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Es un libro interesante en la
cual habla de cómo debe de
ser la educación y crianza de
nuestros hijos, para un futuro.
A los padres se les
encomienda la gran tarea de
educar y enseñar a sus hijos
para la vida futura e inmortal.
Muchos padres y madres
parecen pensar que, si
alimentan y visten a sus
pequeños, y los educan de
acuerdo con las normas del
mundo, ya han cumplido su
deber. Están demasiado
ocupados con los negocios o el placer para hacer que la educación de sus hijos
sea el objeto de estudio de sus vidas. No procuran educarlos para que empleen
sus talentos para honra de su Redentor. Salomón no dijo: "Di al niño su camino, y
aun cuando fuere viejo no sé, apartará de él". Sino que dijo: "Instruye al niño en su
camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él"
Sobre los padres recae la obligación de dar instrucción física, mental y espiritual.
Debe ser el objeto de todo padre, asegurar para su hijo un carácter bien
equilibrado, simétrico. Esa es una obra de no pequeña magnitud e importancia,
una obra que requiere ferviente meditación y oración no menos que esfuerzo
paciente y perseverante. En el hogar es donde ha de empezar la educación del
niño. Allí está su primera escuela, allí con sus padres como maestros, debe
aprender las lecciones que han de guiarlo a través de la vida: lecciones de
respeto, obediencia, reverencia, dominio propio.
Los padres y las madres deben comprender su responsabilidad. El mundo está
lleno de trampas para los jóvenes. Muchísimos son atraídos por una vida de
placeres egoístas y sensuales. No pueden discernir los peligros ocultos o el fin
temible de la senda que a ellos les parece camino de la felicidad. La educación de
los niños constituye una parte importante del plan de Dios para demostrar el poder
del cristianismo.
A veces el corazón puede estar listo para desfallecer; pero una clara comprensión
de los peligros que amenazan la felicidad presente futura de sus amados debería
inducir a cada padre cristiano a buscar más fervientemente la ayuda de la Fuente
de la fortaleza y la sabiduría. Debería tornarlos más circunspectos, más decididos,
más serenos y, sin embargo, firmes, mientras cuidan de estas almas, como
quienes saben que tendrán que rendir cuentas por ellas. La madre debería
someterse a sí misma y a sus hijos al cuidado del compasivo Redentor. Debería
procurar mejorar sus habilidades fervientes, paciente, animosamente, a fin de
utilizar correctamente las facultades más elevadas de la mente en la educación de
sus hijos. Su propósito más elevado debería ser dar, impartir a sus hijos una
educación que reciba la aprobación de Dios. Al realizar su obra de manera
inteligente, recibirá capacidad para hacer su parte. La madre debería sentir su
necesidad de la dirección del Espíritu Santo, para que ella misma tenga una
experiencia genuina al someterse a los caminos y la voluntad del Señor. Luego,
mediante la gracia de Cristo, podrá ser una maestra sabia, suave y amante de sus
hijos.
No hay maldición más grande en una casa que la de permitir a los niños que
hagan su propia voluntad. Cuando los padres acceden a todos los deseos de sus
hijos y les permiten participar en cosas que reconocen perjudiciales, los hijos
pierden pronto todo respeto por sus padres, toda consideración por la autoridad de
Dios o del hombre, y son llevados cautivos de la voluntad de Satanás.
Si la Biblia fuera estudiada como debiera serlo, los hombres serían fuertes en su
intelecto. Los temas tratados en la Palabra de Dios, la sencillez dignificada de sus
declaraciones, los nobles temas que presenta a la mente, desarrollan las
facultades en el hombre en una forma en que no podrían ser desarrolladas de otra
manera. La necesidad de la oración familiar, cada familia debiera elegir su altar de
oración, comprendiendo que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Si
hay quienes en el mundo necesitan la fortaleza y el ánimo que da la religión, son
los responsables de la educación y de la preparación de los niños.
Antes de salir de la casa para ir a trabajar, toda la familia debe ser convocada y el
padre, o la madre en ausencia del padre, debe rogar con fervor a Dios que los
guarde durante el día. Acudid con humildad, con un corazón lleno de ternura,
presintiendo las tentaciones y peligros que os acechan a vosotros y a vuestros
hijos, y por la fe atad a estos últimos al altar, solicitando para ellos el cuidado del
Señor. Los ángeles ministradores guardarán a los niños así dedicados a Dios.