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La sexualidad humana es un don divino que forma parte integral de la identidad de cada persona y les permite relacionarse y expresar amor. Si bien la sexualidad ha una dimensión física, también tiene profundas implicaciones psicológicas y afecta la forma en que las personas se desarrollan. La sexualidad debe ser orientada hacia el amor y la entrega mutua entre parejas para alcanzar su máxima expresión humana, mientras que reducirla a un acto egoísta puede conducir a consecuencias negativas.
La sexualidad humana es un don divino que forma parte integral de la identidad de cada persona y les permite relacionarse y expresar amor. Si bien la sexualidad ha una dimensión física, también tiene profundas implicaciones psicológicas y afecta la forma en que las personas se desarrollan. La sexualidad debe ser orientada hacia el amor y la entrega mutua entre parejas para alcanzar su máxima expresión humana, mientras que reducirla a un acto egoísta puede conducir a consecuencias negativas.
La sexualidad humana es un don divino que forma parte integral de la identidad de cada persona y les permite relacionarse y expresar amor. Si bien la sexualidad ha una dimensión física, también tiene profundas implicaciones psicológicas y afecta la forma en que las personas se desarrollan. La sexualidad debe ser orientada hacia el amor y la entrega mutua entre parejas para alcanzar su máxima expresión humana, mientras que reducirla a un acto egoísta puede conducir a consecuencias negativas.
La sexualidad humana es la manifestación concreta del designio divino, a
la realización completa como hombre o como mujer. Es un elemento básico de la personalidad ya que tiene un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los demás, de expresarse y vivir el amor humano. Es nuestra manera de ser humanos y de insertarnos en la sociedad, para relacionarnos con los otros. En definitiva, es una manera de realizarnos como personas. La sexualidad bien orientada, elevada e integrada por el amor, llega a tener una verdadera calidad humana. La sexualidad no es meramente un fenómeno físico o biológico de la persona, sino que es parte integrante de ella, algo que le afecta profundamente ya que todo ser humano queda moldeado por el sexo que tiene. Estas diferencias psicológicas y biológicas hacen que cada uno pueda desempeñar, las tareas que exige la vida humana, conforme al carácter masculino y femenino. A esta hay que considerarla como algo santo porque es un don de Dios, es una fuerza creadora, de tal poder que nos hace estremecer, ya que la sexualidad abre a los hombres horizontes insospechados de fecundidad, donación, ternura, belleza, entrega al otro. Sin embargo, cuando se le reduce a un juego irresponsable y egoísta, puede conducirnos a abismos de maldad y brutalidad. El amor es un encuentro con el otro, y todo encuentro, para que sea verdadero, pide un ajuste y una sintonía de los que se encuentran. Esto no es tan fácil, pues cada persona es única y lleva, además, su vida y su historia, debiendo superar la diferencia ante el otro, la cosificación del otro, la autocomplacencia, la domesticación. En la visión de la sexualidad y en los comportamientos sexuales se ha operado un gran cambio durante los últimos cincuenta años. Se puede afirmar, en líneas generales, que se ha pasado de una visión cerrada a una mirada más abierta y positiva; y de comportamientos rígidos y estrechos a formas de actuar más libres y espontáneas. Todos conocemos la importancia de la persona humana para el cristianismo: ocupa en él el lugar central, el primero de todos, junto a Dios. Esta importancia ha pasado luego a todos los credos religiosos y políticos, bajo el nombre de «dignidad» de la persona humana. Según la Biblia, la dignidad nace que todo ser humano es imagen de Dios. Pero la Biblia dice más. Aunque cada hombre o mujer es imagen de Dios, la Biblia afirma que la imagen plena es la pareja, hombre y mujer. Con ello nos muestra el sentido profundo de la pareja y, por tanto, de la sexualidad humana: nos dice que la pareja es el retrato de un Dios amoroso y comunitario; y nos enseña que ese amor se expande en la creación de seres libres y solidarios. El cambio en el terreno sexual es tan grande que muchas personas se sienten desorientadas. La mayor confusión de los jóvenes puede estar en no dar importancia a los diferentes comportamientos, verlo todo bien, estar indiferentes ante las exigencias éticas de la sexualidad, o ser liberales hasta el extremo de caer en el subjetivismo. Hemos de aprender a no dar por buenas, sin juzgarlas, las afirmaciones que se hacen vulgarmente Para los cristianos, el amor de la pareja no es una simple cuestión de buen entendimiento, de contrato o de compromiso mutuo, sino un misterio de Dios, puesto que es El quien une a los esposos en el amor. De ahí la famosa frase: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Jesús insiste en que vean el sentido profundo del amor matrimonial, no el casito concreto, y en consecuencia rechaza el repudio. Añade que si el repudiado se casa con otra comete adulterio. Aquí encontramos el sentido profundo del amor de pareja: es cosa de Dios, un inmenso misterio de amor. Debido a esto no se puede aceptar el repudio ni el machismo, como tampoco es aceptable el hecho de que si me va bien sigo y si no, lo corto; esto no es amor, esto es pasar el tiempo uno con otro sin ningún compromiso. En el fondo no se trata de una norma más severa, sino de otra concepción del amor. Para Jesús: el amor es algo sólido, lleno, divino, por lo tanto, totalizante, exclusivo, permanente.