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El impacto que produce ​Serena del Mar ​en el territorio cartagenero es tan grande que logra

causar alteraciones en él, no sólo de manera física o estructural, sino también haciendo
intervenciones en asuntos culturales y sociales que conciernen a sus habitantes.
Cartagena es conocida actualmente como una de las ciudades más representativas de
Colombia, no sólo a ojos extranjeros, sino también a la vista de nosotros, quienes aún
compartiendo país, solemos desarrollar una percepción muy superficial de ella que nace, en la
mayoría de los casos, de cosas que escuchamos y vemos comúnmente o por algún recuerdo
grato que nos llevamos de ésta luego de unas vacaciones. Teniendo esto en cuenta, es natural
que los gobernantes de dicha ciudad se esmeren por resaltar esa cara amable que
conservamos de Cartagena y por ocultar aquello no tan bello que pueda poner en riesgo la
reputación turística y paradisíaca de ​La heróica, ​que por momentos pareciera escapar de la
realidad colombiana. Por eso, no es de extrañarse, que en territorios como estos, que se lucran
de su ​nombradía al subsistir mediante el comercio y el turismo, no sólo se le brinde aprobación,
sino también apoyo, a proyectos como ​la nueva ciudad ​que, aunque prometen representar ​un
beneficio para la sociedad, ​lo cierto es que dicho beneficio sólo privilegia a unos cuantos en
contraposición a todas aquellas personas que se ven gravemente afectadas.
Cartagena, una ciudad que ocupa los primeros lugares en censos que competen a asuntos tan
desoladores como la pobreza, la desnutrición y la desescolarización, en donde, ​según el ​Dane ,
el 21,9% de su población vive en condiciones paupérrimas y, otro 5,5% más, en la miseria.
Donde en muchos sectores de su territorio las personas carecen de agua potable, de vías
pavimentadas, de empleo o de cualquier mínimo que pueda darnos indicios de una vida digna.
Una ciudad que es escenario de un grave problema de discriminación racial por la alta presencia
de habitantes negros descendientes de esclavos y con una desigualdad abrumadora en todos
los aspecto; una ciudad tan faltante de todo y con tantos problemas de carácter urgente, que
parece recibir, como respuesta a sus problemas, un proyecto multimillonario, un campo de golf,
restaurantes lujosos, naturaleza artificial a raiz de la destrucción de la natural y una universidad
privada a la que la mayoría de sus habitantes jamás podrían acceder. Parece un chiste de mal
gusto el hecho de que en el interior de ​Serena del Mar ​esté todo aquello de lo que carece el
cartagenero promedio pero, a su vez, que esté diseñado para personas que no comparten esas
mismas necesidades. Este simbolismo, además de hacer aún más marcada la desigualdad
socio económica de dicho lugar, mediante muros y cercas tiene la intención de hacerle saber al
resto de personas que no tienen como habitar allí, que efectivamente, dicho lugar no es para
ellos. Quizá por eso ingeniosamente apodaron al proyecto la ​nueva ciudad, ​aunque Cartagena
siga siendo la misma, lo que sí es nuevo corresponde a ese pedacito de territorio en el que con
vallas y enormes porterías se reafirma ese desnivel en términos sociales, transformando aquel
sector para crear un espacio restringido a un modelo exclusivo de personas.
De esta manera podemos observar como, un lugar que antes era habitado por otro tipo de
gente, con otras costumbres y otros modos de relacionarse, quienes probablemente
desarrollaban allí algunas actividades económicas de las que vivían y quienes, en algunos
casos, conservaban la propiedad que poseían como herencia. Toda una generación, o incluso
varias, de actividades sociales de diferentes índoles, de diversidades culturales, y de naturaleza
nativa son forzosamente desalojadas, incluso si hubo un pago de por medio, para cimentar,
sobre ese paisaje de pérdida, un proyecto que lejos de representar un beneficio para el
cartagenero encarna, en lo percibido, destierro y una radical transformación del espacio físico, y
en lo que concierne a lo concebido y lo vivido, la sensación de estar fuera de todo beneficio de
los proyectos de desarrollo, de ser invisibilizado a raíz de una reputación que debe mantenerse,
y, finalmente, de seguir sobreviviendo en la precariedad a pesar de residir un destino deseable e
imperdible para cualquier viajero.

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