previamente, nos hace ser. De ahí que, en la obligación, vamos a algo que,
o bien se nos añade en su cumplimiento, o, por lo menos, se ultima o
perfecciona en él. En la religación, por el contrario, no “vamos a”, sino que,
previamente, “venimos de”. Es, si se quiere, un “ir”, pero un ir que consiste,
no en un “cumplir”, sino más bien en un acatar aquello de donde venimos,
“ser quien se es ya”. En tanto “vamos”, en cuanto reconocemos que “hemos
venido”. En la religación, más que la obligación de hacer o el respeto de ser
(en el sentido de dependencia) hay el doblegarse del reconocer ante lo que
“hace que haya”.
En su virtud, la religación nos hace patente y actual lo que, resumiendo
todo lo anterior, pudiéramos llamar la fundamentalidad de la existencia
humana. Fundamento es, primariamente, aquello que es raíz y apoyo a la
vez. La fundamentalidad, pues, no tiene aquí un sentido exclusiva ni
primariamente conceptual, sino que es algo más radical. Tampoco es
simplemente mera causa de que seamos de una u otra manera, sino de que
estemos siendo (si se me perdona la expresión).
Ahora bien: existir es existir “con” –con cosas, con otros, con nosotros
mismos–. Este “con” pertenece al ser mismo del hombre: no es un añadido
suyo. En la existencia va envuelto todo lo demás en esta peculiar forma del
“con”. Lo que religa la existencia, religa, pues, con ella el mundo entero. La
religación no es algo que afecte exclusivamente al hombre, a diferencia, y
separadamente, de las demás cosas, sino a una con todas ellas. Por esto
afecta a todo. Sólo en el hombre se actualiza formalmente la religación;

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pero en esa actualidad formal de la existencia humana que es la religación
aparece todo, incluso el universo material, como un campo iluminado por
la luz de la fundamentalidad religante. Entiéndase bien que se trata tan sólo
de que las cosas aparezcan colocadas en la perspectiva de su
fundamentalidad última. En manera alguna quiere decirse con esto que se
haya logrado otra cosa sino contemplar el mundo a la luz de este
“problema”.
La existencia humana, pues, no solamente está arrojada entre las cosas,
sino religada por su raíz. La religación –religatum esse, religio, religión, en
sentido primario (1)– es una dimensión formalmente constitutiva de la
existencia. Por tanto, la religación o religión no es algo que simplemente se
tiene o no se tiene. El hombre no tiene religión, sino que, velis nolis,
consiste en religación o religión. Por esto puede tener, o incluso no tener,
una religión, religiones positivas. Y, desde el punto de vista cristiano, es
evidente que sólo el hombre es capaz de Revelación, porque sólo él consiste
en religación: la religación es el supuesto ontológico de toda revelación. Los
escolásticos hablaban ya de cierta religio naturalis; pero dejaron la cosa en
gran vaguedad al no hacer mayor hincapié sobre el sentido de esta su
naturalidad. Natural no significa aquí inclinación natural, sino una dimensión
formal del ser mismo del hombre. Algo constitutivo suyo y no simplemente
consecutivo. La religación no es una dimensión que pertenezca a la
naturaleza del hombre, sino a su persona, si se quiere a su naturaleza
personalizada. La pura naturaleza con el simple mecanismo de sus
facultades anímicas y psicofísicas, no es el sujeto formal de la religación. El
sujeto formal de la religación es la naturaleza personalizada. Estamos
religados primariamente, no en cuanto dotados naturalmente de ciertas
propiedades, sino en cuanto subsistentes personalmente. Por esto, mejor
que de religión natural, hablaríamos de religión personal. Ya San
Buenaventura hacía consistir toda persona, aun la finita, en una relación, y
caracterizaba dicha relación como un principium originale. La persona
envuelve en sí misma una relación de origen para San Buenaventura. La
religación no es el principium orignale, pero es el fenómeno primario en que
se actualiza en nuestra existencia. La religión no es una propiedad ni una
necesidad; es algo distinto y superior: una dimensión formal del ser
personal humano. Religión, en cuanto tal, no es ni un simple sentimiento,
ni un nudo conocimiento, ni un acto de obediencia, ni un incremento para
la acción, sino actualización del ser religado del hombre. En la religión no
sentimos previamente una ayuda para obrar, sino un fundamento para ser.
Por eso, su “ultimación” o expresión suprema es el “culto”, en el más amplio
e integral sentido del vocablo, no como conjunto de ritos, sino como
actualización de aquel “reconocer” o acatar a que antes aludía.
Y así como el estar abierto a las cosas nos descubre, en este su estar
abierto, que “hay” cosas, así también el estar religado nos descubre que
“hay” lo que religa, lo que constituye la raíz fundamental de la existencia.
Sin compromiso ulterior, es, por lo pronto, lo que todos designamos por el
vocablo Dios, aquello a que estamos religados e nuestro ser entero. No nos

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es patente Dios, sino más bien la deidad. La deidad es el título de un ámbito
que la razón tendrá que precisar justamente porque no sabe por simple
intuición lo que es, ni si tiene existencia efectiva como ente. Por su
religación, el hombre se ve forzado a poner en juego su razón par precisar
y justificar la índole de Dios como realidad. Pero la razón no lo haría si
previamente la estructura ontológica de su persona, la religación, no
instalara a la inteligencia, por el mero hecho de existir personal y
religadamente, en el ámbito de la deidad. [...] La religación no nos coloca
ante la realidad precisa de un Dios, pero abre ante nosotros el ámbito de la
deidad, y nos instala constitutivamente en él. La deidad se nos muestra
como simple correlato de la religación; en la religación estamos “fundados”
y la deidad es “lo fundante” en cuanto tal. Inclusive el intento de negar toda
realidad a lo fundante (ateísmo) es metafísicamente imposible sin el ámbito
de la deidad: el ateísmo es una posición negativa ante la deidad. [...]
Lo que nos religa, nos religa bajo esa forma especial, que consiste en
apoyarnos haciéndonos ser. Por ello, nuestra existencia tiene fundamento,
en todos los sentidos que el vocablo posee en castellano. El atributo
primario, quoad nos, de la divinidad, es la fundamentalidad. Cuanto
digamos de Dios, incluso su propia negación (en el ateísmo), supone
haberlo descubierto antes en nuestra dimensión religada.
En cierto modo, pues, así como la exterioridad de las cosas pertenece al ser
mismo del hombre, en el sentido arriba indicado, esto es, sin que por eso
las cosas formen parte de él, así también la fundamentalidad de Dios
“pertenece” al ser del hombre, no porque Dios fundamentalmente forme
parte de nuestro ser, sino porque constituye parte formal de él el “ser
fundamento”, el ser religado. Dios no es nada subjetivo, como tampoco lo
son las cosas externas. Existir es, en una de sus dimensiones, estar
habiendo ya descubierto a Dios en nuestra religación.
Nótese, sin embargo, que exterioridad y religación son, en cierto modo, de
signo contrario. El hombre está abierto a las cosas; se encuentra entre ella
y con ellas. Por eso va hacia ellas, bosquejando un mundo de posibilidades
de hacer algo con esas cosas. Pero el hombre no se encuentra así con Dios.
Dios no es cosa en este sentido. Al estar religado el hombre, no está con
Dios, está más bien en Dios. Tampoco va hacia Dios bosquejando algo que
hacer con Él, sino que está viniendo desde Dios, “teniendo que” hacer y
hacerse. Por esto, todo ulterior ir hacia Dios es un ser llevado por Él. En la
apertura ante las cosas, el hombre se encuentra con las cosas y se pone
ante ellas. En la apertura que es la religación, el hombre está puesto en la
existencia, implantado en el ser, como decía al principio, y puesto en él
como viniendo “desde”. Como dimensión ontológica, la religación patentiza
la condición de un ente, el hombre, que no es ni puede ser entendido en su
mismidad, sino desde fuera de sí mismo.»
[Zubiri, Xavier: Naturaleza, Historia, Dios. Madrid: Editora Nacional, 1963,
p. 372-376]

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(1) Desde muy antiguo se discute la etimología de este vocablo. Cicerón,
Lactancio y San Agustín oscilan entre el verbo religare y relegere, ser
escrupuloso en los negocios con Dios. La lingüístico moderna no ha logrado
solventar la duda. Por un momento pareció inclinarse a favor de la segunda
explicación. Pero, en definitiva, ha podido verse que resulta mucho más
probable derivar religio de religare. Puede verse, sobre este punto, Meillet,
Ernout y Bienveniste. En todo caso, ninguna etimología resuelve problemas
teológicos. Y es suficiente que la cosa sea científicamente probable para
que, sin precipitación ni frivolidad, pueda apelarse a ella apuntando a
objetivos, no lingüísticos, sino teológicos.

«La existencia religada es una “visión” de Dios en el mundo y del mundo en
Dios. No ciertamente una visión intuitiva, como pretendía el ontologismo,
sino la simple patentización que acontece en la fundamentalidad religante.
Ella lo ilumina todo con una nueva ratio entis. Cuando tratamos de elevarlo
a concepto y de darle justificación ontológica, entonces, y sólo entonces –
es decir, supuesta esta visión, supuesta la religación–, es cuando nos vemos
forzados a intentar una demostración discursiva de la existencia y de los
atributos entitativos y operativos de Dios. Tal demostración no sería jamás
el descubrimiento “primario” de Dios. Significaría que, una vez descubierto,
Dios mantiene vinculado al mundo “por razón del ser”. El “hacer que haya”
se habré vertido y vaciado dentro de un concepto de causalidad divina. Pero
esto será siempre una explicación ontológica, lograda dentro de una previa
visión de las cosas: la visión que nos confiere esa primera vinculación por
la que todo se nos muestra religado a Dios. Nuestro análisis no sólo no ha
hecho inútil la marcha del entendimiento hacia Dios, sino que la ha exigido
necesariamente. Recíprocamente, el hecho de que el entendimiento
humano posea la nuda facultad de demostrar la existencia de Dios jamás
significaría que sea el discurso la primera vía de llegar intelectualmente a
ella.
Algó teólogo tomista, como Lepidi, ha llegado a afirmar: “El movimiento de
nuestra inteligencia, siempre que entiende y raciocina, comienza por el
conocimiento implícito de Dios y termina en un conocimiento explícito de
Dios.” El propio Santo Tomás toca alguna vez a esta dimensión del
problema. “Secundum quod intelligere nihil aliud dicit quam intuitum, qui
nihil aliud est quam praesentia intelligibilis ad intellectum quocumque
modo, sic anima semper intelligit et Deum, et consequitur quidam amor
intederminatus”. (El subrayado es mío). En el amor indeterminans y en el
entendimiento, en cuanto simple intuición, el hombre se halla vertido a Dios
quocumque modo.»
[Zubiri, Xavier: Naturaleza, Historia, Dios. Madrid: Editora Nacional, 1963,
p. 385-386]

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«Lo fundante es el poder de lo real, el cual fundamenta apoderándose de
mí. Este apoderamiento por el poder de lo real no es una relación en la que
yo, ya constituido como realidad, entro con el poder de lo real, sino que es
un momento intrínseco y formalmente constituido de mi realidad personal.
Es una respectividad constitutiva. Soy realidad personal gracias a este
apoderamiento, de suerte que este poder de lo real es una especie de apoyo
a tergo no para poder actuar viviendo, sino para ser real. EL hombre no
solo no es nada sin cosas, sino que necesita que le hagan hacerse a sí
mismo. No le basta con poder tener que hacerse, sino que necesita el
impulso para estar haciéndose. Y este impulso es intrínseca y formal versión
al poder de lo real. El hombre no es realidad personal sino estando
pendiente del poder de lo real. De suerte que en virtud del apoderamiento
no estamos extrínsecamente sometidos a algo. No “vamos a” la realidad
como tal, sino que, por el contrario, “venimos de” ella. El apoderamiento
nos implanta en la realidad. Este paradójico apoderamiento, al apoderarse
de mí, me hace estar constitutivamente suelto “frente a” aquello mismo que
de mí se ha apoderado. El apoderamiento acontece, pues, ligándonos al
poder de lo real para ser relativamente absolutos. Esta peculiar ligadura es
justo religación. Religados al poder de lo real es como estamos apoyados
en él para ser relativamente absolutos. En otros términos, el sujeto formal
de la religación no es la naturaleza sino la persona, o, mejor dicho, la
naturaleza personalizada. De suyo la religión afecta al hombre no
separadamente de las cosas, sino que en alguna forma afecta a todo. Pero
solo en el hombre es formalmente religación, solo en él es el acontecer
formal de la fundamentalidad. La persona no está simplemente vinculada a
las cosas o dependiente de ellas, sino que está constitutiva y formalmente
religada al poder de lo real.
Esto no es una mera conceptuación teórica, sino que es un análisis de
hechos. La religación es ante todo un hecho perfectamente constatable. No
solo esto, sino que la religación es algo que afecta al todo de mi realidad
humana desde mis más modestos caracteres físicos hasta mis más elevados
rasgos mentales, porque lo que está religado al poder de lo real no es uno
u otro aspecto de mi realidad, sino que es mi propia realidad personal en
todas sus dimensiones, porque según todas es como me hago persona. La
religación es, pues, un hecho no solo constatable, sino un hecho total,
integral. Finalmente, la religación es algo básico y radical. La religación es
la raíz misma de esta realidad personal mía. No solo es hecho constatable
y total, sino que es ante todo y sobre todo hecho radical. La religación, por
tanto, no es una función entre mil otras de la vida humana, sino que es la
raíz de que cada cual llegue a ser física y realmente no solo un Yo sino mí
Yo.
La religación no es obligación, porque, por el contrario, la obligación
presupone la religación. Estamos obligados a algo porque previamente
estamos religados al poder que nos hace ser. Para estar obligados tenemos
que ser ya realidad personal, y solo somos realidad personal por estar
religados. En la obligación, pues, “vamos a” algo; en la religación, por el

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contrario, “venimos de”. Por tanto, en tanto “vamos” en cuanto “hemos
venido”. En la religación, más que la obligación de hacer, hay el doblegarse
del reconocer a lo que hace que haya.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 92-94]

«El hombre es una realidad sustantiva viviente y personal. Su vida consiste
en poseerse a sí mismo afirmándose (digámoslo así) como un Yo. El Yo no
es mi realidad sustantiva, pero es el ser de mi realidad sustantiva. El
decurso de la vida no es sino la configuración, rasgo a rasgo, de ese Yo, de
este ser. En constituirse así como ser de lo sustantivo es en lo que
formalmente consiste vivir. Esta es la unidad intrínseca y formal del ser y
del vivir humanos: vivir es poseerse a sí mismo como “siendo”, esto es,
como un Yo. Este ser tiene dos vertientes. Una, aquella según la cual el
hombre “es” una realidad que se posee a sí misma, que se pertenece a sí
misma, que es “suya”. Es en esto en lo que consiste ser persona. El Yo, el
ser del hombre, es un ser personal. Según la otra vertiente, “siendo” el
hombre afirma su realidad como suya frente a todo lo real en cuanto real.
Por tanto, el pertenecerse a sí mismo es una pertenencia respecto de todo
lo real: es una pertenencia absoluta. El ser personal es, pues un ser
absoluto. Pero como es algo realizado, ese Yo, este ser, es un ser solo
relativamente absoluto. Un ser personal relativamente absoluto: he aquí
aquello en que consiste ser Yo.
El hombre se realiza como ser apoyado en las cosas reales, y en los demás
hombres que encuentra en el decurso de su vida, así como en sus propios
caracteres individuales. Lo cual significa que en este su ser personal, el
hombre está ciertamente con las cosas reales (llamamos ahora “cosa” a
todo aquello con que el hombre vive), pero aquello en que está con ellas es
en “la” realidad. Tener o querer una cosa real es tener o querer un modo
de estar en la realidad; ese modo es justo la índole de esta cosa real. Por
tanto, es “la” realidad lo que al vivir con las cosas domina determinando mi
ser relativamente absoluto. La realidad como dominante en orden a la
constitución del Yo es el poder de lo real. El estar inexorablemente
dominados por ese poder es lo que constituye la religación. Por este poder
nos hallamos, pues, religados a “la” realidad. Y “la” realidad presente a mí
en este poder religante constituye la fundamentalidad de mi ser personal.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 288-
289]

«El hombre es formal y constitutivamente experiencia de Dios. Y esta
experiencia de Dios es la experiencia radical y formal de la propia realidad
humana. La marcha real y física hacia Dios no es sólo una intelección
verdadera, sino que es una realización experimental de la propia realidad
humana en Dios.

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Experiencia de Dios: es el tercer momento esencial del análisis de la
realidad humana.
En definitiva, religación, macha intelectiva, experiencia: he aquí los tres
momentos esenciales de la realización personal humana. No son tres
momentos sucesivos, sino que cada uno de ellos está fundado en el
anterior. Constituyen, por tanto, una unidad intrínseca y formal. En esta
unidad es en lo que consiste la estructura última de la dimensión teologal
del hombre. La realización del hombre en ella es lo que de una manera
sintética ha de llamarse experiencia teologal.
Esta dimensión, precisamente por ser individual, social y histórica adopta
forzosamente forma concreta: es la plasmación de la religación. Aquí,
plasmación significa que se trata de la forma concreta en que individual,
social y históricamente, el poder de lo real se apodera del hombre.
Plasmación es, pues, forma de apoderamiento. Esta plasmación es religión
en el sentido más amplio y estricto del vocablo: religión es plasmación de
la religación, forma concreta del apoderamiento del poder de lo real en la
religación. Religión no es actitud ante lo “sagrado”, como se repite
monótonamente. Todo lo religioso es ciertamente sagrado; pero es sagrado
por ser religioso, no es religioso por ser sagrado.
Como plasmación de la religación que es, la religión tiene siempre una visión
concreta de Dios, del hombre y del mundo. Y por ser experiencial, esta
visión tiene forzosamente formas múltiples: es la historia de las religiones.
Pero la historia de las religiones no es catálogo o museo de formas
coexistentes y sucesivas de religión. Porque aquella experiencia es, a mi
modo de ver, experiencia en tanteo. Por tanto, pienso que la historia de las
religiones es la experiencia teologal de la humanidad tanto individual como
social y histórica, acerca de la verdad última del poder de lo real, de Dios.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 379-
380]

«En primer lugar, el hombre es una realidad sustantiva que tiene que hacer
su Yo, esto es, su personalidad (poco importa para el caso), que es su ser
sustantivo relativamente absoluto. En esta hacer, el hombre se encuentra,
en segundo lugar, dominado y posibilitado por el poder de lo real, en forma
de religación. La religación pertenece formalmente a la dimensión de la
naturaleza personalizada en tanto que va a realizar su propio ser sustantivo.
En tercer lugar, esta religación lleva a la admisión de la realidad
absolutamente absoluta y personal que es Dios. Y, en cuarto lugar, la
entrega a esta realidad absolutamente absoluta del hombre entero, en
cuanto realidad verdadera, es justamente lo que constituye la fe.
Finalmente, la configuración del Yo entero, en esta fe, es aquello en que
formalmente consiste la religión.»

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[Zubiri, Xavier: El problema teologal del hombre: Cristianismo. Madrid:
Alianza Editorial, 1997, p. 316]

«Tengamos en cuenta que la religación es una dimensión esencial y
constitutivamente personal del hombre, aun del hombre más ateo. La
religación es una dimensión formalmente constituida de la realidad
sustantiva del hombre en tanto que personizado. Y, en este sentido radical,
toda religación envuelve una dimensión esencialmente personal. Pero, en
segundo lugar, esta religación se plasma en religión. Y esta plasmación en
religión consiste precisamente en la entrega de la realidad total del hombre
a aquella realidad de Dios a la que el hombre llega, por su intelección, como
término y fundamento de su religación. Y en esta entrega personal, que es
a un tiempo la configuración de su realidad por la fe y la configuración de
la fe por la realidad humana que se entrega, consiste precisamente la
plasmación de una religación en religión. En este sentido, no solamente la
religación es constitutivamente personal, sino que además toda religión es
esencialmente personal. Ahora bien, hay un tercer momento en esta
plasmación que plantea un grave problema. Porque uno se puede preguntar
cómo se plasma una religión en muchos hombres. En cada uno es personal,
de esto no hay duda alguna, como acabo de decir. Sin embargo, hay una
diferencia profunda que puede acontecer en las religiones. Porque la religión
en sí misma podría no ser sino un cuerpo objetivo, esto es, un modo de
unión de los hombres que tienen esa misma vida, considerados desde un
punto de vista colectivo y social. La religión constituiría en cierto modo, aun
en el caso de que hubiese una comunidad eclesial, una especie de cuerpo
objetivo. Se entiende por cuerpo objetivo el que las demás personas no
están relacionadas conmigo en tanto que personas, sino en tanto que tienen
determinadas cualidades, independientemente de que estas cualidades
sean o no formalmente suyas (sean constituidas en suidad y por
consiguiente en persona del otro). Entonces tendríamos una unidad objetiva
de la religión, pero puramente desde el punto de vista de un cuerpo
objetivo.
No es el caso del Cristianismo. El caso del Cristianismo es completamente
distinto. No se trata de un cuerpo objetivo, sino de un cuerpo personal. No
solamente es personal por razón de religación ni por razón de la plasmación,
sino que su contenido es intrínseca y formalmente personal. Es un cuerpo
personal. De ahí que el hen (ἓν), el uno, no solamente es mismidad, sino
(empleando un vocablo que inmediatamente voy a derogar) es comunidad.
[...]
Cuando traté del carácter de cuerpo objetivo que tienen muchas religiones
dije muy rápidamente en qué consiste eso del cuerpo objetivo: cada hombre
vive con otros hombres y está afectado por otras personas. Y la afección
que tiene un hombre por otras personas con quienes vive es lo que
genéricamente llamamos una héxis (ἓξις), una habitud. En este sentido, la

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sociedad no es una cosa que flota sobre sí misma, sino que es la habitud
que los socios tienen de ser socios. Es decir, tienen en sí mismo la habitud
determinada por los otros.
Hasta ahí la cosa es relativamente sencilla. Pero, ¿quiénes son estos otros?
Estos otros que me afectan y el modo en que yo soy afectado pueden tener
dos caracteres muy distintos. Por un lado, los otros son personas como yo.
Y, ciertamente, tanto los demás como yo somos personas porque somos
nuestros, porque las cosas que tenemos y que hacemos no solamente las
tenemos como propiedades, sino que las tenemos formal y
reduplicativamente como nuestras. Yo no solamente tengo de suyo unas
propiedades, sino que soy mío. Es decir, consisto en una suidad, y por eso
precisamente soy persona. Esto acontece a todas las demás personas. Pues
bien, si prescindimos en las demás personas (y por tanto en mí mismo en
alguna medida) de que tenemos esa suidad, entonces resulta que la héxis
(ἓξις), la habitud por la cual unas personas afectan a otras, no las afecta en
tanto que personas, sino simplemente en tanto que otras. Y justamente
esto es lo que llamamos un cuerpo social. Un cuerpo social es radical y
constitutivamente algo despersonalizado. Sin discutir con los sociólogos lo
que entienden por comunidad, hay que diferenciar la comunidad social de
lo que voy a decir inmediatamente. Y es que yo puedo dejarme afectar por
los demás en mi realidad como mía, en mi suidad. Y dejarme afectar por lo
que la realidad de los demás tiene de suyo, en su propia suidad. En ese
caso, la habitud es de orden distinto. No es la habitud del otro en tanto que
otro, sino la habitud de otra persona en tanto que persona. Y precisamente
entonces esa habitud no constituye una comunidad, sino que constituye
algo mucho más profundo, que es lo que llamamos una comunión de
personas.»
[Zubiri, Xavier: El problema teologal del hombre: Cristianismo. Madrid:
Alianza Editorial, 1997, p. 431-432]

«El pensar que he descrito es un pensar – si se me permite la expresión –
religacional. Es un pensar religacional porque consiste en pensar
transitando desde el poder de lo real, que es parte formal y término formal
de la religación, a un término distinto, que es la realidad absolutamente
absoluta sobre la cual este poder está fundado. Y esa transición es lo que
hace que el pensar sea formalmente un pensar religioso. No se trata de algo
arbitrario. Porque el descubrimiento de las dimensiones distintas del poder
de lo real en tanto que real a lo largo de la historia en su conjunto es algo
muy complejo, pero no es azaroso ni arbitrario. Las diversas dimensiones
del poder de lo real forman en cierto modo un todo orgánico, constituyen
su interna funcionalidad – no en el sentido de causalidad –, su interna
estructura. Pues bien, el pensar religioso tiene que transitar desde esta
funcionalidad del poder de lo real a la realidad absoluta de Dios. Y
precisamente aquí es donde aparecen a lo largo de la historia divinidades.»

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[Zubiri, Xavier: El problema filosófico de la historia de las religiones. Madrid:
Alianza Editorial, 1993, 129]

«El hombre es una realidad no hecha de una vez para todas, sino una
realidad que tiene que ir realizándose en un sentido muy preciso. Es, en
efecto, una realidad constituida no sólo por sus notas propias (en esto
coincide con cualquier otra realidad), sino también por un peculiar carácter
de su realidad. Es que el hombre no sólo tiene realidad, sino que es una
realidad formalmente “suya”, en tanto que realidad. Su carácter de realidad
es “suidad”. Es lo que, a mi modo de ver, constituye la razón formal de
persona. El hombre no sólo es real, sino que es “su” realidad. Por tanto, es
real “frente a” toda otra realidad que no sea la suya. En este sendito, cada
persona, por así decirlo, está “suelta” de toda otra realidad: es “absoluta”.
Pero sólo relativamente absoluta, porque este carácter de absoluto es un
carácter cobrado. La persona, en efecto, tiene que ir haciéndose, esto es,
realizándose en distintas formas o figuras de realidad. En cada acción que
el hombre ejecuta se configura una forma de realidad. Realizarse es adoptar
una figura de realidad. Y el hombre se realiza viviendo con las cosas, con
los demás hombres y consigo mismo. En toda acción, el hombre está, pues,
“con” todo aquello con que vive. Pero aquello “en” que está es en la realidad.
Aquello en que y aquello desde lo que el hombre se realiza personalmente
es la realidad. El hombre necesita de todo aquello con que vive, pero es
porque aquello que necesita es la realidad. Por tanto, las cosas además de
sus propiedades reales tienen para el hombre lo que he solido llamar el
poder de lo real en cuanto tal. Sólo en él y por él es como el hombre puede
realizarse como persona. La forzosidad con que el poder de lo real me
domina y me mueve inexorablemente a realizarme como persona es lo que
llamo apoderamiento. El hombre sólo puede realizarse apoderado por el
poder de lo real. Y este apoderamiento es a lo que he llamado religación. El
hombre se realiza como persona gracias a su religación al poder de lo real.
La religación es una dimensión constitutiva de la persona humana. La
religación no es una teoría, sino un hecho inconcuso. En cuanto persona,
pues, el hombre está constitutivamente enfrentado con el poder de lo real,
esto es, con la ultimidad de lo real.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 372-
374]

«Causalidad es la funcionalidad de lo real en cuanto tal. Y esto abre el
campo a muchos tipos de estricta causación que sólo muy forzosamente, y
de una manera deficiente, entrarían en las cuatro causas de Aristóteles.
Y es que la causalidad de la ciencia y de la metafísica clásica son una
causalidad entre cosas, entre “lo que” las cosas son. Pero de persona a
persona hay una funcionalidad, estricta causalidad, por tanto, una

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causación entre personas, entre “quienes” son las personas. No es una mera
aplicación de la causalidad clásica a las personas, sino un tipo de causación
irreductible a los de la metafísica clásica y mucho más irreductible aún al
concepto de ley científica. Es lo que llamo causalidad personal. Por muco
que repugne a la ciencia de la naturaleza, hay, a mi modo de ver, una
causalidad entre las personas que no se da en el reino de la naturaleza.
En la vida hay mil “relaciones” interpersonales irreductibles a la causalidad
clásica. Cuando estoy con un amigo o con una persona a quien quiero, la
influencia de la amistad o del cariño no se reduce a la mera causación
psicofísica. No es sólo una influencia de lo que es el amigo, sino del amigo
por ser él quien es. Asimismo, la comunión de personas es algo toto coelo
distinto de una unidad o unión social, etc. A este orden de causalidad
personal pertenece ante todo lo moral. Que el hombre tenga una dimensión
moral es algo que pertenece a su realidad “física”. La virtud no es
ciertamente algo que el hombre tenga por naturaleza, pero es algo más que
un mero valor: es una apropiación real y física de determinadas
posibilidades de vida. Esto es, es un momento de mi ser personal, de mi
personalidad. Y justo esto es lo que a mi modo de ver constituye la
dimensión moral del hombre, “lo” moral del hombre. No es necesario que
el hombre tenga tal virtud determinada, pero es físicamente inexorable que
tenga alguna. Lo cual quiere decir que “lo” moral es una dimensión “física”
del hombre. Lo moral es a su modo físico. “La” moral en el sentido de
valores, bienes y deberes sólo es posible fundada en “lo” moral del hombre.
Sólo hay bien moral porque el hombre es moral. Más aún, cada una de las
distintas morales es sólo una plasmación de esa inexorable dimensión
humana: las morales se inscriben en lo moral. Ahora bien, esto significa
que lo moral no se halla en la nuda realidad sustantiva del hombre, esto es,
en lo que el hombre individual y específicamente es, sino en su naturaleza
despersonalizada. El hombre es realidad moral porque es naturaleza,
sustantividad personal. Por eso la llamada causalidad moral es estricta y
formalmente causalidad personal. Y lo propio debe decirse, y en grado
sumo, de la religación.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 206-
207]

«En la religación hay una dominancia del poder de lo real respecto del
hombre que hace su Yo con ese poder de lo real.
Ahora, desde el punto de vista de Dios, esa dominancia tiene un carácter
preciso: es el carácter pre-tensor de Dios. Y desde el punto de vista del
hombre, que necesita el apoyo en la realidad para hacer su Yo, es la tensión
con que el hombre se apoya precisamente en esa estructura pretensora,
que es la realidad absolutamente absoluta, transcendente en las cosas y de
una manera especial y personal en cada uno de los hombres. La esencia de
la religación es precisamente la tensidad teologal entre el hombre y Dios.

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[...] El ¿qué va a ser de mí?, y el ¿qué hago yo de mi mí mismo? Esta es la
verdadera inquietud.
Desde el punto de vista de lo que acabamos de exponer, la cosa es entonces
clara: la inquietud es la expresión humana y vivida de la unidad tensiva
entre el hombre y Dios. El hombre está inquieto, porque su Yo consiste
formalmente en una tensión, en una tensión con Dios. La inquietud tensiva
de la constitución del Yo es la forma concreta como el hombre se encuentra
en su ser, que es el Yo, religado a la realidad relativamente absoluta.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 362-
363]

«El problema de Dios no es un problema teórico. El hombre es una realidad
personal cuya vida consiste en autoposeerse en la realización de su propia
personalidad, en la configuración de su Yo como actualidad mundanal de su
realidad relativamente absoluta. Esta vida se realiza por estar la persona,
en cuanto persona, religada al poder de lo real como fundamento que la
hace ser. La religación es una dimensión no de la naturaleza como tal
naturaleza, sino de la naturaleza en cuanto personalizada. Esta religación,
por tanto, no es una función entre mil otras de la vida humana, sino que es
una dimensión radical en la acepción más estricta del vocablo: es, en efecto,
la raíz de que cada cual llegue a ser física y realmente no solo un Yo sino
su Yo. Así religado al poder de lo real, el hombre en cada uno de sus más
modestos actos no solo va elaborando la figura de su Yo, sino que va
elaborándola tomando posición, en una o otra forma, frente a la
fundamentalidad que le hace ser. Esta toma de posición es constitutiva y
esencialmente problemática. Yo vivo, y estoy sabiendo que vivo
problemáticamente el poder de lo real, al vivir de un modo problemático mi
propia realidad relativamente absoluta. Este problematismo es el problema
del poder de lo real en mi religación: es justo el problema de Dios. El
hombre no tiene el problema de Dios, sino que la constitución de su Yo es
formalmente el problema de Dios. El problema de Dios no es, pues, un
problema teórico sino personal.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 115-
116]

«El carácter de realidad como poder es una condición inscrita en el carácter
de realidad en cuanto tal. Este poder es un poder real y efectivo,
fundamental, último, posibilitante e imponente, que no es ciertamente una
realidad distinta del mundo, pero es a lo que, con otro nombre, designamos
todos con el nombre de deidad. No es Dios, que esto es otra cuestión aparte,
pero sí deidad.
Es, pues, la deidad un poder. Es el poder fundamentante, el poder último,
posibilitante e imponente que flota en todas las cosas, y desde el cual el

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hombre, utilizándolas como punto de aplicación de ese poder, va a realizar
su vida personal, la figura de su realidad. En la religación acontece la
actualización de lo que fundamental y religadamente me hace ser: es la
actualización de la poderosidad de lo real, esto es, de la deidad. En todo
acto personal subyace precisamente esta vivencia oscura, larvada,
incógnita, generalmente muerta en el anonimato, pero real, que es la
experiencia de la deidad. El acto personal de la religación es pura y
simplemente la experiencia de la deidad. No se trata aquí de Dios, sino
simplemente de la deidad. Tampoco de la religación como una religión
positiva. Es la religiosidad, lo religioso en cuanto tal.
La religiosidad no es algo que se tiene o no se tiene, sino que es algo que
constitutiva y formalmente pertenece a la estructura de la realidad personal
del Yo sustantivo del hombre en cuanto tal. La religación no es una
tendencia natural de la naturaleza humana, sino un momento formalmente
constitutivo del ser personal en cuanto tal.»
[Zubiri, Xavier: Sobre la religión. Madrid: Alianza Editorial, 2017, p. 45 ss.]

«El carácter de realidad de las cosas reales entre las que el hombre se
encuentra implantado es aquello en lo que en última instancia el hombre se
apoya para cobrar su figura de ser. El hombre no solamente vive desde la
realidad y apoyado en ella, sino que la realidad se le presenta como una
ultimidad. No solo tiene ultimidad, sino que la realidad es aquello que le
dispensa su máxima posibilidad de ser una persona. Además de ser última
y posibilitante, la realidad es lo que le impulsa al hombre, una vez más en
inquietud, a realizarse. El hombre se realiza en realidad. El hombre no
puede desentenderse de la realidad: la realidad se le impone velis nolis. La
realidad no es solo última y posibilitante; la realidad es, a un tiempo,
impelente, imponente, en el sentido no de una cosa muy grande,
imponente, sino de que se impone al hombre.
Estos tres caracteres (la ultimidad, la posibilidad y la imposición)
caracterizan a la realidad como algo que no soy yo, pero que me hacer ser.
La realidad es lo más nuestro puesto que nos hace “ser”, pero es lo más
otro, puesto que es lo que nos “hace” ser. Pues bien, esta versión de la
realidad (según estas tres dimensiones unitariamente tomadas) es en lo
que consiste esa actitud que con bastante poca fortuna yo he llamado
religación. Es la ligadura a la realidad en cuanto tal en su propio y estricto
carácter de realidad. En la religación acontece lo que he llamado la
“fundamentalidad” del ser personal del hombre.
La realidad en cuanto constituida por estos tres momentos, a una (de
ultimidad, posibilitación e imposición), y que nos tiene religados, es
justamente algo dominante: es a lo que debe llamarse estrictamente
hablando, poder, Macht dicen los alemanes, a diferencia de fuerza, de Kraft,
o de Ursache, de causa.

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La realidad considerada como última, posibilitante e imponente es
realmente un poder, el poder de lo real. La religación no nos lleva todavía
directamente a ningún dios, sino simplemente a la poderosidad de la
deidad, al poder de la realidad como deidad.»
[Zubiri, Xavier: Sobre la religión. Madrid: Alianza Editorial, 2017, p. 39 ss.]

«El hombre, cuando existe, no siente por experiencia su vida como un mero
faktum; sino siente un poco el carácter misivo de su existencia, pues, como
todo el mundo dice, “nos han echado al mundo”. Y en ese carácter misivo
el hombre se encuentra enfrentado de una manera física y no meramente
lógica con eso que constituye el ignoto término (1). Justo es esta la cuestión
que nos impone la vida y que cierto modo nos tiene atados a ella. Atados
no solamente por un apego a la vida, sino por algo que no es la vida misma,
sino que, al revés, nos hace precisamente estar en ella. Es lo que desde un
punto de vista etimológico se llama justamente “religió”, “religatum esse”.
La existencia humana está en su sentido biográfico y personal religada de
raíz. Pues bien, la religación es justamente lo que constituye la propiedad
de la persona en acto primero. Toda vida es por esto constitutiva, esencial
y metafísicamente religada, no precisamente por un acto reflexivo, sino
simplemente por una actitud. El carácter relativamente absoluto de la
persona en acto primero se plasma en acto segundo no tanto por una
actitud como por una actitud. Como toda actitud, nos abre por lo menos el
panorama y el ámbito de aquello respecto de lo cual es actitud. En este caso
la religación nos abre precisamente el ámbito de algo que físicamente nos
tiene religados, a lo que estamos interna e intrínsecamente religados, sea
ello lo que fuere. Y ese ámbito, que es el conjunto de todo lo demás en
tanto que realidad y en última instancia como realidad, es precisamente lo
que llamaríamos la ultimidad. Es lo que constituye el punto de apoyo en el
cual el hombre se siente enviado a la existencia, apoyado en la existencia
y religado constitutivamente a ella. Esto no es todavía Dios, pero es el
primer estrato del problema de Dios, lo que yo llamaría pura y simplemente
“deitas”.
El problema de Dios emerge, pues, metafísica e inexorablemente no de
dimensiones especiales del ser humano, ni tan siquiera de la beatitud, sino
de algo primario; de la condición misma del ser humano en tanto que
persona. Por ser persona y vivir en acto segundo en tanto que persona, el
hombre está inexorablemente religado a algo que no sabemos todavía lo
que es. Podría ser simplemente las cosas que nos rodean, pero el hombre
se encuentra frente a ellas no simplemente como cognoscente o como
paseante, sino como un ser religado. Y, en este sentido, el término de esta
actitud no es formalmente una cosa que hay, sino lo que hace que haya. El
hombre se encuentra viviendo a base de algo que hace que haya, aunque
no sepa lo que es. Y esto es precisamente lo que yo llamaría la religación
(2). La religación, como actitud, nos descubre el ámbito de la deidad, y la
dimensión primaria de la deidad es justamente la religación. Como quiera

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que sea, el ámbito primario y primero como la divinidad se presenta al
hombre es precisamente como término que nos tiene religados o atados a
sí, descubierto por la estructura de religación. La pregunta acerca de Dios
no es, por tanto, una pregunta de justificación lógica de una tesis
previamente admitida, que es precisamente lo que pasaba en la época de
Santo Tomás, en la que todo el mundo creía que había Dios; sino que el
hombre actual siente que en la pregunta acerca de Dios le va su realidad y
su ser entero. Y con razón, porque, efectivamente, la raíz por la que el
problema de Dios está inexorablemente planteado es su metafísica
estructura personal.»
[Zubiri, Xavier: Escritos menores (1953-1983), Madrid: Alianza, 2006, p.
20 ss.]
---
(1) En su filosofía madura, el “ignoto término” lo llama Zubiri “el poder
de lo real. (N. ed.)
(2) No me parece que sea exacto, pero todavía hay hebraístas que
piensan que la raíz “EL” (ILU en babilonio, ALA en árabe, ELOHIM en
hebreo) significa “atar” en todas las lenguas semitas. Se han
propuesto otras que me parecen más aceptables: “dirigir” o “ser
fuerte”. Sea lo que fuere, en todo caso, algún teólogo bíblico, y no
precisamente católico, piensa que ése es el sentido de la raíz “EL”. Un
gran indianista ha pensado que la raíz del dios VARUNA significa atar,
ligar, y que también el griego ουρανός (ouranós) significa
primariamente esto.

«No hay un esse reale sino realitas in essendo. El es es una especie de
verbo activo, es algo así como algo ejecutado por la realidad ya real o,
mejor, no ejecutado sino actualizado. Pues bien, donde esto adquiere sus
caracteres más aprehensibles es en el caso del hombre.
El Yo es el ser sustantivo del hombre, es algo en que, por consiguiente, la
realidad sustantiva en que yo consiste esencialmente se reafirma en acto
segundo. El Yo no consiste en ser una cosa más que ejecuta la realidad
sustantiva, sino que, al ejecutarlo, soy Yo-mismo, es decir, revierte el
carácter del Yo sobre la realidad sustantiva que yo soy. Esa reversión es mi
ser sustantivo. En uno u otra forma la figura de mi ser va configurando, por
lo menos en acto segundo, esta realidad sustantiva que soy yo mismo. Aquí
es donde resulta mucho más claro que mi realidad sustantiva es realitas in
essendo, o sea, es la realidad en el Yo. Pero en manera alguna la realidad
se identifica con el Yo, ni el Yo es una cosa superpuesta a esa realidad, sino
que es el acto segundo que revierte sobre el acto primero para reafirmarlo
configurativamente. En esta realitas in essendo ese in significa pura y
simplemente eso. El resultado es una figura de realidad, y precisamente la
esencia abierta lo está no sólo a su propio carácter de realidad y al carácter

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de realidad de todas las demás cosas, sino que está abierta intrínsecamente
a su propia manera de ser, a su propia figura de ser.
Ahora bien, abierto a su propia figura de ser quiere decir que no tiene
prejuzgada por completo la figura de su ser. El hombre en virtud de su
voluntad tiene que forjar para la mayoría de las acciones de su vida un
sistema de posibilidades, del que tiene que apropiarse. La condición de la
esencia abierta en virtud de la cual tiene que forjar las posibilidades de la
figura de su ser sustantivo es lo que llamamos el carácter moral. La
moralidad no está fundada sobre el bien, sino que, al revés, es el bien el
que está fundado sobre el carácter moral de una realidad. Solo en tanto en
cuanto hay una esencia abierta que es intrínsecamente moral en el sentido
de que no puede tener la figura de su ser más que apropiándose
posibilidades, solo en esa medida cabe hablar de un bonum en el usual
sentido moral del vocablo.
Sin embargo (1), esto no es lo último ni lo más radical. Porque es lo cierto
que ese sistema de posibilidades el hombre tiene que ejecutarlo, tiene que
forjarlo. Puede incluso forjar la posibilidad de dejarse llevar por las cosas,
pero esto es una posibilidad más que yo elijo, la de dejarme llevar por las
cosas. El hombre no puede no forjar un sistema de posibilidades ni puede
desentenderse, por consiguiente, de la figura de su ser.
Este no poder desentenderse que le tiene en movimiento es la inquietud
(2). Por eso la inquietud, en este sentido, se inscribe por entero en el orden
transcendental. Sería el punto en que surge el tema de la religación, que,
por pertenecer a otro temario, no vamos a abordar aquí. Lo que me importa
es haber puesto relativamente en claro que la diferencia de las cosas en su
respectividad a una esencia abierta es la diferencia de cosa-realidad y cosa-
sentido, así como que esta es una diferencia de condición estrictamente
transcendental cuya vigencia en el hombre es la inquietud. El hombre es,
en consecuencia, la realidad inquieta en ser, siendo esa inquietud de orden
transcendental.»
[Zubiri, Xavier: Sobre la realidad. Madrid: Alianza Editorial, 2001, p. 232-
233]
---
(1) Al margen, y anotándolo en la línea anterior, Zubiri escribe: “Ojo. Aquí
me salté la idea de historicidad.
(2) Al margen ha escrito Zubiri: “El in de la realitas in essendo tiene un
preciso carácter muy concreto. Como essendo es un acto fluente y libre, el
in es una in-quietud. Realitas in essendo = realitas in-quieta. Inquieta por
su ser, por el esse, en gerundio fluente y libre.

COMENTARIOS

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«Zubiri en Naturaleza, Historia, Dios entendía la realidad como el “haber”.
Los textos en donde manifiesta este pensamiento son variados. Hay uno
muy interesante en donde se puede analizar la crítica que realiza al
pensamiento de Parménides a la luz de unir el “ser” al “haber”, lo cual Zubiri
no lo encuentra para nada lícito:
“El ser supone siempre el haber. Es posible que luego coincidan; así, por
ejemplo, para Parménides, solo hay lo que es. Mas no se puede, como lo
hace el propio Parménides, convertir esta coincidencia en una identidad
entre ser y haber, como si fuesen sinónimos cosa y ente” (NHD 436).
Lo que Zubiri “interpreta” como “solo hay lo que es”, traduce el “esti gar
einai” [ἔστι γὰρ εἶναι] del Fr. 6 DK del Poema de Parménides. Y en él nuestro
pensador ve la subsunción de lo que “hay”, la realidad, en el “ser” y de allí
el advenimiento del pensamiento occidental.
Esta forma de entender la realidad como el “haber” luego en su etapa de
madurez es eliminada porque se ve en el “haber” el modo en que la cosa
real es “incorporada” a la existencia humana en su diario vivir, es la cosa
como “sentido”. Y esta posición está claramente demostrada en Sobre la
esencia (donde los textos no solamente son variados, sino que hablar por
sí mismos).
Pero en honor a la verdad tenemos que señalar que Zubiri de alguna forma
“ya” sentía lo precario de la asimilación de realidad al “haber”. Y lo sabía
por su gran idea de “religación”, que como idea es posible que sea muy
anterior a su concepción de la realidad como formalidad. A lo mejor la
religación llevó, entre otras cosas, a la ruptura de Zubiri con Heidegger y a
la necesidad de expresar un nuevo concepto filosófico que en sí mismo diera
cabida a la “experiencia” de Dios en la vida del hombre. Experiencia que
Zubiri no vio para nada reflejada en la filosofía de Heidegger de Sein und
Zeit, la cual abría un nuevo horizonte de pensamiento por entonces.
Pero lo que “sentía” Zubiri fue mucho más fuerte y pudo consumar el acto
titánico de levantar una metafísica anclara en la realidad como respuesta a
la ontología heideggeriana. Hay un texto en Naturaleza, Historia, Dios en
que “ya” se ve el “estar” (¿de la realidad?) como haciendo (fundamentando)
al “haber” que sea lo que fácticamente es. El “hay” de las cosas, su
facticidad, necesita para su constitución “algo” que lo haga ser:
“El hombre, al existir, no solo se encuentra con cosas que “hay” y con loas
que tiene que hacerse, sino que se encuentra con que “hay” que hacerse y
“ha” de estar haciéndose. Además de cosas “hay” también lo que hace que
haya” (NHD 428).»
[Espinoza Lolas, R. A.: “Sein und Zeit como el horizonte problemático”, en
Nicolás, Juan Antonio / Barroso Fernández Óscar (eds.): Balance y
perspectivas de la filosofía de X. Zubiri. Granada: Comares, 2004, p. 470
n. 1]

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«Con el paso de los años aumenta el interés de Zubiri por la teología. En
febrero de 1968, inicia el curso “El hombre y el problema de Dios”. […]
Como en 1935, Zubiri muestra que el problema de Dios es un problema
planteado a todo ser humano antes de cualquier reflexión teórica: todos
estamos religados al poder de lo real. Pero ahora detiene en el análisis de
este poder ostensible en cada cosa. Cuando contemplo un árbol, además
de sus diferentes características, aprecio que el árbol es autónomo respecto
a mí, es otro que mi aprehensión o que las demás cosas, es “de suyo” un
árbol. El verde de las hojas, la esbeltez del tronco, quedan apoderadas por
esta fuerza de alteridad o poder de lo real que lo hace aparecer justamente
como un árbol. Este poder que afecta a todas las cosas constituye para el
ser humano “la posibilidad de las posibilidades”, porque es lo que facilita
que mi realidad sea humana y, por tanto, abierta a cierta elección; es
“último”, porque solo con la muerte se desvanece su constreñimiento; y es
“impelente” porque nos fuerza a optar y a realizarnos.
El problema de Dios consiste en el problema de cuál se el fundamento de
este poder. La respuesta atea sigue siendo posible. “Es fe en la facticidad”,
en que no hay ningún fundamento del mundo. Pero cabe también que el
poder de lo real tenga un fundamento y que el problema de Dios se resuelva
positivamente. Esta es la respuesta de las religiones. Mientras que la
religación es un hecho universal e inexorable, la religión es tan solo una
posibilidad humana. La religación es anterior a todo sentido explícito
religioso. Para el filósofo de la religión es esta una cuestión decisiva. Al
hallar en la religación un punto de encuentro entre posiciones “teóricas”
muy disímiles y a veces absolutamente opuestas, puede respetar mejor la
pluralidad, delinear los pros y los contras del ateísmo, el agnosticismo, la
indiferencia y el teísmo, y reducir al mínimo el afán apologético de cada una
de estas experiencias. La fenomenología de la religión, en cambio, tiene
muchas más dificultades para ser neutra y no reducir el ateísmo, el
agnosticismo o la indiferencia a seudorreligión, o para explicar que haya
personas que rechazan todo orbe sagrado y que pretenden moverse
enteramente en el orbe de lo profano.
Ahora bien, en una experiencia religiosa, tan razonable como la experiencia
atea o agnóstica, hay todavía muchos tipos de dioses pensables y posibles.
El cristiano cree que es en Cristo donde real y efectivamente el hombre
encuentra a Dios. Abandonando el terreno filosófico y entrando en el de la
teología cristiana, Zubiri critica a aquellos teólogos protestantes que, al
romper totalmente el hilo que une la fe con la realidad, nos fuerzan a
plantear el problema de Dios pura y simplemente en términos de fe.
Además de la Palabra, otra de las condiciones primarias para la posibilidad
de la fe cristiana es el hecho de la religación. El hecho de la religación incoa
ya la fe. En Zubiri no se trata nunca de una fe ciega, completamente
montada sobre sí misma, sino de una fe enclavada en el hecho primario del
poder de lo real y en la experiencia humana del mismo.»

Diccionario conceptual Xavier Zubiri – www.hispanoteca.eu 19


[Corominas, J. / Vicens, J. A.: Xavier Zubiri. La soledad sonora. Madrid:
Ediciones Santillana, 2006, p. 640-641]

«No todas las religiones han dispuesto de un concepto de lo religioso, pues
nunca se han tenido que definir a sí mismas frente a otros ámbitos
culturales no religiosos. Esto ha sucedido en la cultura occidental, pero es
no significa que su concepción de lo religioso se pueda imponer a otras
culturas. En este punto, la fenomenología de la religión tiene que proceder
de un modo semejante al método al de las “variaciones” de Husserl,
buscando no imponer a todas las religiones los sentidos particulares que se
vivencian una de ellas. El resultado puede ser una definición de lo religioso
en función de sentidos enormemente generales y, por tanto, también
vacíos. Incluso cuando se utilizan algunos sentidos aparentemente
universales como “lo sagrado”, algunos podrían objetas que no todas las
religiones se entienden a sí mismas en función de la sacralidad, sino que
afirman más bien una ruptura de toda distinción entre lo sagrado y lo
profano. Respecto a estos problemas, Zubiri puede llamar la atención sobre
la religación como un hecho universal, anterior a todo sentido religioso. Y,
precisamente por ello, puede aceptar toda la multiplicidad de sentidos
religiosos como plasmaciones concretas de la religación en diferentes
religiones (PFKR 85-113). De este modo, los diferentes sentidos religiosos
que aparecen en las diversas religiones no quedan nivelados por un sentido
general, sino referidos a un hecho más radical que todo sentido.»
[González, Antonio: “Aproximación a la filosofía zubiriana de la religión”.
En: Nicolás, Juan Antonio / Barroso, Óscar: Balance y perspectivas de la
filosofía de X. Zubiri. Granada: Editorial Comares, 2004, p. 268]

«Esta “fuerza de imposición” es una fuerza de las cosas, que se le impone
al hombre en la aprehensión con los caracteres de “última”, “posibilitante”
e “impelente” (HD 81-84). El hombre se realiza “en” (ultimidad), “desde”
(posibilitancia) y “por” (impelencia) la realidad actualizada en la
aprehensión. Esa fundamentación del hombre por la realidad es el hecho
que Zubiri denomina “fundamentalidad de lo real”. “La unidad intrínseca y
formal entre estos tres caracteres de ultimidad (en), posibilitación (desde)
y impelencia (por) es lo que yo llamo la fundamentalidad de lo real. La
realidad tiene este carácter fundamental, donde fundamental no quiere
decir solamente que sea más importante que otros, sino que es fundante.
Es decir, la realidad funda mi ser personal según estos tres caracteres que
posee como ultimidad, como posibilitación y como impelencia. Estos
caracteres constituyen la fundamentalidad de lo real” (HD 83-4).
Debido a ese hecho, la realidad ejerce sobre el ser humano una
determinación física que Zubiri llama “dominación”. “Dominar no es
sobresalir, es ejercer dominio. Dominio es, pues, un carácter real y físico

Diccionario conceptual Xavier Zubiri – www.hispanoteca.eu 20


del dominante. Pues bien, la realidad que nos hace ser realidades
personales es dominante” (HD 86-7).
Dominar es ser “más”. Es, pues, un carácter transcendental. Como ya
sabemos, el hombre aprehende la cosa como siendo “más” que su propio
contenido; por tanto, la realidad como realidad es “dominante” en la cosa,
es “más”. Y ser “más” es tener poder. Este poder la realidad lo ejerce sobre
la talidad (HD 87, 143). Pero lo ejerce también sobre el sujeto que
aprehende, lo cual significa que la realidad como fundante ejerce sobre mí
un poder. “La realidad es el poder de lo real” (HD 88).
“Lo fundante es el poder de lo real, el cual fundamenta apoderándose de
mí. [...] El apoderamiento nos implanta en la realidad. Este paradójico
apoderamiento, el apoderarse de mí, me hace estar continuamente suelto
‘frente a’ aquello mismo que de mí se ha apoderado. El apoderamiento
acontece, pues, ligándonos al poder de lo real para ser relativamente
absolutos. Esta peculiar ligadura es justo religación. Religados al poder de
lo real es como estamos apoyados en él para ser relativamente absolutos.
[...] La persona no está simplemente vinculada a las cosas o dependiente
de ellas, sino que está constitutiva y formalmente religada al poder de lo
real” (HD 92-93).
Todo esto surge del mero análisis de la aprehensión humana. Por eso Zubiri
no se cansa de repetir que es un hecho y no una teoría. “‘La’ realidad no es
‘esta’ cosa eral, pero no es nada fuera de ella. Realidad es un ‘más’ pero no
es ‘más’ por encima de la cosa, sino un ‘más’ en ella misma. Por esto es por
lo que al estar con ‘esta’ realidad, donde estoy es en ‘la’ realidad. Por esto
mismo es por lo que ‘esta’ cosa real puede imponerme que adopte una
forma en ‘la’ realidad. No se trata de una cuestión de conceptos sino de un
carácter físico del poder de lo real” (HD 98). La religación no es un concepto,
sino un carácter físico aprehendido en impresión de realidad. “La impresión
de realidad nos da impresivamente el momento físico de realidad de la cosa.
De ahí que la realidad simpliciter sea algo formalmente físico. Y en su virtud,
‘la’ realidad es en sí y formalmente un determinante físico de mi ser
absoluto. Este singular carácter de ser algo ‘físico’ sin ser ‘fuerza’ es justo
lo que acontece en la esencia de la religación. Por esto es por lo que la
religación es algo físico” (HD 139-40). La religación es un hecho que surge
por el mero análisis desde el logos de lo dado en aprehensión primordial.
Por eso escribe Zubiri: “Esto no es una mera conceptuación teórica sino que
es un análisis de hechos. La religación es ante todo un hecho perfectamente
constatable” (HD 93, 258-9). No sólo esto, sino que para Zubiri es además
un hecho “básico” y “radical” (HD 93, 128). Tiene, por ello, los mismos
caracteres de la impresión de realidad (IRE 77).
La “fuerza de imposición” no sólo se actualiza en el hombre como
“religación” (base de toda religiosidad), sino también como “obligación”
(fundamento de toda moralidad). En uno y otro caso se trata de un
fenómeno “formal”, que sobrepasa cualquier “contenido” concreto. Quiero
decir que ni la religación se identifica con contenidos religiosos

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determinados, ni la obligación con contenidos morales específicos. Por lo
demás, son comunes a todos los hombres, aun los llamados irreligiosos o
inmorales. Se trata de momentos formales, transcendentales, inespecíficos,
que admiten cualquier contenido talitativo concreto (religioso y moral). Sólo
hay una cosa clara, y es que siempre han de tener algún contenido. En el
ser humano no es posible el momento formal de la religación sin un
contenido concreto (aun de tipo ateo), ni el momento formal de la obligación
sin contenidos morales concretos. En el caso de la moral, Zubiri ha utilizado
como sinónimo de formalidad el término estructura, distinguiendo así entre
una moral como estructura y una moral como contenido. Los mismo puede
afirmarse de la religación.
Religación y obligación son momentos concatenados, pero en un orden muy
preciso. “La obligación presupone la religación. Estamos obligados a algo
porque previamente estamos religados al poder que nos hace ser. [...] En
la obligación ‘vamos a’ algo; en la religación por el contrario ‘venimos de’.
Por tanto, en tanto ‘vamos’ en cuanto ‘hemos venido’” (HD 93-4; NHD 372).
[...]
En resumen: “La religación es la realidad apoderándose de mí. Y esta
religación no es un vínculo material, sino mera dominancia de
apoderamiento, de un poder de lo real actualizado en mi intelección
sentiente. Por tanto, la religación actualiza en mi mente el perfil del poder
de lo real que de mí se ha apoderado. La religación, en efecto, es
primariamente algo no conceptivo sino físico” (HD 109). De ahí el juicio
tajante que Zubiri estampa en la Introducción de El hombre y Dios: “Lo
teologal es [...], en este sentido, una estricta estructura humana accesible
a un análisis inmediato” (HD 12).»
[Gracia, Diego: Voluntad de verdad. Para leer a Zubiri. Madrid: Triacastela,
2007, p. 213-215]

«La intelección humana es una “marcha” desde la aprehensión allende ella.
Es una marcha “enigmática” e “inquietante”. Como la realidad es
enigmática, “la inteligencia no se halla tan sólo ‘ante’ la realidad que le es
dada como ante algo que está presente, sino que está lanzada por la
realidad misma ‘hacia’ su radical enigma. La inteligencia no está tan sólo
intencionalmente ‘dirigida’ hacia, sino físicamente ‘lanzada’ hacia. El ‘hacia’
no es un ir ‘hacia’ sino que es un momento de la realidad misma
aprehendida: no es ‘hacia la realidad’ sino la ‘realidad en hacia’. [...] Es la
realidad misma la que nos está llevando hacia este allende. Es un estar
llevados por la realidad en la realidad. Pues bien, en nuestro caso, el enigma
de la realidad es la intelección de la realidad en un ‘hacia’ muy preciso, a
saber, hacia el fundamento radical de cada cosa real” (HD 146-7). La razón
es el modo de la actividad intelectiva que busca el fundamento real de las
cosas, lo que ellas son en la realidad. Así, la luz de este foco se me actualiza
como “real” en la aprensión primordial, y mediante el logos puedo acabar

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afirmando, sin salirme de la aprehensión, que esa luz es “en realidad”
blanca. Pero no puedo quedarme ahí. La propia realidad me lanza desde la
aprehensión allende ella, en busca de lo que es la luz blanca “en la realidad
del mundo”: fotón, onda electromagnética, etc. Pues bien, lo mismo ha de
suceder en el caso de Dios. La religación se me actualiza como “real” en la
aprehensión primordial, y el logos la afirma como tal. Pero ella misma me
lanza desde la aprehensión allende ella, en busca de la realidad de Dios.
Por tanto, cuando se dice que en la religación estamos lanzados desde la
realidad hacia el fundamento, lo que primariamente quiere significarse es
que la religación nos lanza desde la realidad dada en impresión hacia el
fundamento de la realidad, es decir, hacia la realidad allende la
aprehensión. Fundamento tiene aquí, pues, el mismo sentido que cuando
decimos que la longitud de las ondas electromagnéticas es el fundamento
del color. Ciertamente, la religación no nos reata sólo ni de modo primario
a las cosas, sin a la realidad qua realidad, razón por la que el fundamento
buscado ha de ser el de toda la realidad humana. Pero este es un sentido
ulterior del término fundamento, que en nada empece lo que estamos
diciendo. En la religación, como en cualquier otro tema, el objeto de la razón
es la búsqueda del fundamento de la realidad allende la aprehensión.
Quiere esto decir que Dios no es para el hombre algo directamente inteligido
como tal, sino el resultado de una “marcha” desde la aprehensión allende
ella. Porque se trata de una marcha, Dios es “problema” para el hombre; y
porque es una marcha racional, su término es el “conocimiento” de Dios.»
[Diego Gracia: Voluntad de verdad. Para leer a Zubiri. Madrid: Triacastela,
2007, p. 217-218]

«Para Cicerón los dos fundamentos supremos del Estado son los auspicios
y el Senado. Nada más que eso y en ese orden. El Senado fue la institución
central de la historia romana, sobre cuyo último derecho a mandar no se
había dudado jamás en Roma, hasta la gran guerra civil en medio de la cual
Cicerón escribía. Nos parece ridículo que los magistrados de Roma, antes
de ejecutar ningún acto civil o bélico, tuviesen que consular los auspicios y,
muy en serio, se ocupasen en observar los vuelos de las aves, su apetito o
desgana y el temple vario de su canto.
Pero nuestro desdén no es, en este caso, más que una forma de nuestra
estupidez. Porque la ingenuidad superlativa de la operación en que el rito
consiste deja tanto mejor de manifiesto cuál es su inspiración. Al auspiciar,
el hombre reconoce que no está solo, sino que, en torno suyo, no se sabe
dónde, hay realidades absolutas que pueden más que él y con las cuales es
preciso contar. En vez de dejarse ir, sin más, a la acción que su mente le
propone, debe el hombre detenerse y someter ese proyecto al juicio de los
dioses. Que este se declare en el vuelo del pájaro o en la reflexión del
prudente, es cuestión secundaria; lo esencial es que el hombre cuente con
lo que está más allá de él. Esta conducta, que nos lleva a no vivir

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ligeramente, sino comportarnos con cuidado –con cuidado ante la realidad
trascendente–, es el sentido estricto que para los romanos tenía la palabra
religio, y es, en verdad, el sentido esencial de toda religión.
Cuando el hombre cree en algo, cuando algo le es incuestionable realidad,
se hace religioso de ello. Religio no viene, como suele decirse, de religare,
de estar atado el hombre a Dios. Como tantas veces, es el adjetivo quien
nos conserva la significación original del sustantivo, y religiosus quería decir
“escrupuloso”; por tanto, el que no se comporta a la ligera, sino
cuidadosamente. Lo contrario de religión es negligencia, descuido,
desentenderse, abandonarse. Frente a relego está nec-lego; religente
(religiosus) se opone a negligente.
Los auspicios representan para Cicerón la creencia firme y común sobre el
Universo que hizo posibles las centurias de gran concordia romana. Por eso
eran el fundamento primero de aquel Estado.
Existía tanta trabazón entre este y aquellos, que auspicio vino a significar
“mando”, imperium. Estar bajo el auspicio de alguien equivalía a estar a sus
órdenes. Y, viceversa, la palabra “augurio” (de que viene nuestro agüero,
“Bon-heur”, “mal-heur“), había significado solo aumento, crecimiento,
empresa. De ella proceden auctoritas y augustus. Pues bien, augurio llegó
a confundirse con auspicio y a significar presagio.»
[Ortega y Gasset, José: “Historia como sistema” (1941), en Obras
Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1961, t. VI, p. 63-65]

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