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Medusa era una diosa de una belleza extraordinaria. Pero no era una
diosa cualquiera: Medusa era un espíritu del inframundo, una diosa de
los infiernos, una gorgona. Medusa tenía dos hermanas, Esteno y
Euríale, que también eran gorgonas.
De las tres hermanas, Medusa era el único mortal. Para compensar, los
dioses le habían concedido un poder especial: convertir en piedra a
todo aquel que la mirara directamente a los ojos.
Perseo averiguó que Medusa se escondía en África, en una cueva, junto a sus hermanas.
Cuando Perseo llegó a la cueva de las gorgonas, éstas estaban dormidas. Debía acercarse a
Medusa en silencio y atacarla sin que se despertara. Así, Perseo utilizó las sandalias con alas de
Hermes para acercarse a Medusa volando, sin hacer ruido. Utilizó el escudo de espejo de
Atenea para acercarse sin mirarla y no convertirse en piedra. Una vez estuvo sobre ella, con la
hoz de Hermes, le cortó la cabeza de un solo golpe. Inmediatamente, Perseo guardó la cabeza
de Medusa en su zurrón mágico, para evitar mirarla al transportarla. Pero el ruido despertó a
las hermanas de Medusa. Entonces Perseo, para no ser descubierto, se puso el casco de la
invisibilidad de Hades y así pudo escapar con la cabeza de Medusa.
Se cuenta que parte de la sangre que brotó de la cabeza de Medusa cayó al mar Rojo, creando
un enorme arrecife de coral; otra parte cayó sobre la tierra, dando lugar a las vívoras del
desierto del Sahara.
Una vez conseguido su trofeo, Perseo regresó a Grecia y le dio la cabeza a Atenea. La diosa de
la guerra colocó la cabeza de Medusa en su escudo, de manera que cualquier enemigo que
quisiera atacarla, quedara, automáticamente, convertido en piedra.