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Antropologia Fisica para Arqueologos
Antropologia Fisica para Arqueologos
Eulalia Subirá
ANTROPOLOGÍA FÍSICA
PARA ARQUEÓLOGOS
Ariel
1." edición: febrero 2 0 0 4
ISB N : 8 4 -3 4 4 -6 7 1 1 -9
Im preso en España
A Consuelo,
Susana, Xavier, Arma
Irene, M artí y Guillem
A Riker,
Ainhoa y lioger
PRÓ LO G O
A grad ecem o s a los fotógrafos O riol C lavel! y Jufiá M artín ez del M usen
d ’A rqueología de C atalunya y a Jordi M artín y al Dr. Riker YH su desinteresada co
laboración en esta obla. C onsideram os que debem os m encionar especialm ente a la
D ra. E lisenda Vives, con quien hace dieciséis años escribim os el libro que ha servido
de base a lá presente obra.
También querem os dar las gracias a los alum nos que hemos tenido a lo largo de
toda nuestra trayectoria docente y que nos han ayudado a elaborar este trabajo teniendo
en cuenta sus carencias y necesidades.
Por últim o, agradecem os a los arqueólogos con los que hem os trabajado la apor
tación de sus e x p erien cia s, inq uietu des e interés por lo s tem as que aquí tratamos.
C a p ítu lo 1
IN T R O D U C C IÓ N
teniendo unos objetivos diferentes, habría que incorporar las tipologías m ás reciente
m ente elaboradas por K ietschm er (1888-1964) (fig. 1.2).
En este trabajo nos lim itarem os al estudio de la antropología osteológica y tan
sólo harem os referencia al individuo vivo en algunos aspectos puntuales, cuando és
tos sirvan para facilitar la com prensión de las diferencias y sim ilitudes existentes en
tre determ inadas estructuras. Como quiera que actualm ente la anatom ía y la antropo
logía están sep arad as, hem os co n sid erad o im p rescind ib le in c lu ir un resum en de
osteología, pues, sin una base anatóm ica de la morfología general de los huesos, se
ría im posible com prender las diferencias que la antropología física constata. La in
clusión de un capítulo de anatom ía pretende facilitar* la com prensión de las similitudes
y diferencias entre grupos humanos e individuos, aunque aquellas personas con unos
FlG. 1.2. Las tres tipologías básicas de Kretschmer: A) asténica; AT) atlética; P) pícnica.
conocim ientos anatóm icos suficientes podrán prescindir perfectam ente de este apar
tado. En cualquier caso, la aportación anatóm ica es escueta y quienes deseen am pliar
estos conocim ientos deberán hacerlo en los tratados de anatom ía, que adem ás perm i
tirán ahondar en la interpretación de los restos esqueléticos.
El objetivo de esta obra es m ostrar la variabilidad estructural del individuo, apor
tando al arqueólogo datos para su estudio e interpretación. Para ello es necesario el
buen conocim iento de la m orfología ósea, que m ediante las técnicas antropológicas
nos perm itirá la contrastación de las diferencias entre individuos y grupos humanos.
U na valoración m eticulosa de las diferencias m orfológicas puede perm itirnos averi
guar el sexo a través de los restos osteológicos, determ inar la edad que tenía cuando
falleció y por últim o, determ inar su tipología, así com o la variabilidad intraespecie y
el «estudio de poblaciones». A sim ism o, y cuando nos refiram os a los restos antiguos,
podrem os establecer unas bases diferenciales entre los hom bres u hom ínidos que nos
precedieron, básicas para determ inar su posición en el árbol evolutivo. El hecho que
los períodos de tiem po sean muy dilatados, en algunos casos m illones de años, hace
im posible la aplicación de las m odernas técnicas paleobioquím icas (entre las que se
cuenta el análisis del A DN ). El diagnóstico morfológico, y casi exclusivam ente a ex
pensas de una valoración m eticulosa del exoesqueleto craneal, ha sido siem pre la he
rram ienta principal de diagnosis, aunque cada vez más, e incluso desde los prim eros
hom ínidos, se utiliza el estudio del esqueleto postcraneal.
N uestra prim era aspiración es que la persona que lea esta obra sea capaz de re
conocer en unos restos esqueléticos su asignación a la especie hum ana, de qué hueso
se trata, ya que con frecuencia sólo dispondrem os de fragm entos óseos, su lateralidad
y si su m orfología es normal o se aprecian anomalías. Si se ha profundizado lo sufi
ciente en el estudio anatóm ico podrem os intentar tam bién la determ inación de p e
queños fragmentos. D eterm inaciones más complejas, debido a la naturaleza de los hue
sos y a su estado de conservación, exigirán unos cono cim ien to s m ás elevados de
anatom ía com parada o el recurso a tratados de paleontología,2 de zoología o a la co
laboración de especialistas.
El estudio de unos restos com ienza habitualm ente por su recolección, lim pieza,
consolidación y restauración cuando sea precisa, L e seguirá un exam en anatóm ico,
seguido de la po sterio r m edición (antropom etría) y la valoración de los caracteres
no m ensurables (descriptivos). A continuación se intentará determ inar su edad y sexo,
así com o su tipología y, si se han encontrado anom alías, se procederá al estudio de
éstas. C uando se trate de los restos de varios individuos, si éstos están bien diferen
ciados, procederem os a una valoración del conjunto de sus características. E n o ca
siones verem os que se trata de un grupo hom ogéneo, pero otras veces será h etero
géneo y deberá com pararse con los procedentes de otros yacim ientos. C uando nos
encontrem os ante una osera en que los restos pertenezcan a varios individuos y e s
tén m ezclados intentarem os valorar con la m áxim a exactitud el núm ero de indivi
duos y, si es posible, procederem os a una reconstrucción individualizada de los esque
letos.
Para cada individuo, en ocasiones representado por un solo hueso, se elaborará
un registro en form a ficha3 en la que se consignará el m áxim o núm ero de detalles.
2. Estudia los seres orgánicos cuyos restos o vestigios se encuentran en los fósiles.
3. V éase anexo.
Es im portante em plear los lenguajes anatóm ico y antropológico correctos; así
evitarem os dudas de identificación y confusiones con los epónim os4 (por ejem plo, el
antro de H ighm oro o seno m axilar; los huesos de Worm o worm ianos o huesos sutu
rales), Pueden exceptuarse de esta norm a los. nom bres consagrados por el uso y que
son generalm ente m uy conocidos y de em pleo habitual. En anatom ía cada país suele
em plear una term inología vernácula; sin embargo, la nom enclatura anatóm ica fue con
sensuada y los anatom istas la revisan periódicam ente a través de la «Nómina anató
mica de París», suscrita por todos los países. Sería deseable que fuese em pleada sis
tem áticam ente por todos los científicos, pero de m om ento no ocurre así, aunque cuando
se usa nadie pone reparos. Sí se em plea la nom enclatura vernácula, es im portante que
sea la correcta, teniendo muy en cuenta no incluir barbarism os secundarios a una m ala
traducción, cuando nos refiram os a trabajos escritos en lenguas extranjeras, C om o
quiera que actualm ente la lengua inglesa es de uso m uy frecuente, hay que tener m u
cho cuidado en no caer en los anglicism os, muy abundantes en los textos científicos
actuales, pues, aunque los países anglosajones dicen que em plean la nóm ina anató
mica, en realidad no es así, pues usan una especie de adaptación a su idiom a y que se
aparta de la ortodoxia oficial.
En antropología, el estudio de la dentición es de una im portancia fundam ental.
Si bien los dientes no form an parte de la osteología, ya que, a pesar de que por su as
pecto exterior y su dureza estuvieron largos años incluidos en ella, sabem os que son
estructuras de origen.dérm ico m uy m odificadas. Sin em bargo, por su resistencia al
paso del tiem po y la potencialidad de su estudio, se siguen incluyendo en la antropo
logía física osteológica, siendo una fuente taxonóm ica insustituible.
Como los estudios antropológicos no se lim itan al hom bre actual y en ellos se
incluye el de nuestros ancestros, los hom bres prehistóricos y sus antecesores, los ho
m ínidos, deberem os referirnos a una serie de tem as íntim am ente relacionados con la
filogenia humana, com o las técnicas de datación, algunos aspectos de su forma de vida,
sobre todo sus actividades y conocim ientos (instrum entos, fuego, etc.), su hábitat, los
cam bios en la dieta alim enticia, las características del grupo y su esperanza de vida,
así com o las causas de muerte y las afecciones patológicas que padecieron. Por último,
como quiera que la antropología ha entrado dentro de la medicina legal o forense,5 se
hará una breve referencia a esta especialidad!
O S T E O L O G ÍA
Se considera que el esqueleto hum ano está constituido por 200 huesos (si se ex
cluye la cadena de huesecillos del oído, los huesos sesam oideos y los suturales): al
gunos de ellos están separados entre sí por cartílagos articulares y unidos por liga
m entos (fig. 2.1). La posición denom inada anatóm ica es con las extremidades pegadas
al cuerpo y las palm as de la mano de frente.
F ig. 2 .1 .
Esqueleto humano visto de frente ( l ) y perfil (2), En 1 podemos obseivar que la ex
tremidad superior derecha (D) está en posición de reposo, con la palma de la mano girada ha
cia el muslo y los huesos del antebrazo, el cubito y el radio, entrecruzados, mientras que en el
lado izquierdo la palma de ¡a mano mira hacia delante y los huesos del antebrazo no se en
trecruzan como corresponde a la posición anatómica (A).
2.2. T ejido óseo
D espués del tejido dentario es el más duro del organismo, debiendo su dureza
a! gran contenido de sales calcicas en )a denom inada sustancia ósea. Esta estructura
dura está recubierta por el periostio, tejido blando m uy rico en vasos y nervios que tie
nen una función plástica y nutricia sobre ei hueso. E í interior de la sustancia ósea está
surcada por m ultitud de canalículos que constituyen una auténtica red que se deno
mina sistem as y conductos de Havers, circulando a través de estos los vasos sanguí
neos. En el interior del tejido óseo tam bién hay otras cavidades donde se encuentran
las células óseas u osteoblastos (fig. 2.2).
La sustancia ósea da lugar a dos clases de tejido óseo: com pacto y esponjoso.
El tejido com pacto carece de cavidades interm edias, m ientras que el esponjoso está
form ado por lam inillas óseas que contactan en algunos puntos, form ando entre sí pe
queñas cavidades. El tejido reticular es una variedad de este últim o que se caracteriza
por ser sus espacios de m ayor tamaño y se sitúa a nivel de la diáfisis de los grandes
huesos largos en las proxim idades de la línea m etafisaría (fig. 2.4). A lgunos huesos
sólo están form ados por tejido compacto, m ientras que otros contienen tejido espon
joso, pero éste siem pre está recubierto por tejido com pacto (figs. 2.3 y 2.4).
FlC. 2.2. £sfnicí»ríj del hueso a nivel de la diáfisis de hh hueso largo. SH, sistema de Havers
de estructura circular con su conducto (CH); SFE, sustancia fundamental externa; 67, siste
mas intermedios; V, conducto de Volmann; CM, conducto medular; SFI, sustancia fundamen
tal interna.
FlC. 2.4. A, sección de una epífisis ósea en la que se aprecia el (ejido esponjoso, revestido
por tejido compaclo, así como también la presencia de la metáfisis con el cartílago de. conjun
ción en ¡os individuos jóvenes (M )y tejido reticular (R). B, El dipioe del hueso craneal. C, su
tura craneal, que muestra como el tejido compacto, siempre envuelve al tejido esponjoso.
2.3. T ip o s de h uesos
1) Los huesos largos son aquellos en cuyas dim ensiones predom ina la longi
tud y están situados en las extremidades.
2) Los huesos planos son poco gruesos y en sus dim ensiones predom inan la
longitud y la anchura. E ntre otros lugares, se encuentran en el cráneo, la escápula y
la pelvis.
3) S e denom inan huesos cortos aquellos en los que no existe un predom inio
franco.de ninguna de sus dim ension es, com o ocurre en las vértebras, los carpianos y
los tarsianos.
En los huesos largos, la diáfisis está form ada por hueso com pacto y en su inte
rior se encuentra el conducto o cavidad medular, m ientras que las epífisis están for
madas por tejido esponjoso o reticular que, en su periferia, están re cubiertos por una
fina lám ina de hueso com pacto (fig. 2.6). Los huesos planos y los cortos están fo r
mados por tejido esponjoso, recubiertos en su periferia por una lám ina de tejido com
pacto.
En los huesos del cráneo el tejido esponjoso queda entre dos gruesas lám inas de
tejido com pacto, a m odo de un em paredado, que se conoce con el nom bre específico
de diploe o tejido diploico (fig. 2.7). A nivel de la bóveda craneal, la lám ina o tabla
externa es más gruesa que la interna.
Fig. 2.5. Tipos de morfologías: a la izquierda un húmero, hueso largo; a la derecha, arriba,
una escápula, hueso plano; a la derecha, abajo, un astrágalo, hueso corto.
Fio, 2.6. Distribución del tejido óseo en un hueso largo: E, tejido esponjoso; M, línea nieta-
fisaria (en los jóvenes, Ocupada por el cartílago de crecimiento); R, tejido reticular; P, p e
riostio; C, tejido compacto; CM, conducto medular.
FiG. 2.7, A, hueso parietal del cráneo, al que se ha practicado una sección que permite ver
la tabla externa (]), el diploe (3), la tabla interna (2) y el borde de las suturas (4), en que el
hueso esponjoso está ausente; B, sección de la sutura coronal (5), que está recubierta de hueso
compacto; C, fisura craneal (fractura patológica sin desviación) sin revestimiento de sus bor
des de tejido compacto (6).
F ig . 2.8. Articulación del tobillo, form ada por la tibia, peroné y astrágalo, que se apoya
en el calcáneo, en que. están esquematizadas las líneas de fuerza form adas p or las trabóca
las del tejido esponjoso y se comprueba que éstas son seguidas p o r los huesos contiguos,
según Meyer.
Debem os recordar que el tejido esponjoso siem pre queda oculto p o r el tejido
compacto que lo envuelve, o sea, que cuando veamos el tejido esponjoso podem os afir
m ar que se trata de un deterioro póstum o o de una alteración patológica.
En principio parecerá que el tejido com pacto es m ás resistente que el espon
joso. Sin embargo, las cavidades del tejido esponjoso que form an sus laminillas no tie
nen una distribución anárquica, sino que se disponen en unas «líneas de fuerza» que
aumentan su resistencia y no se lim itan a determ inado hueso, sino que prosiguen en
los huesos contiguos a nivel de las articulaciones y su configuración aporta una gran
resistencia al conjunto articular (figs. 2.4-B y C y 2.8).
El sistema esquelético se forma en el feto a partir del tejido conjuntivo, que puede
denom inarse con ectivo: y también en algunos huesos, entre lo s cuales s e incluyen los
h u esos largos y algunos del cráneo, a exp en sas de un m olde cartilagin oso (que en
realidad es una varídad del conjuntivo). L os denom inados conjuntivos puros con sti
tuyen el m olde de algunos huesos del cráneo, de la cara y la m andíbula, entre otros.
El crecim iento de los huesos largos se realiza gracias a la presencia de) denoini'
nado cartílago de conjunción o de crecim iento que constituye la m etáfisis (figs. 2.4-A
Fio. 2.9. Esquema del desarrollo de un hueso largo según Gardner et alii. En blanco, carth
lago -ypunteado, tejido óseo. De A a J, distintos estadios de su crecimiento.
y 2.9). Algunos tam bién aumentan su tam año durante el crecimiento, debido a la pre
sencia de cartílagos de conjunción situados en puntos estratégicos.
E l desarrollo del neurocráneo tiene lugar gracias a la articulación sinartrósica,
que perm ite que las suturas craneales perm anezcan libres, y gracias tam bién a la pre
sencia de las superficies m em branosas sin osificar en el neonato, que se denominan
fontanelas (fig. 2.10). Cabe recordar que en los prim ates, entre los cuales se incluye
el H om o sapiens, los huesos de la bóveda craneal son de origen cartilaginoso, ex
cepto en la región suprainiana de la escam a occipital (neoccipital), que es de tejido fi
broso.
FlC. 2.10. Cráneo de neonato, mostrando las separaciones intraóseas y los fontanelas. Suturas:
M, metópica; C, coronal; S, sagital; L, lambdoidea; PT, parieto-temporal. Fontanelas; ], gla-
belar; 2, metópica; 3, bregmática; 4, obélica; 5, lambdoidea; 1, ptérica; 8; astérica.
2.5. O rie n ta c ió n de! cu erp o en el espacio
Antes de proceder al estudio osteológico propiam ente dicho nos (aeraos de refe
rir al individuo, en nuestro caso esqueleto, y a sus relaciones con el espacio, y para
ello lo situam os erguido sobre el suelo y en posición anatóm ica para indicar cuáles
son los tres planos espaciales con los que lo relacionam os (fig. 2.11).
Relacionando estos planos con el esqueleto del individuo podemos relacionar las
distintas estructuras del cuerpo. Así, hablarem os de estructuras situadas a derecha o
Fie. 2.11. Planos espaciales. Por el centro del cráneo y de la entrepierna pasa el plano sa
gital (S), que divide el cuerpo en dos mitades simétricas, derecha e izquierda; por el centro ¿leí
conducto auditivo externo, la mitad externa de los hombros y el centro del tobillo, el plano
transversal (X), que limita una parte anterior y otra posterior; a nivel, de la cintura, rozando
ambas crestas ilíacas, se sitúa el plano horizontal (H), que separa la porción superior de la
inferior.
d
Fio. 2.12. Nomenclatura ele posición. Es importante observar la dirección de las flechas, que
son las que marcan el sentido de lo posición. De izquierda a derecha; vista anterior, lateral y
superior. S) plano sagital; T) plano transversal, 1) región facial; 2) región cervical anterior o
posterior (nuca); 3) región torácica; 4) región dorsal; 5) región abdominal; A) plano anterior;
PPjI plano posterior; PL) región plantar. d —>, dirección distal; p —>, dirección proximal;
m - i d i r e c c i ó n medial o interna; <?—>. dirección externa; P-i, dirección inferior, caudal o
podálica; c t , dirección superior o cefálica; a<-}p, dirección, anterior o posterior.
izquierda respecto al plano sagital y podrem os decir que la cara o el abdomen están
en la parte anterior, si nos referim os al plano transversal. D e esta manera, será fácil
com prender que los brazos y la cabeza están en la parte superior y las piernas, en la
inferior, etc, Sin em bargo, las interrelaciones entre las partes de un individuo son mu
cho más complejas y cuando queramos correlacionar la situación de determinado hueso
con otro o las distintas estructuras del mismo deberem os recum r al em pleo de otros
térm inos, que aunque sean sencillos pueden expresarse de distinta form a, pues son
conceptos relativos. La figura 2.12 nos ayudará a una m ejor com prensión.
L os datos expuestos son conceptuales; solam ente la práctica perm ite la plena
com prensión de estos aspectos de la nom enclatura. Pondrem os unos ejem plos: en la
extrem idad superior, el húm ero, único com ponente del brazo, tiene dos epífisis, una
denom inada superior, que por estar más cerca del tronco tam bién se puede denomi
nar proxim al y otra, que se articula con el antebrazo, denom inada inferior o distal.
A sim ism o, el antebrazo es distal respecto al húmero y proximal respecto a la mano,
Los dos huesos que com ponen el antebrazo son el radio (externo) y el cubito (interno),
que presenta tres caras en su diáfisis denominadas anterior, posterior e interna (ésta
por estar en el borde interno de la extremidad). En ocasiones, al hacer referencia a las
extrem idades inferiores se utiliza el térm ino caudal, estableciendo una relación con el
F ig . 2.13.El hombre colocado en posición tetrápoda, con la cabeza, cuello, tronco y extre
midades. La disposición tetramérica de la inervación se conseiva: T, ineivación por el neiyio
craneal denominado trigémino; C, D, L _y S, ineivación por las raíces nerviosas ceivicales,
dorsales o torácicas, lumbares y sacra. K en el hombre no se percibe, pero corresponde al cóc
cix, reminiscencia de la cola o rabo, y en latín cauda.
coxis, lina rem iniscencia de la cola de los mam íferos. El hom bre, aunque ahora sea bí
pedo, aún conserva m uchos com ponentes de la tetrapodia de los prim ates primitivos.
2.6.1. E l cráneo
D el griego casco (xpavinix), com prende todos los huesos de la cabeza, pero en
ocasiones se presta a confusión, pues m uchos anatom istas emplean el nom bre de «ca
beza ósea» cuando se refieren al cráneo, m ientras otros reservan dicha denom inación
para el cráneo cerebral o neurocráneo y para la cara, el térm ino esplacnocráneo. En
ocasiones, se habla de cráneo o «cráneo com pleto» para esp ecificar que en el se
gundo caso se incluye la mandíbula. Para evitar confusiones, explicarem os por sepa
rado los huesos del neurocráneo y los de la car a, para después explicar las distintas es
tructuras de la cabeza ósea, sean exclusivas del neurocráneo, de la cara o form adas por
ambas (figs. 2.14 y 2.15).
Fio. 2.14. El cráneo o cabeza ósea. En blanco el neurocráneo y en gris el esplacnocráneo.
F ig. 2 . 15.Cráneo. En trazo grueso los huesos cxocroneales y en trazo fino los endocranea-
les. J, frontal; 2, etmoides; 3(3), esfenoides; 4, occipital; 5, parietal; 6(6), temporal; 7(1),
maxila; S, palatino; 9, nasal; 10, ungitis; )1 , malar; 12, concita; 13, vómer; ¡4, mandíbula.
2.6.1.1. H uesos del neurocráneo
El neurocráneo está form ado por ocho huesos, cuatro situados en la línea m e
dia, de delante hacia atrás: frontal, etm oides, esfenoides (articulándose éste con todos
los huesos del neurocráneo y con varios del esplacnocráueo) y occipital; los otros son
pares y sim étricos y de arriba abajo son: los parietales y los temporales.
FRONTAL
m
S > ETMOIDES
"O —
O £| ESFENOIDES
r- ^ OCCIPITAL
1) H ueso ñ o n ta l o coronal
El borde posterior se articula en la línea m edia con el etm oides y en ambos la
dos con el esfen oid es (ñ g. 2.30a).
En el in terio r del hueso frontal se encuentran los senos frontales, uno d ere
cho y otro izqu ierdo , separados p o r el tabique intersinusal (fig. 2.17), y que son
cavidades que se d e sarro llan siem p re después del n acim ien to y que, en o c asio
nes, p u ed en e sta r a u sen tes. N o sie m p re el tab iq u e in te rsin u sa l está en la línea
m edia, lo que hace que su tam año y m orfología pueda ser m uy variable; en gene
ral son asim étrico s, con un orificio o m eato que se com unica con la fosa nasal co
rrespondiente. L a pared p o sterio r de la cavidad suele se r m ucho m ás delgada que
la anterior.
Fio. 2.17, Senos frontales: A, senos simétricos; B, senos asimétricos; C, senos muy asimé
tricos; D, senos simétricos situados debajo de los orcos superciliares; E, senos simétricos
muy pequeños; F, senos pequeñísimos; G, J] e /, un caso de senos gigantes que invaden las
alas menores del esfenoides, vistos de frente, por encima y por su lado izquierdo.
2) Etm oides
las cuales form an su cavidad juntándose (fig. 2.16-1 J) con las cavidades que circun
dan la hendidura etm oidal del frontal.
3) E sfenoides
Del griego acpr|V (cuña) y elóoq (forma). Hueso impar, m edio y sim étrico que,
a modo de cuña, está situado casi en el centro del cráneo y se articula con todos los
Fig. 2.19. Hueso esfenoides. 1, cara anterior (en trazado discontinuo su articulación con el
frontal); 2, cara inferior; 3, cara posterior; 4, cara superior; 5, cara lateral (en trazo discon
tinuo su articulación con el frontal, malar-temporal y occipital); 6, sección por línea media
(articulación con el etmoides y el vómer y su sinostosis con la apófisis basilar); 7, vista de la
sinostosis esfeno-occipital. a) ala mayor; a j nía menor; o) orificio del nervio óptico; h) hen
didura esfenoidai; r) pico; p) apófisispierigoides; k) apófisis clinoide anterior; k') apófisis cli-
noide posterior; SISO) sincondrosis esfeno-occipital; i) silla turca; co) canal óptico; bp) borde
ptérico del ala mayor; E) etmoides; V) vómer; r) orificio redondo mayor; ov) orificio oval;
e) orificio espinoso; OC) hueso occipital; oo) orificio occipital .
huesos del neurocráneo y con cinco huesos de la cara (vómer, ambos palatinos y los
dos malares) (fig. 2.19). En su conjunto, sobre todo visto por detrás, recuerda la figura
de un murciélago con las alas extendidas (fig. 2.19-1 y 3),
En él se distinguen cuatro partes: a) cuerpo; b) alas menores; c) alas mayores;
d) apófisis pterigoides.
4) O ccipital
tenores, que tam bién com unican el exocráneo con el endocráneo. En su porción más
externa están las escotaduras y las apófisis yugulares.
el) Bardes de la escam a. Son dentados y en su línea media, en la porción más
elevada en la línea media, está su vértice.
5) Parietales
a) Caras. La externa es convexa con una porción más prom inente que se de
nomina eminencia parietal. Cerca de la línea m edia, asimismo en las proxim idades del
occipital, suele haber un pequeño orificio (orificio parietal). Por debajo se observan
Fio. 2.21. Hueso parietal izquierdo. P, borde sagital; F, borde coronal; O, borde occipi
tal o lambdoidal; T, borde temporal. Arriba: op, agujero parietal; LTS y LTI, crotafites su
perior e inferior; sí, sutura biselado para el hueso temporal. Cara interna; se aprecian los
surcos de lo arteria meníngea media y el surco del seno lateral (ss). A la derecha, sección
transversal de los parietales, mostrando las distintas variedades de la impronta del seno
sagital.
dos tenues líneas curvas, una superior y la otra inferior, tam bién denom inadas croia-
fite s (nom bre del m úsculo tem poral en griego), la prim era de las cuales corresponde
a la inserción de la aponeurosis del músculo tem poral y la otra, a la inserción de di
cho músculo.
La cara interna, es cóncava y abollonada y destacan los surcos de la rama ante
rior de la arteria m eníngea media, de cuyo ángulo anteroinferior sale el tronco princi
pal de este vaso, que se dirige hacia arriba y atrás, dando lugar a la típica im agen de
Ja «hoja de higuera». D ebem os recordar que el abollon am iento de la cara interna del
hueso parietal es variable, pues la im pronta de las im presiones digitales se debe a la
presión que ejerce el cerebro en su fase de crecim iento. Estas im prontas no están pre
sentes en el neonato, com ienzan a m ostrarse a partir de los 2 años durante la fase de
gran expansión encéfalo-craneal, y alcanzan su m áxim a intensidad alrededor de los
4-5 años, m arcándose bien hasta los 10 años, cuando com ienzan a atenuarse, desapa
reciendo casi totalm ente en el adulto.
b) Bordes. Son dentados, el anterior bastante vertical y el inferior, curvado con
su concavidad inferior y su borde biselado.
c) Á ngulos. S e denom inan anterosuperior, anteroinferior, posterosuperior y
posteroinferior.
d) D iagnóstico de lado. C om o en todos los huesos pares hay que discernir a
qué lado corresponde, sea el derecho o el izquierdo- En general no es difícil, pero a las
personas poco expertas en anatom ía puede plantearles problem as, por ello darem os al
gunas pautas que faciliten la determ inación del lado, basándonos en detalles anató
micos. En prim er lugar se ha de colocar el hueso en posición4 y, concretándonos en
el hueso parietal, podem os basarlo en tres puntos: 1) la cara extem a es convexa y prác
ticam ente lisa; 2) el borde inferior, a diferencia de los restantes, es biselado; 3) el surco
principal de la arteria m eníngea m edia, que nace en la cara interna en las proxim ida
des del ángulo anteroinferior, se dirige hacia arriba y atrás y sus ramas principales di
vergen entre sí y cada vez son más delgadas; 4) el orificio temporal es parasagital5 y
está m as próxim o al ángulo posterosuperior que al anterosuperior; 5) finalm ente cabe
recordar que la sutura anterior para el hueso frontal es casi rectilínea.
e) El surco sagital. El seno venoso sagital, que se inicia en el hueso frontal y
finaliza en el endinión, suele dejar su im pronta sobre la sutura interparietal o sagital,
en form a de hem isnreo, que en ocasiones form a un surco com pleto que discurre en
uno de los dos huesos, pudiendo asociarse a crestas e incluso puede no dejar im pronta.
6) Temporales
H ueso par que suele dividirse en tres porciones: escam osa, tim pánica y petro-
m astoidea, sobre la base de su estructura fetal (fig, 2,22).
4. Colocar un hueso en posición consiste, estando en posición anatómica, en colocar dicho hueso como
si correspondiese ¡i nuestra persona. Cuando no se dispone de un hueso completo, sino sólo de un fragmento, el
diagnóstico se complica y en ocasiones puede ser imposible.
5. La situación de parasagital significa paralela a dicho plano.
F íg, 2.22. Hueso tem poral D, lado derecho. J) Cara externa: z, apófisis cigomática; pt con
ducto auditivo externo (CAE); m, apófisis mastoides; e, apófisis estiloides, 2) Vista posterior:
a, conducto auditivo interno (CAI); m, apófisis mastoides. 3) Vista anterior: p, CAE; m, apófi
sis mastoides; e, apófisis estiloides; k, orificio carotídeo. 4) Vista inferior: p, CAI; m, apófisis
mastoides; g, cavidad glenoidea; k, orificio carotídeo; z, apófisis cigomática. 5) Vista supe-
ríor: a, CAI; k, orificio carotídeo; z, apófisis cigomática. 6) Sección horizontal; v, conducto se
micircular horizontal. 7) cara endocraneal; 7 ‘) Sección vertical: a, CAI; p, CAE; m, apófisis
mastoides, e, apófisis estiloides. 8) Sección que pasa por el conducto semicircular horizontal de
vestíbulo (v); c, cóclea. 9) Esquema del aparato cocleovestibular; i», vestíbulo; c, cóclea. 10) Sección
que pasa por los osículos del oído: T, tímpano; v, aparato vestibular; c, cóclea. 11) Huesecillos
del oído medio; a. martillo; b, yunque; c, estribo; d y e, dos visiones de la articulación de los
tres huesos.
Fueron descritos por el danés Worm (1588-1654) como ossa suturarían y tienen
un claro predom inio a nivel de las suturas de la escama occipital. Se originan por pun
tos de osificación independiente, siendo generalmente de pequeño tamaño (predominan
en los niños) y con tendencia a desaparecer en el transcurso de los años cuando las su
turas craneales se sinostosan. En ocasiones pueden ser de gran tamaño (figs. 2.23 y 2.24),
Fig. 2.23. Huesos -wormianos occipitales, tomados de Eicksfedty ViUiers. La morfología más
frecuente es ¡a 1 y, aunque hay cierto discrepancia según los autores, la 8 correspondería al
hueso epactal (del griego ejtaxros, intercalado) o hueso de los incas. La } } forma un festón
de huesecillos y la 2 separa el paleoccipital del neoccipital.
F ig . 2.24.A. Huesos wormianos situados a nivel del lugar que ocuparon las fontanelas:
1, bregmáíica; 3, ptérica; 5, lambdoidea; 8, astát ica; 9, obélica; 10, metópica. B. Huesos su
pernumerarios según Ranke. Entre éstos, cabe destacar el del cráneo 6. que presenta un
hueso intercalado parieto-temporal. Este autor destaca la separación entre los huesos super
numerarios en la edad fetal (7-S-9).
2.6.1.2. El esplacnocráneo
La cava o esplacnocráneo está constituida por catorce huesos: dos im pares (v<5-
mer y m andíbula) y los restantes, pares.
MAXILAR MAXILAR
CONCHA CONCHA
NASAL tr NASAL
tu
5
UNGUIS -O UNGUIS
>
MALAR MALAR
PALATINO PALATINO
MANDIBULA
1) La m axila
6, En tos libros de anatomía y otros textos se habla indistintamente de mandíbula superior o inferior o de
maxilar superior e inferior; pero, desde lince unos años, se ha consensuado denominar maxila a la parte superior
del aparato maslicndor y reservar c! nombre de mandíbula para el inferior.
Fig. 2.25. El hetniesplacnocráneo superior derecho situado «en posición» (1 a 5). 1) Maxilar
superior derecho visto de frente (I); a,-apófisis orbitaria; b. apófisis piramidal; c, fosa canina
con el orificio infraorbitario. 2) Idem, vista lateral de su cara externa: b, verdee de la apófi
sis piramidal. 2') Idem, en que se ha resecado el vértice de la apófisis piramidal, con lo que
se visualiza el interior del seno maxilar (se), 3) ídem, visto por su cara inferior o palatina.
4) Idem, visto por su cara superior u orbito-nasai 5) Idem, visto por su cara interna; H, me
ato del seno maxilar o antro de Higmoro. 6) Hueso palatino, visto por su cara interna. 6 ‘) ídem,
visto por su cara posterior, que junto con el del otro lado forman la porción posterior del velo
palatino. 7) Huesos nasales, por su cara externa o frontal (A); por su cara posterior (P): de
lado (L). 8) Vómer. 9) Malar, visto por su cara interna (l)y por su cara externa (B). JO) Cornete
mayor o inferior o concha: E, cara externa; I, cara interna; II) Unguis: E, cara externa; 1,
cara interna.
c) Seno m axilar. Es una cavidad am plia qpe ocupa la totalidad del cuerpo de]
m axilar correspondiente, que se com plem enta con el hueso cigomático. La pared de
la cavidad, que sigue la m orfología del cuerpo del hueso, es prácticam ente lisa,
d) D iagnóstico de lado. La hem iarcada dentaria es inferior y externa, con la
apófisis palatina dirigida a la línea media. El vértice de Ja apófisis piramidal es externo
y la apófisis m axilar ascendente se dirige hacia arriba. C uando el hueso está com
pleto no ofrece ninguna dificultad, pero sí cuando es un pequeño fragm ento. Si se con
servan los dientes, explicados más adelante, son una notable ayuda.
2) Malar
a) Sinonim ia. También denom inado hueso cigom ático, yugal o póm ulo (fig,
2,25-9), es un hueso par de forma cuadrilátera, que en el individuo vivo constituye el
pómulo.
b) Caras. La externa es convexa y lisa y la interna es cóncava, formando parte
de las fosas tem poral y cigom ática.
c) Bordes. El anterosuperior o apófisis orbitaria form a el borde externo de la
órbita; el posterosuperior o cigomático form a parte de la arcada cigom ática o cigoma\
el borde posteroinferior es libre; y el anteroinferior se articula con la apófisis piram i
dal del m axilar superior.
d) Ángulos. La unión de los bordes da lugar a cuatro ángulos: anterior, supe
rior, inferior y posterior.
e) D iagnóstico de lado. No plantea problemas, pues basta situar la apófisis or
bitaria arriba y en línea media.
3) Nasa)
Ilueso par que tiene la forma de media teja (fig. 2.25-7) y se articula con el del
otro lado form ando la raíz de la nariz. Por arriba se articula con el frontal y por su íado
externo con la apófisis ascendente del maxilar.
4) Lagrim al o unguis
Pequeño hueso situado entre la fosa nasal y la cara interna de la órbita (fig. 2.25-
11). En su cara interna u orbitaria tiene el canal lacrim onasal.
5) Palatino
Hueso que constituye la porción posterior de las fosas nasales y del velo del pa
ladar (fig. 1.25-6 y 6 ’). C onsta de dos porciones, una horizontal y otra vertical que se
articula con la apófisis pterigoides del esfenoides. Por su borde anterior se articula con
el maxilar.
H ueso par se m e ja n te a lo s co rn etes del etm o id es, p ero de m ayor tam año
(fig. 2.25-10). En su m orfología es curvado, con una cara interna libre debajo de la
cual se sitúa el m eato inferior, articulándose por su cara externa con el maxilar, oclu
yendo parcialm ente la salida del seno m axilar.
7) V óm er
Hueso im par medio y simétrico que constituye la porción posteroiuferior del ta
bique nasal, que es completado por la láinina vertical del etmoides (fig. 1.25-8). Presenta
dos cavas, derecha e izquierda, bastante cuadrangulares. D e sus bordes, el superoante-
rior se articula con la lám ina vertical del etm oides, el superoposterior se ensancha y
presenta un canal mediante el cual se engarza al pico del esfenoides, el anteroinferior se
articula con el velo del paladar en la línea media, y el posterior queda libre.
8) M andíbula
Fig. 2,21. El cráneo, sin lo mandíbula, visto por sus seis caras: A, superior; B, anterior; C, la
teral izquierda (la derecho queda oculta, pero es similar a ésta); D, posterior; E, inferior.
Fie. 2.28. Principales huesos visibles del cxocráneo; F, frontal; P, parietal; N, nasales; M, ma
xilar; Z, cigomático; MD, mandíbula; L, lagrimal; E, etmoides; ES, esfenoides; T, temporal;
0, occipital.
1) Bóveda
D e morfología esferoide, con el eje mayor nnteroposterior, queda delim itada por
un plano horizontal cuyo centro pasa por las em inencias frontales y el inión (fig. 2,29
y 2.31).
a) Cara interna. Se divide en tres com partim entos o fosas que se denominan:
anterior, m edia y posterior.
— Fosa anterior. C onstituye el techo de las órbitas y de las fosas nasales.
En la línea media se encuentran: la cresta sagital frontal, el agujero ciego,
la apófisis crista galli y el canal óptico.
— Posa media. Queda separada de la anterior por el borde posterior de las
alas menores del esfenoides y el canal óptico; y de la fo sa posterior por
FlG. 2.29. Bóveda craneal (izquierda, exocraneal, y derecha, endocraneal): N, nasales;
F, hueso frontal; P, parietal; O, occipital. Exocráneo; 1, sutura coronal; 2, sutura sagital;
3, sutura lambdoidea; 4, orificio parietal. Endocráneo; 1, seno frontal; 2, cresta sagital fron
tal; 3, surco sagital; 4, sutura coronal; 5, sutura sagital; 6, orificio parietal; 7, sutura lamb
doidea; 8, cavidades de Pacchioni; 9, surco de la arteria meníngea media.
7. La cresta sagital, el Slirco sagital o la fosa venutana pueden estar presentes y son normales, pero cada
cninco <icoge una de esras estructuras (Campillo, 1999).
1
Fíg. 2.30b. Cara externa de la base del cráneo y del esplacnocráneo. M, maxila; P , palatino;
Z, m a la r ; E , e s fe n o id e s ; V, v ó m e r ; T, t e m p o r a l; P Á , p a r ie t a l; F, f r o n t a l; O, o ccip ita l, 1, a r
cada dental; 2, conducto palatino anterior; 3, apófisis palatina; 4, sutura interpalatina; 5, ori
ficio suborbitario; 6, conducto palatino posterior, 7, coana; 8, apófisis cigomática; 9, apófi
sis cigomática; 10, cigoma; 11, hendidura esfenomaxilar; 12, agujero oval; 13, agujero redondo
menor; 14, sincondrosis esfeno-occipital; 15, agujero rasgado posterior; 16, tubérculo farín
geo; 17, fosa navicular; 18, agujero condíleo anterior; 19, conducto carotídeo; 20, CAE;
21, apófisis estiloides; 22, agujero estilomastoideo; 23, fosa yugular; 24, foramen magnum,'
25, cóndilo occipital; 26, apófisis mastoides; 27, agujero condíleo posterior; 28, ranura di-
gñtstrica; 29, agujero mastoideo; 30, cavidad glenoidea del temporal; 31, cresta sagital occi
pital externa; 32, línea curva occipital inferior y 33, ídem superior; 34, protuberancia occipi
tal externa o inión.
rostrum). En arabos lados se distribuyen: l:i lámina c r i b o s a del etmoides
(bóveda de las fosas nasales), m asas laterales del etm oides, agujero óp
tico, la hendidura esfenoidal y los agujeros del seno esfenoidal (figs. 2.31
y 2.33), (Esta zona en la cabeza ósea queda cubierta por la cara) (fig. 2.30).
— Zona media o yugular. En la línea m edía se encuentra la apófisis basi
lar. A ambos lados se sitúan las apófisis pterigoides, los cóndilos del oc
cipital, las apófisis mastoides, las apófisis estiloides, los conductos a udi
tivos extem os (CAE), las cavidades glenoideas, los agujeros oval, redondo
m enor, rasgados anteriores y posteriores, )as fo sa s yugulares, los aguje
ros carotídeos y los condüeos anteriores.
~ Zona posterior. Form ada por la escama occipital, el surco digástrico y
las apófisis mastoides.
Fig. 2,31. Sección sagital de cráneo, que permite apreciar mejor algunos detalles de su bó
veda y base (todas las estructuras se ven por su cara medial). M, maxila; N, nasal; V, vómer;
ET, etmoides; E, esfenoides; F, frontal; PR, parietal; T, temporal; P, palatino; 0, occipital.
1, borde dental; 2, borde alveolar; 3, espina nasal; 4, borde de la fosa nasal; 5, glabela;
6, sutura coronal; 7, sutura lambdoidea; 8, protuberancia occipital externa o inión; 9, fora
men magnum: con 9 \ su borde posterior; 9 ”, borde anterior y, entre los dos últimos, su
borde externo; 10, apófisis basilar; 11, apófisis esiiloides; 12, agujero condíleo anterior; 13, si-
lia turca; 14, apófisis clínoides posterior y 15, anterior; 16, seno esfenoidal; 17, apófisis
crista galli y lámina cribosa; 18, seno frontal; 19, lámina vertical del etmoides; 20, cóndilo oc
cipital; 21, vértice de la apófisis mastoides; 22, cara posterosuperior del peñasco del tempo
ral; 23, foramen jugularis; 24, CAI; 25, techo de la órbita; 26, arteria meníngea media y sus
ramas; 27, endinión.
3) Fosa temporal
Situada a ambos lados del cráneo, queda delim itada por la cresta lateral del fron
tal, la línea curva parietal superior y el arco cigom ático (fig. 2.32-3), que incluye ei
hueso malar. Toda la fosa está ocupada en el individuo vivo por el músculo temporal.
Conviene destacar tres estructuras:
Jíurcnno CcupiH#
4) Cavidad orbitaria
L as cavidades orbitarias u órbitas están form adas por huesos del neurocráneo y
de la cara y se sitúan a Jos lados de la fosa nasal (figs. 2.32 y 2.33). Su forma se com
para a una pirám ide de base cuadrada y tiene, por lo tanto, un vértice, una base, cua
tro lados o caras y cuatro aristas o ángulos diedros.
Fio, 2.33. La órbita. A, vista anterior; S, cara superior; 1F, cara inferior; E, cara externa;
1N, cara interna. 0, inserción de la polea del músculo oblicuo mayor; ), hueso frontal; 2, fo-
sita lagrimal; 3, etmoides; 4, esfenoides; 5, agujero orbitario; 6, hendidura esfenoidal (donde
marca la flecha en «Á» corresponde al vértice de la órbita); 7, malar; 8, maxilar; 9, canal su-
borbitario: 10, seno maxilar; í l , hueso nasal; 12, fosa nasal; 13, huesa palatino; ¡4, agujero
supraorbitorio; 15, fosa pterigomaxilnr; Jó, conducto suborbitarío; 17, canal lagrimal; 18, glct-
bela.
b) Base. La base es un plano im aginario que está delim itado por los bordes de
la órbita, que forman un cuadrilátero de bordes más o m enos curvados y romos, siendo
de destacar en el superior la presencia de una escotadura o de un orificio supraorbita
ñ o. En el inferior se encuentra el conducto suborbitario, algo por debajo del borde
(fig. 2,33-9).
c) L as cuatro p aredes.
—- Su p erio r: form ada por el frontal y el ala m enor del esfenoides. En la
parte interna, por detrás de la escotadura orbitaria, hay una pequeña em i
nencia (excepcionalm ente, un orificio) para la inserción de la polea del
m úsculo oblicuo mayor. En las proxim idades del ángulo superoextem o,
cerca del borde orbitario, se localiza la fosita lagrimal.
— Inferior: form ada por el m alar, la pared superior de la pirám ide del
m axilar (debajo se encuentra el seno frontal) y la faceta orbitaria del pa
latino. En ella se encuentra el canal suborbitario.
— Externa: es lisa y está form ada por el malar, el ala m ayor del esfenoi
des y el frontal
— Interna: form ada por la apófisis ascendente del maxilar, unguis, cara or
bitaria de la m asa lateral del etmoides, también denom inada «hueso plano
del etm oides» y el cuerpo del esfenoides.
d) Los cuatro ángulos.
— Superoextem o: sin nada que destacar.
— Superoinierno: con la sutura frontotm oidal, los conductos etm oidales u
orbitarios internos y el agujero óptico.
—; Inferoexterno; sin nada que destacar.
— I)\feroíntemo: sin nada que destacar.
5) Fosas nasales
a) Paredes
— S u p erio r : está constituida por un canal estrecho y curvado, de concavidad
inferior, form ado por el hueso nasal, la espina del frontal, la lám ina cri
bosa del etm oides y el cueipo del esfenoides.
— Inferior: conocida com o suelo, está form ada por las apófisis palatinas del
maxilar y del palatino y en ella se encuentra el conducto palatino anterior.
— E xtem a: la form an seis huesos: el maxilar, unguis, etm oides, com ete in
ferior, esfenoides y palatino. En ella hay que destacar las siguientes es
tructuras: tres com etes (superior y m edio, que forman parte del etmoides)
e inferior y tres meatos: superior, medio e inferior; orificios del seno fron
tal, del esfenoidal y de las celdillas etm oidales (senos etm oidales), agu
jero esfenopalatino y el orificio inferior del conducto lacrim al que co
m unica con la órbita.
— Interna: constituye el tabique nasal y está form ado por la lámina venical
del etm oides en su porción superior y por el vóm er en la inferior.
b) A b e rtu ra s.
— Anterior: es carmín a las dos fosas y su silueta es periform e o en forma
de un corazón de naipes invertido. Está situado en la línea m edia y en su
borde inferior está la espina nasal.
— Posteriores o coanas: en posición oblicua de arriba abajo y de delante
atrás, son m ás o menos cuadriláteras, de ángulos rom os y están form adas
por el cuerpo del esfenoides y sus apófisis pterigoides, los palatinos y ei
vómer.
j
6) Fosas cigom áticas
Situadas a ambos lados de la cabeza, quedan alojadas bajo el ajeo cigom ático.
Están constituidas, po r delante, por el m alar o hueso cigom ático y la m axila; por
fuera por el arco cigom ático; y por debajo, y adentro, por la apófisis pterigoides y el
temporal (fig. 2.32-4).
8) Fosas pterigoideas
E stán form adas, a am bos lados de la base externa del cráneo, p o r la región
constituida por la cavidad posterior que delim ita el diedro form ado por la apófisis
pterigoides del esfenoides (fig. 2.32-5).
9) Bóveda palatina
En general tiene forma de herradura con las puntas abiertas y concavidad pos
terior, siend o sus bord es la arcada d en tal y el b o rd e in fe rio r de las co an as (fig,
2.32-7). Puede ser m ás o menos profunda, de techo plano u ojival y está form ada
por las apófisis palatinas de la m axila y las apófisis pterigoides de los palatinos. En
la línea m edia, por detrás de los incisivos, se encuentra el orificio palatino anterior,
que com unica con los dos orificios palatinos anteriores del suelo de las fosas nasa
les y, a los lados, en situación posterior, con los conductos p alatinos p osteriores
(fig. 2.34-BP).
de m orfología y tam año variable y en ocasiones pueden estar ausentes; c) ei\ su ex
pansión, a veces, pueden sobrepasar los lím ites del hueso que les da origen; d) lodos
desem bocan en las fosas nasales (fig. 2.35-F, E y W).
Las celdas m astoideas tienen un com portam iento sim ilar a los senos, pero están
en com unicación con las cavidades del oído medio (fig. 2.35-M ).
F, senos frontales (f) y maxilares (in). E, senos esfenoidales. M, celdas mastoideas:
F ig . 2 .3 5 .
I, mastoides muy neumatizada; 2, poco; 3, intermedia, y 4, ebúrnea (sin celdillas). T, celdillas
de la escama tem poral—}. H/: 1, seno frontal; 2, seno maxilar; 3, seno etmoidal; 4, seno esfe
noidal; 5, celdas mastoideas.
El hueso hioides no forma parte de la colum na vertebral ni del tórax, pero por
estar situado en la región cervical anterior lo incluim os en esta región. Es un hueso
Fio. 2.36. Hueso Ilia idas vista por su cara anterior. 1j cuerpo; 2) astas mayores; 3) astas me
nores.
im par y simétrico, el único que no está unido al resto del esqueleto,8 que asim ism o en
las personas seniles puede coincidir con el cartílago tiroides, parcial o totalm ente osi
ficado y, con m en o r frecu en cia, con la del cartílago cricoides (véase capítulo 4).
T iene un carácter atrófico y forma parte del aparato traqueofaríngeo. C onsta de un
cuerpo y cuatro astas posteriores, dos mayores y dos menores (fig. 2.36).
a) C uerpo. Im par, medio y sim étrico, está situado en la parte anterior, tiene
una form a más o m enos cilindrica, con dos caras, una superior y la otra inferior y una
circunferencia que las une. Las caras, paralelas entre sí y horizontales, quedan en
m arcadas por un engrosam iento o anillo y su superficie plana está recubierta por pe
queños orificios. La circunferencia es cóncava en sentido externo.
b) Orificio raquídeo. Tiene form a triangular con bordes redondeados.
8. En muelios mamíferos, el aparato estiioliioitleo, como ocurre enire los equinos, es óseo y en ta esp e
cie humana, en algunos casos, los ligamentos que unen la apófisis estiloides con el hioides está formada por una
cadena de huesecillos y constituiría un caso de atavismo (Campillo, 2001; Testul-LatarjcL, 1947, y Ollivier, 1923).
Estos pequeños huesos pueden ser confundidos con otros de la inicrofauna.
Fig. 2.37. Esquema de las partes que componen una vértebra: }) cuerpo y su cara superior;
V) circunferencia del cuerpo; 2) pedículos; 3) apófisis transversas; 4) apófisis articulares:
(n) superiores, cuyas caras se dirigen hacia atrás, y (a ‘) inferiores, dirigidas hacia delante;
5) láminas, 6) apófisis espinosa; 7) orificio raquídeo. Las estructuras situadas detrás de los
pedículos constituyen el nrco vevlebral posterior.
Fio. 2.39. Vértebra dorsal: 1, cuerpo; 2, carillas para las costillas; 3, agujero vertebral;
4, apófisis transversa; 5, apófisis articulares; 6. apófisis espinosa; 7, pedículo.
F ig . 2 .4 0 . Vértebra lumbar: i , cuerpo; 2, agujero vertebral; 3, pedículo; 4, apófisis trans
versa; 5, lámina; 6, apófisis espinosa; 7, apófisis articular.
a) Prim era vértebra cervical o atlas (fig. 2.41). E stá constituida por dos m a
sas laterales (derecha e izquierda) y dos arcos (uno anterior y otro postenor).
— M asas laterales. D erecha e izquierda. La cara superior es articular, se de
nom ina cavidad glenoidea y se articula con su correspondiente cóndilo
del hueso occipital. La cara inferior es articular para la segunda vértebra
cervical o axis. D e la cara externa nacen las apófisis transversas, que tam
bién tienen un orificio transverso.
— A rco anterior. En el centro de su cara anterior presenta un tubérculo y
en la posterior una carilla articular para la apófisis odontoides del axis.
— Arco posterior. En el centro de su cara posterior está el tubérculo poste
rior, que es un vestigio rudim entario de la apófisis espinosa.
b) Segunda vértebra cervica l o axis. Su m orfo lo g ía es m uy típica, p o r la
presencia de un tubércu lo en la cara su p erio r de su cu erp o que se co n o ce con el
nombre de apófisis odontoides o diente del axis (fig. 2.42) y que en em briología co
rresponde al cuerpo del atlas. F ijad a en tre el arco anterior del atlas y el ligam ento
transverso (figs. 2,42 y 2.43) p erm ite los m ovim ientos de rotación de la cabeza.
A unque la colum na vertebral perm ite los movim ientos de flexión, extensión, ia-
teralización y rotación de form a un tanto lim itada según los sectores, la gran molili-
FfO. 2.41. Atlas. I) Vista inferior: }, arco anterior con su tubérculo y la carilla articular para
la apófisis odontoides del axis; 2, arco posterior con su tubérculo posterior; 3, apófisis trans
versa; 4, orificio transverso; 5, carilla articular para el axis; 6, agujero vertebral; 0, apófisis
odontoides del axis y el ligamento transverso que la sujela. S) Vista superior: ídem, excepto el
5, que corresponde a su cavidad glenoidea, que se articula con el cóndilo occipital j' permite
los movimientos de flexión y de extensión de la cabeza (en algunos casos esta cavidad está di
vidida por un surco transversal), C) Vista anterior; ídem.
dad de la cabeza depende fundam entalm ente de las articulaciones del hueso occipital
con el atlas y de ésta con e! axis (fig. 2.43).
c) Séptima vértebra cervical o prominente. Se caracteriza por una gran apófi
sis espinosa que hace un resalte en la base de] cuello y que no es bífida.
d) Sacro, Se considera com o un hueso independiente en e] adulto, pues resulta
de ]n sinostosis de las cinco vértebras sacras, que en ocasiones pueden ser sólo cuatro
y otras veces seis. Su forma es piram idal, de base superior cuadrada, que se articula
con la quinta vertebra lum bar y un vértice inferior truncado, que se articula con e) cóc
cix (fig. 2.44). Las cuatro caras son: anterior, posterior y laterales, articulándose éstas
con los huesos coxales para constituir la pelvis.
— Cara anterior. Es cóncava, constituyendo el prom ontorio en su borde
superior. En la línea m edia se aprecia una colum na, que corresponde si Jos
cuerpos vertebrales, y a ambos lados cuatro orificios param edios deno
minados orificios sacros anteriores.
— Caro posterior. Es convexa, presenta una cresta m edia, que equivale a
las apófisis espinosas vertebrales y, a cada lado, los canales sacros, los
tubérculos sacros pos tero externos, ]os agujeros sacros posteriores y los tu
bérculos sacros posteroextemos.
— Caras laterales. U na a cada lado; en ellas se conform a la carilla a r
ticular, denom inada auricular para su hom ologa en el coxal.
— Base. Form ada por una carilla de cuerpo vertebral que se articula con la
últim a lumbar, detrás del orificio triangular del conducto sacro, y con las
apófisis articulares o alas sacras a ambos lados.
— Vértice. Form ado por una carilla elíptica detrás de la cual está el canal
o conducto sacro.
Fig. 2.44. Sacro: A) cara anterior; P) cara posterior; L) cara lateial izquierda; S) cara su
perior o base. C) Cóccix.
N om enclatura abreviada
Las vértebras se designan con el nom bre del sector a que corresponden seguido
de un número ordinal, yendo de arriba hacia abajo. Para abreviar, el nom bre se susti
tuye por la letra m ayúscula de su inicial y así las cervicales se designan con una C,
las dorsales o torácicas con un D o T, las lum bares con una L y las sacras con una S.
Ejemplos;
Cí DI 0 TI Ll SI
C2 D2 0 T2 L2 S2
C7 L5 S5
3) La colum na vertebral com o conjunto
E stá form ada por 7 vertebras cervicales, 12 dorsales, 5 lum bares, el sacro y el
cóccix y está perforada en su totalidad por el conducto raquídeo (fig. 2.45). Las dis
tintas vértebras, excepto el atlas y axis, están unidas p o r los discos intervertebrales
(fig. 2.46). L os discos intervertebrales son estructuras fibrocartilaginosas que se ad
hieren íntimamente a las caras de los cuerpos vertebrales y constituyen una especie
de estuche en cuyo interior se encuentra una estructura m ás blanda y m aleable, que
se conoce com o el núcleo pulposo y que perm ite la m otiiídad de esta típica anfiar-
trosis.
Su situación es vertical, pero tiene curvaturas en sentido anteroposterior; cuatro
en total: 1) curvatura cervical de concavidad posterior (lordosis)', 2) dorsal de conca
vidad anterior (cifosis)', 3) lordosis lum bar y (4) cifosis sacroccígea.
Fio. 2.45, 1) Sección de. la columna vertebral que perm ite apreciar su articulación con el
occipital y visualizar cómo el íj-oíi«> cerebral continúa con la médula espinal y finaliza a ni
vel de L.I, dando origen al fihmi terminale y a la cola de caballo ('cauda equina). 2) Vista por
su lado derecho. 3J Vista por su cara anterior. 4) Vista p o r su cara posterior. Cwvcituras: lor,
lordosis; c if cifosis. Sectores: C, ceivicaí; D, dorsal; L, lumbar; S, sacro; CO, cóccix.
Fig. 2.46. Ejemplo de una anftartrosis de la columna vertebral con el disco intetvertebral ( —)).
Rollada, cápsula ftbracartilaginosa con el núcleo pulposo en su interior.
2 .6.23, Tórax
El tórax está form ado por el sector dorsal de la colum na vertebral, ya descrito,
los doce pares de costillas que se articulan con sus vértebras y el esternón, con el
que se unen m edíante los denom inados cartílagos costales en las diez prim eras cos
tillas. D e la prim era a la séptim a, y a veces la octava, lo hacen de form a indepen
diente y por ello se denom inan costillas verdaderas, m ientras que de la octava a la
décim a su cartílago es com ún y se denom inan fa lsa s costillas. Las dos últim as, un
décim a y duodécim a, no se articulan con el esternón y se denom inan costillas f l o
tantes. La estructura osteocartilaginosa del tórax forma la denom inada ja u la torácica
(figs. 2.47 y 2.48).
Fig. 2.49. Costillas del lado derecho. Arriba, la primera costilla; en medio; la segunda, y
abajo, una costilla de la porción medial del tórax (6.a). c, cabeza; q, cuello; t, tubérculo; k,
cuerpo; a, carilla articular para el cartílago costal; tL, tubérculo de Lisfranc.
2) Esternón
Es un hueso impar, m edio y sim étrico, cuyo nombre en griego significa pecho.
Se suele com parar con una espada de gladiador, por lo que se divide en tres porcio
nes: puño o m anubrio, cuerpo u hoja y punta o apéndice xifoides (figs. 2.47 y 2.50).
2.6.3. E x t r e m id a d e s s u p e r io r e s o m ie m b r o s t o r á c ic o s 9
Está form ada por cuatro huesos, los om óplatos y las clavículas, dos a cada lado;
los prim eros están situados en la región dorsal y los segundos en la región anterior
9, En los huesos pnres (le las extremidades siempre se representan los del lado derecho.
F ig . 2 .5 1 . L a c in t u r a e sc a p t tla r vista p o r s u c a r a p o s t e r io r o d o rs a l.
del tórax, articulándose por su epífisis interna con el esternón y por la externa con la
escápula {figs. 2.1. y 2.51)
1) Omóplato o escápula
escápula se encuentra la apófisis coracoides (nombre que le dieron los antiguos anato
mistas al compararla con el pico de un cuervo) en la que se inserían la porción corta
de) músculo bíceps y el músculo coracobraquial, Junto al borde interno de donde se ini
cia ésta apófisis suele encontrarse una escotadura denominada coracoidea (véase 3>8,5).
i) D iagnóstico de lado. Tres datos son suficientes: 1) la cara anterior es cón
cava y prácticam ente lisa; 2) la cavidad glenoidea y el acrom ión se sitúan en posición
externa; 3) en la cara posterior está la espina del om óplato.
2) Clavícula
Es un hueso largo, par, no sim étrico (fig. 2.53), que se articula con el m ango del
esternón y el prim er cartílago costal por su extremo medial y con el acrom ión del om ó
plato por su extrem o distal. Su cuerpo se torsiona recordando una «S» itálica en po
sición horizontal (fig, 2.48). Para su descripción consideram os dos caras (superior e
inferior), dos bordes (anterior y posterior) y dos extremos (interno y externo).
Las caras son aplanadas y m uestran rugosidades para inserciones m usculares.
En cuanto a los bordes, el anterior es bastante obtuso y redondeado, siendo el poste
rior más agudo y en el que encontram os la pequeña tuberosidad denom inada coracoi
dea para la inserción del ligam ento costoclavicuíar, El extrem o interno es bastante
r
Fie. 2.53. Clavicula: S, cara superior del cuerpo; l, cara, inferior; I, borde anterior; 2, borde
posterior; 3, extremidad externa; 4, extremidad intenta; 5, cara articular medial para el es
ternón; 6, cara articular externa para el acromión; 7, protuberancia coracoidea; 8, cresta ru
gosa para inserción muscular; 9, cresta para inserciones musculares ,
Es un hueso largo, par, no sim étrico (fig. 2.54), con una diáfisis y dos epífisis.
epitróclea. En la cara anterior, por encim a del cóndilo, se ve la fosita condílea y, por
encim a de la tróclea, la fosita coronoidea y, en su cara posterior, la fosa olecraneana.
d) D iagnóstico de lado. La cabeza del húm ero m ira hacia La línea m edia y la
corredera bicipiial queda en posición anterior. La epífisis distal está fuertem ente cur
vada hacia delante.
1) Cubito
Hueso largo, par y asimétrico, que consta de una diáfisis y de dos epífisis. Mientras
que el ciíbito se adelgaza de arriba abajo, el radio se engruesa de arriba abajo.
1) Carpo
La prim era hilera está form ada por el escafoides, semilunar, piram idal y pisi-
forme. articulándose: los dos prim eros con el radio, el piram idal con el hueso gan
chudo y el pisiforme, y éste sólo con el anterior. Los huesos de la segunda hilera son
el trapecio, trapezoide, el hueso grande y el hueso ganchoso y se articulan entre ellos
y con los m etacarpianos (figs. 2,56 y 2.57). El carpo en su conjunto se comporta como
un bloque inm óvil, como si fuese un solo hueso y en ocasiones se encuentra un no
veno hueso, denom inado central del carpo.
2) M etacarpo
excepto el prim ero, que no tiene caras laterales y el quinto, que solam ente tiene una
lateral para el cuarto m etatarsiauo (fig. 2.57). La epífisis dista] es un cóndilo articular
que se articula con la falange del dedo correspondiente.
3) Dedos
Tienen tres huesos cada uno, con la excepción del prim ero que solam ente tiene
dos (falta el segundo), y se denom inan fa la n g es (fig. 2.57).
Fig. 2.57. Manos. P, cara palmar o anterior; D, cara dorsal o posterior. C, carpo; MC, me
tacarpo; F, falanges y su número de orden; núms. anteriores corresponden a los dedos.
Las prim eras fa la n g e s son huesos largos, sem icilíndricos, con la cara anterior
plana y dos extrem os, el proximal form ado por una cavidad glenoidea, y el distal por
un cóndilo. L as segundas falanges tienen una m orfología similar, pero son algo m e
nores que las prim eras. Las terceras fala n g es tienen una cavidad glenoidea proximal
y su extrem o distal tiene form a de herradura.
La den om in ación de las fa la n g e s contando desde la proxim al a la distal es: pri
mera falange o proxim al, segunda falange o falangita o media, y tercera falange o fa-
langeta o distal.
L a denom inación de los dedos, contando del m ás externo al más interno, es:
primer dedo o pulgar, segundo dedo o índice, tercer dedo o medio, cuarto dedo o anular
y quinto dedo o m eñique.
2.6.4. E x tr e m id a d e s in f e r io r e s o p e lv ia n a s
Se dividen en cuatro segmentos: la cadera, que jun to con el sacro forma la pel
vis, el muslo, la pierna y el pie.
1) Coxal
jo. No debe c o n fu n d irse con el nombre de íleon, que corresponde n tina porción de! intestino delgado.
FlG, 2.5S. Coxal: E, superficie externa: /, superficie interna; il, ilion; ¡s, isquión; p, pubis.
1, cresta ilíaca; 2, espina ilíaca antcrosuperior; 3, espina ilíaca anteroinferior; 4, espina ilía
ca posíerostiperiory la emine?icia pectínea; 5, espina ilíaca posteroinferior; 6, escotadura ciá
tica mayor; 7, espina ciática; 8, escotadura ciática menor; 9, cavidad cotiloidea (rodeada de
lo ceja cotiloidea); 10. (rasfondo de la cavidad cotiloidea; 77, agujero obturador; 12, línea
innominada; 13, carilla auricular (se articula con el sacro); 14, tuberosidad ilíaca; 15, cari
lla articular de la sínfisis pabiana; 16, fosa ilíaca interna; 17, ángulo del pubis (a la izquierda,
el canal subpitbiano).
2) Pelvis
Fio. 2.60. Fémur: A, vista {interior; L, lateral interna; P, posterior. 1, cabeza; 2, cuello; 3, tro
cánter mayor; 4, trocánter menor; 5, cara anterior de la diáfisis: (5') interna y (5") externa;
6, cóndilo externo; 7, cóndilo interno; 8, polea; 9, tuberosidad externa; 10, tuberosidad in
terna; 11, cresta intertrocantérea; 12,fosita para el ligamento redondo; 13, fosa para el múscu
lo obturador interno; 14, línea áspera; 15, línea externa de la trifurcación de la línea áspera,
y 16, línea externa; 17, espacio poplíteo; 18, tuberosidad para la inserción del gemelo; 19,
escotadura intercondílea.
c) Extrem idad inferior. , E stá form ada por la tróclea fem oral, cuyos extremos
posteriores son los cóndilos externo e interno, que sobresalen, quedando entre ellos
la escotadura in terco n d ílea. El cóndilo interno es m ás volum inoso que el externo.
d) D iagnóstico de lado. La cabeza femoral m ira hacia la línea media quedando
la línea áspera en una situación posterior. AI apoyar los cóndilos fem orales sobre un
plano, la diáfisis se inclina hacia fuera, ya que el cóndilo interno es más voluminoso
que el externo.
1) Rótula
2) Tibia
La tibia es un hueso largo, par y asimétrico, de dirección vertical, con dos epí
fisis y una diáfisis.
a) D iáfisis de la tibia. Es prism ática triangular, tiene tres caras y tres bordes
y se ensancha por su extrem o superior. Las caras son bastante lisas, siendo de desta
car en la posterior la línea oblicua (cresta rugosa). D e sus bordes, el anterior se co
noce com o cresta ele la tibia por ser muy agudo en la línea m edia, algo más redon
deada en los extrem os y dando origen en su porción superior al tubérculo anterior.
En su conjunto el borde anterior, al igual que el cuerpo, tiene form a de «S» itálica
poco marcada.
b) E pífisis superior. M uy volum inosa y cuadrangular, m uestra dos superfi
cies articulares para el fém ur o cavidades glenoideas; la interna, mayor. E ntre ellas dos
tubérculos, mal llam ados cresta de la tibia. Por delante y p o r detrás de éstos se en
cuentran las superficies rugosas, anterior y posterior; la prim era, de m ayor dim en
sión. En su borde externo está la carilla articular triangular para su hom ologa de la
cabeza del peroné.
c) Epífisis inferior o distal. Está form ada por una carilla articular para la po
lea astragalina del talus y en el borde interno se encuentra una voluminosa apófisis de
nominada maléolo interno (con su hom ólogo del peroné, forman una horquilla que fija
\a polea del astrágalo).
d) D iagnóstico de lado. El maléolo tibial es interno y la cresta de la tibia, an
terior.
FtO. 2.62. Tibia y peroné: A, vista anterior; P, vista posterior; S, cara superior de la cabeza de
la tibia; /, vista inferior de ta horquilla que para el talus forman la tibia y el peroné. Tibia; 1, tu
berosidad anterior; 2, extremidad superior de la epífisis; 3, tubérculo dé la tibia; 4, borde ante
rior de la cresta de la tibia o espinilla: 5, cara externa de la diáfisis; 6, cara interna; 7, cara ar
ticular para el astrágalo; 8, maléolo interno; 9, tuberosidad interna; JO, tuberosidad externa;
1 1, cara posterior; 12, línea oblicua; 13, cavidad glenoidea interna; 14. cavidad glenoidea ex
terna; 15, superficie espinosa retroespinal. Peroné/ 16, cabeza del peroné; 17, carilla articular
para la tibia; 18, maléolo peroneo o externo; 19, carilla interna que se articula con el asirá-
galo; 20, diáfisis del peroné; 21, canal de los peroneos laterales; 22, articulación tibioperoneal
de la espina inferior (horquilla para la polea astragalina); 23, orificio nutricio de la tibia.
3) Peroné
Se divide en tres sectores: tarso (7 huesos), metatarso (5 huesos) y dedos (14 hue
sos) (fig. 2.65).
1) Tarso
Los siete huesos que lo com ponen se dividen en dos hileras, la prim era form ada
por el astrágalo o talas y el calcáneo, y la segunda por el cuboides (externo), el esca
foides (interno) y los tres huesos cuneiform es.
Es e) más elevado de los huesos del tarso y en él cabe destacar un cuerpo y una
cabeza unidos entre sí por el cuello. La cara superior form a la polea astragalina que
F)0, 2.63. Astrágalo: 1, cabeza; 2, cuello; 3, polca astragalina; 4, cara para el maléolo ti
bial: 5, cara articular para el calcáneo; 6. tubérculos posteriores.
se articula con la horquilla que form an ia tibia y el peroné. La cara inferior del cuerpo
m uestra dos caras an icu lares para el calcáneo y la cabeza se articula con el esca-
foides.
Es el hueso más volum inoso del tarso. Se trata de un hueso corto. En su cara pos
terior se inserta el tención de A quiies. En la cara superior hay dos carillas articulares
para el astrágalo y en la anterior otra para el cuboides. Este hueso forma el talón del
pie.
El escafoides se articula por su parte posterior con la cabeza del astrágalo y por
la anterior con los tres huesos cuneiform es. El cuboides, que es el más externo, se ar
ticula con el calcáneo.
Fíg. 2.64. Calcáneo. Arriba, cara medial; abajo, cara superior. 1, caras articulares para el
astrágalo; 2, cara articular para el cuboides; 3, cara externa; 4, cara posterior en donde se
inserta el tendón de Aquiies.
Fig. 2.65. Pie: D, cara dorsal; P, capa plantar, Sectores; líneas irregulares, primera hilera
del tarso: I, astrágalo; 2, calcáneo. Punteado denso, segunda hilera del tarso: 3, escafoides;
4, cuboides; 5, 6, y 7, primera, segunda y tercera cuña. Punteado espaciado, metatarsíanos.
En blanco, falanges. Los números laterales corresponden a ta denominación de (as falanges
y los números de los extremos a la denominación de los dedos, incluyendo sus metatarsianos.
m inación es sim ilar a las de la m anos. L os dedos tienen deno m in ació n num érica,
aunque el prim ero se conoce tam bién con el nom bre de «dedo gordo» (fig. 2.65).
Reciben este nom bre por su parecido con las sem illas del sésam o (fig. 2.65) y
son pequeños huesos cortos ovales o redondeados que se desarrollan junto a las arti
culaciones o en el in terio r de cierto s tendones del m etacarpo, m etatarso y dedos,
tanto en las extrem idades superiores com o en las inferiores. Su num ero es variable y
son más frecuentes en las inferiores, siendo casi constantes en los metatarsos y algu
nas falanges de los pies.
Si la excavación arqueológica no es m uy m eticulosa, suelen pasar desapercibi
dos, s i e n d o c o n f u n d i d o s c o n pequeñas piedras redondeadas.
2.7. R econocim iento de frag m en to s óseos
2.8.1. A r tr o lo g ía
II. No nos referiremos a la sinovia, poique para la temática de este libro carece da tmerés.
2.8.2. MlOLOOÍA
Esta paite de la anatom ía estudia los m úsculos, gracias a los cuales se moviliza
nuestro esqueleto, pues éstos, unos agonistas y otros antagonistas, actúan como las
palancas (potencia, resistencia) en torno a un punto de apoyo m ediante una coordi
nación entre la contracción y la relajación muscular. En lo que respecta a este estu
dio, tienen im portancia los puntos de inserción muscular en los huesos, que en m u
chos casos es donde pueden encontrarse pequeñas exostosis, crestas y superficies
rugosas para su inserción. Precisam ente la valoración de estas exostosis en los pun
tos de inserción es lo que perm ite valorar la robustez del individuo, ayudar a deter
minar el sexo y, en ocasiones, averiguar el tipo de actividad que desarrollaba e incluso
si era diestro o zurdo,
2.8.3. A n g io lo g ía
En este apartado la anatom ía estudia los vasos por los que circula la sangre: ar
terias, venas y senos venosos. A lgunos vasos dejan su im pronta en Jos huesos, com o
por ejem plo la arteria subclavia a nivel de la clavícula, la arteria m eníngea m edia en
la cara interna del endocr/ineo. E ntre las venas, la yugular da lugar a una m ayor d i
m ensión del foram en ju g u la ris en la base del cráneo, generalm ente en el lado dere
cho, donde el seno sigm oideo se transform a en vena yugular. E ntre los senos venosos
suele m arcarse bastante bien el seno sagital y los transversos en el endocráneo, ya sea
en forma de surcos o crestas o com binando ambos tipos de estructuras (Cam pillo y
BarceJó, 1985; Campillo, 1998). En ocasiones, algunas m alform aciones vasculares o
lesiones con un gran aumento de la vascularización dejan su im pronta patológica en
el hueso (Cam pillo, 1995 y 2001) (véase capítulo 9).
C a p ítu lo 3
E S T U D IO A N T R O P O L Ó G IC O
3.1. G e n eralid a d e s
3.1.1. E s ta d o d e c o n s e r v a c ió n
Se entiende por antropom etría la m edición de los huesos con el objetivo de es
tablecer nexos de com paración entre los distintos individuos y entre los distintos gru
pos o poblaciones. Para poder hom ologar dichas m ediciones es preciso disponer de
unos puntos de referencia fáciles de determ inar y que hayan sido consensuados por el
uso por la m ayoría de los antropólogos y, por extensión, por sus escuelas. A unque
hay diferencias entre Jas distintas escuelas, en el Congreso d eF ran k fu rt(1 8 8 0 ) se llegó
a un consenso global, La base de las m ediciones está constituida por los denom ina
dos punios antropom étricos, a los que forzosam ente han de hacer referencia los ar
cos, cuerdas, planos y ángulos que se determ inan.
Lamentablemente, 110 todos los caracteres se pueden determ inar de form a nu
m érica, son los que se denom inan caracteres descriptivos^ m uy valiosos, pero más
difíciles de consensuar. M ás adelante nos ocuparem os de ellos.
3.2.1. I n st r u m e n t a l antr o po m ét r ic o
Para realizar un estudio antropom étrico sólo tres piezas son esenciales, un
tropóm etro, un com pás de ramas curvas cuyas puntas sean agudas y una cinta m étrica,
que constituyen los com ponentes básicos de un estuche de antropología. Sin embargo,
en un laboratorio de antropología hay m uchos otros instrum entos necesarios para com
pletar el utillaje y poder desarrollar un estudio m ucho m ás m inucioso. Sugerim os los
siguientes: un pie de rey; un antropóm etro para determ inar décim as de m ilím etro, un
antropóm etro de tres ram as, un gonióm etro de gravedad aplicable al antropóm etro es
tándar, un gonióm etro plano, un m edidor de espesores, un osteóm etro, un craneóforo
Fie. 3.1. Conjunto de instrumentos para medir longitudes y ángulos, }, pie de rey; 2, antro
pómetro de precisión que determina décimas de mm; 3, antropómetro estándar que sólo de
termina mm; 4, goniómetro de gravedad aplicable al antropómetro estándar (véanse figs. 3.3,
3.9 y 3. JO); 5, antropómetro ele tres puntas.
del tipo M artin con aguja de nivel para determ inar el plano de Frankfurt, un craneó-
foro de M ollison, un osteóm etro, un m andibulóm etro, un palatím etro, compases de
puntas rectas y curvadas, lupas (figs. 3.1 a 3.7). Las m edidas de longitud y de curva
tura suelen tom arse en m ilím etros, despreciando las décim as, excepto en las piezas
dentarias en que se miden tam bién las décim as de m ilím etro. Los ángulos se miden en
grados.
FiG. 3.2. 6, goniómetro plano; 7, compás de ramas curvas y puntas agudas; 8, compás de
ramas rectas agudos; 9, palatímetro; 10, medidor milimétrico cíe espesores; 11, lupa de mano;
12, compás de puntas agudas y curvas; 13, cinta métrica.
Fio. 3.3. 5 ,-goniómetro de trés puntas; 3-4, antropómetro estándar con el goniómetro de gra
vedad acoplado.
Con el fin de ubicar los objetos en el espacio se han establecido unos planos so
bre la base de las tres dim ensiones geom étricas clásicas: altura, longitud y anchura.
Piano sagital. Es com ún a todo e] cuerpo hum ano (véase 2,5), lo divide en dos
m itades sem ejantes y coincide con el plano anatóm ico medio.
■Plano horizontal. El objetivo prim ordial de este plano pretende correlacionar
al individuo con la superficie del planeta, que se considera plana.
En el siglo xíx se propusieron numerosos planos, pero en el Congreso de Frankfurt
(1880) se im puso el propuesto por Virchow, que fue aceptado por consenso; es el más
utilizado y se conoce con el nom bre de plano de F rankfurt (D elattre y Fenart, 1960).
Los tres puntos que determ inan este plano son: los dos porión, derecho e izquierdo, y
el infraorbitario izquierdo (fig. 3.14), que en el caso de deterioro de dicha órbita puede
ser sustituido por el del lado derecho.
El pla n o vestibular de Pérez (1922), preconizado por Delattre y Fenart (1960)
pero poco utilizado, sigue el curso de los canales sem icirculares horizontales de am
bos aparatos vestibulares, en cuyo cen tro se sitúa un punto denom inado vestibión
(véase craneom etría vestibular). Para su uso se precisaba descubrir ambos conductos
por trepanación o recurrir a un estudio radiográfico dificultoso (estereorradiografía).
Por ser una técnica com pleja, no solía em plearse en la práctica habitual, por lo que por
su com odidad se suele usar el plano de Frankfurt, que casi coincide con el vestibular,
a pesar de que el plano de Pérez es el que se acepta com o fisiológico, ya que no sólo
perm ite relacionar a todos los prim ates, sino también a la totalidad de los vertebra
dos. En la actualidad su em pleo, mediante la aplicación de la tom ografía com putan-
zada (TC), que perm ite la localización de ambos canales vestibulares horizontales con
facilidad, no plantea problem as (Campillo y Carvajal, 1996), aunque su uso se ve di
ficultado igualm ente al no poderse utilizar de forma sistem atizada.
Plano transversal. A nivel del cráneo, es el perpendicular al plano horizontal
que pasa por los dos porión.
a) En el n euw cráneo
— Nasión. Situado en el punto en donde coincide la sutura frontonasal con
la internasal (fig. 3.15).
12
15
13
FlG. 3.15. 1, glabela; 2, nasión; 3, punto espinonasal; 4, prosüón; 5. punto infradental infe
rior; 6, pogonión; 7, gnatión; 8, cui ión; 9, punto cigomaxilar; 10, cigión; 11, go/tión; 12, Oír
chura máxima; 13, anchura de la cara; 14, altura de ¡a cara superior. 15, altura total de la cara.
— Punió glcibelar o g la b eta. Punto más p rom inente en el plano m edio
entre las arcadas supraciliares (fig, 3.19).
— Bregma. Punto en donde coincide la sutura coronal con la sagital (en
los inm aduros y en algunos adultos tam bién coincide la sutura metópica)
(figs. 3.16 y 3.20).
— Vértex. Es el punto más elevado a nivel del plano sagital, perpendicu
lar a la cuerda nasión-inión (fig. 3.20),
— Obelión. L ugar en donde la línea que une los dos orificios parietales
corta la sutura sagital o interparietal (figs. 3.17 y 3.19). C uando estos
orificios están ausentes se sitúa en el centro del sector S3 de la sutura sa
gital.
— Lambda. Su nom bre deriva de su parecido con la letra griega de dicho
nom bre y coincide con el punto de unión de la sutura sagital con la lam b-
doidea (figs. 3.17 a 3.19).
Inion. C oincide con el vértice de la pro tu b eran cia occipital externa
(fig. 3.19).
— Opistiocráneo. Es el punto más alejado de la glabela en el plano medio
(figs. 3.16 y 3.20).
— Opisüón. Punto donde el plano sagital corta el borde posterior del ori
ficio occipital (figs. 3.18 y 3.20).
AC
F¡G. 3.18. 1, incisión; 2, estafüión; 3, bcisión; 4, opistión; 5, inión; 6 ^ 6 , anchura del orifi
cio occipital; 1, punto glenoidea; 8, porión; 9, punto mastoideo; 10, punto digástrico; i 1, lon
gitud del paladar; 12, anchura del paladar; 13, longitud de lo arcada alveolar; 14, anchura
de la arcada alveolar.
Fio. 3.19. 1, proslión; 2, punto espinonasal; 3, nasión; 4, gtabeia, 5, bregma; 6, obelión;
7, lambda; 8, opisíiocráneo, 9, inión; 10, opistión; 12, cigión; 13, punto infraorbital; 14, pte-
rión; 15, estefanión; 10, pumo coronal; 17, punto cigomático; 18, porión; 19, asteríón; AA, al
tura basilar; LM, longitud craneal máxima; PF, plano de Frankfurt; ACS, altura de la cara
superior; AN, altura nasal.
Fig. 3.20. Sección sagital ¿leí cráneo. 1, prostión; 2, punto espinonasal; 3, nasión; 4, glabela,
5, bregma; 6, vértex; 7, /ambda; S, ¡mojí; 9, opistión; 10, punto mastoideo; 11, basión; 12, se-
Ilion; 13, opisíiocráneo; W, ángulo de Welcker; AB, altura basilar; AC, altura de la calota;
LM, longitud craneal máxima; LGl, longitud glabela-inión; PF, plano de Frankfurt; LB, lon
gitud de la base del cráneo; LC, longitud de la cara; PAC, plano alvóoio-comtíleo.
— Basión. Punto donde el plano sagital corta el borde anterior del orificio
occipital (figs. 3.18 y 3.20).
■— Sellión. Corresponde al centro del plano que une en la silla turca sus
apófisis clinoides anteriores con las posteriores. La determ inación de este
punto suele hacerse por radiografía (fig. 3.20).
— Endinión. C orresponde al vértice de la protuberancia occipital interna.
b) Puntos en la m axila
— Punto espinal, espinonasal o subnasal. Coincide con el vértice de la es
pina nasal (figs. 3.15 y 3.20).
— Punto alveolar superior o prostión. Punto más bajo de la arcada alveo
lar superior entre los incisivos m edios (figs. 3.15 y 3.20).
—• Punto oral o incisión. Situado en ta línea m edia, coincide con el lugar
donde una línea horizontal, que une el borde posterior de los alvéolos de
los dos prim eros incisivos, cruza la sutura interpalatina (fig. 3,18).
— Estafilión. Punto en que la tangente que une los puntos más anteriores
de los arcos palatinos de las coanas cruza la sutura palatina (ftg. 3.18).
c) Puntos &n la mandíbula
— Punto infradental, Punto más elevado del borde alveolar, entre los in
cisivos inferiores medios (fig. 3.15 y 3.21).
Fig. 3.21. Mandíbula. 1, punto infradental; a, ángulo mentoniano; 2, pogonión; 3, punto sin-
fisario; 4 altura de lo sínfisis; 4¿->5, referencias para la lo?igitud de la mandíbula; 6, altura
del cuerpo entre P)~P2: 7, altura del cuerpo entre 8, anchura de la rama; 9, altura de
la rama; 10, longitud de la mandíbula; 11, anchura bicondílea; 12, anchura bogoniaca; ¡3, án
gulo goniaco; a, anchura de la rama; ap, anchura de proyección.
— Pogonión. Es el punto más saliente del mentón en la línea media y viene
determ inado por el lugar en que el plano perpendicular a la base de la
mandíbula contacta con el mentón (figs. 3.15 y 3.21).
•— Gmitión, punto submentoniano o sinfimrío. Coincide con el lugar en que
el plano sagital corta el borde inferior de la mandíbula (figs. 3.15 y 3.21).
3.2.2.3. Longitudes
Las longitudes y las cuerdas se miden con el antropóm etro o con el compás de
ramas curvas, m ientras que los arcos se miden con la cinta métrica.
1) N eurocráneo
1. El teorenm de Pitágoras dice: «el cuadrado de la hipotenusa es igual n In suma de los cuadrados de
timbos catetos», por lo Imito la longitud de un cateto viene dada por la roí?, cuadrad» de la diferencia de) r.u:i-
drado de la hipotenusa con el cuadrado del otro cateto.
B
2. La comparación entre las cuerdas y arcos sectoriales (frontal, parietal y occipital) permite deducir lu
mayor o menor curvatura de estos huesos en la linca media.
u) Arco sagital occipital. Longitud de la curva com prendida entre lambda y
opistíón (fig. 3.20).
v) Arco de la escam a occipital suprainiana. Longitud de la curva com pren
dida entre lam bda y inión (fig, 3.20).
3) Espiacnocráneo
4) M andíbula
3. S e denomina hipertelorísmo a una anchura inierorbiiaria grande y acostumbro a ser mi signo de deter
minadas patologías.
f) Altura del cuerpo. Se m ide entre P ,-P 2 y entre M ,-M 2 (fig. 3.21).
g) Grosor del cuerpo. Se m ide entre P (-P2 y entre M ,-M 2 (fig. 3.21). La medida
puede tomarse en vertical (a) o en proyección (ap), debiendo especificarse cuál se usa.
5) Angulos
Fig. 3.24. Ángulo del peifd total: nasión-prostión-plano horizontal (a) y ángulo da progna
tismo alveolosubnasal ((5).
h) Ángulo del perfil total. N asión-espinal-horizontal (fig. 3.24-a).
i) Prognatism o fa c ia l superior.
Según el ángulo del perfil total:
M enos de 70° hiperprognatism o (m axila m uy saliente)
de 70° a 79,9° prognatism o (m axila saliente)
de 80° a 84,9° m esognaiism o (m axila poco saliente)
de 85° a 92,9" ortognatism o (m axila no saliente o cara plana)
93° o m ás hiperortognatism o (cara m uy plana) '
6) Volumen craneal
Para m edir el volum en o capacidad craneal cuando el cráneo está com pleto se
procede a taponar los pequeños orificios naturales, tales com o las hendiduras esfe-
noitiales, los forám enes yugulares, etc., y a continuación se llena la cavidad endocra-
neal a través del orificio occipital con pequeños perdigones (2 mm) o con granos de
cereales, com o por ejem plo el mijo. A continuación se vacía el contenido del cráneo
en un recipiente graduado para com probar el volum en obtenido. Sin em bargo, cuando
el cráneo ésta deteriorado se puede determ inar su volum en m ediante diversas form u
las, entre las que citam os las de Joi'gensen (1956):
a) M edida del volum en de la calóla por encim a del plano glabela-inión, apli
cando la fórmula:
Capacidad craneal = 0,8 volum en calota + 280 cc ± k 80 ce
b) Otra fórm ula que se puede aplicar cuando la base del cráneo está destruida
es la de Jorgensen (Olivier, 1960); se basa en m edir la circunferencia craneal m áxim a
pasando por el plano glabela-inión:
Capacidad craneal = 5,43 circunferencia en mm - 1,346 cc ± k 100 cc
M ás exactas son las form ulas de Pearson (1924):
á) En función de la altura auricular:
cf = 359,34 4- (0,000365 X longitud x anchura x altura)
9 = 296,40 + (0,000375 x longitud x anchura x altura)
1) índice cefálico
2) índices de altura
Todos estos índices tienen en com ún el factor altura, pero varían según se em
plee la altura basilar (basión-bregma) o la altura auricular (porión-bregma). En los cua
dros adjuntos especificarem os qué m edida se em plea.
a) índice de altura anchura:
3) Indices faciales
a) í n d i c e facial total:
d) índice fronloparieta):
e) índice orbitario:
A ltura de la órbita x 100 i anchura de la órbita:
M enos de 76 mm cam econque (órbitas bajas)
de 76 a 84,5 mm m eso co n q m (órbitas medianas)
85 o más mm hipsiconque (órbitas altas)
J) índice nasal:
Anchura nasal x 100 / altura nasal:
M enos de 47 mm leptorrinia (nariz, estrecha)
de 47 a 50,9 mni m esorrinia (nariz mediana)
de 51 a 57,9 mm pladrrinia (nariz ancha)
58 o más m m hiperplatirrinia (nariz, muy ancha)
g) índice palatino:
Anchura paladar x 100 / longitud del paladar:
4) índices mandibulares
a) índice goniocondíleo;
A nchura bigoníaca x 100 i anchura bicondílea:
Los valores son menos elevados en la mujer, lo que significa que la separación
es menor. E ntre las denom inadas «razas blancas» su valor oscila alrededor de 84.
c) índice mandibular:
Longitud total x 100 / anchura bicondílea:
M enos de 85 mm braquignata, ancha o corta
de 85,0 a 89,9 mm m ediana o m esognaia
90 o m ás mm dolicogn ata, estrecha o larga
3.3.1. N omenclatura
En el lenguaje antropológico hay cierta confusión term inológica cuando nos re
ferim os a los huesos de la cabeza o cráneo, razón por la que concretarem os algunos
términos:
3.3.2. C a ra c te re s g e n e ra le s
Es necesario valorar el espesor de los huesos en los distintos puntos (véase apar
tado 3.2.2.2.), así com o los relieves para las inserciones musculares, indicando su in
tensidad. Estos relieves están en relación directa con la fortaleza de la m usculatura,
siendo, en general, m ás acusados en el hom bre que en la mujer. También se hace una
valoración de la m orfología de las suturas craneales, tanto en cnanto a la com plica
ción de su dibujo (fig. 3.26) com o a la ausencia o presencia de sinostosis, que está re
lacionada con la edad del individuo (véase capítulo 4) y que en ocasiones tiene un ca
rácter patológico (véase capítulo 9).
En la descripción tam bién deben m encionarse las piezas dentarias que estén
presentes, tanto si se trata de restos fetales, niños, individuos inm aduros o adultos
y, en el caso de que haya habido pérdida, cuál es el estado de su alvéolo (véase el
apartado 3.4. y los capítulos 4 y 9): si está bien conservado, si ha dism inuido su al
tura o si se ha producido una reabsorción. Tam bién debe consignarse la presencia de
caries, la distancia entre la corona y el borde alveolar, la presencia de dientes su
pernum erarios, la hipoplasia o cualquier otra alteración que se detecte (véase capí
tulo 9).
3.3.3. D e s c rip c ió n s e g ú n s u s n o r m a s
Se denomina norma al contom o establecido para definir las superficies del crá
neo como si estuviese incluido en un cubo, lo cual permite establecer seis caras: an
terior, posterior, superior, inferior y laterales derecha e izquierda. Por consenso se usa
Ja la te r a l iz q u ie r d a .
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Fio. 3.26. Esquema de la complicación de las suturas craneales, según Oppenhein. I, sutura
coronal; 11, sagital; lií, lambdoidal; IV, sutura occipitomastoidea.
3 , * •> O * * w ,
t / - . ' ' / A ,
a) Para su valoración suelen em plearse las tipologías descritas por «Sergi, quien
las limita a siete (Fig. 3.28).
b) Las protuberancias frontales pueden ser prom inentes, aplanadas, etc.
c) También las protuberancias parietales pueden ser prom inentes, aplanadas, etc.
d) Los arcos cigom áticos, según sea la cara ancha o estrecha, pueden verse al
exam inar la norm a superior. Cuando son visibles hablam os de fenocigia y cuando no
son visibles de criptocigia. En la figura 3,25-D hay una fenocigia muy evidente; en la
M la fenocigia es m uy discreta; y en la B hay criptocigia.
2) Norm a lateral
1 2 3 4 5
3) N orm a anterior
Fig. 3.35. Variaciones moifológ icas de las órbitas (según Strouhal): 1, cuadvangular; 2, rec
tangular; 3, circular; 4, trapezoidal estrecha; 5, trapezoidal ancha.
f) N ariz y fo sa s nasales. Los huesos nasales pueden tener una m orfología muy
variada; hasta 8 tipos según la clasificación de M artín-Saller (fíg.3.36). L as fosas na
sales pueden tener una morfología variada, ancha o estrecha, ovoidea, periform e, elip-
soidea, circular, en «corazón de naipes» (fig. 3.37), con o sin fosita prenasal o sillón
(fig. 3.38).
g) M alares o póm ulos. Robustos, gráciles, prom inentes, aplanados, etc.
h) Maxila. Robusta, grácil, etc.
i) Fosa canina. Profunda, aplanada, etc.
j) Relieve de las raíces dentales. Muy acusado, poco acusado, con perforación
en algún punto (fig. 3.39).
k) Proporción de la cabeza. Según el índice total de la cara, teniendo en cuenta
la amplitud y verticalidad de la frente, puede ser estrecha, mediana o ancha (Fig. 3,40).
1 1 % i
1 2 3 4 5 6 7 8
© 0
1 2 3 4 5
Fig. 3.4 I. Clasificación de la norma posterior del cráneo, según Bickstedt: 1, cuneiforme;
2, esferoide; 3, domiforme; 4, domiforme muy marcado; 5, en tiendo de campaña.
5) N orm a inferior ,
a) Arcada dental. Suele ser parabólica, pero puede adoptar la form a en «U» o
en herradura (fig. 3.42).
6) M andíbula
a) Piezas dentales c o n se ja d a s.
b) Cuerpo (fig. 3.21). Grado d e robustez, a sp ec to d el m en tó n , m o r fo l o g í a d e
Jas a p ó l i s i s gen i (fig. 3.44) y situ a ció n d e lo s o rificios m en to n ian os.
Fio. 3,43, Morfología del orificio occipital: /, en forma de pico de naipe francés; 2, rom
boideo; 3, elipsoide; 4, esferoide: 5, triangular. Variaciones en los cóndilos occipitales: A) pre
sencia de los tubérculos precondüeos ( -l); B) osificación del ligamento de la apófisis odontoi-
des del axis; C) presencio del tercer cóndilo (t) y cóndilos bífidos (b).
FlG. 3.44. Cara interna del cuerpo de la mandíbula. Las apófisis geni muestran una variada
morfología y en este esquema (G) mostramos algunas variedades. SL. fosa sublingual; D, fosa
digástrica.
3
Fig. 3.45. Variaciones de la espina de Spix: 1, ausencia de la espina y presencia de. varios
puentes sobre el surco milohioideo; 2, ausencia de la espina y un solo puente milohioideo;
3, presencia de la espina, pequeña si no sobrepasa los 2 iwn y grande si los sobrepasa (
Fig. 3.46. La barbilla o mentón. M) una sola prominencia: el mentón (e); TM) tres prom i
nencias: la eminencia nientoniana (e) y los dos tubérculos parainentonianos (t y t ‘), que con
forman el trígono mentoniano. M es mas frecuente en el sexo femenino Y TM en el masculino.
Fio. 3.47. Variaciones del mentón según De Villiers. 1, mentón redondeado; 2, mentón p i
ramidal; 3, mentón en estrella; 4, mentón de morfología alargada y ancha; 5, mentón trian
gular ‘rugoso; 6, mentón saliente.
Fig. 3.48. Variaciones del mentón según Schultz. 1, barbilla redondeada con una protube
rancia mentoniana débil; 2, barbilla redondeada con protuberancia y tubérculos mentonia-
nos regulares y medianamente robustos;. 3, barbilla angulosa con fuertes tubérculos mettto-
nianos yprotuberancia mentoniana con poca procidencia; 4, barbilla angulosa con protuberancia
mentoniana y tubérculos muy marcados; 5, barbilla puntiaguda con gran procidencia de la
protuberancia mentoniana y escasa de los tubérculos; 6, barbilla puntiaguda con gran proci
dencia de la protuberancia mentoniana y m e d ia n a de los tubérculos.
7) Peso del cráneo
En los individuos de raza blanca es de unos 600 gr para los varones y de 560 gr
para las mujeres. Casi con toda seguridad se puede afirm ar que el sexo es m asculino
cuando el peso sobrepasa ios 800 gr y fem enino por debajo de los 430 gr.
8) índice craneomandibülar
El peso de los dos fém ures en las m ujeres es igual al del cráneo.
En el varón el peso de am bos fém ures es superior, aunque solam ente se acepta
cuando lo sobrepasa en 30 gr o más
3.3.4. C ra n iz o m e tría v e s t i b u l a r
Este estudio se basa en los trabajos sobre el plano vestibular de Perez (1922) y
en los criterios seguidos por D elattre y Fenard (1960) que hoy se han visto sim plifi
cados gracias a que podem os em plear la radiología m ediante la técnica de la tomo-
grafía com putarizada (TC). A nuestro entender, es la técnica m ás correcta, aunque su
uso se ve lim itado por las dificultades para disponer o acceder a uu tom ógrafo en un
laboratorio de antropología, razón por la que se sigue empleando el plano de Frankfurt.
U na vez determ inado el plano vestibular, que pasa por el centro del canal horizontal
del aparato vestibular, cuyo nom bre es vestibión (sustituye al porión), se puede deter
minar el plano transversal que pasa por dicho punto. B1 tercer plano, el sagital, es co
mún a la técnica vestibular y a la clásica.
Las ventajas de este m étodo consisten en que es aplicable a todos los vertebra
dos y no sólo perm ite el estudio com parativo con los hom ínidos y todos los primates,
así com o con las otras especies, pues el plano vestibular es independiente de las res
tantes estructuras craneales.
El método em plea unos puntos antropom étricos distintos a los de la antropolo
gía clásica y sugerim os a las personas interesadas en em plear este método que con
sulten a D elattre y Fenard (1960) y C am pillo y Carvajal (1996) (fig. 3.49).
2
F ig .3.49. Arriba: sección del cráneo que pasa por ambos conducios semicirculares v esti
bulares (1-1); 2, plano sagital. Abajo: los planos vestibulares: 1, plano vestibular (horizon
tal); 2, plano sagital; 3, plano transversal. El punto donde se cruzan los planos / y 3 c o r r e s
ponde. a nivel del borda extemo del conducto semicircular horizontal, con el punto denominado
vestibión, sólo visible mediante RX (dibujo S. Campillo).
3.4. Los dientes
3.4.1. G e n e r a l id a d e s
En los antiguos tratados de anatomía los dientes, por su dureza y parecido con
el hueso, se consideraban como tales, pero en la actualidad sabem os que son estruc
turas de origen dérm ico de gran resistencia al paso del tiempo. Su interés en antropo
logía es muy grande, pues permiten determ inar la edad en los individuos, más en los
inmaduros, y realizar numerosas deducciones sobre patología, alimentación y aspec
tos culturales.
En los adultos, la dentición consta de 32 piezas, 16 en la arcada maxilar y 16 en
la mandibular, siendo la fórmula de cada hemiarcada: 2,1.2.3, que corresponde a dos
incisivos, un cnnino, dos premolares y tres molares. En los niños solamente consta de
20 piezas, cuya fórmula es 2.1.2, que corresponde a dos incisivos, 1 canino y dos m o
lares, careciendo de premolares. D escribirem os la dentición del adulto y la decidual y
explicaremos la nomenclatura abreviada. L a cronología en la aparición de los dientes
se incluirá en el capítulo 4 y la variabilidad y su patología en el capítulo 9.
Todos los dientes constan de una corona, una raíz y, entre ambas, el cuello. La
corona constituye la parte visib le del diente en un individuo sano, de la que se des
prenden una o varias raíces que se van adelgazando de forma progresiva y cuyo vér
tice se denom ina ápice. Cuando hay más de una raíz, éstas pueden unirse en uno o
dos bloques, quedando siem pre ocultas en el interior de sus alvéolos. Entre ía corona
y la raíz, a la pequeña estrangulación que constituye el cuello, se adhiere la encía. La
raíz está recnbierta de un cem ento y se fija ai alvéolo por un tejido periósticoconec-
tivo denom inado periodontio. El núcleo del diente está formado por un tejido que se
denom ina dentina o marfil, que es de color blanco-am arillento, y en su interior se en
cuentra la cavidad pulpar de la que sale un fino conducto que finaliza en el ápice de
la raíz. En el interior de la cavidad pulpar hay vasos y nervios que, a través del con
ducto dentario, se ponen en com unicación desde los m axilares con el sistem a nervioso
y vascular del individuo. La corona, de distinta m orfología para cada diente, está re
cubierta por el esm alte, su stan cia m uy dura de c olor b lan co. La articulación del
diente en e) alvéolo suele denom inarse gonfosis (articulación en forma de cuña), de
nom inación aceptada por su em pleo, pero incorrecta, puesto que entre la raíz y el al
v éolo hay una separación de 1 o 2 décim as de mm (fig. 3.50).
Los dientes suelen contactar entre sí, salvo en los casos en que hay diastemas'1
y, cuando se exam inan en una ortopantografía,5 resulta evidente que las raíces se in
clinan en sentido distal, «huyen» de la línea media (fig. 3.51).
Cada diente está form ado por uno o varios conos y cada uno da origen a una cús
pide en la corona y a una raíz.
En general, tanto en las fichas com o en el.estudio de los dientes, suele em plearse
una nom enclatura abreviada, pero se usan diversas m odalidades de abreviaciones,
siendo las más corrientes las que incluim os en el cuadro 3.3.
Personalm ente solemos usar la nom enclatura de «C», que lentam ente se va im
poniendo en los estudios antropológicos y que en la actualidad usa la práctica totali-
dad de los odontólogos (excepto en los EE.UU.). En ocasiones, cuando hay pocos dien
tes, usamos la «A».
Para definir la form a o situación de un diente hay que utilizar com o referencia
las caras de su corona: vestibular o labial (externa) (V); lingual o interna (L); mesial
o m edial (M ), la más próxim a al plano sagital; distal (D), la más próxima a la garganta;
la oclusal corresponde a la superficie m asticatoria (figs. 3.51 y 3.52).
Fia. 3.51. Esquema de la ortopantografía de un adulto, que perm ite ver cóma las raíces
tienden a alejarse de la línea media; esta circunstancia ayuda a determinar cuándo se han des
prendido a qué lado corresponden los dientes.
' M3 M 2 M1 I>2 P1 C I211 I112 C P l P2 M' M2 M3
M3 IVÍ2 M j Pz P, C I2 5, I, I2CP, p 2 m , m 2m 3
A-
m2 m1 c i2 i1 i1 i2 c m1 in2
^ nij c ii tj ll h c ni] mi
( 1» 17 16 15 14 13 12 11 [21 22 23 24 25 Z6 27 28
48 47 46 45 44 43 42 41 131 32 33 34 35 36 37 38
55 54 53 52 51 161 62 63 64 65
[ 85 84 83 82 81 171 72 73 74 75
<•1 2 3 4 5 6 7 8 19 10 11 12 13 14 15 16
32 31 30 29 28 27 26 25 1 24 23 22 21 2019 1817
D a b c d e f g I» ¡ J
t s r q p io n ra 1 k
\
C u a d r o 3 . 1. El cuadro está impreso como si viésemos la boca de una persona simada en
frente. A) Nomenclatura más común en antropología, en que las letras corresponden a la ini-
cial de la pieza dental, en mayúscula las del adulto y en minúscula las deciduas, señalando
con un índice numérico las superiores y con un subíndice las inferiores (en esta nomenclatura
hay que indicar si corresponde a la arcada derecha o izquierda). B) Nomenclatura bastante
usada entre los odontólogos, indicando el ángulo si el diente es superior o inferior, corres
pondiendo el núm. 1 al incisivo medio y el 8 al tercer molar. C) Nomenclatura moderna acon
sejada por la Asociación Internacional de Odontología (arriba la de adulto y abajo la deci
dua). D) Nomenclatura habitual en EE.UU., en que el 1 corresponde al 3‘ m olar superior
derecho y el 32 al 31' molar inferior derecho y, en los dientes deciduos, a y i corresponden a
los segundos molares derechos. En las nomenclaturas C y D, los números y letras siguen el
sentido de las agujas del reloj.
Fig. 3.52, Sección esquemática de una hemiarcada dental inferior izquierda. M) línea me
dia, a la que se referencia la cara mesial de la corana; UN) lengua, o la que hace referencia
la cara lingual; V) vestíbulo de la cavidad bucal a la que hace referencia la cara vestibular,
que para ios dientes anteriores (incisivos y caninos) (ant). puede referirse a cara labial (L),
nunca para los dientes laterales (premolares y motares) (tat); D) porción disial, en donde se
sitúa el trígono retromolar, la más próxima a la garganta. Y) Corresponde al tercer molar, que
a veces se denomina yugal. Para mejor comprensión hemos mostrado un segundo molar infe
rior izquierdo {46), visto p o r su cara oclusal, marcando cada una de sus caras.
Los dientes de] adulto son: Sos incisivos, los caninos, los premolares y los mo
lares, que como ya dijim os totalizan 32, 16 en cada arcada, aunque sus características
son distintas en cada una de ellas. Los de cada hemiarcada son sem ejantes, pero no
idénticos, con sus rasgos invertidos, com o cuando una imagen se refleja en un espejo
(figs. 3.51 y 3.54).
Fig. 3.53. Contacto entre los clientes superiores e inferiores. A la derecha traslape.
Fig. 3.54. Dentición completa del adulto: S, superior e i, inferior.
1) In cisivos (fig. 3 .5 5 f
7. En In descripción de los dientes usurem os las sigu ien tes abreviaciones: M = m esial; D = ríistal;
V —vestibular o labial; L = lingual-, uniendo estos letras nos referiremos a superficies o n distancias como, por
ejemplo, MD = mesiodistnl, VL = vestibulolingual. etc.
Fig. 3.55. Esquema de los diferentes tipos de dientes vistos por sus caras vestibulares, lin
guales, tnesial.es y oclusales: el número indica el diente de que se trata, según la nomencla
tura de la Asociación Internacional de Odontología, que hemos comentado en el cuadro 3.1.
Los incisivos inferiores presentan escasas diferencias entre sí, determinadas prin
cipalm ente por el tam año, m ayor en el lateral que en el central. Además, el desgaste
puede dar una inclinación en sentido distal al segundo incisivo.
Para distinguir los incisivos derechos de los izquierdos puede ser una orienta
ción la inclinación del borde cortante — la altura de la corona es m enor en el ángulo
distal que en el m esial— ; adem ás las raíces presentan tam bién una cierta oblicuidad
respecto al eje del diente hacia el lado al que pertenecen, «huyen» de ]a línea media.
2) Caninos
Son cuatro en total, dos superiores y dos inferiores, situados cada uno al lado
de los segundos incisivos, y sirven para desgan ar y rom per los alimentos dada la forma
puntiaguda de su corona.
Las cuatro piezas tienen una forma similar, por lo que es necesaria una obser
vación detallada para distinguirlas entre sí. En general, las superiores son m ayores que
las inferiores. La cara vestibular es más alargada en el canino inferior, el borde cor
tante es asim étrico, con la porción m esial más corta que la distal.
L as caras m esiales son m ás estrech as y altas en el canino inferior, el borde
cortante es asim étrico , con la porció n m esial m ás co rta que la distal. En cuanto a
la cara lingual, el cinguium — dibujo— es mayor en este último. La raíz es larga y
gruesa en sentido vestibulolínguai y es la m ás volu m in o sa de todas las piezas den
tales.
3) Prem olares
Son ocho, cuatro superiores y cuatro inferiores, agrupados de dos en dos a cada
lado del m axilar. La corona es m ás com pleja que en los incisivos y caninos, pues se
com pone de dos cú sp id es. Ig u alm en te, la raíz pu ed e se r doble en algunos casos.
Los superiores tienen orden decreciente, el prim ero es m ayor que el segundo,
m ientras que en los inferiores sucede lo contrario. La cara vestibular de los superio
res es vertical, la de los inferiores más curvada. Lo contrario sucede con las respecti
vas caras linguales. En la cara oclusal podem os ver que el surco entre cúspides es
rectilíneo en los dientes superiores y convexo en los inferiores.
Para distinguir entre el prim er y segundo prem olar superior hay que valorar el
tam año de las cúspides, pues en el prim ero la lingual es m enor que la vestibular, m ien
tras que en el segundo son equivalentes. El prim ero tiene m uchas veces una raíz bí-
fida, la vestibular m ayor que la lingual.
En los prem olares inferiores también hay que observar las dim ensiones, m ayo
res en el segundo que en el prim ero. La cúspide lingual, que en el prim ero es muy p e
queña y determ ina una cara oclusal muy oblicua, es casi idéntica a la vestibular en el
segundo. Ésta tiene adem ás una form a más cúbica.
Para diferenciar entre los derechos y los izquierdos hay que recurrir, com o en to
das las piezas dentales, a la observación de la corona, m ás alta en la cara mesial que
en la distal y m ás ancha la vestibular que la lingual. En relación con la raíz, el ángulo
que form a con la corona es m ás agudo en el lado distal que en el mesial.
4) M olares
Son doce, seis superiores y seis inferiores, agrupados de tres en tres. Junto con
los prem olares, sirven para la trituración de los alim entos; para ello poseen una su
perficie oclusal de m ayor tam año y com plejidad que Jas dem ás piezas dentales. La co
rona es volum inosa con varias cúspides y raíces múltiples. Tienen un orden decreciente
del prim ero al tercero.
Entre los superiores e inferiores las diferencias en la corona se refieren a la cara
oclusal. Los superiores tienen las caras laterales inclinadas hacia el mism o lado y pue
den inscribirse en un paraielogram o. Los inferiores pueden inscribirse en un rectán
gulo. El diám etro V L es m ayor que el M D en los superiores; en los inferiores sucede
lo contrario.
Las cúspides son tam bién distintas. En los superiores, la M L y la V D están dis
puestas de form a oblicua. En los inferiores están situadas regularm ente a lo largo del
borde vestibular y del lingual. Los m olares superiores tienen dos raíces vestibulares y
una lingual. Los inferiores sólo tienen una mesial y otra distal.
Para diferenciar las piezas derechas de las izquierdas hay que aplicar los mism os
criterios m encionados en los prem olares, con la salvedad del prim er m olar superior
donde la cara lingual es más ancha que la vestibular,
a) P rim er m olar superior. Posee cuatro cúspides: dos vestibulares y dos lin
guales (V L>VM >VD >D L). La cara vestibular presenta una asim etría: el borde distal
es m enor que el m esial, mientras que en el lingual sucede lo contrario. D e perfil, la
cara vestibular presenta una curvatura regular, la lingual es más abultada cerca de la
raíz. La raíz m ayor es la lingual, seguida en orden decreciente por la VD y la VL. Estas
últim as están ligeram ente incurvadas, con la concavidad hacia el interior.
b) Segundo m olar superior-(fig. 3.56). Posee cuatro cúspides, pero la porción
distal de la corona es m enor y la cúspide (DL) es muy pequeña. Las raíces son asi
m ism o tres, pero pueden estar fusionadas o apiñadas.
c) Tercer m olar superior (fig. 3.56). Las form as son muy variables, pero la
típica es de tres cúspides, dos vestibulares y una lingual, esta últim a muy desarrollada.
Las raíces están fusionadas aunque pueden verse surcos separando las tres.
d) P rim er m olar inferior (fig. 3.56). Tiene norm alm ente cinco cúspides y dos
raíces. Tres cúspides son vestibulares y dos linguales (M L>DL>V D>central>VD ). El
borde vestibular de la caía oclusal es convexo y largo, m ayor que el lingual; los bor
des laterales son convergentes hacia la cara lingual. La cara vestibular presenta relie
ves de las cúspides, siendo m ayor la m esial, m ientras que la lingual tiene perfil de
dos cúspides. En la cara vestibular se observa un abultamiento en el tercio cervical o
cercano a la raíz. Tiene dos raíces, una mesial gruesa y una distal más delgada, con
muy ligera curvatura y oblicuas en sentido distal.
55 54 53 52 51
Fio. 3.56. Arriba: dentición decidua de la hetuiarcada derecha. Abajo: morfología de ¡os mo
lares.
e) Segundo m olar inferior (fig. 3.56). Tiene cuatro cúspides, dos vestibulares
y dos linguales (V M >M L>VD >DL), aunque la m orfología del resto de la corona es
sim ilar a la anterior. Las dos raíces pueden aparecer fusionadas.
f) Tercer m olar inferior (fig. 3.56). D e m orfología m ás constante que el su
perior, tiene cinco cúspides que dan a la corona una form a alargada en sentido MD.
Las raíces suelen aparecer fusionadas y curvadas en sentido distal. '
3.4.3. M o r f o lo g ía d e lo s d ie n te s d e c id u o s
a) Incisivos y caninos, Las coronas presentan los m ism os caracteres que los
perm anentes, aunque el canino superior es más agudo.
b) Molares. Tienen un orden creciente, los prim eros son menores que los se
gundos. El 54 tiene características m uy similares al 18 pero con el abultam iento cer
vical más acentuado y de m enores dim ensiones. Ambos m olares se im plantan con tres
raíces (una lingual y dos vestibulares) muy divergentes y aplanadas,
El 55 tiene cuatro cúspides (dos linguales y dos vestibulares). Las caras de la co
rona tienen el siguiente tamaño: V M >M L>V L>D L, con un notable abultam iento cer
vical. El 85, com o el superior, es muy sem ejante a los 46-47, con dos raíces como los
definitivos, muy divergentes y aplanadas.
3.4.4. M e d ic ió n d e l o s d ie n te s
Los dientes pueden ser descritos según su m orfología anatóm ica y según la si
tuación particular de una pieza o del conjunto dental del individuo. Los caracteres des
criptivos más elem entales son: 1) los incisivos en la cara L pueden tener la m orfolo
gía en «pala»; 2) los surcos en los caninos; 3) el número de cúspides en 33^34 y la
presencia del tubérculo lingual en los prem olares; 4) las cúspides de los molares, que
pueden sufrir variaciones num éricas, de distribución y desarrollo, adem ás de la pre
sencia del tubérculo de Carabelli en los superiores.
D esde un punto de vista general hay que hacer constar el tipo de desgaste, la pre
sencia de sarro, caries e hipoplasia (véase capítulo 9). Cuando disponem os de una ar
cada completa es necesario consignar el núm ero de dientes engarzados y aquellos per
didos en vida —-cuando hay reabsorción alveolar— , la posición norm al o defectuosa
de las piezas y el tipo de oclusión.
D esgaste dental, según Brabant: 0 ~ no hay desgaste; 1 = desgaste parcial del es
malte; 1 ~ desgaste del esm alte dejando visible en algunos puntos la dentina; 3 = des
gaste total del esm alte y sólo se ve la dentina; 4 = desgaste de toda la corona hasta el
cuello.
A cum ulo de sarro (cálculo): debe especificarse su localización. Cuam iíicación:
0 = ausencia; 1 = depósito irregular y fino; 2 = depósito grueso y discontinuo; 3 = de
pósito grueso y continuo, parcial de la cara; 4 ~ depósito extendido a toda la cara.
1) Caracteres m ensurables
Los estudios antropom étricos de la colum na vertebral son muy limitados y se re
ducen a la medición de los cuerpos vertebrales de forma independiente, la cara supe
rior y la inferior, tom ando los diám etros m áxim os, anteroposterior y transverso. Se
m ide también la altura del cuerpo en su parte anterior y posterior a nivel del plano sa
gital y según el plano transverso, en su lado derecho e izquierdo. Cuando las discor
dancias son evidentes perm iten valorar la cifosis, la lordosis y la escoliosis. También
tiene interés la m edición del orificio transverso en sentido sagital y transversal.
Para la colum na lum bar suele em plearse el índice de Cunningham .
a) índice de Cunningham :
Altura vertebral anterior x 100 / altura posterior (fig. 3.57):
Los índices más bajos corresponden a las tipologías occidentales europeas, las
interm edias a las orientales y las más elevadas a las negroides.
En las m ediciones de la colum na vertebral siem pre se tiene que tener en cuenta
el error secundario a la ausencia de los discos ínter vertebrales,
3) Variabilidad
D oisalización de las cervicales o lum bares, lum barización de las dorsales o sa
cras, las lumbares.
s a c r a liz a c . ió n d e
3 .5 .1 .1 . Sacro
En genera] está formado por cinco vértebras, puede tener seis (21 %) o cuatro
(1 %) y excepcionalm ente siete (0,1 %), Estas variaciones son más frecuentes en el
varón y en ocasiones solam ente afectan a un lado.
Altura máxima: distancia entre el borde anterior de la base del sacro al vértice.
A nchura máxima: distancia entre los bordes externos de las alas sacras.
Anchura del ala: distancia entre el borde de la cara articular para la quinta lumbar.
Longitud del sacro: es la distancia máxima entre el promontorio (borde anterior de
su cara superior en el plano sagital) y la punta o vértice del hueso en su cara anterior,
índice de anchura:
A nchura m áxim a x 100 / longitud máxima
Los índices más elevados corresponden a los varones, pero varían según las dis-
Tintas tipologías. En los «blancos» suele ser superior a 110, en los orientales superior
a 100 y en los negroides oscila entre 90-95 (Olivier, 1960).
2) Caracteres descriptivos
Osificación. Se inicia de abajo arriba y tiene lugar entre tos 15 y los 30 años.
Sj y S2 rara vez antes de los 25 años y S, no suele finalizar hasta Los 30 años.
Basalidad. Cuando el extrem o de las alas sacras no alcanzan la plataform a del
cuerpo de S, se denom ina hipobasal (sacro bajo) si las alas están al mismo nivel or-
tobasal y si sobrepasan la plataform a hiperbasal (alas elevadas). Los sacros homoba-
sales predom inan en el sexo fem enino, y los hiperbasaies en las «razas blancas».
3 ,5 .2 . A n t r o p o l o g í a d e l a s e x t r e m id a d e s s u p e r io r e s
3 . 5 . 2 . 1. Clavícula
1) Caracteres mensurables:
1) Caracteres m ensurables
g) Indice escapular.
A nchura escapular x 100 / altura escapular
Hasta 63,9 m m dolicom oifas (estrechas)
de 64 a 66,9 mm m esom orfas (medianas)
67 mm o más braquim orfas (altas)
Los índices más altos suelen darse en el sexo fem enino y predom inan en el lado
izquierdo.
Fio. 3.59. Escápula, i, altura máxima; 2, anchura máxima; 3, longitud de la espina; a, án
gulo axiloespinal; A, altura de la cavidad glenoidea.
h) Indice glenoideo.
A nchura escapular x 100 / altura escapular.
i) L ongitud de la espina. O scila entre 74 y 121 mm y el ángulo axilar entre
los 35° y 55°.
2) Diferencias sexuales
3) Caracteres descriptivos
Fig. 3.61. I) morfología del borde interno de la escápula y S) morfología de la espina, según
VaUois (véanse comentarios en el texto).
3.5.2.3. Húmero
a) D iám etros de la cabeza. Se m iden sus dos diámetros m áxim os, el vertical
y el transversal.
b) Longitud m áxima (fig. 3.62-2). Es la distancia entre el punto más bajo del
borde interno de la tróclea humeral y el m ás distante de la cabeza, y suele oscilar en
tre 250-380 mm.
c) Longitud fisiológica (fig. 3.62-1). Se entiende por longitud fisiológica la
que corresponde a cada hueso, cuando se articula con su inm ediato en la persona viva
y, en el caso del húm ero, es la distancia m áxim a entre la cabeza y elcóndilo humeral.
d) Perímetro mínimo. C orresponde a la porción más estrecha de la diáfisis y
suele estar situado por debajo de la tuberosidad deltoides.
e) Perímetro a la m itad de la diáfisis.
H R U
2) C aracteres descriptivos
Fig. 3.63. Esquema de la porción distal de la cara posterior del húmero izquierdo. 1, nor
mal; 2, pequeño orificio epitrócleo-coronoidea; 3, orificio mediano; 4, orificio grande; 5, pro
ceso supracondíleo.
La presencia de la perforación olecraneana que intercom unica la fosa olecranea'
na con la coronoidea (fig, 3.63) es relativam ente frecuente y se relaciona con la capa
cidad de hiperextensión del antebrazo sobre el brazo. Es algo m ás frecuente en las
poblaciones orientaloides y mucho más en las negroides. Parece ser que era más fre
cuente en nuestros ancestros y es muy frecuente en los antropoidea.
1) D iferencias sexuales:
L ongitud fisiológica 200 mm o m enos 9 235 mm o más cf
Longitud m áxim a 215 mm o menos 9 250 mm o más cf
1) Diferencias sexuales:
Longitud m áxim a 230 m m o menos Q 265 mm o más cf
Longitud fisiológica 205 mm o menos 9 250 mm o más cf
En este apartado sólo harem os referencia a ios caracteres generales, dejando para
el capítulo 5 las referencias a las diferencias sexuales.
1) Coxal
Fig. 3.64. Coxal. A la izquierda, visto por su cara externa y a la derecha, de lado. Los co
mentarios están en el texto.
f) índice de anchura del iliaco.
Anchura del ala ilíaca x 100 / altura del ala ilíaca.
Los valores obtenidos son de 155 mm para ios varones y en las m ujeres oscila
entre 160-170. En los mitropoides es de 90.
g) Indice isquiopubiano de Schultz.
Longitud del pubis x 1 0 0 / longitud del isquión:
Varón blanco 73 a 94 mm, prom edio 83,6
M ujer blanca 91 a 115 m m , prom edio 99,5
(Según la opinión de Olivier, probablem ente sea el mejor índice de diferencia
ción sexual.)
h) Escotadura ciática mayor. El ángulo que forman las tangentes es mucho
m ás abierto en la mujer, con un prom edio de 75°, y en el hom bre de 50°.
2) Pelvis
a) Altura de la pelvis. Por consenso viene dada por la altura del hueso coxal
izquierdo (fig. 3.64-A<->B).
b) Anchura de la pelvis. C orresponde a la distancia m áxim a en d e las dos cres
tas ilíacas (figs. 3.65-1 y 3.65-A).
c) Indice de altura de la pelvis.
Altura de la pelvis x 100 / anchura de la pelvis.
Fio. 3.65. La pelvis, a la izquierda, vista por su cara superior (S); a la derecha (S), sección
que pasa por el plano sagital del sacra y por la sínfisis ¡ntbiana (L). 1, anchura máxima; 2, an
chura de la pelvis menor; 3, longitud entre el promontorio (P) y el borde inferior de la sínfi-
sis pitbiarta (S); 4, ángulo a, prom ontorio-borde superior del pubis-ángulo del isquión;
5, longitud entre el promontorio (P) y el borde inferior de la shifisis pubiana (S).
distancia m áxim a entre las dos líneas innominadas (fig. 3 .65-2), y el diámetro sagital
une el prom ontorio con el borde inferior de la sínfisis pubiana (fig. 3.65-5).
e) Indice del estrecho superior pelviano.
D iám etro sagital superior x 100 / diám etro transversal del estrecho:
89,9 mm o menos pelvis plana
90 a 94,9 mm pelvis media
95 mm o más pelvis estrecha
3.5.3.2. F ém ur
r) Á ngulo de torsión (fig. 3,66-F '). O scila alrededor de los 14a, sin asimetrías
sexuales; es algo m ayor en los melanoderm os.
S) Peso. 270 gr o m enos, Q y m ayor de 375 gr, cf.
2) C aracteres descriptivos
3.5.3.3. Rótula
A) C aracteres m ensurables
2) Caracteres descriptivos
En general solam ente se estudian los astrágalos y los calcáneo tom ándose lr,:
longitudes, anchuras, alturas y los ángulos que se indican en el esquem a de la fig. 3.6b"'
a) índice de altura.
A ltura del talus x 100 / longitud tlel talus
El índice de altura suele oscilar entre 55 a 60 mm y el ángulo de declinación L
es de 17° en los blancos y superior a 20° en los negros (Olivier) (fig. 3.68-A). Co>
escasa frecuencia, en la porción más anterior de la polea astragalina, se encuentre í
facetas articulares suplementarias. Del calcáneo se suelen tom ar las medidas que mués
tra la figura 3.68-C.
3.5.4. Í n d ic e s in t e r m e m d r a l e s
D E T E R M IN A C IÓ N D E L A E D A D
El factor edad es muy im portante en antropología, pero los problem as que plan
tea son distintos según ios períodos de la vida, siendo muy com plejos en la etapa fe
tal, relativam ente fáciles en los individuos inm aduros, bastante difíciles y en ocasio
nes im posibles en la edad adulta, sobre todo a partir de la prim era m itad de la tercer
década.
4.1. E d a d fetal
Fio. 4.1. Mandíbula de un neonato, que se mantiene bífida hasta los dos o tres meses.
En el m om ento del nacim iento todos los huesos del cráneo está libres y aún se
conservan abiertas dos fontanelas, la lam bdoklea que se cierra al mes y medio, y la
bregm ática que se cierra a los 14 meses (fig. 2.10).
Los huesos largos solam ente presentan osificada su diáfisis y en algunos las
epífisis están sin sinostosar. M idiendo la longitud de la diáfisis y aplicando la fó r
mula de Pineau (cuadro 4.1), podem os determ inar la longitud fetal en cm y ésta nos
perm ite a su vez averiguar la edad en «meses lunares» (cuadro 4.2), según O livier
(1960).
Fjg. 4.2. A la izquierda: am oldes de un feto. A la derecha: arriba, esferoides a los 3-4 me
ses de gestación y abajo, alrededor de los ocho meses.
Fig. 4.3. Hueso occipital al final de la gestación. 1, hueso de la apófisis basilar; 2, hueso.,
condíleos; 3 es cama ¡nfrainiana; 4, escama suprainiana; 5, vértice de la escama.
Fig. 4.5. Huesa temporal de un recién nacido (RN) y de un niño de 3 años (3a)
C u a d r o 4 .! .
C uadro 4.2.
17,65 37,85
19,81 4 */, 39,13 7 '/,
21,88 4% 40,37
23,80 5 41,58 8
25,65 5 '/, 42,74 8 '/,
27,40 5 '/, 43,84 8 '/,
29,08 5\ 44,97 8%
30,69 6 46,03 9
32,23 6 '/a 47,7
33,72 6 '/, 48,08 9 '/,
35,15 6% 49,06 9%
36,52 7 50,02 neonato
Una mayor inform ación respecto al diagn óstico fetal puede obtenerse a partir
de tratados de em briología o de anatomía, de datos procedentes de ecografías y de la
m onografía de Fazekas y Kósa (1978).
4 .2 . In d iv id u o s in m a d u ro s
4.2.1. D entición
(±2 mcsos)
Cuando se quieran ver los gérmenes dentales, generalm ente se lia de recurrir ¡
practicar una ovtopantografía,1 en la que, según las edades, sólo se verán gérmenes
posteriorm ente gérm enes y dientes deciduos, y en edades más avanzadas estos mis
m os m ezclados con dientes perm anentes (fig. 4.7).
Fig. 4.7. Esquema de una o r topa fitografía en que vemos mezclados dientes deciduos con per
manentes y gérmenes de éstos. Habiendo hecho su erupción el primer molar permanente o de
ios «seis años», se puede evaluar como correspondiente a un niño de esa edad.
1. Técnica radiográfica empleada en odontología, en la que se emplea un aparata de rayos X cuyo luho
gira alrededor de ia cabeza del paciente, en nuestro caso e¡ cráneo, con un recorrido de media circunferencia (para
detalles técnicos, consultar tratados de radiología o pakopiuoiogía com o los de S.Vila, 199? y 1999).
Fio. 4.8. Desarrollo del prim er incisivo superior derecho deciduo (51) y aparición del ger
men del permanente (J }).
Es muy frecuente, en los yacim ientos en donde hay restos hum anos, que apa-
rezcan dientes sueltos que en ocasiones corresponden a individuos inm aduros y que
se caracterizan, por tanto, por estar en su período de formación. En estos casos es útil
conocer que ésta siem pre com ienza por la corona y finaliza a nivel del ápice de la
raíz (fig. 4.8).
Las arcadas dentales del niño se diferencian notablem ente de las del adulto a
cauáa de un m ayor espacio vacío retrom olar (figs. 4.9 y 4,10).
FlO. 4.9. Dentición decidua completa en la parle superior de la imagen, con el vacío retro-
molar ( l'J, y dentición definitiva en la parte inferior. Normo anterior y latera!.
7-8
Fig. 4.10. Comparación entre las arcadas dentales de un niño y un adulto, con lo edad dr
erupción de cada diente.
4 .2 .2 . E sq u eleto postcraneal
Fio. 4.11. Desarrollo del fémur desde el neonato (RN) hasta los }5 aíios (¡5a).
Fio. 4.12. Edad en que ,rc sinostosan las suturas del esqueleto postcraneal. Masculino ( o l >’
f e m e n i n o ( $>).
4,3. E d a d a d u lta
D urante m uchos años el cráneo ha sido la parte del esqueleto que ha recibido
m ás atenciones por parte de los arqueólogos y de los antropólogos y sobre la que se
han realizado m ás publicaciones. Por este motivo será la primera pieza esquelética a
estudiar, a pesar de que su utilización sea discutida por distintos autores.
Las suturas craneales, al igual que los planos de las epífisis y diáfisis en los
huesos largos, poseen una secuencia y un tiempo de unión, Basándose en esto, se ela
boró un m odelo sobre la obliteración de las suturas, que establece una escala con va
lores com prendidos entre 0 y 4 en función de la edad (fig. 4.13).
Este esquem a se acom paña de un m apa de las suturas craneales en las que se
atribuye un intervalo de edad a cada una de las porciones de las suturas. Este inter
valo marca el inicio de cierre de la sutura hasta llegar a la obliteración completa. El
estudio com parativo de las distintas porciones de las suturas permite establecer un in-
4
3 - , ^ ^ -
2 - 4 .
Fia. 4.13. Grarfo í/í obliteración de las suturas craneales {modificado de Broca, 1875).
tervalo de edad aproxim ado de muerte del individuo (fig. 4.14). Se ha visto en la ac
tualidad que este m étodo está sujeto a diferencias individuales, sexuales y raciales;
no obstante, si bien no es útil como indicador para determ inar la edad de m uerte a ni
vel individual, sí lo es en un conjunto de individuos como puede ser un cementerio.
Por otra parte, también se ha observado que la sutura esfenoccipjtal, también llamada
basio-occipital, comienza a cerrarse a los 17 años, finalizando hacia los 21, y que las su
turas endocraneales se cierran entre los 25 y 40 años (fig. 4.15) (Shapiro y Jansen, 1960).
Más recientem ente, M eindl y Lovejoy (1985) han establecido un m étodo, ba
sado en una técnica multifactorial, en el que se fijan diez punios de sutura de un cen
tímetro de longitud, tanto en zonas antevolaterales como en la caja craneal (fig. 4.16).
Las prim eras zonas conciernen a la sutura esfenofrontal y esfenotem poral; y las se
gundas, a la corona], sagital y lambdoide.
Fio. 4.14. Mopa de las suturas exocraneanas con los intervalos de edad de la obliteración
para cada porción: según Valíais, modificado por OUvier {1960} en la pai te superior de ta f i
gura; según Derobert en la parte inferior de la figura.
Fig. 4.15. J) Espacio de la sincondrosis occipiíoesfenoidal; 2) apófisis basilar; 3) cuerpo del
esferoides; 4) apófisis pterigoides; 5) vómer; 6) foramen magnum.
Así, a cada punto se le asigna un grado de cierre. En la tabla 4.1 se halla el pro
medio de edad procedente del sum atorio de los puntos correspondientes al cierre de
sutura de la región lateroantenor del cráneo (puntos 6, 7, 8, 9 y 10). Esta región cra
neal provee la m ejor estim ación de edad en los individuos de edad avanzada.
La tabla 4.2 muestra el prom edio de edad a partir del sum atorio de los puntos
correspondientes al cierre de suturas de la bóveda craneana (puntos 1, 2, 3 , 4 , 5 , 6 y 7).
Fio. 4.16. Puntos de sutura craneales definidos por Meindl v Lovejoy (modificado de Maind
y Lovejoy, 1985).
T a b l a 4 .1 .
0
] 32,0 8,3
2 36,2 6,2
3 .4 ,5 41.1 10,0
6 43,4 10,7
7,8 45,5 8.9
9, 10 51,9 12.5
11, 12, 13, 14 56,2 8,5
15
T a b l a 4.2,
0
1 ,2 30,5 9,6
3, 4, 5, 6 34,7 7,8
7. 8 ,9 , 10, 11 39,4 9.1
12, 13, 14, 15 45,2 12,6
16, 17, 18 48,8 10,5
19, 2 0 51,5 1 2 ,6
21
Entre sus conclusiones señalan que el obelión y el pterión son las prim eras re
giones donde com ienza y termina la obliteración y que )a estimación de la edad es más
segura cuando se obtiene a partir de las zonas anterolaterales que de la caja craneal.
4 .3 .2 . E s t i m a c i ó n d e l a e d a d a p a r t ir d e l a s í n f i s i s p ú d ic a
La sínfisis púbica es la zona de contacto entre los dos huesos coxales, a nivel del
pubis. En esta región, al igual que en otras regiones del esqueleto, se m anifiesta un
cambio desde la edad juvenil, con impresiones onduladas, evolucionando a formas más
erosionadas propias de la edad adulta.
Desde 1920 se han sucedido los estudios que han valorado las diferencias en esta
región producidas por la edad. A continuación se presentan los diferentes estadios del
método m ás utilizado y que mejor refleja las diferencias entre ambos sexos (figs. 4 ,17
y 4.18) (Brooks y Suchey, 1990).
4 . 3 .3 . R e g ió n s a c r o i l í a c a : s u p e r f i c i e a u r ic u l a r
Fase Edad
20-24 años
25-29 años
3 30-34 años
4 35-39 años
5 40-44 años
6 44-49 años
7 50-60 años
8 > 60 años
vas). La superficie es más tosca y granulada que en la fase anterior, con cambios nc
significativos en el ápice. Puede aparecer m icroporosidad en algunas zonas. Puede
presentarse ocasionalm ente actividad retroauricular. En general la granulación tosca
sustituye y reem plaza la ondulación (fig. 4.19-D y F). Se produce el alisam iento de
la superficie debido a la sustitución de la ondulación por. finas estrías, aunque con
servando una ligera ondulación diferencial en la cara inferior de los tres especím e
nes. Se reduce la organización transversa y se hace evidente el inicio de una tosca
granulación.
Fase 4. A m bas caras son toscas y uniform em ente granuladas, con una reduc
ción m arcada de la ondulación y de las estrías, estas últim as aún presentes tras un m i
nucioso examen. La organización transversa todavía se conserva, pero poco definida,
Ligera actividad en el área retroauricular y organización transversa presente, pero poco
definida. Se observan pocos cam bios en el ápice, la m icroporosidad es ligera y no
existe m acroporosidad (fig. 4.19-G y I). Hay que destacar la tosca granulación y la au
sencia de estrías (aún ligeram ente visibles en la figura 4.19-G y en una única zona de
la cara inferior de la figura 4.19-1,
Fase 5, Ya no existen ondulaciones y si hay estrías son muy tenues. La carilla
es todavía parcial y escasam ente granulada y se observa una m arcada pérdida de or
ganización transversa. Se observa densificación parcial de la superficie con pérdida
proporcionada del grano y ligera a m oderada actividad en el área retroauricular. Puede
haber m acroporosidad ocasional, pero no es corriente. Pequeños cambios en el ápice,
La m icroporosidad puede increm entarse dependiendo del grado de densificación. Los
Fio. 4.20. Cambios producidos en ¡o superficie auricular con la edad entre los cincuenta v
sesenta años (fotos cedidas por Meindl y Lovejoy).
prim eros rasgos son la transición de una superficie granular a una densa (fig. 4.19-J,
fig. 4.20-K y M). Hay que destacar la presencia diferente en la figura 4.19-J que si
mula ondulación (este espécimen no muestra una auténtica ondulación por la ausen
cia de organización transversa). La m icroporosidad perm anece tam bién chira en al
gunos especím enes. Es notable la densificación de la cara inferior de la figura 4.20-L
y la cara superior de la figura 4.20-M . Estrías m enores perm anecen aún visibles en la
cara superior de la figura. 4.20-L y la cara inferior c3e las figuras 4.20-K y 4.20-M ,
pero en ambos casos su m anifestación es muy ligera y secundaria respecto a los ras
gos de la edad distintivos.
Fase 6. Se com pleta la densificación y desaparece la granulación en la m ayo
ría de especím enes. No hay ondulaciones ni estrías. Los cam bios en el ápice son de
escasos a m oderados, pero casi siempre se presentan. N o se evidencia organización
transversa. Se ha perdido casi toda la m icroporosidad en favor de la densificación del
hueso. Se increm entan las irregularidades en los m árgenes con actividad retroauricu
lar, y la m acroporosidad es pequeña o inexistente (fig. 4.20-N, O y S). Se observa den
sificación diversa de los tres especím enes y la casi com pleta ausencia de organiza
ción transversa. Estas superficies son m arcadam ente irregulares, debido al proceso de
densificación. Se presenta cierta microporosidad en la figura 4.19-S.
Fase 7. La superficie auricular es muy densa y su topografía muy irregular,
siendo éste su rasgo prim ordial. Asim ism o no se observa ni organización transversa ni
de otro tipo. Se retiene, ocasionalm ente, una granulación m oderada, aunque norm al
m ente se pierde en la fase anterior. En la cara inferior aparece generalm ente un labio
que alcanza el cuerpo del hueso coxal, Las irregularidades aumenLan en los márgenes
de la superficie auricular. Hay casos con m acroporosidad, pero no es un requisito in
dispensable. La actividad retroauricular es m oderada o marcada en la m ayor parte de
los individuos (fig. 4.20-P, Q y R). En la figura 4,20-Q y R son los lados opuestos
de un m ism o espécim en; a pesar de las diferencias en la form a, los rasgos de edad
son simétricos. H a y q u e destacar las irregularidades de la superficie, la macvopoi'osi- (
dad de las catas inferiores de los tres especím enes, la m arcada densidad y la ausencia
de algún criterio de juventud.
Fase 8. El rasgo prim ordial es una superficie agramilar, irregular, con signos
distintivos de destrucción subcondral. N o se observa organización transversa y hay una
definitiva ausencia de cualquier criterio de juventud. La m acroporosidad está pre
sente en un tercio de los casos. L a actividad apical norm alm ente es marcada, pero no
es un requisito indispensable para esta categoría. Los m árgenes son enorm em ente irre
gulares, labiados y con cam bios degenerativos en la articulación. En el área retroau-
ricular se forman abundantes osteofitos de bajo o moderado relieve (fig. 4.20-T). Hay
una clara destrucción del hueso subcondral, una ausencia de organización transversa
y un increm ento de irregularidades. Los especím enes más viejos manifiestan cambios
com plem entarios dirección ales de este tipo.
4.3.4. L as c o s t il l a s y s u -r e l a c ió n c o n l a e d a d
La extrem idad de la costilla, que se une con el esternón a través del cartílago
costal, es un buen indicativo para deducir la édad de un individuo desde la adoles
cencia hasta el final de su vida. Esta técnica, desarrollada por Iscan y otros (1984o, b:
1985), se basa en el análisis de la m orfología de la extrem idad esternal de la costilla,
la cual varía con la edad. A sí establecieron nueve estadios -—de O a 8— en función
del hundim iento, de las configuraciones del borde y del estado general de la cuarta
costilla. La principal lim itación de esta técnica radica en que esencialm ente no puede
ser aplicada m ás que a poblaciones recientes y no en m aterial arqueológico donde los
extrem os de las costillas suelen aparecer deteriorados.
Las variaciones m orfológicas en el extrem o anterior de la costilla se describen
a continuación (fig. 4.21).
Fig. 4.21. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla (fotos cedidos por
¡sean). 1, Hueso sólido con muescas en el borde; 2 extremo en form a de «V»; 3 hundimiento
con paredes lisas y onduladas; 4 forma de «U» con presencia de porosidades en la pared in
terna de la costilla; 5, bordes redondeados y regulares; 6, proyecciones superiores/inferio
res; 7, acompañadas de un hundimiento poroso de bordes cortantes y erosionados; 8, paredes
de la costilla deterioradas, con bordes irregulares.
A con tin u ació n se d escrib en las ocho fases, en función de la m orfología del
extrem o esternal de la co stilla, p ara m ujeres y hom bres respectivam ente. A m bos
sexos se ajustan al m ism o m odelo durante la ad o lescen cia — fases 0 y 1— aun
que las edades difieren (Iscan y otros, 1984b; Iscan y otros, 1985; íscan y Kennedy,
1989).
Fase 6. La fosa es notoriam ente profunda, con forma de «U» ancha. Las pare
des son estrechas con filo cortante. El borde es irregular y exhibe proyecciones óseas
algo m ayores, que son frecuentem ente más pronunciadas en los bordes superior e in
ferior. El hueso es más ligero, estrecho y poroso, especialm ente en el interior de la
fosa (fíg. 4.24, fases 6 a, b, c),
Fase 7. La fosa es profunda, con form a de «U» ancha o inny ancha. Las pare
des son estrechas y frágiles con filo irregular y cortante y proyecciones óseas. Et hueso
es ligero y frágil, cualitativam ente deteriorado y con ciara porosidad (fig. 4.24, fases
7 a, b, c).
Fase 8, En esta fase final la fosa es muy profunda y con form a de «U» muy an
cha. En algunos casos carece de piso o está llena de excrecencias óseas. Las paredes
son extrem adam ente delgadas, frágiles y quebradizas, con filo muy irregular y afi
lado y con excrecencias óseas. El hueso es muy ligero de peso, extrem adam ente es
trecho, frágil, poroso y quebradizo. Se pueden observar, algunas veces, form aciones
en «ventana» en las paredes (fig. 4.24, fases 8 a, b, c).
Fig, 4.23. Cambios morfológicos producidos en el extremo de la costilla en varones. Fases 3
a 5 (fotos cedidas por Iscan).
Fose 3. Puede aum entar ligeram ente la profundidad de la fosa, pero la forma
de «V» es más ancha, aproxim ándose a veces a una «U» cerrada, cuyas paredes co
m ienzan a ser un poco más delgadas. E l filo aún redondeado ahora m uestra unas m ues
cas regulares y pronunciadas. En esta fase, las paredes anterior o posterior pueden
com enzar a exhibir un arco central sem icircular. La costilla es firme y sólida (fig. 4.26,
fases 3 a, b, c).
Fase 4. E xiste un notable aum ento de la profundidad de la fosa que ahora pre
senta la form a de una «V» ancha o de «U» cen ad a, a veces con filos exvasados. Las
paredes son más finas pero el borde de la costilla perm anece redondeado. Todavía esta
presente alguna m uesca a lo largo del arco central; sin embargo, las muescas no están
bien definidas y los bordes com ienzan a deteriorarse hacia abajo. L a calidad del hueso
es bastante buena, pero existe alguna dism inución en la densidad y firm eza (fig. 4.26,
fases 4 a, b, c).
Fase 5. L a profundidad de la fosa es aproxim adam ente la m ism a, pero las del
gadas paredes se curvan hacia fuera en una am plia form a de «V» o de «U». En la ma
yor parte de los casos se deposita una placa lisa y dura, al m enos en parte del hoyo.
Fig. 4,27. Cambios morfológicos producidos en el extremo de ¡a costilla en mujeres. Fase¿
a S (fotos cedidas por Iscan).
No perm anecen restos de muescas y el borde com ienza a ser cortante. El filo comien;
a ser más irregular, pero la proyección del arco central es todavía prominente. El hue;
es notablem ente ligero en peso, densidad y firmeza. La textura es algo quebrad!;
(fig. 4.26, fases 5 a, b, c).
Fase 6. Nuevam ente se aprecia un aum ento en la profundidad de la fosa y es
forma de «V» o de «XJ» se ha ensanchado por el pronunciado vuelo de su borde. L(
depósitos en placa pueden aparecer todavía, siendo ahora rugosa y más porosa. L¡
paredes son bastante finas, y el filo cortante y los bordes irregulares, El arco centr,
es m enos patente y, en m uchos casos, se proyectan picos cortantes desde el borde h¡
cía la extrem idad external. El hueso es bastante estrecho y frágil con signos de det<
rioro (fig. 4.27, fases 6 a, b, c).
Fase 7- En esta fase, la profundidad de la fosa predom inantem ente en forro
de «U» exvasada, no sólo no aumenta, sino que decrece ligeramente. A menudo se v
el crecim iento irregular de! hueso en el interior de la fosa. El arco central todavía est
presente en la mayoría de los casos, pero ahora está acompañado por excrecencias pur
tiagudas, frecuentem ente situadas en los bordes superior e inferior o en cualquier lu
gar alrededor del borde. Las paredes, muy finas, tienen bordes irregulares y filo coi
tante. El hueso es m uy ligero, fino, quebradizo y frágil, con un deterioro m ás claro
dentro de la fosa (fig. 4.27, fases 7 a, b, c),
Fase 8. E l piso de la fosa en form a de «U» en esta fase final es relativamente
poco profundo, m uy deteriorado o com pletam ente erosionado. A veces está relleno
con excrescencias óseas. E l arco central apenas se reconoce. Las paredes, extrem ada
m ente finas y frágiles, tienen unos bordes sum am ente irregulares con .filo muy cor
tante, y a m enudo proyecciones bastante largas de hueso en los bordes superior e in
ferior. En las paredes puede aparecer, en algunas ocasiones, la formación de «ventanas».
La condición del hueso es: extrem adam ente fino, ligero de peso, quebradizo y frágil
(fig. 4.27, fases 8 a, b, c).
El único inconveniente que presenta esta técnica es que el estándar se realizó a
partir de la cuarta costilla derecha, si bien se ha observado que siguen las m ism as fa
ses las costillas 3 y 5 y no existen variaciones evidentes entre ambos lados.
4.3.5. D e s g a s t e d e n t a r io
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?
Fig. 4.29, Patrón de desgaste de las distintas piezas dentales según Peritonitis.
la boca con uso extraalim entario, com o por ejem plo cascasnueces, que producirá mu
m ayor abrasión de las piezas e inclusive la rotura parcial ele las mismas.
4.3.6, C a m b io s m o r f o l ó g ic o s e n l a c l a v íc u l a
4 . 3 .7 . C a r t í l a g o t ir o id e s
Fase Edad
L 15-17 años
2 18-21 años
3 21-26 años
4 25,5-33 años
5 28-39 años
6 37.5-45 años
7 48-53,5 años
8 51-58 años
9 > 57 años
Fase 1. P rim er centro de osificación en la porción inferior de la futura b¡
lateral.
Fase 2. El prim er centro de osificación ya empieza a form ar el triángulo ir
rior posterior.
Fase 3. O sificación del asta inferior.
Fase 4. O sificación del asta superior.
Fase 5. O sificación de la ram a inferior.
Fase ó. Osificación del proceso pararnedial y desarrollo de la rama paramed
Fase 7, D esarrollo de la ventana posterior y form ación del proceso med
Fase 8. O sificación de la ram a superior y fusión de la ram a superior.
Fase 9. Form ación de la ventana anterior y terminación de la osificación de
lám inas izquierda y derecha.
El autor considera que sólo las dos primeras fases son comunes para ambos sexi
Este m étodo, que hasta ahora no es muy empleado, es de utilidad en la pob!
ción adulta relativam ente joven.
4.3.8. E l OMÓPLATO
Fase Edad
1 < 25 años
2 25-30 años
3 < 4 5 años
4 > 3 0 años
A ctualm ente con esta técnica se diferencian dos únicos grupos de edad: inferid
a los 25 años y superior a los 50 años.
En otros huesos del esqueleto hum ano también se producen alteraciones con
forme avanza la edad. Todos ellos hacen referencia a cambios m orfológicos como pue
dan ser la pérdida de tejido esponjoso de las epífisis de los huesos largos o la dismi
nución del esp eso r del h u eso co rtical, en particu lar de los h uesos largos de las
extremidades.
Asim ism o se pueden utilizar otras m etodologías útiles para la estim ación de la
edad como la técnica de osteodensitom etría radiológica o de rayos X. E ste método se
basa en la evaluación de los cambios esqueléticos que incluyen la involución de las
epífisis y otras zonas esponjosas, la m ineralización, la m edida del grosor del hueso
com pacto y la determ inación de la densidad ósea. D e todos ellos el más utilizado es
el estudio de la progresión de la reabsorción deí córtex del endostio con expansión de
la cavidad medular, Este análisis se basa en la alteración en los rasgos de las trabécti-
las. La mayoría de estudios se han centrado, pues, en el análisis de las regiones epiü-
sanas de los huesos largos.
El hueso es un tejido que se halla en constante rem odelación desde el nacim iento
hasta la muerte del individuo, por lo que su estudio puede aportar inform ación sobre
la edad de m uerte del mismo.
La técnica de histom orfom etría es aplicable en secciones transversales de la m i
tad de la diáfisis de húm eros, fém ures, tibias y peronés, y se basa en el recuento de
los osteones, de los fragm entos de los viejos osteones, el porcentaje de la circunfe
rencia lam elar del hueso y en el núm ero de canales que no son de H avers, todos ellos
asociados a cam bios con la edad. Esta ciiantificación se lleva a cabo en las cuatro re
giones del hueso (anterior, posterior, medial y lateral). Los osteones secundarios se
distinguen de ios fragm entos de osteones por que conservan un 80 % de los m ism os,
no observándose rem odelaciones significativas debidas a otras generaciones de osteo
nes y poseyendo intacto el canal de Havers. A sim ism o no se incluyen los osteones pri
marios. La circunferencia lam elar del hueso consiste en las bandas concéntricas del
hueso no rem odelado.
Se cuantifican las cuatro variables para los cuatro cam pos de cada hueso y se
aplican fórm ulas de regresión. Todas ellas se calculan en valores absolutos, siendo,
pues, necesario conocer la superficie analizada que, según el método, vana. Existen
modificaciones en el método según los huesos estudiados.
En general se considera más conveniente hacer cortes transversales que extraer
un núcleo, así como hacer dos cortes del hueso. La utilización de la porción interna
del hueso puede llevar a falsas estim aciones, ya que los osteones internos están afec
tados por factores com o la dieta, enferm edades, estrés biom ecánico, genética, gé
nero, así com o por la edad. A sim ism o las enferm edades que dejan huella en el hueso,
com o pueda ser la osteoporosis, pueden tener influencia en la estim ación de la edad
de m uerte del individuo.
Sin embargo, se trata de un método destructivo y que implica un cierto coste eco
nómico, lo que hace que se reduzca su aplicabiiidad.
C a p ítu lo 5
D E T E R M IN A C IÓ N D E L S E X O
En la especie hum ana, como en casi todos los primates, el dim orfism o sexual e
ostensible y la hem bra tiene m enor tam año que el macho, siendo aproxim adam ente el
sexo fem enino un 10 % m enos volum inoso que el masculino. Precisam ente a causa dt.
este dim orfism o, cuando disponem os de un esqueleto com pleto en individuos adul
tos, la determ inación del sexo generalm ente suele ser fácil, sobre todo basándonos en
la m orfología de la pelvis, el segm ento esquelético más diferenciado, pero tambiéi
en algunas diferencias en las proporciones corporales, como son la m enor anchura de
ia cintura escapular y el tórax, extrem idades interiores algo más cortas y algunos ras-
gos craneales (fig, 5.1).
El diagnóstico se com plica cuando no disponem os de un esqueleto de adulto
com pleto, en ocasiones un solo hueso, pero con frecuencia se puede llegar a un diag
nóstico sexual o por lo menos intuirlo. En los individuos inm aduros, de form a mucho
más acusada cuanto m enor es su edad, el problem a puede llegar a ser muy complejc
e incluso im posible. A continuación nos ocuparem os de las características sectorialer
de los individuos adultos y luego harem os una breve referen cia a los subadultos.
En algunos casos, aunque se disponga de un esqueleto adulto completo, no po
drem os determinar- el sexo, pues unos caracteres nos parecerán de un sexo, pero otros
se asem ejarán a los del otro sexo. Cuando esto ocurre, direm os que se trata de un es-
queleto alofiso, que expresa que los caracteres en que nos podem os basar para el diag
nóstico no están bien definidos y no nos atrevem os a d ecantarnos p o r uno u otro
sexo. Consideram os im portante aclarar que no es equivalente el término alofiso qut
el de sexo indeterm inable. En el prim er caso, la morfología intrínseca de los hueso?
en los que solem os basar el diagnóstico sexual no tiene bien definidas sus caracterís
ticas a favor de determ inado sexo o las de un sector son contrapuestas a las de los otror
segmentos, m ientras que en el segundo caso no disponem os de aquellos huesos en que
solem os apoyarnos para el diagnóstico.
5.1.1. Cráneo
forma intensa. En cierto modo esta m orfología tiene un gran parecido con la m orfo
logía del hueso frontal infantil. Los arcos superciliares son mucho más acusados en el
varón que en la m ujer e incluso puede esbozarse un tonts supraorbitario, circunstan
cia presente en algunos Homo com o en los neandertalenses o en los Homo erectas. El
inión suele ser mucho más robusto en los hombres que en las m ujeres, con frecuencia
con gruesas líneas curvas occipitales y la cresta sagital gruesa. Las apófisis m astoides
acostum bran a ser de m enor tam año en las m ujeres que en los hom bres y. cuando se
observa el cráneo por la norm a superior .quedan ocultas a la vista, pues se inclinan
hacia la línea media, m ientras que en el varón suelen ser más grandes y extravertidas.
Las mayores dim ensiones de estas estructuras de la parte posterior del neurocráneo es
tán en relación con la robustez de la musculatura que en ellas se inserta, que suele ser
m ayor en el hom bre. Sin em bargo, no hemos de olvidar que, según las diversas cul
turas, en m uchos casos, las m ujeres también realizan trabajos físicos duros que pue
den dar lugar a un mayor desarrollo de estas estructuras, circunstancia que siem pre he
mos de tener presente en cualquier estudio (fig. 5.2).
d e te r m in a c ió n d e l. s e x o
FlC. 5.2. Árríba, cráneo masculino y abajo, cráneo femenino, vistos por su lado ¡zquien
posterior. La mayor inclinación del frontal en el varón es muy evidente, y las flechas mar
las otras estructuras diferenciales. 1 y 4, saliente de los arcos superciliares; 2 y 5, inión;
6, apófisis im stoides.
R especto a las apófisis m astoides, los estudios de H oshi (1972) sobre la reg
m astoidea establecen tres tipologías referidas a su frecuencia según el sexo (fig. 5
A nivel deí cráneo también es importante ía mandíbula, que en general es r
cho más grácil en el se x o fem enin o, con el m entón redondeado, sin escotadura ini
sinfisaria mentoniana o m uy p o co marcada, y no suele haber trígono mentonianc
eversión de lo s ángulos gonianos; mientras que en el sexo m asculino la mandíb
suele ser robusta, el trígono m entoniano acostumbra a estar bien marcado, así co
la escotadura infrasinfisaria y, con frecuencia, los ángulos gonianos están evertido
la superficie próxim a a ello s su ele ser rugosa para la inserción de los m úsculos tria
teros (fig. 5.4).
5.1.2. P elvis
46%
69%
Fig. 5.3. Arriba: clasificación de la apófisis masioides según fJoshi; en negro, sexo femenino y
en blanco masculino. F, femenina; N, indefinida; M, masculina. Abajo: a, borde externo inclinado
hacia adentro ( Q); b, presencia de un surco próximo a su vértice (cf); c, casi simétrica (cf).
La pelvis fem enina se caracteriza por ser m ás ancha que la masculina (distanc
entre los bordes superiores de am bas crestas ilíacas) y más baja (altura del coxal
quierdo), siendo tam bién más am plia en todos sus diám etros la pelvis m enor (fig. 5.1
L a determ inación del ángulo subpúbico puede realizarse de forma simplifica-'
según los esquem as de las figuras 5.6 y 5.7.
A lgunos datos fáciles de obtener ayudan a la determ inación del sexo: un sac..
con su cara anterior muy excavada es favorable ai sexo fem enino; una m orfología ■
trébol del estrecho de la pelvis m enor es favorable al sexo m asculino; y una may
distancia entre los vértices de las espinas ciáticas (fig. 5.8), así com o la m ayor ape
tura de la escotadura ciática, son propias del sexo fem enino (fig. 5.9). La cara sir.
saria del pubis es plana en el hom bre y curvada en la mujer, según U belaker (198v
(fig. 5.10).
Según Sutherland y Suchey (1991), el desarrollo del arco del pubis por su cr
ventral perm ite determ inar él sexo en el 96 % de los casos (fig. 5.11).
Fio. 5.5. Diferencias entre la pelvi masculina y femenina. A) Pelvis femenina que p e r m it,
apreciar el predominio franco de su anchura sobre su altura, con el orificio obturador de si
lueta triangular y el ángulo subpúbico amplio; las lincas negras, a nivel de los bordes exte: i
nos del sacro y en sus proximidades en el ala ilíaca, corresponden a las frecuentes cicatrices
en forma de ligeras crestas exostósicas que pueden aparecer después de ¡os partos. / ' ) car.
interna de la región pubiana con una cicatriz posiparto. B) Pelvis masculina, más alta y con
el ángulo subpúbico más cerrado. C) Diámetros de la pelvis menor femenina: t) diámetro trani
verso máximo entre ambas líneas innominadas; ap) diámetro anteroposterior, p) promontorir
sínfisis pubiana; o) diámetros oblicuos.
Fig, 5.6. Método de Gardner para determinar el ángulo subpúbico en relación con el sexo.
Cf
FlG. 5.7. Arriba: regla empírica para determinar el sexo. Abajo: esquema del ángulo sub-
pttbico; citando es de 70° o menos se considera masculino y cuando es m ayor femenino.
FíG. 5.8. En trazo discontinuo pelvis masculina y en continuo femenina, que muestra la ni»
ñor distancia entre las espinas ciáticas y la forma en trilobulada de la pelvis menor m asa
lina.
Fio, 5.9. Escotadura ciática mayor, según Buikstra y Ubelaker (¡994). La morfología 1 e.
típica del sexo femenino.
Fig. 5.1J. 1) adolescente (Q ) antes de desarrollarse el arco; 2) adolescente (ty) con el arco
precursor; 3} mujer de 23 años con el orco bien delineado; 4) varó» con una am iga a lo
largo de la sfnfisis, pero no hay arco; 5-6) comparación entre el pubis de una mujer y el pu
bis masculino, que permite apreciar que el pubis (A) es más ancho en la mujer (5), el ángulo
subpubiano (C) es más abierto y el arco ventral (B) está bien definido. Estas diferencias son
ostensibles con respecto al varón (6),
Por últim o, tanto en el sacro com o en Jos coxales se pueden encontrar en oca
siones, cuando ha habido gestaciones, signos cicatrictales p o stp a rtu m en los huesos
fem eninos (fig. 5.12)
También se puede em plear el índice isquiopnbico de Schultz:
5 .1 .3 . H u e s o s d e l a s e x t r e m id a d e s
Las dim ensiones de ios huesos de las extrem idades, com o hem os descrito en
los caracteres antropológicos, permiten determ inar en las medidas extremas de los hue
sos largos el sexo probable del individuo, correspondiendo los de m ayor tam año y ro
bustez, al m asculino y las m enores y más gráciles a las mujeres, con una zona inter
m edia de sexo indeterm inable, com o se expone en el estudio antropológico de cada
hueso.
5.1.4. D e t e r m in a c ió n d e l s e x o e n l o s in d iv id u o s in m a d u r o s
D E T E R M IN A C IÓ N D E L A E ST A T U R A
Hombre blancos
Mujeres blancas
C uando en La tabla precedente los huesos no alcancen o sobrepasen las cifras mí
nim as o m áxim as, se multiplicará por los siguientes índices:
más cortos: 4,93 6,70 6.26 hombres 3,53 4,32 4,37
4,98 7,00 6,49 mujeres 3,58 4,42 4,52
más largos: 5,25 7,11 6,06 hombres 3,92 4,80 4,82
5,44 7,44 7,00 mujeres 3,87 4.85 4,88
Hombre blancos
Húmero Radio Ulna Estatura en cm Fémur Tibia Fémur Fémur H- tibia
265 193 211 152 381 291 302 685
268 196 213 153 385 295 299 693
271 198 216 154 389 299 307 701
275 201 219 155 393 303 311 708
278 204 222 156 398 307 314 716
281 206 224 157 402 311 318
284 723
209 227 158 406 315 322
288 731
212 230 159 410 319 326 738
291 214 232 160 4 í4 323 329 746
294 217 235 161 419 327 333 753
297 220 238 162 423 331 337 761
301 222 240 163 427 335 340 769
304 225 243 164 431 339 344
307 776
228 246 165 435 343 348 784
310 230 249 166 440 347 352 791
314 233 251 167 444 351 355 799
317 235 254 168 448 355 359 806
320 238 257 169 452 359 363 814
323 241 259 170 456 363 367 821
327 243 262 171 463 367 370 829
330 246 265 172 465 ' 371 374 837
333 249 267 173 469 375 378 844
336 251 270 174 473 379 381
339 852
254 273 175 277 383 385 859
343 257 276 176 482 386 389 867
346 259 278 177 486 390 393 874
349 262 281 178 490 394 396 882
352 265 284 179 494 398 400 889
356 267 286 180 498 402 404 897
359 270 289 í 81 503 406 408 905
362 272 292 IS2 507 410 411 912
365 275 294 í 83 511 414 415 920
369 278 297 184 515 418 419 927
372 280 300 185 519 422 422 935
375 283 303 186 524 426 426 942
378 286 305 187 528 430 430 950
382 288 308 188 532 434 434 957
385 291 311 189 536 438 437 965
388 294 313 190 540 442 441 973
391 296 316 191 545 446 445 980
395 299 319 192 549 450 449 588
398 302 321 193 553 454 452 995
401 304 324 194 557 458 456 1.003
404 307 327 195 561 462 460 1.010
208 309 330 196 566 463 463 1.018
411 312 332 197 570 470 467 1.026
414 315 335 198 574 474 471 1.033
A N T R O PO LO G ÍA FÍSICA PARA A R Q U EÓ LO G O S
M u j e r e s b la n c a s
Húmero Radio Ulna Estatura en cm Fémur Tibia Fémur Fémur + l
Hombres Mujeres
80 50 145 89,5
85 55 150 93
90 58,5 155 94,5
95 61,5 160 96,75
100 615 165 99,25
105 67,5 170 101,5
110 73 175 103,5
120 76,5 180 105,5
125 79 185 107,5
130 81,5 190 109,5
135 84,5 195 111
140 87 200 114
Determinación de la estatura en los individuos inmaduros en función de] fémur sin epífisis,
medidas en mm, según Olivier (1960):
El aumento o la dism inución de la estatura puede ser de dos tipos, uno arm ónico
y otro desproporcionado, en que generalm ente las extrem idades o el tronco son m a
yores o menores de lo que les correspondería, y que sería disarm ónico.
La población europea en general ha aumentado de estatura, o sea que el cuadro
precedente ha quedado anticuado y, según los dalos que en él se exponen, la mayoría
de los jugadores de baloncesto, que con frecuencia superan los dos m etros, serían gi
gantes y nadie duda de que se trata de individuos normales.
C uadro 6.1. Clases estatuíales, según Maitín y Sailer (1957).
1, camesomos; 2, mesosomos; 3, hipsisomos.
Denom inación (? 9
A N T R O P O L O G ÍA D E C A M P O
Un hueso por sí m ism o aporta poca inform ación, siendo el conjunto de los
datos obtenidos en un determ inado contexto el que perm ite interpretar y extraer el
m áxim o de conocim ientos sobre el m ism o. Es por ello im prescindible obtener esos
datos, tanto arqueológicos com o propiam ente antropológicos durante la etapa de ex
cavación de los m ism os y, en prim er lugar, exponiendo el esqueleto totalm ente a la
luz. D e este m odo se puede extraer el máxim o de inform ación in silu que podría p er
derse en un proceso de levantam iento precipitado de los huesos (tales com o la d is
posición anorm al de algunas articulaciones, fracturas antiguas, pequeñas rem ocio
nes o la edad o el sexo del individuo). Se recom ienda que esta operación se haga
m eticulosam ente, pero con la m enor dem ora posible, para evitar efectos secundarios
com o los cam bios bruscos de tem peratura y hum edad, o incluso el expolio de los
restos.
La exposición lo más general posible de los restos hum anos puede evitar en la
m ayoría de los casos una m ala interpretación de los procesos que afectan a un cadá
ver y a sus restos p o st mortem y que pueden conducir a la confusión de una patología
con lo que se ha dado en llam ar seudopatología, aspecto ligado a la tafonomía. La va
loración tafonóm ica perm ite discernir entre las m odificaciones producidas en vida
del individuo o las que se producen durante o después de la descom posición. En este
punto, buena parte de los diagnósticos diferenciales de las modificaciones de lo que
se ha establecido com o norm al debe contrastarse con las alteraciones propiam ente ta-
fonóm ícas. Son m uchas las variables que intervienen en los procesos post mortem
haciendo necesaria una valoración tafonóm ica de cada caso. Las alteraciones tafonó-
micas pueden ser debidas a;
Todo ello debe tenerse en cuenta antes y durante la recogida del material antro
pológico para poder disponer de la m áxima de información en su posterior estudio en
el laboratorio. Es necesario, por lo que al material antropológico se refiere, que a lo
largo de la excavación se realice: un buen reportaje fotográfico de cada enterramiento
y de aspectos concretos como puedan ser algunas patologías; una buena planimetría
en la que en los casos de enterram ientos secundarios sera im prescindible numerar cada
uno de los huesos; un registro sobre la conservación y contenido de la estructura; la
localización de los restos, su orientación, profundidad y dim ensiones; la presencia de
ofrendas y ajuar funerario y su disposición; la presencia de cualquier tipo de restos
animales; la toma de algunas m edidas in situ. de los huesos — altura total, longitudes,
etcétera, ya que en algunos casos es im posible la reconstrucción total de los huesos y
esta información será irrecuperable— ; y la consideración de cualquier particularidad
que presente un hueso o disposición del m ism o, ya que este extrem o podría aportar
detalles sobre algunas enferm edades o anomalías. A sim ism o es necesario prestar es
pecial atención a las características y contenido de Ja m atriz sedim entaria que está en
contacto con los restos, conservando m uestras de la m ism a y cribando el resto m eticu
losamente, ya que podría desestim arse gran cantidad de valiosa información (piedras
de riñón, núcleos de osificación, gérm enes dentarios, pequeños elem entos esqueléti
cos de individuos perinatales, etc.).
El conjunto de la inform ación debe recogerse en una ficha que resulte lo más
com pleta posible, pero siendo al m ism o tiempo de fácil m anejo en el cam po. Se pue
den sugerir algunos de los aspectos fundam entales que en ellas deben recogerse y la
terminología que se recom ienda.
7. j . Tipos de enterramiento
L a tom a de datos está condicionada en gran parte por el tipo de enterram iento,
observándose algunas diferencias si se trata de enterram ientos prim arios o secun
darios.
Cambio de color:
Ocre 2500
Marrón 300°
Negro 350“
Gris 600a
Blanco 650° a más
Retracción:
Débil (2 a 3 %) 600°-700°
Fuerte (12 a 16 %) 700°-800°
A lte ra cio n e s estructurales:
Una vez recogida toda la inform ación sobre los restos, se extraerán los huesos
lo antes posible para evitar que queden dem asiado tiempo som etidos a las inclem en
cias atm osféricas. Un exceso de agua, tem peraturas extrem as y m uchos otros p a rí-
m etros am bientales pueden deteriorar notablem ente el estado de conservación de los
huesos.
En condiciones norm ales debe evitarse la aplicación de producto alguno durante
el proceso de excavación o posteriorm ente en el laboratorio. El uso habitual de con-
solidantes n otras sustancias im posibilita, por desgracia, la realización de posteriores
estudios o analíticas en el laboratorio, como por ejem plo el estudio m icroscópico de
la superficie del hueso, estudios de ADN o análisis bioquímicos. La utilización de cual
quier producto sobre el hueso, que no deja de ser un elem ento contam inante, debe ser
siempre muy restringida y dirigida, considerando adem ás que en la m ayor parte de los
casos se trata de procesos irreversibles.
Los restos se recogerán en bolsas, a ser posible de materiales neutros que eviten
la absorción de la hum edad que favorece el crecim iento de m icroorganism os. Si el
estado de conservación de los huesos lo permite, pueden agruparse en una misma bolsa
según extremidad inferior derecha, izquierda...
En el laboratorio el m aterial debe limpiarse y catalogarse previam ente a su es
tudio. Si los restos llegan al laboratorio con consolidantes, en prim er lugar es necesa
rio saber qué productos se han utilizado para así proceder a su elim inación. El lavado
debe realizarse en seco siem pre que sea posible, y con cepillos de dureza variable en
función de la fragilidad de la pieza esquelética y del estado de conservación de los
mismos. En el caso en el que la lim pieza consista en un lavado con agua, debe inten
tarse que ésta sea neutra, si es posible destilada, que no sea caliente y evitarse la in
mersión del resto. En este caso se procederá al secado evitando las situaciones extre
m as de tem peratura y/o hum edad q u e dañarían los restos. N u n ca deben usarse
instrum entos cortantes o punzantes al lim piar los huesos, ya que podrían dañar su su
perficie. Es im prescindible un buen conocim iento anatóm ico que facilite la lim pieza
de los restos, sobre iodo en piezas como el cráneo, con m uchas cavidades, en huesos
con m alform aciones y cuidando esp ecialm ente las articu lacio n es, que son su m a
mente frágiles y muy informativas. Asim ism o debe vigilarse la lim pieza de la denti
ción diferenciando las im purezas de los depósitos de sarro. N unca debe forzarse 1a
extracción de concreciones calcáreas o de otro origen que pudieran deteriorar el iiuesc
ya que existen otros m étodos físicos y quím icos que no dañan los restos óseos. A me
nudo será necesario la ayuda de especialistas para dicha elim inación.
U na vez limpios, deben siglarse prontam ente con tinta indeleble, con el códigr
correspondiente, obviam ente en una zona que no interfiera en una región anatómica o
patológica. El siglado puede hacerse directam ente sobre la pieza ósea o no en fun
ción del estado de conservación de los huesos. En el caso, que no se pueda aplicar di
rectam ente, se siglará sobre una superficie recubierta por esm alte transparente (solu
ble en acetona). Se utilizará esm alte, debido a que puede elim inarse en el caso en qur
ello fuera necesario para algunos análisis.
La reconstitución de los huesos se hará con adhesivos poco agresivos, evitandi
la aplicación en otras regiones deí hueso no susceptibles de ser reconstituidas y evi
tando el exceso de los m ism os. Los m ejores adhesivos son las nitrocelulosas por si.
carácter reversible. Es im prescindible una buena reconstitución de los huesos, ya qur
sin ella se pueden estar valorando aspectos debidos a su deformación. En esta etapa
puede ser de gran utilidad el uso de las plantas arqueológicas y fotografías para re
com poner los individuos. U na buena reconstitución es un paso im prescindible par?
una buena reconstrucción.
Por últim o, son im portantes las condiciones de alm acenam iento de los huesos
Deben considerarse las condiciones óptimas de tem peratura y humedad. Asimismo de
ben conservarse en cajas donde los restos estén bien dispuestos y sean fácilmente
asequibles.
C a p ítu lo 8
C L A S IF IC A C IÓ N D E L O S IN D IV ID U O S
Cráneo: D e dim ensiones m edianas, braquicráiieo por acortamiento (no por au
mento de la anchura). La bóveda es elevada o m oderadam ente elevada, con el occi
pucio aplanado o ligeram ente curvado; la frente, bien desarrollada, es ancha y ele
vada o m edianam ente elevada y su inclinación variable. L a glabela y las arcadas
superciliares m oderadam ente salientes.
Cara', A largada, estrecha y de altura mediana, con los pómulos huidizos; las
órbitas son anchas, altas o m edianam ente altas, de nariz bien desarrollada, saliente y
leptorrinia. con los huesos nasales rectos, convexos o curvados, m ostrando una pe
queña depresión subnasal.
Mandíbula: Es estrecha com parada con la m axila, siendo el mentón alto con
desarrollo variable.
Esqueleto postcraneal: D e estatura elevada y constitución longuilínea. Las es
paldas son anchas y la pelvis estrecha, con piernas largas y brazos cortos,
F)G. 8.2. Cráneo braquimorfo planoccipilct!.
3) Tipología luránida
C ráneo: M edianam ente ancho y corto (braquicráneo), con la bóveda más bier
elevada. El occipucio es m enos aplanado que en los anrienoides, con la frente bastan/
alta y vertical y las arcadas superciliares y la glabela poco acusadas.
Cara: Alta, ancha y plana. Póm ulos algo salientes, más que en los arrnenoides
L a nariz tam bién es m enor que en éstos, pero aún es grande. M esorrinia. Huesos rv
sales rectos o convexos, en ocasiones cóncavos.
M andíbula: T iene el mentón pequeño y robusto.
Esqueleto posteraneal: Su estatura es m ediana tendiendo a baja. Conslitucic
grácil, más esbeltos que los arrnenoides.
Nota: Presenta algunos caracteres mongoloides.
Sinonimia: Turca, turcotártara, del oeste asiático.
4) Tipología m editerránida
a) M editerránida grácil
estrechos, generalm ente rectos, con la raíz de 3a nariz poco hundida, M axila alta y es
trecha.
Mandíbula: Es grácil con los ángulos redondeados, y el mentón está m uy de
sarrollado, es puntiagudo, redondeado o plano,
Esqueleto postcraneal: Su estatura es pequeña, de constitución grácil y lon
g ilín e a . El esqueleto es fino, con las espaldas m edianam ente anchas, y la pelvis tam
bién es bastante ancha. Las piernas y los brazos a m enudo son largos,
Sinonimia-. Iberoinsular, insular, ibérico y iigur.
d) Cromañoide
N O R M A L I D A D , V A R I A B I L I D A D Y P A T O L O G ÍA
Solam ente nos referiremos a las variaciones que son de m ayor interés y que no
se m encionaron en el capítulo 3 dentro de los caracteres descriplivos, que en realidad
tam bién son variaciones,
La m ayor frecuencia en el cráneo está entre los denom inados caracteres epige-
néúcos o discretos, que en su m ayoría consisten en huesos supernum erarios (huesos
w onnianos), y que originan una parcelación más o menos im portante de los huesos
guardando una relación con los puntos de osificación. Su presencia es m ás frecuente
en los niños y en general suelen desaparecer en la edad adulta, siendo el hueso occi
pital el que con m ayor frecuencia los presenta (figs. 2.23 y 2.24). También se incluye
en este apartado la presencia o ausencia de determ inados orificios, surcos, etc. (véase
Ranke, 1889 y H auser y D e Stefano, 1989).
Las anom alías dentarias en su m ayoría son m alform aciones que tienen un ca
rácter patológico. Con frecuencia son agenesias, sobre todo de los terceros m olares,
pero es interesante destacar que en algunos casos se encuentra el denom inado tubércu
lo de C arabela en la cara lingual de la corona, que no entraña patología alguna y casi
siem pre está en el prim er m olar y alguna vez en el segundo, siem pre en la arcada
dental superior. No deben confundirse con los param olares que generalm ente están
en los m olares inferiores y que son pequeños dientes supernum erarios adheridos a un
m olar (fig. 9.1) y con las perlas de esm alte a nivel de las raíces. No son infrecuentes
los dientes supernum erarios, sobre todo a nivel de los incisivos, que con frecuencia
son atrofíeos o sim ples gérm enes dentarios, ni las m alposiciones dentarias.
La anomalía más frecuente hace referencia al número de vértebras que hay en cada
sector, pues el núm ero total de vértebras es constante. R esulta excepcional a nivel de la
colum na cervical, siendo en cambio frecuente en las zonas de transición, colum na dor-
solumbar y colum na lumbosacra. D e hecho, el aumento del número de vértebras no es
real: si aumentan las de un sector, disminuyen las del sector contiguo. La mayor varia-
bilidad tiene lugar en la columna lumbosacra (fig. 9.2) y suele consistir en la lumbari-
zación de la primera vértebra sacia o en la sacralización ele una/s lumbar/es.
Otras anom alías vertebrales son las fusiones congénitas de dos o más cuerpos
vertebrales o la falla de fusión congénita de las vértebras en la línea media, general
m ente del arco posterior, rara vez en su cuerpo, y que se conoce con el nombre de es
pina bífida, siendo más frecuente a nivel de la colum na lum bosacra. En ocasiones se
asocian a alteraciones patológicas, difíciles de determ inar en los restos esqueléticos;
pero otras, com o las hem ivértebras, las vértebras en ala de m ariposa y las amero o las
retrolistesis, siem pre tienen un carácter patológico (Campillo, 2001).
9.1.3. V a r ia c io n e s e n el t ó r a x
En el hom bre el aparato estilohioideo está form ado por el hueso hioides y las
apófisis estiloides de los huesos tem porales del cráneo, que están unidos por liga-
FlO. 9.3. A la izquierda, orificio en la hoja del esternón y a la derecha, distintas morfologías
del apéndice xifoides, según K ohlery Zimmer (1959).
1 2 3 4
m eatos. Sin em bargo, en la m ayoría de los m am íferos, en lugar de unirse mediante li
gam entos, lo hacen por elem entos óseos y en algunos casos en el hom bre tam bién
existe un aparato estilohioideo óseo, en que los ligam entos han sido sustituidos por
una cadena de huesecillos, configurando una anom alía atávica. Estos huesecillos se
pueden confundir fácilm ente con huesos de pequeños anim ales y se tiene que tener
mucha cautela cuando se encuentren por delante de la colum na cervical y por encima
de) hioides (O lliver hizo un estudio meticuloso en 1923).
9 .1 .5 . A s im e t r ía e n l a s e x t r e m id a d e s
U na m oderada asim etría es frecuente, generalm ente con m ayor volumen en las
extrem idades dom inantes. Las derechas en los diestros y las izquierdas en los zurdos.
El acortam iento de una extrem idad casi siem pre se debe a afecciones patológicas.
En ocasiones, sobre todo a nivel del carpo y del tarso, se pueden encontrar hue
sos con sinostosis congénitas o pequeños huesos supernumerarios.
La estatura entre los individuos es muy variable (véase capítulo 6), pero en )o.\
casos extremos constituyen el enanism o y e) gigantism o. El prim er problem a estril (
en determ inar a p artir de qué talla se puede considerar a un individuo enano o g: ¿
gante. M artín y Saller (1957) considera enanos a los individuos cuya estatura es infe '■
rior a los 125 cm y gigantes a los que sobrepasan los 2 m. A lgunos autores discriin (
nan la altura teniendo en cuenta el sexo, generalm ente de m enor altura el femenino
que el m asculino. E n cuanto a las estaturas, se tienen que considerar las caracterísiA
cas de cada población, com o es el caso de los pigm eos, que son de baja estatura, y lo i
batutsis, de estatura elevada, y que no pueden ser considerados anorm ales. De amboC
problem as nos ocuparem os al hablar de paleopatología. ’
9.2. Paleopatología
9.2.1. P a t o l o g ía craneal
Las afecciones que afectan al cráneo pueden ser idiopáticas o secundarias a de- (
term inados procesos, pero las que se observan con m ayor frecuencia son las fractu
ras, que en general son secundarias a los procesos tafonóm icos,1 com o por ejem plo 1; *
presión de tierras sobre el cráneo, el desprendim iento de bloques sobre la tumba, de- ¡
ficiencias en la excavación, etc. El principal problem a es establecer si se produjeron
en vida o si fueron perim ortem o posim ortem .
Con frecu en cia se encu en tran p e rfo racio n es, que pueden se r traum áticas o
in tencion ad as, como es el caso de las trep an acio n es c ran e ale s2 que se iniciaron
en el N eolítico y q u e han p e rsistid o hasta nu estro s días. Un gran núm ero de las
que se realizaron en los tiem pos antiguos fueron seguidas de una prolongada su
pervivencia.
1. S e denom ina tafonomfn a la investigación necrológica que investiga los causas que influye» en e
¡>üko de cadáver a esqueleto y que modifica ei grado de conservación. Algunos de estos cambios pueden simu
lar lesiones patológicas sufridas en vida (seudopatología).
2. La trepanación craneal consiste en la perforación intencionada medíame instrumentos ad hoc.
M ás im portancia tienen las m icrocefalias y {as m acrocefalias, que conllevan un
cráneo excesivam ente pequeño o exageradam ente grande, siendo las más frecuentes
las hidrocefalias, de las que solam ente se ha conservado algún caso.
U n proceso que se puede observar con bastante frecuencia son las craneosteno-
sis, secundarias al cierre prem aturo de una sutura infantil y que conllevan una defor-
macióil deí cráneo, cuando «na sutura craneal se sinostosa de forma prematura. Otras
patologías relacionadas con ésta son las platibasias3 y las impresiones basilares, que
conllevan un aplanamiento de la base del cráneo y que dan lugar a que la apófisis odon
toides del axis llegue incluso a penetrar en el orificio occipital. Estas patologías y las
deformaciones cerebrales rituales, muy frecuentes en determinadas culturas, pueden
pasar desapercibidas o confundirse cuando alguien se inicia en la antropología física
(figs. 9.5 y 6).
Otros procesos patológicos dan lugar a la form ación de excrecencias óseas (exos-
tosis), otros a osteolisis,4 y en ocasiones se asocian ambos procesos, com o por ejem
plo en los m eningiom as.5
'También es im portante la patología dentaria, siendo la más frecuente el desgaste:
1) atrición a causa de la masticación; 2) abrasión por acción m ecánica (por ejemplo,
del biuxism o); 3) erosión o desgaste por acción quím ica o física, no mecánica. Tambié
son frecuentes las caries, las osteítis, las fístulas y los quistes radiculares.
A) D esgaste dental
El sarro, tam bién denom inado cálculo, es secundario a la sedim entación de par
tículas que contiene la saliva y que, al solidificarse, se adhieren a la parte visible de
diente, sobre todo a su cara lingual-oral. Comienza form ando una tenue película en le
parte del diente que aflora fuera de la encía, Puede valorarse según la siguiente tabk
y en su descripción debe especificarse al mismo tiempo su localización:
Grado 0: No hay depósito alguno.
Grado 1: D epósito irregular y fino.
Grado 2: D epósito grueso y discontinuo.
Grado 3: D epósito grueso y continuo.
G rado 4: D epósito extendido totalmente.
C) Caries
Según su localización:
a) Vestibular o labial.
b) Lingual.
c) M esial.
d) Oclusal.
e) C ervical (cuando el cuello del cliente está al descubierto).
Según su profundidad:
o) Sólo afecta al esmalte.
b) A fecta a la dentina:
— superficialm ente
— profundam ente.
c) A fecta a la cavidad pulpar.
E) Patología supurada
Consiste en la infección del diente, que puede ser secundaria a una caries, pu-
diendo ocasionar una osteítis, flemones, abscesos y, en la arcada dental superior, puede
llegar a originar una sinusitis.
F) M alposición
H) Hipoplasia
9.2.3. E n a n is m o y g ig a n t is m o
A) Enanism o
Solam ente m encionarem os tres tipos: 1) Enanism o arm ónico, en que el indivi
duo es de pequeñas dim ensiones, pero las distintas porciones de su cuerpo están pro
porcionadas, y que generalm ente es de origen adcnohipofisario6 0 bien hipoüroideo?
2) El enanism o m ás frecuente es la acondroplasia, en que las extrem idades no crecen
por una soldadura precoz del cartílago de conjunción de los huesos largos, pero el resto
del cuerpo prácticam ente es norm al; así, cuando ios individuos están sentados, su es
tatura parece norm al. S u elen a so ciarse o tras alteracio n es que no com entarem os.
3) Enanism o cifoescoliótico, secundario a la presencia de curvaturas laterales de la co
lum na vertebral y acentuación de las anteroposteriores, sobre todo cifosis dorsal, y que
suele tener un carácter congénito. En la senectud la dism inución de la estatura se
debe en parte a un m ecanism o similar.
B) Gigantismo
9.2.4. P a to lo g ía o s t e o a r t ic t j la r
Con independencia de las fracturas de las extrem idades, en todas las estructuras
óseas se pueden originar lesiones osteolíticas, que originan una destrucción más o m e
En este apartado incluimos algunas alteraciones que no guardan una relación en
tre sí, pero que tienen interés para el arqueólogo, pues fácilm ente pueden pasar desa
percibidas.
A) C alcificaciones
B) Litiasis
Pueden tener dos orígenes: hepáticas o renales. Las prim eras son muy difíciles
de detectar pues su consistencia suele ser blanda y se descom ponen con facilidad. En
cam bio, las litiasis renales form an concreciones calcáreas de fosfatos, uratos y oxala-
tos, son duras y de m orfología muy variada. E stos cálculos suelen encontrarse en el
esqueleto en el lugar que ocuparon los riñones, en el trayecto de los uréteres o en la
vejiga urinaria, y su tam año puede ser muy variable (Steinbock, 1989 y C am pillo,
2001) (figs. 9.8 y 9.9).
9. Tumor. Pueden ser benignos o malignos: (fsios se conocen también com o cíínccr.
los v e s h a l e s ^ n 011 ** e,,Contrar los cdlatl° Miare* (B). los renales (R)s
El hueso está form ado por una matriz orgánica im pregnada, principalm ente, de
sales de fosfato calcico. La proporción de peso seco entre la m atriz orgánica y las sa
les m inerales es del 30 % y 70 % respectivamente, A pesar de su apariencia, el hueso
no es una estructura muerta y, por tanto, no mantiene su com posición inalterable con
el paso del tiem po, sino que es un tejido dinám ico que sigue form ando m atriz ósea y
m ineralizándose durante el crecim iento del individuo. En los individuos adultos e!
hueso está sujeto a un proceso de rem odelado (el hueso de un adulto se renueva com
pletam ente cada 7-10 años), por lo que se pueden seguir fijando en su m atriz elem entos
quím icos. La entrada principal al organismo de los distintos elem entos se produce a
través de la vía a l i m e n t a r i a .
E xisten dos tipos de análisis quím icos que se pueden realizar sobre los restos
óseos: el análisis de isótopos estables y el análisis de elem entos traza. El prim ero de
ellos se realiza básicam ente sobre la fracción orgánica del hueso, m ientras que el se
gundo lo hace sobre la fracción inorgánica.
i 0. 1, 1. A n á lis is d e is ó to p o s e s ta b le s
5.1C - ^ C ” Í Z I XI.000
C / C estándar
Estas fórmulas comparan los valores obtenidos en la muestra con unos estánda
res y su valor se da en tanto por mil. Los estándares utilizados son los fósiles marinos
del C retácico procedente de la form ación Pee D ee de Carolina del Sur (PD B, Pee
D ee B elem nite) para el carbono; m ientras que, para el nitrógeno, lo es el nitrógeno
atm osférico. A ambos estándares se les ha atribuido arbitrariam ente el valor 0. A par
tir de los valores de 8 13C y 8 l5N algunos autores proponen unos intervalos de valo
res, para cada tipo de fuente, asociados a unos patrones alimenticios.
En la naturaleza el isótopo más frecuente del carbono ( l2C) se presenta en más
de un 90 % m ientras que el i3C representa el 1,1 %. Cuando una planta absorbe dió
xido de carbono absorbe los dos isótopos del carbono, aunque el l5C, por ser la forma
más pesada, se difunde más lentam ente y por tanto se absorbe en m enor cantidad. Así,
al com parar las relaciones de l3C /l2C entre la atm ósfera y las plantas se observa que
las plantas presentan valores inferiores. Sin embargo, no todas las plantas realizan el
mism o proceso fotosintético. Las llamadas plantas C 4 (en general las gramíneas tro
picales como el maíz, el sorgo, la caña de azúcar, el mijo y la soja) — que presentan
una vía alternativa en la fotosíntesis (Hatch-Slaclc), por carecer de granas en los clo-
roplastos— y las plantas C-, — que utilizan el ciclo de Calvin en la fotosíntesis— po
seen valores distintos de 8 l3C precisam ente por sus diferencias en la captación del
carbono a través de la fotosíntesis. Asimismo, la relación isotópica del carbono tiene
nn valor diferente según proceda del bicarbonato marino (mayor de 1:100) o del dió
xido de carbono de la atm ósfera (aproxim adam ente de 1:100), indicando que será más
frecuente en restos que procedan de un ambiente marino. De esta form a se pueden di
ferenciar tres grupos de alimentos, según provenga 8 l3C de un medio marino o de un
medio terrestre, y en éste según las plantas sean C^ o C 4. Un animal que se alimente
en m ayor proporción de un tipo u otro de alimento mantendrá en sus tejidos el valor
de 5 l3C, que es la base de su cadena alimenticia. De los estudios realizados se puede
deducir que una nutrición enteram ente compuesta por plantas C3 tiene una 6 l3C en
tre - 1 8 y - 2 2 %0, m ientras que una nutrición com puesta por plantas C4 tiene una
5 ,3C entre - 4 y -7 %0.
En el caso de) nitrógeno, el isótopo más frecuente es el l4N , hallándose valores
aproxim ados de 15N en Ja atm ósfera de 0 %o y, en los suelos, de 10 %o. L a cuantifica-
ción de 5 ''}N en tejidos de anim ales está determinada por las concentraciones en plan
tas, nivel basal de la cadena alimentaría. Las plantas tienen dos posibles fuentes de
nitrógeno: a partir de los iones amonio y nitrato del suelo, o a través del nitrógeno at
m osférico sintetizado por las bacterias fijadoras del N 2 que se hallan en las legumi-
nosas. Por tanto, existen diferencias entre los niveles presentes en la atm ósfera y en
el suelo (más frecuente en el prim ero); entre las diferentes plantas, ya que las legu
m inosas poseen niveles superiores del isótopo MN; o entre organismos m arinos (más
abundante) y terrestres. Asimismo, estudios centrados en cadenas tróficas muestran un
increm ento en los valores 5 ,5N a lo largo de la cadena trófica. No obstante, debe te
nerse en cuenta el ambiente, ya que algunos estudios realizados en regiones áridas
demuestran esta influencia.
El últim o elem ento incorporado a este tipo de estudios es el isótopo 34S del azu
fre, cuyos niveles pueden reflejar las m igraciones de un individuo o de un grupo hu
mano. Estos estudios se basan en que los niveles de azufre no sufren ningún tipo de
reducción en su incorporación al organismo y por tanto 8 34S refleja directam ente la
concentración de azufre presente en el suelo de la región donde se alimentaba.
E ste tipo de estudios ha sido utilizado en el continente am ericano para determ i
nar el papel del m aíz en la dieta de las distintas culturas. También se han realizado
estudios en Europa para com parar el papel del pescado en el cambio alim entario que
se produce en la transición entre el M esolítieo y el N eolítico, observándose una re
ducción de este tipo de alim ento a lo largo del cambio cultural; o para contrastar el
peso específico de la dieta marina versus la terrestre. En los últimos años se ha que
rido valorar el análisis de isótopos estables como instrum ento para el estudio de pa
tologías y sus posibles etiologías.
La m ayor homogeneidad del ambiente m arino hace que los valores de S l3C y
5 15N estén menos sujetos a variabilidad geográfica y regional. Ello perm ite, dentro
de un cierto límite, la comparación de los valores obtenidos de poblaciones cronoló
gicam ente alejadas con ios provenientes de áreas muy separadas. También se aconseja
acom pañar el estudio con análisis de huesos de anim ales de dieta conocida com o re
ferencia y control. En caso de que el yacim iento a estudiar fuera vecino a un am
biente marino y con presencia de plantas con distintos tipos de fotosíntesis, la inter
pretación de los isótopos estables será difícil.
10.1.2. A n á lisis de e le m e nt o s t r a z a .
Los elem entos traza son aquellos elem entos quím icos que se encuentran en pe
queñas proporciones en el organismo, siendo muchos de ellos esenciales para la vida.
En pnleoantropología. y más concretam ente en los estudios de dieta, el térm ino ele
mentos traza se am plía a los oligoelem entos, ya que también aportan inform ación so
bre la alimentación. La entrada principal al organismo de los elem entos traza se pro
duce a través de la dieta. Una vez en el organismo, la cantidad de elemento no utilizada
se deposita en los distintos tejidos, teniendo com o depósito principal, o secundario,
hueso. Todo ello explica su utilización en el estudio de la dieta de un grupo humano-
El estudio de elem entos traza se basa en el conocim iento que se tiene del cici.
biogeoquím ico de los elem entos y, m ás en concreto, en las variaciones que se prodí '
cen en sus concentraciones a lo largo de la cadena trófica.
El estroncio (Sr) fue el prim er elem ento utilizado. Sus niveles son elevados t
el suelo, desde donde lo absorben las plantas que son consum idas por los anímale
herbívoros y que serán consum idos a su vez por los carnívoros. El estroncio se depo
sita preferentem ente en el tejido óseo (aproxim adam ente un 90 %) y sus concerní;
ciones se van reduciendo a lo largo de la cadena trófica prim ero, por la discriminaciói
negativa por parte del aparato y, en segundo lugar, porque los animales no se alimeh
tan de sus huesos, sino de las partes blandas donde su presencia es minoritaria. A r
pues, si se com paran los niveles de estroncio procedentes de huesos humanos con lo.
de distintos anim ales del m ism o yacim iento que perm itan establecer una cadena tr(
fica, se podrán extrapolar datos sobre su herbivoracidad,
Es obvio pensar que, al igual que el estroncio aporta inform ación sobre la can
tidad de vegetales en la dieta, deben existir otros elem entos que tam bién lo hagan ;
que indiquen un aporte cárnico. En este caso, el tejido donde se alm acenaría dicho ele-'
mentó sería básicam ente el muscular, aunque en pequeñas cantidades también lo he i
ría en el hueso. Así, el nivel trófico que presentará unas concentraciones superiorer
será el de los carnívoros, por alim entarse principalm ente de la m usculatura y viscera?
de sus presas (donde se hallaría una m ayor concentración de dicho elemento), redi-
riéndose, pues, los niveles en los otros grupos, prim ero en los omnívoros y luego en
los herbívoros. Un ejem plo de este com portam iento se observa en elem entos como t
cobre (Cu) y el zinc (Zn), m ientras que otros elem entos com o el bario (Ba) y el mag
nesio (Mg) tendrían un com portam iento sim ilar al estroncio.
La m etodología Utilizada es m últiple, basándose en un análisis gravimétrico d
un fragm ento de hueso com pacto, analizado por un espectrofotóm eiro de absorción
atóm ica, de em isión atóm ica, de activación de neutrones, de fluorescencia de ra y o s ).
o de m asas con plasm a de inducción. A sim ism o se recom ienda utilizar el estándar d-'
hueso (H-5) procedente de la A gencia Internacional de Energía.
La valoración de los resultados no es tan sencilla como puede parecer a primer
vista, ya que interfieren otros factores com o aspectos fisiológicos, debido a la edad o
sexo del individuo estudiado, algunas enfermedades o las relaciones existentes entre di'
versos elem entos y su absorción. Ello hace que el estudio de uno o pocos individuor
no sea factible, ya que sería difícil valorar los niveles resultantes. Por otro lado, el aná
lisis m ultielem ental de nnn población puede soslayaiyen parte, algunos de los pioble
m as fisiológicos o de dieta que el estudio de pocos elem entos no puede delectar.
Tam poco d eb e obviarse que a m enudo no se hallan restos de anim ales en e.
propio yacim iento, lo cual supone un inconveniente im portante. N o contem plar el aná
lisis dé fauna conjuntam ente con el de restos hum anos im pide una buena elaboración
de resultados p o r falta de un elem ento de calibración, ya que los suelos pueden ser ri
eos o pobres en los diversos elem entos según las zonas a estudiar. Siendo los suelos
la vía de entrada m ás im portante en la cadena trófica, de donde las plantas absorben
los m inerales, no puede ignorarse que ello quedará reflejado en los distintos nivele'
de la cadena trófica y que la única form a de valorarlo es com parando los niveles hu
m anos con los de fauna.
Por último deben realizarse estudios paralelos para conocer los procesos diage-
néticos que han afectado a los restos óseos y a los suelos con la finalidad de conocer
si estos restos óseos pueden utilizarse o no en la reconstrucción de la paleodieta o es
tán afectados por los procesos diagenéticos y, por tanto, son contam inantes. Para ello
es im prescindible disponer de muestras de suelo para analizar y realizar estudios quí
m icos y físicos de los restos óseos y poder así observar las m odificaciones que han
afectado al hueso e intentar a través de estas pruebas elim inar los niveles no biogéni-
cos de los diversos elem entos presentes en el hueso.
Las aplicaciones de estos análisis en la A ntropología son múltiples:
Por últim o, destacarem os que algunos autores han cuestionado la base cient
fica que perm ite aplicar este tipo de estudios al establecimiento de la dieta de un grují
hum ano, ya que algunos elem entos com o el zinc, con un im portante papel fisiol(
gico, son de difícil interpretación. No obstante, si se consideran todas las dificultada
que acom pañan a los estu d io s, si se realizan an álisis de d iag én e sis, de tierra, d
fauna, etcétera, los análisis de elem entos traza pueden contribuir valiosam ente al «
nocim iento de los hábitos alim entarios de las poblaciones pasadas.
Todas estas fuentes (le inform ación sobre la variabilidad en una población de
ADN son, a jm o r i, de aplicación factible sobre el ADN antiguo, aunque los proble
m as son evidentes en cuanto a conservación, aplicación de la m etodología y posibili
dades de com paración con otras poblaciones. En principio, la contam inación bacte
riana no es un im pedim ento para el análisis, ya que los cebadores pueden señalizar el
inicio de amplificación de una secuencia específicam ente humana. Por tanto, aunque
exista ADN m icrobiano, no será amplificado. El problem a procede del ADN hum ano
extraño al resto óseo. Algunas de las posibles fuentes potenciales de contam inación
que pueden surgir en diversos m om entos, y que deben tenerse muy en cuenta en la
recopilación de toda la información en el yacim iento y al tom ar la m uestra de posi
bles fuentes, se producen en los siguientes períodos:
A sim ism o, este tipo de análisis puede ser aplicado al estudio de restos anim a
les, para estudios de dom esticación, por ejem plo. También el estudio de las plantas
presenta m uchas posibilidades. A unque no existen aún suficientes estudios de pobla
ciones a partir de A DN en restos hum anos antiguos, se trata de un cam po con buenas
perspectivas de aplicación en la A ntropología y en la Arqueología.
10.2.2. P a l u o in m u n o l o g ía
10.2.3. A n á l isis d e g ru po s s a n g u ín e o s
10.3. M éto d o s de d a ta c ió n
E l quím ico am ericano W illard Libby publicó en 1949 los primeros datos sobr
datación por radiocarbono, obtenidos a partir de sus estudios sobre las radiaciones cós
m icas y la emisión de partículas subatóm icas elaboradas a raíz de la explosión de la
bom bas atóm icas durante la Segunda G uerra M undial y de posteriores ensayos nu
cleares. Su trabajo se basó en la reacción que se produce entre los neutrones libera
dos de las radiaciones cósm icas y el nitrógeno de la capa superior de la atmósfera
C om o producto de esta reacción se obtuvo un isótopo muy inestable, el MC, cuyo pe
ríodo de sem idesintegración es de 5.730 años. El flujo de neutrones liberados ha per
m anecido más o m enos constante desde hace miles de años, por lo que se supone qu<
las cantidades de l4C en la atm ósfera serán tam bién constantes en el transcurso de
tiempo. Este carbono, com binado con el oxígeno atmosférico, forma dióxido de car
bono que se m ezcla con el propio de la atm ósfera en sus capas inferiores. De est¡
form a, las plantas, por medio de la fotosíntesis, obtienen este isótopo del dióxido d<
carbono atm osférico, entrando a form ar parte de su composición y transfiriéndolo pos
teriorm ente a los distintos anim ales a través de la cadena trófica. C uando'el organisme
m uere, estos niveles de ^ C em piezan a declinar. Libby relacionó este declive con e'.
tiem po transcurrido desde la m uerte del organismo. Las partículas que concretamente
se perdían eran las partículas 6, que eran, por tanto, las que se tenían que contabilizar.
Aún hoy éstas serían las bases del m étodo de datación por radiocarbono, descubri
m iento que le valdría a Libby el prem io N obel de quím ica del año 1960.
Las muestras que se utilizan en esta determinación han de ser, pues, muestras con
sistentes en materia orgánica rica en carbono y que pueden ser de distinta naturaleza.
Para el análisis es necesario un gram o de carbono puro, que, en función de la natura
leza de la m uestra (carbón, hueso u otra m ateria), requeriría un peso variable, siendo
necesarios para el hueso más de 100 gr del mismo. Este método de datación es aplica
ble a muestras con una antigüedad comprendida entre los 2.000 y 50,000 años BP (Befare
Present) aproximadam ente. A finales de la década de los años setenta e inicio de los
ochenta se consiguió m ejorar la estim ación de la edad, así como reducir la cantidad de
m uestra necesaria, con la utilización de un espectrofotómetro de masas con acelerador
(AM S). Su uso amplió la cronología hasta ios 80.000 años, a la vez que se reducía la
cantidad de hueso a un peso entre 2 y 30 gramos (entre 0,005 y 0,3 gr de C).
Bn su m om ento, Libby creyó que los niveles de l4C en la atm ósfera eran cons
tantes, d esconociendo las variaciones producidas p o r los cam bios de Jos cam pos
m agnéticos de la Tierra. Tampoco tuvo en cuenta que el agua está envejecida artifi
cialm ente por los cam bios isotópicos entre el agua y la m ateria m ineral y que ello
puede afectar a muestras que puedan conservarse en este m edio, com o serían los m o
luscos.
A ctualm ente se conoce que la m edida exacta de la actividad del ,4C se ve afec
tada asim ism o p o r el error propio deí contaje, p o r las radiaciones cósm icas, el uso
de com bustible fósil y otros factores. E ste hecho se pudo v erificar a p artir de la
contrastación de m uestras datadas con radíocarbono y m uestras datadas a p artir de
la dendrocronología — m étodo de datación considerado m uy preciso y basado en el
estudio de la edad de los árboles— , viendo que existía un d esfase entre am bas da-
taciones. Parte de este error era debido a las radiaciones cósm icas procedentes de la
Segunda G uerra M undial, ya que los niveles en la atm ósfera se vieron afectados
por las bom bas atóm icas prim ero y las pruebas nucleares después, P or ello, para el
cálculo de la edad de m uerte de un individuo, los estándares que se utilizan co rres
ponden a 1950. A sí, la nom enclatura B P (Before Present) hace siem pre referencia a
1950. E n toda datación, adem ás de la cifra estim ada BP, tam bién debe indicarse el
error tras el sím bolo ±. E ste valor corresponde al error de cálculo que a su vez se e s
tima a p artir de la desviación estándar. A sim ism o debe in cluirse el código que re
presenta al laboratorio donde se lia realizado la estim ación y la form a en que se ha
producido el calibrado, ya que la precisión de la estim ación varía entre los distintos
laboratorios.
Todo investigador que extraiga muestras susceptibles de datar debe tener en cuenta
los siguientes aspectos;
10.3.2. M é t o d o d e d a ta c jó n p o r l a s s e r i e s de u r a n io
En 1908, lord Rayleigh estableció que los fosfatos m inerales, incluso los de hue
sos fósiles, contenían cantidades de uranio. Este elemento, presente en la corriente san
guínea, se puede fijar en el hueso sustituyendo al calcio en la hidroxiapatita. El ura
nio es un elem ento radiactivo, por lo que puede hacerse una lectura de los niveles de
los productos resultantes de su desintegración. Puesto que se conoce el tiempo de se-
m idesintegración de los distintos productos resultantes, se podrá realizar una estima
ción de la edad del resto óseo. L a relación entre el uranio y su producto resultante au
m enta con el tiem po, por lo que su cu an tiíicación perm ite d atar el hueso. En con
creto, los productos del uranio analizados en la datación son el torio y el proactinio,
que se caracterizan p o r ser insolubles en agua. A sí, el hueso no puede absorberlos
una vez m uerto el individuo, que inicialm ente sólo contiene uranio y, por tanto, siendo
la cuantificación del torio y del proactinio debidas al proceso de desintegración de!
uranio e indicadoras de la antigüedad de la m uerte del individuo.
Este método reviste mayor fiabilidad cuando se analizan rocas carbonatadas como
estalactitas o travertinos, pudiéndose estim ar hasta los 350.000 años, si se utiliza el to
rio como producto resultante, últim am en te la serie de 230Th/23/'tJ h a sido la más uti
lizada en la datación de huesos y dientes, ya que requiere m enor cantidad de muestra
que otras series de uranio. A mbos tejidos, posteriorm ente al enterram iento, absorben
cantidades de uranio que perm iten establecer estim aciones de la edad de muerte del
individuo. A lgunos estudios apuntan que el diente absorbe uranio de form a rápida des
pués del enterram iento, lo que perm itirá una aproxim ación de la edad desde la muerte
del organismo. A lgunos estudios muestran que la contrastación de las series, 230Th/234U
y 23lP a/238U dan resultados sim ilares, apuntando que am bas series son igualm ente
fiables.
E ste método se em pezó a utilizar en la década de los años setenta, aunque ya al
gunos autores habían dem ostrado con anterioridad la presencia de am inoácidos en res
tos fósiles. Sus principios radican en que los am inoácidos, unidades m oleculares de
las proteínas, pueden presentarse en sus dos form as estereoisom éricas: los Levo-am i
noácidos (L), que desvían la luz polarizada hacia la izquierda, y los Dextro-aminoá-
cidos (D), que desvían la lux polarizada hacia la derecha. La form a en que se hallan
presentes en los seres vivos es la L, que al m orir el organism o sufre un proceso de con
versión hacia la form a D, hasta llegar a la proporción de 1:1 entre am bos isómeros.
Esta reacción depende del tiem po y de la tem peratura, por lo que se puede utilizar este
proceso como un reloj geocronológico. Este fenóm eno también puede inducirse por
la acción bacteriana o la acción química, aunque ambas pueden elim inarse excluyendo
el problema.
El proceso de racem ización varía según sea la tem peratura am biental, por Jo
que el proceso será distinto según las regiones geográficas, y también varía según sean
los distintos taxones. Ello hace que sea necesario conocer la tem peratura a que fue
som etido el fósil y conocer perfectam ente la cinética de racem ización del hombre, en
este caso, para poder aplicar el método. En el supuesto de no conocer la temperatura
am biental, se utiliza la tem peratura diagenética efectiva teniendo en cuenta que el pro
ceso de racem ización y la tem peratura no m antienen lina relación lineal.
N o todos los am inoácidos se pueden utiliza]' en este método, siendo los más re-
ferenciados, por ser los m ás indicados: alanina (A LA ), valina (VAL), prolina (PRO),
ale/ile-isoleucina (ISO), leucina (LEU), ácido aspártico (ASP), fenilalanina (FEN) y
ácido glutámíco (GLU). Tampoco el grado de racemización (relación D/L) es el misino
según sea el am inoácido, siendo el que tiene una velocidad de m ccm ización mayor el
ácido aspártico y el de m enor velocidad el ácido glutám ico. t) e esta form a, la utiliza
ción de varios de ellos perm itirá la estim ación de distintos intervalos cronológicos que
facilitarán una aproxim ación m ás ajustada a la edad del resto.
La m uestra a analizar puede ser diente o hueso, siendo necesarios 10 gr de este
último. La cronología que abarca este m étodo es de entre 1.000 y 150.000 años de
antigüedad. C om o en cada uno de los métodos de datación, es im portante cuidar el
proceso de obtención de ia m uestra para evitar posibles contam inaciones.
E S T U D IO D E P O B L A C IO N E S
El estudio de los restos humanos no debe finalizar con e! conocim iento indiv
dual de los restos, sino que debe contribuir al conocim iento de las poblaciones pas<
das. Pava ello es necesario a u n a rlo s datos individuales e intentar conocer la compt
sición de la población en cuanto a edad y sexo, así como cuál es el crecim iento de I
población y su distribución en el espacio y en el tiempo. En otras palabras, realiza
un estudio dem ográfico de poblaciones pasadas en lo que se denom ina paleodemc
grafía.
Los estudios de paleodem ografía pretenden reconstruir características biológ
cas y sociales de la vida humana, com o la estructura de la población, la mortalidat
la fertilidad y la esperanza de vida, aunando los datos procedentes de los esqueleto
con el contexto arqueológico. Así, después del análisis de los parám etros demográfi
eos, es necesario realizar una interpretación de los mismos, que puede coincidir o n
con los datos históricos o los m odelos sugeridos,
El interés por la paleodem ografía nació en los Estados U nidos de América en
tre 1920 y 1930. Su apogeo llegó en la década ele los años 70 con la publicación d
The H isto iy o f H uman Life Spcm and M oríality por Acsádi y Nem eskéri. En este libr
se proponía la utilización de múltiples métodos en el diagnóstico de la edad y el sex>
de los individuos. Así, en un prim er m om ento la paleodem ografía se centraba en el es
tudio de la mortalidad. En la actualidad, en los estudios dem ográficos tam bién se re
cogen datos procedentes del estudio de la alim entación y de la paleopatología, qu<
contribuirán a conocer el estado de salud de la población. Éstos proceden de distinta
m etodologías; osteología, estudio m acroscópico de alteraciones óseas, estudio mi
croscópico, análisis bioquímico del hueso y, más recientem ente, el análisis de ADN
Sin embargo, estos estudios son de difícil aplicación en poblaciones antiguas ;
deberá considerarse que no pueden utilizarse los análisis dem ográficos de poblacio
nes actuales de form a directa, sin tener en cuenta las características intrínsecas de li
población. Algunos de ios distintos motivos que condicionan el estudio d em ografía
se citan a continuación:
No obstante, esta lista de inconvenientes, que podría ser rnás larga, no pretende
desanim ar al. antropólogo en la aplicación de este tipo de estudios, sino que quiere in
vitar a la reflexión sobre cada uno de estos y otros aspectos. C onocer los problem as
de antemano perm ite reflexionar sobre la pertinencia de las diferentes técnicas de diag
nóstico de la población.
A lgunos ejem plos de los prim eros estudios paleodem ográficos, con sus consi
deraciones y lim itaciones, que pueden ayudam os en su valoración, se hallan en los tra
bajos ya clásicos de Van G erven y A rm elagos (1983), B uikstra y M ielk e (1985) y
Buikstra y K onigsberg (1985).
12. i . Concepto de antropología forense
E s una m ateria en la que no vamos a entrar y en la que nos lim itarem os a hacer
unos breves com entarios, pues queda muy alejada de la antropología arqueológica y
entra de lleno en el ám bito judicial. Es una especialidad reciente, iniciada en el ul
timo tercio del siglo pasado, cuyos objetivos son fundam entalm ente averiguar a qué
persona pertenecían los restos objeto de estudio y cuáles fueron las causas de su muerte.
La base de la antropología forense, en lo que se refiere al esqueleto, consiste en
la aplicación de la antropología física, tal y com o explicam os en el capítulo 3, con la
ayuda de métodos analíticos biológicos y de diagnóstico por im agen iniciados en el
siglo pasado, pretendiendo la identificación de los restos esqueléticos de un individuo
abandonado o, con m ayor frecuencia, inhum ado de form a clandestina, tratándose íi
m enudo de varios individuos arrojados en fosas comunes, en cuyo caso se ha de deter
m inar su núm ero, edad y sexo. No es infrecuente que en ocasiones sólo se trate de
exam inar un solo hueso, que ha aparecido en un lugar insospechado, siendo el mayor
interés determ inar si corresponde a un ser humano o no, y en caso afirmativo, inten
tar aportar el m ayor núm ero posible de datos.
Un objetivo básico de los casos forenses reside en la determ inación de la edad,
del sexo y de la antigüedad que puedan tener esos restos osteológicos. Si los restos
son recientes y se buscan signos de violencia y sí coincide con sospecha de un deter
m inado caso judicial de m uerte violenta o accidental, debe intentarse averiguar el
tiempo transcurrido desde la m uerte y si su estructura ósea es com patible con las fo
tografías o con la descripción que se hizo del individuo, para averiguar si pueden per
tenecer a él dichos restos. A partir de los restos esqueléticos puede intentarse la re
construcción de su m orfología en vida (I§can y Kennedy, 1989).
Con independencia de los datos antropológicos, puede ser una im portante ayuda
la constatación de determ inadas patologías o anomalías, pero, en ese caso, ya nos apar-
tamos de la antropología y entram os en el terreno de la patología, y aquí es funda
mental conocer si las presuntas lesiones pneden tener origen tafonóm ico, ya que es
frecuente que las alteraciones postm ortem den origen a falsas im ágenes seudopatoló-
gicas.
En general realizan antropología forense los m édicos especializados en este
tipo de exám enes y que requieren de la colaboración de otros investigadores en m a
terias muy especializadas.
12.2. Tipología craneal forense en los EE.UU.
Com o ya com entam os, la escuela norteam ericana divide a ios individuos en tres
razas: caucasoide, negroide y oríentaloide. El diagnóstico se basa en el estudio del crá
neo y de determ inados huesos largos. A quí sólo nos referirem os a los cráneos.
Fia. 12.1. 1. mentón saliente; 2, espina nasal prominente; 3, orco cigomático (malar) incli
nado de arriba abajo; 4, rama mandibular cóncava; 5, órbitas ovaladas angulosas; 6, aper
tura nasal alargada y estrecha; 7, reborde nasal cortante; 8, cúspides de Carabelli; 9, su tura
mediopalatina deprimida. La morfología del paladar es triangular.
Fie. 12.3. 1, reborde cigomáiico (malar) inferior saliente; 2, excrecencia nasal; 3, órbiu
redondeadas; 4, apertura nasal redondeada; -5, incisivos en pala; 6, arco parabólico. Caí
plana, contorno del plana sagital del nmtrocrimeo arqueado y quilla sagital.
C a p ít u l o 13
R E S U M E N D E L A F IL O G E N IA D E L O S H O M ÍN ID O S
^ ¡¡¡
H.ergasterM ' A.garhi
A .n id o ife n s is
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P. A e lh io p w v s
K e n y a n th r o p u s p la ty o p s
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A .a n a m e n s is
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O r r o r in
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S a h e la n lh r o p u s
tc h a d e n s is
Fio, 13.1. Esquema del registro fósil modificado a partir de Aiello (2001).
los taxones fósiles que com ponen la fam ilia de los hom ínidos, de los que se descri
birá su cronología, yacim ientos y algunas características, así com o el hábitat y tipo
de alim entación de las prim eras form as hom ínidas.
L a expresión "dadista de los cuadros ñlogenéticos actuales difiere de linos auto
res a otros y se modifican según van apareciendo nuevos especímenes. En todo m o
m ento utilizarem os el término de hom ínido stricto sensu, haciendo, pues, referencia
únicam ente al género H omo y a los géneros em parentados: Sahelanlhropus, Orrorin,
A rdipithecus, Australopithecus, Kenyaníhropus y Paranihropits. M ostrarem os como
ejem plo dos tipos de cuadros hoy aceptados (figs. 13.1 y 13,2).
1 P E I llO llO S C K O CL1.M ÁTICC
C R O N O L O G IA
tictUipiem C h c fo d a n .
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11 000
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P A L E O L IT IC O
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3 500 OOO
Holotipo: TM 266-01-060-1.
Características: Caninos relativam ente pequeños con desgaste apical, capacidad cra
neal entre 320 y 380 ce, plano nucal plano, escam a frontal p lana por encim a de un lo
ras supraorbitario grande, incisivo central superior muy grande, región m alar pequeña,
no hay trígono frontal, los dientes anteriores m arcadam ente pequeños, m enor prog
natism o facial respecto a A ustralopithecus, las órbitas están separadas por un pilar in
terorbital ancho, el plano nucal queda m arcado con una cresta occipital, el esm alte de
los dientes anteriores es delgado, la cara convexa, y presenta constricción postorbita-
ria muy m arcada.
R econstrucción ambiental: En el m ism o yacim iento existen restos de fauna asociada
a bosques de galería y sabana. Existencia cercana de lagos y estribaciones del desierto.
Holoiipo: A LA -V P'2/11.
C aracterísticos: La dentición m uestra un m osaico de rasgos derivados y primitivos;
presencia de cuatro cúspides en el tercer molar superior, desarrollo de un tubérculo
distal en los caninos inferiores con desarrollo de un anillo marginal m esial. La falange
medial de la mano presenta curvatura dorsal mínima, la falange próxima] del pie pre
senta una fuerte curvatura palm ar, 3a clavícula es robusta con un tubérculo conoide
alargado en sentido m ediolateral.
Reconstrucción ambiental: A m biente boscoso.
Holotipo: ■ K NM -K29281.
C a ra c terístic a s : M eato auditivo externo pequeño y elíptico, el hueso timpánico es
tubular y se extiende lateralm ente hasta la parte m edial del proceso postglenoide, los
Pig. 13.6. Mandíbula de Australopitecus anamensis, KNM-K2928],
molares superiores son más anchos en la región mesial de la corona que en la porción
distal, el hueso temporal está fuertem ente pneum atizado. Un fragmento de tibia indica
que su bipedia estaba mús lograda que en A. afarensis. Los huesos de la mano indi
can que tam bién trepaba. Su peso oscilaba entre 47 y 55 kg.
Reconstrucción ambiental: asociado con restos de peces y vertebrados, probablemente
habitaba en bosques tipo corredor.
Yacimientos; Hadar, Fejej, Maka, Belohdelie (Etiopía), Bahr el Gazal (Chad), Laetoli
(Tanzania), Tiiiu B or M em ber de Koobi Fora (Kenia).
Paradigma-, Especím enes de Laetoli y Hadar.
Características', Posee un conjunto de caracteres craneodentales primitivos que in
cluyen un fuerte prognatism o facial, base craneal plana, fosa glenoidea plana sin una
em inencia articular diferenciada, el proceso postglenoideo situado anteriorm ente al
tím pano, el paladar plano y poco profundo, la apertura piriform e con los márgenes
laterales agudos, el clivus nasoalveolar convexo, los incisivos centrales superiores gran
des respecto a los laterales y con grandes caninos, la capacidad craneal aproxim ada
mente entre 310 y 485 cc. E l esqueleto postcraneal indica que era bípedo pero adap
tados para trepar a los árboles. Fuerte dim orfism o sexual: el peso de las hembras de
30 kg y el de los m achos de 65 kg.
Reconstrucción ambiental'. Vivían en hábitats ricos en agua y boscosos, desde los la
gos a la sabana.
Holotipo: B O U -V P 12/130.
Características: La dentición y la m andíbula m ás prim itiva que //, erectas, los pre
m olares con un sistem a de raíces com plejo, la bóveda craneal es ancha y la base corta
e] occipital es largo, la apertura nasal es ancha, presenta reducción en la anchura de
los dientes.
Paradigma: OH 9.
Características: El cráneo bajo en norm a lateral y ancho en su base, la capacidad
craneal de m ás de 1000 cc, las paredes nasales delgadas, la frente baja con una quilla
sagital desde el frontal hasta el parietal por la línea media, e! frontal estrecho, la línea
del músculo tem poral term ina en un toras en la región mastoide, el occipital m arca
dam ente curvado, la m andíbula robusta y profunda. El fém ur aplanado en sentido an
teropos terior y robusto.
H om o sapiens anatóm icam ente m oderno (circa 100,000 años hasta la actualidad)
(fig. 13.20)
Distribución: Expansión global desde Africa.
Características: Cara pequeña con un mentón prom inente; dientes y maxilares m e
nores que sus antecesores; cráneo redondeado con una frente alta y unos arcos supra-
ciliares reducidos; esqueleto postcraneal menos robusto, con extrem idades más largas
y con las paredes de los huesos más delgadas; huesos ptíbicos más gruesos y cortos.
A nexo
F IC H A A N T R O P O L Ó G IC A
c h An e o
Perímetro stiWroc.
Perímetro o la 1/2
«¡■antero-post. a la \Í2
$ anlero-posl. eubiroc.
$ transversal a te t/2
^ transversa) subiroc,
Perímetro mínimo
P e rim e tfo a la 1/2
Anchura epífisis dista)
4 antero-post, o la 1/2
4 transversal a la 1/2
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Impreso en el mes de febrero de 2004
en A&M GRÁP1C, S. L.
Polígono Industrial «La Florida»
08130 Sania Perpétua de Mogoda
(Barcelona)