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La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara
que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo
pecado, desde su concepción.
Como demostraremos, esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue
proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su
bula Ineffabilis Deus.
Los grandes teólogos del siglo XIII presentaban las mismas dificultades de San
Agustín: la redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado
no fuese común a todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa
original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar
a quien se encuentra en estado de pecado.
1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a
Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más
honroso, para Él.
2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha:
Inmaculada.
1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del
pecado original.
2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque
Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.
Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El
que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana,
aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella
singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de
este don: El poder y omnipotencia de Dios.
Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo
se encarnará.
Frutos:
2-María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta
es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por
nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que
más bien pone mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de
Cristo en la naturaleza humana. Todas las virtudes y las gracias de María
Santísima las recibe de Su Hijo. La Madre de Cristo debía ser perfectamente santa
desde su concepción. Ella desde el principio recibió la gracia y la fuerza para evitar
el influjo del pecado y responder con todo su ser a la voluntad de Dios. A María,
primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni
siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al
modelo perfecto y a la imagen de la santidad que están llamados a alcanzar, con la
ayuda de la gracia del Señor, en su vida.
En torno a las ideas de Escoto se suscitó una gran controversia. Después de que el
Papa Sixto IV aprobara, en 1477, la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada
vez más aceptada en las escuelas teológicas.
El Papa Sixto IV, en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta
de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.
1-Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar
seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser
llenos del Espíritu Santo.
San Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y
que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rom
5,12.18). El paralelismo entre Adán y Cristo se completa con el de Eva y María: La
mujer tuvo un papel importante en la caída y lo tiene también en la redención.
San Ireneo, Padre de la Iglesia del siglo II, presenta a María como la nueva Eva que,
con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese
papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente
que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el
pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.
¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica
reconoce que la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición
recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu
Santo, ha ocurrido en la Iglesia. De esta manera lo que está ya en la Biblia en forma
de semilla se llega a entender cada vez mejor.
A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953
para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen
María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en
su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no
habría ya –al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera– la
enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne
definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS
45 [1953], 579).
La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto,
en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya
desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre
Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado.
Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando
así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra
redentora.
Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del
parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre
de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por
la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos.
A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del
esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios
con su pueblo.
El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido
de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que,
como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno
solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por
consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original
«afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por
eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo,
que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia
«donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia,
contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de
la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo,
nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más
apta para cooperar en la redención.
Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido
precisamente a María de Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio
insondable de la divina voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio
destaca: su humildad. Lo subraya Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso»:
«Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo
del consejo eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su
cántico de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto
los ojos en la humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado
por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se
convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida
entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla entre toda la
familia humana.
ORACIONES
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ante vuestra divina presencia
reconozco que he pecado muchas veces y porque os amo sobre todas las cosas, me
pesa de haberos ofendido. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo no volver a
caer más, confesarme y cumplir la penitencia que el confesor me imponga. Amén.
Oración preparatoria
Dios te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen
singular, Virgen soberana y perfecta, elegida para Madre de Dios y preservada por
ello de toda culpa desde el primer instante de tu Concepción; así como por Eva nos
vino la muerte, así nos viene la vida por ti, que, por la gracia de Dios, has sido
elegida para ser madre del nuevo pueblo que Jesucristo ha formado con su sangre.
A ti, purísima Madre, restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos
confiados y suplicantes en esta Novena, para rogarte nos concedas la gracia de ser
verdaderos hijos tuyos y de tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado.
Acordaos, Virgen Santísima, que habéis sido hecha Madre de Dios, no sólo para
vuestra dignidad y gloria, sino también para salvación nuestra y provecho de todo
el género humano. Acordaos que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos
han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro haya sido
desamparado.
Oración final
Cantos
DÍA PRIMERO
Oración particular
DÍA SEGUNDO
Oración particular
DÍA TERCERO
Oración particular
DÍA QUINTO
Oración particular
DÍA SEXTO
Oración particular
DÍA SEPTIMO
Oración particular
DÍA OCTAVO
Oración particular
DÍA NOVENO
Oración particular
LETANÍA A LA VIRGEN
Santa María,
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Divina Gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre inviolada,
Madre y virgen,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de exaltación,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del Cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consoladora de los afligidos,
Auxilio de los Cristianos,
Reina de los Ángeles,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,
Reina, concebida sin pecado original,
Reina, asunta a los Cielos,
Reina del santísimo Rosario,
Reina de la Paz,
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Perdonadnos, Señor.
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Escuchadnos, Señor.
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Tened piedad de nosotros.
Os rogamos, Señor Dios, que nos concedáis a vuestros siervos gozar de continua
salud de alma y cuerpo; y que por la intercesión de la siempre Virgen Santa María,
seamos libres de las tristezas de esta vida y gocemos de las eternas alegrías del
cielo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
La fe nos enseña que toda la humanidad participa del pecado de los primeros seres
humanos, que la Biblia denomina Adán y Eva. Es como una tara hereditaria que
una persona transmite a todos sus descendientes.
El Privilegio
¿Cómo la Iglesia enseña que Nuestra Señora fue concebida sin pecado, si, según la
Biblia, Jesús murió en la cruz para salvar a toda la humanidad del pecado?
La diferencia
Pero, al mismo tiempo que afirma esta verdad, la Iglesia Católica, acogiendo la
palabra de Dios en la Biblia, cree también que María, madre de Jesús, estuvo libre
del pecado desde el primer instante de su existencia. En eso consiste su inmaculada
concepción.
La gran diferencia entre María y nosotros, es que nosotros por la gracia de Cristo
somos liberados del pecado, que ya existe en nosotros, tanto el pecado original
como los pecados personales. María, al contrario, fue preservada de cualquier
pecado desde que fue concebida, porque recibió en aquel instante al Espíritu Santo
de Dios. Por eso, ella ya es "llena de gracia", como dice el mensajero del cielo, antes
del momento de la encarnación. Este nuevo nombre dado a María significa que
Dios la amó de un modo todo especial, no permitiendo que ella estuviese separada
de él en ningún momento de su existencia.
Este privilegio de María se fundamenta en su elección para ser madre del propio
Hijo de Dios. Para cumplir esta misión ella precisaba ser perfectamente santa, no
oponiendo la mínima resistencia al plan de Dios. De hecho, María aceptó sin
ninguna restricción la invitación de Dios, cuando dijo: "He aquí la sierva del Señor.
Que él haga de mí lo que dicen tus palabras". Pero esta entrega incondicional de
María a la voluntad de Dios no sería posible si en su vida hubiese habido cualquier
sombra de pecado.
Por eso, la Iglesia alaba a María santísima como Isabel, que, llena del Espíritu
Santo, exclamó: "¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu
seno!".
La Inmaculada Concepción
-María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue
concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de
gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no
se trata de la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin
pecado.
Fundamento Bíblico
En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena
de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y
significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en
unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de
María si lo sugiere.
Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22),
pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.
Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
Tertuliano (De carne Christi, xvii),
Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
Sedulius (Carmen paschale, II, 28).
Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que
ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no
tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella
singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de
este don: El poder y omnipotencia de Dios.
Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se
encarnará.
Frutos:
1. María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia.
Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se
dirigen al mal.
2. María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su
vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a
Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la
gracia que había recibido.
¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica
reconoce que la fuente de la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de
la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el
Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia.
La Inmaculada Concepción
A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953
para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen
María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en
su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no
habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la
enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne
definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS
45 [1953], 579).
La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto,
en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya
desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre
Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado.
Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando
así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra
redentora.
Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del
parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre
de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por
la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos.
A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del
esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios
con su pueblo.
El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido
de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que,
como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno
solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por
consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original
«afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por
eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo,
que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia
«donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).
San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia,
contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de
la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo,
nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más
apta para cooperar en la redención.
Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los
pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.
La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún
más en ella.
Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta
tensión.
Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes
más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los
hombres, entre la gracia y el pecado, entre la fe y la indiferencia e incluso el rechazo
de Dios.
Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la mima naturaleza que el Padre, tu Hijo
crucificado y resucitado.
Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del
pecado.
Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden
sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh Inmaculada!
Se decreta la celebración del Año Mariano en todo el mundo con motivo del I
Centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la
Santísima Virgen María 8 septiembre 1953.
Scot ve un signo de este rol activo de la madre en el hecho de que la madre ama a su
hijo más de lo que lo ama su padre, y encuentra una prueba en la pregunta de la
Virgen en Luc 1, 34: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”.
Mejor aún: desde el libro del Génesis, la Biblia ve en la maternidad una “una
participación en la obra creadora” exaltando de manera sublime y trascendente su
aspecto de causalidad. Es lo que emerge de la declaración triunfante de Eva, figura
de María: “he alcanzado de Yavé un varón” (Gén 4,1; cf. 4,25).
Scot ve un signo de este rol activo de la madre en el hecho de que la madre ama a su
hijo más de lo que lo ama su padre, y encuentra una prueba en la pregunta de la
Virgen en Luc 1, 34: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”.
Retomando una breve evocación anterior, hay que subrayar ahora cuánto han
reunido las Escrituras de la experiencia universal, cuando aplica el concepto de
madre a las realidades más diversas, desde las más materiales a las más
espirituales, de la Tierra hasta Dios.
Las investigaciones de los historiadores de las religiones han mostrado que los
misterios griegos de la época helenística son, por muchos aspectos, cultos de una
religión de la Madre, de la Magna Mater, encarnación de las fuerzas de la
naturaleza en la fecundidad universal, totalidad del mundo como cosmos. Todo lo
que vive sale de su seno maternal, todo vuelve a él. Las obras de arte, los
testimonios literarios, en una sucesión casi ininterrumpida, atestiguan la existencia
de esta asociación entre las nociones de Madre y de Tierra. Así, Esquilo nos dejó en
las Suplicantes una oración a la Madre Tierra bajo la forma de un balbuceo: ma Ga
ma Ga, boan joberon apotrepe (890-891). La forma elemental de una “madre
divina” representa siempre, en las religiones mistéricas, la tierra misma. En Platón,
la materia es la madre o la nutricia del universo.
Aunque los primeros Padres reaccionaron contra todas estas tendencias, sin
embargo ellas les ayudaron a utilizar la imagen bíblica de la mujer para expresar al
pueblo de Dios; a hipostasiar a la Iglesia en la imagen de la mujer, e
indirectamente, por reacción, contra todos los mitos ahistóricos, a exaltar la
maternidad divina, insertada en la historia, sin ninguna complicidad con su
sensualidad, de la Virgen únicamente fecunda al punto de engendrar un Dios
Salvador. ¿Sin la gnosis habríamos tenido, realmente, la visión patrística de
la Eclessia Mater, y la reacción ireneana que valorizó la causalidad dependiente de
la Virgen en la obra de la salvación, dicho de otra manera, su maternidad espiritual
de nueva Eva?
Sin entrar aquí en una discusión técnica y filosófica sobre la analogía, conviene
subrayar el carácter a la vez real y analógico de la maternidad espiritual, sea de
María, sea de la Iglesia respecto de nosotros.
Maternidad real en sentido propio: María y la Iglesia nos transmiten una vida, la
vida sobrenatural y divina, de las que ellas mismas vienen. Los documentos del
Magisterio dan testimonio de esta realidad.
Pero en los dos casos, la generación a la que María y la Iglesia contribuyen por su
cooperación es una generación verdadera según la naturaleza divina realmente
participada. En los dos casos, está en juego un misterio de fe que desborda los
sentidos, la razón y la historia.
La historia nos enseña que la Iglesia es una sociedad fundada por Cristo y cuyos
miembros se vuelven tales por el bautismo. La Revelación y la fe nos demuestran
que así como la Iglesia nos comunica una vida sobrenatural y divina que desborda
los sentidos, la experiencia y la razón. La razón humana reconoce en ella una
Madre que engendra a una vida divina.
Esto es lo que manifiesta una antigua versión del Símbolo de los Apóstoles todavía
en uso en el Siglo III en la Iglesia africana y que termina con estas palabras: “Credo
in sanctam Matrem Ecclesiam”.Esto es lo que lo que confirma el hecho histórico
analizado por K. Delahaye: la patrística primitiva no presentaba más que a los
bautizados a la Iglesia como madre. Nos hace decir en otras palabras: credo
Ecclesiam esse matrem in ordine gratiæ.
Conclusión
Pío XII hizo suya la expresión que Suárez dio a este principio, precisamente al
momento en que se definía dogmáticamente la Asunción: “los misterios de gracia
que Dios operó en la Virgen no pueden ser medidos a partir de leyes ordinarias,
sino en función de la omnipotencia divina, una vez supuesta la conveniencia de la
cosa y la ausencia de toda contradicción o repugnancia en las Escrituras”.
Por otro lado, así como lo habíamos dicho con anterioridad, este misterio de gracia
que constituía la “procreación moral” del universo por los Ángeles, los Santos y
María, permanecería, a causa de la caridad incomparablemente más grande que era
la de María, un privilegio para ella respecto de ellos.
Potuit, decuit, fecit: este principio tradicional en la mariología del segundo milenio
se manifiesta plenamente cuando se trata de afirmar que María, por su meritoria
intercesión de Madre y de Cordera de Dios ejerció, incomprarablemente más que
los Ángeles y los Santos, un ministerio decisivo en favor de la creación, la
consumación y la consumación del universo.
Ahora bien, no deja de ser interesante que el Cardenal Bea, cuyo importante rol en
la prepararación de la bula es bien conocido, enseñaba que este principio de
asociación privilegiada de María a Cristo Salvador era parte integrante del sentido
literal del “protoevangelio” (Gén 3, 15).
Se puede estimar, también, que además María oraba implícitamente por la creación
del universo distinto de ella misma, al pedir la Encarnación que la presuponía.
Finalmente, también se puede admitir que al entrar de manera permanente en la
visión beatífica por el misterio de su Asunción gloriosa, viendo sin cesar, frente a
frente a Dios eterno que hace brotar el universo de la nada para la gloria de su Hijo
y de su Espíritu, y al consentir sin cesar en la adoración de este gesto creador
poniendo el universo en el ser, María intercede, así, de manera ininterrumpida en
favor de la creación continua del universo, ofreciendo los méritos pasados de su
consentimiento a la Encarnación redentora y a la pasión de su Hijo, así como de su
muerte de amor, a esta intención.
Hemos aludido a lo largo del texto y de sus notas, la larga tradición de exégesis
eclesial y espiritual que aplica a la Virgen y a su rol en los designios de Dios
predestinador como en la historia de la salvación (incluyendo la creación de la
naturaleza) los textos veterotestamentarios relativos a la Sabiduría: Prov 8,22-
30; Eclo 24, 5-31; Sab 7, 26-27.
2. Pero “puesto que la Santa Escritura debe ser leída e interpretada a la luz del
mismo Espíritu que la hizo redactar”, sólo es necesario, para descubrir exactamente
el sentido de los textos sagrados, poner una mínima atención “al contenido y a la
unidad de toda la Escritura (contentum et unitatem totius Scripturæ) teniendo en
consideración a la Tradición viva de toda la Iglesia y a la analogía de la fe”.
Nos parece, sin embargo, que se podría aplicar también a estos textos sapienciales
los mismos principios con la ayuda de un razonamiento un poco más elaborado. Lo
encontramos en Scheeben, de La Broise, Brouyer, Catta.
Citemos al primero:
La sabiduría está colocada al comienzo de todas las vías del Señor, como la primera
nacida de la creación entera; en virtud de su origen primero y supremo, ella es la
imagen del parecido, la compañía y la ayuda más perfecta de Dios. es de manera
eminente la hija de Dios, es decir, a la vez su hija y su esposa, una bajo la forma de
la otra, como tal, es frente al mundo, la reina de todos los seres, la madre de la vida
y de la luz.
...La Iglesia no estableció por una simple comparación la concordancia de los
diversos trazos de nuestra lista con los privilegios de María, conocidos por otro
lado. Sin ninguna duda ella, igualmente, ha concluído la unión íntima de María con
la persona de la Sabiduría Encarnada que la descripción de esta debe aplicar a
María todas las proporciones guardadas. Se puede, entonces, admitir que la
aplicación de estos pasajes a María se encontró en las intenciones del Espíritu
Santo... María y la Sabiduría Encarnada están unidas de tal manera que los
privilegios de la Sabiduría corresponden a María.
En otros términos, Scheeben vincula los tres textos sapienciales ya evocados a la luz
del Protoevangelio mismo, iluminado por el Nuevo Testamento; es la unidad de
toda la Escritura que le permite comprender una intención divina en la aplicación
de esos tres textos a María. Lo que llama en un momento dado “acomodación”
releva en realidad, a sus ojos, del sentido literal pleno que tenía en miras no el
autor humano e instrumental, sino el único Autor supremo y divino del conjunto de
las escrituras, para retomar en otros términos los tres principios de Vaticano II
mencionados aquí.
Sin embargo, Scheeben estaba consciente de una dificultad: “nuestros pasajes
describen la Sabiduría... principalmente en su origen y su naturaleza
supraterrestres”. Agrega justamente: “todas las partes de la descripción no se
aplican a; María de una manera igual”. La respuesta a la objeción recuerda
principalmente que la Sabiduría, en nuestros pasajes, no está presentada como
“fuera y por encima de toda relación con el mundo, sino como relaciones actuales
con el mundo, existente y actuante al interior del mundo”. El Nuevo Testamento
nos suministra una norma de interpretación: en Col 1, 17 ss. El Apóstol aplica la
descripción de la Sabiduría eterna a Cristo, sabiduría encarnada. El principio de
asociación y de conjunción de la nueva Eva con el nuevo Adán, “une a “la
descripción de la Sabiduría bajo los trazos de una persona femenina que ejerce en
el mundo una influencia parecida a la de la madre en la casa del padre”, nos ayudan
a reconocer a María, “cuya ayuda maternal dio la naturaleza humana” de Cristo, en
los textos sapienciales aplicables a una pura criatura.
Las transferencias de estos textos a María “la más alta personificación creada de la
Sabiduría de Dios” es el efecto de la analogía de la fe que -nos dice el cardenal Bea -
es una interpretación de un texto escriturario bajo la luz de la totalidad de la
doctrina de la Iglesia, en materia de fe, y al interior de una atención alcanzada al
contexto.
La aplicación material de los textos sapienciales aquí examinados, no es, pues,
extrínseca sino intrínseca en el sentido pleno y total querido por Dios.
¿No estamos en el caso de decir que muchos versículos de los textos sapienciales
citados al comienzo de este apéndice “alcanzan y muestran una nueva y más
completa significación” cuando son aplicados a María “a la luz de la Revelación
posterior y completa del Nuevo Testamento”, para retomar los términos ya
mencionados de Vaticano II? Pensamos especialmente en los versículos siguientes:
- “Cuando fundo los cielos, allí estaba yo... cuando fijó sus términos al mar...
cuando echó los cimientos de la tierra, estaba yo con Él como arquitecto” (Prov 8,
27-30);
- “Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen
de su bondad...gobierna el universo para su bien” ( 7, 26. 30);
-”Yo salí de la boca del Altísimo, y como nube cubrí toda la tierra... Yo habité en las
alturas y mi trono fue columna de nube. (Eclo 24, 5-6).
Si en el pensamiento del Autor supremo y eterno de todas las escrituras del Antiguo
y del Nuevo Testamento, la Sabiduría significa no solamente un atributo divino o el
Verbo encarnado, sino, además, en dependencia de ellos, su Madre; estos
diferentes versículos brillan con una luz nueva cuando se consiente a ver en ellos,
también, una alusión al poder espiritualmente “procreador”, por modo de
intercesión, de la que fue, por excelencia, la Virgen sabia (cf Mt 25, 8).
Traducido del francés por: José Gálvez Krüger
Director de la Revista Humanidades Studia Limensia
Inmaculada Concepción
La Doctrina
En la Constitución Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío
IX pronunció y definió que la Santísima Virgen María «en el primer instante de su
concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de
los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda
mancha de pecado original».
"La Santísima Virgen María...” El sujeto de esta inmunidad del pecado
original es la persona de María en el momento de la creación de su alma y su
infusión en el cuerpo.
“... en el primer instante de su concepción...”: El término concepción no
significa la concepción activa o generativa por parte de sus padres. Su cuerpo fue
formado en el seno de la madre, y el padre tuvo la participación habitual en su
formación. La cuestión no concierne a lo inmaculado de la actividad generativa de
sus padres. Ni concierne tampoco absoluta y simplemente a la concepción pasiva
(conceptio seminis carnis, inchoata), la cual, según el orden de la naturaleza,
precede a la infusión del alma racional.
La persona es verdaderamente concebida cuando el alma es creada e infundida en
el cuerpo. María fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer
momento de su animación, y la gracia santificante le fue dada antes que
el pecado pudiese hacer efecto en su alma.
“...fue preservada de toda mancha de pecado original...” La esencia activa
formal del pecado original no fue removida de su alma como es removida de otros
por el bautismo; fue excluida, nunca estuvo en su alma; simultáneamente con la
exclusión del pecado. A ella se le confirió el estado de santidad original, inocencia
y justicia, como opuesto al pecado original, por cuyo don se excluyeron cada
mancha y falta, todas las emociones, pasiones y debilidades depravadas,
esencialmente pertenecientes al pecado original; mas no fue eximida de las penas
temporales de Adán---el dolor, las enfermedades corporales y la muerte.
“... por un singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de
los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano”: A María se le
dio la inmunidad del pecado original por una singular exención de
una ley universal por los mismos méritos de Cristo, por los cuales los demás
hombres son limpiados del pecado por el bautismo. María necesitó al Redentor
para obtener esta exención y ser liberada de la necesidad y de la deuda (debitum)
universal de estar sujeta al pecado original. La persona de María, por su origen de
Adán, habría estado sujeta al pecado, pero, siendo la nueva Eva, quien sería la
madre del nuevo Adán, fue apartada de la ley general del pecado original, por
el eterno designio de Dios y por los méritos de Cristo. Su redención fue
la verdadera obra maestra de la sabiduría redentora de Cristo. Es un redentor
mayor quien paga la deuda en que no incurrió que quien paga después que ha caído
en la deuda.
Orígenes
Este es el significado del término «Inmaculada Concepción».
Prueba de la Escritura
Génesis 3,15: No es posible extraer de la Escritura pruebas directas, categóricas
ni concluyentes sobre el dogma; pero el primer pasaje bíblico que contiene
la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor.
La sentencia contra los primeros padres fue acompañada del Primer Evangelio
(Proto-evangelium), que pone enemistad entre la serpiente y la mujer: “Enemistad
pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; ella (él) te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar.” (Gén. 3,15). La traducción «ella» de la Vulgata es
interpretativa; tiene su origen después del siglo IV, y no se puede defender
críticamente.
San Basilio
El vencedor salido de la estirpe de la mujer, que aplastará la cabeza de la serpiente,
es Cristo; la mujer en enemistad con la serpiente es María. Dios puso enemistad
entre ella y Satán en el mismo modo y medida que hay enemistad entre Cristo y la
estirpe de la serpiente. María estaría siempre en ese estado exaltado del alma que la
serpiente había destruido en el hombre, es decir, en la gracia santificante. Sólo la
continua unión de María con la gracia explica suficientemente la enemistad entre
ella y Satán. El proto-evangelio, por lo tanto, contiene en el texto original una
promesa directa del Redentor, y en conjunción con ello la manifestación de la obra
maestra de Su Redención, la perfecta preservación de su Madre virginal del pecado
original.
San Justino
Lucas 1,28: El saludo del Arcángel Gabriel---chaire kecharitomene, Salve, llena de
gracia (Lc. 1,28)---indica una única abundancia de gracia, un estado del alma
divino y sobrenatural, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción
de María. Pero el término kecharitomene (llena de gracia) sirve sólo como una
ilustración, no como una prueba del dogma.
San Ireneo
Otros textos: No se puede extraer ninguna conclusión teológica a partir de los
textos de Proverbios 8 y Eclesiástico 24 (que exaltan la Sabiduría de Dios y que en
la liturgia se aplican a María, la más bella obra de la Sabiduría de Dios), o desde
el Cantar de los Cantares (4,7, “Toda hermosa eres, amada mía, y no hay tacha en
ti”). Estos pasajes, aplicados a la Madre de Dios, pueden ser entendidos por
quienes conocen el privilegio de María, pero no sirven para probar
la doctrina dogmáticamente y, por lo tanto, se omiten en la Constitución
«Ineffabilis Deus». Para el teólogo es materia de conciencia no adoptar una
posición extrema para aplicar a una criatura textos que pueden denotar
prerrogativas de Dios.
VIDA Y ESTILO
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San Bernardo fue fiel creyente y seguidor de la Virgen María. Foto: Pixabay
Así que, les ruego, me obtengan la gracia de (en este punto de la oración
debes aprovechar para realizar la petición concreta para San Bernardo y
la Virgen María), y también que me concedan la gracia de la salvación de
mi alma.
Asimismo, pido que esto le agrade a Dios, para ti, tu elegido por y para
siempre. Prometo, queridísimo San Bernardo de Claraval, honrarte siempre
con todo el fervor que me sea posible, y como patrón especial, fomentar la
devoción a ti en todos los que me rodean. Amén.
Debes finalizar la oración con un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
Tal como ella lo dijo: “en caso de caer incluso cincuenta mil veces al día, nunca te
sorprendas. En su lugar, vuelve siempre tan suavemente tu corazón en la
dirección correcta y practica la virtud opuesta, todo el tiempo hablando palabras
de amor y confianza a nuestro Señor después de haber cometido mil faltas,
tanto como si hubieras cometido solo una”.
Oración para la fortaleza y la serenidad
Gloriosa Santa Juana, que por tu oración ferviente, la grandísima atención a la
Presencia Divina, y por la pureza de tu intención, alcanzaste en la tierra
una unión íntima con Dios. Sé nuestra abogada, nuestra madre, nuestra guía
en el camino de la virtud y la perfección. Defiéndenos y mantennos cerca de Jesús,
María y José, a quien fuiste tan tiernamente devota, y cuyas santas virtudes has
imitado tan de cerca.
Santa Juana Francisca puede ayudarte a conseguir la serenidad que ella tuvo. Foto:
Shutterstock
Obtén por nosotros, oh amable y compasiva Juana, las virtudes que nos
parezcan más necesarias: Un amor ardiente a Jesús en el Santísimo Sacramento,
Una tierna y filial confianza en su Santísima Madre, y como tú, un recuerdo
constante de su sagrada pasión y muerte. Te pedimos escuches nuestras
íntimas intenciones para que intercedas ante Dios por todos nosotros.
Y a ti, ¡Oh poderoso y misericordioso Dios!, que concediste a la
bienaventurada Santa Juana Francisca, tan inflamada de amor por ti, un
maravilloso grado de fortaleza para todos los caminos de la vida, y a través de ella,
una nueva orden religiosa, conceder por sus méritos y oraciones que nosotros que
sentimos nuestra debilidad confiemos en tu fuerza, así podremos vencer toda
adversidad con la ayuda de tu gracia celestial, por Cristo Nuestro Señor.
Amén.
¡Santa Juana Francisca de Chanta, ruega por todos nosotros!
Yo sé que Dios desea lo mejor para nosotros, sus hijos, y no quiere que suframos ni
carezcamos de ningún bien, por ello te imploro con todo mi ser le lleves estas
suplicas que te presento con humildad, y le pidas arregle mi vida económica y
laboral.
Ruega por mí ante nuestro padre, Dios de bondad y amor, pídele en mi nombre
se apiade de los problemas y de los grandes ahogos materiales que tanto afectan mi
transitar por la vida terrena y consigue que derrame sobre mí su Divina
Providencia. Solicítale me socorra en mis grandes necesidades económicas y
ponga a mi alcance los medios para mejorar laboralmente. Por favor,
hazle llegar estas, mis apremiantes necesidades.
(Haz la petición con fe)
Implora a Dios por mi familia, por todos los que amo, y por mí, consigue venga a
mi hogar la tranquilidad en el día a día, que tenga un buen trabajo o negocio
propio cuanto antes, que me permita vivir holgadamente y tener una vida llena de
ruinas, carencias y necesidades, una vida desahogada sin deudas, pagos e
hipotecas.
Por: María Pilar Mijares Bejerano | Fuente: Archicofradía del Niño Jesús de Praga
de Cádiz (España)
Todas las cosas tienen un poco de leyenda y también la imagen del Milagroso Niño
Jesús de Praga tiene la suya y muy bella por cierto.
Allá por el final de la Edad Media, entre Córdoba y Sevilla, al sur de las márgenes
del Guadalquivir, hay un monasterio famoso, lleno de monjes con largas barbas y
ásperas vestiduras. Después de un incursión de los moros que pueblan la zona,
queda reducido a ruinas, y solo cuatro monjes se salvaron de la catástrofe. Entre
ellos está FRAY JOSÉ DE LA SANTA CASA, un lego con corazón de santo y cabeza
y manos de artista, pero sobre todo con un amor desbordante a la Santa Infancia de
Jesús. En cualquier oficio que la obediencia le mandase, se le encontraba
infaliblemente entretenido, pensando y hablando con el Niño Jesús.
Un buen día Fray José está barriendo el suelo del monasterio y de repente se le
presenta un hermoso niño que le dice: -¡Qué bien barres, fray José, y que brillante
dejas el suelo! ¿Serías capaz de recitar el Ave María?. -Si. -Pues entonces, dila.
Fray José deja a un lado la escoba, se recoge, junta las manos y con los ojos bajos,
comienza la salutación angélica. Al llegar a las palabras "et benedictus fructus
ventris tui" (y bendito el fruto de tu vientre), el niño le interrumpe y le dice: ¡ESE
SOY YO!, y enseguida desaparece.
Fray José grita extasiado:-¡Vuelve Pequeño Jesús, porque de otro modo moriré del
deseo de verte!. Pero Jesús no vino. Y Fray José, seguía llamandolo día tras día, en
la celda, en el huerto, en la cocina... en todas partes. Al fin un día sintió que la voz
de Jesús le respondía: -"Volveré, pero cuida de tener todo preparado para que a mi
llegada hagas de mi una estatua de cera en todo igual a como soy". Fray José corrió
a contarselo al padre prior, pidiéndole cera, un cuchillo y un pincel. El Superior se
lo concedió y Fray José se entregó con ilusión a modelar una estatua de cera del
Niño que había visto. Hacía una y la deshacía, para hacer otra, pues nunca estaba
conforme, y cada una que hacía le salía más bella que la anterior, y así pasaba el
tiempo, esperando que regresase su Amado Jesusito.
Y por fin llegó el día en el que rodeado de ángeles, se le presenta el Niño Jesús, y
Fray José en extásis, pero con la mayor naturalidad pone los ojos en el Divino
modelo y copia al Niño que se tiene delante. Cuando termina y observa que su
estatua es igual al Sagrado Modelo, estalla en risas y llantos de alegría, cae de
rodillas delante de ella y posando la cabeza sobre las manos juntas, muere. Y los
mismos ángeles que acompañaron a su Niño Jesús, recogieron su espíritu y lo
llevaron al Paraíso. Los religiosos enterraron piadosamente el cuerpo del santo lego
y con particular devoción colocaron la imagen de cera del Niño Jesús en el oratorio
del monasterio.
Oración 2
Abre mis labios Jesús y también mi lengua para que se rinda ante
tus alabanzas. Acudo el día de hoy en busca de tu auxilio Señor.
Pido que me socorras Señor. Permite que mi vida se glorifique a
través de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que
así sea.
Amén.
Es importante que tengamos en cuenta que el verbo se hizo carne y el
hábito vive entre nosotros.
Padrenuestro
Se efectúa oración al niño Jesús de Praga, pues este te bendice y
alaba, tras el misterio de su encarnación.
Avemaría
Realizar oración dedicada al Divina Niño Jesús, concentrada en el
misterio de su visitación. Para luego centrarse en su nacimiento.
Posterior en el misterio y adoración de los apóstoles.
Adorado y glorioso sea el Hijo
Se concentra en el verbo que se hizo de la carne y el hábito que existe
entre nosotros.
Poderosa novena de
confianza infantil
Esta novena se debe realizar a cada hora por nueve horas el mismo
día.
Querido niño Jesús, pido por mí y por los míos. Imploro por tu
gracia y por la de tu Santísima Madre. Sé que me consideran (di la
petición) estoy consciente de que tu misericordia me permitirá
cumplir con este deseo.
Tu que has dicho cielo y tierra pasara pero mi palabra no. A través
de la madre de Dios y de todos los fieles. Hoy declaro mi fe y
confianza en ti, por ello sé que me consideras (di la petición
nuevamente).
Amén.
https://www.youtube.com/watch?v=7CeUI3MxOlA