Está en la página 1de 260

Doménec Campillo y M.

Eulalia Subirá

ANTROPOLOGÍA FÍSICA
PARA ARQUEÓLOGOS

Ariel
1." edición: febrero 2 0 0 4

O 2004: D oín én ec C am pillo y M. Eulalia Subirá

D erechos ex c lu siv o s de ed ición en españo)


reservados para todo el mundo:
© 2004: Editorial A riel, S. A.
A vda. D iagon al, 6 6 2 -6 6 4 - 0 8 0 3 4 Barcelona

ISB N : 8 4 -3 4 4 -6 7 1 1 -9

Depósito legal: B. 1.602 - 2004

Im preso en España
A Consuelo,
Susana, Xavier, Arma
Irene, M artí y Guillem

A Riker,
Ainhoa y lioger
PRÓ LO G O

A lo largo de su trayectoria profesional, raro es el arqueólogo que no tiene la


oportunidad o la necesidad de enfrentarse con el hallazgo de restos humanos. El mundo
de los m uertos proporciona, si se saben extraer, una notable cantidad y calidad de in­
form aciones sobre cóm o eran nuestros antepasados. Es lo que ha venido a denom i­
narse A rqueología de la M uerte.
G eneralm ente, en las aulas universitarias donde se sienta el futuro arqueólogo
— com pleja profesión la de éste— no se suelen im partir lecciones sobre el asunto. Sí
se habla de la im portancia de los estudios de las necrópolis, de los enterram ientos in­
dividuales, se hallen donde se hallen, e incluso de estos encuentros fortuitos con res­
tos hum anos en lugares en donde uno m enos podría pensarlo. La identificación de
sexo y edad se suponen im prescindibles en el m om ento de relacionar los ajuares y
las tipologías funerarias. E l m undo de los vivos planea siempre sobre el de los m uer­
tos, infiriéndose de este ultim o la organización social del primero. Lo económ ico y
lo sim bólico se darán por añadidura. Sin em bargo, ¿quien nos ha enseñado a recono­
cer los huesos de los hum anos, su sexo y su edad?, por no hablar de su altura, su cons­
titución general y su estado de salud. Hay quien tiene la suerte de aproxim arse, m e­
d ian te alguna asig n a tu ra de carácter o ptativo, a estos p roblem as, siem p re en
departam entos alejados del de A rqueología o de H istoria y a menudo en facultades de
ciencias, com o las de Biología.
O tro de los problem as a los que se enfrenta el arqueólogo es la capacidad de
com prensión de los datos que nos ofrecen los especialistas en A ntropología física:
nom bres de partes m uy concretas de cada hueso, índices osteom étricos, puntos desde
los que se tom an estos índices, tipologías, variabilidades, patologías, dietas, A D N ...
E ste libro ha sido escrito con la intención de cubrir las necesidades que apunta­
mos y a nuestro m odo de ver lo hace con éxito.
H ablar de D om énec C am pillo a estas alturas es reconocerlo com o un maestro de
maestros. D e form ación m édica, su docencia universitaria de más de veinticinco años
en la Facultad de Letras de la Universidad Autónom a de Barcelona, en el terreno de
la Antropología física y de la Historia de la Medicina, lo avalan sobradamente. Queremos
incidir además en aspectos com o la docencia especializada, y en su dedicación como
investigador pionero de la Paleopatología en España, desde el laboratorio del M useo
A rqueológico de Barcelona prim ero, al de Cataluña después. El número de alumnos,
entre los que tengo la suerte de contarme, de discípulos, de obras y de reconocim ien­
tos profesionales podrían hacernos pensar que Doménec Campillo ya nos lo había di­
cho todo. Al contrario, su juventud m ental y sus ganas de seguir enseñando le han
servido para poner los fundam entos de la presente obra.
M aría Eulalia Subirá im parte sus enseñanzas en la facultad de Biología, también
en la UAB. Su experiencia docente e investigadora m ás corta, pero igualmente intensa,
la ha puesto en contacto con m uchos estudiantes y arqueólogos. Conoce sus necesi­
dades y aquello que se le pide a una antropóloga desde la óptica histórica. D e aquí su
interés por escribir tam bién un libro como el presente.
La obra A ntropología física para arqueólogos es fruto de dos autores dispares
en edad, pero, com o acabo de explicar, con idéntica vocación por la docencia más
allá de las ciencias biológicas. En este libro, el estudiante, el licenciado o el estudioso
de los tem as arqueológicos encontrará toda la inform ación necesaria para enfrentarse
a los retos anteriorm ente citados.
Los capítulos del 1 al 6 forman el cuerpo fundam ental de la obra. Su objetivo es
permitir un buen conocimiento de la osteología y la antropometría que nos han de acer­
car a una prim era diagnosis sobre qué huesos hemos hallado, y, si es posible, sobre la
edad, el sexo y la talla del hum ano al que correspondieron. Su redacción es clara y
sus contenidos muy com pletos; tanto, que esta p aite del libro puede considerarse un
manual idóneo incluso para quien desee iniciarse en la especialidad de Antropología
física.
Una segunda-pai te de la obra, más breve en cada tratam iento y m ás heterogénea,
se desarrolla a partir del capítulo 7 hasta el 12. En estos capítulos no existe una vo­
luntad fonnativa a nivel de especialidad, pero sirven perfectam ente para responder­
nos con sencillez a las preguntas más diversas sobre tem as relativos a la A ntropología
biológica; las patologías, la bioquím ica del hueso, el estudio de poblaciones o la an­
tropología forense son algunos de los aspectos abordados. Otros atañen directam ente
a cualquier arqueólogo, como la A ntropología de cam po y los métodos de datación a
partir de restos óseos.
Finalm ente la obra concluye con un breve fichero (capítulo 13) sobre la filoge­
nia hum ana, que, a mi m odo de ver podría haberse obviado, ya que en el caso de
desarrollarse ocuparía otro libro y una bibliografía m uy bien seleccionada.
A gotado desde hace tiempo el más sencillo M anual de antropología biológica
para arqueólogos (1987), escrito por el mismo D om énec Campillo y Elisenda Vives,
viendo como el paso del tiempo no sólo afectaba a cuestiones de edición sino al m ism o
fondo de algunos contenidos y ante la necesidad de que nuevas y viejas generaciones
tuviesen una herram ienta útil de consulta en )a cotidianeidad de su trabajo o en su
trayecto formativo presentam os el libro Antropología física para arqueólogos con la
seguridad de que ha de constituir un éxito en el m undo de la A rqueología que se ex­
presa en lengua castellana.

M aría Á ngels P etit i M bndjzAbal


Universidad de Barcelona
A G R A D E C IM IE N T O S

A grad ecem o s a los fotógrafos O riol C lavel! y Jufiá M artín ez del M usen
d ’A rqueología de C atalunya y a Jordi M artín y al Dr. Riker YH su desinteresada co­
laboración en esta obla. C onsideram os que debem os m encionar especialm ente a la
D ra. E lisenda Vives, con quien hace dieciséis años escribim os el libro que ha servido
de base a lá presente obra.
También querem os dar las gracias a los alum nos que hemos tenido a lo largo de
toda nuestra trayectoria docente y que nos han ayudado a elaborar este trabajo teniendo
en cuenta sus carencias y necesidades.
Por últim o, agradecem os a los arqueólogos con los que hem os trabajado la apor­
tación de sus e x p erien cia s, inq uietu des e interés por lo s tem as que aquí tratamos.
C a p ítu lo 1

IN T R O D U C C IÓ N

C om o su títu lo indica, este libro no pretende ser un tratado de antropología,


que incluya con gran am plitud los num erosos tem as que abarca esta especialidad,
pues está p ensad o com o una obra de in iciació n para los arqueólogos que con tanta
frecu en cia excav an e n terram ien to s y para todos aquellos estu d io so s que deseen
com prender y ap ren d er las b ases de esta especialidad. Los conceptos esenciales
que aquí expondrem os deberán ser am pliados por quienes deseen profundizar en
ella.
El estudio de los temas, que actualm ente se engloban en la antropología física,
tuvo su origen a m ediados del siglo xix y fue incluido com o un capítulo más de la ana­
tom ía, hasta que a principios del siglo xx alcanzó una m ayor amplitud al asimilar nue­
vas m aterias que constituyen, com o suele decirse hoy, una superespecialidad, pero
estos capítulos 110 se pueden desligar por com pleto de la anatomía; es más, a nuestro
entender nunca debieron separarse de ella, ya que ambas tienen una m ism a finalidad,
lograr un estudio en profundidad de la estructura del cuerpo humano, circunstancia
que hace que sus interrelaciones sean constantes.
E l inicio de esta especialidad coincidió con el descubrim iento de los primeros
hom bres prehistóricos en el siglo xix, lo que perm itió constatar la presencia de una di­
versificación m orfológica no sólo entre los distintos grupos humanos en aquel enton­
ces conocidos, sino tam bién los distintos caracteres de algunos de los hombres fósi­
les que se exhum aron, en especial lo s del hom bre de N ean d ertal.1 A causa de esta
circunstancia, la antropología siempre ha estado asociada a la arqueología, la paleon­
tología humana y la prehistoria, siendo precisam ente a este grupo de estudiosos a quien
va dirigida esta obra, sin que ello sea un obstáculo para que personas de otras espe­
cialidades, en las que no se profundiza suficientem ente en determinados aspectos, pue­
dan encontrar aquí un com plem ento adecuado.
C uando se m enciona la palabra antropología, m uchas personas la confunden con
la antropología cultural, que tiene algunos puntos de contacto con la antropología fí­
sica, con teorías com o la frenología creada por Gall (1758-1828) (fig. 1.1) y los tra­
bajos de Lombroso (1836-1909), que desarrolló la «antropología criminal» (Laín, 1978),
donde se relacionaban las características morfológicas del individuo con sus tenden­
cias psíquicas y que son teorías en la actualidad desvirtuadas. A este grupo, aunque

1. El hombre de Neandertal u Hom o sapiens neanderthalensis fue exliumntiü en i 856 en Dusseldorf y


reconocido com o H om o por Fuhlrott (1856).
F)G. 1.1. Localizaciones frenológicas siguiendo las teorías de C a li A la izquierda, localiza­
ciones de Spwzheim y, a la derecha, las de Mariano Cubí.

teniendo unos objetivos diferentes, habría que incorporar las tipologías m ás reciente­
m ente elaboradas por K ietschm er (1888-1964) (fig. 1.2).
En este trabajo nos lim itarem os al estudio de la antropología osteológica y tan
sólo harem os referencia al individuo vivo en algunos aspectos puntuales, cuando és­
tos sirvan para facilitar la com prensión de las diferencias y sim ilitudes existentes en­
tre determ inadas estructuras. Como quiera que actualm ente la anatom ía y la antropo­
logía están sep arad as, hem os co n sid erad o im p rescind ib le in c lu ir un resum en de
osteología, pues, sin una base anatóm ica de la morfología general de los huesos, se­
ría im posible com prender las diferencias que la antropología física constata. La in­
clusión de un capítulo de anatom ía pretende facilitar* la com prensión de las similitudes
y diferencias entre grupos humanos e individuos, aunque aquellas personas con unos

FlG. 1.2. Las tres tipologías básicas de Kretschmer: A) asténica; AT) atlética; P) pícnica.
conocim ientos anatóm icos suficientes podrán prescindir perfectam ente de este apar­
tado. En cualquier caso, la aportación anatóm ica es escueta y quienes deseen am pliar
estos conocim ientos deberán hacerlo en los tratados de anatom ía, que adem ás perm i­
tirán ahondar en la interpretación de los restos esqueléticos.
El objetivo de esta obra es m ostrar la variabilidad estructural del individuo, apor­
tando al arqueólogo datos para su estudio e interpretación. Para ello es necesario el
buen conocim iento de la m orfología ósea, que m ediante las técnicas antropológicas
nos perm itirá la contrastación de las diferencias entre individuos y grupos humanos.
U na valoración m eticulosa de las diferencias m orfológicas puede perm itirnos averi­
guar el sexo a través de los restos osteológicos, determ inar la edad que tenía cuando
falleció y por últim o, determ inar su tipología, así com o la variabilidad intraespecie y
el «estudio de poblaciones». A sim ism o, y cuando nos refiram os a los restos antiguos,
podrem os establecer unas bases diferenciales entre los hom bres u hom ínidos que nos
precedieron, básicas para determ inar su posición en el árbol evolutivo. El hecho que
los períodos de tiem po sean muy dilatados, en algunos casos m illones de años, hace
im posible la aplicación de las m odernas técnicas paleobioquím icas (entre las que se
cuenta el análisis del A DN ). El diagnóstico morfológico, y casi exclusivam ente a ex­
pensas de una valoración m eticulosa del exoesqueleto craneal, ha sido siem pre la he­
rram ienta principal de diagnosis, aunque cada vez más, e incluso desde los prim eros
hom ínidos, se utiliza el estudio del esqueleto postcraneal.
N uestra prim era aspiración es que la persona que lea esta obra sea capaz de re­
conocer en unos restos esqueléticos su asignación a la especie hum ana, de qué hueso
se trata, ya que con frecuencia sólo dispondrem os de fragm entos óseos, su lateralidad
y si su m orfología es normal o se aprecian anomalías. Si se ha profundizado lo sufi­
ciente en el estudio anatóm ico podrem os intentar tam bién la determ inación de p e­
queños fragmentos. D eterm inaciones más complejas, debido a la naturaleza de los hue­
sos y a su estado de conservación, exigirán unos cono cim ien to s m ás elevados de
anatom ía com parada o el recurso a tratados de paleontología,2 de zoología o a la co­
laboración de especialistas.
El estudio de unos restos com ienza habitualm ente por su recolección, lim pieza,
consolidación y restauración cuando sea precisa, L e seguirá un exam en anatóm ico,
seguido de la po sterio r m edición (antropom etría) y la valoración de los caracteres
no m ensurables (descriptivos). A continuación se intentará determ inar su edad y sexo,
así com o su tipología y, si se han encontrado anom alías, se procederá al estudio de
éstas. C uando se trate de los restos de varios individuos, si éstos están bien diferen­
ciados, procederem os a una valoración del conjunto de sus características. E n o ca­
siones verem os que se trata de un grupo hom ogéneo, pero otras veces será h etero­
géneo y deberá com pararse con los procedentes de otros yacim ientos. C uando nos
encontrem os ante una osera en que los restos pertenezcan a varios individuos y e s­
tén m ezclados intentarem os valorar con la m áxim a exactitud el núm ero de indivi­
duos y, si es posible, procederem os a una reconstrucción individualizada de los esque­
letos.
Para cada individuo, en ocasiones representado por un solo hueso, se elaborará
un registro en form a ficha3 en la que se consignará el m áxim o núm ero de detalles.

2. Estudia los seres orgánicos cuyos restos o vestigios se encuentran en los fósiles.
3. V éase anexo.
Es im portante em plear los lenguajes anatóm ico y antropológico correctos; así
evitarem os dudas de identificación y confusiones con los epónim os4 (por ejem plo, el
antro de H ighm oro o seno m axilar; los huesos de Worm o worm ianos o huesos sutu­
rales), Pueden exceptuarse de esta norm a los. nom bres consagrados por el uso y que
son generalm ente m uy conocidos y de em pleo habitual. En anatom ía cada país suele
em plear una term inología vernácula; sin embargo, la nom enclatura anatóm ica fue con­
sensuada y los anatom istas la revisan periódicam ente a través de la «Nómina anató­
mica de París», suscrita por todos los países. Sería deseable que fuese em pleada sis­
tem áticam ente por todos los científicos, pero de m om ento no ocurre así, aunque cuando
se usa nadie pone reparos. Sí se em plea la nom enclatura vernácula, es im portante que
sea la correcta, teniendo muy en cuenta no incluir barbarism os secundarios a una m ala
traducción, cuando nos refiram os a trabajos escritos en lenguas extranjeras, C om o
quiera que actualm ente la lengua inglesa es de uso m uy frecuente, hay que tener m u­
cho cuidado en no caer en los anglicism os, muy abundantes en los textos científicos
actuales, pues, aunque los países anglosajones dicen que em plean la nóm ina anató­
mica, en realidad no es así, pues usan una especie de adaptación a su idiom a y que se
aparta de la ortodoxia oficial.
En antropología, el estudio de la dentición es de una im portancia fundam ental.
Si bien los dientes no form an parte de la osteología, ya que, a pesar de que por su as­
pecto exterior y su dureza estuvieron largos años incluidos en ella, sabem os que son
estructuras de origen.dérm ico m uy m odificadas. Sin em bargo, por su resistencia al
paso del tiem po y la potencialidad de su estudio, se siguen incluyendo en la antropo­
logía física osteológica, siendo una fuente taxonóm ica insustituible.
Como los estudios antropológicos no se lim itan al hom bre actual y en ellos se
incluye el de nuestros ancestros, los hom bres prehistóricos y sus antecesores, los ho ­
m ínidos, deberem os referirnos a una serie de tem as íntim am ente relacionados con la
filogenia humana, com o las técnicas de datación, algunos aspectos de su forma de vida,
sobre todo sus actividades y conocim ientos (instrum entos, fuego, etc.), su hábitat, los
cam bios en la dieta alim enticia, las características del grupo y su esperanza de vida,
así com o las causas de muerte y las afecciones patológicas que padecieron. Por último,
como quiera que la antropología ha entrado dentro de la medicina legal o forense,5 se
hará una breve referencia a esta especialidad!

4. Nombre que hace referencia a un nombre propio.


5. Rama de la medicina que irata sohre la aplicación de los conocim ientos médicos a los fines <le la ley.
C apítulo 2

O S T E O L O G ÍA

2.1. G eneralidades del esqueleto

Se considera que el esqueleto hum ano está constituido por 200 huesos (si se ex­
cluye la cadena de huesecillos del oído, los huesos sesam oideos y los suturales): al­
gunos de ellos están separados entre sí por cartílagos articulares y unidos por liga­
m entos (fig. 2.1). La posición denom inada anatóm ica es con las extremidades pegadas
al cuerpo y las palm as de la mano de frente.

F ig. 2 .1 .
Esqueleto humano visto de frente ( l ) y perfil (2), En 1 podemos obseivar que la ex­
tremidad superior derecha (D) está en posición de reposo, con la palma de la mano girada ha­
cia el muslo y los huesos del antebrazo, el cubito y el radio, entrecruzados, mientras que en el
lado izquierdo la palma de ¡a mano mira hacia delante y los huesos del antebrazo no se en­
trecruzan como corresponde a la posición anatómica (A).
2.2. T ejido óseo

D espués del tejido dentario es el más duro del organismo, debiendo su dureza
a! gran contenido de sales calcicas en )a denom inada sustancia ósea. Esta estructura
dura está recubierta por el periostio, tejido blando m uy rico en vasos y nervios que tie­
nen una función plástica y nutricia sobre ei hueso. E í interior de la sustancia ósea está
surcada por m ultitud de canalículos que constituyen una auténtica red que se deno­
mina sistem as y conductos de Havers, circulando a través de estos los vasos sanguí­
neos. En el interior del tejido óseo tam bién hay otras cavidades donde se encuentran
las células óseas u osteoblastos (fig. 2.2).
La sustancia ósea da lugar a dos clases de tejido óseo: com pacto y esponjoso.
El tejido com pacto carece de cavidades interm edias, m ientras que el esponjoso está
form ado por lam inillas óseas que contactan en algunos puntos, form ando entre sí pe­
queñas cavidades. El tejido reticular es una variedad de este últim o que se caracteriza
por ser sus espacios de m ayor tamaño y se sitúa a nivel de la diáfisis de los grandes
huesos largos en las proxim idades de la línea m etafisaría (fig. 2.4). A lgunos huesos
sólo están form ados por tejido compacto, m ientras que otros contienen tejido espon­
joso, pero éste siem pre está recubierto por tejido com pacto (figs. 2.3 y 2.4).

FlC. 2.2. £sfnicí»ríj del hueso a nivel de la diáfisis de hh hueso largo. SH, sistema de Havers
de estructura circular con su conducto (CH); SFE, sustancia fundamental externa; 67, siste­
mas intermedios; V, conducto de Volmann; CM, conducto medular; SFI, sustancia fundamen­
tal interna.
FlC. 2.4. A, sección de una epífisis ósea en la que se aprecia el (ejido esponjoso, revestido
por tejido compaclo, así como también la presencia de la metáfisis con el cartílago de. conjun­
ción en ¡os individuos jóvenes (M )y tejido reticular (R). B, El dipioe del hueso craneal. C, su­
tura craneal, que muestra como el tejido compacto, siempre envuelve al tejido esponjoso.
2.3. T ip o s de h uesos

Según su m orfología se distinguen tres clases de huesos, que se denominan: lar­


gos, planos y cortos (fig, 2.5).

1) Los huesos largos son aquellos en cuyas dim ensiones predom ina la longi­
tud y están situados en las extremidades.
2) Los huesos planos son poco gruesos y en sus dim ensiones predom inan la
longitud y la anchura. E ntre otros lugares, se encuentran en el cráneo, la escápula y
la pelvis.
3) S e denom inan huesos cortos aquellos en los que no existe un predom inio
franco.de ninguna de sus dim ension es, com o ocurre en las vértebras, los carpianos y
los tarsianos.

En los huesos largos, la diáfisis está form ada por hueso com pacto y en su inte­
rior se encuentra el conducto o cavidad medular, m ientras que las epífisis están for­
madas por tejido esponjoso o reticular que, en su periferia, están re cubiertos por una
fina lám ina de hueso com pacto (fig. 2.6). Los huesos planos y los cortos están fo r­
mados por tejido esponjoso, recubiertos en su periferia por una lám ina de tejido com ­
pacto.
En los huesos del cráneo el tejido esponjoso queda entre dos gruesas lám inas de
tejido com pacto, a m odo de un em paredado, que se conoce con el nom bre específico
de diploe o tejido diploico (fig. 2.7). A nivel de la bóveda craneal, la lám ina o tabla
externa es más gruesa que la interna.

Fig. 2.5. Tipos de morfologías: a la izquierda un húmero, hueso largo; a la derecha, arriba,
una escápula, hueso plano; a la derecha, abajo, un astrágalo, hueso corto.
Fio, 2.6. Distribución del tejido óseo en un hueso largo: E, tejido esponjoso; M, línea nieta-
fisaria (en los jóvenes, Ocupada por el cartílago de crecimiento); R, tejido reticular; P, p e ­
riostio; C, tejido compacto; CM, conducto medular.

FiG. 2.7, A, hueso parietal del cráneo, al que se ha practicado una sección que permite ver
la tabla externa (]), el diploe (3), la tabla interna (2) y el borde de las suturas (4), en que el
hueso esponjoso está ausente; B, sección de la sutura coronal (5), que está recubierta de hueso
compacto; C, fisura craneal (fractura patológica sin desviación) sin revestimiento de sus bor­
des de tejido compacto (6).
F ig . 2.8. Articulación del tobillo, form ada por la tibia, peroné y astrágalo, que se apoya
en el calcáneo, en que. están esquematizadas las líneas de fuerza form adas p or las trabóca­
las del tejido esponjoso y se comprueba que éstas son seguidas p o r los huesos contiguos,
según Meyer.

Debem os recordar que el tejido esponjoso siem pre queda oculto p o r el tejido
compacto que lo envuelve, o sea, que cuando veamos el tejido esponjoso podem os afir­
m ar que se trata de un deterioro póstum o o de una alteración patológica.
En principio parecerá que el tejido com pacto es m ás resistente que el espon­
joso. Sin embargo, las cavidades del tejido esponjoso que form an sus laminillas no tie­
nen una distribución anárquica, sino que se disponen en unas «líneas de fuerza» que
aumentan su resistencia y no se lim itan a determ inado hueso, sino que prosiguen en
los huesos contiguos a nivel de las articulaciones y su configuración aporta una gran
resistencia al conjunto articular (figs. 2.4-B y C y 2.8).

2.4. Osificación y crecim iento óseo

El sistema esquelético se forma en el feto a partir del tejido conjuntivo, que puede
denom inarse con ectivo: y también en algunos huesos, entre lo s cuales s e incluyen los
h u esos largos y algunos del cráneo, a exp en sas de un m olde cartilagin oso (que en
realidad es una varídad del conjuntivo). L os denom inados conjuntivos puros con sti­
tuyen el m olde de algunos huesos del cráneo, de la cara y la m andíbula, entre otros.
El crecim iento de los huesos largos se realiza gracias a la presencia de) denoini'
nado cartílago de conjunción o de crecim iento que constituye la m etáfisis (figs. 2.4-A
Fio. 2.9. Esquema del desarrollo de un hueso largo según Gardner et alii. En blanco, carth
lago -ypunteado, tejido óseo. De A a J, distintos estadios de su crecimiento.

y 2.9). Algunos tam bién aumentan su tam año durante el crecimiento, debido a la pre­
sencia de cartílagos de conjunción situados en puntos estratégicos.
E l desarrollo del neurocráneo tiene lugar gracias a la articulación sinartrósica,
que perm ite que las suturas craneales perm anezcan libres, y gracias tam bién a la pre­
sencia de las superficies m em branosas sin osificar en el neonato, que se denominan
fontanelas (fig. 2.10). Cabe recordar que en los prim ates, entre los cuales se incluye
el H om o sapiens, los huesos de la bóveda craneal son de origen cartilaginoso, ex­
cepto en la región suprainiana de la escam a occipital (neoccipital), que es de tejido fi­
broso.

FlC. 2.10. Cráneo de neonato, mostrando las separaciones intraóseas y los fontanelas. Suturas:
M, metópica; C, coronal; S, sagital; L, lambdoidea; PT, parieto-temporal. Fontanelas; ], gla-
belar; 2, metópica; 3, bregmática; 4, obélica; 5, lambdoidea; 1, ptérica; 8; astérica.
2.5. O rie n ta c ió n de! cu erp o en el espacio

Antes de proceder al estudio osteológico propiam ente dicho nos (aeraos de refe­
rir al individuo, en nuestro caso esqueleto, y a sus relaciones con el espacio, y para
ello lo situam os erguido sobre el suelo y en posición anatóm ica para indicar cuáles
son los tres planos espaciales con los que lo relacionam os (fig. 2.11).
Relacionando estos planos con el esqueleto del individuo podemos relacionar las
distintas estructuras del cuerpo. Así, hablarem os de estructuras situadas a derecha o

Fie. 2.11. Planos espaciales. Por el centro del cráneo y de la entrepierna pasa el plano sa­
gital (S), que divide el cuerpo en dos mitades simétricas, derecha e izquierda; por el centro ¿leí
conducto auditivo externo, la mitad externa de los hombros y el centro del tobillo, el plano
transversal (X), que limita una parte anterior y otra posterior; a nivel, de la cintura, rozando
ambas crestas ilíacas, se sitúa el plano horizontal (H), que separa la porción superior de la
inferior.
d

Fio. 2.12. Nomenclatura ele posición. Es importante observar la dirección de las flechas, que
son las que marcan el sentido de lo posición. De izquierda a derecha; vista anterior, lateral y
superior. S) plano sagital; T) plano transversal, 1) región facial; 2) región cervical anterior o
posterior (nuca); 3) región torácica; 4) región dorsal; 5) región abdominal; A) plano anterior;
PPjI plano posterior; PL) región plantar. d —>, dirección distal; p —>, dirección proximal;
m - i d i r e c c i ó n medial o interna; <?—>. dirección externa; P-i, dirección inferior, caudal o
podálica; c t , dirección superior o cefálica; a<-}p, dirección, anterior o posterior.

izquierda respecto al plano sagital y podrem os decir que la cara o el abdomen están
en la parte anterior, si nos referim os al plano transversal. D e esta manera, será fácil
com prender que los brazos y la cabeza están en la parte superior y las piernas, en la
inferior, etc, Sin em bargo, las interrelaciones entre las partes de un individuo son mu­
cho más complejas y cuando queramos correlacionar la situación de determinado hueso
con otro o las distintas estructuras del mismo deberem os recum r al em pleo de otros
térm inos, que aunque sean sencillos pueden expresarse de distinta form a, pues son
conceptos relativos. La figura 2.12 nos ayudará a una m ejor com prensión.
L os datos expuestos son conceptuales; solam ente la práctica perm ite la plena
com prensión de estos aspectos de la nom enclatura. Pondrem os unos ejem plos: en la
extrem idad superior, el húm ero, único com ponente del brazo, tiene dos epífisis, una
denom inada superior, que por estar más cerca del tronco tam bién se puede denomi­
nar proxim al y otra, que se articula con el antebrazo, denom inada inferior o distal.
A sim ism o, el antebrazo es distal respecto al húmero y proximal respecto a la mano,
Los dos huesos que com ponen el antebrazo son el radio (externo) y el cubito (interno),
que presenta tres caras en su diáfisis denominadas anterior, posterior e interna (ésta
por estar en el borde interno de la extremidad). En ocasiones, al hacer referencia a las
extrem idades inferiores se utiliza el térm ino caudal, estableciendo una relación con el
F ig . 2.13.El hombre colocado en posición tetrápoda, con la cabeza, cuello, tronco y extre­
midades. La disposición tetramérica de la inervación se conseiva: T, ineivación por el neiyio
craneal denominado trigémino; C, D, L _y S, ineivación por las raíces nerviosas ceivicales,
dorsales o torácicas, lumbares y sacra. K en el hombre no se percibe, pero corresponde al cóc­
cix, reminiscencia de la cola o rabo, y en latín cauda.

coxis, lina rem iniscencia de la cola de los mam íferos. El hom bre, aunque ahora sea bí­
pedo, aún conserva m uchos com ponentes de la tetrapodia de los prim ates primitivos.

2.6. A natom ía descriptiva

Siguiendo la descripción habitual en antropología, la dividirem os en dos apar­


tados: el cráneo y el esqueleto postcraneal que comprende los restantes huesos de nues­
tra economía.

2.6.1. E l cráneo

D el griego casco (xpavinix), com prende todos los huesos de la cabeza, pero en
ocasiones se presta a confusión, pues m uchos anatom istas emplean el nom bre de «ca­
beza ósea» cuando se refieren al cráneo, m ientras otros reservan dicha denom inación
para el cráneo cerebral o neurocráneo y para la cara, el térm ino esplacnocráneo. En
ocasiones, se habla de cráneo o «cráneo com pleto» para esp ecificar que en el se­
gundo caso se incluye la mandíbula. Para evitar confusiones, explicarem os por sepa­
rado los huesos del neurocráneo y los de la car a, para después explicar las distintas es­
tructuras de la cabeza ósea, sean exclusivas del neurocráneo, de la cara o form adas por
ambas (figs. 2.14 y 2.15).
Fio. 2.14. El cráneo o cabeza ósea. En blanco el neurocráneo y en gris el esplacnocráneo.

F ig. 2 . 15.Cráneo. En trazo grueso los huesos cxocroneales y en trazo fino los endocranea-
les. J, frontal; 2, etmoides; 3(3), esfenoides; 4, occipital; 5, parietal; 6(6), temporal; 7(1),
maxila; S, palatino; 9, nasal; 10, ungitis; )1 , malar; 12, concita; 13, vómer; ¡4, mandíbula.
2.6.1.1. H uesos del neurocráneo

El neurocráneo está form ado por ocho huesos, cuatro situados en la línea m e­
dia, de delante hacia atrás: frontal, etm oides, esfenoides (articulándose éste con todos
los huesos del neurocráneo y con varios del esplacnocráueo) y occipital; los otros son
pares y sim étricos y de arriba abajo son: los parietales y los temporales.

CUADRO 2 .1 . Huesos del neurocráneo.

FRONTAL
m
S > ETMOIDES
"O —
O £| ESFENOIDES

r- ^ OCCIPITAL

1) H ueso ñ o n ta l o coronal

E ste hueso en su conjunto recuerda una concha de peregrino (fig. 2.16), en la


que se constata la presencia de tres caras y tres bordes. E s un hueso im par, m edio y
sim étrico, siendo su cara anterior o externa lisa y convexa, presentando en la línea m e­
dia una em inencia que se conoce con el nom bre de glabela, en donde con frecuencia
se encuentran restos de la sutura m etópica o m ediofrontal, que suelen desaparecer en
el adulto. En la cara anterior es constante la presencia en ambos lados de las em inen­
cias frontales, los arcos superciliares y las crestas laterales del frontal que delim itan
sus carillas tem porales. En el 25 % de los casos se puede encontrar un surco vascular
en uno o en am bos lados, que suele finalizar en un orificio próxim o al borde orbita­
rio, que algún autor ha confundido con escarificaciones.1
L a cara posterior es cóncava y algo abollonada, sobre todo a nivel de los techos
de las órbitas, y corresponde a las im presiones digitales que son fisiológicas.3 En la
línea m edia, yendo de arriba abajo, se encuentran el canal sagital, la cresta sagital, el
agujero ciego y la hendidura etm oidal.
E n la cara inferior, se aprecia en la línea m edia la espina nasal, los orificios de
los senos frontales y la hendidura etm oidal rodeada por sus celdillas, que tam bién
form an parte de los senos etm oidales. A am bos lados se sitúan las fosas orbitarias (te­
chos de las órbitas) de superficie cóncava con su fosita lagrim al y la carilla troclear
(en ocasiones, un pequeño tubérculo o un orificio).
El borde superior es sem icircular y dentado, m ientras que el posterior es b as­
tante liso.
El borde anterior m uestra la espina nasal en el centro y las apófisis orbitarias
internas, separadas por los restos de la sutura m etópica o, si ésta ha desaparecido, si-
nostosadas. A ambos lados se sitúan los arcos supraorbitarios con una escotadura u
orificio supraorbitario con las apófisis orbitarias externas a cada extremo.

1. Bosch Millares, 1975 (también otros autores caen en el mismo erTor).


1. Se denominan impresiones digitales las improntas que dejan las circunvoluciones cerebrales sobre la
cara interna de los huesos del neurocráneo.
Fio. 2,16. 1, Apófisis orbitaria externa; 2, apófisis orbitaria interna y sutura metópica; 3, cresta
lateral; 4, eminencia frontal; 5, borde superior; 6, carilla temporal; 7, borde de la órbita y
arcos superciliares; 8, techo de la órbita; 9, orificio o escotadura supraorbitario; 10, espina
nasal; 11, hendidura etmoidal; 12, techa de la órbita por la cara interna; 13, cara interna del
frontal; 14, canal sagital (donde se aloja el seno venoso superior o sagital); 15, cresta sagi­
tal interna (donde se inserta la hoz del cerebro); 16, glabela; 17, surco vascular inconstante;
18, agujero ciego.

El borde posterior se articula en la línea m edia con el etm oides y en ambos la­
dos con el esfen oid es (ñ g. 2.30a).
En el in terio r del hueso frontal se encuentran los senos frontales, uno d ere­
cho y otro izqu ierdo , separados p o r el tabique intersinusal (fig. 2.17), y que son
cavidades que se d e sarro llan siem p re después del n acim ien to y que, en o c asio ­
nes, p u ed en e sta r a u sen tes. N o sie m p re el tab iq u e in te rsin u sa l está en la línea
m edia, lo que hace que su tam año y m orfología pueda ser m uy variable; en gene­
ral son asim étrico s, con un orificio o m eato que se com unica con la fosa nasal co ­
rrespondiente. L a pared p o sterio r de la cavidad suele se r m ucho m ás delgada que
la anterior.
Fio. 2.17, Senos frontales: A, senos simétricos; B, senos asimétricos; C, senos muy asimé­
tricos; D, senos simétricos situados debajo de los orcos superciliares; E, senos simétricos
muy pequeños; F, senos pequeñísimos; G, J] e /, un caso de senos gigantes que invaden las
alas menores del esfenoides, vistos de frente, por encima y por su lado izquierdo.

2) Etm oides

Del griego (criba, lleno de agujeros) y el S oc; (forma), Es un hueso impar,


medio y simétrico, de morfología complicada, que se compone de tres porciones: a) una
lám ina m edia y vertical; b) otra horizontal que corta a la precedente; c) dos masas la­
terales (fjg. 2.18).
La lám ina vertical cruza la horizontal y en el neuroendocráneo constituye la apó­
fisis crita-galli y, por debajo, form a la porción anterosuperior del tabique nasal y es
lisa. En la línea m edia hay que destacar la presencia de la lám ina perforada o cW-
bosa, que es horizontal, surcada por numerosos orificios y por la que pasan los filetes
del nervio olfatorio y une las m asas laterales. En las m asas laterales hay que d e s t a c a r
que sus caras externas, que forman parte de las caras internas de las órbitas, son lisas
(hueso piano del etm oides) y de las internas se desprenden los cornetes superiores y
medios, entre los que se sitúan los m eatos3 y las apófisis unciformes. El hueso pre­
senta una serie de celdillas (también denominadas senos etm oidales)\ unas anteriores
que se abren en el m eato medio y otras posteriores en el meato superior, algunas de

3. Del lnlfu menuts, vía de paso o trayecto.


Fio. 2,18. A, etmoides visto por su cara anterior ; B, visto por la cara posterior; C, sección
esquemática transversal del hueso; D, visto por su cara orbitaria izquierda; E, vista oblicua
desde arriba; F, vista oblicua desde abajo. I, lámina vertical; 2, apófisis crista-galli; 3, «hueso
plano del etmoides» (forma parte de la pared intenta de las órbitas); 4, lámina cribosa; 5, cor­
nete superior; 6, com ete medio; 7. apófisis unciforme; 8, celdas etrnoidales (en el esquema se
ven los meatos).

las cuales form an su cavidad juntándose (fig. 2.16-1 J) con las cavidades que circun­
dan la hendidura etm oidal del frontal.

3) E sfenoides

Del griego acpr|V (cuña) y elóoq (forma). Hueso impar, m edio y sim étrico que,
a modo de cuña, está situado casi en el centro del cráneo y se articula con todos los
Fig. 2.19. Hueso esfenoides. 1, cara anterior (en trazado discontinuo su articulación con el
frontal); 2, cara inferior; 3, cara posterior; 4, cara superior; 5, cara lateral (en trazo discon­
tinuo su articulación con el frontal, malar-temporal y occipital); 6, sección por línea media
(articulación con el etmoides y el vómer y su sinostosis con la apófisis basilar); 7, vista de la
sinostosis esfeno-occipital. a) ala mayor; a j nía menor; o) orificio del nervio óptico; h) hen­
didura esfenoidai; r) pico; p) apófisispierigoides; k) apófisis clinoide anterior; k') apófisis cli-
noide posterior; SISO) sincondrosis esfeno-occipital; i) silla turca; co) canal óptico; bp) borde
ptérico del ala mayor; E) etmoides; V) vómer; r) orificio redondo mayor; ov) orificio oval;
e) orificio espinoso; OC) hueso occipital; oo) orificio occipital .

huesos del neurocráneo y con cinco huesos de la cara (vómer, ambos palatinos y los
dos malares) (fig. 2.19). En su conjunto, sobre todo visto por detrás, recuerda la figura
de un murciélago con las alas extendidas (fig. 2.19-1 y 3),
En él se distinguen cuatro partes: a) cuerpo; b) alas menores; c) alas mayores;
d) apófisis pterigoides.

a) Cuerpo. D e forma cuboidea, en su cara superior presenta el canal óptico,


los agujeros ópticos, la fosa pituitaria o silla turca, que queda enm arcada por las cua­
tro apófisis clinoicles (dos anteriores y dos posteriores), y el tubérculo pituitario en la
línea media. La cara inferior presenta un a cresta que uniéndose a otra situada en la
cara anterior forman el pico o rostrum, a cuyo lado se abren los orificios de los se­
nos esfenoidales, que en núm ero de dos y con m orfología y dim ensiones muy varia­
das (en alguna ocasión están ausentes) ocupan ei interior del cuerpo. La cara p o ste­
rior está form ada por la lám ina cuadrilátera que en el adulto se sinostosa con la apófisis
basilar del occipital (fig. 4.15), soliendo iniciarse ésta hacia los 17 años y com pletán­
dose entre los 20-23 años. D e las caras laterales salen las alas m enores y las m ayo­
res y, entre ellas, los canales cavernosos.
b) A las m enores. Tam bién denom inadas apófisis de Jngrasias, tienen forma
triangular y se insertan en el borde supero-externo del cuerpo.
c) A las m ayores. Tienen tres caras, una posterior o cerebral que es cóncava
(donde se aloja la punta del lóbulo cerebral tem poral), otra externa que es convexa, li­
geram ente excavada y surcada p o r la cresta esfeno-tem poral, y la cara anterior que
form a parte de la cara externa de la órbita. Entre las dos alas, m ayor y menor, queda
la hendidura esfenoidal, y junto al borde interno del ala mayor, yendo de delante atrás,
se encuentran tres orificios; redondo mayor, oval y redondo menor o espinoso, pene­
trando por éste la arteria m eníngea media.
d) A pófisis pterigoides. N om bre que procede del griego y que significa ala.
Penden del cuerpo del esíenoides en forma de colum na que se bifurca en el vértice,
dando origen a las apófisis pterigoides externa e interna.

4) O ccipital

E s un hueso im par, m edio y sim étrico, D estaca en él la presencia de un gran


orificio de forma oval, cuyos diám etros están alrededor de los 35 x 30 mm, que io di­
vide en dos porciones: una anterior o apófisis basilar y otra posterior o escama (fig. 2,20).

a) Apófisis basilar. D e form a trapezoidal, presenta en su cara interna, que es


cóncava, el canal basilar (en él se apoya la protuberancia anular o puente de Varolio,
que form a parte del tronco del encéfalo). La cara externa es convexa y presenta en la
línea m edía, yendo de atrás adelante, la fo silla navicular y el tubérculo faríngeo.
b) Escama. En su cara externa, que es convexa, se encuentra en la línea m e­
día la protuberancia occipital externa o inión, por debajo de la cual está la cresta oc­
cipital externa. A ambos lados de ésta se encuentran las dos líneas curvas nucales, su­
periores e inferiores. El intón divide la escama occipital en dos porciones, la suprainiana
y la infraíniana, la prim era de un gran valor antropológico tanto en la filogenia de los
prim ates como por su origen em brionario (véase apartado 2.4).
Su cara interna, que es cóncava, queda dividida en cuatro porciones por el ca­
nal sagital (dos superiores o fo s a s occipitales y dos inferiores, fo s a s cerebelosas o
posteriores) que, ju sto antes de contactar con la protuberancia occipital interna o en-
dinión, se transform a en cresta sagital o canal sagital inferior o en fo sa vermicular
(Cam pillo y Barceló, 1985 y Cam pillo, 1998). D e ambos lados del seno sagital salen
los canales laterales o transversos.
c) O rificio occipital o foramen magnum. Com unica el exocraneo con el en-
docráneo y en su cara externa, en su mitad anterior, a ambos lados, están los cóndilos
occipitales que se inclinan de form a oblicua de atrás-adelante y de fuera-adentro. Por
delante y detrás de los cóndilos se sitúan los orificios condíleos anteriores y los pos-
Fig. 2.20. Hueso occipital. D, lado derecho. 1, escama occipital por su cara externa y 2, vista
por lo base; 3, escama vista por su cara interna y 4, vista por la base; 5, hueso occipital visto
por su lado derecho. V, vértice de la escama; l, inión; KE, cresta sagital externa; CS, línea
curva superior; Ci, línea curva inferior; OO, orificio occipital; O, orificio precondíleo;
OP, orificio posteondíleo; TF, tubérculo faríngeo; ON. fosa navicular; ay, apófisis yugular;
ey, escotadura yugular; C, cóndilo; SS, surco sagital; STD, surco lateral derecho; ST1, surco
lateral izquierdo; POI, protuberancia occipital interna; ¡CI, cresta sagital infraendiniana;
SFO, sincondrosis etmokloesfenoidal; AB, apófisis basilar.

tenores, que tam bién com unican el exocráneo con el endocráneo. En su porción más
externa están las escotaduras y las apófisis yugulares.
el) Bardes de la escam a. Son dentados y en su línea media, en la porción más
elevada en la línea media, está su vértice.

5) Parietales

E l nombre de parietal significa pared. Es un hueso par que, contactando con su


homóJogo del otro lado, cierra la bóveda craneal. En su conjunto se le asigna una si­
lueta cuadrangular con dos caras, interna y externa, cuatro bordes y cuatro ángulos
(fig. 2.21).

a) Caras. La externa es convexa con una porción más prom inente que se de­
nomina eminencia parietal. Cerca de la línea m edia, asimismo en las proxim idades del
occipital, suele haber un pequeño orificio (orificio parietal). Por debajo se observan
Fio. 2.21. Hueso parietal izquierdo. P, borde sagital; F, borde coronal; O, borde occipi­
tal o lambdoidal; T, borde temporal. Arriba: op, agujero parietal; LTS y LTI, crotafites su­
perior e inferior; sí, sutura biselado para el hueso temporal. Cara interna; se aprecian los
surcos de lo arteria meníngea media y el surco del seno lateral (ss). A la derecha, sección
transversal de los parietales, mostrando las distintas variedades de la impronta del seno
sagital.

dos tenues líneas curvas, una superior y la otra inferior, tam bién denom inadas croia-
fite s (nom bre del m úsculo tem poral en griego), la prim era de las cuales corresponde
a la inserción de la aponeurosis del músculo tem poral y la otra, a la inserción de di­
cho músculo.
La cara interna, es cóncava y abollonada y destacan los surcos de la rama ante­
rior de la arteria m eníngea media, de cuyo ángulo anteroinferior sale el tronco princi­
pal de este vaso, que se dirige hacia arriba y atrás, dando lugar a la típica im agen de
Ja «hoja de higuera». D ebem os recordar que el abollon am iento de la cara interna del
hueso parietal es variable, pues la im pronta de las im presiones digitales se debe a la
presión que ejerce el cerebro en su fase de crecim iento. Estas im prontas no están pre­
sentes en el neonato, com ienzan a m ostrarse a partir de los 2 años durante la fase de
gran expansión encéfalo-craneal, y alcanzan su m áxim a intensidad alrededor de los
4-5 años, m arcándose bien hasta los 10 años, cuando com ienzan a atenuarse, desapa­
reciendo casi totalm ente en el adulto.
b) Bordes. Son dentados, el anterior bastante vertical y el inferior, curvado con
su concavidad inferior y su borde biselado.
c) Á ngulos. S e denom inan anterosuperior, anteroinferior, posterosuperior y
posteroinferior.
d) D iagnóstico de lado. C om o en todos los huesos pares hay que discernir a
qué lado corresponde, sea el derecho o el izquierdo- En general no es difícil, pero a las
personas poco expertas en anatom ía puede plantearles problem as, por ello darem os al­
gunas pautas que faciliten la determ inación del lado, basándonos en detalles anató­
micos. En prim er lugar se ha de colocar el hueso en posición4 y, concretándonos en
el hueso parietal, podem os basarlo en tres puntos: 1) la cara extem a es convexa y prác­
ticam ente lisa; 2) el borde inferior, a diferencia de los restantes, es biselado; 3) el surco
principal de la arteria m eníngea m edia, que nace en la cara interna en las proxim ida­
des del ángulo anteroinferior, se dirige hacia arriba y atrás y sus ramas principales di­
vergen entre sí y cada vez son más delgadas; 4) el orificio temporal es parasagital5 y
está m as próxim o al ángulo posterosuperior que al anterosuperior; 5) finalm ente cabe
recordar que la sutura anterior para el hueso frontal es casi rectilínea.
e) El surco sagital. El seno venoso sagital, que se inicia en el hueso frontal y
finaliza en el endinión, suele dejar su im pronta sobre la sutura interparietal o sagital,
en form a de hem isnreo, que en ocasiones form a un surco com pleto que discurre en
uno de los dos huesos, pudiendo asociarse a crestas e incluso puede no dejar im pronta.

6) Temporales

H ueso par que suele dividirse en tres porciones: escam osa, tim pánica y petro-
m astoidea, sobre la base de su estructura fetal (fig, 2,22).

a) Escama. M ás o m enos circular, de borde biselado, es lisa y convexa p o r su


cara externa, de cuya porción inferior se desprende ía apófisis cigom ática que se di­
rige horizontal hacia delante y que, por delante del orificio auditivo externo, en su
borde inferior, muestra el tubérculo cigomático. La cara interna es cóncava y abollonada.
Por delante del conducto auditivo externo y debajo de la apófisis cigom ática, que
se articula con el m alar dando origen al cigom a o arco cigom ático, se encuentra la ca­
vidad glenoidea, articulándose con el cóndilo de la mandíbula.
b) A nillo tim pánico. C onstituye el conducto auditivo externo y finaliza en la
caja del tímpano.
c) A pófisis m astoides. Es más o m enos piram idal y está situada por detrás del
conducto auditivo externo, por debajo de la escam a occipital. Tiene una cara externa
convexa y otra interna, aplanada, que finaliza en el surco digástrico. Su interior está
repleto de celdas neum áticas que com unican con el oído medio.
d) Peñasco. Constituye la porción petrosa y tiene la forma de una pirámide de
base cuadrangular, en la que finaliza el conducto auditivo extem o (CAE). El vértice
de la pirámide se dirige adelante y adentro y sus cuatro caras son: dos endocraneales,

4. Colocar un hueso en posición consiste, estando en posición anatómica, en colocar dicho hueso como
si correspondiese ¡i nuestra persona. Cuando no se dispone de un hueso completo, sino sólo de un fragmento, el
diagnóstico se complica y en ocasiones puede ser imposible.
5. La situación de parasagital significa paralela a dicho plano.
F íg, 2.22. Hueso tem poral D, lado derecho. J) Cara externa: z, apófisis cigomática; pt con­
ducto auditivo externo (CAE); m, apófisis mastoides; e, apófisis estiloides, 2) Vista posterior:
a, conducto auditivo interno (CAI); m, apófisis mastoides. 3) Vista anterior: p, CAE; m, apófi­
sis mastoides; e, apófisis estiloides; k, orificio carotídeo. 4) Vista inferior: p, CAI; m, apófisis
mastoides; g, cavidad glenoidea; k, orificio carotídeo; z, apófisis cigomática. 5) Vista supe-
ríor: a, CAI; k, orificio carotídeo; z, apófisis cigomática. 6) Sección horizontal; v, conducto se­
micircular horizontal. 7) cara endocraneal; 7 ‘) Sección vertical: a, CAI; p, CAE; m, apófisis
mastoides, e, apófisis estiloides. 8) Sección que pasa por el conducto semicircular horizontal de
vestíbulo (v); c, cóclea. 9) Esquema del aparato cocleovestibular; i», vestíbulo; c, cóclea. 10) Sección
que pasa por los osículos del oído: T, tímpano; v, aparato vestibular; c, cóclea. 11) Huesecillos
del oído medio; a. martillo; b, yunque; c, estribo; d y e, dos visiones de la articulación de los
tres huesos.

anterosuperior y posterosuperior, y dos exocraneales, anteroinferior y posteroinferior,


con lo que sus cuatro aristas son: anterior, posterior, superior e inferior. En la cara pos-
terosupcrior está el orificio del conducto auditivo interno (CAI) o poro acústico; en la
posteroinferior, el agujero carotídeo, que desemboca en el vértice; y la apófisis estiloides.
e) Interior del peñasco. En esta estructura están incluidos órganos muy im ­
portantes: en el oído interno, el aparato vestibular que controla la equilibración (con­
ductos sem icirculares) y el aparato coclear (caracol) que controla la audición; el oído
medio incluye el aparato de transm isión, alojado en la cavidad timpánica, y formado
por los huesecillos denom inados m artillo, yunque y estribo. También están incluidos
los nervios acústico (VIH p a r craneal) y facial (V II p a r craneal) y el conducto caro-
tídeo, por donde transcurre la arteria carótida interna.
f) D iagnóstico de lado. El peñasco siem pre m ira hacia el plano sagital, que­
dando la escarna tem poral, lisa en el exocráneo, por encim a del conducto auditivo ex­
terno y la apófisis cígom ática, dirigida h acia delante.

7) Huesos supernum erarios suturales o worm ianos

Fueron descritos por el danés Worm (1588-1654) como ossa suturarían y tienen
un claro predom inio a nivel de las suturas de la escama occipital. Se originan por pun­
tos de osificación independiente, siendo generalmente de pequeño tamaño (predominan
en los niños) y con tendencia a desaparecer en el transcurso de los años cuando las su­
turas craneales se sinostosan. En ocasiones pueden ser de gran tamaño (figs. 2.23 y 2.24),

Fig. 2.23. Huesos -wormianos occipitales, tomados de Eicksfedty ViUiers. La morfología más
frecuente es ¡a 1 y, aunque hay cierto discrepancia según los autores, la 8 correspondería al
hueso epactal (del griego ejtaxros, intercalado) o hueso de los incas. La } } forma un festón
de huesecillos y la 2 separa el paleoccipital del neoccipital.
F ig . 2.24.A. Huesos wormianos situados a nivel del lugar que ocuparon las fontanelas:
1, bregmáíica; 3, ptérica; 5, lambdoidea; 8, astát ica; 9, obélica; 10, metópica. B. Huesos su­
pernumerarios según Ranke. Entre éstos, cabe destacar el del cráneo 6. que presenta un
hueso intercalado parieto-temporal. Este autor destaca la separación entre los huesos super­
numerarios en la edad fetal (7-S-9).
2.6.1.2. El esplacnocráneo

La cava o esplacnocráneo está constituida por catorce huesos: dos im pares (v<5-
mer y m andíbula) y los restantes, pares.

C u ad ro 2.2. Huesos del esplacnocráneo.

MAXILAR MAXILAR

CONCHA CONCHA

NASAL tr NASAL
tu
5
UNGUIS -O UNGUIS
>
MALAR MALAR

PALATINO PALATINO

MANDIBULA

1) La m axila

H ueso par m ás o m enos cuadrangular, en el que se consideran dos caras, de las


que se desprenden tres apófisis (fig. 2.25-1 a 5).

a) Cara externa. Junto al reborde alveolar se aprecia el relieve de las raíces


dentales y p o r encim a de la del canino se encuentra una depresión, m ás o m enos
profunda, que se conoce con el nom bre de fo s a canina, con el agujero suborbitario
situado en su parte alta ya en la raíz de la apófisis piram idal, estructura que ocupa
casi toda la cara lateral. L a apófisis piram idal tiene una base perforada por el m eato
del seno m axilar que ocupa dicha apófisis, su vértice es irregular y se articula con el
m alar; su cara superior es lisa y form a parte del suelo de la órbita; su cara posterior
es convexa y form a parte de la fo s a cigom ática; su cara anterior com prende la fo sa
canina. En la línea m edia se aprecia la hem iespina nasal — en ocasiones con la /o -
sita prenasal situada p o r encim a— que continúa form ando el contorno nasal (esco­
tadura nasal) y que finaliza en la apófisis m axila ascendente, que parte del ángulo
superointerno y form a la m ayor parte del contorno de la fosa nasal y del borde de la
órbita.
b) Cara interna. En ella cabe destacar la apófisis palatina, que forma los dos
tercios anteriores del paladar (su cara superior corresponde al suelo de la fosa nasal y
la inferior al techo de la boca o paladar), el orificio del seno maxilar o antro de Highmoro,
el conducto m axilar o lagrim al, el conducto palatino anterior o incisivo, y el borde
de la arcada alveolar.
La unión de ambos m axilares superiores da origen a la m axila ,6 que constituye
la pieza fundam ental del m acizo facial.

6, En tos libros de anatomía y otros textos se habla indistintamente de mandíbula superior o inferior o de
maxilar superior e inferior; pero, desde lince unos años, se ha consensuado denominar maxila a la parte superior
del aparato maslicndor y reservar c! nombre de mandíbula para el inferior.
Fig. 2.25. El hetniesplacnocráneo superior derecho situado «en posición» (1 a 5). 1) Maxilar
superior derecho visto de frente (I); a,-apófisis orbitaria; b. apófisis piramidal; c, fosa canina
con el orificio infraorbitario. 2) Idem, vista lateral de su cara externa: b, verdee de la apófi­
sis piramidal. 2') Idem, en que se ha resecado el vértice de la apófisis piramidal, con lo que
se visualiza el interior del seno maxilar (se), 3) ídem, visto por su cara inferior o palatina.
4) Idem, visto por su cara superior u orbito-nasai 5) Idem, visto por su cara interna; H, me­
ato del seno maxilar o antro de Higmoro. 6) Hueso palatino, visto por su cara interna. 6 ‘) ídem,
visto por su cara posterior, que junto con el del otro lado forman la porción posterior del velo
palatino. 7) Huesos nasales, por su cara externa o frontal (A); por su cara posterior (P): de
lado (L). 8) Vómer. 9) Malar, visto por su cara interna (l)y por su cara externa (B). JO) Cornete
mayor o inferior o concha: E, cara externa; I, cara interna; II) Unguis: E, cara externa; 1,
cara interna.
c) Seno m axilar. Es una cavidad am plia qpe ocupa la totalidad del cuerpo de]
m axilar correspondiente, que se com plem enta con el hueso cigomático. La pared de
la cavidad, que sigue la m orfología del cuerpo del hueso, es prácticam ente lisa,
d) D iagnóstico de lado. La hem iarcada dentaria es inferior y externa, con la
apófisis palatina dirigida a la línea media. El vértice de Ja apófisis piramidal es externo
y la apófisis m axilar ascendente se dirige hacia arriba. C uando el hueso está com ­
pleto no ofrece ninguna dificultad, pero sí cuando es un pequeño fragm ento. Si se con­
servan los dientes, explicados más adelante, son una notable ayuda.

2) Malar

a) Sinonim ia. También denom inado hueso cigom ático, yugal o póm ulo (fig,
2,25-9), es un hueso par de forma cuadrilátera, que en el individuo vivo constituye el
pómulo.
b) Caras. La externa es convexa y lisa y la interna es cóncava, formando parte
de las fosas tem poral y cigom ática.
c) Bordes. El anterosuperior o apófisis orbitaria form a el borde externo de la
órbita; el posterosuperior o cigomático form a parte de la arcada cigom ática o cigoma\
el borde posteroinferior es libre; y el anteroinferior se articula con la apófisis piram i­
dal del m axilar superior.
d) Ángulos. La unión de los bordes da lugar a cuatro ángulos: anterior, supe­
rior, inferior y posterior.
e) D iagnóstico de lado. No plantea problemas, pues basta situar la apófisis or­
bitaria arriba y en línea media.

3) Nasa)

Ilueso par que tiene la forma de media teja (fig. 2.25-7) y se articula con el del
otro lado form ando la raíz de la nariz. Por arriba se articula con el frontal y por su íado
externo con la apófisis ascendente del maxilar.

4) Lagrim al o unguis

Pequeño hueso situado entre la fosa nasal y la cara interna de la órbita (fig. 2.25-
11). En su cara interna u orbitaria tiene el canal lacrim onasal.

5) Palatino

Hueso que constituye la porción posterior de las fosas nasales y del velo del pa­
ladar (fig. 1.25-6 y 6 ’). C onsta de dos porciones, una horizontal y otra vertical que se
articula con la apófisis pterigoides del esfenoides. Por su borde anterior se articula con
el maxilar.

6) Cornete inferior o concha

H ueso par se m e ja n te a lo s co rn etes del etm o id es, p ero de m ayor tam año
(fig. 2.25-10). En su m orfología es curvado, con una cara interna libre debajo de la
cual se sitúa el m eato inferior, articulándose por su cara externa con el maxilar, oclu­
yendo parcialm ente la salida del seno m axilar.

7) V óm er

Hueso im par medio y simétrico que constituye la porción posteroiuferior del ta­
bique nasal, que es completado por la láinina vertical del etmoides (fig. 1.25-8). Presenta
dos cavas, derecha e izquierda, bastante cuadrangulares. D e sus bordes, el superoante-
rior se articula con la lám ina vertical del etm oides, el superoposterior se ensancha y
presenta un canal mediante el cual se engarza al pico del esfenoides, el anteroinferior se
articula con el velo del paladar en la línea media, y el posterior queda libre.

8) M andíbula

H ueso im par, m edio y sim étrico. Es el único independiente y móvil de la ca­


beza y se articula con las cavidades glenoideas de los tem porales constituyendo una
condiloartrosis (fig. 2.26). E ste hueso, dada su resistencia a los procesos tafonóm i-
cos, suele ser el vestigio del esqueleto que m ás resiste el paso del tiempo y es de gran
im portancia para los palcoantropólogos. Se divide en cuerpo y dos ramas ascenden­
tes, una a cada lado.

a) Cuerpo. Tiene form a de herradura con la concavidad m irando hacia atrás.


— Cara anterior o externa. En la línea media o sínfisis se encuentra la em i­
nencia del m entón (característica del hombre m oderno) y suelen encon­
trarse otras dos em inencias m enores, una a cada lado, denom inadas tu­
bércu lo s m en to n ia n o s, co n stitu y en d o las tres’em in encias el trígono
m entoniano. En ambos lados, algo por encim a de la m itad en altura del
cuerpo, en la vertical del segundo prem olar, se sitúa el agujero m ento­
niano. A am bos lados, com o continuación del borde anterior de la rama,
está la Unea oblicua externa.
— Cara posterior. En la línea m edia, con morfología muy variable, están
las apófisis gen i, en general dos superiores y dos inferiores. Entre los bor­
des anteriores de las ram as se extiende la línea oblicua interna o milo-
hioidea, y p o r debajo y al lado de la apófisis geni la fo s a sublingual con
\h fo sita digástrica en situación param edia.
— Borde superior, En él se encuentran los alvéolos dentarios y, detrás del
tercer m olar, el trígono retromolar.
— B orde inferior. E s redondeado y obtuso en la Unea m edia, a nivel de la
sínfisís, y presenta una escotadura poco acusada.
b) Ram as. D erecha e izquierda; son rectangulares y se dirigen oblicuam ente
d e abajo arriba y d e delante atrás.
— Cara externa. Es bastante lisa, con algunas rugosidades más o menos
m arcadas en su porción inferoposterior. En esta cara se inserta el m úsculo
masetero.
— Cara- interna. En ella se encuentra el orificio del conducto dentario, y
por delante y debajo de éste la espina de Spix, en donde se inicia el ca­
nal m ilohioideo que se dirige hacia la fosa submaxilar.
F ig . 2.26. Mandíbula; /, m ía de frente; II, oblicua desde arriba; 1Il,tvista por encima; IV, obli­
cua desde abajo; V, desde abajo, algo inclinada; Ví, de lado; VII, vista desde abajo; VIH, vista
desde atrás. 1, cuerpo; 2, borde alveolar externo; 3, arcada dental; 4, apófisis coronoides;
5, borde posterior de la rama; 6, cóndilo; 7, agujero mentoniano; 8, línea oblicua externa;
9, tubérculo mentoniano o mentón (por su centro pasa la sínfisis mentoniana); JO, tubérculo
paramentoniano (junto con el del lado opuesto y el mentón forma el trígono mentoniano);
II, borde inferior; 12, orificio del conducto dentario y espina de Spix; 13, canal milohioideo;
14, escotadura sigmoidea; 15, borde alveolar interno; 16, trígono retromolar; 17, apófisis geni;
18, fosa stlbmaxilar; 19, escotadura submentoniana; 20, á n g u l o gonial o g o n t a c o ; 21, f o s a
s u b li n g u a l ; 22, fosa digástrica.
— Bordes. El an terior es cóncavo y el p o ste rio r tiene form a de «S» itálica.
El su p e rio r está curvado con la concavidad superior y se denom ina e s­
co ta d u ra sig m o id ea , que en su ángulo anterior form a la apófisis coro-
noideSy donde se inserta el mtisculo tem poral, y eí posterior finaliza en el
cón dilo de la mandíbula. El borde inferior se continúa con el cuerpo y
en su unión constituye el gonión o ángulo de la m andíbula, cuya aper­
tura oscila alrededor de los 12Q°-130o, siendo m ás obtuso en el recién
nacido y en el anciano (en am bos casos, a causa de la edentación), en
que suele sobrepasar los 130°. El gonión con Frecuencia, sobre todo en los
varón es,, esta algo e vertido.

2.6.1.3. Cabezo ósea

El neurocráneo constituye un esferoide en el que se distingue una bóveda y una


base. P or su parte la cara adopta una m orfología de prism a triangular (fig. 2.14) con
una serie de cavidades que dejan paso al tubo digestivo, aparato respiratorio y a algu­
nos órganos de los sentidos (vísta, olfato, gusto y oído) (fig, 2.27 y 2.28). U na serie
de regiones son com unes al cráneo y la cara; órbitas, fosas nasales, fosas ptevigoi-
deas, fosas cigom áticas, fosas pterigom axilares y bóveda palatina.

Fig. 2,21. El cráneo, sin lo mandíbula, visto por sus seis caras: A, superior; B, anterior; C, la­
teral izquierda (la derecho queda oculta, pero es similar a ésta); D, posterior; E, inferior.
Fie. 2.28. Principales huesos visibles del cxocráneo; F, frontal; P, parietal; N, nasales; M, ma­
xilar; Z, cigomático; MD, mandíbula; L, lagrimal; E, etmoides; ES, esfenoides; T, temporal;
0, occipital.

1) Bóveda

D e morfología esferoide, con el eje mayor nnteroposterior, queda delim itada por
un plano horizontal cuyo centro pasa por las em inencias frontales y el inión (fig. 2,29
y 2.31).

a) Cara externa. Es lisa, con las em inencias frontales y parietales, resultando


visibles las suturas coronal o frontoparietal, la sagital o interparietal y la lam bdoidea
o parieto-occipital. En la región obélica suelen encontrarse los orificios parietales.
b) Cara interna. Se ve la cresta sagital del frontal, que se continúa con el surco
sagital, a cuyos lados, sobre todo a nivel de los parietales en los individuos adultos y
seniles, se ven las cavidades de Pacchioni. Las líneas de sutura y los orificios parie­
tales suelen ser visibles. Los surcos de las arterias m eníngeas m edias resultan bien
visibles, constituyendo la denom inada hoja de higuera de los anatom istas clásicos.

2) Base del cráneo (fig. 2.30a, 2.30b y 2.31)

a) Cara interna. Se divide en tres com partim entos o fosas que se denominan:
anterior, m edia y posterior.
— Fosa anterior. C onstituye el techo de las órbitas y de las fosas nasales.
En la línea media se encuentran: la cresta sagital frontal, el agujero ciego,
la apófisis crista galli y el canal óptico.
— Posa media. Queda separada de la anterior por el borde posterior de las
alas menores del esfenoides y el canal óptico; y de la fo sa posterior por
FlG. 2.29. Bóveda craneal (izquierda, exocraneal, y derecha, endocraneal): N, nasales;
F, hueso frontal; P, parietal; O, occipital. Exocráneo; 1, sutura coronal; 2, sutura sagital;
3, sutura lambdoidea; 4, orificio parietal. Endocráneo; 1, seno frontal; 2, cresta sagital fron­
tal; 3, surco sagital; 4, sutura coronal; 5, sutura sagital; 6, orificio parietal; 7, sutura lamb­
doidea; 8, cavidades de Pacchioni; 9, surco de la arteria meníngea media.

la arista superior de Jos peñascos temporales y Ja lám ina cuadrilátera del


esfenoides o caía posterior de la silla turca. En la línea m edia está la s i­
lla turca, form ada por la fo sa pituitaria y las cuatro apófisis clinoides. En
los lados, las fo s a s esfenotem porales, en las que se encuentra la depre­
sión de G asser y nueve orificios, que de delante atrás son: hendidura es-
fenoidal, agujero redondo mayor, agujero oval, conducto innom inado de
A rnold (inconstante), agujero de Vesalio, hiato de Falo pió, agujero re­
dondo m enor o espinoso, y agujero carotídeo.
— Fosa posterior.. P or su parte posterior queda lim itada por los canales
laterales. En la línea m edia está el canal basilar, el agujero occipital, la
cresta o ccipital interna (en ocasiones un surco o la denom inada fo sa
ver'miana [Campillo, 1998]) y la protuberancia occipital interna o endi-
nión.
En ambos lados se localizan las fo sa s cerebelosas, los canales petro­
sos superior e inferior, el canal lateral, eí conducto auditivo interno (CAI),
los agujero condüeos anterior y posterior, el agujero m astoideo y ei agu­
jero rasgado posterior.
b) Cara externa. Se divide en tres porciones o zonas mediante dos líneas que
pasan, la anterior por los dos tubérculos cigom áticos, y la posterior por las puntas de
ambas apófisis m astoides.
— Zona anterior. En la línea m edia se halla la espina nasal del frontal, la
lám ina vertical del etm oides y la cresta anterior del esfenoides {pico o
Fig. 2.30a. Cara interna de la base del cráneo, F, hueso frontal; ET, lámina cribosa del et­
moides; EF, esfenoides; T, temporal; O, occipital. 1, seno frontal; 2, cresta sagital del fron­
tal; 3, agujero ciego; 4, apófisis crista gaili; 5, agujero etmoidal; 6, lámina cribosa. 7, jugum
sphsenoidale; 5, ala menor del esfenoides; 9, tuberculnm sella*; Í0, canal óptico; 11, ala ma­
yor del esfenoides; 12, hendidura esfenoidal; 13, agujero redondo mayor; 14, silla turca;
15, apófisis clinoides anterior y 16, posterior; 17, agujero oval; 18, agujero redondo menor;
19, agujero rasgado posterior; 20, sincondrosis esfeno-occipital y, por delante, lámina cua­
drilátera; 21, agujero carotídeo; 22, canal basilar; 23, CAI; 24, orificio occipital (foramen
magnum); 25, arista superior del peñasco; 26, canal sigmoideo; 27, agujero condíleo poste­
rior; 28, agujero condíleo anterior; 29, surco seno marginal (inconstante); 30, surco sagital
inferior (inconstante);^ 31, cresta sagital mfrainiana; 32, fosa venniana (inconstante); 33, surco
lateral derecho y 34, lateral izquierdo; 35, endínión (en ocasiones sustituido por una fosa torcu-
lar); 36, surco sagital para el seno longitudinal superior,

7. La cresta sagital, el Slirco sagital o la fosa venutana pueden estar presentes y son normales, pero cada
cninco <icoge una de esras estructuras (Campillo, 1999).
1

Fíg. 2.30b. Cara externa de la base del cráneo y del esplacnocráneo. M, maxila; P , palatino;
Z, m a la r ; E , e s fe n o id e s ; V, v ó m e r ; T, t e m p o r a l; P Á , p a r ie t a l; F, f r o n t a l; O, o ccip ita l, 1, a r ­
cada dental; 2, conducto palatino anterior; 3, apófisis palatina; 4, sutura interpalatina; 5, ori­
ficio suborbitario; 6, conducto palatino posterior, 7, coana; 8, apófisis cigomática; 9, apófi­
sis cigomática; 10, cigoma; 11, hendidura esfenomaxilar; 12, agujero oval; 13, agujero redondo
menor; 14, sincondrosis esfeno-occipital; 15, agujero rasgado posterior; 16, tubérculo farín­
geo; 17, fosa navicular; 18, agujero condíleo anterior; 19, conducto carotídeo; 20, CAE;
21, apófisis estiloides; 22, agujero estilomastoideo; 23, fosa yugular; 24, foramen magnum,'
25, cóndilo occipital; 26, apófisis mastoides; 27, agujero condíleo posterior; 28, ranura di-
gñtstrica; 29, agujero mastoideo; 30, cavidad glenoidea del temporal; 31, cresta sagital occi­
pital externa; 32, línea curva occipital inferior y 33, ídem superior; 34, protuberancia occipi­
tal externa o inión.
rostrum). En arabos lados se distribuyen: l:i lámina c r i b o s a del etmoides
(bóveda de las fosas nasales), m asas laterales del etm oides, agujero óp­
tico, la hendidura esfenoidal y los agujeros del seno esfenoidal (figs. 2.31
y 2.33), (Esta zona en la cabeza ósea queda cubierta por la cara) (fig. 2.30).
— Zona media o yugular. En la línea m edía se encuentra la apófisis basi­
lar. A ambos lados se sitúan las apófisis pterigoides, los cóndilos del oc­
cipital, las apófisis mastoides, las apófisis estiloides, los conductos a udi­
tivos extem os (CAE), las cavidades glenoideas, los agujeros oval, redondo
m enor, rasgados anteriores y posteriores, )as fo sa s yugulares, los aguje­
ros carotídeos y los condüeos anteriores.
~ Zona posterior. Form ada por la escama occipital, el surco digástrico y
las apófisis mastoides.

Fig. 2,31. Sección sagital de cráneo, que permite apreciar mejor algunos detalles de su bó­
veda y base (todas las estructuras se ven por su cara medial). M, maxila; N, nasal; V, vómer;
ET, etmoides; E, esfenoides; F, frontal; PR, parietal; T, temporal; P, palatino; 0, occipital.
1, borde dental; 2, borde alveolar; 3, espina nasal; 4, borde de la fosa nasal; 5, glabela;
6, sutura coronal; 7, sutura lambdoidea; 8, protuberancia occipital externa o inión; 9, fora­
men magnum: con 9 \ su borde posterior; 9 ”, borde anterior y, entre los dos últimos, su
borde externo; 10, apófisis basilar; 11, apófisis esiiloides; 12, agujero condíleo anterior; 13, si-
lia turca; 14, apófisis clínoides posterior y 15, anterior; 16, seno esfenoidal; 17, apófisis
crista galli y lámina cribosa; 18, seno frontal; 19, lámina vertical del etmoides; 20, cóndilo oc­
cipital; 21, vértice de la apófisis mastoides; 22, cara posterosuperior del peñasco del tempo­
ral; 23, foramen jugularis; 24, CAI; 25, techo de la órbita; 26, arteria meníngea media y sus
ramas; 27, endinión.
3) Fosa temporal

Situada a ambos lados del cráneo, queda delim itada por la cresta lateral del fron­
tal, la línea curva parietal superior y el arco cigom ático (fig. 2.32-3), que incluye ei
hueso malar. Toda la fosa está ocupada en el individuo vivo por el músculo temporal.
Conviene destacar tres estructuras:

a) Pterióiv. en el feto estuvo situada a este nivel la fontanela ptérica. La región


está form ada por la confluencia de los huesos frontal, parietal, tem poral y la cara ex­
terna deJ ala m ayor del esfenoides. E sta estructura queda situada en la parte anterior
de la fosa.
b) Asterión: situado en el lím ite posterior de la fosa, en el feto está ocupado pol­
la fontanela astérica, punto en que confluyen el parietal, el tem poral y el occipital.

Jíurcnno CcupiH#

FiG. 2.32. 1, cavidad o rb ita r ia ; 2, fosa n a s a l; 3, f o s a temporal; 4, fosa pteriogotnaxilar; 5, f o s a


ptei'igoidea; 6, fosa pterigomaxilar; 7. cavidad palatina.
c) Cigoma o arco cigomático'. C onstituye el lím ite externo de la fosa y re­
sulta de la unión de las apófisis cigom áticas del tem poral y del malar.

4) Cavidad orbitaria

L as cavidades orbitarias u órbitas están form adas por huesos del neurocráneo y
de la cara y se sitúan a Jos lados de la fosa nasal (figs. 2.32 y 2.33). Su forma se com­
para a una pirám ide de base cuadrada y tiene, por lo tanto, un vértice, una base, cua­
tro lados o caras y cuatro aristas o ángulos diedros.

a) Vértice. Corresponde a la porción más interna de la hendidura esfenoidal


(fig. 2.33-6).

Fio, 2.33. La órbita. A, vista anterior; S, cara superior; 1F, cara inferior; E, cara externa;
1N, cara interna. 0, inserción de la polea del músculo oblicuo mayor; ), hueso frontal; 2, fo-
sita lagrimal; 3, etmoides; 4, esfenoides; 5, agujero orbitario; 6, hendidura esfenoidal (donde
marca la flecha en «Á» corresponde al vértice de la órbita); 7, malar; 8, maxilar; 9, canal su-
borbitario: 10, seno maxilar; í l , hueso nasal; 12, fosa nasal; 13, huesa palatino; ¡4, agujero
supraorbitorio; 15, fosa pterigomaxilnr; Jó, conducto suborbitarío; 17, canal lagrimal; 18, glct-
bela.
b) Base. La base es un plano im aginario que está delim itado por los bordes de
la órbita, que forman un cuadrilátero de bordes más o m enos curvados y romos, siendo
de destacar en el superior la presencia de una escotadura o de un orificio supraorbita­
ñ o. En el inferior se encuentra el conducto suborbitario, algo por debajo del borde
(fig. 2,33-9).
c) L as cuatro p aredes.
—- Su p erio r: form ada por el frontal y el ala m enor del esfenoides. En la
parte interna, por detrás de la escotadura orbitaria, hay una pequeña em i­
nencia (excepcionalm ente, un orificio) para la inserción de la polea del
m úsculo oblicuo mayor. En las proxim idades del ángulo superoextem o,
cerca del borde orbitario, se localiza la fosita lagrimal.
— Inferior: form ada por el m alar, la pared superior de la pirám ide del
m axilar (debajo se encuentra el seno frontal) y la faceta orbitaria del pa­
latino. En ella se encuentra el canal suborbitario.
— Externa: es lisa y está form ada por el malar, el ala m ayor del esfenoi­
des y el frontal
— Interna: form ada por la apófisis ascendente del maxilar, unguis, cara or­
bitaria de la m asa lateral del etmoides, también denom inada «hueso plano
del etm oides» y el cuerpo del esfenoides.
d) Los cuatro ángulos.
— Superoextem o: sin nada que destacar.
— Superoinierno: con la sutura frontotm oidal, los conductos etm oidales u
orbitarios internos y el agujero óptico.
—; Inferoexterno; sin nada que destacar.
— I)\feroíntemo: sin nada que destacar.

5) Fosas nasales

Constituyen dos am plios y largos corredores (derecho e izquierdo) aplanados


de fuera adentro en situación parasagital, en los que cabe considerar cuatro paredes y
dos oberturas (figs. 2.32 y 2.34).

a) Paredes
— S u p erio r : está constituida por un canal estrecho y curvado, de concavidad
inferior, form ado por el hueso nasal, la espina del frontal, la lám ina cri­
bosa del etm oides y el cueipo del esfenoides.
— Inferior: conocida com o suelo, está form ada por las apófisis palatinas del
maxilar y del palatino y en ella se encuentra el conducto palatino anterior.
— E xtem a: la form an seis huesos: el maxilar, unguis, etm oides, com ete in­
ferior, esfenoides y palatino. En ella hay que destacar las siguientes es­
tructuras: tres com etes (superior y m edio, que forman parte del etmoides)
e inferior y tres meatos: superior, medio e inferior; orificios del seno fron­
tal, del esfenoidal y de las celdillas etm oidales (senos etm oidales), agu­
jero esfenopalatino y el orificio inferior del conducto lacrim al que co­
m unica con la órbita.
— Interna: constituye el tabique nasal y está form ado por la lámina venical
del etm oides en su porción superior y por el vóm er en la inferior.
b) A b e rtu ra s.
— Anterior: es carmín a las dos fosas y su silueta es periform e o en forma
de un corazón de naipes invertido. Está situado en la línea m edia y en su
borde inferior está la espina nasal.
— Posteriores o coanas: en posición oblicua de arriba abajo y de delante
atrás, son m ás o menos cuadriláteras, de ángulos rom os y están form adas
por el cuerpo del esfenoides y sus apófisis pterigoides, los palatinos y ei
vómer.
j
6) Fosas cigom áticas

Situadas a ambos lados de la cabeza, quedan alojadas bajo el ajeo cigom ático.
Están constituidas, po r delante, por el m alar o hueso cigom ático y la m axila; por
fuera por el arco cigom ático; y por debajo, y adentro, por la apófisis pterigoides y el
temporal (fig. 2.32-4).

7) Fosas pterigom axilares

Son pequeñas fosas situadas a am bos lados en el fondo de las precedentes y


formadas, como su nom bre indica, por la conjunción de la apófisis pterigoidea del es­
fenoides y la cara posterior de la m axila (fig. 2.32-6).

8) Fosas pterigoideas

E stán form adas, a am bos lados de la base externa del cráneo, p o r la región
constituida por la cavidad posterior que delim ita el diedro form ado por la apófisis
pterigoides del esfenoides (fig. 2.32-5).

9) Bóveda palatina

En general tiene forma de herradura con las puntas abiertas y concavidad pos­
terior, siend o sus bord es la arcada d en tal y el b o rd e in fe rio r de las co an as (fig,
2.32-7). Puede ser m ás o menos profunda, de techo plano u ojival y está form ada
por las apófisis palatinas de la m axila y las apófisis pterigoides de los palatinos. En
la línea m edia, por detrás de los incisivos, se encuentra el orificio palatino anterior,
que com unica con los dos orificios palatinos anteriores del suelo de las fosas nasa­
les y, a los lados, en situación posterior, con los conductos p alatinos p osteriores
(fig. 2.34-BP).

2.6.1.4. C avidades pneum áticas del cráneo

En número de cuatro pares se denominan; senos frontales (figs. 2.17 y 2.35-F),


etm oidales (conjunto de celdas etm oidales), esfenoidales y m axilares (fig. 2.35). A
éstos se han de sum ar las celdas m astoideas y las celdillas de la concha del tem po­
ral (fig. 2.35-T).
Los senos tienen en com ún varias particularidades; a) no existen al nacer y se
desarrollan durante la infancia, para alcanzar su máximo desarrollo en el adulto; b) son
Fm. 2.54. Fosas nasales. A, vista frontal; IF, suelo; E, pared externa; IN, cara interna; S, cara
superior; S \ porción medial de ¡afosa craneal anterior; TM, corte transversal medio. BP, vista
posterior. 1, maxilar; 2, fosa nasal; 3, nasal; 4, vómer; 6, etmoides; 7, cornete inferior; 8, es­
fenoides; 9, glabela; 10, palatino; 11, conducto palatino posterior; 12, coana; 13, conducto
palatino anterior; 14 y 14', lámina cribosa; 15, seno maxilar; 16, seno esfenoidal; 17, seno
frontal.

de m orfología y tam año variable y en ocasiones pueden estar ausentes; c) ei\ su ex­
pansión, a veces, pueden sobrepasar los lím ites del hueso que les da origen; d) lodos
desem bocan en las fosas nasales (fig. 2.35-F, E y W).
Las celdas m astoideas tienen un com portam iento sim ilar a los senos, pero están
en com unicación con las cavidades del oído medio (fig. 2.35-M ).
F, senos frontales (f) y maxilares (in). E, senos esfenoidales. M, celdas mastoideas:
F ig . 2 .3 5 .
I, mastoides muy neumatizada; 2, poco; 3, intermedia, y 4, ebúrnea (sin celdillas). T, celdillas
de la escama tem poral—}. H/: 1, seno frontal; 2, seno maxilar; 3, seno etmoidal; 4, seno esfe­
noidal; 5, celdas mastoideas.

2.6.2. L a colum na vertebral v el tórax

2.6.2.1. H ueso hioidas

El hueso hioides no forma parte de la colum na vertebral ni del tórax, pero por
estar situado en la región cervical anterior lo incluim os en esta región. Es un hueso
Fio. 2.36. Hueso Ilia idas vista por su cara anterior. 1j cuerpo; 2) astas mayores; 3) astas me­
nores.

im par y simétrico, el único que no está unido al resto del esqueleto,8 que asim ism o en
las personas seniles puede coincidir con el cartílago tiroides, parcial o totalm ente osi­
ficado y, con m en o r frecu en cia, con la del cartílago cricoides (véase capítulo 4).
T iene un carácter atrófico y forma parte del aparato traqueofaríngeo. C onsta de un
cuerpo y cuatro astas posteriores, dos mayores y dos menores (fig. 2.36).

2.6.2.2. Las vértebras

L a columna vertebral, columna raquídea o raquis está constituida por la super­


posición de una serie de huesos cortos denom inados vértebras que son im pares y si­
m étricos y se divide en cinco sectores: cervical, form ado por 7 vértebras; dorsal o to­
rácico, form ado p o r 12 vértebras; lumbar, formado por 5 vértebras; el sacro, formado
por la fusión de 5 vértebras, y el coxis, form ado por 4 o 5 vértebras atróficas.

1) Características com unes a todas las vértebras

En las vértebras se distinguen siete partes; 1) cuerpo; 2) agujero vertebral; 3) apó­


fisis espinosa; 4) dos apófisis transversas; 5) cuatro apófisis articulares; 6) dos lám i­
nas; 7) dos pedículos (fig. 2.37).

a) C uerpo. Im par, medio y sim étrico, está situado en la parte anterior, tiene
una form a más o m enos cilindrica, con dos caras, una superior y la otra inferior y una
circunferencia que las une. Las caras, paralelas entre sí y horizontales, quedan en­
m arcadas por un engrosam iento o anillo y su superficie plana está recubierta por pe­
queños orificios. La circunferencia es cóncava en sentido externo.
b) Orificio raquídeo. Tiene form a triangular con bordes redondeados.

8. En muelios mamíferos, el aparato estiioliioitleo, como ocurre enire los equinos, es óseo y en ta esp e­
cie humana, en algunos casos, los ligamentos que unen la apófisis estiloides con el hioides está formada por una
cadena de huesecillos y constituiría un caso de atavismo (Campillo, 2001; Testul-LatarjcL, 1947, y Ollivier, 1923).
Estos pequeños huesos pueden ser confundidos con otros de la inicrofauna.
Fig. 2.37. Esquema de las partes que componen una vértebra: }) cuerpo y su cara superior;
V) circunferencia del cuerpo; 2) pedículos; 3) apófisis transversas; 4) apófisis articulares:
(n) superiores, cuyas caras se dirigen hacia atrás, y (a ‘) inferiores, dirigidas hacia delante;
5) láminas, 6) apófisis espinosa; 7) orificio raquídeo. Las estructuras situadas detrás de los
pedículos constituyen el nrco vevlebral posterior.

c) A pófisis transversas. Pares, derecha e izquierda, se une» al cuerpo o la zona


de conjunción del pedículo con la lámina.
d) A pófisis espinosa. Im par m edia y sim étrica, aplanada, dirigida hacia atrás,
tiene dos caras laterales, un borde superior y otro inferior, una base de im plantación
y un vértice.
e) Apófisis articulares. Pares, dos superiores y dos inferiores (derechas e iz­
quierdas), tienen una cara articular que mira hacia atrás en las superiores y adelante
en las inferiores y sirven para articularse con su hom óloga superior o inferior de la
vértebra que la precede y de la que sigue.
f) Láminas. Pares, más o m enos c u a d ra n g la re s, se unen entre sí en la línea
m edia con la apófisis espinosa y en su porción externa lo hacen con el pedículo y la
apófisis transversa, derecha o izquierda. Son verticales, algo inclinadas de arriba abajo
y de adentro afuera.
g) Pedículos. Pares, se unen al cuerpo y a la apófisis transversa y sus bordes
son cóncavos.
El conjunto formado por las apófisis transversas y articulares, las lám inas y la
apófisis espinosa se conoce com o arco posterior de la vértebra.

2) C aracterísticas propias de cada sector

Hay cinco sectores: cervical, dorsal o torácico, lumbar, sacro y coccídeo.

a) Vértebras cervicales. El cuerpo presenta un diám etro transverso mucho m a­


yor que el anteroposterior, con la circunferencia convexa e inclinada hacia abajo y ade­
lante. En su cara superior, a ambos lados, se sitúan los ganchos o apófisis sem iluna­
res. El agujero es triangular de base anterior. Las apófisis transversas se sitúan a los
lados del cuerpo y están perforadas por el orificio transverso. Las apófisis espinosas
son bíñdas (fig. 2.38).
Fjg. 2.38. Vértebra cervical. 1, cuerpo; 2, apófisis transversa; 3, lámina; 4, apófisis articu­
lares; 5, apófisis espinosa; 6, orificio transverso; 7, agujera vertebral,

b) Vértebras dorsales o torácicas. Su cuerpo es más circular y, junto al pe­


dículo presentan a cacla lado dos carillas articulares, superior e inferior, para la costi­
lla correspondiente. El agujero vertebral es circular y relativam ente poco amplio. La
apófisis espinosa, de sección triangular, es larga y dirigida hacia abajo. En la cara an­
terior de las apófisis transversas se encuentra una carilla articular para la tuberosidad
de la costilla (fig. 2,39).
c) Vértebras lumbares. Su cuerpo es muy volum inoso, con el agujero raquí­
deo triangular, las apófisis transversas o costiform es muy desarrolladas, las apófisis
articulares casi verticales, las lám inas cuadriláteras y la apófisis espinosa grande, rec­
tangular y horizontal (fig. 2.40).

Fio. 2.39. Vértebra dorsal: 1, cuerpo; 2, carillas para las costillas; 3, agujero vertebral;
4, apófisis transversa; 5, apófisis articulares; 6. apófisis espinosa; 7, pedículo.
F ig . 2 .4 0 . Vértebra lumbar: i , cuerpo; 2, agujero vertebral; 3, pedículo; 4, apófisis trans­
versa; 5, lámina; 6, apófisis espinosa; 7, apófisis articular.

d) Sacras y coccígeas. C om o se fusionan antes de llegar a la edad adulta, las


describirem os com o dos huesos independientes, el sacro y el cóccix,
e) Regla práctica: si una vértebra tiene un agujero transverso, es cervical; si
tiene carillas articulares para las costillas, es dorsal, y si carece de esos atributos y es
volum inosa, es lumbar. Los errores se pueden com eter con las vértebras próxim as al
cambio de sector, sobre todo las últim as dorsales y la prim era lumbar.

3) C aracteres propios de algunas vértebras

a) Prim era vértebra cervical o atlas (fig. 2.41). E stá constituida por dos m a­
sas laterales (derecha e izquierda) y dos arcos (uno anterior y otro postenor).
— M asas laterales. D erecha e izquierda. La cara superior es articular, se de­
nom ina cavidad glenoidea y se articula con su correspondiente cóndilo
del hueso occipital. La cara inferior es articular para la segunda vértebra
cervical o axis. D e la cara externa nacen las apófisis transversas, que tam ­
bién tienen un orificio transverso.
— A rco anterior. En el centro de su cara anterior presenta un tubérculo y
en la posterior una carilla articular para la apófisis odontoides del axis.
— Arco posterior. En el centro de su cara posterior está el tubérculo poste­
rior, que es un vestigio rudim entario de la apófisis espinosa.
b) Segunda vértebra cervica l o axis. Su m orfo lo g ía es m uy típica, p o r la
presencia de un tubércu lo en la cara su p erio r de su cu erp o que se co n o ce con el
nombre de apófisis odontoides o diente del axis (fig. 2.42) y que en em briología co­
rresponde al cuerpo del atlas. F ijad a en tre el arco anterior del atlas y el ligam ento
transverso (figs. 2,42 y 2.43) p erm ite los m ovim ientos de rotación de la cabeza.
A unque la colum na vertebral perm ite los movim ientos de flexión, extensión, ia-
teralización y rotación de form a un tanto lim itada según los sectores, la gran molili-
FfO. 2.41. Atlas. I) Vista inferior: }, arco anterior con su tubérculo y la carilla articular para
la apófisis odontoides del axis; 2, arco posterior con su tubérculo posterior; 3, apófisis trans­
versa; 4, orificio transverso; 5, carilla articular para el axis; 6, agujero vertebral; 0, apófisis
odontoides del axis y el ligamento transverso que la sujela. S) Vista superior: ídem, excepto el
5, que corresponde a su cavidad glenoidea, que se articula con el cóndilo occipital j' permite
los movimientos de flexión y de extensión de la cabeza (en algunos casos esta cavidad está di­
vidida por un surco transversal), C) Vista anterior; ídem.

F ig . 2 .4 2 . /Lyí'.v (izquierda, vista anterior, y derecha, posterior), i, apófisis odontoides v su


carilla articular para el arco anterior del alian; / carilla articular para el ligamento trans­
verso; 2, carilla articular para la inferior del atlas; 3, cuerpo; 4, carilla anicular para C3;
5, apófisis espinosa; 6, lámina.
Fig. 2.43. A la izquierda, sección ele la articulación ailoidoaxoidea: A, atlas; AX, axis; b, li­
gamento transverso; 5, carilla articular; T, apófisis transversa; 6, carilla articular para C3.
A la derecha, articulación occipitoaxoidea (se han suprimido los ligamentos); 1, borde del ori­
ficio occipital; 2, espacio entre el occipital y el atlas; 3, cóndilo occipital; 4, arco anterior del
atlas; 5, apófisis odondoides; 6, tubérculo posterior del atlas; 7, cuerpo del axis; 8, orificio
transverso del atlas; 9, agujero vertebral del axis; 10, apófisis espinosa del axis; 11, carilla
articular para C3.

dad de la cabeza depende fundam entalm ente de las articulaciones del hueso occipital
con el atlas y de ésta con e! axis (fig. 2.43).
c) Séptima vértebra cervical o prominente. Se caracteriza por una gran apófi­
sis espinosa que hace un resalte en la base de] cuello y que no es bífida.
d) Sacro, Se considera com o un hueso independiente en e] adulto, pues resulta
de ]n sinostosis de las cinco vértebras sacras, que en ocasiones pueden ser sólo cuatro
y otras veces seis. Su forma es piram idal, de base superior cuadrada, que se articula
con la quinta vertebra lum bar y un vértice inferior truncado, que se articula con e) cóc­
cix (fig. 2.44). Las cuatro caras son: anterior, posterior y laterales, articulándose éstas
con los huesos coxales para constituir la pelvis.
— Cara anterior. Es cóncava, constituyendo el prom ontorio en su borde
superior. En la línea m edia se aprecia una colum na, que corresponde si Jos
cuerpos vertebrales, y a ambos lados cuatro orificios param edios deno­
minados orificios sacros anteriores.
— Caro posterior. Es convexa, presenta una cresta m edia, que equivale a
las apófisis espinosas vertebrales y, a cada lado, los canales sacros, los
tubérculos sacros pos tero externos, ]os agujeros sacros posteriores y los tu­
bérculos sacros posteroextemos.
— Caras laterales. U na a cada lado; en ellas se conform a la carilla a r­
ticular, denom inada auricular para su hom ologa en el coxal.
— Base. Form ada por una carilla de cuerpo vertebral que se articula con la
últim a lumbar, detrás del orificio triangular del conducto sacro, y con las
apófisis articulares o alas sacras a ambos lados.
— Vértice. Form ado por una carilla elíptica detrás de la cual está el canal
o conducto sacro.
Fig. 2.44. Sacro: A) cara anterior; P) cara posterior; L) cara lateial izquierda; S) cara su­
perior o base. C) Cóccix.

— Conducto sacro. Es la continuación del conducto raquídeo y medíanle


unos conductos laterales se com unica con los agujeros anteriores y pos­
teriores.
e) Cóccix. Está form ado por cuatro o cinco vértebras atróficas y constituye un
residuo del rabo de ios vertebrados. Tiene forma piram idal, con la base en posición
superior para articularse con el vértice del sacro, y tiene en sus bordes dos astas y dos
rudim entarias apófisis transversas (fig. 2.44).

N om enclatura abreviada

Las vértebras se designan con el nom bre del sector a que corresponden seguido
de un número ordinal, yendo de arriba hacia abajo. Para abreviar, el nom bre se susti­
tuye por la letra m ayúscula de su inicial y así las cervicales se designan con una C,
las dorsales o torácicas con un D o T, las lum bares con una L y las sacras con una S.
Ejemplos;

Cí DI 0 TI Ll SI
C2 D2 0 T2 L2 S2

C7 L5 S5
3) La colum na vertebral com o conjunto

E stá form ada por 7 vertebras cervicales, 12 dorsales, 5 lum bares, el sacro y el
cóccix y está perforada en su totalidad por el conducto raquídeo (fig. 2.45). Las dis­
tintas vértebras, excepto el atlas y axis, están unidas p o r los discos intervertebrales
(fig. 2.46). L os discos intervertebrales son estructuras fibrocartilaginosas que se ad­
hieren íntimamente a las caras de los cuerpos vertebrales y constituyen una especie
de estuche en cuyo interior se encuentra una estructura m ás blanda y m aleable, que
se conoce com o el núcleo pulposo y que perm ite la m otiiídad de esta típica anfiar-
trosis.
Su situación es vertical, pero tiene curvaturas en sentido anteroposterior; cuatro
en total: 1) curvatura cervical de concavidad posterior (lordosis)', 2) dorsal de conca­
vidad anterior (cifosis)', 3) lordosis lum bar y (4) cifosis sacroccígea.

Fio. 2.45, 1) Sección de. la columna vertebral que perm ite apreciar su articulación con el
occipital y visualizar cómo el íj-oíi«> cerebral continúa con la médula espinal y finaliza a ni­
vel de L.I, dando origen al fihmi terminale y a la cola de caballo ('cauda equina). 2) Vista por
su lado derecho. 3J Vista por su cara anterior. 4) Vista p o r su cara posterior. Cwvcituras: lor,
lordosis; c if cifosis. Sectores: C, ceivicaí; D, dorsal; L, lumbar; S, sacro; CO, cóccix.
Fig. 2.46. Ejemplo de una anftartrosis de la columna vertebral con el disco intetvertebral ( —)).
Rollada, cápsula ftbracartilaginosa con el núcleo pulposo en su interior.

2 .6.23, Tórax

El tórax está form ado por el sector dorsal de la colum na vertebral, ya descrito,
los doce pares de costillas que se articulan con sus vértebras y el esternón, con el
que se unen m edíante los denom inados cartílagos costales en las diez prim eras cos­
tillas. D e la prim era a la séptim a, y a veces la octava, lo hacen de form a indepen­
diente y por ello se denom inan costillas verdaderas, m ientras que de la octava a la
décim a su cartílago es com ún y se denom inan fa lsa s costillas. Las dos últim as, un­
décim a y duodécim a, no se articulan con el esternón y se denom inan costillas f l o ­
tantes. La estructura osteocartilaginosa del tórax forma la denom inada ja u la torácica
(figs. 2.47 y 2.48).

El tórax visto de frente (izquierda) y por su caro posterior (derecha): E, esternón;


F ig . 2 .4 7 .
D12, duodécimo vértebra dorsal.
Fio. 2.48. Arriba, el vértice del tórax: C, clavícula; V, vértice; ], c 2, c2; CR, conducto ra­
quídeo; T, esternón; 3, c}. Abajo, vista lateral del tórax.

1) Costillas (fig. 2.49)

a) Caracteres generales de las costillas. Son huesos planos, curvados en arco,


que van de la columna dorsal al esternón e im plantándose de forma oblicua hacia abajo.
El cuerpo presenta dos caras, una externa convexa y otra interna cóncava con el
borde superior obtuso y el inferior acanalado. La extremidad posterior (medial) tiene
una cabeza que se articula con el cuerpo de dos vértebras contiguas, excepto la pri­
mera, la undécima y la duodécim a, que lo hacen con una sola vértebra, respectivamente
con D I, D ll y D J2. Tras la cabeza hay una estrangulación o cuello y una tuberosi­
dad que se articula con la apófisis transversa correspondiente. La extremidad anterior
finaliza en un pequeño abultam iento con una carilla elíptica, que se articula con el car­
tílago costal.
b) Primera costilla. Tiene una cara superior y otra inferior y, en la primera,
bordeado por dos pequeños canales vasculares, se encuentra el tubérculo de Lisfranc,
lugar donde se inserta el m úsculo escaleno anterior.
c) Segunda costilla. Es de m ayor tam año que la prim era y m uestra una m or­
fología intermedia entre aquélla y la tercera.
k

Fig. 2.49. Costillas del lado derecho. Arriba, la primera costilla; en medio; la segunda, y
abajo, una costilla de la porción medial del tórax (6.a). c, cabeza; q, cuello; t, tubérculo; k,
cuerpo; a, carilla articular para el cartílago costal; tL, tubérculo de Lisfranc.

2) Esternón

Es un hueso impar, m edio y sim étrico, cuyo nombre en griego significa pecho.
Se suele com parar con una espada de gladiador, por lo que se divide en tres porcio­
nes: puño o m anubrio, cuerpo u hoja y punta o apéndice xifoides (figs. 2.47 y 2.50).

a) La extremidad superiores la porción más ancha. En su borde superior se apre­


cia una escotadura (horquilla) y a ambos lados las escotaduras, donde.se articulan las
clavículas y las prim eras costillas (fig. 2.48).
b) La porción media muestra una cara anterior que es lisa y convexa, surcada
por líneas transversales, vestigio de las esternovértebras fetales. La cara posterior, algo
cóncava, m uestra líneas sim ilares a la cara anterior. E n sus bordes hay una serie cíe
escotaduras articulares para las siete prim eras costillas y, entre éstas, unas escotadu­
ras no articulares.
c) Su extrem o inferior constituye el apéndice xifoides, de morfología muy va­
riada y que con frecuencia tiene una perforación en su centro.
FlC. 2,50. Esternón: M, mango con sus carillas articulares para la clavícula y la 1.a costi­
lla; H, hoja o cuerpo con las carillas aniculares de la 2." a la 7.a costilla; X, apéndice xifoides.

2.6.3. E x t r e m id a d e s s u p e r io r e s o m ie m b r o s t o r á c ic o s 9

Se ha de d istin g u ir entre ex trem idades superiores y extrem idades inferiores;


aunque entre ellas su estructura m uestra una gran analogía, constituyen una serie de
palancas que perm iten una gran m ovilidad. La sim ilitud entre los cuatro m iem bros es
más notoria en los .otros vertebrados, dada la especialización del hombre al conseguir
la bipedia y la m archa erecta.
Todos los huesos de las extrem idades son pares y sem ejantes en cada segm ento,
con sus estructuras opuestas respecto a las de la otra extremidad.
Las extrem idades superiores tienen por m isión principal la prensión y el tacto y
sus movim ientos son de una gran finura, m ientras que las inferiores son sim ples ór­
ganos de locom oción. Ésta es la causa de las am plias diferencias en su representación
cerebral, muy evidentes en los denom inados «hom únculos» m otor y sensitivo, en el
que las superiores ocupan un m ayor espacio en su representación cortical.
Las extrem idades superiores se dividen en varios segm entos, que se d en o m i­
nan: hombros o cintura escapular, brazos, antebrazos y manos,

2 .6 .3 .]. Cintura escapular

Está form ada por cuatro huesos, los om óplatos y las clavículas, dos a cada lado;
los prim eros están situados en la región dorsal y los segundos en la región anterior

9, En los huesos pnres (le las extremidades siempre se representan los del lado derecho.
F ig . 2 .5 1 . L a c in t u r a e sc a p t tla r vista p o r s u c a r a p o s t e r io r o d o rs a l.

del tórax, articulándose por su epífisis interna con el esternón y por la externa con la
escápula {figs. 2.1. y 2.51)

1) Omóplato o escápula

Es el hueso principal del hombro, par, no simétrico y muy delgado, presentando


un contorno bastante triangular. Se encuentra aplicado a la parte posterior del tórax
en una extensión que va desde el prim er espacio intercostal hasta la séptim a-octava
costilla (fig. 2.51). Se distinguen dos caras (anterior y posterior), tres bordes (superior,
externo e interno) y tres ángulos (superior, inferior y externo).

a) Cara a nterior o costal. Profundam ente excavada, es cóncava y recibe el


nombre de fosa subescapular, presentando dos o tres crestas para la inserción del múscu­
lo del m ism o nom bre (fig, 2.52).
b) Cara posterior o dorsal. N otablem ente convexa. En la unión de su cuarto
superior con sus tres cuartos inferiores se encuentra una cresta denom inada espina
del omóplato. La espina presenta una cara superior y otra inferior y su extremo ex­
terno se continúa con una apófisis que se conoce con el nombre de acromión (fig. 2.52).
c) Borde superior. Es delgado, casi cortante y finaliza en la escotadura cora-
coidea.
d) Borde interno. Es rectilíneo hasta el nacim iento de la espina, en donde se
curva hacia afuera.
e) Borde externo. Es bastante grueso y finaliza en el extrem o superior en la
carilla subglenoidea.
f) A ngulo su p erio r. L os grados de su angulación resultan muy variables.
g) Angulo inferior. Es muy redondeado.
h) Ángulo externo. Es un ángulo truncado por la presencia de la cavidad gle­
noidea que tiene una m orfología elipsoidea de eje mayor vertical, debajo de la cual se
encuentra el cuello del omóplato. Entre la cavidad glenoidea y el ángulo superior de la
Fie. 2.52. La escápala vista p o r su cara dorsal (D), anterior o ventral (B) y externa (E).
i, fosa supraeapinosa; 2, espina; 3, acromión; 4, ángulo superior; 5, apófisis coracokles; 6, es­
cotadura coracoidea; 7, carilla articular para la extremidad externa de la clavícula; 8, cavi­
dad glenoidea, que, bordeada por su cuello, constituye el ángulo externo; 9, fosa infraespi-
nosa; 10, fosa subescaptdar con las crestas para el músculo subescapular; 11, ángulo inferior;
12, borde interno; 13, borcle externo; 4-6, borde superior.

escápula se encuentra la apófisis coracoides (nombre que le dieron los antiguos anato­
mistas al compararla con el pico de un cuervo) en la que se inserían la porción corta
de) músculo bíceps y el músculo coracobraquial, Junto al borde interno de donde se ini­
cia ésta apófisis suele encontrarse una escotadura denominada coracoidea (véase 3>8,5).
i) D iagnóstico de lado. Tres datos son suficientes: 1) la cara anterior es cón­
cava y prácticam ente lisa; 2) la cavidad glenoidea y el acrom ión se sitúan en posición
externa; 3) en la cara posterior está la espina del om óplato.

2) Clavícula

Es un hueso largo, par, no sim étrico (fig. 2.53), que se articula con el m ango del
esternón y el prim er cartílago costal por su extremo medial y con el acrom ión del om ó­
plato por su extrem o distal. Su cuerpo se torsiona recordando una «S» itálica en po­
sición horizontal (fig, 2.48). Para su descripción consideram os dos caras (superior e
inferior), dos bordes (anterior y posterior) y dos extremos (interno y externo).
Las caras son aplanadas y m uestran rugosidades para inserciones m usculares.
En cuanto a los bordes, el anterior es bastante obtuso y redondeado, siendo el poste­
rior más agudo y en el que encontram os la pequeña tuberosidad denom inada coracoi­
dea para la inserción del ligam ento costoclavicuíar, El extrem o interno es bastante
r

Fie. 2.53. Clavicula: S, cara superior del cuerpo; l, cara, inferior; I, borde anterior; 2, borde
posterior; 3, extremidad externa; 4, extremidad intenta; 5, cara articular medial para el es­
ternón; 6, cara articular externa para el acromión; 7, protuberancia coracoidea; 8, cresta ru­
gosa para inserción muscular; 9, cresta para inserciones musculares ,

voluminoso y Finaliza en una carilla articular triangular o cuadrangular que se acopla


con el esternón. La extrem idad externa es menos voluminosa y aplanada y presenta
una carilla articular oval para articularse con el acrom ión del omóplato.
Diagnóstico de lado. El extrem o externo siempre es más aplanado que el interno,
cuya superficie articular es triangular-, cuadrangular u ovalada. La cara superior es lisa,
mientras que en la inferior se encuentra una superficie rugosa, próxim a a su extrem i­
dad externa donde se insertan los m úsculos subclavio y trapecio. Su corvadura es en
«S» itálica, de convexidad anterior en su mitad interna y de concavidad en la mitad
externa.

2.6.3.2. Hueso del brazo. Húmero

Es un hueso largo, par, no sim étrico (fig. 2.54), con una diáfisis y dos epífisis.

a) Cuerpo. La diáfisis, aunque es bastante cilindrica, tiene una form a triangu­


lar y da la im presión de haber sido rotada hacia atrás y afuera, presentando el deno­
minado canal de torsión. En la cara externa se ven dos líneas rugosas, en V, para la
inserción del músculo deltoides. En su cara anterior, en la parte alta, se aprecia la co­
rredera bicipital y en la posterior, ef canal de torsión.
b) Extrem idad superior. La epífisis superior está form ada por la cabeza del
húm ero, que es un casquete de esfera de un tercio, que m ira hacia arriba, adentro y un
poco hacia atrás. A lrededor de la cabeza se encuentra un surco que se conoce com o
cuello anatómico. En la parte externa, junto al surco, hay dos carillas: el troquín (an­
terior) y el troquiter (posterior).
c) E xtrem idad inferior. D e fuera adentro en la epífisis observam os: el e p f
cóndilo, el cóndilo (se articula con el radio), la tróclea (se articula con el cubito) y la
Fig. 2.54. Húmero: A, vista anterior y P, vista posterior. 1, cabeza; 2, troquín; 3, troquíter;
4, cuello; 5, corredera bicipitnl; 6, cavidad coronoidea; 7, cóndilo; 8, tróclea; 9, epitróclea;
10, epicóndilo; 11, cara anteroextcma; 12, cara anlerointerna; 13, cara posterior; 14, fosa
olecraneana.

epitróclea. En la cara anterior, por encim a del cóndilo, se ve la fosita condílea y, por
encim a de la tróclea, la fosita coronoidea y, en su cara posterior, la fosa olecraneana.
d) D iagnóstico de lado. La cabeza del húm ero m ira hacia La línea m edia y la
corredera bicipiial queda en posición anterior. La epífisis distal está fuertem ente cur­
vada hacia delante.

2.6.3.3. H uesos del antebrazo

Son dos, el cúbito o nina (interno) y el radio (externo).

1) Cubito

JBs un liu e so largo, par y asim étrico (fig. 2 .5 5 ) , q u e presenta un cu erp o y d os e p í ­


fisis.
FiG. 2.55. A, radio y cubito por su cara anterior; P, cúbito y radio por su cara posterior;
C, detalle de la epífisis superior del cubilo por delante, 1, olécranon con su pico; 2, muesca
que separa el olécranon de la cavidad sigmoidea mayor; 3, cavidad sigmoidea menor; 4, ca­
vidad sigmoidea mayar; 5, tuberosidad para el músculo braquial anterior; 6, cabeza del ra­
dio; 7, cuello del radio; 8, tuberosidad bicipital; 9, cara anterior de la diáfisis del cubito;
10, cara posterior del cubito; 11, cara anterior de la diáfisis del radio; 12, cara posterior del
radio; 13, apófisis estiloides del radio; 14, apófisis estiloides de la cabeza del cubito; 15, ca­
nales para los músculos extensores de los dedos.

a) Cuerpo. La diáfisis es de sección triangular y muestra tres caras (anterior,


posterior e interna) y tres bordes (anterior, posterior y externo) y se adelgaza progre­
sivamente desde su porción proximal a la distal.
b) Extrem idad superior. Presenta la cavidad sigm oidea mayor, que mira ha­
cia delante y queda enm arcada por dos protuberancias, una superior u olécranon, que
finaliza en un pico, y oü'a anterior o apófisis coranoides, que tam bién finaliza en otro
pico menor. En su cara interna, por debajo de la cavidad sigmoidea, está la carilla ar­
ticular para la cabeza del radio o sigm oidea menor.
c) E xtrem idad inferior. Form ada por una pequeña cabeza, algo redondeada,
de cuyo extrem o interno pende la apófisis estiloides.
d) D iagnóstico de lado. El olécranon está en situación superior y la cavidad
sigm oidea es anterior, En la cara externa se sitúa la cavidad coronoidea menor.
2) Radio

Hueso largo, par y asimétrico, que consta de una diáfisis y de dos epífisis. Mientras
que el ciíbito se adelgaza de arriba abajo, el radio se engruesa de arriba abajo.

a) Cuerpo. Es de sección triangular, con caras; anterior, posterior y externa.


En su borde interno, próximo a la cabeza, se encuentra la tuberosidad bicipital y en­
tre ésta y su cabeza hay una estrangulación denom inada cuello. Los bordes son: ante­
rior, posterior e interno (éste es opuesto al externo del ulna y en ellos se inserta el li­
gamento interóseo).
b) E xtrem idad su perior. Se conoce como cabeza, es cilindrica (8-10 mm de
altura y 20-22 de diám etro), con una cavidad cupuliform e en su extrem idad superior,
separada de la diáfisis por un cuello que finaliza en la tuberosidad bicipital.
c) Extrem idad inferior. Esta epífisis tiene una m orfología piram idal cuadran­
gular, aplanada en sentido anteroposterior. La cara anterior es plana, la cara posterior
presenta los canales para los tendones que van a la m ano, la caí a posteroínterna pre­
senta una escotadura sigm oidea que se articula con la cabeza del cubito, la cara ex­
terna es acanalada para los tendones de los músculos radiales y, en su extremo, en si­
tuación posterior, está la apófisis estiloides; la base es articular, triangular y cupuliforme
y está dividida en dos carillas, una externa para el escafoides y otra interna para el se­
milunar.
d) Diagnóstico de lado. La cabeza es proxinial y la tuberosidad bicipital está
en posición interna. La epífisis distal en su cara anterior es lisa y la posterior muestra
los surcos para los tendones extensores de la mano. La apófisis estiloides es externa,

2.6.3.4. H uesos de la mano

La mano se divide en tres porciones: el carpo, con 8 huesos en 2 hileras de 4; el


metacarpo con 5; y los dedos, con 14.

1) Carpo

La prim era hilera está form ada por el escafoides, semilunar, piram idal y pisi-
forme. articulándose: los dos prim eros con el radio, el piram idal con el hueso gan­
chudo y el pisiforme, y éste sólo con el anterior. Los huesos de la segunda hilera son
el trapecio, trapezoide, el hueso grande y el hueso ganchoso y se articulan entre ellos
y con los m etacarpianos (figs. 2,56 y 2.57). El carpo en su conjunto se comporta como
un bloque inm óvil, como si fuese un solo hueso y en ocasiones se encuentra un no­
veno hueso, denom inado central del carpo.

2) M etacarpo

Consta de 5 huesos largos, denom inados m etacarpian os y tiene dos epífisis y


una diáfisis, cada uno se corresponde con su respectivo dedo y se denominan: primero,
segundo.......quinto, contando los dedos desde el más externo al más interno. El cuerpo
es de sección triangular y está algo curvado con la concavidad anterior. En su epífisis
proxim al tiene tres carillas, una para el carpo y dos para los otros m etacarpianos.
Fia. 2.56. 1.a hilera: <?,. escafo id es; s, semilunar; p, piram idal; pi, pisiforme. 2. ° hilera:
t, trapecio; id, trapezoide; hg, hueso grande; lia, hueso ganchoso.

excepto el prim ero, que no tiene caras laterales y el quinto, que solam ente tiene una
lateral para el cuarto m etatarsiauo (fig. 2.57). La epífisis dista] es un cóndilo articular
que se articula con la falange del dedo correspondiente.

3) Dedos

Tienen tres huesos cada uno, con la excepción del prim ero que solam ente tiene
dos (falta el segundo), y se denom inan fa la n g es (fig. 2.57).

Fig. 2.57. Manos. P, cara palmar o anterior; D, cara dorsal o posterior. C, carpo; MC, me­
tacarpo; F, falanges y su número de orden; núms. anteriores corresponden a los dedos.
Las prim eras fa la n g e s son huesos largos, sem icilíndricos, con la cara anterior
plana y dos extrem os, el proximal form ado por una cavidad glenoidea, y el distal por
un cóndilo. L as segundas falanges tienen una m orfología similar, pero son algo m e­
nores que las prim eras. Las terceras fala n g es tienen una cavidad glenoidea proximal
y su extrem o distal tiene form a de herradura.
La den om in ación de las fa la n g e s contando desde la proxim al a la distal es: pri­
mera falange o proxim al, segunda falange o falangita o media, y tercera falange o fa-
langeta o distal.
L a denom inación de los dedos, contando del m ás externo al más interno, es:
primer dedo o pulgar, segundo dedo o índice, tercer dedo o medio, cuarto dedo o anular
y quinto dedo o m eñique.

2.6.4. E x tr e m id a d e s in f e r io r e s o p e lv ia n a s

Se dividen en cuatro segmentos: la cadera, que jun to con el sacro forma la pel­
vis, el muslo, la pierna y el pie.

2.6.4.1. Cintura pelviana

1) Coxal

Es un hueso plano, par y asim étrico. A m bos coxales, derecho e izquierdo, se


unen por delante a nivel de la sínfisis pubiana (fig. 2.58 y 2.59). Por detrás se unen al
sacro y los tres huesos forman el cinturón pelviano o pelvis,
En el período fetal el hueso está form ado por tres piezas distintas; el ilio n 10 o
hueso ilíaco por arriba y afuera, el pubis por delante y arriba, y el isquión por delante
y abajo. Estas tres piezas, que algunos anatom istas describen por separado, se unen en
el adulto en el centro de una cavidad d enom inada co íilo id ea , cotilo o acetábulo.
Este hueso plano tiene la form a de un «cuadrilátero» irregular en el que cabe
considerar dos caras, cuatro bordes y cuatro ángulos.

a) Cara externa. Presenta la cavidad coíiloidea destinada a alojar la cabeza del


fémur. Su contorno sobresale formando la ceja coíiloidea, que presenta por delante la es­
cotadura coíiloidea. La superficie interior de la cavidad cotiloidea presenta una porción
lisa articular y en el centro una depresión que es el (rasfondo de ia cavidad cotiloidea. La
fosa ilíaca externa, con dos líneas semicirculares, la anterior y la posterior. El agujero ob­
turador o isquiopitbiano, con el canal subpubiano y el tubérculo isqutopubiano.
b) Cara interna. La línea innom inada divide el hueso en dos porciones, una
superior y otra inferior, a) Por encim a y por fuera de esta línea está la fosa ilíaca in­
terna. b) Por debajo y detrás de la carilla auricular para el sacro está la tuberosidad
ilíaca, una zona plana que se opone al cotilo y el agujero obturador.
c) Borde anterior. Tiene una porción horizontal y otra vertical que form an un
ángulo de 140°. C om prende la espina ilíaca anteroinferior, la em inencia iliopectfnea
y U\ espina del pubis.

jo. No debe c o n fu n d irse con el nombre de íleon, que corresponde n tina porción de! intestino delgado.
FlG, 2.5S. Coxal: E, superficie externa: /, superficie interna; il, ilion; ¡s, isquión; p, pubis.
1, cresta ilíaca; 2, espina ilíaca antcrosuperior; 3, espina ilíaca anteroinferior; 4, espina ilía­
ca posíerostiperiory la emine?icia pectínea; 5, espina ilíaca posteroinferior; 6, escotadura ciá­
tica mayor; 7, espina ciática; 8, escotadura ciática menor; 9, cavidad cotiloidea (rodeada de
lo ceja cotiloidea); 10. (rasfondo de la cavidad cotiloidea; 77, agujero obturador; 12, línea
innominada; 13, carilla auricular (se articula con el sacro); 14, tuberosidad ilíaca; 15, cari­
lla articular de la sínfisis pabiana; 16, fosa ilíaca interna; 17, ángulo del pubis (a la izquierda,
el canal subpitbiano).

el) Borde posterior, incluye la espina ilíaca posterosuperior y la posteroinfe­


rior, las escotaduras ciáticas m ayor y menor, la espina ciática y el cuerpo del isquiíSn.
e) Borde superior. Se inicia en la protuberancia ilíaca anterosuperior finali­
zando en la posterosuperior y se denom ina cresta ilíaca.
t) Borde inferior. C om prende el arco isq u io p u b ian o y la carilla pubiana.
g) A ngulos. Son cuatro, el anterosuperior o espina ilíaca, el posterosuperior,
el anteroinferior, form ado por el pubis, y el posteroinferior o tuberosidad isquiática.
h) D iagnóstico de lado. La cavidad cotiloidea siempre es externa y el agujero
obturador se sitúa casi en la línea media, y la carilla sinfisaria del pubis está en el ni­
vel superior.

2) Pelvis

La pelvis o bacinete (recuerda eí utensilio em pleado por los antiguos barberos


para enjabonar) (fig, 2.59) la constituyen los dos coxales, el sacio y el cóccix. La
línea innom inada divide la pelvis en m ayor o menor, con el prom ontorio a nivel del
sacro.
Las diferencias entre la pelvis m asculina y fem enina son notorias y las estudia­
remos en el capítulo 5.
Fjg. 2.59. Pelvis: C, coxal; S, sacro; K, cóccix. 1, agujero obturador; 2, espina ciática; 3, sín-
fisis pubiana; 4, acetábulo; 5, ángulo subpúbico; 6, cresta ilíaca; 7, fosa ilíaca interna; 8, án­
gulo del iscjuion; 9, promontorio: L5 (rallado), disco intervertebral lumbosacro (en negro).

2.6.4.2. Muslo. Fém ur

El fém ur es un hueso largo, par y asimétrico, que presenta analogías fáciles de


establecer con el húmero. La cabeza de su epífisis superior se introduce en el aceta-
bulo y el hueso se dirige oblicuam ente de arriba abajo y de fuera adentro. Consta de
dos extremidades y un cuerpo (fig. 2,60).

a) Cuerpo. Es una diáfisis de sección triangular, según la descripción de los


anatomistas, aunque en ocasiones sus ángulos son tan redondeados que casi se con­
vierte en elipsoideá. Tiene tres caras (anterior, externa e interna) que forman tres án­
gulos diedros o bordes. La cara anterior es lisa, algo convexa y otro tanto puede de­
cirse de las laterales, que en su porción m edia son algo más estrechas. Los bordes
externo e interno están muy poco m arcados (redondeados), mientras que el posterior
es grueso y rugoso, conociéndose com o línea áspera. Por arriba se divide en tres ra­
mas y por abajo se bifurca, para finalizar en los bordes externos de los cóndilos, de­
jando en medio un espacio triangular denom inado poplíteo.
b) Extrem idad superior. La cabeza es articular, formada por un casquete de es­
fera de dos tercios que, un poco por debajo del centro, presenta una fosita para la in­
serción del ligamento redondo, El cuello anatómico, muy bien marcado, mide entre 35 y
50 mm de perímetro y tiene una dirección oblicua de arriba abajo y de dentro afuera,
y en su base, en las proxim idades del trocánter mayor, se ensancha. El trocánter m ayor
es una eminencia cuadrilátera situada por fuera del hueso en dirección al cuerpo. En él
se encuentran crestas y fositas para inserciones musculares, El trocánter m enor se si­
túa más abajo y consiste en un grueso tubérculo para la inserción del músculo psoasi-
líaco. Se denom ina cuello quirúrgico a la porción inm ediatamente inferior a los tro­
cánteres, constituyendo la separación de la epífisis proximal y la diáfisis.
12

Fio. 2.60. Fémur: A, vista {interior; L, lateral interna; P, posterior. 1, cabeza; 2, cuello; 3, tro­
cánter mayor; 4, trocánter menor; 5, cara anterior de la diáfisis: (5') interna y (5") externa;
6, cóndilo externo; 7, cóndilo interno; 8, polea; 9, tuberosidad externa; 10, tuberosidad in­
terna; 11, cresta intertrocantérea; 12,fosita para el ligamento redondo; 13, fosa para el múscu­
lo obturador interno; 14, línea áspera; 15, línea externa de la trifurcación de la línea áspera,
y 16, línea externa; 17, espacio poplíteo; 18, tuberosidad para la inserción del gemelo; 19,
escotadura intercondílea.

c) Extrem idad inferior. , E stá form ada por la tróclea fem oral, cuyos extremos
posteriores son los cóndilos externo e interno, que sobresalen, quedando entre ellos
la escotadura in terco n d ílea. El cóndilo interno es m ás volum inoso que el externo.
d) D iagnóstico de lado. La cabeza femoral m ira hacia la línea media quedando
la línea áspera en una situación posterior. AI apoyar los cóndilos fem orales sobre un
plano, la diáfisis se inclina hacia fuera, ya que el cóndilo interno es más voluminoso
que el externo.

2.6.4.3. H uesos de la pierna

Tres huesos conform an este segm ento de la extremidad: la rótula, la tibia y el


peroné.
Fig. 2.61. Rótula: A, cara anterior; P, cara posterior articular; e, cara externa; i, cara in­
terna.

1) Rótula

Es un hueso corto, triangular, de vértice inferior, con la cara anterior convexa y


algo estriada. La posterior es articular y está dividida en dos caras de superficie lisa,
separadas por una línea transversal vertical, vértice de un ángulo diedro, siendo la cara
externa más volum inosa que la interna (fig. 2.61).

D iagnóstico de lado. Se basa en las dim ensiones de las caras posteriores, ya


que la externa es de m ayor tamaño.

2) Tibia

La tibia es un hueso largo, par y asimétrico, de dirección vertical, con dos epí­
fisis y una diáfisis.

a) D iáfisis de la tibia. Es prism ática triangular, tiene tres caras y tres bordes
y se ensancha por su extrem o superior. Las caras son bastante lisas, siendo de desta­
car en la posterior la línea oblicua (cresta rugosa). D e sus bordes, el anterior se co­
noce com o cresta ele la tibia por ser muy agudo en la línea m edia, algo más redon­
deada en los extrem os y dando origen en su porción superior al tubérculo anterior.
En su conjunto el borde anterior, al igual que el cuerpo, tiene form a de «S» itálica
poco marcada.
b) E pífisis superior. M uy volum inosa y cuadrangular, m uestra dos superfi­
cies articulares para el fém ur o cavidades glenoideas; la interna, mayor. E ntre ellas dos
tubérculos, mal llam ados cresta de la tibia. Por delante y p o r detrás de éstos se en­
cuentran las superficies rugosas, anterior y posterior; la prim era, de m ayor dim en­
sión. En su borde externo está la carilla articular triangular para su hom ologa de la
cabeza del peroné.
c) Epífisis inferior o distal. Está form ada por una carilla articular para la po­
lea astragalina del talus y en el borde interno se encuentra una voluminosa apófisis de­
nominada maléolo interno (con su hom ólogo del peroné, forman una horquilla que fija
\a polea del astrágalo).
d) D iagnóstico de lado. El maléolo tibial es interno y la cresta de la tibia, an­
terior.
FtO. 2.62. Tibia y peroné: A, vista anterior; P, vista posterior; S, cara superior de la cabeza de
la tibia; /, vista inferior de ta horquilla que para el talus forman la tibia y el peroné. Tibia; 1, tu­
berosidad anterior; 2, extremidad superior de la epífisis; 3, tubérculo dé la tibia; 4, borde ante­
rior de la cresta de la tibia o espinilla: 5, cara externa de la diáfisis; 6, cara interna; 7, cara ar­
ticular para el astrágalo; 8, maléolo interno; 9, tuberosidad interna; JO, tuberosidad externa;
1 1, cara posterior; 12, línea oblicua; 13, cavidad glenoidea interna; 14. cavidad glenoidea ex­
terna; 15, superficie espinosa retroespinal. Peroné/ 16, cabeza del peroné; 17, carilla articular
para la tibia; 18, maléolo peroneo o externo; 19, carilla interna que se articula con el asirá-
galo; 20, diáfisis del peroné; 21, canal de los peroneos laterales; 22, articulación tibioperoneal
de la espina inferior (horquilla para la polea astragalina); 23, orificio nutricio de la tibia.

3) Peroné

Eí peroné, del griego broche o hebilla, en latín fíbula, es el hueso externo de la


pierna. Está situado por fuera y algo detrás de la tibia. M enos elevado que ésta en la
rodilla, desciende más en el tobillo. Es un hueso largo, par y asimétrico form ado por
un cuerpo y dos extrem idades.
a) Diáfisis. Es rectilínea, de sección triangular, con lres caras (externa, interna
y posterior) y tres bordes.
b) Epífisis superior o cabeza. Presenta una carilla articular para su hom ologa
en la tibia y está situada en la cara interna del abultamiento epifisario que le da el so­
brenom bre de cabeza. También se aprecia una em inencia piram idal denom inada apó­
fisis estiloides del peroné.
c) Epífisis inferior. Form a el maléolo externo, siendo de destacar en su cara
interna una superficie rugosa para la inserción de tractos fibrosos, que lo unen a la ti­
bia y una cara articular para el astrágalo. En )a parte posterior del m aléolo se encuen­
tra un surco para el ligam ento peroneoastrpgalino.
d) D iagnóstico de lado. En la epífisis superior está la carilla articular interna
para su homologó en la tibia y en la epífisis inferior el surco o canal posterior para los
m úsculos peroneos.

2.6.4.4. H uesos del p ie

Se divide en tres sectores: tarso (7 huesos), metatarso (5 huesos) y dedos (14 hue­
sos) (fig. 2.65).

1) Tarso

Los siete huesos que lo com ponen se dividen en dos hileras, la prim era form ada
por el astrágalo o talas y el calcáneo, y la segunda por el cuboides (externo), el esca­
foides (interno) y los tres huesos cuneiform es.

A strágalo (fig. 2.63)

Es e) más elevado de los huesos del tarso y en él cabe destacar un cuerpo y una
cabeza unidos entre sí por el cuello. La cara superior form a la polea astragalina que

F)0, 2.63. Astrágalo: 1, cabeza; 2, cuello; 3, polca astragalina; 4, cara para el maléolo ti­
bial: 5, cara articular para el calcáneo; 6. tubérculos posteriores.
se articula con la horquilla que form an ia tibia y el peroné. La cara inferior del cuerpo
m uestra dos caras an icu lares para el calcáneo y la cabeza se articula con el esca-
foides.

D iagnóstico de lado. La cabeza del astrágalo se dirige hacia la línea media y


adem ás en su lado externo hay una apófisis (apófisis externo).

C alcáneo (fig. 2.64)

Es el hueso más volum inoso del tarso. Se trata de un hueso corto. En su cara pos­
terior se inserta el tención de A quiies. En la cara superior hay dos carillas articulares
para el astrágalo y en la anterior otra para el cuboides. Este hueso forma el talón del
pie.

D iagnóstico de lado. En 3a cara interna hay un gran saliente óseo en el que se


sitúa, en posición anteroexterna superior, una carilla para el astrágalo.

Segunda hilera del tarso (fig. 2.65)

El escafoides se articula por su parte posterior con la cabeza del astrágalo y por
la anterior con los tres huesos cuneiform es. El cuboides, que es el más externo, se ar­
ticula con el calcáneo.

M etatarsianos y falanges del pie

Los m etatarsianos tienen características sim ilares a los m etacarpianos de las m a­


nos, pero son m ás largos, m ientras que las falanges son mucho más cortas. Su deno-

Fíg. 2.64. Calcáneo. Arriba, cara medial; abajo, cara superior. 1, caras articulares para el
astrágalo; 2, cara articular para el cuboides; 3, cara externa; 4, cara posterior en donde se
inserta el tendón de Aquiies.
Fig. 2.65. Pie: D, cara dorsal; P, capa plantar, Sectores; líneas irregulares, primera hilera
del tarso: I, astrágalo; 2, calcáneo. Punteado denso, segunda hilera del tarso: 3, escafoides;
4, cuboides; 5, 6, y 7, primera, segunda y tercera cuña. Punteado espaciado, metatarsíanos.
En blanco, falanges. Los números laterales corresponden a ta denominación de (as falanges
y los números de los extremos a la denominación de los dedos, incluyendo sus metatarsianos.

m inación es sim ilar a las de la m anos. L os dedos tienen deno m in ació n num érica,
aunque el prim ero se conoce tam bién con el nom bre de «dedo gordo» (fig. 2.65).

H uesos sesam oideos

Reciben este nom bre por su parecido con las sem illas del sésam o (fig. 2.65) y
son pequeños huesos cortos ovales o redondeados que se desarrollan junto a las arti­
culaciones o en el in terio r de cierto s tendones del m etacarpo, m etatarso y dedos,
tanto en las extrem idades superiores com o en las inferiores. Su num ero es variable y
son más frecuentes en las inferiores, siendo casi constantes en los metatarsos y algu­
nas falanges de los pies.
Si la excavación arqueológica no es m uy m eticulosa, suelen pasar desapercibi­
dos, s i e n d o c o n f u n d i d o s c o n pequeñas piedras redondeadas.
2.7. R econocim iento de frag m en to s óseos

M uchos esqueletos muestran numerosas fracturas y no es infrecuente encontrar


fragmentos óseos sin contexto. Cuando dichos fragm entos son grandes, en general es
fácil determinar a qué hueso pertenecen; pero cuando son muy pequeños es posible que
sólo con ios datos básicos que hemos expuesto sean insuficientes para su identificación,
en cuyo caso se tendrá que recurrir a los atlas o a tratados de anatom ía que exponen
mayor número de detalles, algunos de los cuales se aconsejan al final del libro. Cabe
la posibilidad de que algún hueso que nos parece humano corresponda a un animal, en
cuyo caso se tendrá que recurrir también a los tratados de anatomía animal, anatomía
comparada o paleontología y, si a pesar de ello, se nos resiste el diagnóstico, debere­
mos proceder a un estudio histológico, paleobioquím ica o del ADN, que al menos nos
permitirá afirmar o excluir su carácter humano. El diagnóstico no siempre es posible.

2.8. N ociones de artro lo g ía , m íología y nngiología

2.8.1. A r tr o lo g ía

La artrología es la parte de la anatom ía que se ocupa de la form a en que los


huesos contactan entre sí, constituyendo lo que llamamos articulaciones. Hay distin­
tos tipos de articulaciones, que no describirem os en detalle, limitándonos a exponer
que en ellas hemos de tener en cuenta: 1) las superficies óseas; 2) la posible existen­
cia, interpuesta entre ellas, de cartílagos; 3) los tejidos blandos que constituyen cáp­
sulas y ligamentos; 4) en algunas hay adem ás un líquido que lubrifica y facilita el des­
lizam iento y que se conoce com o líquido sinovial o sin o v ia .11 Hay tres tipos de
articulaciones: a) m ovibles; b) sem im ovíbles; c) inmóviles.

a) Articulaciones movibles. Predom inan en las extremidades y se caracterizan


porque perm iten amplios desplazam ientos de los huesos entre sí; ejem plos bien co­
nocidos son las articulaciones de la cadera o coxofem oral, la rodilla, etc. Éstas tienen
sus superficies de contacto revestidas de tejido cartilaginoso y entre ellas puede haber
otras estructuras intercaladas com o, por ejem plo, los m eniscos a nivel de la rodilla.
E stán envueltas p o r una cápsula y hay ligam entos que las fortalecen, y en cierto
m odo las fijan, evitando sobrepasar ciertos lím ites en su movimiento y que son inte­
resantes en el estudio de los restos esqueléticos, por cuanto en ocasiones estos cartí­
lagos y los ligam entos se osifican con m ayor o m enor intensidad.
b) A rticulaciones sem im ovíbles. En este grupo las superficies articulares es­
tán revestidas de cartílago y también hay ligam entos que las fijan. Al igual que las pre­
cedentes, estas estructuras pueden osificarse. Como ejem plos de diferentes tipos te­
nem os las articu lacio n es del carpo, las de la colum na vertebral con los discos
intervertebrales intercalados, la sínfisis pubiana, etc,
c) Articulaciones inm óviles. En éstas, ios huesos sólo están revestidos de una
débil capa de tejido conjuntivo. El prototipo de estas articulaciones son las del cráneo
y, en general, tienen una gran tendencia a sinostosarse.

II. No nos referiremos a la sinovia, poique para la temática de este libro carece da tmerés.
2.8.2. MlOLOOÍA

Esta paite de la anatom ía estudia los m úsculos, gracias a los cuales se moviliza
nuestro esqueleto, pues éstos, unos agonistas y otros antagonistas, actúan como las
palancas (potencia, resistencia) en torno a un punto de apoyo m ediante una coordi­
nación entre la contracción y la relajación muscular. En lo que respecta a este estu­
dio, tienen im portancia los puntos de inserción muscular en los huesos, que en m u­
chos casos es donde pueden encontrarse pequeñas exostosis, crestas y superficies
rugosas para su inserción. Precisam ente la valoración de estas exostosis en los pun­
tos de inserción es lo que perm ite valorar la robustez del individuo, ayudar a deter­
minar el sexo y, en ocasiones, averiguar el tipo de actividad que desarrollaba e incluso
si era diestro o zurdo,

2.8.3. A n g io lo g ía

En este apartado la anatom ía estudia los vasos por los que circula la sangre: ar­
terias, venas y senos venosos. A lgunos vasos dejan su im pronta en Jos huesos, com o
por ejem plo la arteria subclavia a nivel de la clavícula, la arteria m eníngea m edia en
la cara interna del endocr/ineo. E ntre las venas, la yugular da lugar a una m ayor d i­
m ensión del foram en ju g u la ris en la base del cráneo, generalm ente en el lado dere­
cho, donde el seno sigm oideo se transform a en vena yugular. E ntre los senos venosos
suele m arcarse bastante bien el seno sagital y los transversos en el endocráneo, ya sea
en forma de surcos o crestas o com binando ambos tipos de estructuras (Cam pillo y
BarceJó, 1985; Campillo, 1998). En ocasiones, algunas m alform aciones vasculares o
lesiones con un gran aumento de la vascularización dejan su im pronta patológica en
el hueso (Cam pillo, 1995 y 2001) (véase capítulo 9).
C a p ítu lo 3

E S T U D IO A N T R O P O L Ó G IC O

3.1. G e n eralid a d e s

3.1.1. E s ta d o d e c o n s e r v a c ió n

A ntes de com enzar el estudio se valora y com enta el estado de conservación de


los restos óseos, indicando si se trata de un esqueleto com pleto o de huesos aislados.
Si, com o suele ser habitual, tienen adheridos restos de tierra se procederá a su lim ­
pieza y, si es necesario, a su restauración y consolidación. Cuando el deterioro sea im ­
portante se hará una pequeña descripción de las alteraciones encontradas, de forma
que su estudio resulte m ás comprensivo.
En algunos casos puede ser interesante aplicar el índice de conservación del es­
queleto que se obtiene aplicando la siguiente fórmula:

índice de conservación (JN) = Número de huesos co n sen tid o s x 1 0 0 /2 0 0

U n índice de 100 corresponde a un esqueleto com pleto, habiendo excluido los


huesos supernumerarios, los osículos del oído medio y los sesamoideos. Como el grado
de deterioro postum o, generalm ente secundario a los procesos tafonómicos, suele ser
elevado, un índice de 50 se considera muy aceptable.
E l principal problem a para la valoración del índice de conservación consiste en
que en la m ayoría de los casos los huesos que se conservan están deteriorados e in­
cluso su grado de deterioro puede ser muy im portante. Entonces qué hacer, ¿se inclu­
yen 0 rio se incluyen en el índice? La resolución del problem a es personal, siendo im ­
p ortante que, si son varios los individuos que se estudian, se m antenga siem pre el
m ism o criterio y que éste sea com entado.
M uchos autores prescinden del IN y describen cuál es el estado general de los
restos. A poder ser, es aconsejable disponer de fotografías in situ y de los distintos hue­
sos en el laboratorio. C om o este com portam iento es oneroso, suele limitarse a la fo­
tografía de las piezas m ás interesantes.

3.2. A n tro p o m e tría

Se entiende por antropom etría la m edición de los huesos con el objetivo de es­
tablecer nexos de com paración entre los distintos individuos y entre los distintos gru­
pos o poblaciones. Para poder hom ologar dichas m ediciones es preciso disponer de
unos puntos de referencia fáciles de determ inar y que hayan sido consensuados por el
uso por la m ayoría de los antropólogos y, por extensión, por sus escuelas. A unque
hay diferencias entre Jas distintas escuelas, en el Congreso d eF ran k fu rt(1 8 8 0 ) se llegó
a un consenso global, La base de las m ediciones está constituida por los denom ina­
dos punios antropom étricos, a los que forzosam ente han de hacer referencia los ar­
cos, cuerdas, planos y ángulos que se determ inan.
Lamentablemente, 110 todos los caracteres se pueden determ inar de form a nu­
m érica, son los que se denom inan caracteres descriptivos^ m uy valiosos, pero más
difíciles de consensuar. M ás adelante nos ocuparem os de ellos.

3.2.1. I n st r u m e n t a l antr o po m ét r ic o

Para realizar un estudio antropom étrico sólo tres piezas son esenciales, un
tropóm etro, un com pás de ramas curvas cuyas puntas sean agudas y una cinta m étrica,
que constituyen los com ponentes básicos de un estuche de antropología. Sin embargo,
en un laboratorio de antropología hay m uchos otros instrum entos necesarios para com ­
pletar el utillaje y poder desarrollar un estudio m ucho m ás m inucioso. Sugerim os los
siguientes: un pie de rey; un antropóm etro para determ inar décim as de m ilím etro, un
antropóm etro de tres ram as, un gonióm etro de gravedad aplicable al antropóm etro es­
tándar, un gonióm etro plano, un m edidor de espesores, un osteóm etro, un craneóforo

Fie. 3.1. Conjunto de instrumentos para medir longitudes y ángulos, }, pie de rey; 2, antro­
pómetro de precisión que determina décimas de mm; 3, antropómetro estándar que sólo de­
termina mm; 4, goniómetro de gravedad aplicable al antropómetro estándar (véanse figs. 3.3,
3.9 y 3. JO); 5, antropómetro ele tres puntas.
del tipo M artin con aguja de nivel para determ inar el plano de Frankfurt, un craneó-
foro de M ollison, un osteóm etro, un m andibulóm etro, un palatím etro, compases de
puntas rectas y curvadas, lupas (figs. 3.1 a 3.7). Las m edidas de longitud y de curva­
tura suelen tom arse en m ilím etros, despreciando las décim as, excepto en las piezas
dentarias en que se miden tam bién las décim as de m ilím etro. Los ángulos se miden en
grados.

FiG. 3.2. 6, goniómetro plano; 7, compás de ramas curvas y puntas agudas; 8, compás de
ramas rectas agudos; 9, palatímetro; 10, medidor milimétrico cíe espesores; 11, lupa de mano;
12, compás de puntas agudas y curvas; 13, cinta métrica.
Fio. 3.3. 5 ,-goniómetro de trés puntas; 3-4, antropómetro estándar con el goniómetro de gra­
vedad acoplado.

Fig. 3.4. Osteómetro para mensurar huesos largos.


Fig. 3.5. 16, craneóforo de Molleson que facilita la determinación del plano de Frankftirt v
de la altura auricular y permite la medición de los ángulos del cráneo.
F ig. 3.7, Craneóforo cúbico de Martin que facilita la fijación del cráneo mediante una pinza
sujeta a un sistema de rotación e inclinación, que permite colocar el cráneo relacionándolo
con el plano de Fmnkfitrt, Con este fin se usa la aguja móvil que permite la elevación y apro­
ximación para determ inar los puntos correspondientes a dicho plano, ambos porión y e l
punto infraorbital izquierdo. Una vez fijado el cráneo, perm ite situarlo en el craneógrafo
para determinar las distintas normas. Se entiende por norma el contorno establecido para de­
finir ¡as superficies del cráneo, que se denominan: 1, anterior o facial; 2, basilar o inferior;
3, posterior u occipital; 4, superior; 5, la tera l, visto p o r cualquiera de s u s elos la d o s , a u n q u e
p o r consenso se suele emplear el izquierdo.
Fig. 3.8. Craneógrafo con el craneóforo de Martin situado para realizar tina craneog rafia,
en este caso p or su norma superior.

3.9. Mensura de la longitud o cuerda frontal con el antropómetro estándar, situando


F*i g .
las puntas del instrumento en el nasión y en el bregma.
Fta. 3.11. Medición del ángulo de inclinación frontal, fijando el cráneo en el craneóforo de
Molleson y empleando el goniómetro de gravedad,
Fio. 3.12. Medición del perímetro horizontal máximo.
3.2.2. A nt ro po m e tr ía del c r á n e o

C om prende el estudio de todos aquellos caracteres que son m ensurables.

3.2.2.1. Planos craneales

Con el fin de ubicar los objetos en el espacio se han establecido unos planos so­
bre la base de las tres dim ensiones geom étricas clásicas: altura, longitud y anchura.

Piano sagital. Es com ún a todo e] cuerpo hum ano (véase 2,5), lo divide en dos
m itades sem ejantes y coincide con el plano anatóm ico medio.
■Plano horizontal. El objetivo prim ordial de este plano pretende correlacionar
al individuo con la superficie del planeta, que se considera plana.
En el siglo xíx se propusieron numerosos planos, pero en el Congreso de Frankfurt
(1880) se im puso el propuesto por Virchow, que fue aceptado por consenso; es el más
utilizado y se conoce con el nom bre de plano de F rankfurt (D elattre y Fenart, 1960).
Los tres puntos que determ inan este plano son: los dos porión, derecho e izquierdo, y
el infraorbitario izquierdo (fig. 3.14), que en el caso de deterioro de dicha órbita puede
ser sustituido por el del lado derecho.
El pla n o vestibular de Pérez (1922), preconizado por Delattre y Fenart (1960)
pero poco utilizado, sigue el curso de los canales sem icirculares horizontales de am ­
bos aparatos vestibulares, en cuyo cen tro se sitúa un punto denom inado vestibión
(véase craneom etría vestibular). Para su uso se precisaba descubrir ambos conductos
por trepanación o recurrir a un estudio radiográfico dificultoso (estereorradiografía).
Por ser una técnica com pleja, no solía em plearse en la práctica habitual, por lo que por
su com odidad se suele usar el plano de Frankfurt, que casi coincide con el vestibular,
a pesar de que el plano de Pérez es el que se acepta com o fisiológico, ya que no sólo
perm ite relacionar a todos los prim ates, sino también a la totalidad de los vertebra­
dos. En la actualidad su em pleo, mediante la aplicación de la tom ografía com putan-
zada (TC), que perm ite la localización de ambos canales vestibulares horizontales con
facilidad, no plantea problem as (Campillo y Carvajal, 1996), aunque su uso se ve di­
ficultado igualm ente al no poderse utilizar de forma sistem atizada.
Plano transversal. A nivel del cráneo, es el perpendicular al plano horizontal
que pasa por los dos porión.

3.2.2.2, Puntos antropométricos más usados

1) Puntos situados en la línea m edia o impares

Los describirem os yendo de delante a atrás comenzando por el nasión, en el neu-


iocráneo, y por el espinal en la cara.

a) En el n euw cráneo
— Nasión. Situado en el punto en donde coincide la sutura frontonasal con
la internasal (fig. 3.15).

12

15

13

FlG. 3.15. 1, glabela; 2, nasión; 3, punto espinonasal; 4, prosüón; 5. punto infradental infe­
rior; 6, pogonión; 7, gnatión; 8, cui ión; 9, punto cigomaxilar; 10, cigión; 11, go/tión; 12, Oír
chura máxima; 13, anchura de la cara; 14, altura de ¡a cara superior. 15, altura total de la cara.
— Punió glcibelar o g la b eta. Punto más p rom inente en el plano m edio
entre las arcadas supraciliares (fig, 3.19).
— Bregma. Punto en donde coincide la sutura coronal con la sagital (en
los inm aduros y en algunos adultos tam bién coincide la sutura metópica)
(figs. 3.16 y 3.20).
— Vértex. Es el punto más elevado a nivel del plano sagital, perpendicu­
lar a la cuerda nasión-inión (fig. 3.20),
— Obelión. L ugar en donde la línea que une los dos orificios parietales
corta la sutura sagital o interparietal (figs. 3.17 y 3.19). C uando estos
orificios están ausentes se sitúa en el centro del sector S3 de la sutura sa­
gital.
— Lambda. Su nom bre deriva de su parecido con la letra griega de dicho
nom bre y coincide con el punto de unión de la sutura sagital con la lam b-
doidea (figs. 3.17 a 3.19).
Inion. C oincide con el vértice de la pro tu b eran cia occipital externa
(fig. 3.19).
— Opistiocráneo. Es el punto más alejado de la glabela en el plano medio
(figs. 3.16 y 3.20).
— Opisüón. Punto donde el plano sagital corta el borde posterior del ori­
ficio occipital (figs. 3.18 y 3.20).

AC

1, ghbela; 2, bregma; 3, obelión; 4, lambda; 5, opistiocráneo; 6, inicio de la ero-


F ig . 3 .1 6 .
tafites superior; 7, punto coronal; S, cigión; 9, eurión; AC, anchura de la cara; AFM, an­
chura frontal mínima; AF-MAX, anchura frontal máxima; AM, anchura craneal máxima (en-
rión-eurión).
FlO. 3.17. 1, obelión; 2, lambda; 3, inión; 4, envión; 5. asterión; 6, punto digástrico; 7, punto
ntasioideo; AM, (incluirá craneal máxima.

F¡G. 3.18. 1, incisión; 2, estafüión; 3, bcisión; 4, opistión; 5, inión; 6 ^ 6 , anchura del orifi­
cio occipital; 1, punto glenoidea; 8, porión; 9, punto mastoideo; 10, punto digástrico; i 1, lon­
gitud del paladar; 12, anchura del paladar; 13, longitud de lo arcada alveolar; 14, anchura
de la arcada alveolar.
Fio. 3.19. 1, proslión; 2, punto espinonasal; 3, nasión; 4, gtabeia, 5, bregma; 6, obelión;
7, lambda; 8, opisíiocráneo, 9, inión; 10, opistión; 12, cigión; 13, punto infraorbital; 14, pte-
rión; 15, estefanión; 10, pumo coronal; 17, punto cigomático; 18, porión; 19, asteríón; AA, al­
tura basilar; LM, longitud craneal máxima; PF, plano de Frankfurt; ACS, altura de la cara
superior; AN, altura nasal.

Fig. 3.20. Sección sagital ¿leí cráneo. 1, prostión; 2, punto espinonasal; 3, nasión; 4, glabela,
5, bregma; 6, vértex; 7, /ambda; S, ¡mojí; 9, opistión; 10, punto mastoideo; 11, basión; 12, se-
Ilion; 13, opisíiocráneo; W, ángulo de Welcker; AB, altura basilar; AC, altura de la calota;
LM, longitud craneal máxima; LGl, longitud glabela-inión; PF, plano de Frankfurt; LB, lon­
gitud de la base del cráneo; LC, longitud de la cara; PAC, plano alvóoio-comtíleo.
— Basión. Punto donde el plano sagital corta el borde anterior del orificio
occipital (figs. 3.18 y 3.20).
■— Sellión. Corresponde al centro del plano que une en la silla turca sus
apófisis clinoides anteriores con las posteriores. La determ inación de este
punto suele hacerse por radiografía (fig. 3.20).
— Endinión. C orresponde al vértice de la protuberancia occipital interna.
b) Puntos en la m axila
— Punto espinal, espinonasal o subnasal. Coincide con el vértice de la es­
pina nasal (figs. 3.15 y 3.20).
— Punto alveolar superior o prostión. Punto más bajo de la arcada alveo­
lar superior entre los incisivos m edios (figs. 3.15 y 3.20).
—• Punto oral o incisión. Situado en ta línea m edia, coincide con el lugar
donde una línea horizontal, que une el borde posterior de los alvéolos de
los dos prim eros incisivos, cruza la sutura interpalatina (fig. 3,18).
— Estafilión. Punto en que la tangente que une los puntos más anteriores
de los arcos palatinos de las coanas cruza la sutura palatina (ftg. 3.18).
c) Puntos &n la mandíbula
— Punto infradental, Punto más elevado del borde alveolar, entre los in­
cisivos inferiores medios (fig. 3.15 y 3.21).

Fig. 3.21. Mandíbula. 1, punto infradental; a, ángulo mentoniano; 2, pogonión; 3, punto sin-
fisario; 4 altura de lo sínfisis; 4¿->5, referencias para la lo?igitud de la mandíbula; 6, altura
del cuerpo entre P)~P2: 7, altura del cuerpo entre 8, anchura de la rama; 9, altura de
la rama; 10, longitud de la mandíbula; 11, anchura bicondílea; 12, anchura bogoniaca; ¡3, án­
gulo goniaco; a, anchura de la rama; ap, anchura de proyección.
— Pogonión. Es el punto más saliente del mentón en la línea media y viene
determ inado por el lugar en que el plano perpendicular a la base de la
mandíbula contacta con el mentón (figs. 3.15 y 3.21).
•— Gmitión, punto submentoniano o sinfimrío. Coincide con el lugar en que
el plano sagital corta el borde inferior de la mandíbula (figs. 3.15 y 3.21).

2) Puntos laterales o pares

a) Cráneo y cara superior


— P unto coronal. C oincide con el lugar en que la línea curva tem poral
superior o crotafites superior corta Ja sutura coronal (figs. 3,16 y 3.19).
— Estefanión. Punto en que la línea curva tem poral inferior cruza la sutura
coronal (fig. 3.19),
— Pterión. Centro del lugar donde se unen los huesos frontal, parietal, tem­
poral y el ala m ayor del esfenoides. E sta región suele presentar form a
de H , en cuyo caso se sitúa en el centro del palo horizontal ele la letra
(fig. 3.19). Cuando tiene form a de «X» o de «K» se sitúa en el centro de
reunión de las ramas.
—■ Asterión. Punto en que coinciden los huesos parietal, tem poral y occi­
pital (figs. 3.17 y 3.19).
— Porión, Lugar donde el diám etro vertical del conducto auditivo externo
contacta con su borde superior (fig. 3.18 y 3.19).
— Enrión. Puntos más distantes entre sí, en las caras laterales del cráneo
y sim étricos con respecto al plano sagital. En general, en el hombre m o­
derno quedan situados sobre los huesos parietales (figs. 3,15 a 3.17).
— Punto glenoideo. C oincide con el centro de la cavidad glenoidea del
hueso temporal (fig. 3.18),
— Punto occipital lateral. Coinciden donde el diámetro transverso del agujero
occipital o foram en magnum contacta con los bordes del orificio (fig. 3,18).
— Punto cigomaxilar. Punto más inferior de la sutura cigom axilar (figs. 3.15
y 3.19).
— Cigión o punto cigomático. Corresponden a los puntos m ás alejados en­
tre sí de los arcos cigom áticos, Algunos autores lo sitúan en el centro de
la sutura tem porom alar (figs. 3.15, 3.16 y 3.19).
— P u n to m a s to id e o . C o in cid e con el v é rtic e de la ap ó fisis m asto id es
(figs. 3,17 a 3.20).
— P unto d igástrico. Corresponde al centro del surco di gas trico (figs. 3.17 y
3.18).

— Punto maxilofrontal. L ugar donde la rama ascendente del maxilar externo
se une a los huesos frontal y unguis (fig. 3.22).
— Dacrión. Punto donde el borde anterior del canal lagrim al contacta con
el frontal (fig. 3.22).
— Punto lacrimal. L ugar donde la sutura frontolagrim al se cruza con Ja «lí­
nea ideal» que sigue el borde interno de la órbita (fig. 3.22).
— Ectoconión. Punto más distante del punto m axilofrontal en el borde ex­
terno de la órbita (fig. 3.22).
— Punto cigomaxilar. Punto más inferior de la sutura frontomalar (fig. 3.15),
Fig. 3.22. A) La órbita. N, nasión; MF, punto máxifofrontal; D, dacrión; L, pumo lagrimal;
EC, cctoconión; AL.O., altura de lo órbita; AN.O., anchura de la órbita. B) Esquema de Braitin.

b) Puntos' laterales en la m andíbula


— Gonión. V értice del ángulo que forma el borde posterior de la ram a con
el borde inferior del cuerpo de la m andíbula (fig. 3.21).
— P u n to co n d íleo externo. Punto m ás ex tern o del có n d ilo m an d ib u lar
(fig. 3.21).

3.2.2.3. Longitudes

Las longitudes y las cuerdas se miden con el antropóm etro o con el compás de
ramas curvas, m ientras que los arcos se miden con la cinta métrica.

1) N eurocráneo

a) Longitud máxima. C orresponde a la distancia entre la glabela y el opistio-


ciáneo (figs. 3.16 y 3.19).
b) Longitud de la base. Corresponde a la distancia nasión-basión (fig. 3.20).
c) Anchura máxima. Es la distancia transversal entre los dos eurión, que en
general suele oscilar e n tre lo s 125-175 mm (figs. 3.15 a 3.17).
d) Anchura fro n ta l mínima. C orresponde a la distancia mínima entre las dos
crestas laterales del frontal (ñ g . 3.16).
e) A nchura frontal m áxim a. Corresponde a la distancia cutre los dos puntos
coronales (fig. 3.16).
i) A nchura biastérica. D istancia entre los dos asterión (fig. 3.17).
g) A ltura basal. D istancia entre basión y bregm a (fig. 3.20).
h) A ltura auricular. D istancia entre el centro de la línea que une los porión y
bregm a (fig. 3.19); puede m edirse con el craneóforo de M ollison o por triangulación
aplicando el teorem a de P itá g o ra s,1 tom ando com o base los puntos m encionados
(fig. 3.23).

1. El teorenm de Pitágoras dice: «el cuadrado de la hipotenusa es igual n In suma de los cuadrados de
timbos catetos», por lo Imito la longitud de un cateto viene dada por la roí?, cuadrad» de la diferencia de) r.u:i-
drado de la hipotenusa con el cuadrado del otro cateto.
B

Fig. 3.23. La altura auricular porión-bregma (A-PB) corresponde a la bisectriz BS (cateto


mayor), el cateto menor es PS y la bisectriz PB.

i) Altura de la calota, D istancia máxima perpendicular desde la bóveda cra­


neal a la línea glabela-inión (fig. 3.20).
j) Longitud de la apófisis mastoides. Distancia veitical entre el plano de Frankfuit
y el vértice de la apófisis (fig. 3.19).
k) Longitudporión-asterión. Longitud de la cuerda entre ambos puntos (fig. 3.17).
1) Cuerda sagital frontal. D istancia recta entre nasión y bregm a (fig. 3.20).
m) Cuerda sagital parietal. D istancia recta entre bregm a y lam bda (fig. 3.20).
n) Cuerda sagital occipital. D istancia recta entre lam bda y opistión (fig. 3.20).
o) C uerda de la escam a suprainiana.- D istancia recta entre lam bda y inión
(fig. 3,20).
p) C ircunferencia horizontal máxima. Es la que circunda la bóveda craneal
pasando por la glabela y el opisíiocráneo (fig. 3.12).
q) A rco transversal. L ongitud de la curva com prendida entre los dos porión y
bregm a (fig. 3.19).
r) A rco sagital. L ongitud de la curva com prendida a nivel del plano sagital,
entre nasión y opistión (fig. 3.20).
s) Arco sagital frontal. Longitud de la curva comprendida entre nasión y bregma
(fig. 3.20)2.
t) A rco sa g ita l p a r ie ta l L o n g i t u d d e la cu rva c o m p r e n d i d a e n tre b r e g m a y
la m bd a (fig. 3 .2 0 ) .

2. La comparación entre las cuerdas y arcos sectoriales (frontal, parietal y occipital) permite deducir lu
mayor o menor curvatura de estos huesos en la linca media.
u) Arco sagital occipital. Longitud de la curva com prendida entre lambda y
opistíón (fig. 3.20).
v) Arco de la escam a occipital suprainiana. Longitud de la curva com pren­
dida entre lam bda y inión (fig, 3.20).

3) Espiacnocráneo

a) Longitu d de la cara. L ongitud de la cuerda b asió n -p ro stió n (fig. 3.20).


b) Anchura de la cara. D istancia entre ambos puntos cigom áticos (fig. 3.15).
c) Altura total de la cara. D istancia entre nasión y gnatión (fig. 3.15).
d) A ltura de la cara superior. D istancia entre nasión y prostión (fig. 3.15).
e) Anchura de la órbita. D istancia entre los puntos orbitarios interno y externo,
que suele oscilar entre los 32-48 mm (fig. 3.22, A N.O .). Al determ inar esta medida
debe especificarse qué punto orbitario se emplea: maxilofrontal (M F), dacrión (D) o
punto lacrim al (L). El em pleo de uno u otro punto varía la amplitud de la órbita, siendo
aconsejable cuando se realiza el estudio de un conjunto de individuos em plear siem ­
pre el m ism o punto orbitario.
f) Altura de la órbita. Longitud m áxim a del diám etro perpendicular a la an­
chura m áxim a, que suele oscilar entre los 26-48 mm (fig. 3.22, AL.O.).
g) Anchura interorbitaria. D istancia entre ambos puntos orbitarios internos.3
b) Anchura biorbitaria, D istancia entre ambos ectoconión.
i) A ltura nasal. D istan cia entre nasión y el punto nasoespinal (fig. 3.15).
j) Anchura nasal. D istancia m áxim a transversal del orificio nasal (fig. 3.15),
k) Longitud maxiloalvcolar. D istancia entre prostión y el borde posterior de la
arcada dental (ñg. 3.18).
1) Anchura maxíloalveolar. M áxim a separación entre am bas arcadas alveola­
res en su cara externa (fig. 3.18).
m) Longitud del paladar. D istancia entre el punto oral (incisión) y estafilión
(fig. 3.18).
n) Anchura del paladar. D istancia entre el punto medio de la cara interna del
borde alveolar de P 2 de am bos lados. Para esta m edición es m uy útil el palatím etro
(fig. 3.18),
o) Altura del paladar. C orresponde a la perpendicular entre la línea alveolar
y la sutura interpalatina.

4) M andíbula

a) A n ch u ra b ico n d ü ea . D istan cia en tre am bos puntos co n d íleo s externos


(fig. 3.21).
b) Anchura bigoníaca. Distancia entre ambos gonión (fig. 3.21).
c) Altura de la stnfisis. Punto infradental-gnaticm (fig. 3.21),
d) Altura de la tam a mandibular. G onión-borde superior del cóndilo (fig. 3,21).
e) Anchura de la rama mandibular. D istancia entre los dos puntos más próxi­
mos (fig. 3,21).

3. S e denomina hipertelorísmo a una anchura inierorbiiaria grande y acostumbro a ser mi signo de deter­
minadas patologías.
f) Altura del cuerpo. Se m ide entre P ,-P 2 y entre M ,-M 2 (fig. 3.21).
g) Grosor del cuerpo. Se m ide entre P (-P2 y entre M ,-M 2 (fig. 3.21). La medida
puede tomarse en vertical (a) o en proyección (ap), debiendo especificarse cuál se usa.

5) Angulos

a) Á ngulo de inclinación frontal. Con el vértice en eí nasión, oscila entre los


45°-55" (fig. 3.19).
b) Ángulo de curvatura frontal. Con el vértice en la glabela, oscila entre 40°-50°.
c) Á ngulo occip ita l V értice en el opistión, oscila entre 120°-130t’.
d) Á ngulo esfenoidal de Welcker, El vértice se sitúa en el centro del canal óp­
tico y las ram as pasan: la anterior por el nasión y la posterior por el basión. Oscila ai-
rededor de 120°~135° (fig. 3.20).
e) Ángulo mandibular. Cóndilo-gonión-base y oscila entile 110o- 130° (fig. 3.21 -{3).
f) Á ngulo del mentón. Q ueda definido por la línea que pasa por el punto in-
fradentnl, el pogonión y ia línea basal (fig. 3.21-a),
g) Á ngulo alveolosubnasal. N asión-prostión-horízontal (fig. 3.24-p),
Según el ángulo entre el punto alveolar superior y el punto espinonasal:
M enos de 80° prognatism o alveolar
de 80° a 84,9° m esognatism o alveolar
85° o m ás ortognatismo alveolar

Fig. 3.24. Ángulo del peifd total: nasión-prostión-plano horizontal (a) y ángulo da progna­
tismo alveolosubnasal ((5).
h) Ángulo del perfil total. N asión-espinal-horizontal (fig. 3.24-a).
i) Prognatism o fa c ia l superior.
Según el ángulo del perfil total:
M enos de 70° hiperprognatism o (m axila m uy saliente)
de 70° a 79,9° prognatism o (m axila saliente)
de 80° a 84,9° m esognaiism o (m axila poco saliente)
de 85° a 92,9" ortognatism o (m axila no saliente o cara plana)
93° o m ás hiperortognatism o (cara m uy plana) '

6) Volumen craneal

Para m edir el volum en o capacidad craneal cuando el cráneo está com pleto se
procede a taponar los pequeños orificios naturales, tales com o las hendiduras esfe-
noitiales, los forám enes yugulares, etc., y a continuación se llena la cavidad endocra-
neal a través del orificio occipital con pequeños perdigones (2 mm) o con granos de
cereales, com o por ejem plo el mijo. A continuación se vacía el contenido del cráneo
en un recipiente graduado para com probar el volum en obtenido. Sin em bargo, cuando
el cráneo ésta deteriorado se puede determ inar su volum en m ediante diversas form u­
las, entre las que citam os las de Joi'gensen (1956):
a) M edida del volum en de la calóla por encim a del plano glabela-inión, apli­
cando la fórmula:
Capacidad craneal = 0,8 volum en calota + 280 cc ± k 80 ce

b) Otra fórm ula que se puede aplicar cuando la base del cráneo está destruida
es la de Jorgensen (Olivier, 1960); se basa en m edir la circunferencia craneal m áxim a
pasando por el plano glabela-inión:
Capacidad craneal = 5,43 circunferencia en mm - 1,346 cc ± k 100 cc
M ás exactas son las form ulas de Pearson (1924):
á) En función de la altura auricular:
cf = 359,34 4- (0,000365 X longitud x anchura x altura)
9 = 296,40 + (0,000375 x longitud x anchura x altura)

b) En función de la altura basilar-:


cf = 524,6 -t- (0,000266 x longitud x anchura x altura)
9 = 812,0 + (0,0000156 X anchura x altura)

D enom inación del cráneo según su volum en:


ci) Según Broca'.
M ás de 1950 cc m acrocrania o m acrocefalia
de 1.950 a 1.650,1 cc cráneo grande
de 1.650 a 1.450,1 cc cráneo m ediano
de 1.450 a 1.150,1 cc cráneo pequeño
menos de 1.150 cc m icrocrania o m icrocefalia
b) Según Sarracín:

Varones Mujeres Denominación

Menos de 1.300 cc 1.150 CC oligoencefalia


1.301 a i .450 cc 1.151 a 1.300 cc euencefalia
1.451 cc o más 1.301 cc o más aristencefalia

E spesor del cráneo según Tw iesselm ann (1941):

Situación Promedio Variación

Protuberancia frontal 5,4 mm 3 a 8,5 mm


Protuberancia parietal 5,7 mm 3 a 9,5 mm
Región obelica 5,8 mm 3 a 8,7 mm
En el asterión 3,9 mm 1,5 a 7 mm

3.2.2A . Indices craneoencefálicos

1) índice cefálico

A nchura m áxim a x 100 / longitud máxima:


M enos de 65 mm ultradolicocráneo (extrem adam ente alai-gado)
65 a 69,9 mm hiperdolicocráneo (muy alargado)
70 a 74,9 mm dolicocráneo (alargado)
75 a 79,9 mm m esocráneo (interm edio)
80 a 84,9 mm braquicráneo (redondeado)
85 a 89,9 mm hiperb raqui cráneo (m uy redondeado)
90 o más mm iiltrabraquicráneo (extrem adam ente redondeado)

2) índices de altura

Todos estos índices tienen en com ún el factor altura, pero varían según se em ­
plee la altura basilar (basión-bregma) o la altura auricular (porión-bregma). En los cua­
dros adjuntos especificarem os qué m edida se em plea.
a) índice de altura anchura:

A ltura x 100 / anchura máxima:


M enos de 92 mm (basilar) tcipinocráneo (bajo)
M enos de 80 m m (auricular) » »
D e 92 a 79,9 m m (basilar) m etriocráneo (medio)
D e 80 a 85,9 m m (auricular) » »
98 o más mm (basilar) acrocráneo (alto)
86 o más mm (auricular)
Pig. 3.25. D, dolicocranta; M, mesocrania; B, braquicrania. LM, longitud máxima; A ¡vi, an-
chura máxima; PF, plano de Frankfurt.

b) índice de altura longitud:


Altura x 1 0 0 1 longitud máxima
M enos de 70 mm (basilar) cam ecráneo (bajo)
menos de 58 mm (auricular) » »
de 70 a 74,9 mm (basilar) ortocráneo (medio)
de 58 a 62,9 mm (auricular) » »
80 o más mm (basilar) hipsicráneo (alto)
63 o más mm (auricular) » »

c) índice m edio de altura:

Altura X 100 / sem isum a de la longitud máxima y anchura m áxima


M enos de 80 mm (basilar) cráneo bajo
m enos de 68 mm (auricular) »»
de 80 a 84,9 mm (basilar) cráneo medio
de 68 a 71,9 mm (auricular) »»
85 o más mm (basilar) cráneo alto
72 o más m m (auricular) »»

3) Indices faciales

a) í n d i c e facial total:

A ltura nasión-gnatidn x 100 / anchura bicigom ática:


M enos de 80 mm hipereuroprosope (cara muy ancha o muy baja)
de 80 a 84,9 mm eunprosopc (cara ancha)
de 85 a 89,9 mm mesoprosope (cara mediana)
de 90 a 94,5 mm Icptopvosope (cara estrecha)
95 o m ás mm hiperleptoprosope (cara muy estrecha o muy alta)

b) índice facial superior:


Altura nasión-prostión x 100 / anchura bicígom ática:
M enos de 45 mm hipereuriene (cara m uy ancha o m uy baja)
de 45 a 49,9 mm euriene (cara ancha o baja)
de 50 a 54,9 mm mesene (cara mediana)
de 55 a 59,9 mm leptene (cara estrecha o alta)
60 o más mm hiperleptene (cara muy estrecha o muy alta)

c) Indice frontal transverso:

A nchura frontal mínim a x 100 / anchura frontal máxima:


M enos de 80 mm crestas divergentes
de 80 a 99,9 mm crestas interm edias
100 o más mm crestas paralelas

d) índice fronloparieta):

A nchura frontal mínim a x 100 / eurión-eurión:


M enos de 66 mm estenom eiope (frente estrecha)
de 66 a 68,9 m m m etriom etope (frente mediana)
69 o m ás mm eurimetope (frente ancha)

e) índice orbitario:
A ltura de la órbita x 100 i anchura de la órbita:
M enos de 76 mm cam econque (órbitas bajas)
de 76 a 84,5 mm m eso co n q m (órbitas medianas)
85 o más mm hipsiconque (órbitas altas)

J) índice nasal:
Anchura nasal x 100 / altura nasal:
M enos de 47 mm leptorrinia (nariz, estrecha)
de 47 a 50,9 mni m esorrinia (nariz mediana)
de 51 a 57,9 mm pladrrinia (nariz ancha)
58 o más m m hiperplatirrinia (nariz, muy ancha)

g) índice palatino:
Anchura paladar x 100 / longitud del paladar:

M enos de 80 mm leptoestajilino (paladar estrecho)


de 80 a 84,9 m m m esoestafilino (paladar mediano)
85 o m ás mm braquiestafilino (paladar ancho)
h) índice de la arcada alveolar superior:
A nchura de la arcada alveolar x 100 / longitud de la arcada alveolar

M enos de 110 mm dolicouronia (arcada estrecha)


de 110 a 14,5 mm mesourania (arcada m ediana)
más de 115 mm braquiurania (arcada ancha)

í) índice gnático de flower:

Longitud basión-prostión x 100 / basión-nasión:


M enos de 98 mm ortogn atism o (m axila no prom inente)
de 98 a 102,9 mm m esogn atism o (m axila poco prom inente)
103 o m ás m m prognatism o (m axila prom inente)

4) índices mandibulares

a) índice goniocondíleo;
A nchura bigoníaca x 100 i anchura bicondílea:

Los valores son menos elevados en la mujer, lo que significa que la separación
es menor. E ntre las denom inadas «razas blancas» su valor oscila alrededor de 84.

fo) índice de la ram a:


Anchura de la ram a x 100 / altura de la rama:

En el niño el índice es elevado, pues la ram a es baja; en la m ujer es menos ele­


vado que en el hom bre, ya que sus rasgos conservan cierto grado de infantilismo.

c) índice mandibular:
Longitud total x 100 / anchura bicondílea:
M enos de 85 mm braquignata, ancha o corta
de 85,0 a 89,9 mm m ediana o m esognaia
90 o m ás mm dolicogn ata, estrecha o larga

3.3. C a ra c te re s d escrip tiv o s (leí c rán eo

El esqueleto y el cráneo que form a parte de esta estructura, com o ya dijim os en


el capítulo 1, no perm ite la m edición de todos sus caracteres, circunstancia que nos
obliga a la descripción de las diferencias m orfológicas no m ensurables que caracteri­
zan a cada individuo, ya que no hay dos individuos idénticos, aunque sí rasgos pare­
cidos que en algunos casos casi son indiferendables entte sí. Estas sim ilitudes y di­
ferencias solam ente se pueden estudiar procediendo a una descripción de las mism as,
cuanto más m eticulosa mejor, que en antropología física constituye el estudio de los
denominados «caracteres descriptivos». A pesar de que dichos caracteres nunca son
idénticos, sí que se aprecian ciertas sim ilitudes, circunstancia que ha perm itido la ela­
boración de algunas tablas m orfológicas que establecen diferencias y similitudes. En
este apartado nos referiremos a algunas de ellas, las que a nuestro entender son las más
dem ostrativas y que con más frecuencia suelen usar los antropólogos,

3.3.1. N omenclatura

En el lenguaje antropológico hay cierta confusión term inológica cuando nos re­
ferim os a los huesos de la cabeza o cráneo, razón por la que concretarem os algunos
términos:

— cráneo: todos los huesos de la cabeza;


— neurocráneo o cráneo cerebral: parte esferoidal del cráneo donde se sitúa el
encéfalo;
— esplacnocráneo o cara: en la que se incluye la mandíbula;
— cráneo com pleto: algunos antropólogos y anatom istas, para obviar dificulta­
des, em plean este térm ino que equivale a «cráneo»;
— calvaría: cráneo sin cara;
— calva o calota: cráneo sin cara y sin la base del neurocráneo,

3.3.2. C a ra c te re s g e n e ra le s

Es necesario valorar el espesor de los huesos en los distintos puntos (véase apar­
tado 3.2.2.2.), así com o los relieves para las inserciones musculares, indicando su in­
tensidad. Estos relieves están en relación directa con la fortaleza de la m usculatura,
siendo, en general, m ás acusados en el hom bre que en la mujer. También se hace una
valoración de la m orfología de las suturas craneales, tanto en cnanto a la com plica­
ción de su dibujo (fig. 3.26) com o a la ausencia o presencia de sinostosis, que está re­
lacionada con la edad del individuo (véase capítulo 4) y que en ocasiones tiene un ca­
rácter patológico (véase capítulo 9).
En la descripción tam bién deben m encionarse las piezas dentarias que estén
presentes, tanto si se trata de restos fetales, niños, individuos inm aduros o adultos
y, en el caso de que haya habido pérdida, cuál es el estado de su alvéolo (véase el
apartado 3.4. y los capítulos 4 y 9): si está bien conservado, si ha dism inuido su al­
tura o si se ha producido una reabsorción. Tam bién debe consignarse la presencia de
caries, la distancia entre la corona y el borde alveolar, la presencia de dientes su­
pernum erarios, la hipoplasia o cualquier otra alteración que se detecte (véase capí­
tulo 9).

3.3.3. D e s c rip c ió n s e g ú n s u s n o r m a s

Se denomina norma al contom o establecido para definir las superficies del crá­
neo como si estuviese incluido en un cubo, lo cual permite establecer seis caras: an­
terior, posterior, superior, inferior y laterales derecha e izquierda. Por consenso se usa
Ja la te r a l iz q u ie r d a .
/ W VU'\r- n
fV vA ^v^V Í/H H IrvA™

wv
nwm.
■mm
Fio. 3.26. Esquema de la complicación de las suturas craneales, según Oppenhein. I, sutura
coronal; 11, sagital; lií, lambdoidal; IV, sutura occipitomastoidea.

3 , * •> O * * w ,

t / - . ' ' / A ,

o — *- av/ w V 'T nj A S /L v > A j V ~ ' ' ~

F ig . 3.27. Grados de sinostosis, según Broca. 0, ausencia de sinostosis; 1 a 3, sinostosis in­


completas; 4, desaparición de ¡a sutura. Según Martín, valora la longitud de una sutura al me­
dir la longitud de las sinuosidades, basándose en la figura precedente,
1) Norm a superior

Debem os constatar cómo es su contorno y si hay asim etrías im portantes, pues


una ligera asimetría debe considerarse com o habitual. En el caso de que Ja asimetría
o el predom inio ele determinada longitud sea muy acusada puede tratarse de una pa­
tología o ser la consecuencia de una actividad ritual (véase el capítulo 9).

a) Para su valoración suelen em plearse las tipologías descritas por «Sergi, quien
las limita a siete (Fig. 3.28).
b) Las protuberancias frontales pueden ser prom inentes, aplanadas, etc.
c) También las protuberancias parietales pueden ser prom inentes, aplanadas, etc.
d) Los arcos cigom áticos, según sea la cara ancha o estrecha, pueden verse al
exam inar la norm a superior. Cuando son visibles hablam os de fenocigia y cuando no
son visibles de criptocigia. En la figura 3,25-D hay una fenocigia muy evidente; en la
M la fenocigia es m uy discreta; y en la B hay criptocigia.

2) Norm a lateral

Debem os valorar varias estructuras:

a) Nasión. Se indica su m orfología y su grado de prom inencia.


b) Perfil sagital. D ebe darse una idea de su aspecto, si es alto (acrocráneo u
oxicráneo) o bajo (platicráneo) y si hay lina depresión posteoronal o prelam bdoidea,
etc. (fig. 3.29).

FlG. 3.28, 1, elipsoide; 2, ovoide; 3, esferoide; 4, pentagonoide; 5, romboide; 6, bursoide;


7, esfenoide (Sergi). En algunos libros de antropología hay un error en la clasificación de Sergi
al d e n o m i n a r ai nthn. 1, que es elipsoide, como pentagonoide y al tn'iin. 4, que es pentagonoide,
como elipsoide (véase Martín-Saler, 1957; O livia , 1960; Comas, 1972, y Reverte, 1991)
FiG. 3.29. 1, depresión postcoronal y prelambdoidal; 2, cresta oquilla sagital; 3, depresión
sagital.

c) Glabela y arcos superciliares.. Su suele clasifica! según la gradación esta­


blecida por Broca que va de 1 a 6 (fig. 3.30).
d) Pterión. D ebe dejarse constancia de su morfología. Esta estructura se fia-
gua por la conjunción de los huesos frontal, parietal, tem poral y el ala m ayor del es-
fenoides. C onsideram os que la tipología en tres tipos es suficiente (fig. 3.31).
e) Crotafites. Indicar si son muy marcadas, poco acusadas o im perceptibles.

F i g . 3.30. Arriba: m orfología de la glabela y de los arcos superciliares, según Broca.


Abajo: clasificación del inión según Broca.
Fig. 3.31. Pterión en B, X y K. P, hueso parietal; F, frontal; T, temporal; E, cara exocra­
neal del ala m ayor del esferoides.

f) Perfil de la cara. En su descripción se indica el grado de prognatism o, fa­


cial y mentoniano, L a espina nasal anterior puede ser volum inosa o pequeña, pudiendo
em plearse para su adscripción la tabla de B roca (fig. 3.32),
h) Inión. Se puede valorar según la clasificación de B roca, que va de 0 a 5. Eí
0 representa la ausencia de la protuberancia occipital externa, m ientras que el 5 es
conocido com o «en moco» (fig. 3.30),
i) O ccipucio. Pueden considerarse varias posibilidades, según exponem os en
la figura 3,33.
Agrupados del uno al cuatro observamos que no hay un engrosam iento del hueso,
o sea, que se trata de una variación en su curvatura, pero en el toro occipital (5) hay
un engrosam iento del hueso que en ocasiones puede prolongarse hasta alcanzar las
apófisis mastoides.
j) M astoides. Se expone su grado de desarrollo.

1 2 3 4 5

Fia. 3.32. Tabla de Broca para valorar la morfología de la espina nasal.


Fig. 3.33. 1, moderadamente curvado; 2, muy curvada o curvoccipüal; 3, aplanado o pla-
noccipital; 4, en moño o chigncm de los franceses; 5, toro occipital o torus occipitalis; d, de-
p resión prelambdática.

3) N orm a anterior

a) Frente. Ancha, estrecha, etc.


b) M etopism o. Puede estar ausente o presente. En esta última posibilidad suele
ser frecuente su presencia a nivel glabeiar, mientras que el metopismo completo que
origina dos huesos frontales es muy inferior. Las variaciones estadísticas dan datos
muy variables, pero nos parece que las cifras más válidas están entre el 1-4 %, siendo
algo m ás frecuente en el sexo fem enino y, según algunos autores, en los subnormales
(fig. 3.34).
c) Protuberancias frontales. A cusadas, aplanadas, etc.

Fig. 3.34. Persistencia de la sutura metópica en el adulto: 1, metopismo completo glabelar


(muy frecuente) y metopismo prebregmático (poco frecuente), no siendo corriente la asocia­
ción entre ambos; 2, metopismo completo; 3, restos de la fontanela metópica y metopismo hasta
la gktbela; 4, persistencia discontinua entre restos de la fontanela metópica y de la sutura en la
glabela.
d) Presencia o ausencia de guilla sagital (fig. 3.29).
e) Órbitas. Pueden ser rectangulares, cuadradas, redondeadas, horizontales,
oblicuas, etc, (fig. 3,35).

Fig. 3.35. Variaciones moifológ icas de las órbitas (según Strouhal): 1, cuadvangular; 2, rec­
tangular; 3, circular; 4, trapezoidal estrecha; 5, trapezoidal ancha.

f) N ariz y fo sa s nasales. Los huesos nasales pueden tener una m orfología muy
variada; hasta 8 tipos según la clasificación de M artín-Saller (fíg.3.36). L as fosas na­
sales pueden tener una morfología variada, ancha o estrecha, ovoidea, periform e, elip-
soidea, circular, en «corazón de naipes» (fig. 3.37), con o sin fosita prenasal o sillón
(fig. 3.38).
g) M alares o póm ulos. Robustos, gráciles, prom inentes, aplanados, etc.
h) Maxila. Robusta, grácil, etc.
i) Fosa canina. Profunda, aplanada, etc.
j) Relieve de las raíces dentales. Muy acusado, poco acusado, con perforación
en algún punto (fig. 3.39).
k) Proporción de la cabeza. Según el índice total de la cara, teniendo en cuenta
la amplitud y verticalidad de la frente, puede ser estrecha, mediana o ancha (Fig. 3,40).

1 1 % i

1 2 3 4 5 6 7 8

Fig. 3.36. Clasificación morfológica de los huesos nasales, según Martfn-Saller.

PlG. 3.37. Fosas nasales en forma de corazón de naipe invertido.


Fig, 3.39. Relieve de las raíces dentales.: 1, no hay relieve; 2, relieve moderado; J, relieve
intenso.

FiG. 3.40. 1, cabeza estrecha; 2, cnbez.a ancha.


4) N orm a posterior

a) C ontorno. Puede ser variado, según podem os apreciar én la figura 3.41.


b) Protuberancias parietales. M uy acusadas, poco, redondeadas, etc.
c) Huesos wormianos. Presencia o ausencia. Especificar su número y posición,
e) Líneas curvas del occipital e inión, Poco o muy marcadas, en general hay
dos, una superior y otra inferior, presencia de una cresta sagital, presencia de un hueso
epactal, si lo hay, corresponde a un wormiano apical, generalmente de morfología trian­
gular, aspecto del inión. Morfología de las apófisis mastoides.

© 0

1 2 3 4 5

Fig. 3.4 I. Clasificación de la norma posterior del cráneo, según Bickstedt: 1, cuneiforme;
2, esferoide; 3, domiforme; 4, domiforme muy marcado; 5, en tiendo de campaña.

5) N orm a inferior ,

a) Arcada dental. Suele ser parabólica, pero puede adoptar la form a en «U» o
en herradura (fig. 3.42).

F ig , 3.42. Arcada dental: 1, parabólica; 2, en «U»; i, en herradura.

b) Foramen magnum. Puede adoptar diversas m orfologías y los cóndilos oc­


cipitales también (fig. 3.43).

6) M andíbula

a) Piezas dentales c o n se ja d a s.
b) Cuerpo (fig. 3.21). Grado d e robustez, a sp ec to d el m en tó n , m o r fo l o g í a d e
Jas a p ó l i s i s gen i (fig. 3.44) y situ a ció n d e lo s o rificios m en to n ian os.
Fio. 3,43, Morfología del orificio occipital: /, en forma de pico de naipe francés; 2, rom­
boideo; 3, elipsoide; 4, esferoide: 5, triangular. Variaciones en los cóndilos occipitales: A) pre­
sencia de los tubérculos precondüeos ( -l); B) osificación del ligamento de la apófisis odontoi-
des del axis; C) presencio del tercer cóndilo (t) y cóndilos bífidos (b).

FlG. 3.44. Cara interna del cuerpo de la mandíbula. Las apófisis geni muestran una variada
morfología y en este esquema (G) mostramos algunas variedades. SL. fosa sublingual; D, fosa
digástrica.
3

Fig. 3.45. Variaciones de la espina de Spix: 1, ausencia de la espina y presencia de. varios
puentes sobre el surco milohioideo; 2, ausencia de la espina y un solo puente milohioideo;
3, presencia de la espina, pequeña si no sobrepasa los 2 iwn y grande si los sobrepasa (

c) R am as (descripción por separado de ambas). A specto y tamaño del cóndilo,


m orfología de la apófisis coronoidcs, aspecto y tamaño de la espina ele Spix (fig. 3.45),
La barbilla o m entón constituye una característica exclusiva del Homo sapiens
sapiens, ausente en todos los hom ínidos que le precedieron. La base es el mentón o
tubérculo central, que con frecuencia se asocia a dos tubérculos laterales, que en su
conjunto forman el trígono m entoniano (fig. 3.46). Algunos autores consideran un m a­
yor número de variedades, como Schultz (fig. 3.47) y D e Villiers (fig. 3.48).
Nota: Para com pletar el estudio de los caracteres descriptivos deben consultarse
los siguientes capítulos: para la edad, el 4; para las diferencias sexuales, el 5; para la
variabilidad, que en algunos casos puede corresponder a las m alform aciones o a la pa­
tología, el 9.

Fig. 3.46. La barbilla o mentón. M) una sola prominencia: el mentón (e); TM) tres prom i­
nencias: la eminencia nientoniana (e) y los dos tubérculos parainentonianos (t y t ‘), que con­
forman el trígono mentoniano. M es mas frecuente en el sexo femenino Y TM en el masculino.
Fio. 3.47. Variaciones del mentón según De Villiers. 1, mentón redondeado; 2, mentón p i­
ramidal; 3, mentón en estrella; 4, mentón de morfología alargada y ancha; 5, mentón trian­
gular ‘rugoso; 6, mentón saliente.

Fig. 3.48. Variaciones del mentón según Schultz. 1, barbilla redondeada con una protube­
rancia mentoniana débil; 2, barbilla redondeada con protuberancia y tubérculos mentonia-
nos regulares y medianamente robustos;. 3, barbilla angulosa con fuertes tubérculos mettto-
nianos yprotuberancia mentoniana con poca procidencia; 4, barbilla angulosa con protuberancia
mentoniana y tubérculos muy marcados; 5, barbilla puntiaguda con gran procidencia de la
protuberancia mentoniana y escasa de los tubérculos; 6, barbilla puntiaguda con gran proci­
dencia de la protuberancia mentoniana y m e d ia n a de los tubérculos.
7) Peso del cráneo

En los individuos de raza blanca es de unos 600 gr para los varones y de 560 gr
para las mujeres. Casi con toda seguridad se puede afirm ar que el sexo es m asculino
cuando el peso sobrepasa ios 800 gr y fem enino por debajo de los 430 gr.

8) índice craneomandibülar

Peso de la m andíbula con los dientes x 100 / peso del cráneo

El resultado es de 14,4 para el varón y de 13,3 para la mujer.

9) Indice cráneofem oral

El peso de los dos fém ures en las m ujeres es igual al del cráneo.
En el varón el peso de am bos fém ures es superior, aunque solam ente se acepta
cuando lo sobrepasa en 30 gr o más

3.3.4. C ra n iz o m e tría v e s t i b u l a r

Este estudio se basa en los trabajos sobre el plano vestibular de Perez (1922) y
en los criterios seguidos por D elattre y Fenard (1960) que hoy se han visto sim plifi­
cados gracias a que podem os em plear la radiología m ediante la técnica de la tomo-
grafía com putarizada (TC). A nuestro entender, es la técnica m ás correcta, aunque su
uso se ve lim itado por las dificultades para disponer o acceder a uu tom ógrafo en un
laboratorio de antropología, razón por la que se sigue empleando el plano de Frankfurt.
U na vez determ inado el plano vestibular, que pasa por el centro del canal horizontal
del aparato vestibular, cuyo nom bre es vestibión (sustituye al porión), se puede deter­
minar el plano transversal que pasa por dicho punto. B1 tercer plano, el sagital, es co­
mún a la técnica vestibular y a la clásica.
Las ventajas de este m étodo consisten en que es aplicable a todos los vertebra­
dos y no sólo perm ite el estudio com parativo con los hom ínidos y todos los primates,
así com o con las otras especies, pues el plano vestibular es independiente de las res­
tantes estructuras craneales.
El método em plea unos puntos antropom étricos distintos a los de la antropolo­
gía clásica y sugerim os a las personas interesadas en em plear este método que con­
sulten a D elattre y Fenard (1960) y C am pillo y Carvajal (1996) (fig. 3.49).
2

F ig .3.49. Arriba: sección del cráneo que pasa por ambos conducios semicirculares v esti­
bulares (1-1); 2, plano sagital. Abajo: los planos vestibulares: 1, plano vestibular (horizon­
tal); 2, plano sagital; 3, plano transversal. El punto donde se cruzan los planos / y 3 c o r r e s ­
ponde. a nivel del borda extemo del conducto semicircular horizontal, con el punto denominado
vestibión, sólo visible mediante RX (dibujo S. Campillo).
3.4. Los dientes

3.4.1. G e n e r a l id a d e s

En los antiguos tratados de anatomía los dientes, por su dureza y parecido con
el hueso, se consideraban como tales, pero en la actualidad sabem os que son estruc­
turas de origen dérm ico de gran resistencia al paso del tiempo. Su interés en antropo­
logía es muy grande, pues permiten determ inar la edad en los individuos, más en los
inmaduros, y realizar numerosas deducciones sobre patología, alimentación y aspec­
tos culturales.
En los adultos, la dentición consta de 32 piezas, 16 en la arcada maxilar y 16 en
la mandibular, siendo la fórmula de cada hemiarcada: 2,1.2.3, que corresponde a dos
incisivos, un cnnino, dos premolares y tres molares. En los niños solamente consta de
20 piezas, cuya fórmula es 2.1.2, que corresponde a dos incisivos, 1 canino y dos m o­
lares, careciendo de premolares. D escribirem os la dentición del adulto y la decidual y
explicaremos la nomenclatura abreviada. L a cronología en la aparición de los dientes
se incluirá en el capítulo 4 y la variabilidad y su patología en el capítulo 9.
Todos los dientes constan de una corona, una raíz y, entre ambas, el cuello. La
corona constituye la parte visib le del diente en un individuo sano, de la que se des­
prenden una o varias raíces que se van adelgazando de forma progresiva y cuyo vér­
tice se denom ina ápice. Cuando hay más de una raíz, éstas pueden unirse en uno o
dos bloques, quedando siem pre ocultas en el interior de sus alvéolos. Entre ía corona
y la raíz, a la pequeña estrangulación que constituye el cuello, se adhiere la encía. La
raíz está recnbierta de un cem ento y se fija ai alvéolo por un tejido periósticoconec-
tivo denom inado periodontio. El núcleo del diente está formado por un tejido que se
denom ina dentina o marfil, que es de color blanco-am arillento, y en su interior se en ­
cuentra la cavidad pulpar de la que sale un fino conducto que finaliza en el ápice de
la raíz. En el interior de la cavidad pulpar hay vasos y nervios que, a través del con­
ducto dentario, se ponen en com unicación desde los m axilares con el sistem a nervioso
y vascular del individuo. La corona, de distinta m orfología para cada diente, está re­
cubierta por el esm alte, su stan cia m uy dura de c olor b lan co. La articulación del
diente en e) alvéolo suele denom inarse gonfosis (articulación en forma de cuña), de­
nom inación aceptada por su em pleo, pero incorrecta, puesto que entre la raíz y el al­
v éolo hay una separación de 1 o 2 décim as de mm (fig. 3.50).
Los dientes suelen contactar entre sí, salvo en los casos en que hay diastemas'1
y, cuando se exam inan en una ortopantografía,5 resulta evidente que las raíces se in­
clinan en sentido distal, «huyen» de la línea media (fig. 3.51).
Cada diente está form ado por uno o varios conos y cada uno da origen a una cús­
pide en la corona y a una raíz.
En general, tanto en las fichas com o en el.estudio de los dientes, suele em plearse
una nom enclatura abreviada, pero se usan diversas m odalidades de abreviaciones,
siendo las más corrientes las que incluim os en el cuadro 3.3.
Personalm ente solemos usar la nom enclatura de «C», que lentam ente se va im ­
poniendo en los estudios antropológicos y que en la actualidad usa la práctica totali-

4. Pequeña separación entre dos dientes.


5. Radiografía tjue permite ver en un solo plano la totalidad de la dentición.
FlG. 3.50. Esquema de un diente seccionado. J) dentina de la corona; 2) corona visible; 3) ca­
vidad pulpar; 4) cemento que recubre la raíz (9); 5) tejido pcríosticaconecdvo que Jija la raíz
al alvéolo; 6) tejido compacto que recubre la cavidad alveolar; 7) ápcx con la petforación en
donde finaliza el conducto dental (10) que lo une a la cavidad pulpar; 8) borde de la encía;
9) maifd; JO) conducto dental.

dad de los odontólogos (excepto en los EE.UU.). En ocasiones, cuando hay pocos dien­
tes, usamos la «A».
Para definir la form a o situación de un diente hay que utilizar com o referencia
las caras de su corona: vestibular o labial (externa) (V); lingual o interna (L); mesial
o m edial (M ), la más próxim a al plano sagital; distal (D), la más próxima a la garganta;
la oclusal corresponde a la superficie m asticatoria (figs. 3.51 y 3.52).

Fia. 3.51. Esquema de la ortopantografía de un adulto, que perm ite ver cóma las raíces
tienden a alejarse de la línea media; esta circunstancia ayuda a determinar cuándo se han des­
prendido a qué lado corresponden los dientes.
' M3 M 2 M1 I>2 P1 C I211 I112 C P l P2 M' M2 M3
M3 IVÍ2 M j Pz P, C I2 5, I, I2CP, p 2 m , m 2m 3
A-
m2 m1 c i2 i1 i1 i2 c m1 in2
^ nij c ii tj ll h c ni] mi

a ]3 615l4j312jl] 111113 14 15 16 1718


uR
8 l71 6) 51 41 31 21 ll fl 12 Í3 14 [5 16 Í7 ¡8

( 1» 17 16 15 14 13 12 11 [21 22 23 24 25 Z6 27 28
48 47 46 45 44 43 42 41 131 32 33 34 35 36 37 38

55 54 53 52 51 161 62 63 64 65
[ 85 84 83 82 81 171 72 73 74 75

<•1 2 3 4 5 6 7 8 19 10 11 12 13 14 15 16
32 31 30 29 28 27 26 25 1 24 23 22 21 2019 1817

D a b c d e f g I» ¡ J
t s r q p io n ra 1 k
\

C u a d r o 3 . 1. El cuadro está impreso como si viésemos la boca de una persona simada en­
frente. A) Nomenclatura más común en antropología, en que las letras corresponden a la ini-
cial de la pieza dental, en mayúscula las del adulto y en minúscula las deciduas, señalando
con un índice numérico las superiores y con un subíndice las inferiores (en esta nomenclatura
hay que indicar si corresponde a la arcada derecha o izquierda). B) Nomenclatura bastante
usada entre los odontólogos, indicando el ángulo si el diente es superior o inferior, corres­
pondiendo el núm. 1 al incisivo medio y el 8 al tercer molar. C) Nomenclatura moderna acon­
sejada por la Asociación Internacional de Odontología (arriba la de adulto y abajo la deci­
dua). D) Nomenclatura habitual en EE.UU., en que el 1 corresponde al 3‘ m olar superior
derecho y el 32 al 31' molar inferior derecho y, en los dientes deciduos, a y i corresponden a
los segundos molares derechos. En las nomenclaturas C y D, los números y letras siguen el
sentido de las agujas del reloj.

U na característica de los dientes es su form a de contacto, que en los anteriores


da lugar a que los superiores sobrepasen la corona de los inferiores (traslape),6 rozando
su cara lingual sobre la labial, facilitando su acción de corte (fig, 3.53).
En los dientes laterales no hay traslape. En el hom bre la m asticación se realiza
no sólo por el m ovim iento de apertura y cierre, sino tam bién por un desplazam iento
helicoidal de la dentición.

6. Cubrir una cosa a oirá o imbricarse una sobre la olía.


v

Fig. 3.52, Sección esquemática de una hemiarcada dental inferior izquierda. M) línea me­
dia, a la que se referencia la cara mesial de la corana; UN) lengua, o la que hace referencia
la cara lingual; V) vestíbulo de la cavidad bucal a la que hace referencia la cara vestibular,
que para ios dientes anteriores (incisivos y caninos) (ant). puede referirse a cara labial (L),
nunca para los dientes laterales (premolares y motares) (tat); D) porción disial, en donde se
sitúa el trígono retromolar, la más próxima a la garganta. Y) Corresponde al tercer molar, que
a veces se denomina yugal. Para mejor comprensión hemos mostrado un segundo molar infe­
rior izquierdo {46), visto p o r su cara oclusal, marcando cada una de sus caras.

3.4.2. C aracterísticas d e los dientes permanentes del adulto

Los dientes de] adulto son: Sos incisivos, los caninos, los premolares y los mo­
lares, que como ya dijim os totalizan 32, 16 en cada arcada, aunque sus características
son distintas en cada una de ellas. Los de cada hemiarcada son sem ejantes, pero no
idénticos, con sus rasgos invertidos, com o cuando una imagen se refleja en un espejo
(figs. 3.51 y 3.54).

Fig. 3.53. Contacto entre los clientes superiores e inferiores. A la derecha traslape.
Fig. 3.54. Dentición completa del adulto: S, superior e i, inferior.

1) In cisivos (fig. 3 .5 5 f

Son ocho, cuatro en la maxila y cuatro en la mandíbula, dos a cada lado. Su m i­


sión consiste en cortar los alimentos. Poseen una corona y una sola raíz. La corona es
aplanada en sentido vestíbulo-lingual, con la cara labial plana o algo convexa. La lin­
gual está excavada y puede p resentar un tubérculo o en g rasam ien to m ás o m enos
pronunciado. El borde cortante es recto o un poco convexo. L a raíz es cónica y la
sección, elíptica en los inferiores.
Los superiores tienen dim ensiones netam ente mayores a los inferiores. Además,
los superiores tienen una m ayor anchura mesiodistal que los inferiores, cuyo diám e­
tro m ayor es vestibulolingual. Las coronas de estos últimos son altas, estrechas y si­
m étricas, m ientras que las superiores son bastante más anchas, con el borde distal
menor que el mesial.
Entre los incisivos superiores las diferencias son ostensibles en la corona, más an­
cha en eí central — a veces trilobulada en su borde oclusal, sobre todo en los individuos
jóvenes— y más estrecha, con el borde cortante algo más oblicuo, en el lateral.

7. En In descripción de los dientes usurem os las sigu ien tes abreviaciones: M = m esial; D = ríistal;
V —vestibular o labial; L = lingual-, uniendo estos letras nos referiremos a superficies o n distancias como, por
ejemplo, MD = mesiodistnl, VL = vestibulolingual. etc.
Fig. 3.55. Esquema de los diferentes tipos de dientes vistos por sus caras vestibulares, lin­
guales, tnesial.es y oclusales: el número indica el diente de que se trata, según la nomencla­
tura de la Asociación Internacional de Odontología, que hemos comentado en el cuadro 3.1.

Los incisivos inferiores presentan escasas diferencias entre sí, determinadas prin­
cipalm ente por el tam año, m ayor en el lateral que en el central. Además, el desgaste
puede dar una inclinación en sentido distal al segundo incisivo.
Para distinguir los incisivos derechos de los izquierdos puede ser una orienta­
ción la inclinación del borde cortante — la altura de la corona es m enor en el ángulo
distal que en el m esial— ; adem ás las raíces presentan tam bién una cierta oblicuidad
respecto al eje del diente hacia el lado al que pertenecen, «huyen» de ]a línea media.

2) Caninos

Son cuatro en total, dos superiores y dos inferiores, situados cada uno al lado
de los segundos incisivos, y sirven para desgan ar y rom per los alimentos dada la forma
puntiaguda de su corona.
Las cuatro piezas tienen una forma similar, por lo que es necesaria una obser­
vación detallada para distinguirlas entre sí. En general, las superiores son m ayores que
las inferiores. La cara vestibular es más alargada en el canino inferior, el borde cor­
tante es asim étrico, con la porción m esial más corta que la distal.
L as caras m esiales son m ás estrech as y altas en el canino inferior, el borde
cortante es asim étrico , con la porció n m esial m ás co rta que la distal. En cuanto a
la cara lingual, el cinguium — dibujo— es mayor en este último. La raíz es larga y
gruesa en sentido vestibulolínguai y es la m ás volu m in o sa de todas las piezas den­
tales.

3) Prem olares

Son ocho, cuatro superiores y cuatro inferiores, agrupados de dos en dos a cada
lado del m axilar. La corona es m ás com pleja que en los incisivos y caninos, pues se
com pone de dos cú sp id es. Ig u alm en te, la raíz pu ed e se r doble en algunos casos.
Los superiores tienen orden decreciente, el prim ero es m ayor que el segundo,
m ientras que en los inferiores sucede lo contrario. La cara vestibular de los superio­
res es vertical, la de los inferiores más curvada. Lo contrario sucede con las respecti­
vas caras linguales. En la cara oclusal podem os ver que el surco entre cúspides es
rectilíneo en los dientes superiores y convexo en los inferiores.
Para distinguir entre el prim er y segundo prem olar superior hay que valorar el
tam año de las cúspides, pues en el prim ero la lingual es m enor que la vestibular, m ien­
tras que en el segundo son equivalentes. El prim ero tiene m uchas veces una raíz bí-
fida, la vestibular m ayor que la lingual.
En los prem olares inferiores también hay que observar las dim ensiones, m ayo­
res en el segundo que en el prim ero. La cúspide lingual, que en el prim ero es muy p e­
queña y determ ina una cara oclusal muy oblicua, es casi idéntica a la vestibular en el
segundo. Ésta tiene adem ás una form a más cúbica.
Para diferenciar entre los derechos y los izquierdos hay que recurrir, com o en to­
das las piezas dentales, a la observación de la corona, m ás alta en la cara mesial que
en la distal y m ás ancha la vestibular que la lingual. En relación con la raíz, el ángulo
que form a con la corona es m ás agudo en el lado distal que en el mesial.

4) M olares

Son doce, seis superiores y seis inferiores, agrupados de tres en tres. Junto con
los prem olares, sirven para la trituración de los alim entos; para ello poseen una su­
perficie oclusal de m ayor tam año y com plejidad que Jas dem ás piezas dentales. La co­
rona es volum inosa con varias cúspides y raíces múltiples. Tienen un orden decreciente
del prim ero al tercero.
Entre los superiores e inferiores las diferencias en la corona se refieren a la cara
oclusal. Los superiores tienen las caras laterales inclinadas hacia el mism o lado y pue­
den inscribirse en un paraielogram o. Los inferiores pueden inscribirse en un rectán­
gulo. El diám etro V L es m ayor que el M D en los superiores; en los inferiores sucede
lo contrario.
Las cúspides son tam bién distintas. En los superiores, la M L y la V D están dis­
puestas de form a oblicua. En los inferiores están situadas regularm ente a lo largo del
borde vestibular y del lingual. Los m olares superiores tienen dos raíces vestibulares y
una lingual. Los inferiores sólo tienen una mesial y otra distal.
Para diferenciar las piezas derechas de las izquierdas hay que aplicar los mism os
criterios m encionados en los prem olares, con la salvedad del prim er m olar superior
donde la cara lingual es más ancha que la vestibular,

a) P rim er m olar superior. Posee cuatro cúspides: dos vestibulares y dos lin­
guales (V L>VM >VD >D L). La cara vestibular presenta una asim etría: el borde distal
es m enor que el m esial, mientras que en el lingual sucede lo contrario. D e perfil, la
cara vestibular presenta una curvatura regular, la lingual es más abultada cerca de la
raíz. La raíz m ayor es la lingual, seguida en orden decreciente por la VD y la VL. Estas
últim as están ligeram ente incurvadas, con la concavidad hacia el interior.
b) Segundo m olar superior-(fig. 3.56). Posee cuatro cúspides, pero la porción
distal de la corona es m enor y la cúspide (DL) es muy pequeña. Las raíces son asi­
m ism o tres, pero pueden estar fusionadas o apiñadas.
c) Tercer m olar superior (fig. 3.56). Las form as son muy variables, pero la
típica es de tres cúspides, dos vestibulares y una lingual, esta últim a muy desarrollada.
Las raíces están fusionadas aunque pueden verse surcos separando las tres.
d) P rim er m olar inferior (fig. 3.56). Tiene norm alm ente cinco cúspides y dos
raíces. Tres cúspides son vestibulares y dos linguales (M L>DL>V D>central>VD ). El
borde vestibular de la caía oclusal es convexo y largo, m ayor que el lingual; los bor­
des laterales son convergentes hacia la cara lingual. La cara vestibular presenta relie­
ves de las cúspides, siendo m ayor la m esial, m ientras que la lingual tiene perfil de
dos cúspides. En la cara vestibular se observa un abultamiento en el tercio cervical o
cercano a la raíz. Tiene dos raíces, una mesial gruesa y una distal más delgada, con
muy ligera curvatura y oblicuas en sentido distal.

55 54 53 52 51

Fio. 3.56. Arriba: dentición decidua de la hetuiarcada derecha. Abajo: morfología de ¡os mo­
lares.
e) Segundo m olar inferior (fig. 3.56). Tiene cuatro cúspides, dos vestibulares
y dos linguales (V M >M L>VD >DL), aunque la m orfología del resto de la corona es
sim ilar a la anterior. Las dos raíces pueden aparecer fusionadas.
f) Tercer m olar inferior (fig. 3.56). D e m orfología m ás constante que el su­
perior, tiene cinco cúspides que dan a la corona una form a alargada en sentido MD.
Las raíces suelen aparecer fusionadas y curvadas en sentido distal. '

3.4.3. M o r f o lo g ía d e lo s d ie n te s d e c id u o s

En este apartado nos referirem os solam ente a su m orfología y no a su fase de


erupción, que com entarem os en el capítulo 6.
Los dientes infantiles son veinte: diez superiores y otros tantos inferiores. Son
de menor tam año que los perm anentes y de color blanco lechoso (fig. 3,56).

a) Incisivos y caninos, Las coronas presentan los m ism os caracteres que los
perm anentes, aunque el canino superior es más agudo.
b) Molares. Tienen un orden creciente, los prim eros son menores que los se­
gundos. El 54 tiene características m uy similares al 18 pero con el abultam iento cer­
vical más acentuado y de m enores dim ensiones. Ambos m olares se im plantan con tres
raíces (una lingual y dos vestibulares) muy divergentes y aplanadas,
El 55 tiene cuatro cúspides (dos linguales y dos vestibulares). Las caras de la co­
rona tienen el siguiente tamaño: V M >M L>V L>D L, con un notable abultam iento cer­
vical. El 85, com o el superior, es muy sem ejante a los 46-47, con dos raíces como los
definitivos, muy divergentes y aplanadas.

3.4.4. M e d ic ió n d e l o s d ie n te s

Las m edidas se toman en décim as de milímetro en la corona — eventualm ente


en la raíz— siendo las dim ensiones consideradas los diám etros M D y VL. La altura
de la corona no suele medirse, porque el desgaste puede hacerla variar sensiblem ente.
En los incisivos, caninos y prem olares se toman los diám etros m áxim os sin di­
ficultad, pero los molares pueden ser estudiados m ediante diversas técnicas según los
ejes o planos de referencia utilizados. El método m ás fiable consiste en tom ar un plano
de referencia independientem ente de la situación o m orfológica particular del m olar
(este dalo técnico debe constar en la ficha). Para el diám etro M D, éste es la cara m e­
sial, que suele ser plana, desde la que se tom a la distancia m áxim a hasta la cara dis­
ta!. El diám etro VL tom a com o cara de referencia la lingual, pero puede usarse la
vestibular si presenta menor curvatura, El criterio de este método se basa en conse­
guir los diámetros máximos según la anatomía particular del diente.
Otras técnicas de medición se sirven de las carillas de contacto para establecer los
diámetros MD; el V L sería entonces la distancia máxima entre las caras V y L. Asimismo,
el eje de la corona — es decir, el eje de la arcada en los dientes en posición y el de los
surcos en los sueltos— determina la orientación del diámetro MD, siendo el VL su per­
pendicular, Dada esta variación de los resultados, es conveniente indicar cuál es la que
se emplea para determinar las dim ensiones (este dalo técnico debe constar en la ficha).
3.4.5. C a r a c te r e s d e s c rip tiv o s

Los dientes pueden ser descritos según su m orfología anatóm ica y según la si­
tuación particular de una pieza o del conjunto dental del individuo. Los caracteres des­
criptivos más elem entales son: 1) los incisivos en la cara L pueden tener la m orfolo­
gía en «pala»; 2) los surcos en los caninos; 3) el número de cúspides en 33^34 y la
presencia del tubérculo lingual en los prem olares; 4) las cúspides de los molares, que
pueden sufrir variaciones num éricas, de distribución y desarrollo, adem ás de la pre­
sencia del tubérculo de Carabelli en los superiores.
D esde un punto de vista general hay que hacer constar el tipo de desgaste, la pre­
sencia de sarro, caries e hipoplasia (véase capítulo 9). Cuando disponem os de una ar­
cada completa es necesario consignar el núm ero de dientes engarzados y aquellos per­
didos en vida —-cuando hay reabsorción alveolar— , la posición norm al o defectuosa
de las piezas y el tipo de oclusión.
D esgaste dental, según Brabant: 0 ~ no hay desgaste; 1 = desgaste parcial del es­
malte; 1 ~ desgaste del esm alte dejando visible en algunos puntos la dentina; 3 = des­
gaste total del esm alte y sólo se ve la dentina; 4 = desgaste de toda la corona hasta el
cuello.
A cum ulo de sarro (cálculo): debe especificarse su localización. Cuam iíicación:
0 = ausencia; 1 = depósito irregular y fino; 2 = depósito grueso y discontinuo; 3 = de­
pósito grueso y continuo, parcial de la cara; 4 ~ depósito extendido a toda la cara.

3.5, A ntropolo g ía del esqueleto p o stc ra n e a l

3,5.1. LA COLUMNA VERTEBRAL

1) Caracteres m ensurables

Los estudios antropom étricos de la colum na vertebral son muy limitados y se re­
ducen a la medición de los cuerpos vertebrales de forma independiente, la cara supe­
rior y la inferior, tom ando los diám etros m áxim os, anteroposterior y transverso. Se
m ide también la altura del cuerpo en su parte anterior y posterior a nivel del plano sa­
gital y según el plano transverso, en su lado derecho e izquierdo. Cuando las discor­
dancias son evidentes perm iten valorar la cifosis, la lordosis y la escoliosis. También
tiene interés la m edición del orificio transverso en sentido sagital y transversal.
Para la colum na lum bar suele em plearse el índice de Cunningham .

a) índice de Cunningham :
Altura vertebral anterior x 100 / altura posterior (fig. 3.57):

97,9 mm o m enos vértebra cuneiform e de base anterior


98 a 101,9 mm vértebra rectangular
102 mm o más vértebra cuneiform e de base posterior

b) índice vertebral total:


A ltura de todos los cuerpos vertebrales anteriores x 100 / altura posteriores.
F i e . 3 .5 7 . A la iz q u ie r d a , v é rte b ra s. I , d iá m e t r o t r a n s v e r s o ; 2, d iá m e t r o a n t e r o p o s t e r io r ;
>1, c u n e if o r m e d e b a s e a n t e r i o r ; D, r e c t a n g u la r ; C , c u n e if o r m e d e b a s e p o ste rio r. A la d e r e ­
ch a , e l s a c ro . V ista la t e r a l: P , p r o m o n t o r i o ; D , a lt u ra d e l s a c r o ; F , sa eta q u e m id e la m a y o r
o m e n o r c lim a t u r a d e l h u e so . V ista de fr e n t e : E, a n c h u r a . I, s a c r o h ip o b a s a l; 11, s a c r o o r l o -
b a s a l; 111, s a c r o h ip e r b a s a l.

Los índices más bajos corresponden a las tipologías occidentales europeas, las
interm edias a las orientales y las más elevadas a las negroides.
En las m ediciones de la colum na vertebral siem pre se tiene que tener en cuenta
el error secundario a la ausencia de los discos ínter vertebrales,

2) C aracteres d e sc rip tiv o s

Teniendo en cuenta las características ya descritas en el estudio anatóm ico de las


vértebras se puede precisar al sector de la colum na a que corresponden (cervical, dor­
sal, lum bar y en los subadultos, sacras) y su núm ero de orden (C, D .... ... L 5),
así com o las anom alías y las patologías (véase capítulo 9).

3) Variabilidad

D oisalización de las cervicales o lum bares, lum barización de las dorsales o sa­
cras, las lumbares.
s a c r a liz a c . ió n d e
3 .5 .1 .1 . Sacro

En genera] está formado por cinco vértebras, puede tener seis (21 %) o cuatro
(1 %) y excepcionalm ente siete (0,1 %), Estas variaciones son más frecuentes en el
varón y en ocasiones solam ente afectan a un lado.

1) A ntropom etría (fig. 3.57)

Altura máxima: distancia entre el borde anterior de la base del sacro al vértice.
A nchura máxima: distancia entre los bordes externos de las alas sacras.
Anchura del ala: distancia entre el borde de la cara articular para la quinta lumbar.
Longitud del sacro: es la distancia máxima entre el promontorio (borde anterior de
su cara superior en el plano sagital) y la punta o vértice del hueso en su cara anterior,
índice de anchura:
A nchura m áxim a x 100 / longitud máxima
Los índices más elevados corresponden a los varones, pero varían según las dis-
Tintas tipologías. En los «blancos» suele ser superior a 110, en los orientales superior
a 100 y en los negroides oscila entre 90-95 (Olivier, 1960).

2) Caracteres descriptivos

Osificación. Se inicia de abajo arriba y tiene lugar entre tos 15 y los 30 años.
Sj y S2 rara vez antes de los 25 años y S, no suele finalizar hasta Los 30 años.
Basalidad. Cuando el extrem o de las alas sacras no alcanzan la plataform a del
cuerpo de S, se denom ina hipobasal (sacro bajo) si las alas están al mismo nivel or-
tobasal y si sobrepasan la plataform a hiperbasal (alas elevadas). Los sacros homoba-
sales predom inan en el sexo fem enino, y los hiperbasaies en las «razas blancas».

3 ,5 .2 . A n t r o p o l o g í a d e l a s e x t r e m id a d e s s u p e r io r e s

3 . 5 . 2 . 1. Clavícula

1) Caracteres mensurables:

a) Longitud m áxima de la diáfisis (fig. 3.5S-1): menos de 110 rara ( 9 ) ; niás


de 175 mm (cf)

b) Perím etro a la mitad (fig, 3.58-2):


Grácil menos de 23,5 mm
M ediana de 23,5 a 25,4 mm
Robusta más de 25,5 mm
í.') A nchura máxima de la epífisis acrom ial (fig. 3.58-3):
E strecha menos de 15 mm
M ediana de 15 a 15,9 mm
A ncha 16 mm o más
F ig. 3.58. Clavícula. 1, longitud máxima; 2, perímetro en el centro; 3, anchura externa má­
xima; 4, anchura interna máxima.

3.5.2,2. Omóplato o escápula

1) Caracteres m ensurables

a) Altura m áxima de la escápula. Viene dada por la distancia entre su ángulo


superior y el inferior (fig. 3.59-1).
b) Anchura máxima. Corresponde a la distancia entre el com ienzo de la espina
y el centro de la cavidad glenoidea (fig. 3.59-2),
c) Longitud de. la espina. Corresponde a la distancia entre el nacim iento de la
espina y el punto más distante del acrom ión (fig. 3.59-3).
d) Ángulo axiloespinal, Viene determ inado por la línea de anchura máxima y
la del vértice de) ángulo inferior con el punto más inferior del borde de la cavidad
glenoidea (fig, 3.59-a),
e) Altura de la escápula. Suele oscilar entre 104 y 181 mili:
140 mm o menos bajas
140,1 a 150 mili medianas
150 mm o m ás altas
f) Cavidad glenoidea. Se miden sus dos diámetros m áxim os (fig. 3.59-A ), el
vertical y el transverso, perpendicular al anterior, pasando por el centro de la cavidad.
Los valores de la altura máxima para varones son iguales o superiores a los 37 mm
m ientras que para las m ujeres son iguales o menores a 34 mm. Con respecto a la an­
chura máxim a, valores iguales o menores a 38,6 mm corresponden a m ujeres y m a­
yores o iguales a 42 mm a varones,

g) Indice escapular.
A nchura escapular x 100 / altura escapular
Hasta 63,9 m m dolicom oifas (estrechas)
de 64 a 66,9 mm m esom orfas (medianas)
67 mm o más braquim orfas (altas)
Los índices más altos suelen darse en el sexo fem enino y predom inan en el lado
izquierdo.
Fio. 3.59. Escápula, i, altura máxima; 2, anchura máxima; 3, longitud de la espina; a, án­
gulo axiloespinal; A, altura de la cavidad glenoidea.

h) Indice glenoideo.
A nchura escapular x 100 / altura escapular.
i) L ongitud de la espina. O scila entre 74 y 121 mm y el ángulo axilar entre
los 35° y 55°.

2) Diferencias sexuales

Altura de la escápula 144 mm o menos 9 157 mm o más cf


Anchura glenoidea 26 mm o menos 9 29 mm o más cf
L ongitud de la escápula 128 m m o menos 9 141 mm o m ás cf

3) Caracteres descriptivos

a) M orfología de la cavidad, glenoidea. A, ovoide (fig. 3.60-A); B, elipsoiciea


(fig. 3,60-B); C, ajam onada (fig. 3.60-C).
b) M orfología del ángulo superior de la escápula. Rectilíneo (fig. 3 .6 0 -IR,
2R y 3R); curvilíneo (fig. 3.60-1C, 2C y 3C),
c) M orfología de la escotadura coracoidea (fig. 3.60), I, ausente; II, poco mar­
cada; III, bien m arcada; IV, muy m arcada, form ando casi un orificio; V, la escotadura
se ha transform ado en mi orificio.
d) Morfología del borde interno de la escápula. Según Bass (fig. 3.61-1): 1, cón­
cava; 2, rectilínea; 3, convexa.
e) M orfología de las espinas. Según Vallois (fig. 3.61-S): 1, europeos; 2, me-
tanoafricanos; 3, m elanesios; 4, japoneses.
Fie. 3.60. Arribo, morfología de la cavidad glenoidea del omóplato; en el centro morfología
del ángulo superior de la escápula; abajo, morfología ele la escotadura coracoidea (véanse co­
mentarios en el texto).

Fig. 3.61. I) morfología del borde interno de la escápula y S) morfología de la espina, según
VaUois (véanse comentarios en el texto).
3.5.2.3. Húmero

1) A ntropom etría (fig. 3,62)

a) D iám etros de la cabeza. Se m iden sus dos diámetros m áxim os, el vertical
y el transversal.
b) Longitud m áxima (fig. 3.62-2). Es la distancia entre el punto más bajo del
borde interno de la tróclea humeral y el m ás distante de la cabeza, y suele oscilar en­
tre 250-380 mm.
c) Longitud fisiológica (fig. 3.62-1). Se entiende por longitud fisiológica la
que corresponde a cada hueso, cuando se articula con su inm ediato en la persona viva
y, en el caso del húm ero, es la distancia m áxim a entre la cabeza y elcóndilo humeral.
d) Perímetro mínimo. C orresponde a la porción más estrecha de la diáfisis y
suele estar situado por debajo de la tuberosidad deltoides.
e) Perímetro a la m itad de la diáfisis.

H R U

F ig. 3.62. H) Húmero. 1, longitud fisiológica; 2, longitud máxima; 3, anchura de la cabeza;


4, eje de la diáfisis; 5, eje de la cabeza; a, ángulo de inclinación del cuello; ó, proceso su-
pmcoiulíleo; 7, perforación olecraneana. H', ángulo de declinación (a) al cruzarse los ejes
de las epífisis superior (1) y la inferior (2). R) Radio. 8, longitud máxima; 9, longitud fisioló­
gica; 10, circunferencia máxima; 10', circunferencia mínima; (i, ángulo de Fischer. U) Cubilo,
cara lateral interna; U ‘, vista anterior: 11, diámetro transverso subsigmoideo y 12, longitud
anteroposterior; 13, longitud máxima; 14, longitud fisiológica; 15, perímetro mínimo.
f) Diámetro máximo a la mitad. D iám etro máxim o tom ado en el m ism o sitio
donde se lia medido el perímetro.
g) Diám etro mínimo a la mitad. D iám etro m ínim o tom ado en el m ism o sitio
donde se ha medido el perímetro.
h) A nchura de la epífisis distal.
i) índice de robustez.
Perím etro mínimo x 100 / longitud m áxima
j) Indice diafisario:
Diám etro mínimo x 100 / diám etro máximo:
76.5 mm o menos Platibracjuia
76.5 mm o más Euribraquia

k) Asim etrías. En general* la longitud del hueso de la extremidad dominante,


según se trate de un diestro o de un zurdo, no suele ser superior a 5 mm en las dos
terceras partes de los casos.
1) Á ngulo de inclinación del cuello. Es el que se origina entre eleje diafisario
y el de la cabeza del hueso y está alrededor de los 130°,pero su variabilidad es muy
amplia.
m) Á ngulo de declinación del hueso. Es el que se origina entre el eje de la epí­
fisis superior (cabeza) y el de la inferior (epitróclea-epicóndilo), pues a causa de la tor­
sión de la diáüsis hum eral no están en el m ism o plano. Este ángulo oscila entre los
139° y 182°, con un prom edio de 164°.
n) Diferencias sexuales.
Longitud de 280 mm o m enos es 9 >de 330 mm o más es c f.

2) C aracteres descriptivos

La presencia del proceso supracondíleo se da en un 3 % de los casos, es algo


más frecuente en los «hombres prehistóricos» y es muy frecuente en algunos m am í­
feros (fig. 3.62 y 3.63).

Fig. 3.63. Esquema de la porción distal de la cara posterior del húmero izquierdo. 1, nor­
mal; 2, pequeño orificio epitrócleo-coronoidea; 3, orificio mediano; 4, orificio grande; 5, pro­
ceso supracondíleo.
La presencia de la perforación olecraneana que intercom unica la fosa olecranea'
na con la coronoidea (fig, 3.63) es relativam ente frecuente y se relaciona con la capa­
cidad de hiperextensión del antebrazo sobre el brazo. Es algo m ás frecuente en las
poblaciones orientaloides y mucho más en las negroides. Parece ser que era más fre­
cuente en nuestros ancestros y es muy frecuente en los antropoidea.

3.5.2.4. Radio (fig. 3.62)

a) Longitud m áxim a (fig. 3.62-8). Se m ide entre la punta de la apófisis es-


tiloides y el punto m ás saliente de la epífisis superior y suele oscilar entre los 190-
300 mm.
b) Longitud fisio ló g ica (fig. 3 .6 2 -4 ). Se m ide entre la cara articular para el
escafoid es y el fondo de la cavidad glenoidea radial.
c) Perímetro mínim o. Se determina por debajo del tubérculo bícípita!.
d) Perímetro a la m itad . Se determ ina en la mitad de la diáfisis.
e) D iám etro m áxim o a la m itad (fig. 3.62-10). D iám etro máxim o tomado en
el m ism o sitio donde se ha m edido el perímetro.
f) Diámetro m ínim o a la m itad. D iám etro mínim o tom ado en el mismo sitio
donde se ha m edido el perímetro.
g) Perímetro a la tuberosidad radial. Se determ ina por encim a de la tuberosi­
dad radial.
h) Perímetro de la cabeza. Se determ ina alrededor de la cabeza.
Í) Anchura de la epífisis inferior.
j) Á ngulo de F ischer Resulta de la intersección de las líneas que siguen el eje
de la diáfisis, por encim a y debajo de la tuberosidad bicipítal, y oscila alrededor de los
170°,
k) Asim etría. Casi constante a tenor de la dom inancia entre diestros y zurdos.

1) D iferencias sexuales:
L ongitud fisiológica 200 mm o m enos 9 235 mm o más cf
Longitud m áxim a 215 mm o menos 9 250 mm o más cf

ni) índice diafisario:


D iám etro m ínim o x 100 / diám etro máximo

3.5.2.5. Cúbito (fig. 3.62)

a) Longitud m áxim a (fig, 3.62-13). Corresponde a la distancia entre la punta


del olécranon y el vértice de la apófisis estíloides,
b) L ongitud fisio ló g ica (fig. 3.62-14). Es la distancia entre la parte más infe­
rior de la cavidad sigm oidea m ayor y la cara articular para el piram idal, en su epífisis
distal.
c) Perímetro m ínim o (fig. 3.62-15). Se tom a en el punto más estrecho de la
diáfisis en las proxim idades de la epífisis distal.
d) Diám etro anteroposterior (fig. 3.62-12). Tomado inm ediatam ente por de­
bajo de la carilla articular para el radio en la epífisis superior.
e) D iám etro transverso. Se lom a a la misma altura que el anterior.
f) D iám etro m áxim o a la mitad. D iám etro m áxim o tom ado en el m ism o sitio
donde se ha m edido el perímetro.
g) Diámetro m ínim o a la m itad. D iám etro m ínim o tom ado en el m ism o sitio
donde se ha m edido el perímetro.
h) Anchura de la epífisis inferior.
i) A sim etría . C om o cabe suponer, con la m ism a frecu en cia que el radio,
j) índice de robustez
Perím etro de] cuello x 100 / longitud
El prom edio es de 14,5 mm
k) Indice de plato lenta.
D iám etro transverso x 100 / diám etro anteroposterior:
menos de 80 mm Platolenia
de 80 a 99,9 mm FAirolenia
100 mm o m ás H ipereurolenia (redondeado)

1) Diferencias sexuales:
Longitud m áxim a 230 m m o menos Q 265 mm o más cf
Longitud fisiológica 205 mm o menos 9 250 mm o más cf

3.5.2.6. Indices interm embrales de la extremidad superior

a) Indice clavícuto-hw neral de Broca.


Longitud de la clavícula x 100 / longitud del húmero:
45.9 mm o m enos clavícula corla
46 a 47,9 mm clavícula m ediana
48 mm o m ás clavícula larga

b) índice escápido-hum eral.


Altura de la escápula x 100 / longitud del húmero:
63.9 mm o menos escápula estrecha
64 a 66,9 mm escápula m ediana
67 mm o más escápula ancha

c) índice húm ero-radial o del brazo (extremidad superior).


Longitud m áxim a del radio x 100 / longitud m áxim a del húmero
74.9 mm o menos radio corto
75 a 79,9 mm radio m ediano
80 mm o más radio largo
3.5.3. H uesos d e la extremidad inferior

3.5.3,1. Coxal y pelvis

En este apartado sólo harem os referencia a ios caracteres generales, dejando para
el capítulo 5 las referencias a las diferencias sexuales.

1) Coxal

a) Altura del coxal. Es la distancia máxima entre la p an e más elevada de la


cresta ilíaca y la porción m ás baja del isquión (fig. 3.64-A<hB).
b) A nchura del ala ilíaca (hueso ilíaco). Es la distancia entre las dos espinas
superiores (fig. 3 .6 4 -E IA S ^ E IP S ).
c) D iám etro acetabular.
d) Anchura cotilociáiica (fig. 3.64-AL). M ide la distancia entre el borde pos­
terior de la cavidad cotiloidea (C) y la m itad de la escotadura ciática m ayor ( o A L ) .
e) M edida de las distintas porciones del coxal (ilíaco, pubis e isquión). Se
m ide desde el centro del cotilo (K.) o desde el punto de Schultz (que coincide con la
escotadura ilioisquiática del borde del cótilo, SCH) al punto m ás distante de esas por­
ciones óseas (fig. 3.64): al ilíaco (IL), al isquión (I) o al pubis (P).
L ongitud del ilíaco: desde el punto K o SCH al más distante de la cresta ilíaca.
Longitud del isquión: desde el panto K o SCH al ángulo del isquión (P).
Longitud del pubis: desde el punto K o SCH al ángulo del pubis (I).

Fig. 3.64. Coxal. A la izquierda, visto por su cara externa y a la derecha, de lado. Los co­
mentarios están en el texto.
f) índice de anchura del iliaco.
Anchura del ala ilíaca x 100 / altura del ala ilíaca.
Los valores obtenidos son de 155 mm para ios varones y en las m ujeres oscila
entre 160-170. En los mitropoides es de 90.
g) Indice isquiopubiano de Schultz.
Longitud del pubis x 1 0 0 / longitud del isquión:
Varón blanco 73 a 94 mm, prom edio 83,6
M ujer blanca 91 a 115 m m , prom edio 99,5
(Según la opinión de Olivier, probablem ente sea el mejor índice de diferencia­
ción sexual.)
h) Escotadura ciática mayor. El ángulo que forman las tangentes es mucho
m ás abierto en la mujer, con un prom edio de 75°, y en el hom bre de 50°.

2) Pelvis

a) Altura de la pelvis. Por consenso viene dada por la altura del hueso coxal
izquierdo (fig. 3.64-A<->B).
b) Anchura de la pelvis. C orresponde a la distancia m áxim a en d e las dos cres­
tas ilíacas (figs. 3.65-1 y 3.65-A).
c) Indice de altura de la pelvis.
Altura de la pelvis x 100 / anchura de la pelvis.

Tiene un valor medio de 74 mm para la mujer y de 79 para el hombre,


d) D iám etros de la p elvis m enor. El diám etro transverso co rresponde a la

Fio. 3.65. La pelvis, a la izquierda, vista por su cara superior (S); a la derecha (S), sección
que pasa por el plano sagital del sacra y por la sínfisis ¡ntbiana (L). 1, anchura máxima; 2, an­
chura de la pelvis menor; 3, longitud entre el promontorio (P) y el borde inferior de la sínfi-
sis pitbiarta (S); 4, ángulo a, prom ontorio-borde superior del pubis-ángulo del isquión;
5, longitud entre el promontorio (P) y el borde inferior de la shifisis pubiana (S).
distancia m áxim a entre las dos líneas innominadas (fig. 3 .65-2), y el diámetro sagital
une el prom ontorio con el borde inferior de la sínfisis pubiana (fig. 3.65-5).
e) Indice del estrecho superior pelviano.
D iám etro sagital superior x 100 / diám etro transversal del estrecho:
89,9 mm o menos pelvis plana
90 a 94,9 mm pelvis media
95 mm o más pelvis estrecha

3.5.3.2. F ém ur

1) Antropom etría (fig, 3.66-F y F*):

a) Longitud máxima. C orresponde a la distancia entre los puntos mas distan­


tes de la epífisis superior (cabeza) y el cóndilo interno en la epífisis inferior y suele
oscilar entre 377 y 483 m m (fig. 3 .6 6 -F -1).

Fig. 3.66. F, fémur. 1, longitud máxima; 2, longitudjisiológica; 3, longitud trocantérea; 4 ’, eje


del cuello; 4, eje de la diáfisis; 5, diámetro de la cabezo; 6, anchura bicondílea; 7, centro de
la diáfisis; 8, sección subirocantérea; a, ángulo de divergencia; ¡i, ángulo del cuello. F', án­
gulo de torsión del fémur (1, epífisis proximal; 2, epífisis distal). T, tibia, 1, longitud de la ti­
bia; 2, anchura de la epífisis proximal; 3, orificio nutricio; 4, lugar más estrecho de la diáfi­
sis; 5, faceta «orientaloide» de la tibia.
b) Longitud fisiológica o de p o sició n . C om prende la distancia entre el punto
más elevado de la cabeza femoral y el plano condíleo y suele oscilar entre 375 y 480 mm
(fig. 366-F-2). M enos de 390 mm 9 y más de 460 mm cf •
c) Longitud trocantérea. E s la distancia entre el borde superior del trocánter
m ayor y el plano condíleo y suele ser de 13 a 15 m m m enor que la longitud m áxim a
(fig. 3.66-F-3). Según Pearson (1917 y 1919) correspondería: m enos de 390 mm, 9 i
(Id 390 a 405, probablemente 9 ; entre 405 y 430, indeterminable; de 430 a 450, pro­
bablem ente cT; m ás de 450, cf.
d) Perímetro subtrocantéreo (fig. 3.66-F-8),
e) D iám etro anteroposterior subtrocantéreo.
f) D iám etro transversal subtrocantéreo.
g) P erím etro a la m itad de la diáfisis (fig. 3.66-F-7).
b) D iám etro tran sversal a la m itad. D iám etro m áxim o tom ado en el mismo
sitio donde se ha m edido el perímetro.
i) D iám etro an teroposterior a la m itad. D iám etro mínimo tomado en el mismo
sitio donde se ha medido el perímetro.
j) Eje de la diáfisis. Es el que transcurre por su centro (fig. 3.66-F-4),
k) E je del cuello. Es el que transcurre p o r su centro (fig. 3.66-F-4’).
1) Á ngu lo d e l cuello fe m o ra l. Es el form ado por los ejes de la diáfisis y el del
cuello, que es de unos 130° (Pinlachs, 1952) (fig. 3.66-F-P).
m) Ángulo de divergencia. Es el form ado por el eje de la diáfisis y la altura
posicional, que es perpendicular al plano condíleo y tiene una media de 14°. Cuando
se m ide en relación con el eje de la tibia, es de unos 17° (Piulachs) (fig. 3.66-F -a).
n) D iám etro vertical de la cabeza (fig. 3 .6 6 -5 ). Según Pearson varía depen­
diendo del sexo. Su medida en mm sería: m enos de 41 ,5 , 9 ; de 41,5 a 43,5, proba­
blem ente 9 ; entre 43,5 y 44,5, se x o indeterm inable; de 4 4,5 a 45,5, probablem ente cf;
más de 45,5, cf.
o) A nchura de la epífisis distal o bicondílea (fig. 3.66-5). M enos de 72 mm,
9 ; de 72 a 74, probablem ente 9 ’. entre 74 y 76, indeterm inable; de 76 a 78, proba­
blem ente cf; más de 78 mm, cf.
p) Indice de piatim ería.
D iám etro an terio p o slerio r en cen tro x 100 / diám etro transversa] en centro:
Indice entre 75 y 84,9 mm hípeiplatim ería
entre 85 y 99,9 mm piatim ería m oderada
100 mm o más es ten ornen a
La piatim ería o aplanam iento con un índice m enor de 75 indica un valor nota­
ble. En la especie hum ana la piatim ería aparece a partir del N eolítico (Olivier).
q) Indice de robustez.
(D iám etro transversal -f diám etro anteroposterior) x 100 / longitud fisiológica
Este índice está alrededor de 12,5 en la mayoría de los grupos hum anos, siendo
algo m enor en las mujeres y en los negroides y m ayor entre los japoneses y los nean-
dertales.
Teniendo en cuenta que la diáfisis fem oral es tríangular-redondeada, el diám e­
tro transversal subtrocantéreo (fig. 3.66-8-T) oscila entre los 30-60 mm, m ientras
que el diám etro anteroposterior (A P) suele ser algo menor.
Fig. 3,67. Fémur. 1, tercer trocánter', 2, cresta glúteo inferior; 3, fosa lüpatroc.aiuérea (se­
gún Olivier).

r) Á ngulo de torsión (fig. 3,66-F '). O scila alrededor de los 14a, sin asimetrías
sexuales; es algo m ayor en los melanoderm os.
S) Peso. 270 gr o m enos, Q y m ayor de 375 gr, cf.

2) C aracteres descriptivos

La sección del hueso puede ser triangular, redondeada o elíptica.


La línea áspera puede ser poco m arcada, m edianam ente marcada o muy m ar­
cada, siendo un signo de robustez cuanto más marcada está.
Por debajo del trocánter menor, y algo por detrás, a veces se encuentra una tu­
berosidad que se con oce com o tercer trocánter. Corresponde a una tuberosidad de in­
serción de los glúteos, que en ocasiones se asocia a una cresta glútea inferior que puede
asociarse a una fosa hipotrocantérea (fíg. 3.67).
Por encim a del cóndilo interno en ocasiones se encuentra una tuberosidad que
se denom ina tubérculo supracondíleo interno y en donde se insertan algunos fascícu­
los m usculares del m úsculo gem elo interno.

3.5.3.3. Rótula

A) C aracteres m ensurables

Se toman las tres posibles m edidas máximas, la altura, la anchura y el grosor.


3.5.3.4. Tibia (fig. 3.66)

i.) Caracteres m ensurables

a) Longitud m áxim a. L a m edida se tom a desde la plataform a de las cavida­


des glenoideas de la epífisis superior (despreciando las espinas) y el vértice del m aléo­
lo interno. Su longitud suele oscilar entre los 300-400 mm. Cuando es inferior a los
320 se considera fem enina y cuando sobrepasa Jos 380, m asculina (fig. 3.66-T -J).
b) Longitud fisiológica. Se entiende por longitud fisiológica la que corresponde
a cada hueso cuando se articula con su inmediato.
c) Anchura de la epífisis superior, Se toma entre los dos puntos m ás distantes
entre sí (fig. 3.66-T-2).
d) Perímetro a nivel del orificio nutricio (fig. 3.66-T-3),
e) D iám etro anteroposterior a nivel del orificio nutricio, (fig, 3.66-T-3).
f) D iám etro transversal a nivel del orificio nutricio, (fig. 3.66-T-3).
g) P erím etro m ín im o. Se tom a íi nivel del punto m ás estrecho de la diáfisis;
está situado en su tercio inferior (fig. 3.66-T-4),
h) Perím etro a la mitad, de la diáfisis.
i) D iám etro m áxim o a la m itad. Diám etro m áxim o tom ado en el m ism o sitio
donde se ha medido el perímetro.
j) D iám etro m ínim o a la m itad. D iám etro m ínim o tom ado en el m ism o sitio
donde se ha m edido el perím etro.
k) E je anatóm ico. Es el eje que pasa por el centro de la diáfisis.
1) E je m ecánico. Pasa por el centro de las dos extremidades articulares, supe­
rior e inferior,
m) Ángulo de divergencia. Es el que viene determinado por los ejes anatómico
y m ecánico, con su vértice en la cara articular para el astrágalo.
n) índice anémico. A nivel del orificio nutricio.
D iám etro transversal x 100 / diám etro anteroposterior:
M enos de 55 mm H ip ercneniia (m arcado aplanam iento transversal)
de 55 a 62,9 mm Platicnem ia (aplanamiento transversal)
de 63 a 69,9 mm M esocnem ia (poco aplanamiento)
70 mm o más Euricnem ia (sin aplanamiento)

2) Caracteres descriptivos

Carilla urientaloide. Se encuentra en el 40 % de los casos (fig. 3.66-T-5) y es


más frecuente en los pueblos orientales. Se atribuye a que tienen la costum bre de per­
m anecer m ucho tiem po en cuclillas.

3.5.3.5. Peroné o fib u la

Suele m edirse su longitud máxim a, el perímetro mínimo y la anchura de la epí­


fisis inferior.
PlG. 3.68. A, astrdgalo izquierdo visto por encima y de fiem e; C, calcáneo izquierdo v/a, !■
por encima y por sil cara interna.

3.5.3,6. H uesos del tarso

En general solam ente se estudian los astrágalos y los calcáneo tom ándose lr,:
longitudes, anchuras, alturas y los ángulos que se indican en el esquem a de la fig. 3.6b"'
a) índice de altura.
A ltura del talus x 100 / longitud tlel talus
El índice de altura suele oscilar entre 55 a 60 mm y el ángulo de declinación L
es de 17° en los blancos y superior a 20° en los negros (Olivier) (fig. 3.68-A). Co>
escasa frecuencia, en la porción más anterior de la polea astragalina, se encuentre í
facetas articulares suplementarias. Del calcáneo se suelen tom ar las medidas que mués
tra la figura 3.68-C.

3.5.4. Í n d ic e s in t e r m e m d r a l e s

índice hiunero-fem oral:


Longitud del húm ero x 100 / longitud del fémur.

índice interm em bral:


Longitud (húm ero + radio) x 100 / longitud del fém ur + tibia.
Estadísticam ente la asimetría es despreciable y las diferencias en la longitud do
fém ur son aproxim adam ente un 92,1 % m enor en la mujer, oscilando entre 10-45 mn
según las distintas tipologías.
C a p ítu lo 4

D E T E R M IN A C IÓ N D E L A E D A D

El factor edad es muy im portante en antropología, pero los problem as que plan
tea son distintos según ios períodos de la vida, siendo muy com plejos en la etapa fe
tal, relativam ente fáciles en los individuos inm aduros, bastante difíciles y en ocasio
nes im posibles en la edad adulta, sobre todo a partir de la prim era m itad de la tercer
década.

4.1. E d a d fetal

N o es muy abundante el número de esqueletos fetales que suelen encontrarse


sobre todo debido a su fragilidad y a causa de los procesos tafonómicos; tampoco soi
m uy num erosos los hallazgos de esqueletos fem eninos durante la gestación, con e
feto in útero. G eneralm ente son esqueletos que, a causa de que su osificación es in
com pleta, son estudiados a partir de un núm ero escaso de huesos, no soliendo se
hasta el cuarto o quinto mes de gestación cuando se puede hacer una valoración de 1;
edad. La determinación de la misma se hace a partir de las porciones óseas que se hai
osificado y que perm iten una aproximación cronológica. Es difícil saber si los resto:
pertenecen a un feto a término o de un individuo de pocas horas o días. Para obviar e
problem a, algunos autores utilizan la nom enclatura de perinatal para los casos com­
prendidos entre el octavo m es de vida intrauterina y el primer mes de vida extrauterina
La mandíbula, que en el feto se trata de hemimandíbulas, con la separación a ni­
vel de la línea m edia (sínfisis mentoniana), y que no se suelda hasta el segundo o ter­
cer m es después del nacim iento, se puede estudiar a partir de la génesis de los gérm e­
nes dentales y, al igual que en la maxila, permiten determinar la edad (fig. 4.1 y 4.6)
Algunos otros huesos del cráneo también pueden ser considerados, como el et-
m oides y esfenoides (fig. 4.2) o el occipital (fig. 4.3), a partir de los tres o cuatro me­
ses de gestación.
El hueso occipital presenta un esbozo de la escam a alrededor del cuarto mes de
gestación y está form ado por ocho piezas — cinco para la escam a, dos para los cón­
dilos y una para la apófisis basilar— que al final del em barazo se ha reducido a cua­
tro (fig. 4.3)
En el m om ento del nacim iento cada hueso temporal está form ado por tres por­
ciones: el anillo timpánico, la región petrosa y la escama, que no se suelda hasta pa­
sados ios tres años (figs. 4.4 y 5).
Mandíbula do neonato

Fio. 4.1. Mandíbula de un neonato, que se mantiene bífida hasta los dos o tres meses.

En el m om ento del nacim iento todos los huesos del cráneo está libres y aún se
conservan abiertas dos fontanelas, la lam bdoklea que se cierra al mes y medio, y la
bregm ática que se cierra a los 14 meses (fig. 2.10).
Los huesos largos solam ente presentan osificada su diáfisis y en algunos las
epífisis están sin sinostosar. M idiendo la longitud de la diáfisis y aplicando la fó r­
mula de Pineau (cuadro 4.1), podem os determ inar la longitud fetal en cm y ésta nos
perm ite a su vez averiguar la edad en «meses lunares» (cuadro 4.2), según O livier
(1960).

Fjg. 4.2. A la izquierda: am oldes de un feto. A la derecha: arriba, esferoides a los 3-4 me­
ses de gestación y abajo, alrededor de los ocho meses.
Fig. 4.3. Hueso occipital al final de la gestación. 1, hueso de la apófisis basilar; 2, hueso.,
condíleos; 3 es cama ¡nfrainiana; 4, escama suprainiana; 5, vértice de la escama.

Fig. 4.5. Huesa temporal de un recién nacido (RN) y de un niño de 3 años (3a)
C u a d r o 4 .! .

Talla fetalcm = 7,92 x longitud del húmero - 0,32 ± k 1,80 cm


Talla fe ta luin = 13,80 x longitud de! radio - 2,85 ± k l ,82 cm
Talla fe ta lcm = 8,73 x longitud de) cubito - 1,07 ± k ] ,59 cm
Talla fe ta lcm = 6.29 x longitud del fémur + 4,42 ¿ k 1,82 cm
Talla fetnl cm = 7,85 x longitud del peroné + 2,78 ± k 1,65 cm
Talla fetal cm = 7,39 x longitud de la tibia + 3,55 ± k 1,92 cm

C uadro 4.2.

Talla fetnl Edad M.L. Tolla fetal EdadM.L,

17,65 37,85
19,81 4 */, 39,13 7 '/,
21,88 4% 40,37
23,80 5 41,58 8
25,65 5 '/, 42,74 8 '/,
27,40 5 '/, 43,84 8 '/,
29,08 5\ 44,97 8%
30,69 6 46,03 9
32,23 6 '/a 47,7
33,72 6 '/, 48,08 9 '/,
35,15 6% 49,06 9%
36,52 7 50,02 neonato

Una mayor inform ación respecto al diagn óstico fetal puede obtenerse a partir
de tratados de em briología o de anatomía, de datos procedentes de ecografías y de la
m onografía de Fazekas y Kósa (1978).

4 .2 . In d iv id u o s in m a d u ro s

La base de su estudio se fundam enta en dos parám etros: ía cronología en la fo r­


mación y erupción de las piezas dentales y la sinostosis a nivel de las metáfisis en los
dislintos huesos largos. A sim ism o no deben olvidarse las tablas'de m edidas de hue­
sos largos en series antiguas.

4.2.1. D entición

Se suele considerar que la determ inación basada en la cronología de la erup­


ción dental es la m ás segura. C uando entre los restos a estudiar se dispone del apa­
rato m asticador se suele em plear con este fin la tabla de S chour y M assler (1 9 4 1 )
(fig. 4 .6).
do gestación' 2 años
* í+ 9 m p c n ttl Í+H m n tf lS Í

(±2 mcsos)

FlG. 4.6, Cronología de la erupción dental, según Schour y Massler.

Cuando se quieran ver los gérmenes dentales, generalm ente se lia de recurrir ¡
practicar una ovtopantografía,1 en la que, según las edades, sólo se verán gérmenes
posteriorm ente gérm enes y dientes deciduos, y en edades más avanzadas estos mis­
m os m ezclados con dientes perm anentes (fig. 4.7).

Fig. 4.7. Esquema de una o r topa fitografía en que vemos mezclados dientes deciduos con per­
manentes y gérmenes de éstos. Habiendo hecho su erupción el primer molar permanente o de
ios «seis años», se puede evaluar como correspondiente a un niño de esa edad.

1. Técnica radiográfica empleada en odontología, en la que se emplea un aparata de rayos X cuyo luho
gira alrededor de ia cabeza del paciente, en nuestro caso e¡ cráneo, con un recorrido de media circunferencia (para
detalles técnicos, consultar tratados de radiología o pakopiuoiogía com o los de S.Vila, 199? y 1999).
Fio. 4.8. Desarrollo del prim er incisivo superior derecho deciduo (51) y aparición del ger­
men del permanente (J }).

Es muy frecuente, en los yacim ientos en donde hay restos hum anos, que apa-
rezcan dientes sueltos que en ocasiones corresponden a individuos inm aduros y que
se caracterizan, por tanto, por estar en su período de formación. En estos casos es útil
conocer que ésta siem pre com ienza por la corona y finaliza a nivel del ápice de la
raíz (fig. 4.8).
Las arcadas dentales del niño se diferencian notablem ente de las del adulto a
cauáa de un m ayor espacio vacío retrom olar (figs. 4.9 y 4,10).

FlO. 4.9. Dentición decidua completa en la parle superior de la imagen, con el vacío retro-
molar ( l'J, y dentición definitiva en la parte inferior. Normo anterior y latera!.
7-8

Fig. 4.10. Comparación entre las arcadas dentales de un niño y un adulto, con lo edad dr
erupción de cada diente.

4 .2 .2 . E sq u eleto postcraneal

L a evaluación de la edad tam bién se puede realizar en relación con el desano


lio de los restantes huesos del esqueleto, sobre todo de los huesos largos, valorando s:;
el crecim iento se ha detenido a nivel de las metáfisis debido a la sinostosis. Un hueso
m uy apto para este fin es el fém ur (figs. 4.11 y 4.12) (Olivier, 1960), aunque U\ eva í
luación se puede realizar sobre cada uno de ellos y com parar las medidas obtenidas
con series conocidas como las que presentan Scheuer y B lack (2000).

Fio. 4.11. Desarrollo del fémur desde el neonato (RN) hasta los }5 aíios (¡5a).
Fio. 4.12. Edad en que ,rc sinostosan las suturas del esqueleto postcraneal. Masculino ( o l >’
f e m e n i n o ( $>).

4,3. E d a d a d u lta

La estim ación de la edad en individuos adultos es m ás com pleja que en niños y


jóvenes, cuyo organism o está todavía en crecim iento, por lo que existe un m ayor ni1-
mero de m arcadores indicativos de los distintos m om entos de form ación y sinostosa-
miento de los huesos.
Se trata de un estudio más com plicado, ya sea por la rem odelación ósea que con-
JJewi todo crecim iento como por la variabilidad existente entre las personas. El creci­
miento del individuo es mi proceso que afecta a sus estructuras orgánicas. A nivel es­
quelético se manifiesta como un proceso continuo de rem odelación ósea que es más
intenso conform e avanza la edad de la persona.
Debe considerarse que el estudio de un determinado hueso, que representa sólo
una parte del esqueleto, puede estar som etido a una acción distinta que los demás hue­
sos; de ahí que un hueso singular pueda m anifestar una edad diferente a la que seña­
larían otros huesos del m ism o individuo.
Los métodos m ás utilizados para reconocer la edad del adulto a partir de su es­
queleto son de tipo m acroscópico, m icroscópico y radiológico. El avance en estas
técnicas pone de m anifiesto la unidad de criterios entre los especialistas, quienes coin­
ciden en que unos huesos testifican la edad de la muerte mejor que otros y que, siem ­
pre que sea posible, la edad del adulto debe extraerse del esqueleto entero, separando
los individuos por sexo y tipología. En este sentido, los mejores indicadores son la sín-
fisis púbica, la superficie auricular y los bordes de las costillas. Contrariamente,' los
que presentan una fiabilidad más discutida de entre los que se han utilizado clásica­
mente son las suturas de los huesos craneales. Sin embargo, a menudo son éstos los
restos en mejor estado o los tínicos en los que se puede realizar una estimación de edad
de muerte de un individuo.
Es necesaria la identificación de tos individuos considerados como casos anó­
m alos para poder excluirlos de la muestra, así como conocer los factores biológicos y
culturales que favorecen la obtención de una edad fidedigna.

4 ,3.1. S uturas craneales

D urante m uchos años el cráneo ha sido la parte del esqueleto que ha recibido
m ás atenciones por parte de los arqueólogos y de los antropólogos y sobre la que se
han realizado m ás publicaciones. Por este motivo será la primera pieza esquelética a
estudiar, a pesar de que su utilización sea discutida por distintos autores.
Las suturas craneales, al igual que los planos de las epífisis y diáfisis en los
huesos largos, poseen una secuencia y un tiempo de unión, Basándose en esto, se ela­
boró un m odelo sobre la obliteración de las suturas, que establece una escala con va­
lores com prendidos entre 0 y 4 en función de la edad (fig. 4.13).

Fase 0. Sutura abierta, existiendo un pequeño espacio entre los márgenes de


unión de la zona de unión del hueso.
Fase 1. La sutura está cen ada, pero se visualiza claramente como una línea tor­
tuosa.
Fase 2. El dibujo de la sutura se difum ina aún más; aparecen zonas com pleta­
m ente obliteradas.
Fase 3. Pequeños hoyos aislados identifican )a sutura.
Fase 4, O bliteración com pleta.

Este esquem a se acom paña de un m apa de las suturas craneales en las que se
atribuye un intervalo de edad a cada una de las porciones de las suturas. Este inter­
valo marca el inicio de cierre de la sutura hasta llegar a la obliteración completa. El
estudio com parativo de las distintas porciones de las suturas permite establecer un in-
4

3 - , ^ ^ -

2 - 4 .

Fia. 4.13. Grarfo í/í obliteración de las suturas craneales {modificado de Broca, 1875).

tervalo de edad aproxim ado de muerte del individuo (fig. 4.14). Se ha visto en la ac­
tualidad que este m étodo está sujeto a diferencias individuales, sexuales y raciales;
no obstante, si bien no es útil como indicador para determ inar la edad de m uerte a ni­
vel individual, sí lo es en un conjunto de individuos como puede ser un cementerio.
Por otra parte, también se ha observado que la sutura esfenoccipjtal, también llamada
basio-occipital, comienza a cerrarse a los 17 años, finalizando hacia los 21, y que las su­
turas endocraneales se cierran entre los 25 y 40 años (fig. 4.15) (Shapiro y Jansen, 1960).
Más recientem ente, M eindl y Lovejoy (1985) han establecido un m étodo, ba­
sado en una técnica multifactorial, en el que se fijan diez punios de sutura de un cen ­
tímetro de longitud, tanto en zonas antevolaterales como en la caja craneal (fig. 4.16).
Las prim eras zonas conciernen a la sutura esfenofrontal y esfenotem poral; y las se­
gundas, a la corona], sagital y lambdoide.

Punto 1 (A). A la mitad de la sutura lambdoide.


Punto 2 (B), Lambda.
Punto 3 (C.). Obelión.
Punto 4 (D). Situado en el prim er tercio de la sutura sagital a partir del bregma.
Punto 5 (E). Bregma.
Punto 6 (F). A la mitad de la sutura coronal en cada lado del cráneo.
Punto 7 (G). Pterión.
Punto 8 (H). A la mitad de la sutura esfenofrontal.
Punto 9 (I). En la sutura esfenotem poral situada en la intersección con la lí­
nea que conecta los dos tubérculos articulares de la articulación
te mpo ro m a nd ib u 1a r.
2 cm por debajo de la sutura esfenotem poral en la unión con el
hueso parietal.
4 5 -5 0 5 0 -5 5 55-fiO

Fio. 4.14. Mopa de las suturas exocraneanas con los intervalos de edad de la obliteración
para cada porción: según Valíais, modificado por OUvier {1960} en la pai te superior de ta f i­
gura; según Derobert en la parte inferior de la figura.
Fig. 4.15. J) Espacio de la sincondrosis occipiíoesfenoidal; 2) apófisis basilar; 3) cuerpo del
esferoides; 4) apófisis pterigoides; 5) vómer; 6) foramen magnum.

El estudio se basa en la inspección de pequeñas zonas de aproximadamente' 1 cm


alrededor de dichos puntos, asignándoseles uno de los cuatro grados de cierre:

Grado 0. A bierto, sin evidencia de cierre ectocraneal,


G rado 1. C ierre m ínim o, oscilando este grado entre un cierre iniciado o m o­
derado hasta un 50 % de sinostosis de la zona.
G rado 2, C ierre significativo, con un m arcado grado de sinostosis, pero con­
servando alguna zona no totalm ente fusionada.
G rado 3. O bliteración com pleta. .

Así, a cada punto se le asigna un grado de cierre. En la tabla 4.1 se halla el pro­
medio de edad procedente del sum atorio de los puntos correspondientes al cierre de
sutura de la región lateroantenor del cráneo (puntos 6, 7, 8, 9 y 10). Esta región cra­
neal provee la m ejor estim ación de edad en los individuos de edad avanzada.
La tabla 4.2 muestra el prom edio de edad a partir del sum atorio de los puntos
correspondientes al cierre de suturas de la bóveda craneana (puntos 1, 2, 3 , 4 , 5 , 6 y 7).
Fio. 4.16. Puntos de sutura craneales definidos por Meindl v Lovejoy (modificado de Maind
y Lovejoy, 1985).

T a b l a 4 .1 .

Egrados Edad media CT

0
] 32,0 8,3
2 36,2 6,2
3 .4 ,5 41.1 10,0
6 43,4 10,7
7,8 45,5 8.9
9, 10 51,9 12.5
11, 12, 13, 14 56,2 8,5
15

T a b l a 4.2,

Sgrados Edad media a

0
1 ,2 30,5 9,6
3, 4, 5, 6 34,7 7,8
7. 8 ,9 , 10, 11 39,4 9.1
12, 13, 14, 15 45,2 12,6
16, 17, 18 48,8 10,5
19, 2 0 51,5 1 2 ,6
21
Entre sus conclusiones señalan que el obelión y el pterión son las prim eras re­
giones donde com ienza y termina la obliteración y que )a estimación de la edad es más
segura cuando se obtiene a partir de las zonas anterolaterales que de la caja craneal.

4 .3 .2 . E s t i m a c i ó n d e l a e d a d a p a r t ir d e l a s í n f i s i s p ú d ic a

La sínfisis púbica es la zona de contacto entre los dos huesos coxales, a nivel del
pubis. En esta región, al igual que en otras regiones del esqueleto, se m anifiesta un
cambio desde la edad juvenil, con impresiones onduladas, evolucionando a formas más
erosionadas propias de la edad adulta.
Desde 1920 se han sucedido los estudios que han valorado las diferencias en esta
región producidas por la edad. A continuación se presentan los diferentes estadios del
método m ás utilizado y que mejor refleja las diferencias entre ambos sexos (figs. 4 ,17
y 4.18) (Brooks y Suchey, 1990).

Fase Femeninos Masculinos

J 15-24 años 15-23 años


2 19-40 años 19-34 años
3 21-53 níios 21-46 años
4 . 26-70 años 23-57 años
5 25-83 años 27-66 años
6 42-87 años 34-86 años

Fase 1. Superficie sinfisaria ondulada incluyendo e) tubérculo del pubis, Las


crestas horizontales bien marcadas. Puede iniciarse el biselado por la región ventral.
Fase 2. La superficie sinfisaria puede m ostrar todavía el desarrollo de arrugas.
Las regiones superior e inferior pueden m ostrar un incipiente estadio de delimitación.
La región ventral puede iniciar una superficie llana como una extensión de uno o am ­
bos extremos.
Fase 3. La superficie sinfisaria m uestra la superficie llana desde el extremo
inferior y ventral completándose. La fusión de los nódulos de osificación puede ex­
tender el extrem o superior hacia la región dorsal.
Fase 4. La superficie sinfisaria tiene todavía una textura rugosa. El borde al­
rededor de la misma ya está formado, aunque puede perm anecer todavía un hiato en
el extrem o superior. El tubérculo pubico está totalm ente separado de )a superficie.
Puede aparecer el borde labiado en el borde dorsal.
Fase 5. Pequeña depresión de la superficie respecto al borde. Asimismo el borde
dorsal puede presentarse labiado y el ventral presentar una fuerte prom inencia causada
por los ligamentos. También puede observarse erosión en el extremo superior del borde
ventral.
Fase 6. El borde está erosionado y la superficie sinfisaria excavada. Presenta
una fuerte m arca de los ligam entos ventrales. El tubérculo púbico puede aparecer
com o una protuberancia aparte. La superficie tiene apariencia porosa y de desfigu­
ración.
* 10 * * * “ « * ” * - - *

2 ¿ ¡ l l d i J o Z s ^ r c ió n d e s * m ' " ÍW “ “ e ' " m m ,li" ° e ” n h c i ó " ™ » to


La crítica sufrida por este método es precisam ente la base en que sus autores sus­
tentan su posible aplicación en restos antiguos: el hecho de que la serie estándar se
haya realizado en una am plia m uestra m ultirraciai.

4 . 3 .3 . R e g ió n s a c r o i l í a c a : s u p e r f i c i e a u r ic u l a r

En la articulación sacroilíaca pueden observarse cambios similares en cuanto a


la m orfología de la articulación de la sínfisis piibica. En la mujer, los procesos relacio­
nados con el paito influyen en esta región más que en cualquier otra parte de su es­
queleto, aunque sólo se considera que se observan diferencias sexuales en la región
préauricular; en los varones, la articulación sacroilíaca va perdiendo movilidad hasta
term inar en una anquilosis com pleta cuando el individuo sobrepasa los cincuenta años;
ele hecho, sucede en el 90 % de los casos en el sexo masculino.
O bservando los cam bios que se producen en la topografía de la región — ex­
crescencias m arginales, porosidad— se ha elaborado un método para inferir la edad
(Lovejoy y otros, 1985; M eindl y Lovejoy, 1989). El interés de esta ?,ona deriva de que
arqueológicam ente es más perdurable que la superficie de la sínfisis. Las edades de­
term inadas abarcan desde los 20 años hasta más de 60, distribuidas en los siguientes
períodos:

Fase Edad

20-24 años
25-29 años
3 30-34 años
4 35-39 años
5 40-44 años
6 44-49 años
7 50-60 años
8 > 60 años

Fase 1. La superficie m uestra una-textura granular fina y una marcada organi­


zación transversa. N o hay actividad retroauricular, ni apical, ni porosidad. La super­
ficie aparece rejuvenecida a causa de la anchura de las ondulaciones bien definidas,
que configura definitivam ente la organización transversa. Ningún defecto subcondral
tiene el filo suave y redondeado (fig. 4,19-A ). Se.observan ondulaciones transversas
y granulaciones m uy finas.
Fase 2. Los cam bios de la fase anterior no son m arcados y se reflejan mayo-
ritariam ente en la pérdida m oderada de la ondulación, con la sustitución por estrías.
No hay actividad apical, porosidad o actividad retroauriculai'. La superficie se m ues­
tra aun joven, con la organización transversa m arcada. La granulación es ligeram ente
más tosca (fig. 4.19-B y C). Se nota una ligera reducción de la ondulación en la fi­
gura 4.19-B y la sustitución dem ostrable por estrías en la 4.19-C. Es evidente la or­
ganización transversa distinta en ambos especímenes.
Fase 3. Las dos sem icarillas están inactivas y presentan pérdida de la organi­
zación transversa. La ondulación es más reducida y sustituida p o r estrías (definiti-
FlG, 4.19. Cambios producidos en lo superficie auricular, con la edad, entre los treinta y cita-
rema años (fotos cedidas por Meindl y Lovejoy).

vas). La superficie es más tosca y granulada que en la fase anterior, con cambios nc
significativos en el ápice. Puede aparecer m icroporosidad en algunas zonas. Puede
presentarse ocasionalm ente actividad retroauricular. En general la granulación tosca
sustituye y reem plaza la ondulación (fig. 4.19-D y F). Se produce el alisam iento de
la superficie debido a la sustitución de la ondulación por. finas estrías, aunque con­
servando una ligera ondulación diferencial en la cara inferior de los tres especím e­
nes. Se reduce la organización transversa y se hace evidente el inicio de una tosca
granulación.
Fase 4. A m bas caras son toscas y uniform em ente granuladas, con una reduc­
ción m arcada de la ondulación y de las estrías, estas últim as aún presentes tras un m i­
nucioso examen. La organización transversa todavía se conserva, pero poco definida,
Ligera actividad en el área retroauricular y organización transversa presente, pero poco
definida. Se observan pocos cam bios en el ápice, la m icroporosidad es ligera y no
existe m acroporosidad (fig. 4.19-G y I). Hay que destacar la tosca granulación y la au­
sencia de estrías (aún ligeram ente visibles en la figura 4.19-G y en una única zona de
la cara inferior de la figura 4.19-1,
Fase 5, Ya no existen ondulaciones y si hay estrías son muy tenues. La carilla
es todavía parcial y escasam ente granulada y se observa una m arcada pérdida de or­
ganización transversa. Se observa densificación parcial de la superficie con pérdida
proporcionada del grano y ligera a m oderada actividad en el área retroauricular. Puede
haber m acroporosidad ocasional, pero no es corriente. Pequeños cambios en el ápice,
La m icroporosidad puede increm entarse dependiendo del grado de densificación. Los
Fio. 4.20. Cambios producidos en ¡o superficie auricular con la edad entre los cincuenta v
sesenta años (fotos cedidas por Meindl y Lovejoy).

prim eros rasgos son la transición de una superficie granular a una densa (fig. 4.19-J,
fig. 4.20-K y M). Hay que destacar la presencia diferente en la figura 4.19-J que si­
mula ondulación (este espécimen no muestra una auténtica ondulación por la ausen­
cia de organización transversa). La m icroporosidad perm anece tam bién chira en al­
gunos especím enes. Es notable la densificación de la cara inferior de la figura 4.20-L
y la cara superior de la figura 4.20-M . Estrías m enores perm anecen aún visibles en la
cara superior de la figura. 4.20-L y la cara inferior c3e las figuras 4.20-K y 4.20-M ,
pero en ambos casos su m anifestación es muy ligera y secundaria respecto a los ras­
gos de la edad distintivos.
Fase 6. Se com pleta la densificación y desaparece la granulación en la m ayo­
ría de especím enes. No hay ondulaciones ni estrías. Los cam bios en el ápice son de
escasos a m oderados, pero casi siempre se presentan. N o se evidencia organización
transversa. Se ha perdido casi toda la m icroporosidad en favor de la densificación del
hueso. Se increm entan las irregularidades en los m árgenes con actividad retroauricu­
lar, y la m acroporosidad es pequeña o inexistente (fig. 4.20-N, O y S). Se observa den­
sificación diversa de los tres especím enes y la casi com pleta ausencia de organiza­
ción transversa. Estas superficies son m arcadam ente irregulares, debido al proceso de
densificación. Se presenta cierta microporosidad en la figura 4.19-S.
Fase 7. La superficie auricular es muy densa y su topografía muy irregular,
siendo éste su rasgo prim ordial. Asim ism o no se observa ni organización transversa ni
de otro tipo. Se retiene, ocasionalm ente, una granulación m oderada, aunque norm al­
m ente se pierde en la fase anterior. En la cara inferior aparece generalm ente un labio
que alcanza el cuerpo del hueso coxal, Las irregularidades aumenLan en los márgenes
de la superficie auricular. Hay casos con m acroporosidad, pero no es un requisito in ­
dispensable. La actividad retroauricular es m oderada o marcada en la m ayor parte de
los individuos (fig. 4.20-P, Q y R). En la figura 4,20-Q y R son los lados opuestos
de un m ism o espécim en; a pesar de las diferencias en la form a, los rasgos de edad
son simétricos. H a y q u e destacar las irregularidades de la superficie, la macvopoi'osi- (
dad de las catas inferiores de los tres especím enes, la m arcada densidad y la ausencia
de algún criterio de juventud.
Fase 8. El rasgo prim ordial es una superficie agramilar, irregular, con signos
distintivos de destrucción subcondral. N o se observa organización transversa y hay una
definitiva ausencia de cualquier criterio de juventud. La m acroporosidad está pre­
sente en un tercio de los casos. L a actividad apical norm alm ente es marcada, pero no
es un requisito indispensable para esta categoría. Los m árgenes son enorm em ente irre­
gulares, labiados y con cam bios degenerativos en la articulación. En el área retroau-
ricular se forman abundantes osteofitos de bajo o moderado relieve (fig. 4.20-T). Hay
una clara destrucción del hueso subcondral, una ausencia de organización transversa
y un increm ento de irregularidades. Los especím enes más viejos manifiestan cambios
com plem entarios dirección ales de este tipo.

4.3.4. L as c o s t il l a s y s u -r e l a c ió n c o n l a e d a d

La extrem idad de la costilla, que se une con el esternón a través del cartílago
costal, es un buen indicativo para deducir la édad de un individuo desde la adoles­
cencia hasta el final de su vida. Esta técnica, desarrollada por Iscan y otros (1984o, b:
1985), se basa en el análisis de la m orfología de la extrem idad esternal de la costilla,
la cual varía con la edad. A sí establecieron nueve estadios -—de O a 8— en función
del hundim iento, de las configuraciones del borde y del estado general de la cuarta
costilla. La principal lim itación de esta técnica radica en que esencialm ente no puede
ser aplicada m ás que a poblaciones recientes y no en m aterial arqueológico donde los
extrem os de las costillas suelen aparecer deteriorados.
Las variaciones m orfológicas en el extrem o anterior de la costilla se describen
a continuación (fig. 4.21).

Fig. 4.21. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla (fotos cedidos por
¡sean). 1, Hueso sólido con muescas en el borde; 2 extremo en form a de «V»; 3 hundimiento
con paredes lisas y onduladas; 4 forma de «U» con presencia de porosidades en la pared in­
terna de la costilla; 5, bordes redondeados y regulares; 6, proyecciones superiores/inferio­
res; 7, acompañadas de un hundimiento poroso de bordes cortantes y erosionados; 8, paredes
de la costilla deterioradas, con bordes irregulares.
A con tin u ació n se d escrib en las ocho fases, en función de la m orfología del
extrem o esternal de la co stilla, p ara m ujeres y hom bres respectivam ente. A m bos
sexos se ajustan al m ism o m odelo durante la ad o lescen cia — fases 0 y 1— aun­
que las edades difieren (Iscan y otros, 1984b; Iscan y otros, 1985; íscan y Kennedy,
1989).

Fases Femeninos Masculinos

0 < 13 años < 16 años


1 14-15 años 17-19 años
2 16-19 años 20-23 años
3 20-24 años 24-28 años
4 24-32 años 26-32 años
5 33-46 años 33-42 años
6 43-58 años 43-55 años
7 59-71 años 54-64 anos
S > 70 años > 65 años

D escripción de las diversas fo s e s en las costillas m asculinas

Fase 0. La superficie articular es aplanada, con ondulaciones y con un borde


regular y el filo redondeado. El borde exterior está form ado por un anillo epiñsario.
El hueso, en sí m ism o, es liso, firm e y muy sólido (fig. 4.22, fase 0).
F ase 1. E n la superficie articu lar com ienzan a form arse m uescas am orfas,
presentando aún ondulaciones. E l borde de la costilla es redondeado y regular. El ani­
llo epifisario ha desaparecido. En algunos casos pueden aparecer m uescas en los bor­
des. E l hueso aún es liso, firme y m uy sólido (fig. 4.22, fase la , b, c).
Fase 2. L a fosa es ahora m ás profunda y ha alcanzado la apariencia en forma
de «V», definida por las paredes anterior y posterior de la costilla. Estas son gruesas
y lisas, con m uescas en sus bordes o ligeras ondulaciones y con el filo redondeado. El
hueso es firm e y sólido (fig. 4.22, fases 2 a, b, c).
F ase 3. L a fosa ha tom ado form a de «U» cerrada o m oderada. Las paredes
son todavía gruesas con filos redondeados. Se presentan aún algunas muescas en los
bordes que com ienzan a ser m ás irregulares. El hueso es todavía firme y sólido (fig.
4.23, fases 3 a, b, c).
Fase 4. L a profundidad d e la fosa aumenta, pero su form a de «U» es todavía
cerrada o m oderada. Las paredes son más finas, pero el filo perm anece redondeado.
FJ borde es m ás irregular y no perm anece el modelo uniform e de muescas. A unque la
cualidad del hueso es buena, hay una dism inución de peso y consistencia (fig. 4.23,
fases 4 a, b, c ) . .
Fase 5. H ay un pequeño cam bio en la profundidad, pero la form a predom inante
de esta fase es una «U» m oderadam ente ancha. Las paredes son estrechas y el filo co­
m ienza a ser cortante. L a irregularidad aum enta en el borde. El modelo de muescas
ha desaparecido, sustituyéndose por proyecciones irregulares del hueso. El estado del
hueso es bueno, pero comienz;m signos de deterioro con evidencia de porosidad y pér­
dida de densidad (fig. 4.23, fases 5 a, b, c).
Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla en varones. Fases í
F ig . 4 .2 2 ,
a 2 (fotos cedidas por Iscan).

Fase 6. La fosa es notoriam ente profunda, con forma de «U» ancha. Las pare­
des son estrechas con filo cortante. El borde es irregular y exhibe proyecciones óseas
algo m ayores, que son frecuentem ente más pronunciadas en los bordes superior e in­
ferior. El hueso es más ligero, estrecho y poroso, especialm ente en el interior de la
fosa (fíg. 4.24, fases 6 a, b, c),
Fase 7. La fosa es profunda, con form a de «U» ancha o inny ancha. Las pare­
des son estrechas y frágiles con filo irregular y cortante y proyecciones óseas. Et hueso
es ligero y frágil, cualitativam ente deteriorado y con ciara porosidad (fig. 4.24, fases
7 a, b, c).
Fase 8, En esta fase final la fosa es muy profunda y con form a de «U» muy an­
cha. En algunos casos carece de piso o está llena de excrecencias óseas. Las paredes
son extrem adam ente delgadas, frágiles y quebradizas, con filo muy irregular y afi­
lado y con excrecencias óseas. El hueso es muy ligero de peso, extrem adam ente es­
trecho, frágil, poroso y quebradizo. Se pueden observar, algunas veces, form aciones
en «ventana» en las paredes (fig. 4.24, fases 8 a, b, c).
Fig, 4.23. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla en varones. Fases 3
a 5 (fotos cedidas por Iscan).

Fig. 4.24. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla en varones. Fases 6


a 8 (fotos cedidas por lscmi).
D escripción de las diversas fa ses en las costillas fem eninas

Fase 0. La superficie articular es casi plana, con crestas u ondulaciones. La s


peificie externa de la extrem idad esternal de la costilla es bordeada por un anillo er
fisario. El borde de la costilla es regular, con filo redondeado, y el hueso es ftrm
liso y muy sólido (fig. 4.25, fases 0 a, b, c).
Fase 1. En la superficie articular puede verse un com ienzo de muescas amo.
fas y el anillo epifisario ha desaparecido. Todavía pueden estar presentes ondulaci,
nes o crestas. El borde es redondeado y regular, con una pequeña pérdida de ondú’
ciones en algunos casos. El hueso perm anece sólido, firme y liso (fig. 4.25, fases 1 .
b> c).
Fase 2, La fosa de la superficie articular es considerablem ente profunda y ^
adquirido la form a de «V» entre la pared anterior, gruesa y lisa, y la posterior. Todav.
pueden perm anecer en el interior de la fosa algunas ondulaciones o crestas. El bor ‘
de la costilla está ondulado, con algunas muescas que com ienzan a form ar un filo rt
dondeado. La costilla perm anece sólida y firm e (fig. 4.25, fases 2 a, b, c).

FlG, 4.25. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla en mujeres. Fases t


a 2 (fotos cedidas por Isc.an).
Fig. 4.26. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla en mujeres. Fases 3
a 5 (fotos cedidas p o r ¡sean).

Fose 3. Puede aum entar ligeram ente la profundidad de la fosa, pero la forma
de «V» es más ancha, aproxim ándose a veces a una «U» cerrada, cuyas paredes co­
m ienzan a ser un poco más delgadas. E l filo aún redondeado ahora m uestra unas m ues­
cas regulares y pronunciadas. En esta fase, las paredes anterior o posterior pueden
com enzar a exhibir un arco central sem icircular. La costilla es firme y sólida (fig. 4.26,
fases 3 a, b, c).
Fase 4. E xiste un notable aum ento de la profundidad de la fosa que ahora pre­
senta la form a de una «V» ancha o de «U» cen ad a, a veces con filos exvasados. Las
paredes son más finas pero el borde de la costilla perm anece redondeado. Todavía esta
presente alguna m uesca a lo largo del arco central; sin embargo, las muescas no están
bien definidas y los bordes com ienzan a deteriorarse hacia abajo. L a calidad del hueso
es bastante buena, pero existe alguna dism inución en la densidad y firm eza (fig. 4.26,
fases 4 a, b, c).
Fase 5. L a profundidad de la fosa es aproxim adam ente la m ism a, pero las del­
gadas paredes se curvan hacia fuera en una am plia form a de «V» o de «U». En la ma­
yor parte de los casos se deposita una placa lisa y dura, al m enos en parte del hoyo.
Fig. 4,27. Cambios morfológicos producidos en el extremo de ¡a costilla en mujeres. Fase¿
a S (fotos cedidas por Iscan).

No perm anecen restos de muescas y el borde com ienza a ser cortante. El filo comien;
a ser más irregular, pero la proyección del arco central es todavía prominente. El hue;
es notablem ente ligero en peso, densidad y firmeza. La textura es algo quebrad!;
(fig. 4.26, fases 5 a, b, c).
Fase 6. Nuevam ente se aprecia un aum ento en la profundidad de la fosa y es
forma de «V» o de «XJ» se ha ensanchado por el pronunciado vuelo de su borde. L(
depósitos en placa pueden aparecer todavía, siendo ahora rugosa y más porosa. L¡
paredes son bastante finas, y el filo cortante y los bordes irregulares, El arco centr,
es m enos patente y, en m uchos casos, se proyectan picos cortantes desde el borde h¡
cía la extrem idad external. El hueso es bastante estrecho y frágil con signos de det<
rioro (fig. 4.27, fases 6 a, b, c).
Fase 7- En esta fase, la profundidad de la fosa predom inantem ente en forro
de «U» exvasada, no sólo no aumenta, sino que decrece ligeramente. A menudo se v
el crecim iento irregular de! hueso en el interior de la fosa. El arco central todavía est
presente en la mayoría de los casos, pero ahora está acompañado por excrecencias pur
tiagudas, frecuentem ente situadas en los bordes superior e inferior o en cualquier lu
gar alrededor del borde. Las paredes, muy finas, tienen bordes irregulares y filo coi
tante. El hueso es m uy ligero, fino, quebradizo y frágil, con un deterioro m ás claro
dentro de la fosa (fig. 4.27, fases 7 a, b, c),
Fase 8. E l piso de la fosa en form a de «U» en esta fase final es relativamente
poco profundo, m uy deteriorado o com pletam ente erosionado. A veces está relleno
con excrescencias óseas. E l arco central apenas se reconoce. Las paredes, extrem ada­
m ente finas y frágiles, tienen unos bordes sum am ente irregulares con .filo muy cor­
tante, y a m enudo proyecciones bastante largas de hueso en los bordes superior e in­
ferior. En las paredes puede aparecer, en algunas ocasiones, la formación de «ventanas».
La condición del hueso es: extrem adam ente fino, ligero de peso, quebradizo y frágil
(fig. 4.27, fases 8 a, b, c).
El único inconveniente que presenta esta técnica es que el estándar se realizó a
partir de la cuarta costilla derecha, si bien se ha observado que siguen las m ism as fa­
ses las costillas 3 y 5 y no existen variaciones evidentes entre ambos lados.

4.3.5. D e s g a s t e d e n t a r io

E l proceso de m asticación, adem ás de ablandar1el alim ento para su digestión,


produce una fricción entre las piezas dentales maxilares y m andibulares que se traduce
en un desgaste de las superficies de contacto. Esta acción se produce de forma conti­
nuada a lo largo de la vida de un individuo y, por tanto, tiene un carácter acumulativo
que se traduce en una m ayor abrasión en los individuos de m ayor edad. Ello ha per­
m itido establecer unos patrones de desgaste sobre las piezas m olares (fig. 4.28) o so­
bre el conjunto de la dentición (fig. 4.29).
Es obvio que el desgaste está en función de la dureza del alim ento procesado.
Un alim ento más duro desgastará m ás las piezas dentales, así como la utilización de

0) (2) (2+) <3> (J+) M) (.1+) (5) (S++) (6) (?)

0 ~ ) J)e¿£a'i£< ksl£ual }laitae1 S o b n e r .^


tutUo Umalees

F ig . 4.28. Patrón de desgaste de los molares según Brothweü (J9S7).


m «*> tJ-J u> uu (S> W'i IV 1 1 14) <?,

0© © © 0 ©
K0UXE5
© \a¡ ;

PSUMOCASFS 9 <§> © W(© # ® t 1

QQ 0 ® 1

<5
?
Fig. 4.29, Patrón de desgaste de las distintas piezas dentales según Peritonitis.

la boca con uso extraalim entario, com o por ejem plo cascasnueces, que producirá mu
m ayor abrasión de las piezas e inclusive la rotura parcial ele las mismas.

4.3.6, C a m b io s m o r f o l ó g ic o s e n l a c l a v íc u l a

El extrem o de la clavícula que contacta con el m anubrio, o mango, del esternón


es el últim o lu g ar del esqueleto donde se p roduce la' fusión epifisaria. D esde que
esta unión com ienza — hacía los veinte años— hasta que termina — alrededor de I05
treinta— se suceden cam bios m orfológicos en este hueso. W ebb y Suchey (1985),
analizando separadam ente p o r razas una am plia colección de clavículas, establecie­
ron cuatro fases según el estadio de unión. Posteriorm ente Iscan y Loth (1989) dife­
renciaron dentro de las cuatro fases intervalos de edad según el sexo:

Estadios de unión Masculinos Femeninos

1' No unión sin epífisis formada 11-25 años 11-23 años


2: No unión con epífisis formada 16-22 años 16-21 años
3: Unión parcial 17-30 años 16-33 años
4: Unión completa > 21 años >20 años

4 . 3 .7 . C a r t í l a g o t ir o id e s

Es una estructura perecedera que no se ha tenido en cuenta para estudios sobre


restos óseos antiguos, ya que se conserva en pocos casos. Cuando se puede recuperar,
sirve para determ inarla edad atendiendo al grado de osificación, aunque la inceitidum-
bre del m étodo lo convierte en un criterio auxiliar de otros más fidedignos. Se ha sis­
tem atizado en varios estadios la osificación del cartílago tiroides, los cuales abarcan
desde los 15 años hasta los 70 años (fig. 4.30).
Fig. 4.30, Estadios de osificación del cartílago tiroides (modificado de Vlcek, J980). 1, trián­
gulo posterior inferior; 2, rama inferior; 3, rama superior; 4, proceso pararnedial; 5, proceso
medial; 6, rama lateral; 7, rama pararnedial; S, rama medial; 9, ventana posterior; 10, ven­
tana anterior.

Fase Edad

L 15-17 años
2 18-21 años
3 21-26 años
4 25,5-33 años
5 28-39 años
6 37.5-45 años
7 48-53,5 años
8 51-58 años
9 > 57 años
Fase 1. P rim er centro de osificación en la porción inferior de la futura b¡
lateral.
Fase 2. El prim er centro de osificación ya empieza a form ar el triángulo ir
rior posterior.
Fase 3. O sificación del asta inferior.
Fase 4. O sificación del asta superior.
Fase 5. O sificación de la ram a inferior.
Fase ó. Osificación del proceso pararnedial y desarrollo de la rama paramed
Fase 7, D esarrollo de la ventana posterior y form ación del proceso med
Fase 8. O sificación de la ram a superior y fusión de la ram a superior.
Fase 9. Form ación de la ventana anterior y terminación de la osificación de
lám inas izquierda y derecha.

El autor considera que sólo las dos primeras fases son comunes para ambos sexi
Este m étodo, que hasta ahora no es muy empleado, es de utilidad en la pob!
ción adulta relativam ente joven.

4.3.8. E l OMÓPLATO

En la fosa glenoidea y en otros puntos del omóplato se producen, a partir de h


30 años, m anifestaciones de atrofia y osificación. Se han podido identificar cinco áre
que incluyen alteraciones en la form a de los bordes de la fosa glenoidea, y cuatro (
pos de atrofia en el omóplato.

Fase Edad

1 < 25 años
2 25-30 años
3 < 4 5 años
4 > 3 0 años

Fase 1. Superficie vascularizada. Se observan finas líneas.


Fase 2. Superficie fuertem ente vascularizada. Las líneas sólo son observable
bajo transilum inación.
Fase 3. Se localizan áreas de atrofia observables bajo transiluminación espe
cialm ente en la fosa infraespinosa.
Fase 4. Area infraespinosa plegada y encorvada.

A ctualm ente con esta técnica se diferencian dos únicos grupos de edad: inferid
a los 25 años y superior a los 50 años.
En otros huesos del esqueleto hum ano también se producen alteraciones con­
forme avanza la edad. Todos ellos hacen referencia a cambios m orfológicos como pue­
dan ser la pérdida de tejido esponjoso de las epífisis de los huesos largos o la dismi­
nución del esp eso r del h u eso co rtical, en particu lar de los h uesos largos de las
extremidades.
Asim ism o se pueden utilizar otras m etodologías útiles para la estim ación de la
edad como la técnica de osteodensitom etría radiológica o de rayos X. E ste método se
basa en la evaluación de los cambios esqueléticos que incluyen la involución de las
epífisis y otras zonas esponjosas, la m ineralización, la m edida del grosor del hueso
com pacto y la determ inación de la densidad ósea. D e todos ellos el más utilizado es
el estudio de la progresión de la reabsorción deí córtex del endostio con expansión de
la cavidad medular, Este análisis se basa en la alteración en los rasgos de las trabécti-
las. La mayoría de estudios se han centrado, pues, en el análisis de las regiones epiü-
sanas de los huesos largos.

4.3.9. M étodos histomorfométricos

El hueso es un tejido que se halla en constante rem odelación desde el nacim iento
hasta la muerte del individuo, por lo que su estudio puede aportar inform ación sobre
la edad de m uerte del mismo.
La técnica de histom orfom etría es aplicable en secciones transversales de la m i­
tad de la diáfisis de húm eros, fém ures, tibias y peronés, y se basa en el recuento de
los osteones, de los fragm entos de los viejos osteones, el porcentaje de la circunfe­
rencia lam elar del hueso y en el núm ero de canales que no son de H avers, todos ellos
asociados a cam bios con la edad. Esta ciiantificación se lleva a cabo en las cuatro re­
giones del hueso (anterior, posterior, medial y lateral). Los osteones secundarios se
distinguen de ios fragm entos de osteones por que conservan un 80 % de los m ism os,
no observándose rem odelaciones significativas debidas a otras generaciones de osteo­
nes y poseyendo intacto el canal de Havers. A sim ism o no se incluyen los osteones pri­
marios. La circunferencia lam elar del hueso consiste en las bandas concéntricas del
hueso no rem odelado.
Se cuantifican las cuatro variables para los cuatro cam pos de cada hueso y se
aplican fórm ulas de regresión. Todas ellas se calculan en valores absolutos, siendo,
pues, necesario conocer la superficie analizada que, según el método, vana. Existen
modificaciones en el método según los huesos estudiados.
En general se considera más conveniente hacer cortes transversales que extraer
un núcleo, así como hacer dos cortes del hueso. La utilización de la porción interna
del hueso puede llevar a falsas estim aciones, ya que los osteones internos están afec­
tados por factores com o la dieta, enferm edades, estrés biom ecánico, genética, gé­
nero, así com o por la edad. A sim ism o las enferm edades que dejan huella en el hueso,
com o pueda ser la osteoporosis, pueden tener influencia en la estim ación de la edad
de m uerte del individuo.
Sin embargo, se trata de un método destructivo y que implica un cierto coste eco­
nómico, lo que hace que se reduzca su aplicabiiidad.
C a p ítu lo 5

D E T E R M IN A C IÓ N D E L S E X O

En la especie hum ana, como en casi todos los primates, el dim orfism o sexual e
ostensible y la hem bra tiene m enor tam año que el macho, siendo aproxim adam ente el
sexo fem enino un 10 % m enos volum inoso que el masculino. Precisam ente a causa dt.
este dim orfism o, cuando disponem os de un esqueleto com pleto en individuos adul­
tos, la determ inación del sexo generalm ente suele ser fácil, sobre todo basándonos en
la m orfología de la pelvis, el segm ento esquelético más diferenciado, pero tambiéi
en algunas diferencias en las proporciones corporales, como son la m enor anchura de
ia cintura escapular y el tórax, extrem idades interiores algo más cortas y algunos ras-
gos craneales (fig, 5.1).
El diagnóstico se com plica cuando no disponem os de un esqueleto de adulto
com pleto, en ocasiones un solo hueso, pero con frecuencia se puede llegar a un diag
nóstico sexual o por lo menos intuirlo. En los individuos inm aduros, de form a mucho
más acusada cuanto m enor es su edad, el problem a puede llegar a ser muy complejc
e incluso im posible. A continuación nos ocuparem os de las características sectorialer
de los individuos adultos y luego harem os una breve referen cia a los subadultos.
En algunos casos, aunque se disponga de un esqueleto adulto completo, no po
drem os determinar- el sexo, pues unos caracteres nos parecerán de un sexo, pero otros
se asem ejarán a los del otro sexo. Cuando esto ocurre, direm os que se trata de un es-
queleto alofiso, que expresa que los caracteres en que nos podem os basar para el diag­
nóstico no están bien definidos y no nos atrevem os a d ecantarnos p o r uno u otro
sexo. Consideram os im portante aclarar que no es equivalente el término alofiso qut
el de sexo indeterm inable. En el prim er caso, la morfología intrínseca de los hueso?
en los que solem os basar el diagnóstico sexual no tiene bien definidas sus caracterís­
ticas a favor de determ inado sexo o las de un sector son contrapuestas a las de los otror
segmentos, m ientras que en el segundo caso no disponem os de aquellos huesos en que
solem os apoyarnos para el diagnóstico.

5.1. Características sexuales en los adultos

5.1.1. Cráneo

En general, la frente asciende con m ayor inclinación en el varón que en la m u­


jer, siendo en ésta más vertical y curvándose, aproxim adam ente a los dos tercios, dt
FlG. 5.1. Entre estos dos esqueletos se constatan los caracteres corporales de tipo general
que hemos mencionado.

forma intensa. En cierto modo esta m orfología tiene un gran parecido con la m orfo­
logía del hueso frontal infantil. Los arcos superciliares son mucho más acusados en el
varón que en la m ujer e incluso puede esbozarse un tonts supraorbitario, circunstan­
cia presente en algunos Homo com o en los neandertalenses o en los Homo erectas. El
inión suele ser mucho más robusto en los hombres que en las m ujeres, con frecuencia
con gruesas líneas curvas occipitales y la cresta sagital gruesa. Las apófisis m astoides
acostum bran a ser de m enor tam año en las m ujeres que en los hom bres y. cuando se
observa el cráneo por la norm a superior .quedan ocultas a la vista, pues se inclinan
hacia la línea media, m ientras que en el varón suelen ser más grandes y extravertidas.
Las mayores dim ensiones de estas estructuras de la parte posterior del neurocráneo es­
tán en relación con la robustez de la musculatura que en ellas se inserta, que suele ser
m ayor en el hom bre. Sin em bargo, no hemos de olvidar que, según las diversas cul­
turas, en m uchos casos, las m ujeres también realizan trabajos físicos duros que pue­
den dar lugar a un mayor desarrollo de estas estructuras, circunstancia que siem pre he­
mos de tener presente en cualquier estudio (fig. 5.2).
d e te r m in a c ió n d e l. s e x o

FlC. 5.2. Árríba, cráneo masculino y abajo, cráneo femenino, vistos por su lado ¡zquien
posterior. La mayor inclinación del frontal en el varón es muy evidente, y las flechas mar
las otras estructuras diferenciales. 1 y 4, saliente de los arcos superciliares; 2 y 5, inión;
6, apófisis im stoides.

R especto a las apófisis m astoides, los estudios de H oshi (1972) sobre la reg
m astoidea establecen tres tipologías referidas a su frecuencia según el sexo (fig. 5
A nivel deí cráneo también es importante ía mandíbula, que en general es r
cho más grácil en el se x o fem enin o, con el m entón redondeado, sin escotadura ini
sinfisaria mentoniana o m uy p o co marcada, y no suele haber trígono mentonianc
eversión de lo s ángulos gonianos; mientras que en el sexo m asculino la mandíb
suele ser robusta, el trígono m entoniano acostumbra a estar bien marcado, así co
la escotadura infrasinfisaria y, con frecuencia, los ángulos gonianos están evertido
la superficie próxim a a ello s su ele ser rugosa para la inserción de los m úsculos tria
teros (fig. 5.4).

5.1.2. P elvis

C om o ya dijim os al principio, la pelvis es la región del esqueleto que mejor


ferencia al sexo fem enino del masculino y está formada por ambos coxales y el sac
50

46%

69%

Fig. 5.3. Arriba: clasificación de la apófisis masioides según fJoshi; en negro, sexo femenino y
en blanco masculino. F, femenina; N, indefinida; M, masculina. Abajo: a, borde externo inclinado
hacia adentro ( Q); b, presencia de un surco próximo a su vértice (cf); c, casi simétrica (cf).

Fig. 5.4. Arriba, mandíbula femenina y abajo, masculina. 1 y 4, mentón; 2 y 6, escotadura


sinfisaria; 3 y 5, ángulo goníaco.
D iferen cias sexuales entre ¡a p e lv is fem en in a y la m asculina

La pelvis fem enina se caracteriza por ser m ás ancha que la masculina (distanc
entre los bordes superiores de am bas crestas ilíacas) y más baja (altura del coxal
quierdo), siendo tam bién más am plia en todos sus diám etros la pelvis m enor (fig. 5.1
L a determ inación del ángulo subpúbico puede realizarse de forma simplifica-'
según los esquem as de las figuras 5.6 y 5.7.
A lgunos datos fáciles de obtener ayudan a la determ inación del sexo: un sac..
con su cara anterior muy excavada es favorable ai sexo fem enino; una m orfología ■
trébol del estrecho de la pelvis m enor es favorable al sexo m asculino; y una may
distancia entre los vértices de las espinas ciáticas (fig. 5.8), así com o la m ayor ape
tura de la escotadura ciática, son propias del sexo fem enino (fig. 5.9). La cara sir.
saria del pubis es plana en el hom bre y curvada en la mujer, según U belaker (198v
(fig. 5.10).
Según Sutherland y Suchey (1991), el desarrollo del arco del pubis por su cr
ventral perm ite determ inar él sexo en el 96 % de los casos (fig. 5.11).

Fio. 5.5. Diferencias entre la pelvi masculina y femenina. A) Pelvis femenina que p e r m it,
apreciar el predominio franco de su anchura sobre su altura, con el orificio obturador de si
lueta triangular y el ángulo subpúbico amplio; las lincas negras, a nivel de los bordes exte: i
nos del sacro y en sus proximidades en el ala ilíaca, corresponden a las frecuentes cicatrices
en forma de ligeras crestas exostósicas que pueden aparecer después de ¡os partos. / ' ) car.
interna de la región pubiana con una cicatriz posiparto. B) Pelvis masculina, más alta y con
el ángulo subpúbico más cerrado. C) Diámetros de la pelvis menor femenina: t) diámetro trani
verso máximo entre ambas líneas innominadas; ap) diámetro anteroposterior, p) promontorir
sínfisis pubiana; o) diámetros oblicuos.
Fig, 5.6. Método de Gardner para determinar el ángulo subpúbico en relación con el sexo.

Cf

FlG. 5.7. Arriba: regla empírica para determinar el sexo. Abajo: esquema del ángulo sub-
pttbico; citando es de 70° o menos se considera masculino y cuando es m ayor femenino.
FíG. 5.8. En trazo discontinuo pelvis masculina y en continuo femenina, que muestra la ni»
ñor distancia entre las espinas ciáticas y la forma en trilobulada de la pelvis menor m asa
lina.

Fio, 5.9. Escotadura ciática mayor, según Buikstra y Ubelaker (¡994). La morfología 1 e.
típica del sexo femenino.
Fig. 5.1J. 1) adolescente (Q ) antes de desarrollarse el arco; 2) adolescente (ty) con el arco
precursor; 3} mujer de 23 años con el orco bien delineado; 4) varó» con una am iga a lo
largo de la sfnfisis, pero no hay arco; 5-6) comparación entre el pubis de una mujer y el pu­
bis masculino, que permite apreciar que el pubis (A) es más ancho en la mujer (5), el ángulo
subpubiano (C) es más abierto y el arco ventral (B) está bien definido. Estas diferencias son
ostensibles con respecto al varón (6),

Por últim o, tanto en el sacro com o en Jos coxales se pueden encontrar en oca­
siones, cuando ha habido gestaciones, signos cicatrictales p o stp a rtu m en los huesos
fem eninos (fig. 5.12)
También se puede em plear el índice isquiopnbico de Schultz:

Longitud del pubis X 100 / longitud del isquión


Es de alrededor de 155 en el hom bre y oscila entre 160-370 en la mujer.

5 .1 .3 . H u e s o s d e l a s e x t r e m id a d e s

Las dim ensiones de ios huesos de las extrem idades, com o hem os descrito en
los caracteres antropológicos, permiten determ inar en las medidas extremas de los hue­
sos largos el sexo probable del individuo, correspondiendo los de m ayor tam año y ro­
bustez, al m asculino y las m enores y más gráciles a las mujeres, con una zona inter­
m edia de sexo indeterm inable, com o se expone en el estudio antropológico de cada
hueso.

5.1.4. D e t e r m in a c ió n d e l s e x o e n l o s in d iv id u o s in m a d u r o s

C onsideram os que el problem a es distinto, siem pre en relación directa con la


edad del individuo, pues, cuando nos aproxim am os a la pubertad y a partir de ésta,
aunque la sinostosis de algunos huesos no haya tenido lugar, en general ya se puede
aventurar un diagnóstico sexual teniendo en cuenta los mism os criterios que para■el
adulto. Sin embargo, en la primera infancia, e incluso en la segunda, el margen de erról­
es m uy am plio, aunque algunos autores, com o Fazekas y ICósa (1978) y Schutkowski
(1993), lo consideran factible. Como quiera que por su com plejidad se aparta de los
objetivos de este libro, las personas interesadas en el tem a pueden consultar estas obras.
A ctualm ente se utiliza el cálculo de funciones discriminantes obtenidas a partir
de una o más m edidas pertenecientes a uno o más huesos, normalmente largos. Estas
fun ciones permiten determinar el sexo de individuos en muy mal estado de conserva­
ción y de las que no se conservan huesos diagnósticos com o la pelvis o el cráneo. Se
recom ienda realizar funciones discrim inantes a partir de los individuos bien diagnos­
ticados de la m ism a pob lación o en su d efecto aplicar fun ciones discrim inantes de
poblaciones sim ilares. Sin em bargo, y hasta la actualidad, no son muchas las pobla­
cion es descritas a partir de estos parámetros.
C a p ítu lo 6

D E T E R M IN A C IÓ N D E L A E ST A T U R A

La problemática en la determinación de la estatuía en los individuos adultos viene


dada por que se basa en las longitudes de los huesos largos de las extremidades y no
hay ningún método seguro, dado que esta valoración se hace respecto a algunas series
que son las de referencia, dándose más valor a los huesos de las extremidades inferio­
res que de las superiores, pues suelen influir más en la estatura de los individuos. También,
se puede recurrir a determinadas fórmulas, que, como las tablas, no están exentas de
error. Se debe tener en cuenta que entre los individuos de una misma tipología no hay
una correlación constante entre la longitud de las extremidades inferiores y las supe­
riores; tam bién las proporciones varían entre el sexo masculino y el fem enino, cir­
cunstancia que obliga a realizar cuadros separados para mujeres y hombres. Algunas
series se basan en individuos de áreas muy concretas, lo que hace que su valoración sea
discutible al aplicarla a otras series alejadas del lugar de referencia; a pesar de todo, no
tenem os más rem edio que referim os a alguna de las que están en uso, aunque pode­
mos recurrir a varias tablas y así comparar los resultados; sin embargo, el margen de
error puede ser importante. Un factor que también se ha de tener en cuenta es la edad
de los individuos adultos, circunstancia que ha obligado a la aplicación de factores de
corrección, aunque con frecuencia lo difícil es saber cuái era la edad del esqueleto en
estudio. Las tablas más usadas son la de M anouvrier (1983) y la de Trotter y Gleser
(1951, 1958). La primera hace referencia a una población blanca de París, mientras que
la segunda se basa en una población norteamericana (1951), que posteriormente se ha
rectificado varias veces (1951, 1952), pues inluye blancos y negros, procediéndose a
una revaluación en 1958. También se puede evaluar la altura del raquis en función del
porcentaje del cuerpo de cada vértebra, excluyendo el sacro. Al final valoraremos la es­
tatura de los fetos y de los individuos inmaduros.

Altura media de cada vértebra del raquis en tanto por ciento;

Cervicales Dorsales Lumbares

C2 7,8 DI 3,4] D7 4.19 L1 5,53


C3 2,8 D2 3,61 D8 4,24 L2 5,62
C4 2,73 D3 3,72 D9 4,35 L3 5,66
C5 2,665 D4 3,83 D IO 6,61 L4 5,63
C6 2,665 D5 3,98 DI 1 4,96 L5 5,76
C7 2,95 D6 4,10 D12 5,23
192 ANTROPOLOGÍA FÍSICA PARA ARQUEÓLOGOS

Determinación de la estatura ;i partir de los h u eso s largos, según Manouvrier

Hombre blancos

Ihhnero Radio Ulna Estatura en mm Fémur Tibia Fíbula

295 213 227 1530 392 319 318


298 216 231 1552 398 324 323
302 219 235 1571 404 330 328
306 222 239 1590 410 335 333
309 225 243 1605 416 340 338
313 229 246 1625 422 346 344
316 232 249 1634 428 351 349
320 236 253 1644 434 357 353
324 239 257 1654 440 362 358
328 243 260 1666 446 368 363
332 246 263 J677 453 373 368
336 249 266 1668 460 378 373
340 252 270 1697 467 383 378
344 255 273 1716 475 389 383
348 258 276 1730 482 394 388
352 261 280 1754 490 400 393
356 264 283 1767 497 405 398
360 267 287 1785 504 410 403
364 270 290 1812 512 415 408
368 273 293 1830 519 420 413

Mujeres blancas

263 193 203 1400 363 284 2S3


266 195 206 1420 368 289 288
270 197 209 1440 373 394 293
273 199 212 1455 378 299 298
276 201 215 1470 383 304 303
279 203 217 1488 388 309 307
282 205 219 1497 393 314 3)1
285 207 222 1513 398 319 316
289 209 225 1528 403 324 320
292 211 228 1543 408 329 325
297 214 231 1556 415 334 330
302 218 235 1568 422 340 336
307 222 239 1582 429 346 341
313 226 243 1595 436 352 346
318 230 247 1612 443 358 351
324 234 251 1*630 450 364 356
329 238 255 1650 457 370 361
334 242 258 1670 464 376 366
339 246 261 1692 471 382 371
344 250 264 1715 478 388 376

C uando en La tabla precedente los huesos no alcancen o sobrepasen las cifras mí­
nim as o m áxim as, se multiplicará por los siguientes índices:
más cortos: 4,93 6,70 6.26 hombres 3,53 4,32 4,37
4,98 7,00 6,49 mujeres 3,58 4,42 4,52
más largos: 5,25 7,11 6,06 hombres 3,92 4,80 4,82
5,44 7,44 7,00 mujeres 3,87 4.85 4,88

Determinación de la estatura por la longitud de los huesos según Trotter y Gleser

Hombre blancos
Húmero Radio Ulna Estatura en cm Fémur Tibia Fémur Fémur H- tibia
265 193 211 152 381 291 302 685
268 196 213 153 385 295 299 693
271 198 216 154 389 299 307 701
275 201 219 155 393 303 311 708
278 204 222 156 398 307 314 716
281 206 224 157 402 311 318
284 723
209 227 158 406 315 322
288 731
212 230 159 410 319 326 738
291 214 232 160 4 í4 323 329 746
294 217 235 161 419 327 333 753
297 220 238 162 423 331 337 761
301 222 240 163 427 335 340 769
304 225 243 164 431 339 344
307 776
228 246 165 435 343 348 784
310 230 249 166 440 347 352 791
314 233 251 167 444 351 355 799
317 235 254 168 448 355 359 806
320 238 257 169 452 359 363 814
323 241 259 170 456 363 367 821
327 243 262 171 463 367 370 829
330 246 265 172 465 ' 371 374 837
333 249 267 173 469 375 378 844
336 251 270 174 473 379 381
339 852
254 273 175 277 383 385 859
343 257 276 176 482 386 389 867
346 259 278 177 486 390 393 874
349 262 281 178 490 394 396 882
352 265 284 179 494 398 400 889
356 267 286 180 498 402 404 897
359 270 289 í 81 503 406 408 905
362 272 292 IS2 507 410 411 912
365 275 294 í 83 511 414 415 920
369 278 297 184 515 418 419 927
372 280 300 185 519 422 422 935
375 283 303 186 524 426 426 942
378 286 305 187 528 430 430 950
382 288 308 188 532 434 434 957
385 291 311 189 536 438 437 965
388 294 313 190 540 442 441 973
391 296 316 191 545 446 445 980
395 299 319 192 549 450 449 588
398 302 321 193 553 454 452 995
401 304 324 194 557 458 456 1.003
404 307 327 195 561 462 460 1.010
208 309 330 196 566 463 463 1.018
411 312 332 197 570 470 467 1.026
414 315 335 198 574 474 471 1.033
A N T R O PO LO G ÍA FÍSICA PARA A R Q U EÓ LO G O S

Determinación de la estatura-por la longitud de los huesos, según Trotter y Gleser

M u j e r e s b la n c a s
Húmero Radio Ulna Estatura en cm Fémur Tibia Fémur Fémur + l

244 179 193 140 348 271 274 624


247 182 195 141 352 274 278 632
250 m Í9 7 142 356 277 281 639
253 186 200 343 360 281 285 646
256 188 202 144 364 284 288 653
259 190 204 145 368 288 291 660
262 192 207 146 372 291 295 668
265 194 209 147 376 295 298 675
268 196 211 148 380 292 302 682
271 198 214 149 384 302 305 689
274 201 216 150 388 305 309 696
277 203 218 151 392 309 312 704
280 205 221 152 396 312 315 711
283 207 223 153 400 315 319 718
286 209 225 154 404 319 322 725
289 211 228 155 409 322 326 732
292 213 230 J56 413 326 329 740
295 215 232 157 417 329 332 747
298 217 • 235 158 421 333 336 754
301 220 237 159 425 336 340 761
304 222 239 160 429 340 343 768
307 224 242 161 433 343 346 776
310 226 244 162 437 346 349 783
313 228 246 163 441 350 353 790
316 230 249 164 445 353 356 797
319 232 251 165 449 357 360 804
322 234 253 166 453 360 363 812
324 236 256 J67 457 364 366 819
327 239 258 168 461 367 370 826
330 241 261 169 465 371 373 833
333 243 263 170 469 374 377 840
336 245 265 17 í 473 377 380 847
339 247 268 172 477 381 384 855
342 249 270 173 481 384 387 862
345 251 272 i 74 485 388 390 869
348 253 275 175 489 391 394 876
351 255 277 176 494 395 397 883
354 258 279 177 498 398 401 891
357 260 282 178 502 402 404 898
360 262 284 179 506 405 407 905
363 264 286 180 510 409 411 912
366 266 289 181 514 412 414 919
369 268 291 182 518 415 418 927
372 270 293 183 522 419 421 934
375 272 296 184 526 422 425 941
Corrección en mm de las tablas de Trotter y Gleser en consideración a la edad de los sujetos
entre los 45 y los 85 años

Edad cf 9 Edad cf 9 Edad Cf 9


46 2,5 0,0 59 10,5 6.0 73 25,9 2 5 .2
47 2,9 0,0 60 11,5 7,0 74 27,2 27.0
48 3,3 0,1 61 12,4 8,0 75 28,6 28,8
49 3,8 0,2 62 13,4 9,2 76 29,9 30,7
50 4,3 0,4 63 14,4 10,3 77 31,3 32.6
51 4,8 0,7 64 15,4 11,6 78 32,7 34,5
52 5,4 1.1 65 16,4 12,9 79 34,2 36,5
53 6,1 1,6 66 17,5 14,5 80 35,6 38,5
54 6,7 2,1 67 18,6 15,6 . 81 37,1 40,5
55 7,4 2,8 68 19,8 17,1 82 38,6 42,6
56 8,2 3,5 69 21.0 18,6 83 40.1 44,7
57 8,9 4.2 70 22,2 20,2 84 41,7 46.8
58 9,8 5,1 71 23^4 21,8 85 43,2 49,0
72 24,7 23,5

Determinación de la estatura de un individuo en función del fénnir o la tibia


según Pearson (en cm):

Hombres Mujeres

Estatura = fémur x 1,88 + 81,31 Estatura = fémur x 1,94 + 72,84


Estatura = tibia x 2,38 + 78,66 Estatura = tibia x 74,77 + 74,77

Fórmula de Sj 0 vold para adultos de ambos sexos y todas las edades:

Estatura = 3,01 x anchura bicondílea del fémur + 32,52 cm

Determinación de ia estatura en los individuos inmaduros

Fórmula de Olivier y Pineaud (1958), para la determinación de la edad fetal

6,29 x longitud del fémur - 4,42 + 1,82 cm


13.8 x longitud de ia tibia - 3,55 ± 1,92 cm
7,85 x longitud del peroné - 2,78 ± 1,65 cm
7,92 x longitud del húmero - 0,32 ± 1,65
13.8 x longitud dei radio - 2,85 ± k 1,82
8,73 x longitud del cú b ito- 1,07 ± k 1,59
Determinación de la estatura infantil en función de la longitud del fémur sin epífisis,
tomada en cm, según Stewarl y Trotter (1954):

Fém ur A ltu r a Fém ur A ltu r a

80 50 145 89,5
85 55 150 93
90 58,5 155 94,5
95 61,5 160 96,75
100 615 165 99,25
105 67,5 170 101,5
110 73 175 103,5
120 76,5 180 105,5
125 79 185 107,5
130 81,5 190 109,5
135 84,5 195 111
140 87 200 114

Determinación de la estatura en los individuos inmaduros en función de] fémur sin epífisis,
medidas en mm, según Olivier (1960):

Fémur Talla Fémur Talla Fémur Talla

80 500 155 945 260 1,302


85 550 160 967 270 1.332
90 585 165 992 280 1.357
95 615 170 1,015 290 1.385
100 645 175 1,035 300 1.410
105 675 180 1.055 310 1.435
110 700 185 1.075 320 1.460
115 730 190 1.095 330 1.487
120 • 765 195 1.110 340 1.151
125 790 200 1.140 350 1.537
130 815 210 1.160 360 1.560
135 845 220 1.190 370 í.587
140 870 230 1.220 3S0 1.617
145 895 240 1.250 390 1.650
150 930 250 1.275 400 1.700

Nomenclatura de los individuos según su estatura, según Martín y Saller (1957)

El aumento o la dism inución de la estatura puede ser de dos tipos, uno arm ónico
y otro desproporcionado, en que generalm ente las extrem idades o el tronco son m a­
yores o menores de lo que les correspondería, y que sería disarm ónico.
La población europea en general ha aumentado de estatura, o sea que el cuadro
precedente ha quedado anticuado y, según los dalos que en él se exponen, la mayoría
de los jugadores de baloncesto, que con frecuencia superan los dos m etros, serían gi­
gantes y nadie duda de que se trata de individuos normales.
C uadro 6.1. Clases estatuíales, según Maitín y Sailer (1957).
1, camesomos; 2, mesosomos; 3, hipsisomos.

Denom inación (? 9

Enanos menos de 130 cm meaos de 121 cm


1 1 Muy bajos 130,0-149,9 cm 121,0-139,9 cm
Bajos 150,0-159,9 cm 140,0-148,9 cm

Submedianos J60,0-163,9 cm 149,0'152,9 cm


2 Medianos 164,0-166,9 cm 153,0-155,9 cm
, Supermedianos 167,0-169,9 cm 156,0-158,9 cm

Altos 170,0-179,9 cm 159,0-167,9 cm


3 i Muy altos 180,0-199,9 cm 168,0-186,9 cm
kGigantes más de 2 m más de 187 cm
C a p ítu lo 7

A N T R O P O L O G ÍA D E C A M P O

Un hueso por sí m ism o aporta poca inform ación, siendo el conjunto de los
datos obtenidos en un determ inado contexto el que perm ite interpretar y extraer el
m áxim o de conocim ientos sobre el m ism o. Es por ello im prescindible obtener esos
datos, tanto arqueológicos com o propiam ente antropológicos durante la etapa de ex­
cavación de los m ism os y, en prim er lugar, exponiendo el esqueleto totalm ente a la
luz. D e este m odo se puede extraer el máxim o de inform ación in silu que podría p er­
derse en un proceso de levantam iento precipitado de los huesos (tales com o la d is­
posición anorm al de algunas articulaciones, fracturas antiguas, pequeñas rem ocio­
nes o la edad o el sexo del individuo). Se recom ienda que esta operación se haga
m eticulosam ente, pero con la m enor dem ora posible, para evitar efectos secundarios
com o los cam bios bruscos de tem peratura y hum edad, o incluso el expolio de los
restos.
La exposición lo más general posible de los restos hum anos puede evitar en la
m ayoría de los casos una m ala interpretación de los procesos que afectan a un cadá­
ver y a sus restos p o st mortem y que pueden conducir a la confusión de una patología
con lo que se ha dado en llam ar seudopatología, aspecto ligado a la tafonomía. La va­
loración tafonóm ica perm ite discernir entre las m odificaciones producidas en vida
del individuo o las que se producen durante o después de la descom posición. En este
punto, buena parte de los diagnósticos diferenciales de las modificaciones de lo que
se ha establecido com o norm al debe contrastarse con las alteraciones propiam ente ta-
fonóm ícas. Son m uchas las variables que intervienen en los procesos post mortem
haciendo necesaria una valoración tafonóm ica de cada caso. Las alteraciones tafonó-
micas pueden ser debidas a;

— A gentes físicos y m ecánicos, con capacidad de producir alteraciones m or­


fológicas en los restos humanos.
— Agentes químicos, con capacidad de alterar la composición de los restos.
— Agentes biológicos que alteran la morfología y la composición.

Todo ello debe tenerse en cuenta antes y durante la recogida del material antro­
pológico para poder disponer de la m áxima de información en su posterior estudio en
el laboratorio. Es necesario, por lo que al material antropológico se refiere, que a lo
largo de la excavación se realice: un buen reportaje fotográfico de cada enterramiento
y de aspectos concretos como puedan ser algunas patologías; una buena planimetría
en la que en los casos de enterram ientos secundarios sera im prescindible numerar cada
uno de los huesos; un registro sobre la conservación y contenido de la estructura; la
localización de los restos, su orientación, profundidad y dim ensiones; la presencia de
ofrendas y ajuar funerario y su disposición; la presencia de cualquier tipo de restos
animales; la toma de algunas m edidas in situ. de los huesos — altura total, longitudes,
etcétera, ya que en algunos casos es im posible la reconstrucción total de los huesos y
esta información será irrecuperable— ; y la consideración de cualquier particularidad
que presente un hueso o disposición del m ism o, ya que este extrem o podría aportar
detalles sobre algunas enferm edades o anomalías. A sim ism o es necesario prestar es­
pecial atención a las características y contenido de Ja m atriz sedim entaria que está en
contacto con los restos, conservando m uestras de la m ism a y cribando el resto m eticu­
losamente, ya que podría desestim arse gran cantidad de valiosa información (piedras
de riñón, núcleos de osificación, gérm enes dentarios, pequeños elem entos esqueléti­
cos de individuos perinatales, etc.).
El conjunto de la inform ación debe recogerse en una ficha que resulte lo más
com pleta posible, pero siendo al m ism o tiempo de fácil m anejo en el cam po. Se pue­
den sugerir algunos de los aspectos fundam entales que en ellas deben recogerse y la
terminología que se recom ienda.

Localización: todos los huesos y artefactos de un en terram iento deben ser


coordenados y dibujados a escala.
D eposición: se refiere a la configuración general del cuerpo en la sepultura;
decúbito supino, decúbito lateral, decúbito prono.
Posición: no se refiere a la posición relativa al enterram iento o al suelo o a los
puntos cardinales, sino, om itiendo estos aspectos, la relación de los segm entos cor­
porales entre sí. En este caso la term inología habitual suele ser: extendido, sem ifle-
xionado, fiexionado, altamente ílexionado, aunque a m enudo se utilicen tam bién tér­
minos como: contraído, fetal, squatting, entre otros. Algunas veces, para tai descripción
es útil recurrir a tres com ponentes anatóm icos diferentes: las piernas, los brazos y la
cabeza. Se recom ienda utilizar las expresiones extendido, sem iflexionado, fiexionado,
altamente fiexionado, para las piernas. Extendido representa tener los m uslos prácti­
camente rectos y con un ángulo de 180° respecto al cuerpo; sem iflexionado, cuando
el eje del fémur respecto al del cuerpo se encuentra entre 90o- 180°; fiexionado, cuando hay
un ángulo m enor de 90° y, por últim o, altam ente fiexionado, con un ángulo aproxi­
mado de 0°. En esta descripción no se considera la parte distal de la extrem idad infe­
rior, la pierna, respecto a la superior, el muslo, siendo recom endable detallar la posi­
ción de una respecto a la otra, describiendo aproxim adam ente los grados entre ambos
segm entos de la extremidad.
El segundo com ponente a considerar, el brazo, puede describirse m edíante cu a­
tro categorías: extendidos cerca del cuerpo, cruzados por encim a de la pelvis, cruza-
dos en el pecho, dirigidos hacia la cabeza,
En cuanto al últim o com ponente, la cabeza, se refiere a la dirección hacia donde
mira: hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba, o algunas variaciones com o ha­
cia la barbilla o hacia atrás.
Orientación: cuando un esqueleto descansa sobre su parte anterior, posterior
o lateral, la orientación hace referencia a la cabeza en relación al eje cabeza-pelvis.
Cuando el esqueleto está «sentado», es hacia donde m ira el cuerpo.
C onsideración especia] m erece el tratamiento de las articulaciones. La descrip­
ción detallada de cóm o se encuentran algunas articulaciones es de gran utilidad en
enterram ientos secundarios, ya que perm ite saber de la existencia de ligamentos u otros
tejidos que sujetaban los huesos, com pleta o parcialm ente, cuando se realizó el ente­
rram iento, y, por lo tanto, la posible duración del período de putrefacción. En otro tipo
de enterram ientos, las articulaciones aportarán inform ación posterior a la deposición
del cadáver, sobre el proceso de colm atación y otros aspectos relacionados con las con­
diciones de enterram iento.

7. j . Tipos de enterramiento

L a tom a de datos está condicionada en gran parte por el tipo de enterram iento,
observándose algunas diferencias si se trata de enterram ientos prim arios o secun­
darios.

7.1.1. E nterramientos primarios

Se trata del depósito de un cadáver en su ubicación definitiva. Pueden ser con­


secuencia de un ritual o sim plem ente del lugar de depósito de un cadáver.
Un enterram iento prim ario puede ser individual o colectivo. En el primer caso,
el esqueleto estará dispuesto tal cual fue depositado, y sólo presentará posibles rem o­
ciones por efecto de algunos anim ales, plantas o procesos sedim entarios. En el se­
gundo caso, obviam ente se trata de un enterram iento de más de un cadáver, lo cual
puede significar un desplazam iento de los restos más antiguos para acondicionar nue­
vos restos. E llo puede significar que los prim eros se presenten total o parcialm ente
desarticulados, sin que ello suponga el carácter secundario de los restos originales.
En un enterram iento prim arlo individual se puede conseguir el máximo de in­
formación con m ayor facilidad. Pueden, pues, obtenerse datos com o la posición rela­
tiva de los distintos elem entos esqueléticos; el grado de conservación de las posicio­
nes anatóm icas relativas; la conservación o desaparición de ciertos elem entos; los
desplazam ientos de los restos; las m edidas in situ de los restos esqueléticos; las di­
m ensiones y localización de todo el conjunto con la orientación, profundidad y cotas;
la localización de huesos y artefactos; las condiciones de la deposición; la posición
vertical relativa del esqueleto respecto al plano horizontal; o el grado de contracción
del individuo al ser en tecad o . A sim ism o se pueden observar alteraciones en las arti­
culaciones asociadas a alguna patología, o posibles fracturas causantes de la muerte
que, con la extracción de los restos, podrían conducir a una interpretación errónea.
También se puede realizar la recogida de unas m edidas mínim as sobre partes del es­
queleto, com o en el caso de algunas m edidas de referencia útiles (para el cálculo de
la estatura por ejem plo o el diagnóstico de edad y sexo) o de elem entos diagnósticos
(sexo, patologías, etc.) que, por su conservación y ubicación, pueden deteriorarse.
En un enterram iento prim ario colectivo, se encierran de forma sucesiva distintos
cadáveres. Para ello a m enudo se arrincona el cadáver anterior, que puede estar en dis­
tintos grados de descom posición. A sí pues, paite de la inform ación del primero se
pierde, aunque la observación detallada — presencia de articulaciones en conexión,
piezas articuladas y su estada— perm itirá establecer los procesos de descom posición
y valorar el tiem po transcurrido entre los dos enterram ientos. El estudio detallado de
los restos podrá inform ar sobre la secuencia y tem poralidad de los enterram ientos, ya
que puede tratarse de un enterram iento sim ultáneo de cadáveres o de la sucesión de
enterram ientos en un determ inado período de tiempo.

7.1.2. E nterramientos secundarios

Consisten norm alm ente en agrupaciones de huesos no articulados y representan


un m étodo de enterram iento form ado por sucesivos pasos, E n un prim er paso se des­
poja a los huesos de las partes blandas, ya sea p o r p rocedim ientos pasivos — des­
com posición al aire libre del cadáver— o activos — procediendo a la descam ación
del cadáver— . En un segundo paso se procede a recolectar los huesos, que pueden
conservar o no algunas articulaciones conexas y que puede producirse al cabo de poco
o m ucho tiem po. El tercer paso consiste en un nuevo enterram iento individual o co­
lectivo.
Un problem a im portante y dificultoso, cuando se trata de excavar enterram ien­
tos secundarios, especialm ente en el caso de enterram ientos colectivos, es docum en­
tar la posición relativa de los huesos. Su localización y relación es en este caso mu-
cho m ás im portante que en enterram ientos de tipo prim ario, ya que no se dispone
a prio ri de un núm ero mínimo de individuos y, por tanto, tocia la inform ación no re­
cuperada en este m om ento puede condicionar decisivam ente la interpretación del con­
junto. Particularm ente el análisis detallado de las articulaciones aportará en m uchos
casos inform ación de cómo y en qué orden se produjeron las inhum aciones. Asi, en
el proceso de excavación de enterram ientos secundarios es fundam ental considerar
cualquier evidencia de articulación, que estaría indicando adem ás que aquella parte
del esqueleto conservaba todavía m asa muscular, ligam entos o cualquier otra parte pe-
recible de un individuo, o que existía alguna patología. Asim ism o, y en la perspectiva
de definir las condiciones de enterram iento, debe considerarse el tipo de articulación:
estricta, laxa, o desplazada, o bien si falta alguna pieza o éstas presentan algunas ca­
racterísticas particulares. La presencia de distintos estados de articulación puede per­
mitir, adem ás, la estim ación del tiem po transcurrido entre los sucesivos enterram ien­
tos. D ebe considerarse que, en este tipo de enterramientos, es muy frecuente la ausencia
de una gran parte de restos esqueléticos y que tam bién es mucho m ás com plejo el re­
gistro sistem ático del conjunto de los datos. Es evidente, además, que el proceso de
traslado lleva aparejado m uchas veces una pérdida y deterioro de los restos.
El tipo de enterram iento, así com o sus dim ensiones y características, condicio­
nará de una m anera fundam ental la estrategia de excavación y los procedim ientos de
estudio. N o es lo m ism o excavar una fosa de pequeñas dim ensiones, donde se puede
docum entar bien cada pieza, que una fosa de grandes dim ensiones (donde el prim er
problem a es alcanzar el material) o una necrópolis con una enorm e com plejidad de in­
form ación yuxtapuesta. A demás, se dan con frecuencia casos especiales de enterra­
m iento propios de diferentes culturas o períodos, com o el de enterram iento m últiple
observado en algunas culturas am ericanas, que consiste en la deposición secundaria
de los cadáveres en urnas y que, en este caso, puede tratarse, adem ás, de deposicio­
nes sim ples o múltiples.
7.1.3. I n c in e r a c io n e s

Se trata de un caso especial de rito de enterram iento secundario. Es una pr,


tica funeraria rara en el Paleolítico superior, que se convierte en frecuente en el Neolít:
y que, a finales de la Edad del Bronce y principios de la Edad del Hierro, tiendi
sustituir, casi com pletam ente, a la inhumación. Es en estos dos últimos períodos don
se concentran básicam ente las incineraciones en la península Ibérica,
En la incineración, los restos son depositados, en la mayoría de los casos,
túm ulos o en urnas de incineración después de haber sido som etido a altas tempe¡
turas, aunque en algunas ocasiones se depositan los restos óseos incinerados dir<
tam ente en la fosa. Se trata de enterram ientos que pueden ser individuales o mui
pies. Los huesos pueden presentarse en diversos tam años y características, ya qtu
lo largo del período de tiem po que abarca este ritual funerario los procesos de ci
mación son desiguales, hallándonos en algunos casos ante unos fragmentos muy f
queños y en otros casos ante fragm entos de gran tamaño. A sim ism o debe consid
rarse que la distinta tem peratura com porta un cam bio de coloración al incrementar
(beige, m arrón, negro, gris y blanco), de fragm entación y torsión de los huesos, <
com o, posiblem ente, reducción de su tam año. Los cadáveres pueden haber sido de
carnados previam ente a la incineración, observándose líneas de fracturas rectas y lo
gitudinales, a diferencia de las fracturas curvas y transversales presentes cuando
incinera el cadáver. A sí pues, la m orfología de los restos es m uy variada y ha«
com plejo su estudio.
También debe considerarse que al tratarse de un enterram iento secundario exis
la posibilidad de que no todos Los restos de un individuo sean recogidos y dispuesti
en la urna, faltando así representación de alguna de las partes del esqueleto, annqi
esta falta tam bién puede deberse al propio proceso de cremación. También puede tr
tarse de más de un individuo y, en uno u otro caso, pueden ir acompañados de algi
tipo de ajuar perecedero o no. Todas estas consideraciones deben realizarse tanto di
rante el proceso de excavación como en el de estudio de los restos incinerados. Duran
el proceso de excavación es im portante considerar que el tamaño de los restos ínc
nerados es uno de los atributos a tener en cuenta y que se debe proceder, por tant«
con extrem a cautela para no fragm entar más los huesos, lo cual modificaría la inte
pretación e im pediría incluso su diagnóstico.

Acción del fuego sobre e],hueso, según C. Perlés

Cambio de color:

Ocre 2500
Marrón 300°
Negro 350“
Gris 600a
Blanco 650° a más

Retracción:

Débil (2 a 3 %) 600°-700°
Fuerte (12 a 16 %) 700°-800°
A lte ra cio n e s estructurales:

Desaparición de las materias orgánicas 300°


Formación de hidroxiapatita mal cristalizada 600“
ídem, mejor cristalizada 650°
Idem, bien cristalizada y estable 700°
(a 700° los residuos sólo contienen del { al 10 % de carbono, y el hueso del 0 a 2 %)

Líneas de fracturo en las diáfisis:

En líneas recias y longitudinales Hueso seco


En líneas curvas transversales irregulares H u eso fresco

7.2. E x tracció n y tra ta m ie n to d e los huesos

Una vez recogida toda la inform ación sobre los restos, se extraerán los huesos
lo antes posible para evitar que queden dem asiado tiempo som etidos a las inclem en­
cias atm osféricas. Un exceso de agua, tem peraturas extrem as y m uchos otros p a rí-
m etros am bientales pueden deteriorar notablem ente el estado de conservación de los
huesos.
En condiciones norm ales debe evitarse la aplicación de producto alguno durante
el proceso de excavación o posteriorm ente en el laboratorio. El uso habitual de con-
solidantes n otras sustancias im posibilita, por desgracia, la realización de posteriores
estudios o analíticas en el laboratorio, como por ejem plo el estudio m icroscópico de
la superficie del hueso, estudios de ADN o análisis bioquímicos. La utilización de cual­
quier producto sobre el hueso, que no deja de ser un elem ento contam inante, debe ser
siempre muy restringida y dirigida, considerando adem ás que en la m ayor parte de los
casos se trata de procesos irreversibles.
Los restos se recogerán en bolsas, a ser posible de materiales neutros que eviten
la absorción de la hum edad que favorece el crecim iento de m icroorganism os. Si el
estado de conservación de los huesos lo permite, pueden agruparse en una misma bolsa
según extremidad inferior derecha, izquierda...
En el laboratorio el m aterial debe limpiarse y catalogarse previam ente a su es­
tudio. Si los restos llegan al laboratorio con consolidantes, en prim er lugar es necesa­
rio saber qué productos se han utilizado para así proceder a su elim inación. El lavado
debe realizarse en seco siem pre que sea posible, y con cepillos de dureza variable en
función de la fragilidad de la pieza esquelética y del estado de conservación de los
mismos. En el caso en el que la lim pieza consista en un lavado con agua, debe inten­
tarse que ésta sea neutra, si es posible destilada, que no sea caliente y evitarse la in­
mersión del resto. En este caso se procederá al secado evitando las situaciones extre­
m as de tem peratura y/o hum edad q u e dañarían los restos. N u n ca deben usarse
instrum entos cortantes o punzantes al lim piar los huesos, ya que podrían dañar su su ­
perficie. Es im prescindible un buen conocim iento anatóm ico que facilite la lim pieza
de los restos, sobre iodo en piezas como el cráneo, con m uchas cavidades, en huesos
con m alform aciones y cuidando esp ecialm ente las articu lacio n es, que son su m a ­
mente frágiles y muy informativas. Asim ism o debe vigilarse la lim pieza de la denti­
ción diferenciando las im purezas de los depósitos de sarro. N unca debe forzarse 1a
extracción de concreciones calcáreas o de otro origen que pudieran deteriorar el iiuesc
ya que existen otros m étodos físicos y quím icos que no dañan los restos óseos. A me­
nudo será necesario la ayuda de especialistas para dicha elim inación.
U na vez limpios, deben siglarse prontam ente con tinta indeleble, con el códigr
correspondiente, obviam ente en una zona que no interfiera en una región anatómica o
patológica. El siglado puede hacerse directam ente sobre la pieza ósea o no en fun
ción del estado de conservación de los huesos. En el caso, que no se pueda aplicar di­
rectam ente, se siglará sobre una superficie recubierta por esm alte transparente (solu
ble en acetona). Se utilizará esm alte, debido a que puede elim inarse en el caso en qur
ello fuera necesario para algunos análisis.
La reconstitución de los huesos se hará con adhesivos poco agresivos, evitandi
la aplicación en otras regiones deí hueso no susceptibles de ser reconstituidas y evi­
tando el exceso de los m ism os. Los m ejores adhesivos son las nitrocelulosas por si.
carácter reversible. Es im prescindible una buena reconstitución de los huesos, ya qur
sin ella se pueden estar valorando aspectos debidos a su deformación. En esta etapa
puede ser de gran utilidad el uso de las plantas arqueológicas y fotografías para re
com poner los individuos. U na buena reconstitución es un paso im prescindible par?
una buena reconstrucción.
Por últim o, son im portantes las condiciones de alm acenam iento de los huesos
Deben considerarse las condiciones óptimas de tem peratura y humedad. Asimismo de­
ben conservarse en cajas donde los restos estén bien dispuestos y sean fácilmente
asequibles.
C a p ítu lo 8

C L A S IF IC A C IÓ N D E L O S IN D IV ID U O S

8.1. Los problemas de una clasificación

D urante m uchos años se ha intentado una clasificación m orfológica de los dis­


tintos grupos de los individuos que constituim os la especie hum ana u Homo sapiens
sapiens. A partir del hallazgo de los individuos exhum ados en Cro-M agnon (1868),
cuyas características no diferían del hom bre actual, se ha pretendido clasificar los
restos óseos antiguos. Las diferencias entre unos y otros grupos, basándose no sólo
en caracteres osteológicos, sino también en las particularidades de los individuos vi­
vos actuales, tales com o el color de la piel, el cabello y multitud de rasgos coqiora-
les, dio lugar a que se estableciesen las razas; pero la variabilidad dentro de cada raza
era tan amplia, que obligó a establecer subgrupos raciales. Hoy en día se ha llegado a
5a conclusión de que debe elim inarse el concepto de raza, ya que gracias a los avan­
ces de la bioquím ica, la especie hum ana se considera única y las diferencias m orfo­
lógicas apreciables entre los distintos grupos se denom inan diferencias tipológicas,
que a menudo son menores que las diferencias bioquímicas dentro de una misma «raza».
En algunos países, com o en los Estados Unidos, donde la m ezcolanza de individuos
es muy am plia, se sigue em pleando en «antropología forense» e] concepto de raza
(Krogman e I§can, 1986), que se ha resum ido en tres grupos: orientaloides, negroides
y caucásicos (fig. 12.1, 12.2 y 12.3), que en realidad se corresponden con el concepto
antiguo de las razas amarilla, negra y blanca.
Como en arqueología la m ayoría de los hallazgos son osteológicos, pensamos
que aún puede ser útil la diferenciación tipológica, más frecuente en nuestro país y en
Europa, ya que siem pre es posible el estudio m orfológico y no siem pre el bioquL
mico. El conocim iento de estas características también ayudará a com prender mejor
los trabajos anteriores a las postrim erías del siglo xx. La exposición será muy resu­
mida y los que la apliquen apreciará enseguida que, en individuos de una determ i­
nada tipología, confluyen rasgos de otra/s tipología/s, que dificultan decidirse por
una determinada,

8.2. V aried a d es tip o ló g ica s

Las variedades m ás frecuentes presentes en la cuenca del M editerráneo podrían


resum irse en cuatro grupos: 1) alpina, 2) d inárica, 3) turánida, 4) m editerránida.
F)g. 8.1. Cráneo braquimoifo curvoccipitai.

1) Tipología alpina (braquim oform os curvoccipitales)

Cráneo: Globuloso, ancho, braquiciáneo, que visto por su norm a superior es


esferoide. La bóveda liene una altura mediana (tapiño cráneo o hipsicráneo), con el oc­
cipucio redondeado (curvoccipitai) y la escam a occipital muy curvada. Los huesos
tem porales son muy convexos, la frente es ancha, abom bada y vertical o ligeram ente
inclinada, con la glabela y los arcos superciliares m oderadam ente salientes.
C ara: Es ancha, de altura m ediana (mesene tendiendo a euriene) y ortognata,
con los póm ulos bien desarrollados y a menudo salientes, coi) las arcadas cígom áii-
cas muy m arcadas (gran anchura bicigom ática). M esorriiúa, con los huesos nasales
rectilíneos o cóncavos. Las órbitas son rectangulares, grandes y relativam ente altas.
Mandíbula: E s ancha y baja, con el mentón pequeño.
Esqueleto posícraneai. D e estatuía niédiana, su constitución es ancha y tam ­
bién las espaldas, con el tronco elongado y'las piernas y lqs brazos cortos.
Sinonim ia; céltico, europeo occidental, ligur, eeltoeslavo, alpocaipetano, lapón,
euroasiático.

2) Tipología dinárica (braquim orfos planoccipitales)

Cráneo: D e dim ensiones m edianas, braquicráiieo por acortamiento (no por au­
mento de la anchura). La bóveda es elevada o m oderadam ente elevada, con el occi­
pucio aplanado o ligeram ente curvado; la frente, bien desarrollada, es ancha y ele­
vada o m edianam ente elevada y su inclinación variable. L a glabela y las arcadas
superciliares m oderadam ente salientes.
Cara', A largada, estrecha y de altura mediana, con los pómulos huidizos; las
órbitas son anchas, altas o m edianam ente altas, de nariz bien desarrollada, saliente y
leptorrinia. con los huesos nasales rectos, convexos o curvados, m ostrando una pe­
queña depresión subnasal.
Mandíbula: Es estrecha com parada con la m axila, siendo el mentón alto con
desarrollo variable.
Esqueleto postcraneal: D e estatura elevada y constitución longuilínea. Las es­
paldas son anchas y la pelvis estrecha, con piernas largas y brazos cortos,
F)G. 8.2. Cráneo braquimorfo planoccipilct!.

Sinonimia: Adri á tic a ..


' Variedad annenoide: La cara es algo más larga (lepto o mcsoprosopc), esL
tura m ediana, con la pelvis m enos estrecha y las piernas algo más cortas.
Sinonimia; A natólida, parisiense, asiroide, del próxim o oriente.

3) Tipología luránida

C ráneo: M edianam ente ancho y corto (braquicráneo), con la bóveda más bier
elevada. El occipucio es m enos aplanado que en los anrienoides, con la frente bastan/
alta y vertical y las arcadas superciliares y la glabela poco acusadas.
Cara: Alta, ancha y plana. Póm ulos algo salientes, más que en los arrnenoides
L a nariz tam bién es m enor que en éstos, pero aún es grande. M esorrinia. Huesos rv
sales rectos o convexos, en ocasiones cóncavos.
M andíbula: T iene el mentón pequeño y robusto.
Esqueleto posteraneal: Su estatura es m ediana tendiendo a baja. Conslitucic
grácil, más esbeltos que los arrnenoides.
Nota: Presenta algunos caracteres mongoloides.
Sinonimia: Turca, turcotártara, del oeste asiático.

4) Tipología m editerránida

Com prende cuatro variedades: grácil, robusta, orientaloide y cromañoide.

a) M editerránida grácil

Cráneo: Es grácil, elongado y estrecho (dólico o m esocráneo), que visto pot


su norm a superior es elipsoide u ovoideo. La bóveda es m edianam ente elevada y s'
vértice aplanado, con frecuencia hay una depresión postcoronal.
Cara: Es estrecha y alargada, con los póm ulos poco salientes y pequeños. La.
arcadas cigom áticas tam poco sobresalen. Las órbitas son grandes y elevadas, con s<\
borde inferior oblicuo. La nariz es leptom na, elevada y fina y los huesos nasales son
Qpy ó t T i /
F¡0. 8.3. Cráneo mediterránido grácil.

estrechos, generalm ente rectos, con la raíz de 3a nariz poco hundida, M axila alta y es­
trecha.
Mandíbula: Es grácil con los ángulos redondeados, y el mentón está m uy de­
sarrollado, es puntiagudo, redondeado o plano,
Esqueleto postcraneal: Su estatura es pequeña, de constitución grácil y lon­
g ilín e a . El esqueleto es fino, con las espaldas m edianam ente anchas, y la pelvis tam ­
bién es bastante ancha. Las piernas y los brazos a m enudo son largos,
Sinonimia-. Iberoinsular, insular, ibérico y iigur.

b) M editerránida robusta (variedad hiperdolicocéfala)

Cráneo: Es m u y largo (más de 200 mm), dólico o ultradolicocráneo, con el oc­


cipucio saliente. Presenta una ligera quilla sagital, la frente es un poco huidiza y la
glabela y las arcadas superciliares están m uy m arcadas.
Cara: Es m uy larga y un poco ancha. Con los póm ulos algo salientes y la na­
riz larga y fina, m edianam ente alta, con los huesos nasales rectos. H ay una neta de­
presión subnasal y las órbitas son m eso o cameconcas.
M andíbula: Es baja, bastante ancha, angulosa y con el m entón prom inente.
Esqueleto postcraneal: Estatura elevada o m ediana. Constitución bastante ro­
busta.
Variedades: B astante polim orfism o.
Sinonim ia: E u ro african o s, e u ro p eo s d el lito ral y del p aleo lítico superior.
c) O rientaloide (íig. 12.3)

C ráneo: Es a menudo muy largo (más de 200 ram), dólico o ultradolicocrám


con la bóveda eleyada, el occipucio prom inente y la fíente a menudo huidiza, con
glabela y los arcos superciliares frecuentem ente bien marcados,
Carct: Es elongada y estrecha, con los póm ulos huidizos, las órbitas elevad
y la nariz alta y Ieptorrinia, con ios huesos nasales rectos o aguilenos. La raíz de
nariz tiene una posición elevada entre las órbitas. La maxila es profunda con bóvc
palatina excavada,
Mandíbula: Con el mentón robusto.
Esqueleto postcraneal: D e estatura m ediana o alta, constitución longuilínea
cuerpo esbelto.
Sinonimia'. Tipología suboriental, árabe, iraniano, persa, iranoafgano, semi
y asirioide.

d) Cromañoide

Cirineo: Es de graneles dimensiones, ancho y largo, meso o dolicocéfalo, sienc


la bóveda siem pre baja, con el occipucio a menudo saliente. La frente es ancha, nu
huidiza que en las otras tipologías m editerránidas. La glabela y las arcadas suprao.
bitarias son robustas. Las apófisis mastoides también son robustas y el relieve de )
nuca bien marcado.
Cara: Es baja, ancha, rectangular y angulosa, con los malares en posición fror
tal, con unas arcadas cigom áticas robustas fuertem ente desplazadas hacia atrás. La
órbitas son bajas y rectangulares. Los huesos nasales en general son anchos y rectc
con m arcado hundim iento de la raíz de la nariz. M axila baja.
Mandíbula: Es alta, ancha y masiva, con los ángulos goníacos m arcados y ex
travertidos, con un mentón robusto.
Esqueleto posteraneal: De estatura elevada. Constitución masiva, pero no gruesí
Las espaldas son anchas y la pelvis tam bién es bastante ancha. Los m iem bros son d
longitud m ediana.
Sinonimia: Berberoide.
C a p ít u l o 9

N O R M A L I D A D , V A R I A B I L I D A D Y P A T O L O G ÍA

E ntendem os p o r norm alidad la m orfología m ás frecuente entre los individuo


de una m ism a especie, que no están exentos de ciertos pequeños caracteres distintos!
entre ellos. Estos caracteres, cóm o por ejem plo puede ser la m orfología de la nariz.:
se denom inan variabilidad som ática, y no afecta a la correcta funcionalidad del indi­
viduo, aunque en ocasiones estas m odificaciones m orfológicas puedan ser bastante
notables. Precisam ente en esta variabilidad se basaba antiguam ente el concepto dr
r a z a ,que hoy ha sido sustituido por el de población. E n este concepto, al igual que
sucedía con el de raza, tam bién puede haber una variabilidad interna muy amplia.
A ctualm ente estam os de acuerdo en que la especie hum ana es única, pues el concepto
de especie com porta que su apaream iento sexual perm ite la procreación de individuos
que en apaream ientos sucesivos siguen reproduciéndose. E sta circunstancia es posr
ble en la actualidad entre todos los hum anos del orbe, aunque su tipología no sea idén­
tica, pudiendo transm itirse las variaciones, en m ayor o m enor grado, a la descenden­
cia. Lo contrario correspondería a la h ib rid a ció n , en la que los individuos son de
géneros m uy próxim os entre sí y con posible reproducción, pero sin que esta des­
cendencia tenga capacidad de reproducirse a su vez. E ste es el caso bien conocido
del apaream iento entre caballos y asnos, que da lugar a los m ulos o muías, que son
individuos estériles.
A sí pues, la variabilidad sólo incluye pequeñas m odificaciones que 110 afectan a
la funcionalidad norm al de los individuos, aunque algunos rasgos se modifiquen de
form a evidente y 110 comporten esterilidad. Algunas de estas variaciones consisten er,
la presencia de caracteres que en el transcurso de la evolución de la especie se han per­
dido» pero que de vez en cuando reaparecen; es lo que se conoce con el nom bre de
atavism o.
H ay variaciones que originan alteraciones que, aunque aparentem ente 110 parez­
can im portantes, están en detrim ento de la funcionalidad del individuo, con lo que
entramos dentro de las anomalías patológicas. Estas anomalías, si no entrañan ia muerte
prem atura del individuo, con frecuencia pueden transmitirse a sus descendientes, dando
lugar a una p atología hereditaria.
Com o.estos casos no son el objetivo de este libro, sólo harem os unos breves c o ­
mentarios sobre la variabilidad y la patología.
9.1. V ariab ilid ad

Solam ente nos referiremos a las variaciones que son de m ayor interés y que no
se m encionaron en el capítulo 3 dentro de los caracteres descriplivos, que en realidad
tam bién son variaciones,

9.1.1. V ariabilidad a nivel del cráneo

La m ayor frecuencia en el cráneo está entre los denom inados caracteres epige-
néúcos o discretos, que en su m ayoría consisten en huesos supernum erarios (huesos
w onnianos), y que originan una parcelación más o menos im portante de los huesos
guardando una relación con los puntos de osificación. Su presencia es m ás frecuente
en los niños y en general suelen desaparecer en la edad adulta, siendo el hueso occi­
pital el que con m ayor frecuencia los presenta (figs. 2.23 y 2.24). También se incluye
en este apartado la presencia o ausencia de determ inados orificios, surcos, etc. (véase
Ranke, 1889 y H auser y D e Stefano, 1989).
Las anom alías dentarias en su m ayoría son m alform aciones que tienen un ca­
rácter patológico. Con frecuencia son agenesias, sobre todo de los terceros m olares,
pero es interesante destacar que en algunos casos se encuentra el denom inado tubércu­
lo de C arabela en la cara lingual de la corona, que no entraña patología alguna y casi
siem pre está en el prim er m olar y alguna vez en el segundo, siem pre en la arcada
dental superior. No deben confundirse con los param olares que generalm ente están
en los m olares inferiores y que son pequeños dientes supernum erarios adheridos a un
m olar (fig. 9.1) y con las perlas de esm alte a nivel de las raíces. No son infrecuentes
los dientes supernum erarios, sobre todo a nivel de los incisivos, que con frecuencia
son atrofíeos o sim ples gérm enes dentarios, ni las m alposiciones dentarias.

9.1.2. C olumna vertebral

La anomalía más frecuente hace referencia al número de vértebras que hay en cada
sector, pues el núm ero total de vértebras es constante. R esulta excepcional a nivel de la
colum na cervical, siendo en cambio frecuente en las zonas de transición, colum na dor-
solumbar y colum na lumbosacra. D e hecho, el aumento del número de vértebras no es
real: si aumentan las de un sector, disminuyen las del sector contiguo. La mayor varia-

Fiq. 9.1. A /n izquierda, tubérculo de Cambelli en un molar superior y a la derecha, un pa-


ramolar inferior.
Fio, 9.2. Variaciones en el número de vértebras que constituyen el sacro: A) morfología ha-
biittaí del sacro, constituido por cinco vértebras sacras (78 %); B) sacro con cuatro vértebras
(! %); C) sacro con seis vertebras (21 %); D) sinostosis sacrococctgea; E) sacro con siete vér­
tebras (0,1 %).

bilidad tiene lugar en la columna lumbosacra (fig. 9.2) y suele consistir en la lumbari-
zación de la primera vértebra sacia o en la sacralización ele una/s lumbar/es.
Otras anom alías vertebrales son las fusiones congénitas de dos o más cuerpos
vertebrales o la falla de fusión congénita de las vértebras en la línea media, general­
m ente del arco posterior, rara vez en su cuerpo, y que se conoce con el nombre de es­
pina bífida, siendo más frecuente a nivel de la colum na lum bosacra. En ocasiones se
asocian a alteraciones patológicas, difíciles de determ inar en los restos esqueléticos;
pero otras, com o las hem ivértebras, las vértebras en ala de m ariposa y las amero o las
retrolistesis, siem pre tienen un carácter patológico (Campillo, 2001).

9.1.3. V a r ia c io n e s e n el t ó r a x

Es bastante frecuente la ausencia de alguna costilla, generalm ente la undécima


o la duodécim a, no siendo rara la presencia de un m ayor número de costillas, unila­
teral o bilateral, que casi siem pre son costillas cervicales, generalm ente a nivel de la
séptim a vértebra cervical. A unque su presencia puede ser asintom ática, en la mayoría
de los casos la presencia de las costillas cervicales suele dar lugar a signos patológi­
cos. En ocasiones también se puede encontrar una fusión, generalm ente de los cuer­
pos de dos costillas e incluso de más,
En el esternón también se pueden apreciar anom alías (fig. 9.3), com o la presen­
cia de un orifico en la hoja y sobre todo las num erosas variaciones m orfológicas del
apéndice xifoides.
La m orfología del tórax, en su conjunto, tam bién puede ser variable, aunque muy
difícil de valorar en osteoantropología (fig. 9.4)

9.1.4. A parato estilohiodieo

En el hom bre el aparato estilohioideo está form ado por el hueso hioides y las
apófisis estiloides de los huesos tem porales del cráneo, que están unidos por liga-
FlO. 9.3. A la izquierda, orificio en la hoja del esternón y a la derecha, distintas morfologías
del apéndice xifoides, según K ohlery Zimmer (1959).

1 2 3 4

F ig . 9 A. Morfología esquemática del tórax, según Olivia/' (1965): 1, mediano; 2, lo ngu i li ­


n e o ; 3, brevilíneo; 4, brevilíneo inferior.

m eatos. Sin em bargo, en la m ayoría de los m am íferos, en lugar de unirse mediante li­
gam entos, lo hacen por elem entos óseos y en algunos casos en el hom bre tam bién
existe un aparato estilohioideo óseo, en que los ligam entos han sido sustituidos por
una cadena de huesecillos, configurando una anom alía atávica. Estos huesecillos se
pueden confundir fácilm ente con huesos de pequeños anim ales y se tiene que tener
mucha cautela cuando se encuentren por delante de la colum na cervical y por encima
de) hioides (O lliver hizo un estudio meticuloso en 1923).

9 .1 .5 . A s im e t r ía e n l a s e x t r e m id a d e s

U na m oderada asim etría es frecuente, generalm ente con m ayor volumen en las
extrem idades dom inantes. Las derechas en los diestros y las izquierdas en los zurdos.
El acortam iento de una extrem idad casi siem pre se debe a afecciones patológicas.
En ocasiones, sobre todo a nivel del carpo y del tarso, se pueden encontrar hue ­
sos con sinostosis congénitas o pequeños huesos supernumerarios.
La estatura entre los individuos es muy variable (véase capítulo 6), pero en )o.\
casos extremos constituyen el enanism o y e) gigantism o. El prim er problem a estril (
en determ inar a p artir de qué talla se puede considerar a un individuo enano o g: ¿
gante. M artín y Saller (1957) considera enanos a los individuos cuya estatura es infe '■
rior a los 125 cm y gigantes a los que sobrepasan los 2 m. A lgunos autores discriin (
nan la altura teniendo en cuenta el sexo, generalm ente de m enor altura el femenino
que el m asculino. E n cuanto a las estaturas, se tienen que considerar las caracterísiA
cas de cada población, com o es el caso de los pigm eos, que son de baja estatura, y lo i
batutsis, de estatura elevada, y que no pueden ser considerados anorm ales. De amboC
problem as nos ocuparem os al hablar de paleopatología. ’

9.2. Paleopatología

L a paleopatología estudia las afecciones que padecieron nuestros antepasado;. \


m ediante la valoración de sus restos óseos o mom ificados. En el caso del esqueleto/
solam ente se pueden estudiar aquellas patologías que afectaron de form a directa o in -'
directa al hueso. Tam poco los restos m om ificados son fáciles de interpretar, pues lo (
procesos de m om ificación, ya sean naturales o artificiales, siem pre entrañan altera-,
ciones difíciles de interpretar. A pesar de estos problem as, se puede llegar con fre <-
cuencia a un diagnóstico, generalm ente de probabilidad y en ocasiones de certeza. Hr>
la actualidad sólo se pueden diagnosticar las enferm edades que hoy en día conocem os.'
pero no las que antes pudieron existir y que posteriorm ente han desaparecido, pues &\
todos los seres vivos han evolucionado, forzosam ente tam bién han debido hacerlo las^
enferm edades. D e form a esquem ática, y a m odo de ejem plos, com entarem os alguna;/-
de las más frecuentes.

9.2.1. P a t o l o g ía craneal

Las afecciones que afectan al cráneo pueden ser idiopáticas o secundarias a de- (
term inados procesos, pero las que se observan con m ayor frecuencia son las fractu­
ras, que en general son secundarias a los procesos tafonóm icos,1 com o por ejem plo 1; *
presión de tierras sobre el cráneo, el desprendim iento de bloques sobre la tumba, de- ¡
ficiencias en la excavación, etc. El principal problem a es establecer si se produjeron
en vida o si fueron perim ortem o posim ortem .
Con frecu en cia se encu en tran p e rfo racio n es, que pueden se r traum áticas o
in tencion ad as, como es el caso de las trep an acio n es c ran e ale s2 que se iniciaron
en el N eolítico y q u e han p e rsistid o hasta nu estro s días. Un gran núm ero de las
que se realizaron en los tiem pos antiguos fueron seguidas de una prolongada su­
pervivencia.

1. S e denom ina tafonomfn a la investigación necrológica que investiga los causas que influye» en e
¡>üko de cadáver a esqueleto y que modifica ei grado de conservación. Algunos de estos cambios pueden simu­
lar lesiones patológicas sufridas en vida (seudopatología).
2. La trepanación craneal consiste en la perforación intencionada medíame instrumentos ad hoc.
M ás im portancia tienen las m icrocefalias y {as m acrocefalias, que conllevan un
cráneo excesivam ente pequeño o exageradam ente grande, siendo las más frecuentes
las hidrocefalias, de las que solam ente se ha conservado algún caso.
U n proceso que se puede observar con bastante frecuencia son las craneosteno-
sis, secundarias al cierre prem aturo de una sutura infantil y que conllevan una defor-
macióil deí cráneo, cuando «na sutura craneal se sinostosa de forma prematura. Otras
patologías relacionadas con ésta son las platibasias3 y las impresiones basilares, que
conllevan un aplanamiento de la base del cráneo y que dan lugar a que la apófisis odon­
toides del axis llegue incluso a penetrar en el orificio occipital. Estas patologías y las
deformaciones cerebrales rituales, muy frecuentes en determinadas culturas, pueden
pasar desapercibidas o confundirse cuando alguien se inicia en la antropología física
(figs. 9.5 y 6).
Otros procesos patológicos dan lugar a la form ación de excrecencias óseas (exos-
tosis), otros a osteolisis,4 y en ocasiones se asocian ambos procesos, com o por ejem ­
plo en los m eningiom as.5
'También es im portante la patología dentaria, siendo la más frecuente el desgaste:
1) atrición a causa de la masticación; 2) abrasión por acción m ecánica (por ejemplo,

P ío . 9 .5 . Dos tipos de deformación artificial semejantes a los que se practicaban en el Perú


prehispánico (dibujo Sitsamia Campillo).

3. La platibasia consiste en el aumento del ángulo de Welcker y entraña patología.


4. La osteolisis es la destrucción generalmente patológica del hueso.
5. Los meningioma.? 5011tumores de las cubiertas encelalomedularcs (meninges), que. con frecuencia afec­
tan al hueso originando alteraciones ostcolíticas, oste.ogénicüs o m odificaciones vasculares (véase trabajos de
Palcopntología).
Fig. 9.6. Oxicefalía o w ricefa lia por sinostosis precoz de la sutura coronal.

del biuxism o); 3) erosión o desgaste por acción quím ica o física, no mecánica. Tambié
son frecuentes las caries, las osteítis, las fístulas y los quistes radiculares.

9.2.2, Patología dental

Su estudio es im portante, pues ayuda de una m anera destacada a averiguar <


estado de salud de nuestros antepasados, su tipo de alim entación, factores culturales
etc. En estas páginas sólo mencionarem os algunos aspectos, com o el desgaste denta
la hipoplasia, los acúm uios de sarro, las caries y las infecciones dentales.

A) D esgaste dental

En general está en relación con la dieta y con ciertas actividades culturales, so


bre todo cuando los dientes se utilizan como «tercera mano». Para su valoración po
dem os usar la clasificación de Brabant;

Grado 0: N o hay desgaste.


Grado 1: Es el desgaste que sólo afecta al esmalte.
Grado 2; D esgaste que deja visible el marfil en algunos puntos.
Grado 3: Ei esm alte desaparece y sólo se ve la dentina.
G rado 4: D esaparece la corona y sólo se ve la raíz.

B) A cum uios de sarro

El sarro, tam bién denom inado cálculo, es secundario a la sedim entación de par­
tículas que contiene la saliva y que, al solidificarse, se adhieren a la parte visible de
diente, sobre todo a su cara lingual-oral. Comienza form ando una tenue película en le
parte del diente que aflora fuera de la encía, Puede valorarse según la siguiente tabk
y en su descripción debe especificarse al mismo tiempo su localización:
Grado 0: No hay depósito alguno.
Grado 1: D epósito irregular y fino.
Grado 2: D epósito grueso y discontinuo.
Grado 3: D epósito grueso y continuo.
G rado 4: D epósito extendido totalmente.

C) Caries

Se deben a la formación de una «placa», en la que predom inan los hidratos de


carbono, y sobre ella se depositan los gérmenes carógenos, que s e g r e g a n ácidos q u e
lentam ente van perforando la corona, Antes del N eolítico son casi inexistentes, apa­
reciendo en este período y haciéndose m ás frecuentes hasta hoy en día en q u e casi e l
100 % de la población tiene alguna caries en el transcurso de su vida. C onsideram os
práctico clasificarlas según su localización y su profundidad:

Según su localización:
a) Vestibular o labial.
b) Lingual.
c) M esial.
d) Oclusal.
e) C ervical (cuando el cuello del cliente está al descubierto).

Según su profundidad:
o) Sólo afecta al esmalte.
b) A fecta a la dentina:
— superficialm ente
— profundam ente.
c) A fecta a la cavidad pulpar.

D) Enferm edad periodontai

A fecta a las encías y com o consecuencia produce una retracción de la misma


dejando al descubierto el cuello y parte de la raíz, que es la zona observable en los res­
tos óseos. Así, se considera que la ha habido en vida cuando la distancia entre el borde
del alvéolo dental y el cuello de la raíz sobrepasa los 3 mm.

E) Patología supurada

Consiste en la infección del diente, que puede ser secundaria a una caries, pu-
diendo ocasionar una osteítis, flemones, abscesos y, en la arcada dental superior, puede
llegar a originar una sinusitis.

F) M alposición

Consiste en que un diente se sitúa fuera de su alineación norm al y, si aumenta


la separación entre ellos, se denom ina diastem a. Si los dientes no afloran al exterior
y quedan en el interior de la arcada dental se habla de retención.
G) Variación en su número

Cuando el número se ve aumentado, se trata de dientes supernumerarios y si hay


ausencia congóníta de alguno, hablam os de agenesía.

H) Hipoplasia

C onsiste en un trastorno de origen congénito que ocasiona la presencia de es­


trías, generalm ente horizontales, en la corona.

9.2.3. E n a n is m o y g ig a n t is m o

Ya se com entaron en el capítulo 6, peto con frecuencia son secundarios a pato- ‘


logias, generalm ente endocrinológicas.

A) Enanism o

Solam ente m encionarem os tres tipos: 1) Enanism o arm ónico, en que el indivi­
duo es de pequeñas dim ensiones, pero las distintas porciones de su cuerpo están pro­
porcionadas, y que generalm ente es de origen adcnohipofisario6 0 bien hipoüroideo?
2) El enanism o m ás frecuente es la acondroplasia, en que las extrem idades no crecen
por una soldadura precoz del cartílago de conjunción de los huesos largos, pero el resto
del cuerpo prácticam ente es norm al; así, cuando ios individuos están sentados, su es­
tatura parece norm al. S u elen a so ciarse o tras alteracio n es que no com entarem os.
3) Enanism o cifoescoliótico, secundario a la presencia de curvaturas laterales de la co­
lum na vertebral y acentuación de las anteroposteriores, sobre todo cifosis dorsal, y que
suele tener un carácter congénito. En la senectud la dism inución de la estatura se
debe en parte a un m ecanism o similar.

B) Gigantismo

1) H ay un gigantism o idiopático8 que puede ser proporcionado, pero que con


frecuencia es secundario a una m ayor longitud de las extrem idades inferiores. 2) La
hiperfunción de Ja glándula hipófisis y los tum ores crom óftlos que se desarrollan en
ellas dan origen a un gigantism o acromegálico en el individuo joven y a la acrom e­
galia cuando com ienzan en la edad adulta.

9.2.4. P a to lo g ía o s t e o a r t ic t j la r

Con independencia de las fracturas de las extrem idades, en todas las estructuras
óseas se pueden originar lesiones osteolíticas, que originan una destrucción más o m e­

6. Atienohipofisario hoce referencia a la glmidui» hipófisis.


7. Hipofmirión <le la glándula tiroides.
8. Causa desconocida.
nos intensa del hueso, u osteogénicas, que dan lugar a la form ación anóm ala de hueso,
osificación de los cartílagos y ligam entos, y que pueden ser secundarias a procesos in­
flam atorios, específicos o inespecíficos, o a procesos degenerativos. En su conjunto se
las conoce como enferm edades reum atoideas.
A lgunas enferm edades com o el raquitism o y los procesos infecciosos pueden
afectar a] hueso (osteomielitis) y también las enfermedades neoplásicas.9

9.3. C alcificaciones, litiasis y c u e rp o s ex tra ñ o s

En este apartado incluimos algunas alteraciones que no guardan una relación en­
tre sí, pero que tienen interés para el arqueólogo, pues fácilm ente pueden pasar desa­
percibidas.

A) C alcificaciones

A lgunas enferm edades durante su proceso de curación pueden dar origen a la


calcificación de ciertos tejidos blandos. La tuberculosis pulm onar suele afectar a las
pleuras y éstas pueden reaccionar dando origen a la calcificación del área lesiona!. El
arqueólogo debe estar al corriente de esta posibilidad, pues pueden pasar desaperci­
bidas (M estre, 1993 y Campillo, 2001) (fig. 9.7).

B) Litiasis

Pueden tener dos orígenes: hepáticas o renales. Las prim eras son muy difíciles
de detectar pues su consistencia suele ser blanda y se descom ponen con facilidad. En
cam bio, las litiasis renales form an concreciones calcáreas de fosfatos, uratos y oxala-
tos, son duras y de m orfología muy variada. E stos cálculos suelen encontrarse en el
esqueleto en el lugar que ocuparon los riñones, en el trayecto de los uréteres o en la
vejiga urinaria, y su tam año puede ser muy variable (Steinbock, 1989 y C am pillo,
2001) (figs. 9.8 y 9.9).

Fio. 9,7. Calcificación pleural (cortesía de A. M. Mestre).

9. Tumor. Pueden ser benignos o malignos: (fsios se conocen también com o cíínccr.
los v e s h a l e s ^ n 011 ** e,,Contrar los cdlatl° Miare* (B). los renales (R)s

I'IG. 9.9. ] a 7, cálculos renales y (S) cálculos biliares.


C a p ítu lo 10
B IO Q U ÍM IC A D E L H U E S O

E l presente capítulo constituye una breve introducción a los distintos tipos de


análisis que se efectúan en restos óseos, ya sea desde un punto üe vista meram ente
quím ico, com o puede ser la determ inación de la antigüedad del hueso, o desde un
punto de vista bioquím ico, estudiando aspectos de la genética de poblaciones tales
com o los grupos sanguíneos o el ADN. A sim ple vista, parece que este conjunto de
análisis no tiene en com ún m ás que aquellos aspectos relacionados con el procesa­
m iento de las muestras en el laboratorio y, si acaso, el atractivo que parece ofrecer la
aplicación de métodos relativam ente nuevos a estudios que tradicionalm ente se lian
basado en aspectos m orfológicos, Sin em bargo, todos ellos com parten la m ism a pro­
blem ática: las alteraciones que en el transcurso del tiempo experim entan los restos
óseos y que pueden dificultar o im posibilitar la realización de cualquier tipo de estu­
dio sobre ellos. Un Inieso enterrado está sujeto a distintas influencias am bientales, ta­
les como la hum edad del suelo, la tem peratura, el pH o la solubilidad que condicio­
nan su conservación. Estas condiciones producen los llam ados efectos diagenéticos
que a m enudo concluyen con la contam inación del hueso. D e esta forma, ciertas con­
diciones am bientales pueden favorecer el desarrollo de colonias bacterianas en el hueso
que dificultarán el reconocim iento de antígenos y, por tanto, la posibilidad de esta­
blecer el grupo sanguíneo del individuo analizado. En otros casos, la solubilidad de!
hueso puede favorecer la disolución de elem entos propios e invalidar los estudios de
dieta elaborados a partir de concentraciones de algunos elem entos quím icos. También
la contam inación de una m uestra podría provocar un error en la d n t a c i ó n efectuada a
partir de distintos tipos de análisis. A sí pues, cualquier analítica de base quím ica ten­
drá que tener en cuenta todos aquellos cam bios producidos en el suelo y que puedan
haber afectado a la m uestra.
O tro aspecto que tienen en com ún todos estos análisis es su más o m enos re­
ciente incorporación a los estudios clásicam ente morfológicos. Todos ellos se incor­
poran a la A ntropología a raíz de nuevos descubrim ientos producidos en un ámbito
científico más amplio. El conjunto de m étodos m eramente quím icos que a continua­
ción se describen posee un origen común: su nacim iento a partir del interés sobre los
efectos que podrían tener sobre el hom bre los productos resultantes de las bombas ató­
micas utilizadas en la Segunda Guerra M undial y en las posteriores pruebas nuclea­
res. Las consecuencias de las bom bas atóm icas lanzadas el 6 y el 9 de agosto de 1945
sobre H iroshim a y Nagasaki suscitaron un gran interés en el mundo científico que des­
plegó un im portante conjunto de m edios hacia el estudio de los com ponentes que se
emitían y la form a en que afectaban ai hombre. Ello perm itió conocer cóm o los isó­
topos entraban a form ar parte de los ciclos biogeoquím icos y cómo se incorporan al
hombre. Estos trabajos fueron el precedente del estudio actual de la dieta de grupos
hum anos a través de análisis quím icos. Por otro lado, los m ism os trabajos, jun to con
el conocim iento del período de sem idesin legración de los isótopos, perm itieron la
utilización de éstos c o m o fundam ento de m é t o d o s de dal'ación.
Otro punto que tienen en común todos los métodos descritos en este capítulo es
la necesidad de dejar este tipo de análisis en manos de los laboratorios especializados
que desde hace algunos años llevan a cabo estas m etodologías, conocen los problem as
y lim itaciones del m étodo y form an parte de las redes de laboratorios en las que se
contrastan los análisis.

10.1. Métodos de reconstrucción de la dicta

El hueso está form ado por una matriz orgánica im pregnada, principalm ente, de
sales de fosfato calcico. La proporción de peso seco entre la m atriz orgánica y las sa­
les m inerales es del 30 % y 70 % respectivamente, A pesar de su apariencia, el hueso
no es una estructura muerta y, por tanto, no mantiene su com posición inalterable con
el paso del tiem po, sino que es un tejido dinám ico que sigue form ando m atriz ósea y
m ineralizándose durante el crecim iento del individuo. En los individuos adultos e!
hueso está sujeto a un proceso de rem odelado (el hueso de un adulto se renueva com ­
pletam ente cada 7-10 años), por lo que se pueden seguir fijando en su m atriz elem entos
quím icos. La entrada principal al organismo de los distintos elem entos se produce a
través de la vía a l i m e n t a r i a .
E xisten dos tipos de análisis quím icos que se pueden realizar sobre los restos
óseos: el análisis de isótopos estables y el análisis de elem entos traza. El prim ero de
ellos se realiza básicam ente sobre la fracción orgánica del hueso, m ientras que el se­
gundo lo hace sobre la fracción inorgánica.

i 0. 1, 1. A n á lis is d e is ó to p o s e s ta b le s

En la naturaleza, los elem entos quím icos no se presentan en form a de un solo


isótopo, sino com o una mezcla de isótopos más o m enos constante, donde el m ayori-
tario es la form a más conocida. Los isótopos estables son aquellos que no están suje­
tos a procesos de sem idesintegración, sino que m antienen constantes sus proporcio­
nes en el tiempo, a diferencia de los isótopos radiactivos que sí están sujetos a procesos
de sem idesintegración. El estudio de los isótopos estables aplicado al conocim iento
de la dieta se basa en el hecho de que existe una selección a favor o en contra de uno
o más isótopos de un elem ento durante una reacción quím ica o física, lo que hace que
existan diferencias según sea el m edio donde se desarrollan y estas diferencias pue­
dan utilizarse com o indicadores de la aportación de diferentes tipos de alim entos.
Los elem entos quím icos utilizados para el análisis de la dieta son el carbono y
el nitrógeno, aunque recientem ente se ha incorporado el estudio del azufre. El n itró­
geno y el azufre sólo pueden analizarse en el colágeno, que form a parte de la matriz
orgánica del hueso, mientras que el carbono puede analizarse sobre el colágeno y so­
bre la red de hidroxiapatita, form ada en paite por carbonato calcico. La estructura cri
talina del hueso está sujeta a problem as de contam inación, por lo que siem pre qt
sea posible se analizará el carbono sobre el colágeno, ya que el proceso de obtencic
de esta proteína elim ina los posibles contam inantes. Para este tipo de análisis se re
quiere 1 gr de hueso, del que se extrae el colágeno para cuantificar los isótopos me
diante un espectrofotóm ctro de masas. D ebe considerarse que el colágeno no se cor
serva en restos muy antiguos. A lgunos autores consideran que la conservación dt
colágeno no alcanza más allá de los 10.000 años de antigüedad. En el caso de resto
muy antiguos podrán analizarse los isótopos en la fracción inorgánica del hueso, per<
teniendo en cuenta que el periodo de tiem po de enterram iento puede alterar la com
posición del hueso y, por tanto, interferir en la cuantificación de los isótopos, por lt
que deberán valorarse los problem as de contam inación. En ambos análisis, organicé
e inorgánico, se utiliza la proporción entre dos de los isótopos más frecuentes, del car
bono y del nitrógeno, según las fórm ulas siguientes:

5.1C - ^ C ” Í Z I XI.000
C / C estándar

5'» N = ' Y ' u ' " 1'™ — ' x 1.000


N/ N estándar

Estas fórmulas comparan los valores obtenidos en la muestra con unos estánda­
res y su valor se da en tanto por mil. Los estándares utilizados son los fósiles marinos
del C retácico procedente de la form ación Pee D ee de Carolina del Sur (PD B, Pee
D ee B elem nite) para el carbono; m ientras que, para el nitrógeno, lo es el nitrógeno
atm osférico. A ambos estándares se les ha atribuido arbitrariam ente el valor 0. A par­
tir de los valores de 8 13C y 8 l5N algunos autores proponen unos intervalos de valo­
res, para cada tipo de fuente, asociados a unos patrones alimenticios.
En la naturaleza el isótopo más frecuente del carbono ( l2C) se presenta en más
de un 90 % m ientras que el i3C representa el 1,1 %. Cuando una planta absorbe dió­
xido de carbono absorbe los dos isótopos del carbono, aunque el l5C, por ser la forma
más pesada, se difunde más lentam ente y por tanto se absorbe en m enor cantidad. Así,
al com parar las relaciones de l3C /l2C entre la atm ósfera y las plantas se observa que
las plantas presentan valores inferiores. Sin embargo, no todas las plantas realizan el
mism o proceso fotosintético. Las llamadas plantas C 4 (en general las gramíneas tro­
picales como el maíz, el sorgo, la caña de azúcar, el mijo y la soja) — que presentan
una vía alternativa en la fotosíntesis (Hatch-Slaclc), por carecer de granas en los clo-
roplastos— y las plantas C-, — que utilizan el ciclo de Calvin en la fotosíntesis— po­
seen valores distintos de 8 l3C precisam ente por sus diferencias en la captación del
carbono a través de la fotosíntesis. Asimismo, la relación isotópica del carbono tiene
nn valor diferente según proceda del bicarbonato marino (mayor de 1:100) o del dió­
xido de carbono de la atm ósfera (aproxim adam ente de 1:100), indicando que será más
frecuente en restos que procedan de un ambiente marino. De esta form a se pueden di­
ferenciar tres grupos de alimentos, según provenga 8 l3C de un medio marino o de un
medio terrestre, y en éste según las plantas sean C^ o C 4. Un animal que se alimente
en m ayor proporción de un tipo u otro de alimento mantendrá en sus tejidos el valor
de 5 l3C, que es la base de su cadena alimenticia. De los estudios realizados se puede
deducir que una nutrición enteram ente compuesta por plantas C3 tiene una 6 l3C en­
tre - 1 8 y - 2 2 %0, m ientras que una nutrición com puesta por plantas C4 tiene una
5 ,3C entre - 4 y -7 %0.
En el caso de) nitrógeno, el isótopo más frecuente es el l4N , hallándose valores
aproxim ados de 15N en Ja atm ósfera de 0 %o y, en los suelos, de 10 %o. L a cuantifica-
ción de 5 ''}N en tejidos de anim ales está determinada por las concentraciones en plan­
tas, nivel basal de la cadena alimentaría. Las plantas tienen dos posibles fuentes de
nitrógeno: a partir de los iones amonio y nitrato del suelo, o a través del nitrógeno at­
m osférico sintetizado por las bacterias fijadoras del N 2 que se hallan en las legumi-
nosas. Por tanto, existen diferencias entre los niveles presentes en la atm ósfera y en
el suelo (más frecuente en el prim ero); entre las diferentes plantas, ya que las legu­
m inosas poseen niveles superiores del isótopo MN; o entre organismos m arinos (más
abundante) y terrestres. Asimismo, estudios centrados en cadenas tróficas muestran un
increm ento en los valores 5 ,5N a lo largo de la cadena trófica. No obstante, debe te­
nerse en cuenta el ambiente, ya que algunos estudios realizados en regiones áridas
demuestran esta influencia.
El últim o elem ento incorporado a este tipo de estudios es el isótopo 34S del azu­
fre, cuyos niveles pueden reflejar las m igraciones de un individuo o de un grupo hu­
mano. Estos estudios se basan en que los niveles de azufre no sufren ningún tipo de
reducción en su incorporación al organismo y por tanto 8 34S refleja directam ente la
concentración de azufre presente en el suelo de la región donde se alimentaba.
E ste tipo de estudios ha sido utilizado en el continente am ericano para determ i­
nar el papel del m aíz en la dieta de las distintas culturas. También se han realizado
estudios en Europa para com parar el papel del pescado en el cambio alim entario que
se produce en la transición entre el M esolítieo y el N eolítico, observándose una re­
ducción de este tipo de alim ento a lo largo del cambio cultural; o para contrastar el
peso específico de la dieta marina versus la terrestre. En los últimos años se ha que­
rido valorar el análisis de isótopos estables como instrum ento para el estudio de pa­
tologías y sus posibles etiologías.
La m ayor homogeneidad del ambiente m arino hace que los valores de S l3C y
5 15N estén menos sujetos a variabilidad geográfica y regional. Ello perm ite, dentro
de un cierto límite, la comparación de los valores obtenidos de poblaciones cronoló­
gicam ente alejadas con ios provenientes de áreas muy separadas. También se aconseja
acom pañar el estudio con análisis de huesos de anim ales de dieta conocida com o re­
ferencia y control. En caso de que el yacim iento a estudiar fuera vecino a un am ­
biente marino y con presencia de plantas con distintos tipos de fotosíntesis, la inter­
pretación de los isótopos estables será difícil.

10.1.2. A n á lisis de e le m e nt o s t r a z a .

Los elem entos traza son aquellos elem entos quím icos que se encuentran en pe­
queñas proporciones en el organismo, siendo muchos de ellos esenciales para la vida.
En pnleoantropología. y más concretam ente en los estudios de dieta, el térm ino ele­
mentos traza se am plía a los oligoelem entos, ya que también aportan inform ación so­
bre la alimentación. La entrada principal al organismo de los elem entos traza se pro­
duce a través de la dieta. Una vez en el organismo, la cantidad de elemento no utilizada
se deposita en los distintos tejidos, teniendo com o depósito principal, o secundario,
hueso. Todo ello explica su utilización en el estudio de la dieta de un grupo humano-
El estudio de elem entos traza se basa en el conocim iento que se tiene del cici.
biogeoquím ico de los elem entos y, m ás en concreto, en las variaciones que se prodí '
cen en sus concentraciones a lo largo de la cadena trófica.
El estroncio (Sr) fue el prim er elem ento utilizado. Sus niveles son elevados t
el suelo, desde donde lo absorben las plantas que son consum idas por los anímale
herbívoros y que serán consum idos a su vez por los carnívoros. El estroncio se depo
sita preferentem ente en el tejido óseo (aproxim adam ente un 90 %) y sus concerní;
ciones se van reduciendo a lo largo de la cadena trófica prim ero, por la discriminaciói
negativa por parte del aparato y, en segundo lugar, porque los animales no se alimeh
tan de sus huesos, sino de las partes blandas donde su presencia es minoritaria. A r
pues, si se com paran los niveles de estroncio procedentes de huesos humanos con lo.
de distintos anim ales del m ism o yacim iento que perm itan establecer una cadena tr(
fica, se podrán extrapolar datos sobre su herbivoracidad,
Es obvio pensar que, al igual que el estroncio aporta inform ación sobre la can
tidad de vegetales en la dieta, deben existir otros elem entos que tam bién lo hagan ;
que indiquen un aporte cárnico. En este caso, el tejido donde se alm acenaría dicho ele-'
mentó sería básicam ente el muscular, aunque en pequeñas cantidades también lo he i
ría en el hueso. Así, el nivel trófico que presentará unas concentraciones superiorer
será el de los carnívoros, por alim entarse principalm ente de la m usculatura y viscera?
de sus presas (donde se hallaría una m ayor concentración de dicho elemento), redi-
riéndose, pues, los niveles en los otros grupos, prim ero en los omnívoros y luego en
los herbívoros. Un ejem plo de este com portam iento se observa en elem entos como t
cobre (Cu) y el zinc (Zn), m ientras que otros elem entos com o el bario (Ba) y el mag­
nesio (Mg) tendrían un com portam iento sim ilar al estroncio.
La m etodología Utilizada es m últiple, basándose en un análisis gravimétrico d
un fragm ento de hueso com pacto, analizado por un espectrofotóm eiro de absorción
atóm ica, de em isión atóm ica, de activación de neutrones, de fluorescencia de ra y o s ).
o de m asas con plasm a de inducción. A sim ism o se recom ienda utilizar el estándar d-'
hueso (H-5) procedente de la A gencia Internacional de Energía.
La valoración de los resultados no es tan sencilla como puede parecer a primer
vista, ya que interfieren otros factores com o aspectos fisiológicos, debido a la edad o
sexo del individuo estudiado, algunas enfermedades o las relaciones existentes entre di'
versos elem entos y su absorción. Ello hace que el estudio de uno o pocos individuor
no sea factible, ya que sería difícil valorar los niveles resultantes. Por otro lado, el aná­
lisis m ultielem ental de nnn población puede soslayaiyen parte, algunos de los pioble
m as fisiológicos o de dieta que el estudio de pocos elem entos no puede delectar.
Tam poco d eb e obviarse que a m enudo no se hallan restos de anim ales en e.
propio yacim iento, lo cual supone un inconveniente im portante. N o contem plar el aná
lisis dé fauna conjuntam ente con el de restos hum anos im pide una buena elaboración
de resultados p o r falta de un elem ento de calibración, ya que los suelos pueden ser ri
eos o pobres en los diversos elem entos según las zonas a estudiar. Siendo los suelos
la vía de entrada m ás im portante en la cadena trófica, de donde las plantas absorben
los m inerales, no puede ignorarse que ello quedará reflejado en los distintos nivele'
de la cadena trófica y que la única form a de valorarlo es com parando los niveles hu­
m anos con los de fauna.
Por último deben realizarse estudios paralelos para conocer los procesos diage-
néticos que han afectado a los restos óseos y a los suelos con la finalidad de conocer
si estos restos óseos pueden utilizarse o no en la reconstrucción de la paleodieta o es­
tán afectados por los procesos diagenéticos y, por tanto, son contam inantes. Para ello
es im prescindible disponer de muestras de suelo para analizar y realizar estudios quí­
m icos y físicos de los restos óseos y poder así observar las m odificaciones que han
afectado al hueso e intentar a través de estas pruebas elim inar los niveles no biogéni-
cos de los diversos elem entos presentes en el hueso.
Las aplicaciones de estos análisis en la A ntropología son múltiples:

— Reconstrucción de dieta. La m ayoría de estudios arqueológicos aportan da­


tos sobre los alim entos que consum ía un grupo hum ano, pero no sobre su peso espe­
cífico en la alim entación. En este sentido, el análisis de elem entos traza puede apor­
tar inform ación al respecto.
— Conocim iento del estado de salud de una población. Se pueden conocer
posibles casos carenciales, en parte o en el conjunto de una población, a partir del es­
tudio com parativo de las patologías observadas sobre los huesos, o contribuir al diag­
nóstico de una patología. Así, por ejem plo, la osteoporosis hiperostósica se caracte­
riza por un increm ento de la producción de hem atíes, como respuesta a una anemia.
Si la anemia es nutricional, se encuentran señales de la m ism a alrededor de las órbi­
tas (cribrn orbitalia) y de los parietales y el frontal (cribra crania). liste déficit nutri­
cional puede deberse: a una deficiencia de hierro por una alim entación básica de mijo
y trigo, que son fuentes pobres en hierro; a una falta de zinc, por un cambio en la ali­
m entación en la cual se aumenta la dependencia del maíz, lo que produce una dism i­
nución en los niveles de zinc con el consiguiente aum ento en el núm ero de lesiones;
o a otros diversos factores.
— Detección de posibles contaminaciones debidas a la composición de los uten­
silios. El plom o, por ejem plo, o la presencia de otros elem entos contam inantes en
utensilios de mesa, que pueden quedar reflejados en el esqueleto, son causa en algu­
nos casos de posibles envenenam ientos. Estos m ism os datos aportan inform ación so ­
bre la ocupación del grupo y la producción industrial del m ism o en cuanto al alcance
tecnológico del elem ento utilizado. Otra posible contam inación podría asociarse al
polvo inhalado en un am biente m inero o industrial.
— E stablecim iento de correlaciones sociales com o reflejo del estatus social.
Estos estudios relacionados con la estructura social se basan en una alimentación di­
ferenciada entre los diversos grupos. Así, algunos autores han observado diferencias
en la concentración de estroncio según los niveles sociales de una población: los es­
tratos sociales inferiores tienen m enor cantidad de estroncio a causa de su alim enta­
ción básicam ente agrícola. Asim ism o, en la estructura social de una población puede
haber diferencias, entre ambos sexos y los.distintos grupos de edad que forman una
población, asociadas al tipo de alimentación.
—- Conocim iento de cam bios dietéticos diacrónicos. L a alim entación puede
haber variado en una m ism a región a lo largo del tiempo, ya sea por hábitos alim en­
tarios o por la disponibilidad de los recursos naturales.
— C onocim iento sobre m igraciones entre poblaciones, C om o por ejem plo la
detección de la presencia de grupos de soldados m uertos en batalla en tierras e x ­
tranjeras, bien porque el tipo de alim entación no es el m ism o, o bien porque el lugar
de procedencia de éstos tendría una com posición diferente del suelo, quedando ur
u otro de los factores reflejado en los niveles de determ inados elem entos traza en
hueso.

Por últim o, destacarem os que algunos autores han cuestionado la base cient
fica que perm ite aplicar este tipo de estudios al establecimiento de la dieta de un grují
hum ano, ya que algunos elem entos com o el zinc, con un im portante papel fisiol(
gico, son de difícil interpretación. No obstante, si se consideran todas las dificultada
que acom pañan a los estu d io s, si se realizan an álisis de d iag én e sis, de tierra, d
fauna, etcétera, los análisis de elem entos traza pueden contribuir valiosam ente al «
nocim iento de los hábitos alim entarios de las poblaciones pasadas.

10.2. C a ra c te riz a c ió n de biom o lécu las

10.2.1. E st u d io del ADN (Á c id o de so x ir ib o n u c l e ic o )

El térm ino «A DN antiguo» (A DN a) se acuña para describir los fragmentos d


ADN que se preservan en algunos materiales biológicos conservados con el tiemp(
El estudio de A D N ocupa una posición im portantísim a en Biología debido a su pap<
de alm acenaje y transm isión de la información biológica, ya sea en su forma mitc
condrial com o nuclear. Toda la información biológica está contenida en unidades dú
cretas llam adas «genes», responsables 110 sólo de las funciones bioquím icas que cons
tituyen la vida, sino tam bién de los procesaos de crecim iento y diferenciación qu
gradualm ente convierten un óvulo fertilizado en un ser humano. A sí pues, la posibil:
dad de aislar un fragm ento de ADN nos puede aportar información biológica del ir
dividuo o población analizada siendo un utensilio con gran potencial para los arqueólogo
desde la que arrojar nuevos datos sobre sociedades pasadas.
La prim era dem ostración convincente de la existencia de m oléculas de AD!
en tejidos antiguos fue obtenida en 1984 de la piel de una quagga (Equus quagga.
un tipo de cebra extingida. D esde entonces se han hecho m uchos intentos de ex
tracción y reconocim iento de A D N , con estudios de hibridación y clonación. Lo
prim eros análisis encam inados hacia el estudio de restos hum anos antiguos anali
zaron tejidos m om ificados (1985), obteniéndose resultados buenos en hueso human
en 1989. Sin em bargo, existen grandes dificultades debidas a que los fragmentos qu
se conservan son extrem adam ente pequeños, es poca la cantidad de m aterial recn
perado y debe considerarse su estado de degradación. E videntem ente estas dificu)
tades dependen de la antigüedad del m aterial a estudiar, sin que en la actualidad hay
un claro consenso en cuál es el lím ite de edad de los restos que pueden preserva
fragm entos de A D N .
Así pues, el método de análisis está limitado jd o l- la dificultad de conservador
Los factores son la longitud del propio fragmento, así como la cantidad dañada. E li
limita dos posibles m étodos para el estudio de ADN antiguo, cuando éste ya ha sid-
aislado:

— A nálisis p o r hibridación con sondas específicas.


— PCR o reacción en cadena de la polimerasa,
El análisis por hibridación es un m étodo muy utilizado en biología molecular.
-Consiste en la síntesis artificial de un fragm ento de 20 pb (pares de bases) de longi­
tud de ADN de la región que se quiere copiar, por ejem plo, una secuencia específica
únicam ente masculina o de un polim orfism o característico de una población, aunque
su aplicación más im portante estará en el estudio de árboles evolutivos.
Sin em bargo, es el análisis m ediante PCR la técnica m ás susceptible en el estu­
dio del ADN antiguo. Esta reacción enzim átíca obtiene exponencialm ente m últiples
copias de un fragm ento. Para ello se som ete el ADN extraído a una serie de ciclos en
aumento y dism inución de tem peratura, en presencia de nucleótidos, cebadores o «pri-
mers» y un catalizador que actúa a elevada tem peratura. Cada ciclo consta de 3 fases.
Haciendo varios ciclos (normalmente unos 30) se pueden obtener cantidades suficientes
de ADN para ser estudiado. El m aterial así obtenido puede ser som etido a distintas
m etodologías m oleculares. A nivel de población resulta interesante realizar un estudio
de polimorfismos a partir de enzimas de restricción (RFLP, Restriclion Fragment Length
Poiym orphism ) y de secuenciación de ADN.

— El análisis de R FLP consiste en la separación, por tamaños, de los fragm en­


tos producidos por la digestión m ediante una enzim a de restricción. La existencia de
un polim orfism o en las zonas de restricción (dianas) provocará la aparición de frag­
m entos de ADN de distintos tam años que migrarán a velocidades diferentes y se si­
tuarán en distintas zonas en un gel de electroforesis.
— La secuenciación consiste en analizar la secuencia exacta de nucleótidos del
A DN examinado. E llo perm itirá la com paración con otras secuencias de la población
y el eventual hallazgo de un determ inado polim orfism o o variación.

Todas estas fuentes (le inform ación sobre la variabilidad en una población de
ADN son, a jm o r i, de aplicación factible sobre el ADN antiguo, aunque los proble­
m as son evidentes en cuanto a conservación, aplicación de la m etodología y posibili­
dades de com paración con otras poblaciones. En principio, la contam inación bacte­
riana no es un im pedim ento para el análisis, ya que los cebadores pueden señalizar el
inicio de amplificación de una secuencia específicam ente humana. Por tanto, aunque
exista ADN m icrobiano, no será amplificado. El problem a procede del ADN hum ano
extraño al resto óseo. Algunas de las posibles fuentes potenciales de contam inación
que pueden surgir en diversos m om entos, y que deben tenerse muy en cuenta en la
recopilación de toda la información en el yacim iento y al tom ar la m uestra de posi­
bles fuentes, se producen en los siguientes períodos:

— Entre la muerte y la inhum ación, dependiendo del rito funerario practicado.


— Entre la inhum ación y la excavación, aunque no se conoce mucho sobre el
m ovim iento potencial del ADN.
— D urante la excavación, ya que los especímenes pueden ser contam inados pol­
los arqueólogos.
— D urante el análisis en el laboratorio, in clu so bajo condiciones estériles.

Para reconocer la posible contam inación en el análisis se aconseja realizar el


estudio sobre dos muestras de un m ism o individuo tratadas en dos laboratorios inde­
pendientes y contrastando los resultados. Controlados los problem as de contam ina­
ción del laboratorio y evidenciadla la ausencia de cualquier otro tipo ele contam iuació
m ediante controles del extracto y de la am plificación, el m aterial genético recuperado
prom ete una gran inform ación, al m enos potencialm ente:

— A cceso a la inform ación individual. Es el prim er requisito para poder conti­


nuar con investigaciones adicionales. Perm ite asignar' atributos físicos y biológicos .
los especím enes arqueológicos, ya sea de sexo o de la presencia de m utaciones ca­
racterísticas de ciertas enferm edades. E ntre otros estudios, el poder diferenciar sexos
a partir del análisis del A DN del crom osom a Y perm itirá atribuir el sexo a los indivi
dúos subadultos, cosa que actualm ente 110 se puede realizar a través de estudios an­
tropológicos anatóm icos. Tam bién puede ser de gran utilidad para ayudar a establece,
la etiología causante de una enferm edad, ya sea porque se determ ina la presencia de1
gen específico de la enferm edad, o porque se delecta la presencia del agente pató­
geno que la produce.
— A cceso a la inform ación dentro de una población. La com paración de la in­
form ación genética de dos o m ás individuos perm ite relacionarlos por el grado de pa­
rentesco y poder calcular la distancia biológica.
— Acceso a la inform ación entre poblaciones. La com paración de diversas po­
blaciones revela su grado de relación evolutiva. También perm ite la posibilidad de re
construir la historia de una población en relación con el espacio y el tiem po, aten­
diendo entre otros factores a las posibles m igraciones y difusiones.
— A nivel filogenético, perm itiendo valorar la proxim idad entre especím ener
y su clasificación en una especie.

A sim ism o, este tipo de análisis puede ser aplicado al estudio de restos anim a­
les, para estudios de dom esticación, por ejem plo. También el estudio de las plantas
presenta m uchas posibilidades. A unque no existen aún suficientes estudios de pobla­
ciones a partir de A DN en restos hum anos antiguos, se trata de un cam po con buenas
perspectivas de aplicación en la A ntropología y en la Arqueología.

10.2.2. P a l u o in m u n o l o g ía

Según G arcía-Olivares e t alii (1989), la inform ación sobre las características de


una determ inada especie está escrita en la secuencia de bases n u d co tíd ic a s de sus
ácidos nucleicos o en la secuencia de los am inoácidos de sus proteínas. E ntre dos es­
pecies distintas, esta inform ación es tanto más sem ejante cuanto m ás cercanas en la
evolución se encuentren. P or lo tanto, los estudios de estas biom oléculas proporcio­
nan una serie de resultados que han ayudado a entender los m ecanism os y vías de evo­
lución de las especies.
El em pleo de m étodos inm unológicos perm ite una caracterización rápida y fá­
cil de las proteínas. Un anticuerpo dirigido frente a una determinada proteína, por ejem ­
plo, albúm ina hum ana, reaccionará muy intensam ente con albúm ina hum ana, pero
también con albúminas cercanas al hombre, como las del mono. Sin embargo, la reacción
de este antisuero es débil con albúm inas de especies alejadas, com o la albúm ina del
liuevo. Las técnicas inm unes perm iten, por tanto, relacionar' dos especies distintas y
situarlas en la escala evolutiva.
La conveniencia del uso de los m étodos bioquím icos e inm unológicos para la
caracterización de biom oléculas fósiles fue apuntada por W ickoff en 1972. Sin em ­
bargo, este autor indicaba el inconveniente de que los restos bioquím icos de los fósi­
les, de existir, debían encontrarse en tan baja concentración que, para corroborar su
presencia, serían necesarias técnicas de detección muy sensibles. En 1981, Lowenstein
Uíjjjzó por primera ve z 6l radioim m m oanálisis — una técnica inm unológica capaz de
detecta!' nanogram os o picogram os de proteína— para el estudio de las proteínas fó­
siles. Sus resultados han contribuido a conseguir Ja adecuada caracterización de de­
term inados fósiles.
L ow enstein (1981), m e d ía n te an álisis p aleo in m u n o ló g ico s, excluyó al
R am apithecus y al S iv a p itk e cu s, com o m iem bros que en el árbol filogenético hu­
mano conducen a él. Posteriormente, García-Olivares et alii (1989 y 1995) y Lowenstein
et alii (1999) dem ostraron que el cráneo infantil de O rce (Venta M icena, G ranada)
estaba muy alejado de los equinos y próxim o al Homo,

10.2.3. A n á l isis d e g ru po s s a n g u ín e o s

E ste tipo de an álisis c o n siste en la ca racterizació n de antígenos de células


sanguíneas. Principalm ente se ha basado en la detección del sistem a sanguíneo ABO,
aunque se han hecho tam bién tentativas con el sistem a M N , Rh y con el sistem a
H LA , este últim o en tejido.
L a m uestra susceptible a este tipo de análisis puede ser de naturaleza ósea, ya
sea tejido com pacto o esponjoso, otros tejidos m om ificados y dientes, y tam bién ca­
bello y uñas. En general, en los restos óseos se analiza el tejido esponjoso en buen es­
tado de conservación para evitar la contam inación que conlleva un hueso deteriorado
por contener antígenos sanguíneos. Los huesos m ás utilizados son las vértebras y las
cabezas de fém ur y de húm ero en buen estado.
La m etodología em pleada es diversa, aunque las técnicas m ás utilizadas son:
inhibición de la hem oaglutinación, inm unofluorescencia y absorción-elución. La u ti­
lización de una u otra irá siem pre ligada a una prueba en paralelo sobre m aterial de
grupo sanguíneo conocido, que perm itirá valorar la sensibilidad de la técnica. También
irá ligada a distintos análisis de un m ism o sujeto y del suelo de la tumba, para deter­
m inar la posible presencia de m icroorganism os y la fiabilidad del método.
U no de los problem as técnicos que plantea el m étodo es la posibilidad de que
algunas enzim as producidas por m icroorganism os puedan eliminar azúcares de las sus­
tancias de los grupos sanguíneos, produciendo nuevas especificidades. Algunas de las
bacterias que pueden producir las enzim as capaces de destruir o m odificar la especi­
ficidad antigénica del sistem a ABO son especialm ente de los géneros C lostridium y
Bacilus. La actividad enzim ática puede producir la inactivación total de la sustancia
ABO o producir fragm entos con especificidad H(0) procedente de la degradación p a r­
cial de la sustancia A o B. La actividad bacteriana tam bién puede producir reacciones
inm unológicas sim ilares a las de un sistem a sanguíneo. Sin em bargo, la presencia de
esta actividad bacteriana puede detectarse de form a indirecta a partir de los resulta­
dos obtenidos. Así, la presencia elevada de reacciones negativas, o de reacciones es­
pecíficas, o de reacción con I-I, a la vez que una desviación apreciable del equilibrio
(le H ardy-W eínberg, inducen a pensar que los antígenos sanguíneos se han visto afee-
tacios. En todo caso, no se puede generalizar al respecto, ya que cada población a e
tudiar es un caso concreto en ej que deben considerarse las distintas posibilidade
También puede verse alterada la especificidad antigéuica por la degradación {
sí de los propios antígenos sanguíneos, debida al efecto del suelo y de su conserv.
ción en el hueso. Para la determ inación del sistem a ABO se utilizan los antisuer(
anti-A, anti-B y anti~H. Este último, no utilizado en la determinación de grupos sai
guineos en la sangre, es de extrem a utilidad en el tejido óseo, ya que la ausencia c
reacción con el anti-A y el anti-B puede deberse a la pérdida total de antígenos en i
hueso. Según algunos autores, ciertos casos no diagnosticables se deberían a que le
individuos eran no secretores.

10.3. M éto d o s de d a ta c ió n

10.3.1. M é to do d e datación por C a r b o n o 14

E l quím ico am ericano W illard Libby publicó en 1949 los primeros datos sobr
datación por radiocarbono, obtenidos a partir de sus estudios sobre las radiaciones cós
m icas y la emisión de partículas subatóm icas elaboradas a raíz de la explosión de la
bom bas atóm icas durante la Segunda G uerra M undial y de posteriores ensayos nu
cleares. Su trabajo se basó en la reacción que se produce entre los neutrones libera
dos de las radiaciones cósm icas y el nitrógeno de la capa superior de la atmósfera
C om o producto de esta reacción se obtuvo un isótopo muy inestable, el MC, cuyo pe
ríodo de sem idesintegración es de 5.730 años. El flujo de neutrones liberados ha per
m anecido más o m enos constante desde hace miles de años, por lo que se supone qu<
las cantidades de l4C en la atm ósfera serán tam bién constantes en el transcurso de
tiempo. Este carbono, com binado con el oxígeno atmosférico, forma dióxido de car
bono que se m ezcla con el propio de la atm ósfera en sus capas inferiores. De est¡
form a, las plantas, por medio de la fotosíntesis, obtienen este isótopo del dióxido d<
carbono atm osférico, entrando a form ar parte de su composición y transfiriéndolo pos­
teriorm ente a los distintos anim ales a través de la cadena trófica. C uando'el organisme
m uere, estos niveles de ^ C em piezan a declinar. Libby relacionó este declive con e'.
tiem po transcurrido desde la m uerte del organismo. Las partículas que concretamente
se perdían eran las partículas 6, que eran, por tanto, las que se tenían que contabilizar.
Aún hoy éstas serían las bases del m étodo de datación por radiocarbono, descubri­
m iento que le valdría a Libby el prem io N obel de quím ica del año 1960.
Las muestras que se utilizan en esta determinación han de ser, pues, muestras con­
sistentes en materia orgánica rica en carbono y que pueden ser de distinta naturaleza.
Para el análisis es necesario un gram o de carbono puro, que, en función de la natura­
leza de la m uestra (carbón, hueso u otra m ateria), requeriría un peso variable, siendo
necesarios para el hueso más de 100 gr del mismo. Este método de datación es aplica­
ble a muestras con una antigüedad comprendida entre los 2.000 y 50,000 años BP (Befare
Present) aproximadam ente. A finales de la década de los años setenta e inicio de los
ochenta se consiguió m ejorar la estim ación de la edad, así como reducir la cantidad de
m uestra necesaria, con la utilización de un espectrofotómetro de masas con acelerador
(AM S). Su uso amplió la cronología hasta ios 80.000 años, a la vez que se reducía la
cantidad de hueso a un peso entre 2 y 30 gramos (entre 0,005 y 0,3 gr de C).
Bn su m om ento, Libby creyó que los niveles de l4C en la atm ósfera eran cons­
tantes, d esconociendo las variaciones producidas p o r los cam bios de Jos cam pos
m agnéticos de la Tierra. Tampoco tuvo en cuenta que el agua está envejecida artifi­
cialm ente por los cam bios isotópicos entre el agua y la m ateria m ineral y que ello
puede afectar a muestras que puedan conservarse en este m edio, com o serían los m o­
luscos.
A ctualm ente se conoce que la m edida exacta de la actividad del ,4C se ve afec­
tada asim ism o p o r el error propio deí contaje, p o r las radiaciones cósm icas, el uso
de com bustible fósil y otros factores. E ste hecho se pudo v erificar a p artir de la
contrastación de m uestras datadas con radíocarbono y m uestras datadas a p artir de
la dendrocronología — m étodo de datación considerado m uy preciso y basado en el
estudio de la edad de los árboles— , viendo que existía un d esfase entre am bas da-
taciones. Parte de este error era debido a las radiaciones cósm icas procedentes de la
Segunda G uerra M undial, ya que los niveles en la atm ósfera se vieron afectados
por las bom bas atóm icas prim ero y las pruebas nucleares después, P or ello, para el
cálculo de la edad de m uerte de un individuo, los estándares que se utilizan co rres­
ponden a 1950. A sí, la nom enclatura B P (Before Present) hace siem pre referencia a
1950. E n toda datación, adem ás de la cifra estim ada BP, tam bién debe indicarse el
error tras el sím bolo ±. E ste valor corresponde al error de cálculo que a su vez se e s­
tima a p artir de la desviación estándar. A sim ism o debe in cluirse el código que re­
presenta al laboratorio donde se lia realizado la estim ación y la form a en que se ha
producido el calibrado, ya que la precisión de la estim ación varía entre los distintos
laboratorios.
Todo investigador que extraiga muestras susceptibles de datar debe tener en cuenta
los siguientes aspectos;

— La contam inación previa al m uestreo. Problem as de contam inación prove­


niente del suelo, como pueda ser la disolución de m ateria orgánica en suelos anega­
dos y su posterior deposición sobre el hueso.
— La contam inación durante o después del muestreo referida a las condiciones
especiales en que debe tom arse la m uestra, así como su posterior conservación.
— El buen conocim iento del contexto cronoestratigráfico de la muestra,
— A sim ism o, debe facilitar al laboratorio inform ación sobre la localización
geográfica; sobre la ubicación exacta en el yacim iento y su relación con la estructura
adyacente; sobre la estratigrafía y sobre las características físico-quím icas, biológicas
y geológicas del terreno; sobre la presencia de restos orgánicos; sobre la recupera­
ción y procesam iento de la m uestra y sobre cualquier otro suceso que haya podido in­
fluir en la com posición del carbono.

10.3.2. M é t o d o d e d a ta c jó n p o r l a s s e r i e s de u r a n io

En 1908, lord Rayleigh estableció que los fosfatos m inerales, incluso los de hue­
sos fósiles, contenían cantidades de uranio. Este elemento, presente en la corriente san­
guínea, se puede fijar en el hueso sustituyendo al calcio en la hidroxiapatita. El ura­
nio es un elem ento radiactivo, por lo que puede hacerse una lectura de los niveles de
los productos resultantes de su desintegración. Puesto que se conoce el tiempo de se-
m idesintegración de los distintos productos resultantes, se podrá realizar una estima
ción de la edad del resto óseo. L a relación entre el uranio y su producto resultante au­
m enta con el tiem po, por lo que su cu an tiíicación perm ite d atar el hueso. En con­
creto, los productos del uranio analizados en la datación son el torio y el proactinio,
que se caracterizan p o r ser insolubles en agua. A sí, el hueso no puede absorberlos
una vez m uerto el individuo, que inicialm ente sólo contiene uranio y, por tanto, siendo
la cuantificación del torio y del proactinio debidas al proceso de desintegración de!
uranio e indicadoras de la antigüedad de la m uerte del individuo.
Este método reviste mayor fiabilidad cuando se analizan rocas carbonatadas como
estalactitas o travertinos, pudiéndose estim ar hasta los 350.000 años, si se utiliza el to­
rio como producto resultante, últim am en te la serie de 230Th/23/'tJ h a sido la más uti­
lizada en la datación de huesos y dientes, ya que requiere m enor cantidad de muestra
que otras series de uranio. A mbos tejidos, posteriorm ente al enterram iento, absorben
cantidades de uranio que perm iten establecer estim aciones de la edad de muerte del
individuo. A lgunos estudios apuntan que el diente absorbe uranio de form a rápida des­
pués del enterram iento, lo que perm itirá una aproxim ación de la edad desde la muerte
del organismo. A lgunos estudios muestran que la contrastación de las series, 230Th/234U
y 23lP a/238U dan resultados sim ilares, apuntando que am bas series son igualm ente
fiables.

10.3.3. M ét o d o d e datación por racem iza ció n d e a m in o á c id o s (AARD)

E ste método se em pezó a utilizar en la década de los años setenta, aunque ya al­
gunos autores habían dem ostrado con anterioridad la presencia de am inoácidos en res­
tos fósiles. Sus principios radican en que los am inoácidos, unidades m oleculares de
las proteínas, pueden presentarse en sus dos form as estereoisom éricas: los Levo-am i­
noácidos (L), que desvían la luz polarizada hacia la izquierda, y los Dextro-aminoá-
cidos (D), que desvían la lux polarizada hacia la derecha. La form a en que se hallan
presentes en los seres vivos es la L, que al m orir el organism o sufre un proceso de con­
versión hacia la form a D, hasta llegar a la proporción de 1:1 entre am bos isómeros.
Esta reacción depende del tiem po y de la tem peratura, por lo que se puede utilizar este
proceso como un reloj geocronológico. Este fenóm eno también puede inducirse por
la acción bacteriana o la acción química, aunque ambas pueden elim inarse excluyendo
el problema.
El proceso de racem ización varía según sea la tem peratura am biental, por Jo
que el proceso será distinto según las regiones geográficas, y también varía según sean
los distintos taxones. Ello hace que sea necesario conocer la tem peratura a que fue
som etido el fósil y conocer perfectam ente la cinética de racem ización del hombre, en
este caso, para poder aplicar el método. En el supuesto de no conocer la temperatura
am biental, se utiliza la tem peratura diagenética efectiva teniendo en cuenta que el pro­
ceso de racem ización y la tem peratura no m antienen lina relación lineal.
N o todos los am inoácidos se pueden utiliza]' en este método, siendo los más re-
ferenciados, por ser los m ás indicados: alanina (A LA ), valina (VAL), prolina (PRO),
ale/ile-isoleucina (ISO), leucina (LEU), ácido aspártico (ASP), fenilalanina (FEN) y
ácido glutámíco (GLU). Tampoco el grado de racemización (relación D/L) es el misino
según sea el am inoácido, siendo el que tiene una velocidad de m ccm ización mayor el
ácido aspártico y el de m enor velocidad el ácido glutám ico. t) e esta form a, la utiliza­
ción de varios de ellos perm itirá la estim ación de distintos intervalos cronológicos que
facilitarán una aproxim ación m ás ajustada a la edad del resto.
La m uestra a analizar puede ser diente o hueso, siendo necesarios 10 gr de este
último. La cronología que abarca este m étodo es de entre 1.000 y 150.000 años de
antigüedad. C om o en cada uno de los métodos de datación, es im portante cuidar el
proceso de obtención de ia m uestra para evitar posibles contam inaciones.
E S T U D IO D E P O B L A C IO N E S

El estudio de los restos humanos no debe finalizar con e! conocim iento indiv
dual de los restos, sino que debe contribuir al conocim iento de las poblaciones pas<
das. Pava ello es necesario a u n a rlo s datos individuales e intentar conocer la compt
sición de la población en cuanto a edad y sexo, así como cuál es el crecim iento de I
población y su distribución en el espacio y en el tiempo. En otras palabras, realiza
un estudio dem ográfico de poblaciones pasadas en lo que se denom ina paleodemc
grafía.
Los estudios de paleodem ografía pretenden reconstruir características biológ
cas y sociales de la vida humana, com o la estructura de la población, la mortalidat
la fertilidad y la esperanza de vida, aunando los datos procedentes de los esqueleto
con el contexto arqueológico. Así, después del análisis de los parám etros demográfi
eos, es necesario realizar una interpretación de los mismos, que puede coincidir o n
con los datos históricos o los m odelos sugeridos,
El interés por la paleodem ografía nació en los Estados U nidos de América en
tre 1920 y 1930. Su apogeo llegó en la década ele los años 70 con la publicación d
The H isto iy o f H uman Life Spcm and M oríality por Acsádi y Nem eskéri. En este libr
se proponía la utilización de múltiples métodos en el diagnóstico de la edad y el sex>
de los individuos. Así, en un prim er m om ento la paleodem ografía se centraba en el es
tudio de la mortalidad. En la actualidad, en los estudios dem ográficos tam bién se re
cogen datos procedentes del estudio de la alim entación y de la paleopatología, qu<
contribuirán a conocer el estado de salud de la población. Éstos proceden de distinta
m etodologías; osteología, estudio m acroscópico de alteraciones óseas, estudio mi
croscópico, análisis bioquímico del hueso y, más recientem ente, el análisis de ADN
Sin embargo, estos estudios son de difícil aplicación en poblaciones antiguas ;
deberá considerarse que no pueden utilizarse los análisis dem ográficos de poblacio
nes actuales de form a directa, sin tener en cuenta las características intrínsecas de li
población. Algunos de ios distintos motivos que condicionan el estudio d em ografía
se citan a continuación:

— El tam año en sí de la población a estudiar. A m enudo se trata de enterra'


mientos aislados, o de pocos individuos, que no perm itirán realizar un estudio dem o­
gráfico.
— Los restos humanos siempre representan una muestra sesgada de la pobla­
ción. D entro de la distinta tipología de enterram ientos, una necrópolis representaría
el caso más favorable. A pesar de ello, una necrópolis es un conjunto de individuos
que no corresponde a un grupo biológico, ya que puede ser utilizada por un grupo con­
creto de individuos: los m ás próximos, de una cierta religión, de un cierto estatus so­
cial. de una cierta e d a d ,., y, por tanto, no representar al conjunto de la población.
A sim ism o, no siem pre se excava la totalidad de la necrópolis, por distintas razones:
subsuelo urbano, su gran extensión, d esconocim iento... de nuevo se realiza una m ues­
tra de lo que ya de por sí es una m uestra de dicha población.
— El recuento del núm ero m ínim o de individuos en algunos casos es difícil de
realizar, sobre todo cuando se trata de enterram ientos colectivos en muy mal estado
de conservación.
—- A lgunos de los m étodos de determ inación de la edad y el sexo de los indi­
viduos se basan en poblaciones de tipología distinta a la de la población en estudio.
Ello dificulta la asignación a uno u otro sexo o grupo de edad, estableciendo en estas
poblaciones m uchos individuos indeterm inados.
— La utilización simultánea de distintos métodos de diagnóstico de edad y sexo
puede ofrecer datos co n tradictorios que dificultan la utilización de los resultados.
— El tam año del grupo también es un factor limitante. U n grupo reducido de
individuos no perm itirá un juego m atem ático con el que se obtenga la pirám ide de po­
blación, la esperanza de vida o cualquier otro dato demográfico.

No obstante, esta lista de inconvenientes, que podría ser rnás larga, no pretende
desanim ar al. antropólogo en la aplicación de este tipo de estudios, sino que quiere in­
vitar a la reflexión sobre cada uno de estos y otros aspectos. C onocer los problem as
de antemano perm ite reflexionar sobre la pertinencia de las diferentes técnicas de diag­
nóstico de la población.
A lgunos ejem plos de los prim eros estudios paleodem ográficos, con sus consi­
deraciones y lim itaciones, que pueden ayudam os en su valoración, se hallan en los tra­
bajos ya clásicos de Van G erven y A rm elagos (1983), B uikstra y M ielk e (1985) y
Buikstra y K onigsberg (1985).
12. i . Concepto de antropología forense

E s una m ateria en la que no vamos a entrar y en la que nos lim itarem os a hacer
unos breves com entarios, pues queda muy alejada de la antropología arqueológica y
entra de lleno en el ám bito judicial. Es una especialidad reciente, iniciada en el ul­
timo tercio del siglo pasado, cuyos objetivos son fundam entalm ente averiguar a qué
persona pertenecían los restos objeto de estudio y cuáles fueron las causas de su muerte.
La base de la antropología forense, en lo que se refiere al esqueleto, consiste en
la aplicación de la antropología física, tal y com o explicam os en el capítulo 3, con la
ayuda de métodos analíticos biológicos y de diagnóstico por im agen iniciados en el
siglo pasado, pretendiendo la identificación de los restos esqueléticos de un individuo
abandonado o, con m ayor frecuencia, inhum ado de form a clandestina, tratándose íi
m enudo de varios individuos arrojados en fosas comunes, en cuyo caso se ha de deter­
m inar su núm ero, edad y sexo. No es infrecuente que en ocasiones sólo se trate de
exam inar un solo hueso, que ha aparecido en un lugar insospechado, siendo el mayor
interés determ inar si corresponde a un ser humano o no, y en caso afirmativo, inten­
tar aportar el m ayor núm ero posible de datos.
Un objetivo básico de los casos forenses reside en la determ inación de la edad,
del sexo y de la antigüedad que puedan tener esos restos osteológicos. Si los restos
son recientes y se buscan signos de violencia y sí coincide con sospecha de un deter­
m inado caso judicial de m uerte violenta o accidental, debe intentarse averiguar el
tiempo transcurrido desde la m uerte y si su estructura ósea es com patible con las fo­
tografías o con la descripción que se hizo del individuo, para averiguar si pueden per­
tenecer a él dichos restos. A partir de los restos esqueléticos puede intentarse la re­
construcción de su m orfología en vida (I§can y Kennedy, 1989).
Con independencia de los datos antropológicos, puede ser una im portante ayuda
la constatación de determ inadas patologías o anomalías, pero, en ese caso, ya nos apar-
tamos de la antropología y entram os en el terreno de la patología, y aquí es funda­
mental conocer si las presuntas lesiones pneden tener origen tafonóm ico, ya que es
frecuente que las alteraciones postm ortem den origen a falsas im ágenes seudopatoló-
gicas.
En general realizan antropología forense los m édicos especializados en este
tipo de exám enes y que requieren de la colaboración de otros investigadores en m a­
terias muy especializadas.
12.2. Tipología craneal forense en los EE.UU.

Com o ya com entam os, la escuela norteam ericana divide a ios individuos en tres
razas: caucasoide, negroide y oríentaloide. El diagnóstico se basa en el estudio del crá­
neo y de determ inados huesos largos. A quí sólo nos referirem os a los cráneos.

1) C aucasoides (fig. 12,1)

Fia. 12.1. 1. mentón saliente; 2, espina nasal prominente; 3, orco cigomático (malar) incli­
nado de arriba abajo; 4, rama mandibular cóncava; 5, órbitas ovaladas angulosas; 6, aper­
tura nasal alargada y estrecha; 7, reborde nasal cortante; 8, cúspides de Carabelli; 9, su tura
mediopalatina deprimida. La morfología del paladar es triangular.

2) N egroides (fig. 12.2)

Fig. 12.2. 1, prognatismo alveolar; 2, impresión vascular; 3, depresión bregmática; 4, órbi­


tas cuadradas; 5, espacio interorbitario ancho; 6, apertura nasal ancha; 7, reborde nasal hun­
dido. Paladar rectangular.
3) Orientaloides (fig. 12.3)

Fie. 12.3. 1, reborde cigomáiico (malar) inferior saliente; 2, excrecencia nasal; 3, órbiu
redondeadas; 4, apertura nasal redondeada; -5, incisivos en pala; 6, arco parabólico. Caí
plana, contorno del plana sagital del nmtrocrimeo arqueado y quilla sagital.
C a p ít u l o 13

R E S U M E N D E L A F IL O G E N IA D E L O S H O M ÍN ID O S

13.1. Problemática en la clasificación de los homínidos

Si la clasificación m orfológica de los individuos actuales, que es la que hemos


descrito, plantea problem as m orfológicos, éstos se ven acentuados eti los hombres fó­
siles y en los hom ínidos, pues en general sus restos, en su m ayor parte pertenecientes
al cráneo, casi siem pre están m uy deteriorados, con concreciones gangosas adheridas
y generalm ente con el neurocráneo repleto de ellas. Su lim pieza y restauración re ­
sulta muy com pleja y, cuando se procede a su estudio, con frecuencia determinadas
estructuras son difíciles de estudiar. La dentición y el volumen craneal son los dos fac­
tores que m ás se valoran y a m enudo en los hom ínidos sólo se dispone de la m andí­
bula o de la m axila; así, el H om bre de M auer, hoy H om o heidelbergens'ts , fue des­
crito a partir de una mandíbula.
O tro problem a del siglo xix y de la prim era m itad del x x consistió en que a
cada nuevo descu b rim ien to se le asignaba un nom bre propio, sin ten er en cuenta
otros fósiles ya conocidos y de m orfología similar; así, cuando D ubois en 1894 des­
cubrió junto al río Solo en Java una calota y después uu fémur se le conoció com o el
H om bre de Solo, hasta que su descubridor después lo denominó P itecan th ropus erec­
tas, posteriorm ente, por su parecido con los fósiles descubiertos en 1927 en Chukutien
(China), que habían sido bautizados com o Sinanthropus pekitien sis, y con otros h a­
llazgos de m orfología similar; entonces se agruparon juntos com o H om o ercctus y así
el prim ero pasó a denom inarse H om o e rectu s d u b o is, el segundo Homo- erecíu s si-
nensis, y si siguiéram os la lista sería interm inable.
E l problem a básico que enfrenta a los investigadores se basa en establecer cuá­
les son los cam bios que se evalúan en la m uestra fósil para analizar la evolución. ¿Se
trata de rasgos diferenciales de un grupo o de la variabilidad propia del m ism o en
función de la edad, del sexo, de la adaptación a un m edio? En general los restos fósi­
les fueron, y siguen siendo, pocos, y todavía son menos los que se encuentran enteros
y en buen estado de conservación. A sim ism o no debe olvidarse que a menudo la pa­
ciencia del investigador en presentar los datos de sus hallazgos es poca, lo que incre­
m enta, algunas veces de form a innecesaria, el número de especies nuevas. Es difícil
analizar la variabilidad de un grupo en estas circunstancias y ello se ha evidenciado
cuando con el tiem po, y el increm ento de hallazgos, se reestudian los restos y se cla­
sifican de nuevo. Sin em bargo, no es éste el objetivo de este capítulo, que pretende
ser m eram ente un recordatorio del estado actual del árbol filogenético humano y de
- ^ 0 m ° ^ m ie n S H .h o ld Q lb e r g e n s is Chimpancé
^ j§§ .H.orectus i I
H .n e a n d e r lh a ló n s is ^ P a ran (h rop u s
b o ls o i
“ H.antecessor A u s lr a to p ith a c u s
P .r o b u s t u s
h a b llls

^ ¡¡¡
H.ergasterM ' A.garhi
A .n id o ife n s is
m
P. A e lh io p w v s
K e n y a n th r o p u s p la ty o p s
A .a fr ic a n u s
A .b a h r e lg h a z a li
Ardipilhectis
ramidus
A .a n a m e n s is
M

O r r o r in
tu g e n e n s is
^ ¡w

S a h e la n lh r o p u s
tc h a d e n s is

Cerebro grande, dientes pequeños, bipedismo obligado


lí?£J Cerebro pequeño, dientes muy grandes, bipedismo facultativo
Cerebro pequeño, dientes grandes, bipedismo facuttativo
J Cerebro pequeño. dientes pequeños, cuadrúpedo
■ Evidencias insuficientes

Fio, 13.1. Esquema del registro fósil modificado a partir de Aiello (2001).

los taxones fósiles que com ponen la fam ilia de los hom ínidos, de los que se descri­
birá su cronología, yacim ientos y algunas características, así com o el hábitat y tipo
de alim entación de las prim eras form as hom ínidas.
L a expresión "dadista de los cuadros ñlogenéticos actuales difiere de linos auto­
res a otros y se modifican según van apareciendo nuevos especímenes. En todo m o­
m ento utilizarem os el término de hom ínido stricto sensu, haciendo, pues, referencia
únicam ente al género H omo y a los géneros em parentados: Sahelanlhropus, Orrorin,
A rdipithecus, Australopithecus, Kenyaníhropus y Paranihropits. M ostrarem os como
ejem plo dos tipos de cuadros hoy aceptados (figs. 13.1 y 13,2).
1 P E I llO llO S C K O CL1.M ÁTICC
C R O N O L O G IA
tictUipiem C h c fo d a n .

3 S00 C A t-C O U T IC O

4 000

finirá piIthla Cabial íúlv^ics


O v c j»
NUOLlTICO
Geoniheicai C c rJo v
7 (J00 Utigycs
u i. o 1 ‘11 équldoí
E P IP A L E O L ÍT IC O C c rv M ü i
9 500 Conejos
Cubras piroivjica&s
Perros domcuico*
Í1 G0«
13 OHO M A C D A L C N IE N SG
(ErtGRAVKTiENSE:
17 000

19 U(J0 XO LU TK ENSE
GOAVeTJÜNSE
25 000
C¿rvld<Si
11 000
A U R IÑ A C n B N S e
PALEOLlTiCO t{t¿nídM
Ürsitíot
SUPERIOR tiftvidm
30 000 Cftbn*pirenaicas
¡tlcfonlidos
CHATELPEWtON. lUoíiccfAutidoi
34 000

38 000

48 000

COfvIJa.s
íítcnúloi
O cilU oi
P A lE O L ln c O
MUSTííRtENSB Qówdos
C o t o is p iren a ic as
M E D IO
E lefán tid o s
RJnoccrÓDtidos

20Ü 000

300 000

600 000
F élid o s
700 flOO Itfínídc*
lÍ¡CÍQl!lldíU
Rinúticrtniidof
P A L E O L IT IC O

¿NFCRIOR
Q L D U V A IE N S B

équjda

3 500 OOO

Fig. 13.2. Esquema evolutivo de los homínidos (Subirá e Yll, 2002).


13.2. B reve d escrip ció n de homínidOvS

1) Sahelanthropus tchadensís (7-6 m.a.) (flg. 13.3)

Yacimientos: Tbros-MenalJa (Chad).

Holotipo: TM 266-01-060-1.
Características: Caninos relativam ente pequeños con desgaste apical, capacidad cra­
neal entre 320 y 380 ce, plano nucal plano, escam a frontal p lana por encim a de un lo­
ras supraorbitario grande, incisivo central superior muy grande, región m alar pequeña,
no hay trígono frontal, los dientes anteriores m arcadam ente pequeños, m enor prog­
natism o facial respecto a A ustralopithecus, las órbitas están separadas por un pilar in­
terorbital ancho, el plano nucal queda m arcado con una cresta occipital, el esm alte de
los dientes anteriores es delgado, la cara convexa, y presenta constricción postorbita-
ria muy m arcada.
R econstrucción ambiental: En el m ism o yacim iento existen restos de fauna asociada
a bosques de galería y sabana. Existencia cercana de lagos y estribaciones del desierto.

Fie. 13.3. Cráneo ele Sahelanthropus tchadensís, TM 266-01-060-!.


2) Orrorin tugenensis (6 m.a.) (fíg. 13.4)

Yacimientos: Cheboit, K apcheberek, A ragai, K apsom in (Keiúa).


H olotipo: BAR 1000’00.
Características'. Dentición relativam ente pequeña con esm alte grueso, el tercer mo­
lar superior presenta contorno trapezoidal con un pequeño metacono y un gran proto-
cono, el segundo prem olar inferior tiene un contorno ovoide, la m orfología de las fa­
langes de la m ano indican b raq u iació n , los fém u res tienen la cabeza esférica, el
cuello alargado y com prim ido en sentido antcroposterior, con un trocánter m enor
grande, las diáfisis son aplanadas en sentido anteroposterior, todo ello indica bipe-
dismo. El húm ero m uestra un aplanam iento lateral fuerte, con una cresta lateral bra-
quiorradial m uy rectilínea.
fíeconstruccién ambiental] B osques abiertos.
3) A rdipithecus ramidus kadabba (5,8-5,4 m.a.) (fig. 13.5)
Yacimientos: Saitune D ora, A layla, A sa Koroa, D igiba D ora (Etiopía).

Holoiipo: A LA -V P'2/11.
C aracterísticos: La dentición m uestra un m osaico de rasgos derivados y primitivos;
presencia de cuatro cúspides en el tercer molar superior, desarrollo de un tubérculo
distal en los caninos inferiores con desarrollo de un anillo marginal m esial. La falange
medial de la mano presenta curvatura dorsal mínima, la falange próxima] del pie pre­
senta una fuerte curvatura palm ar, 3a clavícula es robusta con un tubérculo conoide
alargado en sentido m ediolateral.
Reconstrucción ambiental: A m biente boscoso.

Fjg. 13.5. Restos de Ardipithecus ramidus kadabba, ALA-VP-2/H.

4) A ustralopithecus anam ensis (4,2-3,9 m.a.) (fig. 13.6)


Yacimientos: Allia Bay y K anapoy (Kenia).

Holotipo: ■ K NM -K29281.
C a ra c terístic a s : M eato auditivo externo pequeño y elíptico, el hueso timpánico es
tubular y se extiende lateralm ente hasta la parte m edial del proceso postglenoide, los
Pig. 13.6. Mandíbula de Australopitecus anamensis, KNM-K2928],

molares superiores son más anchos en la región mesial de la corona que en la porción
distal, el hueso temporal está fuertem ente pneum atizado. Un fragmento de tibia indica
que su bipedia estaba mús lograda que en A. afarensis. Los huesos de la mano indi­
can que tam bién trepaba. Su peso oscilaba entre 47 y 55 kg.
Reconstrucción ambiental: asociado con restos de peces y vertebrados, probablemente
habitaba en bosques tipo corredor.

5) A u stra lo p ite c u s afarensis (3,9- 2,7 m.a.) (fig. 13.7)

Yacimientos; Hadar, Fejej, Maka, Belohdelie (Etiopía), Bahr el Gazal (Chad), Laetoli
(Tanzania), Tiiiu B or M em ber de Koobi Fora (Kenia).
Paradigma-, Especím enes de Laetoli y Hadar.
Características', Posee un conjunto de caracteres craneodentales primitivos que in­
cluyen un fuerte prognatism o facial, base craneal plana, fosa glenoidea plana sin una
em inencia articular diferenciada, el proceso postglenoideo situado anteriorm ente al
tím pano, el paladar plano y poco profundo, la apertura piriform e con los márgenes
laterales agudos, el clivus nasoalveolar convexo, los incisivos centrales superiores gran­
des respecto a los laterales y con grandes caninos, la capacidad craneal aproxim ada­
mente entre 310 y 485 cc. E l esqueleto postcraneal indica que era bípedo pero adap­
tados para trepar a los árboles. Fuerte dim orfism o sexual: el peso de las hembras de
30 kg y el de los m achos de 65 kg.
Reconstrucción ambiental'. Vivían en hábitats ricos en agua y boscosos, desde los la­
gos a la sabana.

Alimentación: Estudios dentarios parecen indicar que su dieta se basaba en follaje y


frutos.
Fie. 13.7. Cráneo de Australopithecus afarensis, ÁL-200-1.

6) A ustralopithecus africanas (3,5-2,3 m.a.) (fjg, 13.8)


yacimientos'. Taung, Sterkfontein* M akapansgat (Sudáfrica).
H olotipo: Taung.
Características: H ueso tim pánico con la cara anterior prácticam ente vertical, sepa­
ración m oderada de lam bda e iníon, ligera inclinación de la pirám ide petrosa al plano
sagital, la apertura piriform e con los bordes variablem ente redondeados por la pre­
sencia de los pilares anteriores, el prim er prem olar inferior bicúspide o prácticam ente
bicúspide, la relación entre las piezas.dentales anteriores y posteriores sim ilar a la ac­
tual, la capacidad craneal entre 410 y 450 cc. Cráneo más globular y m enos pneum a-
tizado que el resto de Australopithecus.

Reconstrucción ambiental: Región boscosa.


Alimentación: H erbívoro a base de frutos y follaje.
Fio. 13.9. Cráneo de KenyatUhvopus piíUyops, KNM-WT-40000.

7) Iíenyanthropus p latyops (3,5-3,2 m .a.) (fig. 13.9)

Yacimientos: Lom ekw i, ICataboi (Kenia).


Iíolotipo: K NM -W T-40000.
Características: El contorno facial transverso hinchado por debajo de los huesos na­
sales, la región m alar alta, la cresta cigom ática alveolar baja y curvada, la superficie
anterior del proceso cigom ático del m axilar ubicada por encim a del prem olar y con
orientación más vertical que la abertura nasal y que el clivus nasoalveolar, el pro g n a-1
tismo subnasal m oderado, los prem olares superiores norm alm ente con tres raíces, au­
sencia de cresta petrosa y el porión con eje vertical largo.
R econstrucción am biental: Junto a cursos de agua y vegetación abundante.

8) Paranthropus aethiopicus (2,8-2,2 m .a.) (fig. 13.10)


Yacimientos: Shungura (Etiopía), N achukui (Kenia).
H olotipo: K N M -W T 17000.

Características ; Rasgos comunes con P robustos y P, boisei, pera más primitivos;


\a m andíbula m ás pequeña, coincidencia entre los puntos nasión y glabela, el clivus
nasoalveolar suave en la base de la nariz, marcadas superestructuras craneales, pneu-
raatización de la escam a tem poral con una fuerte inclinación de la m astoides, el pala­
dar anterior ancho y grueso, el eje petroso fuertem ente inclinado respecto al plano sa­
gital, el esm alte dental grueso en los m olares, la lám ina tim pánica profunda, fuerte
prognatism o alveolar, la capacidad craneal de 410 cc, la base craneal aplanada y el
foram en m agnum a nivel de la línea bitim pánica.
Fio. 13.10. Cráneo de Paranthropus aethiopicus, KNM -W T17000.

9) Paranthropus bosei (2,2-1,3 m.a.) (fig. 13.11)


Yacimientos', Shungura, Konso (Etiopía), Koobí Fora, Chem oigut, Nachukui (Kenia),
Olduvai, Peninj (Tanzania).
H olotipo; OH 5.
Características: M andíbula m ayor que P. robustas, así com o los prem olares y los
m olares. La extrem idad superior con retención de caracteres arbóreos, considerable
dim orfism o sexual, el peso entre 3.5 y 85 kg. M ayor profundidad de paladar que en A.
robus tus, el fo ra m e n m agnum en form a de corazón con inclinación posteroinferior
del hueso tim pánico, ausencia de trígono maxilar, los dientes anteriores m ayores que
en P. robustus, en general sus rasgos están relacionados con un m ayor poder de las
fuerzas masticatorias.
R econstrucción ambiental'. B osques de galería y m arginales junto a ríos y lagos,
Alimentación: Frutos, sem illas y tubérculos.
Fio. 13.12, Cráneo de Parantliropus robustus, SK-48,

10} Paranthropus robustus (1,8-1,5 m .a.) (fig. 13.12)


Yacimientos: D rim olin, K rom draai, Sw artkrans (Sudáfrica).
H olotipo: TM 1517.

Características'. Cráneo muy robusto con superestructuras craneales, sustancial pnei


m atización del cráneo con m arcada pneum atización lateral de la región mastoide:
los m acbos con cresta sagital y ausencia de confluencia entre las líneas temporale
posteroinferiores y las nucales superiores, las líneas temporales divergen en. lambd;
el eje petroso con angulacíón m arcada respecto al plano sagital, fuerte constricció
postorbitaria, glabela prom inente por debajo del margen supraorbitario, los incisivo
y los caninos relativam ente m enores que los prem olares y los m olares, el esm alte d
los molares es muy grueso, su peso oscila entre 42 y 65 kg, y la capacidad craneal est
entre 450 y 550 cc.

R econstrucción ambiental: Bosques de galería abiertos rodeados de prados.

A lim entación: Frutos de árboles y arbustos, tubérculos y pastos.

11) A ustralopithecus garhi (2,5 m .a.) (fig. 13.13)


Yacimientos: Bouri (Etiopia).

Holotipo: B O U -V P 12/130.

Características: D ientes grandes con un esm alte grueso, prognatism o subnasal, re


ducida m olarización del prem olar, desarrollo en parte de una cresta sagital, la ca­
pacidad craneal de 450 cc. Los restos del esqueleto postcraneal indican una extre
m idad in fe rio r re la tiv a m e n te larg a re sp ec to a la su p erio r, en c o m p a ra c ió n coi
A. afarensis. Posiblem ente asociado a m arcas de descarnación en huesos de caba­
llos y antílopes.
FIO. 13.13. Cráneo de Australopitecus garhi, BOU-VP 12/130.

12) H om o rudolfensis (1,9-1,6 m.a.) (fig. 13.14)


Yacim ientos; Orno (Etiopía), Iíoobí Fora (ICenia).

H olotipo: K NM -ER 1470.


Características: Gran capacidad craneal (750 cc), una cara plana y ancha'con gran­
des coronas dentales, la región m alar no es vertical, presenta molarizacíón de los pre­
m olares, la corona del tercer m olar inferior es la mayor. El esqueleto postcraneaí más
robusto que en otros H o m o .

13) H omo habilis (1,8-1,6 m.a.) (fig. 13.15)

Yacimientos: Olduvai (Tanzania), Koobi Fora (ICenia), Orno (Etiopia).


Paradigma: OH 24,
Características: Capacidad craneal entre 510 y 687 cc, ios huesos en general del­
gados. El toras frontal pequeño, estrechez de la cara, reducido prognatism o subnasal,
el paladar corto, las coronas dentales estrechas, talónidos pequeños y poco complejos.
Los brazos relativamente largos, el fém ur con la cabeza pequeña y el cuello estrecho.
F jg. 13.15. Cráneo de Homo habilis, OH 24,

14) H om o ergcister (1,9-1,5 m .a.) (fig. 13.16)


Yacimientos: Koobí Fora (Kenía).
Paradigma: K N M W T -15000.

Características: La dentición y la m andíbula m ás prim itiva que //, erectas, los pre
m olares con un sistem a de raíces com plejo, la bóveda craneal es ancha y la base corta
e] occipital es largo, la apertura nasal es ancha, presenta reducción en la anchura de
los dientes.

15) H om o erectus (1 ,4 m .a. en Á frica hasta 2 5 0 .0 0 0 años en China) (fig. 13.17)

Yacimientos: Tanzania, Argelia, M arruecos, .China, sudeste asiático.

Paradigma: OH 9.
Características: El cráneo bajo en norm a lateral y ancho en su base, la capacidad
craneal de m ás de 1000 cc, las paredes nasales delgadas, la frente baja con una quilla
sagital desde el frontal hasta el parietal por la línea media, e! frontal estrecho, la línea
del músculo tem poral term ina en un toras en la región mastoide, el occipital m arca­
dam ente curvado, la m andíbula robusta y profunda. El fém ur aplanado en sentido an­
teropos terior y robusto.

Fio. 13.17. Calvaría de Homo evectus, OH 9.

16) H om o heidelbergm sis (8 0 0 .0 0 0 -2 0 0 .0 0 0 años)

Distribución: Europa, África y posiblem ente Asia.


Holotipo: M andíbula de Mauer.
Características: Form as ancestrales de los neandertales y los H omo sapiens actuales.
Fig. 13.18. Mandíbula de Homo heidclbergensis, Mandíbula de Maiter.

17) H om o neanderthalensis (300.000-30.000 años)


Distribución: Europa, Israel, Iraq y Uzbeqnistan.
Holotipo: Restos de Feldhofer.

Características: Cráneo platicéfalo, torus supraorbital reducido, cara grande con \


gran orificio nasal, dientes grandes taurodontos, base craneal ancha, por la norm a po
teno r es un cráneo esférico, depresión en el hueso occipital por encim a de la inserck
nucal, fuerte cresta yuxtam astoidea, m axilar inflado, mandíbula con mentón ausent
espacio retrom olar, esqueleto postcraneal robusto y grande, ram a púbica larga y plan
peso entre 50 y 65 kg, altura entre 160 y 169 cm, capacidad craneana de 1,450 cc. I!
F ig . 13.20. Cránuo de Homo s a p ie n s , Cro-magnon.

H om o sapiens anatóm icam ente m oderno (circa 100,000 años hasta la actualidad)
(fig. 13.20)
Distribución: Expansión global desde Africa.
Características: Cara pequeña con un mentón prom inente; dientes y maxilares m e­
nores que sus antecesores; cráneo redondeado con una frente alta y unos arcos supra-
ciliares reducidos; esqueleto postcraneal menos robusto, con extrem idades más largas
y con las paredes de los huesos más delgadas; huesos ptíbicos más gruesos y cortos.
A nexo

F IC H A A N T R O P O L Ó G IC A

Toda ficha antropológica debe recoger la procedencia de los restos, su eronole


gfa, el nom bre del observador y la fecha de su estudio. A sim ism o debe recoger, ei
form a de resum en, datos procedentes del estudio antropológico, tales como edad
sexo del individuo, con indicación de los correspondientes m étodos de atribución
También debe contem plar un espacio donde anotar algunas observaciones tales com<
descripciones de piezas o patologías. Es necesario contem plar todos los datos proce
dentes de la dentición com o sugieren C hím enos et alii (1999).
L a ficha que sé presenta incluye las medidas más utilizadas tanto del esqueleu
craneal com o postcraneal. N o se incluye ningún índice, ya qiie la iuform atización df
los datos perm itirá su cálculo de forma autom ática.

c h An e o

Longitud máxima Altura de !a masloldcs (D) Anchura bicondllla


Longitud de [a base Altura de (a masloides (E) Anchmo hlflonlaoa
Anchura máxima Longitud üo ta caro Altura rama mandihutaí (0)
Anchura frontal mínima Anchura de la cara Allura roma mandibular (£)
Anchura frontal máxima Altura tola) de [á enrá Anchura rama mandibular (0)
Anchura blsátértca Altura dt* ta caro supofiSr Anchura tamn mandibular (E)
Altura baslo-bragma Anchura de la órbita (D) Longitud mandíbula
Longitud poitín-aslEitán (D) Anchura de ta óiblla (E) Ángulo mandibular
Longitud pwlón-aslerlóti (EJ Altura do (a órbita (D) Altura slnllsls mandibular
Altura ouricuínr{D> Altura tic ta órbita (E) Anchura slnfiste mandibular
Altura auricular (E) Anchura Inletorbllaria Allura agujero mcnlonlana (D)
Clrcuníerencfa horizontal Anchura b!órbita ría Allura agujero menlonlano (C)
longitud agujero occIpHal Allura na s al AncH. Bgujero menlonlano (0)
Anchura agujero occipital Anchura nasal Ancli. ngujero monlonlnno (E)
Arco transversal Longitud mdxllo-alveular AtluraMt (D)
Aico sagital total Anchura maullo-alveolar Altura Mí (E)
Arco sagilal frental Longitud paladar Anchum MI ID}
Arco sagital parietal Anchura paladnr Anchura M1 (E)
Arco sagital occipital Alluta M2-M3<0)
Arco sagital escama occipital Altura M2-M3(E)
Cuerda sagital total Anchura M2-M3 (0)
Cuerda sagital Fronlal Anchura M2-M3 (E)
Cuerda sagital purletal
Cusida cegttal occipital
Cuerda sag. escama occipital
Cuerdo transversal
C LAV ÍC U LA D erecha Izquierda
Longitud máx. cúairo Derecho Izquierdo
Longitud máxima
Perímetro a la 1/2
... Longüud fisioíógica
Pérlmetro mínimo —
om óplato Derer.ho izquierdo
Perímetro a la 1/2
Aliura total
$ máx, a la i/2
Anchura máxima
ijtmin. a ja 1/2

h úm ero Derecho Izquierdo


Longitud máxima RADIO Derecho tequlordo
Longitud máxima
Longitud fisioíógica
Longitud fisiológica
4 de la cabnza
Perímetro de la cabeza
Perímetro a la V 2
Perímetro mínimo
$ mínimo a i» 1/2
Perímetro a la 1/2
$ máximo a la 1/2
í m/n. 3 la )/2
Perímetro mínimo
$ máx. a la 1/2
Anchura epífisis Interior

COXAL Darecho Izquierdo


Altura máxima ROTULA Derecha Izquierda
Anchura máxima
Anchura máx. Dion
Altura máxima
Anchura cotüocmllca
Grosor máximo
4 acetabular
Longitud Isqnlón
Longitud pubis TIBIA Derecha Izquierda
Longitud máxima
Anchura escot. ciática
Longitud fisiológica
Anch. epífisis superior
FÉM U R
Per. agujero nutricio
Longitud máxima
'í' anlGro-post. nutricio
Longitud fisiológica
+ transv. nutricio
4 de la cabeza

Perímetro stiWroc.
Perímetro o la 1/2
«¡■antero-post. a la \Í2
$ anlero-posl. eubiroc.
$ transversal a te t/2
^ transversa) subiroc,
Perímetro mínimo
P e rim e tfo a la 1/2
Anchura epífisis dista)
4 antero-post, o la 1/2

4 transversal a la 1/2

Anch. epífisis inferior PERONÉ Derecho Izquierdo


Longitud máxima
Perímetro mínimo
CALCANEO Derecho izquierdo
Longitud máxima
Altura mínima A ST RÁ G A t.O Derecho izquierdo
Anchura
Anchura posterior
Longitud
Anchura medlB
Altura
B IB L IO G R A F ÍA

B ib lio g r a fía citad a

Aiello, L. C. y Collard, M. (2001): «Our newest oldest ancestor?», Nature, 410: 526-5'
Bass, W. M. (1987): Human osteology. M. K, Trimble (ed.). Missouri Archaeologii
Society.
Brabant, H, y Salí, A. (1962): La paleoestomatologie en Belgique et en France. A(
Stomatologica, 59(3): 285-355.
Brooks, S, y Suchey, J. M. (1990): «Skelctal age determination based on tlie os pubis
comparison of the Acsádi-Nemeskéri and Suchey-Brooks methods», Human Evolutk
3: 227-238.
Brothwell, D, R. (1987): Desenterrando huesos. Fondo de Cultura Económica, Méxic
Buikstra, J. E. y Konigsberg, L. (1985): «Paleodemography: Critiques and controve
sies», American Anthropologist, 87: 316-333.
Buikstra, J. E, y Mielke, J. H. (1985): «Demography, Diet and Health», en: R. I. Gilb<
y J. H. M ielke (eds.), The Átialysis o f Human Bones, 359-422. Academic Pres
Orlando.
Buikstra, J. E, y Ubelaker, D. H. (eds.) (1994): Standars fo r data collection from himu
skeletal remains, Proceeding of a Seminar at The Field Museum Natural Histo.
Organized by Jonathan Hass. Serie n.° 44.
Campillo, D. (1995): «Los límites entre la variabilidad esquelética y la patología», Josej
L, Barona (ed.): Malaltia i cultura, (Seminan d ’Estudis sobre la Ciencia, Valénci
— (1998): «Variabilidad morfológica del endocranium, secundaria al crecimiento d
encephalon, Morphological endocranium variability, secondary of the encephalon il
crease», Archivo Español de Morfología, 3(3): 133-151.
— (2001): Introducción a la paleopatología, Barcelona, Bella te na.
Campillo, D. y Barceló, J. A. (1985): «Estudio de la cara interna de la escama occipita
Morphometrical stndy of the intemal surface of the squama occipitalis», Paleontologi
i evolució (Sabadell), 19: 69-129/131-145.
Campillo, D. y Carvajal, A. (1996): «Craneometría vestibular mediante tomografía corr
putarizada (Vestibular craniometry using Computarized Tomography)», Archiv
Español de Morfología, 1: 29-38 (1: 18-23).
Chímenos, E., Safont, S., Alesan, A., Alfonso, J. y Malgosa, A. (1999): «Propuesta de pro
tocolo de valoración de parámetros en Paleodontología», Gaceta Dental, 102: 44-55
Comas, J. (1976): Manual de antropología física. México, Universidad Nacional Autónom;
de México.
Delatre, A. y Fenart, R. (1960): L'hominisation du cráne. París, CNRS.
Fazekas, l.G . y Kósa (1978): Forensic fe ta l osteology. Budapest, Akadémiai Kiadó
García-Olivares, E. y Borja, C. (1995): «Ancient proteins in fossils from Venta Micetu
and Cueva V ictoria», Proceding o f the International Conference o f Humar.
Pcileontology: The hominids and iheir environment during ¡he lower and middle
Pleistocene o f Eurasia, pp. 45-59.
García-Olivares, E., Gallardo, J. M., Martínex-López, F., Borja, C. y García-Olivares, D.
(1989): «D elección y caracterización de proteínas fósiles en el cráneo de Orce
(Resultados preliminares)», en J. Gibert, D. Campillo y E. García-Olivares (ed.): Los
restos hum anos de Orce y de Cueva Victoria. B arcelona, Instituí Paleontológíc
M. Crusafont.
Gardner, E., Gray, D. J. y O’Rahilly, R. (1979): Anatomía. Barcelona, Salvat.
Gerven Van, D. P. y Arrneiagos, G. J. (1983): «“Farewell to Paleodemography?’’ Rumors
of its death have been greatly exaggerated», Journal o f Human Evolution, 12,353-360.
Hoslii, H. (1962): «Sex difference in Ihe shape of the mastoid process in norma occipita-
lis and its ím portance to the sex determ ination o f the human skull», Okajima 's
Folia Anatomía Japónica, 38: 309-317.
Hauser, G. y De Síefano, G. F. (1989): Epigenetic Variants o f the Human Skull. Stuttgart,
E. Schwezeibart’sche. !
I§can. M. Y. y Kennedy, K. A. R. (1989): Reconstruction o flife from the skeleton. Nueva
York, Alan R. Liss.
linean, M. Y., Loth, S. R. y 'Wright, R. K. (1984a): «Metamorphosis at Lhe sternal rib end:
A new method to estímate age al death in white males», American Journal ofPhysical
Anthropology, 65(2): 147-156.
— (1984/)): «Age estimalion from the rib by pitase analysis; White males», Journal o f
Forensic Science, 29(4): 1094-1104.
— (1985); «Age estimation from the rib by pilase analysis: White females», Journal o f
Forensic Science, 30(3): 853-863.
Kohler y Zimmer (1959): Roentgenología. Límites entre lo normal y lo patológico en las
imágenes roentgenológicas del esqueleto. Barcelona, Labor.
Krogman, W. M. y l§can, M. Y. (1986): The human skeleton in forensic medicine. Springfield,
Ch. C. Thomas.
Lovejoy, C. O., Meindl, R. S., Pryxbeck, T. R. y Mensforth, R. P. (1985): «Chronological
metamorphosis of the auricular surface of the ilíum: A new method for the determi­
nad OJl of age at death», American Journal, o f Physical Anthropology, 68: 15-28.
Lowenstein, J, M. (1981): «Imtnuespecifity reactions from fossil material», Phil. Trans
Toy. Soc. Londres, B292: 143-149.
Lowenstein, J. M., Borja, C. y García-Olivares, E. (1999): «Species-specific albumin in
fósil bones from, Orce, Granada, Spain», Human Evolution, 14(1-2): 21-28.
Manouvrier, L. (1893): «La determination de la taille d'aprés les grans os des membres»,
Bulletins el Mémoires de la Société d'Anthropologie de París, 4: 347-402.
Martín, R. y Snller, K. (1957): Lehrbuch dev Anthropologie. Stuttgart, Gustav Fischer.
Meindl, R.S. y Lovejoy, C. O. (1985): «Kclocranial suture closure: A revised method for
the determination of skeletal age at death and blind tests o f its accuraey», American
Journal o f Physical Anthropology, 68: 57-66.
Mestre, A, M. (1993): Étude anthropologique d ’unepopulation du Haut Mayen Age, Notre-
Daine-du-Bourg (Digne, Alpes-de-Bültte-Pwvence). Quelques considemtions sur les
conditions de vie). Tesis de licenciatura dirigida por G. Demians d ’Archimbaud, I.
Ollich y D; Campillo, Université d ’Aix-en-Provence y tlniversitat Autónoma de
Barcelona.
Olivier, G. (1960): Praüque anthropologique. París, Vigot Freres.
— (1965): Analomie anthropologique. París, Vigot Fréres.
Olivier, G. y Pineau, H. (1958): «Détermination de l'Sge d« fcetus et des membres»,
Arch. D'Anat. (Semaine des Iiópiteaux), 6: 21-28.
Ollivier (1923): Véase Testut y Latarjet (1944) y Campillo (2001).
Pearson, K. (1919): A study ofth e long bones ofíhe Engíisl i skeleton 1: The fémur. Uuivers.i
of London, Biometric Series: X , chapters 1-4.
Piulachs, P. (1952): Lecciones de patología quirúrgica, II. Barcelona, Janes.
Pérez, F. (1922): Craniologie vestibieiine, ethnique e( zoologique. B id ktin s et Mémoir
de la Société d ’Anthropologie de Parts', T serie IIL
Raoke, J. (1899): Die überzáhtigen Hautknochen des menschlichen Schddeldachs. Veri
der k. Akademie, Munich.
Reverte, J. M. (1991): Antropología forense, Madrid, Ministerio de Justicia,
Scheuer, L. y Black, S. (2000): Developmental Juvenile Osteology. San Diego, Academic Prc;
Schultz, A.H. (1949): «Sex differences in the pelvis of primates», American Journaí
Physical Anthropology, 7, n.s.: 401-423.
Schutkow ski, H. (1996): «Sex DeCennination of lufant and Juvenile Skeletons
Moiphognostic Features», American Journal o f Physical Anthropology, 90: 199-2C
Sergi, S. (1918): M étodo p e r la dcterminacione dei piano del cranio. R. C. A cade ir
Líncei, 28:307.
Shapiro, R. y Janzen, A. H. (1960): The Normal SkulL Nevv York, Hatper & Brothei
Stewart, T. D, y Trotter, M. (eds.) (1954): Basing Readings on the Identification o f h
man skeletons: estimation o f age. Nueva York, Weniir-Gren Fondation.
Steinbock, R. T. (1989): «Studies in ancient calc.ified soft tissues and organic conci'
tions. II: urolitiasis (renal and urinary bladder stone disease)», Journal
Paíeopnthology, 3(1): 39-59.
Subirá, M. E. e Y1I, E. I. (2002): Exposición permanente del Musen Arqueología de S:
(Barcelona).
SllÜierland, L. D. y Suchey» J. M. (1991): «Use of the ventral are in pubic sex detennin
tion», Journal ofF orensic Science, 36: 501-511.
Trotter, M. y Gleser, G. (1951): «The effect of agíng on estature», American Jo u rn a l.
Physical Anthropology, 9: 311-324.
— (1951): «Trends is stature of American Whites and Negvoes born between 1840 ai
1924», American Journal o f Physical Anthropology, 9: 427-440.
— (1952): «Estimation of stature from the long bones of American Whites and Negroes
American Journal o f Physical Anthropology, 10(4): 463-514.
— (1958): «A re-evaiuation of estimation of statures based on measurements of statui
taken during life and o f long bones after dcath», American Journal o f Physic.
Anthropology, 16:79-124,
Ubelalcer, D. H. (1989): Human skeletal remains. Washington, Smithsonian Institutio.
Valláis, H. (1926): «Les anonralies de l'omoplate chez l’Homme», Bulletin et Mémoirc
de la Société d'Anthropologie de Paris: 19-36.
V ilüers, E. (1968): The Skull o f the South African Negro. W itwatersrand Univ. Pies-
Johannesburg.
Webb, P. A. O. y Suchey, J. M. (1985): «Epiphyseal unión of the anterior iliac crest ar
medial clavicle in a modern muUiracial sample of American males and females*
American Journal o f Physical Anthropology, 68: 456-466.

Biblíograf/a aconsejada

A n a to m ía

Campillo, D. (1998): «Variabilidad morfológica del endocramum, secundaria al crcc


miento de) encephalon. Morphological endocranium variability, secondai y of the ei
eephalon inci ease.», Archivo Español de Morfología, 3(3): 133-151.
Ferner, H. y Staubensand, J. (1984): Sobolta. Atlas de anatomía humana, I. Madrid,
Panamericana.
Gatdner, E., Gray, D. J. y O ’RahiUy, R. (1967): Anatomía. Barcelona, SaWat.
Hauser, G. y De Stefano, G, F, ( i 989): Epigenetic Variants o fth e Human Skidl. Stuttgart,
E. Schwezerbartsche,
Kflnke, J , (18 9 9 ); Dle iibei'ZÜhUgen Hautknochen des menschlichen Schadeldachs. Verlag
der K. Akademie, Munich,
Shapiro, R. y Janzen, A.H. (1960): The Normal SkiiU. New York, Harper & Brothers.
Testut, L. y Latarjet, A. (1969): Tratado de anatomía humana, Barcelona, Salvat.
W hite, T. D. y F olk en s, P. A. ( Í 9 9 I ) : H um an O steology. San D iego, A cadem ic
Press, Inc.

A n t r o p o l o g ía d e c a m p o , f ís ic a y f o r e n s e

Acsádi, G. y Nemeskéri, J. (1970): H istoiy o f Human Life Span and Mortality. Budapest,
Akadémiai Kiadó.
Aluja, M. P., Malgosa, A. y Nogués, R. M. (eds.) (2003): Antropología y biodiversidad.
Barcelona, Bellaterra.
Botella, M. C., Alemán, I. y Jiménez, S. A. (1999): Los huesos humanos, Manipulación y
alteraciones. Barcelona, Bellaterra.
Buikstra, J. E. y Ubelaker, D. II. (1994): Standards fo r data col lee ¡ion from human ske~
letón remains, Arkansas Archeological Survey. Fayetteville.
Burns R. K. (1999): Forensic Anthropology Training M anual. Prentice-Hall.
Campillo, D. y Vives, E. (1987): M anual de antropología biológica para arqueólogos.
Barcelona, Cymys.
Capasso, L., Kennedy, K. A, R. y Wilczalc, C. A. (2000): Altas o f occupational markers
on Human Remains. Teramo, Edigrafital SPA.
Chímenos, E. (1990): Estadio peloestomalológico de poblaciones prehistóricas de Catalunya.
Zaragoza, Pórtico.
Fazekas, I. G. y Kósa (1978): Forensic fe ta l osteology. Budapest, Akadémiíú Kiadó.
G rnpe, G, y Garland, A.N. (1993): H istology o f Ancient Human B one. M ethods and
Diagnosis. Berlín, Springer-Verlag.
Krogman, W. M. e I^can, M. Y. (1986): The human skeleton in forensic medicine. Springfield,
Charles Tilomas.
Larsen, C. S. (1999): Bioarchaeology. Interpreting behavior fro m the human skeleton,
Cambridge TJniversity Press.
Le Goff, 1. (1998): De Vos incinéré attx gestes fuñéraires. Essai de palethnologie a par­
tir des vestiges .de la crémation. Tesis doctoral. U niversité de París I-Pantheon-
Sorbonne, U.F.R. Histoire de l’Art et Archeologie.
M algosa, A. (1992): La p o b la d o talaiótica de Mallorca. Barcelona, Instiiut d ’Estudis
Catalans,
Martín, R. y Saller IC. (1957): Lehrbuch der Anthropologie. Stuugnrt, Gustav Fischer.
Reichs, K. J. (1986): Forensic Osteology. Springfield, Charles C. Thomas.
Renfrew, C. y Bahn, P. (1993): Archaeology. Theories Methods and Practica. Londres,
Thames and Hudson Ltd.
Rodríguez C., J. V. (1994): Introducción a la antropología forense. Bogotá, Anaconda.
Saunders, S. R. y Katzenberg, A. (1992): Skeletai Biology o f Past Peoples: Research
Methods. Wiley-Liss Inc.
Turbón, E. (1981): Antropología de Cataluña en el H milenio a.C. Barcelona, Universitat
de Barcelona.
Ubelaker, D. H. (1989): Human Skeletal Remains. Taraxacum, Smíthsonian Instituí
Villalaín, J. D. y Puchalt, F. J. (2000): identificación antropológica policial y fo r e
Valencia, Tirani lo Blanch.
Waidron, T. (1994): Counüng the Dead. The epiilemiology of skeletal populations. J
Wiley & Sons, Chiciiester.

P aleoantropología

Campillo. D. (2002): El cráneo infantil ele Orce. Barcelona, Bellaterra (Arqueoloj


Delson, E., Tattersall, I,, Van Couvering, J. A. y Brooks A. S. (2000): Encyclopedi,
Human Evoiution and Prehistory. Garland Publistiing Inc., Nueva York.
Larsen, C. S. (1998): Human origins: thefossil record. Waveland Press.
Lewin, R. (1999): Human Evoiution. An lllustrated íntroduction. Blackwell Sciei
Massachusetts.
Schwarfz, J. II. y Tattersall, I. (2001): The Human Fossil Record, Volume l, Terminol
and Craniodental Morphology o f Genus Homo (EuropeJ, Wiley-Liss, Nueva Yi
Schwartz, J. H. y Tattersall, I. (2003): The Human Fossil Record, Volunte 2, Craniode,
Morphology o f Genus Homo (Africa and Asia). Wiley-Liss, Nueva York.
Tattersall, I., Delson, E. y Van Couvering, J. A. (eds.). (1997): Encyclopedia o f Hat
Evoiution and Prehistoiy. Garland Publishing, Nueva York.

P a l e o b io q u ím ic a

Cabrera Fránquiz, F,, Cabrera J. y Sena Majem, Ll. (2000): «Importancia y biodisponibili
de los elementos traza en nutrición humana», Revista de Ciencia, Palma, 25/26: 91-1
Ezzo, J. A. (1994): «Puíting the “Chemistry” back into archaeologicai bone cheirú;
anaiysis: modeling potential paleodietary indicators», Journal o f Anthropologi
Archaeology, 13: 1-34.
Francaíacci, P. (1995): «DNA recovery from ancient tissues: problems and perspectivt
Human Evoiution, 10: 81-91.
Gilbert, R, I. (1985): The anaiysis o f prehistoric diets, USA, Academic Press.
G len-íladuch, E., Szostek, K. y Glab, H. (1997): «Cribra O ibitalia and trace Elem
Content in Human Teeth From Neolithic and Early Bronze Age Graves in South
Poland», American Journal o f Physical Anthropology, 103: 201-207.
Ilanni, C., Begue, A., Laudet, V. y Stéhelin, D. (1995): «Molecular typing of Neolil
human bones», Journal o f Archaeologicai Science, 22, 649-658.
Hermnann, B. y Hummeí, S. (1994): Ancient DNA. Nueva York, Springer-Verlag.
Lamber!, J. B. y Grupe, G. (1993): Archaeology at lite molecular lavel. Berlín, Sprint
Verlag.
Linder, M. C. (1988): Nutrición. Aspectos bioquímicos, metabólicos y clínicos. Pamplo
Ediciones de la Universidad de Navarra.
Littleton, J. (1999): «Paleopathology of Skeletal Fluorosis», American Journal. ofPhysi
Anthropology, 109, 465-483.
Pate, F. D. (1994): «Bone chemistry and Paleodiet», Journal o f Archaeologicai Metí
and Theoiy, Nueva York, 1, 2: 161-209.
Periago, M. J., Ros, G. y Martínez, C, (2000): «Raciones dietéticas recomendadas para t
meneos traza», Revista de Ciencia, Palma, 25/26: 65-79.
Price, T. D. (1989): The Cheinistiy o f Prehistoric Human Bone. Nueva York, Cambrií
University Press.
Schutkowski, H. y Herrmann, B. (1996): «Geographical Variation of SubsistenceStrategies
in Early Mediaeval Populations of Southwestern Germany», Journal of Archaeological
Science, 23: 823-831.
Schwarcz, H. P. (1992): «Uranium series dating in paleoanthropology», Evolutionary
Anthropology, 1,56-62.
Sillen, A. (1994): «L'alimentation des hommes préhistoriques», Lo Recherche, 264:384-390.
Stott, A. W„ Evershed, R. P., Jim, S. y Jones, Y. (1999): «Cholesterol as a New Sourcc
of Paleodietavy Inform ation: Experim ental A pproaches and A rchaeological
Applications», Journal o f Archaeological Science, 26: 705-716.
Torres, T. (1995): «Datación por análisis de racemización de aminoácidos de fósiles cua­
ternarios. Bases y aplicaciones», en Reconstrucción de paleoambientes y cambios
climáticos. IX Reunión Nacional sobre Cuaternario,
White, C. D. y ArmelagoS, G. L (1997): «Osteopenia and Stable Isotopc Ratios in Bone
Collagen of Nubian Female Mummies», American Journal o f Physical Anthropology,
103: 185-189.
Whittaker, D. K. y Stack, M. V. (1984): «The Lead, Cadmium and Zinc Content of Some
Romano-British Teeth», Archaeometry, 26, 1: 37-42.
Wright, L. E, y Schwarcz, I-I. P. (199S): «Stable Carbón and Oxygen Isotopes in Human
Tooth Bnamel: Identifyíng Breastfeeding and W eaning in Prehistory», American
Journal o f Physical Anthropology, 106: 1-18.

Paleopatología

Aufderheide, A. C, y Rodríguez-Martín, C. (1997): The Cambridge Encyclopedía o f Human


Paleopathology. Cambridge* Universily Press,
Campillo, D. (1993-1994): Paleopatología. Los primeros vestigios ele la enfermedad.
Barcelona, Fundació Uriach 1838.
— (2001): Introducción a. la paleopatología, Barcelona, Bellaterra (Arqueología).
Elerick, D. V, (1997): Human Paleopathology and Related Subjects. A» International
Bibüography. San Diego Museum of Man.
Etxeberria, F. (1983): Estudio de la patología ósea en poblaciones de época Altomedieval
en el País Vasco. San Sebastián, Eusko-Ikaskuntza.
Goodman, A. H. y Cnpasso L. L. (1992): Recent contributions ío the study o f enamel de-
velopmental defeets. Teramo, Edigrafital.
Lastres, J. y Cabieses, F. (1960): Lo trepanación en el antiguo Perú. Lima, Universidad
Mayor de San Marcos.
Prólogo ........................................................................................................................... 7

Agradecimientos ......................................................................... ; ................................. 9

C apItulo 1. In tro d u c ció n .......................................................................................... 11

Capítulo 2. Osteología ..................................................................................................... 15


2.1. Generalidades del esqueleto ............................................................................... 15
2.2. Tejido óseo ............................................................................................................ 16
2.3. Tipos de h u e s o s ..................................................................................................... 18
2.4. Osificación y crecimiento ó s e o ......................................................................... 20
2.5. Orientación del cuerpo en el espacio .............................................................. 22
2.6. Anatomía descriptiva............................................................................................ 24
2.7. Reconocimiento de fragmentos ó s e o s .............................................................. 83
2.8. Nociones de artrología, miología y angiotogía.............................................. 83

CapItulo 3. Estudio antropológico ............................................................................... 85


3.1. Generalidades ....................................................................................................... 85
3.2. Antropometría ....................................................................................................... 85
3.3. Caracteres descriptivos del cráneo ................................................................... 109
■ 3.4, Los d ien tes............................................................................................................. 124
3.5. Antropología del esqueleto postcraneal .......................................................... 133

C apí tulo 4, Determ inación de la edad ........................................................................ 151


4.1. Edad fe ta l................................................................................................................ 151
4.2. Individuos inmaduros .......................................................................................... 154
4.3. Edad adulta ............................................................................................................ 158

CAPITULO 5, Determinación del sexo ............................................................................ 181


5,1. Características sexuales en los adultos ............................................................ 18J

C a p ít u l o 6 , Determinación de la estatura 191


C a p it u l o 7. Antropología de campo ............................................................................. 199
7.1. Tipos de enterramiento ........................................................................................ 201
7.2. Extracción y tratamiento de los h u e so s............................................................. 204

Capítulo 8. Clasificación de los individuos ............................................................... 207


8.1. Los problemas de una clasificación .................................................................. 207
8.2. Variedades tipológicas........................................................................................... 207

C a p ítu lo 9. Normalidad, variabilidad y patología .................................................. 213


9.1. Variabilidad............................................................................................................. 214
9.2. Paleopatología........................................................................................................
9.3. Calcificaciones, litiasis y cuerpos extraños...................................................... 222

C apítulo 10. Bioquímica del h u e s o ................................................................................ 225


10.1. Métodos de reconstrucción de la dieta .......................................................... 226
10.2. Caracterización de biomoléculas .. ................................................................... 231
10.3. Métodos de datación .......................................... ............................................... 235

C a p ít u l o 1 1 . Estudio de poblaciones ............................................................................ 239

C apítulo 12. Antropología f o r e n s e ................................................................................. 241


12.1. Concepto de antropología foren se.................................................................... 241
12.2. Tipología craneal forense en los EE.UU.......................................................... 242

C a p ít u l o 13. Resume» de la filogenia de los h o m ín id o s........................................ 245


13.1. Problemática en la clasificación de los homínidos ....................................... 245
13.2. Breve descripción de hom ínid os...................................................................... 248

A nexo. Ficha antropológica............................................................................................. 261

Bibliografía 263
Impreso en el mes de febrero de 2004
en A&M GRÁP1C, S. L.
Polígono Industrial «La Florida»
08130 Sania Perpétua de Mogoda
(Barcelona)

También podría gustarte