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Thorstein Veblen y Bourdieu

En su obra La teoría de la clase ociosa, Veblen relata cómo la moda es una herramienta que la
clase alta usa para diferenciarse del resto de clases, fundamentalmente de las más bajas. La
belleza y el simbolismo del ocio; relacionado con el ser pudiente, la sobriedad y la eficacia de las
prendas de las clases bajas e industriales, quedan enfrentados. Bourdieu llama a esto prácticas
distintivas: la manifestación de la lucha de clases, en este caso simbólica, cuyo objetivo es
perpetuar la desigualdad entre éstas.

La difusión vertical de los gustos es el mecanismo según el cual, argumenta Veblen, la moda se
transmite de una clase a otra, pues toda clase imita a la inmediatamente superior. Los miembros
pertenecientes a una determinada clase pueden identificarse entre ellos al estar en un mismo
nivel y diferenciarse de otros al haber una barrera que les separa.

Teorías sobre la transmisión horizontal

Simmel considera que la moda es simplemente. Una herramienta que los individuos utilizan para
liberarse de la angustia de la elección, al poder considerarse miembro de un grupo con facilidad.
La individualidad exige una serie de responsabilidades que se diluyen en el grupo y obliga a los
sujetos a defenderse por sus propias fuerzas (de los ataques simbólicos, se entiende). La moda
sería, en este caso, un mecanismo que responde a una necesidad social y, por tanto, no se le
puede buscar una finalidad última.

Simmel

Simmel

Cuanto mayor sea la dificultad de los individuos para diferenciarse, más febril es el combate
simbólico de distinción-imitación que sucede entre diferentes clases, exigiendo esto, a su vez, más
cambios que suceden a una mayor velocidad para satisfacer esta demanda. Y aquí, el sistema
productivo responde con una mayor obsolescencia.2

Keynes y el concurso de belleza

Keynes ideó la metáfora del concurso de belleza para explicar el funcionamiento de los mercados
bursátiles, pero sirve también para explicar el funcionamiento de la moda desde la perspectiva de
la transmisión horizontal.

Imaginemos un concurso en el que debemos elegir entre seis rostros aquel que consideremos que
será el más votado. Si somos perspicaces, nos daremos cuenta de que no debemos escoger en
función de nuestro gusto particular, ni tampoco del gusto mayoritario. Suponiendo que el resto de
concursantes son igual de perspicaces que nosotros, debemos escoger el rostro en función de lo
que pensamos que otros pensarán. Se trata de un juego de pienso que piensa que yo pienso sin
fin. El problema que plantea es que es imposible adivinar el resultado con certeza.2 ¿Escogerán los
demás en función de su gusto individual? ¿De la media de los gustos particulares? O ¿escogerán
pensando en las estrategias de otros participantes? En definitiva, todas las personas, aunque no lo
sepan, participan en un concurso de belleza.

Críticas

La intención de ciertos individuos de separarse de las tendencias dominantes de moda crea


generalmente una nueva tendencia por su carácter diferenciador. (Simmel).

La propagación de una tendencia en la moda desemboca necesariamente en su fracaso. Toda


moda ampliamente aceptada pierde su atractivo al dejar de ser un elemento diferenciador.3

Historia de la moda en la industria del vestido

Artículo principal: Historia de la moda

Siglo XVI

En el Renacimiento italiano se acostumbraba, por parte del género masculino, el uso de capa corta
y sin capucha, birrete, sombrero con plumas y zapatos de punta roma y ancha. Las mujeres por
otro lado, llevaban bullones y acuchillados en las mangas, y una gorguera rizada; además de faldas
y sobrefaldas, jubones y corpiños, capas o mantos rozagantes y una cofia para la cabeza.

A partir de la segunda mitad del siglo, la creciente importancia de la monarquía española impone
en Europa el estilo de la corte del emperador Carlos I de España, un estilo de gran sobriedad,
caracterizado por el uso de colores oscuros y prendas ceñidas, sin arrugas ni pliegues y aspecto
rígido, sobre todo en las mujeres, en las que se impone el uso del verdugado. En el borde superior
de la camisa se colocaba un cordón que dará lugar a la gorguera o lechuguilla.

Siglo XVII

Durante esta época domina la moda francesa, tanto en hombres como mujeres. Se utilizaban los
calzones cortos con medias de seda, chupa y casaca que, a mediados del siglo, se vuelve más
reducida y con pliegues laterales hacia atrás y mangas estrechas.
Con la caída de la dinastía francesa, vuelve el traje simple y se llevan calzones ajustados hasta
media pierna, chaleco, corbata y casaca, faldones con cuello alto y vuelo, pelucas empolvadas y
rematadas por un lazo, e incluso sombreros de tres o dos picos.

Tras la revolución, el cabello se deja largo y liso, visten sombreros de copa alta cónica o en tubo,
con alas cortas y más tarde zapatos con tacón de color a los que se añaden lazos o hebillas y botas
altas con vueltas. La mujer viste con bainners o verdugados anchos y aplastados en los dos frentes,
corpiño encorsetado y escote con gasas o encajes, polonesas, batas con cuello de encaje y manga
larga. El traje francés consiste en corpiño puntiagudo, mangas abolladas, faldas rectas y abiertas,
que son drapeadas con polizón y larga cola, cuello doblado y mangas tirantes hasta el codo con
chorreras. Junto con la revolución, desaparece el vuelo de la falda y se imitan las vestiduras
clásicas: talle alto, chaquetilla corta con manga larga, falda con pliegues, grandes escotes, chales y
guantes largos. En cuanto al peinado, este es hacia atrás con rizados que posteriormente se hacen
más altos y voluminosos con tirabuzones, lazadas y plumas, bonetes y sombreros de alas anchas.
El tipo de calzado normalmente son zapatos con tacón alto y punta estrecha, aunque más tarde
comenzaron a llevarse los bajos.

Siglo XVIII

En el siglo XVIII destacan como prendas masculinas las casacas francesas y las chupas, esto es,
casacas de inferior clase y algo estrechas, las chaquetillas, los calzones ajustados hasta la rodilla,
las corbatas en vez de las golillas, las pelucas y los grandes sombreros. Mientras tanto, en las
vestiduras femeninas continúa el mismo estilo que en el siglo pasado y se adopta el uso de las
mantillas para la cabeza. Llevaban también vestidos largos, grandes sombreros y sobre todo en la
alta sociedad, la mujer se caracterizaba por vestir con un corsé, que era una forma de demostrar
su altura. Además usaban anillos, y algunas veces guantes largos o collares, entre otros.

Siglo XIX

Durante este siglo fueron propios el frac, la levita y el pantalón para los caballeros, y la mantilla de
seda y las peinetas para las señoras en España.

Una vez finalizada la época napoleónica, desde 18004 hasta 1820, en la que la silueta femenina se
mostraba esbelta y con el talle siempre alto, ceñido justo bajo el pecho, dejando el resto de la
prenda caer recta sobre el cuerpo; hubo un cambio drástico en el Romanticismo, dando paso al
corsé, que daba al talle la forma de un reloj de arena y al miriñaque, que ahuecaba las faldas
amplias y que llegó a su apogeo en 1860, causando que las damas no pudieran pasear del brazo de
su esposo o prometido. En 1870, fue sustituido por el polisón, que únicamente ahuecaba la falda
por detrás y que pasó de moda en 1890, cayendo entonces la prenda hasta el suelo sin armazón
alguno, aunque hasta 1900 las faldas fueron un poco acampanadas.
Entre 1820 y 1914, hubo en el vestuario femenino occidental una clara distinción entre vestidos de
día, siempre con manga larga, aunque podían ser hasta el codo en verano, y cerrados hasta el
cuello; y vestidos de noche, siempre de manga corta y muy escotados.

Siglo XX

Década de 1900

Diseño de moda de 1909

La moda del siglo XX comienza en el año 1900 con la llamada silueta S, conocida de esta manera
debido al corsé que empujaba los pechos hacia arriba, estrechaba la cintura y las faldas ajustadas a
la cadera, que ensanchaban en forma de campana al llegar al suelo. En el mundo laboral empiezan
a incorporarse los trajes sastre y el corte con influencia masculina para las mujeres. Los vestidos
seguían siendo largos, hasta cubrir los zapatos. Las plumas y los encajes hacían furor; destacaron
los grandes sombreros, con infinidad de adornos y ornamentos. Esta moda fue seguida
mayoritariamente por las clases altas y medias. En 1908, la silueta se hizo mucho más recta, sin
marcar tanto la cintura, y se produjo una oleada de orientalismo gracias a los diseños de Paul
Poiret y los ballets rusos.

Década de 1910

En esta década se distinguen dos periodos. El primero, desde 1905 hasta comienzos de la Primera
Guerra Mundial, caracterizado por ser el apéndice de la moda recargada propia de la Belle
Époque, así como por la aparición de una silueta que tiende hacia la verticalidad en la mujer y al
orientalismo. Se ponen de moda los corsés rectos y largos y las faldas con poco vuelo
acompañadas de una sobrefalda, además las faldas de día se acortan hasta los tobillos, dejando a
la vista los zapatos. El segundo, a lo largo de todo el conflicto, se caracteriza por la aparición de
modas mucho más cómodas para la mujer: las faldas continúan acortándose hasta casi media
pantorrilla y los cuerpos siguen la línea natural del cuerpo, sin corsé. Esto se debió a la necesidad
de que fueran las mujeres las que supliesen la falta de mano de obra en los puestos de trabajo que
antes ocupaban los hombres. A causa de esta comodidad en la vestimenta, nacerá más tarde la
moda andrógina propia de los años veinte.

Década de 1920

Véase también: Flapper

Norma Talmadge, prototipo de flapper


En la década de 1920, la ropa comenzó a tener un fin mucho más práctico. La silueta cambia de
nuevo, descendiendo el talle hasta marcarlo en las caderas. Se populariza el traje de chaqueta
como ropa de calle y para las fiestas se elegían vestidos con grandes escotes en la espalda así
como abrigos largos de pieles. Destacan las faldas cortas hasta la rodilla y los sombreros sobrios y
cerrados —cloché—, además, las mujeres se dejan el pelo corto por primera vez.

Durante esta década, las señoras cambiaron su aspecto blanco por la apariencia natural del polvo
facial rosado, creado por la cosmetóloga polaca Helena Rubinstein. Los años 1920 fueron uno de
los periodos más revolucionarios del siglo XX en este sentido, pues las mujeres adoptaron la
costumbre de maquillarse, guardando en el bolso polveras y pintalabios para los retoques. Hasta
ese momento, las únicas que llevaban maquillaje eran las artistas y las prostitutas. Las mujeres
jóvenes se destaparon y comenzaron a beber y fumar en público como una forma de provocar al
rígido estatus que reinaba a principios del siglo.

Las chicas que estaban más a la moda se pintaban los labios de color rojo, lucían el cabello corto y
los ojos pintados con sombras oscuras, y solían bailar jazz hasta el amanecer. Esta fue,
probablemente, la década más atrevida y transgresora. Fue una época de cambio que afectó a
todos los aspectos culturales y repercutió con fuerza en la moda.

Década de 1930

El optimismo terminó con el crac de la Bolsa en octubre de 1929, que provocó una grave crisis
económica mundial durante los siguientes años. En 1930, la cintura vuelve

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