Está en la página 1de 196

Introducción: “En su propia lengua y en su propio

idioma”
El Señor le dijo a José Smith en 1833, “Porque acontecerá que en aquel día todo
hombre oirá la plenitud del evangelio en su propia lengua y en su propio idioma”
(Doctrina y Convenios 90:11). El espíritu de la revelación sugiere que los
discípulos/eruditos se muevan más allá del aula—y de los límites de su primer
idioma—para compartir lo que han aprendido, sentido y experimentado.
En la entrada del campus de la Universidad de Brigham Young (BYU) en Provo,
Utah, se presenta este lema: “El mundo es nuestro campus.” Tanto la revelación
como el lema sugieren que BYU puede bendecir las vidas de las personas mucho
más allá del campus en Provo. En un intento por cumplir este propósito,
presentamos una nueva publicación en español del Centro de Estudios Religiosos
(RSC); dirigida a los fieles colegas en el programa de Seminarios e Institutos por
todo el mundo.
El Centro de Estudios Religiosos en BYU fue establecido por el élder Jeffrey R.
Holland, quien era el decano de Educación Religiosa en BYU en 1975 con la
misión de promover y apoyar la búsqueda de la verdad por medio de la erudición
en temas relacionados con el evangelio. Esta colección de escritos, como todos los
esfuerzos del RSC, es parte de la misión total de la Educación Religiosa de edificar
el reino de Dios al enseñar y preservar la sana doctrina y la historia del evangelio
de Jesucristo.
Cuando Robert L. Millet, que era el decano de Educación Religiosa en BYU, inició
la publicación de El Educador de Religión en el año 2000, quiso brindar otro lugar
para que los eruditos y los estudiantes de la Restauración pudieran explorar
nuestra rica historia, medir completamente la profundidad de las escrituras
antiguas y modernas y de la doctrina. y resaltar los enfoques para entender y
enseñar los principios del evangelio de Jesucristo.
Durante los diez años de su historia, El Educador de Religión ha sido un lugar en
el cual los dedicados líderes de la Iglesia, incluso los profetas y los apóstoles, y los
maestros experimentados pudieran publicar ensayos y artículos inteligentes, bien
investigados que resalten el cómo enseñar los principios importantes y oportunos
del evangelio. Los volúmenes en su conjunto brindan una extraordinaria biblioteca
de recursos pedagógicos y devocionales que han bendecido, y seguirán
bendiciendo e inspirando, las vidas de sus muchos lectores. Este décimo
aniversario de El Educador de Religión, brinda la oportunidad ideal y apropiada
para reunir un volumen especial con algunos de mejores artículos y ensayos de los
números anteriores; dedicados a temas doctrinales e históricos y a la enseñanza
del evangelio. Los pocos artículos que se incluyen en este volumen son solamente
una pequeña muestra de los muchos artículos que se han publicados durante la
última década. Se pueden encontrar artículos, discursos y libros adicionales en la
página de Internet del RSC (rsc.byu.edu) en distintos idiomas, el cual es un
proyecto que se hizo posible mediante el apoyo de donadores generosos. El RSC
continuará actualizando el sitio de Internet con más materiales, incluyendo libros
cuyas ediciones han estado agotados por mucho tiempo.
Creemos que el RSC con su misión especial puede compartir con nuestros
hermanos por todo el mundo discursos y ensayos bien preparados que edificarán,
enseñarán y darán inspiración a los maestros de esta Iglesia mundial.
Gracias por unirse a nosotros para cumplir el mandato del Señor: “Buscad
diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad
palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el
estudio como por la fe.” (Doctrina y Convenios 88:118)
El viaje de aprender toda la vida
Robert D. Hales
Se pronunció este discurso en un devocional el 19 de agosto de 2008, durante la
Semana de la Educación en el campus de BYU.
Hoy me siento muy honrado al dirigirme a quienes están comprometidos a estudiar
durante toda la vida.
Nuestra búsqueda de conocimiento y nuestro viaje de progreso eterno empezaron
mucho antes de nuestra existencia mortal. Se nos ha dado el conocimiento claro
de que durante el concilio en los cielos usamos nuestro albedrío para escoger
venir a esta tierra y participar de la mortalidad. Al escoger venir a esta tierra,
escogimos la oportunidad de progresar, de crecer y de obtener más conocimiento.
Y en este proceso de aprendizaje y de venir a la tierra, el tomar sobre nosotros un
cuerpo mortal para obtener conocimiento y para experimentar la mortalidad es una
parte esencial de nuestro aprendizaje y progreso eternos.
El tema de aprender durante toda la vida es importante porque para los Santos de
los Últimos Días la búsqueda constante de conocimiento no es solo secular sino
también espiritual. Entendemos que el obtener conocimiento es esencial para
ganar la salvación eterna. Brigham Young dijo, “Si nuestra vida se extendiera hasta
mil años, todavía podríamos aprender de las vivencias” [1].
Para la mayoría de las posesiones mundanas y temporales es verdadero el refrán:
“No te lo puedes llevar”. Sin embargo, los tesoros intelectuales del conocimiento y
los valores espirituales contienen una promesa de importancia eterna. Leemos en
la Doctrina y Convenios, “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta
vida se levantará con nosotros en la resurrección; y si en esta vida una persona
adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y
obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero” (DyC
130:18–19).
Así que mientras la mortalidad no es más que un momento en la eternidad, el
aprender por toda la vida mortal es una parte esencial de nuestra educación
eterna. Aquí en la tierra, como lo dijo Brigham Young, “estamos en una gran
escuela” [2].
Cuando consideramos que lo que aprendemos aquí es parte de nuestra educación
eterna, elevamos nuestras metas de aprendizaje. Como niños, quizás empezamos
a aprender porque nuestros padres nos animaron o nos halagaron. Querían que
tuviéramos una educación formal con títulos universitarios o con habilidades
técnicas para el trabajo, sabiendo que al final de nuestros esfuerzos seríamos
recompensados al ser autosuficientes, productivos y capaces de sobrevivir en el
mundo real. Algunos estudiamos mucho al interesarnos en la competencia severa
por las calificaciones y los honores.
Aunque estas razones para estudiar tuvieron papeles importantes en las distintas
etapas de nuestra vida, si son nuestros únicos estímulos dejaremos de estudiar
cuando nuestros padres y maestros se hayan ido y cuando hayamos logrado
nuestros títulos. Quienes estudian toda la vida son impulsados por motivos
eternos. Uno de los grandes avances al madurar y adquirir conocimiento y
experiencia es cuando aprendemos por el gozo de ser edificados más que por el
placer de estar entretenidos. La meta de quienes estudian toda la vida no es tanto
impresionar a los demás sino mejorarse a sí mismos y ayudar a otros. Su deseo es
aprender y cambiar su comportamiento siguiendo los consejos y los profundos
ejemplos que les imparten los grandes maestros a su alrededor.
Algunas veces limitamos nuestro aprendizaje al creer que es solamente un curso o
que se trata de ganar un título. Pero cuando vemos las escrituras, nos dan el
programa de estudio para quienes estudian toda la vida: “cosas tanto en el cielo
como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son y que pronto
han de acontecer; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero;
las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el
país; y también el conocimiento de los países y de los reinos” (DyC 88:79).
El primer versículo del Libro de Mormón dice: “Yo, Nefi, nací de buenos padres y
recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre” (1 Nefi 1:1). Así
como el campo de estudio de Nefi era toda la ciencia de su padre, quienes
aprenden toda la vida no tienen límites en su búsqueda de mayor conocimiento.
Quienes aprenden toda la vida tienen un deseo interior insaciable de adquirir
mayor conocimiento en una amplia gama de temas y disciplinas. La recompensa
para ellos es el gozo de aprender y adquirir conocimientos en un espectro amplio
de los temas que les interesan.
Algunos se preguntarán si es posible enseñar a estudiar durante toda la vida o si
eso es simplemente un don genético. De la misma forma en que algunos nacen
con mayor velocidad, algunos de nosotros podemos tener de manera natural el
deseo de aprender. Es más, así como los entrenadores eficientes pueden mejorar
la capacidad de quien esté dispuesto a pagar el precio, de la misma manera
nuestro Padre Celestial está deseoso de bendecirnos con el impulso y la
determinación de llegar a convertirnos en estudiantes de toda la vida si es que
estamos dispuestos a pagar el precio.
Con frecuencia se necesita un gran maestro para motivarnos e infundir ese deseo
en nosotros. ¿Cómo podemos mejorar nuestro deseo y aumentar en los demás
ese deseo de adquirir más conocimiento y experiencias durante toda la vida?
Los atributos de quienes aprenden toda la vida
Es importante considerar los atributos que uno debe adquirir para llegar a ser
alguien que aprenda toda la vida. Unos pocos de los atributos básicos para ello
son el valor, un deseo genuino, la humildad, la paciencia, la curiosidad y la buena
disposición para comunicar y compartir el conocimiento que se obtenga. Hagamos
una pausa y reflexionemos más profundamente en cuanto a la manera en que
cada uno de estos atributos contribuye a que seamos estudiantes de toda la vida.
Y el otro lado de la moneda sería considerar cómo podemos inculcar ese tipo de
aprendizaje en quienes nos rodean, especialmente en nuestros hijos.
El valor. “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento
vuestro corazón” (Salmos 31:24).
Quienes aprenden toda la vida tienen el valor de vencer el temor de dejar los
límites externos de su zona de comodidad educativa y de entrar a lo desconocido.
La escritura dice, “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder,
de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Con demasiada frecuencia nos quedamos en la comodidad de nuestros puntos
fuertes y evitamos el vencer nuestras debilidades académicas. Así nuestras
mayores fortalezas pueden convertirse en nuestras mayores debilidades. Nos
quedamos en la seguridad del pasado, y no estamos dispuestos a aventurarnos en
el futuro por el temor a la ignorancia o a la falta de conocimiento acerca de un
tema que deseamos estudiar o investigar. Necesitamos el valor para dar un gran
paso de fe hacia la obscuridad atemorizante, sin saber qué tan profunda es la
cueva educativa en la cual vamos a entrar.
El temor se disipa con la cantidad de luz intelectual que estemos dispuestos a
hacer brillar en el abismo educativo, que es un hueco en nuestro entendimiento.
Debemos encontrar el valor de avanzar, de seguir adelante. En Doctrina y
Convenios leemos, “existían temores en vuestros corazones, y en verdad, ésta es
la razón por la que no la recibisteis” (DyC 67:3). A pesar de nuestros temores, el
valor para adquirir nuevo conocimiento es esencial en quienes aprenden toda la
vida.
Un deseo genuino. “Buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de
sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad
conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).
Lo que sigue es un deseo genuino. Quienes aprenden toda la vida poseen un
insaciable deseo interno de obtener un amplio espectro de conocimiento en
muchas disciplinas, y lo hacen por el puro gozo de alcanzar y compartir mayor
conocimiento sin necesidad de reconocimientos o recompensas. Con frecuencia la
necesidad de ayudar a otros es lo que estimula la motivación para aprender. Por
ejemplo, una madre preocupada al ver que no hay un diagnóstico médico
adecuado en un problema físico o mental familiar se pone a investigar en los libros
y revistas de medicina para ayudar a encontrar una solución.
Quien aprende toda la vida tiene un deseo de mejorar para tener una vida más
feliz y benevolente. Quienes aprenden toda la vida tienen el deseo del
conocimiento que les ayudará a ser mejores, madres, padres, ciudadanos y
siervos en el reino del Señor, de forma que “conozcáis y glorifiquéis el nombre de
vuestro Dios” (2 Nefi 6:4).
La humildad. “Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor
su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que él vea, y sean destapados
sus oídos para que oiga” (DyC 136:32).
La cualidad que sigue es la humildad. Quienes aprenden toda la vida reconocen
que la fuente de todo conocimiento es un don que viene de Dios. “El que
verdaderamente se humille [...] será bendecido” (Alma 32:15).
Debido a que quienes aprenden toda la vida reconocen que la inteligencia es un
don de Dios, no se jactan de ella ni se sienten orgullosos de su propio cociente
intelectual o de sus logros. Cada nuevo descubrimiento de conocimiento se reparte
de lo alto en el tiempo del Señor y a la manera del Señor “línea por línea, precepto
por precepto” (2 Nefi 28:30).
Cuando somos verdaderamente humildes, reconocemos que el conocimiento y la
sabiduría nos son dados por el Señor y que debemos usarlos para elevar y
fortalecer a los demás. “A todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. A
algunos les dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien” (DyC 46:11–
12). Obtenemos conocimiento para servir mejor.
La paciencia. “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al
conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad”
(2 Pedro 1:5–6).
Quienes aprenden toda la vida adquieren un grado extraordinario de paciencia en
su búsqueda de conocimiento. Entienden por medio de su búsqueda diligente de
conocimiento que se requiere mucho tiempo para encontrar el conocimiento puro.
¡Qué emoción! ¿Han buscado algo —investigado, meditado, orado— hasta que al
fin allí estaba, justo enfrente de ustedes? Algunas veces lo que aprendemos hoy
no parece tener valor sino hasta meses o aún años después. No solamente
aprendemos sino que ponderamos ese conocimiento de forma tal que en el
momento preciso y en el lugar preciso haremos el mejor uso de él.
La curiosidad. “Fijé mi corazón para saber y examinar e inquirir la sabiduría y la
razón” (Eclesiastés 7:25).
La siguiente cualidad es la curiosidad. Mi hermana acostumbraba decirme, “La
curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo de vuelta”.
Quienes aprenden toda la vida son curiosos de corazón. Cuando éramos niños,
nuestra curiosidad era instintiva, pero nuestra educación formal es más envolvente
y sistemática. Quienes aprenden toda la vida desarrollan sus propias técnicas de
aprendizaje que rebasan lo que se enseña en las escuelas. El elemento clave es
que nunca pierden su curiosidad inherente que les fue dada por Dios. Son simples
detectives o sabuesos al estilo de Sherlock Holmes, que resolviendo los casos al
juntar todos los hechos que han conseguido. Lo logran porque se preguntan “¿Por
qué?” y se ponen a buscar las respuestas. La emoción de investigar un nuevo
concepto o encontrar la respuesta a algo que era desconocido para nosotros es un
momento de gozo y satisfacción estimulante.
Quienes aprenden toda la vida lo hacen “línea por línea” y “precepto por precepto”
aunque también tienen sus momentos personales de “¡Ajá!” cuando pueden ver
todo el panorama completo. Nunca se dan por vencidos. Thomas A. Edison era
alguien que aprendía toda la vida. Se le atribuyen las siguientes palabras: “No he
fracasado; solamente he encontrado diez mil formas que no funcionan”.
La comunicación. “De manera que, el que la predica y el que la recibe se
comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente”
(DyC 50:22).
Quienes aprenden toda la vida son maestros de corazón, y se gozan al comunicar
el aprendizaje y conocimiento. Encuentran gozo al compartir su conocimiento
cuando aquellos a quienes enseñan son elevados y fortalecidos. Se comunican
con Dios por medio de la oración en la que piden guía y conocimiento. Se
comunican con Dios para dar gracias y expresar gratitud por el conocimiento que
han recibido. Se comunican con quienes aprenden toda la vida al escucharles
intensamente en un intercambio de aprendizaje de doble vía que es beneficioso de
forma mutua para todos.
Los grandes maestros no solamente son buenos comunicadores sino que también
saben escuchar. Cuando nos comunicamos, podemos aprender algo de todas las
personas que conocemos.
Los grandes maestros producen individuos que aprenden toda la vida. Los grandes
maestros no les dan a sus alumnos todas las respuestas. Los dirigen a la fuente
del conocimiento y les infunden el deseo de beber de ella. Los grandes maestros
motivan a los estudiantes a buscar el conocimiento.
Un educador estaba en una reunión con el Presidente Packer en una sesión de
preguntas y respuestas. Se le preguntó al Presidente Packer acerca de sus
enseñanzas sobre la Expiación. ¿Qué fue lo que enseñó? Querían que él les diera
un testimonio y una disertación completa sobre la Expiación. Eso es lo que
esperaban de este gran maestro. Su respuesta les enseño a todos con respecto al
aprendizaje durante toda la vida. El Presidente Packer contesto, “Lea el Libro de
Mormón unas cuantas veces, buscando las enseñanzas acerca de la Expiación.
Después escriba un resumen de una página de todo lo que aprendió. Entonces, mi
querido hermano, tendrá su respuesta”.
El estudio de las escrituras y el aprender toda la vida
Es estudio de las escrituras es una experiencia de aprendizaje que dura toda la
vida. Quizá en ninguna parte veamos con mayor claridad la necesidad de aprender
toda la vida que en el estudio de las escrituras. Sin importar cuantas veces las
hayamos leído, por medio del poder y la inspiración del Espíritu Santo aprendemos
nuevas verdades y obtenemos consejos y puntos de vista valiosos para enfrentar
los desafíos de la vida. El Presidente Ezra Taft Benson enseñó, “La comida de
ayer no es suficiente para satisfacer las necesidades de hoy. Así tampoco es
suficiente una lectura poco frecuente del libro ‘más correcto de todos los libros
sobre la tierra,’ como lo llamó José Smith [al Libro de Mormón]” [3].
Los propósitos principales para estudiar las escrituras son entender el evangelio y
fortalecernos espiritualmente. Una razón por la que necesitamos deleitarnos
continuamente en las palabras de Cristo es que, al igual que con todo tipo de
aprendizaje, el entendimiento del evangelio y el conocimiento espiritual llegan en
un precepto a la vez.
El estudio de las escrituras es una forma única de aprender. Requiere
alfabetización, o sea, la habilidad de leer. El rey Mosíah le enseño a sus hijos “todo
el idioma de sus padres, a fin de que así llegaran a ser hombres de entendimiento;
y que supiesen concerniente a las profecías que habían sido declaradas por boca
de sus padres, las cuales les fueron entregadas por la mano del Señor” (Mosíah
1:2).
Mosíah no les estaba enseñando a leer a sus hijos para que salieran adelante en
el mundo; les estaba enseñando a leer para que pudieran sumergirse en las
escrituras y llegar a ser sabios espiritualmente.
Las planchas de bronce fueron preservadas y llevadas a la tierra prometida para
que la familia de Lehi y su posteridad no olvidaran quienes eran, “un pueblo
escogido”, y para que recordaran la forma en que debían vivir como hijos de Dios.
Es con ese mismo propósito que las escrituras se han preservado para nosotros
en este día y en este tiempo.
El obtener conocimiento por medio del estudio de las escrituras requiere algunos
atributos y acciones que la mayoría de los programas educativos no exigen: un
deseo sincero, una fe inquebrantable, la oración, la voluntad y la obediencia para
seguir los susurros del Espíritu. Virtualmente todos los seres humanos sobre la
tierra, sin importar su capacidad mental, pueden experimentar el gozo y las
recompensas del estudio del evangelio a lo largo de su vida.
El estudio de las escrituras no requiere años de educación formal para obtener un
entendimiento de los principios esenciales del evangelio. Esto se ilustra con Pedro
y Juan en el libro de los Hechos. Los dirigentes judíos estaban sorprendidos.
Habían asumido que para conocer el evangelio se necesitaba un exhaustivo curso
formal de capacitación. La escritura nos dice: “Entonces viendo el denuedo de
Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se
maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hechos 4:13).
Aunque ignorantes e iletrados ante los ojos del mundo, Pedro y Juan habían
obtenido un gran conocimiento del evangelio al escuchar y dar oído a las palabras
de nuestro Salvador. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros y para todos
los miembros de nuestra familia. Una maestría en teología es de menor valor en el
estudio del evangelio que el grado de conocimiento que todos podemos adquirir
del Maestro mismo.
Un componente importante en la obtención de conocimiento que viene del
Salvador es actuar en base a los principios que Él enseñó. A fin de obtener los
mayores conocimientos que las escrituras nos ofrecen, nuestro estudio se debe
enfocar no tanto en los lugares y en los nombres sino en los principios y las
doctrinas. No estamos buscando simplemente conocimiento de los libros, sino el
conocimiento que cambiará nuestra forma de vivir y que en realidad marcará una
diferencia en nuestras vidas. Debemos ver las escrituras como lo que son: un
manual de instrucciones para llegar a ser semejantes a nuestro Salvador.
El estudio de las escrituras durante toda la vida es una búsqueda interminable de
percepciones espirituales y del desarrollo que resulta cuando las aplicamos a
nuestra vida. Como Santos de los Últimos Días, entendemos que el adquirir
conocimiento espiritual, el tener experiencias espirituales y el desarrollar nuestros
dones y aptitudes son importantes para nuestro crecimiento mortal. Además,
debemos desarrollar nuestras disposiciones espirituales con respecto a Dios,
nuestro Padre, y Su Hijo, Jesucristo, y cultivar las cualidades de fe y obediencia
que invitarán al Espíritu Santo a que venga a nuestra vida. También crecemos
espiritualmente cuando servimos y protegemos a nuestros prójimos y al mundo
que nos rodea. Todos estos elementos del aprendizaje de toda la vida tienen
consecuencias eternas, y sus recompensas son la esencia de nuestra meta mortal
de obtener logros y cualidades espirituales. Los resultados de nuestro estudio
durante toda la vida no se reflejan en las calificaciones, los títulos o los honores
sino en las personas en quiénes nos convertimos. Nuestra meta es desarrollar los
eternos valores del carácter tales como el conocimiento, la esperanza, la fe, la
caridad y el amor. Ésta es la búsqueda más importante que tenemos al aprender.
El estudiar las escrituras nos ayuda a desarrollar y progresar como individuos. De
manera distinta a cualquier otra materia, las escrituras se prestan para estudiarse
durante toda la vida.
Cuando aumentamos nuestra capacidad espiritual, emocional y mental a través de
los años, calificamos para obtener nuevas percepciones de las escrituras.
¿Cuántas veces se han detenido y meditado en un pasaje de las escrituras que
han leído y repasado muchas veces antes y luego, en un momento de revelación,
toman conciencia, y un entendimiento nuevo viene a su mente y a su corazón que
les concede una nueva percepción, y ese conocimiento adicional contesta una
pregunta o resuelve un problema o uno de los desafíos de la vida? Eso, mis
queridos hermanos y hermanas, es el dulce misterio del aprendizaje de toda la
vida, un instante maravilloso en un momento bendito en el tiempo cuando
experimentan un salto de fe y entendimiento.
Esta es la razón por la cual oramos antes y después de estudiar las escrituras. La
oración previa al estudio es para prepararnos espiritualmente para recibir
los momentos de revelación y una elevación espiritual. La oración posterior al
estudio es para dar gracias y expresar gratitud por lo que se nos ha dado.
El conocimiento de las verdades del evangelio restaurado de Jesucristo es el
conocimiento más valioso que jamás poseeremos. Ese conocimiento se encuentra
en la palabra de Dios en las escrituras, en las palabras de los profetas vivientes y
en el templo. La investidura es el curso de estudios eterno. En ella se nos enseña
de dónde venimos y por qué estamos aquí en la tierra, y se nos da la promesa de
alcanzar la vida eterna en el reino celestial si es que obedecemos los
mandamientos y los convenios que hemos tomado sobre nosotros.
El aprender toda la vida, tanto del pasado como del
presente y del futuro
Además de todos los atributos de que hemos hablado, quienes aprenden toda la
vida ven la conexión entre lo que han aprendido en el pasado, lo que estan
aprendiendo ahora y lo que pueden aprender en el futuro. Quienes aprenden toda
la vida son acumuladores. Juntan todo lo que han aprendido para que les ayude.
Nunca vivirán en el pasado porque están ansiosos por explorar el futuro. Siempre
estarán abiertos a nuevos conceptos por haber sido bendecidos con mentes
inquisitivas que buscan nuevo conocimiento a diario.
¡Quienes aprenden toda la vida se la pasan superando sus buenas acciones!
Algunas veces lo mejor que habíamos hecho antes no es suficiente. El ser
desafiados a superar lo bueno puede que no sea razonable o que desafíe la lógica
intuitiva pero ¡el progreso personal es eso simplemente! La realidad es que lo
mejor de nosotros hoy no es lo suficientemente bueno para tener éxito en el
mundo de mañana.
Por ejemplo, en las Olimpiadas de 2004, el nadador norteamericano Michael
Phelps, de quien hemos oído mucho últimamente, ganó la medalla de bronce en
los 200 metros estilo libre con un tiempo de un minuto cuarenta y cinco segundos.
Hace cuatro años eso fue su récord personal. Pero él sabía que para ganar la
medalla de oro en 2008 él tendría que hacerlo mejor, así que se puso a entrenar
para cumplir esa meta. Millones de personas han tenido la oportunidad de ver la
saga olímpica que se ha desplegado cuando él superó su mejor desempeño
anterior, fijando un nuevo record mundial de un minuto cuarenta y dos segundos, y
ganó la medalla de oro. En Beijing él pulverizó su propio record mundial anterior
por un segundo y mejoró por diez segundos la marca ganadora de Mark Spitz de
1972. ¡Piensen en lo rápido que es eso! De hecho, le quitó un minuto completo al
tiempo ganador de 1904, que era dos minutos cuarenta y cuatro segundos.
Imagínese nada más: ¡hoy nadan dos vueltas a la piscina en menos de un minuto!
Eso es lo que le hubiera adelantado al ganador de 1904. Es impresionante que de
las ocho medallas de oro de Michael Phelps en 2008, siete de sus registros
superaron los records mundiales; no eran sus propios records sino que eran
mundiales. La otra, su octava medalla, impuso un record olímpico. ¿Se pueden
imaginar siendo capaces de hacer eso y superar lo mejor de sí? ¡Qué gran ejemplo
para nosotros!
Algunas veces el panorama espléndido del aprendizaje no es limitado por la
capacidad de nuestra mente, sino más bien por los límites artificiales que le
imponemos a nuestra habilidad para aprender. Debemos expandir la capacidad de
nuestra mente. Piensen solamente en lo que eran los límites de nuestro
aprendizaje antes de que las computadoras se convirtieran en una herramienta
universal para la investigación, el aprendizaje y las comunicaciones por la Internet.
A nuestros nietos les es muy difícil imaginarse cómo es que fuimos educados sin
computadoras (o, de igual manera, como vivimos sin un teléfono celular o
sobrevivimos sin la pizza como artículo de primera necesidad de nuestra dieta. La
lista es interminable).
Me gustaría compartir con ustedes una experiencia personal de aprendizaje que se
ha extendido por más de treinta años y que se relaciona con los beneficios de la
naciente tecnología computarizada en la investigación de la historia familiar.
Durante los años 1970, observé al élder Theodore H. Burton cuando presentó el
uso futuro de las computadoras en la investigación y los registros familiares. Fue lo
suficientemente franco para proclamar y enseñar y decir que la tecnología de la
computadora le fue dada al hombre para acelerar el advenimiento del día de la
historia familiar, la genealogía y la obra del templo.
Los comentarios acerca de las computadoras hechos por el Élder Burton se
enfrentaron a reservas muy comprensibles: “Las computadoras siempre serán muy
grandes y muy caras para su uso personal”. “Nunca habrá suficientes miembros de
la Iglesia que tengan computadoras”. “Muy pocos miembros de la Iglesia saben
manejar las computadoras”. “Los detalles y las explicaciones necesarias para
hacer compatibles la investigación personal y la obra del templo son muy
complejos”. Todas esas reservas parecían ser muy razonables en su época, ¿pero
qué de los futuros avances de las computadoras?
Hoy en día nos estamos embarcando en una nueva era de tecnología
computarizada para la historia familiar. Con la próxima edición de un nuevo
sistema —que ya está disponible en la mitad de los distritos de los templos en todo
el mundo— podremos preparar y enviar desde nuestra casa los nombres de
nuestros antepasados para que se haga la obra del templo usando un nuevo
sistema basado en la Internet. Este nuevo sistema les ayudará a ver rápidamente
cuáles de sus antepasados necesitan las ordenanzas vicarias en el templo y
podrán imprimir una página de resumen con un código de barras que cuando se
escanee en el templo producirá una tarjeta que servirá para las sesiones del
templo. Típicamente, cuando se termine una ordenanza estará disponible en este
sitio seguro de la Web dentro de veinticuatro horas.
Ahora, ¿por qué les hablo de esto a ustedes que aprenden toda la vida? Tengo un
simple mensaje. Nunca vivan en el pasado o intenten proteger su zona de
comodidad en contra de los cambios necesarios e inevitables para adaptarnos a
los necesarios adelantos futuros. Cuando Jesús dijo “Consumado es” (Juan 19:30)
al morir en la cruz, era solamente el fin de una misión —la Expiación— y luego fue
a ver a quienes estaban en la eternidad para darles esperanza (véase DyC 138).
Leemos en 3 Nefi que aún en otra experiencia misional Él, ya como ser resucitado,
visitó también a los fieles en el templo en el nuevo continente y los bendijo por su
fidelidad. En nuestra vida, al igual que en el ejemplo del Salvador, cuando algo se
termina es para empezar algo nuevo. El final de una era solamente da inicio a una
nueva era. Quienes aprenden toda la vida nunca viven en el pasado.
El aprendizaje pasado crea un cimiento valioso de experiencia sobre el cual se
debe edificar, y no un lugar cómodo para vivir el resto de la vida.
Algunas veces cuando llegamos a una meta que creíamos que era la final, y una
vez que la emoción del momento se ha ido, nos sentimos casi deprimidos; por
ejemplo, puede ser así cuando se termina una misión o cuando se acaba la luna
de miel. Es un momento espantoso de la cruda realidad, en el cual uno se
pregunta, “¿Qué sigue? y ¿ahora qué hago?” En tales ocasiones, recuerden que el
fin de algo es solamente la aurora de un nuevo comienzo.
Cuando estén en la cima de una montaña que hayan escalado, disfruten el
momento de satisfacción del presente y vean el paisaje extraordinario y el
progreso que han hecho desde el pasado hasta ahora. Pero luego volteen a ver
qué nuevos picos están a la vista y preparen un plan para escalar más alto en el
futuro. Al hacerlo así, el cumplimiento de una meta fijada en el pasado
eventualmente preparará el camino para lograr una meta más alta en el futuro. Al
contemplar el esfuerzo y el sacrificio que se requirieron para cumplir metas
anteriores, juntemos la confianza y la determinación necesarias para avanzar a
mayores alturas.
Permítanme hacer una pausa otra vez y hablarles desde el fondo de mi corazón
acerca de una las experiencias únicas del aprendizaje. El verdadero significado del
aprendizaje de toda la vida se forma en el círculo del pasado, el presente y el
futuro, progresando junto con el tiempo en su paso veloz e inevitable. El tiempo no
espera a ningún hombre. De hecho, una de las posesiones comunes que todos
compartimos es el tiempo. Lo que hagamos con nuestro tiempo determinará el
grado de aprendizaje de toda la vida y los valores espirituales que llevemos a las
eternidades que vienen después de nuestra prueba mortal.
Permítanme también usar un momento o dos para hablar de la experiencia
exclusiva de las mujeres para aprender durante toda la vida: la maternidad.
La maternidad: La oportunidad ideal para aprender toda la
vida
La maternidad es la oportunidad ideal para aprender toda la vida. El aprendizaje de
una madre crece al nutrir a su hijo en sus años de crecimiento. Ambos están
aprendiendo y madurando juntos a un paso extraordinario. Es exponencial y no
lineal. Nada más piensen en el proceso de aprendizaje de una madre durante la
vida de sus hijos. Cada hijo le agrega una dimensión a su aprendizaje porque sus
necesidades son muy variadas y de largo alcance.
Por ejemplo, en el proceso de criar a sus hijos, una madre aprende de diversos
temas. Estudia materias relacionadas al cuidado de la salud, como el desarrollo del
niño, la nutrición, la fisiología, la psicología, la enfermería y la investigación y los
cuidados médicos; aprende de la educación en muchos campos diversos como las
ciencias, las matemáticas, la geografía, la literatura y el español y otras lenguas
extranjeras. Desarrolla talentos tales como la música, los deportes, la danza, y el
hablar en público. Los ejemplos de aprendizaje podrían continuar de forma
interminable. Piensen nada más en el aprendizaje espiritual que se requiere
cuando una madre enseña los principios del evangelio y se prepara para enseñar
las lecciones de la Noche de Hogar y en la Primaria, la Sociedad de Socorro, las
Mujeres Jóvenes y la Escuela Dominical.
Mi punto es, mis queridas hermanas —así como para los hermanos, que espero
que estén escuchando con mucha atención— la oportunidad de una madre para
aprender y enseñar durante toda la vida es de naturaleza universal. Mis queridas
hermanas, como mujeres o madres nunca se consideren inferiores.
No cesa de asombrarme la manera en que el mundo declara que la mujer está en
una forma de servidumbre que no le permite desarrollar sus dones y talentos.
Nada, absolutamente nada, está más lejos de la verdad. No permitan que el
mundo defina, denigre o limite sus sentimientos de aprendizaje de toda la vida y
los valores de la maternidad en el hogar —tanto en lo mortal como en lo espiritual
— y los beneficios que les dan a sus hijos y a su compañero.
El aprendizaje durante toda la vida es esencial para la vitalidad de la mente, el
cuerpo y el alma humanos. Aumenta la autoestima y funcionamiento. El
aprendizaje de toda la vida es mentalmente vigorizante y una gran defensa en
contra del envejecimiento, la depresión y el dudar de sí mismo. Cuando dejamos
de buscar nuevos conocimientos, nuestro progreso se detiene y comienza el
estancamiento mental.
El mejoramiento y el progreso son la esencia del aprendizaje durante toda la vida.
No se sorprenderán al saber que solamente hay una meta final: el vivir una vida fiel
y perseverar hasta el fin dignos de la salvación y la gloria eternas. Todas las otras
metras y logros son resultado de perseverar fielmente hasta el fin. De hecho, este
es el plan de vida que se da en las escrituras para nuestro beneficio eterno.
El proceso de aprendizaje que enseñó Salomón en el libro de Proverbios en la
Santa Biblia es útil porque nos ayuda a entender la naturaleza del aprendizaje
durante toda la vida. “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que
obtiene la inteligencia” (Proverbios 3:13).
Para explicarlo más, empezamos con una inteligencia básica, o el cociente
intelectual [IQ], que nos es dado por Dios como uno de los dones conferidos a la
humanidad. “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad”
(DyC 93:36). A la inteligencia básica le agregamos conocimiento, el cual llega por
medio del aprendizaje y la experiencia. La suma de la inteligencia básica y la
experiencia es igual a la sabiduría. “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; Y
sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia” (Proverbios 4:7).
El mundo se detiene en el nivel de la sabiduría en el aprendizaje, pero las
escrituras nos enseñan “Jehová con sabiduría fundó la tierra; Afirmó
los cielos con inteligencia” (Proverbios 3:19; énfasis agregado).
La sabiduría más los dones del Espíritu Santo dan entendimiento a nuestros
corazones. Cuando en verdad tenemos entendimiento y nuestros corazones se
enternecen, ya no tendremos “deseos de hacer lo malo” (Alma 19:33).
Tendremos “la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (DyC 82:19) y el
deseo de volver con honor a la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo,
Jesucristo.
Ahora les asigno una tarea ¡para toda la vida! Mediten y traten de adquirir los
atributos extraordinarios de quien aprende toda la vida: el valor, el deseo fiel, la
curiosidad, la humildad, la paciencia y el deseo de comunicar. Estas cualidades del
carácter son muy deseables. Mediten y háganse estas preguntas: “¿Cuál es para
mí el valor y el significado de cada una de estas cualidades? ¿Cómo se me aplican
estas cualidades? ¿Qué voy a hacer para que estas cualidades sean parte de mi
vida?” Luego, durante unos minutos mediten en estas cualidades y pregúntense
qué es lo que deben hacer para aumentarlas a su carácter y en su vida. Aún si
solamente toma una de las cualidades y trata de mejorarse a sí mismo, eso
marcará una diferencia. La recompensa será grande en su futuro y para los que le
rodean.
Espero que puedan ver lo valioso que es revisar sus metas con la mira puesta en
las perspectivas de aprender toda la vida y al ciclo de la vida del pasado, el
presente y el futuro. Que su vida sea una de aprendizaje —aumentando en
conocimiento, en inteligencia y en sabiduría— al buscar los valores espirituales y
las características que les bendecirán con las recompensas de la vida eterna.
Procuren saber que Dios vive
Les doy mi testimonio de que Dios vive y de que podemos aprender no solamente
a creer sino a saber que Dios vive. Busquen ese conocimiento. Les será
concedido. Busquen saber (y por medio de su testimonio, hagan que lo sepan
quienes les rodean) que José Smith fue un profeta de Dios y que en esta última
dispensación del cumplimiento de los tiempos se nos ha restaurado todo lo que se
le ha dado a la humanidad. Aprendan todo lo que puedan dentro de nuestros
templos y en nuestras escrituras. Aprendan y conduzcan su vida de tal forma que
puedan regresar a la presencia de nuestro Padre y Su Hijo. Ruego que nuestro
deseo y meta sea aprender durante toda la vida para cumplir con esos propósitos,
en el nombre de Jesucristo, amén.
® Intellectual Reserve, Inc.
Notas
[1] Brigham Young, en Journal of Discourses (Londres: Latter-Day Saints’ Book
Depot, 1854–1886), 9:292.
[2] Brigham Young, en Journal of Discourses, 12:124.
[3] Ezra Taft Benson, “A New Witness for Christ”, Ensign noviembre de 1984,
páginas 6–7; en el que citaba a José Smith, History of the Church of Jesus Christ
of Latter-Day Saints, editado por B. H. Roberts, 2ª edición revisada. (Salt Lake
City: Deseret News, 1957), 4:461.
Para aprender y enseñar más eficazmente
Richard G. Scott
Este discurso fue dado durante la Semana de la Educación de la Universidad de
Brigham Young, el 21 de agosto de 2007.
Al comenzar esta Semana de la Educación número ochenta y cinco, de la
Universidad de Brigham Young, al igual que tú me siento muy emocionado
esperando grandes momentos de inspiración. Te felicito por tu decisión de
participar en esta actividad extraordinaria con el fin de aprender y perfeccionarte
por medio de las experiencias que se compartirán. En todo el mundo no hay nada
comparable en alcance y calidad. Comparto también contigo la sed constante y
continua de mejorar y progresar a través de todos los medios de instrucción que el
Señor nos ha dado.
Al viajar por todo el mundo es evidente que el conocimiento significa poder.
Algunos lo utilizan para su propio beneficio, mientras que otros lo emplean de una
manera incorrecta, limitando en gran manera a otras personas el uso de su
albedrío. Pero hay también quienes usan su conocimiento, experiencia y talentos
para elevar, animar, motivar y bendecir a los demás. Tengo confianza en que tú
pertenezcas a este grupo, y que no sólo recibas beneficios por el tiempo y el
esfuerzo que inviertas aquí, sino que otras personas reciban también ayuda
gracias a la forma en que apliques y compartas lo que hayas aprendido. Sigues la
admonición del Señor: “Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y
enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de
los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC
88:118).
El tema de este año, “Ya rompe el alba”, es en verdad muy apropiado, ya que
resalta la maravillosa Restauración del Evangelio en esta dispensación. Cualquier
estudiante de historia sabe que la Restauración de la Iglesia, con su doctrina pura,
la autoridad del sacerdocio y la guía divina, inició una avalancha de
descubrimientos, albor e invenciones que siguen engrandeciendo poderosamente
a la humanidad. ¡Cuán agradecido estoy con nuestro Santo Padre por la
restauración de la verdad que recibimos por medio del profeta José Smith para
beneficiar a la humanidad. José Smith es el ejemplo inspirador de una persona que
durante su breve vida buscó continuamente el conocimiento y, de buena voluntad,
lo compartió con los demás, aun cuando ello finalmente le costara la vida.
Mi intención aquí es la de compartir algunos pensamientos acerca de cómo
aprender y enseñar más eficazmente.
Cómo aprender más eficazmente
Hay una gran cantidad de medios disponibles por los que podemos aprender y ser
perfeccionados. Algunos de ellos incluyen el estudio formal, la meditación, el
análisis, la experiencia personal, la observación cuidadosa, la guía de los demás,
la observación de ejemplos de personas que admiramos, el servicio de buena
voluntad y el aprender lecciones por medio de nuestros propios errores. No sería
posible identificar, aún en forma básica, la enorme cantidad de modos por los
cuales se obtiene información y se logra experiencia. Por esta razón yo he
decidido hablar acerca de lo que para mí es el camino más eficaz hacia la verdad y
hacia la fuente inagotable de la guía y la inspiración de nuestro Padre Celestial y
de Su Hijo Amado. Ese medio es la guía espiritual que recibimos mediante la
inspiración del Espíritu Santo. Juntos colocaremos el cimiento para comprender la
guía espiritual y para hablar sobre la manera de obtenerla y compartirla. Mi deseo
sincero es motivarte a expandir tu capacidad para ganar conocimiento para tu
beneficio eterno y la bendición de aquellos con quienes lo compartas.
También mencionaré algunas de las verdades importantes que he aprendido al
buscar la guía del Espíritu Santo. Y como reconozco que muchos están aquí por el
deseo de ayudar a otros a aprender y a vivir la verdad, voy a sugerir algunas
maneras de enseñar esas verdades. Sería mucho más fácil para mí si pudiéramos
tener una conversación personal, frente a frente. Por suerte, casi siempre vas a
tener el privilegio de promover la interacción con aquellos a quienes enseñes,
aunque sea uno a uno, con algún miembro de la familia. Tus instrucciones serán
de más beneficio y duraderas si promueves la participación.
Para comenzar voy a compartir una verdad del Evangelio que, si se comunica
eficazmente y se utiliza en forma constante, hará que valgan la pena todo el
sacrificio que hayas hecho para asistir a la Semana de Educación Aunque sea lo
único que aprendas aquí, te ayudará a obtener mayor beneficio durante esta hora
que pasaremos juntos, debido a lo que hayas logrado durante tu participación aquí
o en otros eventos importantes a lo largo de tu vida. Noto que muchos han venido
preparados para tomar apuntes sobre lo que van a escuchar, y aunque eso les
será de gran beneficio, compartiré un patrón que les dará aún más acceso a la
verdad. El principio se resume en esta declaración:
Durante el resto de mi vida, me esforzaré para aprender por medio de lo que
escuche, vea y sienta. Escribiré las cosas importantes que aprenda y las pondré
en práctica.
Te sugiero que escribas esto. Si terminara ahora este mensaje ya habrías
aprendido uno de los modos de aprendizaje más significativos que yo podría
impartirte. Si el principio que acabo de compartir no te parece importante, piénsalo
otra vez. Muchas de las lecciones que he aprendido y atesorado las he aprendido
al seguirlo cuidadosamente.
Cómo responder a las impresiones espirituales
Tú puedes aprender cosas de vital importancia por lo que escuchas y ves y, aún
más, por lo que sientes al recibir la inspiración del Espíritu Santo. Muchas
personas limitan su aprendizaje principalmente a lo que escuchan o leen. Sé más
sabio. Cultiva la habilidad de aprender por medio de lo que ves y especialmente
por lo que el Espíritu Santo te haga sentir. Esfuérzate consciente y continuamente
por aprender de acuerdo con lo que sientas. Tu capacidad para hacerlo aumentará
a medida que lo practiques. Se requiere mucha fe y voluntad para aprender por
medio de lo que sientes por el Espíritu. Pide con fe esa ayuda y vive para ser digno
de recibir esa guía.
Escribe en un lugar seguro las cosas importantes que aprendes por medio del
Espíritu. Verás que al escribir una impresión preciada para ti, a menudo recibirás
otras más que de ninguna otra manera hubieras recibido, y a la vez, el
conocimiento espiritual que hayas obtenido estará a tu disposición durante el resto
de tu vida. Hazlo día y noche; dondequiera que estés, sin importar lo que estés
haciendo, esfuérzate siempre por reconocer y responder a la dirección del Espíritu.
Ten disponible un trozo de papel o una tarjeta para anotar la guía que recibas.
Expresa gratitud al Señor por esa guía espiritual y obedécela. Esa práctica
reforzará tu capacidad para aprender por medio del Espíritu y servirá para
aumentar la guía del Señor en tu vida. Aprenderás más al actuar sobre el
conocimiento, la experiencia y la inspiración que se te comunica por medio del
Espíritu Santo.
La guía espiritual es la dirección, la iluminación, el conocimiento y la motivación
que recibes de Jesucristo por medio del Espíritu Santo. Es la instrucción
personalizada adaptada a tus necesidades individuales por Alguien que las
comprende perfectamente. La guía espiritual es un don de valor incomparable
otorgado a quien lo busca, y se mantenga digno de recibirlo y exprese gratitud por
él.
Las Escrituras definen cómo podemos ser dignos de recibir guía espiritual. El élder
Bruce R. McConkie ha aconsejado con sabiduría: “Sin importar con cuánto talento
cuenten algunas personas en asuntos administrativos, lo elocuentes que sean para
expresar sus puntos de vista o lo eruditos que sean en las cosas del mundo, se les
negarán los dulces susurros del Espíritu, que podrían haber sido suyos, a menos
que paguen el precio de estudiar, meditar y orar acerca de las
Escrituras”. [1] Durante mucho tiempo, por medio de la oración y la meditación de
los pasajes de las Escrituras pertinentes, he encontrado el siguiente patrón para
obtener valiosa dirección espiritual.
Para obtener la guía espiritual y obedecerla con sabiduría, se debe hacer lo
siguiente:
• Buscar la luz divina con humildad.
• Ejercer fe, especialmente en Jesucristo.
• Esforzarse diligentemente por guardar Sus mandamientos.
• Arrepentirse constantemente.
• Orar continuamente.
•Dar oído a la guía espiritual.
• Expresar gratitud por la guía recibida.
Espero que esta sugerencia te sea de beneficio en la búsqueda de guía espiritual.
Cómo enseñar a los demás a aprender por medio del
Espíritu
Ahora repasaremos cómo se podría enseñar a los demás el principio de la
enseñanza que mencioné anteriormente. Primero, recomendaría que cada persona
que reciba esta enseñanza escriba el principio: Durante el resto de mi vida, me
esforzaré para aprender por medio de lo que escuche, vea y sienta. Escribiré las
cosas importantes que aprenda y las pondré en práctica.
Después, explicaría cómo utilizar cada una de las tres vías de comunicación:
escuchar, ver y sentir. Además, comprometería a cada uno a vivir el principio, pues
cada estudiante que lo haga será bendecido con una mayor dirección inspirada.
Luego ilustraría con la siguiente serie de presentaciones gráficas cómo mejorar el
aprendizaje.
Estoy convencido de que no hay ninguna fórmula ni técnica sencilla que yo podría
dar o que se le podría dar a los alumnos para facilitarles inmediatamente la
habilidad de dejarse guiar por el Espíritu Santo. Tampoco creo que el Señor
permitiría que alguien concibiera un patrón que invariable e inmediatamente
abriera las vías de comunicación espiritual. Nosotros progresamos cuando nos
esforzamos por reconocer la guía del Espíritu Santo al tratar de todo corazón
comunicar nuestras necesidades a nuestro Padre Celestial en los momentos de
dificultad o de rebosante gratitud. Cada vez que lo hacemos, damos otro paso para
cumplir con el propósito de estar aquí en la tierra.
Nuestro Padre espera que aprendamos a obtener esa ayuda divina al ejercer
nuestra fe en Él y en Su Santo Hijo. Si nosotros recibiéramos la guía inspirada con
tan solo pedirla, llegaríamos a ser débiles y más dependientes de Él; que sabe que
el esencial progreso personal se obtiene al esforzarse por aprender la forma de
dejarnos guiar por el Espíritu. Ese esfuerzo forja nuestro carácter inmortal al
perfeccionar nuestra capacidad para conocer Su voluntad por medio de los
susurros del Espíritu Santo. Lo que a simple vista parece una tarea desalentadora
llegará a ser más fácil con el tiempo si tratamos reconocer constantemente los
sentimientos que despierta el Espíritu. También se fortalecerá nuestra confianza
de la dirección que recibamos por medio del Espíritu Santo.

1. Mi intención es mostrarte algunas maneras en las que puedes ayudar a los


demás a ser merecedores de recibir la guía del Espíritu y a darse cuenta de que
cuando se recibe una dirección, se debe anotar y obedecer.
2. Aquellos a quienes enseñas viven en un mundo sujeto a desafíos y tentaciones.
Estoy convencido de que sin la ayuda del Espíritu las personas tendrá dificultad
para evitar transgredir en el mundo de hoy. Si toman decisiones incorrectas, serán
esclavizado por el pecado.
3. Puedes animar a un estudiante a vivir de manera que el Espíritu influya en él y a
reconocer Su guía para que sea bendecido por medio de la obediencia a Su
dirección. En ese proceso, puedes tener una función realmente importante.
Al enseñar la doctrina apropiada y explicar cómo el Señor se comunica por medio
del Espíritu, los estudiantes experimentarán la guía del Espíritu. Ellos aprenderán
los principios sobre los cuales se basa dicha comunicación, y al aplicar esos
principios, tomarán entonces decisiones correctas.
4. Con demasiada frecuencia la relación del maestro con el alumno se limita a dar
consejo con poca o ninguna interacción. A menudo, no se explican las razones por
las cuales hay mandamientos, reglas y normas. El maestro llega a ser como un
presentador de noticias, recitando información sin tomar en cuenta a los oyentes.
La mayor parte de la enseñanza en el mundo se basa en uno de los cinco
sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, pero en el aula, se puede
enseñar por el poder del Espíritu.

5. Esa comunicación comienza cuando se anima a cada una de las personas a las
que se enseña a participar en lugar de que sean oyentes pasivos. De esa manera
se puede medir la comprensión de lo que se enseña, crear un sentimiento de
propiedad y también aprender de ellos. Y aún más importante, es la decisión de
participar, la cual es un ejercicio del albedrío que permite que el Espíritu Santo
comunique un mensaje personalizado para cada necesidad individual. El crear un
ambiente de participación aumenta la probabilidad de que el Espíritu enseñe
lecciones más importantes que cualquiera otra cosa.
6. Esa participación traerá la dirección del Espíritu a tu vida. Cuando animas a los
alumnos a levantar la mano para responder a una pregunta, ellos demuestran al
Espíritu Santo su voluntad de aprender aunque no se den cuenta de ello. Este uso
del albedrío moral permitirá que el Espíritu los motive con el fin de brindarles una
guía más poderosa durante la clase. La participación permite que
ellos experimenten qué significa dejarse guiar por el Espíritu. Ellos aprenden a
reconocer y a sentir lo que es la guía espiritual. Es por medio del proceso repetido
de sentir impresiones, escribirlas y obedecerlas que se aprende a depender de la
dirección del Espíritu más que de la comunicación que brindan los otros cinco
sentidos.
7. La dirección que se recibe del Espíritu Santo aumenta la capacidad para
enseñar. Dicho de modo sencillo, la verdad que se presenta en un ambiente lleno
de amor y confianza permite recibir el testimonio confirmador del Espíritu Santo.
8. Si no logras nada más en la relación que tienes con tus alumnos que ayudarles
a reconocer y a seguir las impresiones del Espíritu, igual los bendecirás de una
manera inmensurable y eterna. Para alcanzarlo, se debe buscar constantemente la
guía del Espíritu para saber lo que decir y cómo decirlo. Lo fácil nunca produce
mucho fruto beneficioso. Ni nuestro Padre Celestial ni Su Santo Hijo se deleitan al
verte luchando para vencer los obstáculos, resolver preguntas o encontrar
soluciones a problemas complejos y desafiantes. No obstante, ellos sí se regocijan
cuando tú reconoces voluntariamente que esos pasos son los que conducen al
progreso espiritual, que lleva a los hechos que forjan el carácter.
Cómo atesorar las impresiones sagradas
¿Has aprendido el valor duradero de escribir en un diario personal las experiencias
espirituales importantes o las impresiones sagradas que el Señor te ha
comunicado? No llevo un diario detallado de todo lo que me sucede cada día, pero
sí trato de escribir un registro de algunos asuntos realmente importantes. Los
asuntos sagrados están en un diario al que nadie puede tener acceso porque está
protegido por una clave. Cuando me siento autorizado por el Espíritu Santo, tomo
algunas de las verdades que he aprendido para ponerlas en mi diario familiar o
para compartirlas en un mensaje público. Esto va de acuerdo con un principio que
las Escrituras confirman como verdadero. Algunos asuntos son para nuestra guía y
edificación personal, para ayudarnos a progresar y a mejorar nuestro carácter,
nuestra devoción y nuestro testimonio. No son para compartir con los demás. Así
como una bendición patriarcal se adapta a la persona destinada, esos asuntos
deben guardarse y protegerse con reverencia por causa de su naturaleza sagrada.
El Señor puede comunicarse directamente con nosotros por medio del Espíritu si
somos dignos y estamos en armonía con Él.
Para demostrar que lo que he dicho no es sólo una teoría, quiero mencionar
algunas de las verdades de gran valor que he aprendido durante muchos años por
medio de la guía espiritual.
Las Escrituras enseñan algo que se me ha confirmado: que el Espíritu Santo
nunca nos inspirará a hacer algo que no podamos llevarlo a cabo. Puede ser que
se requiera un esfuerzo extraordinario y mucho tiempo, paciencia, oraciones y
obediencia, pero sí podremos hacerlo.
Repetidas veces he tenido la impresión de que para aprender a alcanzar una meta
jamás antes lograda hay que hacer cosas que jamás hemos hecho.
Se me ha enseñado que podemos tomar muchas decisiones en la vida, pero no
podemos prescribir nuestro destino final. Nuestros hechos son los que lo
determina. En ocasiones, parece que controlamos los resultados de nuestra vida,
pero no es así. La dignidad, la rectitud, la fe en Jesucristo y el plan de nuestro
Padre aseguran un futuro productivo y placentero, mientras que el engaño o la
violación a las leyes de la pureza personal aseguran una vida de sufrimiento aquí
en la tierra y más allá del velo a menos que tenga lugar el arrepentimiento
requerido.
Es importante que no juzguemos las cosas por lo que pensemos que es nuestro
potencial. Debemos confiar en el Señor y en lo que Él puede hacer con nuestro
corazón dedicado y nuestra mente bien dispuesta (DyC 64:34).
El Espíritu Santo y las observaciones de varias personas me han enseñado que
los conceptos como la fe, la oración, el amor y la humildad no tienen ninguna
importancia ni producen milagros hasta que no llegan a ser, con la ayuda de la
tierna inspiración del Espíritu, una parte viva de la persona por medio de su propia
experiencia.
Todos sufriremos adversidad; es parte de la vida. Todos la experimentaremos
porque la necesitamos para progresar y para moldear nuestro carácter. Yo he
aprendido que el Señor tiene la capacidad suprema de juzgar nuestras
intenciones. Él se preocupa por lo que llegamos a ser por medio de las decisiones
que tomemos. Tiene un plan individual para cada uno de nosotros. Este concepto
brinda un gran consuelo cuando tratamos de comprender situaciones difíciles
como lo son la muerte prematura de alguien cuya presencia aparentemente se
requiere aquí en la tierra. Ese conocimiento ayuda mucho cuando luchamos con
una enfermedad o con una discapacidad severa o al tratar de comprender el
suicidio trágico de otra persona.
Por medio de la experiencia personal he podido comprender una verdad
importante. Sé que Satanás no tiene absolutamente ningún poder para forzar a
nadie que sea digno, a que el Señor protege a esas personas. Satanás puede
tentarnos; puede amenazarnos; puede aparentar tener ese poder; pero no lo
posee.
He aprendido que nuestra mente puede fortalecer una impresión recibida del
Espíritu Santo o, desgraciadamente, puede destruirla al rechazarla como algo sin
importancia o como el producto de nuestra imaginación. Cuando recibimos guía
espiritual, es bueno recordar este comentario del profeta José Smith: “Dios juzga a
los hombres de acuerdo con la manera en que emplean la luz que Él les da”.” [2]
Afrontar la adversidad nos lleva a hacer muchas preguntas; algunas tienen un
propósito útil, mientras otras no. Hacer preguntas que reflejen una oposición a la
voluntad de Dios no vale la pena en realidad. Es muy difícil lograr un sacrificio
voluntario de nuestros deseos personales y profundos a favor de la voluntad de
Dios. Mas cuando lo logramos, nos encontramos en una posición mucho mejor
para recibir la máxima ayuda de nuestro amoroso Padre Celestial. El aceptar Su
voluntad, aun cuando no se comprenda completamente, es lo que nos brinda una
gran paz y, a lo largo del tiempo, una mayor comprensión.
A veces es muy difícil discernir una respuesta a una oración por un asunto por el
cual tenemos sentimientos personales y profundos, o algo que despierta
emociones fuertes en nosotros. Por eso es importante recibir un consejo válido e
inspirado al encontrarnos en tales circunstancias.
Durante un momento tranquilo de meditación, aprendí que existe una relación
entre la fe y el buen carácter. Mientras más grande es nuestra fe en Jesucristo,
mejor será nuestro carácter, y el buen carácter aumenta nuestra capacidad para
ejercer una fe aún más grande.
El Espíritu ha enseñado que Satanás no necesita tentarnos con cosas malas. Él
puede lograr mucho más su objetivo distrayéndonos con cosas apropiadas para
prevenir que llevemos a cabo las cosas esenciales. Debemos eliminar estas
distracciones, determinando qué es de importancia fundamental en nuestra vida.
Tenemos que poner nuestro mayor esfuerzo con el fin de lograrlo. Si existe falta de
tiempo o de recursos, ese patrón exige que aun las buenas actividades se dejen a
un lado.
De vez en cuando el Señor nos dará una guía espiritual de gran importancia al
inspirar a otros a compartir lo que hayan aprendido. Esos mentores pueden
enriquecer enormemente nuestra vida por medio de una buena comunicación de
su conocimiento y experiencia. También podemos encontrar mentores vivos o
difuntos por medio del estudio cuidadoso y de la emulación de sus vidas
productivas. Tengo la certeza de que el fallecimiento reciente del presidente James
E. Faust ha inspirado gratitud en la mente de las miles de personas que él ha
influido personalmente. Él tenía la capacidad excepcional de elevar y edificar a los
demás. Él escogió razones válidas para felicitar a otros al hablar acerca de ellos
con sinceridad e integridad. El efecto fue de edificar, elevar y ayudar a explorar un
curso de vida que le traería a cada uno mayor éxito y felicidad. Su estímulo a
menudo era breve y conciso, pero eficaz y duradero.
Uno de los patrones más memorables y poderosos de la comunicación por el
Espíritu es por medio de los sueños. He aprendido que cuando la transición entre
estar profundamente dormido y estar completamente despierto es imperceptible,
es señal de que el Señor ha enseñado algo muy importante por medio de un
sueño. Cuando eso ocurre, reconozco la necesidad de meditar lo que recuerdo del
sueño para poder comprenderlo y determinar su aplicación en mi vida. A veces el
sueño es simbólico y requiere oración para que por medio del Espíritu Santo, el
Señor pueda interpretarlo o aclarar las lecciones para que éstas se puedan
entender y aplicar.
Durante la mayoría de mi vida adolescente y adulta, he apreciado mucho
la misericordia. Fue por medio de un sueño vívido que aprendí a valorar la justicia.
La justicia proporciona el orden y el control en el plan de la felicidad de nuestro
Padre. La justicia asegura que lo que hayamos logrado por medio de un esfuerzo
digno sea nuestro para siempre: por ejemplo, el conocimiento, el amor de nuestros
seres queridos y los beneficios eternos de las ordenanzas, inclusive las del templo.
La justicia asegura que ningún poder puede quitarnos estas cosas tan preciadas.
Podríamos perderlas por la desobediencia, ¿pero quién quisiera hacer algo así?
El mandato del Salvador de “pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá” (3 Nefi
27:29) es un puente a la guía espiritual. Se me ha enseñado que las impresiones
suaves nos inspirarán a tomar las decisiones correctas. Cuando se observan con
cuidado, estas impresiones suaves que recibimos en el corazón pueden anticipar
un consejo específico a la mente. Este consejo nos conduce a saber con mayor
precisión lo que debemos hacer. Esa dirección detallada se recibe cuando
respondemos de buena voluntad a las primeras impresiones del Espíritu. A veces
la guía espiritual puede indicar o implicar eventos que ocurrirán más adelante en
nuestra vida. El aceptar esas impresiones y la disposición de obedecerlas no
quiere decir que cambiará la voluntad del Señor, ni que el impacto en nuestra vida
será diferente. Habrá mejores e importantes consecuencias en virtud de nuestra
disposición de obedecer el consejo dado por la guía sagrada del Espíritu Santo.
Por último hay una joya de gran valor acerca de la guía espiritual que quiero
compartir. Me llevó mucho tiempo reconocerla. La obediencia forzada no produce
ningún fruto duradero. Es por eso que Nuestro Padre Celestial y el Salvador están
dispuestos a suplicar, a dar impresiones, a animar y a esperar con paciencia que
reconozcamos Su preciada guía espiritual. Una vez me llevó más de diez años
descubrir la respuesta a un asunto extremadamente importante por el cual había
orado en forma constante y de todo corazón. La respuesta completa la recibí
cuando pude ensamblar las diferentes secciones de la solución que se me dieron
de varias maneras y en varias ocasiones. No se me dio la respuesta directamente,
sino que se me dirigió con paciencia y amor para encontrarla. Termino con mi
testimonio. Trataré de seguir el consejo excelente que nos dejó el presidente
Spencer W. Kimball. El enseñaba que: “Un testimonio no es una exhortación; un
testimonio no es un discurso; . . . no es un diario de viaje . . . Basta que digan lo
que sienten en su interior. Eso es el testimonio. En el momento en que comiencen
a predicar a los demás, ahí terminó el testimonio. Simplemente dígannos lo que
sienten, lo que su mente, su corazón y cada fibra de su ser les comunique”³ [3]
Sé que lo que he compartido es verdadero, puesto que lo he aprendido, y
confirmado mediante la suave inspiración del Espíritu Santo. Espero que algo de
ello sea de beneficio para ti. Sé sin duda que Jesucristo vive, y como uno de Sus
apóstoles doy testimonio solemne de que Él es un Personaje glorificado y
resucitado que posee un amor perfecto. Él guía Su Iglesia en la tierra. Él te ama.
Durante tu estadía aquí en la tierra, Él te inspirará y, al buscar esas impresiones
para determinarlas, Él guiará tu vida. Él es nuestro Maestro, nuestro Redentor,
nuestro Salvador. Yo lo amo. Con toda la capacidad que poseo, doy testimonio de
que Él vive. En el nombre de Jesucristo, amén.
Notas
[1] Bruce R. McConkie, seminario de representantes regionales, 2 de abril, 1982.
[2] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, comp. Joseph Fielding Smith
(Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1954),
370.
[3] Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball (Salt Lake
City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2006), 86.
Cómo enseñar la expiación
Tad R. Callister
¿Cómo podemos nosotros, como maestros del evangelio restaurado, enseñar
eficazmente la sublime y profunda doctrina de la Expiación? ¿Cómo lo han hecho
los Profetas? ¿Y qué podemos aprender de ellos? [1]
Aunque a lo largo del tiempo los profetas han reflejado diversos talentos y
singulares habilidades para enseñar, se repiten una y otra vez ciertos principios
básicos en sus ministerios docentes. A continuación se presentan algunas técnicas
de enseñanza y recursos que utilizaron los profetas para explicar la doctrina de la
Expiación y sus infinitas implicaciones.
Un tiro espiritual con el arco
El rey Benjamín convocó a sus súbditos, pero no para pasar un día de diversión. Si
alguno había venido con dedales espirituales para recibir su palabra, él se
apresuró a informarles de la necesidad de contar con recipientes mucho más
grandes. “No os he mandado subir hasta aquí para tratar livianamente las palabras
que os hable, sino para que me escuchéis, y abráis vuestros oídos para que
podáis oír, y vuestros corazones para que podáis entender, y vuestras mentes
para que los misterios de Dios sean desplegados a vuestra vista” (Mosíah 2:9;
énfasis añadido). Su introducción fue un tiro de advertencia de que los oídos
debían estar en sintonía espiritual y los corazones enternecidos para recibir el
mensaje de importancia suprema que estaba a punto de darse. Entonces dio uno
de los sermones más magistrales jamás ofrecidos acerca de la Expiación. Años
después, el élder Bruce R. McConkie comenzó su inolvidable sermón sobre el
sacrificio expiatorio con estas profundas palabras: “Siento, y el Espíritu parece
afirmar, que la doctrina más importante que puedo declarar y el testimonio más
poderoso que puedo dar, es el del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo” [2]
Al igual que el rey Benjamín, el élder McConkie sentó primero las bases antes de
presentar su inspirado mensaje. Como resultado, los oídos estuvieron más
atentos, las mentes se enfocaron más y los corazones permitieron recibir el caudal
espiritual que estaba a punto de darse. Para muchos, el impacto de estos
mensajes cambió sus vidas. Los que oyeron las palabras del rey Benjamín
clamaron a una voz, “creemos todas las palabras que nos has hablado; y [...] no
tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”
(Mosíah 5:2).
Estos profetas comenzaron sus sermones lanzando un tiro espiritual con el arco.
Fue un aviso, una llamada de atención, de que el mensaje que estaba a punto de
darse merecía mucho más que la casual atención del oyente. Requería de un
intenso estado de alerta de todas sus facultades espirituales. ¿Por qué? Porque
estos profetas sabían que la hermosa y a la vez difícil doctrina de la Expiación sólo
pueden comprenderla los que están espiritualmente preparados. Sus mensajes
son conmovedores recordatorios del tono espiritual que debemos
establecer antes de que comencemos a enseñar lo que Robert L. Millet llama “la
doctrina de las doctrinas” [3]
Sentando las bases
Una persona jamás podría dominar cálculo antes de dominar álgebra. Se requiere
un cierto orden de eventos en el proceso de aprendizaje. Isaías enseñó, “¿A quién
se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina?”. Entonces, dio la simple
y a la vez profunda formula para dominar las doctrinas de la Iglesia: “línea sobre
línea” (Isaías 28:9–10). El presidente Ezra Taft Benson enseñó, “Nadie sabe,
adecuada y debidamente, por qué necesita a Cristo hasta que comprenda y acepte
la doctrina de la Caída y su efecto sobre toda la humanidad” [4]
Los alumnos rápidamente aprenden la imposibilidad de comprender
adecuadamente la Expiación sin entender primero la Caída. Lehi dio un discurso
magnífico sobre la Expiación (véase 2 Nefi 2). En él, primero explicó las
condiciones que existían en el Jardín de Edén.
Entonces, siguió su introducción con un resumen conciso de por qué vino el
Salvador: “El Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los
hijos de los hombres de la caída” (2 Nefi 2:26). Así aprendemos que la Expiación
era necesaria para corregir ciertas condiciones traídas por la Caída (a saber, la
muerte física y espiritual). Alma, al aconsejar a su hijo desobediente, Coriantón,
dijo, “percibo que hay algo más que inquieta tu mente, algo que no puedes
comprender, y es concerniente a la justicia de Dios en el castigo del pecador”.
Entonces dijo, “He aquí, hijo mío, te explicaré esto”. (Alma 42:1–2). En los
siguientes once versículos, Alma sentó las bases para su respuesta detallando las
condiciones en el Jardín de Edén y las consecuencias de la Caída. Sólo entonces
pasó a explicar las relaciones entre la justicia, la misericordia y la Expiación.
Debido a la necesidad de comprender la Caída antes de que podamos comprender
plenamente los propósitos de la Expiación, he encontrado útil la siguiente tabla para
ayudar a los alumnos a captar cómo la Expiación corrige o redime las consecuencias
“negativas” de la Caída:
Antes de la Después de la Después de la Expiación
Caída Caída
1. Inmortalidad 1. 1. Mortalidad 1. Resurrección (+)
(+) (-)  (incondicional para todos).
Génesis 2:17 Génesis 2:17 1 Corintios 15:20–22
2. Vivimos en la 2. 2. Muerte 2. 2. Vencimos la muerte
presencia de Dios espiritual (-) espiritual (+).
(+) Génesis 3:8; a. Primera muerte a. Incondicional porque todos
Moisés 4:14 espiri-tual (nacer vuelven a la presencia de Dios
fuera de la por motivo del Juicio.
presencia de Dios) 2 Nefi 2:20; 2 Nefi 9:38; Alma
DyC 29:41; 2 Nefi 12:15; Alma 42:23; Helamán
9:6 14:15–18; Mormón 9:12–14
b. Segunda muerte b. Condicional porque la
espiritual segunda muerte espiritual es
(separación de vencida sólo si nos
Dios por causa del arrepentimos.
pecado individual) Helamán 14:15–18; Moroni
Alma 34:15–16; 9:12–14
Alma 42:13–16
3. Inocente (-) 3. 3. Conocimiento 3. Conocimiento ilimitado del
2 Nefi 2:23 del bien y del mal bien y del mal (+).
(+) Génesis 3:5; Juan 14:26
Alma 42:3
4. Sin hijos (-) 4. 4. Hijos (+) 4. Hijos para siempre (+)
2 Nefi 2 :23 2 Nefi 2:25; DyC 132:19
Moisés 5:11
El Libro de Mormón viene al rescate
Las doctrinas de la Caída y de la Expiación son la pieza central del Cristianismo;
sin embargo, existen muchos conceptos erróneos con respecto a sus principios
subyacentes porque a la Biblia, inspirada como lo es, se le “han quitado muchas
cosas claras y preciosas” (1 Nefi 13:28) de sus manuscritos originales. Como
resultado de ello, “muchísimos tropiezan, sí, de tal modo que Satanás tiene gran
poder sobre ellos” (1 Nefi 13:29). El élder McConkie una vez ofreció el siguiente
desafío: “Elijan las cien doctrinas del evangelio más básicas, y debajo de cada
doctrina hagan dos columnas paralelas, una encabezada Biblia y la otra Libro de
Mormón. Entonces pongan en estas columnas lo que cada libro dice acerca de
cada doctrina. El resultado final mostrará, sin duda alguna, que en el noventa y
cinco por ciento de los casos la enseñanza del Libro de Mormón es más clara, más
sencilla, más amplia y mejor que la palabra bíblica. Si existe duda alguna en la
mente de cualquiera en cuanto a esto, que haga la prueba, una prueba personal”
[5]
En ningún otro aspecto se aplica más esta invitación que en cuanto a la Expiación.
Sin el Libro de Mormón, han surgido muchos conceptos erróneos en el mundo
cristiano con respecto a esta doctrina clave. Por ejemplo:
Primer concepto erróneo: Muchos enseñan que Adán y Eva habrían tenido hijos si
se les hubiese permitido quedarse. Tras su transgresión en el jardín, el Señor dijo
“con dolor darás a luz los hijos” (Génesis 3:16). Consecuentemente, algunos han
interpretado esto como que si no hubiese ocurrido, Adán y Eva habrían tenido hijos
sin dolor en el Jardín de Edén. Pero el Libro de Mormón revela la verdad: “Y no
hubieran tenido hijos” (2 Nefi 2:23; véase también Moisés 5:11).
Segundo concepto erróneo: Algunos enseñan que Adán y Eva vivían en un estado
de dicha —de inigualable gozo— en el jardín. De nuevo, el Libro de Mormón
enseña la verdad: “Habrían permanecido en un estado de inocencia, sin tener
gozo, porque no conocían la miseria” (2 Nefi 2:23). Como resultado de los primeros
dos conceptos erróneos, gran parte del mundo cristiano cree que la Caída fue un
trágico paso hacia atrás. Inocentemente, pero incorrectamente, llegaron a la
conclusión de que si Adán no hubiese caído, todos habríamos nacido en el Jardín
de Edén, para vivir posteriormente en un estado de eterna dicha. Tal
razonamiento, sin embargo, habría negado la necesidad de la Expiación, un
evento que fue preordenado en la vida premortal (véase Éter 3:14). Así lo atestiguó
Juan cuando habló del Salvador como el “Cordero que fue inmolado desde el
principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).
Tercer concepto erróneo: Existen aquellos que enseñan que por causa de la Caída
todos los niños vienen marcados con el pecado original. Mormón dio una mordaz
reprimenda a los que tenían esa creencia: “Sé que es una solemne burla ante Dios
que bauticéis a los niños pequeños”. Citó al Salvador al explicar la razón: “La
maldición de Adán les es quitada en mí, de modo que no tiene poder sobre ellos”
(Moroni 8:8, 9).
Cuarto concepto erróneo: Algunos creen que sólo la gracia nos salva, sin importar
nuestras obras. Nefi pone las doctrinas de la fe y las obras en su perspectiva
adecuada: “Pues sabemos que es por la gracia por la que nos
salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23; énfasis añadido). No
nos ganamos la salvación, mas Nefi enseñó que debemos contribuir con lo mejor
que tengamos para ofrecer. C. S. Lewis dio en el clavo al tratar el eterno debate
entre la fe y las obras: “A mí me parece algo así como preguntar cuál de las dos
cuchillas de una tijera es la más útil” [6]
Quinto concepto erróneo: Otra falacia es que la Resurrección física del Salvador es
tan sólo simbólica y que seremos resucitados sin las “limitaciones” de un cuerpo
físico. Alma, sin embargo, no dejó ninguna duda acerca de la naturaleza corpórea
de la Resurrección: “El alma será restaurada al cuerpo, y el cuerpo al alma [...] sí,
ni un cabello de la cabeza se perderá” (Alma 40:23).
Sexto concepto erróneo: Muchas personas enseñan que la Expiación no tiene el
poder de transformarnos en dioses; de hecho, según ellos, tal modo de pensar es
una blasfemia. El Salvador mismo, sin embargo, extendió la invitación divina:
“¿Qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3
Nefi 27:27). El ultimo capítulo del Libro de Mormón refuerza esta elevada doctrina:
“Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él [...] por la gracia de Dios, mediante el
derramamiento de la sangre de Cristo” (Moroni 10:32–33).
Aunque Nefi sabía que muchas verdades claras y preciosas serían quitadas de la
Biblia, también sabía que el Libro de Mormón, entre otros escritos sagrados,
vendría al rescate: “Estos últimos anales que has visto entre los gentiles,
establecerán la verdad de los primeros, los cuales son los de los doce apóstoles
del Cordero, y darán a conocer las cosas claras y preciosas que se les han
quitado” (1 Nefi 13:40).
El presidente Ezra Taft Benson habló de la absoluta necesidad del Libro de
Mormón para comprender la divinidad y la Expiación del Salvador: “Muchos en el
mundo cristiano hoy rechazan la divinidad del Salvador. Cuestionan Su nacimiento
milagroso, Su vida perfecta y la realidad de Su gloriosa Resurrección. El Libro de
Mormón enseña en términos claros e inconfundibles acerca de la verdad de todos
estos conceptos. Proporciona también la más completa explicación de la doctrina
de la Expiación. Verdaderamente, este libro divinamente inspirado es clave al dar
testimonio al mundo de que Jesús es el Cristo” [7]
El Libro de Mormón es una mina de oro en el que podemos descubrir las
magníficas verdades de la Expiación. Los siguientes no son sino un ejemplo de los
muchos capítulos repletos de “pepitas de oro” para los que están dispuestos a
buscarlas:
2 Nefi 2 (Lehi) Alma 40 y 42 (Alma)
2 Nefi 9 (Jacob) Helamán 14 (Samuel)
Mosíah 2–5 (el rey Benjamin) 3 Nefi 11 (the Savior)
Alma 34 (Amulek) Moroni 10 (Moroni)
Al deleitarnos en las palabras del Libro de Mormón, conectaremos los puntos
espirituales que develan el glorioso cuadro del sacrificio expiatorio del Salvador.
El poder de una buena pregunta
¿Cómo es infinita la Expiación del Salvador? ¿Sufrió el Salvador por los pecados
tanto en el Jardín de Getsemaní como en la cruz? ¿Podría Él, un hombre perfecto,
entender lo que es tener debilidades, lo que es ser rechazado? ¿Había un plan de
reserva si Él escogía no llevarla a cabo? ¿Podría una persona sufrir por sus
propios pecados y ser redimido?
El poder de una buena pregunta es de inestimable valor. En muchas formas, es
como un reloj despertador para nuestra mente que nos despierta de nuestro
adormecimiento mental. Es un catalizador que le da un arranque a nuestros
motores mentales. Causa que se muevan las ruedas cerebrales, y provoca en
nosotros una cierta inquietud, una ansiedad que detona una fijación en el tema en
cuestión hasta que viene el alivio, solamente en la forma de una respuesta que es
tanto satisfactoria a la mente como aceptable al corazón. Hasta que no venga esa
respuesta, es como contemplar un cuadro torcido sin poder enderezarlo, o trabajar
en un rompecabezas al que le falta una pieza; existe un irresistible impulso de
enderezar el cuadro y de encontrar y colocar la última pieza del rompecabezas en
su lugar correcto. Hasta que eso no ocurre, la mente de uno está en
“sobremarcha”; considerando todas las opciones, sopesando, tamizando y
clasificando hasta que viene la respuesta. Existe una tremenda diferencia entre
que a uno se le diga la respuesta y que la descubra. Es algo así como recibir un
cuadro a diferencia de pintarlo, recibir un libro comparado con escribirlo, o
escuchar el concierto para piano número 3 de Rachmaninoff en vez de
interpretarlo. El descubrir la respuesta trae consigo una inmensa satisfacción,
otorga sentido de propiedad y deja una huella permanente en nuestra memoria en
lugar de un dato pasajero.
Hay muchas clases de preguntas. Hay preguntas acerca de datos para adquirir
información de antecedentes o hechos; sin embargo, tales indagaciones son un
medio y no un fin. Por ejemplo: ¿Dónde nació el Salvador? ¿Cuánto tiempo estuvo
en el Jardín de Getsemaní? Estas preguntas sirven de ayuda para preparar el
terreno, pero de por sí hacen poco para conmover las emociones o para avivar la
resolución. No obstante, un conocimiento de datos a menudo es un requisito
necesario para descubrir las verdades mayores.
Hay preguntas que instan a una autoevaluación. La pregunta de Dios a Adán,
“¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9) era más que una averiguación sobre la ubicación
física de Adán. También era una pregunta en cuanto a la situación espiritual de
Adán. El punto culminante del sermón de Alma al pueblo de Zarahemla consistió
en once preguntas seguidas e introspectivas, tales como, “¿Habéis nacido
espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros?
¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14).
Un maestro atento podría hacer preguntas similares que requirieran una
autoevaluación de la fe y la dignidad de uno mismo: ¿Crees que puedes estar
totalmente limpio de tus pecados gracias al infinito sacrifico del Salvador? ¿Tienes
fe en que Su Expiación provee un remedio para cada uno de tus pecados,
debilidades, flaquezas y defectos? ¿Tienes un corazón quebrantado y un espíritu
contrito?
Existen otras preguntas que elevan nuestro nivel de compromiso. El Señor le
preguntó tres veces a Pedro, “¿Me amas?” (Juan 21:15–17). Sin duda, Pedro
respondió cada vez con mayor pasión, con un compromiso aun mayor hacia el
Santo. Los maestros podrían hacer preguntas similares: ¿Amamos al Salvador lo
suficiente como para perdonar a los demás así como Él nos perdona a nosotros?
¿Agradecemos Su sacrificio al grado de que estamos dispuestos a consagrarlo
todo para adelantar Su causa?”
Las preguntas también pueden ser respuestas efectivas. Coriantón, con respecto a
la venida de Cristo, se preguntaba “por qué se deben saber estas cosas tan
anticipadamente”. La respuesta que su padre Alma dio fue una serie de preguntas:
“He aquí te digo, ¿no es un alma tan preciosa para Dios ahora, como lo será en el
tiempo de su venida? ¿No es tan necesario que el plan de redención se dé a
conocer a este pueblo, así como a sus hijos?” (Alma 39:17–18). Supongan que un
alumno preguntase, “¿Tiene la Expiación carácter retroactivo? ¿Podrían las
personas del Antiguo Testamento recibir sus beneficios antes de que se pagara el
precio?” Al resistirse a la tentación de dar la respuesta inmediata, un maestro sabio
podría responder con otra pregunta, “¿Tenemos algo en nuestra sociedad actual
que nos permita disfrutar de los beneficios antes de pagar el precio?” En la
conversación tal vez se mencionaría la tarjeta de crédito como un ejemplo. Este
resultado podría conducir al hecho de que el crédito del Salvador era “oro” puro en
la existencia premortal, porque Él siempre cumplió con Su palabra. Por
consiguiente, bajo las leyes de la justicia, los beneficios de Su Expiación podrían
disfrutarse antes de pagarse el precio, porque no había duda de que Él pagaría la
factura, por decirlo así, cuando se le presentara en el jardín y en la cruz (véase el
encabezamiento de Alma 39 y Mosíah 3:13).
Una buena pregunta a menudo puede servir como plataforma para un sermón o
para un análisis en la clase. Así lo fue para Amulek, quien discernió “que el gran
interrogante que ocupa vuestras mentes es si la palabra está en el Hijo de Dios, o
si no ha de haber Cristo” (Alma 34:5). En respuesta, Amulek impartió su
maravilloso sermón sobre la infinita naturaleza de la Expiación.
Y mucho más
¿Cómo hace un simple mortal para entender y captar el amor y sacrificio de
infinitas proporciones del Salvador? Por supuesto, un mortal no puede hacerlo
plenamente. Pero los profetas han hecho todo lo posible para ayudar a acortar las
distancias, comparando la Expiación a dos de las más apasionadas y amorosas
relaciones conocidas por la humanidad, y después sugiriendo que es todo esto y
más, mucho más.
Un ejemplo trata el relato de Abraham e Isaac. Al hablar del sacrificio de Isaac por
parte de Abraham, Jacob indica que el evento era “una semejanza de Dios y de su
Hijo Unigénito” (Jacob 4:5; énfasis añadido). Para un padre sería difícil, si no
imposible, contemplar mayor prueba que la de sacrificar a su hijo amado, el mismo
por el cual vendrían las bendiciones de la eternidad. ¿Qué padre no puede tener
empatía con Abraham cuando ató a su hijo prometido y luego extendió el cuchillo
para derramar su sangre? El dolor debió ser muy agudo, las emociones
desgarradoras, al levantar él su mano para hundir fatalmente el cuchillo. Pero en
ese momento, el ángel de misericordia lo liberó: “No extiendas tu mano sobre el
muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no
me rehusaste tu hijo, tu único” (Génesis 22:12). Entonces Abraham encontró un
carnero trabado en un zarzal para ser el “cordero pascual” en lugar de su hijo; pero
para nuestro Padre Celestial, no hubo ningún carnero trabado en un zarzal, ningún
ángel de la guarda para detener la mano de la muerte. El sacrificio de nuestro
Padre sería todo lo que Abraham enfrentó, y mucho más.
Isaías sabía que no había amor como el de una madre por su hijo al que está
criando. Por lo tanto, preguntó, “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz?” Dicha
posibilidad, por improbable que pudiera ser, la utilizó como medida espiritual para
demostrar que el amor infinito de Dios abarca el amor de una madre y mucho
más: “Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas
de las manos te tengo esculpida” (Isaías 49:15–16). No fuera que hubiese alguna
duda, las marcas de los clavos de la cruz serían un recordatorio tangible de que Su
amor trascendía aun el amor de una madre por su hijo.
Estos ejemplos causan que sondeemos hacia lo más profundo de nuestras
reservas emocionales. Son como unas ventanas hacia lo infinito. Aunque no
podamos comprender plenamente, nos ayudan momentáneamente a contemplar el
inquebrantable amor del Padre y del Hijo.
La doctrina pura de la Expiación
Tal vez el discurso más magistral sobre la Expiación en las escrituras reveladas
fue el que dio el rey Benjamín (véase Mosíah 2–5). En sus propias palabras dijo,
“os he hablado claramente para que podáis entender” (2:40). Con claridad y
concisión, procedió línea a línea, verso a verso con tan convincente lógica y un
testimonio tan intransigente que no pueden ser refutados por la mente ni el
espíritu. Este sermón es un misil espiritual lanzado con precisión de láser al centro
del alma. Es como si los que no están en sintonía espiritual recibieran las
maravillosas verdades expiatorias de forma no diluida, deseando una transfusión
espiritual de doctrina pura. No hay necesidad de colaboración de fuentes externas
ni de evidencias históricas. No hace falta nada de eso porque estos Santos
espiritualmente maduros están listos y ansiosos por recibir la doctrina expiatoria en
su dosis total. Y la reciben.
A continuación, se expone la doctrina de la Expiación de la forma más concisa y
precisa que pueda expresarla. Tal vez cuando estemos espiritualmente preparados
y nuestros alumnos estén espiritualmente listos, podamos, como el rey Benjamín,
dar la dosis total y “llamar al pan pan y al vino vino” de manera que “el que la
predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y
se regocijan juntamente” (DyC 50:22).
La doctrina de la Expiación es la doctrina más celestial y apasionada, y la que más
abre la mente, que este mundo o universo jamás conocerá. Es esta doctrina la que
da vida, aliento y sustancia a cada principio y ordenanza del evangelio. Es la
reserva espiritual que nutre los manantiales de la fe, que provee los poderes
limpiadores hacia las aguas bautismales y que abastece de bálsamo curativo al
alma herida. Es el punto central de la Santa Cena, del templo y de otras
ordenanzas del evangelio. Es el fundamento de roca sobre el cual se basa toda
esperanza en esta vida y en la eternidad.
Por definición, la Expiación es la misión preordenada del Salvador. Es ese amor
mostrado, ese poder manifestado, y ese sufrimiento soportado por Jesucristo en
los tres sitios principales, a saber, el Jardín de Getsemaní, la cruz del Calvario y la
tumba de Arimatea. Es el acto universal de suprema sumisión en el que el
Salvador cedió completamente Su voluntad a la de Su Padre.
La Expiación se hizo necesaria por la Caída de Adán. Lehi escribió, “El Mesías
vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de
la caída” (2 Nefi 2:26). La transgresión de Adán recibió el nombre de “la Caída”
porque Adán y Eva cayeron de la presencia de Dios y, además, cayeron de la
inmortalidad a la mortalidad. Así que, uno de los objetivos principales de la
Expiación fue el de redimir a los hombres y mujeres de las consecuencias
negativas de la Caída. El Salvador hizo esto en parte al morir en la cruz y
consecuentemente traer la Resurrección a todos. Pablo así testificó: “Porque así
como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1
Corintios 15:22). Además, El Salvador sufrió por los pecados de todos, según lo
evidencia el que Él sangrara por todos Sus poros, acto que trajo la condición del
arrepentimiento. A través de Sus azotes, podemos ser sanados. Tan completo es
el proceso de sanación que Isaías enseñó, “Si vuestros pecados fueren como la
grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18).
La Expiación tiene aun otro objetivo; no es sólo para redimirnos (es decir, para
reconciliar la Caída) sino para perfeccionarnos. La Expiación fue diseñada para
hacer más que devolvernos al punto de inicio, más que “hacer borrón y cuenta
nueva”, más que hacernos inocentes. Fue diseñada para proveernos de
investiduras celestiales que nos ayudarían a lograr la perfección como la de Dios.
¿Cómo se logra eso? Por la Expiación, somos limpiados en las aguas del
bautismo. Gracias a esa limpieza, tenemos derecho a recibir el don del Espíritu
Santo; y con ese don, tenemos derecho a los dones del Espíritu (o sea,
conocimiento, paciencia, amor, etc.), cada uno siendo un atributo de la deidad. Así,
al adquirir los dones del Espíritu, posibilitados por el poder limpiador de la
Expiación, adquirimos los atributos de Dios.
Debido a su naturaleza expansiva y comprensiva, se le ha referido a la Expiación,
por algunos profetas del Libro de Mormón, como una “Expiación infinita” (2 Nefi
9:7; 2 Nefi 25:16; Alma 34:10, 12).
Fue infinita en divinidad en tanto que la efectuó el Santo, el hijo Unigénito de Dios,
que poseía todos los atributos divinos de forma inmedible (véase DyC 109:77).
Fue infinita en poder en tanto que el Salvador fue el único que poseía los tres
poderes necesarios para salvarnos y exaltarnos, a saber, el poder de resucitarnos
de los muertos, el poder de redimirnos de nuestros pecados, y el poder para
investirnos con los atributos de Dios (véase Juan 11:25; Alma 12:15; Moroni
10:32–33).
Fue infinita en tiempo, tanto para el futuro como para el pasado (véase Alma 34).
Como lo declaró el rey Benjamín, “quienes creyesen que Cristo habría de venir,
esos mismos recibiesen la remisión de sus pecados [...] aun como si él ya hubiese
venido entre ellos” (Mosíah 3:13).
Fue infinita en cobertura, ya que proveyó la resurrección para todas las cosas
vivientes y, además, la oportunidad de la redención y la perfección para todas las
personas de todos los mundos de los cuales el Salvador fue el creador (véase DyC
76:23–24, 40–43).
Fue infinita en profundidad; no sólo a quiénes cubría sino también lo que cubría. El
Salvador “descendió debajo de todo” (DyC 88:6), queriendo decir que descendió
debajo de todos nuestros pecados para que aun “los más viles pecadores” (Mosíah
28:4) y “los más perdidos de todos los hombres” (Alma 24:11) pudieran ser
redimidos por Su misericordia. Además, Su sacrificio descendió debajo de toda
situación humana, aun la que no esté relacionada con el pecado. Por consiguiente,
Él comprende la soledad de la viuda; Él entiende el agonizante dolor de los padres
cuando los hijos van por mal camino; y Él puede tener empatía con el atroz dolor
del cáncer y todas las demás debilitantes enfermedades del hombre. Por muy
difícil que sea el concebirlo, Él, un hombre perfecto, entiende el rechazo y las
debilidades de los mortales. No existe condición temporal, por muy fea o dantesca
que pueda parecer, que haya escapado de Su alcance. Nadie podrá decir en el
juicio final, “Tú no comprendiste mi situación específica”, porque sí la entiende. Él
“comprende todas las cosas” (Alma 26:35) porque Él “descendió debajo de todo”
(DyC 88:6). No sólo tiene una infinita reserva de poderes redentores, sino que
también tiene una infinita reserva de poderes remediadores. No sólo nos redime de
nuestros peores pecados, sino que también tiene el poder de remediar nuestro
dolor más pequeño o nuestra debilidad más insignificante. Él es el Maestro
Sanador, el Maestro Consejero, el Maestro Consolador. No hay dolor que Él no
pueda aliviar, rechazo que no pueda mitigar, soledad que no pueda consolar, ni
debilidad que no pueda fortalecer. Sea cual sea la aflicción que el mundo nos
cause, Él tiene un remedio con poder sanador superior. Su Expiación es infinita
porque limita y abarca toda condición finita conocida por los mortales.
Su Expiación es infinita en sufrimiento. El Salvador habló de esa terrible y amarga
copa, “padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa
del dolor” (DyC 19:18). Comenzó en Getsemaní, donde en agonía sangró por cada
poro, y concluyó en el Calvario, donde clamó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?” (Mateo 27:46). Lo soportó todo Él solo, toda situación
humana. Sus poderes divinos no fueron un escudo en contra de Su sufrimiento; al
contrario, cuando la cumbre del dolor hubiera detonado el mecanismo de alivio de
la muerte o de la inconsciencia en un simple mortal, el Salvador invocó Sus
poderes divinos, no para inmunizarse a Sí mismo, sino para detener tal mecanismo
de alivio hasta que Él no hubiese sufrido el dolor por todas las personas de todos
los mundos. Sólo entonces pondría Su vida voluntariamente.
Finalmente, Su Expiación fue infinita en amor, tanto el del Padre como el del Hijo.
La mente humana no puede captar plenamente tal amor. Esto es parte de lo
sagrado y bello del evento. Debe ser sentido, no sólo razonado. Algún día
comprenderemos la divina declaración: “Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). Entonces, toda rodilla se doblará y
toda lengua confesará que Jesús es el Cristo.
El Salvador es nuestra única esperanza de salvación y exaltación. No existe
ningún hombre “reserva”, forma alternativa, ni plan de contingencia. Como enseñó
el rey Benjamín, “No se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la
salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor
Omnipotente” (Mosíah 3:17).
En el proceso de Su sacrificio supremo, el Salvador satisfizo toda demanda de la
justicia y ejerció toda partícula de la misericordia. Él pagó el terrible precio, el
infinito precio, para redimirnos y perfeccionarnos. Él es nuestro Salvador, nuestro
Redentor y nuestro ejemplo.
La Expiación en un invernadero espiritual
La doctrina de la Expiación es como una buena semilla plantada en la tierra; sin
embargo, si no se le nutre y enseñe a la semilla en un ambiente de espiritualidad,
gratitud y testimonio, jamás florecerá para el que la contempla. A veces, la manera
en que decimos algo es tan importante como lo que tenemos que decir.
Cuando el Salvador concluyó el Sermón del Monte, “la gente se admiraba de su
doctrina”, y entonces la escrituras nos indican por qué: “porque les enseñaba como
quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28–29). Nefi dio la misma
receta para enseñar eficazmente: “Cuando un hombre habla por el poder del Santo
Espíritu, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres”
(2 Nefi 33:1).
Algunos maestros pueden ser cuidadores de la clase o estar vigilando el reloj
hasta que se acabe la hora; algunos pueden entretener; otros dan información de
datos y hechos; otros son motivadores; y algunos son esos inolvidables maestros
que son catalizadores espirituales, aquellos que hablan con un poder que no sólo
nos motiva momentáneamente a hacer buenas obras, sino que causa
permanentemente un cambio en nuestro corazón. La doctrina de la Expiación
prospera con tal tipo de clima espiritual; es sol y agua en un solo medio. No hay
sustituto para el Espíritu; no hay ninguna otra técnica compensatoria de
enseñanza, pues sólo por el Espíritu puede la doctrina de la Expiación cobrar vida
plena.
Las expresiones de amorosa gratitud aumentan la nutrición de la semilla, derriban
defensas, causan una significativa reflexión y engendran una atmósfera de
humildad y receptividad a la verdad. ¿Quién puede escuchar las conmovedoras
palabras de gratitud expresadas por el élder McConkie en su sermón de despedida
y no sentir algún tipo de relación con el Salvador y eterna gratitud por Su
incomparable sacrificio: “Yo soy uno de Sus testigos, y dentro de poco sentiré las
marcas de los clavos en sus manos y en Sus pies y mojaré Sus pies con mis
lágrimas” [8]
Una y otra vez, a la doctrina de la Expiación la acompaña el poder del testimonio.
Amulek valientemente declaró: “He aquí, os digo que yo sé que Cristo vendrá entre
los hijos de los hombres para tomar sobre sí las transgresiones de su pueblo, y
que expiará los pecados del mundo, porque el Señor Dios lo ha dicho” (Alma 34:8).
Sin embargo, en ninguna parte es más poderoso el testimonio que el expresado
por el mismo Salvador: “He bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y
he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual me
he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio” (3 Nefi
11:11). Testimonios como estos causan fuego en nuestros huesos, causan que
tiemble nuestro espíritu, y dejan grabada la palabra de Dios en nuestro corazón.
En un ambiente como el anteriormente indicado, los profetas han lanzado desafíos
que cambian la vida. Fue Jacob quien dio el poderoso desafío: “¿Por qué no hablar
de la expiación de Cristo, y lograr un perfecto conocimiento de él, así como el
conocimiento de una resurrección y del mundo venidero?” (Jacob 4:12). Al dar el
rey Benjamín su ultimo sermón, dijo a sus oyentes: “Si creéis toda estas cosas,
mirad que las hagáis” (Mosíah 4:10). La respuesta de sus “alumnos espirituales”
fue milagrosa. Se regocijaron “con un gozo tan sumamente grande” y prometieron
“estamos dispuestos a concertar un convenio con nuestro Dios de hacer su
voluntad y ser obedientes a sus mandamientos [...] todo el resto de nuestros días”
(Mosíah 5:4–5). ¿Qué más podría desear un maestro?
Espíritu, gratitud, testimonio y desafío son los agentes nutrientes del invernadero
espiritual que permiten que la doctrina de la Expiación prospere y florezca con
radiante belleza. Para enseñar esta doctrina, se requiere lo más alto y lo mejor de
nosotros—nuestros poderes más creativos, nuestro espíritu más sumiso y nuestras
mejores facultades intelectuales—pues, en verdad, es la doctrina más profunda y
conmovedora que jamás tendremos el privilegio de enseñar.
Notas
[1] Este ensayo es un resumen y reflexión del libro del autor, The Infinite
Atonement (Salt Lake City: Deseret Book, 2000).
[2] Bruce R. McConkie, “The Purifying Power of Gethsemane,” Ensign, May 1985,
9.
[3] Robert L. Millet, “Foreword,” en Tad R. Callister, The Infinite Atonement (Salt
Lake City: Deseret Book, 2000), ix.
[4] Ezra Taft Benson, A Witness and a Warning (Salt Lake City: Deseret Book,
1988), 33.
[5] Bruce R. McConkie, A New Witness for the Articles of Faith (Salt Lake City:
Deseret Book, 1985), 467.
[6] C. S. Lewis, Mero Cristianismo (Madrid: Ediciones RIALP, S.A., 2005), 160.
[7] Ezra Taft Benson, A Witness and a Warning (Salt Lake City: Deseret Book,
1988), 18.
[8] McConkie, “The Purifying Power of Gethsemane,” 10.
Los propósitos exactos del Libro de Mormón
Jay E. Jensen
Desde que era estudiante de primaria y secundaria, aprendí a leer buenos libros.
Estoy seguro que mucha de mi motivación vino de mi madre. En mi casa siempre
hubo buenos libros. También estaba la biblioteca pública. Los sábados era el día
de las compras, y Mamá recorría en automóvil la corta distancia entre Mapleton y
Springville, Utah, para hacer la compra semanal de comestibles. La biblioteca de la
ciudad estaba a una cuadra de la tienda, y con frecuencia me la pasaba leyendo
en la biblioteca en vez de ir tras de ella por los pasillos de la tienda, que para mí
era aburrido.
De alguna forma, durante todos esos primeros años de lectura, no aprendí la
importancia de leer los prefacios o las introducciones de los libros, y estoy seguro
que fue culpa mía y no de mis maestros. Tiempo después, ya en la universidad,
aprendí que leer los prefacios es una de las cosas más importantes que se deben
hacer, porque aprendí que en ellos el autor declara los propósitos, o las
intenciones e información importante que sirven de antecedente para el texto.
La declaración de Moroni en la portada sobre los propósitos
del Libro de Mormón
Leer y entender las introducciones y los propósitos declarados de los cuatro libros
canónicos no es excepción; esta práctica es particularmente verídica para el Libro
de Mormón.
Algo exclusivo de este libro de escrituras son las dos introducciones importantes:
(1) la portada, escrita por Moroni, y (2) la introducción, escrita bajo la dirección de
la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce. Las otras tres partes de la
introducción del Libro de Mormón —El Testimonio de los Tres Testigos, El
Testimonio de los Ocho Testigos, El Testimonio del Profeta José Smith, y Una
breve explicación acerca del Libro de Mormón— también son importantes por la
información del contexto y los antecedentes que nos proporcionan, pero no porque
sean declaraciones de la intención.
Moroni indica los propósitos exactos del Libro de Mormón en la portada: “lo cual
sirve para mostrar al resto de la Casa de Israel
1. “cuán grandes cosas el Señor ha hecho por sus padres; y
2. “para que conozcan los convenios del Señor y sepan que no son ellos
desechados para siempre—Y también
3. “para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que
se manifiesta a sí mismo a todas las naciones”.
A esta lista le podemos agregar las últimás palabras de Moroni en la portada,
“Para que aparezcáis sin mancha ante el tribunal de Cristo”, que es una parte vital
del propósito del Libro de Mormón.
Un ejercicio de estudio que vale la pena hacer consiste en tomar tres hojas de
papel y en cada una de ellas escribir uno de los propósitos, y entonces empezar el
estudio cuidadoso del Libro de Mormón, escribiendo las referencias de las
escrituras que apoyen cada propósito. Mis propios esfuerzos mostraron que la lista
más larga de escrituras es la del tercer propósito, lo cual confirma la verdad de que
el Libro de Mormón es el libro más centrado en Cristo que jamás se haya escrito y
verdaderamente “Otro Testamento de Jesucristo”.
En los primeros dos propósitos declarados, “cuán grandes cosas el Señor ha
hecho por sus padres” y “para que conozcan los convenios del Señor”, Moroni
estableció claramente que los pueblos del Libro de Mormón son israelitas y
herederos de las promesas hechas a los padres. El término padres a que se hace
referencia en la primera declaración se puede referir a los linajes ancestrales y a
todos los grandes profetas y patriarcas del Antiguo Testamento, pero con bastante
frecuencia los padres son los tres grandes patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, con
quienes hizo convenios el Señor. De esta forma, la primera declaración nos lleva a
la segunda, “para que conozcan los convenios del Señor” . [1]

Nefi es el principal escritor y autor de las planchas menores, y Mormón y Moroni


son los principales compiladores y escritores de las planchas mayores. Estos tres
escritores fueron muy claros al explicar sus propósitos para escribir, todos los
cuales son, por lo general, relacionados a los que se encuentran en la portada del
Libro de Mormón; pero, como veremos más adelante, probablemente fue Nefi
quien empezó los temas básicos que ayudaron a los otros escritores y
compiladores con sus enfoques, lo que resultó en la portada que conocemos hoy
en día.
Los propósitos de Nefi al escribir
Las planchas menores son tan importantes, y en especial los escritos de Nefi, que
el Señor declaró: “He aquí, hay muchas cosas grabadas en las planchas de
Nefi que dan mayor claridad a mi evangelio” (DyC 10:45; énfasis agregado). Esta
mayor claridad aparece muy pronto en 1 Nefi. De hecho, mientras más leo,
estudio, medito en y oro acerca del Libro de Mormón, más convencido estoy de
que Lehi y Nefi fijaron los temas doctrinales para todos los demás escritores. Si
esto es así, entonces las planchas menores de Nefi (1 y 2 Nefi, Jacob, Enós,
Jarom y Omni) son el prefacio para todas las 642 páginas (edición en español).
Quizás se pueda decir que esos temas se establecieron en el sueño y visión de
Lehi (véanse 1 Nefi 8, 10) y en la subsiguiente visión de Nefi sobre lo mismo
(véase 1 Nefi 11–14). También, es importante incluír los comentarios de Nefi sobre
la visión o sueño de Lehi que se encuentran en el capítulo 15. En resúmen, 1 Nefi
capítulos 8 al 15 inclusive forman el prefacio más completo para todo el Libro de
Mormón, y todo lo que sigue en ese libro magnífico emana de y está en armonía
con esos ocho capítulos [2].
En estos primeros capítulos, Lehi y Nefi se enfocan en los convenios, en el
Mesías, en el recogimiento de Israel, en los gentiles y en la Restauración, pero son
los comentarios de Nefi sobre esos temas lo que establece la centralidad de los
temas que Moroni delineó en la portada. Para mí, 1 Nefi 15 es uno de los capítulos
más importantes de todo el Libro de Mormón. El escenario es que Lamán y Lemuel
no habían entendido las palabras de Lehi “concernientes a las ramás naturales del
olivo, y también con respecto a los gentiles” (1 Nefi 15:7). Nefi les contestó al
enseñarles acerca de Israel y su dispersión y su subsecuente recogimiento en los
últimos días, lo que empezaría con la salida a luz del Libro de Mormón, el cual, dijo
él, contiene la plenitud del evangelio y “vendrá a los gentiles; y de los gentiles
vendrá al resto de nuestra posteridad” (1 Nefi 15:13). Como resultado del Libro de
Mormón, el resto de su posteridad y toda la casa de Israel podrían saber:
1. “que son de la casa de Israel, y
2. “que son del pueblo del convenio del Señor ; y
3. “entonces sabrán y llegarán al conocimiento de sus antepasados, y también
4. “al conocimiento del evangelio de su Redentor, que él ministró a sus padres. Por
tanto,
5. “llegarán al conocimiento de su Redentor y de los principios exactos de su
doctrina, para que sepan cómo venir a él y ser salvos” (1 Nefi 15:14).
Quienes obtengan este conocimiento se regocijarán y vendrán al rebaño verdadero
de Dios y serán injertados al olivo verdadero (véase 1 Nefi 15:15–16). Ser
injertados significa, según la definición de las escrituras, llegar al “conocimiento del
verdadero Mesías, su Señor y su Redentor” (1 Nefi 10:14). Cuando las personas
llegan a este conocimiento y son injertadas, vemos el gran cumplimiento de las
promesas hechas a Abraham, “indicando el convenio que se ha de cumplir en los
postreros días, convenio que el Señor hizo con nuestro padre Abraham, diciendo:
En tu posteridad serán benditas todas las familias de la tierra” (1 Nefi 15:18).
Las familias de que se habla se convertirán a través del poder del Espíritu cuando
lean, mediten y oren en cuanto al Libro de Mormón, y serán guiados hasta el santo
templo, en donde las familias son selladas en cumplimiento de las promesas
hechas a Abraham.
Todos los demás escritores y profetas del Libro de Mormón recibieron revelaciones
del Espíritu Santo, de mensajeros celestiales y del Salvador mismo que amplían y
construyen sobre la base de las simples y profundas verdades que Lehi y Nefi
recibieron por revelación. Esta revelación muestra que Jesucristo “es siempre el
mismo ayer, hoy y para siempre; y la vía ha sido preparada para todos los
hombres desde la fundación del mundo, si es que se arrepienten y vienen a él” (1
Nefi 10:18).
Nefi concluyó su parte de las planchas enseñándonos los efectos que él esperaba
que tuvieran sus escritos; y para mayor énfasis, yo los identifico en forma de lista
junto con esta declaración introductoria de Nefi: “Y las palabras que he escrito en
debilidad serán hechas fuertes para ellos; pues
1. “los persuaden a hacer el bien;
2. “les hacen saber acerca de sus padres;
3. “y hablan de Jesús, y los persuaden a creer en él y a perseverar hasta el fin, que
es la vida eterna.
4. “Y hablan ásperamente contra el pecado” (2 Nefi 33:4–5).
Nefi describe otros propósitos del Libro de Mormón.
Aparte de los propósitos declarados que ya hemos comentado hasta ahora, Nefi
también compartió pensamientos y sentimientos conmovedores acerca de lo que
esperaba que sus escritos lograran. Por ejemplo, Nefi incluyó los escritos de Isaías
con la esperanza de que las aplicáramos y que tal vez “los persuada [a nosotros
en éstos últimos días] a que se acuerden” de Cristo y “... creyeran en el Señor su
Redentor...”. (1 Nefi 19:18, 23). Además, al hablar de las planchas de bronce, Nefi
testificó que si las aplicamos a nosotros mismos, sabremos que “son verdaderas; y
testifican que el hombre debe ser obediente a los mandamientos de Dios” (1 Nefi
22:30).
Lo que Nefi entendía de estas cosas, los escritos en las planchas menores, está
bien expresado en su interpretación del sueño de su padre, y podemos leer entre
líneas para distinguir sus profundos sentimientos: “y les dije que [la barra de hierro]
era la palabra de Dios; y que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran
a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos
del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:24).
En el así llamado Salmo de Nefi, podemos vislumbrar sus sentimientos acerca de
las planchas: “Y sobre éstas escribo las cosas de mi alma [...] Porque mi alma se
deleita en las Escrituras, y mi corazón las medita, y las escribo para la instrucción y
el beneficio de mis hijos. He aquí, mi alma se deleita en la cosas del Señor, y mi
corazón medita continuamente en las cosas que he visto y oído” (2 Nefi 4:15–16).
Después de que Nefi había incluído los escritos de Isaías, y sus comentarios y sus
profecías sobre los mismos, dijo que estaba satisfecho con la excepción “de unas
pocas palabras que debo hablar acerca de la doctrina de Cristo” (2 Nefi 31:2). A
continuación de esa declaración él escribió acerca de lo que el Señor le había
mostrado, quizás como parte de la visión descrita en 1 Nefi 11–14, acerca del
Salvador, Su bautismo y por qué debemos seguirlo y mantenernos en la senda que
Él marcó (véase 2 Nefi 31; compárese con el sueño de Lehi en 1 Nefi 8). Entonces
Nefi dio primero lo que yo llamo una proposición de si-entonces concernientes a
las palabras de Cristo: “Si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo,
y perseveráis hasta el fin, he aquí, [entonces] así dice el Padre: Tendréis la vida
eterna” (2 Nefi 31:20; énfasis agregado). A esta fuerte invitación le sigue este
mandato: “Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de
Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).
Finalmente, cerró su parte de las planchas menores diciendo, “Mas yo, Nefi, he
escrito lo que he escrito; y lo estimo de gran valor” (2 Nefi 33:3). A él se le mandó
que escribiera estas cosas, sabiendo que son las palabras de Cristo y que
nosotros y Nefi “nos veremos cara a cara” y seremos juzgados de acuerdo con lo
que hayamos hecho con las palabras que él escribió, porque nos condenarán o
nos bendecirán con vida eterna (2 Nefi 33:11–15).
Declaración de Jacob sobre el propósito
Jacob se adhirió a la intención establecida por Nefi y al enfoque importante en los
temas de lo que el Señor había hecho por sus padres, que Israel conozca los
convenios del Señor y convencer al judío y al gentil que Jesús es el Cristo. Éstos
se encuentran en 2 Nefi 6–10, especialmente en los capítulos 9 y 10, y en Jacob
desde el capítulo 1 hasta el 6. En la siguiente declaración significativa del
propósito, Jacob expresó su esperanza para lo que había escrito: “y obramos
diligentemente para grabar estas palabras sobre planchas, esperando que
nuestros amados hermanos y nuestros hijos las reciban con corazones
agradecidos, y las consideren para que sepan con gozo, no con pesar, ni con
desprecio, lo que atañe a sus primeros padres. Porque hemos escrito estas cosas
para este fin, que sepan que nosotros sabíamos de Cristo y teníamos la esperanza
de su gloria muchos siglos antes de su venida, y no solamente teníamos nosotros
una esperanza de su gloria, sino también todos los santos profetas que vivieron
antes que nosotros” (Jacob 4:3–4).
Después de esta declaración precisa de un propósito viene una ilustración del
mismo: la magnífica alegoría en el capítulo 5 de Jacob y con su resumen de esa
alegoría en el capítulo 6, específicamente que Dios recordará a la casa de Israel y
Sus convenios con ellos. Les dice, “os suplico [...] que os arrepintáis y vengáis con
íntegro propósito de corazón, y os alleguéis a Dios” y a les exhorta a que no
rechacen “todas las palabras que se han hablado en cuanto a Cristo” (Jacob 6:5,
8), las cuales él y Nefi habían sido muy cuidadosos en escribir y preservar.
Cumplimiento en el libro de Alma de los propósitos de los
escritores
En el compendio de las enseñanzas y experiencias de Alma preparado por
Mormón, el siguiente resumen de lo que las planchas habían logrado hasta
entonces ilustra el cumplimiento de su propósito. Si cambiamos el tiempo del verbo
del pasado al presente o al futuro, estas verdades también se pueden considerar
como declaraciones de propósito.
“Y hasta aquí ha sido según la sabiduría de Dios que estas cosas [los escritos en
las planchas] sean preservadas; pues he aquí, han
1. “ensanchado la memoria de este pueblo, sí, y
2. “han convencido a muchos del error de sus caminos, y
3. “los han traído al conocimiento de su Dios para la salvación de sus almás.
4. “Sí, te digo que si no hubiese sido por estas cosas que estos anales contienen,
las cuales están sobre estas planchas, Ammón y sus hermanos no habrían podido
convencer a tantos miles de los lamanitas de las tradiciones erróneas de sus
padres; sí, estos anales y sus palabras los llevaron al arrepentimiento, es decir, los
llevaron al conocimiento del Señor su Dios, y a regocijarse en Jesucristo su
Redentor” (Alma 37:8–9).
Esta obra de trascendencia divina ofrece un testimonio convincente de que Jesús
es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todo aquel que se
arrepiente y viene a Él, en especial a la descendencia de Lehi, a quienes el Señor
ama como Su pueblo del convenio e hijos de Israel.
Una declaración en Doctrina y Convenios sobre el
propósito
En una revelación al Profeta José Smith en 1828, aparece la siguiente declaración.
Nótese cómo se parece a la portada y a las visiones de Lehi y Nefi. Otra vez, yo
enfatizo las palabras introductorias que establecen la intención:
“Y para este propósito mismo se preservan estas planchas que contienen esta
historia...
1. “a fin de que se cumplan las promesas del Señor a su pueblo; y
2. “para que los lamanitas lleguen al conocimiento de sus padres, y
3. “sepan de las promesas del Señor , y
4. “crean en el evangelio y tengan confianza en los méritos de Jesucristo, y sean
glorificados por medio de la fe en su nombre, y
5. “se salven mediante su arrepentimiento” (DyC 3:19–20; énfasis agregado).
Una declaración del propósito en el Libro de Eter
Cuando Moroni incluyó su compendio de las planchas de Eter, insertó esta breve
declaración del propósito:
“Por lo tanto, se me manda a mí, Moroni, escribir estas cosas,
1. “para que sea destruído el mal, y
2. “llegue el tiempo en que Satanás no tenga más poder en el corazón de los hijos
de los hombres,
3. “sino que sean persuadidos a hacer el bien constantemente,
4. “a fin de que vengan a la fuente de toda rectitud y sean salvos” (Eter 8:26;
énfasis agregado).
Nótese la forma en que el cuarto propósito se asemeja a las palabras establecidas
por Lehi y Nefi en su sueño del árbol de la vida, como ilustra el uso en ambos
pasajes de la metáfora de venir a la fuente de toda rectitud y ser salvos (véanse 1
Nefi 8:15–16, 30; 11:25).
Comparación entre las declaraciones de Mormón y Moroni
sobre el propósito
Los hijos aprenden de sus padres tanto en palabras como en hechos.
Seguramente Moroni aprendió mucho de su padre Mormón, lo cual se puede ver al
comparar tres declaraciones del propósito. Dos son de Mormón, y la portada fue
escrita por Moroni.
Nótese el énfasis en el tribunal de Cristo en Mormón 3 y en la portada y, según se
indicó antes, el papel del Libro de Mormón para ayudarnos a prepararnos para el juicio.
Declaración de Moroni Declaración n.  1 de
o
Declaración n.  2 de
o

sobre el propósito Mormón Mormón


(Portada) sobre el propósito sobre el propósito
(Mormón 3:17–22) (Mormón 5:12, 14–15)
Escrito a los lamanitas, Por tanto, os escribo a Y se escriben estas cosas
quienes son un resto de la vosotros, gentiles, y para el resto de la casa de
casa de Israel, y también a también a vosotros, casa de Jacob (12)
los judíos y a los gentiles. Israel (17) Y he aquí, irán a los
Sí, he aquí, escribo a todos incrédulos entre los judíos
los extremos de la tierra (14)
(18)
Y escribo también al resto
de este pueblo (19)
…Por lo tanto, os escribo a
todos vosotros (20)
Lo cual sirve para mostrar   …para que el Padre realice,
al resto de la casa de Israel por medio de su muy
cuán grandes cosas el Amado, su grande y eterno
Señor ha hecho por sus propósito de restaurar a los
padres; y para que judíos, o sea, a toda la casa
conozcan los convenios del de Israel, a la tierra de su
Señor y sepan que no son herencia, que el Señor su
ellos desechados para Dios les ha dado, para el
siempre. cumplimiento de su
convenio (14)
Y también para convencer Y también para que creáis …E irán con este fin: que
al judío y al gentil de que en el evangelio de sean convencidos de que
Jesús es el Cristo, el Eterno Jesucristo que tendréis Jesús es el Cristo, el Hijo
Dios, que se manifiesta a sí entre vosotros; y también del Dios viviente (14)
mismo a todas las para que los judíos, el Y también para que la
naciones. pueblo del convenio del posteridad de este pueblo
Señor, tengan otro crea más plenamente su
testamento, aparte de aquel evangelio (15)
a quien vieron y oyeron, de
que Jesús, a quien mataron,
era el verdadero Cristo y el
verdadero Dios (21)
Por tanto, no condenéis las …Y por esta razón os  
cosas de Dios, para que escribo, para que sepáis
aparezcáis sin mancha ante que todos tendréis que
el tribunal de Cristo. comparecer ante el tribunal
de Cristo [...] y debéis
presentaros para ser
juzgados por vuestras
obras, ya sean buenas o
malas (20)
Y si tan sólo pudiera
persuadiros a todos
vosotros, extremos de la
tierra, a que os
arrepintieseis y os
preparaseis para
comparecer ante el tribunal
de Cristo (22)
Declaración final de Mormón sobre el propósito
Como se puede ver en las comparaciones de arriba (Mormón 3:17–22; Mormón
5:12, 14–15; y la portada), Mormón entendió claramente el propósito que se
buscaba con el Libro de Mormón. Si vemos la cronología de los escritos de
Mormón, aparece que Mormón capítulo 7 es su mensaje final. (Moroni concluyó las
planchas e incluyó dos cartas de su padre, Moroni 8 y 9, que probablemente
fueron escritas más temprano en su ministerio, lo cual hace que Mormón 7 sea su
último mensaje escrito en las planchas). La esperanza y el consejo finales de
Mormón son que el resto de su pueblo del Libro de Mormón sepa lo siguiente:
1. Las cosas de sus padres (versículo 1)
2. Que son de la casa de Israel (versículo 2)
3. Qué cosas deben hacer para ser salvos (versículos 3–4)
4. Que deben llegar al conocimiento de sus padres (versículo 5)
5. Que deben creer en Jesucristo y en Su misión, en la Expiación y en la
Resurrección y que habrá un juicio final (versículos 5–6)
6. Que quienes crean en el Libro de Mormón creerán en la Biblia y viceversa
(versículo 9)
7. Que son la posteridad de Jacob (Israel) y que si creen en Jesucristo, se
arrepienten, se bautizan y reciben el Espíritu Santo, les irá bien en el día del juicio
(versículo 10)
Declaraciones finales de Moroni sobre el propósito
Moroni recibió los registros de su padre Mormón, y luego añadió sus palabras
(véanse Mormón 8–9, Moroni 1–10 y partes de Eter). Moroni dijo, “mi padre ha
preparado estos anales, y ha escrito el objeto de ellos” (Mormón 8:5; véanse
también 3:20–22; 5:4–15; y 7). Moroni resumió el propósito de su padre al decir
que él esperaba que el registro ayudara a que sus escritores. “Y se escriben estas
cosas para que limpiemos nuestros vestidos de la sangre de nuestros hermanos”
(Mormón 9:35). También fue para que dichos hermanos pudieran ser restaurados
al conocimiento de Jesucristo y para que Dios, el Padre “se acuerde del convenio
que ha hecho con la casa de Israel” (Mormón 9:37).
Continúo maravillándome con los paralelismos exactos que se hallan en las
declaraciones de los propósitos, todos ellos resumidos tan hermosamente en la
portada del Libro de Mormón.
Además de la portada, el último capítulo del Libro de Mormón, Moroni 10, contiene
ocho verdades concernientes a todos estos propósitos declarados. Cada una
empieza con una exhortación.
1. “He aquí, quisiera exhortaros a que [...] recordéis cuán misericordioso ha sido el
Señor [...] y que lo meditéis en vuestros corazones” (versículo 3).
2. “Quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de
Cristo, si no son verdaderas estas cosas” (versículo 4).
3. “Quisiera exhortaros a que no neguéis el poder de Dios” (versículo 7).
4. “Os exhorto, hermanos míos, a que no neguéis los dones de Dios” (versículo 8).
5. “Y quisiera exhortaros [...] a que tengáis presente que toda buena dádiva viene
de Cristo” (versículo 18).
6. “Y quisiera exhortaros [...] a que recordéis que él es el mismo ayer, hoy y para
siempre” (versículo 19).
7. “Y os exhorto a que recordéis estas cosas” (versículo 27).
8. “Quisiera exhortaros a que vinieseis a Cristo” (versículo 30).
Las dos últimás exhortaciones se enfocan en “estas cosas” y en Jesucristo. “Estas
cosas” se refiere a los registros escritos, y las exhortaciones de Moroni son iguales
a las de Nefi: habrá un juicio final y veremos a Nefi y a Moroni para rendir cuentas
concerniente a lo que hemos hecho con estos registros (véase 2 Nefi 33:10–15).
Finalmente, Moroni nos invita a venir a Cristo y ser perfeccionados en Él (véase
Moroni 10:30, 32). Así terminan las planchas mayores, con esta emocionante
invitación enfocada en Cristo.
Pero ¿qué hay acerca del fin de las planchas menores? No es de sorprender que
las planchas menores, esos escritos sublimes que Nefi empezó y que Amalekí
terminó, sean semejantes a las exhortaciones de Moroni:
“…Le entregaré, por tanto, estas planchas, exhortando a todos los
hombres a que vengan a Dios, el Santo de Israel, y crean en la
profecía y en revelaciones y en la ministración de ángeles, en el
don de hablar en lenguas, en el don de interpretación de lenguas, y en todas
las cosas que son buenas; porque nada hay, que sea bueno, que no
venga del Señor; y lo que es malo viene del diablo.
Y ahora bien, mis amados hermanos, quisiera que viniéseis a Cristo,
el cual es el Santo de Israel, y participaseis de su salvación y del
poder de su redención. Sí, venid a él y ofrecedle vuestras almás
enteras como ofrenda, y continuad ayunando y orando, y perseverad
hasta el fin; y así como vive el Señor, seréis salvos. (Omni 1:25–26;
énfasis agregado)
El Profeta José Smith tradujo las planchas menores y mayores por el don y el
poder de Dios y declaró al mundo “que el Libro de Mormón era el más correcto de
todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hombre se
acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro” [3].
Esta franca declaración adquiere mayor significado cuando se le compara con los
propósitos declarados del Libro de Mormón.
7 Intellectual Reserve, Inc.
Notas
---
[1] Un resumen de los convenios que Dios hizo con Abraham es que Jesucristo
nacería en el linaje de Abraham, que la posteridad de Abraham sería tan numerosa
como las estrellas o la arena en las playas del mar, y que su posteridad bendeciría
a todas las naciones y, finalmente, que heredarían la tierra. (véase Génesis 17; 22;
Abraham 2:6–11; la Guía de Estudio de las Escrituras en “Abraham” y “Abraham,
Convenio de”, páginas 6–7
[2] Véase el excelente artículo escrito por Andrew C. Skinner, “The Foundational
Doctrine of 1 Nephi 11–14”, [La Doctrina Fundamental de 1 Nefi 11–14]
en Religious Educator [El Educador de Religión] 2, núm. 2 (2001): páginas 139–
155.
[3] José Smith, History of the Church of Jesus Christ of Latter Day Saints [La
Historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días] editado por
B. H. Roberts, 2a, ed. rev. (Salt Lake City: Deseret Book, 1957), 4:461.
Buscar conocimiento por la fe
David A. Bednar
Este discurso fue transmitido a los educadores de religión del Sistema Educativo
de la Iglesia el 3 de febrero de 2006.
Expreso mi amor por ustedes y les transmito la gratitud de los Doce y de la
Primera Presidencia por la recta influencia que ejercen en los jóvenes de la Iglesia
en todo el mundo. Gracias por bendecir y fortalecer a la nueva generación. Ruego
que el Espíritu Santo nos bendiga y edifique durante este momento especial que
pasaremos juntos.
Principios inseparables: Predicar por el Espíritu y aprender
por la fe
En las escrituras se nos amonesta repetidas veces a predicar las verdades del
evangelio por el poder del Espíritu (véase DyC 50:14). Creo que la mayoría de
nosotros que somos padres y maestros en la Iglesia somos conscientes de este
principio y por lo general nos esforzamos correctamente por llevarlo a la práctica.
Sin embargo, y sin restarle importancia, este principio no es más que otro
elemento de un modelo espiritual mayor. Se nos enseña con frecuencia que
debemos buscar conocimiento por la fe (véase DyC 88:118). Predicar por el
Espíritu y aprender por la fe son principios inseparables que debemos llegar a
entender y vivir simultánea y sistemáticamente.
Me temo que recalcamos y sabemos mucho más sobre ser un maestro que
enseña por el Espíritu que ser un alumno que aprende por la fe. Obviamente, los
principios y procesos de la enseñanza y el aprendizaje son espiritualmente
esenciales; sin embargo, al vislumbrar el futuro y prever el mundo cada vez más
confuso y atribulado en el que nos tocará vivir, creo que resultará esencial que
todos aumentemos nuestra capacidad de buscar conocimiento por la fe. En
nuestro diario vivir, en nuestras familias y en la Iglesia podemos recibir, y
recibiremos, las bendiciones de la fortaleza, la dirección y la protección espirituales
mientras con fe procuramos obtener y poner en práctica el conocimiento espiritual.
Nefi nos enseña: “Cuando un hombre habla por el poder del Santo Espíritu, el
poder del Espíritu Santo [...] lleva [el mensaje] al corazón de los hijos de los
hombres” (2 Nefi 33:1). Fíjense en que el Espíritu lleva el mensaje al corazón, pero
no lo introduce necesariamente en su interior. Un maestro puede explicar,
demostrar, persuadir y testificar con poder y eficacia espirituales; sin embargo, el
contenido de un mensaje y el testimonio del Espíritu Santo penetran el corazón
sólo cuando lo permite el receptor.
Hermanos y hermanas, aprender por la fe abre el camino que conduce al
interior del corazón. Esta noche nos centraremos en la responsabilidad personal
que tiene cada uno de nosotros de buscar conocimiento por la fe (véase DyC
88:118) y consideraremos las implicaciones que este principio tiene para nosotros
los que somos maestros.
El principio de acción: Fe en el Señor Jesucristo
El apóstol Pablo definió la fe como la certeza de lo que se espera, la convicción de
lo que no se ve (Hebreos 11:1). Alma declaró que la fe no es un conocimiento
perfecto, sino una esperanza en cosas que no se ven y que son verdaderas (Alma
32:21). Además, en Lectures on Faith [Discursos sobre la fe] aprendemos que la fe
es “el primer principio de la religión revelada y el cimiento de toda rectitud” y
también es “el principio de acción en todos los seres inteligentes.” [1]
Las enseñanzas de Pablo, Alma y Lectures on Faith resaltan tres componentes
básicos de la fe: (1) la fe es la certeza de cosas que se esperan y que son
verdaderas, (2) es la convicción de lo que no se ve y (3) es el principio
de acción en todos los seres inteligentes. Describo estos tres componentes de la fe
en el Salvador como la representación simultánea de mirar hacia el futuro,
contemplar el pasado y actuar en el presente.
La fe es la certeza de lo que se espera, ya que mira hacia el futuro. Esta certeza
se basa en la correcta comprensión de la confianza en Dios y de cómo ponerla en
práctica, y nos permite “[marchar] adelante” (2 Nefi 31:20) en situaciones inciertas
y a menudo complejas al servicio del Salvador. Por ejemplo, Nefi confió
precisamente en este tipo de certeza espiritual en cuanto al futuro cuando regresó
a Jerusalén para obtener las planchas de bronce, “sin saber de antemano lo que
tendría que hacer. No obstante, [siguió] adelante” (1 Nefi 4:6–7).
La fe en Cristo está intrínsecamente ligada a la esperanza en Cristo por nuestra
redención y exaltación, y es fruto de ella. La certeza y la esperanza nos permiten
caminar hasta el borde de la luz y dar unos pasitos en la oscuridad, esperando y
confiando en que la luz avance e ilumine el camino. [2] La combinación de certeza
y esperanza inicia la acción en el presente.
La fe, en calidad de convicción de lo que no se ve, mira hacia el pasado y confirma
nuestra confianza en Dios y en la veracidad de lo que no se ve. Nos adentramos
en esta oscuridad con certeza y esperanza, y recibimos convicción y confirmación
según avanzaba la luz y nos brindaba la iluminación que necesitábamos. El
testimonio recibido tras la prueba de nuestra fe (véase Éter 12:6) es una
convicción que incrementa y fortalece nuestra certeza.
La certeza, la acción y la convicción se influyen mutuamente en un proceso
continuo como una espiral que asciende y se expande. Estos tres elementos de la
fe—la certeza, la acción y la convicción—no están separados y aislados, sino que
se interrelacionan y forman parte de un ciclo continuo y ascendente. La fe que
alimenta este proceso se desarrolla, evoluciona y cambia. Al volvernos hacia un
futuro incierto, la certeza nos conduce a la acción y produce convicción, con lo que
aumenta la certeza. Nuestra confianza se fortalece, línea por línea, precepto por
precepto, un poco aquí y un poco allí.
Hallamos un poderoso ejemplo de la interacción que hay entre la certeza, la acción
y la convicción cuando los hijos de Israel transportaban el arca del convenio bajo el
liderazgo de Josué (véase Josué 3:7–17). Recuerden que los israelitas llegaron al
Río Jordán y se les prometió que éste se dividiría o que sus aguas se
“[detendrían] como en un muro” (Josué 3:13) y que serían capaces de cruzarlo por
tierra seca. Curiosamente, las aguas no se dividieron cuando los hijos de Israel
llegaron a la ribera del río y se quedaron aguardando a que sucediera algo; más
bien, las plantas de sus pies estaban mojadas antes de que se dividieran las
aguas. La fe de los israelitas se manifestó en el hecho de que entraron en las
aguas antes de que se dividieran. Se adentraron en el Jordán con una certeza
futura en aquello que esperaban. En cuanto avanzaron, las aguas se dividieron, y
tras cruzar por tierra seca, volvieron la vista atrás y contemplaron la convicción de
lo que no se veía. En este episodio, la fe como certeza conduce a la acción y
produce la convicción de lo que no se veía pero era verdadero.
La fe verdadera se centra en el Señor Jesucristo y siempre conduce a la acción. La
fe como principio de acción protagoniza muchos pasajes de las Escrituras que nos
son familiares:
“Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras
está muerta” (Santiago 2:26; cursiva agregada).
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22;
cursiva agregada).
“Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con
mis palabras, y ejercitáis un poco de fe” (Alma 32:27; cursiva agregada).
La fe como principio de acción es vital para el proceso de aprender y aplicar la
verdad espiritual.
Aprender por la fe: Cosas que actúan y cosas sobre las que
se actúa
¿Cómo se relaciona la fe como principio de acción en todos los seres inteligentes
con el aprendizaje del evangelio? Y ¿qué se entiende por ‘buscar conocimiento por
la fe’?
En la gran división de todas las creaciones de Dios, existen cosas que actúan y
cosas sobre las que se actúa (véase 2 Nefi 2:13–14). Como hijos e hijas de
nuestro Padre Celestial, hemos sido bendecidos con el don del albedrío, que es la
capacidad y el poder de obrar con independencia. Al estar investidos del albedrío,
somos agentes, por lo que debemos actuar y no sólo dejar que se actúe sobre
nosotros, en especial cuando procuramos recibir y aplicar conocimiento espiritual.
Aprender por la fe y aprender de la experiencia son dos de las características
fundamentales del plan de felicidad de nuestro Padre. El Salvador protegió el
albedrío moral mediante la Expiación y nos permitió obrar y aprender por la fe. La
rebelión de Lucifer contra el plan trató de destruir el albedrío del hombre a fin de
que se actuara sobre nosotros, los que estamos aprendiendo.
Consideren la pregunta planteada por nuestro Padre Celestial a Adán en el jardín
de Edén: “¿Dónde estás?” (Génesis 3:9). Obviamente, el Padre sabía dónde se
ocultaba Adán y sin embargo hizo la pregunta. ¿Por qué? Un Padre sabio y
amoroso permitió a Su hijo actuar en el proceso de aprendizaje y no se limitó a que
se actuara sobre él. No era un sermón de una vía para reprender al hijo
desobediente, como tal vez muchos de nosotros solemos hacer. Antes bien, el
Padre ayudó a Adán a aprender a obrar como agente y a realizar un uso adecuado
de su albedrío.
Recuerden cuánto deseaba Nefi conocer lo que su padre había visto en la visión
del árbol de la vida. Curiosamente, el Espíritu del Señor comienza la tutela de Nefi
formulándole la siguiente pregunta: “He aquí, ¿qué es lo que tú deseas?” (1 Nefi
11:2). Claramente, el Espíritu sabía lo que deseaba Nefi. Entonces, ¿para qué
preguntárselo? El Espíritu Santo estaba ayudando a Nefi a actuar en el proceso de
aprendizaje en vez de limitarse a que se actuara sobre él. (Les animo a estudiar
por su cuenta los capítulos 11–14 de 1 Nefi y fijarse en los elementos activos del
proceso de aprendizaje que emplea el Espíritu, especialmente las preguntas que le
hace a Nefi y las indicaciones a mirar.)
Gracias a estos ejemplos aprendemos que, en calidad de aprendices, ustedes y yo
debemos aprender a actuar y ser hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores sobre los que se actúa. ¿Somos ustedes y yo agentes que actúan y que
tratan de aprender por la fe, o aguardamos a que se nos enseñe y que se actúe
sobre nosotros? ¿Los alumnos a los que servimos actúan y desean aprender por
la fe o esperan a que se les enseñe y se actúe sobre ellos? ¿Animamos y
ayudamos a las personas a las que servimos a buscar conocimiento por la fe?
Ustedes, yo y nuestros alumnos debemos estar anhelosamente inmersos en pedir,
buscar y llamar (véase 3 Nefi 14:7).
El alumno que ejerce su albedrío para actuar en consonancia con principios que
son correctos abre su corazón al Espíritu Santo e invita tanto al poder de Éste para
enseñar y testificar como a su testimonio confirmador. Aprender por la fe requiere
un esfuerzo espiritual, mental y físico, y no simplemente una recepción pasiva.
Mediante la sinceridad y la constancia de las obras inspiradas por la fe, indicamos
a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo nuestra disposición para aprender
y recibir instrucción del Espíritu Santo. Entonces, aprender por la fe implica el
ejercicio del albedrío moral para actuar con la certeza de lo que se espera e invita
a la convicción de lo que no se ve y que procede del único maestro verdadero, el
Espíritu del Señor.
Consideren cómo ayudan los misioneros a los investigadores a aprender por la fe.
El concertar y observar compromisos espirituales, como son leer el Libro de
Mormón, asistir a las reuniones de la Iglesia y guardar los mandamientos,
requieren que el investigador ejerza la fe y actúe. Una de las obligaciones
fundamentales de un misionero es ayudar al investigador a contraer compromisos
y honrarlos, es decir, obrar y aprender por la fe. A pesar de la importancia que
tiene el enseñar, exhortar y explicar, esos puntos jamás podrán transmitir al
investigador el testimonio de la veracidad del evangelio restaurado. El Espíritu
Santo sólo podrá comunicar la confirmación de su testimonio cuando la fe del
investigador inicie la acción y despeje el camino que conduce a su corazón. Los
misioneros deben aprender a enseñar por el poder del Espíritu, pero igual
importancia tiene su responsabilidad de ayudar al investigador a aprender por la fe.
El aprendizaje que estoy describiendo va más allá de la mera comprensión
cognitiva o la retención y recuperación de información. El tipo de aprendizaje del
que hablo hace que nos despojemos del hombre natural (véase Mosíah 3:19), que
cambiemos el corazón (véase Mosíah 5:2) y que nos convirtamos al Señor y nunca
nos desviemos (véase Alma 23:6). Aprender por la fe requiere de un corazón y una
mente dispuestos (véase DyC 64:34). Aprender por la fe es el resultado de que el
Espíritu Santo lleve el poder de la palabra de Dios al interior de nuestro corazón.
Aprender por la fe no se puede transferir del instructor al alumno mediante un
discurso, una demostración o un ejercicio experimental; antes bien, el alumno debe
ejercer su fe y actuar para lograr conocimiento por sí mismo.
El joven José Smith entendía instintivamente el significado de buscar conocimiento
por la fe. Uno de los episodios más conocidos de su vida es su lectura de los
versículos sobre la oración y la fe en el libro de Santiago, en el Nuevo Testamento
(véase Santiago 1:5–6). Este texto inspiró a José a retirarse a una arboleda
cercana a su hogar para orar y buscar conocimiento espiritual. Fíjense en las
preguntas que José se había planteado en su mente y sentía en el corazón, y que
llevó consigo a la arboleda. A todas luces se había preparado para pedir con fe
(véase Santiago 1:6) y obrar.
“En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía
a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o
están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré
saberlo?...
“Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la
verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo
suficiente para poder hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz
arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera y a cuál debía unirme”
(José Smith—Historia 1:10, 18).
Fíjense en que las preguntas de José se centraban en lo que él necesitaba saber,
pero también en lo que precisaba hacer. Su primera pregunta se centró en la
acción, ¡en lo que debía hacer! Su oración no se limitó a preguntar qué iglesia era
la verdadera, sino que preguntó a qué iglesia debía unirse. José fue a la arboleda
a aprender por la fe y tenía la intención de actuar.
En definitiva, la responsabilidad de aprender por la fe y aplicar la verdad espiritual
descansa en cada uno de nosotros individualmente. Se trata de una
responsabilidad cada vez más grave e importante en el mundo en el que vivimos y
en el que habremos de vivir. Qué, cómo y cuándo aprender dependen de un
instructor, un método de presentación y un tema concreto o un formato de lección,
aunque no se trata de una dependencia exclusiva.
Ciertamente, buscar conocimiento por la fe es uno de los mayores retos de esta
vida. El profeta José Smith resume como ninguno el proceso de aprendizaje y los
resultados que intento describir. En respuesta a una petición de instrucción por
parte de los Doce, José enseñó, “La mejor manera de obtener verdad y sabiduría
no es pedirla a los libros, sino acudir Dios a través de la oración y recibir una
enseñanza divina.” [3] En otra ocasión, el Profeta explicó que “leer la experiencia
de otras personas o la revelación que éstas recibieron jamás podrá darnos una
comprensión de nuestra condición ante Dios y nuestra verdadera relación con
Él.” [4]
Implicaciones para los maestros
Las verdades sobre aprender por la fe analizadas hasta ahora tienen profundas
implicaciones para nosotros, los maestros. Consideremos ahora tres de ellas.
Implicación 1. El Espíritu Santo es el único maestro verdadero. El Espíritu Santo es
el tercer miembro de la Trinidad y es el maestro y testigo de toda verdad. El élder
James E. Talmage explicó, “El oficio del Espíritu Santo en Sus ministraciones entre
los hijos de los hombres aparece descrito en las Escrituras. Es un maestro enviado
por el Padre, y revela todo lo necesario para el progreso del alma a aquéllos
confiados a Su docencia.” [5]
Debiéramos recordar siempre que el Espíritu Santo es el maestro que, tras la
pertinente invitación, puede acceder al interior del corazón del que aprende. De
hecho, ustedes y yo tenemos la responsabilidad de predicar el evangelio por el
Espíritu, sí, el Consolador, como requisito previo para el aprendizaje por la fe que
sólo se logra por medio de Él (véase DyC 50:14). A este respecto, ustedes y yo
nos asemejamos a esas largas y finas tiras de fibra óptica que permiten la
conducción de señales de luz a grandes distancias. Así como la fibra de esos
cables debe ser pura para conducir la luz con efectividad y eficacia, también
nosotros debemos ser conductos dignos a través de los cuales pueda operar el
Espíritu del Señor.
Pero, hermanos y hermanas, debemos recordar en nuestro servicio que somos
conductos y canales, y no la luz. “Porque no sois vosotros los que habláis, sino el
Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10:20). No tiene nada que
ver conmigo ni con ustedes. De hecho, cualquier cosa que hagamos en calidad de
maestros para llamar a propósito la atención sobre nosotros (bien sea el mensaje
que presentamos, los métodos que empleamos o nuestra apariencia personal) es
una forma de superchería que restringe la eficacia de la enseñanza del Espíritu
Santo. “¿La predica por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera? Y si es de
alguna otra manera, no es de Dios” (DyC 17–18).
Implicación 2. Somos instructores más eficaces cuando fomentamos y facilitamos
el aprendizaje por la fe. Todos conocemos el dicho de que dar un pescado a un
hombre le ayuda con una comida, pero enseñarle a pescar le da de comer toda la
vida. Nosotros, como maestros del evangelio, no estamos en el negocio de la
distribución de pescado. Más bien, nuestra labor consiste en ayudar a las personas
a aprender a “pescar” y llegar a ser autosuficientes espiritualmente. Este
importante objetivo se alcanza mejor cuando fomentamos y permitimos al alumno
que obre en consonancia con principios correctos, permitiendo así que aprenda al
obrar. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de
Dios” (Juan 7:17).
Fíjense en la implicación de esta práctica en el consejo de Brigham Young a
Junius F. Wells cuando éste fue llamado en 1875 a organizar a los hombres
jóvenes de la Iglesia:
“Comience las reuniones pasando lista y llamando a tantos miembros como el
tiempo lo permita para compartir sus testimonios. Comience la siguiente reunión
donde se quedaron en la anterior y llame a los siguientes hermanos a fin de que
todos participen en la práctica de ponerse en pie y decir algo. Tal vez muchos
piensen que no tienen un testimonio, pero hágales ponerse en pie y verán que el
Señor les dará facilidad para hablar de muchas verdades en las que no habían
pensado antes. Más son las personas que han obtenido un testimonio al tratar de
compartirlo que las que están de rodillas orando por recibirlo.” [6]
El presidente Boyd K. Packer nos ha dado un consejo parecido en nuestra época:
“Si tan sólo pudiera enseñar este principio: que un testimonio se encuentra cuando
se expresa. En alguna parte, en su búsqueda de conocimiento espiritual, existe
ese ‘salto de fe’, como lo llaman los filósofos. Es el momento en que uno llega al
borde de la luz y tropieza con la oscuridad, sólo para descubrir que el camino
continúa iluminado por delante uno o dos pasos más. ‘Lámpara de Jehová’, como
dice el pasaje, verdaderamente ‘es el espíritu del hombre’ (Proverbios 20:27).
“Una cosa es recibir un testimonio de lo que uno ha leído o de lo que otra persona
ha dicho, lo cual es necesario como comienzo; otra cosa es que el Espíritu nos
confirme íntimamente que lo que hemos testificado es verdadero. ¿Se dan cuenta
de que este testimonio se nos restituirá a medida que lo compartamos? Al dar lo
que tenemos, esto se nos reemplazará, ¡pero aumentado!” [7]
He descubierto una característica común entre los maestros que más han influido
en mi vida: me ayudaron a buscar conocimiento por la fe y se negaron a darme
respuestas fáciles a las preguntas difíciles. De hecho, no me dieron respuesta
alguna, sino que me indicaron el camino y me ayudaron a dar los pasos para
encontrar mis propias respuestas. No siempre aprecié este método, pero la
experiencia me ha permitido entender que no solemos recordar por largo tiempo la
respuesta de otra persona, si la recordamos en absoluto; mas la respuesta que
descubrimos u obtenemos mediante el ejercicio de la fe, por lo general la
conservamos toda la vida. Las enseñanzas más importantes de la vida no se
enseñan, sino que se atrapan.
Sencillamente, la comprensión espiritual con la que se nos ha bendecido y que se
nos ha confirmado como verdadera en nuestro corazón no se puede entregar a
otra persona. Es preciso abonar la inscripción de la diligencia y la obtención de
conocimiento por la fe para recibir y “poseer” dicho conocimiento. Sólo de este
modo lo que se sabe en la mente podrá transformarse en lo que se siente en el
corazón. Sólo así puede una persona pasar de confiar en el conocimiento y las
experiencias espirituales de otros y reclamar esas bendiciones para sí. Sólo así
podemos prepararnos espiritualmente para lo que venga. Debemos “[buscar]
conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).
Implicación 3. La fe del instructor se fortalece al ayudar a otros a buscar
conocimiento por la fe. El Espíritu Santo puede enseñarnos y recordarnos todas
las cosas (Juan 14:26), y ansía ayudarnos a aprender cuando obramos y
ejercemos fe en Jesucristo. Curiosamente, esta ayuda para recibir conocimiento
divino se hace más que evidente en el momento de enseñar, tanto en la Iglesia
como en el hogar. Tal y como Pablo aclaró a los romanos: “Tú, pues, que enseñas
a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?” (Romanos 2:21).
Fíjense como en los siguientes versículos de Doctrina y Convenios la enseñanza
diligente invita a la gracia y la instrucción celestiales: “Y os mando que os enseñéis
el uno al otro la doctrina del reino. Enseñaos diligentemente, y mi
gracia os acompañará, para que seáis [vosotros] más perfectamente instruidos en
teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que
pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender” (DyC 88:77–78; cursiva
agregada).
Piensen que las bendiciones descritas en estos pasajes van dirigidas
concretamente al maestro: “Enseña […] diligentemente y mi gracia te acompañará”
(a ti, al maestro) ¡para que seas instruido! Idéntico principio es patente en el
versículo 122 de la misma sección de Doctrina y Convenios: “Nombrad de entre
vosotros a un maestro; y no tomen todos la palabra al mismo tiempo, sino hable
uno a la vez y escuchen todos lo que él dijere, para que cuando todos hayan
hablado, todos sean edificados de todos y cada hombre tenga igual privilegio”
(DyC 88:122, cursiva agregada).
Cuando todos hablan y todos escuchan de manera correcta y ordenada, todos
resultan edificados. El ejercicio individual y colectivo de la fe en el Salvador invita a
la instrucción y la fortaleza del Espíritu del Señor.
Buscar conocimiento por la fe: Un ejemplo reciente
Todos fuimos bendecidos por el reto que nos extendió la Primera Presidencia el
pasado mes de agosto en cuanto a leer por entero el Libro de Mormón antes del fin
del año 2005. Con dicho reto, el presidente Gordon B. Hinckley nos prometió que
al observar fielmente este sencillo programa de lectura, nuestra vida y nuestro
hogar recibirían una porción del Espíritu del Señor, la determinación de ser
obedientes a Sus mandamientos y un testimonio más fuerte de la realidad viviente
del Hijo de Dios. [8]
Vean como este reto inspirado es un ejemplo clásico de aprender por la fe. En
primer lugar, ni a ustedes ni a mí se nos mandó, obligó ni requirió leer, sino que se
nos invitó a ejercer nuestro albedrío como agentes y actuar de acuerdo con
principios que son correctos. El presidente Hinckley, a modo de maestro inspirado,
nos instó a actuar en vez de que se actuase sobre nosotros. En última instancia,
cada uno de nosotros tuvo que decidir cómo responder al reto y si
perseveraríamos hasta el fin de la tarea.
En segundo lugar, al extendernos la invitación para leer y actuar, el presidente
Hinckley nos instaba a buscar conocimiento por la fe. No se repartieron nuevos
materiales de estudio entre los miembros de la Iglesia, y no se crearon lecciones,
clases ni programas adicionales. Cada uno tenía su ejemplar del Libro de Mormón,
y un sendero hacia el interior del nuestro corazón se ensanchó debido al ejercicio
de nuestra fe en el Salvador al responder al reto de la Primera Presidencia. De
este modo fuimos preparados para recibir instrucción del único maestro verdadero,
el Espíritu Santo.
En las últimas semanas he quedado gratamente impresionado por los testimonios
de tantos miembros sobre sus recientes experiencias con la lectura del Libro de
Mormón, pues han aprendido lecciones espirituales importantes y oportunas, sus
vidas han mejorado y han recibido las bendiciones prometidas. El Libro de
Mormón, un corazón dispuesto y el Espíritu Santo; así de simple. Mi fe y la fe de
los demás miembros del Quórum de los Doce se ha visto fortalecida al aceptar la
invitación del presidente Hinckley y ver a tantos de ustedes actuar y aprender por
la fe.
Como dije antes, la responsabilidad de buscar conocimiento por la fe descansa en
cada uno de nosotros, y esta obligación cobrará mayor importancia a medida que
el mundo se torne más confuso y atribulado. Aprender por la fe es vital para
nuestro desarrollo personal y espiritual y para el crecimiento de la Iglesia en los
últimos días. Ruego que cada uno de nosotros tenga hambre y sed de justicia y
sea lleno del Espíritu Santo (véase 3 Nefi 12:6) a fin de buscar conocimiento por la
fe.
Testifico que Jesús es el Cristo, el Hijo Unigénito del Padre Eterno, nuestro
Salvador y Redentor. Testifico que al aprender de Él, al dar oído a Sus palabras y
caminar en la mansedumbre de Su Espíritu (véase DyC 19:23), seremos
bendecidos con fortaleza, protección y paz espirituales.
En calidad de siervo del Señor, invoco esta bendición sobre cada uno de ustedes a
fin de que su deseo y capacidad para buscar conocimiento por la fe (y ayudar a
otras personas a buscar conocimiento por la fe) aumente y mejore. Esta bendición
será una fuente de grandes tesoros de conocimiento espiritual en su vida personal
y familiar, y para aquéllos a quienes enseñan y sirven. En el sagrado nombre de
Jesucristo. Amén.
© Intellectual Reserve, Inc.
Notas
[1] Joseph Smith, comp., Lectures on Faith (Salt Lake City: Deseret Book, 1895), 1.
[2] Véase Boyd K. Packer, “La lámpara de Jehová”, Liahona, diciembre de 1988,
págs. 32—36
[3] José Smith, History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, ed. B. H.
Roberts, 2nd ed. Rev. (Salt Lake City: Deseret Book, 1957) , 4:425.
[4] Smith, History of the Church, 6:50.
[5] James E. Talmage, Articles of Faith, 12th ed. (Salt Lake City: Deseret Book,
1924), pág. 162.
[6] Brigham Young, en Junius F. Wells, “Historic Sketch of the YMMIA”,
Improvement Era, junio de 1925, pág. 715).
[7] Boyd K. Packer, “Lámpara de Jehová”, Liahona, octubre de 1983, págs. 34–35.
[8] Gordon B. Hinckley, “Un testimonio vibrante y verdadero”, Liahona, agosto de
2005, pág. 6.
La expiación y la resurrección
D. Todd Christofferson
Este artículo es una adaptación del discurso dado en BYU el 26 de marzo de 2005.
Me siento honrado de poder compartir algunos pensamientos acerca de la
Expiación y la Resurrección de Jesucristo. He luchado tanto como ustedes, con
una mente limitada, para comprender el sacrificio infinito del Salvador. No pretendo
ser capaz de llegar a las profundidades del tema, pero espero poder ofrecer
algunos pensamientos que pudieran ser de ayuda y de ánimo para nosotros al
pensar de nuevo en los grandes eventos de aquellos días que marcan una total
diferencia en nuestra existencia.
Traten de trasladarse mentalmente en el tiempo al primer fin de semana de
Pascua. Hoy es sábado, el día de reposo judío. Aquí estamos; los acontecimientos
de ayer y de anteayer nos han impactado tremendamente. Era el jueves por la
tarde cuando tuvo lugar la Última Cena. Después, Jesús cruzó el arroyo y entró en
el Jardín de Getsemaní; allí sufrió de una manera que ninguno de nosotros hemos
presenciado, y desde luego que nadie haya podido comprender. Eso continuó tal
vez hasta altas horas de la madrugada de ayer, cuando Él fue asaltado y
maltratado por aquellos con autoridad, tanto judíos como romanos. Fue condenado
finalmente por Pilato y azotado. Han pasado menos de veinticuatro horas desde
que presenciamos la terrible escena de Su Crucifixión, mientras colgaba en la cruz
y volvía a sufrir intensamente.
Fue un momento muy, muy oscuro, no hace muchas horas. Pusimos
apresuradamente Su cuerpo en la tumba ayer, antes del atardecer. Ahora estamos
aquí en este sábado, día de reposo. Es mediodía y estamos perplejos, entre dudas
y confusión. Pensábamos que sería Él quien rescataría a Israel. Pensábamos que
Él era el Mesías, y ahora, Él se ha ido, está muerto.
Antes de que Él muriera ayer, declaró estas palabras: “Consumado es” (Juan
19:30). [La frase equivalente en inglés, “It is finished”, también puede interpretarse
como “se acabó”] ¿Qué quiso decir? ¿Quiso decir que había fracasado? ¿No
volvería nunca más? ¿Se ha ido y se acabó? ¿Hay algo más? Sin saberlo, ustedes
y yo en esta situación, en este día de reposo lleno de duda, Él, Su espíritu, ha
estado ocupado en otro lugar. Esta mañana Él entró en el mundo de los espíritus.
Los registros futuros confirmarán que allí se le esperaba.
[Allí se hallaba reunida una multitud de los justos] esperando el advenimiento del
Hijo de Dios al mundo de los espíritus [justo esta mañana], para declarar su
redención de las ligaduras de la muerte.
Su polvo inerte iba a ser restaurado a su perfecta forma, cada hueso a su hueso, y
los tendones y la carne sobre ellos; el espíritu y el cuerpo iban a ser reunidos para
nunca más ser separados, a fin de recibir una plenitud de gozo.
Mientras esta innumerable multitud esperaba y conversaba, regocijándose en la
hora de su liberación [...] apareció el Hijo de Dios y declaró libertad a los cautivos
que habían sido fieles; y allí les predicó el evangelio sempiterno, la doctrina de la
resurrección y la redención del género humano de la caída, y de los pecados
individuales, con la condición de que se arrepintieran. (DyC 138:16–19)
Esto es lo que Él ha estado haciendo esta mañana. En palabras del presidente
Joseph F, Smith, “organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los justos,
investidos con poder y autoridad, y los comisionó para que fueran y llevaran la luz
del evangelio a los que se hallaban en tinieblas, es decir, a todos los espíritus de
los hombres” (DyC 138:30); y así se les predicará el Evangelio a los muertos.
Ahora bien, lo que nos espera mañana no lo sabemos. Pero con el tiempo
tendremos un gozo incomprensible. Mañana por la mañana, María y otras mujeres
estarán en la tumba. La encontrarán vacía. Los ángeles declararán que el Señor,
que no está allí, ha resucitado. Pedro y Juan entrarán en esa tumba y la
encontrarán vacía. Más tarde esa mañana, quizás apenas salido el sol, el mismo
Jesús se le aparecerá a María y hablará con ella, la primera persona mortal que
jamás haya visto al Señor resucitado. Él se mostrará a otras mujeres y a Pedro
individualmente. Estará con dos de ustedes en el camino a Emaús y, luego por la
noche, se mostrará a Sus Apóstoles y quizás a algunos de nosotros, reunidos,
maravillándonos y meditando sobre el maravilloso testimonio de aquellos que lo
vieron antes. Eso es lo que nos espera mañana, y es glorioso contemplarlo.
Me pregunto si apreciamos las expectativas que recaen sobre nosotros por lo que
Él ha hecho y por lo que ahora Él nos ofrece. En lo que quizás sea la primera
referencia de Él y de Su papel en nuestras vidas, este es el comentario de Dios a
Moisés: “Pero, he aquí, mi Hijo Amado, que fue mi Amado y mi Escogido desde el
principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”
(Moisés 4:2).
En una simple frase, yo creo que el Salvador reveló lo que fue y lo que siempre ha
sido Su propósito y motivación principales. Su propósito es hacer la voluntad del
Padre, y su motivación es glorificar al Padre. Yo creo que requirió toda esa
devoción, la totalidad de Su devoción para hacer la voluntad del Padre y desear
glorificar al Padre, para ser capaz Él de perseverar en lo que debía hacer y realizar
la Expiación hasta su culminación.
Los relatos de Su sufrimiento que se encuentran en Mateo, Marcos y Lucas,
hablando de Getsemaní, hacen hincapié en cuánto perseveró Él. (Me ha resultado
interesante que no haya ningún relato de Getsemaní en Juan, al menos en lo que
tenemos de Juan. Me pregunto si fue algo que él sintió demasiado sagrado para
tratarlo, o simplemente demasiado íntimo para contarlo.) Al menos tres veces,
parece ser, Él suplico al Padre que no tuviera que beber la amarga copa. En
Mateo, el relato dice así:
Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío,
si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.
Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no
habéis podido velar conmigo una hora?
Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está
dispuesto, pero la carne es débil.
Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí
esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.
Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de
sueño.
Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras
(Mateo 26:39–44)
Esto es en realidad todo lo que tenemos (repetido en forma diferente en Marcos y
Lucas) de lo que contenía esa oración. Estoy seguro que había mucho más. Pero
eso fue lo más concluyente, diciendo básicamente: “Padre, si es posible, pase de
mi esta copa. Si hay alguna manera de que esto se pueda lograr sin que yo tenga
que beberlo, eso es lo que te ruego que hagas. No obstante, no se haga mi
voluntad, sino la tuya”.
Lucas registra que, debido a Su agonía, “era su sudor como grandes gotas de
sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). El Salvador mismo, cuando se lo
describió al profeta José Smith, dijo que no era sudor sino, en efecto, sangre que
salió de cada poro. Lucas registra que un ángel vino para fortalecerlo en esa
terrible experiencia (véase Lucas 22:43). Posteriormente, al continuar dicho
sufrimiento en la cruz, éste pareció acrecentado al retirar el Padre Su Espíritu, a fin
de que el Hijo pudiera pisar el lagar solo. “Y a la hora novena Jesús clamó a gran
voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
Sin embargo, en toda esta agonía y toda esta súplica por recibir alivio, estaba
siempre Su sumisión a la voluntad del Padre, “pero no sea como yo quiero, sino
como tú” (Mateo 26:39). “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo
la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42). Al describir la Expiación y la
preocupación de no rendirse y fracasar en beber la amarga copa, Él expresó una
vez más la primordial motivación que lo acompañó en ese incomprensible
sufrimiento: “Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para
con los hijos de los hombres” (DyC 19:19; cursiva agregada).
De no haberse dedicado Jesús al Padre y a la voluntad del Padre, a lo largo de Su
vida y a lo largo de Su existencia antes de esta vida, Él no habría podido ser capaz
de llevar a su fin la Expiación. Tal como se lo expresó a Juan: “Cuando hayáis
levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago
por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me
envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo
que le agrada” (Juan 8:28–29).
En el Libro de Mormón declaró: “He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas
testificaron que vendría al mundo. Y he aquí, soy la luz y la vida del mundo; y he
bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre,
tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual me he sometido a la
voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio” (3 Nefi 11:10–11).
Más tarde, en ese mismo libro de 3 Nefi: “He aquí, os he dado mi evangelio, y éste
es el evangelio que os he dado: que vine al mundo a cumplir la voluntad de mi
Padre, porque mi Padre me envió” (3 Nefi 27:13). Y además las palabras
inolvidables de Abinadí: “Sí, aun de este modo será llevado, crucificado y muerto,
la carne quedando sujeta hasta la muerte, la voluntad del Hijo siendo absorbida en
la voluntad del Padre” (Mosíah 15:7).
Me pregunto si nosotros, a fin de mantenernos en nuestro camino, de perseverar
hasta el fin, para cosechar todos los beneficios de Su Expiación, debemos también
someternos a la voluntad y gloria del Padre y del Hijo. ¿No es lógico que ustedes y
yo, para poder recibir lo que Él ofrece, debiéramos hacer lo que Él hizo y hacer
que nuestra mayor ambición sea hacer la voluntad de Dios y que nuestro mayor
deseo sea glorificarlo a Él?
Hace poco, leí unos versículos de la sección 138 de Doctrina y Convenios
refiriéndose a la llegada del Salvador al mundo de los espíritus antes de la
Resurrección. En esos versículos se da una descripción muy interesante del
cuerpo de los justos que esperaban esa llegada. He aquí cómo se describían: “Y
se hallaba reunida en un lugar una compañía innumerable de los espíritus de los
justos, que habían sido fieles en el testimonio de Jesús mientras vivieron en la
carne, y quienes habían ofrecido un sacrificio a semejanza del gran sacrificio del
Hijo de Dios, y habían padecido tribulaciones en el nombre de su Redentor. Todos
éstos habían partido de la vida terrenal, firmes en la esperanza de una gloriosa
resurrección mediante la gracia de Dios el Padre y de su Hijo Unigénito,
Jesucristo” (DyC 138:12–14).
Lo que me interesó en particular es la frase “quienes habían ofrecido un sacrificio a
semejanza del gran sacrificio del Hijo de Dios”. Ellos no habían ofrecido un
sacrificio equivalente, sino algo semejante, de la misma naturaleza. Debido a ello,
eran firmes en la esperanza de una gloriosa o celestial resurrección. ¿Cuál sería
una ofrenda a semejanza de la gran ofrenda del Hijo de Dios?
Tenemos la conocida declaración que se le dio a Adán: “Y después de muchos
días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios
al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó. Entonces el
ángel le habló, diciendo: Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del
Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad. Por consiguiente, harás todo cuanto
hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre
del Hijo para siempre jamás” (Moisés 5:6–8; cursiva agregada).
Sabemos que cuando Él se apareció en este hemisferio, después de Su
resurrección y ascensión, Él puso fin a ese tipo de sacrificios semejantes al del
Unigénito; es decir, el sacrificio de animales. Pero Él recalcó un aspecto del
mandamiento a Adán, “Te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo
para siempre jamás”, cuando posteriormente dijo, “Y me ofreceréis como sacrificio
un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón
quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo”
(3 Nefi 9:20). Entonces es nuestro sacrificio, a semejanza del Suyo, que nos
sometamos totalmente a Dios.
Como dice en la Sección 20 de Doctrina y Convenios: “Por tanto, el Dios
Omnipotente dio a su Hijo Unigénito, como está escrito en esas Escrituras que de
él se han dado. Sufrió tentaciones pero no hizo caso de ellas. Fue crucificado,
murió y resucitó al tercer día; y ascendió al cielo, para sentarse a la diestra del
Padre, para reinar con omnipotencia de acuerdo con la voluntad del Padre; [¿para
qué fin?] a fin de que fueran salvos cuantos creyeran y se bautizaran en su santo
nombre, y perseveraran con fe hasta el fin” (DyC 20:21–25).
Ese es nuestro sacrificio a semejanza del Suyo, bautizarnos en Su santo nombre y
perseverar hasta el fin. Permítanme recordarles dos conocidas estrofas de un
himno sacramental, “El Padre tanto nos amó”.
El Padre tanto nos amó
que a Su Hijo nos mandó
para mostrarnos cómo vivir;
debemos su ejemplo seguir.
Y también la cuarta estrofa que casi nunca cantamos:
Sus leyes quiero acatar
Y mis deseos sujetar
A Su divina voluntad,
mostrándole mi voluntad. [1]
Ese conocimiento, esa sumisión hacia Él y Su voluntad que nos permitiría obtener
el beneficio de la Expiación, puede suponer varias cosas. La única revelación
registrada en el canon de escrituras que se le dio a Brigham Young incluye este
versículo: “Es preciso que los de mi pueblo sean probados en todas las cosas, a fin
de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí, la gloria de
Sión; y el que no aguanta el castigo, no es digno de mi reino” (DyC 136:31).
En los comienzos de mi llamamiento como Setenta, serví como compañero del
élder Russell M. Nelson en una conferencia de estaca. Tuvimos una maravillosa
experiencia juntos y, al volver del viaje le dije, “Élder Nelson, espero que si alguna
vez usted ve un error en mí o alguna equivocación o defecto, me lo diga”. Él
contestó, “lo haré”. Me puse un poco nervioso por su aparente inquietud de
atender mi petición, pero entonces dijo, “Esa es una de las formas en que
demostramos nuestro amor el uno por el otro”; y yo creo que en verdad éste es un
principio verdadero.
El Salvador dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo
limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1–2). El tipo de limpieza que podría
ser, el tipo de sacrificios que podría suponer para cualquiera de nosotros,
probablemente no lo sepamos con antelación. Pero si, al igual que el joven rico,
preguntásemos, “¿Qué más me falta?” (Mateo 19:20), la respuesta del Salvador
sería probablemente la misma, “Sígueme” (Mateo 19:21) o, en palabras del Rey
Benjamín, “[vuélvete] como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de
amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer
sobre él, tal como un niño se somete a su padre” (Mosíah 3:19). Aquí hay otra
manera de decirlo: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. [Y este añadido de la
Traducción de José Smith] Y ahora, para que el hombre tome su cruz, debe
abstenerse de toda impiedad, y de todo deseo mundano, y guardar mis
mandamientos” (Mateo 16:24; Traducción de José Smith, Mateo 16:26).
Debemos poder decir, junto con Job, que nuestra sumisión a Él, a Su voluntad, es
tan completa que “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15).
Creo que eso queda perfectamente descrito de forma poética en el himno “La cruz
excelsa al contemplar” de Isaac Watts.
La cruz excelsa al contemplar
Do Cristo allí por mí murió,
Nada se puede comparar
A las riquezas de su amor.
Yo no me quiero, Dios, gloriar
Mas que en la muerte del Señor.
Lo que más pueda ambicionar
Lo doy gozoso por su amor.
Ved en su rostro, manos, pies,
Las marcas vivas del dolor;
Es imposible comprender
Tal sufrimiento y tanto amor.
El mundo entero no será
Dádiva digna de ofrecer.
Amor tan grande, sin igual,
En cambio exige todo el ser. [2]
En verdad, exige todo nuestro ser.
Aunque quizás no alcancemos de inmediato el perfecto ejemplo del Salvador de
hacer siempre aquellas cosas que complacen al Padre y vivamos siempre nuestras
vidas de manera que lo glorifiquemos, nosotros podemos progresar como lo hizo el
Salvador mismo, de gracia en gracia, hasta que obtengamos una plenitud. “Y yo,
Juan, doy testimonio de que vi su gloria, como la gloria del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad [...] que vino y moró en la carne, y habitó entre
nosotros. Y yo, Juan, vi que no recibió de la plenitud al principio, mas recibía gracia
sobre gracia; y no recibió de la plenitud al principio, sino que continuó de gracia en
gracia hasta que recibió la plenitud; y por esto fue llamado el Hijo de Dios, porque
no recibió de la plenitud al principio” (DyC 93:11–14).
Hace unos años en la conferencia general, cité esta declaración reconfortante del
presidente Brigham Young, quien parecía comprender los desafíos que
enfrentamos:
Después de todo lo que se ha dicho y hecho, después que Él ha guiado a Su
pueblo por tanto tiempo, ¿no perciben una falta de confianza en nuestro Dios? ¿La
perciben en ustedes? Podrían preguntar: 'Hermano Brigham, ¿la percibe en usted
mismo?'. Sí, me doy cuenta de que todavía me falta confianza, hasta cierto punto,
en Él, en quien confío. ¿Por qué? Porque no tengo el poder, como resultado de lo
que la Caída ha producido en mí...
... En ocasiones algo nace en mi interior que [...] traza una línea divisoria entre mi
interés y el interés de mi Padre Celestial, que hace que mi interés y el interés de mi
Padre Celestial no sean uno precisamente.
Nosotros debemos sentir y comprender, hasta donde nos resulte posible, hasta
donde nuestra naturaleza caída nos permita, hasta el punto en que podamos
obtener fe y conocimiento para entendernos a nosotros mismos, que el interés del
Dios al que servimos es nuestro interés y que no tenemos ningún otro, ni en el
tiempo ni en la eternidad. [3]
Con ustedes, doy testimonio de los frutos de esa gran Expiación. Para mí, se
pueden resumir en tres.
El perdón. El primero es el perdón, o como a veces decimos, justificación. “Y
sucederá que cualquiera que se arrepienta y se bautice en mi nombre, será lleno; y
si persevera hasta el fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi Padre el día en
que me presente para juzgar al mundo” (3 Nefi 27:16).
“He aquí, os digo que quien ha oído las palabras de los profetas, sí, todos los
santos profetas que han profetizado concerniente a la venida del Señor, os digo
que todos aquellos que han escuchado sus palabras y creído que el Señor
redimirá a su pueblo, y han esperado anhelosamente ese día para la remisión de
sus pecados, os digo que éstos son su posteridad [...], los herederos del reino de
Dios” (Mosíah 15:11).
Y este testimonio de la sección 20: “Y sabemos que la justificación por la gracia de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera” (DyC 20:30).
La santificación. Un segundo fruto es la limpieza, o como a veces decimos,
santificación que viene por Su gracia. “Y nada impuro puede entrar en su reino; por
tanto, nada entra en su reposo, sino aquellos que han lavado sus vestidos en mi
sangre, mediante su fe, y el arrepentimiento de todos sus pecados y su fidelidad
hasta el fin. Y éste es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la
tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por
la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí
sin mancha” (3 Nefi 27:19–20).
En Moroni, leemos: “Y además, si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo y
no negáis su poder, entonces sois santificados en Cristo por la gracia de Dios,
mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, que está en el convenio del
Padre para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos, sin
mancha” (Moroni 10:33).
Y nuevamente, en la sección 20, un testimonio: “y también sabemos que la
santificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y
verdadera, para con todos los que aman y sirven a Dios con toda su alma, mente y
fuerza” (DyC 20:31).
La Resurrección. El tercer glorioso fruto de la Expiación es la misma Resurrección,
la cual viene porque Él expió la transgresión de Adán. El Señor le dijo a Adán: “He
aquí, te he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén. De allí que se extendió
entre el pueblo el dicho: Que el Hijo de Dios ha expiado la transgresión original,
por lo que los pecados de los padres no pueden recaer sobre la cabeza de los
niños, porque éstos son limpios desde la fundación del mundo” (Moisés 6:53).
En la sección 88, aprendemos lo siguiente: “Ahora, de cierto os digo que mediante
la redención que se ha hecho por vosotros, se lleva a efecto la resurrección de los
muertos. Y el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre. Y la resurrección de los
muertos es la redención del alma” (DyC 88:14–16).
Con respecto a la Resurrección, leemos: “Aquellos que son de un espíritu celestial
recibirán el mismo cuerpo que fue el cuerpo natural; sí, vosotros recibiréis vuestros
cuerpos, y vuestra gloria será aquella por medio de la cual vuestro cuerpo sea
vivificado. Vosotros los que seáis vivificados por una porción de la gloria celestial,
recibiréis entonces de ella, sí, una plenitud” (DyC 88:28–29).
El poder de la Expiación de perdonar, de santificar, de dar vida nueva, aun vida
eterna e inmortal, vino a mí hace unos años en la forma de una experiencia
sencilla pero poderosa. Una vez más, es uno de muchos testimonios. En esa
ocasión, había recibido la asignación de la Primera Presidencia de entrevistar a
una mujer para la posible restauración de sus bendiciones del templo. Ella había
cometido unas transgresiones muy graves, había sido excomulgada, después se
volvió a bautizar, y ahora había solicitado el privilegio de volver al templo. Dicha
solicitud requería de esta entrevista y de la ordenanza de la imposición de manos
para restaurarle esos derechos y bendiciones. Al prepararme para la entrevista y al
leer el resumen de lo que había ocurrido en su vida, me quedé atónito. No podía
creer que hubiera tanto mal en una vida. Al leer, me pregunté, ¿Cómo podría
suponer la Primera Presidencia que esta persona volvería a calificar para entrar en
la casa del Señor? Cuando ella entró en la sala para ser entrevistada, parecía
brillar, como si llevara una luz. Según conversábamos, me vino la sensación de
que era pura, quizás una de las almas más puras que jamás haya conocido. La
miré, y miré el papel que describía su pasado, y no podía creer que era la misma
mujer; y en un sentido real, era una persona diferente. La Expiación la había
transformado. Me dio la oportunidad de entender, de forma ponderosa, la
profundidad, la amplitud y el panorama de la gracia expiatoria de Jesucristo. Él es
real y Su gracia es muy real.
Conclusión
Es apropiado considerar el testimonio del profeta José Smith al concluir esta
reflexión sobre la Expiación y la Resurrección. El martirio otorga al testimonio de
un profeta una especial validez. La raíz griega martireo, de la cual deriva la palabra
inglesa martyr, significa “testigo” o “dar testimonio”. Al profeta Abinadí se le
describe como alguien que selló sus palabras, o la verdad de sus palabras, con su
muerte (véase Mosíah 17:20). La propia muerte de Jesús fue un testamento de Su
divinidad y de Su misión. En Hebreos, se le declara ser el “mediador de un nuevo
pacto” [o testamento] (Hebreos 9:15), validado por Su muerte, “Porque donde hay
testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el
testamento con la muerte se confirma” (Hebreos 9:16-17).
Al igual que la mayoría de los ungidos de Dios en tiempos antiguos, José Smith
selló su misión y sus obras con su propia sangre. En medio de una lluvia de balas,
la tarde del 27 de junio de 1844, en Carthage, José y su hermano Hyrum fueron
talados por causa de la religión y el testimonio que profesaban; y como entonces
anunciaron los apóstoles de los últimos días: “Los testadores ahora han muerto, y
su testamento está en vigor [...] su sangre inocente sobre el pabellón de la libertad
y sobre la Carta Magna de los Estados Unidos es un embajador de la religión de
Jesucristo que tocará el corazón de los hombres honrados en todas las naciones”
(DyC 135:5, 7; cursiva en el original).
El Salvador no ha tenido, entre los mortales, un testigo más fiel, un discípulo más
obediente, un defensor más leal que José Smith.
Concluyo con su gran testimonio del Salvador, haciéndolo mío, uniéndolo con el de
ustedes:
Y vimos la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, y recibimos de su plenitud;
y vimos a los santos ángeles y a los que son santificados delante de su trono,
adorando a Dios y al Cordero, y lo adoran para siempre jamás.
Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el
testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!
Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el
Unigénito del Padre;
que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus
habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios (DyC 76:20–24).
Éste es el aspecto más significativo de toda nuestra existencia. Es real. Él es real.
“No está aquí, sino que ha resucitado” (Lucas 24:6). Él vive. En el nombre de
Jesucristo, amén.
© por Intellectual Reserve, Inc.
Notas
---
[1] “El Padre tanto nos amó”, Himnos (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de
los Santos de los Últimos Días, 1992), núm. 112.
[2] “La cruz excelsa al contemplar”,
http://www.cyberhymnal.org/non/es/cruzcont.htm
[3] Brigham Young, Deseret News, 10 de septiembre de 1856, pág. 212.
El cosmos de nuestro Creador
Neal A. Maxwell
Este discurso se dio en la conferencia anual número veintiséis de educadores de
religión del Sistema Educativo de la Iglesia, el 13 de agosto de 2002, en la
Universidad Brigham Young.
La educación religiosa de nuestros jóvenes y jóvenes adultos en nuestros
seminarios e institutos de religión, y en nuestras escuelas, escuelas superiores y
universidades de la Iglesia, es uno de los programas más eficaces y productivos
de la Iglesia.
Aunque el deber de ustedes es servir a la “nuevas generaciones”, confío en que su
deber desde hace mucho tiempo ya se haya convertido en su placer. Gracias,
¡desde lo más profundo de mi corazón! Y gracias también al hermano Randy
McMurdie, quien ayudó tanto con los arreglos de las ayudas visuales especiales.
Quiero agradecerle al Profesor Eric G. Hintz de la Universidad Brigham Young,
astrónomo observacional, por sus sugerencias tan útiles y sustanciales en cuanto
a estos comentarios. Por medio de él, he tenido el placer de tener conocimiento del
creciente número de alumnos Santos de los Últimos Días que están estudiando
astronomía y astrofísica avanzadas. Para ellos y para todos nosotros, estas
palabras de Anselmo constituyen un buen consejo: “Creer a fin de entender”, en
lugar de “Entender a fin de creer.” [1] Yo, y sólo yo, soy responsable de lo que
digo. Mi tema es “El cosmos de nuestro Creador”.
Suplico la ayuda vital del Espíritu al hablarles como Apóstol y no como astrofísico.
Como testigo especial, hablaré del testificante universo: “Las Escrituras están
delante de ti; sí, y todas las cosas indican que hay un Dios, sí, aun la tierra
y todo cuanto hay sobre ella, sí, y su movimiento, sí, y también todos los planetas
que se mueven en su orden regular testifican que hay un Creador Supremo” (Alma
30:44; cursiva agregada).
Que lo que viene a continuación —no mis palabras, sino las contundentes palabras
de las escrituras junto con algunas impresionantes imágenes— aporte asombro y
reverencia acerca de las maravillas que han efectuado el Padre y el Hijo para
bendecirnos.
Bajo la dirección del Padre, Cristo fue y es el Señor del universo, “el mismo
que contempló la vasta expansión de la eternidad” (DyC 38:1; cursiva agregada).
El difunto Carl Sagan, quien impartió conocimientos eficazmente sobre la ciencia y
el universo, perspicazmente observó que
En algunos aspectos, el asombro provocado por la ciencia ha superado con creces
al de la religión. ¿Cómo es que casi ninguna de las principales religiones ha
contemplado a la ciencia y llegado a la siguiente conclusión: “¡Esto es mejor de lo
que pensamos! El Universo es mucho más grande de lo que dijeron nuestros
profetas, más grandioso, más sutil, más refinado. Dios debe ser incluso más
grande de lo que hemos soñado”? En cambio, dicen, “¡No, no, no! Mi Dios es un
Dios pequeño, y quiero que permanezca así”. Una religión, antigua o nueva, que
resaltara la magnificencia del Universo según lo revela la ciencia moderna podría
extraer reservas de reverencia y asombro apenas explotadas por las religiones
convencionales. Tarde o temprano, surgirá tal religión. [2]
A los Santos de los Últimos Días ciertamente no nos debe faltar reverencia y
asombro, especialmente cuando contemplamos el universo en el contexto de las
verdades divinamente reveladas. Sí, el cosmos “según lo revela la ciencia
moderna” es “refinado”, como escribió Sagan. ¡Pero el universo también late con
un propósito divino, de manera que nuestro asombro es mayor, brindando aun
mayores razones de reverencial asombro respecto a “la magnificencia del
universo”!
Claro está que la Iglesia no se alinea con los astrofísicos del 2002, ni tampoco
aprueba ninguna teoría científica particular acerca de la creación el universo.
Al llevar a cabo su importante labor, los astrofísicos usan el método científico y no
buscan respuestas espirituales. Algunos científicos comparten nuestra creencia en
explicaciones religiosas acerca de estas vastas creaciones, pero algunos ven
nuestro universo como un universo sin creador. Privados de la creencia en
significado cósmico, algunos, como los describe un escritor, ven a los humanos
como que son “forzados a entrar lloriqueando en un universo extraño.” [3]
¡Las escrituras nos dicen rotundamente lo contrario!
No obstante, ¿nos estimulan lo suficiente las grandiosas palabras de las escrituras
con las que hemos sido bendecidos? ¿Nos estamos convirtiendo gradual y
constantemente en la “clase de gente” que refleja tales elevadas doctrinas con
nuestra aumentada santificación espiritual? Hermanos y hermanas, Dios está
regalando los secretos espirituales del universo; ¿estamos escuchando?
En la vida diaria como discípulos, se nos instruye: “Levantad las manos caídas”
(Hebreos 12:12). ¿Por qué no esforzarse también en “levantar” las a veces pasivas
y limitadas mentes que también están “caídas”, ajenas al asombroso panorama del
todo?
Dado todo lo que Dios ha hecho para preparar un lugar para nosotros en el vasto
universo, ¿no podríamos desarrollar y mostrar mayor fe? En las perplejidades y
complicaciones de la vida, ¿tendremos fe en que el Creador haya “proveído todo lo
necesario” para llevar a cabo todos Sus propósitos? [4]
Hace años, el presidente J. Reuben Clark, hijo, hizo este reconfortante comentario:
“Nuestro Señor no es un novato, Él no es un amateur; Él ha recurrido esta vía una
y otra y otra vez.” [5]
Hermanos y hermanas, ¿no ha descrito el Señor Sus vías como “un giro eterno”?
(DyC 35:1; véase también 1 Nefi 10:19; Alma 7:20; DyC 3:2).
Un mayor aprecio por el gran universo nos ayudará también a vivir una vida más
recta en nuestros propios y pequeños universos de la vida cotidiana. Asimismo, un
mejor entendimiento del gobierno de Dios de las vastas galaxias puede
conducirnos a un mejor autogobierno.
Ahora pasemos a una mezcla de escrituras, ilustraciones y comentarios científicos.
Consideren esta foto de nuestra hermosa tierra con nuestra luna en primer plano:
Reflexionen sobre cuánto tiempo le costo al hombre llegar a la luna, ¡y sin
embargo ésta está en nuestro propio patio trasero!
Los recursos tan necesarios para mantener la vida humana se proporcionan muy
generosamente en este particular planeta; a menos que sean mal administrados,
se nos dice que hay “suficiente y de sobra” (DyC 104:17). Sin embargo, con todo lo
grande que es esta tierra —y todos los viajeros podemos atestiguar de ello—
Stephen W. Hawking nos ha proporcionado una perspectiva aleccionadora:
“[Nuestra] tierra es un planeta de tamaño medio, orbitando alrededor de una
estrella normal en las afueras de una galaxia espiral común y corriente, la cual de
por sí es una de un millón de millones de galaxias en el universo observable.” [6]
Un científico que no cree en el designio divino notó, no obstante, que “al
contemplar el universo e identificar los muchos accidentes […] que han obrado
para nuestro beneficio, parece casi como que el universo de alguna manera sabía
que veníamos.” [7]
Las condiciones en esta tierra aparentemente son más favorables que en cualquier
otro sistema solar.
Si, por ejemplo, el planeta tierra estuviera más cerca del sol, nos quemaríamos, y
si estuviera más lejos, nos congelaríamos.
Ahora fíjense en la flecha, que señala aproximadamente donde está situado
nuestro sistema solar en medio de la increíble extensión de nuestra propia galaxia,
La Vía Láctea.

En esta imagen, aunque nuestro sistema solar se extiende millones de millones de


millas, ¡es demasiado pequeño como para poder verlo! ¡Oh, el asombroso alcance
de todo!
En una noche despejada, ustedes y yo podemos ver algunas partes de la Vía
Láctea, pero imagínense: ¿cómo reaccionaríamos si el hecho de ver las estrellas
sucediera sólo una vez cada mil años? Ralph Waldo Emerson escribió de cómo
entonces “los hombres creerían y adorarían; y conservarían por muchas
generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios que se les había mostrado.” [8]
Con razón las escrituras nos indican lo amplio y variado que es el testimonio de
Dios para nosotros: “Y he aquí… se han creado y hecho todas las cosas para que
den testimonio de [Dios] […] cosas que hay arriba en los cielos, cosas que están
sobre la tierra […] todas las cosas testifican de [Dios]” (Moisés 6:63; cursiva
agregada).
Ahora, contemplen lo que constituye tan sólo una sección dentro de nuestra vasta
galaxia, la Vía Láctea:

¿No es asombroso? ¡Especialmente cuando nos damos cuenta que las distancias
entre esos puntitos brillantes son tan grandes!
Sea cual sea el cómo del proceso de creación de Dios, se plantean cosas
espiritualmente reconfortantes acerca del principio, “más allá del más allá”, de
hace tanto tiempo. “Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los
que se hallaban con él: “Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de
estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar […] Y
descendieron en el principio, y ellos […] organizaron y formaron los cielos y
la tierra” (Abraham 3:24; 4:1; cursiva agregada).
Notablemente, según algunos científicos, “Nuestra galaxia, la Vía Láctea, está
situada en uno de los espacios relativamente vacíos entre las Grandes
Murallas.” [9]
Hay espacio allí.
A medida que los científicos continúan explorando más allá de nuestra galaxia con
el telescopio espacial Hubble, descubren cosas asombrosas como la “Keyhole
Nebula” con sus propias estrellas.
El telescopio Hubble nos ha mostrado muchísimo más; y, utilizando una de las
palabras favoritas de sus estudiantes, ¡es impresionante!
La siguiente imagen es de una región de estrellas en formación que
contiene material no organizado.

“Y así como dejará de existir una tierra con sus cielos, así aparecerá otra” (Moisés
1:38).
Ahora vemos una imagen de “los restos” después de morir una estrella.
“Porque he aquí, hay muchos mundos que por la palabra de mi poder han dejado
de ser” (Moisés 1:35).
En la letra del himno “Grande Eres Tú”, sobre el universo y la Expiación, cantamos,
“le adoraré cantando la grandeza de Su poder y Su infinito amor.” [10]
Fuera cual fuera la manera en que Dios inició el proceso, aparentemente hubo
supervisión divina: “Y los Dioses vigilaron aquellas cosas que habían
ordenado hasta que obedecieron” (Abraham 4:18; cursiva agregada).
De una manera significativa, nosotros aquí en la tierra no estamos solos en el
universo. En Doctrina y Convenios, que será el enfoque de su estudio en este año
escolar, leemos “que por [Cristo], por medio de él y de él los mundos son y fueron
creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” (DyC 76:24;
cursiva agregada; véase también Moisés 1:35).
No sabemos dónde están o cuántos otros planetas habitados existen, aunque
parece que estamos solos en nuestro propio sistema solar.
En cuanto al papel continuo del Señor entre Sus muchas creaciones, se ha
revelado muy poco. Hay indicios, sin embargo, de reinos y habitantes.
“Por consiguiente, compararé todos estos reinos y sus habitantes a esta parábola,
cada reino en su hora y en su tiempo y su sazón, de acuerdo con el decreto que
Dios ha establecido” (DyC 88:61).
El Señor incluso nos invita a que “[meditemos] en [nuestro] corazón” esa particular
parábola (v. 62). Tal meditación no significa hacer conjeturas inútiles, sino más
bien tener la expectativa paciente y mansa de revelaciones adicionales. Además,
Dios dio sólo información parcial —porque “no todas” sus obras fueron reveladas—
a Moisés, con “sólo […] un relato de esta tierra y sus habitantes” (Moisés 1:4, 35),
pero Moisés aún aprendió cosas que “nunca [se] había imaginado” (v. 10). No
obstante, ¡no adoramos a un Dios de sólo un planeta!
Ahora contemplen esta imagen de lo que se llama “el espacio profundo”:
Casi cada punto que ven en este cuadro, cortesía del telescopio Hubble, ¡es una
galaxia! Piensen en nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. Se me informó que cada
galaxia aquí tiene del orden de cien mil millones de estrellas. Sólo este pequeño
rinconcito del universo tiene casi incontables mundos.
Anteriores creyentes en los designios divinos incluyen a Alexander Pope. Así se
expresó acerca de las maravillas de este universo:
Un grandioso laberinto, mas no carente de plan…
Por mundos incontables aunque el Dios sea conocido,
En el nuestro debemos descubrirlo a Él…
[Aunque] otros planetas giran alrededor de otros soles. [11]
Felizmente para nosotros, hermanos y hermanas, ¡lo vasto de las creaciones del
Señor se compara con lo personal de Sus propósitos!
“Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el
que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó”
(Isaías 45:18; véase también Efesios 3:9; Hebreos 1:2).
“Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin […]
Porque he aquí, hay muchos mundos que por la palabra de mi poder han dejado
de ser. Y hay muchos que hoy existen, y son incontables para el hombre; pero
para mí todas las cosas están contadas, porque son mías y las conozco” (Moisés
1:33, 35).
Uno se podría preguntar, ¿cuál es el propósito de Dios para los habitantes de la
tierra? Queda mejor expresado en ese lacónico versículo con el que todos están
tan familiarizados: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la
inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
Por consiguiente, en la vasta expansión del espacio, existe un asombroso sentido
de lo personal, ¡pues Dios conoce y ama a cada uno de nosotros! (véase 1 Nefi
11:17). ¡No somos una mera cifra en el espacio inexplicable! Mientras que la
pregunta del Salmista era, “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?”
(Salmos 8:4), la humanidad constituye el mismo centro de la obra de Dios. Somos
las ovejas de Su mano y el pueblo de Su pastoreo (véase Salmos 79:13; 95:7;
100:3). Su obra incluye nuestra inmortalización, ¡lograda mediante la gloriosa
Expiación de Cristo! Piensen en ello, hermanos y hermanas: aun con toda su
extensa longevidad las estrellas no son inmortales, pero ustedes sí.
Las revelaciones nos aportan muy poca información acerca de cómo el Señor lo
creó todo. Los científicos, mientras tanto, se centran en cómo, qué y cuando. No
obstante, algunos de ellos reconocen la perplejidad ante el por qué. Hawking dijo:
“Aunque la ciencia resuelva el problema de cómo comenzó el universo, no puede
contestar la pregunta: ¿Por qué el universo se toma la molestia de existir? Yo no
sé la respuesta de eso.” [12]
Albert Einstein comentó acerca de sus deseos: “Quiero saber cómo creó Dios este
mundo. No me interesa este o aquel fenómeno, en el espectro de este o aquel
elemento. Quiero conocer Sus pensamientos; el resto son meros detalles.” [13]
El Dr. Allen Sandage, un creyente de diseño inteligente, fue ayudante de Edwin
Hubble. Sandage escribió: “La ciencia… está preocupada con el qué,
cuándo y cómo. No contesta, ni puede contestar, dentro de su método (por muy
poderoso que sea ese método), el por qué.” [14]
Misericordiosamente, se nos dan respuestas vitales y cruciales a las preguntas
de por qué en revelaciones que contienen las respuestas que más nos interesan.
Enoc, habiendo visto cosas vastas y espectaculares, se regocijó, ¿pero en qué?
Se regocijó en su seguridad personal acerca de Dios: “Y tú todavía estás allí”
(Moisés 7:30). Enoc incluso vio a Dios llorar por innecesarios sufrimientos
humanos, lo cual nos dice mucho sobre el carácter divino (véanse los versículos
28–29). Pero ése es un tema para otro momento.
Desgraciadamente, aun con las extraordinarias revelaciones sobre el cosmos y los
propósitos de Dios, la gente puede alejarse. Esta gente se alejó: “Y sucedió que
[...] el pueblo comenzó a olvidarse de aquellas señales y prodigios que había
presenciado, y a asombrarse cada vez menos de una señal o prodigio del cielo, de
tal modo que comenzaron a endurecer sus corazones, y a cegar sus mentes, y a
no creer todo lo que habían visto y oído” (3 Nefi 2:1).
De manera que, al meditar sobre la grandeza creativa de Dios, se nos dice
también que consideremos la belleza de los lirios del campo. Recuerden, ¡“todas
las cosas” dan testimonio de Él! (véase Alma 30:44).
En esta imagen vemos lirios, y luego, de cerca, designio divino. El mismo designio
divino del universo se encuentra en miniatura en los lirios del campo (véase Mateo
6:28–29; 3 Nefi 13:28–29; DyC 84:82).

El milagro de este planeta tiene muchas continuas y maravillosas sutilezas.


Wendell Berry escribió:
“Quien realmente haya considerado los lirios del campo o los pájaros del aire y
meditado en la improbabilidad de su existencia en este cálido mundo dentro de las
frías y vacías distancias estelares apenas se sorprenderá de que el agua se
volviera vino, lo cual, después de todo, es un milagro muy pequeño. Nos olvidamos
del milagro mayor y continuo por el cual el agua (con tierra y luz solar) se convierte
en uvas.” [15]
Al dar reverencia a lo que el Señor ha creado, hemos de darle reverencia a Él y a
Su carácter lo bastante como para esforzarnos a ser más como Él, tal como Él lo
ha mandado (véase Mateo 5:48; 3 Nefi 12:48; 27:27). Por tanto, no es de
sorprender que el poder de la deidad que se revela en los lirios asimismo se revela
en las ordenanzas de Su Evangelio (véase DyC 84:20). Temáticamente, estas
ordenanzas tienen que ver con nuestros convenios, limpieza, obediencia y
preparación, todas conductualmente necesarias para que tengamos el poder de
realizar el viaje de regreso a casa.
Estas expresiones personalizadas de amor y poder divinos de todos modos nos
importan mucho más que intentar enumerar las asombrosas galaxias o comparar
el número de planetas con el de estrellas. Nosotros los profanos en la materia no
lo podríamos comprender de todas formas. El obtener santificación espiritual
importa muchísimo más que las cuantificaciones cósmicas.
Así que, al ensanchar nuestra visión, tanto del universo como de los extensos
propósitos de Dios, nosotros también podemos exclamar reverentemente, “¡Oh
cuán grande es el plan de nuestro Dios!” (2 Nefi 9:13).
Por tanto, al explorar, meditar y aprender, ciertamente debemos estar llenos de
asombro, así como también debemos ser intelectualmente mansos. El rey
Benjamín nos aconsejó con estas palabras simples y a la vez profundas:
“Creed en Dios; creed que él existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo
como en la tierra; creed que él tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo
como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor
puede comprender” (Mosíah 4:9; cursiva agregada).
Desgraciadamente, en nuestra época, hermanos y hermanas, hay algunos que
creen que si no pueden comprender algo, entonces Dios tampoco puede
comprenderlo. Irónicamente, algunos en realidad prefieren a un “Dios pequeño”. Lo
que sería mejor para todos nosotros, tanto los científicos como los no científicos,
en lugar de tratar de hacer de menos a la divinidad, es ¡tratar de dar más
importancia a nuestra humildad personal!
Con todo lo espectacular de lo que la ciencia ha aprendido acerca del universo
hasta ahora, aún así es muy poco. De la imagen de 1995 del Hubble de un “campo
profundo”, se dijo que “dicha muestra, la más profunda que jamás se haya tomado
de los cielos, cubría [...] ‘una partícula del cielo de sólo la anchura de una moneda
de diez centavos de dólar situada a unos 23 metros.’” [16]
¡El alma se conmueve, hermanos y hermanas!
Sea cual sea la propia muestra que recibió Moisés, no es de extrañar que se sintió
sobrecogido y “cayó a tierra” diciendo que “el hombre no es nada” (Moisés 1:9–10).
Misericordiosamente la revelaciones, aunque nos asombran, nos dan certeza del
amor de Dios: “Ahora bien, hermanos míos, vemos que Dios se acuerda de todo
pueblo, sea cual fuere la tierra en que se hallaren; sí, él tiene contado a su pueblo,
y sus entrañas de misericordia cubren toda la tierra. Éste es mi gozo y mi gran
agradecimiento; sí, y daré gracias a mi Dios para siempre. Amén.” (Alma 26:37).
De modo que, hermanos y hermanas, el Señor se acuerda de cada una de Sus
muchas creaciones. Fíjense una vez más en los muchos “puntitos” en sólo un
sector de nuestra galaxia de tamaño común y corriente, la Vía Láctea:
Él las conoce todas. Piénsenlo. Así como el Señor conoce cada una de estas
creaciones, también conoce y ama a cada uno de los que se encuentran en este
grupo, o en cualquier grupo; de hecho, ¡a cada miembro de la humanidad! (véase
1 Nefi 11:17).
La determinación divina es muy tranquilizante, tal como lo indican estas palabras
en Abraham: “No hay nada que el Señor tu Dios disponga en su corazón hacer que
él no haga” (Abraham 3:17). Su capacidad es tan extraordinaria que dos veces en
dos versículos del Libro de Mormón nos recuerda cortés y a la vez
determinadamente que Él realmente es “capaz” de efectuar su propia obra (véase
2 Nefi 27:20–21). ¡Y sí que lo es!
Además, ¡el orden se refleja en las creaciones de Dios!
“Y vi las estrellas, y que eran muy grandes, y que una de ellas se hallaba más
próxima al trono de Dios; y había muchas de las grandes que estaban cerca [...]
“Y así habrá la computación del tiempo de un planeta sobre otro, hasta acercarte a
Kólob, el cual es según la computación del tiempo del Señor. Este Kólob está
colocado cerca del trono de Dios para gobernar a todos aquellos planetas que
pertenecen al mismo orden que aquel sobre el cual estás” (Abraham 3:2, 9; cursiva
agregada).
Un científico dijo de la configuración cósmica, “Puede que estemos viviendo entre
gigantescas estructuras de panales o células.” [17] Algunos científicos dicen que
ciertas galaxias “parecen estar organizadas en una red de hilos, o filamentos,
rodeando regiones del espacio grandes y relativamente vacías, conocidas como
huecos.” [18] Otros astrónomos dicen que han descubierto un “enorme [...] muro
de galaxias […] la mayor estructura observada del universo hasta la
fecha.” [19] Encomiablemente, esos científicos siguen adelante.
Sin embargo, claro está que para nosotros la tierra nunca fue el centro del
universo, ¡como muchos una vez creyeron ingenuamente! Tampoco hace muchas
décadas que muchos también pensaban que la Vía Láctea era la única galaxia en
el universo.
Pero cuanto más sabemos, más vitales se hacen las preguntas de por qué y sus
correspondientes respuestas. Sin embargo, las respuestas a las preguntas de por
qué se obtienen sólo mediante revelación dada por Dios el Creador, y todavía hay
más por venir:
Todos los tronos y dominios, principados y potestades, serán revelados y
señalados a todos los que valientemente hayan perseverado en el evangelio de
Jesucristo.
Y también, si se han fijado límites a los cielos, los mares o la tierra seca, o el sol, la
luna o las estrellas,
todos los tiempos de sus revoluciones, todos los días, meses y años señalados; y
todos los días de sus días, meses y años, y todas sus glorias, leyes y tiempos fijos,
serán revelados en los días de la dispensación del cumplimiento de los tiempos
(DyC 121:29–31).
Por lo tanto, hermanos y hermanas, al contemplar el universo, no vemos un caos
inexplicable o agitación cósmica. En cambio, los fieles ven a Dios “obrando en su
majestad y poder” (DyC 88:47). Es como ver un ballet cósmico divinamente
coreografiado, ¡espectacular, tenue y tranquilizante!
Aun así, en medio de nuestro sentimiento sobrecogido por la maravilla y el
asombro, “los afanes del mundo” pueden vencernos (véase DyC 39:9). La rutina
aburrida y la repetición pueden causar que miremos indiferentemente hacia abajo
en lugar de reverentemente hacia arriba y afuera. Podemos quedarnos separados
del Creador, quien en esos momentos parece una estrella lejana y distante:
“Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un
extraño para él, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su
corazón?” (Mosíah 5:13).
Sabemos que el Creador del universo también es el Autor del plan de felicidad.
Podemos confiar en Él. Él sabe perfectamente qué es lo que trae felicidad a Sus
hijos (véase Mosíah 2:41; Alma 41:10).
Mientras tanto, a medida que algunos experimentan situaciones de la vida diaria
en las que sienten falta de amor y de aprecio, aún pueden saber que Dios sí los
ama. Sus creaciones así lo testifican.
Por tanto, podemos confesar Su mano en nuestras vidas individuales al igual que
podemos confesar Su mano en el asombroso universo (véase DyC 59:21). Si
confesamos Su mano ahora, algún día nosotros que somos “mecidos” entre Sus
creaciones podremos incluso saber cómo es ser recibidos “en los brazos de Jesús”
(Mormón 5:11).
El reverente regocijo, alentado ahora por estas palabras, existió hace mucho,
mucho tiempo. Cuando el plan del Creador se presentó en la vida premortal,
algunos “se regocijaban” (Job 38:7). ¿Por qué no? pues “existen los hombres para
que tengan gozo” (2 Nefi 2:25). Que sean bendecidos para poder transmitir a sus
alumnos lo contagioso de su reverencia y asombro acerca de las creaciones del
Señor y de Su plan para nosotros.
Para terminar, testifico que la asombrosa obra de Dios es más grande que el
universo conocido. Además, testifico que los planes de Dios para Sus hijos
anteceden a Su provisión de este hermoso planeta para nosotros. En el santo
nombre de Jesucristo, amén.
© Intellectual Reserve, Inc.
Notas
---
[1] Saint Anselm: Basic Writings, traducido por Sidney Norton Deane, 2  edición (La
a

Salle, IL: Open Court Publishing, 1962), 7.


[2] Carl Sagan, Pale Blue Dot: A Vision of the Human Future in Space (New York:
Ballantine Books, 1994), 50.
[3] Morris L. West, The Tower of Babel (New York: William Morrow, 1968), 183.
[4] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, comp. Joseph Fielding Smith
(Salt Lake City: Deseret Book, 1976), 267.
[5] J. Reuben Clark Jr., Behold the Lamb of God (Salt Lake City: Deseret Book,
1962), 17.
[6] Stephen W. Hawking, A Brief History of Time: From the Big Bang to Black
Holes (New York: Bantam Books, 1988), 126.
[7] Freeman J. Dyson, “Energy in the Universe”, Scientific American 224, no. 3
(September 1971): 59.
[8] Ralph Waldo Emerson, “Nature”, en The Complete Works of Ralph Waldo
Emerson, edición centenario, 12 tomos. (Boston: Houghton Mifflin, 1903), 1:7.
[9] Stephen Strauss, “Universe May Have Regular Pattern of Galaxies, New Find-
ings Suggest”, Deseret News, March 4, 1990, 2S.
[10] Stuart K. Hine, “How Great Thou Art” [Grande Eres Tú], Hymns (Salt Lake City:
The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1985), no. 86.
[11] Alexander Pope, “Essay on Man”, en The Poems of Alexander Pope, editado
por John Butt (New Haven, CT: Yale University Press, 1963), 504–505.
[12] Stephen Hawking, Black Holes and Baby Universes and Other Essays (New
York: Bantam Books, 1993), 99.
[13] Albert Einstein, en Ronald W. Clark, Einstein: The Life and Times (New York:
World Publishing Company, 1971), 19.
[14] Allen Sandage, “A Scientist Reflects on Religious Belief”, Truth Journal,
edición para el Internet, tomo 1 (1985), leaderu.com/truth/1truth15.html.
[15] Wendell Berry, “Christianity and the Survival of Creation”, en Sex, Economy,
Freedom, and Community: Eight Essays (New York and San Francisco: Pantheon
Books, 1993), 103.
[16] Michael Benson, “A Space in Time”, Atlantic Monthly 290, n . 1 (July–August
o

2002): 105.
[17] David Koo, in Strauss, “Universe May Have Regular Pattern”, 2S.
[18] Chaisson y Steve McMillan, Astronomy Today (Englewood Cliffs, NJ: Prentice
Hall, 1993), 559.
[19] Corey S. Powell, “Up against the Wall”, Scientific American 262, n . 2
o

(February 1990): 19.


El “cómo” estudiar las escrituras
Joseph Fielding McConkie
Si los cielos se abrieran hoy y Dios nos hablara, ¿no quisieran escuchar lo que Él
tiene que decir? De igual manera, ¿si un mensajero viniera en Su lugar, sería de
igual interés? Si el mensaje se escribiera, ¿no quisieran leerlo?
Muchas personas fieles han dado sus vidas para que la palabra del Señor tal como
se ha dado a Su pueblo antiguamente se preservara para nosotros. El estudio
cuidadoso de este registro será la fuente de grandes bendiciones para nosotros,
mientras que el no conocerlo sería una gran pérdida.
Hay que permitir que los principios correctos, no las
técnicas, dirijan nuestro estudio
A través de los años, muchos de mis alumnos y otros han llegado a mi oficina
preguntándome cómo pueden llegar a ser mejores estudiantes de las escrituras. A
menudo se me ha preguntado la manera que los hombres como mi padre, el élder
Bruce R. McConkie, y mi abuelo, el presidente Joseph Fielding Smith, quienes
tenían la reputación de tener mucho conocimiento del evangelio, han estudiado las
escrituras. Implícito en tales preguntas está la idea que hay alguna metodología o
secreto conocido por unos pocos, y que aquel secreto da a aquellos que lo
conocen una ventaja marcada en el entendimiento de las escrituras. De hecho, voy
a revelar el gran secreto; es que no hay ningún secreto.
En cuanto a mi padre y mi abuelo, su método consistía en no tener ningún método.
¡Los métodos no son la respuesta! El estudio eficaz de las escrituras no tiene nada
que ver con el sistema de marcar que usas. No tiene nada que ver con la decisión
de usar un marcador azul o uno rojo. No tiene nada que ver con que si estudias un
tema particular cronológicamente o por temas. No tiene nada que ver con tu uso
de la cuádruple (que contiene cuatro libros) en vez de una combinación triple. No
tiene nada que ver con el tamaño de letra de tus escrituras, a menos que estés
envejeciendo.
Tiene todo que ver con la intensidad y la consistencia con que tú estudias. No hay
atajos; no hay secretos.
No obstante, hay algunos principios básicos que son fundamentales para lograr un
entendimiento correcto de las escrituras. Quiero presentar siete de estos
principios. Cada uno trae consigo una luz adicional. Juntos pueden aumentar tu
comprensión de las escrituras siete veces y más.
El entendimiento de la revelación requiere el espíritu de la
revelación
El primer principio y el más básico del entendimiento de las escrituras es que la
revelación dada por el Espíritu solamente se entiende por el Espíritu.
Una aceptación de las escrituras como tales requiere una creencia en el principio
de la revelación. Requiere una creencia que Dios puede transmitir y sí transmite
Sus pensamientos y voluntad a nosotros. La mayoría de las escrituras se escriben
solamente en los corazones y la mente de la gente. Esta forma de escritura se
conoce como la Luz de Cristo. Es universal para los hijos de los hombres y
siempre tiene el propósito de prepararles para recibir mayor luz. Las escrituras
también incluyen todo lo que se dice bajo la influencia del Espíritu Santo. El
Espíritu Santo es un revelador. Como el tercer miembro de la trinidad, Su propósito
es enseñar y testificar de las verdades de la salvación. Por lo tanto, la voz del
Espíritu Santo está reservada para un orden más alto de verdades que las que
comunica la Luz de Cristo.
Mientras que el derecho para tener la Luz de Cristo es universal, la revelación del
Espíritu Santo requiere que tengamos fe en Cristo y que vivamos conforme a los
principios de la rectitud. Nefi enseña el principio utilizando el siguiente lenguaje:
Y aconteció que después que yo, Nefi, hube oído todas las palabras de mi padre
concernientes a las cosas que había visto en su visión, y también las cosas que
habló por el poder del Espíritu Santo, poder que recibió por la fe que tenía en el
Hijo de Dios —y el Hijo de Dios era el Mesías que habría de venir [Nótese que fue
la fe en Cristo lo que permitió a Nefi el derecho a la compañía del Espíritu Santo]—
yo, Nefi, sentí deseos de que también yo viera, oyera y supiera de estas cosas, por
el poder del Espíritu Santo, que es el don de Dios para todos aquellos que lo
buscan diligentemente, tanto en tiempos pasados como en el tiempo en que se
manifieste él mismo a los hijos de los hombres.
Porque él es siempre el mismo ayer, hoy y para siempre; y la vía ha sido
preparada para todos los hombres desde la fundación del mundo, si es que se
arrepienten y vienen a él.
Porque el que con diligencia busca, hallará; y los misterios de Dios le serán
descubiertos por el poder del Espíritu Santo, lo mismo en estos días como en
tiempos pasados, y lo mismo en tiempos pasados como en los venideros; por
tanto, la vía del Señor es un giro eterno. (1 Nefi 10:17–19)
Entre las revelaciones innumerables que han venido del Dios del cielo sólo unas
cuantas se han grabado como escritura. Entre su gran número aún menos han
entrado en una colección de tales textos escritos preservados para nosotros en
forma de libro. Cierta colección de textos escritos se conoce para nosotros como la
Santa Biblia. La palabra biblia viene del Griego biblia, lo cual quiere decir “los
libros.” Por lo tanto, la Biblia es una biblioteca de libros considerados sagrados o
santos.
Es importante notar que los católicos, los protestantes y los judíos están en
desacuerdo en cuanto a los libros que deben ser incluidos en esta colección. La
biblioteca de los Santos de los Últimos Días que alberga los libros sagrados
contiene apreciablemente más registros de escrituras de lo que se encuentra en
las bibliotecas de las otras sectas. Mientras que las otras religiones no pueden
ponerse de acuerdo en cuanto a cuáles libros han de ser incluidos en la Biblioteca
de la Fe —o sea, a la Biblia, como la llamamos— ellos consideran nuestras
adiciones a esta biblioteca como un acto de herejía.
Nosotros, en cambio, creemos que sí tenemos la misma fe que tenían los antiguos.
Recibimos revelación que se relaciona directamente con nuestra situación tal como
la tenían ellos. Los antiguos fueron edificados por la revelación dada al pueblo que
venía antes pero ellos no se limitaban a la revelación antigua. Tal como ha sido
con ellos, así es para nosotros. De hecho, este principio es fundamental para
nuestro entendimiento e interpretación de todo lo que leemos en el canon de
escritura. Al romper la comunicación con los cielos —es decir, al decir que se ha
cerrado la biblioteca de la revelación— nosotros perdemos no solamente la
oportunidad para recibir la revelación adicional sino también la clave para
comprender todo lo que poseemos. Nefi explicó el principio con estas palabras:
Sí, ¡ay de aquel que dice: Hemos recibido, y no necesitamos más!
Y por fin, ¡ay de todos aquellos que tiemblan, y están enojados a causa de la
verdad de Dios! Pues he aquí, aquel que está edificado sobre la roca, la recibe con
gozo; y el que está fundado sobre un cimiento arenoso, tiembla por miedo de caer.
¡Ay del que diga: Hemos recibido la palabra de Dios, y no necesitamos más de la
palabra de Dios, porque ya tenemos suficiente!
Pues he aquí, así dice el Señor Dios: Daré a los hijos de los hombres línea por
línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí; y benditos son aquellos
que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque
aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, le daré más; y a los que digan:
Tenemos bastante, les será quitado aun lo que tuvieren. (2 Nefi 28:27–30; énfasis
agregado)
Nunca en todas las eternidades ha revelado el Señor que no habría más
revelación. Hacer esto sería robarnos la habilidad de entender la revelación que Él
ya nos ha dado. Sería esconder la evidencia de Su existencia y camuflar las
verdades del evangelio.
La Biblia es un libro muy diferente en las manos de alguien que rechaza el espíritu
de la revelación y en las manos de alguien que está abierto a ese espíritu. Las
palabras son iguales, pero la visión es completamente diferente. Un libro que vino
por medio de la revelación es solamente revelación para el pueblo que tiene el
espíritu de la revelación.
El espíritu que tú tienes al leer un libro predetermina lo que tú vas a sacar de
provecho de ella. El Evangelio de Mateo leído por un hombre puede ser escritura,
pero cuando otro lo lee tal vez no sea escritura. Es posible que estén en el mismo
salón compartiendo el mismo libro, mas puede ser escritura para uno y no para el
otro. La diferencia no es en lo que se ha escrito sino en el espíritu con que se lee.
Las santas escrituras leídas con el espíritu de contención no son escritura; no es la
voz del Señor y tampoco representa Su Espíritu. Es sencillamente tinta negra
sobre papel blanco. Si el espíritu con que algo se lee no es correcto, entonces la
interpretación de lo que se ha escrito tampoco puede ser correcta.
Déjenme compartir dos textos clásicos de escritura que enseñan este principio. El
primero viene de una revelación dada para enseñarnos a discernir la verdad del
error, espíritus buenos de espíritus malos, doctrina correcta de doctrina falsa. Al
empezar nosotros la lectura, el Señor, el gran maestro, incentiva nuestro
pensamiento sobre este asunto de discernir los espíritus con una pregunta:
Por tanto, yo, el Señor, os hago esta pregunta: ¿A qué se os ordenó? [Entonces,
en respuesta a Su propia pregunta, el Señor dice:]
A predicar mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado para
enseñar la verdad.
Y entonces recibisteis espíritus que no pudisteis comprender, y los recibisteis
como si hubieran sido de Dios; ¿y se os puede justificar en esto?...
De cierto os digo, el que es ordenado por mí y enviado a predicar la palabra de
verdad por el Consolador, en el Espíritu de verdad, ¿la predica por el Espíritu de
verdad o de alguna otra manera? [Nótese que se asume en el texto que lo que
enseñamos es verdad —ese no es el punto— el punto es el Espíritu con el que se
enseña.]
Y si es de alguna otra manera, no es de Dios.
Y además, el que recibe la palabra de verdad, ¿la recibe por el Espíritu de verdad
o de alguna otra manera?
Si es de alguna otra manera, no es de Dios.
Por tanto, ¿cómo es que no podéis comprender y saber que el que recibe la
palabra por el Espíritu de verdad, la recibe como la predica el Espíritu de verdad?
(DyC 50:13–21)
¿Lo notaron? Las verdades del cielo no son verdades del cielo si intentamos
justificarlas de alguna manera que no sea por el espíritu de la revelación. Si vamos
a ser “edificados y [regocijarnos] juntamente” debemos enseñar y aprender por
medio del espíritu de la revelación.
Como una segunda ilustración de este principio, consideren las palabras de una
revelación anterior, una revelación dada al Quórum de los Doce seis años antes de
ser llamados. Hablando del Libro de Mormón, el Señor dice, “Estas palabras no
son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que son de mí, y
no del hombre. Porque es mi voz la que os las declara; porque os son dadas por
mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros; y si no fuera por mi
poder, no podríais tenerlas. Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y
que conocéis mis palabras” (DyC 18:34–36).
Este principio no se limita al Quórum de los Doce. Tampoco lo hace ningún
principio del evangelio. Solamente tenemos un evangelio y ha de aplicarse de igual
manera a todos aquellos que son honestos de corazón. Cuando tú o yo leemos o
estudiamos las escrituras bajo la dirección del Espíritu del Señor, estamos
escuchando la voz del Señor y podemos testificar de ello. Leer las escrituras sin
ese Espíritu es un asunto completamente diferente.
Por lo tanto, el primer principio del entendimiento de escritura es que la escritura
debe ser comprendida por el mismo espíritu por el cual se ha escrito. Sin el espíritu
de la revelación, no hay ninguna escritura. Algunos dirían que se trata de un
razonamiento circular, y así es. Hay que tener vida para dar vida. No se puede leer
en la oscuridad. No se puede ver y escuchar las cosas del Espíritu sin el Espíritu.
Tal como la luz se allega a la luz, así la oscuridad es el padre de los hechos de la
oscuridad.
Solamente hay un evangelio
Nuestro segundo principio se centra en la naturaleza eterna del evangelio. Todos
los principios del evangelio son absolutos; de eternidad a eternidad, son los
mismos. Eran los mismos en nuestra vida preterrenal tal como lo son en este
segundo estado. No cambian en el mundo a donde van nuestros espíritus después
de la muerte, ni serán menos su peso y medida en la Resurrección. No existen
principios de la salvación que no hayan sido decretados antes de la fundación de
la tierra. El Señor decretó que Su casa fuera una casa de orden, no una casa de
confusión. En una revelación dada al profeta José Smith, el Señor dramatiza este
principio al hacer tres preguntas retóricas: Primero, “¿Aceptaré una ofrenda que no
se haga en mi nombre?” Segundo, “¿recibiré de tus manos lo que yo no
he señalado?” Y tercero, “¿Y te señalaré algo […] que no sea por ley, tal como yo
y mi Padre decretamos para ti, antes de que el mundo fuese?” (DyC 132:9–11).
La respuesta a cada una de estas preguntas es un no enfático. Su propósito es de
dramatizar que no hay sino un evangelio, un plan de salvación, un sistema de
autoridad y una organización en la que se pueden encontrar administradores
legales y lícitos. Si la casa de Dios es una casa de orden, no será gobernada por
leyes hechas por otra persona, y no honrará las ofrendas hechas a otros dioses, ni
tampoco se aceptarán las ordenanzas efectuadas sin su permiso y autoridad.
Yo no puedo llegar a ser tu heredero por leer tu diario y por leer las promesas que
tu padre te ha hecho. De igual manera, tú no puedes llegar a ser el heredero de
Dios al leer las promesas que Él hizo a un pueblo de una época anterior. Tu
salvación y la mía requieren una revelación que sea inmediata y personal.
Sería igualmente verdadero que si el pueblo pudiera reclamar legítimamente el
derecho de enseñar el evangelio y de actuar en el nombre del Señor por leer la
Biblia, ellos también podrían llegar a ser el presidente de los Estados Unidos por
leer la Constitución de nuestra patria.
“Buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”
Tomo nuestro tercer principio del currículo dado por el Señor en la escuela de los
profetas: “Buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).
Esta proclamación primero afirma la importancia del estudio y entonces sugiere la
necesidad de ir más allá de nuestro estudio para adoptar el principio de la fe.
Permítanme ilustrar lo que se requiere aquí. El profeta José Smith estaba
estudiando el libro de Santiago cuando llegó al pasaje que le instruyó que pidiera
de Dios y que lo hiciera en fe sin dudar (véase Santiago 1:5–6). Cuando él dejó el
libro para ir en búsqueda de un sitio quieto para orar, su fe suplantó su estudio, y
por medio de esa fe él fue capaz de hacer lo que sus mentores bíblicos habían
hecho: abrir los cielos.
Mi fe en que el Libro de Mormón tiene un lugar especial en la biblioteca de los
libros sagrados me permite una gran cantidad de conocimiento que no tendría de
otra manera. Me restaura el conocimiento de las cosas sencillas y preciosas que
se han quitado de la Biblia. Por medio de ello aprendo que los pueblos del Antiguo
Testamento tenían lo que conocemos como el Sacerdocio de Melquisedec.
También tenían el bautismo, el don del Espíritu Santo y todos los principios
salvadores y las ordenanzas del evangelio. Por medio del Libro de Mormón yo
puedo ganar más conocimiento y entendimiento de lo que se enseñaba en las
épocas del Antiguo y Nuevo Testamento de lo que puedo al leer todos los
comentarios académicos jamás escritos sobre el asunto.
Por medio del Libro de Abraham aprendo que los pueblos del Antiguo Testamento
tenían el Convenio de Abraham con su promesa de una continuación de la semilla
y la unidad familiar eterna. Por medio de la fe en la traducción del Libro de Moisés
por José Smith, aprendo que a Jesús —el Mesías— lo conocían Adán, Enoc, Noé
y Abraham, y que el plan de salvación que ellos conocían es el mismo plan de
salvación que conocemos hoy en día.
No se trata de una retirada a la postura anti-intelectual común en el mundo
cristiano histórico. Más bien es la audaz declaración que al traer la fe al acto del
estudio es como una pareja amorosa que trae un hijo al mundo. El niño es un ser
viviente que trae a sus padres una profundidad del amor y comprensión que nunca
podrían haber conocido antes. De la misma manera, mi fe en Jesús de Nazaret
como el por tanto tiempo anticipado Mesías, Salvador y Redentor de la humanidad
me da un entendimiento completamente diferente del Antiguo Testamento de lo
que tendría de otra manera.
Todas las cosas se reproducen según su género, y de igual manera la fe engendra
la fe. La fe en un principio del evangelio infundirá la fe en otro. Mi fe en la
resurrección —es decir, la unión inseparable de cuerpo y espíritu (una idea que no
se puede defender científicamente)— infunde mi fe en la historia de la Creación
(un asunto sobre el cual hay un sin fin de polémicas científicas).
Es solamente por medio de agregar la fe a nuestro estudio de las escrituras que
captamos la esencia de lo que leemos. La religión verdadera es una cosa viviente.
Exige que las señales sigan a los creyentes. Habla de milagros para que sepamos
que podemos obrar milagros. Describe la voz de Dios para que reconozcamos Su
voz al oírla. Comenta sobre el ministerio de ángeles para que sepamos que
podemos recibirlo también; si hemos sembrado las mismas semillas que
sembraron aquellos de quienes leímos en las santas escrituras, entonces
podremos cosechar tal como ellos han cosechado.
Manteniendo las cosas en su contexto
El cuarto principio que les quisiera señalar es la necesidad de mantener las cosas
en su contexto apropiado. El contexto da color a o cambia el color de todo lo que
nosotros o cualquier persona dice. Cuando mi esposa me dice que yo debo decir
“te amo” más a menudo, ella no quiere decir que debo decirlo a otras mujeres.
Cada texto de escritura tiene dos contextos: la circunstancia o el momento
inmediato en respuesta al cual se escribió y el contexto mayor en relación con
todos los otros principios o palabras correctos. Una declaración oscura o aislada
no sería suficiente para sostener el peso del evangelio o para asumir la
responsabilidad para establecer cualquier principio esencial para la salvación.
Cuando Cristo decía, “En la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento”
(véase Mateo 22:23–30), necesitamos saber si Él hablaba de cada alma que ha
vivido o de los Saduceos (que lo habían rechazado como su Mesías), que habían
hecho la pregunta que provocó la respuesta de Jesús.
Cuando Él dijo, “No os afanéis por el día de mañana” (Mateo 6:34), ¿hablaba de ti
y de mí o hablaba a los Doce que habían sido llamados para un ministerio de
tiempo completo?
Cuando Él dijo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34),
¿estaba pensando en los soldados romanos que clavaron los clavos en Sus
manos y pies, o hablaba de todos durante la historia que han querido crucificarlo
de nuevo?
Cuando Cristo dijo, “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”
(Marcos 16:15), ¿estaba dando esta comisión a todos los que se sienten inclinados
a hacerlo, o se refería a los Doce a quienes Él había comisionado y entrenado?
Cuando el apóstol Pablo dijo, “Pero si no tienen don de continencia, cásense, pues
mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7:9), ¿estaba sugiriendo que
el matrimonio es para las personas innatamente débiles que carecen de un
carácter moral, o estaba sugiriendo que los que obran como misioneros deben
esperar hasta que hayan completado sus misiones para casarse?
Cuando Juan advierte que si alguno añade o quita de lo que ha escrito, ¿estaba
prohibiendo a los demás alterar las palabras de su carta, o estaba anunciando que
se habían parado todas las escrituras inspiradas? (véase Apocalipsis 22:18–19).
El contexto inmediato sirve para contestar cada una de las preguntas que surgen
aquí, pero si todavía estamos confundidos, debemos depender más bien del
contexto mayor de todo lo que se ha revelado sobre el asunto en cuestión.
Cuando yo era joven, serví como un capellán militar. Siempre que nuestra unidad
recibía órdenes para entrar en combate, algunos de los soldados sentían
descubrían que eran objetores de consciencia y no podían tomar las armas. Sus
afirmaciones siempre se trataban con respeto, y entre otras cosas eran enviados a
hablar con el capellán a buscar su ayuda para establecer su caso, si realmente
tenían uno. En tales casos yo les preguntaba si habían hecho algo que podría ser
citado como evidencia de su creencia nuevamente profesada. Ninguno jamás
podía hacerlo. La segunda pregunta que les hacía era si había alguna base
religiosa para sus objeciones a su nueva profesión militar. La única respuesta a
esta pregunta que puedo recordar es que Dios mandó a Moisés, diciendo, “No
matarás” (Éxodo 20:13).
Sin entrar en detalles sobre todas las conversaciones que he tenido con estos
hombres jóvenes, noto que sin excepción estaban sorprendidos al aprender que la
palabra traducida como matar en este texto viene de la palabra hebrea
para asesinato. Estaban sorprendidos al aprender que el castigo por el asesinato
en los días de Moisés era la muerte. Estaban igualmente sorprendidos al aprender
que Moisés mismo era un gran general que repetidas veces guió al ejército de
Israel para pelear contra sus enemigos y que mataban en cantidades asombrosas.
El punto aquí es que este es el contexto mayor para el sexto mandamiento. Lo
pone en un contexto completamente diferente de lo que estos jóvenes habían
entendido anteriormente.
Equilibrar los principios correctos
Nuestro quinto principio tiene que ver con el balance necesario entre los principios
del evangelio. Los principios correctos a menudo se encuentran en conflicto.
Podemos notar esta dificultad desde Edén. Dios deliberadamente puso a Adán y a
Eva en una posición en donde estaban entre mandamientos en conflicto. Se les
había mandado multiplicarse y henchir la tierra, algo que no podían hacer sin
participar del árbol del conocimiento del bien y el mal, cosa que se les había
mandado no hacer. Su situación requería que tomaran una decisión y luego
aceptaran sus consecuencias. Sabia y prudentemente escogieron guardar el
mayor de los dos mandamientos de tener hijos, lo cual requería que tomaran del
árbol del conocimiento del bien y el mal. Nos referimos a este evento como
la transgresión de Adán, no como el pecado de Adán. Una trasgresión implica el
rompimiento de una ley. El pecado, en cambio, es una desobediencia voluntariosa.
En este caso no hubo pecado sino una ley transgredida. Las consecuencias de
esta trasgresión, que se conoce como la Caída, crearon la necesidad de Cristo y
Su Expiación.
Quiero destacar en el contexto de nuestra discusión que a veces —de hecho más
a menudo de lo que nos gustaría— los principios correctos están en conflicto el
uno con el otro. Al igual que Adán y Eva, a menudo nos enfrentamos con
mandamientos contradictorios. Como ellos, nosotros también debemos de hacer
una decisión en cuanto a lo que es más importante y lo que no es, y, tal como
nuestros primeros padres, nosotros también debemos aceptar las consecuencias
de estas decisiones.
Consideren las siguientes ilustraciones. Por un lado, queremos ser honestos; por
el otro lado, no queremos ser hirientes o insensibles. Ambos deseos son virtudes,
pero cualquier virtud exagerada llega a ser un vicio. Se nos os enseña a ser
comprensivos y misericordiosos, mas como sabe cualquier buen obispo, la
misericordia no puede negar la justicia. Si se negara la justicia, se destruiría la
responsabilidad personal, la doctrina del arrepentimiento y finalmente todo el plan
de la salvación.
Existe la letra de la ley y también el espíritu de la ley, y hay un tiempo y un lugar
para que cada cual asuma el escenario central. Así que hay un balance que
debemos mantener entre los principios del evangelio. No podemos permitir que la
doctrina de la gracia, por maravillosa que sea, se convierta en un matón para
perseguir todos los otros principios del evangelio fuera de la capilla. No podemos
enamorarnos de un principio tanto que empiece a eclipsar los demás. El mundo
está lleno de ejemplos de esta clase de motín doctrinal donde el barco de la fe se
ha controlado por un principio y los otros o están esclavizados o tienen que
abandonar el barco.
Hay que recordar que ningún principio permanece correcto cuando se usa
incorrectamente. Cualquier principio que se aísla del cuerpo de los principios se
corrompe en su aislamiento. Lo que pasa a menudo es que se nos invita a dar una
lección sobre un principio particular. Lo aislamos de sus principios que son sus
compañeros para el estudio. Entonces hacemos un trabajo tan completo de
explicar su importancia que cuando terminamos, se ha inflado hasta que ya no
cabe con los otros principios, y éstos tienen que ser desalojados para darle
espacio. La receta de los principios del evangelio no permite la omisión de un
ingrediente para sustituirse con una doble dosis de otro. Todos los principios,
correctamente comprendidos, deben permanecer en su relación correcta con todos
los demás principios del evangelio.
Esta vida está llena de decisiones, y aún la mejor decisión trae sus consecuencias.
De hecho, las mejores decisiones generalmente cuestan mucho. No vinimos a esta
tierra para ver cuántas dificultades podíamos evitar o por cuánto tiempo podíamos
descansar en la sombra, sino que vinimos para ver si escogíamos permanecer en
la luz y trabajar con energía en la causa de la verdad.
Usen comentarios y el sentido común
El sexto principio del estudio de escritura es buscar libremente la ayuda de fuentes
que excedan conocimiento de uno sobre cualquier asunto particular. Nosotros
tenemos una cantidad de ayudas excelentes en las últimas ediciones de las
escrituras de la Iglesia. Los encabezamientos de los capítulos no solamente dan
un resumen conciso del contenido del capítulo sino que también a menudo
contienen una explicación y comentarios. Las notas al pie también pueden ayudar
pero no se debe suponer que ellas mismas son escritura. En la edición de inglés
de la Iglesia, la Guía Temática, El Diccionario Bíblico, La Traducción de José Smith
y los mapas también son un gran recurso. Los comentarios seculares ayudan con
asuntos acerca de la historia y la geografía. En aspectos doctrinales la ayuda que
dan es muy limitada. En cuanto a los comentarios de los Santos de los Últimos
Días, nadie va a tener la razón siempre, pero esto no quiere decir que no puedan
ayudar en algunas cosas.
Se ha dicho con frecuencia que el mejor comentario sobre las escrituras son las
escrituras mismas. Seguramente este es el caso pero no se trata de usar un
versículo para interpretar otro versículo; es ver que el Antiguo Testamento es un
comentario maravilloso sobre el Nuevo Testamento y que el Nuevo Testamento es
igualmente importante para descubrir o entender el Antiguo Testamento. Además,
no es suficiente que nosotros como Santos de los Últimos Días veamos el Libro de
Mormón como “Otro Testamento de Jesucristo”; debemos también reconocer que
es una clave con que nosotros descubrimos el significado verdadero del Antiguo y
Nuevo Testamento. Es el palo de José del que habló Ezequiel que iba a llegar a
ser uno con el palo de Judá para el propósito de recoger un Israel esparcido
(véase Ezequiel 37:19).
Por lo que José de Egipto dijo: “Por lo tanto, el fruto de tus lomos escribirá, [y
hablaba a los de su propia simiente]; y el fruto de los lomos de Judá escribirá; y lo
que escriba el fruto de tus lomos, y también lo que escriba el fruto de los lomos de
Judá, crecerán juntamente para confundir las falsas doctrinas, y poner fin a las
contenciones, y establecer la paz entre los del fruto de tus lomos,
y llevarlos al conocimiento de sus padres en los postreros días, y también al
conocimiento de mis convenios, dice el Señor” (2 Nefi 3:12; Traducción de José
Smith, Génesis 50:31).
El caso aquí es que el mensaje de los dos libros es el mismo. Si los entendemos
correctamente, ellos están enseñando los mismos principios, testificando del
mismo Dios y guiándonos hacia el mismo fin. El Libro de Mormón restaura nuestra
comprensión de las cosas “claras y preciosas” que se perdieron o se tomaron de
los manuscritos de la Biblia antes de imprimirse en forma de libro. Ningún libro de
las escrituras se ve amenazado por otro. Aunque sean diferentes en detalles, los
Evangelios testifican el uno del otro. Así sucede con los que llamamos textos
canónicos. No son rivales, sino compañeros.
Yo he escuchado muchas cosas negativas acerca de los comentarios. Recuerden
que muchas de las escrituras, si no la mayoría, son comentarios acerca de otras
escrituras. Cualquier cosa escrita o dicha acerca del evangelio es un comentario
sobre el evangelio, aún la declaración que no debemos usar los comentarios es un
comentario.
También cabe notar que hay pocas cosas más importantes para comprender las
escrituras que el sentido común. Ningún pasaje de escritura puede resistir la mala
comprensión y ningún texto de escritura ha resistido el mal uso. Las causas malas
y la mala política a menudo se sostienen con citas de las escrituras. Los
argumentos de las escrituras se explotaron en la época de Jesucristo para
rechazarle a Él. Para aquellos que buscaban Su muerte, Cristo dijo:
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida
eterna; y ellas [o sea, las escrituras] son las que dan testimonio de mí;
y no queréis venir a mí para que tengáis vida.
Gloria de los hombres no recibo.
Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio
nombre, a ése recibiréis.
¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no
buscáis la gloria que viene del Dios único?
No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés,
en quien tenéis vuestra esperanza.
Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.
Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras? (Juan 5:39–47)
En cuanto a la tergiversación ingeniosa de la escrituras, la gran clave es declarar
lo figurativo como algo literal y lo literal como algo figurativo. Al hacer esto, uno
puede profesar amor por la escritura al mismo tiempo que pone al revés su
significado.
En el libro de Moisés leemos que Adán fue creado con el “polvo” de la tierra (véase
Moisés 3:7). Algunos dirían que el primer hombre fue hecho de barro. Sin
embargo, el mismo texto dice que tú y yo hemos “nacido en el mundo mediante el
agua, y la sangre, y el espíritu” que Dios había hecho “y así del polvo habéis
llegado a ser alma viviente” (Moisés 6:59). El mismo autor que usó “polvo” para
describir el nacimiento de Adán lo usa también para describir tu nacimiento y el
mío.
En este contexto leemos que Eva fue creada de la costilla de Adán (véase Moisés
3:21–22). El texto no se preocupa por informarnos que esto es figurativo, que es
una metáfora para enseñar que el puesto de la mujer es al costado del hombre. La
escritura no nos dice esto. Debemos deducirlo. Nuestro entendimiento viene de la
“doctrina del sentido común.” Las niñas no se hacen de azúcar y especies [sugar
and spice, de un poema muy conocido en inglés], ni tampoco se crean de la
costilla de su marido. Hay algunas cosas que tenemos que comprender por
nuestra propia cuenta.
Cuando estudiamos álgebra, aprendimos que podíamos tomar lo conocido y usarlo
para solucionar la incógnita. Podemos hacer lo mismo con los principios del
evangelio. Si, por ejemplo, sabemos que un pueblo tenía el Sacerdocio de
Melquisedec, entonces sabemos que también tenían el don del Espíritu Santo
porque es el Sacerdocio de Melquisedec que otorga este don.
Algunos de mis estudiantes me han pedido pruebas de que el principio del
matrimonio eterno se practicaba en los tiempos del Antiguo Testamento. ¿No es
razonable deducir que si recibimos la autoridad de efectuar el matrimonio eterno
de Abraham o de alguien de su dispensación, dicha autoridad debe haber existido
en aquella dispensación? De igual manera, podríamos deducir que si el bautismo
es una ordenanza del Sacerdocio Aarónico, entonces un pueblo teniendo el
Sacerdocio Aarónico también tendría la ordenanza del bautismo.
El conocimiento que Dios es eterno y que los principios salvadores que vienen de
Él son absolutos abre las escrituras a nuestra comprensión una y otra vez. Sirve
para desafiar, por ejemplo, la idea que había un plan de salvación para el pueblo
de la época del Antiguo Testamento y hay otro plan de salvación para el pueblo de
la época del Nuevo Testamento y todavía hay otro para la gente viviendo en la
época actual. Seguramente descarta la idea que no había ninguna Iglesia de Cristo
antes de la época del Nuevo Testamento.
Aplicar las a nosotros mismos (véase 1 Nefi 19:24)
El séptimo y último principio que quiero sugerirles para enriquecer su estudio de
las escrituras es el de aplicar las escrituras a ustedes mismos (1 Nefi 19:23–24).
En varias revelaciones de Doctrina y Convenios el Señor dice, “Lo que digo a uno
lo digo a todos” (DyC 93:49). Por ejemplo, Doctrina y Convenios 25 contiene una
revelación a Emma Smith donde Él le llama “una dama elegida” (v. 3). Ella recibe
la instrucción específica de seleccionar himnos para el uso de la Iglesia joven y
luego recibe unos consejos generales. En la conclusión de esta revelación, el
Señor dice, “Y de cierto, de cierto te digo, que ésta es mi voz a todos” (DyC 25:16).
Por lo tanto, cada miembro de la Iglesia tiene un derecho igual para esta
revelación. Pertenece tanto a nosotros como a Emma.
La comprensión de este principio requiere un poco del sentido común del cual
hemos hablado. El Señor no quería que cada miembro recopilara un himnario, sino
que todos debemos evitar la tentación de murmurar acerca de nuestra suerte, que
debemos buscar la ayuda del Espíritu Santo en nuestro conocimiento y que
debemos dejar a un lado las cosas de este mundo para buscar las cosas de un
mundo mejor, tal como se le mandó a Emma. Al hacerlo, tenemos la misma
promesa que tuvo Emma: recibiremos una “corona de justicia” con todas las
bendiciones que la acompañan.
De igual manera, el Señor dio una revelación a José Smith, padre. Es una
revelación acerca del servicio, y se encuentra en la cuarta sección de Doctrina y
Convenios. Los misioneros la citan frecuentemente cuando se reúnen, pero la
revelación realmente pertenece a todos nosotros. Es nuestra puesto que los
principios que contiene se aplican a nosotros exactamente de la misma manera
que se aplicaron a José Smith, padre. Así es como tomamos la tela de las
escrituras y la adaptamos para conformarla a nuestras circunstancias. Lo hacemos
con integridad, tomando los principios eternos y dejándole a la persona a quien la
revelación iba dirigida originalmente las promesas que eran para él o ella.
Conclusión
Esto nos lleva al punto de partida. Sirve para unir nuestros siete principios.
Empezamos con la idea de que las escrituras, es decir la revelación, realmente es
revelación cuando la acompaña el espíritu de la revelación.
José Smith y Oliver Cowdery nos dan un ejemplo notable de este principio.
Después de que Juan el Bautista restauró el Sacerdocio Aarónico a ellos, se
bautizaron y el Espíritu Santo se les confirió sobre ellos, José Smith dijo,
“Encontrándose ahora iluminadas nuestras mentes, empezamos a comprender las
Escrituras, y nos fue revelado el verdadero significado e intención de sus pasajes
más misteriosos de una manera que hasta entonces no habíamos logrado, ni
siquiera pensado” (José Smith–Historia 1:74; énfasis agregado).
Agregamos a esto un segundo principio, la idea de que los principios del evangelio
son eternamente los mismos. Toda escritura viene de la misma fuente, tiene el
mismo propósito y enseña la misma doctrina. El evangelio de Jesucristo jamás ha
evolucionado. No está sujeto al cambio; es absoluto y eterno. La doctrina por
medio de la cual Adán y Eva encontraron la salvación es una y la misma con la
doctrina por la que cada uno de sus hijos por todas las generaciones del tiempo
encontrará la salvación. Se centrará sobre el mismo Salvador, la misma Expiación
y la obediencia a las mismas leyes y ordenanzas, y requerirá el mismo sacerdocio.
Tal como hay solamente un Salvador, así también hay sólo un evangelio. Cuando
el Cristo resucitado visitó el pueblo del Nuevo Mundo, lo hizo tal como lo había
hecho en el Antiguo Testamento. Fue a Su templo, llamó y ordenó a doce hombres
para ser testigos especiales de Su nombre y enseñó el mismo evangelio que había
enseñado a los de Su propia nación. El evangelio y sus convenios y promesas
permanecen sempiternamente iguales. No había un evangelio para los pioneros y
otro para nosotros, o uno para los apóstoles y profetas y otro para el resto de la
Iglesia. Solamente tenemos un evangelio tal como sólo tenemos un Salvador.
Cada uno de nosotros hace los mismos convenios y cada uno recibe la misma
promesa de bendiciones. En este contexto, las promesas en las revelaciones son
nuestras; se nos dieron a nosotros también, y podemos colocar nuestros nombres
dentro de ellas.
Nuestro tercer principio ha sido de buscar conocimiento por el estudio y la fe. Debe
ser obvio que la única manera en la que podemos verdaderamente aprender
acerca de la fe es ejercerla. La idea que debemos buscar conocimiento tanto por el
estudio como por fe sugiere que la fe no nos requiere que dejemos nuestras
mentes en la puerta cuando asistimos a la clase de la Escuela Dominical o cuando
tratamos de aprender más acerca del evangelio. Sugiere, no obstante, que sería
un evangelio pequeño si no alcanzara más allá de los límites de nuestro
entendimiento y el conocimiento que hemos acumulado. La misma revelación que
nos dice que debemos buscar el conocimiento por la fe también nos dice que Dios,
no la naturaleza, es el autor de todas las leyes. Esta revelación declara que todas
la ley, la luz y la vida vienen de Dios y que Él está encima de todos ellos. Él es su
hacedor, no su compañero.
Nuestro cuarto principio notó que todo tiene su debido contexto. Todos los
principios del evangelio tienen un contexto inmediato y un contexto más general
que es la plenitud del evangelio. Ningún principio del evangelio tiene el propósito
de existir solo. El aislamiento de cualquier principio de la congregación de
principios del evangelio es una perversión de dicho principio. El evangelio no
consiste de la gracia sola, el amor solo, la fe sola o de cualquier principio solo. Los
principios del evangelio se sostienen el uno al otro.
Por eso escogimos como nuestro quinto principio el balance necesario entre los
principios del evangelio. La ignorancia no puede nutrir la fe, ni tampoco puede el
intelecto sustituirse por ella. La Biblia permanece un libro sellado a los que adoran
en el altar de su propio intelecto. Su significado y propósito también se pierden
entre los que reducen su mensaje a algunas frases que ellos citan incesantemente
para justificar su entendimiento superficial y la rapidez con que adoptan lo que no
tiene ningún lugar en la casa de la fe.
Nuestro sexto principio promueve la búsqueda de la sabiduría y la ayuda de todas
las fuentes que nos conducen a un entendimiento mayor. Ninguna fuente
excedería en autoridad la voz del profeta viviente; de hecho, la voz unida de todos
los profetas del pasado nos insta a que escuchemos al profeta viviente.
Observamos en nuestro séptimo y último principio que buscamos el mismo destino
que los fieles de épocas anteriores, y de ahí el camino que marcaron en sus
escrituras es de gran valor para nosotros. Para que nos ayude, debemos alinear el
mapa que nos han dado con los mismos principios que ellos conocían y leerlo con
el mismo Espíritu que ellos conocían.
Cada vez que alguien interpreta un pasaje de las escrituras, recibimos una medida
de su sentido común y de su integridad espiritual. Lo que ustedes hacen con las
escrituras, incluyendo el no leerlas, es una manera muy eficaz por la cual el Señor
toma medidas de las almas. Que cada uno de nosotros podamos darle una buena
medida es mi ruego.
¿Cuál es nuestra doctrina?
Robert L. Millet
Se nos ha mandado enseñarnos “el uno al otro la doctrina del reino”. “Enseñaos
diligentemente, —implora el Señor— Y mi gracia os acompañará, para que seáis
mas perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del
evangelio, en todas las cosas que pertenecen al de reino de Dios, que os conviene
comprender” (DyC 88:77–78). Pero, exactamente ¿qué debemos enseñar? ¿Qué
es la doctrina?
Antes de empezar estos comentarios, permítanme afirmar que entiendo
implícitamente que la autoridad para declarar, interpretar y aclarar la doctrina
descansa en los apóstoles y profetas vivientes. Por lo tanto, este artículo
solamente hablará acerca de la doctrina y en ninguna manera intento enseñar más
allá de mi propia mayordomía.
La doctrina: su propósito, poder y pureza
La doctrina es “el grupo básico de enseñanza o entendimiento cristianos (2 Tim.
3:16). La doctrina cristiana se compone de las enseñanzas que deben entregarse
mediante la instrucción o la proclamación [...] La doctrina religiosa se ocupa de las
preguntas más esenciales y comprehensivas.” [1]
Además, “la doctrina del evangelio es sinónimo de las verdades de salvación.
Contiene las aseveraciones, las enseñanzas y las teorías verdaderas que se
encuentran en las escrituras; incluye los principios, los preceptos y las filosofías
reveladas de la religión pura; los dogmas, las máximas y las opiniones de los
profetas son parte de ella; también los Artículos de Fe son una parte de ella, así
como cada declaración inspirada de los agentes del Señor.” [2]
La doctrina central y salvadora es que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el
Salvador y Redentor de la humanidad; que Él vivió, enseñó, sanó, sufrió y murió
por nuestros pecados; y que se levantó de los muertos al tercer día con un cuerpo
resucitado glorioso e inmortal (véase 1 Corintios 15:1–3; DyC 76:40–42). El profeta
José Smith se refirió a estas verdades centrales como “los principios
fundamentales” de nuestra religión y dijo que “todas las otras [...] son únicamente
dependencias de esto.” [3]
El presidente Boyd K. Packer observó: “La verdad, la gloriosa verdad, proclama
que existe un Mediador [...] Mediante Él se puede extender la misericordia a cada
uno de nosotros, sin temor a ofender la eterna ley de la justicia. Esta verdad es la
raíz misma de la doctrina cristiana. Mucho podéis saber del evangelio al
ramificarse desde allí, pero si solamente conocéis la ramas y esas ramas no tocan
la raíz, si han sido cortadas del árbol de esa verdad, no habrá vida, ni substancia,
ni redención en ellas.” [4]
Tal consejo nos dirige hacia lo que es de más valor, ya sea en sermones o en el
salón de clases, y es lo que debe recibir nuestro mayor énfasis. Hay poder en la
doctrina, poder en la palabra (véase Alma 31:5), poder para sanar el alma humana
(véase Jacob 2:8), poder para transformar el comportamiento humano. “Si la
verdadera doctrina se entiende, cambia la actitud y el comportamiento”, ha
enseñado el Presidente Packer. “El estudio de las doctrinas del evangelio mejorará
el comportamiento de las personas más fácilmente que el estudio sobre el
comportamiento humano. Es por eso que enfatizamos tanto el estudio de las
doctrinas del evangelio.” [5]
El elder Neal A. Maxwell también ha indicado que “las doctrinas que se creen y se
practican nos cambian y nos hacen mejores, a la vez que aseguran nuestro acceso
vital al Espíritu. Ambos resultados son cruciales.” [6]
Quienes somos maestros asociados con la Iglesia de Jesucristo tenemos la
obligación de aprender las doctrinas, enseñarlas apropiadamente y
comprometernos a hablar y actuar de acuerdo con ellas. Solo de esta manera
podemos perpetuar la verdad en un mundo lleno de error, evitar la decepción,
enfocarnos en lo que más importa y encontrar gozo y felicidad en el proceso. El
Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “He hablado antes acerca de la
importancia de conservar pura la doctrina de la Iglesia y ver que se enseñe en
todas las reuniones. Me preocupa mucho esto. Los pequeños errores en la
enseñanza de las doctrinas pueden llevar a falsedades grandes y malignas.” [7]
¿Cómo podemos “conservar pura la doctrina”? ¿Qué
podríamos hacer?
1. Podemos enseñar directamente de los libros canónicos, las escrituras. Las
escrituras contienen la intención, la voluntad, la voz y la palabra del Señor (véase
DyC 68:3–4) para los hombres y mujeres de días antiguos y, por ende, contienen
la doctrina y las aplicaciones que son tanto oportunas como intemporales. “Y toda
escritura dada por inspiración de Dios es útil para enseñar, para reprender, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre [o mujer] de Dios sea
perfecto, enteramente instruido para toda buena obra” (Traducción de José Smith
[TJS] de 2 Timoteo 3:16–17).
2. Podemos presentar la doctrina en la misma manera en que los profetas actuales
la presentan (véase DyC 52:9, 36) en cuanto a contenido y énfasis. Mormón
escribió: “Y aconteció que Alma, teniendo autoridad de Dios, ordenó sacerdotes
[...] y les mandó que no enseñaran nada, sino las cosas que él había
enseñado” (Mosíah 18:18–19; énfasis agregado).
“Se reunían, pues, en diferentes grupos llamados iglesias; y cada iglesia tenía sus
sacerdotes y sus maestros; y todo sacerdote predicaba la palabra según le era
comunicada por boca de Alma. Y así, a pesar de que había muchas iglesias, todas
eran una, sí, la iglesia de Dios” (Mosíah 25:21–22; énfasis agregado).
3. Podemos dar atención especial a los comentarios de las escrituras dados por
los apóstoles y profetas vivientes en los discursos de las conferencias generales,
anotar remisiones a sus referencias en nuestras propias escrituras y enseñar ese
comentario junto con las escrituras. Por ejemplo, podemos estudiar lo siguiente:
· Lo que el élder Jeffrey R. Holland enseñó con respecto a la parábola del hijo
pródigo en la conferencia general de abril de 2002;
· Lo que el élder Robert D. Hales enseñó concerniente al convenio del bautismo en
la conferencia general de octubre de 2000;
· Lo que el élder Joseph B. Whirtlin enseñó en abril de 2001 referente a los
principios del ayuno que se hallan en Isaías 58;
· Lo que el élder Dallin H. Oaks enseñó en octubre de 2000 respecto a la
conversión y el “llegar a ser” así como su perspicaz comentario de la parábola de
los obreros en la viña;
· Lo que el élder Russel Ballard enseñó en octubre de 2001 concerniente a
“¿Quién es mi prójimo?” y lo que podría llamarse la doctrina de la inclusión.
4. Podemos enseñar el evangelio con claridad y simplicidad, enfocándonos en lo
fundamental y enfatizando lo que más importa. No decimos todo lo que sabemos, y
tampoco enseñamos hasta el límite de nuestro conocimiento. El Profeta José
Smith explicó que “no siempre conviene relatar toda la verdad. Aun Jesús el Hijo
de Dios tuvo que reprimir sus sentimientos muchas veces por el bien de sí mismo y
sus discípulos, y se vio obligado a encubrir los justos propósitos de su corazón
respecto de muchas cosas pertenecientes al reino de Su Padre.” [8]
5. Podemos reconocer que hay algunas cosas que simplemente no sabemos. El
Presidente Joseph F. Smith declaró: “No se menoscaba nuestra inteligencia o
nuestra integridad cuando decimos francamente, frente a una centena de
preguntas especulativas, ‘yo no sé.’ Una cosa es cierta, y es que Dios ha revelado
a nuestro entendimiento lo suficiente para nuestra exaltación y nuestra felicidad.
Utilicen, pues, los santos lo que ya tienen; sean sencillos y sin afectación en
cuanto a su religión, tanto en sus pensamientos como en sus palabras, y no será
fácil que se desorienten y queden sujetos a las vanas filosofías del hombre.” [9]
Parámetros doctrinales
En los últimos años, he tratado de ver por debajo de la superficie y entender la
naturaleza de las objeciones que los del mundo religioso tienen hacia los Santos
de los Últimos Días. Sin duda el crecimiento de la Iglesia representa una amenaza
real para muchos, especialmente para los grupos cristianos que resienten la forma
en que les “robamos sus rebaños”. No nos hallamos en la línea de la cristiandad
histórica y por lo tanto no somos ni católicos ni protestantes. Creemos en otras
escrituras además de la Biblia y en la revelación continua por medio de apóstoles y
profetas. No aceptamos los conceptos respecto de Dios, Cristo y la Deidad que
emanaron de los concilios de la iglesia posteriores al Nuevo Testamento. Todas
estas cosas constituyen las razones por las que muchos protestantes y católicos
nos etiquetan como no cristianos. Hemos tratado, y creo que con cierto éxito, de
hablar de nosotros como “cristianos pero diferentes”. Pero hay otra razón que nos
hace sospechosos que apoya una gran cantidad de la propaganda anti-mormona;
a saber, lo que ellos perciben que son algunas de nuestras “doctrinas raras”,
muchas de las cuales fueron enseñadas por unos pocos líderes anteriores de la
Iglesia.
Permítanme ilustrar con una experiencia que tuve hace algunos meses. Un
ministro bautista estuvo en mi oficina en esa ocasión. Platicamos de muchas
cosas, incluyendo de doctrina. Me dijo: “Bob, ¡ustedes creen en cosas muy
extrañas! Le contesté, “¿Como qué?” Me dijo, “Oh, por ejemplo, ustedes creen en
la expiación por sangre. Y eso afecta la insistencia de Utah en conservar la muerte
por fusilamiento” Le respondí, “No, no creemos eso”. “Sí, si lo creen”, replicó de
inmediato. “Conozco varias declaraciones de Brigham Young, de Heber C. Kimball
y de Jedediah Grant que enseñan esas cosas”. Le dije “Estoy al tanto de esas
declaraciones”. Y me di cuenta que estaba diciendo algo que no había dicho antes:
“Sí, se enseñaron, pero no representan la doctrina de nuestra Iglesia. Creemos en
la expiación por la sangre de Jesucristo, y nada más”. Mi amigo no se perturbó y
me preguntó: “¿Qué quieres decir con que no representan la doctrina de tu Iglesia?
Las mencionaron los principales líderes de la Iglesia”.
Le expliqué que dichas declaraciones se hicieron, en su mayoría, durante la época
de la Reforma Mormona y que eran ejemplos de una cierta “retórica de
resurgimiento” por medio de la cual los líderes de la Iglesia estaban tratando de
“elevar las normas” en cuestión de obediencia y fidelidad. Le aseguré que la
Iglesia, por sus propias normas canónicas, no tiene el derecho ni la facultad de
tomar la vida de una persona debido a desobediencia o aún por apostasía (véase
DyC 134:10). Le leí un pasaje del Libro de Mormón en el cual los profetas nefitas
habían recurrido a “un extremado rigor [...] recordándoles [al pueblo]
continuamente la muerte, y la duración de la eternidad, y los juicios y el poder de
Dios [...] y mucha claridad en el habla, podría evitar que se precipitaran
rápidamente a la destrucción” (Enós 1:23).
Parece que esto le satisfizo hasta cierto punto, pero entonces me dijo: “Bob,
muchos de mis compañeros cristianos se han dado cuenta de lo difícil que es
entender qué es lo que creen los mormones. ¡Dicen que es tanto como tratar de
clavar una gelatina en la pared! ¿En qué creen ustedes? ¿Cómo deciden qué es
su doctrina y qué no?” Sentí que estábamos en medio de una conversación muy
importante, una que me estaba empujando hasta mis límites y que requería que
pensara profundamente, más de lo que había hecho por algún tiempo. Sus
preguntas eran válidas y en ninguna manera eran mal intencionadas. No tenían la
intención de entrampar ni avergonzar a la Iglesia ni a mí. Simplemente, él estaba
buscando información. Le dije, “Has hecho algunas preguntas excelentes. Déjame
ver qué puedo hacer para contestarlas”. Le sugerí que considerara las tres ideas
siguientes:
A. Las enseñanzas actuales de la Iglesia tienen más bien un enfoque, un alcance y
una dirección estrechos; la doctrina central y salvadora es lo que debemos
enseñar y enfatizar, no las enseñanzas superficiales o periféricas.
B. Con frecuencia, lo que se cita de líderes anteriores de la Iglesia, al igual que el
asunto de la expiación por sangre mencionado anteriormente, está mal citada, mal
explicada o tomada fuera de contexto. Además, no todo lo que dijo o escribió un
líder de la Iglesia anterior es parte de lo que enseñamos hoy. La nuestra es una
constitución viviente, un árbol de la vida, una Iglesia dinámica (véase DyC 1:30).
Se nos ha mandado dar oído a las palabras de los oráculos vivientes (véase DyC
90:3–5).
C. Para determinar si algo es parte de la doctrina de la Iglesia, podemos preguntar:
¿Se encuentra dentro de los cuatro libros canónicos? ¿Está dentro de las
declaraciones o de las proclamaciones oficiales? ¿Se ha comentado en la
conferencia general o en otras reuniones oficiales por los actuales líderes
generales de la Iglesia? ¿Se encuentra en los manuales generales o en los cursos
de estudio aprobados actualmente? Si satisface cuando menos uno de los criterios
mencionados, podemos sentirnos seguros y podemos enseñarlo apropiadamente.
Un porcentaje importante del anti-mormonismo se enfoca en las declaraciones
hechas por líderes de la Iglesia anteriores que tenían que ver con enseñanzas
periféricas y no esenciales. Nadie nos critica por creer en Dios, en la divinidad de
Jesucristo o Su obra expiatoria, en la resurrección literal y corporal del Salvador y
en la eventual resurrección de la humanidad, en el bautismo por inmersión, en el
don del Espíritu Santo, en el sacramento de la Cena del Señor y cosas así. Pero
se nos desafía con regularidad por las declaraciones que están en nuestra
literatura en temas tales como los siguientes:
· La vida de Dios antes de que fuera Dios
· Cómo fue concebido Jesús
· El destino específico de los hijos de perdición
· Las enseñanzas de que Adán es Dios
· Detalles respecto a lo que significa llegar a ser como Dios en la otra vida
· Que el matrimonio plural es esencial para la propia exaltación
· Por qué, antes de 1978, se les negó el sacerdocio a los negros
La lealtad a los hombres llamados como profetas
A la vez que amamos las escrituras y regularmente le agradecemos a Dios por
ellas, creemos que cualquiera puede sentir confianza suficiente y hasta reverencia
por los escritos sagrados sin creer que cada palabra entre Génesis 1:1 y
Apocalipsis 22:21 ha sido dictada por Dios o que la Biblia ahora es igual a como ha
sido siempre. Realmente, el Libro de Mormón y otras escrituras testifican que
verdades claras y preciosas y muchos convenios del Señor se quitaron de la Biblia
o no se incluyeron en ella cuando fue compilada (véase 1 Nefi 13:20–29; Moisés
1:40–41; Artículos de Fe 1:8). [10]
Pero pese a eso, apreciamos ese volumen sagrado y reconocemos y enseñamos
las doctrinas de salvación que contiene, y procuramos alinear nuestras vidas de
acuerdo con sus enseñanzas eternas.
De la misma forma, podemos sostener con todo el corazón a los profetas y
apóstoles sin creer que son perfectos o que todo lo que digan o hagan es
exactamente lo que Dios quiere que se diga o se haga. En breve, no creemos en la
infalibilidad de los profetas o los apóstoles. Moisés cometió errores; sin embargo,
le amamos y lo sostenemos y aceptamos sus escritos. Pedro cometió errores, pero
le honramos y estudiamos sus palabras. Pablo cometió errores, pero admiramos
su franqueza y su dedicación y atesoramos sus epístolas. Santiago escribió que
“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17), y
el Profeta José Smith enseñó que “un profeta [es] un profeta solamente cuando
[obra] como tal.” [11]
En otra ocasión, el Profeta declaró: “Les dije que yo no era sino hombre, y no
debían de esperar que yo fuese perfecto; si ellos exigían la perfección en mí, yo la
exigiría de ellos; pero si soportaban mis debilidades y las debilidades de los
hermanos, en igual manera yo soportaría sus debilidades.” [12]
Lorenzo Snow dijo: “Yo puedo hermanar al Presidente de la Iglesia, si es que no
sabe todo lo que yo sé [...] Yo vi las [...] imperfecciones en [José Smith] [...] Le di
gracias a Dios por haberle otorgado el poder y la autoridad a un hombre con
dichas imperfecciones [...] pues sabía que yo mismo tenía debilidades, y pensé
que había una oportunidad para mí.” [13]
Se nos ha recordado una y otra vez que a quien Dios llama, Dios lo califica. Esto
es, Dios llama a sus profetas, Él le da poder y fortalece al individuo, le da una
perspectiva eterna, desata su lengua y lo prepara para que dé a conocer las
verdades eternas. Pero ser llamado como un Apóstol o aún como Presidente de la
Iglesia no quita al hombre de la mortalidad ni lo hace perfecto. El Presidente David
O. McKay explicó que “cuando Dios hace a un profeta, no deshace al hombre.” [14]
El Profeta José Smith declaró: “Esta mañana me presentaron a un hombre que
venía del este. Después de oír mi nombre, manifestó que yo no era sino un
hombre, dando a entender por sus palabras que él había supuesto que la persona
a quien el Señor se dignaría revelar su voluntad debería ser más que un hombre.
Parecía haberse olvidado de las palabras de Santiago, que ‘Elías era un hombre
sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y
no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses.’” [15]
El élder Bruce R. McConkie declaró: “Con toda su inspiración y grandeza, los
profetas siguen siendo hombres mortales con las imperfecciones comunes a la
humanidad en general. Tienen sus opiniones y prejuicios, y en muchas instancias
deben resolver sus problemas sin inspiración.” [16]
“Así, las opiniones y puntos de vista, aunque sean de un profeta, pueden tener
errores, a menos que dichas opiniones y puntos de vista sean inspirados por el
Espíritu.” [17]
El Presidente Harold B. Lee indicó: “Ha habido ocasiones en que aún el presidente
de la Iglesia ha actuado sin la inspiración del Espíritu Santo. Supongo que dirán
que existe la historia clásica de Brigham Young en la época en que se acercaba el
ejército de Johnston. Los Santos estaban enardecidos y el Presidente Young
estaba listo para combatir. Se levantó en la sesión matutina de la conferencia
general y dio un discurso vibrante en el cual desafiaba al ejército que se acercaba,
y expresó su intento de combatirlos y expulsarlos. Por la tarde se levantó y dijo que
Brigham Young había hablado en la mañana, pero que ahora iba a hablar el Señor.
Dio entonces un discurso que era completamente opuesto al sermón de la
mañana. Si eso sucedió o no, ilustra un principio: Que el Señor puede inspirar a su
pueblo pero que ellos pueden en ocasiones expresar sus propias opiniones.” [18]
En 1865 la Primera Presidencia aconsejó a los Santos de los Últimos Días lo
siguiente:
No deseamos que doctrinas incorrectas e infundadas se pasen a la posteridad bajo
la aprobación de grandes nombres y que sean recibidas y consideradas por las
futuras generaciones como auténticas y confiables, ya que crearía trabajo y
dificultades para nuestros sucesores que tendrían que contender con ellas. Los
intereses de la posteridad están, hasta cierto punto, en nuestras manos. Los
errores en la doctrina y en la historia, si no son corregidos por nosotros que
estamos versados en los eventos, y que estamos en posición de juzgar la
veracidad o falsedad de la doctrina, pueden pasar a nuestros hijos como si
nosotros las hubiéramos aprobado [...] Sabemos la santidad que siempre se
agrega a los escritos de quienes han muerto, especialmente a los escritos de los
Apóstoles, cuando ya no queda ninguno de sus contemporáneos, y sentimos, por
tanto, la necesidad de ser vigilantes en estos puntos.” [19]
El Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “He trabajado con siete presidentes de
esta Iglesia. He reconocido que todos han sido humanos, pero es algo que nunca
me ha preocupado. Quizás hayan tenido algunas debilidades, pero eso nunca me
ha molestado. Sé que a través de la historia el Dios de los cielos se ha valido de
seres mortales para llevar a cabo sus propósitos…” [20]
En otra ocasión el Presidente Hinckley les pidió a los Santos que “sigamos
adelante en nuestra búsqueda de la verdad, particularmente los miembros de la
Iglesia que reparemos en los puntos fuertes y en la virtud y en la bondad más bien
que en los puntos débiles y en los defectos de aquellos que llevaron a cabo una
obra tan grandiosa en su época. Admitimos que nuestros antecesores eran
humanos y que indudablemente cometieron errores [...] Ha habido sólo un hombre
perfecto en la tierra, en nuestro planeta. El Señor se ha valido de personas
imperfectas para llevar a cabo la obra de edificar Su sociedad perfecta. Si alguno
de ellos hizo algún desatino alguna vez o si tuvieron un leve defecto en su
carácter, sorprende aun más que hayan logrado tanto.” [21]
Los profetas son hombres llamados de Dios para servir como portavoces del
convenio para Sus hijos en la tierra, y, por lo tanto, no debemos tomar a la ligera lo
que digan. Las primeras Autoridades Generales de esta dispensación fueron los
profetas vivientes para sus contemporáneos, y mucho de lo que hoy creemos y
practicamos descansa sobre el fundamento doctrinal que ellos colocaron. Pero la
obra de la Restauración trae consigo la revelación gradual de la verdad divina al
estilo línea por línea. Hace algunos años, mi colega Joseph McConkie les comentó
a un grupo de educadores de religión:
Tenemos la erudiciónde los primeros hermanos sobre la cual construir. Tenemos la
ventaja de tener historia adicional; estamos en una posición de ver algunas cosas
con mayor claridad que como ellos las vieron [...] Vivimos en mejores casas que en
las que vivieron los antepasados pioneros [...] pero esto no significa que seamos
mejores o que nuestro galardón será mayor. De igual manera, nuestro
entendimiento de los principios del evangelio debe estar mejor alojado, y
constantemente debemos estar tratando de que así sea. No hay ningún honor en
que estemos leyendo a la luz de las lámparas de aceite cuando se nos ha
concedido una luz mayor. [22]
Así que es importante tomar nota de que al final el Señor nos tendrá por
responsables por las enseñanzas, la dirección y el enfoque que nos brinden los
oráculos vivientes de nuestro propio día, tanto sus comentarios basados en las
escrituras canonizadas como de la escritura viviente que se nos entrega por medio
de ellos mediante el poder del Espíritu Santo (véase DyC 68:3–4).
Enfrentando temas difíciles
Mi experiencia sugiere que el anti-mormonismo muy probablemente continuará
aumentando en volumen, cuando menos hasta que el Salvador regrese y apague
las prensas. A causa de que creemos en la Apostasía y en la necesidad de una
restauración de la plenitud del evangelio, nunca seremos totalmente aceptados por
aquellos que creen que tienen en la Biblia toda la verdad que necesitan. Pero
quiero hacer notar dos cosas acerca del anti-mormonismo. Primero, los materiales
anti-mormón definitivamente afectan más a los que no son Santos de los Últimos
Días. Pero en algunos casos no solamente disuaden o atemorizan a los curiosos o
a los investigadores interesados sino que también preocupan a muchos más
miembros de la Iglesia de los que yo había creído previamente. Recibo algunas
diez llamadas, cartas, o e-mails por semana de miembros de la Iglesia de todas
partes en las que presentan preguntas que les han hecho sus vecinos o por la
literatura que han leído. Hace poco tiempo un joven (casado y con familia) me
llamó al atardecer, se disculpó por interrumpirme y procedió a decirme que se
encontraba a punto de abandonar la Iglesia a causa de sus dudas. Me hizo varias
preguntas, y se las contesté y expresé mi testimonio. Después de casi media hora
de plática, me agradeció profundamente e indicó que sentía que ya estaría bien.
Ésa no fue una experiencia aislada. Me imagino que lo que estoy diciendo es que
el material antagónico llegó para quedarse y está afectando tanto a los Santos de
los Últimos Días como a las actitudes de quienes profesan otra fe.
Segundo, con frecuencia los críticos de la Iglesia simplemente usarán nuestro
propio “material” contra nosotros. No necesitan crear nuevo material; simplemente
le escarban un poco y re-empaquetan lo que algunos de nuestros líderes en la
Iglesia han dicho en el pasado y que no se considera hoy en día como parte de la
doctrina de la Iglesia. Los SUD están ansiosos por defender y apoyar a sus líderes.
En consecuencia, no estamos dispuestos a sugerir que algo que fue enseñado por
el Presidente Brigham Young o por los élderes Orson Pratt y Orson Hyde pudiera
no estar de acuerdo con la verdad que Dios nos ha dado a conocer “línea por
línea, precepto por precepto” (Isaías 28:10; 2 Nefi 28:30).
Hace algún tiempo uno de mis colegas y yo estuvimos en el sur de California
hablándoles a un grupo de unas quinientas personas, entre SUD y protestantes.
Durante la parte del programa destinada para preguntas y respuestas, alguien
preguntó lo inevitable: “¿Realmente son ustedes cristianos? Ustedes, como
muchos dicen, ¿adoran a un Jesús diferente?” Expliqué que adoramos al Cristo del
Nuevo Testamento, que de todo corazón creemos en Su nacimiento virginal, en Su
divinidad, en Sus milagros, en Sus enseñanzas transformadoras, en Su sacrificio
expiatorio y en Su resurrección corporal de entre los muertos. Agregué que
también creemos en las enseñanzas de y acerca de Cristo que se encuentran en
el Libro de Mormón y en las revelaciones modernas. Al fin de la reunión, una mujer
SUD se me acercó y dijo: “¡No dijiste la verdad con respecto a lo que creemos!”
Muy sorprendido, le pregunté “¿Qué quiere decir?”
Me contestó: “Dijiste que creemos en el nacimiento virginal de Jesús, y sabes muy
bien que no creemos en eso”
“Sí, si lo creemos”, le repliqué.
Entonces, muy emocionada, dijo, “Quiero creerte, pero durante años la gente me
ha dicho que creemos en que Dios el Padre tuvo relaciones sexuales con María y
que de esa forma fue concebido Jesús”.
La miré a los ojos y dije: “Estoy al tanto de esa enseñanza, pero esa no es la
doctrina de la Iglesia; eso no lo enseñamos hoy día en la Iglesia. ¿Ha oído que las
Autoridades Generales lo enseñen en la Conferencia? ¿Se encuentra en los libros
canónicos, o en los materiales de estudio, o en los manuales de la Iglesia? ¿Está
incluida en una declaración o proclamación oficial? Me pareció como si un gran
peso hubiera sido quitado de sus hombros, y con lágrimas en los ojos, me dijo
simplemente, “Gracias, Hermano Millet”.
No hace mucho, el Pastor Greg Johnson y yo nos reunimos con una Iglesia
Cristiana Evangélica en el área de Salt Lake. El ministro de esa iglesia nos pidió
que viniéramos a hacer una presentación (“Un evangélico y un SUD en diálogo”)
que Greg y yo habíamos tenido anteriormente en varias partes del país. El
propósito total de nuestra presentación era dar una muestra del tipo de relaciones
que pueden tener las personas de diferentes religiones. Esta clase de
presentaciones ha demostrado ser, según estimo yo, uno de los métodos más
eficaces para construir puentes de comunicación en los que hayan participado.
En esa noche particular, la primera pregunta que hizo un miembro de la audiencia
era con respecto al DNA y el Libro de Mormón. Hice un breve comentario e indiqué
que una respuesta más detallada (e informada) escrita por un biólogo de BYU
estaba por salir en un artículo del periódico. En ese momento se levantaron
muchas manos. Escogí a una mujer que estaba muy cerca. Su pregunta fue:
“¿Como manejan ustedes la doctrina de Adán-Dios?”
Le respondí: “Muchas gracias por esa pregunta. Me da la oportunidad de explicar
(desde el inicio de nuestra plática) un principio que pondrá el fundamento para
otras cosas que se dirán”. Tomé unos momentos para contestar la pregunta.
“¿Cuál es nuestra doctrina? ¿Qué es lo que enseñamos hoy en día?” Les indiqué
que si una enseñanza o idea no se encontraba en los libros canónicos, ni en las
declaraciones o proclamaciones oficiales, que si no se enseñaba en las
conferencias generales u otras reuniones oficiales por los apóstoles y profetas
vivientes, o si no se encontraba en los manuales oficiales o en los cursos de
estudios de la Iglesia, es muy probable que no sea parte de la doctrina o de las
enseñanzas de la Iglesia.
Me sorprendí mucho cuando mi amigo pastor le dijo a la congregación: ¿Están
oyendo lo que dice Bob? ¿Escuchan lo que está diciendo? ¡Esto es muy
importante! Ya es hora de que dejemos de criticar a los SUD por cosas que ni
siquiera enseñan hoy en día”. En este punto de la reunión sucedieron dos cosas:
primero, se redujo el número de manos levantadas, y segundo, el tono de la
reunión cambió dramáticamente. Las preguntas no fueron incisivas o desafiantes,
sino más bien fueron esfuerzos para aclarar. Por ejemplo, la última pregunta fue
hecha por un hombre de mediana edad: “A mí en lo personal me gustaría
agradecerles, desde el fondo de mi corazón, por lo que han hecho esta noche.
Esto me emociona. Yo creo que esto es lo que Jesús hubiera hecho. He vivido en
Utah durante muchos años, y tengo muchos amigos SUD. Nos llevamos bien; no
peleamos ni discutimos por asuntos religiosos. Pero realmente no hablamos
acerca de las cosas que más nos importan, o sea, acerca de nuestra fe. No pienso
hacerme un SUD, y estoy seguro que mis amigos mormones no quieren hacerse
evangélicos, pero me gustaría hallar la forma de que hablemos de corazón a
corazón. ¿Podrían ustedes dos hacer algunas sugerencias de cómo podemos
profundizar y endulzar las relaciones con nuestros amigos SUD?”
En ese momento sentí que de alguna forma habíamos podido llegarle a parte de la
audiencia. Richard Mouw, uno de mis amigos evangélicos, ha sugerido la
necesidad de que tengamos una “convivencia civilizada”, o sea el desafío de ser
leales a nuestra propia fe y no comprometer ni un ápice de nuestra doctrina y
nuestra forma de vida, y al mismo tiempo esforzarnos a entender mejor y a
respetar a nuestros vecinos que no son de las mismas creencias religiosas. [23]
Para mí, estas experiencias hacer resaltar el desafío que enfrentamos. No dudo en
responder “No lo sé”, ya sea a una persona o a un grupo que me pregunte por qué
los hombres son ordenados al sacerdocio y las mujeres no, o por qué a los negros
se les negó el sacerdocio por cerca de un siglo y medio. Respondería de la misma
manera a preguntas sobre algunos otros asuntos que no han sido revelados ni
aclarados por quienes poseen las llaves adecuadas. La dificultad viene porque
alguien del pasado habló de estos asuntos y presentó ideas que no están en
armonía con lo que sabemos y enseñamos hoy, y porque dichas enseñanzas aun
están disponibles, ya sea de forma impresa, o entre las conversaciones diarias de
los miembros, y nunca han sido corregidas o aclaradas. Las preguntas importantes
son simplemente, ¿Cuál es nuestra doctrina? ¿Cuáles son las enseñanzas de la
Iglesia hoy? Si de alguna manera pudiéramos ayudar a los Santos (y a todo el
mundo religioso) a que sepan las respuestas a estas preguntas, sin duda mejoraría
nuestro esfuerzo misional, nuestra retención de conversos, nuestra activación, y la
imagen y la fuerza global de la Iglesia. Si se presentan de manera apropiada, no
necesita debilitar la fe o crear dudas. Podría hacer mucho para enfocar a los
Santos más y más en las verdades fundamentales y salvadoras del evangelio.
Ilustraciones adicionales
Comentamos antes que una de las maneras de conservar pura la doctrina es
presentar el mensaje del evangelio de la manera en que los apóstoles y profetas
los presentan hoy. De igual manera, nuestras explicaciones de ciertas “doctrinas
difíciles” o de doctrinas más profundas no deben ir más allá de lo que los profetas
creen y enseñan en la actualidad. Tomemos un par de ilustraciones. La primera es
un tema extremadamente sensible, que afecta y continuará afectando la cantidad y
la calidad de los bautismos de conversos en la Iglesia. Me refiero al tema de los
negros y el sacerdocio. Yo fui criado en la Iglesia, al igual que muchos lectores, y
estaba al tanto de la restricción del sacerdocio. Desde que tengo memoria, la
explicación del por qué a nuestros hermanos y hermanas negros se les negaban
las bendiciones completas del sacerdocio (incluso los del templo) era alguna
variante del tema de que ellos habían sido menos valientes en la vida premortal y
por lo tanto vinieron a la tierra bajo una maldición; esa explicación ha sido
perpetuada como doctrina durante la mayor parte de la historia de nuestra Iglesia.
Me había aprendido de memoria el artículo de fe que declara que los hombres y
las mujeres serán castigados por sus propios pecados y no por la transgresión de
Adán (véase Artículos de Fe 1:2) y luego leí que “los pecados de los padres no
pueden recaer sobre la cabeza de los niños” (Moisés 6:54), pero supuse que de
alguna manera esos principios no se aplicaban a los negros.
En junio de 1978, todo cambió, no solo el tema de quién podría ser ordenado o no
al sacerdocio sino también la naturaleza de la explicación del por qué se había
puesto la restricción desde el principio. Al élder Dallin H. Oaks, durante una
entrevista en 1988, se le preguntó: “Entre todas las doctrinas que la Iglesia ha
expuesto o controversias en las que la Iglesia se haya visto envuelta, ésta [la
restricción del sacerdocio] parece sobresalir. Los miembros de la Iglesia no han
parecido tener mucho en qué basar su comprensión de este tema. ¿Podría usted
explicar por qué fue así, y qué se puede aprender de ello?” Como respuesta, el
élder Oaks declaró lo siguiente:
Si leen las escrituras con esta pregunta en la mente, “Por qué el Señor mandó esto
o por qué mandó aquello”, encontrarán que en menos de uno de cada cien
mandatos se ha dado alguna razón. Dar razones no es el modelo del Señor.
Podemos ponerles razones a los mandamientos. Cuando lo hacemos estamos
solos. Algunas personas pusieron razones al mandamiento del que estamos
hablando aquí, y resultó que estuvieron totalmente equivocados. Hay una lección
en eso. La lección que he aprendido de esto [es que] desde hace mucho tiempo
decidí que tenía fe en el mandato y que no tenía fe en las razones que se habían
sugerido para él.
Entonces surgió una pregunta de seguimiento: “¿Se está refiriendo a las razones
que dieron aún las Autoridades Generales?” El élder Oaks contestó: “Seguro. Me
refiero a las razones dadas por las Autoridades Generales y a las razones que
otros elaboraron sobre esas razones. Todo el grupo de razones me parecía que
era correr riesgos innecesarios [...] No cometamos el mismo error que se ha hecho
en el pasado, aquí y en otras áreas, de tratar de ponerle razones a la revelación.
Ha resultado que las razones han sido, en gran parte, hechas por los hombres. Lo
que sostenemos como la voluntad del Señor son las revelaciones, y es allí donde
se encuentra la seguridad.” [24]
En otras palabras, no sabemos realmente el por qué existió la restricción del
sacerdocio. Cuando se nos pregunte “¿Por qué?”, la respuesta correcta es “No lo
sé”. El sacerdocio estuvo restringido debido a “razones que creemos que son
conocidas para Dios, pero que Él no las ha dado a conocer completamente al
hombre.” [25]
He llegado a comprender que esto es lo que quiso decir el élder McConkie en su
discurso en el Sistema Educativo de la Iglesia en agosto de 1978 en el que nos
aconsejó:
Olviden todo lo que he dicho o lo que el presidente Brigham Young, el presidente
George Q. Cannon o cualquier otro haya dicho en el pasado en oposición a la
reciente revelación. Hablábamos con entendimiento limitado y sin la luz y el
conocimiento que ahora ha sobrevenido al mundo. La verdad y la luz nos llegan
línea sobre línea y precepto tras precepto. Acabamos de agregar una nueva
corriente de inteligencia y luz sobre este tema en particular que acaba con toda la
obscuridad y todas las opiniones y todos los pensamientos del pasado. Aquellos ya
no importan más [...] Es un nuevo día y un nuevo arreglo y ahora el Señor nos lo
ha revelado con una nueva luz. Debemos olvidar cualquier rendija de luz o
cualquier partícula de obscuridad del pasado. [26]
Me parece, por tanto, que nosotros como SUD tenemos dos problemas por
resolver al hacer que el evangelio restaurado esté disponible más ampliamente
para la gente de color. Primero, necesitamos tener nuestros corazones y mentes
purificados de todo orgullo y prejuicios.
Segundo, necesitamos eliminar todas las explicaciones anteriores para la
restricción e indicar que aunque no sabemos por qué existió antes esa restricción,
la plenitud de las bendiciones del evangelio restaurado está al alcance de todos los
que se preparen para recibirlas. El élder Russell M. Ballard observó que “no
sabemos todas las razones por las que el Señor hace lo que hace. Necesitamos
estar contentos porque algún día lo entenderemos por completo.” [27]
Pasemos ahora a la segunda ilustración. Cuando estoy ante un grupo de personas
que no son de nuestra fe y abro la sesión para preguntas, siempre se me pregunta
acerca de nuestra doctrina concerniente a Dios y la Deidad, en lo particular
referente a las enseñanzas de José Smith y Lorenzo Snow. Generalmente, no
tengo dificultades para explicar nuestra creencia de que por medio de la Expiación
el hombre puede llegar a ser como Dios, llegar a ser más como Cristo. En este
tema, la Cristiandad Ortodoxa, un amplio segmento del mundo cristiano, aún cree
en la deificación humana. La Biblia misma enseña que los hombres y las mujeres
pueden llegar a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4),
“coherederos con Cristo” (Romanos 8:17), ganar “la mente de Cristo” (1 Corintios
2:16) y llegar a ser perfectos como nuestro Padre que está en el cielo es perfecto
(véase Mateo 5:48). El apóstol Juan declaró: “Amados, ahora somos hijos de Dios,
y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan
3:2). Tal vez más importante, esta doctrina se enseña poderosamente en la
revelación moderna (véase DyC 76:58; 132:19–20).
El tema más difícil para otros cristianos es la doctrina acompañante que se
presentó en los funerales de King Follett [28] y la copla de Lorenzo Snow, [29] a
saber, que Dios una vez fue hombre. Las escrituras SUD declaran
inequívocamente que Dios es un hombre, un Hombre de Santidad (véase Moisés
6:57) que tiene un cuerpo de carne y huesos (véase DyC 130:22). Claramente,
estos conceptos son parte de la restauración doctrinal. Enseñamos que el hombre
no es de un orden menor o de una especie diferente a la de Dios. Esto, por
supuesto, hace que nuestros amigos cristianos se pongan extremadamente
nerviosos (si no enojados), porque les parece que estamos rebajando a Dios en el
esquema de las cosas y, por lo tanto, que tratamos de tender un puente sobre el
abismo entre Creador y creación.
Me supongo que todo lo que podemos decir en respuesta es que sabemos lo que
sabemos como resultado de la revelación moderna y que, desde nuestra
perspectiva, la distancia entre Dios y el hombre es tremenda, casi infinita. Nuestro
Padre Celestial en realidad es omnipotente, omnisciente y, por el poder del Espíritu
Santo, omnipresente. Él es un ser resucitado, glorificado, exaltado, “el gobernador
supremo y ser independiente en quién reside toda plenitud y la perfección [...] en él
todo buen don y todo buen principio existe [...] él es el padre de toda luz; en él el
principio de la fe reside independientemente, y él es el objeto sobre quien se
centra la fe de todos los demás seres racionales y responsables para obtener vida
y salvación.” [30]
La revelación moderna confirma que el Todopoderoso se sienta en su trono “con
gloria, honra, poder, majestad, fuerza, dominio, verdad, justicia, juicio, misericordia
y un sin fin de plenitud” (DyC 109:77).
¿Qué sabemos más allá del hecho de que Dios es un hombre exaltado? ¿Qué
sabemos acerca de Su vida mortal? ¿Qué sabemos del tiempo antes de que Él
llegara a ser Dios? ¡Nada!
En realidad no sabemos más de lo que declaró el Profeta José Smith y eso es
poco. El conocimiento concerniente a la vida de Dios antes de la Deidad no se
encuentra en los libros canónicos, ni en las declaraciones o proclamaciones
oficiales, ni en los manuales actuales, ni en los materiales de estudio ni son
declaraciones doctrinales en los temas que se predican en la conferencia general
hoy en día. Este tema no es lo que llamaríamos una doctrina fundamental y
salvadora, una de las que deben ser creídas (o comprendidas) a fin de obtener una
recomendación para el templo o para estar en buena posición en la Iglesia.
Esta última ilustración resalta un punto importante: una enseñanza puede ser
verdadera y aún así no ser parte de lo que hoy se enseña y se enfatiza en la
Iglesia. Que sea o no verdad, puede, en realidad, ser irrelevante, si las Autoridades
Generales no la enseñan hoy en día o no se enseña directamente en los libros
canónicos o no se encuentra en los materiales aprobados. Tomemos otra
pregunta: “¿Fue casado Jesús?” Las escrituras no nos dan una respuesta. El
Presidente Charles W. Penrose declaró: “No sabemos nada acerca de que Jesús
se haya casado; la Iglesia no tiene una declaración autorizada sobre el tema.” [31]
Así que si se casó o no, no es parte de la doctrina de la Iglesia. Nos haría bien
aplicar la siguiente lección del Presidente Harold B. Lee: “Con respecto a doctrinas
y significados de las escrituras, permítanme darles un consejo seguro. Usualmente
no está bien usar un solo pasaje de las escrituras [o un solo sermón, agregaría yo],
como prueba de un punto de doctrina a menos que esté confirmado por la
revelación moderna o por el Libro de Mormón [...] Señalar un pasaje de escritura
para probar un punto, a menos que sea confirmado [así] [...] casi siempre es algo
peligroso.” [32]
Conclusión
En un sentido muy real, nosotros los SUD estamos mimados. Se nos ha dado
tanto, hemos tenido tanto conocimiento que ha venido del cielo relativo a la
naturaleza de Dios, Cristo, el hombre, el plan de salvación y del propósito total de
la vida aquí y la gloria que se tendrá en la siguiente vida que somos dados a
esperar tener las respuestas a todas las preguntas de la vida. El élder Neal A.
Maxwell destacó que:
El regocijo de ser discípulo excede a sus cargas. De ahí que, mientras estemos
atravesando nuestro Sinaí, nos nutrimos en los oasis abundantes de la
Restauración. En esos oasis, algunas de nuestras primeras impresiones son mas
pueriles que duraderas [...] no es de sorprender que, en medio de nuestra gratitud,
algunos confundamos un árbol determinado con todo el oasis o un manantial
particular de doctrina con toda el agua viva de la Restauración. Quizás en nuestro
entusiasmo inicial haya habido incluso algunas exageraciones involuntarias.
Hemos visto mucho y participado de mucho, de ahí que no podamos ‘expresar ni la
más mínima parte de lo que [sentimos]’” (Alma 26:16) [33]

Tenemos mucho, estamos seguros, pero en realidad hay “muchos grandes e


importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” aún por surgir (Artículos de
Fe 1:9). El Señor le declaró a José Smith en Nauvoo: “porque me propongo revelar
a mi iglesia cosas que han estado escondidas desde antes de la fundación del
mundo, cosas que pertenecen a la dispensación del cumplimiento de los tiempos”
(DyC 124:41; compárese con 121:26; 128:18). Y como observó el élder Oaks, se
nos han dado muchos de los mandatos, pero no todas las razones del por qué,
muchas de las instrucciones pero no todas las explicaciones. Regularmente digo
en mis clases que es tan importante que sepamos lo que no sabemos como saber
lo que sí sabemos. Se enseña o se comenta o aún se discute sobre demasiadas
cosas que caen en la esfera de lo no revelado y por lo tanto no resuelto. Tales
temas, especialmente si no están dentro del alcance de la verdad revelada que
enseñamos hoy en día, no edifican ni inspiran. Con frecuencia, con demasiada
frecuencia, llevan a la confusión y siembran la discordia.
Esto no quiere decir de ninguna manera que no debamos procurar estudiar y
crecer y expandir nuestro entendimiento del evangelio. Pedro explicó que es
necesario que haya una razón de la esperanza que hay en nosotros (véase 1
Pedro 3:15). Nuestro conocimiento debe ser tan tranquilizante para la mente como
calmante para el corazón. El élder Maxwell enseñó que algunos “miembros de la
Iglesia conocen las doctrinas del evangelio apenas lo suficiente para hablar de
ellas superficialmente, pero su escaso conocimiento sobre las doctrinas más
profundas es inadecuado para un discipulado profundo (véase 1 Corintios 2:10).
De allí que, sin información acerca de las doctrinas profundas, no hacen cambios
profundos en sus vidas.” [34]
El Presidente Hugh B. Brown una vez comentó: “Me impresiono con el testimonio
de un hombre que se pone de pie y dice que él sabe que el evangelio es
verdadero. Lo que me gustaría preguntarle es: ‘Hermano, ¿conoce usted el
evangelio?’ [...] Un mero testimonio se puede obtener con un conocimiento
superficial de la Iglesia y sus enseñanzas [...] Pero conservar un testimonio que
sea de utilidad en la edificación del reino del Señor requiere un estudio serio del
evangelio y saber en qué consiste.” [35]
En otra ocasión, el Presidente Brown enseñó que se nos requiere “defender
solamente las doctrinas de la Iglesia que se encuentran en los cuatro libros
canónicos [...] Algo más allá de eso, dicho por cualquiera, es solamente su propia
opinión y no es escritura [...] La única forma que conozco por la cual las
enseñanzas de alguna persona o grupo pueden llegar a ser obligatorias para la
Iglesia es que esas enseñanzas hayan sido revisadas por todos los hermanos,
presentadas ante los consejos más altos de la iglesia y entonces aprobadas por
toda la membresía de la Iglesia.” [36]
Otra vez, el asunto es de enfoque, de énfasis, de cómo decidimos usar el tiempo
cuando enseñamos el evangelio tanto a los SUD como a los de otras creencias.
Existe una razón válida del por qué es difícil “amarrar” la doctrina SUD; esa razón
se deriva de la naturaleza misma de la Restauración. El hecho de que Dios
continúe hablando por medio de Sus siervos ungidos; el hecho de que Él,
mediante esos siervos, siga revelando, explicando y aclarando lo que ya se había
dado; y el hecho de que nuestro canon de escrituras esté abierto, sea flexible y
siga creciendo; todas estas cosas están en contraposición de lo que muchos en el
mundo cristiano llamarían una teología sistemática.
El declarar la doctrina sana y sólida, la doctrina que se encuentra en las escrituras
y que enseñan con regularidad los líderes de la Iglesia, es lo que edifica la fe y
fortalece el testimonio y la dedicación al Señor y Su reino. El élder Neal A. Maxwell
explicó que “las acciones importan al igual que las doctrinas, pero las doctrinas nos
pueden llevar a realizar las acciones, y el Espíritu puede ayudarnos a entender las
doctrinas así como impulsarnos a efectuar las acciones.” [37]
Él también indicó que “cuando las piernas cansadas se tambalean y las
incitaciones al lado del camino nos atraen, las doctrinas fundamentales sacarán de
lo profundo dentro de nosotros una nueva determinación. Las verdades
extraordinarias nos impulsan a logros extraordinarios.” [38]
La enseñanza y la aplicación de la doctrina sana son grandes salvaguardas para
nosotros en estos últimos días; nos protegen contra los dardos de fuego del
maligno. El entender la doctrina verdadera y ser fiel a esa doctrina nos puede librar
de la ignorancia, del error y del pecado. El apóstol Pablo le aconsejó a Timoteo: “Si
esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las
palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido [...] entre tanto que voy,
ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Timoteo 4:6, 13).
Notas
---
[1] Holman Bible Dictionary, editado por Trent G. Butler (Nashville: Holman Bible
Publishers, 1991) pág. 374.
[2] Bruce R. McConkie, Mormon Doctrine, 2ª ed. (Salt Lake City: Bookcraft, 1966),
pág. 204.
[3] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, compiladas por Joseph
Fielding Smith (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días, 1982) pág. 67.
[4] Boyd K. Packer en Conference Report, abril de 1977, página 80; véase
también Liahona octubre de 1977, página 75
[5] Boyd K. Packer, en Conference Report octubre de 1986, página 20.
[6] Neal A. Maxwell, One More Strain of Praise (Salt Lake City: Bookcraft, 1999),
página x.
[7] Gordon B. Hinckley, Teachings of Gordon B. Hinckley, (Salt Lake City: Deseret
Book, 1997) página 620.
[8] Enseñanzas del Profeta José Smith. página 487.
[9] Joseph F. Smith, Gospel Doctrine, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de
los Santos de los Últimos Días, 1978), página 9.
[10] Comparése con Enseñanzas del Profeta José Smith, páginas 4–5, 66–67, 404.
[11] Enseñanzas del Profeta José Smith página 341.
[12] Enseñanzas del Profeta José Smith página 328.
[13] Citado por Neal A. Maxwell en Conference Report, octubre 1984, pág. 10;
véase también Liahona de enero de 1985, página 8
[14] David O. McKay, Conference Report, abril 1907, págs. 11–12; véase también
octubre 1912, pág. 121; abril 1962, página 7.
[15] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 113.
[16] Mormon Doctrine, página 608.
[17] Bruce R. McConkie en el discurso “Are the General Authorities Human?”,
pronunciado en un fórum del Instituto de Religión de la Universidad de Utah, 28
octubre de 1966.
[18] Harold B. Lee, The Teachings of Harold B. Lee, editado por Clyde J. Williams
(Salt Lake City: Bookcraft, 1996), página 542.
[19] Brigham Young, Heber C. Kimball, y Daniel H. Wells, en Messages of the First
Presidency [Los mensajes de la Primera Presidencia], compilados por James R.
Clark (Salt Lake City: Bookcraft, 1965–1975), 2:232.
[20] Gordon B. Hinckley en Conference Report, abril de 1992, página 77; véase
también Liahona de julio de 1992, página 63
[21] Gordon B. Hinckley, “The Continuous Pursuit of Truth”, Ensign, abril 1986,
página 5; véase también Liahona de febrero/marzo 1986, página 10.
[22] Joseph Fielding McConkie, “The Gathering of Israel and the Return of Christ”,
en el sexto simposio anual de los educadores de religión del Sistema Educativo de
la Iglesia en agosto de 1982. Tipografía de la Universidad de Brigham Young,
páginas 3 y 5.
[23] Véase Uncommon Decency, por Richard Mouw (Downers Grove, IL:
InterVarsity Press, 1992).
[24] Dallin H. Oaks, Provo Daily Herald, 5 de junio de 1988, página 21.
[25] David O. Mckay, Hugh B. Brown, y N. Eldon Tanner, First Presidency
Message, enero de 1970.
[26] Bruce R, McConkie, “La nueva revelación concerniente al sacerdocio”, en el
libro El Sacerdocio (Salt Lake City: Deseret Book Company, 1982), páginas 150–
151.
[27] M. Russell Ballard, comentarios en el servicio memorial para Elijah Abel;
reportado en el Church News el 5 de octubre de 2002, página 12.
[28] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 427–428.
[29] Lorenzo Snow, Teachings of Lorenzo Snow. Clyde J. Williams, editor (Salt
Lake City: Bookcraft, 1996), página 1.
[30] Una compilación conteniendo los Discursos sobre la fe, compilación de José
Smith y John A. Widtsoe; traducido y publicado por Arturo de Hoyos (México D. F.:
Editorial Zarahemla S.A., 1987), página 19.
[31] Charles W. Penrose, “Editor’s Table”, Improvement Era, septiembre de 1912,
página 1042.
[32] Harold B. Lee, Enseñanzas, página 157.
[33] Neal A. Maxwell, en Conference Report, abril 1996, páginas 94–95; véase
también Liahona de julio de 1996, página 75.
[34] Neal A. Maxwell, Men and Women of Christ, (Salt Lake City: Bookcraft, 1991),
página 2.
[35] Correspondencia de Hugh B. Brown a Robert J. Matthews el 28 de enero de
1969; citado en “Using the Scriptures”, por Matthews, 1981 Brigham Young
University Fireside and Devotional Speeches (Provo, UT: Brigham Young
University Press, 1981), página 124.
[36] Hugh B. Brown, An Abundant Life: The Memoirs of Hugh B. Brown, Edwin B.
Firmage, editor (Salt Lake City: Signature Books, 1988), página 124.
[37] Neal A. Maxwell, That My Family Should Partake (Salt Lake City: Deseret
Book, 1974), página 87.
[38] Neal A. Maxwell, All These Things Shall Give Thee Experience (Salt Lake City:
Deseret Book, 1979), página 4.
El papel de Cristo como el Padre en la expiación
Paul Y. Hoskisson
Mientras un antiguo estudiante y yo comentábamos Mosíah 15:1–8, una de las
secciones más complejas del discurso de Abinadí ante el rey Noé y sus
sacerdotes, se me ocurrió que Abinadí no estaba dando un discurso sobre la
Trinidad, sino más bien acerca de la Expiación. Como parte de su defensa ante la
corte de Noé y a la vez como parte de su responsabilidad de dar su mensaje
profético al pueblo de Noé, Abinadí explicaba la función que Cristo tendría y la
razón por la que Él podría efectuar la expiación. En el transcurso de su discurso,
Abinadí también explicó por qué Cristo sería llamado el “Padre” [1] y el “Hijo” y la
relación que existe entre Su paternidad, el hecho de ser el Hijo y la Expiación.
La explicación de la Expiación que dio Abinadí surgió de la pregunta que hizo uno
de sus interrogadores casi al principio del juicio: “¿Qué significan las palabras que
están escritas” por Isaías cuando dijo, entre otras cosas, “¡Cuán hermosos sobre
las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas!”? (12:20–21) [2]. Para
contestar la pregunta, Abinadí le recordó a Noé y a sus sacerdotes que todos los
profetas habían declarado que: “Dios mismo bajaría entre los hijos de los hombres,
y tomaría sobre sí la forma de hombre, e iría con gran poder sobre la faz de la
tierra” (13:34). Entonces, después de citar Isaías 53, que explica, mediante lo que
llamo el tema de los “Sufrimientos del Siervo de Jehová”, lo que le sobrevendría a
Dios durante su viaje en la tierra, Abinadí dio su testimonio personal de que “Dios
mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo” (15:1).
Lo que sigue a continuación, en los versículos 2 al 8, es una breve pero sublime
exposición del por qué Cristo, el Dios que “descenderá entre los hijos de los hombres”,
sería capaz de expiar “la iniquidad y las transgresiones de ellos, habiéndoles redimido y
satisfecho las exigencias de la justicia” (15:9). Debido a que Abinadí usa expresiones
que fácilmente se podrían malinterpretar, sería de utilidad llenar la tabla siguiente, con
base en 15:2–8.
Títulos duales de Cristo:    
Los padres de Cristo:    
Naturaleza dual de Cristo:    
Aptitud dual de Cristo:    
Este Dios, el Jehová del Antiguo Testamento, sería llamado el Padre y el Hijo (15:2)
Sería llamado el Hijo “porque morará en la carne” (15:2) y porque habría “sujetado
[esa] carne a la voluntad del Padre” (15:2) Cuando Abinadí menciona al Padre y al Hijo
en el versículo 2, se apresura a evitar cualquier malentendido acerca de que esté
hablando de diferentes miembros de la Trinidad al declarar de inmediato que el
personaje de quien está hablando, a saber, el Mesías, es “el Padre y el Hijo” (15:2). De
ahí que, el primer renglón de la tabla se puede llenar como sigue:
Títulos duales de Cristo: Padre Hijo
Los padres de Cristo:    
Naturaleza dual de Cristo:    
Aptitud dual de Cristo:    
Abinadí explicó que el Salvador se llama “el Padre porque que fue concebido por el
poder de Dios” (15:3), esto es, que el título “Padre” le fue dado a Cristo porque Él
fue engendrado por Dios el Padre [3]. A Cristo se le llama “el Hijo, por causa de la
carne” (15:3), o sea, que el título “Hijo” se le dio a causa de que fue concebido por
María. De ahí que el Mesías, o el Salvador, “llega a ser el Padre e Hijo” (15:3).
Lucas lo expresó así en su Evangelio, solo que de una manera un poco diferente:
“Respondiendo el ángel, le dijo [a María]: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que
nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35) [4].
Abinadí quería que no hubiera confusión en cuanto a que estaba hablando casi
exclusivamente de un miembro de la Trinidad cuando usaba los títulos “Padre” e
“Hijo”. Y para asegurarse de que no hubiera confusión, nuevamente declaró que la
única persona de la que estaba hablando y que lleva los títulos de “Padre” e “Hijo” era
“un Dios, sí, el verdadero Padre Eterno del cielo y de la tierra” (15:4) Por tanto, la tabla
se puede expandir de la siguiente forma:
Títulos duales de Cristo: Padre Hijo
Los padres de Cristo: Engendrado por Dios Concebido por María
Naturaleza dual de Cristo:    
Aptitud dual de Cristo:    
El Mesías fue llamado el Hijo de Dios porque “mor[ó] en la carne” (15:2). Este
aspecto de la naturaleza de Cristo le permitió experimentar la mortalidad en la
misma forma en que nosotros lo somos; pero aunque “sufre tentaciones… no cede
a ellas” (15:5). Él aún “descendió debajo de todo” (DyC 88:6) [5]. A fin de que
Cristo efectuara la Expiación, tuvo que “sujetar la carne a la voluntad del Padre”, o
sea, tuvo que vencer la naturaleza mortal que heredó de María sometiendo esa
naturaleza mortal a la voluntad de Su naturaleza divina que heredó de Dios el
Padre. Usando una copla concisa, Abinadí comparó la “carne” con el “Hijo” y el
“espíritu [6]” con el “Padre”, a saber, “el Padre porque fue concebido por el poder de
Dios; y el Hijo, por causa de la carne” (15:3). Esto permite llenar la tabla como sigue:
Título dual de Cristo: Padre Hijo
Los padres de Cristo: Engendrado por Dios Concebido por María
Naturaleza dual de Cristo: Espíritu Carne
Aptitud dual de Cristo:    
Aunque Abinadí no llega de forma explícita a la siguiente conclusión concerniente
a la aptitud dual de Cristo, aún así, de su breve tratado, se puede extrapolar la
conclusión. Debido a que Cristo fue engendrado por Dios y concebido por María,
también heredó todas las aptitudes que necesitaría para efectuar la Expiación. De
Su madre, María, heredó todas las aptitudes de la mortalidad, incluyendo la
posibilidad de morir. De Su Padre, Elohim, heredó muchos rasgos de divinidad,
incluyendo la posibilidad de no morir. La primera aptitud es una que Él comparte
con toda la humanidad (véase especialmente Alma 7:10–13); la segunda aptitud es
exclusiva en Él [7]. Por tanto, Su habilidad de morir y Su habilidad para no estar
sujeto a la muerte lo convierten en único entre todos los nacidos en la tierra. En
verdad Él es la única persona nacida en esta vida que pudo escoger si es que
moriría o no [8]. Y como Cristo mismo lo dijo, “Nadie me la quita [la vida], sino que
yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a
tomar” (Juan 10:18) [9]. Por lo tanto, la tabla [10] se puede terminar así:
Títulos duales de Cristo: Padre Hijo
Los padres de Cristo: Engendrado por Dios Concebido por María
Naturaleza dual de Cristo: Espíritu Carne
Aptitud dual de Cristo: No tenía que morir Podía morir
Este Dios, que se llama el Padre y el Hijo, “descenderá entre los hijos de los
hombres” (15:1) y morará en la tierra. Sufrirá “tentaciones, pero no cede[rá] a ellas”
(15:5). Se someterá, según lo profetizó el pasaje de los “Sufrimientos del Siervo de
Jehová”, a “que su pueblo se burle de él, y lo azote, y lo eche fuera, y lo repudie. Y
tras de todo esto, después de obrar muchos grandes milagros entre los hijos de los
hombres, será conducido, sí según lo dijo Isaías: Como la oveja permanece muda
ante el trasquilador, así él no abrió su boca. Sí, aun de este modo será llevado,
crucificado y muerto” (15:5–7).
En este acto final de auto-sacrificio, pues podría haberse escapado de ello en
cualquier momento, al permitirse ser “llevado, crucificado y muerto”, Él hizo la
sumisión suprema. Él sujetó la “carne” (que heredó de María) “aun hasta la
muerte”. Al hacerlo así, “la voluntad del Hijo” (el deseo humano de vivir) fue
“absorbida en la voluntad del Padre” (en la voluntad del espíritu divino del
Salvador, que heredó de Su Padre) (15:7). Así Él cumplió los requisitos temporales
de la Expiación, o sea, como el acto final de la Expiación terrenal, Cristo, quien no
tenía que morir, libre y voluntariamente ofreció Su vida en la cruz [11] para que
nosotros también, después de nuestra inevitable muerte temporal, seamos
levantados a vida eterna con Él. Amulek lo expresó de forma concisa: “la muerte
de Cristo desatará las ligaduras de esta muerte temporal, de modo que todos se
levantarán de esta muerte” (Alma 11:42).
En resumen, la sin igual y hermosa explicación de Abinadí sobre la Expiación se
puede delinear como sigue:
1. Dios mismo bajaría y viviría en la tierra. Él sería tentado pero no cedería a la
tentación, y en ese proceso sería burlado, oprimido, azotado, y eventualmente,
crucificado.
2. Cristo heredó de Su madre, María, la misma naturaleza mortal que poseen
todos los hijos de Adán, incluyendo la capacidad de morir.
3. Cristo heredó de Su Padre, Elohim, una naturaleza divina que ningún otro hijo
de Adán tiene, incluyendo la capacidad de no morir.
4. Cristo, en la cruz, libremente decidió someter Su naturaleza mortal a Su
naturaleza inmortal, esto es, de Su propia y libre voluntad se sujetó a la muerte y
efectuó la Expiación. Así como Adán hizo posible que la muerte viniera a todos los
hijos del Padre Celestial al someterse libremente a las condiciones que trajeron la
vida mortal, así Cristo, al someterse libremente a la muerte física, trajo las
condiciones que hicieron posible la vida eterna para todos los hijos de Dios.
Con seguridad, muchos de los profetas conocían la doctrina que enseñó
Abinadí [12]. Pero ninguna otra escritura reúne y combina estos elementos de la
manera en que lo hizo Abinadí. No puede haber duda de que Abinadí conocía al
Salvador, que sabía acerca del Salvador y que entendió el papel y la naturaleza
únicos del Salvador muchos años antes de que Cristo condescendiera a nacer
entre los hijos de Adán.
No puedo dejar el tema de Abinadí sin hacer otro comentario. Me parece que
Abinadí debió saber de algunas semejanzas parciales pero imponentes entre él y
el Salvador, como es el caso con casi todos los profetas de Dios. Al igual que
Cristo, Abinadí experimentó mucho del rechazo y la persecución mencionados en
el tema de los “Sufrimientos del Siervo de Jehová” que está en Isaías 53 (véase
Mosíah 14). Por ejemplo, en ninguna parte de su discurso, menciona Abinadí que
Cristo haya tenido éxito en convertir a alguien durante Su tiempo en la tierra. De
hecho, varias de las declaraciones de Isaías que se citan en Mosíah 14 se podrían
interpretar como que significan que Cristo tendría poco o nada de éxito en convertir
a la gente durante Su ministerio mortal. Por ejemplo, “Despreciado y rechazado de
los hombres… como que escondimos de él el rostro; fue menospreciado y no lo
estimamos” (versículo 3); “lo hemos tenido por golpeado, herido de Dios y afligido”
(versículo 4); y “todos nosotros nos hemos descarriado como ovejas, nos hemos
apartado, cada cual por su propio camino” (versículo 6). Abinadí debe haber
pensado que él también moriría sin haber logrado siquiera un poco de éxito. En
verdad, hasta donde su conocimiento finito concierne, él fácilmente pudo haber
pensado que no había tenido éxito en convertir ni a una sola persona.
Al igual que el Salvador, Abinadí fue ejecutado por personas que no eran dignas
de juzgarlo. Aun así, parece ser que estaba consciente que sería ejecutado
cuando regresara a predicarles por segunda vez a Noé y a su pueblo. Durante el
curso de su juicio, Abinadí dijo: “no me retractaré de mis palabras que te he
hablado concernientes a este pueblo, porque son verdaderas; y para que sepas
que son ciertas, he permitido que yo caiga en tus manos. Sí, y padeceré aun hasta
la muerte, y no me retractaré de mis palabras, y permanecerán como testimonio en
contra de ti. Y si me matas, derramarás sangre inocente” (17:9–10). Parece que
Abinadí, a semejanza de su Salvador, también decidió libremente exponerse a la
muerte temporal, y de este modo sellar “la verdad de sus palabras” (17:20).
Abinadí fue, como casi todos los profetas lo han sido, tipo y figura del camino que
el Salvador andaría.
Este poderoso testimonio de Abinadí, dado, como fue, a un pueblo inicuo, contiene
información acerca del Salvador que se expresa en una forma que no se encuentra
en ningún otro pasaje de las escrituras. Verdaderamente, cuán hermosos sobre las
montañas fueron los pies de Abinadí.
Notas
[1] Tradicionalmente, según el élder Bruce R. McConkie lo ha declarado, hay tres
razones de que Cristo el Hijo también lleve el título Padre: (1) Él es el “Creador…
de los cielos y de la tierra”, (2) “Él es el Padre de todos los que han nacido de
nuevo” y (3) Él es el Padre a causa de la “investidura divina”. (Mormon Doctrine [La
doctrina mormona], 2a. edición [Salt Lake City: Bookcraft, 1966], pág. 130). Véase
también la importante y más completa declaración de la Primera Presidencia y el
Consejo de los Doce Apóstoles fechada el 30 de junio de 1916, registrada
en Messages of the First Presidency [Los mensajes de la Primera Presidencia]
editor James R. Clark (Salt Lake City: Bookcraft, 1971), 5:25–34. Algunas veces he
oído una cuarta razón (similar a la segunda razón del élder McConkie), de que
Cristo es el Padre porque Él es el Padre de la Expiación, al igual que George
Washington es el padre de los Estados Unidos. La razón por la que Abinadí aplicó
el título de Padre a Cristo en este pasaje es diferente a las otras cuatro, lo cual la
hace una quinta razón. Este documento aclarará la quinta razón.
[2] Esta y todas las siguientes referencias de las escrituras indican el libro de
Mosíah en el Libro de Mormón, a menos que se indique de otra forma.
[3] Para otras referencias a Cristo como el Unigénito Hijo de Dios, véase Jacob
4:5, 11; Juan 1:14, 18.
[4] Véase también DyC 93:4, en donde Cristo declara que Él es “el Padre, porque
me dio de su plenitud, y el Hijo, porque estuve en el mundo, e hice de la carne mi
tabernáculo y habité entre los hijos de los hombres”.
[5] Véase también Discursos Sobre la Fe compilados por José Smith (traducidos y
publicados por Arturo de Hoyos [México, D.F], página 59). Cristo, “es llamado el
Hijo por la carne; y descendió en sufrimiento más abajo de lo que el hombre puede
sufrir, o, en otras palabras, sufrió más grande sufrimiento y fue expuesto a
contradicciones más poderosas de lo que el hombre es capaz”. Véase también 3
Nefi 1:14 y Éter 4:12, en los cuales Cristo se refiere a sí mismo en Sus funciones
como Padre e Hijo.
[6] “Espíritu” aquí no se refiere a la persona espiritual que fuimos en la vida
premortal. Más bien se refiere a una característica o un aspecto de la naturaleza
divina de Cristo que Él heredó al ser el Unigénito. Otra forma de explicarlo sería la
de “naturaleza espiritual” contra la “naturaleza mortal”. Esta distinción es obvia en
Moisés 3:5 con los términos “espiritualmente” y “físicamente”. Comparése
con Mormon Doctrine [La doctrina mormona] por Bruce R. McConkie, páginas
756–761, y con Doctrina del Evangelio por Joseph F. Smith (Salt Lake City; 1978),
página 426.
[7] Eso es el por qué Amulek pudo decir: “Porque es preciso que haya un gran y
postrer sacrificio; sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún género
de ave; pues no será un sacrificio humano, sino debe ser un sacrificio infinito y
eterno” (Alma 34:10). Si Cristo fuera solamente un mortal igual que todos los
mortales, no podría efectuar un sacrificio para expiar por toda la humanidad. Fue
por causa de Su naturaleza inmortal que Su sacrificio fue infinito y eterno.
[8] Véase Conference Report [Reporte de la Conferencia], Liahona de enero de
1994, pág. 39, en el cual el élder Russell M. Nelson dice: “El Salvador era el único
que podía llevar esto a cabo [la Expiación], pues había heredado de Su madre la
facultad de morir. De Su padre obtuvo el poder sobre la muerte” En la misma
página, el élder Nelson habla de una creación paradisiaca hecha por Dios, de una
creación mortal causada por la Caída y de una creación inmortal efectuada por la
Expiación.
[9] Un colega mío en educación religiosa en BYU me recordó ese pasaje. Nótense
también las palabras de Cristo cuando estaba en la cruz: “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46).
[10] Para un listado similar, véase Cristo y el Nuevo Convenio por Jeffrey R.
Holland, (Salt Lake City: Alexander Printing, 1997), página 198.
[11] La Expiación, si ha de ser efectuada por un sacrificio válido, debe ser ofrecida
voluntariamente, (así como todos los sacrificios deben ser voluntarios para que
sean válidos). Si la vida del Salvador le hubiera sido quitada a la fuerza, entonces
su muerte habría sido involuntaria y no hubiera sido un sacrificio. De ahí que Él
dijera: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”
(Juan 10:17). El Presidente John Taylor dijo: “El Padre le dio [a Cristo] el poder de
tener vida en sí mismo: ‘Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también
ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo’ (Juan 5:26). Además, Él tenía la
capacidad, que toda la humanidad había perdido, de restaurarles la vida otra vez;
por lo que Él es la resurrección y la vida, y dicha capacidad ningún otro hombre la
posee”. (“The Mediation and Atonement of Christ”) [La mediación y la Expiación de
Cristo] en The Gospel Kingdom, [El reino del evangelio], editado por G. Homer
Durham [Salt Lake City: Bookcraft, 1964], páginas 114–115). No era suficiente que
Él tuviera la capacidad de huir de la cautividad y de la muerte. No era suficiente
que Él se hubiera sometido a ser entregado en manos de sus verdugos. Él también
tenía que escoger, tenía que desear la muerte temporal. Por esta razón, la
crucifixión, por mucho que nos repugnen los aspectos viles de esta forma de
ejecución, probablemente fue el único tipo de ejecución que le permitió la elección
de morir o no morir. Para el observador casual, parecería que Cristo había sido
ejecutado por crucifixión. Sin embargo, para quienes entendieron como Abinadí la
naturaleza del sacrificio de Cristo, Su muerte en la cruz fue resultado de Su propia
voluntad y no la de sus verdugos. Se insinúa este reconocimiento en Marcos 15:39
por la expresión del centurión romano que asistió a la ejecución al decir:
“verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Puede ser que haya otros tipos de
ejecución que habrían cumplido los requisitos recién mencionados, pero no
conozco ninguno.
[12] Véase la forma en que el Rey Benjamín pronuncia las palabras de un ángel de
Dios acerca de la Expiación en Mosíah 3. En especial, los versículos 8 y 9 revelan
un conocimiento de la doctrina que enseñó Abinadí. Véase también la visión de
Nefi en 1 Nefi 11; el discurso de Alma que se encuentra en Alma 7; lo que entendía
Amulek en Alma 34:9–10; y la explicación de Alma a su hijo en Alma 42,
especialmente el versículo 15. Se debe notar que Abinadí no pudo tener acceso a
estos discursos, con excepción de 1 Nefi 11. Pero él pudo haber obtenido esta
doctrina de la misma fuente de inspiración que estuvo disponible para Alma y
Amulek.
La astronomía y los egipcios: Un enfoque a Abraham
3
Kerry Muhlestein
Desde hace mucho he tenido la idea de que el universo está construido sobre
símbolos, mediante los cuales una cosa habla de otra; la menor testificando de la
mayor, elevando nuestros pensamientos del hombre hacia Dios, de la tierra hacia
el cielo, del tiempo a la eternidad [...] Dios enseña por medio de símbolos; ése es
su método preferido de enseñanza.
—Orson F. Whitney [1]
Abraham 3 es una de las secciones más enigmáticas de la Perla de Gran Precio.
Tanto el maestro como el alumno sienten que hay algo más en el texto que el
significado que están sacando de él. Cada exploración minuciosa suavemente
descubre otra capa de entendimiento del texto, pero siempre sentimos que
solamente hemos extraído la mínima parte de lo que tiene que ofrecer. Aunque no
pretendo poseer una gran llave para abrir esta revelación, creo que hay algunos
principios de apercepción intuitiva que arrojan luz sobre la visión nocturna de
Abraham.
Ciertamente los maestros pueden usar una variedad de enfoques al enseñar
Abraham 3. La mayoría de los estudiantes tendrán curiosidad por los nombres
exóticos que se mencionan en los versículos 3 y 13, y vale la pena atender esas
preguntas. [2] También vale la pena investigar respecto de las habilidades de los
egipcios en la astronomía y la forma en que Abraham pudo haber contribuido a
dichas habilidades. Sin duda los egipcios de la época de Abraham tenían un
concepto de un cosmos geocéntrico con énfasis particular en “aquello que el sol
rodea (šnnt itn)” [3], refiriéndose a la tierra. En muchos aspectos, la visión de
Abraham parece ser geocéntrica. [4] Aún así, Abraham obtiene un punto de vista
del universo “Kólob-céntrico”. [5] Sin embargo, algunos aspectos del pensamiento
astronómico egipcio no son nada “céntricos”. Y puede ser que la visión no encaje
en ningún enfoque astronómico hasta ahora conocido porque el Señor le pudo
haber mostrado a Abraham un modelo que todavía no es comprendido por los
astrónomos modernos. Sin embargo, creo que tropezamos cuando tratamos de
entender la visión de Abraham en los términos de paradigmas astronómicos. [6] Es
muy posible que el Señor estaba describiendo los cielos y la astronomía de
manera alegórica a fin de enseñar principios doctrinales más bien que
astronómicos. Tratar de entender los principios astronómicos tiene su mérito
(aunque algunos intentos inconclusos hayan sido usados contra nosotros [7]), y
aunque puede haber en la narración un paradigma cósmico que desentrañar,
parece que, en lo que respecta al salón de clases del evangelio, las enseñanzas
alegóricas son las de mayor peso.
Abraham no era un principiante de astronomía. Él nos dice que tiene los registros
de los padres y que esos registros contienen “el conocimiento del principio de la
creación, y también de los planetas y de las estrellas, tal como se dio a conocer a
los patriarcas;” Abraham aclara que la información que el registra es “para el
beneficio de mi posteridad” (Abraham 1:31). Siendo posteridad de Abraham, no
sólo debemos preguntarnos qué significó el conocimiento que se encuentra en
Abraham 3 para sus contemporáneos, sino también qué quiso que nosotros, su
posteridad de los últimos días, obtuviéramos de ello. Esto requiere una
investigación profunda de la época de Abraham así como de las ramificaciones de
su visión para nuestros días.
Es interesante notar que parece que Abraham tuvo dos visiones distintas, una por
medio del Urim y Tumim que está registrada en la primera parte del capítulo 3, y la
segunda mientras habla cara a cara con el Señor, empezando entre los versos 10
y 12 (no está bien claro cuándo Abraham cambia de oír al Señor vía el Urim y
Tumim a hablar cara a cara con Él). De hecho, la primera parte del capítulo puede
ser que no haya sido una visión sino una conversación entre Abraham y el Señor
acerca de las estrellas que veía con su ojo natural y las otras cosas que vio por
medio del Urim y Tumim. [8] Con seguridad, la segunda parte fue una visión. En
cada una de estas visiones, Abraham ve algo del sistema cósmico, el cual el Señor
usa para enseñar principios doctrinales mediante la apercepción. [9] Los principios
que se enseñan en ambas visiones son semejantes, pero la primera visión parece
comentar dichos principios en un nivel más general, y la segunda en un nivel más
específico. Para dilucidar las lecciones que el Señor le está enseñando a Abraham
—y, por medio de Abraham, a nosotros— primero debemos hacer algunas
preguntas.
Los propósitos de la astronomía
Para entender los símbolos que el Señor usa en esta revelación a Abraham,
debemos preguntarnos, ¿Por qué el Señor le está hablando a Abraham acerca de
las estrellas? Aunque el Señor enseña frecuentemente a Sus profetas con
respecto a los cielos, no siempre enseña las mismas cosas en cada ocasión. Por
ejemplo, cuando Moisés aprende acerca de las muchas creaciones de Dios, es
para ayudarle a entender la vastedad de la gran obra de Dios y la importancia
central que tiene la humanidad en dicha obra (véase Moisés 1:32–39). Aunque no
sabemos qué fue lo que Dios le enseñó a José Smith acerca de los cielos, es obvio
que él aprendió algo que le ayudó a entender los grados de gloria hacia los que irá
la humanidad (véase DyC 76:70–71, 96–98). Pero ¿por qué se le mostró a
Abraham una visión de las estrellas y los planetas? ¿Cuál fue el propósito?
El Señor mismo contesta parcialmente esta pregunta: “Abraham, te enseño estas
cosas antes de que entres en Egipto, para que declares todas estas palabras”
(Abraham 3:15). ¿Cuáles palabras quiso el Señor que declarara Abraham? Si el
Señor se refiere a las palabras que Él usa para describir las rotaciones de Kólob, la
tierra, la luna, y otros cuerpos celestes, es posible que el Señor simplemente
quisiera que Abraham les enseñara astronomía a los egipcios. En el relato del
Génesis de la visita de Abraham a Egipto, enfatiza que Abraham se hizo rico ahí
(véase Génesis 13:2). Quizás el Señor usó los conocimientos astronómicos de
Abraham para que pudiera entrar a la corte del Faraón, en donde él sería
enriquecido y así regresaría a la tierra prometida con una posición de poder. Sin
embargo, la frase “todas estas palabras” indica que Abraham debía enseñar no
solamente astronomía sino también los principios del evangelio que el Señor
explicó usando los medios astronómicos.
Símbolos egipcios
Si tal es el caso, ¿por qué el Señor escogió la astronomía como el medio simbólico
de Su mensaje? ¿Por qué usar este tipo de símbolos? Por supuesto, el Señor no
nos ha dado una respuesta directa a esta pregunta, pero aún así, hay algunas
cosas que podemos suponer con cierto grado de confianza. Aunque este lugar no
es el apropiado para una investigación detallada de la astronomía egipcia, algunas
cosas merecen ser resaltadas para que entendamos la magnitud del lenguaje
simbólico que Abraham usaría en Egipto.
Es indiscutible que los egipcios dieron importancia a los movimientos y la
soberanía de los cuerpos celestes. Por ejemplo, después de la desaparición anual
de Sirius (Sopdet), los egipcios sabían que la salida de Canícula [la estrella más
brillante] coincidía generalmente con las inundaciones anuales del Río Nilo. Las
inundaciones del Nilo eran un tipo de renacimiento, y precursoras del renacimiento
que Egipto experimentaba cada año. Se creía también que Sirius servía como guía
de los muertos durante su viaje por las estrellas. [10]
Los egipcios designaron a Sirius como una de las treinta y seis estrellas conocidas
como decanos [referente al número diez] debido al papel helíaco [relativo al sol]
que tenían en un complejo sistema de calendario en el cual una decano substituía
a otra cada diez días. Nuestro conocimiento de este sistema emana de las pinturas
astronómicas que se hallan en una serie de sarcófagos que datan de poco antes
de la época de Abraham. Estas pinturas dejan en claro que en el tiempo de
Abraham los egipcios daban gran significado al movimiento de las
estrellas. [11] Además, esto se muestra en uno de los antiguos títulos del
sacerdote principal de Heliópolis (la On bíblica) a quien se conocía como el
observador principal.
Muchos planetas y estrellas tuvieron un papel particularmente importante en la
cultura egipcia. Se creía que sus dioses habían dejado la tierra para residir en los
cielos; [12] asociaban a la luna con el dios Thoth, al sol con Ra y a Orión con el
dios Osiris. De singular importancia para el rey, que estaba asociado con Horus,
fueron los planetas Júpiter, Saturno y Marte, que también estaban asociados con
Horus. Además, el rey habría puesto atención especial a lo que Abraham tenía que
decir con respecto al “luminar mayor que se ha puesto para señorear el día”
(Abraham 3:6) porque el rey estaba totalmente vinculado a Ra, el sol, y a su
viaje. [13]
La información acerca de las estrellas era también importante para el rey. Las
estrellas tales como Gémini y Deneb eran consideradas como marcadores
importantes del conocido curso que seguía el sol en su viaje entre las estrellas.
Una de las más prolíficas de las primeras imágenes monárquicas era la creencia
de que el rey estaba destinado a llegar a ser una de las estrellar circumpolares
(las ihmwsk, las estrellas “que no conocieron la destrucción” porque no
desaparecieron). [14] El rey también podría convertirse en Sirius en la otra
vida. [15] Adicionalmente, Sirius era vista como su hermana, [16] lo cual puede
explicarse por las referencias en las cuales Sirius es identificada con
Isis [17] (mientras que el rey muerto es Osiris)
Además, Sirius era asociada con la hija del rey [18] y con el padre del
rey. [19] Orión era descrito como el rey [20] y como el hermano del rey, [21] y
Venus como su hija [22] y su guía. [23] Amehemhet III, un posible contemporáneo
de Abraham, escribió en lo alto de su pirámide que él era “más alto que las alturas
de Orión.” [24]
Estas pocas referencias ilustran ampliamente el punto: el rey egipcio y su corte
conocían y estaban interesados en los movimientos del sol, la luna, los planetas y
las estrellas. En nuestra época de grandes ciudades y luces eléctricas, es muy
difícil imaginarse hasta qué punto estos cuerpos celestes eran parte de la vida
egipcia. La mayoría de los estudiantes no ven noches estrelladas debido a la
contaminación de la luz. Las luminarias nocturnas naturales eran muy asombrosas
en Egipto, ya que la mayoría de las noches eran despejadas y muy claras. Los
cuerpos brillantes de la noche eran de gran tamaño; dominaban el panorama
nocturno y se metían en la mente y en las visiones de cada alma egipcia. Para
estos antiguos habitantes, eran una presencia mucho mayor y más importante de
lo que nosotros podríamos asumir naturalmente. Debido a esta vista poderosa, las
estrellas les hablaron fuertemente a los egipcios aunque no lo quisieran. Sus
movimientos y su poder eran un ruido del que no podían escapar que fluía sobre
los ojos de nuestros antiguos homólogos.
En mi opinión, este es el por qué Abraham descubrió que el lenguaje de las
estrellas sería un medio de comunicación muy significativo para los egipcios. En el
lenguaje misional actual, la astronomía le ayudó a Abraham a encontrar creencias
comunes, y sus conocimientos en ésta área le permitieron establecer relaciones de
confianza. Si el Señor quería algo que fuera conocido y convincente para
enseñarle el evangelio al Faraón y a su pueblo, la astronomía fue una decisión
eficaz no solamente porque los egipcios estarían interesados, ni tampoco
únicamente porque estaban acostumbrados a que los cuerpos celestes tuvieran
enseñanzas simbólicas, sino porque también los movimientos y los principios de
las estrellas y los planetas se prestan para un poderoso mensaje.
Esencialmente, el Señor le estaba enseñando, como lo hace con frecuencia, a
Abraham y a los egipcios por medio de simbolismos. A medida que reconocemos y
entendemos estos símbolos, no solamente descubrimos información con respecto
a esta revelación específica para Abraham, sino que también nos familiarizamos
más con el lenguaje del simbolismo. Trabajar por medio de estos símbolos prepara
a nuestros estudiantes a trabajar por sí mismos por medio de otros; y esto ayudará
a los estudiantes a desarrollar habilidades con las escrituras así como la confianza
en dichas habilidades.
Hay otra lección que se debe aprender. Al ver el cuidado especial que pone el
Señor para ayudar a uno de Sus profetas más grandes a que esté preparado para
compartir el evangelio entre un pueblo extraño, comprendemos lo importante que
esto es para Él. Al registrar esta experiencia para su posteridad, Abraham nos
enfatiza lo mucho que el Señor quiere que él esté preparado para llevar el encargo
en el Convenio de Abraham de hacer que el nombre del Señor sea conocido por
toda la tierra. Aquí vemos a Abraham que está pasando por el centro de
capacitación misional del Señor; se le motiva para compartir el evangelio, y se le
equipa con las herramientas (tal como encontrar creencias comunes) para
compartir ese mensaje.
Los puntos gobernantes del universo
Para dilucidar los principios que se enseñan en este mensaje astronómico, he
creado, como ayudas visuales, unos modelos de círculos concéntricos (aunque no
sabemos si los egipcios empleaban en esa época la idea de los círculos
concéntricos). El crear estos modelos nos obliga a preguntarnos si el cuerpo que
gobierna debe ser dibujado en el centro o como la esfera exterior. Para ambos
modelos se puede formular un buen caso. Como se ha dicho, la astronomía en ese
tiempo se consideraba geocéntricamente. Esto pondría a la tierra en el centro del
modelo con los cuerpos más grandes en las órbitas exteriores. Este modelo debió
haber sido muy significativo para los egipcios. Con nuestro punto de vista
astronómico moderno, tendemos a pensar que el centro es el punto de control o de
gobierno. El sol es el centro de nuestro sistema solar y controla el sistema
mediante su fuerza gravitacional. El sol está girando alrededor de un punto
gravitacional en nuestra galaxia (posiblemente un hoyo negro), y aún las galaxias
están girando alrededor de un punto de fuerza gravitacional en nuestro súper
grupo de galaxias. [25] Y en la analogía que el Señor les dio a los egipcios por
conducto de Abraham, si la tierra está en el centro, entonces no es el punto central
el que gobierna, sino el punto exterior que rodea a todo lo demás. Esto está en
línea con el pensamiento egipcio en muchos aspectos, aunque parece ser
contrario al punto de vista geocéntrico. Para los egipcios, rodear algo era un
poderoso símbolo de controlar o de gobernar a algo, y con frecuencia incluía cierto
elemento de protección sobre lo que se rodeaba. El poder sobre la creación lo
mostraba Ra, que rodeaba a la tierra. Los muertos deseaban tener tal poder al “ir
por (dbn) los dos cielos, que rodean (phr) las dos tierras.” [26] El difunto rey es
visto como más poderoso que los dioses mismos, como se nota en la siguiente
descripción: “has rodeado (šn.n=k ) todos los bienes en tus brazos, sus tierras y
todas sus posesiones. Oh Rey, eres grande, envuelves (dbn) como el círculo (phr)
que rodea a los grandes regentes.” [27] En el pensamiento egipcio, lo que rodea es
lo que controla, no lo que está en el centro. De ahí que, en un modelo geocéntico,
la visión mostrada a Abraham coloca a Dios en las órbitas externas.
Por otra parte, hay alguna evidencia que indica que sería mejor poner a Kólob, o el
punto gobernante, en el centro de nuestro modelo. Michael Rhodes ha sugerido
una etimología para Kólob como que emana de “la raíz semítica QLB, que tiene
como significado básico ‘el corazón, el centro, en medio.’” [28] Esto lo corrobora la
explicación de José Smith de la figura central en el hipocéfalo del facsímile 2 como
Kólob. Estas ideas indican un modelo en el que Kólob está en el centro. El punto
central de cualquier modelo es una cuestión de perspectiva. La tierra gira
alrededor del sol, pero desde nuestra perspectiva parece que es el sol el que
rodea a la tierra.
A causa de que el Faraón ya concebía al sol rodeando a la tierra y a otros
importantes cuerpos que se movían en viajes cíclicos alrededor de la tierra y el sol,
fácilmente debió haber entendido el concepto de que las esferas celestes giran
unas alrededor de otras en círculos concéntricos. De ahí que la información que se
le dio a Abraham en los versículos del 3 al 7 tendría un significado perfecto. Por
cada esfera conocida había otra sobre ella hasta que se alcanzara la esfera
regente. El Faraón fácilmente podía imaginarse un cosmos que se vería así.
Fig. 1. El concepto del cosmos del Faraón
Fig. 1. El concepto del cosmos del Faraón
Al final, no sabemos de qué manera Abraham o los egipcios pudieron haber
preparado sus modelos, con el punto regente en el centro o como el cuerpo que
rodea a todos los demás. He decidido preparar todas mis ilustraciones con el punto
regente en el centro porque este es el modelo más intuitivo. Para nosotros, decir
que Dios está en el centro significa que Él es el punto focal, el punto regente, y,
pedagógicamente, esto es preferible. Así que para nuestros fines, el cosmos que
Abraham estaba explicando podría haberse visto como la figura 2.
Esta imagen del cosmos nos ayuda a visualizar lo que Abraham le estaba
enseñando al Faraón. La información crucial viene en los versículos 8 y 9: “Y
donde existan estos dos hechos, habrá otro sobre ellos, es decir, habrá otro
planeta cuya computación de tiempo será más larga todavía; y así habrá la
computación del tiempo de un planeta sobre otro, hasta acercarse a Kólob, el cual
es según la computación del tiempo del Señor

Fig. 2. El concepto del cosmos de Abraham


Fig. 2. El concepto del cosmos de Abraham
Este Kólob está colocado cerca del trono de Dios para gobernar a todos aquellos
planetas que pertenecen al mismo orden que aquel sobre el cual estás”. El
concepto de planetas orbitando y el tiempo que les gobierna se usa aquí como
apercepción para explicar que un ser —no un planeta— era la fuente gobernante.
Esto le daría al glorioso rey egipcio algo en qué pensar.
Él debió haber entendido claramente que había muchos gobernantes en la tierra y
que tenían diferentes grados de poder. Por ejemplo, los egipcios sabían que había
un rey cananeo en Jerusalén pero lo consideraban ser un siervo de Egipto, y de
ahí que pudo haberse considerado que estaba en una de las órbitas de
gobernantes menores.

Fig. 3. El universo centrado en Faraón


Fig. 3. El universo centrado en Faraón
El Faraón probablemente también sabía del rey de Mesopotamia, que quizás era el
rey Ur-Nammu de la ciudad de Ur. Este rey probablemente era visto ocupando una
órbita cercana al gobernante egipcio. El reino nubio de Kush había llegado a ser
muy poderoso en esa época, pero los egipcios también dominaban a este grupo.
Son muy grandes las probabilidades de que el rey egipcio se considerara a sí
mismo como el cuerpo que gobernaba las órbitas del liderato, o sea, la fuerza
centrífuga que controlaba a los líderes de la tierra.
Lo que debió haber sido alarmante, aunque también lógico, era el razonamiento de
que si hay dos hechos, uno era mayor que el otro y que todavía había otro aún
más alto (véase el versículo 8). De ahí que si el Faraón estaba sobre el rey de
Kush, era razonable que alguien estaba sobre el Faraón. La declaración de
Abraham debió haber sido que esta serie de sucesiones continuaba, no solo hasta
llegar al Faraón, sino hasta llegar a Dios. El paradigma presentado al Faraón era
que, después de todo, él no era el gobernante mayor.

Fig. 4. El universo gobernado por poderes superiores


Fig. 4. El universo gobernado por poderes superiores
La enseñanza por medio de la astronomía debió de haber captado la atención del
Faraón. Los principios de gobierno que se enseñaron como apercepción tuvieron
significado. Esto le permitió a Abraham enseñar que la humanidad debe temer a
Dios y no al hombre (ni siquiera a un hombre considerado semi-divino). Pero la
lección no necesariamente terminó allí. Estos círculos concéntricos de gobierno y
de orden también se podrían usar para enseñar acerca de la organización del reino
de Dios en la tierra, la cual, en el tiempo de Abraham, funcionaba bajo el orden
patriarcal. De ahí que nosotros, Abraham, y el Faraón entendemos que seguimos
las órbitas de gobierno a partir de nosotros hacia nuestros padres, abuelos,
etcétera, hasta que llegamos a la persona que le reporta a Dios, y así, nuevamente
tenemos a Dios como el centro, el punto gobernante.
Fig. 5. El orden patriarcal
Fig. 5. El orden patriarcal
Incidentalmente, esto también se puede usar para entender el gobierno actual de
la Iglesia, demostrando que el simbolismo de Abraham 3 no le habla únicamente a
la generación de Abraham, sino también a la nuestra.
Fig. 6. El gobierno de la Iglesia
Fig. 6. El gobierno de la Iglesia
Esta vista del universo centrado en Dios le enseña a Abraham, a los egipcios y a
nosotros otro mensaje poderoso. Aún dentro del contexto del evangelio es fácil
centrarse en varios principios sin unirlos al gran centro: Dios. Por ejemplo, es fácil
hablar de la modestia, la honestidad, la Palabra de Sabiduría, o de la ley de los
diezmos sin conectarlos al centro del evangelio: Dios, Su Hijo, y la Expiación. Aún
los principios edificantes como estos pueden distraer la atención si se separan del
enfoque central. El presidente Boyd K. Packer describió la Expiación como la “raíz
misma de la vida cristiana. Mucho podéis saber del evangelio al ramificarse desde
allí, pero si solamente conocéis las ramas y esas ramas no tocan la raíz, si han
sido cortadas del árbol de esa verdad, no habrá vida, ni substancia ni redención en
ellas.” [29] Thomas B. Griffith lo dijo de esta manera en un devocional en BYU: “Si
no puedes encontrar el vínculo existente entre el tema que vas a enseñar y la
Expiación de Cristo, quiere decir que, o no lo has meditado lo suficiente, o no
deberías hablar de eso en la iglesia.” [30] Si se entiende apropiadamente, la visión
centrada en Dios que está en Abraham 3 nos debería ayudar a recordar que todos
los aspectos del evangelio se gobiernan por este gran centro: Dios, Su Hijo y la
Expiación.
Las analogías que Abraham logra obtener de los cielos se aumentan porque
parece que inmediatamente Dios le muestra una visión más extensa de Sus
creaciones: “y él me dijo: Hijo mío, hijo mío (y tenía extendida su mano), he aquí,
te mostraré todas éstas. Y puso su mano sobre mis ojos, y vi aquellas cosas que
sus manos habían creado, las cuales eran muchas; y se multiplicaron ante mis
ojos, y no pude ver su fin” (Abraham 3:12). Abraham no solamente vio más en la
visión, sino que también Dios le enseñó más.
La relación de Dios con Abraham y con nosotros
Por ejemplo, Dios comentó más acerca de las bendiciones del Convenio de
Abraham. Es difícil saber hasta qué grado ya se había establecido el convenio con
Abraham en ese momento. En Génesis 12, justo antes de que vaya a Egipto, se le
dice a Abraham que el Señor lo hará una gran nación y que el Señor bendecirá a
quienes bendigan a Abraham y maldecirá a quienes maldigan a Abraham (véase
Génesis 12:2–3). Estos son dos de los aspectos más importantes del convenio de
Abraham. [31] Es tentador considerar la visión que se registró en Abraham 3 como
una extensión de cuando el Señor “lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y
cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia”
(Génesis 15:5), pero el relato de Génesis sucede después del viaje a Egipto.
Quizás haya un problema con la cronología del relato de Génesis. Durante este
mismo incidente, Abraham ofrece sacrificios, divide las porciones en mitades y
camina frente a ellas en lo que es casi ciertamente un símbolo de “cortar un
convenio” —traducción literal de la frase hebrea— con Dios. Al aceptarse el
sacrificio, el Señor hace convenio de que Abraham tendrá una tierra prometida
(véase Génesis 15:9–21), otro aspecto importante del convenio. Pero aún así
hasta después se le dice a Abraham, “Y pondré mi pacto entre mí y ti”, se le
confirman otros aspectos del convenio y se le cambia su nombre (Génesis 17:2–8).
Es difícil decir si el convenio se estableció por etapas —como parece suceder con
nosotros, que entramos en el convenio del bautismo pero participamos de él mas
completamente en el convenio del matrimonio— o si se dio en su totalidad de
inmediato y se registró de diversos modos en fechas distintas o si hay un problema
en el texto de Génesis tal como lo hemos recibido. [32] De ahí que no podamos
estar seguros en cuál etapa del convenio estaba Abraham cuando recibió la visión
registrada en Abraham 3, pero al menos sabía algo de él. También se le
confirmaron los aspectos del convenio que tienen que ver con su progenie cuando,
al mostrarle las estrellas de una manera sobrenatural, [33] el Señor le dijo: “Te
multiplicaré a ti, y a tu posteridad después de ti, igual que a éstas; y si puedes
contar el número de las arenas, así será el número de tus descendientes”
(Abraham 3:14). Es interesante tomar en cuenta que en medio de estar viendo una
visión diseñada para instruirlo en cuanto lo que debía enseñar a los egipcios, se le
recuerda a Abraham cómo encajan los cielos en el convenio de Dios con él.
Las analogías de apercepción que emplea Dios en esta visión más completa van
un paso más allá de las que Él usó en la primera. En esas explicaciones Dios se
había enfocado en entidades no descritas con Dios en el centro, lo que permitía las
comparaciones de organizaciones e instituciones. En la segunda visión Dios aplica
los mismos principios a los individuos. Después de mostrarle a Abraham la
vastedad de sus creaciones, habla nuevamente de los cuerpos orbitales,
explicando que Kólob es la estrella mayor de todas —significativamente, otra vez
porque está más cerca de Él— y que la luna, la tierra, y todas las estrellas
coexisten con los cuerpos celestes tanto arriba como abajo de ellas en el orden de
las órbitas (véase Abraham 3:16–17). Pero a esto le sigue de inmediato por una
comparación a los espíritus, o inteligencias, que Dios aclara que siempre han
existido y siempre existirán (véase Abraham 3:18). Todos los seres individuales, tal
como las estrellas, encontrarán que hay un ser menos inteligente de lo que ellos
son y un ser más inteligente que ellos. La excepción es Dios: “Hay dos espíritus, y
uno es más inteligente que el otro; habrá otro más inteligente que ellos; yo soy el
Señor tu Dios, soy más inteligente que todos ellos” (Abraham 3:19). Este punto es
similar al que se hizo después de la primera visión de Abraham, excepto que se
enfoca más en la universalidad e individualidad simultánea de la aplicación.
Casi como para demostrar esto claramente, después de dicha declaración el Señor
hace una transición inmediata. Lo siguiente que dice es: “El Señor tu Dios envió a
su ángel para librarte de las manos del sacerdote de Elkénah” (Abraham 3:20).
¡Qué curiosa es esta inserción! A simple vista no hay conexión alguna entre esta
declaración y los grandiosos principios que Dios estaba explicando. Pero aún así
prueban exactamente el punto de la individualidad que Dios está enfatizando. Dios
acaba de aclarar su grandeza. No solamente es Él el creador de la vasta
expansión y de los innumerables cuerpos que Abraham acaba de ver —más los
que no vio, porque “no pud[o] ver su fin” Abraham 3:12)— sino que Él es
todopoderoso, porque “no hay nada que el Señor tu Dios disponga en su corazón
hacer que él no haga” (Abraham 3:17). Finalmente, Él enfatizó que es mayor que
todo lo demás.
Me imaginaría que ver al Señor cara a cara y contemplar estas vastas creaciones
(aparentemente más de lo que Moisés vio inicialmente en Moisés 1) debe haber
sido abrumador y humillante, y me supongo que Dios buscó, hasta cierto grado,
ese resultado. Pero Dios no dejó a Abraham en este punto. Inmediatamente
después de ayudar a Abraham para que comprendiera cuán pequeño es, y lo
inmenso que es Dios, también le recuerda a Abraham de la relación entre ellos;
después de todo, fue este Dios glorioso quien se preocupó tanto por Abraham que
acudió a salvarlo. El recordatorio del convenio en el versículo 14 debió haber sido
algo similar. Abraham está viendo la grandeza de las creaciones de Dios, y Dios le
recuerda que Él tiene la intención de hacer de Abraham un creador igual de grande
en el reino de las progenies. Abraham se enfrenta aquí a un Dios que lo abruma
con Su magnitud y le recuerda cuán personal es la relación entre ellos y cuánto se
preocupa Dios por Abraham, demostrado tanto en lo que Él ha hecho como en lo
que hará. Debemos entender que así como fue con Abraham, así es con nosotros.
Estamos tratando con un Dios personal esplendoroso y a la vez magnánimo que
ayudará a librarnos de nuestras propias dificultades.
Abraham ha aprendido mucho acerca de Dios y de su propia relación con Dios,
pero también ha aprendido acerca de la relación de cada individuo con Dios.
Sin embargo, aún hay más. En el modelo de las esferas que orbitan cada ser es
afectado por los que están arriba de él y a su vez él afecta a los que están debajo
de él. Aunque al final dependemos de Dios, también sin duda estamos
entrelazados con todos los demás en nuestro acercamiento a Dios. No podemos
venir a Dios sin tomar en cuenta nuestras relaciones con los demás. Como dijo el
Señor: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí de acuerdas de que tu hermano
tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”. (Mateo 5:23–24)
La inteligencia a los ojos de Dios
Al ver la descripción de Dios de nuestras interrelaciones y la explicación clara de
que algunos seres son más inteligentes que otros, con frecuencia los estudiantes
sienten algo de incomodidad. La redacción y la comparación aperceptiva
establecen algo semejante a la “gran cadena del ser.” [34] Claramente, una
jerarquía es parte de la explicación del universo. La pregunta que surge
naturalmente desde nuestras sociedades centradas en la igualdad es, ¿por qué
algunos seres son más inteligentes que otros? Esta pregunta se presta para una
discusión de lo que parece ser el siguiente tema de Dios en Su revelación a
Abraham. Mientras consideramos este concepto, debemos estar conscientes de
dos definiciones de inteligencia en las escrituras: (1) la identidad no creada de
cada individuo y (2) “luz y verdad”. No estoy convencido de que las dos
definiciones estén desconectadas y no se relacionen. También debemos tener en
mente que los principios que vamos a comentar con respecto a las inteligencias se
conectan con los principios astronómicos que hemos estudiado. Ambos están
diseñados para ayudarnos a entender nuestra naturaleza y nuestra posición en
relación a Dios. Es Dios el que hace la transición dentro de la revelación, y al
seguir Su razonamiento llegaremos a entender mejor lo que está tratando de
enseñarle a Abraham y a nosotros —la posteridad de Abraham— acerca de
nuestras inteligencias y de nuestra relación con Dios.
La sección 93 de la Doctrina y Convenios es de lo más ilustrativo en nuestros
intentos por contestar la pregunta de por qué algunos seres son más inteligentes
que otros. Primero nos ayuda a definir la inteligencia. Se nos dice: “La inteligencia,
o sea, la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser” (DyC
93:29) y “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad”
(DyC 93:36). Esto indica que el grado de inteligencia depende de la cantidad de luz
y verdad que hemos recibido.
Esa sección también nos ilustra cómo recibir luz y verdad. Describe el proceso que
siguió el Salvador, diciendo que “no recibió de la plenitud al principio, mas recibía
gracia sobre gracia; y no recibió de la plenitud al principio, sino que continuó de
gracia en gracia hasta que recibió la plenitud” (DyC 93:12–13). Entonces, el
ejemplo que Cristo dio se aplica a nosotros: “y ningún hombre recibe la plenitud, a
menos que guarde sus mandamientos. El que guarda sus mandamientos recibe
verdad y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas [...] Toda
verdad es independiente para obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la
ha colocado, así como toda inteligencia” (DyC 93:27–28, 30). Es importante
conocer todas las cosas, o sea, obtener conocimiento. Como lo enseñó el Profeta
José Smith: “ El hombre no puede ser salvo sino al paso que adquiere
conocimiento, porque si no obtiene conocimiento, algún poder maligno lo dominará
en el otro mundo; porque los espíritus malos tendrán más conocimiento y, por
consiguiente, más poder que muchos de los hombres que se hallan en el mundo.
De modo que se precisa la revelación para que nos ayude y nos dé conocimiento
de las cosas de Dios.” [35]
Los pasajes de la sección 93 sugieren que la cantidad de inteligencia que
recibamos depende directamente de lo que hagamos con la luz y verdad ya
recibidas. Cuando obedecemos la luz y verdad que tenemos, recibimos más. Al
desobedecerla o ignorarla, perdemos aún lo que tenemos (véase 2 Nefi 28:30). Mi
experiencia ha sido que mientras meditamos en este principio, si tomamos un
momento para tranquilamente preguntarle al Señor cuáles principios de luz y
verdad poseemos actualmente que no estamos obedeciendo, el Espíritu
contestará esa pregunta.
Toda esta información que se nos ha dado acerca de la necesidad de obedecer la
luz y verdad se repite en las visiones de Abraham: “Y con esto los probaremos,
para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” (Abraham
3:25). Sus visiones también enseñan los principios de que si obedecemos la
verdad que se nos ha dado, se nos dará más hasta que estemos llenos de luz y
verdad, y si no obedecemos a lo que tengamos, perderemos la luz y verdad que se
nos haya dado hasta entonces. “Y a los que guarden su primer estado les será
añadido; y aquellos que no guarden su primer estado no tendrán gloria en el
mismo reino con los que guarden su primer estado; y a quienes guarden su
segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás”
(Abraham 3:26).
Podemos preguntar, ¿Por qué querría Dios probarnos con esto? Y ¿por qué darles
a quienes reciban y quitarles a los que no reciban? El principio que contesta estas
preguntas es ilustrado vívidamente por el élder Dallin H. Oaks:
A diferencia de las instituciones del mundo, que nos enseñan a saber algo, el
evangelio de Jesucristo nos desafía a llegar a ser algo.
Muchos pasajes de la Biblia y de las escrituras modernas hablan de un juicio final
en el que todas las personas serán recompensadas según sus hechos u obras y
los deseos de sus corazones. Pero otros pasajes se extienden sobre el tema
aludiendo a que seremos juzgados según la condición que hayamos logrado [...]
De tales enseñanzas concluimos que el juicio final no es simplemente una
evaluación de la suma total de las obras buenas y malas, o sea lo que
hemos hecho. Es un reconocimiento del efecto final que tienen en nuestros hechos
y pensamientos, o sea, lo que hemos llegado a ser. No es suficiente que
cualquiera tan solo actúe mecánicamente. Los mandamientos, las ordenanzas y
los convenios no son una lista de depósitos que tenemos que hacer en alguna
cuenta celestial. El evangelio de Jesucristo es un plan que nos muestra como
llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser. [36]
Acoplar las enseñanzas del élder Oaks con las que se encuentran en la sección 93
nos lleva a concluir que la cantidad de luz y verdad que obedecemos determina la
cantidad de luz y verdad con la cual seremos llenos. Nuestras posibilidades en el
día del juicio se determinarán en gran parte por el tipo de ser que hayamos llegado
a ser y por si nos hemos convertido en un ser de luz, lleno de luz y verdad. Por
supuesto, la cantidad de luz y verdad que recibimos es afectada por nuestra
obediencia y por nuestra recepción de gracia en estos esfuerzos (véase DyC
93:12–13, 20). En muchas maneras, la recepción de gracia es semejante a que
Dios haya rescatado a Abraham al estar en el altar. Al esforzarnos por obtener luz
y verdad y progresar, no debemos olvidar nunca qué es lo que Dios quiere que
hagamos, ni Su capacidad para conseguir Sus deseos. [37] Después de todo, “no
hay nada que el Señor tu Dios disponga en su corazón hacer que él no haga”
(Abraham 3:17).
Parece ser que estos principios son las doctrinas culminantes en la visión de
Abraham. Las analogías de Abraham de los principios astronómicos ilustran muy
bien que hay un orden en las cosas y que hay niveles de progreso que se deben
obtener dentro de ese orden. El principio central que enseña es que la meta de ese
progreso converge en un punto: Dios. Podemos preguntar ¿Qué es lo que Él quiso
que Abraham aprendiera al mostrarle la visión? ¿Qué quería Él que Abraham les
enseñara a los egipcios? Y ¿qué quería Él que Abraham nos enseñara con el
registro de esta visión? Entre muchas cosas, los principios que sobresalen
incluyen que Dios quería enseñarle a Abraham, a los egipcios y a nosotros acerca
de nuestra relación con Él, en una variedad de niveles. Dios es el punto central de
todo; es el Creador de y la fuerza impulsora que mueve todas las cosas en el
universo. Finalmente, el punto culminante parece ser que aunque Dios está por
arriba de nosotros, nuestro progreso se dirige hacia Él. Dicho simplemente,
Abraham 3 nos enseña magistralmente acerca de nuestra relación con Dios.
Notas
---
[1] Orson F. Whitney, “Latter-day Saint Ideals and Institutions”, Improvement
Era, agosto 1927, páginas 851 y 861.
[2] Para un resumen sucinto de esto, véase el libro “The Pearl of Great Price: A
Verse-by-Verse Commentary, escrito por Richard D. Draper, S. Kent Brown, y
Michael D. Rhodes (Salt Lake City: Deseret Book, 2005), página 273.
[3] Sinuhe B 212–13, como en Friedrich Vogelsang y Alan H. Gardiner, Literarische
Teste des Mittleren Reiches (Leipzig, Germany: H.C. Hinrischs’ssche
Buchhandlung, 1908), tabla 7ª. Este texto se origina en la época de Abraham.
[4] Para un excelente comentario en este punto de vista, véase el artículo escrito
por John Gee, William J. Hamblin, y Daniel C. Peterson, “‘And I Saw the Stars’:
The Book of Abraham and Ancient Geocentric Astronomy”, publicado
en Astronomy, Papyrus, and Covenants, editado por John Gee y Brian M. Hauglid
(Provo, Utah: FARMS, 2005), páginas 1–16.
[5] Michael D. Rhodes y J. Ward Moody, “Astronomy and the Creation in the Book
of Abraham”, publicado en Astronomy, Papyrus, and Covenants, editado por John
Gee y Brian M. Hauglid (Provo, Utah: FARMS, 2005), páginas 17–35. Para un
excelente comentario acerca de la forma en que ambos sistemas funcionan juntos,
véase el libro por Richard Lyman Bushman Joseph Smith: Rough Stone
Rolling (New York: Alfred A. Knopf, 2005), páginas 454–455.
[6] Kerry Muhlestein, “Approaching Understandings in the Book of Abraham”,
publicado en The FARMS Review of Books, 18, núm. 2 (2006), página 231.
[7] Dan Vogel y Brent L. Metcalfe, “Joseph Smith’s Scriptural Cosmology” en The
Word of God, editado por Dan Vogel (Salt Lake City: Signature Books, 1990), pág.
218, nota 78.
[8] Gee, Hambling y Peterson, “I Saw the Stars”, página 4.
[9] Acerca de la eficacia de enseñar por medio de la apercepción, véase el
libro Enseñad Diligentemente por Boyd K. Packer (Salt Lake City: Deseret Book,
1985), páginas 22–29.
[10] Pyramid Text, pág. 442.
[11] Otto Neugebauer y Richard A. Parker, Egyptian Astronomical Texts vol. 1: The
Early Decans (Providence RI: Brown University Press, 1960); Otto Neugebauer y
Richard A. Parker, Egyptian Astronomical Texts, vol. 2: The Ramesside Star
Clocks (Providence RI: Brown University Press, 1964), páginas 3–7.
[12] Pyramid Text, página 519.
[13] Pyramid Text, páginas 214, 570.
[14] Pyramid Text, páginas 503, 509, 570.
[15] Pyramid Text, páginas 412, 504.
[16] Pyramid Text, páginas 263, 265, 266, 473, 609.
[17] Pyramid Text, páginas 366, 609.
[18] Pyramid Text, página 477.
[19] Pyramid Text, página 302.
[20] Pyramid Text, páginas 412, 442.
[21] Pyramid Text, página 691.
[22] Pyramid Text, páginas 473, 609.
[23] Pyramid Text, página 509.
[24] Stephen Quirke, The Cult of Ra: Sun-Worship in Ancient Egypt (Nueva York:
Thames & Hudson, 2001), página 116.
[25] Michael Zeilik, Stephen A. Gregory y Elske V. P. Smith, Introductory
Astronomy and Astrophysics, 3ra. edición (Nueva York: Saunders College
Publishing, 1992), páginas 446–447, 451.
[26] Pyramid Text, página 274; véase también ‘The Mechanics of Ancient Egyptian
Magical Practice” por Robert K. Ritner, en Studies in Ancient Oriental
Civilizations [Estudios de las civilizaciones orientales antiguas] núm. 54 (Chicago:
University of Chicago, 1993), páginas 61–62. Le agradezco al Dr. John Gee el
haberme recordado esta referencia. Véase también Coffin Text, 16.
[27] Pyramid Text, página 454.
[28] Michael D. Rhodes, “The Joseph Smith Hypocefalus . . . Seventeen Years
Later” (Provo, UT: FARMS, 1994), página 8.
[29] Boyd K. Packer en Conference Report, mayo de 1977, página 80; véase
también Liahona de octubre de 1977, página 43.
[30] Thomas D. Griffith, “The Root of Christian Doctrine”, BYU Magazine, otoño
2006, página 46.
[31] John Van Seters, Abraham in History and Tradition (New Haven, CT: Yale
University Press, 1975), página 288.
[32] El octavo artículo de fe (así como la misma existencia de la traducción de la
Biblia por José Smith) aclara que existen problemas con la Biblia así como la
hemos recibido. Esto es el por qué José Smith dijo: “Creo en la Biblia tal como se
hallaba cuando salió de la pluma de sus escritores originales” (Enseñanzas del
Profeta José Smith, página 404). Por supuesto, muchos de los que reunieron y
redactaron los textos sagrados tuvieron buenas intenciones (véase 2 Nefi 29:4–5).
[33] Aunque el conjunto de imágenes del versículo 12 en las que el Señor “puso su
mano sobre mis ojos, y vi aquellas cosas que sus manos habían creado, las cuales
eran muchas; y se multiplicaron ante mis ojos” indican que está por encima y fuera
del alcance de lo que la humanidad puede ver por sí misma, en el versículo 14
indica que era de noche cuando vio estas cosas, casi como si se pudieran ver
debido a que él estaba viendo los alrededores de noche. Aún así, la naturaleza de
la visión combinada con el lenguaje del versículo 12 parecen indicar una visión
propia de un vidente.
[34] Bushman, Rough Stone Rolling, página 537.
[35] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, comp. Joseph Fielding Smith
(1954), página 264.
[36] Dallin H. Oaks, en Conference Report, octubre del 2000, páginas 40–41;
véase también Liahona de enero de 2001 página 40.
[37] José Smith, comp. Discursos Sobre la Fe. Traducido y publicado por Arturo de
Hoyos (México, D.F.) páginas 46–51.
Siempre aprendiendo, siempre
enseñando: Lecciones de Joseph F. Smith
David M. Whitchurch
Cuando Carole Call King perdió a su madre (en 1986) y a su padre (en
1993), [1] no tenía idea del legado escrito que le habían dejado. Debido a que
estaba involucrada muy activamente en la historia familiar, se le entregaron los
registros genealógicos de la familia, pero tendrían que pasar tres años para que
descubriera la importancia de todo lo que había heredado. De alguna forma, el
contenido de una caja había sido pasado por alto. Al revisarlo más detenidamente,
encontró cientos de cartas que se le habían enviado a su bisabuela Martha Ann
Smith Harris, la hija de Hyrum y Mary Fielding Smith. Entre las cartas había cerca
de cien que le fueron enviadas a Martha Ann por su hermano, Joseph F. Smith,
incluyendo una carta de 1854 escrita en las Islas Sandwich y que contenía un rizo
del cabello de él.
Este nuevo tesoro recién descubierto compuesto por las cartas nos brinda una
mirada fresca y personal en la vida de uno de los primeros líderes de la Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y la de su hermana durante una
época única en la Historia de la Iglesia. Después de la muerte de Mary Fielding
Smith, los lazos entre sus hijos se solidificaron y fueron aliviados, en un pequeño
grado, por medio del papel y la pluma. Siete décadas de correspondencia
demuestran la gran devoción entre sus hijos cuando comparten sus sentimientos
íntimos, el gozo, los sufrimientos, la determinación y los acontecimientos
familiares. Su correspondencia imparte un cúmulo de conocimiento de la
naturaleza protectora y personal de Joseph F. Smith y del amor que compartían él
y su hermana.
Las cartas datan de 1854 (cuando Joseph F. Smith era un joven misionero de 15
años de edad en Hawái) hasta 1916, solo dos años antes de su muerte. Se han
podido reunir más cartas de Joseph F. y Martha Ann que se han agregado a la
colección de Carole King. A la fecha, se han encontrado 164 escritas por Joseph F.
Smith y 48 por Martha Ann Smith Harris, y todas éstas han sido transcritas. La siguiente
gráfica muestra el origen y el número de cartas enviadas.
Autor Localidad
Éscritas Cantidad
en
Joseph F. Las Islas Sándwich (Havaí) 1854–58 12
Smith
  La Legión de Nauvoo, 1858 1
Área de Salt Lake City
  Misión Europea/Misión Islas Británicas 1860–63 5
  Las Islas Sándwich 1864 1
  Salt Lake City 1865–74 30
  La Misión Europea/Misión Islas Británica 1874–75 9
  Salt Lake City 1876 2
  La Misión Europea/Misión Islas Británica 1877 1
  Salt Lake City 1877–84 19
  Exiliado/Escondido en Las Islas Sándwich 1884–85 3
  Exiliado—Posiblemente en el área de 1887–89 2
Washington, DC
  Exiliado—Posiblemente en el área de Utah 1889–91 0
  Salt Lake City 1891– 79
1918
  TOTAL   164
Martha Ann Salt Lake City 1854–67 26
Harris
  Provo 1867– 22
1916
  TOTAL   48
Una colección de cartas semejante a esta les proporciona a los historiadores e
investigadores interesados múltiples oportunidades de entender mejor la
naturaleza personal de Joseph F. Smith en el marco cultural y sociológico de los
inicios de la Iglesia de Jesucristo. La colección de cartas completa así como su
contexto histórico está por salir en un libro que he escrito junto con Richard Neitzel
Holzapfel.
Este artículo revisará algunas de los métodos pedagógicos de Joseph F. Smith
según se ven en las cartas escritas a Martha Ann. Las categorías y los métodos de
enseñanza son amplios, pero a la vez algo limitados, en parte por las cartas
faltantes (especialmente las de Martha Ann Smith Harris) y también por lo difícil
que es interpretar, por medio de la correspondencia escrita, los cambios en el
comportamiento. No obstante, el conocimiento obtenido con respecto a la
personalidad de Joseph F. Smith y su talento como maestro nos brinda
oportunidades para reflexión personal y perspectivas acerca de sus habilidades
para la enseñanza. Primero, se proporcionará un breve historial de Joseph F.
Smith y de su hermana Martha Ann, seguido de un comentario general sobre
pedagogía. Al final se usará una pequeña muestra de las cartas mismas para
demostrar los métodos de enseñanza de Joseph F. Smith.
Antecedentes históricos de Joseph Fielding (Joseph F.)
Smith
En la primavera y verano de 1836, Parley P. Pratt viajó por la vecindad de Toronto,
Ontario, Canadá, para predicar el evangelio de Jesucristo según le fue revelado al
Profeta José Smith, hijo. [2] El élder Pratt pudo organizar una reunión en una
granja local en la cual se habían reunido un grupo de vecinos para escuchar su
mensaje. Entre los asistentes estaban un señor de nombre Joseph Fielding y “sus
dos amables e inteligentes hermanas”, Mary y Mercy. [3]
El mensaje de la Restauración presentado por el élder Pratt rindió frutos que
resultaron en varios bautismos entre los que se incluyeron los Fielding. Poco
después de su conversión a la Iglesia, Mary Fielding se mudó a Kirtland, Ohio, en
donde conoció al viudo Hyrum Smith y pronto se casó con él. La esposa de Hyrum,
Jerusha Barden, había fallecido recientemente, dejándolo para que cuidara a sus
cinco hijos. [4]
La vida de Mary Fielding Smith estuvo llena de privaciones y pruebas. En el otoño
de 1838, la persecución contra la Iglesia y sus miembros obligaron a Hyrum y su
familia a mudarse de Kirtland, Ohio hacia Far West, Missouri. El primero de
noviembre, sólo dos días después de la masacre de Haun’s Mill, Hyrum Smith,
José Smith, hijo, y otros fueron arrestados y encarcelados. Su encarcelamiento
duró casi seis meses, lo que dejó sola a Mary Fielding para dar a luz a su primer
hijo y cuidar a los cinco hijos de Hyrum. Joseph F. nació el 13 de noviembre de
1838. [5]
Mary pasó gran parte de los siguientes cuatro meses débil y confinada en cama.
En enero de 1839, viajó a Liberty, Missouri, en la parte trasera de una carreta a fin
de que ella y Joseph F. pudieran visitar a Hyrum.
El acoso continuo hizo que Mary se mudara a Quincy, Illinois, durante el invierno.
Después de que Hyrum fuera liberado inesperadamente de la cárcel de Liberty,
dejaron Quincy y se mudaron para Commerce (Nauvoo), Illinois, en donde tuvieron
una leve tregua durante los siguientes cinco años. Fue durante esta pausa que
Mary dio a luz a su segundo hijo, Martha Ann. Nació el 14 de mayo de 1841, en
Nauvoo, Condado de Hancock, Illinois.
En la primavera y verano de 1844, la persecución contra la Iglesia se intensificó
otra vez. El 27 de junio, Hyrum Smith y José Smith, hijo, fueron martirizados
mientras se encontraban encarcelados en Carthage, Illinois. Durante los siguientes
dos años, una serie de eventos llevó a otro éxodo de los Santos. Para el otoño de
1846, Mary y su familia dejaron Nauvoo y se fueron a Winter Quarters (Florence),
Nebraska, donde permanecieron hasta la primavera de 1848. Cuando la familia
partió para el oeste con otros Santos emigrantes, las circunstancias eran tales que
Joseph F., de nueve años de edad, condujo una de las carretas de la familia hacia
el Gran Valle de Salt Lake. [6] Cuatro años después de su llegada, Mary Fielding
Smith murió como consecuencia del agotamiento y de la falta de nutrición
adecuada.
Un año y medio después de que muriera Mary Fielding Smith, la vida de Joseph F.
tuvo un giro dramático. Durante la conferencia general de abril de 1854, el
Presidente Brigham Young, hablando desde el púlpito, leyó los nombres de
quienes habían sido llamados a servir misiones para la Iglesia. Sin haberlo
pensado y sin ningún aviso previo, Joseph F. oyó que su nombre había sido
llamado como misionero para ir a las “Islas del Pacífico”. [7]
El periódico Deseret News del 13 de abril de 1854 publicó los nombres de los
misioneros llamados a Inglaterra, a los Estados Unidos, a las Islas del Pacífico, a
Irlanda y a Norteamérica Británica (o sea, Canadá). El Deseret News reportó: “Las
siguientes personas fueron presentadas y recibieron voto de aprobación por
unanimidad para salir a misiones:… Para las Islas del Pacífico: Orson Whitney,
John Young (hijo de Lorenzo), Washington B. Rodgers, Simpson M. Molen, George
Spiers, Joseph Smith (hijo de Hyrum), Silas S. Smith (hijo de Silas), Silas Smith
(hijo de Asahel), Sextus Johnson, John T. Caine.” [8]
Las dificultades y los desafíos en la misión de Joseph F. fueron un entrenamiento
magnífico para su servicio de toda su vida a la Iglesia. Como se mencionó
previamente, su tiempo en el Pacífico fue también el comienzo del intercambio de
cartas entre él y su hermana. Después de casi cuatro años en las Islas Sandwich,
regresó a casa en 1858 y se unió a la Legión de Nauvoo en el esfuerzo de la
Iglesia por evitar que el ejército de Johnston entrara en el valle de Salt Lake. [9]
Después de una negociación pacífica entre Brigham Young y el gobierno de los
Estados Unidos, Joseph F. Smith volcó su atención a otros asuntos, incluyendo el
matrimonio. El 5 de abril de 1859, se casó con Levira Smith hija de Samuel H
Smith. Siguieron otras esposas, incluyendo a Julina Lambson (1866), Sarah Ellen
Richards (1868) Edna Lambson (1871), Alice Ann Kimball (1883) y Mary Taylor
Schwartz (1884). De estos matrimonios resultó un total de cuarenta y ocho
hijos. [10]
Después de servir dos misiones más, una a las Islas Británicas y otra a las Islas
Sandwich, Joseph F. fue llamado como Apóstol por Brigham Young, a la edad de
veintisiete años, y fue llamado a ser segundo consejero en la Primera
Presidencia. [11] Un poco más de un año después, Joseph F. fue apartado como
miembro del Quórum de los Doce Apóstoles. El servicio de Joseph F. como
consejero en la Primera Presidencia continuó bajo los Presidentes John Taylor y
Lorenzo Snow. La aprobación de la legislación en contra de la poligamia y el alto
perfil de Joseph F. Smith lo obligaron a exiliarse y permanecer oculto desde agosto
de 1884 hasta el otoño de 1891, que es cuando el Presidente Benjamin Harrison le
concedió la amnistía. [12]
El 17 de octubre de 1901, Joseph F. Smith fue sostenido como Presidente de la
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en donde sirvió hasta su
muerte a los 80 años de edad el 19 de noviembre de 1918, en Salt Lake City. [13]
Breve historia de Martha Ann
Martha Ann Smith nació el 14 de mayo de 1841, en Nauvoo, Illinois. Aunque
tenemos menos historia registrada de ella que la que tenemos de su bien conocido
hermano, ella debió haber sufrido las mismas pruebas que tuvo el resto de su
familia al vivir en Winter Quarters y al cruzar las praderas. Después de la muerte
de su madre, Martha Ann y Joseph F. se fueron a vivir a la casa de una amiga
cercana de la familia., Hannah Grinnells, en donde permanecieron hasta que
Hannah murió un poco más de un año después. Martha Ann se mudó a la casa de
la hermana de su madre, Mercy Fielding Thompson. [14] Poco tiempo después,
Joseph F. recibió su llamamiento a la misión en las Islas Sandwich. Por las cartas
de Joseph F. y Martha Ann, parece que Martha Ann vivió con John, el hijo de
Hyrum Smith y de Jerusha Barden, antes de que ella se casara.
El 21 de abril de 1857, Heber C. Kimball casó a Martha Ann, de 15 años de edad,
con William Jasper Harris. Dos días después, William partió a una misión en las
Islas Británicas. Martha Ann se fue a vivir con su suegra, Emily Harris Smoot,
esposa plural del Obispo Abraham O. Smoot. [15] William regresó temprano de su
misión en 1858 cuando los misioneros fueron retirados del campo misional por la
preocupación causada por el ejército de Johnston.
A principios del verano de 1859, la tragedia cayó sobre la familia Harris. William
fue alcanzado por un rayo mientras araba un campo en Salt Lake City. Además de
estar bastante quemado, quedó inconsciente, fue atrapado entre las riendas y
arrastrado por los caballos que huyeron espantados. Martha Ann lo cuidó lo mejor
que pudo, pero William nunca se recuperó totalmente, y permaneció débil por el
resto de su vida.
Ocho años después de este incidente, Martha Ann y William, con sus cinco hijos,
se mudaron a Provo. Mientras vivían en Provo, agregaron seis hijos más a su
familia. Los Harris tuvieron dificultades económicas durante la mayor parte de su
vida. William desempeñó diversos trabajos. Sirvió como guardaespaldas de
Brigham Young, trabajó en fletes de carga, sirvió como policía y participó en
actividades de minería. [16] Martha Ann con frecuencia suplementó el ingreso
familiar haciendo guantes de piel de venado, así como ropa para el
templo. [17] William Jasper Harris murió el 24 de abril de 1909, al ser golpeado por
una yunta de caballos. Su esposa, Martha Ann, murió el 19 de octubre de 1923, a
los ochenta y tres años.
El proceso de la transcripción
Los objetivos principales que dirigieron la transcripción de la colección de cartas de
Joseph F. Smith y Martha Ann Smith Harris fueron la legibilidad y la exactitud. La
transcripción de cada carta conserva, hasta donde es posible, la ortografía, la
puntuación, los sobrescritos, las palabras subrayadas y las tachaduras originales.
Los transcriptores han hecho las menos correcciones posibles aunque, para mayor
claridad, agregaron unos cuantos signos de puntuación. Para distraer lo menos
posible al lector, hemos puesto en minúsculas muchas letras que se escribieron en
mayúsculas. Por ejemplo, Martha Ann Smith Harris, sin ser consistente, usó las
letras D, E, J, L, M y S con mayúsculas, mientras que las inconsistencias de
Joseph F. se muestran en las letras A, J, L, M y S. Para facilitar la lectura, se usó
la discreción del editor para estandarizar estas letras.
Se han usado corchetes vacíos [ ] para indicar que hay una parte faltante en la
carta debido a un hoyo, una rasgadura o alguna otra causa. Las palabras
separadas que empiezan en un renglón y terminan en el otro, o palabras que
terminan un renglón con una parte de la palabra escrita arriba o abajo del renglón
se han unido para que se lean como una sola palabra. Los corchetes angulares <
> se usan para indicar los insertos del autor original. Se han sangrado nuevos
párrafos sin tomar en cuenta la alineación en la carta original. Se ha usado el
símbolo [—] para indicar letras ilegibles en una palabra; [o] para una letra ilegible
en una palabra; y “\” para una palabra sola o varias palabras que no pudieron ser
descifradas.
La pedagogía de Joseph F. Smith
Después de la muerte de Mary Fielding Smith, las circunstancias hicieron que
Joseph F. fungiera, en algunos aspectos, como padre y como hermano para su
hermana menor. No es de sorprender que Martha Ann haya aceptado el papel de
hija así como el de hermana. Ella escuchó voluntariamente los consejos de Joseph
F. e hizo todo lo posible por hacer lo que él le pidió. Por ejemplo, en un trozo de
una carta escrita por Joseph F. (de 17 años) a su hermana Martha Ann (de 14
años) y que fue fechada el 18 de febrero de 1856, él escribió:
Ahora quisiera darte un pequeño consejo con respecto a cómo comportarte. Bueno
el primero es que no trates de exaltarte por encima de tus compañeros ni debes
tratar de actuar muy refinadamente cuando no sabes nada de urbanidad, sino
actúa con firmeza, moderación y sé mansa y humilde de corazón, y ora
continuamente por que el espíritu de dios esté contigo, porque te digo Martha Ann,
el espíritu de dios te Enseñará las reglas perfectas de la modestia, porque no tiene
hipocresía, ni designios superfluos ni cosas de ese tipo, pero la humildad, la
oración, la perseverancia en hacer lo recto, la diligencia, y la longanimidad
combinadas nos perfeccionarán, y nada más nos preparará para obtener la gloria y
las bendiciones preparadas para los fieles en el reino de Dios.
Aunque actualmente no tenemos la carta que conteste la que se halla arriba, en
numerosas ocasiones Martha Ann respondió a su consejo de una manera positiva.
En una carta fechada durante la primavera de 1856 (posiblemente en abril) —poco
después de la carta citada arriba— ella escribió:
Recibí tu carta y me dio gusto saber de ti y escuchar palabras tan amables y
afectuosas me hizo bien leerla y siempre me hace bien el leer una carta tuya
porque siempre aprendo algo nuevo que me hace bien [...] Ya sé que es lo que
deseas y me esforzaré por hacer lo mejor que pueda y sepa hacerlo. No me siento
mal por escuchar tu consejo porque quiero que me aconsejes en qué hacer porque
eres mayor que yo y has sido probado más de lo que yo he sido. Tomo en cuenta
de dónde viene tu buen consejo y considero que viene de un hermano que desea
lo bueno para mí y de quien preferiría recibir consejo que de alguien más en el
mundo.
Por la correspondencia de Joseph F. con su hermana se hace más evidente que
Martha Ann lo veía como un confidente, un consejero y un mentor. Cada una de
estas palabras denota la enseñanza. La palabra teacher [maestro] viene del Inglés
antiguo y significa “mostrar el camino (como a una persona); dirigir, conducir o
guiar.” [18]
Se encuentra conocimiento adicional acerca del papel del maestro si examinamos
el equivalente griego pedagogue, del cual se deriva la palabra pedagogía. En las
partes que componen la palabra pedagogue, pais denota “niño” y agogue significa
“guiar o llevar”. Al combinar estos términos el resultado sugiere que la pedagogía
originalmente tenía que ver con la capacitación de niños. Un erudito resumió el
concepto de la pedagogía como “un proceso temporalmente definido de desarrollo
intelectual y social.” [19]
Cuando dichas definiciones se aplican a Joseph F. Smith, el resultado es su
ejemplificación de un maestro ideal. Aunque recibió poca educación formal y
solamente era dos años y medio mayor que Martha Ann, la muerte de sus padres,
sus experiencias misionales y su capacidad de comunicación parece que lo
colocaron en el papel de maestro de Martha Ann. Las técnicas y los principios que
se pueden descubrir por medio de sus cartas para ella son muy parecidas a las
que los educadores modernos usan. Las normas de la enseñanza eficaz no se
gastan con el tiempo.
Se han hecho numerosos estudios para examinar la enseñanza de calidad. En
diversas ocasiones, se han efectuado encuestas dirigidas a grupos tales como
administradores de escuelas, maestros y estudiantes para examinar los rasgos y
características del maestro ideal. Los educadores James Banner y Harold Cannon
reportaron: “Las cualidades que forman la educación ideal no son misteriosas ni
las poseen solamente un grupo de instructores excepcionales. Son inherentes en
todos nosotros. Uno no necesita estudiar tanto esas cualidades sino darse cuenta
de ellas y usarlas [...] Lo que hacen los maestros no puede separarse de quiénes
son.” [20]
Lo mismo podría aplicarse a cualquier buena persona, sin importar su educación o
la carrera que haya escogido. Un examen minucioso de los apóstoles y profetas de
nuestra dispensación, desde José Smith hijo hasta Gordon B. Hinckley, nos revela
a personas que tienen la habilidad —como se indicó antes— de “dirigir, conducir o
guiar”; en otras palabras, de enseñar. Se revisaron varios estudios para ayudar a
identificar qué es lo que hace a un buen maestro. [21] Las listas que se generaron
de esas diferentes encuestas a menudo fueron muy largas o no se prestaban para
los propósitos de este documento. [22] Otros temas que se incluyeron en dichos
estudios fueron las calificaciones justas, el fomentar la discusión en la clase, el
crear un ambiente apropiado en el salón de clases y la administración del salón de
clases. Fueron eliminados los que no se consideraron adecuados para las
circunstancias de Joseph F. Smith y Martha Ann Harris. Se preparó una lista más
corta y se seleccionaron los rasgos de enseñanza que con frecuencia se
reportaron como importantes en la mayoría de los estudios que se examinaron.
Se seleccionaron las siguientes cinco características generales del maestro para
guiar el resto de este artículo: (1) Preocupación genuina o amor por las personas a
quienes se enseña; (2) la habilidad para motivar; (3) la habilidad de comunicarse
eficazmente; (4) el tratar a los demás con respeto; y (5) conocimiento del tema.
Preocupación genuina o amor por las personas a quienes
se enseña
En la autobiografía de Helen Keller, ella describe el siguiente incidente:
El día más importante que recuerdo en mi vida es aquel en que mi maestra, Ann
Mansfield Sullivan, vino a mí. Me asombro en gran manera al considerar el
contraste inconmensurable entre las dos vidas que conecta. Era el 3 de marzo de
1887, tres meses antes de que tuviera siete años de edad [...]
Sentí pasos que se acercaban. Extendí mi mano a quien supuse que era mi
madre. Alguien la tomó, y fui atrapada y sujeta en los brazos de aquella que había
venido a revelarme todas las cosas, y, más que todas las otras cosas, a
amarme. [23]
El élder Dallin H. Oaks en un discurso en la conferencia general de 1999 confirmó
el importante ingrediente del cariño. Dijo él: “Un autor de renombre nacional
escribió un libro acerca de su mejor maestro. Al centro del impacto de este
maestro de universidad sobre su estudiante estaba la convicción del estudiante de
que dicho maestro en realidad se preocupaba por él, quería que aprendiera y haría
todo lo que pudiera para ayudarle a encontrar la felicidad.” [24] Martha Ann
encontró a tal maestro en su hermano. En la siguiente carta que Joseph F. le
escribió a su hermana, el 22 de junio de 1864, afectuosamente le mencionó a
Hyrum, el hijo de ella, de 10 meses de edad, y le compartió el gran amor que él le
tenía a ella y a su familia. La carta fue escrita de las Islas Sandwich. Joseph F.
Recientemente había regresado a Hawái para ayudar al élder Lorenzo Snow y a
otros líderes de la Iglesia para contestarle al apóstata Walter Gibson:
Mi querida hermana Martha Ann; [...]
Espero sinceramente que el pequeño Hyrum esté mejor. Casi no puedo aguantar
el deseo de verlo otra vez cambiado en varias maneras respecto de la pequeña
fotografía que tengo de él en mi mente. Siempre puedo verlo, derecho y
corpulento, estirado a todo lo que da, lleno de ánimo y de vida —y con un tono
fuerte dando órdenes que no se pueden tomar a la ligera— ¡o desechadas
impunemente, por el más majestuoso de su pequeño pero creciente imperio!
Según aparece —en la fotografía, en la tablilla de mi mente— él es “el monarca de
todo lo que explora”, no conoce el miedo, no tiene igual, él manda y se le debe
obedecer; o ¡nos viene la aflicción!! Bueno, ¡él es mi ideal de la perfección en un
bebé varón! de la genuina nobleza y la magnanimidad infantiles.
Tu bien sabes que me gustan mucho los bebés, todos me parecen interesantes
desde que tienen dos meses de edad o más. Me pregunto si Willie y Joseph me
olvidarán, me imagino que no, dales un beso a todos ellos de mi parte, y diles que
pienso en ellos y oro por ellos con frecuencia. Para que puedan crecer dignos de
las grandes misericordias de Él cuya Imagen portan tan noblemente. Creo que
tienes un gran motivo para estar orgullosa de tus niños. Si no llegan a ser buenos
hombres, no será por su culpa. El terreno es de tu propiedad, asegúrate de
que no le falte cultivo.
En otra carta escrita el 23 de diciembre de 1869, en Salt Lake City, Joseph F.
expresó ánimo y el deseo de ver a Martha Ann. En esta carta, él mencionó a su
segunda esposa, Sarah, con quien había estado casado por más o menos un año.
Solamente se cita el último párrafo:
Martha Ann
Mi querida hermana…
Sarah está preparando el desayuno. He fechado la presente con la fecha de
mañana. Sarah prepara las cosas durante la noche, y en la mañana tiene el
desayuno listo en 3/4 de hora. Me gustaría que pudieras venir y vernos, y que sepa
cómo te está yendo. Me he sentido algo ansioso por ti, pero no he sabido cómo
evitarlo, o en otras palabras, como cambiar el destino. Algunas veces me siento
incómodo al ver la condición confortable de mi familia y saber que mi propia
hermana no goza de tantas cosas. Me gustaría que fuera de otra forma, pero
¿quién la puede cambiar? Ánimo mi querida hermana, algo me susurra que no
siempre te pasará eso y quizás a mí tampoco. Siempre hay una esperanza
gloriosa para lo bueno, y una promesa segura de galardón. Que Dios te bendiga a
ti y a los tuyos. En la primera oportunidad, te mandaré papel y plumas.
Aunque solamente se han proporcionado dos ejemplos del amor de Joseph F.
hacia Martha Ann y su familia, la colección de cartas nos ofrece bastante evidencia
de la devoción, durante toda la vida, de él hacia ella, tanto en palabra como en
hechos. Las palabras del Rey Benjamín encuentran en Joseph F. un excelente
ejemplo en su papel como padre substituto para Martha Ann, ya que escuchó el
consejo de que los padres deben cuidar a los hijos y “enseñar[les] a amarse
mutuamente y a servirse el uno al otro” (Mosíah 4:14–15). Además de expresar
elogios, ánimo y amor, la colección de cartas indica que Joseph F. frecuentemente
le proporcionó ayuda monetaria a su hermana. Su disposición de servir se hace
más extraordinaria si consideramos los desafíos económicos que él enfrentaba
para satisfacer las necesidades de su propia familia.
La habilidad de motivar y de comunicarse eficazmente
La división entre motivación y comunicación puede ser difícil de definir,
especialmente porque la comunicación es una parte integral de la pedagogía. Las
cartas de Joseph F. Smith y su habilidad para comunicarse se sostienen por su
propio mérito. Su éxito y su habilidad para motivar a otros están apoyados en
técnicas de comunicación eficaces.
La motivación se manifiesta en muchas maneras. Ya sea el dinero, el prestigio o la
necesidad de pertenecer, la motivación se tipifica en el cambio. Dicho cambio
puede efectuarse por factores tan simples como tener sed en un caluroso día de
verano. ¿Cuánto vale un vaso de agua helada? Frecuentemente eso depende de
qué tan sediento esté el cliente. Otro motivador poderoso del cambio es el amor.
Las escrituras lo declaran simplemente: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”
(Juan 14:15). Un autor lo explicó de esta forma: “Trabajamos mucho y caminamos
la milla extra por aquellos a quienes amamos.” [25] Los estudios han demostrado
que los estudiantes a quienes les agradan sus maestros están más dispuestos a
trabajar duro y tener mejores resultados que aquellos a los que no les agradan.
Al responder a la pregunta “¿Qué incluye la buena enseñanza?” Robert Leamnson,
autor del Thinking about Teaching and Learning, declaró: “veo que los mayores
elementos son el exponer y el inspirar.” [26] Joseph F. Smith trató con habilidad las
áreas en las que él sintió que Martha Ann necesitaba mejorar. Hay muy poca duda
acerca del amor y la dedicación de Martha Ann hacia su hermano mayor. Es
imposible medir cuánta influencia tuvieron sus consejos en ella; pero aún así, a
causa de su amor por él podemos solamente asumir que Martha Ann fue
cuidadosa al escuchar a su hermano y contestó lo mejor que pudo. Por ejemplo,
cuando Joseph F. tenía 16 años, escribió desde la isla de Maui la siguiente carta
(fechada el 28 de enero de 1855) a su hermana de 13 años de edad, en la que la
animaba a vivir una vida digna de las bendiciones de Dios. Aún mostrando su
juventud y su falta de instrucción formal, él escribió:
Mi querida y afectuosa <hermana> Martha:
Acabo de terminar de escribir una carta para Jerusha. Pensé que debería intentar
y escribir una para ti con la idea de que unas cuantas líneas de mi parte serían
aceptables para ti. Estoy bien y robusto, y he crecido considerablemente desde la
última vez que me viste y no tengo razones para dudar que tú estás mucho más
grande de lo que estabas la última vez que te vi. Si así ha sido has de ser toda una
mujer y supongo que ya puedes ver por sobre las cabezas de tus hermanas. Y
ahora me gustaría darte un pequeño consejo, si es que deseas aceptarlo y es este.
Sé humilde y ora siempre y sé buena con tus familia y tendrás el Espíritu del Señor
contigo a todo tiempo y el señor te bendecirá y seguirás los pasos de tu Madre y
serás bendecida con todo tal como lo fue tu Madre., y nunc [ ] te faltarán las
comodidades de la vida si tan solo sigues los paso[ ] de nuestra Madre que se nos
ha adelantado, solamente sé amable con tus Hermanas y atiende a lo que te digan
y nunca pienses que eres más que ellas porque ellas son tus hermanas mayores y
a ellas les toca, así como a nuestros hermanos mayores, el aconsejarnos.
Solamente sé amable con ellas y haz lo que hacen y no te enojes, estudia tus
libros y quédate en la casa todo cuanto sea posible y no pienses que porque no
tienes los privilegios que otros tienes que te han cortado, sino que ora
constantemente y se sensata, y crecerás en los pasos de nuestra Madre y yo
preferiría seguir los pasos de mi Madre que poseer todas las riquezas de este
mundo y ser loco y tosco, y no orar; pero si sigues los pasos de tu Madre nunca te
faltarán las cosas buenas de la vida. Ahora te hago un pregunta, supiste de algún
día en que no se nos haya proveído por la mano de nuestra Madre [Pág. 2] y
contesto, nunca sucedió eso y pregúntale a los que saben. Te podría dar muchos
consejos Moty, que serían de beneficio para ti mientras vivas en esta tierra. Solo
recuerda lo que te he dicho y fíjate si no será bueno para ti en el porvenir. Ahora
debo terminar la carta, pidiéndole al Señor que te bendiga y te prospere todos los
días y quiero que me escribas tan seguido como puedas y dime como la estás
pasando.
Otra cosa más, no te sientas abatida ni triste sino sé feliz <en tu corazón> y ten
gozo y ten una mano que ore siempre y una mente atenta y el Señor te bendecirá.
Esta carta en particular demuestra el amor tremendo y la estima que Joseph F. le
tenía a su madre así como el agradecimiento personal que él sentía por los
muchos sacrificios que ella hizo para el bien de su familia. Las referencias a su
madre debieron ser convincentes para la pequeña Martha Ann al luchar con los
desafíos de sus hermanos mayores (los hijos de Hyrum y Jerusha) y la inseguridad
que llegó naturalmente debido a la pérdida de sus padres y por estar separada de
su hermano.
Otra forma de motivación viene por medio de compartir las experiencias
personales. Las historias ayudan a suscitar los sentimientos de ternura y cariño,
los cuales, a su vez, motivan el cambio. Los publicistas con frecuencia usan las
historias para crear sentimientos de aceptación o de necesidad. Durante años, la
Iglesia ha usado una serie de programas cortos de radio y televisión que presentan
situaciones familiares que incitan sentimientos de reflexión acerca de la
importancia de la familia. Esos programas usualmente terminan con la muletilla:
“La Familia: ¿no es hora de darle su tiempo?”
En muchas ocasiones, las escrituras usan historias para enseñar y motivar. En una
ocasión, mientras viajaba por Samaria, Jesús se detuvo en un pozo en Sicar y
habló con una mujer que había venido a sacar agua (véase Juan 4). En su
conversación con ella, Él dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te
dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (4:10). Su
conversación le llevó a Él a testificar de Su divinidad. Muchas de las enseñanzas
de Jesús fueron motivadas por las circunstancias o por los acontecimientos; por
ejemplo, al maldecir a la higuera (véase Mateo 21:19–22); cuando Sus discípulos
arrancaron espigas y las comieron en el día de reposo (véase Marcos 2:23–28); y
al sanar a la mujer que tuvo una enfermedad durante 18 años (véase Lucas 13:11–
17.
Joseph F. Smith también usó los acontecimientos actuales y sus experiencias
personales para enseñar acerca de la providencia de Dios en su vida. Es probable
que tales ejemplos le hayan ayudado a Martha Ann a vivir una vida digna de
dichas bendiciones. Dos de esos ejemplos se dan a continuación. El primero viene
de una carta escrita el 17 de abril de 1857 en Lahaina, Islas Sandwich. Un Joseph
F. de 18 años de edad le comunica elocuentemente dos experiencias personales a
su hermana de 15 años de edad:
Mi querida hermana Martha Ann
Es con sentimientos no ordinarios que me siento a escribir esta mañana a fin de
contestar tu carta del 17 de diciembre de 1856, y que me llegó el pasado 28, y que
hasta ahora he tenido la oportunidad de contestar, a causa de mis viajes a
conferencias, etc., que se efectuaron el 7, el 8 y el 9 de este mes. Disfrutamos
mucho el estar reunidos, y ahora estoy bien y robusto aunque esta mañana me
siento muy adolorido y cansado debido al trabajo y por no dormir durante los
últimos tres días y sus noches.
Ocho de nosotros partimos de la isla de Lanai el miércoles, y debido a los fuertes
vientos contrarios fuimos obligados a volver a puerto, aquí dormimos a la
intemperie con una estera delgada que sirviera de colchón y otra que nos cubriera,
con nuestras bolsas sirviendo de almohadas; al salir la luna (1 de la mañana) nos
embarcamos en nuestro Botecito y partimos hacia esta isla. Martha te asombrarías
si pudieras vernos siendo arrastrados y arrojados por las olas del poderoso
Pacífico, cuando cada ola parecía que nos tragaría en un momento en su horrible
impulso, si pudieras vernos en un bote abierto, ante un trozo de océano de unas
15 millas, y solamente unos tablones de pino de un cuarto de pulgada entre
nosotros y la tumba abierta llena de miles de seres cansados que no fueron tan
afortunados como nosotros. Cuando te encuentras a un cuarto de pulgada de la
muerte misma ¿quién puede salvarte? Martha, el brazo en que hemos confiado es
de aquel que nos ha librado, que siempre está dispuesto a librarnos, y librará a
todo aquel que se apoye en el y confíe en el, por lo tanto seamos fieles. [pág. 2]
Bueno, llegamos a este lugar a las diez de la mañana del día siguiente al que
salimos, y esta mañana algunos de nuestros hermanos salieron para Wailuku
dejando a tres de nosotros en este lugar. Se me ha asignado para presidir la
conferencia en Molokai, que está a 15 millas de este lugar, en otra isla, así que
puedes ver que tengo que cruzar otra franja de océano para llegar a mi campo
asignado. Cuando llegamos a este lugar supimos que 33.50$ que se habían
recibido por la venta de Libros de Mormón a los Santos nativos, habían
sido robados, no nos interesa mucho saber o averiguar quién fue el que perpetró
esto; o sea que estamos en apuros por esto, que alguna persona que conoce
nuestra situación, sea capaz de robarnos dinero es ¡peor que un asesino! tal
parece que el Diablo ejerce todo su poder para detener todo lo que intentamos
hacer para la prosperidad y el mejoramiento de este pueblo. Solamente el Señor
sabe lo que vendrá después, a tratar de impedir su obra santísima, ¿quién podría
soportar lo que nos ha tocado, sino los Élderes mormones? No creo que el hombre
que viva fuera del reino de Dios siquiera empiece a sufrir las pruebas casi
insoportables y las privaciones por las que tenemos que pasar cada día en estas
tierras desoladas, pero aún así, todo sea para bien. Siento que debo regocijarme,
Martha, durante todo el día me siento a flote y esperanzado, y que debo seguir
adelante, sin importar las adversidades que tenga que encontrar, porque se lo que
estoy haciendo, y para quien lo estoy haciendo, no es como si quisiera obtener
ganancia, o que me esfuerce secularmente en tener las cosas vanas de este
mundo, si fuera así, nadie escaparía del desaliento si tal fuera su última
<esperanza> [pág. 3] para mejorar.
Las perspectivas que se obtienen por medio de compartir las pruebas y las
experiencias personales aumentan, por lo general, la capacidad de la persona para
enfrentar las dificultades de la vida. Consideren la inspiración y la perspectiva que
la historia de Job en el Antiguo Testamento ha tenido para sus lectores. Por no
tener la forma de medir el impacto en Martha Ann de las cartas de Joseph F.
Smith, quizás nunca podamos comprender que tanto influyeron en la vida de ella;
pero aún así, las lecciones y las historias compartidas en sus cartas no deben ser
pasadas por alto. La enseñanza de calidad exige el compromiso de uno mismo:
compartir de corazón. La fuerza y la efectividad de las cartas de Joseph F. es el
resultado, en parte, de transmitir sus circunstancias extraordinarias. La mayoría de
los maestros esperan que al compartir las experiencias personales estas
experiencias influyan en sus estudiantes para que se esfuercen para alcanzar un
bien mayor. Ojala, que la perspectiva que Martha Ann adquirió por las cartas de su
hermano le hayan influenciado de igual manera.
Otra carta de Joseph F. nos permite ver la forma en que el clima y el que su
primera hija cumpliera dos meses de fallecida, le recordaron los eventos de su
propia niñez. Joseph F. tenía 31 años de edad en la época en que recordaba a
Mercy Josephine, su hija habida con Julina Lambson Smith. Mary Josephine tenía
menos de diez meses de edad al morir.
Ciudad, 6 de agosto de 1870
Martha Ann
Mi querida hermana;…
El clima está muy opresivo, y la atmósfera bochornosa, sofocante, y lúgubre. Muy
parecido a como estuvo en los días memorables —el 27 de junio de 1844 y el 21 y
22 de septiembre de 1852— la muerte de papá y la muerte y el entierro de Mamá.
Los recuerdo muy claramente. Hoy son dos meses de que mi propia y dulce niñita
se uniera a sus abuelos en el mundo de los espíritus, dejando en mi corazón
un vacío y un espacio roto que ni la tierra ni el tiempo podrán llenar. Lamento la
pérdida terrenal del más puro, más brillante y más querido tesoro que Dios me
haya dado, el que más apreciaba y quería, dentro del gran círculo del máximo de
todos los dones de Dios: “La vida eterna”, [pág. 2] el cual es incomparable, siendo
el “ Todo en Todo”, pero aún así, como para compensar en cierto grado mi
aflicción, una dulzura fresca y la belleza, una inteligencia creciente y amor, brotan
a diario en mi precioso y apreciado y alegre “pimpollo”, que me dejaron para que
brote y florezca “solo” en mi casa. Oh, en medio de mi tristeza, puedo decir, le
agradezco a Dios por mis tres perfectos dones “uno en la tierra y dos en el cielo,
que son el centro de mi amor, mi propia y dulce “Jode”. La fuente de mis lágrimas
nunca se ha cerrado cuando les he permitido brotar, pero me quejo solamente de
mi propia debilidad e ignorancia.
La naturaleza compasiva de Martha Ann debió haber sido alterada al leer la carta
de su hermano. Posiblemente, ella le contestó a Joseph F. acerca de sus propias
preocupaciones por sus hijos (desafortunadamente esa carta no se incluye en
nuestra colección). Sea lo que sea que Martha Ann le escribió, él contestó su carta
con su propia carta fechada el 18 de agosto de 1870:
El Señor dice que él tendrá un “pueblo probado” para que todo [pág. 2] lo que es
escoria se consuma tarde o temprano, porque solo el “oro” quedará. Espero por el
bien de la paternidad, nuestro propio bien y el bien de nuestros hijos, que
probemos que somos metal puro. Debo decir que el Mormonismo, o el Evangelio
en todas sus partes, brilla más y más en mí, & todo esto seguirá siendo así por
más que lo froten, y el Diablo y sus diablillos intenten pulir <lo>. Hay un consuelo,
esto es, que los inicuos no pueden hacer nada en contra, sino a favor de la causa
de la verdad. Mi familia está bien. [ ] ha tenido [ ] s de diarrea pero nada serio.
Julina es muy cuidadosa, “el niño quemado le teme a la lumbre”, Nos da miedo la
enfermedad o el asomo de enfermedad en el bebé. Oh que Dios la ampare para mi
bien.
Joseph F. Smith sacó fuerzas y tenacidad de su conocimiento de los principios del
evangelio. Su fe muestra su entendimiento. Es muy difícil medir la motivación,
especialmente por medio de la correspondencia personal escrita hace tanto
tiempo. Aún así, la pasión y los rasgos fervorosos de Joseph F. que se transmiten
en esta carta descubren sus sentimientos compasivos y el entendimiento del por
qué ocurren la mala fortuna y los pesares. Aunque tal vez nunca podamos saber la
forma en que sus cartas hayan motivado o ayudado a Martha Ann a enfrentarse
con las adversidades de la vida en el lejano oeste, su capacidad para consolarla y
darle nuevas perspectivas para encarar esos desafíos es muy visible en sus
escritos.
El tratar a los demás con respeto
Otro elemento de la enseñanza eficaz es la capacidad del maestro para respetar a
aquellos a quienes enseña. Los maestros necesitan comprender que con
frecuencia ellos aprenden de sus estudiantes tanto como les enseñan, que la
enseñanza es una calle de doble sentido. Los maestros eficaces demuestran
respeto para sus estudiantes cuando escuchan e interactúan con ellos. En un
artículo titulado “El corazón de un maestro: La identidad y la integridad en la
enseñanza”, Parker Palmer declaró:
La enseñanza, al igual que cualquier otra actividad verdaderamente humana, brota
del propio interior, ya sea para bien o para mal. Cuando enseño, les proyecto la
condición de mi alma a mis estudiantes, al tema y a nuestra relación. Con
frecuencia, la confusión que sufro en el aula no es ni más ni menos que el embrollo
de mi vida interna. Desde este punto de vista, la enseñanza es un espejo para el
alma. Si estoy dispuesto a ver ese espejo y no huir de lo que vea, tengo la
oportunidad de ganar autoconocimiento, y el conocerme a mí mismo es tan
importante para la buena enseñanza como el conocer a mis estudiantes y el
tema.” [27]
El Salvador demostró este principio cuando viajaba por el área de Tiro y Sidón
(véase Marcos 7:24–30). Mientras estaba allí, una mujer no israelita le rogaba que
sanara a su hija que estaba poseída por un espíritu. Jesús le respondió diciendo:
“Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos
y echárselo a los perrillos” (7:27). En esencia, Él le estaba diciendo a ella que Su
misión no era entre los gentiles y que no sanaría a su hija. Insatisfecha, la mujer le
recordó al Salvador que aún las mascotas del hogar reciben pan de la mesa de
sus amos. Después de escucharla, Jesús le respondió sanando a su hija. Para que
la enseñanza sea genuina, los estudiantes necesitan saber que los maestros
escuchan y responden de la misma manera. Joseph F. Smith demuestra su propia
disposición para escuchar a Martha Ann en la carta siguiente:
Islas Sandwich
14 de junio de 1857…
Mi muy querida hermana, ¡una oración corta en tu carta me llegó como el impulso
del océano tempestuoso! ¿Cuál fue? —Siento que soy un ser débil y frágil; & por
qué Dios no te ha de bendecir a ti que eres mucho más digno de lo que yo soy, y él
me ha bendecido a mí”— Martha, no me tientes, ese lenguaje, aunque simple,
habla más fuerte que los rayos del cielo, diciendo que me amas, y que deseas ser
humilde y piadosa. ¡Oh humildad! ¡Cuán hermosas son tus influencias, cuan
profundas tu serenidad y gloria! este tema, me domina; me derrite; Martha lo que
dijiste me amonestó, aunque de forma bastante indirecta, y ciertamente acepto su
influencia castigadora. Cuando la leí parecía que algo me susurraba suavemente
en mi mente: “Joseph, ¿entiendes lo que lees?” “El que lea, entienda”, vinieron a
mi mente estos pensamientos de amonestación con las palabras “¡dedícate más
completamente a tu deber!” Puedo mirar al pasado y ver en donde pude haber
hecho mejor, en donde pude haber sido más diligente al cumplir mi deber, pero
entonces dichos pensamientos se diluyen y dispersan por el refrán verídico “el
tiempo pasado nunca regresará, el momento perdido, ¡esta perdido para siempre!”
por lo tanto, no hay por qué lamentarse por lo que no podemos corregir, o en las
palabras de nuestra querida prima Josephine, “¿por qué suspirar por los placeres
pasados, o por el gozo que el tiempo no nos puede restaurar?” no tiene caso,
estoy decidido a tomar las cosas como vengan, y como pasan fugazmente con [ ]
el paso del tiempo que no cambia, siento que debo decir adiós, a ti tiempo que te
apresuras. a ti tiempo trabajador que no espera al haragán, ni el hombre puede
detener tu rápido avance, pero cumple con tu deber con presteza en el período en
que toda la creación llegará al fin para el cual fue creado.
El leve regaño de Martha Ann se convirtió en oportunidad para Joseph F. de
examinar su corazón y hacer algunos cambios en su propia vida. El Oxford English
Dictionary define la palabra respeto como sigue: “tratar o considerar con
deferencia, estima u honor.” [28] Los maestros eficaces demuestran deferencia por
sus estudiantes al escucharles y hacer los cambios apropiados. Los maestros que
no respetan a sus estudiantes puede que lo hagan por alguna de las siguientes
razones:
Primero, los maestros pueden creer equivocadamente que el escuchar a sus
alumnos de alguna manera hace que los maestros sean más vulnerables a las
críticas adicionales (esto es, si funcionó una vez, puede que funcione otra vez).
Segundo, los maestros pueden tener miedo de exponer sus debilidades
personales a los estudiantes porque al hacerlo demuestran que los maestros
cometen errores y que en realidad no tienen todas las respuestas. Sin embargo, en
la realidad, los contras de tal proceder exceden por mucho a los beneficios. Los
estudiantes que ven el lado humano de sus maestros están más dispuestos a ser
recíprocos en sus respuestas a las demandas y expectativas de los maestros.
Parker Palmer brinda más comprensión acerca de los maestros que se abren ante
los estudiantes:
Cuando los buenos maestros tejen la tela que los une con sus estudiantes y los
temas, el corazón es el telar al que se atan todos los hilos: se mantiene la tensión,
las lanzaderas vuelan y la tela se extiende bien. No es de sorprender que la
enseñanza tire del corazón, que lo abra, y aún que lo rompa; y cuanto más te
guste enseñar, más descorazonador puede ser.
Nos convertimos en maestros por motivos del corazón, animados por la pasión por
algún tema y para ayudar a que la gente aprenda [...] El valor de enseñar es el
valor de mantener el propio corazón abierto en aquellos momentos cuando se le
pide al corazón que aguante más de lo que es capaz, de manera que el maestro y
los estudiantes y los temas puedan ser entretejidos para convertirse en la tela de
comunidad que requieren el aprendizaje y el vivir. [29]
El respeto que Joseph F. le tenía a su hermana también se puede ver en un
intercambio de cartas acerca del matrimonio. El 3 de mayo de 1857, Martha Ann le
escribió para decirle que ya estaba casada. Le faltaban dos semanas para cumplir
16 años y escribió con cierta preocupación con respecto a cómo reaccionaría
Joseph F.:
Querido h<ermano> tengo que escribirte acerca de una noticia y mi mano tiembla
cuando me pongo a escribirla porque mi conciencia es culpable delante de mi
hermano porque temo que piense que lo he desairado pero perdóname mi querido
hermano si digo que lo he hecho \ pero me temo que eso apague tus sentimientos
pero ya no puedo remediarlo y debo decirlo de todos modos me casé con William
Harris. Supongo que te sorprenderá al saber <lo> \ casi me sorprendo yo también
cuando pienso en ello y me pongo a pensar que así es ahora, y debo contarte los
detalles y espero que no me culpes tanto, él me había estado acompañando
porque John [30] le había dado permiso para hacerlo y yo no tuve objeción y
entonces empecé a sentir algo por él y él empezó a sentir algo por mí. Para hablar
del asunto \ mis pensamientos han estado así ya por algún tiempo, al menos por
dos años, y mi mente no ha estado estudiando como puedes verlo claramente, mi
corazón era joven y tierno y no lo controlé y John lo notó aunque yo no se lo dije a
nadie ni siquiera a ti que eras mi más cercano y querido amigo, tr<a>té de ocultarlo
lo más que pude \ pero John lo supo a pesar de mis esfuerzos por ocultarlo [pág.
3] porque se dio cuenta de que yo no estaba aprendiendo mucho y tenía que saber
el por qué y se lo tuve que decir \ y John fue al hermano Kimbol [31] a tratar el
asunto y él dijo que sería mejor que nos casáramos antes de que él saliera y John
pensó que eso sería \ lo mejor y que así mi mente se calmaría y podría aprender
algo porque de otra forma no lo haría. Y William fue a recibir su bendición de salida
y yo no estaba segura si debía casarme con él antes de que partiera, y el hermano
Kimible lo mandó a que fuera por mí y le dijo a John \ que acabara con ese asunto
ese mismo día, así que vino y fui con él y fui sellada en el altar y él salió
arrastrando un carro de mano para cruzar la llanura rumbo a Inglaterra a cumplir
una misión. Nos casamos el martes y él partió el jueves, así que no estuve mucho
tiempo con él y me alegra que haya sucedido así porque si no se hubiera ido nada
ni el dinero me hubiera persuadido a casarme con él sino hasta que tu regresaras
porque por mucho tiempo he deseado con un corazón anhelante tu regreso y que
siga siendo la misma que era cuando partiste, pero qué lástima las cosas no
puedan ser como el corazón humano las quisiera. Todavía soy la misma que era
pero ahora estoy casada. Todavía estaré libre por tres años y mi querido hermano
te ruego que me sigas tratando como siempre lo has hecho, de otra forma me
romperás el corazón. Dame consejos y trataré de seguirlos, todavía no soy
perfecta y te agradeceré los consejos y no me siento ofendida contigo, si lo
estuviera sería una tonta \ y debería ser castigada por eso. Estoy agradecida [pag.
4] a mi padre por darme un hermano que se preocupa por mi bienestar porque sé
que te preocupas por mi bienestar más de lo que ningún otro sobre esta tierra lo
podría hacer. Oh Joseph quiera Dios que pueda expresar mis sentimientos tal
como son \ y te expreso mi agradecimiento por tu bondad para conmigo. Nunca me
olvido de ti, ni siquiera por una hora, nunca te he olvidado desde que me dejaste
tan lejos de tu casa. Sin importar lo que pasara he pensado en ti en todos los
lugares en que he estado.
El 14 de junio de 1857, Joseph F. le escribió a Martha Ann antes de haber recibido
la carta recién mencionada. Es interesante que Joseph F., sin saber que Martha
Ann se había casado con William Harris, le escribió una carta que abordaba el
tema del matrimonio. Un trozo breve de dicha carta lo indicaría:
… bien, ¿estoy unido a alguien? No, no lo estoy. ¿Está alguien unida a mí por
sus votos sagrados de por vida? No, no hay nadie. Y ¿cuál es la razón? —revelaré
el secreto. No tengo la vida asegurada, solo en mi propia bondad, y en mis propios
méritos, por lo tanto Dios la asegurará, o la ha asegurado para que disfrute de
muchas grandes bendiciones. Por lo tanto, si soy preservado para unir mi vida
con una en quien haya una chispa del fuego divino, que irradie y brille en la hora
obscura de la adversidad y que esté dispuesta a compartir la humilde suerte de
Uno de quien Dios conoce su corazón humilde y honesto, entonces diré que la
gloria sea para Dios. ¿Qué hora es mía? ¿Qué momento me pertenece? ¿En qué
momento mi Dios dirá: Joseph, se requiere que entregues tu alma—? ¿Puedo
decir que no? No puedo, entonces le agradezco a Dios que ninguna alma está
unida a mí a causa de la veracidad, la hora o la virtud, no, soy libre como el viento,
y de la misma forma todas <están> libres de mí, no deseo unirme a nadie en tanto
que no pueda proveer para ella, y cuidarla, y mientras tanto, Oíd vosotras—
Oh doncellas, estáis libres de mí– Donde no se han hecho votos no hay corazones
rotos. Al final lo que quiero decir es: no quiero que des tus votos, a nadie, si es que
lo puedes evitar…
Solamente nos podemos imaginar la forma en que Joseph F. respondió
inicialmente a las noticias que le dio Martha Ann, sabiendo que él no quería que se
casara todavía. La carta que le escribió es útil para demostrar su capacidad para
respetar a Martha Ann. La siguiente carta fue escrita el 25 de julio de 1857:
Querida Hermana Martha Ann: —recibí tu larga carta escrita el 3 de mayo— hace
como una semana, y me alegró mucho saber de ti; aunque me sorprendí mucho al
enterarme de tu matrimonio, pero como no estuve allí para participar en el
acontecimiento, solamente me queda desearte mucho gozo; —y que seas feliz.
Has dado el paso más importante de tu vida —o existencia— bajo los Convenios
del Evangelio. del paso que acabas de dar penden todos los gozos sociales— y la
felicidad de tu existencia actual— y las Bendiciones de un hogar feliz y contento,
así como de una posteridad obediente y semejante a Dios,— o las tristezas y las
escenas desgarradoras: de descontento—de discordia y amarga infelicidad;— y
casi tiemblo hasta el centro cuando pienso en este tema tan absorbente— y
cuando veo a mi alrededor y reflexiono sobre las circunstancias horrendas que
suceden día a día, — entre los grandes y los Entendidos, los Pequeños y los
Ignorantes, al igual que entre los Ricos y los Pobres;— de “mujeres angustiadas”,
esposos distraídos, “Los celos” en todas sus formas horribles— la sospecha con
todo el rencor venenoso que arrastra, con su daga desenvainada y su venganza
incontrolada, ¡lista para derramar la Sangre del corazón de las “Esposas”, “los
esposos” y “los hijos”! me dan miedo los horrores de esa escena:— Me parece
curioso al extremo el por qué las personas se van de cabeza al asunto que tan
grandemente tiene que ver con su prosperidad y felicidad futuras que por otra
parte puede traer sobre ellos tantas tristezas, y todo un mundo de problemas, —
del cual no podrán salir— y sin duda un mal Nombre —sin embargo, con todas
estas consideraciones— delante de nosotros —no nada más nos pasa a nosotros,
sino que pasa en todo el Mundo— tenemos la luz del Evangelio —la influencia del
Espíritu Santo— las enseñanzas de los profetas y los siervos de Dios, para
“Llevarnos a toda la verdad” y enseñarnos nuestro deber —Si te has apegado al
consejo— todo está bien— y saldrás vencedora. Ciertamente deberás dejar ahora
las niñerías. Espero que recuer[pág. 2]des de tu posición y que tus acciones y
tu conducta en todas las cosas y a todo tiempo sea tal que te produzca Respeto,
Estima y Amistad en el corazón de todas las personas buenas y honestas; ahora,
¿quieres que te diga la forma de obtener esta deseable posición? —la oración—
con fe y esperanza en Jesús y en su Evangelio, tan solo eso lo hará; una persona
de tu posición en el Verdadero Reino de Dios no necesita temer nunca al rostro de
la “Arcilla”.
En lugar de corregir o condenar a Martha Ann por haberse casado, Joseph F.
demuestra su madurez al desearle gozo y felicidad seguidos por un consejo gentil
y amable. Su respeto por su hermana es más extraordinario cuando consideramos
que tenía 18 años de edad en la fecha en que escribió esta carta. Los maestros
eficaces reconocen en donde están sus estudiantes en la vida y, en vez de
juzgarlos duramente por las decisiones que toman, convierten las circunstancias
de la vida en oportunidades para enseñar. El conocimiento doctrinal que Joseph F.
compartió en la última parte de la carta demuestra cuánto conocimiento del
evangelio había adquirido para esa corta edad. Durante toda su vida, usó este
conocimiento para bendecir a los demás.
Conocimiento del tema
La dedicación al conocimiento durante toda la vida de Joseph F. Smith y su talento
práctico para compartirlo sobresale en sus cartas a Martha Ann. Salomón declaró:
“Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría” (Proverbios 4:7). La segunda parte de
este proverbio sugiere que la sabiduría requiere conocimiento. El diccionario
corrobora esta aseveración, ya que su definición contiene palabras como
“conocimiento práctico” o “entendimiento”. [32]
Muy pocos argumentarían que la enseñanza no requiere cuando menos una
cantidad limitada de conocimiento, pero la mayoría comprende y reconoce que la
enseñanza eficaz —del tipo que realmente hace cambiar— exige sabiduría. El
Presidente Boyd K. Packer dijo: “Siempre he creído que el estudio de las doctrinas
del evangelio mejorará la conducta más rápidamente que el mero hablar de la
conducta.” [33]
Desde la época en que salió para su misión, Joseph F. Smith demostró tener
conocimiento de las verdades de la Restauración; con dicho conocimiento, buscó
bendecir a otros al ayudarles a efectuar un cambio positivo en sus vidas. Aunque
su vida estuvo llena de mucha adversidad y angustia, debió haber sentido un gran
gozo al testificar de Jesucristo y de las verdades del evangelio restaurado. Cuando
solamente tenía 16 años de edad, en Maui, Islas Sandwich, le escribió la siguiente
carta a Martha Ann el 9 de junio de 1855:
Mi querida y afectuosa
Hermana, Martha Ann…
… si eres una Mormona hasta la médula, serás bendecida, me he dado cuenta que
no hay nada que pruebe más a una persona que el decirle al mundo que es un
mormón, pero me siento de primera. Estoy gordo y vigoroso, me siento como que
podría cortar todo el heno que hay en los valles (aunque no sé cómo me terminaría
si lo intentara)
Estoy predicando (Marty) como los buenos (deberías estar aquí para que me
oyeras) o (o mi voz (me imagino que podrías si estuvieras en alguna parte cerca
en las islas) esta mañana tuvimos una buena reunión, y me llamaron a Predicar, y
obedientemente, hice el intento.
Mientras que el entusiasmo y la capacidad de Joseph F. para enseñar el evangelio
maduraban, él también aprendió a tomar consuelo personal en su conocimiento y
su convicción del Plan de Salvación. En una carta fechada en Salt Lake City el 26
de agosto de 1883, después de la muerte de su hijo, Albert Jesse
Smith, [34] escribió:
Mi querida hermana Martha Ann:
Una vez más, y ahora por sexta ocasión, por la voluntad inexorable de una
providencia inescrutable hemos sido llamados para despedir a uno de nuestros
más queridos y preciados tesoros.
Esta vez, ese monstruo inmisericorde, la muerte, ha escogido para su “blanco
brillante” a nuestro pequeño, hermoso, inteligente, brillante y amoroso Albert
Jesse. Su fallecimiento ocurrió ayer a las 11:35 a.m. después de una enfermedad
de 13 días, la mayoría de los cuales estuve ausente, viajando por los pueblos del
norte con el Presidente Taylor. Me buscaron y habiendo sido relevado
honorablemente por el Presidente, llegué a casa el jueves en la mañana. Tuve el
[pag. 2] triste privilegio de cuidar y velar a mi querido niño durante 52 horas, con no
pocas oraciones que salieron del corazón y con lágrimas ardientes, pero los cielos
arriba de nuestras cabezas fueron como bronce, nuestros llantos y nuestras
lágrimas cayeron por tierra y fueron sepultados hoy en la tumba, junto con el
hermoso cuerpo sin vida ¡del tesoro de nuestro corazón! Pero no todos fueron
sepultados, porque todavía nuestro clamor ascenderá, ¿por qué sucede así? Oh
Dios ¿por qué tuvo que pasar? Y nuestras lágrimas todavía buscan la tierra para
aliviar, si no para sepultar, nuestra angustia en su seno sin sentimientos.
Si por la tristeza de separarnos en este mundo de nuestros seres queridos
inocentes, vamos a ser galardonados con gozo en el futuro cercano o lejano, ¿no
puedo esperar un rico galardón en el mas allá! ¿No he hecho tesoros en el cielo?
Sara Ella, Mercy Josephine, Heber John, Alfred Jason, Rhoda Ann, y ahora Albert
Jesse, todos extendiendo sus brazos desde el otro lado para “Papá”. ¡ Qué reunión
tan feliz me aguarda! Y confío que entre las [pág. 3] multitudes rescatadas no
habrá manos ni corazones que me recibirán mas cálidamente que las de nuestro
padre Hyrum y nuestra Madre Mary (a quienes casi no conocimos) y Sara, [35] y
Lovina, [36] y las huestes de seres Queridos fallecidos, que estando “muertos aún
viven”, habiendo probado las aguas vivas de Cristo murieron en él. Por mucho, la
mayor cantidad está más allá del velo, los lazos que nos unen con ellos,
rápidamente se están haciendo más fuertes que los que nos atan aquí. Sin
embargo, veo a mi pequeño rebaño dependiendo de mí para su alimento diario, y
no hay en la alacena, pero confiando en la providencia, y dependiendo de mí vida
mortal para <su> ayuda y sostén, expreso la ferviente oración: ¡Oh! permíteme
permanecer en el mundo un poco más para luchar con los males y los altibajos de
la vida para el beneficio de mis seres queridos. Si no fuera por esto, ahora que mi
alma esté siendo limpiada por el amargo pesar, preferiría irme que quedarme aquí,
pero siento que no soy lo suficientemente bueno para irme o quedarme. Parece
que no[pág. 4] siempre es una tarea fácil el reconocer la mano de Dios
en Todas las cosas, pero aún así lo haré. Y mi corazón dice: “aunque él me
matare, en él esperaré” [37] porque “Jehová dio, y Jehová quitó, sea el nombre de
Jehová bendito.” [38] Preferiría pasar una y otra vez por los acontecimientos de
estos últimos días, pese a lo angustiosos que han sido para el corazón y para el
alma, a nunca haber tenido a mi hermoso niño. Nuestra meta no puede ser más
alta o más noble que aspirar a ser dignos de una unión eterna y tener la posesión
de las puras, inocentes, confiadas, y amorosas almas tales como con las que Dios
me ha bendecido por tan felices pero cortos períodos de tiempo. Que Dios nos
ayude a ser dignos de ellos.
Joseph
Naturalmente cualquier padre siente la pérdida y el dolor que acompañan al
fallecimiento de un hijo. Por medio de esa pérdida, el conocimiento de Joseph F.
Smith le brindó la esperanza y la determinación de vivir dignamente para poder ser
reunido con su familia en la vida venidera. Pocas dimensiones del evangelio tienen
mayor importancia. No sabemos la forma en que Martha Ann reaccionó al dolor de
su hermano, pero podemos suponer que también ella sintió la tristeza y la
resolución esperanzadora de vivir una vida digna de una reunión eterna.
Conclusión
El talento pedagógico de Joseph F. Smith nos brinda un ejemplo de lo que pueden
y deben ser los maestros. Como se indicó anteriormente, las normas de la
enseñanza eficaz no se agotan con el tiempo. Aunque solamente un limitado
número de rasgos y características de la enseñanza se han explorado en este
documento, las cartas de Joseph F. Smith confirman su capacidad de enseñar
mientras ayudó a dirigir, a conducir, a guiar a Martha Ann en su progreso
intelectual, social y espiritual. Sus cartas muestran claramente que la profundidad
de su conocimiento del evangelio, junto con su gran capacidad para amar,
respetar, motivar y comunicarse eficazmente, fueron una parte integral del
desarrollo de Martha Ann.
La mejor explicación del éxito en la enseñanza que tuvo Joseph F. Smith puede
ser simplemente que fue una persona de éxito que amó a Dios e hizo todo lo que
estaba a su alcance para bendecir las vidas de quienes lo rodeaban. No debe
esperarse menos de cualquier discípulo de Jesucristo. El encargo que dio el élder
Jeffrey R. Holland referente a los maestros ayuda a recordarnos todo nuestro
deber para ser maestros eficaces:
En una época en la que el Profeta está solicitando mas fe por medio del oír la
palabra de Dios, debemos dar ímpetu a la buena enseñanza y darle un lugar
prominente en la Iglesia, en el hogar, desde el púlpito, en nuestras reuniones
administrativas y sin duda en el salón de clases. La enseñanza inspirada jamás
debe llegar a ser un arte perdido en la Iglesia, y debemos asegurarnos de que
nuestra búsqueda de la misma no se convierta en una tradición perdida…
Cuando surjan crisis en nuestra vida —y lo harán— las filosofías de los hombres,
mezcladas con algunas escrituras y poemas, simplemente no serán suficientes.
¿Estamos en verdad enseñando a nuestros jóvenes y a nuestros miembros de tal
modo que eso les sirva de sostén cuando lleguen los reveses de la vida? ¿O les
estamos dando una golosina teológica, o calorías espiritualmente vacías? En una
ocasión el Presidente John Taylor llamó a esa clase de enseñanza “espuma frita”
lo que uno podría comer todo el día y terminar sintiéndose totalmente
insatisfecho…
Ya sea que impartamos enseñanza a nuestros hijos en el hogar o lo hagamos
frente a una congregación en la Iglesia, nunca permitamos que la fe sea algo difícil
de advertir. Recuerden que debemos ser maestros “venido[s] de Dios” […]
presenten sermones basados en las escrituras; enseñen la doctrina revelada;
expresen un testimonio sincero. [39]
Notas
---
[1] Su madre, Verna Passey Call, murió el 8 de octubre de 1986, y su padre, Anson
Bowen Call hijo, murió el 1 de junio de 1993.
[2] Parley P. Pratt, Autobiography of Parley P. Pratt (Salt Lake City: Deseret Book,
1985), página 110.
[3] Parley P. Pratt, Autobiography, página 128.
[4] Francis M. Gibbons, Joseph F. Smith: Patriarch and Preacher, Prophet of
God (Salt Lake City: Deseret Book, 1984), páginas 1–2.
[5] En Daniel H. Ludlow, Encyclopedia of Mormonism (Nueva York: Macmillan,
1992), 3: 1350.
[6] Daniel H. Ludlow, Encyclopedia of Mormonism 3: 1350.
[7] Francis M. Gibbons, Joseph F. Smith, página 27.
[8] Deseret News, 13 de abril de 1854.
[9] Francis M. Gibbons, Joseph F. Smith, páginas 45–46.
[10] Daniel H. Ludlow, Encyclopedia of Mormonism 3: 1352.
[11] Francis M. Gibbons, Joseph F. Smith, página 87.
[12] Francis M. Gibbons, Joseph F. Smith, páginas 130–132, y 181–182.
[13] Daniel H. Ludlow, Encyclopedia of Mormonism 3: 1352.
[14] Sara Harris Passey, History of Martha Ann Smith Harris, manuscrito no
publicado, página 4; Sara Harris Passey es una hija.
[15] Carole Call King, History of William Jasper Harris, 1836–1909, manuscrito no
publicado, página 2. Carole Call King es una bisnieta.
[16] Carole Call King, History of William Jasper Harris, páginas 5–6.
[17] Sara Harris Passey, History of Martha Ann Smith Harris, páginas 5–6.
[18] Diccionario en Inglés Oxford 2ª edición versión 2.0, s.v. “teach” (Oxford:
Oxford University Press, 1999).
[19] Yun Lee Too, The Pedagogical Contract (Ann Arbor, MI: University of Michigan
Press, 2000), página 123.
[20] James M. Banner, hijo, y Harold C. Cannon, “The Personal Qualities of
Teaching”, en Change 29, núm. 6 (noviembre/diciembre 1997): 43.
[21] Como ejemplos véanse Teaching Matters: Skills and Strategies for
International Teaching Assistants, por Teresa Pica, Gregory A. Barnes y Alexis
Gerald Finger (Nueva York: Harper Collins, 1990), páginas 166–167; de Banner y
Cannon “The Personal Qualities of Teaching”, página 40; de Gary London,
“Teacher Talent and Urban Schools”, Phi Delta Kappan, 81, núm. 4 (diciembre de
1999), pág. 4; de Peter G. Bedler, “What Makes a Good Teacher”, en Inspired
Teaching, editado por John K. Roth (Boston: Anker, 1997).
[22] Banner y Cannon, “The Personal Qualities of Teaching” página 43.
[23] Helen Keller, The Story of my Life (Norwalk, CT: Easton Press, 1988), páginas
21–22; énfasis agregado.
[24] Dallin H. Oaks, “Gospel Teaching”, Ensign, noviembre de 1977, pág. 78.
[25] Robert Leamnson, Thinking About Teaching and Learning (Stirling, VA: Stylus,
1999), pág. 8.
[26] Robert Leamnson, Thinking About Teaching and Learning, página 54.
[27] Parker J. Palmer, “The Heart of a Teacher: Identity and Integrity in Teaching”,
en Change 29 num. 6 (noviembre/diciembre de 1997): pág. 15.
[28] Oxford English Dictionary s.v. “Respect”.
[29] Parker J. Palmer, “The Heart of a Teacher: Identity and Integrity in Teaching”,
pág. 18.
[30] El tercer hijo (el mayor de los varones) de Hyrum Smith y Jerusha Barden.
Nació el 22 de septiembre de 1832, por lo que tenía veinticuatro años de edad.
[31] Heber C. Kimball (primer consejero en la Primera Presidencia).
[32] Oxford English Dictionary, s.v. “Wisdom”.
[33] Boyd K. Packer, en Conference Report, abril de 1997, pág. 8. Véase
también Liahona julio de 1997 página 9.
[34] Albert Jesse Smith nació el 16 de septiembre de 1881 y, como lo dice en la
carta, murió el 25 de agosto de 1883.
[35] Sexta hija de Hyrum Smith y Jerusha Barden; nació el 2 de octubre de 1837 y
murió el 6 de noviembre de 1876.
[36] La hija mayor de Hyrum Smith y Jersuha Barden; nació el 16 de septiembre de
1827 y murió el 8 de octubre de 1876.
[37] Job 13:15.
[38] Job 1:21.
[39] Jeffrey R. Holland, en Conference Report, abril de 1998, páginas 31–34; véase
también Liahona julio de 1998 páginas 26–28.
“Aquellos que ven”: la asignación del siglo a los
educadores de religión
Scott C. Esplin and Brent R. Esplin
Hace algunos años que enseñé a “ese grupo”: treinta y cinco alumnos de primer
año, y veintisiete de ellos eran hombres. [1]
Estoy seguro que cada maestro ha tenido o algún día tendrá un grupo como ese.
Puede ser que todos necesiten uno. Como es de suponer (parece que siempre
sucede así) era a la quinta hora, justo después del almuerzo. Para el inicio del
segundo semestre ya había disminuido el idealismo que habíamos sentido para el
nuevo año desde el simposio del Sistema Educativo de la Iglesia (SEI), y me
sentía frustrado. Sobre todo me inquietaba una declaración hecha por el
presidente J. Reuben Clark hijo, en “El curso trazado por la Iglesia en la
educación” ya que les prometió a los maestros: “Los jóvenes de la Iglesia tienen
hambre de las cosas del Espíritu; están ansiosos por aprender el evangelio, y lo
quieren en su forma más pura y clara. Quieren saber [...] Estos alumnos ansían la
fe [...] Están preparados para comprender la verdad.” [2]
Mis estudiantes tenían hambre, estoy de acuerdo, pero no de lo que yo les ofrecía.
Era obvio que él no había visto mi grupo.
Ese año, yo tenía colgada en la pared una cita tomada de un discurso dado a los
educadores de religión por el presidente Boyd K. Packer, en el cual citó al
presidente Joseph F. Smith, quien dijo: “La mano del Señor puede que no sea
visible para todos. Puede ser que haya muchos que no distinguen las obras de la
voluntad del Señor en el progreso y el desarrollo de esta gran obra de los últimos
días, pero hay aquellos que ven a cada hora y a cada momento de existencia de la
Iglesia, desde su inicio hasta ahora, la mano todopoderosa y directora de Aquel
que envió a su Hijo Unigénito.” [3]
En esa ocasión, durante el invierno de aquel año, me encontraba muy lejos de ver
la mano del Señor “a cada hora y a cada momento” de mi clase. Comencé a
preguntarme si Él pasaría “cada hora” o “cada momento” en mi clase y si yo podría
manejar otros grupos como ese durante los siguientes cuarenta años.
Pero el presidente Smith testificó. “Pero hay aquellos que ven”. ¿Quiénes son? Y
¿qué es lo que ven? ¿Cuál es la visión profética acerca de la educación religiosa?
El presidente Packer, hablando de los empleados del SEI, comentó: “Me gustaría
decir una o dos cosas acerca de mis asignaciones como Autoridad General [...] He
aprendido de primera mano la manera en que las Autoridades Generales
consideran a este grupo. Ahora conozco la importancia de este grupo de hombres,
y no es como esperaba que fuera. Es mucho mejor de lo que esperaba que fuera.
Ahora sé, de primera mano, cuán tremendamente importante es este grupo con
referencia al destino de la Iglesia.” [4]
En otra ocasión, nuevamente el presidente Packer comentó: “No hay mejor
ilustración, en la historia de la Iglesia, de la preparación profética de este pueblo
que en los inicios del programa de seminarios e institutos. Estos programas se
iniciaron cuando era bueno que existieran, pero no eran tan necesarios. Se les
concedió una temporada para que crecieran y florecieran y se convirtieran en un
baluarte para la Iglesia. Ahora han llegado a ser un don del cielo para la salvación
del moderno Israel en una hora muy desafiante. Ahora nos hallamos rodeados.
Nuestros jóvenes se encuentran en un peligro desesperante. Éstos son los últimos
días, previstos por los profetas de la antigüedad.” [5]
Los profetas no usan a la ligera frases como “tremendamente importante”,
“preparación profética”, y “don del cielo”. ¿Qué es lo que ven al ser bendecidos con
comprensión espiritual de la juventud y la educación?, ¿Cómo se sienten los
profetas acerca de la educación religiosa? ¿Por qué les importa tanto?
Estas preguntas iniciaron nuestra búsqueda de los discursos de las Autoridades
Generales relacionados con la educación. Desde 1938, cerca de 150 discursos de
Autoridades Generales han sido dirigidos a audiencias del SEI. Esos discursos
incluyen mensajes dados en las convenciones de verano de BYU, los simposios
del SEI, las reuniones anuales “Una tarde con una Autoridad General”, y las
transmisiones de capacitación por satélite del SEI. Estos discursos, que abarcan
70 años, representan lo que el presidente Packer llamó la “preparación
profética” [6] del SEI así como la visión profética de más de cuarenta de los
ungidos del Señor para la educación.
La ley de la enseñanza
Los discursos del siglo revelan un modelo que se adhiere a las directivas que el
Señor ha dado para la educación. En 1987, el presidente Ezra Taft Benson
preguntó: “¿Estamos usando los mensajes y el método de enseñanza que se
encuentran en el Libro de Mormón y otras escrituras de la Restauración para
enseñar el gran plan del Dios Eterno?” [7]
¿Qué quiso decir él con el “método de enseñanza que se encuentra en [las
escrituras]? ¿Existe un método que el Señor nos haya dado y que espera que
usemos al enseñar Su evangelio? Si es así, ¿donde se encuentra? Si existe un
método, ¿lo enseñan y lo utilizan las Autoridades Generales cuando capacitan?
El Señor delineó los elementos de un modelo de enseñanza en la sección a la que
José Smith se refirió como “la ley de la Iglesia”. Doctrina y Convenios describe una
“ley de enseñanza” con las siguientes palabras: “Y además, los élderes,
presbíteros y maestros de esta iglesia enseñarán los principios de mi evangelio,
que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón, en el cual se halla la
plenitud del evangelio. Y observarán los convenios y reglamentos de la iglesia para
cumplirlos, y esto es lo que enseñarán, conforme el Espíritu los dirija” (DyC 42:12–
13).
La ley de enseñanza del Señor incluye cuatro elementos: enseñar los principios y
doctrinas, observar los convenios, obedecer los reglamentos de la Iglesia y ser
dirigidos por el Espíritu. Los discursos dados a los educadores religiosos comentan
y demuestran cada uno de estos cuatro elementos.
“El curso trazado”: Un punto de partida para encontrar el
método del Señor
El primer discurso publicado, “El curso trazado por la Iglesia en la educación” tuvo
un papel especial en el establecimiento de los principios que guían la educación
religiosa. Desde que lo pronunció, los profetas se han referido a él continuamente,
estableciéndolo como modelo. Refiriéndose al discurso hito del presidente Clark, el
presidente Henry B. Eyring dijo: “El lugar en el que siempre empezaría, para
asegurarme de saber cuáles son los principios, sería leer el discurso del presidente
J. Reuben Clark, hijo, ‘El curso trazado por la Iglesia en la educación’ [...] Él vio
nuestra época y más allá, con visión profética. Los principios que enseñó, acerca
de la forma en que debemos ver a nuestros estudiantes y por lo tanto como
debemos enseñarles, siempre serán aplicables en los salones de clase [...] El gran
cambio en nuestras aulas, a medida que el reino vaya a cada nación, tribu lengua
y pueblo, verificará la visión profética del presidente Clark [...] Los principios
descritos hace tantos años serán una guía segura en los años futuros.” [8]
El presidente Packer escribió del mismo discurso: “El presidente Clark era profeta,
vidente y revelador. No existe la menor duda de que una inspiración excepcional
ayudó en la preparación de su mensaje. Hay tal poder y claridad en sus palabras,
excepcional aún para él [...] Léanlo y medítenlo cuidadosamente, porque al aplicar
la definición que el Señor mismo dio, confortablemente se puede considerar como
escritura esta instrucción.” [9]
Los profetas tienen un sentimiento tan fuerte acerca de los principios que se
delinearon en “El curso trazado por la Iglesia en la educación” que lo citan
continuamente. El presidente Marion G. Romney, en su discurso a los educadores
de religión en 1980, desechó un discurso que había preparado previamente (según
lo indicó el presidente Eyring) [10] y en vez de eso dijo: “Debido a que esta
asignación de hablarles a ustedes, maestros profesionales en las instituciones de
la Iglesia, acerca de cómo enseñar el evangelio de Jesucristo requiere de un don
natural que no poseo, diré lo que pienso que se tiene que decir usando las
palabras del presidente J. Reuben Clark hijo.” [11] Entonces, procedió a citar
palabra por palabra de “El curso trazado por la Iglesia en la educación”.
Poco después, el presidente Eyring habló de lo que aconteció esa noche después
del discurso, mientras iba en el automóvil con el presidente Romney. Le preguntó:
“Presidente Romney, ¿no cree usted que la juventud y que el mundo han
cambiado casi por completo desde que el presidente Clark dio ese discurso en
1938? [...] ¿Cree usted que lo que dijo el presidente Clark todavía describe la
forma en que debemos acercarnos a nuestros estudiantes hoy en día?” El
presidente Romney sonrió, guardó silencio durante un momento, y luego dijo: ‘Oh,
yo creo que el presidente Clark pudo ver nuestra época y más allá.’” [12]
La visión del presidente Clark de “nuestra época y más allá” incluye, al igual que
Doctrina y Convenios 42:12–13, un examen de la doctrina, los convenios, los
artículos (consejos para los maestros) y la enseñanza dirigida por el Espíritu. Es
interesante notar que no incluye ninguna mención de las condiciones de la época,
aunque el discurso fue dado al final de la Gran Depresión y cuando empezaba en
Europa la Segunda Guerra Mundial. Sus palabras no son sensibles al tiempo; no
contienen frases tales como “en nuestros tiempos difíciles”, “en vista de lo que está
sucediendo”, o “por lo que se ve en el horizonte”. Al igual que las escrituras, sus
palabras trascienden el tiempo y las circunstancias al declarar los hechos como si
fueran aplicables en cualquier tiempo o lugar en la historia. Y como lo declaró el
presidente Romney, otro miembro de la Primera Presidencia, el presidente Clark
recibió un “dotación” especial para la situación. [13]
En lo que resta de este artículo, analizaremos los cuatro elementos del método de
enseñanza del Señor delineado en Doctrina y Convenios 42:12–13. Las secciones
incluirán las palabras del presidente Clark acerca del tema, apoyadas por
comentarios proféticos de otras Autoridades Generales en sus consejos a los
empleados del SEI. Al final, incluirá un resumen del sentir de las Autoridades
Generales respecto a los estudiantes, los maestros y el papel de la educación de
religión en el destino de la Iglesia.
La doctrina
La palabra doctrina, según se usa en Doctrina y Convenios 42:12, se refiere a “los
principios [del] evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón”.
Desde la época del presidente Clark hasta ahora, la doctrina ha recibido un énfasis
muy fuerte en los discursos de las Autoridades Generales para el SEI, con más de
sesenta discursos que tratan ese tema. El élder Mark E. Petersen declaró:
“Nuestras autoridades son las escrituras, los cuatro libros canónicos. José Smith y
los otros presidentes y líderes también son nuestras autoridades. Ellos son los
líderes de fila que nos guían. Debemos enseñar como ellos lo hacen. Debemos
evitar las doctrinas que ellos evitan, debemos evadir las prácticas que ellos
evaden. [14]
Asimismo, el presidente Clark declaró:
No hay razón ni excusa para el establecimiento de nuestras instalaciones e
instituciones para la enseñanza y la capacitación religiosas a menos que a los
jóvenes se les enseñe y se les capacite en los principios del Evangelio, abarcando
en ello los dos grandes conceptos: que Jesús es el Cristo y que José fue el Profeta
de Dios. Enseñar un sistema de ética a los alumnos no es razón suficiente para
operar nuestros seminarios e institutos [...] Existen grandes principios que tienen
que ver con la vida eterna, el sacerdocio, la resurrección y muchas otras cosas
semejantes que van más allá de los preceptos del buen vivir. También se deben
enseñar a los jóvenes estos grandiosos principios fundamentales; son las cosas
que los jóvenes quieren conocer primero. [15]
Y continuó:
Es cierto que ustedes tienen interés en asuntos puramente culturales y en asuntos
de conocimiento puramente secular; pero repito otra vez, a fin de dar énfasis,
que el interés principal de ustedes y casi su único deber es enseñar el
Evangelio del Señor Jesucristo tal como ha sido revelado en estos últimos días.
Deben enseñar este Evangelio, usando como recurso y autoridad los libros
canónicos de la Iglesia y las palabras de aquellos a quienes Dios ha llamado para
dirigir a su pueblo en estos últimos días. Ustedes no deben, no importa la posición
que ocupen, mezclar en su trabajo la propia filosofía particular de ustedes, no
importa cuál sea su origen ni cuán agradable o racional les parezca [...] Ustedes no
deben, no importa el puesto que ocupen, cambiar las doctrinas de la Iglesia ni
modificarlas. [16]
El poder de la doctrina
Los profetas han hecho promesas en cuanto al poder de la doctrina al enseñar. El
élder Bruce R. McConkie testificó: “Ustedes no cambian la vida de nadie
enseñándole matemáticas [...] Pero ustedes si cambian la vida de las personas
cuando les enseñan las doctrinas de salvación.” [17]
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “La Iglesia tiene una gran obra que realizar, y la
queremos hacer precisamente en el centro del camino estrecho y angosto.
Enseñen el evangelio. Enseñen la doctrina. Tiene todo el poder y atracción que
necesitarán para retener a sus alumnos.” [18]
Qué doctrinas enseñar
Con la fe de que el enseñar la doctrina tiene poder, ¿qué constituye la “doctrina”
en el salón de clases del SEI? Al hablar de las Autoridades Generales, el élder
Petersen comentó: “Debemos evitar las doctrinas que ellos evitan.” [19]
¿Cuáles son las doctrinas que enseñan las Autoridades Generales? ¿Cuáles son
las que evitan? ¿Han demostrado al SEI el modelo a seguir? El presidente Harold
B. Lee les aconsejó a los maestros: “Ahora, no estamos enviándoles como
maestros a enseñar doctrinas nuevas. Deben enseñar las doctrinas antiguas, no
don una claridad que permite simplemente entenderlas, sino con una claridad tal
que nadie pueda malentenderlas.” [20]
Una parte de la enseñanza clara incluye el enseñar a la audiencia correcta. El que
una cosa sea verdad no significa que deba enseñarse en el salón de clases. El
presidente Packer advirtió: “Para el escritor o el maestro existe la tentación [...] de
querer decir todo, ya sea bueno o que promueva la fe o no. Algunas cosas
verdaderas no son tan útiles [...] El escritor o el maestro que tiene una lealtad
exagerada a la teoría de que todo debe decirse, está poniendo los cimientos para
su propio juicio [...] Importa muchísimo no solamente lo qué se nos dice
sino cuándo se nos dice. Sean cuidadosos para que edifiquen la fe en vez de
destruirla.” [21]
Debido a esta advertencia, las Autoridades Generales nos han dado ayudas
poderosas para apoyar al maestro a determinar lo apropiado de la doctrina. Una de
esas ayudas es el documento “Basic Doctrine” (La Doctrina Básica) que se publicó
en la tercera edición de Charge to Religious Educators. Este documento de dos
páginas enlista y explica las doctrinas básicas y los objetivos generales [...] que
han sido aprobados por el Consejo de Educación de la Iglesia.” [22]
Otra ayuda son los discursos de las Autoridades Generales. De nuevo, como lo
dijo el élder Petersen: “Debemos evitar las doctrinas que ellos evitan.” [23]
Los maestros pueden ver a los profetas como el modelo a seguir en la enseñanza
doctrinal, ya que casi la mitad de los discursos tienen que ver con la doctrina. La
mayoría son de una época de gran comentario doctrinal, las décadas de 1950 y
1960, en las que autoridades como Joseph Fielding Smith y Harold B. Lee
establecieron la doctrina y pusieron el ejemplo de cómo enseñarla.
Una tercera (y probablemente la más grande) ayuda en la enseñanza de la
doctrina verdadera ha sido dada por el Señor mismo. El élder McConkie enseñó:
“Las escrituras mismas presentan el evangelio en la manera en que el Señor
quiere que se nos presente en nuestra era [...] Debemos enseñar en la forma en
que las cosas están registradas en los libros canónicos que tenemos. Y si quieren
saber que énfasis se debe dar a los principios del evangelio, simplemente enseñen
todos los libros canónicos y, automáticamente, en el proceso, se les dará el énfasis
del Señor para cada doctrina y cada principio.” [24]
Advertencias acerca de enseñar lo sensacional
A los maestros se les ha advertido que eviten lo sensacional cuando enseñen la
doctrina. El presidente Spencer W. Kimball amonestó:
Puede que haya la tendencia, quizá haya la tentación, para algunos maestros de
seminarios e institutos de querer profundizar en las cosas de las que no nos
preocupamos [que no son de principal importancia] en la vida eterna de la
juventud. Quizá lo hagan para obtener algo que sería espectacular; algo
desconocido; algo un poco extraño; un poco diferente; o algo que no había sido
descubierto [...] El maestro que fomenta la curiosidad o incita a comentar las cosas
que no son parte de la vida o de las experiencias de sus estudiantes les hace mal
[...] Los maestros deben sujetarse a las fases prácticas de la vida diaria y no
exponer novedades extrañas, espectaculares y emocionantes. [25]
El presidente James E. Faust comentó: “Me he preguntado si unos cuantos de los
eruditos del evangelio, incluyendo a los educadores de la Iglesia, se aburren con la
vida diaria, con lo básico, y con los primeros principios y lo fundamental del
evangelio. Algunos encuentran que lo esotérico es intrigante. Estos milagros y
misterios tienen algo de fascinación. Todos haríamos bien en enseñar los
principios y los convenios que edifican la fe más que enseñar historia o
geografía.” [26]
El élder Holland resumió el desafío con esta advertencia:
Hermanos y hermanas, por el bien de la Iglesia y de sus estudiantes y del
evangelio que amamos y enseñamos, esfuércense por mantenerse equilibrados y
centrados, no dados a extremismos o rumores, al sensacionalismo o a caprichos
pasajeros de distintas formas que con frecuencia barren la tierra (y que algunas
veces vienen entre los miembros de la Iglesia). En este respecto, ustedes pueden
ser para nosotros, y esperamos que con nosotros, parte de la solución y nunca
parte del problema.
Conozco el desafío de tratar de mantener la atención de la clase. Cada maestro
quiere ser, en el mejor sentido, como el flautista de Hammelin, atrayente para los
alumnos por las razones correctas y cautivándolos por nuestro dominio de las
verdades del evangelio. En esta audiencia, ustedes y yo sabemos lo difícil que es
eso hora tras hora, día a día, semana tras semana. El enseñar con eficacia, el
enseñar con poder, el enseñar con entusiasmo, con una preparación sólida y con
materiales de apoyo que sean atractivos, ésa es una tarea muy ardua; está entre
las cosas más difíciles que conozco y con seguridad entre las cosas más difíciles
que jamás haya hecho. Pero, por favor, resistan la tentación de irse hacia lo
sensacional o a los extremos de cualquier doctrina que enseñen o cualquier
consejo que puedan dar.” [27]
Por lo tanto, debemos enseñar las doctrinas básicas de la Iglesia tal como se
encuentran en los libros canónicos y en las palabras de los profetas. Después de
todo, según lo dijo el presidente Clark, estas son “las cosas que los jóvenes
quieren conocer primero”. Ya para terminar su discurso el resumió: “El diezmo
representa demasiado esfuerzo, demasiada abnegación, demasiado sacrificio,
demasiada fe, como para que se use en la insípida instrucción de los jóvenes de la
Iglesia en éticas elementales [...] Al decir esto, hablo en representación de la
Primera Presidencia.” [28]
Los convenios
Los profetas han hecho hincapié en que la enseñanza es algo más que solamente
declarar la doctrina verdadera. El presidente Eyring agregó un segundo aspecto
cuando declaró: “Si hacemos la doctrina simple y clara, y si enseñamos de nuestro
propio corazón cambiado, llegará el cambio para ellos [los estudiantes].” [29]
Asimismo, el élder Neal A. Maxwell recordó su propia experiencia en el seminario:
“Mis propios recuerdos de mis maestros en el Seminario de Granite High [...]
Básicamente se han destilado en lo que eran en términos de su carácter. Se han
olvidado los menús específicos de las lecciones, ¡pero me acuerdo de los chefs! Y
posiblemente sea lo mismo con ustedes. Serán recordados no solamente por lo
que enseñaron, sino más por cómo fueron.” [30]
El presidente Romney enfatizó el poder del ejemplo de un maestro: “Preferiría que
él [el maestro] errara un poco en cuanto a si las puertas del cielo abren hacia
adentro o hacia afuera a que no estuviera viviendo de forma tal que las pueda
cruzar.” [31]
En otro discurso él comentó: “Nunca pongo atención a la interpretación del
evangelio que haga una persona si sé que no está guardando los
mandamientos.” [32]
La ley de enseñanza del Señor en la sección 42 sigue así: “Y observarán los
convenios”. Observar los convenios, desde la perspectiva del maestro, incluye los
compromisos tanto de rectitud personal en la vida diaria como las obligaciones de
ser empleados de la Iglesia. Esto tiene que ver con ser dignos del Espíritu, leales a
las asignaciones de enseñanza y obedientes a las directrices dadas por las
escrituras, nuestros líderes de fila y los siervos del Señor.
¿Qué es lo que el presidente Clark estableció en “El curso trazado” como la norma
para todos los maestros? “El primer requisito que un maestro debe tener para
enseñar estos principios es un testimonio personal de la veracidad de ellos [...]
Ningún maestro que no posea un verdadero testimonio de la veracidad del
evangelio [...] debe tener cabida alguna en el Sistema Educativo de la Iglesia. Si
hubiese alguien así [...] debe renunciar de inmediato.” [33]
El presidente Clark enfatizó no solamente la importancia de tener un testimonio
sino también de tener el valor moral e intelectual de declararlo.
¿Qué es lo que las Autoridades Generales han enseñado respecto del
cumplimiento de los convenios en el método de enseñanza del Señor? Parece ser
que el mayor énfasis en guardar los convenios fue en la década de 1970 cuando
fueron atacados la dignidad personal y el guardar los convenios. Enfocándonos en
ese período de tiempo, ¿qué es lo que los ungidos del Señor les dijeron a los
maestros con respecto a la dignidad prometida en los convenios?
El presidente Packer aconsejó a los maestros, “asegúrense de estar
comprometidos, de no ser neutrales, de ser parciales, de tener un solo lado y de
estar del lado del Señor.” [34]
Él continuó: “En alguna parte de la tierra en nuestra época, nuestra juventud debe
—absolutamente debe—poder unirse a alguien que no está confuso y que está
seguro de su fe [...] Alguien debe ponerse de pie, enfrentar la tormenta, declarar la
verdad y dejar que soplen los vientos y estar tranquilo y sereno y firme al hacerlo.
Esa es su responsabilidad y su obligación como maestros.” [35]
Durante ese mismo período el presidente Kimball declaró:
Espero que ustedes sean una roca tan sólida que ellos puedan recibir de ustedes
la fuerza que pueda ser un disuasivo a los problemas [...] Los estudiantes no
merecen sufrir a causa de los problemas de ustedes [...] Sus estudiantes tienen
derecho a esperar años de espiritualidad por medio de su enseñanza eficaz [...] En
gran medida, una gran medida, los jóvenes van al templo para casarse debido a
ustedes [...] Ellos van al templo porque ustedes fueron al templo, porque ustedes
les han hablado del templo. Ustedes les han estado hablando acerca del gozo de
una vida del templo, y a causa, en gran parte, de su influencia, ellos irán al templo
después de haber cumplido sus misiones. [36]
El presidente Benson les recordó a los maestros: “Su primera responsabilidad
como maestros del evangelio es prepararse espiritualmente. Todos ustedes fueron
entrevistados por una Autoridad General cuando solicitaron empleo en el Sistema
Educativo de la Iglesia. Me imagino que a todos ustedes les preguntaron si tienen
un testimonio [...] Su responsabilidad es vivir de acuerdo con lo que enseñan. En
su vida, sean consistentes con el mensaje que les declaran a sus estudiantes.” [37]
Al leer los discursos que se han dado a lo largo de los años, nos parece ser que
las Autoridades Generales se han preocupado por que guardemos nuestros
convenios, particularmente en relación con lo siguiente:
1. Que tengamos testimonios firmes del Salvador y del Profeta José Smith y el
valor para testificar de ellos.
2. Que seamos verídicos a las preguntas hechas por las Autoridades Generales
durante la entrevista para el empleo y a las que se establecieron en nuestras
cartas de asignación.
3. Que nuestras vidas estén en armonía con los convenios que hemos hecho
personalmente.
4. Que lo que enseñamos y la forma en que vivimos estén en armonía.
5. Que seamos defensores de las Autoridades Generales y que “enseñemos lo que
enseñan los profetas”.
6. Que no haya duda de nuestra lealtad a la doctrina y a las Autoridades
Generales.
El Señor y las Autoridades Generales recalcan que los maestros guarden los
convenios debido a que el hacerlo es una forma poderosa para enseñar. El élder
Maxwell resumió:
Todos ustedes comprenden, desde hace mucho, que enseñan lo que son. Esa es
la lección que, en los recuerdos de sus estudiantes, sobrevivirá a todas las demás
lecciones que les enseñen. Ustedes, como personas, pueden pesar mucho en la
memoria de sus estudiantes. Sus técnicas de enseñanza serán algo secundario
comparado con lo que son como individuos. Se recordarán más sus rasgos de
carácter, de manera compuesta, que una verdad específica en una lección
particular. Esta es la forma en que debe de ser, porque si nuestro discipulado es
serio, se notará, y será recordado [...] Ni ustedes ni yo podemos ser maestros de
éxito en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días si las cosas no
están bien en nuestros llamamientos eternos. [38]
Los reglamentos de la Iglesia
Como maestros, no es suficiente enseñar la doctrina pura y guardar nuestros
propios convenios, aunque éstos son muy poderosos en la ley de enseñanza. En
Doctrina y Convenios 42, el Señor requiere algo más al declarar, “Y observarán los
convenios y reglamentos de la iglesia para cumplirlos”. ¿Cuáles son los
“reglamentos de la iglesia’? En la época en que se escribió Doctrina y Convenios,
lo que ahora conocemos como las secciones 20 y 22 se llamaba “Los
Reglamentos y Convenios de la Iglesia” Hablando de estos convenios, José Smith
declaró: “De esta manera, el Señor continuó dándonos instrucciones de vez en
cuando, con respecto a los deberes que nos han sido delegados.” [39]
El diccionario de Noah Webster de 1828 [en inglés solamente] nos da lo siguiente
como parte de la definición del término artículo [traducido en DyC
como reglamento]: “Una cláusula individual en un contrato, cuenta, sistema de
reglas, tratado u otro escrito; un asunto o asignación particular y distinto, en una
cuenta, un término, una condición o estipulación en un contrato.” [40]
“Los reglamentos de la Iglesia”, para nuestros fines, son las instrucciones, los
deberes, las reglas, las asignaciones y las estipulaciones que constituyen, más allá
del mero cumplimiento de los convenios, el ser un maestro. Son las instrucciones
concernientes a la enseñanza. No es suficiente vivir como lo indican los
reglamentos de la Iglesia y enseñar la doctrina pura. Según lo indicó el élder
Petersen, debemos “enseñar como lo hacen los profetas.” [41]
Por tanto, ¿qué es lo que los profetas han dicho específicamente acerca de la
enseñanza? ¿Cómo pueden los maestros mejorar la enseñanza? El élder Holland
indicó que hay algo, además de guardar los convenios, que es parte de una
enseñanza valiosa:
Para un grupo de maestros profesionales no hay necesidad de recordarles
incesantemente de que, después de purificarnos a fin de tener la compañía del
espíritu del Señor, se nos requiere que desarrollemos un verdadero dominio de
nuestra profesión, usando las mejores técnicas educativas que podamos emplear y
afinándolas durante tanto tiempo como tengamos el privilegio de entrar al salón de
clases. Debemos dedicar la misma clase de esfuerzo a mejorar nuestras
habilidades educativas que cualquier hombre o mujer ejerza en alguna otra
profesión, ya sean médicos, o abogados, o expertos en computación, o
microbiólogos. En el Sistema Educativo de la Iglesia es esencial, pero no
suficiente, que seamos buenos hombres o mujeres; también debemos ser buenos
en lo que hacemos. Debemos ser muy buenos. Nuestra materia y las vidas de
nuestros estudiantes exigen que pongamos nuestro mejor esfuerzo en la
enseñanza. [42]
El élder Maxwell también comentó la importancia de la enseñanza eficaz:
Claro que hay personas que observan sus convenios pero a quienes les falta
carisma al enseñar. Por supuesto que hay algunos cuyas vidas están en orden
pero que no son emotivos como maestros. Sin embargo, el Espíritu bendice los
esfuerzos de todos los que viven dignamente. Avala lo que dicen o hacen. Hay una
autenticidad testimonial que procede de quien guarda los mandamientos que habla
por sí misma. Por lo tanto, prefiero la exactitud doctrinal y la certeza espiritual
(aunque sea con un poco de aburrimiento) al carisma de la inteligencia no anclada.
Sin embargo, parte de lo que puede faltar, a veces, en los maestros decentes es
una refrescante emoción personal acerca del evangelio que pueda ser muy
contagiosa. Ya que solamente podemos expresar la más mínima parte de lo que
sentimos, no debemos permitir que esa “más mínima parte” se haga de menor
tamaño. [43]
El presidente Clark fijó la norma para mejorar las técnicas educativas y para
aumentar la “más mínima parte”: “Pero antes de llevar a la práctica las ideas más
innovadoras en cualquier campo del saber, de la educación, de la actividad o de lo
que sea, los expertos deberían detenerse un momento y considerar que a pesar de
lo atrasados que piensen que estamos y lo atrasados que en verdad podamos
estar en algunas cosas, en otras les llevamos la delantera y por eso esos métodos
nuevos tal vez sean viejos, si es que ya no son del todo obsoletos para
nosotros.” [44]
Él continuó hablando de los métodos de enseñanza: “Ustedes no tienen que
ubicarse detrás de ese joven que tiene experiencia espiritual a fin de susurrarle la
religión al oído; pueden ubicarse delante de él, cara a cara, y hablar con él [...] No
hay necesidad de encaramientos graduales, ni cuentos, ni mimos, ni
apadrinamientos u otro recurso infantil usado en los esfuerzos para hacerse
entender por aquellos que no tienen experiencia espiritual y que están
espiritualmente muertos.” [45]
Por lo tanto, enseñar en el SEI es diferente a enseñar en cualquier otro ambiente
público o privado. Las técnicas que funcionen en otras partes puede que “sean
viejos, si es que ya no son del todo obsoletos para nosotros”. La enseñanza es
diferente porque el tema y los estudiantes son diferentes.
El enseñar trucos, juegos y lo pasajero
El élder McConkie indicó la diferencia entre la enseñanza en el Sistema Educativo
de la Iglesia y otra enseñanza. Después de citar la declaración del presidente Clark
con respecto a los cuentos, los mimos, los apadrinamientos y otros recursos
infantiles, el élder McConkie declaró:
“Me supongo que [la declaración] tiene que ver con los juegos y las fiestas y las
diversiones y los trucos los cuales, en realidad, hermanos, son substitutos muy
pobres a la enseñanza de las doctrinas de salvación a los estudiantes que
tienen.” [46]
En el mismo sentido, el élder Richard G. Scott comentó: “No hay lugar en su
enseñanza para los trucos, las modas pasajeras o los sobornos por medio de
favores o regalos. Tales actividades no producen la motivación duradera para el
desarrollo personal, ni resultado benéfico y duradero alguno. Dicho simplemente,
las verdades que se presentan en un ambiente de amor y confianza verdaderos
son las que reciben el testimonio del Espíritu que las confirma.” [47]
El presidente Benson advirtió: “Ustedes no fueron contratados para entretener a
los estudiantes o para dramatizar indebidamente su mensaje.” [48]
Así que ¿cómo encontramos el equilibrio entre la “refrescante emoción personal”
del élder Maxwell y la declaración del presidente Benson de que “no fueron
contratados para entretener [...] o dramatizar indebidamente”, especialmente en las
frías mañanas del invierno cuando el maestro puede estar más cansado que los
estudiantes?
El presidente Eyring dio una clave para la enseñanza eficaz en el SEI al declarar:
Nuestra meta consiste tanto en que los estudiantes decidan volver a nuestra aula
todos los días como en que perseveren con fe hasta el fin de la vida. Lograr que
regresen parece requerir cierta clase de entretenimiento, y para el largo plazo
parecería que se necesita una medicina más severa. Estas dos metas parecen ser
incompatibles, o al menos muy difíciles de lograr en el mismo salón de clases.
Pero para mí está claro que lo que los estudiantes —aún los más jovencitos—
quieren a corto plazo es también la preparación necesaria para el largo camino
que les espera, no obstante lo angosto o lo neblinoso que pueda ser en algunos
lugares. Lo que todo estudiante quiere ahora es la felicidad. Y lo que el estudiante
querrá para el resto de la vida y la eternidad es la felicidad. [49]
¿Cómo le enseñamos la felicidad a un joven de catorce años de primer año de la
preparatoria? Casi veinte años antes, el presidente Eyring dio otra clave. En un
discurso a los administradores del SEI, declaró:
Hay una fe tremenda en la manera en que están modificando el programa de
estudio. Esa fe consiste en creer que es posible guiar a los jóvenes hacia las
escrituras y que lleguen a amarlas [...] Siento que debe haber una manera [...] para
lograr que ellos usen más las escrituras y menos las otras cosas, y algo en mi
corazón me dice que eso es lo correcto [...] Tengo una corazonada, si ustedes
quieren mi predicción, que de aquí a cuatro o cinco años verán en nuestras clases
a más jóvenes SUD meditando las escrituras, comentándolas unos con otros,
enseñándose mutuamente acerca de ellas, amándolas, creyendo que allí están las
respuestas a las preguntas que tienen en el corazón [...] Para que los jóvenes
hagan eso, se requerirá un milagro. [50]
Más recientemente, el élder Holland ha verificado este enfoque en las escrituras:
“No es de sorprender que a medida que los tiempos se hacen más difíciles y el
camino está más lleno de piedras, los hermanos hayan enfocado nuestro
programa de estudios en las escrituras a todos los niveles, tanto en la Iglesia como
en el SEI. Por favor, sumérjanse ustedes mismos en ellas y sumerjan en ellas a
sus estudiantes. No se vayan por caminos prohibidos para que no se pierdan en
los vapores de obscuridad. ¡Ustedes saben lo que les pasó a esas personas!
Permanezcan con la barra de hierro, la cual es la palabra de Dios. Usen cualquier
técnica de enseñanza que necesiten para ayudarles con sus lecciones, pero
mantengan al mínimo las historias de guerra y las doctrinas extrañas y las
experiencias cercanas a la muerte. Quédense en el corazón de la veta en donde
está el oro.” [51]
El presidente Eyring mismo resumió recientemente el cambio: “Donde hubo una
vez una abundancia de material preparado para retener la vaga atención de los
jóvenes y aún para divertirlos, ahora las palabras de las escrituras están haciendo
la retención.” [52]
Las Autoridades Generales nos han aconsejado cómo enseñar las escrituras para
que se realice este milagro. Se le ha asignado al SEI que enseñe las escrituras
secuencialmente, usando los cursos de estudio aprobados por la Iglesia. El
presidente Benson manifestó su fe en estos materiales: “Recuerden siempre que
no hay un substituto satisfactorio para las escrituras y para las palabras de los
profetas vivientes. Éstas deben ser sus recursos originales. Lean y mediten más lo
que el Señor ha dicho, y menos lo que otros han escrito respecto a lo que ha dicho
el Señor [...] Si se limitan a las doctrinas fundamentales y los principios del
evangelio, adhiriéndose a los libros canónicos, a las palabras de las Autoridades
Generales y a los cursos de estudio delineados por el Sistema Educativo de la
Iglesia, buscando la guía del Espíritu, no tendrán problemas para seguir este
consejo.” [53]
En el mismo sentido el presidente Eyring prometió: “Podemos abrir el poder del
curso de estudio, simplemente actuando con nuestra fe de que es inspirado de
Dios [...] Adherirnos al curso de estudio tanto como a su secuencia no sofocará
nuestros dones de enseñanza, sino que los potenciará.” [54]
¿Qué pasa si las escrituras, los profetas y los cursos de estudio no dicen nada en
cuanto a alguna pregunta que los jóvenes nos puedan hacer? El presidente Eyring
aconsejó:
Al hacerles preguntas a nuestros estudiantes, con seguridad despertaremos
preguntas en sus mentes. Algunas veces nos preguntarán cosas que son nuevas
para nosotros o para las cuales no conocemos las respuestas que han dado los
profetas. En esos momentos haremos bien en recordar cuál es nuestro propósito,
que es permitir que nuestros alumnos sean alimentados al oír la verdad que pueda
ser confirmada por el Espíritu Santo. Donde tengamos duda de poder contestar
con una verdad fundamental y bien establecida en el evangelio de Jesucristo, les
hacemos más bien a nuestros estudiantes si simplemente decimos: “no lo sé” [...]
Podemos mostrarles a los estudiantes nuestra fe de que Dios contesta todas las
preguntas para las que necesitamos una respuesta y nuestra paciencia para seguir
adelante sin respuestas para todas las demás. [55]
El presidente Lee dio un consejo similar: “Hermanos, es más sabio que digan, ‘no
lo sé’ cuando los jóvenes hagan preguntas sobre las cuales el Señor no ha
hablado. Nunca se atrevan a opinar de un asunto sobre el cual el Señor ha
revelado muy poco.” [56]
¿Cómo puede un maestro[a] tener el valor de contestarle “no lo sé” a un estudiante
a quien ama cuando sabe que está luchando con una duda particular? El
presidente Howard W. Hunter advirtió:
Permítanme darles una palabra precautoria. Estoy seguro que reconocen el peligro
potencial de ser tan persuasivo y tan influyente que sus estudiantes desarrollen
una lealtad hacia ustedes y no hacia el evangelio. Ese es un magnífico problema al
cual enfrentarse, y quisiéramos que todos ustedes sean ese tipo de maestro
carismático. Pero existe aquí un peligro genuino. Ése es el por qué deben invitar a
sus alumnos a que se sumerjan ellos mismos en las escrituras y que no solamente
les presenten su interpretación de ellas. Ese es el por qué deben invitar a sus
estudiantes a que sientan el Espíritu del Señor y no darles solamente su
interpretación de lo que es eso. Ese es el por qué, finalmente, deben invitar a sus
estudiantes directamente a Cristo y no solamente a uno que enseñe Sus doctrinas,
aunque lo haga muy hábilmente. Ustedes no siempre estarán disponibles para
estos estudiantes. No pueden llevarlos de la mano después de que hayan
terminado la preparatoria o la universidad. Además, ustedes no necesitan
discípulos personales.
Nuestra gran tarea consiste en darles a estos estudiantes una sólida base lo que
puede ir con ellos por toda la vida, dirigiéndolos hacia El que los ama y los puede
guiar por donde ninguno de nosotros les podrá acompañar. Por favor, asegúrense
de que la lealtad de estos estudiantes sea hacia las escrituras, hacia el Señor y las
doctrinas del la Iglesia restaurada. Por favor, diríjanlos hacia Dios el Padre y Su
Hijo Unigénito, Jesucristo, y hacia los líderes de la Iglesia verdadera. Por favor,
asegúrense que cuando el glamour y el carisma de su personalidad y de sus
clases y el ambiente de sus aulas se acaben no salgan a enfrentar el mundo con
las manos vacías. Denles los dones que los sostendrán cuando tengan que estar
solos. Al hacer ustedes esto, toda la Iglesia será bendecida por generaciones
venideras. [57]
El consejo del presidente Hunter está apoyado por declaraciones semejantes
hechas por el presidente Kimball y el presidente Monson concernientes a no
asumir en las vidas de los estudiantes el papel de padre o del obispo. [58]
¿Qué es lo que los profetas han dicho acerca de las apropiadas relaciones entre
maestro y alumno? ¿Deben hacer algo? Mientras que los profetas les recuerdan
constantemente a los maestros del SEI acerca de su lugar correcto, también
hablan constantemente acerca de tender la mano a los estudiantes. Éste ha sido
un tema constante a lo largo del siglo.
En el año 1958, el élder A. Theodore Tuttle declaró: “Ustedes, hermanos deben
poner el ejemplo de de compasión y honor. Los demás pueden olvidarse de estos
estudiantes, pero ustedes nunca deben olvidarse de ellos [...] ¿Cómo podrían
dormir si no estuvieran al tanto de todos sus estudiantes? Yo sé que es difícil llegar
a todos. Pero podemos mejorar mucho. Eso es lo que les estoy pidiendo hoy.” [59]
El presidente Kimball pidió: “Espero que si alguno de los hijos de Dios están afuera
en la obscuridad espiritual, ustedes se acerquen a ellos con una linterna e iluminen
su camino; que si están afuera en el frío de la desolación espiritual con su frigidez
penetrándoles los huesos, ustedes vengan con su abrigo y también con su capa; y
que cuando ellos necesiten que ustedes caminen a su lado llevándoles de la mano
por un corto trecho, ustedes caminen con ellos kilómetros y kilómetros,
levantándolos, fortaleciéndolos, animándolos e inspirándolos.” [60]
“El Rescate” no fue solamente un bonito tema pionero para el sesquicentenario.
Son numerosos los ejemplos de consejo y directrices para la enseñanza. Es el
tema mencionado con más frecuencia en los discursos dados al SEI; pues se ha
tratado en el 60 por ciento de los discursos. El élder Tuttle tuvo mucha razón
cuando dijo: “Yo creo que, después de todo, los profetas son los mejores maestros
en la Iglesia.” [61]
El Espíritu
Aunque el programa de estudio dirigido por la Iglesia es importante en la ley de
enseñanza, el Señor mismo incluye una cuarta y última fase, la del Espíritu. El
élder Holland, citando Doctrina y Convenios 42:14, declaró: “‘Y se os dará el
Espíritu por la oración de fe, y si no recibís el Espíritu no enseñaréis.’ [...] No es
solamente que no van a enseñar o que no puedan enseñar o que será una
enseñanza de baja calidad. No, es mucho más fuerte que eso ya que es la forma
imperativa del verbo. ‘No enseñaréis’. Cambien la frase a no enseñarás y tienen el
lenguaje del Monte Sinaí. Es un mandamiento. Éstos son los estudiantes del
Señor, no los de ustedes.” [62]
El élder Maxwell observó lo siguiente:
Espero que encuentren nuevas formas de involucrar a la juventud en la lectura
personal de las escrituras. La mejor analogía que viene a la mente es que son
como un cancionero. Hay muchas melodías que necesitan escucharse y cantarse,
y mis favoritas y sus favoritas no son necesariamente las que atraerán o serán de
importancia para los jóvenes. Solamente por medio del contacto personal con las
escrituras pueden ellos encontrar la canción que las escrituras les cantarán hoy en
día a fin de satisfacer sus necesidades. No pueden contar con que el curso de
estudio —cualquier curso de estudio— satisfaga las necesidades personales tan
exacta y diestramente. Ellos tienen que abrir el cancionero y oír la música. Está
allí. Les hablará; les cantará, pero algunas veces tendrá que ser en la privacidad
de su propio estudio. No hay forma de que ustedes y yo podamos prever con
precisión todas esas necesidades. [63]
Los consejos dados por las Autoridades Generales a lo largo de los años con
respecto a enseñar por el Espíritu incluye tanto el aprender como el prepararse por
medio del Espíritu. En al menos doce discursos que tratan este tema, las
Autoridades Generales han enfatizado que toda la enseñanza la hace el Espíritu:
“Por tanto, yo, el Señor, os hago esta pregunta: ¿A qué se os ordenó?
A predicar mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado
para enseñar la verdad” (DyC 50:13–14; énfasis agregado). El Salvador declaró la
misma verdad en la Última Cena: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo [...] él os
enseñará todas las cosas” (Juan 14:26).
Este aspecto de la enseñanza ha recibido un énfasis aumentado desde 1980. A
fines de los años 1970 y principios de los 1980, parece que ha habido un cambio
en la Iglesia y en el SEI, con un mayor énfasis en ser dirigidos por el Espíritu. La
enseñanza cambió al estudio secuencial de las escrituras, se redujeron los
manuales y las ayudas, las lecciones para la reunión del Sacerdocio y la Sociedad
de Socorro se volvieron a escribir y se puso mayor énfasis en la enseñanza de los
padres en el hogar. En otras palabras, a los miembros, a los líderes y a los
maestros se les animó a que aprendieran a seguir en sus vidas los susurros del
Espíritu más en vez de depender de las directivas escritas, los manuales y las
directrices de las oficinas de la Iglesia.
El presidente Eyring ilustró el cambio así: “Van a ver una reducción y aún la
eliminación de las cosas no esenciales y mayor impaciencia con la ineficiencia [...]
La manera en que se está revisando el programa de estudios demuestra una gran
fe. La fe es de que los jóvenes pueden ser guiados hacia las escrituras y llegar a
amarlas.” [64]
Este cambio ya se efectuó, y ha traído con él un mayor énfasis en las escrituras y
en enseñar por medio del Espíritu y menor énfasis en los materiales. La predicción
del presidente Eyring de que habría más jóvenes meditando, hablando, enseñando
y creyendo en las escrituras ya se ha verificado. [65]
¿Qué es lo que las Autoridades Generales han compartido con nosotros respecto
de enseñar con menos ayudas y con más Espíritu? El élder McConkie declaró: “No
me preocupa tanto de qué hablar. Lo que sí me preocupa es poder sintonizarme
con el Espíritu y expresar, de la mejor manera y en el mejor lenguaje que pueda,
los pensamientos que son implantados por el poder del Espíritu. El Señor sabe lo
que necesita oír una congregación, y Él ha preparado el medio para dar esa
revelación a cada predicador y a cada maestro.” [66]
El élder L. Tom Perry aconsejó: “Lo primero y más importante, por supuesto, es
enseñar con el Espíritu. Enseñar con inspiración significa reconocer y aprovechar
cada momento adecuado para la enseñanza que se presente o que se pueda crear
a propósito. Enseñar con el Espíritu permitirá que sus estudiantes sepan del amor
que ustedes les tienen y especialmente del amor y la preocupación de Dios hacia
ellos [...] Sería imposible ponerse enfrente de un grupo ‘encendidos’ con el Espíritu
del Señor y no lograr que las vibraciones de su alma resuenen en los corazones de
sus estudiantes.” [67]
El élder Richard G. Scott declaró:
El mayor impacto de todos es lo que ellos sientan en su presencia en el salón de
clases y en todas partes [...] Es el compromiso de llevar una vida en la que cada
hora se viva de acuerdo con las enseñanzas del Salvador y de sus siervos. Es el
compromiso de esforzarse continuamente por ser más espiritual, más dedicado,
más digno de ser el conducto por medio del cual el Espíritu del Señor pueda tocar
el corazón de aquellos que les han sido confiados para que obtengan un mayor
entendimiento de Sus enseñanzas [...] Las impresiones más duraderas, las
mayores enseñanzas y los efectos más duraderos para bien, serán el resultado de
su capacidad para invitar al Espíritu del Señor a que toque el corazón y la mente
de aquellos a quienes enseñen. [68]
El élder Maxwell dio instrucciones detalladas, inclusive las cosas que se deben y
que no se deben hacer, con respecto a enseñar con el Espíritu. Declaró:
El enseñar no le quita la responsabilidad al maestro de prepararse con oración y
meditación. Enseñar por medio del Espíritu no equivale a “piloto automático” [...]
Buscar al Espíritu tiene mejores resultados cuando le pedimos al Señor que tome
las riendas de una mente ya bien informada, en la cual las cosas se han estudiado.
Además, si nos preocupamos profundamente por aquellos a quienes se enseñará,
es mucho más fácil para el Señor inspirarnos para dar el énfasis y consejo
adecuados para aquellos a quienes enseñamos. Por lo tanto no podemos
separarnos clínicamente cuando enseñamos por el Espíritu. [69]
El presidente Eyring compartió los resultados de la enseñanza por medio del
Espíritu en el Simposio del SEI de 1999:
Yo invitaría con mucho cuidado al Espíritu Santo para que sea mi compañero. Los
estudiantes no verían mucho de lo que haga, puesto que la mayoría sería hecha
en privado. Pero sí notarían el cambio en mí, a medida que el Espíritu suavice mi
carácter. Lo notarían porque ven que soy un poco más paciente, un poco más
interesado en ellos, un poco menos dado a discutir y a menospreciar, un poco más
propenso a sonreír. Notarían que no solamente yo parezco más feliz sino que ellos
también son más felices en nuestro salón de clases [...] Y si deciden emular lo que
vieron que me trajo felicidad, pueden escoger lo bueno porque eso trae la felicidad
y paz de la compaña del Espíritu Santo. Y entonces el Espíritu Santo les enseñará
todo cuanto deban hacer para complacer a Dios y así llevar consigo la felicidad
muchos años después de que hayan salido del salón de clases. [70]
La visión profética del SEI
Los profetas en verdad tienen una visión de lo que el sistema educativo puede
hacer con la juventud de la Iglesia. Un último tema común de los setenta años de
historia de los discursos al SEI es la visión profética para la juventud de los últimos
días y para sus maestros. Casi todos los discursos, desde la época del presidente
Clark hasta el día de hoy, incluyen algún tipo de consejo y bendición para ambos
grupos. Con relación a la juventud el élder Maxwell dijo: “La generación en
crecimiento, ese semillero de Santos sentados frente a ustedes —por ordinarios
que se vean en un día aburrido— han sido preparados especialmente para un gran
servicio en los últimos días de esta dispensación. De forma muy significativa, a
ustedes se les ha confiado el moldear su educación religiosa; lo cual es un gran
elogio para ustedes y una bendición para ellos.” [71]
Con respecto a esos jóvenes “ordinarios” y su futuro, el presidente Eyring profetizó:
“No puedo prometerles que dentro de cincuenta años, a causa de ustedes, uno de
esos jovencitos de sus grupos irá enviado por el Señor a alguna parte a la que sea
difícil ir. Pero esto sí les puedo prometer: en ese día futuro, más de uno de ellos
amará lo que ustedes aman y serán leales a lo que ustedes son leales. Y eso
puede ser el resultado de una sola clase en un solo día, aún un día de febrero.
Ustedes están haciendo más bien de lo que saben. [72]
Las Autoridades Generales han enfatizado constantemente las bendiciones que
disfrutan los maestros del evangelio. El presidente Hunter recalcó: “Con frecuencia
he pensado cuán privilegiados son ustedes, y lo afortunados que se deben sentir,
por estar en una profesión que no solamente les permite sino que literalmente
les obliga a estar inmersos todos los días en las santas escrituras. Hay muchos
miembros de la Iglesia que les envidian ese raro privilegio, y en ciertos días mis
hermanos [de las Autoridades Generales] y yo también les envidiamos.” [73]
El presidente Eyring expresó así su agradecimiento a los maestros:
Al viajar por la Iglesia, y cuando alguno de ustedes me es presentado como
“nuestro maestro de seminario matutino” o como “el maestro de seminario en tal o
cual secundaria”, escucho un tono de gratitud y de admiración que espero que
ustedes puedan oír y recordar. Espero que lo sientan en las obscuras mañanas
cuando bajan de la cama o al fin de un largo día cuando algunos de esos
estudiantes de secundaria quieren quedarse para hacer preguntas acerca de algo
nuevo para ellos o de algo que les preocupa, pero que ustedes han oído más
veces de las que pueden recordar. Me imagino que lo que a ustedes los mantiene
en acción, más que la gratitud y la admiración, es el vislumbrar la diferencia que
puede marcar el que ustedes hagan bien lo que hacen. [74]
El élder Scott expresó su amor así: “Ustedes han dejado de lado el encanto de lo
que buscan tantas personas en el mundo —el éxito material— y se han
concentrado en la buena parte aunque sea la más difícil: el éxito eterno mediante
la aplicación de las verdades eternas. ¡Oh, cuánto les amamos por eso! Me
pregunto si ustedes tendrán siquiera la más remota idea de cuán importantes son
en la edificación de la fe y el testimonio y en apoyarlos a medida que la Iglesia se
expande por todo el mundo.” [75]
La buena enseñanza del evangelio es verdaderamente importante. El programa
del SEI ha sido y es guiado por una visión profética. El presidente Packer, un
testigo y participante en la historia profética del SEI, resumió:
He mencionado las muchas cosas que han mejorado al correr de los años
[...] Existen algunas cosas que no han cambiado. Aun tenemos al recién casado
que junto con su esposa está luchando por terminar sus estudios y salir a buscar
su fortuna. Ese hombre decide que será un maestro —un maestro del evangelio—
y que dedicará su vida a ello. Junto con esa decisión viene de inmediato el hecho
de que todas las otras cosas que pudo haber escogido, por lo tanto, han sido
dejadas de lado, y que debe aceptar las realidades de la vida que ha escogido.
Vive de un ingreso modesto, como la mitad de la clase media económica. Batalla,
tiene hijos —por lo general, demasiado hijos de acuerdo a las normas del mundo—
y enfrenta las realidades de un programa mundial en que es asignado aquí y allá y
por todas partes [...] Bueno, a pesar de todas esas realidades y desafíos y los
presupuestos modestos y los problemas —todas las dificultades que existen
— ustedes están asociados y unidos a la cosa más grandiosa en esta tierra, la
cosa más importante que jamás ha existido sobre la faz de la tierra.
Ustedes cuentan con la confianza total de las Autoridades Generales. Otra vez les
digo que no hay mayor evidencia de la preparación profética de este pueblo que el
inicio del programa de educación religiosa, porque cuando se instaló era bueno
pero no muy necesario. Ha tenido tiempo de florecer y ahora ayuda a proteger a
nuestra juventud de todo lo que enfrentamos [...] Sean pacientes con todas las
realidades que enfrentan, todas las dificultades y los desafíos. Hermanos, sean
comprensivos, ayuden a sus queridas esposas y compañeras, las madres de sus
hijos. Hermanas, sean pacientes con estos hermanos. Ellos han escogido la buena
parte. Anímenlos y apóyenlos. Ellos son parte de la cosa más importante que
sucede en el mundo hoy en día. [76]
Notas
---
[1] Este relato fue compartido por Scott C. Esplin
[2] J. Reuben Clark hijo, “El curso trazado por la Iglesia en la educación,” páginas
3, 4. Publicado en Charge to Religious Educators, 3ª edición (Salt Lake City: The
Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1994), página 4.
[3] Boyd K. Packer, “The Mantle is Far, Far Greater Than the Intellect” [El manto es
mucho más importante que el intelecto], en Charge to Religious Educators, 3ª
edición, página 64; énfasis agregado.
[4] Boyd K. Packer, “The Ideal Teacher” [El maestro ideal], en Charge to Religious
Educators, 3ª edición, página 18.
[5] Boyd K. Packer, “Teach the Scriptures” [Enseñad las escrituras], en Charge to
Religious Educators, 3ª edición, página 88.
[6] Boyd K. Packer, “Teach the Scriptures”, página 88.
[7] Ezra Taft Benson, en Conference Report, abril de 1987, página 106.
[8] Henry B. Eyring, “The Lord Will Multiply the Harvest”, discurso al SEI (Salt Lake
City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1998), pp. 1-2. Todas las
referencias que se citen como “discurso al SEI” tuvieron distribuición limitada a los
maestros y líderes del SEI.
[9] Boyd K. Packer, “Seek Learning Even by Study and Also by Faith”, publicado
en That All May Be Edified (Salt Lake City: Bookcraft, 1982), página 44.
[10] Henry B. Eyring, “‘And Thus We See’: Helping a Student in a Moment of
Doubt” [Y así vemos: Ayudar al estudiante en un momento de duda] en Charge to
Religious Educators, 3ª edición, página 107.
[11] Marion G. Romney, “The Chartered Course Reaffirmed” [Se reafirma el curso
trazado], discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day
Saints, 1980), página 1.
[12] Henry B. Eyring, “And Thus We See”, pág. 107.
[13] Marion G. Romney, “The Chartered Course Reaffirmed”, página 1.
[14] Mark E. Petersen, “Avoiding Sectarianism” [Evitar el sectarismo], en Charge to
Religious Educators, 2ª edición (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of
Latter-day Saints, 1982), página 118; énfasis agregado.
[15] J. Reuben Clark, “El curso trazado”, páginas 6, 7; énfasis agregado.
[16] J. Reuben Clark, “El curso trazado”, página 11; énfasis agregado.
[17] Bruce R. McConkie, “The Foolishness of Teaching” [La Locura de la
Enseñanza], discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-
day Saints, 1981), página 13.
[18] Jeffrey R. Holland, “Our Consuming Mission” [Nuestra misión acuciante],
discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints,
1999), página 6.
[19] Mark E. Petersen “Avoiding Sectarianism”, página 118.
[20] Harold B. Lee, “Loyalty” [La lealtad], en Charge to Religious Educators, 2ª
edición, pagina 64.
[21] Boyd K. Packer, “The Mantle is Far, Far Greater Than the Intellect”, página 65.
[22] “Basic Doctrine”, en Charge to Religious Educators, 3ª edición, página 85.
[23] Mark E. Petersen, “Avoiding Sectarianism”, página 118.
[24] Bruce R. McConkie, “The Foolishness of Teaching”, página 6.
[25] Spencer W. Kimball, “The Ordinances of the Gospel” [Las ordenanzas del
evangelio], discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-
day Saints, 1962), página 24.
[26] James E. Faust, “A Legacy of the New Testament” [Un legado del Nuevo
Testamento], discurso al SEI. (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-
day Saints, 1988), página 2.
[27] Jeffrey R. Holland, “Our Consuming Mission”, página 3.
[28] J. Reuben Clark, “El curso trazado”, página 12.
[29] Henry B. Eyring, “We Must Raise our Sights” [Debemos elevar nuestra mira],
Conferencia del SEI, del 14 de agosto de 2001, página 3.
[30] Neal A. Maxwell, “Glorify Christ” [Glorifiquen a Cristo], discurso dado al SEI en
“Una tarde con una Autoridad General” el 2 de febrero de 2001, página 1.
[31] Marion G. Romney, discurso sin título dado en la convención de coordinadores
del SEI el 13 de abril de 1973, página 8.
[32] Marion G. Romney, “The Value of a Well-Informed Faith” [El valor de una fe
bien informada], discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of
Latter-day Saints, 1975), página 10.
[33] J. Reuben Clark, “El curso trazado”, página 7.
[34] Boyd K. Packer, “To Those Who Teach in Troubled Times” [Para aquellos que
enseñan en tiempos peligrosos], en Charge to Religious Educators, 3ª edición,
páginas 100-101.
[35] Boyd K. Packer, “To Those Who Teach”, páginas 101-102.
[36] Spencer W. Kimball, “Man of Example” [Un hombre ejemplar], en Charge to
Religious Educators, 3ª. edición, páginas 25-27.
[37] Ezra Taft Benson, “The Gospel Teacher and His Message”, [El maestro del
evangelio y su mensaje], en Charge to Religious Educators, 3ª. edición, páginas
11, 15.
[38] Neal A. Maxwell, “But A Few Days” [No más que unos cuantos días], discurso
dado al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1983),
página 2.
[39] José Smith, History of the Church of Jesus Crhist of Latter-day Saints, [La
Historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días], editada por
B.H. Roberts (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints,
1932-1951), pág. 64; énfasis agregado.
[40] Noah Webster, An American Dictionary of the English Language (New York: S.
Converse, 1828). S.v. “article”; énfasis agregado.
[41] Mark E. Petersen, “Avoiding Sectarianism”, página 118.
[42] Jeffrrey R. Holland, “Teaching Skills” [Las habilidades de enseñanza], discurso
dado al SEI (The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1992), páginas 1-2;
énfasis agregado.
[43] Neal A Maxwell, “Teaching by the Spirit—The Language of Inspiration”
[Enseñar por el Espíritu—El lenguaje de la inspiración], en Charge to Religious
Educators, 3ª edición, página 61.
[44] J. Reuben Clark, “El curso trazado”, página 9.
[45] J. Reuben Clark, “El curso trazado”, página 10.
[46] Bruce R, McConkie, “The Foolishness of Teaching”, página 10.
[47] Richard G. Scott, “Helping Others to Be Spiritually Led” [Ayudar a los demás a
ser guiados espiritualmente], discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus
Christ of Latter-day Saints, 1998), página 3.
[48] Ezra Taft Benson, “The Gospel Teacher and His Message”, página 14.
[49] Henry B. Eyring, “Teaching the Old Testament” [Enseñar el Antiguo
Testamento], discurso al SEI, (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-
day Saints, 1999), página 1.
[50] Henry B. Eyring, “A Miracle Required” [Se requiere un milagro], discurso a los
administradores del SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day
Saints, 1981), páginas 12-13.
[51] Jeffrey R. Holland, “Therefore, What?” [Por tanto, ¿qué?], Conferencia del SEI,
8 de agosto de 2000, página 2.
[52] Henry B. Eyring, “We Must Raise our Sights”, página 1.
[53] Ezra Taft Benson, “The Gospel Teacher and His Message”, página 13.
[54] Henry B. Eyring, “The Lord Will Multiply the Harvest”, página 4.
[55] Henry B. Eyring, “The Lord Will Multiply the Harvest”, página 6.
[56] Harold B. Lee, “The Mission of Church Schools” [La misión de las escuelas de
la Iglesia], discurso al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day
Saints, 1953), página 5.
[57] Howard W. Hunter, “Eternal Investments” [Inversiones eternas], discurso al
SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1989), página
2.
[58] Véase Spencer W. Kimball, “The Ordinances of the Gospel”, página 6; Thomas
S. Monson, “True Shepherds after the Way of the Lord” [Pastores verdaderos a la
manera del Señor], en Charge to Religious Educators, 2ª edición, página 78.
[59] A. Theodore Tuttle, “Men with a Message” [Hombres con un mensaje],
discurso dado al SEI (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day
Saints, 1958), páginas 83-84; énfasis agregado.
[60] Spencer W. Kimball, “What I Hope You Will Teach My Grandchildren” [Lo que
espero que ustedes les enseñen a mis nietos], discurso dado al SEI (Salt Lake
City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1966), página 11.
[61] A. Theodore Tuttle, “Teaching the Word to the Rising Generation” [Enseñar la
palabra a la generación en crecimiento], en Charge to Religious Educators, 2ª
edición, página 130.
[62] Jeffrey R. Holland, “Therefore, What?”, página 7.
[63] Neal A. Maxwell, “The Gospel Gives Answers to Life’s Problems”, [El evangelio
da respuestas a los problemas de la vida], en Charge to Religious Educators, 2ª
edición, página 93.
[64] Henry B. Eyring, “A Miracle Required”, páginas 7, 12.
[65] Henry B. Eyring, “A Miracle Required”, página 13.
[66] Bruce R. McConkie, “The Foolishness of Teaching”, página 8.
[67] L. Tom Perry, “If Ye Receive Not the Spirit Ye Shall Not Teach”, [Y si no recibís
el Espíritu, no enseñaréis], en Book of Mormon Symposium Speeches (Salt Lake
City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1986), página 34.
[68] Richard G. Scott, “Four Fundamentals for Those Who Teach and Inspire
Youth” [Cuatro cosas esenciales para aquellos que enseñan e inspiran a la
juventud], en Old Testamemt Symposium Speeches (Salt Lake City: The Church of
Jesus Christ of Latter-day Saints, 1987), páginas 1, 2.
[69] Neal A. Maxwell, “Teaching by the Spirit—The Language of Inspiration”,
páginas 58. 59.
[70] Henry B. Eyring, “Teaching the Old Testament”, página 6.
[71] Neal A. Maxwell, “Those Seedling Saints Who Sit Before You” [El semillero de
Santos sentados frente a ustedes], en Charge to Religious Educators, 3ª. edición,
página 31.
[72] Henry B. Eyring, “Love and Loyalty” [Amor y lealtad], introducción al discurso
de Jeffrey R. Holland, “Our Consuming Mission” (Salt Lake City: The Church of
Jesus Christ of Latter-day Saints, 1999).
[73] Howard W. Hunter, “Eternal Investments”, página 1; énfasis en el original.
[74] Henry B. Eyring, “And Thus We See”, página 104.
[75] Richard G. Scott, transcripción de un discurso sin título mostrado en video al
SEI el 4 de febrero de 1994.
[76] Boyd K. Packer, “Teach the Scriptures”, páginas 91–92; énfasis agregado.
Cómo hacer preguntas que inviten la revelación
Alan R. Maynes
“Cómo hacer preguntas y contestar esas preguntas es el centro de todo el
aprendizaje y de toda la enseñanza.” [1] Cuando los maestros del evangelio crean
en las mentes y en los corazones de sus alumnos el deseo de aprender, la
revelación viene más fácilmente. Esto es verdad especialmente cuando los
alumnos inquisitivos son guiados a descubrir por sí mismos los principios del
evangelio que tengan el poder de cambiar sus vidas.
Jesús, el Gran Maestro
Como el modelo supremo de la enseñanza magistral, Jesús hizo grandes
preguntas que estimularon las almas de los hombres. Sus preguntas causaron que
pensaran quienes escuchaban y crearon en ellos el deseo de aprender la verdad.
Los cuatro Evangelios contienen más de 125 preguntas diferentes que Jesús usó
para enseñar, elevar e inspirar. Sus preguntas hicieron que las verdades del
evangelio penetraran hasta el corazón y la mente de quienes lo escuchaban. Al
leer los siguientes ejemplos, medite en lo grandioso, pero simple a la vez, de cada
pregunta. Fíjese en la forma en que invitan a la revelación de parte de quienes
aprenden.
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal perdiere su sabor, ¿con qué será
salada? “ (Mateo 5:13).
“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?” (Mateo 5:46).
“¿Qué te parece, Simón?” (Mateo 17:25).
“¿Crees tú en el Hijo de Dios?” (Juan 9:35).
“¿Me amas más que éstos?” (Juan 21:15).
Las preguntas de Jesús no están limitadas a Su ministerio mortal, sino que
comprenden Sus enseñanzas durante su vida premortal y mortal así como
después de Su muerte. Al ver las preguntas que Jesús presenta, nos hace pensar:
“¿Por qué hace preguntas el Señor si Él conoce todos nuestros pensamientos?” La
respuesta es porque éste es uno de los métodos más eficaces de ayudar a la
gente a que piense, medite y crea. El élder Henry B. Eyring dijo, “Algunas
preguntas invitan a la inspiración. Los buenos maestros las hacen.” [2]
Este artículo explorará el valor de hacer preguntas que inviten a la revelación,
presentará algunas ideas para desarrollar el talento de hacer tal tipo de preguntas
y finalmente sugerirá algunos métodos para su implementación en el salón de
clases.
El valor de hacer preguntas
Aumentan el deseo de aprender de los estudiantes. Las preguntas pueden
lograr muchas cosas diferentes en los estudiantes. En primer lugar, pueden
aumentar en los estudiantes el deseo de aprender. Cuando el estudiante desea
aprender, la mayoría de los problemas de conducta desaparecerán. Aunque
muchos estudiantes vienen con el deseo de aprender, otros necesitan que se les
ayude a aumentar ese deseo. Con frecuencia, pasan por la rutina del aprendizaje,
pero su mente está en otra parte. Las preguntas pueden hacer que los estudiantes
se involucren en el proceso del aprendizaje porque los animan a pensar. Y, según
enseñó el élder Robert D. Hales, “Debemos hacer que nuestros estudiantes
piensen.” [3] Cuando un estudiante medita en la doctrina, suceden cosas
emocionantes. Esta emoción es contagiosa y afecta todo lo que sucede en el salón
de clases.
Aumentan la participación de los estudiantes. “El hacer buenas preguntas y
dirigir los comentarios con eficacia son maneras primarias de promover… la
participación.” [4] Al aumentar el nivel de interés y explorarse las respuestas, los
estudiantes se dan cuenta de que no solo están aprendiendo sino también
disfrutando. Esta participación se logra cuando el maestro se enfoca en los
estudiantes. [5] Para que el evangelio se profundice en los corazones y en las
mentes de los estudiantes, éstos deben estar muy interesados en descubrir las
verdades eternas. Las preguntas que los hacen reflexionar ayudan a lograr ese
nivel más profundo de participación.
Miden el entendimiento de los estudiantes. Hacer buenas preguntas le permite
al maestro medir el entendimiento de los estudiantes. Cuando los estudiantes
responden, el maestro puede evaluar lo que el grupo entiende y lo que no. “Usted
obtiene esta medida de sus estudiantes al escuchar las respuestas que dan a sus
preguntas.” [6] Un maestro puede enseñar por arriba o por abajo del nivel del
conocimiento de los estudiantes, lo cual, en cualquier caso, causa el aburrimiento.
La respuesta de los alumnos le permite al maestro hacer un uso óptimo del tiempo
asignado al cubrir claramente los puntos que no han sido entendidos. Esto también
hace que los estudiantes entiendan los principios que se están enseñando.
Cuando los estudiantes se validan unos a otros las verdades del evangelio que se
están tratando, se aplica la ley de los testigos.
Invitan la inspiración a la vida de los estudiantes. El élder Gene R. Cook
enseñó: “La cosa más importante que un maestro hace es crear un ambiente en el
cual la gente pueda tener una experiencia espiritual.” [7] Las preguntas son
esenciales para crear el ambiente necesario en el salón de clases ya que preparan
los corazones y las mentes de los estudiantes. Al participar, los estudiantes
autorizan, y por lo tanto hacen posible, que el Espíritu Santo les enseñe
personalmente. [8] Esto sucede porque los estudiantes ejercen el libre albedrío, y
al buscar conocimiento por la fe, se pueden descubrir e interiorizar las verdades
eternas.
Las preguntas pueden ayudar a crear el ambiente para que el Espíritu venga y
testifique de la verdad. Cuando se invita al Espíritu Santo de esta manera, les
enseña a los estudiantes de forma personal e individual. Por eso, no es de
sorprender que el Gran Maestro, Jesucristo, usara las preguntas tan extensamente
para instruir y salvar las almas de los hombres.
Desarrollar el talento para hacer buenas preguntas
El arte de enseñar. Algunos de los talentos para la enseñanza vienen como un
don, y algunas técnicas se adquieren mediante la instrucción y la práctica. El uso
apropiado de preguntas es el centro de la enseñanza eficaz. Para un maestro del
evangelio, vale la pena todo el esfuerzo hecho para desarrollar dicha técnica y
pulirla hasta la perfección. Para desarrollar esa técnica es necesario hacer las
preguntas correctas no sólo durante la presentación de la lección, sino también
durante la preparación de ella.
Las preguntas de la preparación del maestro. Este proceso comienza con las
preguntas que el maestro se hace durante la preparación de la lección, tales como
“¿Cuál fue la intención del autor?” “¿Cuáles son las doctrinas o principios más
esenciales?” “¿Qué es lo que quiero que mis estudiantes aprendan de este bloque
de escritura?” “¿Cuáles son los principios que convierten, que redimen o que
cambian la vida?” El hacer las preguntas adecuadas durante la preparación invita
la revelación por varias razones. Primero, los maestros serán guiados por el
Espíritu Santo al buscar humildemente las respuestas. Segundo, según lo enseñó
el élder Eyring: “Si enseñan principios doctrinales, vendrá el Espíritu Santo.” [9]
Durante años las Autoridades Generales nos han dicho que enseñemos la doctrina
de la Iglesia, que enseñemos las cosas que enseñan los profetas y los
apóstoles. [10] Nos han dicho que seamos “cautos y moderados y totalmente
ortodoxos en todos los asuntos de doctrina de la Iglesia”, [11] que enseñemos
“verdad[es] de importancia eterna” [12] y que evitemos “la espuma frita” [13] o la
minucia y las cosas insignificantes.” [14] El Presidente Boyd K. Packer enseñó: “La
doctrina verdadera, cuando se entiende, cambia la actitud y la conducta.” [15] Si
los maestros buscan lo que no es esencial, los hechos insignificantes, o los
“Twinkies teológicos”, [16] eso es lo que encontrarán. Sin embargo, cuando los
maestros les ofrecen a “los estudiantes el beneficio de un panorama más
amplio” [17]—buscar la intención del escritor inspirado, los principios aplicables a
los estudiantes que cambian la vida y que convierten— el Espíritu Santo los
acompañará en su estudio. Por lo tanto, los maestros del evangelio deben
“quedarse en el centro de la mina donde está el oro verdadero.” [18] Entonces el
poder del Espíritu prometido a los maestros del evangelio puede destilar sobre
ellos como un don del cielo. Esta dote del Espíritu llega porque “la labor del
Espíritu Santo es testificar de las verdades de importancia eterna.” [19]
El ser guiado por el Espíritu al decidir qué enseñar es el punto de partida para que
el maestro empiece a desarrollar la habilidad de hacer buenas preguntas. Buscar
lo importante, las doctrinas y los principios esenciales, acercará al maestro a Dios.
Durante su ministerio terrenal, Jesús enfocó Sus enseñanzas en los principios
básicos del evangelio, y las Autoridades Generales siguen ese ejemplo. Los
maestros del evangelio deben hacer lo mismo. Cuando el maestro se enfoca en los
principios y las doctrinas esenciales, con los estudiantes en mente, se invita al
Espíritu Santo al proceso de preparación.
Preguntas de búsqueda. El Señor ha dado el mandamiento de escudriñar las
escrituras (véase DyC 1:37; Juan 5:39; 3 Nefi 23:1; Josué 1:8). Aquellos que son
guiados por el Espíritu a descubrir las verdades en las escrituras se emocionan al
hacerlo. Si un maestro puede crear en el salón de clases esa misma experiencia
para sus estudiantes, entonces el aprendizaje se multiplica muchas veces. Lo que
los estudiantes descubren por ellos mismos cambia sus vidas y les es más útil de
lo que les digan otras personas. Una de las maneras más fáciles de dar dicha
experiencia a los estudiantes es lograr que ellos busquen respuestas en las
escrituras.
Hay muchas maneras de hacer que los estudiantes investiguen. Invíteles a que
busquen palabras, frases, listas, significados, información adicional, entendimiento,
principios y doctrinas. Evite las respuestas de sí o no, así como las respuestas
obvias. El aprender qué deben buscar los estudiantes y cómo invitarlos a que
busquen son técnicas que merecen especial atención. Buscar lo trivial o la
información que no requiere pensar no estimulará la mente. Habrá ocasiones en
las que el maestro les pida a los estudiantes que busquen hechos sencillos, pero
hacer que busquen los principios de verdad, tanto para entenderlos como para
aplicarlos, es mucho más estimulante. La invitación a la búsqueda funciona mejor
si se da primero, antes de que se lean las escrituras. [20] Los estudiantes sacarán
más de la lectura porque buscan algo y tienen preguntas en la mente: ¿Dónde
está? ¿Qué es? ¿Qué significa? Algunas palabras que funcionan bien son:
“busquen”, “investiguen”, “encuentren”, “subrayen”, “marquen”, e “identifiquen”.
Mientras más clara sea la invitación a buscar, más eficaz es la actividad de
búsqueda. Si hay varios temas que buscar, es útil que se anoten en la pizarra.
Consideren los siguientes ejemplos: “Busquen lo que no es usual acerca del
sistema monetario en Alma 10–12" o “Identifiquen cómo es que Amulek pudo
discernir los pensamientos de Zeezrom en Alma 12:7”. Es bueno conocer esta
información pero no cambia las vidas. Un enfoque para fomentar participación más
significativa sería: “Alumnos, busquen en Alma 10:31 para ver quién fue el primero
en acusar a Amulek. Después, busquen en Alma 15:12 y vean quién se bautizó.
Ahora veamos lo que Alma y Amulek enseñaron y que cambió a Zeezrom. Usando
los siguientes versículos, Alma 12:25, 26, 30, 32, y 33, busquen lo que se le
enseñó a Zeezrom y que cambió su vida”. Una vez que los estudiantes encuentren
la frase “el plan de redención”, hágales que busquen lo que podemos aprender
acerca del plan de redención en las enseñanzas de Alma y Amulek. Este segundo
ejemplo es más atractivo porque se enfoca en aquello que cambia las vidas y que
convierte. Al buscar de esta forma, los estudiantes pueden explorar y descubrir los
principios de importancia eterna que pueden aplicar a sus propias vidas.
Preguntas analíticas. Jesús conoce los pensamientos y las intenciones de
nuestros corazones, pero los maestros muy raramente pueden discernir los
pensamientos de sus estudiantes. Cuando un alumno responde a una pregunta, el
maestro puede ver un poco mejor qué creen, entienden y sienten los estudiantes.
Los padres, los maestros y los líderes dicen con frecuencia que la juventud sabe
las cosas, pues se le ha enseñado. Me he sorprendido cuando al correr de los
años me doy cuenta que mis propios hijos no entendieron algo tan completa y
profundamente como yo lo hubiera esperado. La comunicación bidireccional es
una de las mejores maneras de medir la comprensión de los estudiantes. Esto se
logra en el salón de clases haciendo preguntas sencillas que animen a los
estudiantes y les permitan participar. Las siguientes frases pueden ayudar al
maestro al escribir las preguntas analíticas:
¿Qué encontraron…?¿Qué significa…?
¿Por qué es que…?¿Por qué creen ustedes que…?
¿Cuál es su opinión de…?¿Qué evidencia…?
¿Qué piensan de…?¿Cuáles son algunas formas…?
¿Cómo es que…?¿Qué diferencias…?
Estas preguntas son necesarias para lograr que todos entiendan. Veamos otra vez
Alma 11 y 12. Después de que los estudiantes hayan buscado algunos versículos
acerca de las enseñanzas de Alma y Amulek referentes al plan de redención, un
maestro podría preguntar: ¿Qué es lo que encontraron? ¿Qué creen que significa
eso? Si las ideas de los estudiantes se escriben en la pizarra, el maestro puede
preguntar: ¿Cuál de las verdades eternas que están escritas en la pizarra creen
ustedes que más le afectó a Zeezrom? ¿Por qué? Otras preguntas podrían ser:
¿Por qué creen ustedes que Alma usó la palabra redención para describir el plan?
¿Cómo es que entender el plan de redención hace que uno cambie? Estas
preguntas le permiten al maestro ver el nivel de entendimiento de los estudiantes.
Les ayudan a los estudiantes a meditar en la importancia de lo que están
estudiando. Los estudiantes pueden interiorizar las ideas si estas se analizan y
comentan ampliamente. Las preguntas también les dan a los estudiantes la
oportunidad de compartir y enseñar. [21] El hacer este tipo de preguntas requiere
que el maestro esté dispuesto a usar el tiempo necesario para que todos
entiendan.
Preguntas de aplicación. Este tipo de preguntas o invitaciones se hacen para
ayudar a los estudiantes a que apliquen en sus propias vidas los principios y las
doctrinas. En muchas clases, esta invitación no es necesaria debido a que los
estudiantes están tan interesados y su entendimiento es tan completo que la
aplicación es espontánea. Si por alguna razón eso no acontece, una simple
pregunta sería suficiente. Las preguntas que empiecen con las siguientes frases
abrirán las compuertas:
¿Qué han aprendido…?¿Qué diferencia haría si…?
¿Cuándo sintieron ustedes que…?¿Qué creen/piensan que Dios desea…?
Compartan una experiencia...¿Qué es lo que Dios espera o desea…?
Las preguntas de aplicación les dan a los estudiantes la oportunidad de explicar lo
que ellos han aprendido y lo que sienten que Dios desea que hagan. Les ayudan a
tender un puente sobre el abismo entre el relato de las escrituras y sus vidas hoy
en día. Estas preguntas ayudan a los estudiantes a encontrar en las escrituras las
respuestas a sus problemas. También les permiten compartir sus sentimientos
sinceros, lo que impacta grandemente a sus compañeros.
Consideren Alma 11–12 otra vez. Pregunten a sus estudiantes, “¿Qué han
aprendido hoy que les ayudaría a acercarse más al Salvador?” Esta pregunta
personaliza la lección. Hace que los estudiantes piensen y hagan un pequeño
inventario de su posición personal delante de Dios. Otras preguntas podrían ser:
“¿Cuándo sintieron ustedes que el plan de redención efectuó un cambio en su
propia vida?” ¿Qué piensa que Dios quiere que usted haga para aprovechar al
máximo el plan de redención?” Pídales a los estudiantes que mediten la pregunta o
incluso que escriban su respuesta antes de contestar. Podría invitar a algunos a
que la compartan. El proceso de hacer una pregunta que haga que ellos apliquen
el principio hace que las verdades eternas penetren profundamente en el corazón
y en la mente de cada estudiante.
El sendero del estudiante hacia el descubrimiento. Cuando los estudiantes
aceptan la invitación de pensar y aprender, descubren y abren la bóveda del
conocimiento divino. Se invita la revelación para que venga al corazón y a la
mente. Esto le puede suceder al maestro durante la preparación, y a los
estudiantes y al maestro durante el transcurso de la lección. Este tipo de
enseñanza es muy gozosa y emocionante para el maestro. Los estudiantes tienen
una experiencia edificante porque los mantiene ocupados y dirigidos por el
Espíritu. Suena muy simple y sencillo, y en varias maneras lo es. Pero también
puede resultar difícil y desafiante. ¡Requiere trabajo, esfuerzo y mucha práctica! El
aspecto más importante al usar las preguntas para enseñar, es que los estudiantes
aprendan a descubrir por sí mismos las verdades del evangelio. A fin de enseñar
de esta forma, el maestro necesita ser guiado por el Espíritu. El Espíritu dirige
el qué: los principios y los versículos que se deben buscar. El Espíritu también
dirige el cómo: las preguntas por hacer, cuándo hacerlas, a quiénes hacerlas, y
cómo se debe pedir a los estudiantes que contesten.
Por lo tanto, se usan cuatro tipos de preguntas: (1) Preguntas de preparación, (2)
preguntas de búsqueda que inviten a los estudiantes a buscar información, (3)
preguntas analíticas que hagan que los estudiantes piensen y evalúen, y (4)
preguntas de aplicación que permitan que los estudiantes apliquen las escrituras a
sí mismos. Estos cuatro tipos de preguntas tienen una secuencia lógica que lleva
al descubrimiento.
Algunos temen que esta lógica y orden en la enseñanza sea limitante y le falte
variedad. Muchos maestros me han reportado que es incómodo al principio. Pero,
después de algo de práctica, esos mismos maestros reportan que es liberador e
inspirador. Ya no se hacen la pregunta “¿Qué es lo que voy a hacer mañana?” En
vez de eso, el maestro busca las lecturas asignadas, y con oración selecciona lo
que piensa que será de mayor beneficio para los estudiantes. El maestro prepara
las preguntas que harán que los estudiantes busquen la información, la analicen y
que la apliquen. Hay muchas cosas más que el maestro del evangelio hará y usará
en el salón de clases, tales como, ayudas visuales, relatos, representar a
personajes, disertaciones, y cosas así. Sin embargo, estas preguntas
fundamentales proporcionan un buen marco para una lección atractiva.
He visitado cientos de salones de clases, y el efecto de las preguntas poderosas
es increíble. Es casi indescriptible lo que es sentarse en un salón de clases en el
que los estudiantes están deseosos, entusiasmados, atraídos y en el cual están
participando, descubriendo, compartiendo, enseñando y aún testificando. Los
pensamientos que vienen a mi mente son: “¡Ojalá mis hijos pudieran estar en esta
clase!” “Quisiera que todos los jóvenes pudieran tener esta experiencia”. “Todas
las clases de seminario o instituto deberían ser como ésta”. El talento para hacer
preguntas vale todo el esfuerzo para desarrollarlo a fin de que se invite a la
revelación a que venga al salón de clases y a la mente y al corazón de cada
maestro y estudiante.
Implementación
Debido a que como maestros enseñamos muy a menudo, puede parecer que
cuando estamos al frente de una clase nos ponemos en piloto automático. Los
maestros practican varias veces al día, todos los días. Se hacen muy evidentes las
habilidades, las fortalezas y los talentos que han desarrollado a lo largo de los
años, pero sus debilidades también se pueden observar muy fácilmente. Por lo
tanto, requiere mucho esfuerzo, junto con un plan de acción, el cambiar y mejorar.
Estos cambios deben mantenerse durante un período de tiempo lo suficientemente
largo para que los hábitos y las prácticas anteriores sean reemplazados. Con
frecuencia es incómodo el poner a prueba una nueva idea. Muchos se dan por
vencidos, diciendo, “Esto no va con mi personalidad” o “eso no funcionó conmigo”.
El entender y apreciar el poder que los hábitos tienen en nuestra vida le puede dar
al maestro la fortaleza para decidirse a mejorar, crecer y desarrollarse mediante la
adquisición de nuevas técnicas para enseñar.
Cómo mejorar. Mientras más camine una persona por un sendero, más firme se
hace el sendero. Una clave para cambiar nuestro estilo para enseñar es el
preparar un plan de la lección que tenga preguntas eficaces. Si un maestro no
puede escribir una buena pregunta en la quietud de su oficina, hay muy poca
posibilidad de que surja una buena pregunta cuando esté frente a la clase. El
proceso de pensar y escribir facilita el mejoramiento y el cambio. Tres preguntas
bien escritas para cada lección pueden hacer maravillas. De hecho, el proceso de
escribir buenas preguntas puede afectar la lógica y el pensamiento del maestro de
forma tan profunda que empezarán a mejorar todas las preguntas que haga.
Cómo enseñar con preguntas. El maestro no se pone de pie y empieza a hacer
una pregunta tras otra; ésta es una experiencia de buscar, comentar, descubrir,
compartir y enseñar. Es muy edificante. El maestro necesita decidir cosas como:
¿Comentamos esto como clase, en grupos, por parejas o solos? ¿Les digo el
relato o el antecedente, o hago que los estudiantes lo digan o lo descubrimos
juntos?
Todos sabemos que los amigos y compañeros tienen un efecto poderoso en las
vidas de los estudiantes. Debido a este alto nivel de influencia de los compañeros,
cuando los estudiantes comparten las respuestas a las preguntas y se enseñan el
uno al otro, es especialmente eficaz. Una de las mejores maneras de hacer que los
estudiantes compartan y se enseñen el uno al otro es hacer preguntas y lograr que
los estudiantes las contesten para toda la clase, a un grupo o a un compañero. Por
ejemplo, las respuestas a las preguntas “¿Qué parte del plan piensan ustedes que
afectó más a Zeezrom? y ¿Por qué?” podrían comentarse y compartirse con toda
la clase, en grupos o por parejas. La pregunta también podría hacerse de esta
manera: “¿Qué parte del plan piensan ustedes que la juventud de la Iglesia
necesita entender hoy?” Al compartir las respuestas, los estudiantes se están
influenciando el uno al otro; se están enseñando unos a otros. El Presidente
Packer enseñó que: “un testimonio se debe encontrar al expresarlo.” [22] Debido a
la participación de los estudiantes, el Espíritu puede testificarle a la persona que lo
que él o ella está diciendo es verdad. También le puede testificar a su compañero,
a su grupo o a toda la clase. Esto causa que los estudiantes sientan más
profundamente lo que han aprendido y lleguen a creerlo. Ellos saben que saben y
sienten que saben. Por lo tanto, llegan a comprender que tienen un testimonio y
que su testimonio es bueno.
Conclusión
El aumentar la participación de los estudiantes tiene unos cuantos desafíos. La
manera en que se reciban los comentarios de los estudiantes afecta el éxito de
cada pregunta que se haga. Un maestro necesita tener gran respeto por los
estudiantes. Los estudiantes necesitan sentir que sus comentarios son bien
recibidos y apreciados. De igual forma, el maestro no puede aceptar todas las
opiniones como verdad, sino que debe guiar a la clase a las conclusiones
apropiadas. Se necesita algo de práctica y especialmente amor por los estudiantes
para recibir cortésmente sus respuestas y mantener la pureza doctrinal. Cuando el
Espíritu está presente y se exploran buenas preguntas, creará y fomentará la
expresión de los pensamientos, las ideas y las preguntas adicionales de los
estudiantes. El maestro no debe ser demasiado rígido, sino que debe estar abierto
a la guía del Espíritu a fin de que Éste dirija la enseñanza y el aprendizaje.
Consideren lo que dijo el élder Cecil O. Samuelson: “Me asombro cada vez que
pienso en la forma tan maravillosa en la que el Profeta José Smith usó las
preguntas apropiadas no solamente para aumentar su conocimiento sino también
para aumentar su fe... La pregunta no es si debemos hacer preguntas, sino más
bien, ¿Cuáles son las preguntas que debemos hacer? Mi experiencia en la ciencia
y en la medicina me lleva a creer que el verdadero progreso casi siempre es el
resultado de hacer las preguntas correctas.” [23] Mi propia experiencia también me
lleva a creer que si vamos a tener verdadero progreso al llevar el evangelio más
profundamente a las mentes y los corazones de los estudiantes, debemos estar
haciendo las “preguntas correctas”, o sea las preguntas que inviten a la revelación.
Si vamos a cumplir el encargo de “elevar nuestras miras” y lograr que nuestros
estudiantes “se conviertan verdaderamente al evangelio restaurado de Jesucristo
mientras estén con nosotros”, [24] debemos crear un ambiente en el cual el
Espíritu Santo pueda venir y enseñar con gran poder y cambiar nuestros
corazones. Las grandes preguntas son vitales para hacer que esto suceda. Sé que
esta técnica se puede adquirir con el tiempo, mediante el esfuerzo y la práctica
diligentes. Así como un maravilloso torrente de luz vino cuando el Profeta José
Smith hizo grandes preguntas, esa luz tan necesaria también puede fluir hacia los
corazones y las mentes de los maestros y los estudiantes del evangelio en todas
partes mientras buscamos la ayuda del Señor para mejorar nuestra capacidad de
hacer preguntas que inviten la revelación.
Notas
---
[1] Henry B. Eyring, “The Lord Will Multiply the Harvest” [El Señor multiplicará la
cosecha], discurso dado ante los educadores religiosos, el 6 de febrero de 1998.
(Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-Day Saints, 1998), 5.
[2] Henry B. Eyring, “The Lord Will Multiply the Harvest”, 5.
[3] Robert D. Hales, “Teaching by Faith” [Enseñar por la fe], discurso dado ante los
educadores de religión, el 1 de febrero de 2002 (Salt Lake City: The Church of
Jesus Christ of Latter-day Saints, 2002), 3.
[4] Teaching the Gospel: A Handbook for CES Teachers and Leaders [La
enseñanza del evangelio: un manual para los maestros y líderes del SEI] (Salt
Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1994), 37.
[5] Véase Teaching the Gospel, 13.
[6] Robert D. Hales, “Teaching by Faith”, 6.
[7] Gene R. Cook, Teaching by the Spirit [Enseñar por el Espíritu] (Salt Lake City:
Deseret Book, 2000) 192.
[8] Richard G. Scott, “Helping Others to Be Spiritually Led” [Ayudar a otros a ser
guiados espiritualmente], discurso dado en el Simposio del Sistema Educativo de
la Iglesia, el 11 de agosto de 1998 (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of
Latter-day Saints, 1998), págs. 2–3.
[9] Henry B. Eyring, Transmisión por satélite de la sesión de capacitación del SEI el
10 de agosto de 2003.
[10] J. Reuben Clark, Jr., “The Charted Course of the Church in Education”, [El
curso trazado por la Iglesia en la educación] en Charge to Religious Educators 3ª
edición (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1994), 7.
[11] Jeffrey R. Holland, “We Are Teachers of the Gospel”, [Somos maestros del
evangelio] introducción a “Una tarde con Gordon B. Hinckley”, 15 de septiembre de
1978.
[12] Henry B. Eyring, Transmisión por satélite de la sesión de capacitación del SEI
el 10 de agosto de 2003.
[13] Jeffrey R. Holland, en Conference Report [Reporte de la Conferencia] de abril
de 1998, 32; véase también Liahona de julio de 1998, 28.
[14] Bruce R. McConkie, “Finding Answers to Gospel Questions” [Hallar respuestas
a preguntas del evangelio], en Charge to Religious Educators, 79.
[15] Boyd K. Packer, en Conference Report, octubre de 1986, 20.
[16] Jeffrey R. Holland, en Conference Report [Reporte de la Conferencia] de abril
de 1998, 32; véase también Liahona de julio de 1998, 28. [Nota del editor: Twinkies
son golosinas populares con muy poco valor nutritivo.]
[17] Jeffrey R. Holland, “Therefore, What” [Por lo tanto, ¿qué?], discurso
pronunciado en la 24ª Conferencia Anual de los Educadores del Sistema Educativo
de la Iglesia, el 8 de agosto de 2000 (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of
Latter-day Saints, 2000), 2
[18] Holland, “Therefore, What”, 2.
[19] Henry B. Eyring, Transmisión por satélite de la sesión de capacitación del SEI
el 10 de agosto de 2003.
[20] Robert Jones, “Asking Questions First” [Primero hacer
preguntas] Ensign enero de 2002, 24.
[21] A Current Teaching Emphasis for the Church Educational System [Un énfasis
actual para el sistema educativo de la Iglesia], carta con fecha 4 de abril de 2003.
[22] Boyd K. Packer, “The Candle of the Lord” [La vela del Señor] Ensign, enero de
1983, páginas 51–56.
[23] Cecil O. Samuelson Jr., “The Importance of Asking Questions” [La importancia
de hacer preguntas], publicado en Brigham Young University 2001–2002
Speeches [Los discursos en la Universidad de Brigham Young 2001–2002] (Provo,
UT.: Brigham Young University Press, 2002), páginas 149–157.
[24] Henry B. Eyring, “We Must Raise Our Sights” [Debemos elevar nuestra mira],
discurso pronunciado en la Conferencia del Sistema Educativo de la Iglesia el 14
de agosto de 2001. (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day
Saints, 2001), 2.
El manejo eficaz del tiempo en el salón de clases
Scott H. Knecht
De todos los papeles del maestro, uno de los menos comentados es el de
cronometrador. Junto a todo lo demás, hasta parece absurdo que un maestro
tenga que asumir este papel adicional. Pero si el maestro no lo hace nadie más lo
hará. Todos los períodos de clases están sujetos a un horario para empezar y para
terminar, y dentro de ese período el maestro necesita presentar una idea, animar a
los estudiantes y permitir que la aprendan de distintas formas y resumir todo en
forma tal que aliente a los estudiantes a querer cambiar para bien. Puesto que
estamos sujetos por el tiempo, debemos hacer que el tiempo sea nuestro amigo en
vez de nuestro enemigo.
En la reunión mundial de capacitación de líderes de febrero de 2007, el élder
Jeffrey R, Holland dijo: “Si desea que el Espíritu del Señor esté presente en su
clase, es absolutamente necesario que haya un ambiente sin prisas. Por favor,
nunca olviden eso. La mayoría de nosotros nos apresuramos y rebasamos al
Espíritu del Señor tratando de ganarle al reloj en una carrera totalmente
innecesaria” [1].Los maestros deben crear y mantener un ambiente sin prisas a la
vez que guían a sus alumnos al aprendizaje.
¿Cuál de las siguientes situaciones le parece familiar?
· Comienza la clase y el maestro empieza diciendo: “Hoy, tenemos que cubrir
mucho material, y no sé si tendremos el tiempo suficiente, así que haremos lo
mejor que podamos”.
· La clase avanza bien hasta unos 10 ó 15 minutos antes de terminar, cuando el
maestro ve el reloj y dice, “No vamos a poder presentar todo esto”, y se acelera
hasta el fin de la clase.
· Ha llegado la hora de terminar la clase, pero el maestro sigue hablando. Ya pasó
el tiempo y los estudiantes empiezan a empacar sus cosas y a salir uno por uno. El
maestro les pide que se queden para tratar “sólo un punto más”.
Todas estas situaciones son el resultado de una mala administración del tiempo.
Cuando los maestros no pueden manejar su tiempo, el Espíritu no se siente
bienvenido; se reduce el aprendizaje de los alumnos.
Un amigo mío, un excelente maestro en las escuelas públicas, dijo: “El tiempo no
le pertenece solamente al maestro. Durante los momentos que enseñamos, la
propiedad del tiempo se comparte entre nosotros y los alumnos. Creer que nos
pertenece solo a nosotros es una suposición muy errada”. Los maestros tienen la
obligación de mantenerse dentro de los parámetros de tiempo definidos tanto para
su bien como para el de los estudiantes. Es obvio que no se podrá tratar, enseñar
ni aprender todo el material, pero parte del deber del maestro es ejercer una
“omisión selectiva” al decidir qué partes se atenderán y cuáles no. Tampoco es tan
importante cubrir el material como ayudar a que los estudiantes lo descubran
personalmente. Por lo general, una carrera contra el reloj cubre más material, pero
para los estudiantes es una mala manera de aprender. Algunas veces, menos es
más. Considere estos puntos:
· En la enseñanza del evangelio, probablemente ésta no es la única vez en que el
alumno estudiará el libro de escrituras que usted está enseñando en el curso.
Durante toda la vida estudiaremos muchas veces, en ciclos, los cuatro libros
canónicos. Cada vez que se haga se resaltarán principios y doctrinas distintos, ya
sea en una clase o en el estudio personal. Sería imprudente pensar que la
responsabilidad de presentar todo lo que se encuentra en un bloque de escrituras
recae sobre un solo maestro en una sola clase.
· Existe un contrato no escrito entre el maestro y el estudiante. Por lo general, al
maestro le gusta empezar a tiempo y quiere que todos estén presentes para
empezar juntos. El otro lado de la obligación es que los estudiantes esperan que el
maestro termine la clase a tiempo. Los estudiantes tienen otros deberes —otras
clases, trabajo, estudio, tareas, actividades sociales, etc.— y cuando nosotros,
como maestros, no respetamos nuestra parte del acuerdo, hacemos que los
estudiantes se sientan frustrados, y un elevado nivel de frustración no mejora el
ambiente.
· ¿Qué es lo que causa que un maestro tome más tiempo? Con frecuencia los
maestros dicen que perdieron la noción del tiempo, lo que es fácil de entender que
suceda. La solución simple consiste en recordar que para controlar la clase se
debe controlar el ritmo de ella, así que nos corresponde incorporar esa parte en lo
que hacemos como maestros. Otras razones que los maestros dan al rebasar el
tiempo de la clase son que la clase iba muy bien o que los estudiantes estaban tan
interesados que era difícil terminar. En casi todos esos casos, he podido observar
que no eran tanto los estudiantes sino el maestro quien estaba decidido a relatar
una historia o a compartir con la clase algunas de sus ideas y sus sentimientos.
Cuando los maestros detienen por más tiempo a los alumnos, la enseñanza, por lo
general, desciende a una manera muy ineficaz de que los alumnos aprendan;
porque el tiempo apenas alcanza para que el maestro diga lo que quiere decir, los
estudiantes no hacen más que escuchar pasivamente.
A continuación se encuentran cinco ideas para hacer que el tiempo sea su aliado y
no su enemigo:
1. Al preparar su lección, piense en los asuntos del tiempo. Hágase algunas
de las siguientes preguntas: ¿Cuánto tiempo tomará esta discusión? ¿Qué otras
preguntas seguirán a la pregunta principal? ¿Cuáles son algunos de los puntos
que espero que salgan en esta actividad? ¿Cuánto tiempo necesitaremos al final
de la clase para asegurar una buena aplicación? Y quizás la pregunta más
importante sea ésta: ¿Qué es lo que queremos lograr en la clase hoy? ¿Quiero
cubrir una gran cantidad de material o ayudar a los estudiantes a realmente
aprender algunos principios y doctrinas importantes?
2. Esté al tanto del tiempo durante la clase. Aprenda a ver el reloj con
frecuencia. Haga unas marcas visibles en el bosquejo de la lección de la hora
aproximada en que espera tratar esos puntos. Manténgase al tanto de en dónde
está y en dónde le gustaría estar.
3. Mantenga el control de la discusión durante la clase. A algunos estudiantes
les gusta divagar y dominar el tiempo. Aprenda a ayudarles de manera gentil a que
resuman y concluyan sus ideas. No tenga miedo de decir cosas como
“escuchemos un comentario más sobre este tema, y sigamos adelante”. En cada
grupo hay estudiantes que quieren continuar con el mismo tema y otros que ya se
cansaron. Le corresponde al maestro lograr que la mayoría del grupo esté
interesado para que hagan preguntas y aprendan. Esto puede requerir que se
mantenga en movimiento. Es difícil continuar avanzando cuando los estudiantes
quieren seguir hablando. Siempre queremos más opiniones de los alumnos y
pedimos sus comentarios. Siempre se siente uno bien cuando los estudiantes
empiezan a participar, y parece contraintuitivo el dejar de recibir comentarios a fin
de poder avanzar. Pero si el Espíritu está en la clase y los estudiantes están
participando, tenga la confianza de que cuando usted siga adelante para continuar
el proceso de aprendizaje ellos seguirán atentos y empezarán a ver vínculos y
conexiones entre su propia vida y una variedad de principios, doctrinas y pasajes
de las escrituras.
4. No haga comentarios negativos con respecto a la hora. Muy rara vez, si
acaso, los estudiantes están al tanto de lo que sus maestros quieren lograr en la
hora de la clase. Convertimos al tiempo en nuestro enemigo cuando nos hacemos
esclavos del reloj y luego le comentamos a la clase (“Vean la hora. ¡Nunca hay
suficiente tiempo!”). Esté consciente del punto en que está a fin de que los
estudiantes tengan tiempo suficiente para digerir lo que está pasando, y usted
tendrá suficiente tiempo para desafiarlos a hacer los cambios positivos, todo ello
dentro del período de la clase. Anunciar su propia frustración por la falta de tiempo
solamente sirve para pasar dicha frustración a los estudiantes. Ellos no la
necesitan, y no ayuda en nada.
5. Siempre sea susceptible a los susurros del Espíritu. Nuestros mejores
esfuerzos en la planificación y en el ritmo de la clase quizás necesiten modificarse
cuando toquemos un punto de mucho poder y testimonio. El Espíritu nos dirá
cuando eso suceda, y debemos aprender a responder a ello. Pero también habrá
veces en que el Espíritu sugerirá que avancemos a fin de poder llegar a uno de
esos puntos de poder y testimonio. El maestro tiene que reunir el valor de dirigir a
la clase hacia ese punto, aunque eso signifique recortar otro tema.
La situación ideal es que seamos capaces de crear en la clase un ambiente en el
cual los estudiantes puedan preguntar, contestar, crear, testificar y cambiar, y todo
dentro del período de tiempo asignado para la clase. Algunas clases son de
cincuenta minutos, otras de noventa y otras de dos horas o más. El maestro que
aprende a lograr todo eso dentro del tiempo asignado no solamente crea ese
“ambiente sin prisas” del que habla el élder Holland, sino que también respeta el
albedrío y el tiempo de los estudiantes, y por lo tanto está edificándolos. Mientras
más edificados se sientan, es más fácil ayudarles a aprender.
Notas
---
[1]. Jeffrey R. Holland, “Teaching and Learning in the Church” [La enseñanza y el
aprendizaje en la Iglesia], Ensign junio de 2007, página 91.
Elevar el nivel: la preparación de los futuros
misioneros
Brent L. Top
El 11 de diciembre de 2002, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce
emitieron una declaración extraordinaria en cuanto a la obra misional. En esa
época, la mayoría de los miembros de la Iglesia no comprendieron la manera en
que esa declaración y los cambios subsecuentes en los esfuerzos misionales
revolucionarían la obra de los últimos días en la proclamación del evangelio. La
frase “Elevar el nivel” pronto se convirtió en algo común entre los miembros de la
Iglesia para describir las mayores expectativas para los misioneros. Al oír la frase,
yo, al igual que la mayoría de los miembros de la Iglesia, pensé primeramente en
normas más elevadas de dignidad moral para servir como misionero de tiempo
completo. Los requisitos fueron una parte importante de la declaración acerca de la
obra misional. La dignidad moral y la estabilidad física, mental y emocional
ciertamente son parte de la elevación del nivel. Sin embargo, hay otros aspectos
que son muy importantes pero que frecuentemente no han sido enfatizados o se
han pasado por alto. Llegué a ver la elevación del nivel de manera muy diferente
que antes, de una manera más completa, cuando fui llamado a servir como
presidente de misión. Esa responsabilidad y la inmersión total en los asuntos
misionales—desde la necesidad constante de enseñar, capacitar y motivar a los
misioneros hasta ayudar a los líderes y a los miembros de la Iglesia a cumplir sus
responsabilidades de compartir el evangelio—me hicieron ver la preparación
misional con nuevos ojos.
He sido un educador de religión por más de treinta años, diez años con los
seminarios e institutos, como maestro de seminario de tiempo libre y maestro de
instituto, y veinte años como maestro de religión en el departamento de Educación
Religiosa en la Universidad de Brigham Young. Siempre he sentido que es una
responsabilidad a la vez que un privilegio increíble el enseñar a los jóvenes y
señoritas en mis clases. Al igual que ustedes, quiero que mis estudiantes crezcan
intelectualmente, que sean edificados espiritualmente, que aumente su
conocimiento de las escrituras y las doctrinas del evangelio, que se intensifique su
devoción al Señor y Su Iglesia, que sus testimonios, sus vidas, su amor y su
servicio sean fortalecidos. Sin embargo, debo admitir que no siempre he pensado
tan profunda y específicamente como debí haberlo hecho con respecto al impacto
de mi enseñanza al prepararlos para que sean misioneros eficaces, ya sea como
misioneros de tiempo completo o como miembros misioneros durante toda su vida.
Con la nueva visión que adquirí durante mi experiencia en la misión, ahora veo
más claramente que todos mis alumnos, no solamente los futuros misioneros de
tiempo completo, ya son misioneros y lo serán durante toda la vida. Al saber esto,
ahora veo que cada curso que enseño—ya sea el Libro de Mormón, el Nuevo
Testamento, Doctrina y Convenios, las enseñanzas de los profetas vivientes, la
historia de la Iglesia, el matrimonio SUD y la familia, o cualquiera de nuestra
amplia gama de cursos—debe ser dirigido a preparar lo que el élder M. Russell
Ballard llamó “la generación más grandiosa de misioneros que haya existido en la
historia de la Iglesia.” [1] Después de comentar lo que se requiere de los jóvenes y
señoritas para que lleguen a ser la más grandiosa generación de misioneros, el
élder Ballard les habló específicamente a los padres: “Si vamos a ‘elevar el nivel’
de los requisitos para que sus hijos [e hijas] sirvan en una misión, eso también
significa que lo estamos haciendo para ustedes. Si esperamos mas de ellos, eso
quiere decir que también esperamos mas de ustedes.” [2] Yo creo que este
principio no se aplica únicamente a los padres y a los líderes de la Iglesia, sino
también a nosotros como educadores religiosos. El élder Ballard declaró “este no
es un momento para los alfeñiques espirituales.” [3] Eso se aplica también a
nosotros. No es el tiempo para instructores religiosos de “salsa ligera” (un término
usado por mis misioneros para describir algo que es tentativo, débil o que le falta
claridad o autoridad). El nivel se ha elevado para todos nosotros.
“Me gustaría haber…”
En las entrevistas con los misioneros, cientos de veces les oí expresar sus
sentimientos con la frase “me gustaría haber”. Quizá la expresión más frecuente
era: “Me gustaría haber sabido lo difícil que es la misión”. También había muchas
otras expresiones: “Me gustaría haber estudiado más el Libro de Mormón”, “Me
gustaría haber aprendido mejor las escrituras”,
“Me gustaría haber adquirido mejores hábitos de estudio”, “Me gustaría entender
más el evangelio”, ‘Me gustaría que mi testimonio fuera más fuerte”. Poco después
de llegar al campo misional, me di cuenta que algunos misioneros batallaban
mucho con el cambio de ser adolescentes a ser misioneros de tiempo completo.
Sin embargo, otros tocaban el suelo corriendo y casi de inmediato se convirtieron
en maestros del evangelio confiados, competentes y poderosos. ¿Cuál es la
diferencia? ¿Por qué algunos están tan bien preparados y otros no? Por supuesto,
hay una gran cantidad de razones; casi tantas como los misioneros mismos. Aún
así, hay ciertas cosas específicas que observé y experimenté como presidente de
misión que me han hecho repensar mi filosofía educativa y cambiar mis métodos
de enseñanza.
De los varios centenares de misioneros que sirvieron en nuestra misión, la mayoría
había asistido al seminario. Más pocos, pero aún así una cantidad considerable,
habían participado en las clases de instituto. Aún menos habían estado inscritos en
clases de religión en los distintos campus de BYU. Menciono este hecho para
demostrar que la principal educación religiosa de los misioneros de tiempo
completo en la Iglesia hoy se encuentra en las clases de seminario que se
imparten por todo el mundo, ya sea en las clases de tiempo libre, en las clases
matutinas o en los cursos en el hogar. Cuando comprendí eso, me hizo reflexionar.
Me encontré expresando los sentimientos de “Me gustaría haber” que escuché tan
frecuentemente de mis misioneros. Me gustaría haber enseñado a mis alumnos de
seminario más específicamente y más eficazmente las cosas que les hubieran
permitido llegar a ser mejores misioneros. Me gustaría haber visto más claramente
que cada uno de mis estudiantes en la clase no era solamente un futuro misionero
de tiempo completo, sino que ya era un misionero y lo sería durante el resto de su
vida.
Al ser relevado como presidente de misión, regresé a mis responsabilidades de
enseñanza en BYU. Aunque los cursos que enseño son los mismos que enseñé
antes de la misión, ahora soy diferente. Con la nueva visión que adquirí en la
experiencia misional, vi muchas cosas de diferente manera. Por ejemplo, los libros
canónicos son los mismos, pero lo que veo en ellos es distinto. Los estudiantes
que se sientan en mis clases se ven muy parecidos a los de hace cuatro años (con
la diferencia de que se ven más jóvenes que antes), pero ahora los veo bajo una
nueva luz. Al imaginarlos usando gafetes negros con sus nombres, con camisas
blancas y corbatas, o que se enfrentan a oportunidades misionales en la forma de
preguntas o desafíos (que sin duda tendrán) vienen dos preguntas a mi mente: (1)
Si este joven o señorita sentado delante de mí fuera llamado a servir en mi misión,
¿qué me gustaría que supiera? (2) ¿Cómo pueden mis enseñanzas ayudarles a
“ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” con más
confianza, capacidad y convicción? (Mosíah 18:9). Mi mente vuela cuando pienso
en todas las cosas que quisiera que supieran y en los atributos que desearía que
tuvieran. Pero, para mí, parece que todo se reduce a tres cosas principales que
quiero que mis estudiantes —todos mis estudiantes, ya sea que se estén
preparando para cumplir misiones de tiempo completo o solamente estén tratando
de ser buenos miembros misioneros— sepan. Ahora, de manera más urgente y
más ferviente que antes en mi carrera como educador de religión, quiero que mis
estudiantes sepan: (1) la veracidad del evangelio, (2) las doctrinas del evangelio y
(3) cómo compartir el evangelio.
Saber que el evangelio es verdadero
El Presidente James E. Faust les aconsejó a los misioneros: “Tu propio testimonio
personal es la flecha más aguda que llevas en tu aljaba.” [4] Por eso, toda nuestra
enseñanza debe estar encaminada hacia ese fin. “Comenzar con el fin en mente”
es un refrán conocido que es de particular importancia, aún vital, para los
educadores de religión. Una de las técnicas misionales que constantemente les
repetíamos a los misioneros era la que llamábamos “enseñar a comprometerse”.
Eso quiere decir que todo lo que enseñemos —toda doctrina y todo principio—
debe llevar a extender a todos los investigadores el desafío de convertirse en
“hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22). Cada
principio que se enseña tiene un resultado o una acción que deseamos que
aquellos a quienes enseñamos hagan y experimenten en sus vidas. No es
suficiente que los misioneros enseñen acerca de las verdades del evangelio. De
hecho, si eso es todo lo que hacen, han perdido (o nunca tuvieron) la visión de lo
que el Señor les llamó a hacer. Los misioneros eficaces quieren que aquellos a
quienes enseñen sepan y vivan esas verdades y experimenten las bendiciones
que siempre vienen cuando lo hacen. Al enseñar la Apostasía y la Restauración,
los misioneros invitarán a los investigadores a leer el relato de José Smith acerca
de la Primera Visión, o la introducción del Libro de Mormón y algunos pasajes
selectos, y que mediten acerca de eso y que oren específicamente para obtener un
testimonio de la veracidad de esos acontecimientos. Les enseñan
específicamente lo que significa obtener un testimonio, cómo lo pueden obtener
y por qué ese testimonio cambiará sus vidas para siempre. Deber ser exactamente
igual para los educadores de religión. Es cierto que no necesitamos enseñar a
comprometerse de la misma forma que lo hacen los misioneros al extender la
invitación a la acción cada vez que se enseña un concepto; sin embargo, podemos
“enseñar para la conversión” en cada lección, cada comentario y cada tarea.
¿Cómo podemos enseñar para la conversión de manera más eficaz? No tengo
todas las respuestas, pero hay algunas cosas que aprendí como presidente de
misión y que he tratado de aplicar a mis enseñanzas como educador de religión.
Lo importante versus lo interesante
Si ustedes son como yo, entonces tienen mucho más material para la lección que
tiempo de clase para enseñarlo adecuadamente. Como resultado, todos tenemos
que tomar decisiones difíciles—ojalá que con buen juicio e inspiración—con
respecto a qué será lo más importante enseñar y comentar durante la clase. Mi
deseo de enseñar para la conversión hace que frecuentemente me pregunte:
“¿Esto fortalecerá el testimonio?” y “¿Ayudará esto a la conversión?”
Algunas veces mis misioneros se quejaban de que algún miembro con quien
estaban enseñando a investigadores empezaba a enseñar cosas periféricas tales
como la poligamia, la madre en el cielo, las evidencias arqueológicas del Libro de
Mormón, el llegar a ser como Dios, “las simientes eternas” o cualquiera otra cosa
que al miembro le parecía fascinante. Pudieron haber sido interesantes (y ésa no
siempre es una buena descripción) pero muy rara vez, si acaso, fueron útiles.
Nunca supe de alguien que se hubiera convertido por tales comentarios. En vez de
recibir convicción, usualmente, el investigador recibió confusión.
Por molesto que haya sido eso para mí como presidente de misión, tristemente
debo admitir que quizás he sido culpable de algo parecido en mi enseñanza.
Algunas veces quizás me enfoqué más en los hechos que en la fe, más en
demostrar cuánto conocimiento tengo que en asegurarme de que los
estudiantes sepan las cosas correctas, las cosas que traen salvación. El élder Neal
A. Maxwell declaró: “No todo el conocimiento tiene la misma importancia. ¡No hay
democracia en los hechos! No todos son de la misma importancia […] Algo puede
estar basado en los hechos pero no ser importante […] Por ejemplo, hoy estoy
usando un traje color azul. Eso es verdad pero no es importante […] Al rozar la
verdad, sentimos que tiene una jerarquía de importancia […] Algunas verdades
son de importancia salvadora, y otras no.” [5] Quizá en mis clases de seminario o
instituto o en mis clases de religión en BYU puse más énfasis en el interés de los
estudiantes que en la conversión de los estudiantes. Creo que ahora entiendo
mejor lo que quiso decir el élder William R. Bradford cuando dijo: “Existen cosas
interesantes [...] pero hay otras que son realmente importantes.” [6] Ninguno de
nosotros tiene el tiempo suficiente para enseñar todo lo que sabemos, lo que
personalmente nos parezca fascinante o lo que haría que el estudiante de
seminario matutino que se sienta en la última fila porque se está durmiendo se
mantenga al borde de su asiento. Sin embargo, lo qué sí podemos hacer es luchar
más para asegurarnos de que lo interesante nunca arrolle o confunda a lo
importante e imperativo.
No suponga que ellos saben
El suponer con frecuencia nos mete en problemas. Probablemente todos hemos
tenido alguna experiencia en la cual lo que suponíamos que era de una forma no lo
fue. Como presidente de misión, me di cuenta muy pronto que no podía suponer
que todos los misioneros que llegaban a la misión eran dignos de estar allí. De vez
en cuando había sorpresas tristes. Era esencial que entrevistara cuidadosamente
a cada misionero, no solamente cuando llegaban, sino con frecuencia de allí en
adelante. De igual manera, aprendí que no debía suponer que todos los
misioneros poseían testimonios ardientes del evangelio, ya fuera al tiempo de su
llegada o al fin de sus misiones. De vez en cuando me sorprendí al saber que el
élder o la hermana que dio un testimonio poderoso en el primer día de su misión
después dudó de su testimonio cuando les hicieron preguntas difíciles, tuvo
desafíos o sufrió persecución. Aprendí que, al igual que con los investigadores, no
se puede suponer que los misioneros saben lo que es un testimonio, lo que deben
hacer para obtenerlo (y retenerlo) o cómo pueden saber que realmente saben.
Éstos son conceptos básicos, pero con frecuencia se dan por hecho. Se les debe
enseñar, enseñar y volver a enseñar porque los misioneros, al igual que los
investigadores, necesitan obtener y retener sus testimonios todos los días al tener
nuevos desafíos, nuevas preguntas y nuevas circunstancias.
De manera similar, no podemos suponer que nuestros estudiantes —ya sea que
tengan catorce años de edad o cuarenta— tengan un testimonio del evangelio. Y
tampoco debemos suponer que todos saben cómo adquirir un testimonio o que
sabrán cuando lo tengan. De igual modo, no podemos suponer que el tener un
testimonio general (del tipo de “amo el evangelio”) es igual que un testimonio
específico, un testimonio inequívoco por el poder del Espíritu Santo acerca de la
veracidad de una doctrina específica tal como el poder limpiador y transformador
de la Expiación de Jesucristo, la Primera Visión de José Smith, la restauración del
sacerdocio, la veracidad del Libro de Mormón, la Iglesia como “la única iglesia
verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (DyC 1:30) y el hecho de que en
realidad somos guiados por profetas y apóstoles vivientes. Los investigadores que
mejor progresaron hacia el bautismo y los nuevos conversos que se retuvieron y
progresaron hacia el templo fueron los que oraron a fin de recibir
testimonios específicos y los recibieron. De esta forma, continuamente son
“nutridos por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4; véase también Juan 8:31). Y
así será con nuestros estudiantes y con todos nosotros. Los testimonios
específicos que repetidamente se adquieren por el poder del Espíritu Santo
conducen a la capacidad de perseverar. El Presidente Harold B. Lee enseñó: “El
testimonio no es algo que tienes hoy y que lo vas a tener siempre. Un testimonio
es frágil. Es tan difícil de sujetar como un rayo de luna. Es algo que debes
recapturar todos los días de tu vida.” [7]
Así como los misioneros siempre invitan a los investigadores a que lleguen a saber
por sí mismos la verdad respecto a las cosas específicas que estudian y aprenden,
nosotros no debemos ser negligentes para hacer lo mismo con nuestros
estudiantes. No debemos suponer que ellos lo harán. En la conferencia general de
abril de 2008, el élder Dallin H. Oaks nos dio una poderosa instrucción con
respecto a los testimonios. Él no nos enseño solamente lo que es un testimonio y
cómo se obtiene, sino que también nos enseñó cómo podemos compartir nuestro
testimonio con los demás. Al escuchar sus palabras, tuve la impresión de que yo,
como instructor de religión, necesito revisar esa instrucción con mis estudiantes
cada semestre y comentar la forma en que se aplica a las doctrinas y principios
que estudiaremos en el curso. Ésta es una manera por la cual me puedo asegurar
que no estoy simplemente suponiendo cosas que pueden no ser ciertas. También
es la manera por medio de la cual ayudo a los futuros misioneros a llenar sus
aljabas espirituales con las flechas más agudas.
Saber las doctrinas del evangelio
Como maestros del evangelio, conocemos muy bien la declaración del Presidente
Boyd K. Packer con respecto al poder de la doctrina pura. Él nos enseñó: “La
verdadera doctrina, si se entiende, cambia las actitudes y la conducta. El estudio
de las doctrinas del evangelio mejorará la conducta más rápido que un mero
estudio de la conducta.” [8] Personalmente he leído y usado esa declaración
veintenas de veces en mi enseñanza. Creí que la conocía y creía en ella. Sin
embargo, fue al servir como presidente de misión que observé y experimenté, de
manera dramática, el poder transformador de la doctrina. Conocer, enseñar y vivir
las doctrinas fundamentales del evangelio restaurado transformaron a la misión, a
los misioneros, a los miembros y a los investigadores. Experimentamos en nuestra
misión algo semejante a lo que Alma describió con respecto a sus esfuerzos
misionales y de reactivación entre los zoramitas: “Y como la predicación de la
palabra [o sea, enseñar la doctrina] tenía gran propensión a impulsar a la gente a
hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del
pueblo que la espada, o cualquier otra cosa que les había acontecido— por tanto,
Alma consideró prudente que pusieran a prueba la virtud de la palabra de Dios”
(Alma 31:5). Verdaderamente, la doctrina cambió la conducta y las actitudes dentro
de nuestra misión. La virtud de la palabra de Dios guió a nuestros misioneros
poderosamente “a hacer lo que es justo”, lo que resultó en una espiritualidad
fortalecida; mejoró la obediencia, aumentó nuestra ética de trabajo y nuestra
enseñanza del evangelio llegó a ser más persuasiva.
Uno de los cambios más significativos que resultaron de la declaración acerca de
la obra misional y la publicación subsecuente de Predicad Mi Evangelio fue la
eliminación de las charlas memorizadas. La Primera Presidencia y el Quórum de
los Doce Apóstoles declararon: “Nuestro propósito es enseñar el mensaje del
evangelio restaurado en forma tal que permita que el Espíritu dirija tanto a los
misioneros como a quienes se enseña”. A los misioneros se les instruyó para que
“no den una recitación memorizada, sino a hablar desde su corazón [...] por [su]
convicción y en [sus] propias palabras.” [9] Para predicar en sus propias palabras,
del corazón de su convicción y por el poder del Espíritu, a los misioneros se les
enseña en Predicad Mi Evangelio a que adquieran “un conocimiento profundo de la
doctrina.” [10] Para ayudarles a lograr ese objetivo, Predicad Mi Evangelio brinda
una valiosa instrucción para los misioneros y los miembros por igual sobre “las
doctrinas, los principios y los mandamientos esenciales que usted debe estudiar,
creer, amar, vivir y enseñar.” [11]
Es imperativo conocer la doctrina—al derecho y al revés, a lo largo y ancho—para
llegar a ser “la más grandiosa generación de misioneros”. Elevar el nivel requiere
que los futuros misioneros tengan un mayor conocimiento del evangelio. El Señor
prometió que el Espíritu nos dará “en la hora precisa” lo que debemos enseñar,
pero solamente si “atesora[mos] constantemente en [nuestras] mentes las palabras
de vida” (DyC 84:85). Los misioneros enseñan eficazmente por el Espíritu
solamente hasta después de que han atesorado el conocimiento de las doctrinas
del reino. Eso coloca una mayor responsabilidad sobre los hombros de todos los
educadores de religión a fin de que, de igual manera, elevemos el nivel de nuestra
enseñanza de la doctrina. Probablemente todos podemos pensar de diversas
maneras en que podemos lograrlo. Yo sé que hay muchas áreas en las cuales
necesito mejorar, pero mi experiencia con Predicad Mi Evangelio al entrenar a los
misioneros de tiempo completo así como a los miembros misioneros ha hecho que
me enfoque en dos formas específicas en las que puedo ayudar mejor a mis
estudiantes para que atesoren la doctrina.
Conectar los puntos
Durante los primeros días en la misión asistí a varias reuniones de distrito en las
cuales observé a los misioneros enseñándose las lecciones unos a otros. Varias
de las cosas que escuché fueron muy impresionantes y alentadoras, pero también
hubo muchas cosas que me desanimaron. Una de las deficiencias más comunes
que observé era el que los élderes y las hermanas podían recitar los principios
básicos de las charlas misionales, pero les faltaba la profundidad de entendimiento
para explicar adecuadamente esos principios o para contestar las preguntas que
les hicieran acerca de ellos. Parecía como si los misioneros les dieran a los
investigadores mil piezas de un rompecabezas, pero sin ayudarles a entender la
forma en que se juntan para formar un paisaje hermoso. Comprendí que estos
misioneros no eran diferentes a nuestros estudiantes (y quizás a un gran segmento
de la membresía general de la Iglesia). Es muy común que llenemos nuestra
mochila de conocimiento doctrinal con muchos fragmentos—datos, referencias en
las escrituras, relatos inspiradores, enseñanzas básicas, citas—de cosas que
hemos oído en las clases o en los quórums a lo largo de los años. Lo que casi no
se encuentra (al menos entre los misioneros con quienes serví) es la habilidad
para “conectar los puntos”. ¿Se acuerdan que cuando éramos niños hacíamos
dibujos conectando los puntos numerados? Los puntos por sí mismos no
revelaban mucho. Sin embargo, al unirlos, surgía un dibujo agradable. Funciona de
la misma manera con los principios del evangelio. Los misioneros no les ayudan a
los investigadores si solamente les enseñan los puntos, es decir, las doctrinas
separadas, aisladas y sin conexión. El verdadero conocimiento y la conversión
verdadera vienen cuando se conectan los puntos y pueden apreciar todo el dibujo,
la vista panorámica del gran plan de felicidad. Predicad Mi Evangelio ayuda a los
misioneros a ver esas conexiones —la relación entre los principios y ordenanzas
del evangelio y la forma en que encajan— del plan general del evangelio. Además
de enseñar en qué creemos, nos da la razón del por qué lo creemos. Por ejemplo,
podemos enseñar qué fue la Restauración, pero para entender el por qué fue
necesaria hay que conectarla a la Gran Apostasía.
Otro ejemplo ilustrativo sería el enseñar los primeros principios y ordenanzas del
evangelio. Es mucho lo que se puede enseñar acerca de los qué de la fe, el
arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo. Pero el poder real de
estas doctrinas—el poder que convierte—se encuentra en la relación entre unas y
otras y su conexión total a la Expiación de Jesucristo. Ustedes no pueden
comprender el arrepentimiento sin conectarlo a la fe. Es interesante que Amulek
haya demostrado este método de enseñanza cuando nos enseñó acerca de la
“fe para arrepentimiento” y no solamente la fe y el arrepentimiento como doctrinas
separadas. (Alma 34:15; véase también los versículos 16 y 17). El modelo de la
enseñanza del evangelio de los misioneros a los investigadores (y a otras
personas) que se encuentra en Predicad Mi Evangelio puede, de igual manera,
mejorar nuestra enseñanza como educadores de religión y ayudar así a los
estudiantes para que conecten los puntos doctrinales.
En nuestra misión, la instrucción doctrinal tomaba una gran parte de las
conferencias de zona. Usando las doctrinas que se enseñan en las lecciones
misionales (que se encuentran en el capítulo 3 de Predicad Mi Evangelio), mi
esposa y yo intentamos ayudar a los misioneros a que entendieran mejor no
solamente las diferentes dimensiones de una doctrina específica sino también
cómo esa doctrina se interconecta con otras y cómo lleva lógicamente hacia las
otras doctrinas que enseñamos. Fue algo muy emocionante y gratificante observar
las reacciones de nuestros misioneros. Se les prendieron las luces casi como si
fuera la primera vez que lo hacían. Cuando los misioneros conectan los puntos, se
fortalecen sus testimonios, se profundiza su conocimiento del evangelio y mejora
su capacidad para enseñar a los demás con claridad y convicción. Debido a estas
experiencias, ahora comprendo mejor que nunca que ayudar a los futuros
misioneros a ver el panorama completo del plan de salvación y conectar los puntos
de las doctrinas del evangelio les permitirá ser mejores misioneros de tiempo
completo y bendecirá sus vidas para siempre.
Enseñarles cómo estudiar el evangelio
Prácticamente todos los misioneros con quienes servimos habían leído el Libro de
Mormón antes de venir a la misión, y algunos de ellos lo habían leído más de una
vez. Casi nunca dejaban de leer las escrituras; era un hábito que empezó en el
seminario. Esta es una buena noticia, pero el otro lado de ella no es tan bueno.
Una de las deficiencias más comunes que observé entre nuestros misioneros era
la falta de técnicas para el estudio del evangelio y de las escrituras. Para la
mayoría, el estudio del evangelio consistía en leer las escrituras y los libros de la
Iglesia aprobados. En los años previos a su misión, hubo un énfasis considerable
en la lectura diaria de las escrituras y terminar uno de los libros canónicos, pero
muy poca instrucción sobre las formas de estudiar las doctrinas del evangelio
profunda y eficazmente. Muchos, si no la mayoría, de nuestros misioneros
dominaban algunos pasajes de las escrituras, y con frecuencia habían memorizado
algunos de esos pasajes. Pero aún así, no podían explicar adecuadamente los
pasajes que habían memorizado y muy rara vez entendían el contexto de esos
pasajes en las escrituras.
Siendo que la mayoría de nuestros misioneros nunca habían hecho un estudio por
temas o por doctrinas de alguno de los libros canónicos, les presenté un proyecto
que resultó ser extraordinariamente exitoso, pues no solamente les ayudó a
aprender cómo estudiar las escrituras al buscar doctrinas específicas, sino que
también aumentó su conocimiento de los principios del evangelio (especialmente
las doctrinas que se enseñan en las lecciones misionales) y fortaleció su
espiritualidad y su testimonio personal. A cada misionero le entregué un Libro de
Mormón nuevo y lápices de cuatro colores diferentes. Cada color representaba una
de las lecciones misionales. Su asignación consistió en leer cuidadosamente el
capítulo tres de Predicad Mi Evangelio y preparar una lista de las principales
doctrinas que se enseñan en cada lección. De la lista de doctrinas que habían
preparado, entonces leyeron el Libro de Mormón todos los días durante su estudio
personal y buscaron los principios específicos que se enseñan en las lecciones
misionales y marcaron esos pasajes con el color correspondiente. Se asombraron
con lo que encontraron y por la claridad con que el Libro de Mormón enseña esos
principios. Aumentó dramáticamente su reserva de escrituras para enseñar las
lecciones misionales. Muy pronto estaban haciendo referencias cruzadas,
escribiendo anotaciones en el margen e intercambiando opiniones y aplicaciones.
Para mí fue muy emocionante y gratificador ver el entusiasmo al estudiar las
escrituras Ese entusiasmo, así como lo que estaban aprendiendo, se hizo evidente
en lo que enseñaban. Su amor por el estudio del evangelio afectó igualmente su
amor por la obra.
En un seminario de área para presidentes de misión, a la hora del almuerzo me
tocó sentarme a la misma mesa con el élder Ballard y varios presidentes de misión
con mucha más experiencia que yo. Como sabía mi profesión, que yo era un
instructor de religión, el élder Ballard me preguntó cómo es que había adquirido mi
conocimiento de las escrituras y de las doctrinas del evangelio. Expliqué que casi
todo lo que sabía era el resultado de preparar los bosquejos de las lecciones que
enseñaría. Afortunadamente, ése era el punto que el élder Ballard quería enfatizar.
El conocimiento doctrinal profundo—el tipo de conocimiento que se requiere para
poder enseñar a otros—muy rara vez, si acaso, viene por leer solamente. El élder
Ballard declaró: “Ahora, necesitan lograr que sus misioneros hagan lo mismo”. Él
nos estaba enseñando que los misioneros aumentan su conocimiento del
evangelio al preparar bosquejos para la enseñanza de las personas a las que
están enseñando. Entendí entonces que los misioneros (y de hecho, todos
nosotros) necesitamos estudiar en preparación para enseñar y no tan solamente
leer las escrituras. Afortunadamente, no tuve que inventar ideas o programas para
facilitarlo. Predicad Mi Evangelio tiene las mejores ideas y es el mejor programa de
estudio del evangelio que tienen los misioneros.
Predicad Mi Evangelio contiene la mejor instrucción acerca del estudio eficaz del
evangelio que la Iglesia haya publicado. Aunque está dirigido primordialmente para
los misioneros, las sugerencias que se encuentran en el capítulo 2 bendecirán a
cualquiera que estudia las escrituras, incluyendo a los educadores de religión. Al
elevar el nivel de nuestros esfuerzos de enseñanza, podemos usar con nuestros
estudiantes los principios que se enseñan, las referencias de las escrituras que se
deben estudiar y las actividades de aprendizaje que se encuentran en Predicad Mi
Evangelio (en particular las ideas para el estudio y las sugerencias de las páginas
22–24).
Si modelamos en nuestra enseñanza las técnicas eficaces de estudio, les permitirá
a nuestros estudiantes aprender por medio de la observación y la práctica
personal, y no tan solamente al escucharnos hablar de esos principios. Todos los
días en mis clases, trato de utilizar las sugerencias de Predicad Mi Evangelio y
espero que mis estudiantes hagan lo mismo. Algunas de las prácticas que más se
prestan como modelo para los estudiantes y que podemos usar más
frecuentemente en los comentarios en el salón de clases podrían incluir:
· Pregúntese: ¿Qué es lo que está diciendo el autor? ¿Cuál es el tema central?
¿Cómo se aplica esto a mí?
· Anote en su diario de estudio las preguntas que tenga, y use las escrituras, las
palabras de los profetas de los últimos días y otros recursos de estudio para
encontrar las respuestas.
· Escriba en el margen las referencias de las escrituras que aclaren los pasajes
que está leyendo.
· Trate de escribir la idea principal de un pasaje con sus propias palabras y en un
solo enunciado (oración) o párrafo pequeño.
· Busque las palabras clave y asegúrese de entender su significado. Use las notas
al pié de página, La Guía para el Estudio de las Escrituras o algún otro diccionario
para encontrar las definiciones de palabras o frases poco conocidas. Revise las
frases o palabras de alrededor para obtener pistas del significado de las palabras
clave.
· Busque las palabras conectoras y las relaciones entre las palabras y las frases
clave. Encierre en círculo las palabras clave y trace líneas para eslabonar las
palabras que se relacionen.
· Evite marcar las escrituras en exceso. Se pierde el beneficio si usted no puede
entender sus propias marcas debido a que hay demasiadas notas, líneas y
colores. Subraye solamente una pocas palabras clave para hacer resaltar el
versículo, la sección o el capítulo.
· Use Fieles A la Fe y la Guía para el Estudio de las Escrituras al estudiar los
temas y las doctrinas específicas.
· Use las lecciones misionales, las escrituras que las apoyan, Predicad Mi
Evangelio y las actividades de estudio personal que le acompañan para dirigir su
estudio. [12]
Elevar el nivel del conocimiento de las doctrinas del evangelio es vital para los
misioneros hoy en día al enseñar en sus propias palabras por el Espíritu. Cuanto
más conozcan el evangelio, más confiados y poderosos los hará como maestros.
Lo mismo pasa con nuestros estudiantes. Cuanto más pongamos a prueba la
virtud de la palabra de Dios al enseñar la doctrina —al ayudarles a conectar los
puntos y que sepan como estudiar más eficazmente—mayor será su confianza al
compartir el evangelio con sus amigos, parientes y otras personas que encontrarán
a lo largo de sus vidas. Aprender, amar y vivir la doctrina de Cristo nos hace
mejores misioneros, pero lo más importante, según lo explicó el Presidente Packer,
es que cambia nuestras actitudes y conducta y de esa manera profundiza nuestro
discipulado. Por eso mismo no debemos conformarnos con que nuestros
estudiantes pasen por las escrituras. Debemos hacer que las escrituras y las
doctrinas del evangelio pasen de manera profunda por sus mentes y corazones y
estén siempre listas en la punta de sus lenguas. El élder Maxwell lo observó muy
inteligentemente: “Nosotros poseemos otra vez esas valiosas verdades y debemos
estar impregnadas de ellas.” [13]
Saber cómo compartir el evangelio
Al entrevistar a un misionero que tenía algunos problemas y que quería regresar a
su casa, escuché un comentario interesante pero a la vez perturbador. El
misionero dijo: “Siempre quise salir a una misión. Pero no supe que tendría que
hablar del evangelio con tanta gente”. Desafortunadamente, ése no fue el único
misionero que expresó sentimientos parecidos. Hubo más que unos cuantos. Otro
misionero dijo: “Creo que sería mucho mejor misionero si no tuviera que hablar con
tanta gente”. ¿Qué, qué? Al hallarme perplejo por este orden de ideas, creo que
entendí la razón por la que dijeron esas cosas. Ellos desearon ser misioneros. Se
prepararon al ahorrar el dinero, se mantuvieron dignos y estudiaron las escrituras.
Sin embargo, lo que no hicieron fue hablar con la gente (especialmente con los
que no son de nuestra fe) acerca del evangelio. Se habían preparado pero no
tuvieron realmente la oportunidad de practicar lo que hacen los misioneros. Tener
el deseo de ser misionero y hablar de eso es la parte fácil. Sin embargo, hacerlo es
la parte difícil. Si ustedes no aceptan esta idea, hablen con casi cualquiera de los
miembros respecto de sus esfuerzos como miembro misionero. Parte de la muy
común condición que yo llamo la “parálisis del miembro misionero” emana de no
saber cómo compartir el evangelio con otros y de la falta de capacidad para
reconocer las abundantes oportunidades misionales a nuestro alrededor.
El élder David A. Bednar enseñó: “Lo más importante que pueden hacer para
prepararse para el llamamiento de servir es llegar a ser misionero antes de ir a la
misión […] Ustedes no se transformarán de manera repentina o mágica en
misioneros preparados y obedientes el día que entren por las puertas del Centro
de Capacitación Misional […] Es por eso por lo que uno de los elementos clave al
elevar el nivel de la preparación consiste en esforzarse para llegar a ser
misioneros antes de ir a la misión.” [14] No fue una sorpresa para mí, como
presidente de misión, que los jóvenes y señoritas que habían tenido experiencia al
hablar del evangelio con sus amigos no miembros o con miembros de su familia
tuvieran mucha más confianza en el campo misional. Muchos venían de lugares
donde había muy pocos SUD en sus escuelas y vecindarios. Pero otros venían de
comunidades predominantemente SUD. Al verlos, era aparente que para ellos
el ser misionero—tener la experiencia de compartir el evangelio con otras
personas—no era tanto un asunto de geografía, sino de un amor profundo por el
evangelio, el reconocimiento de sus frutos en la vida de ellos y la disposición de
compartir sus sentimientos personales acerca de esas cosas. Estas cosas pueden
y deben existir en las vidas de nuestros estudiantes en cualquier parte en que
residan; ya sea que ellos sean los únicos SUD en su escuela, o si haya muchos
SUD. ¿Qué podemos hacer como educadores de religión para fomentar esos
sentimientos y darles a los futuros misioneros mejores técnicas para enseñar
acerca de sus creencias y compartir sus testimonios del evangelio?
“Enseñaos el uno al otro la doctrina del reino”
Las conferencias de Zona, las reuniones de distrito y el estudio con compañero en
el campo misional están llenos de oportunidades en las cuales los misioneros se
enseñan el uno al otro y luego practican las técnicas importantes. Aunque no
comparo nuestros seminarios o institutos ni nuestras clases de religión con las
conferencias de zona, sí encuentro alguna semejanza. Desde que regresé de la
misión, he comprendido que puedo involucrar más a mis estudiantes en enseñarse
mutuamente las doctrinas del reino de acuerdo a lo que mandó el Señor en DyC
88:77. Hay muchas maneras por las cuales podemos hacerlo. Podría ser que
pidamos a nuestros estudiantes a que enseñen partes de la lección, que hagan
grupos pequeños, que representen a personajes o que den respuestas individuales
a la pregunta “¿Cómo explicaría eso a alguien que no es de nuestra fe?” Existe la
tentación de ser quien dé toda la información en vez de ser el director del
aprendizaje. Sin duda, aprendemos más cuando tenemos que enseñar a otros.
Como resultado, nuestros estudiantes—los futuros misioneros y los futuros padres
y madres en “hogares que compartan el evangelio” [15]—estarán mejor
preparados para compartir su testimonio y comentar sus creencias si no se sientan
en nuestras clases nada más para aprender en vez de compartir con los demás lo
que han aprendido.
Con mucha frecuencia, pensaba que tenía buena participación en las clases si
lograba que los estudiantes leyeran unas cuantas escrituras o contestaran algunas
preguntas superficiales que no requerían una respuesta meditada. Ahora, a
medida que más conscientemente intento que mis estudiantes se enseñen el uno
al otro, trato de imaginarme situaciones de la vida real en las que los misioneros y
los miembros misioneros se encuentran constantemente y que requieren
explicaciones claras, concisas y convincentes. Por ejemplo, les presento este
desafío a mis estudiantes: “Hábleme del Libro de Mormón—qué es, cómo lo
obtuvimos y sus sentimientos concerniente a él—en dos minutos”. Hay muchas
formas por las cuales podemos hacer que nuestros estudiantes se enseñen el uno
al otro y traten los desafíos misionales reales. Usualmente, mis estudiantes tienen
situaciones más relevantes, que incluyen preguntas que les han hecho o desafíos
a nuestras creencias que han enfrentado. A menudo esos son momentos
grandiosos de enseñanza y de preparación misional. Asimismo, al enseñar un
bloque de escritura en lugar de pedir que un estudiante lea, les pido a mis
estudiantes que vean el contexto del pasaje y que luego expliquen en sus propias
palabras qué es lo que se está enseñando. De igual forma, cuando hemos
comentado conceptos doctrinales, invito a mis estudiantes a que resuman (por lo
general en un minuto o menos) lo que hemos comentado y que lo hagan en forma
tal que alguien que no haya estado en toda la clase entienda la doctrina. El poder
sintetizar y resumir, tanto verbalmente como por escrito, es vital para adquirir un
mayor conocimiento de la doctrina y es muy valioso al compartir el evangelio con
los demás.
Hace algunos años, mientras servía en una presidencia de estaca, el presidente de
estaca hizo una asignación al consejo de estaca y a los obispados. Debíamos
escribir un resumen de todo el plan de salvación que se pudiera leer en menos de
dos minutos. De allí en adelante, durante muchos meses, en las reuniones leímos
a los demás nuestros cortos resúmenes del plan.
Fue difícil hacerlo pero muy iluminante. Aprendí mucho de las ideas de los demás.
Quizá ustedes deberían intentarlo. Este tipo de síntesis doctrinal escrita se puede
aplicar en una gran variedad de principios del evangelio. Un colega mío dijo una
vez: “No sabes en realidad en qué crees sino hasta que tienes que escribirlo tan
claramente de manera que nadie lo malentienda”. Ése es por qué a los misioneros
se les instruye para que preparen planes o bosquejos de las lecciones cada vez
que las enseñen. Como educadores de religión, hacemos la misma cosa.
Probablemente debamos permitir que nuestros estudiantes hagan lo mismo.
Mientras más oportunidades les demos para aprender a enseñar y hablar del
evangelio de manera clara y concisa, mejor preparados y confiados estarán para
compartir el evangelio con los demás.
“Ser testigos de Dios en todo tiempo”
Pese a lo mucho que disfruto la obra misional y el preparar a futuros misioneros,
me siento incómodo al darles a mis estudiantes asignaciones para que compartan
el evangelio con sus amigos de otras religiones. Para mí, la obra misional no es un
proyecto. Espero que mis estudiantes estén orando para tener experiencias
misionales. Espero que los que se están preparando para servir una misión de
tiempo completo vayan con los misioneros a las citas para enseñar según lo hayan
aprobado los líderes locales. Como educador de religión, no puedo controlar esa
parte. Sin embargo, lo que sí puedo hacer es mantener al frente de mi enseñanza
las bendiciones tan grandes que tenemos por motivo del evangelio restaurado, por
el privilegio de ser miembros misioneros de la Iglesia y por las responsabilidades
derivadas del convenio que hicimos cuando nos bautizamos. Les puedo enseñar
que en cada libro de escrituras se nos recuerda que por nuestros esfuerzos como
la descendencia de Abraham “serán bendecidas todas las familias de la tierra, sí,
con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, sí, de
vida eterna” (Abraham 2:11). Puedo enseñar y testificar que la obra misional está
relacionada directamente a la Expiación de Cristo. Mientras más siento el amor del
Salvador en mi vida, mayor es mi deseo de ser testigo del Señor y compartir con
quienes me rodean lo que Él ha hecho por mí. De hecho, compartir el evangelio
con los demás es una manifestación de nuestro amor hacia el Salvador y de
nuestra gratitud por Su sacrificio a nuestro favor. El Presidente Howard W. Hunter
declaró: “Cada vez que experimentamos las bendiciones de la Expiación en
nuestra vida, nos impulsa a sentir preocupación por el bienestar de los demás […]
Un gran indicador de nuestra conversión personal es el deseo que tengamos de
compartir el Evangelio con los demás.” [16] Mientras más ayudemos a nuestros
estudiantes a entender quiénes son y lo que la Expiación ha hecho por ellos, y
el por qué el Señor espera que compartan el evangelio con los demás, más claro
se hace el cómo de la obra misional. El Presidente Henry B. Eyring enseñó:
He reflexionado detenidamente y con oración en algunos hermanos que son
notablemente fieles, y eficaces testigos del Salvador y de Su Iglesia. Sus ejemplos
son inspiradores […] No hay un modelo exclusivo en lo que hacen, ni tampoco hay
una técnica común […] Cada uno ha recibido una respuesta diferente, adecuada
en particular para él y para las personas que conozca. Pero todos ellos comparten
algo en común: Entienden por qué están aquí en la tierra y hacen lo que han sido
inspirados a hacer debido a ese conocimiento. Para hacer lo que hemos de hacer,
tendremos que volvernos como ellos en al menos dos aspectos: Primero, ellos
saben que son los amados hijos de un amoroso Padre Celestial. Por eso, acuden a
Él espontáneamente y a menudo en oración, y esperan recibir su orientación
personal. Obedecen con mansedumbre y humildad, como los hijos de un Padre
perfecto. Él está cerca de ellos.
Segundo, son agradecidos discípulos del Cristo resucitado. Saben por sí mismos
que la Expiación es auténtica y necesaria para todos. Saben que han quedado
limpios por medio del bautismo efectuado por los que tienen autoridad para ello y
por haber recibido el Espíritu Santo…
Los que hablan con soltura y a menudo del evangelio restaurado valoran lo que
éste ha significado para ellos y piensan con frecuencia en esa gran bendición. El
recuerdo de la dádiva que han recibido les infunde el deseo de que otras personas
la reciban. Han sentido el amor del Salvador. [17]
Conclusión
Ser un presidente de misión fue para mí la cosa más intensa, más ocupada, más
exigente, más difícil, más extenuante—tanto física como emocionalmente—y más
gratificante, aparte de mi familia, que haya hecho en mi vida. ¡Qué privilegio fue el
servir! No sé si hice algo bueno para los demás, pero sé que la misión me hizo
bien. Soy diferente por ella y para siempre estaré agradecido por esa
transformación. Con frecuencia se me pregunta: “¿Qué es lo que más extrañas de
la misión?” Al igual que todo misionero que ha regresado, joven o viejo, tengo
muchas cosas que extrañaré profundamente. (¡También hay muchas cosas que no
extrañaré!). Extraño el contacto diario con los misioneros de tiempo completo: la
enseñanza, la capacitación, el ánimo y la edificación. Extraño el ver los milagros
que ocurrieron dentro de ellos y los milagros que efectuaron a su alrededor.
Al regresar a mi puesto de enseñanza en BYU, me decepcioné (debo admitirlo)
porque no se me asignó a enseñar el curso de Religión 130, Compartir el
Evangelio. Pero ahora comprendo que todo lo que enseñe—cualquier curso o
cualquier concepto—es en realidad preparación para compartir el evangelio. Todos
nuestros estudiantes—de hecho, todos nosotros—son parte de la “más grandiosa
generación de misioneros en la historia de la Iglesia” que los profetas han visto en
visión. Para que esa visión se cumpla, debemos ser la más grande generación de
educadores de religión: preparadores de misioneros, fortalecedores de
testimonios, fomentadores de los eruditos del evangelio, conectores de los puntos
doctrinales y, sobre todo, edificadores de la fe. Hay mucho por hacer. Ésa es una
responsabilidad seria y sagrada. Así que, como dirían con frecuencia mis
misioneros: “Subamos. Hay que elevar el nivel”.
Notas
[1] M. Russell Ballard, Liahona noviembre de 2002, página 47.
[2] M. Russell Ballard, Liahona, noviembre de 2002, página 49; énfasis agregado
[3] M. Russell Ballard, Liahona , noviembre de 2002, página 47.
[4] James E. Faust, en Liahona, julio de 1996, pág. 45.
[5] Neal A. Maxwell, “The Inexhaustible Gospel” en 1991–1992 Speeches (Provo,
UT: Brigham Young University), pág. 141.
[6] William R. Bradford, en Liahona enero 1988. Página 73.
[7] Harold B. Lee, en el artículo “President Harold B. Lee Directs Church: Led by
the Spirit”, publicado en Church News, 15 de julio de 1972, página 4.
[8] Boyd K. Packer, en Conference Report, octubre de 1986, página 20.
[9] “Statement on Missionary Work”, Carta de la Primera Presidencia del 11 de
diciembre de 2002.).
[10] Predicad Mi Evangelio (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días, 2004), página 21.
[11] Predicad Mi Evangelio, página 29.
[12] Estas sugerencias de estudio se han adaptado de Predicad Mi Evangelio,
páginas 22–24.
[13] Neal A. Maxwell en Conference Report de abril de 1986, página 45; véase
también Liahona julio de 1986, página 33.
[14] David A. Bednar, Liahona de noviembre de 2005 páginas 45 y 46.
[15] Véase M. Russell Ballard en Liahona de mayo de 2006, página 84.
[16] Howard W. Hunter, en “The Atonement and Missionary Work”, pronunciado en
el seminario para nuevos presidentes de misión en junio de 1994, citado
en Predicad Mi Evangelio, página 13.
[17] Henry B. Eyring, en Liahona, mayo de 2003, página 30.
Comprometiéndose
Kathy Kipp Clayton
No crecí teniendo el evangelio en mi hogar, pero debido a una maestra que tuve
cuando era joven obtuve un testimonio personal acerca de la realidad del amor de
mi Salvador. Mi maestra no vivía dentro de los límites de nuestro barrio, ni
tampoco asistí jamás a ninguna de sus clases formales, pero a pesar de eso la
reconozco como mi maestra. A mi maestra se le invitaba frecuentemente a
discursar en la Iglesia, y ella me invitó a que fuera su ayuda visual. Después de
que ella había instruido amplia y claramente a la congregación, me pedía que
cantara “Yo sé que vive mi Señor” como ilustración de los principios que había
enseñado. Me sentía halagada por la invitación, y cantaba con todo mi corazón
para agradar y honrar a mi mentora, pero algo más sucedió durante ese proceso.
Mientras cantaba las palabras del himno, lo supe; supe que lo que estaba
cantando era verdad. Supe que Él en realidad vive y que “me ama para siempre
Él”. Supe que en realidad Él era “mi amigo fiel.” [1] Lo supe. Mientras aplicaba mi
voz a esa tarea y ofrecía lo mejor de mi talento juvenil, el cielo grabó en mi alma la
realidad de las cosas que estaba cantando.
Durante una orientación para los nuevos estudiantes en BYU, una presentadora
muy dinámica comenzó diciéndoles que había muchos mitos acerca de BYU. Les
aseguró que muchos de esos mitos eran ciertos, incluyendo el que los estudiantes
se comprometían mucho. “De hecho –continuó— he estado comprometida varias
veces. Me pongo la meta de comprometerme cuando menos cinco veces por
semestre”. Los nuevos estudiantes estaban asombrados y riéndose. Ella continuó:
“Les sugiero que llamen a sus padres al fin del semestre, aunque sería mejor al
terminar esta clase, y les digan que ya se comprometieron”. Ella no se estaba
refiriendo al compromiso matrimonial, sino a que se dedicaran a estudiar. Mi
servicio como ayuda visual no era tan importante para el éxito de la lección de mi
maestra, pero comprometerse a aprender era esencial para lograr un cambio de
corazón.
La meta de un compromiso auténtico por parte del estudiante se puede ilustrar con
una lección acerca de una manzana. Una maestra que quisiera que sus alumnos
aprendieran lo que es una manzana podría pararse frente a ellos y dar una
presentación muy bien preparada en la que documentara todas las características
de una manzana. Lo probable es que los alumnos saldrían de la clase con más
información de la que tenían cuando llegaron. La maestra también podría llevar a
la clase la fotografía de una manzana. Esos estudiantes sabrían aún más por
haber participado visualmente en el tema. La maestra podría incrementar el
alcance de la conexión sensorial si llevara una manzana a la clase a fin de que los
estudiantes la vean, la huelan y la palpen. Pero mejor que todo, la maestra que
espere dejar una impresión duradera en sus estudiantes podría llevar una
manzana a la clase —quizás distintas variedades de manzanas— y ofrecerles
probadas de todas ellas. Los estudiantes que participaran totalmente saldrían del
salón de clases conociendo el tema personalmente porque se les invitó a que
actuaran para que lo enseñado llegase a ser de ellos.
La investigación psicológica demuestra que la gente es más dada a basar sus
pensamientos en su comportamiento que a basar su comportamiento en sus
pensamientos. Dicho simplemente, si sonreímos, en verdad seremos más felices;
si silbamos una melodía alegre, tendremos menos miedo; y si contamos nuestras
bendiciones, sentiremos mayor gratitud. O como enseñó el Profeta José Smith, “La
fe es un principio de acción.” [2] Recibimos un testimonio de la verdad y crecemos
en la fe al vivir el evangelio. El aprendizaje y la conversión suceden mejor al
practicar porque “el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina
es de Dios” (Juan 7:17). Yo canté “Yo sé que vive mi Señor”, y mientras cantaba
esas estrofas, su veracidad se convirtió en mi propio testimonio. El mensaje llegó a
ser mío mientras hacía algo al respecto. Esa acción le permitió al Espíritu la
oportunidad de sellarlo en mi corazón y me ayudó a saberlo y recordarlo.
Una maestra muy concienzuda que permitió la participación de sus alumnos
entendió la diferencia entre el impacto de un entorno pasivo y el de un ambiente
activo en el salón de clases. Ella arregló sus salones de clases para que fueran
talleres para los estudiantes en vez de salas para las disertaciones de la maestra.
Para enseñarles a sus alumnos de once años acerca del sacerdocio, en vez de
darles un sermón acerca de los deberes y de la importancia de la ordenación que
pronto recibiría ese grupo de potenciales jóvenes inquietos, ella los llevó a la pila
bautismal vacía y les pidió que entraran a ese promisorio lugar y que leyeran las
escrituras que contienen el convenio bautismal. Juntos, recordaron los detalles de
sus propios bautismos. De allí, el grupo participante se fue a la mesa sacramental,
donde leyeron y comentaron las escrituras relativas al sacramento, incluyendo las
oraciones sacramentales. Desfilaron hasta la oficina del obispo, en la que cada
jovencito recibió una papeleta de donaciones y procedieron a llenarla. Comentaron
juntos la importancia de esas donaciones y la forma en que usan para ayudar a los
necesitados. Terminaron la actividad con dos misioneros que les relataron algunas
de las experiencias espirituales que gozaban en su misión. Esos jovencitos de 11
años pudieron hacer preguntas y se les permitió inspeccionar las tarjetas de
planificación diaria de los misioneros, el manual Predicad Mi Evangelio y los
gafetes de identificación. Al final de esa clase participativa, esos jovencitos
entendieron el sacerdocio de forma más profunda y personal debido a que
estuvieron, y participaron de una forma activa y multisensorial, en los lugares y en
las prácticas relacionadas con el sacerdocio.
Los juegos interactivos pueden ser formas eficaces y satisfactorias de involucrar a
los estudiantes en el aprendizaje. El antiguo acrónimo de los niños exploradores,
KISMIF [Sus siglas en inglés representan “Keep It Simple, Make It Fun”, que
significa “Mantenlo simple, hazlo divertido”.], sigue siendo una guía valiosa. Los
escritores John Newstrom y Edward Scanell en su obra The Big Book of Team
Building Games sugieren que los juegos en el salón de clases son útiles para
explicar claramente un punto; para elevar la moral del grupo; para fomentar la
confianza entre los miembros del grupo al compartir sus ideas y buscar soluciones
comunes; para promover la flexibilidad entre los estudiantes; y para reforzar los
comportamientos adecuados tales como la cooperación, el escuchar y la
creatividad. Los juegos son económicos, participativos y de bajo riesgo. Un
maestro descubrió que un juego llamado “Bingo para conocerte” al principio de un
curso de seminario matutino en un grupo formado por alumnos de cinco diferentes
escuelas estableció un terreno común y creó puentes de comunicación entre los
estudiantes que no tenían una conexión inmediata. Se efectuó una conexión entre
dos estudiantes que eran buceadores certificados; uno de ellos era una muchacha
de la escuela al otro lado del estacionamiento. El otro era un muchacho con
deficiencias auditivas que asistía una escuela especializada a varias cuadras de
distancia. Ambos aprendieron que tenían algo en común en lugar de seguir
creyendo que eran muy diferentes.
En un campamento para mujeres de la estaca, las jóvenes de cinco barrios
distintos se unieron en una actividad de juego al tratar de desenredar el nudo
humano que se formó al tomarse de las manos y hacer líneas entrecruzadas a
través de un círculo. Se hablaron, definieron la estrategia a seguir, y entonces se
agacharon, se brincaron unas a otras y se voltearon en un esfuerzo de poco riesgo
para crear una línea continua. En el proceso, aprendieron lecciones suaves pero
importantes acerca de la cooperación, la comunicación, el intentar y cometer
errores, y el dedicarse a una tarea. También aprendieron a apreciar los distintos
talentos y puntos de vista de otras jóvenes que no habían conocido antes. Ese
juego simple y gratuito proporcionó una forma rápida, divertida e interactiva de
animar las relaciones entre esas muchachas sin tener que sentarlas para darles
una charla aburrida sobre el tema.
Aunque los juegos tienen una utilidad amplia y convincente, existen varias zonas
de peligro que vale la pena recordar. Estén bien preparados con todos los
accesorios; administren el tiempo cuidadosamente; seleccionen juegos que
promuevan y fortalezcan el aprendizaje sin que se conviertan por sí mismos en el
fin; y eviten las imágenes simplistas que puedan distraer la atención,
especialmente de los temas sagrados. Por ejemplo, en ocasiones los líderes les
piden a los jóvenes que preparen alguna obrita de teatro usando temas del
evangelio. Cuando la juventud responde con presentaciones tontas sobre asuntos
sagrados tales como la moralidad o la oración, muy pronto esas comedias se
vuelven irreverentes.
El dedicarse al aprendizaje se adapta bien a la atención de corto alcance de los
alumnos. A un maestro de Escuela Dominical muy capaz le tocó enseñar a un
nuevo grupo de adolescentes inquietos, y salió de su primera clase muy
decepcionado y listo para hacer una cita con el obispado y solicitar su relevo. A
pesar de la amplia preparación del maestro, esos jóvenes impacientes se
distrajeron a los pocos minutos de que el maestro comenzó su lección. Deseoso
de redimirse a sí mismo, ese fiel maestro volvió a la siguiente semana con una
nueva estrategia para el ritmo de la clase. Preparó su lección en segmentos de
diez minutos titulados “Introducción, Presentación y Aplicación”. La sección de
“Introducción” consistía de una actividad que captara la atención que podría ser tan
simple como un dibujo, un objeto, una pregunta que hiciera pensar o una prueba
rápida. La sección de “Presentación” movió a los estudiantes de la actividad para
captar la atención hacia los puntos que quería enseñar. Esa sección podría incluir
la lectura de escrituras seleccionadas muy cuidadosamente, algún relato, o una
presentación comprensible de un punto doctrinal. La sección final de “Aplicación”
incluyó la importantísima respuesta a la típica pregunta de los estudiantes, “¿Y
qué?”. Durante ese segmento, el maestro ayudó a sus estudiantes a que aplicaran
en su propia vida el principio aprendido. Algunas veces él inició ese importante
proceso relatando una historia de su propia vida. Ocasionalmente arrojaba un
objeto y preguntaba “¿Y qué?” al estudiante que lo atrapaba. Siempre hizo
preguntas bien pensadas, no amenazantes, que promovieran el pensamiento y la
aplicación personal. En el curso de una lección de treinta minutos, usaba tres
veces ese ciclo de “Introducción, Presentación y Aplicación”.
Un aspecto importante de un grupo de estudiantes comprometidos debe ser la
celebración; celebrarse el uno al otro, celebrar el tema y celebrar el aprendizaje
mismo. Desafortunadamente, con frecuencia separamos el trabajo y el juego como
si fueran excluyentes entre sí, cuando en realidad efectuar el trabajo en una forma
de aprendizaje es una de las maneras más satisfactorias de jugar. Tal Ben-Sahar
en su libro Happier [Más feliz] sugiere que un maestro habilidoso puede “crear
entornos en el hogar y en la escuela que conduzcan a experimentar el beneficio, el
placer y el significado, tanto en el presente como en el futuro.” [3] Especialmente al
dedicarse a un estudio ferviente del evangelio, a la esencia del cual
adecuadamente se le llama “el plan de felicidad”, nuestros alumnos deben hallar
felicidad, satisfacción y aún diversión.
Una brillante maestra de un seminario matutino a quien le gustaba la diversión
organizó cada año los “Granny Awards” [Los premios de la abuelita] que
correspondían con los “Grammy Awards”. Durante meses antes de la celebración,
le sirvió a su familia todos los días un desayuno consistente de hot cakes o Waffles
bañados con jarabe de maple de la marca Mrs. Butterworth y guardó las botellas
vacías (que tienen la forma de una abuela) para pintarlas de color dorado y usarlas
como los premios en su celebración en el seminario. Los estudiantes nombraban a
los personajes del libro de escrituras que estaban estudiando ese año, y
presentaban las razones por las cuales tal o cual personaje merecía recibir el
“Granny” como “El Mejor Protagonista” o “El Mejor Ayudante” o cuál relato de las
escrituras merecía el premio a “La Mejor Historia” o “Lo Mejor en General”. El
grupo votaba para identificar a los ganadores, después de lo cual el estudiante que
hizo la nominación aceptaba la botella de jarabe dorada. Esa celebración anual
servía como repaso, involucraba a los estudiantes inquietos y fomentaba una
comunidad de aprendizaje.
El aprendizaje activo también satisface las necesidades de los estudiantes con
distintos estilos de aprendizaje. Como soy una persona de cerebro izquierdo sin
remedio, una pensadora clásica, me gustan las conferencias y me encantan las
hojas de trabajo. La escuela, con su rigidez repetitiva tradicional, me queda muy
bien. Me complacen los pupitres en líneas bien formadas y los encuadernadores
con sus divisiones bien marcadas. Sin embargo, de manera creciente nuestros
salones de clases están llenos de estudiantes que aprenden de manera diferente.
Los esfuerzos para involucrar a los estudiantes que tienen distintas estrategias
creativas para aprender son indispensables para los que no piensan en línea y
estimulantes para los demás.
Un judío, converso a la Iglesia, deleitó a sus estudiantes al brindarles una auténtica
fiesta de Pascua para familiarizarlos con los simbolismos de ese acontecimiento.
Esos estudiantes tuvieron una experiencia multisensorial con las hierbas amargas
que les permitió entender y literalmente probar algo de amargura.
Otra maestra apeló al estilo de aprender de su grupo al crear unas rimas sencillas
y unas frases musicales para la actividad del dominio de las escrituras. Esos
estudiantes sabrán por siempre dónde encontrar la historia de José huyendo de la
tentación. ¿A quién se le podría olvidar la mente pecaminosa de la esposa de
Potifar en Génesis 39? Los estudiantes que aprenden de manera física se
animaron en una clase de seminario cuando su maestro les invitó a pasar a la
pizarra en grupos de seis hasta que todos tuvieron la oportunidad de participar.
Después de leer un pasaje de las escrituras, se les pidió que escribieran una
palabra o frase sencilla que respondiera a una pregunta tal como, “¿Qué
cualidades admiras en ese personaje?” o
“¿Cuál es el tema importante en este pasaje?” o “¿Qué cosas le agradeces a tu
padre/madre/obispo?”. Cuando toda la pizarra estuvo llena de respuestas, el grupo
leyó y comentó el resultado de su esfuerzo conjunto.
Un inolvidable maestro de la escuela dominical fue más allá de los límites
normales de una lección al usar actividades de “Introducción” imaginativas e
impredecibles. Para familiarizar a sus estudiantes con los elementos del sueño de
Daniel, trajo al salón de clases un gigantesco muñeco inflable del “Hombre de
Michelin” (marca de neumáticos) con etiquetas en todas las protuberancias del
cuerpo. Las etiquetas llevaban nombres que representaban los diversos reinos que
serían destruidos por la piedra cortada no con manos. En otro domingo la clase
comenzó cuando un muchacho fue desfilando por el pasillo soplando a todo
pulmón un “kazoo” [juguete musical que produce un zumbido ronco] haciendo un
ruido estridente. El maestro empezó a entrevistar al músico y logró enterarse que
él iba a pagar sus diezmos y que quería asegurarse de recibir el crédito apropiado
a sus buenas obras. Después de ésta muy efectiva actividad de “introducción”, el
grupo se concentró en la lectura de Mateo para la parte de “presentación” del tema
de dar ofrendas para ser vistos por los hombres.
Csikszentmihalyi, en su libro Finding Flow: The Psychology of Engagement With
Everyday Life, escribe lo siguiente: “Ni los padres ni las escuelas son muy eficaces
al enseñar a los jóvenes a encontrar placer en las cosas correctas. Los adultos
mismos con frecuencia se engañaron por encapricharse con modelos tontos,
conspirando en el engaño. Hacen que las tareas serias parezcan aburridas y
difíciles, y las tareas frívolas las presentan como emocionantes y fáciles. Con
frecuencia, las escuelas fracasan al enseñar cuán emocionantes y
fascinantemente hermosas pueden ser las ciencias o las matemáticas; enseñan la
rutina de la literatura o de la historia en vez de la aventura.” [4]
¡Cuánto más “fascinantemente hermosas” son las doctrinas del evangelio, más
aún que lo mejor de las ciencias o las matemáticas! Con una participación activa,
los estudiantes pueden probar los frutos deliciosos del aprendizaje activo, algunas
veces, incluso, en sentido literal. La fe es un principio de acción. A medida que los
maestros tengan salones de clases que promuevan una auténtica participación
activa de sus estudiantes, éstos se darán cuenta que el aprender es tan delicioso
como una manzana madura, tan memorable como una canción y tan personal
como una visita a la pila bautismal. Ellos adquirirán conocimiento mediante el buen
comportamiento y se comprometerán felizmente una y otra vez.
Notas
---
[1] “Yo sé que vive mi Señor” Himnos, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de
los Santos de los Últimos Días, 1992), número 73.
[2] José Smith y John A. Widtsoe, Una compilación conteniendo los Discursos
sobre la fe. Traducido al español por el Dr. Arturo de Hoyos y publicados en la
Ciudad de México por Editorial Zarahemla, 1987, página 9.
[3] Tal Ben-Sahar, Happier, (New York: McGraw-Hill, 2007), página 86.
[4] Mihaly Csikszentmihalyi, citado por Ben-Sahar en Happier, página 94.
“Palmear suavemente”: El manejo de la conducta en
el salón de clases
William C. Ostenson
Mike Mansfield, un altamente respetado senador de los Estados Unidos del estado
de Montana, sirvió como líder de la mayoría legislativa durante dieciséis años y,
después de retirarse del Senado, fue embajador en Japón durante otros doce
años. Mucho de su éxito como senador y como embajador se puede atribuir al
hecho de que, en sus relaciones con la gente, siempre trató de “palmear
suavemente”. El tomó esa expresión de sus nueve años en las minas de cobre de
Butte, Montana, después de su servicio en las tres ramas de las fuerzas armadas
durante y después de la Primera Guerra Mundial.
Esa expresión era una advertencia para quienes usaban explosivos para romper la
roca en la cual se hallaba incrustado el mineral de cobre. Un minero experto
perforaba hoyos en la roca y luego colocaba la carga explosiva en lo profundo de
cada hoyo. Si las cargas no estaban ajustadamente en la roca, la fuerza de la
explosión provocaría un derrumbe que casi de inmediato causaría la muerte
repentina. Dicho proceso exigía que el minero golpeara las cargas en los hoyos
hasta que llegaran al fondo. Por supuesto, si golpeaba demasiado fuerte, las
cargas explotarían antes de tiempo y de allí surgió el aviso precautorio, “Golpéala
suavemente”. Mike Mansfield vio en esto una metáfora para tratar con la gente. Al
buscar aplicar esta regla en sus relaciones con la gente, él se ganó el respeto no
solamente de los republicanos y de los demócratas en el senado, sino también de
los japoneses. [1]
Los maestros y los directores en el programa de seminarios pueden usar este
principio para resolver los problemas de disciplina.
Como director, tuve que trabajar con un estudiante cuyo maestro lo había
expulsado de la clase por desobediencia constante. No recuerdo todas las quejas
que tenía el maestro contra este estudiante, pero ese día en particular el
estudiante había llevado una lata de refresco al salón y no quiso guardarla. Invité
al estudiante a que viniera a mi oficina y empecé a tratar de conocerlo mejor. Eso
no es lo que esperan los estudiantes cuando son enviados a la oficina del director
debido a problemas de disciplina; pero para poder ayudarle necesitaba saber lo
más posible acerca de él. Además, tal enfoque usualmente los desarma, y podría
atender el problema de mejor forma una vez que el estudiante bajara sus
defensas. Después de conocerlo mejor, le pedí que me diera su versión del
asunto. Descubrí que este enfoque también los desarma y nos puede revelar
mucho acerca de los estudiantes. Con frecuencia, el “palmear suavemente” de
esta forma, es el primer paso hacia la solución.
Al pedirle al estudiante su versión del asunto, me dijo en son de queja que si todos
los maestros de la escuela le permitían llevar refrescos a sus clases, no veía
problema si los traía al seminario. Le expliqué que esa era la regla en todo el
seminario, y que debido a que podía beber refrescos en las otras clases
no necesitaba tomarlos en el seminario. Esa fue la manera en que apoyé al
maestro en esa situación, y el estudiante lo aceptó. Pensé que también estaría
dispuesto a cooperar más si le prometía que le pediría al maestro que no fuera tan
duro con él. Eso también lo aceptó, y después de eso platiqué con el maestro.
Como maestros, algunas veces entramos en una lucha de voluntades con un
alumno, y nos resulta difícil entender nuestra propia contribución al ambiente hostil
que existe entre nosotros. Pude haber cambiado al estudiante a otra clase, pero
era importante que el maestro y el estudiante resolvieran sus diferencias. Primero,
el joven debía dejar de demostrar su independencia por medio de la
desobediencia, y segundo, el maestro necesitaba aprender a palmear más
suavemente y no ofenderse en lo personal cuando los alumnos pusieran a prueba
su autoridad.
Por haber trabajado durante catorce años como coordinador en el Área Noreste de
los Estados Unidos, sabía que este joven era una de las razones por las cuales
teníamos el seminario de tiempo libre. Durante mis catorce años de servicio a los
barrios y estacas del norte de Indiana y la parte noroeste de Ohio, tuve la
oportunidad de observar a muchos maestros excelentes que servían en el
seminario matutino y en las clases en el hogar. Todos ellos eran voluntarios. Pero
la inscripción en el seminario matutino o en el estudio en casa nunca era tan alta
como en seminario de tiempo libre y ésa es la razón por la cual los estudiantes
indiferentes —como este joven— casi nunca se inscribían en ese tipo de clases.
Sin embargo, sí asisten al seminario de tiempo libre y por tanto nos brindan algo
de la justificación para pagarle a un maestro profesional para que enseñe esas
clases. No debemos apresurarnos a correrlos cuando se conviertan en un desafío
para nosotros.
Como parte de mis asignaciones como coordinador, les daba una clase mensual a
los estudiantes del seminario matutino y del estudio en el hogar, previa a la
actividad mensual de la estaca (la llamada “Súper Sábado”). Siempre disfruté esas
clases y muy rara vez tuve problemas de disciplina. Pero en una ocasión, los
estudiantes estaban demasiado excitados al empezar la clase y tuve que
detenerme y esperar a que se calmaran. Todos los setenta u ochenta estudiantes
respondieron bien a este enfoque con excepción de una señorita que estaba en el
centro de la capilla, que tan pronto como reanudé la lección empezó a platicar con
un joven que estaba a su izquierda. Cuando vi que estaba platicando otra vez, me
detuve y anuncié que iba a esperar hasta que ella terminara para poder continuar
con la lección. Sintiéndose señalada se levantó y empezó a pisotear y empujar a
los estudiantes que estaban sentados entre ella y el pasillo. No puedo decir cómo
se sintieron los demás, pero cuando ella se levantó para salirse del salón, yo sentí
que el Espíritu también se fue.
Siempre teníamos una reunión de capacitación para los maestros después de que
los estudiantes se habían ido a sus actividades. Durante la reunión pregunté quién
era el maestro de esta jovencita. Cuando lo supe le pedí a su maestra que hiciera
todo lo que estaba a su alcance para que esa muchacha regresara el mes
siguiente. También admití ante los maestros que no había dado un buen ejemplo
de cómo manejar un problema de disciplina, aunque los maestros reconocieron
que no encontraban otra forma de manejarlo.
Para la siguiente lección mensual, nos reunimos en un edificio diferente, y
estábamos en un salón que no era la capilla. Se había invitado a los alumnos del
segundo año de secundaria a fin de que aprendieran lo que era un Súper Sábado
ya que debían inscribirse al siguiente año. El salón estaba tan lleno que algunos
estudiantes tuvieron que sentarse en el piso en la parte delantera del salón.
Cuando empecé la lección, todos estaban alborotados y no ponían atención. Yo
sabía que había preparado una buena lección, así que empecé a hacer una serie
de preguntas a los estudiantes de secundaria sentados en el piso a la derecha de
donde yo estaba. Cuando vi que el temor reflejado en sus ojos se convertía en
interés por la lección, me dirigí a otro grupo y logré atraerlos a la lección. Seguí
usando la misma estrategia hasta lograr que todos estuvieran interesados en la
lección, con la excepción de la jovencita del mes anterior. Estaba sentada en el
centro del salón y parecía que nuevamente intentaba desafiar mi autoridad. Pero
era una buena lección, y cuando empecé a tomarla en cuenta, rápidamente se
interesó en la clase.
Cuando faltaban unos veinte minutos para terminar la clase, vi que uno de
nuestros maestros de seminario matutino entró al salón junto con un estudiante y
se sentaron en el piso a mi izquierda. Luego vi que ese maestro se levantó y salió
para volver a entrar unos momentos después con otro estudiante. Tuve mucho
interés en saber qué es lo que él tendría que decir en la siguiente reunión de
capacitación al término de la clase cuando los estudiantes salieran a sus
actividades. Primero, se disculpó por haber llegado tarde. Era un maestro nuevo y
no tenía idea de cuánto tiempo le tomaría recoger a sus estudiantes que no tenían
medio de transporte. Cuando llegaron al edificio era tan tarde que solamente pudo
convencer a uno de ellos para que entraran juntos a la clase. Pero una vez que
entró al salón, sintió el Espíritu tan fuertemente que salió a tratar de convencer a
sus demás estudiantes a que al menos sintieran el Espíritu que había allí. Ese
sábado nuestra lección de capacitación se trató de cómo disciplinar a los
estudiantes haciendo preguntas que los atrajeran a la lección en vez de empujarlos
a que se salieran por señalar su mal comportamiento. En otras palabras, ¿cómo
podemos “palmear suavemente” para romper la resistencia sólida sin que nuestros
esfuerzos nos exploten en la cara?
No hay substituto para una lección bien preparada cuando se trata de la disciplina
en el salón de clases, y especialmente cuando se trata de los problemas
disciplinarios que resultan del aburrimiento. Debido a los cuatro años de buenas
lecciones recibidas de varios maestros, el joven que trajo refresco a la clase sintió
el Espíritu algunas veces y aprendió algunas cosas del evangelio a pesar de sí
mismo. Lo sé porque lo estuve observando durante los siguientes cuatro años. Y
aunque no se graduó del seminario, creo que se le aplica lo que dijo el Presidente
Eyring en 1993: “Si los tratan con interés, sentirán que ustedes les aman, y eso
puede despertar en ellos la esperanza de tener un corazón más tierno. Puede que
no suceda todas las veces, es posible que no dure. Pero sucederá con frecuencia,
y algunas veces perdurará. Y todos ellos al menos recordarán que ustedes
creyeron en lo mejor dentro de ellos: su herencia como un hijo de Dios.” [2]
No obstante, una parte de amarles y creer en ellos consiste en disciplinarlos
cuando sea necesario que sean disciplinados Por ejemplo, la tercera vez que fui
nombrado director, descubrí que había más de veinte estudiantes del último año
que aprovechaban su tiempo libre de la escuela para hacer lo que quisieran en vez
de asistir al seminario. Hice que todos fueran, uno por uno, a mi oficina para hablar
con ellos acerca de sus planes futuros y para preguntarles si estaban planificando
graduarse del seminario. Todos dijeron que se querían graduar, así que les dije
que podrían hacerlo si asistían continuamente al seminario. Pero si volvían a faltar
al seminario, sería necesario expulsarlos y no se podrían graduar. Les expliqué la
importancia de que cumplieran el acuerdo de tiempo libre que habían hecho con la
escuela y lo importante que era para nosotros el conservar nuestra situación legal
como un programa de tiempo libre así como el mantener buenas relaciones con la
escuela. Les dije que lo que les expliqué no tenía nada que ver con lo que sentía
por ellos en lo personal, pero que yo tenía que actuar de acuerdo con las mismas
reglas que ellos. Al final les dije que iba a llamar a sus padres para informarles lo
mismo.
Con una sola excepción, todos los padres apoyaron. Un padre dijo que ya era
tiempo de que se hijo se hiciera responsable y que su hijo terminaría las tareas de
recuperación antes de las vacaciones de primavera, y que si no lo hacía se
quedaría en la casa mientras sus amigos iban a una excursión a un lago. Todos
esos estudiantes, menos una, dejaron de faltar al seminario y se graduaron. A la
que siguió faltando le quitamos su inscripción, y después de eso vino y preguntó si
habría la posibilidad de graduarse. Debido a lo descarada de la última vez que
faltó, le dije que no era digna de confianza para permitirle volver al seminario, pero
que se podrían establecer ciertas condiciones muy estrictas, que si las cumplía, le
permitirían graduarse. Ella aceptó y cumplió y se pudo graduar junto con sus
compañeros.
Creo que debemos usar las reglas que tenemos en el seminario para motivar a los
estudiantes a que cumplan con lo que ya saben que deben hacer. En otras
palabras, siempre debemos “palmear suavemente” con las reglas más que usarlas
para aplicar todo su rigor. He aprendido que si somos amables pero firmes con los
estudiantes, casi siempre se levantarán y harán lo correcto. Y cuando no lo hagan,
las consecuencias serán para ellos. Podemos hallar consuelo al saber que hemos
seguido la amonestación del Presidente Howard W. Hunter, quien nos aconsejó
que diéramos una “respuesta suave” cuando nos sintamos tentados a contestar
severamente; que “animemos a nuestros jóvenes” en vez de desanimarlos; que
“tratemos de entenderlos” en vez de ser rápidos para juzgarlos como faltos de
espiritualidad o de madurez; que “revisemos [nuestras] exigencias para ellos”; y
que seamos “amables” y “gentiles” con ellos. [3] Ése es un buen consejo para
todos los que queremos “palmear suavemente”.
Notas
---
[1] Don Oberdorfer, Senator Mansfield: The Extraordinary Life of a Great American
Statesman and Diplomat (Washington, DC: Smithsonian Books, 2003), páginas 1–
14.
[2] Henry B. Eyring, To Draw Closer to God: A Collection of Discourses (Salt Lake
City: Deseret Book, 1997), página 146.
[3] Howard W. Hunter, “This Christmas…”, publicado en Church News el 10 de
diciembre de 1994.

También podría gustarte