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Pierre Ragon
CEMCA
* Es esta la versión en castellano del original francés publicado en: Espace, temps et
pouvoir dans le Nouveau M onde, Jérôme Monnet, dir. Paris, Anthropos, 1996, pp. 49-69.
1 Duverger, 1987: 244-246; Alberro, 1992; Nutini, 1980 y 1988; Lockhart, 1992: 244,
549,550.
2Durán, 1967: 236; Historia: año 1539; Motolinia, 1970: 250.
3Este tipo de interpretación del culto de los santos aparece por vez primera en el Re
nacimiento. Sedujo en particular a los autores de la religión reformada, quienes así daban
con un medio para zaherir al catolicismo.
A menudo evocado, el escenario objeto de las críticas de Jean Pero-
neaud nunca ha sido verdaderamente verificado en el caso de Latino
américa. Encuentra apoyo en algunos testigos autorizados (Bernardino
de Sahagún, Juan de Torquemada o Diego Durán sobre todo), aunque
se estrella contra la escasez de testimonios precisos, únicos que permiti
rían identificar localmente la naturaleza de los cultos prehispánicos,
precisar las intenciones de los misioneros y las de los neófitos y consta
tar la universalidad o rareza de tales prácticas.
A esta regla hay al menos una excepción: la cristianización del Ame-
queme, pequeño cerrro desde el que se domina el pueblo de Amecame-
ca, hoy conocido con el nombre de Sacromonte, y consagrado al Santo
Entierro de Cristo4 (véase mapa). Efectivamente, Domingo de San An
tón Muñón Chimalpahin Quauhtlehuanitzin, uno de los cronistas indí
genas cuya obra nos resulta preciosa en extremo, perteneció a la nobleza
indígena de Amecameca. A lo largo de algunas de sus ocho crónicas
históricas y de manera dispersa, los materiales permiten reconstituir la
historia de Amecameca desde el siglo xm hasta fines del xvi. Esta fuente
de calidad excepcional proporciona un contrapunto indispensable a la
información de origen español, ella misma especialmente densa.
Hasta donde las fuentes permiten afirmarlo, el cerro que domina Ame
cameca tuvo un carácter sagrado. Cuando en el siglo xm los Chichime-
cas llegaron a poblar la pequeña cuenca agrícola de Amecameca en la
vertiente occidental de la sierra de los Volcanes, dicho cerro se hallaba
consagrado a Chalchiuhtlicue por parte de los antiguos habitantes del
sitio:
4 No obstante que los cronistas de la época emplean el término "Santo Sepulcro", he
mos decidido mejor emplear "Santo Entierro" por haberse difundido así esa devoción. N. T.
Amecameca en el valle de México
Estas gentes muy perversas eran dadas a las artes de la brujería; eran magos
que podían tomar a voluntad aspectos de fieras y bestias. También eran
brujos llovedizos que podían provocar a voluntad la lluvia (Chimalpahin
1965: 76-77).
7Los diferentes calendarios cristianos proponen varios santos de nombre Tomás: To
más de Aquino (28 de enero), Tomás el Apóstol (3 de julio y 21 de diciembre), así como
Tomás de Canterbury (29 de diciembre) en particular. Sin embargo tocante a su fiesta del
21 de diciembre, Tomás Apóstol aparece solo tanto en la lista de fiestas de obligación es
tablecida en ocasión del Primer Concilio Provincial Mexicano (1555) como en el salterio
de Sahagún.
8Para la fiesta de santo Tomás, véanse Lorenzana (1769:65-69) y Sahagún (1583:226-
229); para el calendario náhuatl, véanse Durand-Forest (1976:272) y Caso (1967: tabla 13).
9 Sahagún, 1982: 49-50,147-148; Código Magliabechiano, 1903: 81; Código Tudela,
1980: 65r.
ciembre en que, según él, se entrelazan afanosamente los primeros sig
nos de la tormenta anunciadora de la estación de lluvias, aún lejana, con
los efectos del movimiento del sol que por entonces alcanza su solsticio
(Torquemada, 1975: 283).10Otro indicio inquietante: fray Juan Páez con
sagra de nueva cuenta la capilla del Amaqueme en el momento preciso
en que las autoridades dejan el calendario juliano y adoptan el gregoria
no. Al saltar once días, el calendario cristiano rompe el curso ordinario
del tiempo cuando la coincidencia inicial ya había perdido fuerza, pues
los nahuas probablemente desconocían los años bisiestos. Cuando la ca
pilla dominica fue inaugurada, el 20 de junio de 1583, España había ya
adoptado el cómputo gregoriano desde el mes de octubre del año ante
rior y la Nueva España se preparaba a hacerlo el cinco de octubre de
1583 (Caso: 1967: 98). La consagración de los frailes predicadores dio al
santuario una fiesta móvil vinculada a un calendario lunar nuevo para
las poblaciones prehispánicas de aquel sitio.
Si no fuera al menos posible que Martín de Valencia hubiera inten
tado hacer coincidir los dos calendarios, apenas podría santo Tomás ha
ber sustituido a los dioses de la lluvia. Las diversas versiones de su vida
que circularon en el siglo xvi no lo presentan como un santo propiciador
de lluvias y su iconografía no le concede nunca atributos que pudiesen
evocar los de Tláloc.11 Ciertamente, una leyenda forjada en el siglo xiv
por Pedro Calo y muy difundida por un obispo italiano, Petrus Natali-
bus en la primera mitad del siglo xvi, podría haber hecho de él un santo
del reverdecimiento. Se puede leer en sus escritos que en Edesa, su
puesto lugar del sepulcro de santo Tomás: "Se coloca un sarmiento seco
de viña en la mano (del santo) la vigilia de su fiesta y, una vez conclui
das las vísperas, se cierra el sepulcro. Por la mañana se vuelve a abrir y
se halla al sarmiento retoñado y con un racimo de uvas [...]" (Natalibus,
1521: 98r; Devos, 1948: 257-258).
A todo lo largo del siglo xvi, los misioneros del Nuevo Mundo pare
cen haber contado con ediciones españolas que no integraron ese pasaje
antes de la publicación de las versiones preparadas por Alfonso Villegas
10En España santo Tomás no ejerce dicha función (María Vergara, 1911: 207-208).
11 Cahier, 1867: 50-53,159,180,327,331,376,497.
y luego por Pedro de Ribadeneyra a partir de 1593. Pero, más que la per
sonalidad del santo, ¿no es la del celebrante la que importa? Ciertamen
te fray Martín de Valencia asistió poco en Amecameca. Tuvo allí por vez
primera un papel importante en 1529, cuando casó al cacique Itztlaco-
zauhcan-Amaquemecan y pasó largas temporadas entre 1531 (o 1532) y
su muerte, el 21 de marzo de 1534, a consecuencia de una enfermedad
contraída durante el famoso viaje que le llevara a Tehuantepec (Chimal
pahin, 1965: 247,251; Motolinía, 1970: 284).
Los ritos tradicionales fueron escrupulosamente observados hasta
su llegada, a pesar de una primera ola de destrucción de templos pre-
hispánicos y de bautizos en masa efectuados en 1525. En los últimos
años de su vida, fray Martín de Valencia predicó y enseñó con frecuen
cia en Amecameca, aunque se sabe que nunca pudo aprender el náhuatl
(idem). En estas condiciones parece claro que su acción misionera se con
formara más con el antiguo modelo definido por Gregorio Magno que
con cualquier modelo erasmista: a saber que por la fuerza de las cosas,
según la santa vía trazada por el santo papa en tiempo de la evangeli-
zación de los sajones, para fray Martín de Valencia el ministerio de los
sacramentos contó más que el de la palabra (Gy, 1990: 72; PL: 1215-
1216). Ahora bien, mediante sus actos y su ejemplo, el celebrante permi
tió al menos que se desarrollaran las ambigüedades. No contento de ins
talarse en el texcalco, el santo propiciador de la lluvia endosó al efecto
una casulla de piel de conejo: "[...] una casulla que revestía para decir
misa, la cual había sido hecha, según el arte tlaxcalteca, con pelo de co
nejos, y por tlaxcaltecas mismos, mujercitas tlaxcaltecas la habían teji
do" (Chimalpahin, 1965: 254).
Chimalpahin devela aquí la verdadera naturaleza de ese ornamento
pudorosamente calificado de lienzo de la tierra por Mendieta. En sí mis
mo el detalle no tiene nada de extraordinario: el uso eclesiástico no de
fine sino la forma de la prenda, sin introducir restriccción alguna tocan
te a su material. Es sólo el afán de realzar el esplendor del culto el que
lleva a preferir las telas preciosas y en particular las sedas (Rohault de
Fleury, 1888:111-181). Por lo demás, parece claro que en 1530 no estaba
al alcance de un religioso franciscano hacerse de ornamentos sacerdota
les, mientras que la pobreza del "lienzo de la tierra" podía muy bien se
ducirle.
Por el contrario, para el espíritu de los neófitos la casulla de piel de
conejo podía evocar antiguas creencias. Se sabe, efectivamente, que la
entidad divina suprema de los tlaxcaltecas era Camaxtli, quien no es
otro que Mixcóatl, el antiguo dios de la caza de los totolimpanecas. Di
cha casulla fue llamada iztli (obsidiana) por los indios de Amecameca y
llevó así el nombre de la materia de los antiguos cuchillos de sacrificio
(Muñoz Camargo, 1978: 31-37; Dávila Padilla, 1955:570). La antigua re
ferencia a Mixcóatl parece haberse transmitido a través del rito de los
amaqueme, pues los papeles pintados dibujados en los códices Maglia-
bechiano y Tudela muestran pequeñas "s" doradas, representaciones de
la Osa Menor y evocación de Mixcóatl, deidad celeste (Seler, 1963:193-
194).
Esta reliquia experimentó un tratamiento especial. Contrariamente a
la túnica y al silicio, las casullas no eran depositadas en un arca calada
a los pies del sepulcro de Cristo, sino que se las dejaba expuestas sin
protección cerca del altar; así se las podía mostrar con mayor facilidad
(Mendieta, 1980: 604).
Los indios de Amecameca dieron testimonio de un creciente apego
al texcalco. En términos casi idénticos, Mendieta y Ciudad Real se sor
prenden de verlos custodiar con un celo infinito un santuario por enton
ces cerrado con llave, se sorprenden asimismo de verlos tocar la cam
pana sobre el Amaqueme cada vez que suena la de la iglesia parroquial:
"[...] aunque la cueva tiene sus puertas y buena llave con que se cierra,
hay de continuo indios por guardas en otra cuevezuela allí cerca; tañen
a sus horas una campana que tienen en lo alto del cerro, cuando abajo
tañen en el monasterio"(Ciudad Real, 1976: 222).
Más allá de las rupturas de 1262,1464 y 1525, todo ocurre como si
para los indios los ritos tuvieran que efectuarse, costara lo que costara,
en la cima del Amaqueme. Fray Antonio de Ciudad Real no oculta su
inquietud ante esa sorprendente actividad, pues califica esa devoción
de "extraña" (idem, 401). ¿Fue por eso que cinco años más tarde, en 1592,
fray Domingo de Salazar, un infatigable misionero dominico estimó
necesario amonestar a sus rebaños de Amecameca? (Chimalpahin, 1965:
159).
LOS OBJETIVOS DE LOS ESPAÑOLES Y LAS ESTRATEGIAS INDÍGENAS
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