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_ _____ ¿Expresan los


.•

nombres la naturaleza de las cosas o son simples etiquetas debidas a un


l acuerdo o convención entre los hombres? Se trata de una pregunta que
a nosotros, en una situación cultural distinta, nos puede parecer banal,
pero que adquiere todo su sentido en un contexto en el ue, como an-
taño señ ara W1 amowitz , se arte e la i ea de que entre los nombres
-incluidos los nombres propios- y las cosas existe una íntima uni a ,
de tal manera que el nombre es como una parte de su portador. En tér-
minos semióticos diríamos hoy que el nombre es más un índice que un
símbolo. Solo desde esta perspectiva adquiere sentido la discusión eti-
mológica que ocupa gran parte del diálogo.
El diálogo comienza exponiendo de forma sintética las tesis de Crá-
tilo y Hermógenes. El primero mantiene que los nombres son exactos
(onómatos orthóteta) por naturaleza (physei); el segundo, que son exac-
tos por acuerdo (syntheke1 o convención (nómos). Ambos.coinciden, por
tanto, en la exactitud de los nombres, aunque discrepen en la razón de
la exactitud. Como veremos, Sócrates terminará distanciándose tan-
to de uno como de otro. La estrategia socrática consistirá en someter a
juicio precisamente aquello que sus dos interlocutores comparten como
un presupuesto que no ponen en duda: la exactitud de los nombres. La
táctica es bien conocida: se trata de ir consiguiendo que sus interlocuto-
res acepten ciertos principios que les llevarán a la contradicción.
La primera parte del diálogo está dedicada a contradecir las tesis de
Hermógenes. Sócrates comienza haciéndole aceptar dos principios que
más razonable es que las teorías lingüísticas que se le atribuyen ,
.d , mas q
a Heráclito, pertenecen a unos segu1 ores que a1proponer la teorí ue
. d 1 . . a natu
ralista se han parapetad o tras la d octnna e mov1m1ento continuo -
No existe tampoco en Parménides una teoría del lenguaje q~
., h . 1 e sea
explícita. Y, sin em bargo, tam b1en se a visto envue to en la contro
sia entre naturalistas y convencionalistas. De hecho, Diógenes Lae;;.r-
(111, 9) relaciona a Hermógenes con los eleatas. Pero lo cierto es que 1~º
escritos de Parménides plantean demasiados problemas interpretativo:
como para permitirnos afirmar de forma taxativa, no ya que adoptara
una clara posición teórica, sino que se planteara siquiera la cuestión. No
obstante, encontramos algunas frases que podrían justificar la afirmación
de Laercio. La alusión más significativa se encuentra, sin duda, en los
versos 38-42 del fragmento B8. Estos versos dicen lo siguiente:

Todas las cosas son meros nombres (ónoma) que los mortales pusieron con-
vencidos de que son verdaderos nacer y morir, ser y no-ser, cambio de lugar
y variación de color resplandeciente.

El filósofo de Elea no duda en comparar la inanidad de los cambios


que creemos captar por los sentidos con las palabras. Las cosas, como los
nombre mismos, no son más que apariencias, resultado del error de aque-
llos que creen que son posibles el cambio y la pluralidad. En este sentido,
parece como si el modo en que significan las palabras (imprecisas, cuan-
do no falsas) se opusiera al que proporcionan los signos (sémata) que nos
encontramos cuando reflexionamos acerca del ser, ya que estos nos per-
miten inferir de forma segura que es ingénito e imperecedero (B8, 1-3).
Si traducimos e interpretamos los versos de Parménides de la for-
ma en que acabamos de hacer, podríamos llegar a la conclusión de que
el filósofo de Elea avanza lo que sería la tesis platónica: el lenguaje no
constituye una vía de acceso a la realidad. Y desde luego algo hay de eso.
Pero el problema no aparece con claridad si no nos damos cuenta de que
lo que parece sugerir Parménides -y de forma más clara nos dice Pla-
tón- es que el problema de la adecuación entr~ palabras y realidad se
plantea mal cuando lo vemos desde 1~ perspectiva d_el lenguaje, cuan-
do debiéramos verlo desde la perspectiva del pensamiento. Es el pensa-
miento el que determina el discurso y no a la inversa. Esta perspectiva
permite hacer compatible lo que podríamos consider~r la intención cen-
tral del poema: revelar a través de la palabra el camino de la Verd~d a
aquellos que quieren conocerla. Pero alcan~ar la verdad s~lo es posible
si se aceptan dos principios: que no es posible conocer ni expresar lo
que no es, pues «lo mismo es el pensar y el ser» (B2, 7-8) Y q~e «lo que
puede decirse y pensarse debe ser» (B6,.1). De hecho, en e_l mismo ~rag-
mento B8, los versos anteriores a los citados (34-3 7) repiten la misma

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idea. Desde la perspectiva,de un pensam iento que determin l l
.d . a e engua-
je, en cuanto que es en a1gun sent1 o diferent e de él, es posible entender
que se pueda «hablar fals~mente». .
De todos modos esta interpre tación no contesta a todos los in · terro_
. , d
gantes porqu~ !como pue _e expresa rse mediant e nombres engañosos
lo que no es, s1, c?mo nos d,ice a~tes, lo que no es real no puede pensar-
se ni expresarse? !No debena decirse, como más tarde mantendría Antís-
tenes7, que no es posible hablar falsamente (lo que nos llevaría a adoptar
las tesis naturalis~as)? Y, sin embarg o, las respuestas a estas preguntas
desde la perspec tiva parmen ídea no entraña n necesariamente contra-
dicción con lo anterior mente dicho, ni, desde luego, lo dicho avala una
teoría naturali sta como la de Antístenes. Tal como interpre ta Guthrie
(1992, 11: 55), lo que Parménides quiere decir es que, cuando los hom-
bres usan las palabras para referirse a las cosas cambiantes que se perci-
ben por los sentidos, no están diciendo nada, y tampoco puede decirse
que piensen o aprehen dan nada. Guthrie se basa en que el verbo utili-
zado por Parménides, noein, más que referirse a alguna cosa, ha de ser
entendido como «tener sentido o significado». En otros términos, como
se dirá más adelante, algunos nombres son usados incorrectamente por-
que ni se refieren a nada ni tienen sentido, como esos sonidos que po-
demos compon er vocalmente, pero que no reproducen ninguna palabra
en ninguna lengua. Curiosa mente, el Crátilo platónico mantiene una
teoría próxima a esta. Aunque se empeña en defender que los nombres
no pueden usarse falsamente, utiliza un argume nto semejante: no hay
propiamente un nombre sino la emisión de meros ruidos; como cuando
alguien golpea una vasija de bronce (430a).
Todo esto nos llevaría a una conclusión: para Parménides los nom-
bres que se dan a los objetos del mundo de la experiencia no pueden ser
«naturales», y no simplemente porque sean convencionales, sino porque
no existe un objeto real al que puedan atribuirse.
De todos modos, interpre tar a Parménides desde la perspectiva del
enfrentamiento entre naturalistas y convencionalistas puede llevarnos a
hacerlo de forma inadecu ada porque (y en esto parece haber acuer-
do entre los especialistas) tal controversia solo aparece con ·claridad en el
siglo v. Aunque en el Crátilo Platón no se refiere a él, Proclo (ya en el si-
glo v de nuestra era), en su comentario de ese mismo diálogo, atribuye a
Demócrito las mismas tesis convencionalistas que Hermógenes mantiene
en el diálogo 8 • Esta atribución no es, desde luego, descabellada, pues re-
sulta coherente con otras teorías de Dem ócri to (Guthri
e, 199 2, II: 48l -
482). De toda s formas, la discusión enc uen tra su luga
r má~ natural en
el contexto de las controversias ~ofísticas e°: ~orno al uso e~1~
a~ del len-
guaje y, en un sen tido más amp lio, en relac1on con las
pos1b~hdades de
con oce r lo real. Com o no pod ía ser de otra man era,
la tests del con-
vencionalismo fue bien aco gida entr e los sofistas. De
ello s Pró dico y
Protágoras son citados exp resa men te por Sóc rat~ : e?
ferencia al prim ero no pasa de ser una mer a alus1on 1ron
:1 _Crátilo. La re-
1ca (3 84b). Por
lo demás, su inte rés por el emp leo cor rect o de los nom
bre s, tal como
apa rece en el Eutidemo (277e) y su pre ven ción hac ia las
pala bras con-
sideradas sinónimas -cu est ión sobre la que tam bién iron
iza Sócrates
en el Protágoras (337a-c; 340 a-c; 358 a-b )-, poc o tien
e que ver con
el enfo que que Plat ón da al Crátilo. Las alusiones a Pro
tágo ras (385e-
386 c; 39l c); ·apa rte de su inte nció n satírica, está n des tina
das a criticar
su famosa máx ima «El hom bre es la med ida de tod as las
cosas». En su
conversación con Her móg ene s, Sócrates pre tend e esta blec
er una rela-
ción entr e dich a afirmación y el convencionalismo de este
. Her móg e-
nes no acepta, sin embargo, la epistemología de Pro tágo
ras. No sabe-
mos, por otra parte, si Protágoras man tuvo de form a exp
líci ta la tesis
convencionalista. El sofista de Abdera com par tía con
Her ácli to tesis
com o la de la coexistencia de los opuestos; per o, si tene
mos en cue nta
lo que hem os dicho más arriba, esta coincidencia no nos
per mit e saca r
conclusiones seguras. Por lo demás, apa rte de que no util
izab a -qu e
sep am os- el mét odo etimológico, su máx ima epis tem ológ
ica y su te-
sis de que nadie tiene derecho a contradecir a otro s no pue
den ser con -
sideradas com o el origen de las teorías convencionalistas
al uso de la
épo ca o, por lo menos, como el único origen si tene mos
en cue nta las
más que probables teorías convencionalistas de Dem ócri
to, incl uso de
Anáxagoras y otro s presocráticos.
La sofística, tan preocupada por los problemas pragmáticos
del len-
guaje, acaba con el naturalismo, que probablemente tuvo
su orig en pri-
mero, en la creencia en la relación mágica entre los nombres
y los objetos
y, más tarde, en la concepción de un lógos divino creador de
un lenguaje
gue tiene un sentido unánimemente compartido por todo
s. Estas creen-
cias serán sustituidas por argumentos más racionalistas que
ven en el len-
guaje un instrumento de gran utilidad, que es causa y efec
to de su eno r-
me «fuerza social» (Rey, 1973: 14). No hay posibilidad algu
na de acceso
al ser de las cosas a través del lenguaje. Por más que las razo
nes sean muy
diferentes, en este aspecto hay un pequeño acuerdo entre Platón y un so-
fista tan radical como Gorgias. Para Gorgias el acceso al ser es imposible
con lenguaje y sin él: no podemos conocerlo de ninguna manera. Pero
aun en el caso de que el conocimiento del ser fuera posible, el lenguaje
no nos serviría más que para mentir. La desproporción entre lenguaje y
ser es tan abismal que en ningún caso este podría ser expresado o repre-
sentado por aquel; .

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