Coordinación editorial: Rubén Silva Corrección de estilo: Anna Maria Lauro Jefa de arte: Laura Escobedo Diagramación: Laura Escobedo Ilustración de Carmen García
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El lunes, en la clase de segundo grado de Nico, la miss Rosa sonrió y anunció que la semana siguiente celebrarían la fiesta de la primavera. Las niñas se disfrazarían de flores y hadas; los niños, de hongos y espantapájaros. —¡Nos tenemos que preparar! —Aplaudió animada la miss Rosa. —¡Qué lindo! ¡Yo voy de flor! —exclamó una niña. —¡Yo prefiero ser hada! —respondió otra. —Yo voy de espantapájaros —dijo Arturo, el fortachón de la clase, y varios chicos lo copiaron entusiasmados. —Prefiero ser hongo —comentó otro. —Y yo, ¿qué me pongo? No quiero ir de hongo, tampoco de espantapájaros. —Se escuchó una voz desanimada. Todos los niños estaban felices menos uno. —Yo no quiero ir vestido de marrón. Quiero ir de un color más divertido, uno como el de las flores —protestó Nico. —Las flores son para las niñas —dijo una de las chicas.
—¡Sí! —corearon algunos chicos de su salón. —¡Y tú eres un hombre! —se burló otro niño por ahí. —Oye, Nico, ¡no! Si vas de flor, van a creer que eres mujer —le advirtió bajito su compañero de mesa. Muchos se rieron de su idea y lo fastidiaron en el recreo; sobre todo Arturo que le tenía manía desde hacía tiempo, desde que Nico, un día, le dijo que el huevo duro de su lonchera olía a podrido —realmente estaba verde—. Desde entonces, Arturo buscó siempre cualquier motivo para fastidiarlo —que si era flaco, que si era bajito, que si era…—; pero ahora sí que tenía la excusa perfecta. Empezó a lanzarle, con una liga, pedacitos de borrador hacia la nuca, como si fuera un blanco de dardos. Luego, le tiró bolitas de papel con mensajes: «¡Hola, Flor!, ¡Hola, Pétalo!, ¡Hola, Floripondio!, etc…» y después, como Nico no le hacía caso, empezó a gritarle delante de todos: —Nico, ¿cómo te gusta que te llamen?
¿Tulipán?, o mejor, ¿Rosa?, no, no, no… Rosa ya se llama la miss… ¿Sabes a qué te pareces?… ¡A una Margarita! ¡Sí, sí, una Margarita! —Margarita, Margarita…, ¿ya te vas a tu casita? —le gritó Arturo cuando vio que Nico se ponía la mochila para irse. Nico se dirigió apurado hacia la puerta; quería irse lo más rápido posible; le evitó la mirada y, mientras caminaba rápido, murmuró para sí: «Qué pesado, pesado como un camión lleno de… ¡abono reventando de lombrices y apestoso como su huevo podrido!»; pero, Arturo lo oyó y, entonces, movido por la cólera, aprovechó que no lo miraba para meterle cabe. Nico salió volando y aterrizó en el piso de cemento del patio. Se quedó un momento —larguísimo para él— en ese suelo frío, áspero y sucio; luego, se levantó pasándose la mano sobre la rodilla raspada, como para confirmar que su cuerpo seguía completo. Pero sentía que el corazón le latía en las orejas y que la barriga se le volvía un nudo, entonces, vomitó estas palabras:
203851_el clavel rojo_interiores.indd 12 2/07/20 21:31 203851_el clavel rojo_interiores.indd 13 2/07/20 21:31 —¡Arturo! ¡Arturo Huevo Duro! ¡Abre su lonchera… y huele a burro! —Y corrió rapidísimo por la puerta del colegio. Arturo, furibundo, fue tras él. Como Nico era flaco y bajo, corría como un ninja, así que, en poco tiempo, le sacó media cuadra de ventaja. Nico volteó en la esquina y se escondió detrás de un olivo inmenso. Vio a Arturo que llegaba con la lengua afuera y con la cara roja de cólera. Entonces, Nico sacó su honda del bolsillo y, escondido entre el tronco y una rama del árbol, apuntó. Arturo giró la cabeza de derecha a izquierda, buscándolo, y de arriba abajo. Las gotas de sudor salían volando de su pelo rubio. Nico lo tenía justo en la mira, le apuntó directo a la barriga, qué tentación…, pero se aguantó porque, cuando su papá le regaló la honda, le había hecho prometer que ¡no la usaría jamás! para matar pajaritos, ni para hacerle daño a nadie.
Mientras tanto Arturo, al no encontrar a Nico, refunfuñaba picón: —¿Huevo Duro…, Huevo Duro? ¡Ya verás cuando te vuelva a ver! ¡Margarita! —Y se dio media vuelta hacia el colegio, caminando de regreso, mudo, con cara de huevo duro: derrotado. Pero esto solo empeoró la situación de Nico en el colegio. Al día siguiente, Huevo Duro logró que otros compañeros también le pusieran nombres de flores y después de verduras… y después… de cualquier cosa que se les ocurriera en el momento. Cada carcajada era como un látigo en el corazón de Nico. El miércoles, Nico regresó a su casa arrastrando los pies, pateando las piedras que encontraba en el camino. Felizmente, solo faltaba el jueves para terminar la semana porque ese viernes sería feriado. «No tendré que verle la cara al Huevo Duro pesado ese», pensó.