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Cornejo Valle, Mónica (2016) Go e a za y Cultu a. Pe o ¿ ué ultu a?

Implicaciones del concepto de cultura en la implementación de la gobernanza , en


Sergio García Magariño (ed.), La Gobernanza y sus enfoques. Madrid: Delta
Publicaciones. ISBN: 841638312X ISBN-13: 9788416383122

GOBERNANZA Y CULTURA. PERO ¿QUÉ CULTURA? IMPLICACIONES


DEL CONCEPTO DE CULTURA EN LA IMPLEMENTACIÓN DE LA
GOBERNANZA.
Mónica Cornejo Valle
Universidad Complutense de Madrid
Grupo ARESIMA

Apenas empezado el nuevo siglo, el especialista en Estudios Culturales George


Yúdice iniciaba uno de los textos de análisis cultural más notables de los últimos
tiempos, El recurso de la cultura, dejando constancia de un testimonio incómodo. El
testimonio narraba los dimes y diretes de una reunión internacional de especialistas en
políticas culturales. En ella, un representante de la UNESCO, que a la sazón es la
organización mundial más relevante en asuntos culturales, se lamentaba de la
omnipresente invocación de la cultura y lo cultural como medio para fines
aparentemente bastardos. En concreto, “se lamentó de que la cultura se invocara para
resolver problemas que antes correspondían al ámbito de la economía y la política. Sin
embargo -agregó-la única forma de convencer a los dirigentes del gobierno y de las
empresas de que vale la pena apoyar la actividad cultural es alegar que esta disminuirá
los conflictos sociales y conducirá al desarrollo económico” (Yúdice, 2002:13). El
funcionario en cuestión parecía aspirar a una política cultural pura, sin los determinantes
ni la determinación de las causas políticas o las condiciones materiales, y en su adagio
resonaba la nostalgia de la cultura culta, autocentrada y narcisista, concebida y
articulada para su propia gloria creativa.
Lejos de las reuniones internacionales del más alto nivel, una trabajadora social
de Madrid, al frente de un proyecto de participación ciudadana que intenta poner en
valor la diversidad cultural como recurso de integración para la población inmigrada, se
quejaba de algo muy distinto en una entrevista improvisada. Ella criticaba que la cultura
se invocara en los documentos y la publicidad del proyecto como el remedio curalotodo.
Insistía en que las personas a las que estaba orientado el proyecto tenían otras
necesidades. Necesidades políticas, como las de participar en la vida pública, y
económicas, como las de trabajar o acceder a una vivienda, pero en ese momento el
proyecto sólo podía financiar exposiciones gráficas con la idea de que estas

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exposiciones eran una forma de participación pública y un estímulo para la iniciativa
económica de los artistas.
Es en contextos complejos como estos donde la gobernanza intenta ser una
herramienta útil para elaborar políticas culturales más adecuadas, menos conflictivas y
más abiertas a la participación de todos los agentes con el fin de armonizar tanto los
intereses como los objetivos comunes. De acuerdo con la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) la gobernanza de la
cultura es una realidad que se enmarca y se entiende en referencia y aplicación de la
Convención Sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones
Culturales, proclamada en 2005. En este sentido, gobernanza cultural es una forma
particular de gestionar e implementar políticas orientadas a la promoción y a la
protección de la diversidad de las expresiones culturales y especialmente aquellas
acciones e instrumentos que facilitan las condiciones para que las culturas puedan
prosperar y mantener entre sí interacciones mutuamente respetuosas de forma libre. Sin
embargo, aunque podemos tener una idea formal y genérica suficiente respecto al objeto
de las políticas culturales y de la gobernanza como forma de gestión, está resultando
problemático la ambigüedad con la que en estas mismas políticas se usa la palabra clave
“cultura”.
Detengámonos, siquiera brevísimamente, en el hecho peculiar que es la inmensa
variedad de áreas de acción, intervención, gestión, inversión y regulación que se pueden
reconocer, en un sentido o en otro, como políticas asociadas a lo cultural. Así, podemos
afirmar que éstas políticas se pueden referir a: educación, artes, museos, bibliotecas,
exposiciones, literatura, ciencia, cine, diversidad cultural, prensa, nuevas tecnologías,
campañas informativas, folclore, patrimonio, mercados culturales, gestores culturales,
interculturalidad, investigación, desarrollo, innovación, archivos, idiomas,
multilingüismo, música, librerías, artesanías, tradiciones, etc. Esta enumeración no es,
ni pretende ser, exhaustiva o sistemática, pero sí pretende llamar la atención sobre tres
cuestiones que constituyen hipótesis centrales de nuestro análisis y que emanan de la
propia constatación de las muchas formas en que podemos entender “lo cultural”. En
primer lugar, parece que cada política cultural específica incorpora una o varias formas
de entender la cultura, y estos distintos conceptos de “lo cultural” se desarrollan en
campos de implementación concretos que también pueden ser muy diversos, como
sugiere la enumeración anterior. Por otro lado, en segundo lugar, sostenemos que cada
concepto de cultura influye de forma diferente en la práctica de la gobernanza cultural,
en la medida en que cada concepto de cultura da protagonismo a distintos creadores,
productos y formas de compartir la cultura. Así por ejemplo, tomando el caso de la
enumeración anterior, podemos apreciar que no son los mismos agentes ni productos los
que están en juego en un programa de recuperación de archivos que en uno de
promoción de la música local. Conforme a esto, parece razonable pensar que estas
diferencias de énfasis influyen en el modo en que se planifican, implementan y
participan las políticas culturales. Y, por último, en tercer lugar, las ambigüedades en el

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uso del concepto parecen esconder una doble tendencia elitista y cosificadora de la
creatividad humana que podemos encontrar en diferentes casos.
Teniendo en cuenta lo anterior, el objetivo de este análisis será desvelar la
influencia que un concepto u otro de cultura tienen sobre la gobernanza y las
previsiones que podemos hacer sobre gobernanza y políticas culturales diversas a partir
del análisis de los conceptos de cultura como herramienta para planificar
adecuadamente. Para ello, exploraremos en primer lugar los derechos culturales como
marco general en el que se ha ido apoyando la consolidación y la globalización de
determinadas formas de entender la cultura y las políticas culturales. A continuación,
analizaremos el impacto del concepto de cultura en la implementación de las políticas
culturales desde el punto de vista de un estudio de caso en Madrid. Tras esto,
avanzaremos hacia un análisis más general de los conceptos de cultura implícitos en los
marcos internacionales de políticas culturales (fundamentalmente de UNESCO),
prestando atención a sus implicaciones en el ideal de la gobernanza. Finalmente,
plantearemos algunas reflexiones para el futuro a propósito de la llamada Agenda post-
2015.

1. LOS DERECHOS CULTURALES


El vigor de la gobernanza de la cultura tal y como la conocemos hoy emana de
dos fuentes. Por un lado, como ha sido señalado por el sociólogo Manuel Castells, entre
otros, los movimientos sociales en los años 90 del siglo XX han logrado colocar en la
agenda política las cuestiones relacionadas con las identidades colectivas y la diversidad
cultural, dotando de matices propios al concepto de cultura anterior, fuertemente
restringido a cuestiones de gestión patrimonial. Y, por otro lado, los derechos culturales
en su conjunto han ido ganando reconocimiento jurídico internacional progresivamente,
y en los últimos 20 años han desarrollado especialmente este tema. Sin embargo,
aunque los movimientos sociales de finales del siglo pasado han fungido de espoleta en
la incorporación de asuntos culturales a las cuestiones políticas tanto locales como de la
agenda global, lo que ha determinado la consolidación y la perdurabilidad de las
cuestiones culturales en la agenda ha sido principalmente el desarrollo del marco
normativo internacional que ha asumido como suyos algunos principios y valores
fundamentales reclamados por la sociedad civil.
La primera vez que el derecho a la cultura queda explícitamente reconocido es
en el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), y en virtud
de la Declaración se establece el derecho a (a) tomar parte libremente en la vida cultural
de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los
beneficios que de él resulten, así como a (b) la protección de los intereses morales y
materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o
artísticas de que sea autora cada persona o cada comunidad. Como es sabido, éste y
otros artículos serían desarrollados en los años sucesivos por distintas declaraciones y

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pactos y especialmente de tres: el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, firmado en 1966, la Declaración Universal sobre la Diversidad
Cultural de la UNESCO, adoptada en 2001, y la Convención para la Protección y
Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales, también promovida por la
UNESCO y aprobada en 2005.
Así, el artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales reconoce el derecho de toda persona a participar en la vida cultural, gozar de
los beneficios del progreso científico, así como el derecho a la protección de los
intereses morales y materiales que le correspondan como autora de producciones
científicas, literarias o artísticas. Y precisamente apoyado en este reconocimiento, el
mismo artículo también establece el compromiso de los Estados Partes en la adopción
de las medidas necesarias para asegurar el pleno ejercicio de este derecho, incluyendo la
conservación, el desarrollo y la difusión de la ciencia y de la cultura, respetando la
indispensable libertad para la investigación científica y para la actividad creadora, y
atendiendo a los beneficios que derivan del fomento y desarrollo de la cooperación y de
las relaciones internacionales en cuestiones científicas y culturales. Y a este artículo
debemos acompañarlo de una mención a uno anterior, el artículo 13, sobre el derecho a
la educación, que complementa tanto el reconocimiento del derecho a la cultura como
los compromisos que los Estados Partes adquieren estableciendo la educación como una
de las áreas específicas en las que el artículo 15 se concreta.
Esa misma convergencia entre la educación y la cultura se aprecia también en la
propia constitución de la UNESCO, que en el ejercicio de su mandato como
instrumento de las Naciones Unidas para la promoción y protección de la Educación, la
Ciencia y la Cultura, eleva a principio rector de su labor la convicción de que “la amplia
difusión de la cultura y la educación de la humanidad para la justicia, la libertad y la paz
son indispensables a la dignidad del hombre y constituyen un deber sagrado que todas
las naciones han de cumplir con un espíritu de responsabilidad y de ayuda mutua”
(UNESCO 2014:7). En virtud de este principio, así como de su labor histórica, resulta
obvio que la propia UNESCO ha constituido un instrumento fundamental en la difusión
y promoción del derecho a la cultura. Entre sus acciones más destacadas está la
aprobación de varias convenciones internacionales de cuya firma por los Estados Parte
se han derivado importantes consecuencias jurídicas en la protección de la creatividad
humana y sus productos. Entre las que tienen más largo recorrido, son dignas de
mención las convenciones para la Protección de los derechos de autor y derechos
conexos (1952; 1971), para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto
Armado (1954), para la Lucha contra el tráfico ilícito de bienes culturales (1970) y la
que probablemente sea más conocida por el público general, la Convención para la
Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural (1972).
Sin embargo, aunque UNESCO se constituye en 1946 e inmediatamente se
orienta hacia la protección de la cultura, sus acciones han venido promoviendo un
sentido patrimonial, elitista y reificador de la cultura (que aún conserva en parte). De

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hecho, cuando en 1973 Bolivia planteó que se añadiera un protocolo específico para la
protección del folclore en la Convención Universal del Derecho Intelectual, la propuesta
se rechazó y aún habrían de pasar 9 años para que se creara (en 1982) un Comité de
Expertos sobre la Salvaguardia del Folclore y la Sección para el Patrimonio Inmaterial
(Bouchenaki, 2004:8). Así pues, desde su fundación, la organización tardaría medio
siglo en orientarse hacia un sentido antropológico y social de la cultura, teniendo en
cuenta la diversidad cultural por sí misma, la relevancia de las identidades culturales,
los principios del multiculturalismo y el interculturalismo o las limitaciones de una
protección de la cultura reducida a los objetos.
Dentro de la propia UNESCO, esta crítica (que se ha hecho también a otras
organizaciones y a los Estados) se convirtió en una autocrítica constructiva y como
resultado de ello la organización volcó sus energías en la preparación de la Declaración
Universal sobre la Diversidad Cultural de 2001. La Declaración recoge también el
impacto de la oleada de reivindicaciones identitarias y culturales en la década de los
noventa del siglo XX, como se menciona en el preámbulo (“Constatando que la cultura
se encuentra en el centro de los debates contemporáneos sobre la identidad, la cohesión
social…” UNESCO 2001:19) y como también se desprende de su redacción, en la que
se viene a poner de manifiesto la particularidad de las minorías y los “pueblos
autóctonos” como sujetos destacables de los derechos culturales (art. 4). Y así también,
la Declaración de 2001 tiene una relevancia particular en la medida en que no sólo
reacciona a las transformaciones y demandas sociales del momento, sino que contribuye
a ampliar los derechos culturales desarrollando aspectos poco tenidos en cuenta hasta
entonces como el patrimonio inmaterial, las identidades colectivas, el pluralismo en las
sociedades contemporáneas o la importancia de tener en cuenta la diversidad en las
políticas de desarrollo.
A la hora de pensar en la gobernanza de la cultura, no obstante, resulta de todo
punto imprescindible remitirnos a los principios, definiciones, medidas, derechos y
deberes de las Partes establecidos en la Convención sobre la protección y la promoción
de la diversidad de las expresiones culturales que la UNESCO aprueba en 2005 y de la
que se derivan los instrumentos, las políticas y el marco en el que hoy en día se plantea
la gobernanza de la cultura. Según la propia introducción de la UNESCO, la
Convención fue adoptada porque la comunidad internacional reconoció la urgencia de
aplicar una regulación internacional que reconociera dos cosas: por un lado, (a) el
carácter distintivo de los bienes, servicios y actividades culturales como vectores de
transmisión de identidad, valores y sentidos; y, por otro lado, (b) que los bienes,
servicios y actividades culturales no son mercancías o bienes de consumo que puedan
ser considerados únicamente como objetos de comercio, aunque tengan un valor
económico importante. Por eso, la Convención pretende explícitamente garantizar “que
los artistas, los profesionales y otros actores de la cultura y los ciudadanos en todo el
mundo puedan crear, producir, difundir y disfrutar de una amplia gama de bienes,

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servicios y actividades culturales, incluidos los suyos propios”, como reza en la web de
presentación del documento1.
2. EL IMPACTO DEL CONCEPTO DE CULTURA EN LA
IMPLEMENTACIÓN DE POLÍTICAS CULTURALES: UN ESTUDIO DE CASO
¿Disfrutan los ciudadanos de todo el mundo de las condiciones en las que ejercer
estos derechos culturales? Obviamente, si así fuera no existirían organizaciones como
UNESCO ni tampoco las políticas culturales, cuyas misiones en general se aglutinan en
torno al fin común que consiste en promover las condiciones en que los individuos y las
comunidades puedan efectivamente ejercer su derecho a la cultura. Sin embargo, en la
medida en que este logro es siempre un trabajo en curso, podemos y debemos
preguntarnos de cuando en cuando por la eficacia, la garantía y los resultados con los
que estas políticas se están desempeñando en la práctica.
Con este propósito, entre 2009 y 2011, un equipo del Departamento de
Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid llevó a cabo una
investigación a través del proyecto de título “La reutilización de la cultura en las
políticas de intervención social”, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia
en el marco del Plan Nacional de I+D+I (2008-2011). Como reza en su resumen, el
proyecto pretendía “analizar en profundidad y detalle etnográfico los procesos de
activación de los recursos culturales puestos en marcha desde instancias políticas
formalizadas, prestando especial atención a su impacto en las vidas de los individuos y
grupos”. Para ello, el proyecto establecía tres puntos estratégicos de observación en los
que el concepto de cultura se ponía en juego, que se corresponderían con: (1) el valor
patrimonial reconocido de diversos lugares y “tradiciones”, (2) hábitos de consumo
considerados culturales o involucrados en la gestión cultural, y (3) programas culturales
de integración social para poblaciones determinadas. Como miembro del equipo,
desarrollé mi investigación en relación al punto (3) programas culturales de integración
social, centrándome concretamente en cuatro Centros de Participación e Integración
abiertos por el Gobierno de la Comunidad de Madrid desde 2006 (Cornejo Valle y
Blanco Gallardo, 2013).
Los Centros de Participación e Integración de Madrid, más generalmente
conocidos como CEPIs, se diseñaron como espacios de encuentro entre la población de
origen español y la de otras nacionalidades. Aunque forman parte de un programa de la
Comunidad de Madrid, cada uno de los 17 existentes es gestionado por una entidad
privada que emplea principalmente fondos públicos. Como espacios de encuentro, la
dimensión cultural cobró gran importancia desde su origen y entre las funciones de los
centros estaba especialmente la de potenciar el conocimiento intercultural mutuo, con la
idea general de que un mayor y mejor conocimiento mutuo facilita tanto la participación
ciudadana como la integración de la población inmigrada en la vida local. Y para

1
En http://www.unesco.org/new/es/culture/themes/cultural-diversity/cultural-expressions/the-
convention/what-is-the-convention.

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cumplir este propósito, los CEPIs dedican grandes esfuerzos a promover una muy
notable variedad de eventos culturales en los muy diversos sentidos del concepto
“cultural”: proyecciones de cine no comercial, festivales de danza, conciertos,
exposiciones gráficas, recitales, cursos de idiomas, conferencias, etc.2 Así pues, fue
durante la investigación sobre los CEPI cuando encontramos y pudimos perfilar con
cierta precisión las que ahora son nuestras hipótesis de trabajo aquí: ”: (1) Cada política
cultural tiene varios conceptos de cultura distintos; (2) Cada concepto de cultura influye
de forma diferente en la práctica de la gobernanza; Y (3), las ambigüedades en el uso
del concepto esconden una cierta tendencia cosificadora de la creatividad humana, a
menudo elitista.
2.1. Sobre los conceptos de cultura
El análisis de los discursos y las actividades culturales en los CEPIs investigados
nos reveló la existencia, en primer lugar, de al menos dos conceptos de cultura que
operaban implícitamente en el diseño de actividades. Estos dos conceptos son los que de
forma muy general podemos asociar a cultura culta y cultura popular, que aquí
llamamos conceptos “estándar” por ser los más extendidos y también por ser los más
antiguos, pues a pesar de las diferencias entre las muchas teorías que han tratado estas
cuestiones, podemos afirmar con rigor que al menos desde que Kant estableciera la
oposición entre cultura y civilización, son mayoría los autores han coincidido en aceptar
la existencia de estos dos significados estándar para el concepto de cultura. En este
sentido, y aunque la discusión específica sobre los conceptos de cultura excede los fines
de esta reflexión, no está de más recordar que desde Kroeber y Kluckhohn (1952:13)
hasta Elias (2001:58), pasando por Williams (1997:10), Geertz (1996:43) o Parker
(2006), lo cultural se ha entendido por un lado como formación y educación y por otro
lado como folclore y patrimonio.
La primera noción se desarrolla especialmente en el ideario de la Ilustración y
representa la convergencia particular de la tradición francesa entre el concepto de
civilización y la crítica roussoniana del mismo (Elias, 2001:86). En palabras de Parker
(2006), esta concepción marcada por el ideal ilustrado del progreso humano, presenta la
cultura como:
La posibilidad del cultivo del espíritu del hombre: el hombre culto es el
que se ha elevado a la cumbre del saber, de las artes y las letras. Se trata de una
concepción humanista y burguesa de la cultura que sólo refiere a la cultura
clásica de tipo occidental, precisamente aquella cultura que las elites y
aristocracias europeas han definido histórica y situadamente como la única
expresión de la alta cultura o de las bellas artes. (Parker, 2006:10)
Esta noción de cultura como resultado del cultivo humanístico presenta una
retórica “formativa” puesto que, históricamente, el disfrute de los productos culturales
2
Hemos analizado con más detalle los CEPIs madrileños en Cornejo Valle y Blanco Gallardo (2013). En
esta ocasión me limitaré a reseñar brevemente aquellos hallazgos de la investigación que aquí resultan de
interés para el análisis de la gobernanza cultural.

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no se ha circunscrito a la élite formada, sino que se ha engastado en el que
probablemente sea el más complejo desarrollo de las políticas culturales: la educación
pública. Por esto, además de las observaciones de Parker, esta noción no sólo nos remite
a la idea del consumo culto, sino a las muy diversas y extendidas prácticas formativas
asociadas a ello.
La segunda noción, que aquí llamaremos “patrimonial”, se desarrolla
especialmente en el surgimiento de la ideología nacionalista en la Alemania del siglo
XVIII y representa una tendencia esencialista en la representación del espíritu de los
pueblos (volkgeist). Esta también es la idea fundamental de cultura que aparece en la
Antropología y la Sociología americanas como “culturalismo”. Como afirma Elias
(2001:59):
El concepto alemán de cultura pone especialmente de manifiesto las
diferencias nacionales las peculiaridades de los grupos. (…) En este concepto de
cultura se refleja la conciencia de sí misma que tiene una nación que ha de
preguntarse siempre: “¿En qué consiste en realidad nuestra peculiaridad?”. Y al
amparo de esta forma de entender lo cultural, las respuestas sobre la peculiaridad
de los pueblos tienden a darse en los términos de los productos del espíritu
colectivo: de su folk-lore (literalmente “acervo del pueblo”), de su patrimonio
cultural. (Elias 2001:58).
Como se puede apreciar, esta segunda noción de la cultura es la que ha estado en
la base de las políticas culturales que pueden considerarse las segundas en su grado de
complejidad y desarrollo después de las educativas: las acciones de protección
patrimonial llevadas a cabo por la UNESCO desde su fundación en 1946.
Si bien es cierto que estas dos nociones de cultura, la culta-formativa y la
patrimonial-folclorista, no son necesariamente antitéticas, sí resultan lo bastante
distintas entre sí como para que su uso privilegie unos aspectos sobre otros. Y en este
sentido, nuestra investigación sobre los Centros de Participación e Integración de la
Comunidad de Madrid revelaba una cierta correspondencia entre las nociones de cultura
en uso por los diseñadores de las actividades y las prácticas e intervenciones que se
implementaban. Así, pudimos observar que la noción formativa y culta privilegiaba el
diseño de acciones fundamentalmente educativas orientadas a la instrucción de los
individuos a través de cursos, conferencias o exposiciones artísticas (en el sentido de las
Bellas Artes). Y, por otro lado, la noción patrimonial de la cultura apuntaba a la
expresión de la identidad compartida y la celebración o exposición de los productos
históricos de esa identidad, como tradiciones, fiestas, gastronomía o artes populares.

CONCEPTOS ESTÁNDAR DE CULTURA PRÁCTICAS DE INTERVENCIÓN

1) Estándar ilustrado: Retórica formativa, 1) Actividades culturales como objetivo


culta asistencial (Enfoque individual)

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2) Estándar culturalista: Retórica 2) Actividades culturales como encuentro
patrimonial, folclorista intercultural (Enfoque comunitario)
Tabla 1.

Por lo tanto, al poner en juego uno u otro de los conceptos de cultura estamos
poniendo en juego dos retóricas distintas con consecuencias diferentes sobre la realidad
que se piensa y planifica a través de tales conceptos. La cuestión pendiente en relación
a la gobernanza es ¿cuáles son las consecuencias de esta influencia? ¿Cómo la variable
“concepto de cultura” se articula con otras variables importantes en el desarrollo de una
política cultural (el presupuesto, los recursos humanos, etc.)? ¿Guarda esto alguna
relación con el imperativo de colaboración típico de la gobernanza como política
relacional?
2.2. La noción de cultura en relación a los resultados de la implementación.
En el caso de los centros que estábamos investigando, el análisis de los
conceptos de cultura fue útil para comprender algunas problemáticas de la
implementación. En este caso, las problemáticas emergentes estaban relacionadas con la
participación y la valoración de las actividades de los centros, tanto por parte de los
usuarios como de los profesionales. A fin de demostrar con suficiente claridad el hecho
de que existe un condicionamiento relevante de la variable “concepto de cultura” sobre
los resultados de la acción, sintetizamos el haz de otras variables independientes en dos:
recursos materiales y humanos y características de la toma de decisiones (en el diseño).
En ambos casos estábamos ante situaciones no idóneas en la medida en que los recursos
sufrían de estrecheces económicas crónicas y la toma de decisiones estaba altamente
determinada por la necesidad de obtener financiación de fuentes (públicas o privadas)
que tenían su propia agenda independiente de las necesidades y demandas que se
elevaran desde la experiencia cotidiana de los centros. No obstante, y no pretendiendo
disminuir la importancia de las variables anteriores en los resultados, sí que pudimos
observar que la presencia diferencial de un concepto de cultura u otro tenía su propio
impacto en los resultados de la intervención.
De este modo, y habida cuenta de las escaseces económicas y la dependencia en
los procesos de toma de decisiones, tenemos por un lado aquellas actividades donde la
noción culta de cultura estaba operativa. Entre éstas se encontraban actividades
formativas (la mayoría) y eventos artísticos. Cabe señalar que aquellas formaciones y
cursos de carácter más instrumental (cursos de idiomas para extranjeros o talleres de
empleo) no se consideraban actividades culturales en la medida en que estos contenidos
obedecían a finalidades de asistencia social. Estos cursos de carácter instrumental sí
presentaban una alta participación en los casos que conocimos. Sin embargo, la
participación de los usuarios en el resto de las actividades era menor y se valoraban
como etnocéntricas (propias de los valores y el gusto del diseñador, pero desajustadas
respecto a los valores y gustos de los usuarios). Por otro lado, en aquellas actividades
donde la noción patrimonialista y folclórica de cultura estaba activa, la participación de

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usuarios era mayor, su valoración también positiva y acorde a sus gustos y valores. A
pesar de ello, algunos profesionales veían estas actividades como secundarias o incluso
triviales respecto a otras tareas y funciones de los centros (algunas de las cuales, como
hemos mencionado, son asistenciales y exceden el perfil de política cultural). En este
sentido, conviene tener en cuenta que la mayor parte de actividades basadas en el
concepto patrimonialista y folclórico de cultura tenían un perfil de actividad de ocio, y
especialmente la celebración de fiestas tradicionales de diferentes comunidades locales3.
Podríamos sintetizarlo a través del siguiente gráfico:

3
Cabe señalar que en la medida en que la investigación se basó en un enfoque cualitativo, este análisis no
predijo rangos de valoración prefijados, de modo que las valoraciones se han extraído del análisis de los
discursos recogidos mediante entrevistas abiertas.

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Factor 1: Presupuestos insuficientes en relación a
RECURSOS las funciones, personal sobrecargado
DISPONIBLES

Condicionada por las convocatorias de


Factor 2: financiación pública y/o fondos
TOMA DE privados (diseños prefabricados de
DECISIONES actividades)

Factor 3: Actividades de cultura


CONCEPTOS culta/formativa
DE CULTURA

Baja participación de los usuarios, que


valoran algunas actividades como
desajustadas a sus gustos o sus valores.

Actividades de cultura
como patrimonio y folclore Resultado A

Alta participación de los usuarios y


valoración positiva en conflicto con baja
valoración de algunos profesionales, que
consideran las actividades folclóricas
triviales en relación a otras funciones de los
centros

Resultado B

Gráfico 1.

Así pues, nuestro caso de investigación apuntaba problemáticas de la


implementación reveladoras de un choque de intereses, gustos y valores en el diseño de
actividades culturales por parte de los participantes en las mismas y determinado por las
nociones de cultura en uso. Y este tipo de choque es precisamente uno de los conflictos
frecuentes que la noción de gobernanza aspira a afrontar con mayor éxito.

3. GOBERNANZA ¿IMPERATIVO DE COLABORACIÓN?

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Los desajustes de intereses forman parte de la vida pública, y precisamente por
eso los distintos modelos de gestión, administración y gobierno proponen sus estrategias
para afrontarlo. En este punto, la noción de gobernanza ha traído consigo un especial
énfasis en aspectos como la participación y la colaboración de los ciudadanos en las
políticas públicas. Tomando como punto de partida para la reflexión el caso analizado
anteriormente, hemos visto que las circunstancias de los Centros de Participación e
Integración de Madrid no facilitaban la participación de los usuarios en todas las fases
de la toma de decisiones, aunque los profesionales sí procuraban que algunas cuestiones
del diseño de ciertas actividades (no todas) se abrieran a la cooperación. Siguiendo esta
lógica, pudimos observar que aquellas actividades orientadas por un concepto culto y
formativo de cultura eran menos participadas en la toma de decisiones, mientras que
aquellas basadas en el concepto patrimonial y folclórico eran más colaborativas en todos
los momentos del proceso desde el diseño hasta la ejecución, aunque, como se dijo,
éstas presentaban otro tipo de problemáticas y desajustes.
Si tenemos en cuenta que los Centros son gestionados por entidades privadas
que administran los centros y su financiación como parte de una política pública de la
Comunidad de Madrid, esto nos remite ya a un entorno ideológico propio de la llamada
Nueva Gestión Pública, y por tanto viene de alguna forma impuesto en este caso un
modelo de gobernanza basado en la idea de gestión, más que en la idea de participación.
Como ya dijera Rhodes para el caso británico (1997) o posteriormente Prats (2005) para
España, este modelo gerencial de gobernanza, intermedio entre el burocrático y el
relacional, ha venido presentando un cierto desajuste entre la teoría (es decir, la
previsión acerca de cómo debe funcionar la gestión) y la práctica (la realidad concreta
de la implementación).
Prats (2005:119) ha descrito este desajuste destacando dos dimensiones del
problema. Por un lado, el modelo gerencial separa “la concepción de la ejecución, la
política de su implementación”, de manera que la responsabilidad de definir objetivos,
formular los problemas y diseñar las soluciones queda en manos de los agentes
institucionales (a menudo el Estado en sus diferentes formas) mientras que el desarrollo
ejecutivo de los programas queda en manos de técnicos y administrativos de agencias
externas, que con el tiempo acumulan experiencia para ajustar el proceso y los recursos
a sus propios fines. Y, por otro lado, Prats también señala que los procesos de
externalización de políticas públicas han traído consigo una considerable atomización
de las intervenciones e implementaciones, poniendo énfasis en la competitividad y
restándolo a la coordinación entre agencias e incluso entre departamentos y áreas dentro
de las propias agencias. En ambos casos, lo que este modelo de gobernanza necesita
mejorar es precisamente la dimensión de la colaboración, de ahí que la tercera
generación de modelos de gobernanza compartan el énfasis en la coordinación y la
potenciación de las relaciones entre los participantes en todos los niveles, como
estrategia para alcanzar, precisamente, un mejor manejo de los inevitables (y quizá
inherentes) conflictos de la gestión pública.

Cornejo Valle, Mónica (2016) Go e a za y Cultu a. Pe o ¿ ué ultu a? I pli a io es del o epto de ultu a e la
implementación de la gobernanza , en Sergio García Magariño (ed.), La Gobernanza y sus enfoques. Madrid: Delta
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En el caso analizado, la atomización de áreas de intervención y la separación del
diseño y la ejecución forma parte del contexto en el que se desarrolla la cotidianidad de
las actividades, sin embargo, por sí sólo no afecta tanto a la diferencia propuesta entre
conceptos de cultura, ya que, como hemos visto, en este contexto institucional se dan
tanto las actividades basadas en los dos conceptos de cultura expuestos. En ambos
casos, de todas formas, los desajustes descritos por Prats se presentan por igual,
precisamente en la medida en que son parte del contexto general. Sin embargo, de cara a
avanzar hacia una gobernanza basada en el imperativo de colaboración nos parece
necesario dar un paso adelante también en nuestra concepción de la cultura. En
particular, parece necesario recuperar un concepto holístico de cultura que no presente
las reducciones de los conceptos estándar y que, al contrario, facilite una mayor
flexibilidad en el diseño y los contenidos, mayor adaptabilidad en función de las
poblaciones y los recursos, y, por ende, una capacidad específica para promover la
colaboración.

4. HACIA UN CONCEPTO HOLÍSTICO DE CULTURA


4.1. ¿Qué es la cultura desde un punto de vista holístico?
El concepto holístico de cultura se remite a alguna de las definiciones más
antiguas del concepto en la Antropología Sociocultural. Así, por ejemplo, Edward
Bennet Tylor estableció ya en 1871 que “cultura o civilización en sentido etnográfico
amplio es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la
moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos
por el hombre en cuanto miembro de una sociedad” (Tylor 1975:29). Ya entonces se
destacaba que la cultura implica el conjunto de lo que el ser humano aprende en la
socialización (lo que no está determinado por la genética), abarcando ello no sólo los
valores o las creencias tradicionales, sino también estilos de vida que incluyen formas
de organización, formas de acción política, formas de relacionarse con el entorno,
conductas económicas, tecnologías, etc. Este concepto holístico incluye elementos
esenciales de la vida y la creatividad humana que los conceptos estándar de cultura
tienden a evitar.
Como han señalado Roy Preiswerk y Dominique Perrot, tanto la concepción
culta y formativa de lo cultural como la concepción patrimonial y folclórica tienen un
alcance limitado y presentan la realidad cultural en dos reducciones específicas: (1) la
que constriñe la diversidad y riqueza de la creatividad humana a unos contenidos y
formas intelectuales y artísticos, cultos e ilustrados que obviamente proceden de ciertas
tradiciones europeas, resultando en muchos casos elitistas; y (2) la reducción que limita
lo cultural a los símbolos y objetos de una sociedad, reificaciones que en este caso,
además, son concebidas no de cualquier modo sino como “propiedades” (patrimonio es
un término que etimológicamente remite a la propiedad sobre algo, así como folklore
remite etimológicamente al patrimonio común). En ambos casos se imponen criterios

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etnocéntricos (basados en el propio gusto, no en la diversidad cultural) que pueden y
deben ser superados por un concepto de cultura más apropiado. En este sentido, e
intentando precisamente superar los etnocentrismos, Preiswerk y Perrot ofrecen una
definición que nos parece especialmente apropiada:
Definimos la cultura como el conjunto de los valores, comportamientos e
instituciones de un grupo humano que es aprendido, compartido y transmitido
socialmente. Abarca todas las creaciones del hombre: las cosmogonías, los
modos de pensamiento, la imagen del hombre, la Weltanschauung, los sistemas
de valores, la religión, las costumbres, los símbolos, los mitos; pero también sus
obras materiales: la tecnología, los modos de producción, el sistema monetario;
además, las instituciones sociales y las reglas morales y jurídicas. (Preiswerk y
Perrot 1979:39).
A partir de esta redefinición, encontramos un camino más coherente para
avanzar hacia una gobernanza cultural capaz de superar las limitaciones de las nociones
estándar y promover un sentido de la colaboración en materia cultural que abarque no
sólo lo culto y lo patrimonial, sino también la diversidad de las formas de organización,
de trabajo, de producción, reglas morales, algunas de las cuales representan por sí
mismas formas antiguas de colaboración que tienen mucho que aportar a los modelos de
gobernanza recientes. Y este nuevo camino no es sólo una recomendación académica.
Conscientes de las ventajas de una visión más amplia de la realidad cultural
humana, desde la UNESCO se ha venido dando también un esfuerzo de redefinición de
la cultura en este mismo sentido. Entre los intentos de definición holística de la
UNESCO encontramos el más significativo en la Declaración Universal sobre la
Diversidad Cultural, de 2001, en la que se reafirmaban las conclusiones de la
Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (UNESCO 1982), de la Comisión
Mundial de Cultura y Desarrollo (Nuestra Diversidad Creativa, 1995) y de la
Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales para el Desarrollo
(Estocolmo, 1998), sosteniendo que:
La cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos
distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a
una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras,
los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las
tradiciones y las creencias. (UNESCO 2001:19).
No obstante, en el trasfondo de estos esfuerzos declarativos también subyace la
huella de discusiones como las que nos hacían abrir este capítulo (sobre las relaciones
entre economía y cultura), así como igualmente hallamos la huella de inercias
conceptuales y ejecutivas propias de los conceptos estándar de cultura, que tienen un
gran peso cultural en nuestra forma de pensar y actuar. Y ambas cuestiones guardan una
relación estrecha, como se deja ver precisamente en la concepción marcadamente
mercantil de los programas UNESCO de promoción de la cultura de los últimos años.

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4.2. La mercantilización de la cultura como obstáculo
A pesar de la amplia conciencia que hay desde hace algunas décadas acerca de la
conveniencia de un concepto holístico de cultura, la implementación del mismo ha
presentado paradojas notables al respecto. Si prestamos atención, por ejemplo, a los
proyectos aprobados para su financiación en 2013 por parte del Comité Internacional
para la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales4 , es fácil
comprobar que estamos ante una visión de la cultura que peca de las mismas
restricciones, elitista y reificadora, que traen consigo los conceptos estándar y que
afectan a la forma de gobernanza presente en la política cultural. La lista de proyectos
incluye los siguientes:

Brasil: E-books indígenas – emprendimiento cultural, creadores indígenas y


cultura digital en Brasil
Burkina Faso: Descentralización y políticas culturales: un nuevo modelo de
gobernanza de la cultura en Burkina Faso
Haití, Kenia, Nigeria y Serbia: Fortalecimiento de la industria editorial de
lenguas minoritarias en Haití, Kenia, Nigeria y Serbia
Malawi: Creación de una industria cinematográfica viable y sostenible en
Malawi
Paraguay: Promoción de la participación activa de los jóvenes en las
industrias culturales de Paraguay
Perú: Financiación de la cultura en Perú: principales desafíos y
oportunidades
Santa Lucía: Determinar la contribución social y económica de las industrias
culturales en Santa Lucía
Sudáfrica: Sensibilización e intercambio de información: promoción del
sector creativo en Sudáfrica
Sudáfrica: Theatre4Youth : Acercar el teatro a los jóvenes en Sudáfrica
Zimbabue: Elaboración de una estrategia nacional sobre los derechos de
autor
Tabla 2

A la vista de estos proyectos se puede fácilmente apreciar que las restricciones


de los conceptos estándar (culta y elitista, por un lado, y reificadora, por otro) ya
presentan el que probablemente sea el carácter más específico de la forma
contemporánea de entender lo cultural, esto es, un carácter empresarial y mercantil de la
cultura. En este sentido, podemos observar el modo en que lo cultural se entiende, se
planifica y se implementa en relación a las industrias y empresas que producen o
gestionan una cierta colección de bienes y servicios culturales seleccionados entre una
amplia diversidad (que queda así reducida). Así, la mayoría de los proyectos de la

4
Ref. Decisión 7.IGC 6. Disponible en
http://www.unesco.org/new/fileadmin/MULTIMEDIA/HQ/CLT/pdf/7IGC_decisions_en_Final.pdf

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convocatoria 2013 se centran en el tipo de bienes y servicios culturales que la cultura
económica europea y americana consideran “culturales”. A pesar de asumir como
premisa un concepto de cultura abierto a la diversidad y, por tanto, sensible a otras
formas de entender el conocimiento y los resultados de la creatividad humana, la
financiación internacional impone los formatos que la cultura debe tener para
considerarse tal: e-books, libros, cine, pero no formas autóctonas de concretar la
creación cultural. Así también, UNESCO impone la forma en que la cultura debe ser
tratada, mediante industrias y empresas, y no otras formas de compartir el conocimiento
o el arte.
Como ha señalado George Yúdice, esta es una de las más difíciles contradicciones que
es necesario abordar para avanzar en las políticas culturales y la gobernanza de la
cultura, porque al emplear las formas occidentales de entender lo cultural, la gestión
política, los intercambios culturales o incluso el derecho en el que nos basamos para
regular todo ello, no sólo no promovemos la riqueza cultural autóctona sino que
contribuimos fatalmente a su extinción. En palabras de Yúdice:
Consideremos, por ejemplo, que al aceptar las formas del derecho occidental
para proteger sus tecnologías (la creación de variedades de semillas) y sus
prácticas culturales (digamos, las pinturas oníricas aborígenes), los pueblos no
occidentales pueden sufrir una transformación aún más rápida. Si un ritual o una
tecnología específica no están actualmente incluidos como una forma de
propiedad protegible, el recurrir al derecho occidental para garantizar que otros
no obtengan beneficios de ella comporta, casi con certeza, la aceptación del
principio de propiedad. ¿Qué significará todo esto cuando las formas no
occidentales de conocimiento, tecnología y prácticas culturales se incorporen en
la ley de propiedad intelectual y derechos de autor? ¿La venta de cultura
inalienable se convertirá en algo similar a la venta de permisos de contaminación
en Estados Unidos, en virtud de los cuales las compañías que reducen sus
emanaciones tóxicas pueden vender los derechos de emisión de esos
contaminantes ambientales? (Yúdice 2002:14)
Las perversiones derivadas de un uso paradójico del concepto de cultura en el
marco internacional no sólo se encuentran en una convocatoria particular dictada en un
momento concreto. Desafortunadamente, podemos observar estas contradicciones en el
nivel marco de las políticas culturales en función de los que se diseñan la mayoría de los
programas de intervención. Así, por ejemplo, en sus Artículos 10 y 11, la Declaración
Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural (UNESCO 2001), deja
constancia explícita de las dificultades de un concepto mercantil de cultura, al mismo
tiempo que se muestra incapaz de superarlo. La redacción de estos artículos es bastante
clara al respecto:
Artículo 10: Reforzar las capacidades de creación y de difusión a escala
mundial. Ante los desequilibrios que se producen actualmente en los flujos e
intercambios de bienes culturales a escala mundial, es necesario reforzar la

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cooperación y la solidaridad internacionales destinadas a permitir que todos los
países, en particular los países en desarrollo y los países en transición,
establezcan industrias culturales viables y competitivas en los planos nacional e
internacional.
Artículo 11: Establecer relaciones de asociación entre el sector público,
el sector privado y la sociedad civil. Las fuerzas del mercado por sí solas no
pueden garantizar la preservación y promoción de la diversidad cultural,
condición de un desarrollo humano sostenible. Desde este punto de vista,
conviene fortalecer la función primordial de las políticas públicas, en asociación
con el sector privado y la sociedad civil.
Como se puede apreciar, a pesar de que la UNESCO es plenamente consciente
de que las “fuerzas del mercado por si solas no pueden garantizar la preservación y
promoción de la diversidad cultural”, lo que se propone reforzar y promover no es la
diversidad cultural, sino la actividad industrial y mercantil, situando la “cooperación y
la solidaridad” al servicio de la competitividad empresarial. Naturalmente, cualquier
expresión de la diversidad creativa humana que no ha sido industrializada y preparada
para su comercialización no tiene posibilidad alguna de beneficiarse de la protección y
promoción que ofrece UNESCO, quedando al albur de las sucesivas oleadas de
colonización cultural. Si bien la lista de proyectos seleccionados en 2013 por el Comité
Internacional para la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones
Culturales no es más que un ejemplo puntual reciente, la restricción mercantil de la
cultura se viene imponiendo al menos desde 2000 de una forma claramente
constrastable a través de la omnipresente expresión “bienes y servicios culturales”.
En ese mismo año 2000, UNESCO publica un informe precisamente sobre
cultura, comercio y globalización que intenta, entre otras cosas, dar respuesta a algunas
de las preguntas comunes sobre gestión cultural. En él, encontramos el mismo tipo de
problema que en la Declaración Internacional de 2001 sobre la Diversidad Cultural, esto
es, el intento (fallido) de sintetizar identidades, valores y significados culturales
(intangibles) en un tipo de objetos de consumo (tangibles) que no pertenecen
necesariamente a la cultura que se está intentando proteger y promover, distorsionando
el principio de protección de la diversidad desde su mismo núcleo. Ello se aprecia,
justamente, en la definición de los tres conceptos clave del estándar mercantil de la
cultura: industrias, bienes y servicios culturales.
De acuerdo con UNESCO, entonces, se entiende que el concepto “industrias
culturales” se aplica a aquellas industrias que combinan la creación, producción y
comercialización de contenidos intangibles y de naturaleza cultural, estando éstos
típicamente protegidos por copyright y tomando la forma de bienes y servicios.
(UNESCO 2000:11). Por su parte, la expresión bienes culturales se refiere a aquellos
bienes de consumo que implican ideas, símbolos y formas de vida, que informan o
entretienen, contribuyen a construir la identidad colectiva e influyen en las prácticas
culturales. Siendo resultado de la creatividad individual o colectiva (como la basada en

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el copyright), se entiende que los bienes culturales son aquellos reproducidos y llevados
a cabo por procesos industriales y por una distribución mundial, pero no otros que
eventualmente pudieran compartirse de otro modo. Obviamente, el informe está
pensando en una colección de objetos particulares: libros, revistas, productos
multimedia, software, grabaciones, películas, vídeos, programas audiovisuales,
artesanías y moda constituyen una oferta cultural plural y diversificada para los
ciudadanos en general (UNESCO 2000:13). Y, por último, los servicios culturales son
entendidos en este marco como aquellas actividades orientadas a la satisfacción de unos
supuestos intereses y necesidades culturales (no definidos) que se atenderían desde las
medidas y instrumentos de apoyo a las prácticas culturales que los gobiernos, las
instituciones privadas y semipúblicas o las empresas ponen a disposición de la
comunidad. De nuevo, estos servicios se concretan específicamente en cierta selección
que recuerda a las restricciones de los conceptos estándar de cultura: la promoción de
eventos culturales y artísticos, la información cultural y su preservación a través de
fondos y colecciones como los que se gestionan en bibliotecas, centros de
documentación y museos. (UNESCO 2000:13-14).
Por último, conviene finalmente detenerse en el modo en que estas contradicciones
afectan a la cuestión de la gobernanza, especialmente en su dimensión de imperativo de
colaboración. El principal problema que este nuevo estándar mercantil de la cultura
causa en la implementación del ideal de gobernanza está relacionado con la exclusión
de los agentes culturales que no participan en la élite política o económica de los
estados. Como ha señalado el antropólogo Néstor García-Canclini (2005), aunque todos
los seres humanos tenemos cultura y reconocemos nuestro derecho a ella, es necesario
prestar atención a quiénes pueden de hecho desarrollar su cultura y quiénes no.
Conforme a la primacía de las industrias, los bienes y los servicios concretos que se
reconocen y se financian por parte de la UNESCO, resulta claro que se está imponiendo
una segregación social y política de todos los ciudadanos que no se definan en relación
al mercado cultural y su panorama de oferta o de demanda.
Esto tiene principalmente dos implicaciones respecto al ideal de gobernanza. Por un
lado, si consideramos lo que el informe Culture, Trade and Globalization (UNESCO
2000) tiene en consideración como servicios culturales, se puede apreciar que sólo son
agentes activos de la cultura los artistas y los gestores, mientras que el resto de la
población queda en un rol de consumidores que les confina a una posición meramente
pasiva. Así por tanto, el derecho a la creatividad queda condicionado al acceso a
determinadas profesiones y espacios de participación en la estructura social y
económica de un Estado. Por otro lado, resulta evidente, además, que los actores
informales (no organizados en instituciones públicas y privadas como las que se
reconocen en el derecho occidental) son invisibles para este modelo de política cultural
y por tanto, quedan eliminados de la participación cultural. Así por tanto, resulta
evidente que un concepto mercantil de cultura es realmente un obstáculo a la
gobernanza cultural en la medida en que no trae consigo la participación y no estimula
la diversidad de las expresiones creativas sino, al contrario, estimula la imposición de

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industrias, de estilos de vida occidentalizados y privilegia a unas élites creativas frente a
otros agentes potenciales.

5. CONCLUSIONES: DE LA GOBERNANZA DE LA CULTURA A LA


GOBERNANZA CULTURAL
Sin duda, las consecuencias e implicaciones anteriores están lejos del propósito
original de las políticas culturales en general y lejos del espíritu de la UNESCO de
promoción de los derechos culturales. O ¿de qué modo sería razonable justificar la
discriminación de una inmensa parte de la población mundial en relación a sus derechos
de acceso a la cultura? No se justifica de ningún modo y, por ello, los objetivos de
protección y promoción la diversidad de la creatividad humana, valorada como una
riqueza valiosa por sí misma, siguen vigentes con independencia de las contradicciones
y obstáculos que intentamos superar en el camino. En este sentido, el documento Una
nueva Agenda de Políticas Culturales para el Desarrollo y la Comprensión Mutua que
publica UNESCO en 2011, reconoce precisamente que el concepto mercantil de cultura
es un obstáculo a la gobernanza cultural, preguntándose cómo sería posible crear una
relación entre diversidad cultural y buena gobernanza cuando los sistemas políticos y
económicos están poco dispuestos a asumir la diversidad.
En la era de la globalización, el mercado ha generado formas de
transacción simbólica especializada que ponen en entredicho la responsabilidad
e impiden la transparencia. El cambio tecnológico, en particular en el ámbito
digital, parece crear más a menudo un apartheid económico y político que
fomentar la participación y la colaboración. Si queremos resistir esa tendencia y
hacer que, una vez más, la cultura y la democracia se conviertan en auténticos
aliados, tenemos que favorecer y reforzar las reivindicaciones culturales que
amplían el espacio de la democracia, en vez de limitarlo. Hemos tendido hasta
ahora a actuar de modo defensivo a este respecto (…). Ahora es fundamental dar
un paso más, y promover de modo positivo las formas de diversidad y
diferenciación cultural que puedan ampliar el ámbito de la participación política,
más allá del de las élites tecnocráticas, políticas y financieras. (UNESCO
2011:12).
En este esfuerzo, dar un paso más representa dejar atrás el planteamiento de
“gobernanza de la cultura”, entendida en relación a políticas sobre los bienes y servicios
culturales, y avanzar hacia un planteamiento en términos de genuina “gobernanza
cultural”, entendida ésta como un esfuerzo de integración de la diversidad cultural en el
ejercicio de la gobernanza, cualquiera que sea su ámbito.
Los Estados tendrán que reconocer e integrar temas de diversidad
cultural en sus agendas políticas, mostrando también liderazgo político en el
diálogo intercultural. (…) Es el Estado el que debe liderar la creación de un

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contexto en el que otras partes interesadas, como la sociedad civil, puedan
comprometerse con la acción pública a favor de la cultura. Por ello, es
importante considerar los nuevos papeles de los distintos actores en lo relativo a
varios ámbitos relacionados con la aplicación del nuevo programa de políticas
culturales y evaluar las posibilidades de otros enfoques de gobernanza, nuevas
formas de asociación y planteamientos con múltiples actores. (UNESCO
2011:20)
En esta nueva lógica, también es claro que un concepto holístico de cultura es el
único capaz de superar las restricciones de los estándares culto, patrimonial y mercantil,
y de permitirnos avanzar hacia una nueva forma de entender la propia diversidad.
Conforme a la definición de Preiswerk y Perrot que proponíamos antes, la gobernanza
cultural no sólo debe tener en cuenta los elementos materiales como vehículos de
significados y valores abstractos, sino también “la tecnología, los modos de producción,
el sistema monetario; además, las instituciones sociales y las reglas morales y jurídicas”
(Preiswerk y Perrot 1979:39). Ello significa abrirnos fundamentalmente a entender la
política y la economía de formas diferentes a como se entienden estas dos en nuestra
cultura. Por lo que respecta a la dimensión política, es claro que de acuerdo a esta nueva
agenda, “necesitamos conceptos de justicia, transparencia y paz que no sean ni
agresivamente locales ni hipócritamente universales” (UNESCO 2011:12). Esto
significa incorporar la diversidad cultural a la práctica de la gobernanza, lo que no
puede hacerse fácilmente en modelos de gobernanza como el burocrático o el gerencial,
pero sí se promueve y facilita en el modelo relacional. Así mismo, este paso adelante en
la asunción de la diversidad trae consigo la inclusión de nuevos actores sociales y
nuevas formas de asociación u otros enfoques en el gobierno, en la participación y en el
diálogo, que nos permiten superar las limitaciones de los enfoques anteriores.
En la medida en que nos proponemos pensar la gobernanza bajo el imperativo de
colaboración, resulta de interés destacar el vínculo entre los diversos conceptos de
cultura, dejando ver cómo cada uno de ellos incide en uno u otro modelo de gobernanza.

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CONCEPTO DE MODELO DE
CULTURA GOBERNANZA

CULTO/
BUROCRÁTICO
FORMATIVO

Desarrollo sistemas escolares y científicos

PATRIMONIAL/ GERENCIAL
FOLCLÓRICO

Políticas de conservación patrimonial

HOLÍSTICO RELACIONAL

Asunción de la diversidad cultural

Gráfico 2.

Para este esquema no se ha utilizado el estándar mercantil de la cultura porque,


como se ha intentado demostrar, es una versión contemporánea que unifica los dos
estándares anteriores: el culto/formativo y el patrimonial/folclórico, compartiendo con
ambos problemáticas similares. Estas problemáticas se sintetizan fundamentalmente en
dos: etnocentrismo y elitismo. Y tanto el reciente énfasis en el concepto holístico de
cultura, como el énfasis en una gobernanza cultural (y no de los bienes y servicios
culturales”) tienen por objetivo superar estas problemáticas a través de la apertura
relacional al diálogo, la participación y la colaboración entre agentes sociales de todo
tipo.
Finalmente, y aunque nuestra conclusión queda sintetizada en las palabras
anteriores, no deja de tener interés mencionar la otra gran línea de trabajo de la
gobernanza cultural: la economía sostenible. Desde el punto de vista de la relación entre
cultura y economía, la gobernanza cultural no puede entenderse como la conversión de
la cultura en mercancía, sino que se trata de integrar también en la economía la
diversidad cultural, lo que implica avanzar hacia el reconocimiento de formas de
producción y de intercambio no exclusivamente industriales y mercantiles. En este
sentido, esta nueva agenda de políticas culturales busca especialmente ser coherente con
el principio y los valores de la sostenibildidad que, al menos desde 1987 (ONU 1987)
vienen planteándose como un imperativo político y jurídico más. Esta doble orientación
es la que promueve justamente la Declaración de Huangzou, aprobada en 2013 con el
título “La cultura: clave para el desarrollo sostenible” (UNESCO 2013a), y en ella se
establece un nuevo principio para la inclusión de la diversidad en la gobernanza: la

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diversidad cultural contiene un rico repertorio de conocimientos ecológicos y
económicos susceptibles de contribuir positivamente a un desarrollo sostenible e
incluyente.

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