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idioma”
El Señor le dijo a José Smith en 1833, “Porque acontecerá que en aquel día todo
hombre oirá la plenitud del evangelio en su propia lengua y en su propio idioma”
(Doctrina y Convenios 90:11). El espíritu de la revelación sugiere que los
discípulos/eruditos se muevan más allá del aula—y de los límites de su primer
idioma—para compartir lo que han aprendido, sentido y experimentado.
En la entrada del campus de la Universidad de Brigham Young (BYU) en Provo,
Utah, se presenta este lema: “El mundo es nuestro campus.” Tanto la revelación
como el lema sugieren que BYU puede bendecir las vidas de las personas mucho
más allá del campus en Provo. En un intento por cumplir este propósito,
presentamos una nueva publicación en español del Centro de Estudios Religiosos
(RSC); dirigida a los fieles colegas en el programa de Seminarios e Institutos por
todo el mundo.
El Centro de Estudios Religiosos en BYU fue establecido por el élder Jeffrey R.
Holland, quien era el decano de Educación Religiosa en BYU en 1975 con la
misión de promover y apoyar la búsqueda de la verdad por medio de la erudición
en temas relacionados con el evangelio. Esta colección de escritos, como todos los
esfuerzos del RSC, es parte de la misión total de la Educación Religiosa de edificar
el reino de Dios al enseñar y preservar la sana doctrina y la historia del evangelio
de Jesucristo.
Cuando Robert L. Millet, que era el decano de Educación Religiosa en BYU, inició
la publicación de El Educador de Religión en el año 2000, quiso brindar otro lugar
para que los eruditos y los estudiantes de la Restauración pudieran explorar
nuestra rica historia, medir completamente la profundidad de las escrituras
antiguas y modernas y de la doctrina. y resaltar los enfoques para entender y
enseñar los principios del evangelio de Jesucristo.
Durante los diez años de su historia, El Educador de Religión ha sido un lugar en
el cual los dedicados líderes de la Iglesia, incluso los profetas y los apóstoles, y los
maestros experimentados pudieran publicar ensayos y artículos inteligentes, bien
investigados que resalten el cómo enseñar los principios importantes y oportunos
del evangelio. Los volúmenes en su conjunto brindan una extraordinaria biblioteca
de recursos pedagógicos y devocionales que han bendecido, y seguirán
bendiciendo e inspirando, las vidas de sus muchos lectores. Este décimo
aniversario de El Educador de Religión, brinda la oportunidad ideal y apropiada
para reunir un volumen especial con algunos de mejores artículos y ensayos de los
números anteriores; dedicados a temas doctrinales e históricos y a la enseñanza
del evangelio. Los pocos artículos que se incluyen en este volumen son solamente
una pequeña muestra de los muchos artículos que se han publicados durante la
última década. Se pueden encontrar artículos, discursos y libros adicionales en la
página de Internet del RSC (rsc.byu.edu) en distintos idiomas, el cual es un
proyecto que se hizo posible mediante el apoyo de donadores generosos. El RSC
continuará actualizando el sitio de Internet con más materiales, incluyendo libros
cuyas ediciones han estado agotados por mucho tiempo.
Creemos que el RSC con su misión especial puede compartir con nuestros
hermanos por todo el mundo discursos y ensayos bien preparados que edificarán,
enseñarán y darán inspiración a los maestros de esta Iglesia mundial.
Gracias por unirse a nosotros para cumplir el mandato del Señor: “Buscad
diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad
palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el
estudio como por la fe.” (Doctrina y Convenios 88:118)
El viaje de aprender toda la vida
Robert D. Hales
Se pronunció este discurso en un devocional el 19 de agosto de 2008, durante la
Semana de la Educación en el campus de BYU.
Hoy me siento muy honrado al dirigirme a quienes están comprometidos a estudiar
durante toda la vida.
Nuestra búsqueda de conocimiento y nuestro viaje de progreso eterno empezaron
mucho antes de nuestra existencia mortal. Se nos ha dado el conocimiento claro
de que durante el concilio en los cielos usamos nuestro albedrío para escoger
venir a esta tierra y participar de la mortalidad. Al escoger venir a esta tierra,
escogimos la oportunidad de progresar, de crecer y de obtener más conocimiento.
Y en este proceso de aprendizaje y de venir a la tierra, el tomar sobre nosotros un
cuerpo mortal para obtener conocimiento y para experimentar la mortalidad es una
parte esencial de nuestro aprendizaje y progreso eternos.
El tema de aprender durante toda la vida es importante porque para los Santos de
los Últimos Días la búsqueda constante de conocimiento no es solo secular sino
también espiritual. Entendemos que el obtener conocimiento es esencial para
ganar la salvación eterna. Brigham Young dijo, “Si nuestra vida se extendiera hasta
mil años, todavía podríamos aprender de las vivencias” [1].
Para la mayoría de las posesiones mundanas y temporales es verdadero el refrán:
“No te lo puedes llevar”. Sin embargo, los tesoros intelectuales del conocimiento y
los valores espirituales contienen una promesa de importancia eterna. Leemos en
la Doctrina y Convenios, “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta
vida se levantará con nosotros en la resurrección; y si en esta vida una persona
adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y
obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero” (DyC
130:18–19).
Así que mientras la mortalidad no es más que un momento en la eternidad, el
aprender por toda la vida mortal es una parte esencial de nuestra educación
eterna. Aquí en la tierra, como lo dijo Brigham Young, “estamos en una gran
escuela” [2].
Cuando consideramos que lo que aprendemos aquí es parte de nuestra educación
eterna, elevamos nuestras metas de aprendizaje. Como niños, quizás empezamos
a aprender porque nuestros padres nos animaron o nos halagaron. Querían que
tuviéramos una educación formal con títulos universitarios o con habilidades
técnicas para el trabajo, sabiendo que al final de nuestros esfuerzos seríamos
recompensados al ser autosuficientes, productivos y capaces de sobrevivir en el
mundo real. Algunos estudiamos mucho al interesarnos en la competencia severa
por las calificaciones y los honores.
Aunque estas razones para estudiar tuvieron papeles importantes en las distintas
etapas de nuestra vida, si son nuestros únicos estímulos dejaremos de estudiar
cuando nuestros padres y maestros se hayan ido y cuando hayamos logrado
nuestros títulos. Quienes estudian toda la vida son impulsados por motivos
eternos. Uno de los grandes avances al madurar y adquirir conocimiento y
experiencia es cuando aprendemos por el gozo de ser edificados más que por el
placer de estar entretenidos. La meta de quienes estudian toda la vida no es tanto
impresionar a los demás sino mejorarse a sí mismos y ayudar a otros. Su deseo es
aprender y cambiar su comportamiento siguiendo los consejos y los profundos
ejemplos que les imparten los grandes maestros a su alrededor.
Algunas veces limitamos nuestro aprendizaje al creer que es solamente un curso o
que se trata de ganar un título. Pero cuando vemos las escrituras, nos dan el
programa de estudio para quienes estudian toda la vida: “cosas tanto en el cielo
como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son y que pronto
han de acontecer; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero;
las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el
país; y también el conocimiento de los países y de los reinos” (DyC 88:79).
El primer versículo del Libro de Mormón dice: “Yo, Nefi, nací de buenos padres y
recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre” (1 Nefi 1:1). Así
como el campo de estudio de Nefi era toda la ciencia de su padre, quienes
aprenden toda la vida no tienen límites en su búsqueda de mayor conocimiento.
Quienes aprenden toda la vida tienen un deseo interior insaciable de adquirir
mayor conocimiento en una amplia gama de temas y disciplinas. La recompensa
para ellos es el gozo de aprender y adquirir conocimientos en un espectro amplio
de los temas que les interesan.
Algunos se preguntarán si es posible enseñar a estudiar durante toda la vida o si
eso es simplemente un don genético. De la misma forma en que algunos nacen
con mayor velocidad, algunos de nosotros podemos tener de manera natural el
deseo de aprender. Es más, así como los entrenadores eficientes pueden mejorar
la capacidad de quien esté dispuesto a pagar el precio, de la misma manera
nuestro Padre Celestial está deseoso de bendecirnos con el impulso y la
determinación de llegar a convertirnos en estudiantes de toda la vida si es que
estamos dispuestos a pagar el precio.
Con frecuencia se necesita un gran maestro para motivarnos e infundir ese deseo
en nosotros. ¿Cómo podemos mejorar nuestro deseo y aumentar en los demás
ese deseo de adquirir más conocimiento y experiencias durante toda la vida?
Los atributos de quienes aprenden toda la vida
Es importante considerar los atributos que uno debe adquirir para llegar a ser
alguien que aprenda toda la vida. Unos pocos de los atributos básicos para ello
son el valor, un deseo genuino, la humildad, la paciencia, la curiosidad y la buena
disposición para comunicar y compartir el conocimiento que se obtenga. Hagamos
una pausa y reflexionemos más profundamente en cuanto a la manera en que
cada uno de estos atributos contribuye a que seamos estudiantes de toda la vida.
Y el otro lado de la moneda sería considerar cómo podemos inculcar ese tipo de
aprendizaje en quienes nos rodean, especialmente en nuestros hijos.
El valor. “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento
vuestro corazón” (Salmos 31:24).
Quienes aprenden toda la vida tienen el valor de vencer el temor de dejar los
límites externos de su zona de comodidad educativa y de entrar a lo desconocido.
La escritura dice, “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder,
de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Con demasiada frecuencia nos quedamos en la comodidad de nuestros puntos
fuertes y evitamos el vencer nuestras debilidades académicas. Así nuestras
mayores fortalezas pueden convertirse en nuestras mayores debilidades. Nos
quedamos en la seguridad del pasado, y no estamos dispuestos a aventurarnos en
el futuro por el temor a la ignorancia o a la falta de conocimiento acerca de un
tema que deseamos estudiar o investigar. Necesitamos el valor para dar un gran
paso de fe hacia la obscuridad atemorizante, sin saber qué tan profunda es la
cueva educativa en la cual vamos a entrar.
El temor se disipa con la cantidad de luz intelectual que estemos dispuestos a
hacer brillar en el abismo educativo, que es un hueco en nuestro entendimiento.
Debemos encontrar el valor de avanzar, de seguir adelante. En Doctrina y
Convenios leemos, “existían temores en vuestros corazones, y en verdad, ésta es
la razón por la que no la recibisteis” (DyC 67:3). A pesar de nuestros temores, el
valor para adquirir nuevo conocimiento es esencial en quienes aprenden toda la
vida.
Un deseo genuino. “Buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de
sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad
conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).
Lo que sigue es un deseo genuino. Quienes aprenden toda la vida poseen un
insaciable deseo interno de obtener un amplio espectro de conocimiento en
muchas disciplinas, y lo hacen por el puro gozo de alcanzar y compartir mayor
conocimiento sin necesidad de reconocimientos o recompensas. Con frecuencia la
necesidad de ayudar a otros es lo que estimula la motivación para aprender. Por
ejemplo, una madre preocupada al ver que no hay un diagnóstico médico
adecuado en un problema físico o mental familiar se pone a investigar en los libros
y revistas de medicina para ayudar a encontrar una solución.
Quien aprende toda la vida tiene un deseo de mejorar para tener una vida más
feliz y benevolente. Quienes aprenden toda la vida tienen el deseo del
conocimiento que les ayudará a ser mejores, madres, padres, ciudadanos y
siervos en el reino del Señor, de forma que “conozcáis y glorifiquéis el nombre de
vuestro Dios” (2 Nefi 6:4).
La humildad. “Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor
su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que él vea, y sean destapados
sus oídos para que oiga” (DyC 136:32).
La cualidad que sigue es la humildad. Quienes aprenden toda la vida reconocen
que la fuente de todo conocimiento es un don que viene de Dios. “El que
verdaderamente se humille [...] será bendecido” (Alma 32:15).
Debido a que quienes aprenden toda la vida reconocen que la inteligencia es un
don de Dios, no se jactan de ella ni se sienten orgullosos de su propio cociente
intelectual o de sus logros. Cada nuevo descubrimiento de conocimiento se reparte
de lo alto en el tiempo del Señor y a la manera del Señor “línea por línea, precepto
por precepto” (2 Nefi 28:30).
Cuando somos verdaderamente humildes, reconocemos que el conocimiento y la
sabiduría nos son dados por el Señor y que debemos usarlos para elevar y
fortalecer a los demás. “A todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. A
algunos les dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien” (DyC 46:11–
12). Obtenemos conocimiento para servir mejor.
La paciencia. “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al
conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad”
(2 Pedro 1:5–6).
Quienes aprenden toda la vida adquieren un grado extraordinario de paciencia en
su búsqueda de conocimiento. Entienden por medio de su búsqueda diligente de
conocimiento que se requiere mucho tiempo para encontrar el conocimiento puro.
¡Qué emoción! ¿Han buscado algo —investigado, meditado, orado— hasta que al
fin allí estaba, justo enfrente de ustedes? Algunas veces lo que aprendemos hoy
no parece tener valor sino hasta meses o aún años después. No solamente
aprendemos sino que ponderamos ese conocimiento de forma tal que en el
momento preciso y en el lugar preciso haremos el mejor uso de él.
La curiosidad. “Fijé mi corazón para saber y examinar e inquirir la sabiduría y la
razón” (Eclesiastés 7:25).
La siguiente cualidad es la curiosidad. Mi hermana acostumbraba decirme, “La
curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo de vuelta”.
Quienes aprenden toda la vida son curiosos de corazón. Cuando éramos niños,
nuestra curiosidad era instintiva, pero nuestra educación formal es más envolvente
y sistemática. Quienes aprenden toda la vida desarrollan sus propias técnicas de
aprendizaje que rebasan lo que se enseña en las escuelas. El elemento clave es
que nunca pierden su curiosidad inherente que les fue dada por Dios. Son simples
detectives o sabuesos al estilo de Sherlock Holmes, que resolviendo los casos al
juntar todos los hechos que han conseguido. Lo logran porque se preguntan “¿Por
qué?” y se ponen a buscar las respuestas. La emoción de investigar un nuevo
concepto o encontrar la respuesta a algo que era desconocido para nosotros es un
momento de gozo y satisfacción estimulante.
Quienes aprenden toda la vida lo hacen “línea por línea” y “precepto por precepto”
aunque también tienen sus momentos personales de “¡Ajá!” cuando pueden ver
todo el panorama completo. Nunca se dan por vencidos. Thomas A. Edison era
alguien que aprendía toda la vida. Se le atribuyen las siguientes palabras: “No he
fracasado; solamente he encontrado diez mil formas que no funcionan”.
La comunicación. “De manera que, el que la predica y el que la recibe se
comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente”
(DyC 50:22).
Quienes aprenden toda la vida son maestros de corazón, y se gozan al comunicar
el aprendizaje y conocimiento. Encuentran gozo al compartir su conocimiento
cuando aquellos a quienes enseñan son elevados y fortalecidos. Se comunican
con Dios por medio de la oración en la que piden guía y conocimiento. Se
comunican con Dios para dar gracias y expresar gratitud por el conocimiento que
han recibido. Se comunican con quienes aprenden toda la vida al escucharles
intensamente en un intercambio de aprendizaje de doble vía que es beneficioso de
forma mutua para todos.
Los grandes maestros no solamente son buenos comunicadores sino que también
saben escuchar. Cuando nos comunicamos, podemos aprender algo de todas las
personas que conocemos.
Los grandes maestros producen individuos que aprenden toda la vida. Los grandes
maestros no les dan a sus alumnos todas las respuestas. Los dirigen a la fuente
del conocimiento y les infunden el deseo de beber de ella. Los grandes maestros
motivan a los estudiantes a buscar el conocimiento.
Un educador estaba en una reunión con el Presidente Packer en una sesión de
preguntas y respuestas. Se le preguntó al Presidente Packer acerca de sus
enseñanzas sobre la Expiación. ¿Qué fue lo que enseñó? Querían que él les diera
un testimonio y una disertación completa sobre la Expiación. Eso es lo que
esperaban de este gran maestro. Su respuesta les enseño a todos con respecto al
aprendizaje durante toda la vida. El Presidente Packer contesto, “Lea el Libro de
Mormón unas cuantas veces, buscando las enseñanzas acerca de la Expiación.
Después escriba un resumen de una página de todo lo que aprendió. Entonces, mi
querido hermano, tendrá su respuesta”.
El estudio de las escrituras y el aprender toda la vida
Es estudio de las escrituras es una experiencia de aprendizaje que dura toda la
vida. Quizá en ninguna parte veamos con mayor claridad la necesidad de aprender
toda la vida que en el estudio de las escrituras. Sin importar cuantas veces las
hayamos leído, por medio del poder y la inspiración del Espíritu Santo aprendemos
nuevas verdades y obtenemos consejos y puntos de vista valiosos para enfrentar
los desafíos de la vida. El Presidente Ezra Taft Benson enseñó, “La comida de
ayer no es suficiente para satisfacer las necesidades de hoy. Así tampoco es
suficiente una lectura poco frecuente del libro ‘más correcto de todos los libros
sobre la tierra,’ como lo llamó José Smith [al Libro de Mormón]” [3].
Los propósitos principales para estudiar las escrituras son entender el evangelio y
fortalecernos espiritualmente. Una razón por la que necesitamos deleitarnos
continuamente en las palabras de Cristo es que, al igual que con todo tipo de
aprendizaje, el entendimiento del evangelio y el conocimiento espiritual llegan en
un precepto a la vez.
El estudio de las escrituras es una forma única de aprender. Requiere
alfabetización, o sea, la habilidad de leer. El rey Mosíah le enseño a sus hijos “todo
el idioma de sus padres, a fin de que así llegaran a ser hombres de entendimiento;
y que supiesen concerniente a las profecías que habían sido declaradas por boca
de sus padres, las cuales les fueron entregadas por la mano del Señor” (Mosíah
1:2).
Mosíah no les estaba enseñando a leer a sus hijos para que salieran adelante en
el mundo; les estaba enseñando a leer para que pudieran sumergirse en las
escrituras y llegar a ser sabios espiritualmente.
Las planchas de bronce fueron preservadas y llevadas a la tierra prometida para
que la familia de Lehi y su posteridad no olvidaran quienes eran, “un pueblo
escogido”, y para que recordaran la forma en que debían vivir como hijos de Dios.
Es con ese mismo propósito que las escrituras se han preservado para nosotros
en este día y en este tiempo.
El obtener conocimiento por medio del estudio de las escrituras requiere algunos
atributos y acciones que la mayoría de los programas educativos no exigen: un
deseo sincero, una fe inquebrantable, la oración, la voluntad y la obediencia para
seguir los susurros del Espíritu. Virtualmente todos los seres humanos sobre la
tierra, sin importar su capacidad mental, pueden experimentar el gozo y las
recompensas del estudio del evangelio a lo largo de su vida.
El estudio de las escrituras no requiere años de educación formal para obtener un
entendimiento de los principios esenciales del evangelio. Esto se ilustra con Pedro
y Juan en el libro de los Hechos. Los dirigentes judíos estaban sorprendidos.
Habían asumido que para conocer el evangelio se necesitaba un exhaustivo curso
formal de capacitación. La escritura nos dice: “Entonces viendo el denuedo de
Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se
maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hechos 4:13).
Aunque ignorantes e iletrados ante los ojos del mundo, Pedro y Juan habían
obtenido un gran conocimiento del evangelio al escuchar y dar oído a las palabras
de nuestro Salvador. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros y para todos
los miembros de nuestra familia. Una maestría en teología es de menor valor en el
estudio del evangelio que el grado de conocimiento que todos podemos adquirir
del Maestro mismo.
Un componente importante en la obtención de conocimiento que viene del
Salvador es actuar en base a los principios que Él enseñó. A fin de obtener los
mayores conocimientos que las escrituras nos ofrecen, nuestro estudio se debe
enfocar no tanto en los lugares y en los nombres sino en los principios y las
doctrinas. No estamos buscando simplemente conocimiento de los libros, sino el
conocimiento que cambiará nuestra forma de vivir y que en realidad marcará una
diferencia en nuestras vidas. Debemos ver las escrituras como lo que son: un
manual de instrucciones para llegar a ser semejantes a nuestro Salvador.
El estudio de las escrituras durante toda la vida es una búsqueda interminable de
percepciones espirituales y del desarrollo que resulta cuando las aplicamos a
nuestra vida. Como Santos de los Últimos Días, entendemos que el adquirir
conocimiento espiritual, el tener experiencias espirituales y el desarrollar nuestros
dones y aptitudes son importantes para nuestro crecimiento mortal. Además,
debemos desarrollar nuestras disposiciones espirituales con respecto a Dios,
nuestro Padre, y Su Hijo, Jesucristo, y cultivar las cualidades de fe y obediencia
que invitarán al Espíritu Santo a que venga a nuestra vida. También crecemos
espiritualmente cuando servimos y protegemos a nuestros prójimos y al mundo
que nos rodea. Todos estos elementos del aprendizaje de toda la vida tienen
consecuencias eternas, y sus recompensas son la esencia de nuestra meta mortal
de obtener logros y cualidades espirituales. Los resultados de nuestro estudio
durante toda la vida no se reflejan en las calificaciones, los títulos o los honores
sino en las personas en quiénes nos convertimos. Nuestra meta es desarrollar los
eternos valores del carácter tales como el conocimiento, la esperanza, la fe, la
caridad y el amor. Ésta es la búsqueda más importante que tenemos al aprender.
El estudiar las escrituras nos ayuda a desarrollar y progresar como individuos. De
manera distinta a cualquier otra materia, las escrituras se prestan para estudiarse
durante toda la vida.
Cuando aumentamos nuestra capacidad espiritual, emocional y mental a través de
los años, calificamos para obtener nuevas percepciones de las escrituras.
¿Cuántas veces se han detenido y meditado en un pasaje de las escrituras que
han leído y repasado muchas veces antes y luego, en un momento de revelación,
toman conciencia, y un entendimiento nuevo viene a su mente y a su corazón que
les concede una nueva percepción, y ese conocimiento adicional contesta una
pregunta o resuelve un problema o uno de los desafíos de la vida? Eso, mis
queridos hermanos y hermanas, es el dulce misterio del aprendizaje de toda la
vida, un instante maravilloso en un momento bendito en el tiempo cuando
experimentan un salto de fe y entendimiento.
Esta es la razón por la cual oramos antes y después de estudiar las escrituras. La
oración previa al estudio es para prepararnos espiritualmente para recibir
los momentos de revelación y una elevación espiritual. La oración posterior al
estudio es para dar gracias y expresar gratitud por lo que se nos ha dado.
El conocimiento de las verdades del evangelio restaurado de Jesucristo es el
conocimiento más valioso que jamás poseeremos. Ese conocimiento se encuentra
en la palabra de Dios en las escrituras, en las palabras de los profetas vivientes y
en el templo. La investidura es el curso de estudios eterno. En ella se nos enseña
de dónde venimos y por qué estamos aquí en la tierra, y se nos da la promesa de
alcanzar la vida eterna en el reino celestial si es que obedecemos los
mandamientos y los convenios que hemos tomado sobre nosotros.
El aprender toda la vida, tanto del pasado como del
presente y del futuro
Además de todos los atributos de que hemos hablado, quienes aprenden toda la
vida ven la conexión entre lo que han aprendido en el pasado, lo que estan
aprendiendo ahora y lo que pueden aprender en el futuro. Quienes aprenden toda
la vida son acumuladores. Juntan todo lo que han aprendido para que les ayude.
Nunca vivirán en el pasado porque están ansiosos por explorar el futuro. Siempre
estarán abiertos a nuevos conceptos por haber sido bendecidos con mentes
inquisitivas que buscan nuevo conocimiento a diario.
¡Quienes aprenden toda la vida se la pasan superando sus buenas acciones!
Algunas veces lo mejor que habíamos hecho antes no es suficiente. El ser
desafiados a superar lo bueno puede que no sea razonable o que desafíe la lógica
intuitiva pero ¡el progreso personal es eso simplemente! La realidad es que lo
mejor de nosotros hoy no es lo suficientemente bueno para tener éxito en el
mundo de mañana.
Por ejemplo, en las Olimpiadas de 2004, el nadador norteamericano Michael
Phelps, de quien hemos oído mucho últimamente, ganó la medalla de bronce en
los 200 metros estilo libre con un tiempo de un minuto cuarenta y cinco segundos.
Hace cuatro años eso fue su récord personal. Pero él sabía que para ganar la
medalla de oro en 2008 él tendría que hacerlo mejor, así que se puso a entrenar
para cumplir esa meta. Millones de personas han tenido la oportunidad de ver la
saga olímpica que se ha desplegado cuando él superó su mejor desempeño
anterior, fijando un nuevo record mundial de un minuto cuarenta y dos segundos, y
ganó la medalla de oro. En Beijing él pulverizó su propio record mundial anterior
por un segundo y mejoró por diez segundos la marca ganadora de Mark Spitz de
1972. ¡Piensen en lo rápido que es eso! De hecho, le quitó un minuto completo al
tiempo ganador de 1904, que era dos minutos cuarenta y cuatro segundos.
Imagínese nada más: ¡hoy nadan dos vueltas a la piscina en menos de un minuto!
Eso es lo que le hubiera adelantado al ganador de 1904. Es impresionante que de
las ocho medallas de oro de Michael Phelps en 2008, siete de sus registros
superaron los records mundiales; no eran sus propios records sino que eran
mundiales. La otra, su octava medalla, impuso un record olímpico. ¿Se pueden
imaginar siendo capaces de hacer eso y superar lo mejor de sí? ¡Qué gran ejemplo
para nosotros!
Algunas veces el panorama espléndido del aprendizaje no es limitado por la
capacidad de nuestra mente, sino más bien por los límites artificiales que le
imponemos a nuestra habilidad para aprender. Debemos expandir la capacidad de
nuestra mente. Piensen solamente en lo que eran los límites de nuestro
aprendizaje antes de que las computadoras se convirtieran en una herramienta
universal para la investigación, el aprendizaje y las comunicaciones por la Internet.
A nuestros nietos les es muy difícil imaginarse cómo es que fuimos educados sin
computadoras (o, de igual manera, como vivimos sin un teléfono celular o
sobrevivimos sin la pizza como artículo de primera necesidad de nuestra dieta. La
lista es interminable).
Me gustaría compartir con ustedes una experiencia personal de aprendizaje que se
ha extendido por más de treinta años y que se relaciona con los beneficios de la
naciente tecnología computarizada en la investigación de la historia familiar.
Durante los años 1970, observé al élder Theodore H. Burton cuando presentó el
uso futuro de las computadoras en la investigación y los registros familiares. Fue lo
suficientemente franco para proclamar y enseñar y decir que la tecnología de la
computadora le fue dada al hombre para acelerar el advenimiento del día de la
historia familiar, la genealogía y la obra del templo.
Los comentarios acerca de las computadoras hechos por el Élder Burton se
enfrentaron a reservas muy comprensibles: “Las computadoras siempre serán muy
grandes y muy caras para su uso personal”. “Nunca habrá suficientes miembros de
la Iglesia que tengan computadoras”. “Muy pocos miembros de la Iglesia saben
manejar las computadoras”. “Los detalles y las explicaciones necesarias para
hacer compatibles la investigación personal y la obra del templo son muy
complejos”. Todas esas reservas parecían ser muy razonables en su época, ¿pero
qué de los futuros avances de las computadoras?
Hoy en día nos estamos embarcando en una nueva era de tecnología
computarizada para la historia familiar. Con la próxima edición de un nuevo
sistema —que ya está disponible en la mitad de los distritos de los templos en todo
el mundo— podremos preparar y enviar desde nuestra casa los nombres de
nuestros antepasados para que se haga la obra del templo usando un nuevo
sistema basado en la Internet. Este nuevo sistema les ayudará a ver rápidamente
cuáles de sus antepasados necesitan las ordenanzas vicarias en el templo y
podrán imprimir una página de resumen con un código de barras que cuando se
escanee en el templo producirá una tarjeta que servirá para las sesiones del
templo. Típicamente, cuando se termine una ordenanza estará disponible en este
sitio seguro de la Web dentro de veinticuatro horas.
Ahora, ¿por qué les hablo de esto a ustedes que aprenden toda la vida? Tengo un
simple mensaje. Nunca vivan en el pasado o intenten proteger su zona de
comodidad en contra de los cambios necesarios e inevitables para adaptarnos a
los necesarios adelantos futuros. Cuando Jesús dijo “Consumado es” (Juan 19:30)
al morir en la cruz, era solamente el fin de una misión —la Expiación— y luego fue
a ver a quienes estaban en la eternidad para darles esperanza (véase DyC 138).
Leemos en 3 Nefi que aún en otra experiencia misional Él, ya como ser resucitado,
visitó también a los fieles en el templo en el nuevo continente y los bendijo por su
fidelidad. En nuestra vida, al igual que en el ejemplo del Salvador, cuando algo se
termina es para empezar algo nuevo. El final de una era solamente da inicio a una
nueva era. Quienes aprenden toda la vida nunca viven en el pasado.
El aprendizaje pasado crea un cimiento valioso de experiencia sobre el cual se
debe edificar, y no un lugar cómodo para vivir el resto de la vida.
Algunas veces cuando llegamos a una meta que creíamos que era la final, y una
vez que la emoción del momento se ha ido, nos sentimos casi deprimidos; por
ejemplo, puede ser así cuando se termina una misión o cuando se acaba la luna
de miel. Es un momento espantoso de la cruda realidad, en el cual uno se
pregunta, “¿Qué sigue? y ¿ahora qué hago?” En tales ocasiones, recuerden que el
fin de algo es solamente la aurora de un nuevo comienzo.
Cuando estén en la cima de una montaña que hayan escalado, disfruten el
momento de satisfacción del presente y vean el paisaje extraordinario y el
progreso que han hecho desde el pasado hasta ahora. Pero luego volteen a ver
qué nuevos picos están a la vista y preparen un plan para escalar más alto en el
futuro. Al hacerlo así, el cumplimiento de una meta fijada en el pasado
eventualmente preparará el camino para lograr una meta más alta en el futuro. Al
contemplar el esfuerzo y el sacrificio que se requirieron para cumplir metas
anteriores, juntemos la confianza y la determinación necesarias para avanzar a
mayores alturas.
Permítanme hacer una pausa otra vez y hablarles desde el fondo de mi corazón
acerca de una las experiencias únicas del aprendizaje. El verdadero significado del
aprendizaje de toda la vida se forma en el círculo del pasado, el presente y el
futuro, progresando junto con el tiempo en su paso veloz e inevitable. El tiempo no
espera a ningún hombre. De hecho, una de las posesiones comunes que todos
compartimos es el tiempo. Lo que hagamos con nuestro tiempo determinará el
grado de aprendizaje de toda la vida y los valores espirituales que llevemos a las
eternidades que vienen después de nuestra prueba mortal.
Permítanme también usar un momento o dos para hablar de la experiencia
exclusiva de las mujeres para aprender durante toda la vida: la maternidad.
La maternidad: La oportunidad ideal para aprender toda la
vida
La maternidad es la oportunidad ideal para aprender toda la vida. El aprendizaje de
una madre crece al nutrir a su hijo en sus años de crecimiento. Ambos están
aprendiendo y madurando juntos a un paso extraordinario. Es exponencial y no
lineal. Nada más piensen en el proceso de aprendizaje de una madre durante la
vida de sus hijos. Cada hijo le agrega una dimensión a su aprendizaje porque sus
necesidades son muy variadas y de largo alcance.
Por ejemplo, en el proceso de criar a sus hijos, una madre aprende de diversos
temas. Estudia materias relacionadas al cuidado de la salud, como el desarrollo del
niño, la nutrición, la fisiología, la psicología, la enfermería y la investigación y los
cuidados médicos; aprende de la educación en muchos campos diversos como las
ciencias, las matemáticas, la geografía, la literatura y el español y otras lenguas
extranjeras. Desarrolla talentos tales como la música, los deportes, la danza, y el
hablar en público. Los ejemplos de aprendizaje podrían continuar de forma
interminable. Piensen nada más en el aprendizaje espiritual que se requiere
cuando una madre enseña los principios del evangelio y se prepara para enseñar
las lecciones de la Noche de Hogar y en la Primaria, la Sociedad de Socorro, las
Mujeres Jóvenes y la Escuela Dominical.
Mi punto es, mis queridas hermanas —así como para los hermanos, que espero
que estén escuchando con mucha atención— la oportunidad de una madre para
aprender y enseñar durante toda la vida es de naturaleza universal. Mis queridas
hermanas, como mujeres o madres nunca se consideren inferiores.
No cesa de asombrarme la manera en que el mundo declara que la mujer está en
una forma de servidumbre que no le permite desarrollar sus dones y talentos.
Nada, absolutamente nada, está más lejos de la verdad. No permitan que el
mundo defina, denigre o limite sus sentimientos de aprendizaje de toda la vida y
los valores de la maternidad en el hogar —tanto en lo mortal como en lo espiritual
— y los beneficios que les dan a sus hijos y a su compañero.
El aprendizaje durante toda la vida es esencial para la vitalidad de la mente, el
cuerpo y el alma humanos. Aumenta la autoestima y funcionamiento. El
aprendizaje de toda la vida es mentalmente vigorizante y una gran defensa en
contra del envejecimiento, la depresión y el dudar de sí mismo. Cuando dejamos
de buscar nuevos conocimientos, nuestro progreso se detiene y comienza el
estancamiento mental.
El mejoramiento y el progreso son la esencia del aprendizaje durante toda la vida.
No se sorprenderán al saber que solamente hay una meta final: el vivir una vida fiel
y perseverar hasta el fin dignos de la salvación y la gloria eternas. Todas las otras
metras y logros son resultado de perseverar fielmente hasta el fin. De hecho, este
es el plan de vida que se da en las escrituras para nuestro beneficio eterno.
El proceso de aprendizaje que enseñó Salomón en el libro de Proverbios en la
Santa Biblia es útil porque nos ayuda a entender la naturaleza del aprendizaje
durante toda la vida. “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que
obtiene la inteligencia” (Proverbios 3:13).
Para explicarlo más, empezamos con una inteligencia básica, o el cociente
intelectual [IQ], que nos es dado por Dios como uno de los dones conferidos a la
humanidad. “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad”
(DyC 93:36). A la inteligencia básica le agregamos conocimiento, el cual llega por
medio del aprendizaje y la experiencia. La suma de la inteligencia básica y la
experiencia es igual a la sabiduría. “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; Y
sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia” (Proverbios 4:7).
El mundo se detiene en el nivel de la sabiduría en el aprendizaje, pero las
escrituras nos enseñan “Jehová con sabiduría fundó la tierra; Afirmó
los cielos con inteligencia” (Proverbios 3:19; énfasis agregado).
La sabiduría más los dones del Espíritu Santo dan entendimiento a nuestros
corazones. Cuando en verdad tenemos entendimiento y nuestros corazones se
enternecen, ya no tendremos “deseos de hacer lo malo” (Alma 19:33).
Tendremos “la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (DyC 82:19) y el
deseo de volver con honor a la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo,
Jesucristo.
Ahora les asigno una tarea ¡para toda la vida! Mediten y traten de adquirir los
atributos extraordinarios de quien aprende toda la vida: el valor, el deseo fiel, la
curiosidad, la humildad, la paciencia y el deseo de comunicar. Estas cualidades del
carácter son muy deseables. Mediten y háganse estas preguntas: “¿Cuál es para
mí el valor y el significado de cada una de estas cualidades? ¿Cómo se me aplican
estas cualidades? ¿Qué voy a hacer para que estas cualidades sean parte de mi
vida?” Luego, durante unos minutos mediten en estas cualidades y pregúntense
qué es lo que deben hacer para aumentarlas a su carácter y en su vida. Aún si
solamente toma una de las cualidades y trata de mejorarse a sí mismo, eso
marcará una diferencia. La recompensa será grande en su futuro y para los que le
rodean.
Espero que puedan ver lo valioso que es revisar sus metas con la mira puesta en
las perspectivas de aprender toda la vida y al ciclo de la vida del pasado, el
presente y el futuro. Que su vida sea una de aprendizaje —aumentando en
conocimiento, en inteligencia y en sabiduría— al buscar los valores espirituales y
las características que les bendecirán con las recompensas de la vida eterna.
Procuren saber que Dios vive
Les doy mi testimonio de que Dios vive y de que podemos aprender no solamente
a creer sino a saber que Dios vive. Busquen ese conocimiento. Les será
concedido. Busquen saber (y por medio de su testimonio, hagan que lo sepan
quienes les rodean) que José Smith fue un profeta de Dios y que en esta última
dispensación del cumplimiento de los tiempos se nos ha restaurado todo lo que se
le ha dado a la humanidad. Aprendan todo lo que puedan dentro de nuestros
templos y en nuestras escrituras. Aprendan y conduzcan su vida de tal forma que
puedan regresar a la presencia de nuestro Padre y Su Hijo. Ruego que nuestro
deseo y meta sea aprender durante toda la vida para cumplir con esos propósitos,
en el nombre de Jesucristo, amén.
® Intellectual Reserve, Inc.
Notas
[1] Brigham Young, en Journal of Discourses (Londres: Latter-Day Saints’ Book
Depot, 1854–1886), 9:292.
[2] Brigham Young, en Journal of Discourses, 12:124.
[3] Ezra Taft Benson, “A New Witness for Christ”, Ensign noviembre de 1984,
páginas 6–7; en el que citaba a José Smith, History of the Church of Jesus Christ
of Latter-Day Saints, editado por B. H. Roberts, 2ª edición revisada. (Salt Lake
City: Deseret News, 1957), 4:461.
Para aprender y enseñar más eficazmente
Richard G. Scott
Este discurso fue dado durante la Semana de la Educación de la Universidad de
Brigham Young, el 21 de agosto de 2007.
Al comenzar esta Semana de la Educación número ochenta y cinco, de la
Universidad de Brigham Young, al igual que tú me siento muy emocionado
esperando grandes momentos de inspiración. Te felicito por tu decisión de
participar en esta actividad extraordinaria con el fin de aprender y perfeccionarte
por medio de las experiencias que se compartirán. En todo el mundo no hay nada
comparable en alcance y calidad. Comparto también contigo la sed constante y
continua de mejorar y progresar a través de todos los medios de instrucción que el
Señor nos ha dado.
Al viajar por todo el mundo es evidente que el conocimiento significa poder.
Algunos lo utilizan para su propio beneficio, mientras que otros lo emplean de una
manera incorrecta, limitando en gran manera a otras personas el uso de su
albedrío. Pero hay también quienes usan su conocimiento, experiencia y talentos
para elevar, animar, motivar y bendecir a los demás. Tengo confianza en que tú
pertenezcas a este grupo, y que no sólo recibas beneficios por el tiempo y el
esfuerzo que inviertas aquí, sino que otras personas reciban también ayuda
gracias a la forma en que apliques y compartas lo que hayas aprendido. Sigues la
admonición del Señor: “Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y
enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de
los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC
88:118).
El tema de este año, “Ya rompe el alba”, es en verdad muy apropiado, ya que
resalta la maravillosa Restauración del Evangelio en esta dispensación. Cualquier
estudiante de historia sabe que la Restauración de la Iglesia, con su doctrina pura,
la autoridad del sacerdocio y la guía divina, inició una avalancha de
descubrimientos, albor e invenciones que siguen engrandeciendo poderosamente
a la humanidad. ¡Cuán agradecido estoy con nuestro Santo Padre por la
restauración de la verdad que recibimos por medio del profeta José Smith para
beneficiar a la humanidad. José Smith es el ejemplo inspirador de una persona que
durante su breve vida buscó continuamente el conocimiento y, de buena voluntad,
lo compartió con los demás, aun cuando ello finalmente le costara la vida.
Mi intención aquí es la de compartir algunos pensamientos acerca de cómo
aprender y enseñar más eficazmente.
Cómo aprender más eficazmente
Hay una gran cantidad de medios disponibles por los que podemos aprender y ser
perfeccionados. Algunos de ellos incluyen el estudio formal, la meditación, el
análisis, la experiencia personal, la observación cuidadosa, la guía de los demás,
la observación de ejemplos de personas que admiramos, el servicio de buena
voluntad y el aprender lecciones por medio de nuestros propios errores. No sería
posible identificar, aún en forma básica, la enorme cantidad de modos por los
cuales se obtiene información y se logra experiencia. Por esta razón yo he
decidido hablar acerca de lo que para mí es el camino más eficaz hacia la verdad y
hacia la fuente inagotable de la guía y la inspiración de nuestro Padre Celestial y
de Su Hijo Amado. Ese medio es la guía espiritual que recibimos mediante la
inspiración del Espíritu Santo. Juntos colocaremos el cimiento para comprender la
guía espiritual y para hablar sobre la manera de obtenerla y compartirla. Mi deseo
sincero es motivarte a expandir tu capacidad para ganar conocimiento para tu
beneficio eterno y la bendición de aquellos con quienes lo compartas.
También mencionaré algunas de las verdades importantes que he aprendido al
buscar la guía del Espíritu Santo. Y como reconozco que muchos están aquí por el
deseo de ayudar a otros a aprender y a vivir la verdad, voy a sugerir algunas
maneras de enseñar esas verdades. Sería mucho más fácil para mí si pudiéramos
tener una conversación personal, frente a frente. Por suerte, casi siempre vas a
tener el privilegio de promover la interacción con aquellos a quienes enseñes,
aunque sea uno a uno, con algún miembro de la familia. Tus instrucciones serán
de más beneficio y duraderas si promueves la participación.
Para comenzar voy a compartir una verdad del Evangelio que, si se comunica
eficazmente y se utiliza en forma constante, hará que valgan la pena todo el
sacrificio que hayas hecho para asistir a la Semana de Educación Aunque sea lo
único que aprendas aquí, te ayudará a obtener mayor beneficio durante esta hora
que pasaremos juntos, debido a lo que hayas logrado durante tu participación aquí
o en otros eventos importantes a lo largo de tu vida. Noto que muchos han venido
preparados para tomar apuntes sobre lo que van a escuchar, y aunque eso les
será de gran beneficio, compartiré un patrón que les dará aún más acceso a la
verdad. El principio se resume en esta declaración:
Durante el resto de mi vida, me esforzaré para aprender por medio de lo que
escuche, vea y sienta. Escribiré las cosas importantes que aprenda y las pondré
en práctica.
Te sugiero que escribas esto. Si terminara ahora este mensaje ya habrías
aprendido uno de los modos de aprendizaje más significativos que yo podría
impartirte. Si el principio que acabo de compartir no te parece importante, piénsalo
otra vez. Muchas de las lecciones que he aprendido y atesorado las he aprendido
al seguirlo cuidadosamente.
Cómo responder a las impresiones espirituales
Tú puedes aprender cosas de vital importancia por lo que escuchas y ves y, aún
más, por lo que sientes al recibir la inspiración del Espíritu Santo. Muchas
personas limitan su aprendizaje principalmente a lo que escuchan o leen. Sé más
sabio. Cultiva la habilidad de aprender por medio de lo que ves y especialmente
por lo que el Espíritu Santo te haga sentir. Esfuérzate consciente y continuamente
por aprender de acuerdo con lo que sientas. Tu capacidad para hacerlo aumentará
a medida que lo practiques. Se requiere mucha fe y voluntad para aprender por
medio de lo que sientes por el Espíritu. Pide con fe esa ayuda y vive para ser digno
de recibir esa guía.
Escribe en un lugar seguro las cosas importantes que aprendes por medio del
Espíritu. Verás que al escribir una impresión preciada para ti, a menudo recibirás
otras más que de ninguna otra manera hubieras recibido, y a la vez, el
conocimiento espiritual que hayas obtenido estará a tu disposición durante el resto
de tu vida. Hazlo día y noche; dondequiera que estés, sin importar lo que estés
haciendo, esfuérzate siempre por reconocer y responder a la dirección del Espíritu.
Ten disponible un trozo de papel o una tarjeta para anotar la guía que recibas.
Expresa gratitud al Señor por esa guía espiritual y obedécela. Esa práctica
reforzará tu capacidad para aprender por medio del Espíritu y servirá para
aumentar la guía del Señor en tu vida. Aprenderás más al actuar sobre el
conocimiento, la experiencia y la inspiración que se te comunica por medio del
Espíritu Santo.
La guía espiritual es la dirección, la iluminación, el conocimiento y la motivación
que recibes de Jesucristo por medio del Espíritu Santo. Es la instrucción
personalizada adaptada a tus necesidades individuales por Alguien que las
comprende perfectamente. La guía espiritual es un don de valor incomparable
otorgado a quien lo busca, y se mantenga digno de recibirlo y exprese gratitud por
él.
Las Escrituras definen cómo podemos ser dignos de recibir guía espiritual. El élder
Bruce R. McConkie ha aconsejado con sabiduría: “Sin importar con cuánto talento
cuenten algunas personas en asuntos administrativos, lo elocuentes que sean para
expresar sus puntos de vista o lo eruditos que sean en las cosas del mundo, se les
negarán los dulces susurros del Espíritu, que podrían haber sido suyos, a menos
que paguen el precio de estudiar, meditar y orar acerca de las
Escrituras”. [1] Durante mucho tiempo, por medio de la oración y la meditación de
los pasajes de las Escrituras pertinentes, he encontrado el siguiente patrón para
obtener valiosa dirección espiritual.
Para obtener la guía espiritual y obedecerla con sabiduría, se debe hacer lo
siguiente:
• Buscar la luz divina con humildad.
• Ejercer fe, especialmente en Jesucristo.
• Esforzarse diligentemente por guardar Sus mandamientos.
• Arrepentirse constantemente.
• Orar continuamente.
•Dar oído a la guía espiritual.
• Expresar gratitud por la guía recibida.
Espero que esta sugerencia te sea de beneficio en la búsqueda de guía espiritual.
Cómo enseñar a los demás a aprender por medio del
Espíritu
Ahora repasaremos cómo se podría enseñar a los demás el principio de la
enseñanza que mencioné anteriormente. Primero, recomendaría que cada persona
que reciba esta enseñanza escriba el principio: Durante el resto de mi vida, me
esforzaré para aprender por medio de lo que escuche, vea y sienta. Escribiré las
cosas importantes que aprenda y las pondré en práctica.
Después, explicaría cómo utilizar cada una de las tres vías de comunicación:
escuchar, ver y sentir. Además, comprometería a cada uno a vivir el principio, pues
cada estudiante que lo haga será bendecido con una mayor dirección inspirada.
Luego ilustraría con la siguiente serie de presentaciones gráficas cómo mejorar el
aprendizaje.
Estoy convencido de que no hay ninguna fórmula ni técnica sencilla que yo podría
dar o que se le podría dar a los alumnos para facilitarles inmediatamente la
habilidad de dejarse guiar por el Espíritu Santo. Tampoco creo que el Señor
permitiría que alguien concibiera un patrón que invariable e inmediatamente
abriera las vías de comunicación espiritual. Nosotros progresamos cuando nos
esforzamos por reconocer la guía del Espíritu Santo al tratar de todo corazón
comunicar nuestras necesidades a nuestro Padre Celestial en los momentos de
dificultad o de rebosante gratitud. Cada vez que lo hacemos, damos otro paso para
cumplir con el propósito de estar aquí en la tierra.
Nuestro Padre espera que aprendamos a obtener esa ayuda divina al ejercer
nuestra fe en Él y en Su Santo Hijo. Si nosotros recibiéramos la guía inspirada con
tan solo pedirla, llegaríamos a ser débiles y más dependientes de Él; que sabe que
el esencial progreso personal se obtiene al esforzarse por aprender la forma de
dejarnos guiar por el Espíritu. Ese esfuerzo forja nuestro carácter inmortal al
perfeccionar nuestra capacidad para conocer Su voluntad por medio de los
susurros del Espíritu Santo. Lo que a simple vista parece una tarea desalentadora
llegará a ser más fácil con el tiempo si tratamos reconocer constantemente los
sentimientos que despierta el Espíritu. También se fortalecerá nuestra confianza
de la dirección que recibamos por medio del Espíritu Santo.
5. Esa comunicación comienza cuando se anima a cada una de las personas a las
que se enseña a participar en lugar de que sean oyentes pasivos. De esa manera
se puede medir la comprensión de lo que se enseña, crear un sentimiento de
propiedad y también aprender de ellos. Y aún más importante, es la decisión de
participar, la cual es un ejercicio del albedrío que permite que el Espíritu Santo
comunique un mensaje personalizado para cada necesidad individual. El crear un
ambiente de participación aumenta la probabilidad de que el Espíritu enseñe
lecciones más importantes que cualquiera otra cosa.
6. Esa participación traerá la dirección del Espíritu a tu vida. Cuando animas a los
alumnos a levantar la mano para responder a una pregunta, ellos demuestran al
Espíritu Santo su voluntad de aprender aunque no se den cuenta de ello. Este uso
del albedrío moral permitirá que el Espíritu los motive con el fin de brindarles una
guía más poderosa durante la clase. La participación permite que
ellos experimenten qué significa dejarse guiar por el Espíritu. Ellos aprenden a
reconocer y a sentir lo que es la guía espiritual. Es por medio del proceso repetido
de sentir impresiones, escribirlas y obedecerlas que se aprende a depender de la
dirección del Espíritu más que de la comunicación que brindan los otros cinco
sentidos.
7. La dirección que se recibe del Espíritu Santo aumenta la capacidad para
enseñar. Dicho de modo sencillo, la verdad que se presenta en un ambiente lleno
de amor y confianza permite recibir el testimonio confirmador del Espíritu Santo.
8. Si no logras nada más en la relación que tienes con tus alumnos que ayudarles
a reconocer y a seguir las impresiones del Espíritu, igual los bendecirás de una
manera inmensurable y eterna. Para alcanzarlo, se debe buscar constantemente la
guía del Espíritu para saber lo que decir y cómo decirlo. Lo fácil nunca produce
mucho fruto beneficioso. Ni nuestro Padre Celestial ni Su Santo Hijo se deleitan al
verte luchando para vencer los obstáculos, resolver preguntas o encontrar
soluciones a problemas complejos y desafiantes. No obstante, ellos sí se regocijan
cuando tú reconoces voluntariamente que esos pasos son los que conducen al
progreso espiritual, que lleva a los hechos que forjan el carácter.
Cómo atesorar las impresiones sagradas
¿Has aprendido el valor duradero de escribir en un diario personal las experiencias
espirituales importantes o las impresiones sagradas que el Señor te ha
comunicado? No llevo un diario detallado de todo lo que me sucede cada día, pero
sí trato de escribir un registro de algunos asuntos realmente importantes. Los
asuntos sagrados están en un diario al que nadie puede tener acceso porque está
protegido por una clave. Cuando me siento autorizado por el Espíritu Santo, tomo
algunas de las verdades que he aprendido para ponerlas en mi diario familiar o
para compartirlas en un mensaje público. Esto va de acuerdo con un principio que
las Escrituras confirman como verdadero. Algunos asuntos son para nuestra guía y
edificación personal, para ayudarnos a progresar y a mejorar nuestro carácter,
nuestra devoción y nuestro testimonio. No son para compartir con los demás. Así
como una bendición patriarcal se adapta a la persona destinada, esos asuntos
deben guardarse y protegerse con reverencia por causa de su naturaleza sagrada.
El Señor puede comunicarse directamente con nosotros por medio del Espíritu si
somos dignos y estamos en armonía con Él.
Para demostrar que lo que he dicho no es sólo una teoría, quiero mencionar
algunas de las verdades de gran valor que he aprendido durante muchos años por
medio de la guía espiritual.
Las Escrituras enseñan algo que se me ha confirmado: que el Espíritu Santo
nunca nos inspirará a hacer algo que no podamos llevarlo a cabo. Puede ser que
se requiera un esfuerzo extraordinario y mucho tiempo, paciencia, oraciones y
obediencia, pero sí podremos hacerlo.
Repetidas veces he tenido la impresión de que para aprender a alcanzar una meta
jamás antes lograda hay que hacer cosas que jamás hemos hecho.
Se me ha enseñado que podemos tomar muchas decisiones en la vida, pero no
podemos prescribir nuestro destino final. Nuestros hechos son los que lo
determina. En ocasiones, parece que controlamos los resultados de nuestra vida,
pero no es así. La dignidad, la rectitud, la fe en Jesucristo y el plan de nuestro
Padre aseguran un futuro productivo y placentero, mientras que el engaño o la
violación a las leyes de la pureza personal aseguran una vida de sufrimiento aquí
en la tierra y más allá del velo a menos que tenga lugar el arrepentimiento
requerido.
Es importante que no juzguemos las cosas por lo que pensemos que es nuestro
potencial. Debemos confiar en el Señor y en lo que Él puede hacer con nuestro
corazón dedicado y nuestra mente bien dispuesta (DyC 64:34).
El Espíritu Santo y las observaciones de varias personas me han enseñado que
los conceptos como la fe, la oración, el amor y la humildad no tienen ninguna
importancia ni producen milagros hasta que no llegan a ser, con la ayuda de la
tierna inspiración del Espíritu, una parte viva de la persona por medio de su propia
experiencia.
Todos sufriremos adversidad; es parte de la vida. Todos la experimentaremos
porque la necesitamos para progresar y para moldear nuestro carácter. Yo he
aprendido que el Señor tiene la capacidad suprema de juzgar nuestras
intenciones. Él se preocupa por lo que llegamos a ser por medio de las decisiones
que tomemos. Tiene un plan individual para cada uno de nosotros. Este concepto
brinda un gran consuelo cuando tratamos de comprender situaciones difíciles
como lo son la muerte prematura de alguien cuya presencia aparentemente se
requiere aquí en la tierra. Ese conocimiento ayuda mucho cuando luchamos con
una enfermedad o con una discapacidad severa o al tratar de comprender el
suicidio trágico de otra persona.
Por medio de la experiencia personal he podido comprender una verdad
importante. Sé que Satanás no tiene absolutamente ningún poder para forzar a
nadie que sea digno, a que el Señor protege a esas personas. Satanás puede
tentarnos; puede amenazarnos; puede aparentar tener ese poder; pero no lo
posee.
He aprendido que nuestra mente puede fortalecer una impresión recibida del
Espíritu Santo o, desgraciadamente, puede destruirla al rechazarla como algo sin
importancia o como el producto de nuestra imaginación. Cuando recibimos guía
espiritual, es bueno recordar este comentario del profeta José Smith: “Dios juzga a
los hombres de acuerdo con la manera en que emplean la luz que Él les da”.” [2]
Afrontar la adversidad nos lleva a hacer muchas preguntas; algunas tienen un
propósito útil, mientras otras no. Hacer preguntas que reflejen una oposición a la
voluntad de Dios no vale la pena en realidad. Es muy difícil lograr un sacrificio
voluntario de nuestros deseos personales y profundos a favor de la voluntad de
Dios. Mas cuando lo logramos, nos encontramos en una posición mucho mejor
para recibir la máxima ayuda de nuestro amoroso Padre Celestial. El aceptar Su
voluntad, aun cuando no se comprenda completamente, es lo que nos brinda una
gran paz y, a lo largo del tiempo, una mayor comprensión.
A veces es muy difícil discernir una respuesta a una oración por un asunto por el
cual tenemos sentimientos personales y profundos, o algo que despierta
emociones fuertes en nosotros. Por eso es importante recibir un consejo válido e
inspirado al encontrarnos en tales circunstancias.
Durante un momento tranquilo de meditación, aprendí que existe una relación
entre la fe y el buen carácter. Mientras más grande es nuestra fe en Jesucristo,
mejor será nuestro carácter, y el buen carácter aumenta nuestra capacidad para
ejercer una fe aún más grande.
El Espíritu ha enseñado que Satanás no necesita tentarnos con cosas malas. Él
puede lograr mucho más su objetivo distrayéndonos con cosas apropiadas para
prevenir que llevemos a cabo las cosas esenciales. Debemos eliminar estas
distracciones, determinando qué es de importancia fundamental en nuestra vida.
Tenemos que poner nuestro mayor esfuerzo con el fin de lograrlo. Si existe falta de
tiempo o de recursos, ese patrón exige que aun las buenas actividades se dejen a
un lado.
De vez en cuando el Señor nos dará una guía espiritual de gran importancia al
inspirar a otros a compartir lo que hayan aprendido. Esos mentores pueden
enriquecer enormemente nuestra vida por medio de una buena comunicación de
su conocimiento y experiencia. También podemos encontrar mentores vivos o
difuntos por medio del estudio cuidadoso y de la emulación de sus vidas
productivas. Tengo la certeza de que el fallecimiento reciente del presidente James
E. Faust ha inspirado gratitud en la mente de las miles de personas que él ha
influido personalmente. Él tenía la capacidad excepcional de elevar y edificar a los
demás. Él escogió razones válidas para felicitar a otros al hablar acerca de ellos
con sinceridad e integridad. El efecto fue de edificar, elevar y ayudar a explorar un
curso de vida que le traería a cada uno mayor éxito y felicidad. Su estímulo a
menudo era breve y conciso, pero eficaz y duradero.
Uno de los patrones más memorables y poderosos de la comunicación por el
Espíritu es por medio de los sueños. He aprendido que cuando la transición entre
estar profundamente dormido y estar completamente despierto es imperceptible,
es señal de que el Señor ha enseñado algo muy importante por medio de un
sueño. Cuando eso ocurre, reconozco la necesidad de meditar lo que recuerdo del
sueño para poder comprenderlo y determinar su aplicación en mi vida. A veces el
sueño es simbólico y requiere oración para que por medio del Espíritu Santo, el
Señor pueda interpretarlo o aclarar las lecciones para que éstas se puedan
entender y aplicar.
Durante la mayoría de mi vida adolescente y adulta, he apreciado mucho
la misericordia. Fue por medio de un sueño vívido que aprendí a valorar la justicia.
La justicia proporciona el orden y el control en el plan de la felicidad de nuestro
Padre. La justicia asegura que lo que hayamos logrado por medio de un esfuerzo
digno sea nuestro para siempre: por ejemplo, el conocimiento, el amor de nuestros
seres queridos y los beneficios eternos de las ordenanzas, inclusive las del templo.
La justicia asegura que ningún poder puede quitarnos estas cosas tan preciadas.
Podríamos perderlas por la desobediencia, ¿pero quién quisiera hacer algo así?
El mandato del Salvador de “pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá” (3 Nefi
27:29) es un puente a la guía espiritual. Se me ha enseñado que las impresiones
suaves nos inspirarán a tomar las decisiones correctas. Cuando se observan con
cuidado, estas impresiones suaves que recibimos en el corazón pueden anticipar
un consejo específico a la mente. Este consejo nos conduce a saber con mayor
precisión lo que debemos hacer. Esa dirección detallada se recibe cuando
respondemos de buena voluntad a las primeras impresiones del Espíritu. A veces
la guía espiritual puede indicar o implicar eventos que ocurrirán más adelante en
nuestra vida. El aceptar esas impresiones y la disposición de obedecerlas no
quiere decir que cambiará la voluntad del Señor, ni que el impacto en nuestra vida
será diferente. Habrá mejores e importantes consecuencias en virtud de nuestra
disposición de obedecer el consejo dado por la guía sagrada del Espíritu Santo.
Por último hay una joya de gran valor acerca de la guía espiritual que quiero
compartir. Me llevó mucho tiempo reconocerla. La obediencia forzada no produce
ningún fruto duradero. Es por eso que Nuestro Padre Celestial y el Salvador están
dispuestos a suplicar, a dar impresiones, a animar y a esperar con paciencia que
reconozcamos Su preciada guía espiritual. Una vez me llevó más de diez años
descubrir la respuesta a un asunto extremadamente importante por el cual había
orado en forma constante y de todo corazón. La respuesta completa la recibí
cuando pude ensamblar las diferentes secciones de la solución que se me dieron
de varias maneras y en varias ocasiones. No se me dio la respuesta directamente,
sino que se me dirigió con paciencia y amor para encontrarla. Termino con mi
testimonio. Trataré de seguir el consejo excelente que nos dejó el presidente
Spencer W. Kimball. El enseñaba que: “Un testimonio no es una exhortación; un
testimonio no es un discurso; . . . no es un diario de viaje . . . Basta que digan lo
que sienten en su interior. Eso es el testimonio. En el momento en que comiencen
a predicar a los demás, ahí terminó el testimonio. Simplemente dígannos lo que
sienten, lo que su mente, su corazón y cada fibra de su ser les comunique”³ [3]
Sé que lo que he compartido es verdadero, puesto que lo he aprendido, y
confirmado mediante la suave inspiración del Espíritu Santo. Espero que algo de
ello sea de beneficio para ti. Sé sin duda que Jesucristo vive, y como uno de Sus
apóstoles doy testimonio solemne de que Él es un Personaje glorificado y
resucitado que posee un amor perfecto. Él guía Su Iglesia en la tierra. Él te ama.
Durante tu estadía aquí en la tierra, Él te inspirará y, al buscar esas impresiones
para determinarlas, Él guiará tu vida. Él es nuestro Maestro, nuestro Redentor,
nuestro Salvador. Yo lo amo. Con toda la capacidad que poseo, doy testimonio de
que Él vive. En el nombre de Jesucristo, amén.
Notas
[1] Bruce R. McConkie, seminario de representantes regionales, 2 de abril, 1982.
[2] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, comp. Joseph Fielding Smith
(Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1954),
370.
[3] Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball (Salt Lake
City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2006), 86.
Cómo enseñar la expiación
Tad R. Callister
¿Cómo podemos nosotros, como maestros del evangelio restaurado, enseñar
eficazmente la sublime y profunda doctrina de la Expiación? ¿Cómo lo han hecho
los Profetas? ¿Y qué podemos aprender de ellos? [1]
Aunque a lo largo del tiempo los profetas han reflejado diversos talentos y
singulares habilidades para enseñar, se repiten una y otra vez ciertos principios
básicos en sus ministerios docentes. A continuación se presentan algunas técnicas
de enseñanza y recursos que utilizaron los profetas para explicar la doctrina de la
Expiación y sus infinitas implicaciones.
Un tiro espiritual con el arco
El rey Benjamín convocó a sus súbditos, pero no para pasar un día de diversión. Si
alguno había venido con dedales espirituales para recibir su palabra, él se
apresuró a informarles de la necesidad de contar con recipientes mucho más
grandes. “No os he mandado subir hasta aquí para tratar livianamente las palabras
que os hable, sino para que me escuchéis, y abráis vuestros oídos para que
podáis oír, y vuestros corazones para que podáis entender, y vuestras mentes
para que los misterios de Dios sean desplegados a vuestra vista” (Mosíah 2:9;
énfasis añadido). Su introducción fue un tiro de advertencia de que los oídos
debían estar en sintonía espiritual y los corazones enternecidos para recibir el
mensaje de importancia suprema que estaba a punto de darse. Entonces dio uno
de los sermones más magistrales jamás ofrecidos acerca de la Expiación. Años
después, el élder Bruce R. McConkie comenzó su inolvidable sermón sobre el
sacrificio expiatorio con estas profundas palabras: “Siento, y el Espíritu parece
afirmar, que la doctrina más importante que puedo declarar y el testimonio más
poderoso que puedo dar, es el del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo” [2]
Al igual que el rey Benjamín, el élder McConkie sentó primero las bases antes de
presentar su inspirado mensaje. Como resultado, los oídos estuvieron más
atentos, las mentes se enfocaron más y los corazones permitieron recibir el caudal
espiritual que estaba a punto de darse. Para muchos, el impacto de estos
mensajes cambió sus vidas. Los que oyeron las palabras del rey Benjamín
clamaron a una voz, “creemos todas las palabras que nos has hablado; y [...] no
tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”
(Mosíah 5:2).
Estos profetas comenzaron sus sermones lanzando un tiro espiritual con el arco.
Fue un aviso, una llamada de atención, de que el mensaje que estaba a punto de
darse merecía mucho más que la casual atención del oyente. Requería de un
intenso estado de alerta de todas sus facultades espirituales. ¿Por qué? Porque
estos profetas sabían que la hermosa y a la vez difícil doctrina de la Expiación sólo
pueden comprenderla los que están espiritualmente preparados. Sus mensajes
son conmovedores recordatorios del tono espiritual que debemos
establecer antes de que comencemos a enseñar lo que Robert L. Millet llama “la
doctrina de las doctrinas” [3]
Sentando las bases
Una persona jamás podría dominar cálculo antes de dominar álgebra. Se requiere
un cierto orden de eventos en el proceso de aprendizaje. Isaías enseñó, “¿A quién
se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina?”. Entonces, dio la simple
y a la vez profunda formula para dominar las doctrinas de la Iglesia: “línea sobre
línea” (Isaías 28:9–10). El presidente Ezra Taft Benson enseñó, “Nadie sabe,
adecuada y debidamente, por qué necesita a Cristo hasta que comprenda y acepte
la doctrina de la Caída y su efecto sobre toda la humanidad” [4]
Los alumnos rápidamente aprenden la imposibilidad de comprender
adecuadamente la Expiación sin entender primero la Caída. Lehi dio un discurso
magnífico sobre la Expiación (véase 2 Nefi 2). En él, primero explicó las
condiciones que existían en el Jardín de Edén.
Entonces, siguió su introducción con un resumen conciso de por qué vino el
Salvador: “El Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los
hijos de los hombres de la caída” (2 Nefi 2:26). Así aprendemos que la Expiación
era necesaria para corregir ciertas condiciones traídas por la Caída (a saber, la
muerte física y espiritual). Alma, al aconsejar a su hijo desobediente, Coriantón,
dijo, “percibo que hay algo más que inquieta tu mente, algo que no puedes
comprender, y es concerniente a la justicia de Dios en el castigo del pecador”.
Entonces dijo, “He aquí, hijo mío, te explicaré esto”. (Alma 42:1–2). En los
siguientes once versículos, Alma sentó las bases para su respuesta detallando las
condiciones en el Jardín de Edén y las consecuencias de la Caída. Sólo entonces
pasó a explicar las relaciones entre la justicia, la misericordia y la Expiación.
Debido a la necesidad de comprender la Caída antes de que podamos comprender
plenamente los propósitos de la Expiación, he encontrado útil la siguiente tabla para
ayudar a los alumnos a captar cómo la Expiación corrige o redime las consecuencias
“negativas” de la Caída:
Antes de la Después de la Después de la Expiación
Caída Caída
1. Inmortalidad 1. 1. Mortalidad 1. Resurrección (+)
(+) (-) (incondicional para todos).
Génesis 2:17 Génesis 2:17 1 Corintios 15:20–22
2. Vivimos en la 2. 2. Muerte 2. 2. Vencimos la muerte
presencia de Dios espiritual (-) espiritual (+).
(+) Génesis 3:8; a. Primera muerte a. Incondicional porque todos
Moisés 4:14 espiri-tual (nacer vuelven a la presencia de Dios
fuera de la por motivo del Juicio.
presencia de Dios) 2 Nefi 2:20; 2 Nefi 9:38; Alma
DyC 29:41; 2 Nefi 12:15; Alma 42:23; Helamán
9:6 14:15–18; Mormón 9:12–14
b. Segunda muerte b. Condicional porque la
espiritual segunda muerte espiritual es
(separación de vencida sólo si nos
Dios por causa del arrepentimos.
pecado individual) Helamán 14:15–18; Moroni
Alma 34:15–16; 9:12–14
Alma 42:13–16
3. Inocente (-) 3. 3. Conocimiento 3. Conocimiento ilimitado del
2 Nefi 2:23 del bien y del mal bien y del mal (+).
(+) Génesis 3:5; Juan 14:26
Alma 42:3
4. Sin hijos (-) 4. 4. Hijos (+) 4. Hijos para siempre (+)
2 Nefi 2 :23 2 Nefi 2:25; DyC 132:19
Moisés 5:11
El Libro de Mormón viene al rescate
Las doctrinas de la Caída y de la Expiación son la pieza central del Cristianismo;
sin embargo, existen muchos conceptos erróneos con respecto a sus principios
subyacentes porque a la Biblia, inspirada como lo es, se le “han quitado muchas
cosas claras y preciosas” (1 Nefi 13:28) de sus manuscritos originales. Como
resultado de ello, “muchísimos tropiezan, sí, de tal modo que Satanás tiene gran
poder sobre ellos” (1 Nefi 13:29). El élder McConkie una vez ofreció el siguiente
desafío: “Elijan las cien doctrinas del evangelio más básicas, y debajo de cada
doctrina hagan dos columnas paralelas, una encabezada Biblia y la otra Libro de
Mormón. Entonces pongan en estas columnas lo que cada libro dice acerca de
cada doctrina. El resultado final mostrará, sin duda alguna, que en el noventa y
cinco por ciento de los casos la enseñanza del Libro de Mormón es más clara, más
sencilla, más amplia y mejor que la palabra bíblica. Si existe duda alguna en la
mente de cualquiera en cuanto a esto, que haga la prueba, una prueba personal”
[5]
En ningún otro aspecto se aplica más esta invitación que en cuanto a la Expiación.
Sin el Libro de Mormón, han surgido muchos conceptos erróneos en el mundo
cristiano con respecto a esta doctrina clave. Por ejemplo:
Primer concepto erróneo: Muchos enseñan que Adán y Eva habrían tenido hijos si
se les hubiese permitido quedarse. Tras su transgresión en el jardín, el Señor dijo
“con dolor darás a luz los hijos” (Génesis 3:16). Consecuentemente, algunos han
interpretado esto como que si no hubiese ocurrido, Adán y Eva habrían tenido hijos
sin dolor en el Jardín de Edén. Pero el Libro de Mormón revela la verdad: “Y no
hubieran tenido hijos” (2 Nefi 2:23; véase también Moisés 5:11).
Segundo concepto erróneo: Algunos enseñan que Adán y Eva vivían en un estado
de dicha —de inigualable gozo— en el jardín. De nuevo, el Libro de Mormón
enseña la verdad: “Habrían permanecido en un estado de inocencia, sin tener
gozo, porque no conocían la miseria” (2 Nefi 2:23). Como resultado de los primeros
dos conceptos erróneos, gran parte del mundo cristiano cree que la Caída fue un
trágico paso hacia atrás. Inocentemente, pero incorrectamente, llegaron a la
conclusión de que si Adán no hubiese caído, todos habríamos nacido en el Jardín
de Edén, para vivir posteriormente en un estado de eterna dicha. Tal
razonamiento, sin embargo, habría negado la necesidad de la Expiación, un
evento que fue preordenado en la vida premortal (véase Éter 3:14). Así lo atestiguó
Juan cuando habló del Salvador como el “Cordero que fue inmolado desde el
principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).
Tercer concepto erróneo: Existen aquellos que enseñan que por causa de la Caída
todos los niños vienen marcados con el pecado original. Mormón dio una mordaz
reprimenda a los que tenían esa creencia: “Sé que es una solemne burla ante Dios
que bauticéis a los niños pequeños”. Citó al Salvador al explicar la razón: “La
maldición de Adán les es quitada en mí, de modo que no tiene poder sobre ellos”
(Moroni 8:8, 9).
Cuarto concepto erróneo: Algunos creen que sólo la gracia nos salva, sin importar
nuestras obras. Nefi pone las doctrinas de la fe y las obras en su perspectiva
adecuada: “Pues sabemos que es por la gracia por la que nos
salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23; énfasis añadido). No
nos ganamos la salvación, mas Nefi enseñó que debemos contribuir con lo mejor
que tengamos para ofrecer. C. S. Lewis dio en el clavo al tratar el eterno debate
entre la fe y las obras: “A mí me parece algo así como preguntar cuál de las dos
cuchillas de una tijera es la más útil” [6]
Quinto concepto erróneo: Otra falacia es que la Resurrección física del Salvador es
tan sólo simbólica y que seremos resucitados sin las “limitaciones” de un cuerpo
físico. Alma, sin embargo, no dejó ninguna duda acerca de la naturaleza corpórea
de la Resurrección: “El alma será restaurada al cuerpo, y el cuerpo al alma [...] sí,
ni un cabello de la cabeza se perderá” (Alma 40:23).
Sexto concepto erróneo: Muchas personas enseñan que la Expiación no tiene el
poder de transformarnos en dioses; de hecho, según ellos, tal modo de pensar es
una blasfemia. El Salvador mismo, sin embargo, extendió la invitación divina:
“¿Qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3
Nefi 27:27). El ultimo capítulo del Libro de Mormón refuerza esta elevada doctrina:
“Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él [...] por la gracia de Dios, mediante el
derramamiento de la sangre de Cristo” (Moroni 10:32–33).
Aunque Nefi sabía que muchas verdades claras y preciosas serían quitadas de la
Biblia, también sabía que el Libro de Mormón, entre otros escritos sagrados,
vendría al rescate: “Estos últimos anales que has visto entre los gentiles,
establecerán la verdad de los primeros, los cuales son los de los doce apóstoles
del Cordero, y darán a conocer las cosas claras y preciosas que se les han
quitado” (1 Nefi 13:40).
El presidente Ezra Taft Benson habló de la absoluta necesidad del Libro de
Mormón para comprender la divinidad y la Expiación del Salvador: “Muchos en el
mundo cristiano hoy rechazan la divinidad del Salvador. Cuestionan Su nacimiento
milagroso, Su vida perfecta y la realidad de Su gloriosa Resurrección. El Libro de
Mormón enseña en términos claros e inconfundibles acerca de la verdad de todos
estos conceptos. Proporciona también la más completa explicación de la doctrina
de la Expiación. Verdaderamente, este libro divinamente inspirado es clave al dar
testimonio al mundo de que Jesús es el Cristo” [7]
El Libro de Mormón es una mina de oro en el que podemos descubrir las
magníficas verdades de la Expiación. Los siguientes no son sino un ejemplo de los
muchos capítulos repletos de “pepitas de oro” para los que están dispuestos a
buscarlas:
2 Nefi 2 (Lehi) Alma 40 y 42 (Alma)
2 Nefi 9 (Jacob) Helamán 14 (Samuel)
Mosíah 2–5 (el rey Benjamin) 3 Nefi 11 (the Savior)
Alma 34 (Amulek) Moroni 10 (Moroni)
Al deleitarnos en las palabras del Libro de Mormón, conectaremos los puntos
espirituales que develan el glorioso cuadro del sacrificio expiatorio del Salvador.
El poder de una buena pregunta
¿Cómo es infinita la Expiación del Salvador? ¿Sufrió el Salvador por los pecados
tanto en el Jardín de Getsemaní como en la cruz? ¿Podría Él, un hombre perfecto,
entender lo que es tener debilidades, lo que es ser rechazado? ¿Había un plan de
reserva si Él escogía no llevarla a cabo? ¿Podría una persona sufrir por sus
propios pecados y ser redimido?
El poder de una buena pregunta es de inestimable valor. En muchas formas, es
como un reloj despertador para nuestra mente que nos despierta de nuestro
adormecimiento mental. Es un catalizador que le da un arranque a nuestros
motores mentales. Causa que se muevan las ruedas cerebrales, y provoca en
nosotros una cierta inquietud, una ansiedad que detona una fijación en el tema en
cuestión hasta que viene el alivio, solamente en la forma de una respuesta que es
tanto satisfactoria a la mente como aceptable al corazón. Hasta que no venga esa
respuesta, es como contemplar un cuadro torcido sin poder enderezarlo, o trabajar
en un rompecabezas al que le falta una pieza; existe un irresistible impulso de
enderezar el cuadro y de encontrar y colocar la última pieza del rompecabezas en
su lugar correcto. Hasta que eso no ocurre, la mente de uno está en
“sobremarcha”; considerando todas las opciones, sopesando, tamizando y
clasificando hasta que viene la respuesta. Existe una tremenda diferencia entre
que a uno se le diga la respuesta y que la descubra. Es algo así como recibir un
cuadro a diferencia de pintarlo, recibir un libro comparado con escribirlo, o
escuchar el concierto para piano número 3 de Rachmaninoff en vez de
interpretarlo. El descubrir la respuesta trae consigo una inmensa satisfacción,
otorga sentido de propiedad y deja una huella permanente en nuestra memoria en
lugar de un dato pasajero.
Hay muchas clases de preguntas. Hay preguntas acerca de datos para adquirir
información de antecedentes o hechos; sin embargo, tales indagaciones son un
medio y no un fin. Por ejemplo: ¿Dónde nació el Salvador? ¿Cuánto tiempo estuvo
en el Jardín de Getsemaní? Estas preguntas sirven de ayuda para preparar el
terreno, pero de por sí hacen poco para conmover las emociones o para avivar la
resolución. No obstante, un conocimiento de datos a menudo es un requisito
necesario para descubrir las verdades mayores.
Hay preguntas que instan a una autoevaluación. La pregunta de Dios a Adán,
“¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9) era más que una averiguación sobre la ubicación
física de Adán. También era una pregunta en cuanto a la situación espiritual de
Adán. El punto culminante del sermón de Alma al pueblo de Zarahemla consistió
en once preguntas seguidas e introspectivas, tales como, “¿Habéis nacido
espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros?
¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14).
Un maestro atento podría hacer preguntas similares que requirieran una
autoevaluación de la fe y la dignidad de uno mismo: ¿Crees que puedes estar
totalmente limpio de tus pecados gracias al infinito sacrifico del Salvador? ¿Tienes
fe en que Su Expiación provee un remedio para cada uno de tus pecados,
debilidades, flaquezas y defectos? ¿Tienes un corazón quebrantado y un espíritu
contrito?
Existen otras preguntas que elevan nuestro nivel de compromiso. El Señor le
preguntó tres veces a Pedro, “¿Me amas?” (Juan 21:15–17). Sin duda, Pedro
respondió cada vez con mayor pasión, con un compromiso aun mayor hacia el
Santo. Los maestros podrían hacer preguntas similares: ¿Amamos al Salvador lo
suficiente como para perdonar a los demás así como Él nos perdona a nosotros?
¿Agradecemos Su sacrificio al grado de que estamos dispuestos a consagrarlo
todo para adelantar Su causa?”
Las preguntas también pueden ser respuestas efectivas. Coriantón, con respecto a
la venida de Cristo, se preguntaba “por qué se deben saber estas cosas tan
anticipadamente”. La respuesta que su padre Alma dio fue una serie de preguntas:
“He aquí te digo, ¿no es un alma tan preciosa para Dios ahora, como lo será en el
tiempo de su venida? ¿No es tan necesario que el plan de redención se dé a
conocer a este pueblo, así como a sus hijos?” (Alma 39:17–18). Supongan que un
alumno preguntase, “¿Tiene la Expiación carácter retroactivo? ¿Podrían las
personas del Antiguo Testamento recibir sus beneficios antes de que se pagara el
precio?” Al resistirse a la tentación de dar la respuesta inmediata, un maestro sabio
podría responder con otra pregunta, “¿Tenemos algo en nuestra sociedad actual
que nos permita disfrutar de los beneficios antes de pagar el precio?” En la
conversación tal vez se mencionaría la tarjeta de crédito como un ejemplo. Este
resultado podría conducir al hecho de que el crédito del Salvador era “oro” puro en
la existencia premortal, porque Él siempre cumplió con Su palabra. Por
consiguiente, bajo las leyes de la justicia, los beneficios de Su Expiación podrían
disfrutarse antes de pagarse el precio, porque no había duda de que Él pagaría la
factura, por decirlo así, cuando se le presentara en el jardín y en la cruz (véase el
encabezamiento de Alma 39 y Mosíah 3:13).
Una buena pregunta a menudo puede servir como plataforma para un sermón o
para un análisis en la clase. Así lo fue para Amulek, quien discernió “que el gran
interrogante que ocupa vuestras mentes es si la palabra está en el Hijo de Dios, o
si no ha de haber Cristo” (Alma 34:5). En respuesta, Amulek impartió su
maravilloso sermón sobre la infinita naturaleza de la Expiación.
Y mucho más
¿Cómo hace un simple mortal para entender y captar el amor y sacrificio de
infinitas proporciones del Salvador? Por supuesto, un mortal no puede hacerlo
plenamente. Pero los profetas han hecho todo lo posible para ayudar a acortar las
distancias, comparando la Expiación a dos de las más apasionadas y amorosas
relaciones conocidas por la humanidad, y después sugiriendo que es todo esto y
más, mucho más.
Un ejemplo trata el relato de Abraham e Isaac. Al hablar del sacrificio de Isaac por
parte de Abraham, Jacob indica que el evento era “una semejanza de Dios y de su
Hijo Unigénito” (Jacob 4:5; énfasis añadido). Para un padre sería difícil, si no
imposible, contemplar mayor prueba que la de sacrificar a su hijo amado, el mismo
por el cual vendrían las bendiciones de la eternidad. ¿Qué padre no puede tener
empatía con Abraham cuando ató a su hijo prometido y luego extendió el cuchillo
para derramar su sangre? El dolor debió ser muy agudo, las emociones
desgarradoras, al levantar él su mano para hundir fatalmente el cuchillo. Pero en
ese momento, el ángel de misericordia lo liberó: “No extiendas tu mano sobre el
muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no
me rehusaste tu hijo, tu único” (Génesis 22:12). Entonces Abraham encontró un
carnero trabado en un zarzal para ser el “cordero pascual” en lugar de su hijo; pero
para nuestro Padre Celestial, no hubo ningún carnero trabado en un zarzal, ningún
ángel de la guarda para detener la mano de la muerte. El sacrificio de nuestro
Padre sería todo lo que Abraham enfrentó, y mucho más.
Isaías sabía que no había amor como el de una madre por su hijo al que está
criando. Por lo tanto, preguntó, “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz?” Dicha
posibilidad, por improbable que pudiera ser, la utilizó como medida espiritual para
demostrar que el amor infinito de Dios abarca el amor de una madre y mucho
más: “Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas
de las manos te tengo esculpida” (Isaías 49:15–16). No fuera que hubiese alguna
duda, las marcas de los clavos de la cruz serían un recordatorio tangible de que Su
amor trascendía aun el amor de una madre por su hijo.
Estos ejemplos causan que sondeemos hacia lo más profundo de nuestras
reservas emocionales. Son como unas ventanas hacia lo infinito. Aunque no
podamos comprender plenamente, nos ayudan momentáneamente a contemplar el
inquebrantable amor del Padre y del Hijo.
La doctrina pura de la Expiación
Tal vez el discurso más magistral sobre la Expiación en las escrituras reveladas
fue el que dio el rey Benjamín (véase Mosíah 2–5). En sus propias palabras dijo,
“os he hablado claramente para que podáis entender” (2:40). Con claridad y
concisión, procedió línea a línea, verso a verso con tan convincente lógica y un
testimonio tan intransigente que no pueden ser refutados por la mente ni el
espíritu. Este sermón es un misil espiritual lanzado con precisión de láser al centro
del alma. Es como si los que no están en sintonía espiritual recibieran las
maravillosas verdades expiatorias de forma no diluida, deseando una transfusión
espiritual de doctrina pura. No hay necesidad de colaboración de fuentes externas
ni de evidencias históricas. No hace falta nada de eso porque estos Santos
espiritualmente maduros están listos y ansiosos por recibir la doctrina expiatoria en
su dosis total. Y la reciben.
A continuación, se expone la doctrina de la Expiación de la forma más concisa y
precisa que pueda expresarla. Tal vez cuando estemos espiritualmente preparados
y nuestros alumnos estén espiritualmente listos, podamos, como el rey Benjamín,
dar la dosis total y “llamar al pan pan y al vino vino” de manera que “el que la
predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y
se regocijan juntamente” (DyC 50:22).
La doctrina de la Expiación es la doctrina más celestial y apasionada, y la que más
abre la mente, que este mundo o universo jamás conocerá. Es esta doctrina la que
da vida, aliento y sustancia a cada principio y ordenanza del evangelio. Es la
reserva espiritual que nutre los manantiales de la fe, que provee los poderes
limpiadores hacia las aguas bautismales y que abastece de bálsamo curativo al
alma herida. Es el punto central de la Santa Cena, del templo y de otras
ordenanzas del evangelio. Es el fundamento de roca sobre el cual se basa toda
esperanza en esta vida y en la eternidad.
Por definición, la Expiación es la misión preordenada del Salvador. Es ese amor
mostrado, ese poder manifestado, y ese sufrimiento soportado por Jesucristo en
los tres sitios principales, a saber, el Jardín de Getsemaní, la cruz del Calvario y la
tumba de Arimatea. Es el acto universal de suprema sumisión en el que el
Salvador cedió completamente Su voluntad a la de Su Padre.
La Expiación se hizo necesaria por la Caída de Adán. Lehi escribió, “El Mesías
vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de
la caída” (2 Nefi 2:26). La transgresión de Adán recibió el nombre de “la Caída”
porque Adán y Eva cayeron de la presencia de Dios y, además, cayeron de la
inmortalidad a la mortalidad. Así que, uno de los objetivos principales de la
Expiación fue el de redimir a los hombres y mujeres de las consecuencias
negativas de la Caída. El Salvador hizo esto en parte al morir en la cruz y
consecuentemente traer la Resurrección a todos. Pablo así testificó: “Porque así
como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1
Corintios 15:22). Además, El Salvador sufrió por los pecados de todos, según lo
evidencia el que Él sangrara por todos Sus poros, acto que trajo la condición del
arrepentimiento. A través de Sus azotes, podemos ser sanados. Tan completo es
el proceso de sanación que Isaías enseñó, “Si vuestros pecados fueren como la
grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18).
La Expiación tiene aun otro objetivo; no es sólo para redimirnos (es decir, para
reconciliar la Caída) sino para perfeccionarnos. La Expiación fue diseñada para
hacer más que devolvernos al punto de inicio, más que “hacer borrón y cuenta
nueva”, más que hacernos inocentes. Fue diseñada para proveernos de
investiduras celestiales que nos ayudarían a lograr la perfección como la de Dios.
¿Cómo se logra eso? Por la Expiación, somos limpiados en las aguas del
bautismo. Gracias a esa limpieza, tenemos derecho a recibir el don del Espíritu
Santo; y con ese don, tenemos derecho a los dones del Espíritu (o sea,
conocimiento, paciencia, amor, etc.), cada uno siendo un atributo de la deidad. Así,
al adquirir los dones del Espíritu, posibilitados por el poder limpiador de la
Expiación, adquirimos los atributos de Dios.
Debido a su naturaleza expansiva y comprensiva, se le ha referido a la Expiación,
por algunos profetas del Libro de Mormón, como una “Expiación infinita” (2 Nefi
9:7; 2 Nefi 25:16; Alma 34:10, 12).
Fue infinita en divinidad en tanto que la efectuó el Santo, el hijo Unigénito de Dios,
que poseía todos los atributos divinos de forma inmedible (véase DyC 109:77).
Fue infinita en poder en tanto que el Salvador fue el único que poseía los tres
poderes necesarios para salvarnos y exaltarnos, a saber, el poder de resucitarnos
de los muertos, el poder de redimirnos de nuestros pecados, y el poder para
investirnos con los atributos de Dios (véase Juan 11:25; Alma 12:15; Moroni
10:32–33).
Fue infinita en tiempo, tanto para el futuro como para el pasado (véase Alma 34).
Como lo declaró el rey Benjamín, “quienes creyesen que Cristo habría de venir,
esos mismos recibiesen la remisión de sus pecados [...] aun como si él ya hubiese
venido entre ellos” (Mosíah 3:13).
Fue infinita en cobertura, ya que proveyó la resurrección para todas las cosas
vivientes y, además, la oportunidad de la redención y la perfección para todas las
personas de todos los mundos de los cuales el Salvador fue el creador (véase DyC
76:23–24, 40–43).
Fue infinita en profundidad; no sólo a quiénes cubría sino también lo que cubría. El
Salvador “descendió debajo de todo” (DyC 88:6), queriendo decir que descendió
debajo de todos nuestros pecados para que aun “los más viles pecadores” (Mosíah
28:4) y “los más perdidos de todos los hombres” (Alma 24:11) pudieran ser
redimidos por Su misericordia. Además, Su sacrificio descendió debajo de toda
situación humana, aun la que no esté relacionada con el pecado. Por consiguiente,
Él comprende la soledad de la viuda; Él entiende el agonizante dolor de los padres
cuando los hijos van por mal camino; y Él puede tener empatía con el atroz dolor
del cáncer y todas las demás debilitantes enfermedades del hombre. Por muy
difícil que sea el concebirlo, Él, un hombre perfecto, entiende el rechazo y las
debilidades de los mortales. No existe condición temporal, por muy fea o dantesca
que pueda parecer, que haya escapado de Su alcance. Nadie podrá decir en el
juicio final, “Tú no comprendiste mi situación específica”, porque sí la entiende. Él
“comprende todas las cosas” (Alma 26:35) porque Él “descendió debajo de todo”
(DyC 88:6). No sólo tiene una infinita reserva de poderes redentores, sino que
también tiene una infinita reserva de poderes remediadores. No sólo nos redime de
nuestros peores pecados, sino que también tiene el poder de remediar nuestro
dolor más pequeño o nuestra debilidad más insignificante. Él es el Maestro
Sanador, el Maestro Consejero, el Maestro Consolador. No hay dolor que Él no
pueda aliviar, rechazo que no pueda mitigar, soledad que no pueda consolar, ni
debilidad que no pueda fortalecer. Sea cual sea la aflicción que el mundo nos
cause, Él tiene un remedio con poder sanador superior. Su Expiación es infinita
porque limita y abarca toda condición finita conocida por los mortales.
Su Expiación es infinita en sufrimiento. El Salvador habló de esa terrible y amarga
copa, “padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa
del dolor” (DyC 19:18). Comenzó en Getsemaní, donde en agonía sangró por cada
poro, y concluyó en el Calvario, donde clamó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?” (Mateo 27:46). Lo soportó todo Él solo, toda situación
humana. Sus poderes divinos no fueron un escudo en contra de Su sufrimiento; al
contrario, cuando la cumbre del dolor hubiera detonado el mecanismo de alivio de
la muerte o de la inconsciencia en un simple mortal, el Salvador invocó Sus
poderes divinos, no para inmunizarse a Sí mismo, sino para detener tal mecanismo
de alivio hasta que Él no hubiese sufrido el dolor por todas las personas de todos
los mundos. Sólo entonces pondría Su vida voluntariamente.
Finalmente, Su Expiación fue infinita en amor, tanto el del Padre como el del Hijo.
La mente humana no puede captar plenamente tal amor. Esto es parte de lo
sagrado y bello del evento. Debe ser sentido, no sólo razonado. Algún día
comprenderemos la divina declaración: “Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Entonces, toda rodilla se doblará y
toda lengua confesará que Jesús es el Cristo.
El Salvador es nuestra única esperanza de salvación y exaltación. No existe
ningún hombre “reserva”, forma alternativa, ni plan de contingencia. Como enseñó
el rey Benjamín, “No se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la
salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor
Omnipotente” (Mosíah 3:17).
En el proceso de Su sacrificio supremo, el Salvador satisfizo toda demanda de la
justicia y ejerció toda partícula de la misericordia. Él pagó el terrible precio, el
infinito precio, para redimirnos y perfeccionarnos. Él es nuestro Salvador, nuestro
Redentor y nuestro ejemplo.
La Expiación en un invernadero espiritual
La doctrina de la Expiación es como una buena semilla plantada en la tierra; sin
embargo, si no se le nutre y enseñe a la semilla en un ambiente de espiritualidad,
gratitud y testimonio, jamás florecerá para el que la contempla. A veces, la manera
en que decimos algo es tan importante como lo que tenemos que decir.
Cuando el Salvador concluyó el Sermón del Monte, “la gente se admiraba de su
doctrina”, y entonces la escrituras nos indican por qué: “porque les enseñaba como
quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28–29). Nefi dio la misma
receta para enseñar eficazmente: “Cuando un hombre habla por el poder del Santo
Espíritu, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres”
(2 Nefi 33:1).
Algunos maestros pueden ser cuidadores de la clase o estar vigilando el reloj
hasta que se acabe la hora; algunos pueden entretener; otros dan información de
datos y hechos; otros son motivadores; y algunos son esos inolvidables maestros
que son catalizadores espirituales, aquellos que hablan con un poder que no sólo
nos motiva momentáneamente a hacer buenas obras, sino que causa
permanentemente un cambio en nuestro corazón. La doctrina de la Expiación
prospera con tal tipo de clima espiritual; es sol y agua en un solo medio. No hay
sustituto para el Espíritu; no hay ninguna otra técnica compensatoria de
enseñanza, pues sólo por el Espíritu puede la doctrina de la Expiación cobrar vida
plena.
Las expresiones de amorosa gratitud aumentan la nutrición de la semilla, derriban
defensas, causan una significativa reflexión y engendran una atmósfera de
humildad y receptividad a la verdad. ¿Quién puede escuchar las conmovedoras
palabras de gratitud expresadas por el élder McConkie en su sermón de despedida
y no sentir algún tipo de relación con el Salvador y eterna gratitud por Su
incomparable sacrificio: “Yo soy uno de Sus testigos, y dentro de poco sentiré las
marcas de los clavos en sus manos y en Sus pies y mojaré Sus pies con mis
lágrimas” [8]
Una y otra vez, a la doctrina de la Expiación la acompaña el poder del testimonio.
Amulek valientemente declaró: “He aquí, os digo que yo sé que Cristo vendrá entre
los hijos de los hombres para tomar sobre sí las transgresiones de su pueblo, y
que expiará los pecados del mundo, porque el Señor Dios lo ha dicho” (Alma 34:8).
Sin embargo, en ninguna parte es más poderoso el testimonio que el expresado
por el mismo Salvador: “He bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y
he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual me
he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio” (3 Nefi
11:11). Testimonios como estos causan fuego en nuestros huesos, causan que
tiemble nuestro espíritu, y dejan grabada la palabra de Dios en nuestro corazón.
En un ambiente como el anteriormente indicado, los profetas han lanzado desafíos
que cambian la vida. Fue Jacob quien dio el poderoso desafío: “¿Por qué no hablar
de la expiación de Cristo, y lograr un perfecto conocimiento de él, así como el
conocimiento de una resurrección y del mundo venidero?” (Jacob 4:12). Al dar el
rey Benjamín su ultimo sermón, dijo a sus oyentes: “Si creéis toda estas cosas,
mirad que las hagáis” (Mosíah 4:10). La respuesta de sus “alumnos espirituales”
fue milagrosa. Se regocijaron “con un gozo tan sumamente grande” y prometieron
“estamos dispuestos a concertar un convenio con nuestro Dios de hacer su
voluntad y ser obedientes a sus mandamientos [...] todo el resto de nuestros días”
(Mosíah 5:4–5). ¿Qué más podría desear un maestro?
Espíritu, gratitud, testimonio y desafío son los agentes nutrientes del invernadero
espiritual que permiten que la doctrina de la Expiación prospere y florezca con
radiante belleza. Para enseñar esta doctrina, se requiere lo más alto y lo mejor de
nosotros—nuestros poderes más creativos, nuestro espíritu más sumiso y nuestras
mejores facultades intelectuales—pues, en verdad, es la doctrina más profunda y
conmovedora que jamás tendremos el privilegio de enseñar.
Notas
[1] Este ensayo es un resumen y reflexión del libro del autor, The Infinite
Atonement (Salt Lake City: Deseret Book, 2000).
[2] Bruce R. McConkie, “The Purifying Power of Gethsemane,” Ensign, May 1985,
9.
[3] Robert L. Millet, “Foreword,” en Tad R. Callister, The Infinite Atonement (Salt
Lake City: Deseret Book, 2000), ix.
[4] Ezra Taft Benson, A Witness and a Warning (Salt Lake City: Deseret Book,
1988), 33.
[5] Bruce R. McConkie, A New Witness for the Articles of Faith (Salt Lake City:
Deseret Book, 1985), 467.
[6] C. S. Lewis, Mero Cristianismo (Madrid: Ediciones RIALP, S.A., 2005), 160.
[7] Ezra Taft Benson, A Witness and a Warning (Salt Lake City: Deseret Book,
1988), 18.
[8] McConkie, “The Purifying Power of Gethsemane,” 10.
Los propósitos exactos del Libro de Mormón
Jay E. Jensen
Desde que era estudiante de primaria y secundaria, aprendí a leer buenos libros.
Estoy seguro que mucha de mi motivación vino de mi madre. En mi casa siempre
hubo buenos libros. También estaba la biblioteca pública. Los sábados era el día
de las compras, y Mamá recorría en automóvil la corta distancia entre Mapleton y
Springville, Utah, para hacer la compra semanal de comestibles. La biblioteca de la
ciudad estaba a una cuadra de la tienda, y con frecuencia me la pasaba leyendo
en la biblioteca en vez de ir tras de ella por los pasillos de la tienda, que para mí
era aburrido.
De alguna forma, durante todos esos primeros años de lectura, no aprendí la
importancia de leer los prefacios o las introducciones de los libros, y estoy seguro
que fue culpa mía y no de mis maestros. Tiempo después, ya en la universidad,
aprendí que leer los prefacios es una de las cosas más importantes que se deben
hacer, porque aprendí que en ellos el autor declara los propósitos, o las
intenciones e información importante que sirven de antecedente para el texto.
La declaración de Moroni en la portada sobre los propósitos
del Libro de Mormón
Leer y entender las introducciones y los propósitos declarados de los cuatro libros
canónicos no es excepción; esta práctica es particularmente verídica para el Libro
de Mormón.
Algo exclusivo de este libro de escrituras son las dos introducciones importantes:
(1) la portada, escrita por Moroni, y (2) la introducción, escrita bajo la dirección de
la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce. Las otras tres partes de la
introducción del Libro de Mormón —El Testimonio de los Tres Testigos, El
Testimonio de los Ocho Testigos, El Testimonio del Profeta José Smith, y Una
breve explicación acerca del Libro de Mormón— también son importantes por la
información del contexto y los antecedentes que nos proporcionan, pero no porque
sean declaraciones de la intención.
Moroni indica los propósitos exactos del Libro de Mormón en la portada: “lo cual
sirve para mostrar al resto de la Casa de Israel
1. “cuán grandes cosas el Señor ha hecho por sus padres; y
2. “para que conozcan los convenios del Señor y sepan que no son ellos
desechados para siempre—Y también
3. “para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que
se manifiesta a sí mismo a todas las naciones”.
A esta lista le podemos agregar las últimás palabras de Moroni en la portada,
“Para que aparezcáis sin mancha ante el tribunal de Cristo”, que es una parte vital
del propósito del Libro de Mormón.
Un ejercicio de estudio que vale la pena hacer consiste en tomar tres hojas de
papel y en cada una de ellas escribir uno de los propósitos, y entonces empezar el
estudio cuidadoso del Libro de Mormón, escribiendo las referencias de las
escrituras que apoyen cada propósito. Mis propios esfuerzos mostraron que la lista
más larga de escrituras es la del tercer propósito, lo cual confirma la verdad de que
el Libro de Mormón es el libro más centrado en Cristo que jamás se haya escrito y
verdaderamente “Otro Testamento de Jesucristo”.
En los primeros dos propósitos declarados, “cuán grandes cosas el Señor ha
hecho por sus padres” y “para que conozcan los convenios del Señor”, Moroni
estableció claramente que los pueblos del Libro de Mormón son israelitas y
herederos de las promesas hechas a los padres. El término padres a que se hace
referencia en la primera declaración se puede referir a los linajes ancestrales y a
todos los grandes profetas y patriarcas del Antiguo Testamento, pero con bastante
frecuencia los padres son los tres grandes patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, con
quienes hizo convenios el Señor. De esta forma, la primera declaración nos lleva a
la segunda, “para que conozcan los convenios del Señor” . [1]
¿No es asombroso? ¡Especialmente cuando nos damos cuenta que las distancias
entre esos puntitos brillantes son tan grandes!
Sea cual sea el cómo del proceso de creación de Dios, se plantean cosas
espiritualmente reconfortantes acerca del principio, “más allá del más allá”, de
hace tanto tiempo. “Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los
que se hallaban con él: “Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de
estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar […] Y
descendieron en el principio, y ellos […] organizaron y formaron los cielos y
la tierra” (Abraham 3:24; 4:1; cursiva agregada).
Notablemente, según algunos científicos, “Nuestra galaxia, la Vía Láctea, está
situada en uno de los espacios relativamente vacíos entre las Grandes
Murallas.” [9]
Hay espacio allí.
A medida que los científicos continúan explorando más allá de nuestra galaxia con
el telescopio espacial Hubble, descubren cosas asombrosas como la “Keyhole
Nebula” con sus propias estrellas.
El telescopio Hubble nos ha mostrado muchísimo más; y, utilizando una de las
palabras favoritas de sus estudiantes, ¡es impresionante!
La siguiente imagen es de una región de estrellas en formación que
contiene material no organizado.
“Y así como dejará de existir una tierra con sus cielos, así aparecerá otra” (Moisés
1:38).
Ahora vemos una imagen de “los restos” después de morir una estrella.
“Porque he aquí, hay muchos mundos que por la palabra de mi poder han dejado
de ser” (Moisés 1:35).
En la letra del himno “Grande Eres Tú”, sobre el universo y la Expiación, cantamos,
“le adoraré cantando la grandeza de Su poder y Su infinito amor.” [10]
Fuera cual fuera la manera en que Dios inició el proceso, aparentemente hubo
supervisión divina: “Y los Dioses vigilaron aquellas cosas que habían
ordenado hasta que obedecieron” (Abraham 4:18; cursiva agregada).
De una manera significativa, nosotros aquí en la tierra no estamos solos en el
universo. En Doctrina y Convenios, que será el enfoque de su estudio en este año
escolar, leemos “que por [Cristo], por medio de él y de él los mundos son y fueron
creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” (DyC 76:24;
cursiva agregada; véase también Moisés 1:35).
No sabemos dónde están o cuántos otros planetas habitados existen, aunque
parece que estamos solos en nuestro propio sistema solar.
En cuanto al papel continuo del Señor entre Sus muchas creaciones, se ha
revelado muy poco. Hay indicios, sin embargo, de reinos y habitantes.
“Por consiguiente, compararé todos estos reinos y sus habitantes a esta parábola,
cada reino en su hora y en su tiempo y su sazón, de acuerdo con el decreto que
Dios ha establecido” (DyC 88:61).
El Señor incluso nos invita a que “[meditemos] en [nuestro] corazón” esa particular
parábola (v. 62). Tal meditación no significa hacer conjeturas inútiles, sino más
bien tener la expectativa paciente y mansa de revelaciones adicionales. Además,
Dios dio sólo información parcial —porque “no todas” sus obras fueron reveladas—
a Moisés, con “sólo […] un relato de esta tierra y sus habitantes” (Moisés 1:4, 35),
pero Moisés aún aprendió cosas que “nunca [se] había imaginado” (v. 10). No
obstante, ¡no adoramos a un Dios de sólo un planeta!
Ahora contemplen esta imagen de lo que se llama “el espacio profundo”:
Casi cada punto que ven en este cuadro, cortesía del telescopio Hubble, ¡es una
galaxia! Piensen en nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. Se me informó que cada
galaxia aquí tiene del orden de cien mil millones de estrellas. Sólo este pequeño
rinconcito del universo tiene casi incontables mundos.
Anteriores creyentes en los designios divinos incluyen a Alexander Pope. Así se
expresó acerca de las maravillas de este universo:
Un grandioso laberinto, mas no carente de plan…
Por mundos incontables aunque el Dios sea conocido,
En el nuestro debemos descubrirlo a Él…
[Aunque] otros planetas giran alrededor de otros soles. [11]
Felizmente para nosotros, hermanos y hermanas, ¡lo vasto de las creaciones del
Señor se compara con lo personal de Sus propósitos!
“Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el
que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó”
(Isaías 45:18; véase también Efesios 3:9; Hebreos 1:2).
“Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin […]
Porque he aquí, hay muchos mundos que por la palabra de mi poder han dejado
de ser. Y hay muchos que hoy existen, y son incontables para el hombre; pero
para mí todas las cosas están contadas, porque son mías y las conozco” (Moisés
1:33, 35).
Uno se podría preguntar, ¿cuál es el propósito de Dios para los habitantes de la
tierra? Queda mejor expresado en ese lacónico versículo con el que todos están
tan familiarizados: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la
inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
Por consiguiente, en la vasta expansión del espacio, existe un asombroso sentido
de lo personal, ¡pues Dios conoce y ama a cada uno de nosotros! (véase 1 Nefi
11:17). ¡No somos una mera cifra en el espacio inexplicable! Mientras que la
pregunta del Salmista era, “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?”
(Salmos 8:4), la humanidad constituye el mismo centro de la obra de Dios. Somos
las ovejas de Su mano y el pueblo de Su pastoreo (véase Salmos 79:13; 95:7;
100:3). Su obra incluye nuestra inmortalización, ¡lograda mediante la gloriosa
Expiación de Cristo! Piensen en ello, hermanos y hermanas: aun con toda su
extensa longevidad las estrellas no son inmortales, pero ustedes sí.
Las revelaciones nos aportan muy poca información acerca de cómo el Señor lo
creó todo. Los científicos, mientras tanto, se centran en cómo, qué y cuando. No
obstante, algunos de ellos reconocen la perplejidad ante el por qué. Hawking dijo:
“Aunque la ciencia resuelva el problema de cómo comenzó el universo, no puede
contestar la pregunta: ¿Por qué el universo se toma la molestia de existir? Yo no
sé la respuesta de eso.” [12]
Albert Einstein comentó acerca de sus deseos: “Quiero saber cómo creó Dios este
mundo. No me interesa este o aquel fenómeno, en el espectro de este o aquel
elemento. Quiero conocer Sus pensamientos; el resto son meros detalles.” [13]
El Dr. Allen Sandage, un creyente de diseño inteligente, fue ayudante de Edwin
Hubble. Sandage escribió: “La ciencia… está preocupada con el qué,
cuándo y cómo. No contesta, ni puede contestar, dentro de su método (por muy
poderoso que sea ese método), el por qué.” [14]
Misericordiosamente, se nos dan respuestas vitales y cruciales a las preguntas
de por qué en revelaciones que contienen las respuestas que más nos interesan.
Enoc, habiendo visto cosas vastas y espectaculares, se regocijó, ¿pero en qué?
Se regocijó en su seguridad personal acerca de Dios: “Y tú todavía estás allí”
(Moisés 7:30). Enoc incluso vio a Dios llorar por innecesarios sufrimientos
humanos, lo cual nos dice mucho sobre el carácter divino (véanse los versículos
28–29). Pero ése es un tema para otro momento.
Desgraciadamente, aun con las extraordinarias revelaciones sobre el cosmos y los
propósitos de Dios, la gente puede alejarse. Esta gente se alejó: “Y sucedió que
[...] el pueblo comenzó a olvidarse de aquellas señales y prodigios que había
presenciado, y a asombrarse cada vez menos de una señal o prodigio del cielo, de
tal modo que comenzaron a endurecer sus corazones, y a cegar sus mentes, y a
no creer todo lo que habían visto y oído” (3 Nefi 2:1).
De manera que, al meditar sobre la grandeza creativa de Dios, se nos dice
también que consideremos la belleza de los lirios del campo. Recuerden, ¡“todas
las cosas” dan testimonio de Él! (véase Alma 30:44).
En esta imagen vemos lirios, y luego, de cerca, designio divino. El mismo designio
divino del universo se encuentra en miniatura en los lirios del campo (véase Mateo
6:28–29; 3 Nefi 13:28–29; DyC 84:82).
2002): 105.
[17] David Koo, in Strauss, “Universe May Have Regular Pattern”, 2S.
[18] Chaisson y Steve McMillan, Astronomy Today (Englewood Cliffs, NJ: Prentice
Hall, 1993), 559.
[19] Corey S. Powell, “Up against the Wall”, Scientific American 262, n . 2
o