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"...

declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene


que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda
mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a
los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está
revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída
por todos los fieles..." (Bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX )

 
La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara
que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo
pecado, desde su concepción. 
Como demostraremos, esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue
proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su
bula Ineffabilis Deus.

 "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene


que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha
de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe
ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la


materia orgánica  procedente de los padres. La concepción es el momento en que
comienza la vida humana.
Cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la
concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma
declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde
que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena
de gracia" desde su concepción.
La Encíclica "Fulgens corona", publicada por el Papa Pío XII en 1953 para
conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen
María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en
su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no
habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la
enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne
definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»
Fundamento Bíblico
La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción,
como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia
recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la
Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se
interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica. 
El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15)
menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios
declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer
(María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia
santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María
se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella
y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de
que vendrá un redentor.  Junto a El se manifestará su obra maestra: La
preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.
En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen
María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en
español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es
"kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado
sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la
Inmaculada Concepción de María ciertamente lo sugiere.
El Apocalipsis narra sobre la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1).  Ella representa la
santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en virtud
de una gracia singular. Ella es toda esplendor porque no hay en ella mancha alguna
de pecado. Lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de
la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Los Padres de la Iglesia y la Inmaculada


Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22),
pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.
 Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
 Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
 Tertuliano (De carne Christi, xvii),
 Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
 Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
 Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
 Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
 Sedulius (Carmen paschale, II, 28).

También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura San Agustín


y otros.  La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"

En el siglo IX se introdujo en Occidente la fiesta de la Concepción de María,


primero en Nápoles y luego en Inglaterra.

Hacia el año 1128, un monje de Canterbury llamado


Eadmero escribe el primer tratado sobre la Inmaculada
Concepción donde rechaza la objeción de San
Agustín contra el privilegio de la Inmaculada
Concepción, fundada en la doctrina de la transmisión del
pecado original en la generación humana.

La castaña, escribe Eadmero, «es concebida, alimentada


y formada bajo las espinas, pero que a pesar de eso
queda al resguardo de sus pinchazos». Incluso bajo las
espinas de una generación que de por sí debería
transmitir el pecado original, María permaneció libre de
toda mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo
pudo, evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quiso, lo
hizo».

Los grandes teólogos del siglo XIII presentaban las mismas dificultades de San
Agustín: la redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado
no fuese común a todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa
original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar
a quien se encuentra en estado de pecado.

El franciscano Juan Duns Escoto, al principio del siglo XIV, inspirado en


algunos teólogos del siglo XII y por el mismo San Francisco (siglo XIII, devoto de la
Inmaculada), brindó la clave para superar las objeciones contra la doctrina de la
Inmaculada Concepción de María. El sostuvo que Cristo, el mediador perfecto,
realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió
preservándola del pecado original. Se trata una redención aún más admirable:
No por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.

Escoto preparó el camino para la definición dogmática. Dicen que su inspiración


le vino al pasar por frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Dignare me
laudare te: Virgo Sacrata"  (Oh Virgen sacrosanta dadme las palabras propias
para hablar bien de Ti).

1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a
Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más
honroso, para Él.

2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha:
Inmaculada.

3. ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Todos respondieron: Lo


que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.

Entonces Scotto exclamó: Luego

1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del
pecado original.
2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque
Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.

Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El
que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana,
aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella
singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de
este don: El poder y omnipotencia de Dios.

Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo
se encarnará.

Frutos:

1-María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los


deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.

2-María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta
es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por
nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido. 
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que
más bien pone mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de
Cristo en la naturaleza humana. Todas las virtudes y las gracias de María
Santísima las recibe de Su Hijo. La Madre de Cristo debía ser perfectamente santa
desde su concepción. Ella desde el principio recibió la gracia y la fuerza para evitar
el influjo del pecado y responder con todo su ser a la voluntad de Dios. A María,
primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni
siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al
modelo perfecto y a la imagen de la santidad que están llamados a alcanzar, con la
ayuda de la gracia del Señor, en su vida.
En torno a las ideas de Escoto se suscitó una gran controversia. Después de que el
Papa Sixto IV aprobara, en 1477, la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada
vez más aceptada en las escuelas teológicas.

El Papa Sixto IV, en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta
de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.

Fue valioso también el aporte del mundo universitario. Las universidades


de París, Maguncia y Colonia y, en España, la de Valencia (1530), Granada, Alcalá
(1617), Salamanca (1618) y otras proclamaron a María Inmaculada como Patrona.
Sus doctores, al recibir el grado, hacían voto y juramento de enseñar y defender la
doctrina de la Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un


llamado para nosotros:

1-Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar
seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser
llenos del Espíritu Santo.

"Con la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención,


que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a
realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad" Juan Pablo II, 5-XII-
2003.

Respuesta a los argumentos contra la Inmaculada Concepción de


María.
1- Argumento: La Inmaculada  Concepción contradice la enseñanza de San Pablo:
"todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios" (Romanos
3:23). 

Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han


pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los
pecadores. Sabemos que esta no es la intención de S. Pablo ya que después
menciona que Jesús "no conoció pecado" (2Cor 5,21; Cf. Hebreos 4:15; 1
Pedro 2:22). 

El dogma de la Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza


Paulina en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la
cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San
Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5).
Esta es la enseñanza del Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta
a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el
pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales». Pero Jesús tiene la potestad para preservar a su Madre del pecado
aplicando a ella los méritos de su redención.

San Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y
que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rom
5,12.18). El paralelismo entre Adán y Cristo se completa con el de Eva y María: La
mujer tuvo un papel importante en la caída y lo tiene también en la redención. 
San Ireneo, Padre de la Iglesia del siglo II, presenta a María como la nueva Eva que,
con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese
papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente
que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el
pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado que mancha a toda la humanidad no puede entrar en el Redentor y su


colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud
de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente
santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador. Entonces, lo que
Pablo declara en forma general para toda la humanidad no incluye a Jesús y a
María.
2- Argumento: Según algunos, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó
ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).

Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se


declarara salvada por Dios es cierto. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De
qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a
pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.

El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por


Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su
concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo
pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron
anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible. 

¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica
reconoce que la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición
recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu
Santo, ha ocurrido en la Iglesia. De esta manera lo que está ya en la Biblia en forma
de semilla se llega a entender cada vez mejor.  

 Juan Pablo II sobre La Inmaculada Concepción

1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia,


como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo
VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su
existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han


considerado el así llamado Proto evangelio (Gn 3, 15) como una fuente
escriturísticas de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a
partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado
muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto


hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su
linaje, su descendiente. Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su
Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica
establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es
coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que
aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

2. En el mismo texto bíblico, además se proclama la enemistad entre la mujer y su


linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una
hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si
consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga
irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo
dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953
para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen
María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en
su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no
habría ya –al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera– la
enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne
definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS
45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto,
en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya
desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre
Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado.
Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando
así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra
redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Proto evangelio, al atraer nuestra atención hacia


la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del
influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el
Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que
implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los
hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele


citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida
de sol» (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la
comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero,
además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual
cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las
naciones con cetro de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se
admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a
luz al Mesías. La mujer comunidad está descrita con los rasgos de la mujer Madre
de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del
parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre
de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por
la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos.
A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del
esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios
con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada


Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del
Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión


eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad
de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una
gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el


Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían
oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido
de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que,
como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno
solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por
consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original
«afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por
eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo,
que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia
«donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de


la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo
se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en
el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia,
contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de
la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo,
nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más
apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor


y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en
virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es
totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.

Llena de Gracia, el nombre mas bello de María.

Benedicto XVI, 2006


Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy una de las fiestas de la bienaventurada Virgen más bellas y


populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno,
sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del género humano que
es la culpa original, a causa de la misión a la que Dios la había destinado desde
siempre: ser la Madre del Redentor.

Todo esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El


fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió
a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas
1, 28). «Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre
más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde
siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más
precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12).

Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido
precisamente a María de Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio
insondable de la divina voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio
destaca: su humildad. Lo subraya Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso»:
«Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo
del consejo eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su
cántico de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto
los ojos en la humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado
por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se
convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida
entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla entre toda la
familia humana.

Esta «bendición» es el mismo Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de la que


María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y
con amor lo entregó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión,
la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y entregarlo al
mundo «para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 17).

Queridos hermanos y hermanas: la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el


período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador.
Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla
como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino»
(«Lumen gentium», 68). Con esta conciencia os invito a uniros a mí cuando, en la
tarde, renueve en la plaza de España el tradicional homenaje a esta dulce Madre
por la gracia y de la gracia. A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda
el anuncio del ángel.
 

ORACIONES

Oración a la Inmaculada Virgen María

 Santísima Virgen, yo creo y confieso vuestra Santa e


Inmaculada Concepción pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza virginal,
vuestra Inmaculada Concepción y
vuestra gloriosa cualidad de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una santa muerte.
Amén"
NOVENA A LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Comienza el 30 de noviembre para preparar la fiesta de la Inmaculada Concepción


(8 de diciembre).

Oraciones para todos los días de la novena:


Señal de la cruz
Canto
Acto de contrición

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ante vuestra divina presencia
reconozco que he pecado muchas veces y porque os amo sobre todas las cosas, me
pesa de haberos ofendido. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo no volver a
caer más, confesarme y cumplir la penitencia que el confesor me imponga. Amén.

Oración preparatoria

Dios te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen
singular, Virgen soberana y perfecta, elegida para Madre de Dios y preservada por
ello de toda culpa desde el primer instante de tu Concepción; así como por Eva nos
vino la muerte, así nos viene la vida por ti, que, por la gracia de Dios, has sido
elegida para ser madre del nuevo pueblo que Jesucristo ha formado con su sangre.

A ti, purísima Madre, restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos
confiados y suplicantes en esta Novena, para rogarte nos concedas la gracia de ser
verdaderos hijos tuyos y de tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado.
Acordaos, Virgen Santísima, que habéis sido hecha Madre de Dios, no sólo para
vuestra dignidad y gloria, sino también para salvación nuestra y provecho de todo
el género humano. Acordaos que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos
han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro haya sido
desamparado.

No me dejéis pues a mí tampoco, porque si no, me perderé; que yo tampoco quiero


dejaros a Vos, antes bien cada día quiero crecer más en vuestra verdadera
devoción. Y alcanzadme principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer
jamás pecado mortal; la segunda, un gran aprecio de la virtud, y la tercera, una
buena muerte. Además dadme la gracia particular que os pido en esta Novena, si es
para mayor gloria de Dios, vuestra y bien de mi alma.
[Oración particular del día (ver abajo)]

Oración final

Rezar tres Padrenuestros, Avemarías y Gloria Patris a la Santísima Trinidad, y


luego pide lo que por intercesión de la Inmaculada Concepción deseas conseguir de
la Novena.
Bendita sea tu pureza
Y eternamente lo sea,
Pues todo un Dios se recrea
En tan graciosa belleza.
A ti, celestial Princesa,
Virgen sagrada María,
Te ofrezco en este día
Alma, vida y corazón.
¡Mírame con compasión!
¡No me dejes, madre mía!

Cantos

DÍA PRIMERO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como preservaste a María del pecado original en su Inmaculada Concepción y a
nosotros nos hiciste el gran beneficio de libramos de él por medio de tu santo
bautismo, así Te rogamos humildemente nos concedas la gracia de portarnos
siempre como buenos cristianos, regenerados en Ti, Padrenuestro Santísimo.

DÍA SEGUNDO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como preservaste a María de todo pecado mortal en toda su vida y a nosotros nos
das gracia para evitarlo y el sacramento de la confesión para remediarlo, así Te
rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la
gracia de no cometer nunca pecado mortal, y si incurrimos en tan terrible
desgracia, la de salir de él cuanto antes, por medio de una buena confesión.

DÍA TERCERO
Oración particular

¡Oh santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como preservaste a María de todo pecado venial en toda su vida, y a nosotros nos
pides que purifiquemos más y más nuestras almas, para ser dignos de Ti, así Te
rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la
gracia de evitar los pecados veniales y de procurar y obtener cada día más pureza y
delicadez de conciencia.
DÍA CUARTO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como libraste a María del pecado y le diste dominio perfecto sobre todas sus
pasiones, así Te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada,
nos concedas la gracia de ir domando nuestras pasiones y destruyendo nuestras
malas inclinaciones, para que Te podamos servir con verdadera libertad de espíritu
y sin imperfección ninguna.

DÍA QUINTO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como desde el primer instante de su Concepción diste a María mas gracia que a
todos los Santos y Angeles del cielo, así Te rogamos humildemente por intercesión
de tu Madre Inmaculada nos inspires un aprecio singular de la divina gracia que Tú
nos adquiriste con tu sangre y nos concedas el aumentarla más y más con nuestras
buenas obras y con la recepción de tus santos sacramentos, especialmente el de la
comunión.

DÍA SEXTO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como desde el primer instante infundiste en María, con toda plenitud, las virtudes
sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo, así Te suplicamos humildemente,
por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas a nosotros la abundancia de
estos mismos dones y virtudes, para que podamos vencer todas las tentaciones y
hagamos muchos actos de virtud dignos de nuestra profesión de cristianos.

DÍA SEPTIMO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como diste a María, entre las demás virtudes, una pureza y castidad eximia, por la
cual es llamada Virgen de las Vírgenes, así Te suplicamos, por intercesión de tu
Madre Inmaculada, nos concedas la dificilísima virtud de la castidad, que no se
puede conservar sin tu gracia, pero que tantos han conservado mediante la
devoción de la Virgen y tu protección.

DÍA OCTAVO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como diste a María la gracia de una ardentísima caridad y amor de Dios sobre
todas las cosas, así Te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre
Inmaculada, nos concedas un amor sincero a Ti, oh Dios y Señor nuestro, nuestro
verdadero bien, nuestro bienhechor, nuestro Padre, y que antes queramos perder
todas las cosas que ofenderte con un solo pecado.

DÍA NOVENO
Oración particular

¡Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro! Así


como has concedido a María la gracia de ir al cielo y de ser en él colocada en el
primer lugar después de Ti, así Te suplicamos humildemente, por intercesión de tu
Madre Inmaculada, nos concedas una buena muerte, que recibamos bien los
últimos sacramentos, que expiremos sin mancha ninguna de pecado en la
conciencia y vayamos al cielo para siempre gozar en tu compañía y la de nuestra
Madre, con todos los que se han salvado por ella.

LETANÍA A LA VIRGEN

Señor, tened piedad de nosotros.


Cristo, tened piedad de nosotros.
Señor, tened piedad de nosotros.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escuchadnos, Cristo, escuchadnos,
Dios, Padre celestial. Tened piedad de nosotros.
Dios, Hijo, Redentor del mundo. Tened piedad de nosotros.
Dios, Espíritu Santo. Tened piedad de nosotros.
Trinidad Santa, un solo Dios. Tened piedad de nosotros.

A las siguientes contestamos: “Ora pro nobis” o “Ruega por nosotros”

Santa María,
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Divina Gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre inviolada,
Madre y virgen,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de exaltación,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Trono de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del Cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consoladora de los afligidos,
Auxilio de los Cristianos,
Reina de los Ángeles,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,
Reina, concebida sin pecado original,
Reina, asunta a los Cielos,
Reina del santísimo Rosario,
Reina de la Paz,

Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Perdonadnos, Señor.
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Escuchadnos, Señor.
Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo. Tened piedad de nosotros.

V. Rogad por nosotros, Santa Madre de Dios.


R. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.
ORACIÓN

Os rogamos, Señor Dios, que nos concedáis a vuestros siervos gozar de continua
salud de alma y cuerpo; y que por la intercesión de la siempre Virgen Santa María,
seamos libres de las tristezas de esta vida y gocemos de las eternas alegrías del
cielo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

¿Qué significa Inmaculada Concepción?


Este título se refiere a que desde el inicio de su existencia ella estuvo libre del
pecado original

Por: ohn A. MacDowell, S.J. | Fuente: GaudiumPrress.org

El nombre de Concepción o María de la Concepción es dado a muchas niñas en


honor a la inmaculada concepción de Nuestra Señora.

Concepción es el acto de ser concebido o engendrado


en el seno de una mujer. Inmaculada significa: sin
mancha. Muchos piensan que cuando la Iglesia usa
estos términos está refiriéndose a la pureza
inmaculada de la concepción de Jesús en el seno de
María.

Es cierto que Jesús no nació de la relación de María


con un hombre, sino por obra del Espíritu Santo. Es
lo que afirmamos en el Credo diciendo: Nació de
María virgen. Pero no es por causa de su virginidad
que la Iglesia da a Nuestra Señora el título de
"Inmaculada Concepción".

Este título se refiere a la concepción de la propia María en el seno de su madre. No


significa, sin embargo, que su concepción fue virginal como la de Jesús. Ella nació,
como las otras personas, de la relación conyugal de un hombre y una mujer, que la
Iglesia llama de San Joaquín y Santa Ana. Pero la concepción inmaculada de María
no tiene nada que ver con sus padres. Es un don de Dios a María. Significa que
desde el inicio de su existencia ella estuvo libre del pecado original.

La fe nos enseña que toda la humanidad participa del pecado de los primeros seres
humanos, que la Biblia denomina Adán y Eva. Es como una tara hereditaria que
una persona transmite a todos sus descendientes.
El Privilegio

Todos nosotros experimentamos que somos pecadores. Si somos sinceros, debemos


reconocer que no seguimos siempre a nuestra consciencia. La familia humana
quedó marcada por esta mancha. Solo Jesucristo puede librarnos del pecado y sus
consecuencias. Por la fe y el bautismo nos reconciliamos con Dios y volvemos a
vivir como sus hijos e hijas.

Pero María tuvo un privilegio especialísimo. Porque en el plan de Dios estaba


destinada a ser la madre de Jesucristo, el Salvador, ella fue liberada de la mancha
del pecado desde su concepción. Jamás estuvo separada de Dios. Y al tornarse
consciente de su existencia, confirmó con un "sí" su voluntad de pertenecer a Dios y
obedecer sus mandamientos. Es esta santidad de María, llena de gracia, que la
Iglesia proclama cuando habla de su inmaculada concepción.

¡¿Cómo?! ¿Jesucristo no es el Salvador de todos?

¿Cómo la Iglesia enseña que Nuestra Señora fue concebida sin pecado, si, según la
Biblia, Jesús murió en la cruz para salvar a toda la humanidad del pecado?

Es verdad que Jesucristo es el Salvador de todos, incluso de las personas que


vivieron antes de su nacimiento. Fue previendo la encarnación y muerte de su Hijo
que Dios comunicó a Abraham y a todos los justos del Antiguo Testamento la gracia
de la fe en su promesa de salvación. Como Hijo de Dios, hecho hombre, Jesús es el
único que no precisa ser salvado del pecado, que afecta a toda la familia humana.
María también fue salvada del pecado por la gracia que Cristo, su hijo, iría merecer
con su pasión y muerte. Ella pertenece a la humanidad pecadora. No podría
librarse de esa situación por sus propios méritos. No sería capaz de agradar a Dios,
sin la fuerza del Espíritu Santo que Cristo ofrece a todos.

La diferencia

Pero, al mismo tiempo que afirma esta verdad, la Iglesia Católica, acogiendo la
palabra de Dios en la Biblia, cree también que María, madre de Jesús, estuvo libre
del pecado desde el primer instante de su existencia. En eso consiste su inmaculada
concepción.
 
La gran diferencia entre María y nosotros, es que nosotros por la gracia de Cristo
somos liberados del pecado, que ya existe en nosotros, tanto el pecado original
como los pecados personales. María, al contrario, fue preservada de cualquier
pecado desde que fue concebida, porque recibió en aquel instante al Espíritu Santo
de Dios. Por eso, ella ya es "llena de gracia", como dice el mensajero del cielo, antes
del momento de la encarnación. Este nuevo nombre dado a María significa que
Dios la amó de un modo todo especial, no permitiendo que ella estuviese separada
de él en ningún momento de su existencia.
Este privilegio de María se fundamenta en su elección para ser madre del propio
Hijo de Dios. Para cumplir esta misión ella precisaba ser perfectamente santa, no
oponiendo la mínima resistencia al plan de Dios. De hecho, María aceptó sin
ninguna restricción la invitación de Dios, cuando dijo: "He aquí la sierva del Señor.
Que él haga de mí lo que dicen tus palabras". Pero esta entrega incondicional de
María a la voluntad de Dios no sería posible si en su vida hubiese habido cualquier
sombra de pecado.

Por eso, la Iglesia alaba a María santísima como Isabel, que, llena del Espíritu
Santo, exclamó: "¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu
seno!".

Artículo publicado originalmente en es. gaudiumpress.org Se autoriza su


publicación desde que cite la fuente.

La Inmaculada Concepción

Cada 8 de diciembre, la Iglesia celebra el dogma de fe que nos revela


que, por la gracia de Dios, la Virgen María fue preservada del
pecado desde el momento de su concepción, es decir desde el
instante en que María comenzó la vida humana.
El 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX
proclamó este dogma:
"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que
la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha
de la culpa original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los
méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada
por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por
todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)
María es la "llena de gracia", del griego "kecharitomene" que significa una
particular abundancia de gracia, es un estado sobrenatural en el que
el alma está unida con el mismo Dios. María como la Mujer
esperada en el Protoevangelio (Gn. 3, 15) se mantiene en enemistad
con la serpiente porque es llena de gracia.
Las devociones a la Inmaculada Virgen María son numerosas, y entre sus
devotos destacan santos como San Francisco de Asís y San Agustín.
Además la devoción a la Concepción Inmaculada de María fue
llevada a toda la Iglesia de Occidente por el Papa Sixto IV, en 1483.
El camino para la definición dogmática de la Concepción Inmaculada de
María fue trazado por el franciscano Duns Scotto. Se dice que al
encontrarse frente a una estatua de la Virgen María hizo esta
petición: "Dignare me laudare te: Virgo Sacrata" (Oh Virgen
sacrosanta dadme las palabras propias para hablar bien de Ti).
Y luego el franciscano hizo estos cuestionamientos:
1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del
pecado original? 
2. Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha.
Esto es lo más honroso, para Él.
2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de
pecado original?
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera
sin mancha: Inmaculada.
3. ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? 
Todos respondieron: Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve
que es mejor hacerlo, lo hace.

Entonces Scotto exclamó:


Luego
1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha
del pecado original.
2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado
original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo
hace.
La Virgen María es Inmaculada gracias a Cristo su hijo, puesto que Él iba
a nacer de su seno es que Dios la hizo Inmaculada para que tenga un
vientre puro donde encarnarse. Ahí se demuestra cómo Jesús es
Salvador en la guarda de Dios con María y la omnipotencia del
Padre se revela como la causa de este don. Así, María nunca se
inclinó ante las concupiscencias y su grandeza demuestra que como
ser humano era libre pero nunca ofendió a Dios y así no perdió la
enorme gracia que Él le otorgó.

La Inmaculada Virgen María nos muestra la necesidad de tener un


corazón puro para que el Señor Jesús pueda vivir en nuestro
interior y de ahí naciese la Salvación. Y consagrarnos a ella nos lleva
a que nuestra plegaria sea el medio por el cual se nos revele
Jesucristo plenamente y nos lleve al camino por el cual seremos
colmados por el Espíritu Santo.

Tercer Dogma: La Inmaculada Concepción de


María
Una gracia especial de Dios, donde ella fue preservada de todo pecado desde su
concepción.

Por: Corazones.org | Fuente: Corazones.org

La Inmaculada Concepción de María es el dogma de


fe que declara que por una gracia especial de Dios,
ella fue preservada de todo pecado desde su
concepción.

El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de


diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la


doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por
tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."  (Pío IX, Bula Ineffabilis
Deus, 8 de diciembre de 1854)
La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la
materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que
comienza la vida humana.

-María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue
concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de
gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no
se trata de la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin
pecado.

Fundamento Bíblico

La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción,


como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia
recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia.
Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta
correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.

El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona


a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la
enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María)
aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que
el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en
estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente.
El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un
redentor. Junto a El se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de
todo pecado de su Madre Virginal.

En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena
de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y
significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en
unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de
María si lo sugiere.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22),
pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.
Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
Tertuliano (De carne Christi, xvii),
Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
Sedulius (Carmen paschale, II, 28).

También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura (San


Agustín y otros). La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"

Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que
ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no
tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella
singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de
este don: El poder y omnipotencia de Dios.

Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se
encarnará.

Frutos:
1. María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia.
Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se
dirigen al mal.
2. María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su
vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a
Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la
gracia que había recibido.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para


nosotros:
1. Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2. Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar
seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro
para ser llenos del ES.

Argumentos de los hermanos separados


1. Según algunos protestantes, la Inmaculada Concepción contradice la
enseñanza bíblica: "todos han pecado y están lejos de la presencia
salvadora de Dios" (Romanos 3:23).
Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo
"todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también
quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esto no es la
intención de S. Pablo gracias a sus otras cartas en que menciona que
Jesús no pecó (Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).

La Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina


en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la
cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del
Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a
Dios (Cf. Efesios 2:5). María es la primera.
 
2. Según algunos hermanos separados, María reconoce que ella era
pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28,
47).
Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella
se declarara salvada por Dios es verdadero. En Lc 1:48 ella reconoce que
fue salvada. ¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero
para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del
pecado.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por
Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su
concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo
pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron
anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible.

¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica
reconoce que la fuente de la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de
la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el
Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia.

Oración a la Virgen Inmaculada


Una vez más estamos aquí para rendirte homenaje
a los pies de esta columna,
desde la cual tú velas con amor
sobre Roma y sobre el mundo entero,
desde que, hace ya ciento cincuenta años,
el beato Pío IX proclamó,
como verdad de la fe católica,
tu preservación de toda mancha de pecado,
en previsión de la muerte y resurrección
de tu Hijo Jesucristo.
¡Virgen Inmaculada!
tu intacta belleza espiritual
es para nosotros una fuente viva de confianza y de esperanza.
Tenerte como Madre, Virgen Santa,
Nos reafirma en el camino de la vida
como prenda de eterna salvación.
Por eso a ti, oh María,
Confiadamente recurrimos.
Ayúdanos a construir un mundo
donde la vida del hombre sea siempre amada y defendida,
toda forma de violencia rechazada,
la paz buscada tenazmente por todos.
¡Virgen Inmaculada!
En este Año de la Eucaristía
concédenos celebrar y adorar
con de renovada y ardiente amor
el santo misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo.
En tu escuela, o Mujer Eucarística,
enséñanos a hacer memoria de las maravillosas obras
que Dios no cesa de realizar en el corazón de los hombres.
Con premura materna, Virgen María,
guía siempre nuestros pasos por los senderos del bien.
¡Amén!

Catequesis de Juan Pablo II sobre la


Inmaculada

La Inmaculada Concepción

1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia,


como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo
VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su
existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han


considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística
de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la
antigua versión latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas
representaciones de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto


hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su
linaje, su descendiente. Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su
Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica
establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es
coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que
aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

2. En el mismo texto bíblico, además se proclama la enemistad entre la mujer y su


linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una
hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si
consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga
irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo
dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953
para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen
María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en
su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no
habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la
enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne
definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS
45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto,
en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya
desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre
Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado.
Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando
así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra
redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Proto evangelio, al atraer nuestra atención hacia


la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del
influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el
Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que
implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los
hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele


citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida
de sol» (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad
del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la
interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando afirma:
«La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro
de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta
identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías.
La mujercomunidad está descrita con los rasgos de la mujer Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del
parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre
de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por
la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos.
A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del
esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios
con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada


Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del
Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión


eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad
de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una
gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el


Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían
oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido
de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que,
como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno
solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por
consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original
«afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por
eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo,
que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia
«donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de


la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo
se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en
el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia,
contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de
la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo,
nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más
apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor


y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en
virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es
totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
Plegaria de San Juan Pablo II a la Inmaculada Concepción

"Establezco hostilidades entre ti y la mujer... ella te herirá en la cabeza" (Gen 3, 15).


Estas palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes
en la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la Inmaculada
Concepción. Con ellas Dios ha abrazado la historia del hombre en la tierra después
del pecado original: "hostilidad": lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el
pecado.

Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los
pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.
La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún
más en ella.

Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta
tensión.

Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes
más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los
hombres, entre la gracia y el pecado, entre la fe y la indiferencia e incluso el rechazo
de Dios.

Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo.


Conscientes de esta "hostilidad" que desde los orígenes te contrapone al tentador, a
aquel que engaña al hombre desde el principio y es el "padre de la mentira", el
"príncipe de las tinieblas" y, a la vez, el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).
Tú, que "aplastas la cabeza de la serpiente", no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino que haz que nosotros mismos
venzamos al mal con el bien.

Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios


mismo, con la fuerza de la gracia.

Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno.

Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la mima naturaleza que el Padre, tu Hijo
crucificado y resucitado.

Mira que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el Fautor de la


Santidad.

La heredad del pecado es extraña a Ti.


Eres "llena de gracia".

Se abre en Ti el reino de Dios mismo.

Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del
pecado.

Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden
sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh Inmaculada!

"Madre que nos conoces, permanece con tus hijos". Amén.


Plaza de España, 8 de diciembre de 1984

Oración de San Juan Pablo II para la Solemnidad de la Inmaculada


Concepción de la Virgen María
Se renueva hoy, 8 de diciembre,
la devota peregrinación de los romanos
a esta histórica plaza de España,
en la que el beato Pío IX quiso erigir, en 1856,
este monumento mariano en recuerdo
de la promulgación del dogma
de la Inmaculada Concepción.
Rendimos homenaje a María santísima,
preservada, desde el primer instante,
del contagio de la culpa original
y de toda otra sombra de pecado,
en virtud de los méritos de su Hijo Jesucristo,
nuestro único Redentor.
Como todos los años, de buen grado me uno
a esta tradicional ofrenda floral,
símbolo elocuente de una consagración común
al Corazón Inmaculado de la Madre del Señor.
En el marco del gran jubileo,
resuena con singular fuerza la verdad de fe
que hoy la Iglesia profesa y proclama:
"Pondré enemistad entre ti y la mujer,
y entre tu linaje y su linaje:
él te aplastará la cabeza" (Gn 3, 15).
¡Palabras proféticas de esperanza,
que resonaron en los albores de la historia!
Anuncian la victoria que Jesús,
"nacido de mujer" (Ga 4, 4),
lograría sobre Satanás, príncipe de este mundo.
"Te aplastará la cabeza": la victoria del Hijo
es victoria de la Madre, la Esclava Inmaculada del Señor,
que intercede por nosotros como abogada misericordiosa.
Este es el misterio que celebramos hoy;
este es el anuncio que renovamos con fe
al pie de esta columna mariana.
Roma, cuna de historia y de civilización,
elegida por Dios como sede de Pedro y de sus sucesores,
tierra santificada por numerosos mártires
y testigos de la fe,
extiende hoy sus brazos al mundo entero.
Roma, centro de la fe católica,
en representación del pueblo cristiano
esparcido por los cinco continentes,
proclama con fe gozosa:
en ti, María, ha triunfado el Amor.
"Pondré enemistad entre ti y la mujer...".
¿No se condensa en estas misteriosas palabras
del libro del Génesis
la verdad dramática de toda la historia del hombre?
Hace treinta y cinco años, al concluir sus trabajos,
el concilio ecuménico Vaticano II
recordó que la historia es, en su realidad profunda,
escenario de "una dura batalla
contra los poderes de las tinieblas,
que, iniciada ya desde el origen del mundo,
durará hasta el último día,
según dice el Señor" (Gaudium et spes, 37).
En este enfrentamiento sin tregua
se encuentra implicado el hombre, todo hombre,
que "debe combatir continuamente
para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos,
con la ayuda de la gracia de Dios,
es capaz de lograr la unidad en sí mismo" (ib.).
Virgen Inmaculada, Madre del Salvador,
los siglos hablan de tu presencia materna
en apoyo del pueblo
que peregrina por las sendas de la historia.
A ti elevamos nuestra mirada
y te pedimos que nos sostengas
en la lucha contra el mal
y en nuestro compromiso por el bien.
Consérvanos bajo tu tutela materna,
Virgen toda hermosa y toda santa.
Ayúdanos a avanzar en el nuevo milenio
revestidos de la humildad que te convirtió
en predilecta a los ojos del Altísimo.
Que no se pierdan los frutos de este Año jubilar.
En tus manos ponemos el futuro que nos espera,
invocando sobre el mundo entero tu constante protección.
Por eso, como el apóstol san Juan,
queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27).
¡Quédate con nosotros, María,
quédate con nosotros siempre!
Ora pro nobis, intercede pro nobis,
ad Dominum Iesum Christum!
Amen.
Carta encíclica Fulgens Corona

Se decreta la celebración del Año Mariano en todo el mundo con motivo del I
Centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la
Santísima Virgen María 8 septiembre 1953.

Venerables hermanos, salud y bendición apostólica.


1. La definición de hace cien años.
La refulgente corona de gloria con que el Señor ciñó la frente purísima de la Virgen
Madre de Dios parécenos verla resplandecer con mayor brillo al recordar el día en
que, hace cien años, nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío IX, rodeado de
imponente número de cardenales y obispos, con autoridad infalible declaró,
proclamó y definió solemnemente que «ha sido revelada por Dios y, por lo tanto,
debe ser creída con fe firma y constante por todos los fieles la doctrina que sostiene
que la Santísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por
singular gracia y privilegio de Dios Todopoderoso, fue preservada inmune de
cualquier mancha del pecado original, en vista de los méritos de Cristo Jesús,
Salvador del género humano»(1).
La Iglesia católica entera recibió con alborozo la sentencia del Pontífice, que desde
hacía tiempo esperaba con ansia, y reavivada con esto la devoción de los fieles hacia
la Santísima Virgen, que hace florecer en más alto grado las virtudes cristianas,
adquirió nuevo vigor y asimismo cobraron nuevo impulso los estudios con los que
la dignidad y santidad de la Madre de Dios brillaron con más grande esplendor.
2. Las apariciones de Lourdes como confirmación de la Virgen
santísima
Y parece como si la Virgen Santísima hubiera querido confirmar de una manera
prodigiosa el dictamen que el Vicario de su divino Hijo en la tierra, con el aplauso
de toda la Iglesia, había pronunciado. Pues no habían pasado aún cuatro años
cuando cerca de un pueblo de Francia, en las estribaciones de los Pirineos, la
Santísima Virgen, vestida de blanco, cubierta con cándido manto y ceñida su
cintura de faja azul, se apareció con aspecto juvenil y afable en la cueva de
Massabielle a una niña inocente y sencilla, a la que, como insistiera en saber el
nombre de quien se le había dignado aparecer, ella, con una suave sonrisa y
alzando los ojos al cielo, respondió: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
Bien entendieron esto, como era natural, los fieles, que en muchedumbres casi
innumerables, acudiendo de todas las partes en piadosas peregrinaciones a la gruta
de Lourdes, reavivaron su fe, estimularon su piedad y se esforzaron por ajustar su
vida a los preceptos de Cristo, y allí también no raras veces obtuvieron milagros
que suscitaron la admiración de todos y confirmaron la religión católica como la
única verdadera dada por Dios.
Y de un modo particular lo comprendieron así también los Romanos Pontífices,
que enriquecieron con gracias espirituales y favorecieron con su benevolencia aquel
templo admirable que en pocos años había levantado la piedad del clero y de los
fieles.
3. La Carta Apostólica recoge la voz de los Santos Padres y de toda la
Iglesia
En la citada carta apostólica, pues, en la que el mismo predecesor nuestro
estableció que este artículo de la doctrina cristiana debe ser mantenido firme y
fielmente por todos los creyentes, no hizo sino recoger con diligencia y sancionar
con su autoridad la voz de los Santos Padres y de toda la Iglesia, que siempre se
había dejado oír desde los tiempos antiguos hasta nuestros días.
4. Fundamento de la doctrina en las Sagradas Escrituras.
Y en primer lugar, ya en las Sagradas Escrituras aparece el fundamento de esta
doctrina, cuando Dios, creador de todas las cosas, después de la lamentable caída
de Adán, habla a la tentadora y seductora serpiente con estas palabras, que no
pocos Santos Padres y doctores, lo mismo que muchísimos y autorizados
intérpretes, aplican a la Santísima Virgen: «Pondré enemistades entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la suya...» (Gn 3, 15).
Pero si la Santísima Virgen María, por estar manchada en el instante de su
concepción con el pecado original, hubiera quedado privada de la divina gracia en
algún momento, en este mismo, aunque brevísimo espacio de tiempo, no hubiera
reinado entre ella y la serpiente aquélla sempiterna enemistad de que se habla
desde la tradición primitiva hasta la definición solemne de la Inmaculada
Concepción, sino que más bien hubiera habido alguna servidumbre.
Además, al saludar a la misma Virgen Santísima «llena de gracia» (Lc 1, 18), o sea
«kecharistomene» y «bendita entre todas las mujeres» (ibíd. 42) con esas palabras,
tal como la tradición católica siempre las ha entendido, se indica que «con este
singular y solemne saludo, nunca jamás oído, se demuestra que la Virgen fue la
sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del Espíritu Santo,
y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de esos mismos dones, de tal
modo que nunca ha sido sometida a la maldición»(1).
5. La Iglesia primitiva.
Los Santos Padres en la Iglesia primitiva, sin que nadie lo contradijera, enseñaron
con claridad suficiente esta doctrina, afirmando que la Santísima Virgen fue lirio
entre espinas, tierra absolutamente virgen, inmaculada, siempre bendita, libre de
todo contagio del pecado, árbol inmarcesible, fuente siempre pura, la única que es
hija no de la muerte, sino de la vida; germen no de ira, sino de gracia; pura siempre
y sin mancilla, santa y extraña a toda mancha de pecado, más hermosa que la
hermosura, más santa que la santidad, la sola santa, que, si exceptuamos a solo
Dios, fue superior a todos los demás, por naturaleza más bella, más hermosa y más
santa que los mismos querubines y serafines, más que todos los ejércitos de los
ángeles(2).
6. Deducción lógica: Ella fue siempre limpia de todo pecado.
Después de meditar diligentemente como conviene estas alabanzas que se tributan
a la bienaventurada Virgen María, ¿quién se atreverá a dudar de que aquélla que es
más pura que los ángeles, y que fue siempre pura (cf. ibídem), que estuvo en todo
momento, sin excluir el más mínimo espacio de tiempo, libre de cualquier clase de
pecado? Con razón San Efrén dirige estas palabras a su divino Hijo: «En verdad
que sólo tú y tu Madre sois hermosos bajo todos los aspectos. Pues no hay en ti,
Señor, ni en tu Madre mancha alguna» (3). En cuyas palabras clarísimamente se ve
que, entre todos los santos y santas de esta sola mujer es posible decir que no cabe
ni plantearse la cuestión cuando se trata del pecado, de cualquier clase que éste sea,
y que, además, este singular privilegio, a nadie concedido, lo obtuvo de Dios
precisamente por haber sido elevada a la dignidad de Madre suya. Pues esta excelsa
prerrogativa, declarada y sancionada solemnemente en el Concilio de Éfeso contra
la herejía de Nestorio (4), y mayor que la cual ninguna parece que pueda existir,
exige plenitud de gracia divina e inmunidad de cualquier pecado en el alma, puesto
que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes después de la de Cristo.
Además de este sublime oficio de la Virgen, como de arcana y purísima fuente,
parecen derivar todos los privilegios y gracias que tan excelentemente adornaron
su alma y su vida. Bien dice Santo Tomás de Aquino: «Puesto que la Santísima
Virgen es Madre de Dios, del bien infinito, que es Dios, recibe cierta dignidad
infinita» (5). Y un ilustre escritor desarrolla y explica el mismo pensamiento con las
siguientes palabras: «La Santísima Virgen... es Madre de Dios; por esto es tan pura
y, tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios» (6).
7. Razón teológica: privilegio que Dios podía y quiso darle.
Por lo demás, si profundizamos la materia, y sobre todo, si consideramos el
encendido y suavísimo amor con que Dios ciertamente amó y ama a la Madre de su
unigénito Hijo, ¿cómo podremos ni aun sospechar que ella haya estado, ni siquiera
un brevísimo instante, sujeta al pecado y privada de la divina gracia? Dios podía
ciertamente, en previsión de los méritos del Redentor, adornarla de este
singularísimo privilegio; no cabe, pues, ni pensar que no lo haya hecho. Convenía,
en efecto, que la Madre del Redentor fuese lo más digna posible de Él; mas no
hubiera sido tal si, contaminándose con la mancha de la culpa original, aunque sólo
fuera en el primer instante de su concepción, hubiera estado sujeta al triste
dominio de Satanás.
8. Refútase la objeción que se mengua la Redención de Cristo.
Y no se puede decir que por esto se aminore la redención de Cristo, como si ya no
se extendiera a toda la descendencia de Adán, y que, por lo mismo, se quite algo al
oficio y dignidad del divino Redentor. Pues si examinamos a fondo y con cuidado la
cosa, es fácil ver cómo Nuestro Señor Jesucristo ha redimido verdaderamente a su
divina Madre de una manera más perfecta al preservarla Dios de toda mancha
hereditaria de pecado en previsión de los méritos de Él. Por esto, la dignidad
infinita de Cristo y la universalidad de su redención no se atenúan ni disminuyen
con esta doctrina, sino que se acrecientan de una manera admirable.
9. La devoción a la Santísima Virgen redunda en honor a Jesús.
Es, por lo tanto, injusta la crítica y la reprensión que también por este motivo no
pocos acatólicos y protestantes dirigen contra nuestra devoción a la Santísima
Virgen, como si nosotros quitáramos algo al culto debido sólo a Dios y a Jesucristo,
cuando, por el contrario, el honor y veneración que tributamos a nuestra Madre
celeste, redundan enteramente y sin duda alguna en honra de su divino Hijo, no
sólo porque de Él nacen, como de su primera fuente, todas las gracias y dones, aun
los más excelsos, sino también porque «los padres son la gloria de los hijos» (Prov
17, 6).
10. El testimonio de los siglos cristianos.
Por esto mismo, desde los tiempos más remotos de la Iglesia esta doctrina fue
esclareciéndose cada día más y reafirmándose mayormente ya en las enseñanzas de
los sagrados pastores, ya en el alma de los fieles. Lo atestiguan, como hemos dicho,
los escritos de los Santos Padres, los concilios y las actas de los Romanos
Pontífices; dan testimonio de ello las antiquísimas liturgias, en cuyos libros, hasta
en los más antiguos, se considera esta fiesta como una herencia transmitida por los
antepasados. Además, aun entre las comunidades todas de los cristianos orientales,
que, mucho tiempo hace, se separaron de la unidad de la Iglesia católica, no
faltaron ni faltan quienes, a pesar de estar imbuidos de prejuicios y opiniones
contrarias, han acogido esta doctrina y cada año celebran la fiesta de la Virgen
Inmaculada. No sucedería, ciertamente, así si no hubieran admitido semejante
verdad ya desde los tiempos antiguos, es decir, desde antes de separarse del único
redil.
11. Refírmase el dogma.
Plácenos, por lo tanto, al cumplirse los cien años desde que el Pontífice Pío IX, de
inmortal memoria, definió solemnemente este privilegio singular de la Virgen
Madre de Dios, resumir y concluir toda la cuestión con unas palabras del mismo
Pontífice, afirmando que esta doctrina ha sido, «a juicio de los Padres, consignada
en la Sagrada Escritura, transmitida por tantos y tan serios testimonios de los
mismos, expresada y celebrada en tantos monumentos ilustres de la antigüedad
veneranda y, en fin, propuesta y confirmada por tan alto y autorizado juicio de la
Iglesia»(1), que no hay en verdad para los sagrados pastores y para los fieles todos
nada «más dulce ni más grato que honrar, venerar, invocar y predicar con fervor y
afecto en todas partes a la Virgen Madre de Dios, concebida sin pecado original»
(2).
12. La estrecha relación del dogma de la Inmaculada Concepción con
la Asunción a los cielos.
Parécenos, además, que esta preciosísima perla con que se enriqueció la sagrada
diadema de la bienaventurada Virgen María brilla hoy con mayor fulgor,
habiéndonos tocado, por designio de la divina Providencia, en el Año Santo de
1950, la suerte -está todavía vivo en nuestro corazón tan grato recuerdo- de definir
la Asunción de la Purísima Madre de Dios en cuerpo y alma a los cielos,
satisfaciendo con ello los deseos del pueblo cristiano, que de manera particular
habían sido formulados cuando fue solemnemente definida su Concepción
Inmaculada. En aquella ocasión, en efecto, como ya escribimos en la carta
apostólica Munificentissimus Deus, «los corazones de los fieles fueron movidos por
un más vivo anhelo de que también el dogma de la Asunción corporal de la Virgen a
los cielos fuera definido cuanto antes por el supremo magisterio de la Iglesia».
Parece, pues, que con esto todos los fieles pueden dirigir de una manera más
elevada y eficaz su mente y su corazón hacia el misterio mismo de la Inmaculada
Concepción de la Virgen.
Pues por la estrecha relación que hay entre estos dos dogmas, al ser solemnemente
promulgada y puesta en su debida luz la Asunción de la Virgen al cielo -que
constituye como la corona y el complemento del otro privilegio mariano-, se ha
manifestado con mayor grandeza y esplendor la sapientísima armonía de aquel
plan divino, según el cual Dios ha querido que la Virgen María estuviera inmune de
toda mancha original. Por ello, con estos dos insignes privilegios concedidos a la
Virgen, tanto el alba de su peregrinación sobre la tierra como el ocaso de su vida se
iluminaron con destellos de refulgente luz; a la perfecta inocencia de su alma,
limpia de cualquier mancha, corresponde de manera conveniente y admirable la
más amplia glorificación de su cuerpo virginal; y Ella, lo mismo que estuvo unida a
su Hijo Unigénito en la lucha contra la serpiente infernal, así también junto con Él
participó en el glorioso triunfo sobre el pecado y sus tristes consecuencias. Digna y
recta celebración del

Los santos escriben sobre la Inmaculada Concepción


 Textos antiguos sobre la Inmaculada Concepción
 Textos extraídos de la Liturgia de la Iglesia Oriental del I al VI siglo
 La Inmaculada Concepción explicada por San Alfonso María de Ligorio

Textos antiguos sobre la Inmaculada Concepción


San Pedro Crisólogo: "...la Virgen se ha convertido verdaderamente en madre
de los vivientes mediante la gracia, Ella que era madre de quienes por naturaleza
estaban destinados a la muerte". (Sermón 140, 4; PL 52, 557B-557B).
El sacerdote Sedulio: "Una sola ha sido la mujer por la que se abrió la puerta a
la muerte y una sola es también la mujer a través de la cual vuelve la vida". (Himno
1, 5-8; CSEL 10, 153; PL 19, 753).
San Venancio Fortunato: "Oh excelente belleza, oh mujer que eres la imagen de
la salvación, potente por causa del fruto de tu parto y que gustas por tu virginidad,
por tu medio la salvación del mundo se ha dignodo nacer y restaurar el género
humano que la soberbia Eva ha traído al mundo". (In Laudem Sanctae Mariae; PL
88, 276-284).
San Fulgencio di Ruspe: "...la bondad divina ha realizado este plan para redimir
al género humano: por medio de un hombre, nacido de una sola mujer, a los
hombres les ha sido restituida la vida". (La fe, al diácono Pedro, 18; CCL 91, 716-
752; PL 65, 675-700).
San Cirilo de Jerusalén: "Por medio de la Virgen Eva entró la muerte; era
necesario que por medio de una virgen, es decir, de la Virgen, viniera la vida...".
(Catequesis, XII, 15; PG 33, 741).
El Pseudo-Gregorio Niceno: "...de la Virgen Santa ha florecido el árbol de la
vida y de la gracia... De hecho, la Virgen Santa se ha hecho manantial de vida para
nosotros... En María solamente, inmaculada y siempre virgen, floreció para
nosotros el retono de la vida, ya que sóla ella fue tan pura en el cuerpo y en el alma,
que con mente serena respondió al ángel...". (Homilia sobre la Anunciación; La
Piana, 548-563).
San Romano, el Melode: "Joaquín y Ana fueron liberados de la verguenza de la
esterilidad y Adán y Eva de la corrupción de la muerte, oh Inmaculada, por tu
natividad. Esta festeja hoy tu pueblo, rescatado de la esclavitud de los pecados,
clamando a ti: 'La estéril da a luz a la Madre de Dios, madre de nuestra vida'".
(Himno de la Natividad de Maria; Maas-Trypanis I, 276-280)
San Proclo de Constantinopla: "Ha sido sanada Eva... Por eso le decimos:
"Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1,42), la sola que has curado el dolor de Eva, la
sola que enjugaste las lágrimas de la atribulada...". (Homilía V sobre la Madre de
Dios; PG 65, 715-727).
Textos extraídos de la Liturgia de la Iglesia Oriental del I al VI siglo
"Por Eva la corrupción, por ti la incorruptibilidad; por aquella la muerte, por ti, en
cambio, la vida... ¡El Médico, Jesús, ha venido a nosotros por ti!, para curarnos a
todos, como Dios, y salvarnos... Ave. Inmaculada y Pía, salve, baluarte del
mundo...". (Kondakia a la Madre de Dios Virgen; BZ 58,329-332).
"Inmaculada Madre de Cristo, orgullo de los ortodoxos, a ti te ensalzamos. Eres
Vida, oh Casta, por ti has dado la vida a quienes te ensalzan...". (Himno en Honor
de María Virgen; BZ 18, 345-346).
"Ave, por ti el dolor se extingue... Ave, tesoro inagotado de vida... Ave, medicina de
mis miembros: Ave, salvación de mi alma". (AKATHISTOS, I. La Anunciación;
Horologion, 887-900).
"...Oh, Virgen doncella inmaculada, salva a quienes en ti buscan refugio".
(Megalinaria Festivos - Himno para la Navidad; BZ 18, 347).
"Inmaculada Madre de Dios (...) nosotros, que hemos conseguido tu protección, oh
Inmaculada, y que por tus oraciones hemos sido liberados de los peligros y
custodiados en todo tiempo por la Cruz de tu Hijo, nosotros todos, como se debe,
con piedad, te ensalzamos... Nuestro refugio y nuestra fuerza eres tú, oh Madre de
Dios, socorro poderoso del mundo. Con tus plegarias proteges a tus siervos de toda
necesidad, oh sola bendita". (Troparios ciclo semanal - Theotokiaferiales;
Horologion, 787-815).
La Inmaculada Concepción explicada por San Alfonso María de Ligorio
Grande fue la ruina que el pecado de Adán trajo a los seres humanos, pues al
perder la gracia o amistad con Dios se perdieron también muchísimos bienes que
con la gracia iban a venir, y en cambio llegaron muchos males.
Pero quiso Dios hacer una excepción y librar de la mancha del pecado original a la
Santísima Virgen a la que Él había destinado para ser madre del segundo Adán,
Jesucristo, el cual venía a reparar los daños que causó el primer Adán.
Veamos cómo convenía que Dios librara de la mancha del pecado original a la
Virgen María. El Padre como a su Hija preferida. El Hijo como a su Madre
Santísima, y el Espíritu Santo como a la que había de ser Sagrario de la divinidad.
PUNTO I: Convenía al Padre Celestial preservar de toda mancha a María
Santísima, porque Ella es su hija preferida.
Ella puede repetir lo que la Sagrada Escritura dice de la Sabiduría: "yo he salido de
la boca del Altísimo" (Ecl. 24, 3). Ella fue la predestinada por los divinos decretos
para ser la madre del Redentor del mundo. No convenía de ninguna manera que la
Hija preferida del Padre Celestial fuera ni siquiera por muy poco tiempo esclava de
Satanás. San Dionisio de Alejandría dice que nosotros mientras tuvimos la mancha
del pecado original éramos hijos de la muerte, pero que la Virgen María desde su
primer instante fue hija de la vida.
San Juan Damasceno afirma que la Virgen colaboró siendo mediadora de paz entre
Dios y nosotros y que en esto se asemeja al Arca de Noé: en que los que en ella se
refugian se salvan de la catástrofe; aunque con una diferencia: que el Arca de Noé
solo libró de perecer a ocho personas, mientras que la Madre de Dios libra a todos
los que en Ella busquen refugio, aunque sean miles de millones.
San Atanasio llama a María: "nueva Eva, y Madre de la vida", en contraposición a la
antigua Eva que nos trajo la muerte. San Teófilo le dice: "Salve, tú que has alejado
la tristeza que Eva nos había dejado". San Basilio la llama "pacificadora entre Dios
y los seres humanos" y San Efrén la felicita como: "pacificadora del mundo".
Pero el pacificador no debe ser enemigo del ofendido ni estar complicado en el
delito u ofensa que se le ha hecho. San Gregorio dice que si para aplacar a un
ofendido llamamos a uno que es su enemigo, en vez de aplacarlo lo irritamos más.
Siendo que María iba a colaborar con Cristo a conseguir la paz entre Dios y
nosotros, no convenía que ella fuera una pecadora o enemiga de Dios sino todo lo
contrario: una mujer con el alma totalmente libre de toda mancha de pecado.
Convenía que María no tuviera la mancha del pecado original porque ella estaba
destinada a llevar entre sus brazos al que iba a pisar la cabeza del enemigo infernal,
según la promesa que Dios hizo en el Paraíso terrenal, cuando le dijo a la serpiente:
"Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya, y la
descendencia de Ella te pisará la cabeza" (Génesis 3). Si María iba a ser la mujer
fuerte que traería al que iba a aplastar la cabeza de Lucifer, convenía que Ella no
estuviera ni siquiera por poco tiempo manchada con el pecado con el cual Lucifer
manchó el alma de nuestros primeros padres. La que nos iba a ayudar a librarnos
de toda mancha de pecado convenía que no tuviera ninguna mancha de pecado.
San Buenaventura dice: "Convenía que María que venía a librarnos de la vergüenza
de estar manchados con el pecado, lograra verse libre de las derrotas que el
demonio proporciona".
Pero la razón principal por la cual convenía que el Padre Celestial librara a María
de todo pecado es porque la tenía destinada a ser Madre de su Santísimo Hijo. San
Bernardino decía que si no hubiera otros motivos bastaría este: que por el honor de
su Hijo que es Dios, al Padre Celestial le convenía librar a María de toda mancha de
pecado.
Santo Tomás enseña que lo que se consagra totalmente a Dios debe ser santo y libre
de toda mancha. ¿Y qué creatura humana ha sido consagrada más perfectamente a
Dios que la Virgen María? El rey David decía que un templo no se destina para los
seres humanos solamente, sino sobretodo para Dios (1 Crónicas 29) y así también
el Creador que formó a la Santísima Virgen con un fin principal: ser Madre de su
Santísimo, seguramente adornó su alma con los más bellos adornos, y entre todos,
el mejor: el estar libre de toda mancha de pecado, para que fuera digna morada
donde iba a vivir nueve meses el Salvador del mundo.
San Dionisio afirma: "Dios preparó a su Hijo la más santa y bella morada en ese
mundo: el alma de su Madre Santísima, libre de toda mancha".
Y algo parecido dice la liturgia de la Iglesia cuando reza esta oración: "Oh Dios
Omnipotente que por medio de el Espíritu Santo has preparado el cuerpo y el alma
de María como digna morada de tu Hijo, concédenos a los que la invocamos, vernos
libres de todo mal. Amén".
Gloria de los hijos es proceder de padres de intachable conducta. El libro de los
Proverbios dice: "La gloria de los hijos son sus padres" (Prov. 17, 6). La gente llega
a aceptar que los demás digan que sus padres eran pobres o ignorantes, pero lo que
no desean de ninguna manera es que puedan afirmar que sus padres no eran gente
buena. ¿Y cómo nos pudiéramos nosotros imaginar que Dios pudiendo hacer que
su Hijo naciera de una mujer libre de toda mancha de pecado, hubiera permitido
que Ella hubiera estado manchada por el pecado, y que Lucifer pudiera afirmar que
aunque fuera por poco tiempo, había logrado esclavizar con el pecado a la Madre de
Dios? No, esto nunca lo iba a permitir el buen Dios.
Por eso la Iglesia griega en uno de sus himnos dice: "Por especial Providencia hizo
Dios que la Santísima Virgen desde el principio de su vida fuera tan totalmente
pura cuanto convenía a su dignidad de Madre de Dios".
Los santos dicen que a ninguna otra creatura le concede Dios alguna virtud o
cualidad espiritual que no le haya dado antes a la Madre de su Hijo. San Bernardo
afirma: "Las cualidades o virtudes que a otros santos da Dios, no se las negó a la
Madre del Redentor". Santo Tomás de Villanueva dice: "Esas cualidades y virtudes
y privilegios que Dios les ha concedido a otros santos, ya antes los había regalado a
la Santísima Virgen, y aún mucho mayores". Y San Juan Damasceno se atreve a
exclamar: "Entre las virtudes de la Santísima Virgen y las de los santos hay tanta
diferencia como del cielo a la tierra", y Santo Tomás explica que Ella es la Madre y
los demás santos son simplemente "siervos", y que se le acostumbra conceder más
privilegios a la Madre que a los siervos.
San Anselmo se pregunta: ¿Pudo Dios preservar a ciertos ángeles de toda mancha
de pecado, y no podía preservar a su propia Madre? ¿Pudo Dios crear a Eva sin
mancha de pecado y no iba a poder crear el alma de María sin esa mancha? Y si
pudo hacerlo y le convenía hacerlo, ¿por qué no iba a hacerlo?
Y continúa el gran doctor San Anselmo: "Era verdaderamente justo que a la Virgen
a la cual tenía Dios reservada para ser Madre de su Hijo, la adornara con tan gran
pureza que no sólo aventajara a los seres humanos y a los ángeles sino que también
se pudiera decir de Ella que en pureza sólo le gana Dios".
San Juan Damasceno exclama: "Dios vigilaba cerca de la Santísima Virgen, para
que fuera totalmente pura, porque Ella iba a albergar por nueve meses al Salvador
del mundo y lo iba a acompañar en todos sus 33 años sobre la tierra. La que iba a
estar junto al más puro de todos los habitantes de la tierra, debía ser también
totalmente Inmaculada y libre de toda mancha de pecado".
De María se pueden repetir las palabras del Cantar de los Cantares: "Eres como un
lirio entre espinas" (C. 2, 2). Todos fuimos manchados y somos como espinas, y
Ella como un lirio blanquísimo, permaneció Inmaculada, sin mancha de pecado.
PUNTO II: Convenía al Hijo de Dios preservar a su Santísima Madre de toda
mancha de pecado.
No se concede a los hijos poder escoger a su propia madre ni elegir qué tan santa
debe ser. Pero si ello se nos permitiera, nosotros no iríamos a escoger por madre a
quien no fuera bien santa y bien amiga de Dios. ¿Y Jesús que fue el Único Hijo que
pudo escoger a su propia Madre y crearla según su parecer, no iba a hacer que la
que le diera su naturaleza humana y lo acompañara cariñosamente durante toda su
vida mortal fuera una mujer extraordinariamente pura y totalmente libre de toda
mancha de pecado?
Cuando el Creador determinó que su Hijo naciera de una mujer, escogió a la que
más convenía a su Altísima dignidad, dice San Bernardo. Y siendo conveniente que
la Madre de un Redentor Purísimo fuera Ella también totalmente pura, así la hizo
Nuestro Señor.
La Carta a los hebreos dice: "Tal convenía que fuera nuestro Pontífice: santo,
inocente, sin mancha de pecado, apartado de los pecadores" (Hebr. 7, 26). ¿Y la
Madre de este Pontífice Supremo no convenía que fuera también Santa, inocente,
sin mancha? ¿Y cómo se hubiera podido afirmar que Jesucristo estaba "apartado
delos pecadores" si hubiera tenido una Madre pecadora?
San Ambrosio enseña: "Jesucristo eligió a María por Madre, no en la tierra, sino ya
desde el cielo, y para

Consagración a la Inmaculada, compuesta por S. Maximiliano Kolbe

"OH Inmaculada, reina del cielo y de la tierra,


refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima,
a quien Dios confió la economía de la misericordia.
Yo....... pecador indigno, me postro ante ti,
suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y
posesión tuya.
A ti, Oh Madre, ofrezco todas las dificultades
de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad.
Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva,
para cumplir lo que de ti ha sido dicho:
"Ella te aplastará la cabeza" (Gen 3:15), y también:
"Tú has derrotado todas las herejías en el mundo".
Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas
me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria
en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo,
aumento en cuanto sea posible el bienaventurado
Reino del Sagrado Corazón de Jesús.
Donde tú entras oh Inmaculada, obtienes la gracia
de la conversión y la santificación, ya que toda gracia
que fluye del Corazón de Jesús para nosotros,
nos llega a través de tus manos".
Ayúdame a alabarte, OH Virgen Santa
y dame fuerza contra tus enemigos."
Fuente: www.corazones.org

La maternidad espiritual de María en el pasado, el presente y el futuro


de la Iglesia y del Mundo

Hemos publicado con anterioridad dos estudios sobre la maternidad espiritual de


María, en las liturgias y en el dogma, para profundizar sobre la cuestión de la
posibilidad de su definición dogmática.

Nuestro propósito, en la presente disertación, es ahondar también -en su carácter


analógico- las nociones de maternidad y de maternidad espiritual; subrayar mejor
su objeto, a saber, la generación continuada de Cristo. Su finalidad, es decir, el
perfecto regreso mariano a Dios de todos los elegidos como también las
implicaciones cósmicas -a la vez protológicas y escatológicas- de esta maternidad
espiritual de la Virgen Inmaculada. De igual manera, mostraremos el rol único de
la muerte amante de María en la transmisión, a los hombres, de la vida
sobrenatural y divina de la gracia.

De esta manera, el esplendor de esta maternidad espiritual de María, enraizada en


su maternidad divina, será percibido mejor en sus relaciones con un conjunto de
verdades de razón y de fe como el fin último del hombre, no sin volver más
deseable aún su eventual definición dogmática. Retomemos, pues, metódicamente
estos puntos.

I. Análisis filosófico de la maternidad


La historia de la comprensión filosófica de la maternidad humana manifiesta el
paso decisivo de un umbral por parte del Doctor sutil, el bienaventurado Juan
Duns Scot, al precisar el pensamiento de San Buenaventura.

Antes, santo Tomás de Aquino, excesivamente tributario de Aristóteles en este


asunto, no admitía más que un rol puramente pasivo de la madre en la generación
animal y humana, en singular contraste con el rol activo que reconocía a María en
la economía de la salvación. La madre (mater) es colocada al costado de la materia
y, por tanto, de la potencia; toda la actividad está reservada al padre.

Es sobre este panorama que interviene la “revolución copernicana” del


pensamiento scotista: para el doctor franciscano, “la madre es causa activa y no
solamente pasiva del niño como dos causas parciales en la que una -el padre- es
más perfecta que la otra; así el padre, agente principal de la generación, excita a la
madre a engendrar como el sol excita al fuego”.

Scot ve un signo de este rol activo de la madre en el hecho de que la madre ama a su
hijo más de lo que lo ama su padre, y encuentra una prueba en la pregunta de la
Virgen en Luc  1, 34: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”.

Este rol activo de la madre en la generación es visto, sin embargo, en dependencia


del rol más activo todavía del padre. La madre es a la vez activa y pasiva; el padre,
como tal, únicamente activo.

Por esta razón - está permitido pensarlo- el Revelador no se ha presentado en la


escritura como Madre, Hija y Espíritu, sino como Padre que engendra sin ninguna
pasividad a su Hijo único; igualmente, por esta razón éste no tiene un padre
terrestre sino una Madre según la carne, causa dependiente e instrumental de su
vida humana y terrestre.
En efecto, el análisis genial de la maternidad en Scot es una contribución a la
mariología tan decisiva, tal vez, como su doctrina de la inmaculada concepción por
modo de redención preservadora; esta visión de la maternidad reúne
perfectamente, a la vez, el sentido común y el de las Escrituras, haciendo eco de la
comprensión espontánea del misterio de la generación humana en el seno de todas
las generaciones humanas. Resumiendo y sintetizando el uso de la
palabra madre en las Escrituras, H. Lesêtre observaba en 1908: “por asimilación,
se da el nombre de madre a lo que es una causa.”; igualmente, en 1979, P.
Daubercies recogía así el sentido simbólico de la palabra madre en la Biblia:
“origen, causa, fuente, realidad de la que se saca la existencia o subsistencia”.

En este contexto, es importante subrayar que las Escrituras manifiestan el alcance


de la maternidad de María para toda la humanidad: Jesús se sirve de una
experiencia universal constatando que “la mujer cuando ya ha dado a luz al niño,
no se acuerda más de los dolores, por la alegría de que ha nacido al mundo un
hombre” (Jn 16, 21). Como dice J. Lagrange, “la mujer se alegra de haber dado un
hombre a la sociedad; es su contribución al bien general”. La maternidad
constituye una relación entre la madre y la humanidad entera: si, en su esencia, ella
manifiesta una dependencia causal y activa, es también esencialmente un servicio a
la humanidad entera.

Mejor aún: desde el libro del Génesis, la Biblia ve en la maternidad una “una
participación en la obra creadora” exaltando de manera sublime y trascendente su
aspecto de causalidad. Es lo que emerge de la declaración triunfante de Eva, figura
de María: “he alcanzado de Yavé un varón” (Gén 4,1; cf. 4,25).

Se ve así como la Escritura, haciendo suya la experiencia universal del género


humano, en su visión de una maternidad activa, nos prepara a comprender mejor
la enseñanza precisa de Cristo crucificado sobre la divina y activa maternidad
espiritual de María, relación con la humanidad entera, contribución suprema al
bien del género humano.

II. Noción analógica de la maternidad en las culturas humana y en las


Escrituras divinas

La historia de la comprensión filosófica de la maternidad humana manifiesta el


paso decisivo de un umbral por parte del Doctor sutil, el bienaventurado Juan
Duns Scot, al precisar el pensamiento de San Buenaventura.
Antes, santo Tomás de Aquino, excesivamente tributario de Aristóteles en este
asunto, no admitía más que un rol puramente pasivo de la madre en la generación
animal y humana, en singular contraste con el rol activo que reconocía a María en
la economía de la salvación. La madre (mater) es colocada al costado de la materia
y, por tanto, de la potencia; toda la actividad está reservada al padre.

Es sobre este panorama que interviene la “revolución copernicana” del


pensamiento scotista: para el doctor franciscano, “la madre es causa activa y no
solamente pasiva del niño como dos causas parciales en la que una -el padre- es
más perfecta que la otra; así el padre, agente principal de la generación, excita a la
madre a engendrar como el sol excita al fuego”.

Scot ve un signo de este rol activo de la madre en el hecho de que la madre ama a su
hijo más de lo que lo ama su padre, y encuentra una prueba en la pregunta de la
Virgen en Luc  1, 34: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”.

Este rol activo de la madre en la generación es visto, sin embargo, en dependencia


del rol más activo todavía del padre. La madre es a la vez activa y pasiva; el padre,
como tal, únicamente activo.

Por esta razón - está permitido pensarlo- el Revelador no se ha presentado en la


escritura como Madre, Hija y Espíritu, sino como Padre que engendra sin ninguna
pasividad a su Hijo único; igualmente, por esta razón éste no tiene un padre
terrestre sino una Madre según la carne, causa dependiente e instrumental de su
vida humana y terrestre.

En efecto, el análisis genial de la maternidad en Scot es una contribución a la


mariología tan decisiva, tal vez, como su doctrina de la inmaculada concepción por
modo de redención preservadora; esta visión de la maternidad reúne
perfectamente, a la vez, el sentido común y el de las Escrituras, haciendo eco de la
comprensión espontánea del misterio de la generación humana en el seno de todas
las generaciones humanas. Resumiendo y sintetizando el uso de la
palabra madre en las Escrituras, H. Lesêtre observaba en 1908: “por asimilación,
se da el nombre de madre a lo que es una causa.”; igualmente, en 1979, P.
Daubercies recogía así el sentido simbólico de la palabra madre en la Biblia:
“origen, causa, fuente, realidad de la que se saca la existencia o subsistencia”.

Retomando una breve evocación anterior, hay que subrayar ahora cuánto han
reunido las Escrituras de la experiencia universal, cuando aplica el concepto de
madre a las realidades más diversas, desde las más materiales a las más
espirituales, de la Tierra hasta Dios.

Las investigaciones de los historiadores de las religiones han mostrado que los
misterios griegos de la época helenística son, por muchos aspectos, cultos de una
religión de la Madre, de la Magna Mater, encarnación de las fuerzas de la
naturaleza en la fecundidad universal, totalidad del mundo como cosmos. Todo lo
que vive sale de su seno maternal, todo vuelve a él. Las obras de arte, los
testimonios literarios, en una sucesión casi ininterrumpida, atestiguan la existencia
de esta asociación entre las nociones de Madre y de Tierra. Así, Esquilo nos dejó en
las Suplicantes una oración a la Madre Tierra bajo la forma de un balbuceo: ma Ga
ma Ga, boan joberon apotrepe (890-891). La forma elemental de una “madre
divina” representa siempre, en las religiones mistéricas, la tierra misma. En Platón,
la materia es la madre o la nutricia del universo.

El tema de la madre-tierra desemboca, pues, en las religiones mistéricas, en un


culto idolátrico de las diosas y de la tierra misma. La imagen de la Magna
Mater, que es la Tierra, se vuelve a la vez virgen pura y madre fecunda, tanto diosa
salvaje del amor lascivo, tanto reina pura de los cielos. Ella influenció la gnosis
heterodoxa: para sus especulaciones, es una figura más concreta que el “dios
desconocido”; es también -como eón supraterrestre- tanto virgen sublime como
madre impura y caída.

Aunque los primeros Padres reaccionaron contra todas estas tendencias, sin
embargo ellas les ayudaron a utilizar la imagen bíblica de la mujer para expresar al
pueblo de Dios; a hipostasiar a la Iglesia en la imagen de la mujer, e
indirectamente, por reacción, contra todos los mitos ahistóricos, a exaltar la
maternidad divina, insertada en la historia, sin ninguna complicidad con su
sensualidad, de la Virgen únicamente fecunda al punto de engendrar un Dios
Salvador. ¿Sin la gnosis habríamos tenido, realmente, la visión patrística de
la Eclessia Mater, y la reacción ireneana que valorizó la causalidad dependiente de
la Virgen en la obra de la salvación, dicho de otra manera, su maternidad espiritual
de nueva Eva?

No nos confundamos. Se puede admitir que el Dios creador de la Madre-Tierra y


del inconsciente colectivo preparó (incluso a través de los cultos idolátricos, cuyos
elementos de verdad anticipaban el Evangelio de María, Madre de Jesús) a los
hombres para reconocer su intervención en la historia a través de una Mujer,
Madre de su Hijo único (cf. Gál 4,4). Es ella la que será reconocida como la
verdadera Magna Mater, pura criatura, Madre del Dios infinitamente grande.

Admisión singularmente facilitada por la misma Escritura. El Antiguo Testamento


hacía eco de la cultura universal: “un yugo pesado oprime a los hijos de Adán desde
el día en que salen del seno de su madre hasta el día en que vuelven a la tierra,
madre de todos” (Eclo 40,1; cf. Gn 3,19 y Job1, 21). Aquí, las alusiones a la madre-
tierra son indudables, estando situadas más en un contexto de angustia y de muerte
que de vida y de exaltación. Sin embargo, la imagen significa claramente que la
tierra nutre a sus hijos antes de acogerlos en sí misma en la sepultura.

La maternidad de la tierra con relación al hombre es totalmente material, el de la


mujer es humana e implica una dimensión espiritual e inmaterial, la de Dios
respecto de sus criaturas (cf. Eclo 4,11; Is 66,13) es puramente espiritual y
metafórica; la de la Iglesia igualmente, sin dejar de mostrar signos corporales.

La Escritura, al subrayar la maternidad de la tierra, madre universal, rechaza


evidentemente el culto pagano de la Madre-Tierra; la Escritura ve a la Madre-
Tierra en el seno de Dios-Padre, más misericordioso que una madre, ve a las
entrañas maternales; para sus lectores, la ternura de Dios nutre a los hombres a
través de la Madre-Tierra de la que es Creador. Esta tierra, virgen antes del pecado,
prefigura a María virgen y madre, como la vio Ireneo.

Veremos a continuación cómo la reflexión teológica conduce a una inversión de la


relación: María y la Iglesia, por su oración y sus méritos, se muestran como estando
juntas, en unidad, la madre y la razón de ser de la tierra misma. La madre-tierra
aparecerá sujeta en su existencia misma, como en su fecundidad, a la intercesión de
la única Madre de Dios, Madre de la Iglesia.

El cristianismo revaloriza así, sobre un plano espiritual, paradójicamente, el tema


material de la madre-tierra. Este punto estalla en san Francisco de Asís. Citemos
aquí el Cántico de las criaturas:
  
Alabado seas, Señor mío
            por (a través de) nuestra madre la Tierra,
            que nos sustenta y nos nutre,
            que produce la diversidad de los frutos,
            con los flores matizadas y las hierbas.
La Madre-Tierra es vista también como una hermana, es decir cómo - con nosotros
los hombres- criatura de Dios. Aquí, además, la tierra prefigura a María nuestra
hermana al mismo tiempo que nuestra madre, pura criatura que nos da nuestro
Creador haciendo de él nuestro hermano. Pero ella prefigura también a la Madre-
Iglesia, la Iglesia Romana, que no deja de ser la hermana mayor de sus iglesias-
hijas.
Si la tierra da la vida corporal, es sin embargo (en el seno del plan divino) con
miras a conferir, en su asunción por los sacramentos de la Iglesia, la vida espiritual
y sobrenatural de la gracia merecida, obtenida y ofrecida por María en el don de su
Hijo único.

Y si María nos engendra para la vida sobrenatural, es siempre al formar a su Hijo


único en nosotros, a través de la Iglesia. Por medio de María, con ella, en ella, por
ella, gracias a la Iglesia que nos liga a María, engendramos en nuestro turno a
Cristo por las obras del apostolado después de haberlo concebido por la fe
(cf. MT 12, 48-50).

Sin entrar aquí en una discusión técnica y filosófica sobre la analogía, conviene
subrayar el carácter a la vez real y analógico de la maternidad espiritual, sea de
María, sea de la Iglesia respecto de nosotros.

Maternidad real en sentido propio: María y la Iglesia nos transmiten una vida, la
vida sobrenatural y divina, de las que ellas mismas vienen. Los documentos del
Magisterio dan testimonio de esta realidad.

Maternidad real, no en un sentido unívoco, sino en un sentido analógico: ya que


esta vida transmitida por María y por la Iglesia no es ni ellas ni en nosotros la vida
de la naturaleza, constitutiva de nuestra realidad substancial.

La maternidad espiritual de María y la de la Iglesia constituyen una analogía donde


la disimilitud respecto de la maternidad natural prevalece sobre la similitud (como
en toda analogía): si no nos dan el ser sobrenatural como causas primeras y a partir
de su propia sustancia, ellas concurren eficazmente, directamente y libremente a la
adquisición y a la comunicación de la gracia divina, o vida espiritual.

Subrayemos finalmente que, para Vaticano II, la maternidad espiritual de la Iglesia


no es de ninguna manera metafórica: la Iglesia es para el Concilio el instrumento
eficaz de la comunicación de la vida divina por medio de la palabra y por medio de
los sacramentos: “por la caridad, la oración, el ejemplo, los esfuerzos de penitencia,
la comunidad eclesial ejerce una verdadera maternidad (veram erga animas
maternitatem exercet) para conducir las almas a Cristo: es un instrumento eficaz
para mostrar o preparar, para los que todavía no creen, un camino hacia Cristo y su
Iglesia, para nutrir a los fieles”.

Pero en los dos casos, la generación a la que María y la Iglesia contribuyen por su
cooperación es una generación verdadera según la naturaleza divina realmente
participada. En los dos casos, está en juego un misterio de fe que desborda los
sentidos, la razón y la historia.

La historia nos enseña que María es la Madre de Jesús. La Revelación y la fe nos


hacen saber que María es la Madre de Dios y, así, Madre espiritual de los hombres.
La razón humana no sabría demostrar esta verdad, sino a partir de los datos de la
Revelación y en el seno de la fe: credo Mariam esse Matrem Dei et Matrem
hominum.

La historia nos enseña que la Iglesia es una sociedad fundada por Cristo y cuyos
miembros se vuelven tales por el bautismo. La Revelación y la fe nos demuestran
que así como la Iglesia nos comunica una vida sobrenatural y divina que desborda
los sentidos, la experiencia y la razón. La razón humana reconoce en ella una
Madre que engendra a una vida divina.

Esto es lo que manifiesta una antigua versión del Símbolo de los Apóstoles todavía
en uso en el Siglo III en la Iglesia africana y que termina con estas palabras: “Credo
in sanctam Matrem Ecclesiam”.Esto es lo que lo que confirma el hecho histórico
analizado por K. Delahaye: la patrística primitiva no presentaba más que a los
bautizados a la Iglesia como madre. Nos hace decir en otras palabras: credo
Ecclesiam esse matrem in ordine gratiæ.

III. La muerte de María y la celebración de la Eucaristía

La muerte amante de María y la celebración hecha por la Iglesia del sacrificio


eucarístico al que la Virgen se asocia, constituyen puntos culminantes del misterio
de sus maternidades espirituales respectivas.
Así como el Nuevo Adán, Jesucristo, engendró a la humanidad para la vida
sobrenatural y divina por su muerte en la cruz, de igual manera es esencialmente
por su compasión al pie de la cruz y por la aceptación de su muerte futura como
una participación en el sacrificio de su Hijo que María colaboró en la regeneración
espiritual de los hermanos, según la carne, de su Hijo único.
Esta afirmación, subrayando siempre el carácter vivificante de la muerte y de la
compasión de la Virgen-Madre, es tributaria de la exégesis que Pablo VI hace del
sentido de “”He ahí a tu Madre” en Signum Magnum.
Analógicamente, la Iglesia engendra a sus hijos y los nutre sacrificándose por ellos.
La Eucaristía es inseparablemente sacrificio y sacramento: la Iglesia no se limita a
ofrecer a Cristo por sus miembros y a ofrecerles a Cristo en la comunión; la Iglesia
se ofrece por ellos, con Cristo y con María, en una oblación amante que les confiere
la vida de la caridad.
Sin las lágrimas de María al pie de la cruz, no tendríamos, en los hechos, la vida
divina. Sin la celebración realizada por la Iglesia del sacrificio eucarístico en el que
se ofrece ella misma por cada de uno de sus miembros, estaríamos, además,
privados de la divinización eucarística. La Iglesia no engendra más que para
integrar a su sacrificio en favor del mundo.
El consentimiento de María a la Encarnación y a la Pasión de Jesús perduró hasta a
su muerte y es siempre ofrecida de nuevo durante la celebración de cada Misa: es
mediante esta oblación que María colaboró de manera singular, en el amor, en la
restauración de la vida en las almas.
Ofreciéndose como víctimas para el mundo, María y la Iglesia le obtienen la vida
divina; ayudan a cada cristiano a comprender en su momento que no puede
concebir a Cristo por la fe y engendrarlo por las obras más que en la medida en que
se asocie como víctima al sacrificio de la Cabeza. Es en esta misma medida que
participa en la maternidad espiritual de María y de la Iglesia. Misterio de fe, que
también desborda sus sentidos, su experiencia y su razón. El cristiano no ve que
engendre a Cristo en los otros por su ejemplo y por sus palabras, por la ofrenda de
sus penitencias y de sus obras; él cree: credo memetipsum esse matrem Christi
viventis in aliis, pero opera fidei vivæ, quatenus sum in statu grati.

IV El don de María que Jesús hace a Juan incluye un mandamiento y


una promesa

s el punto de vida que subrayaba, en sus notas espirituales, san Leopoldo de


Castelnuovo, O.F.M. Cap. :”Creo este dogma de la fe católica: la bienaventurada
Virgen María es una segunda Eva, es porque creo que hay en la Iglesia una
perpetua providencia materna de la bienaventurada Virgen María y que, siguiendo
el mandamiento que le fue dado por su hijo agonizante en la cruz: “He ahí a tu hijo,
he ahí tu madre”, María interpela siempre por nosotros al Padre, al cielo,  al mismo
tiempo que su Hijo, que intercede siempre por el género humano, de tal manera
que consuma en el cielo lo que ella operó bajo la cruz”.
Dicho de otra manera, la palabra de Cristo en la cruz, a María y a Juan, no es
solamente declarativa de la maternidad espiritual de la Virgen, sino además una
palabra que realiza y opera lo que declara, lo que manda; da y promete lo que dice.
Cristo, al darnos a María, le manda velar sobre nosotros y nos promete el apoyo y la
intercesión de su Madre. La maternidad espiritual de María, enraizada en el pasado
de su vida terrestre, y especialmente en los puntos culminantes que constituyen su
Anunciación, su Compasión, su muerte de amor, se despliega en el presente (al
obtener el don de la vida) para consumarse en el futuro (gracias a la perseverancia
final obtenida por la perseverancia de María, así como la gloria de la resurrección
corporal de los elegidos, respuesta divina a la intercesión de la Virgen). “He ahí a tu
Madre”: la que te engendró para la vida divina, la que nutre ahora  por medio de los
sacramentos y la palabra de la Iglesia, la que, finalmente, quiere consumar tu
génesis sobrenatural en el momento de tu muerte y de tu resurrección, obteniendo
para ti la visión beatífica y la glorificación de tu cuerpo mortal.
El misterio de la maternidad espiritual de María totaliza así su vida en beneficio de
toda la Iglesia. Abraza -y encontraremos bajo otros aspectos este punto de vista- la
vida de la Virgen desde su Inmaculada Concepción hasta la Parusía y a la
consumación de los elegidos por su intercesión de Resucitada en nombre de los
méritos de su compasión y de su muerte de amor. María fue, es y será la madre de
los hombres espiritual de su vida divina.

V. La obediencia al mandato de la filiación espiritual de María


La obediencia al mandato de la filiación espiritual mariana, condición de
cumplimiento de la promesa de su completo desarrollo, incluye el regreso al Padre
por Jesús y por María: esto es lo que comprendió la tradición espiritual del
catolicismo, especialmente en sus eminentes representantes modernos, san Luis
María Grignion de Montfort y san Maximiliano Kolbe.
Para el primero, el regreso a Dios por Jesús crucificado es inseparable del regreso a
Jesús crucificado por María Inmaculada y por la verdadera devoción a ella.
Para el segundo, profundizando este punto de vista, debemos ofrecer nuestras
obras a la Inmaculada porque ella las “inmaculiza” y las ofrece así transfiguradas en
la caridad de su Corazón a su Hijo.
Esto vale especialmente para el ejercicio de nuestro apostolado y de nuestra
maternidad espiritual horizontal, en dependencia de nuestra filiación espiritual
vertical respecto de la Madre de Dios.
La fe en la maternidad espiritual de María y de la Iglesia desemboca sobre la
esperanza de salvación personal en el ejercicio a la vez pasivo y activo de la
maternidad y de la filiación espiritual como sobre la esperanza de salvación de
aquellos que están ligados a la Iglesia y a María.
Se entrevé también los elementos de una síntesis más profunda aún insinuada por
el bienaventurado Alain de la Roche, O.P., y esbozada por el padre Pierre
Chaumonot en su preciosa y poco conocida autobiografía: nuestra filiación respecto
de María se completa en un matrimonio espiritual con la Madre de Dios con miras
a engendrar gracias a ella, en una activa maternidad espiritual, a los hombres para
la vida eterna:
Fueron catorce años y más que tuve los ardentísimo deseos, y casi continuos, que la
divina María tuviese gran cantidad de hijos espirituales y adoptivos, para
consolarla de los dolores que le había causado la pérdida de Jesús... Te conjuro
pues, divino Espíritu de dar todavía más hijos espirituales a María que los hijos
carnales que tuvo Abraham.
Experimenté muy grandes consolaciones para conjurar por toda suerte de motivos
al divino amor para que me concediera lo que le pedía, de tal suerte que no dejaba
de meditar sobre este asunto y no tenía entonces ningún deseo de hacer a Dios
otros pedidos.
Una vez  que estuve apasionado de ardientes deseos de obtener para la Virgen esta
santa y numerosa posteridad, he ahí que de repente escuché claramente, en el
fondo de mi alma, estas palabras intelectuales que me decían al corazón: “Serás mi
esposo, puesto que me quieres hacer madre de tantos hijos”. Tan avergonzado y
confuso de que la Madre de Dios pensara hacerme tanto honor, me abismé en la
consideración de mi nada, de mis pecados y de mis miserias. Sin embargo, ella me
dijo que era mi esposa.
¡Pasaje seguramente sorprendente! El padre Chaumonot ligaba conjuntamente
estos tres temas: filiación espiritual, maternidad espiritual y matrimonio espiritual
del apóstol con la Virgen, para hacerla madre. Se ve que aquí la maternidad
espiritual es vista como una realidad más del presente y del futuro que del pasado.
Se notará, además, la comprensión implícitamente eclesiológica de la maternidad
espiritual de María que manifiesta el texto del padre Chaumonot: si el padre puede
hacer a María “madre de tantos hijos”, es evidentemente ejerciendo su propia
paternidad (maternal) a través del ministerio de la palabra y por la celebración de
los sacramentos de la santa Madre Iglesia. Chaumonot reúne así la posición (ya
citada en mi estudio precedente) de Isaac de l’Etoile.
Subrayando el íntimo nexo entre la maternidad y matrimonio espirituales,
Chaumonot nos orienta una vez más hacia el alcance eucarístico de la maternidad
espiritual de María: María, Madre nuestra, a través de la Iglesia, nutre a sus hijos
con la palabra y con el cuerpo de su Hijo único. Su maternidad tiene por finalidad
conducirlos, a través de un matrimonio espiritual con ella misma, hacia el
matrimonio espiritual con su Hijo único, hacia las bodas del Cordero.

VI. Implicaciones cósmicas de la maternidad espiritual: María, Madre


del Mundo

Hemos visto anteriormente la maternidad corporal de la Madre-Tierra respecto de


la humanidad, integrada en la maternidad espiritual de la Iglesia gracias a la
economía sacramental. Ahora vamos a considerar el rol de María y de su
maternidad de gracia respecto de la materia, del mundo, del universo angélico,
material y humano en su condición renovada por la cruz de Cristo, después su
existencia misma.
La consideración del primero de estos dos temas comienza de manera clara, al
parecer, con San Anselmo; es esencialmente la obra de la teología medieval:
Bernardino de Siena y Antonino de Florencia. Citemos ampliamente a Anselmo de
Cantorbery:
La naturaleza entera es la creación de Dios y Dios es de María. Dios ha creado todo,
se hizo a sí mismo de María y es así que rehizo todo lo que había hecho. Quien pudo
hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacerlas, después que fueron
degradadas, sin María. Dios es, por tanto, el Padre de las cosas creadas y María la
madre de las cosas recreadas... La Madre que restableció a todas las criaturas es
María... María engendró a Aquel por quien todo fue salvado, sin el que nada está en
orden.
El discípulo de Anselmo, Eadmer -teólogo de la Inmaculada Concepción - orquestó
el tema del Maestro: “la bienaventurada María, participando por sus méritos en la
reparación de todos los seres, es la Madre y la Señora de todas las cosas”.
Se ve: es bella y buena una maternidad no corporal, sino espiritual de María
respecto de todo el universo de la que es reparadora y la restauradora
reintegrándolo al servicio de Dios, como enseña Anselmo de Cantorbery seguido
por su escuela. María es la madre, no corporal, sino espiritual, del mundo
material: Mater mundi.
Tres siglos más tarde, San Antonio de Florencia (1389-1459) retoma y completa los
principios de Anselmo y de Eadmer: pero los sitúa en el contexto del misterio de la
predestinación de la Virgen:
María fue predestinado antes de los siglos para ser el principio de la recreación de
todo lo creado; es así lo que es dicho de ella: “Diome Yavé el ser en el principio de
sus caminos, antes de sus obras antiguas” (Prov8, 22 ss), es decir al comienzo de
todas sus obras, para que sea la primera de todas las criaturas que son puras
criaturas... María es también madre por la dignidad, porque ella es la primera
nacida antes de toda criatura; en efecto, ella es más noble y más perfecta, en gracia
y en gloria, que toda (otra) pura criatura. Porque quien es primero en un género es
casi causa de todos los otros (seres en el mismo género): quod autem est primum
in unoquoque genere est causa aliorum.
Este bellísimo texto plantea un principio fecundo cuyas consecuencias insinúa sin
desarrollarlas. La primacía de María, querida por Dios, después de Cristo pero con
Él y antes de toda otra pura criatura, entraña su causalidad universal, no física y
eficiente, ciertamente, sino -aunque el autor no lo precise- moral y meritoria.
Antonino transpone en Mariología el argumento platónico de los grados utilizado
por Santo Tomás de Aquino en la demostración de la existencia de Dios; es la
célebre cuarta vía: el grado supremo es causa de todos los grados inferiores.
Transposición interesante, más aún cuando nos muestra la posibilidad de una
maternidad espiritual de María respecto del universo corporal y material, no
puramente y simplemente o solamente en estilo scotista, a partir de la primacía
intencional de María en el plan divino, sino también, en estilo tomista, a partir del
misterio de su predestinación unido a la consideración de los grados del ser y del
actuar. Antonino de Florencia plantea los principios que deberían conducir a todas
las escuelas católicas de teología a un consensus en cuanto a la causalidad moral y
meritoria de la Virgen, en dependencia de Cristo crucificado, respecto de la
existencia y de la consumación del universo físico y de cada naturaleza humana.
Primera de los predestinados, después de Cristo, María no causa solamente, en
dependencia de Él, la gracia y la gloria en todos los elegidos, sino además, por su
intercesión, la naturaleza misma.
Prolongando a San Anselmo, Antonino lo sobrepasa netamente, y reúne las
opiniones de su contemporáneo san Bernardino de Siena sobre María causa final
del universo del que es la consumación. El conjunto de esta opiniones y principios
(María causa ejemplar y final del universo, primera nacida en el pensamiento
divino, cuya primacía entraña una causalidad universal comprendida sobre el plan
de la causalidad moral eficiente) es más o menos común a todas las mariologías de
la baja Edad Media y de los siglos posteriores que deberían, en el futuro, reunir
unánimemente a los teólogos católicos en la afirmación de una cierta, misteriosa e
inmaterial causalidad de la Virgen respecto de la existencia misma de la materia.
Semejante afirmación se encuentra además fortificada en el contexto de la común
visión medieval, a la vez filosófica y teológica, de la causalidad meritoria del justo
en la obtención de los bienes temporales. Para santo Tomás de Aquino, “si se
considera los bienes temporales en tanto que favorecen el cumplimiento de las
obras de virtud que nos conducen a la vida eterna, se vuelven directamente y
absolutamente objeto de mérito, como el crecimiento de la gracia y de todos los
otros auxilios que nos permiten alcanzar la beatitud, una vez recibida la primera
gracia... Vistos desde esta perspectiva, estos bienes temporales son absolutamente
bienes.”
Estos principios luminosos se aplican, primeramente, al bien temporal que es la
existencia, la posición  en el ser de una naturaleza destinada a la gracia y a la gloria,
de una naturaleza que, por lo demás permanece y alcanza inclusive su perfección
cuando es transfigurada y divinizada por la gracia y la gloria.
Así como el mérito sobrenatural de los bienes temporales presupone, como lo
señalaba anteriormente el Doctor Angélico, “la primera gracia recibida”,
igualmente la persona humana no sabría ser la causa moral y meritoria de su
propia creación por Dios, sino solamente de la de los otros. Si puedo merecer para
los otros, con un mérito de conveniencia, la gracia y la gloria, ¿por qué no podría
merecer el don gratuito y primero de la creación y de la naturaleza? Si no importa
que cualquier justo (inclusive no cristiano) pueda obtener por su intercesión este
don de la naturaleza y de la existencia para los otros espíritus creados, con mayor
razón la Virgen Madre de Dios la obtuvo participando en el sacrificio de su Hijo
sobre la cruz. Al merecer nuestra divinización, mereció lo que menor y que la
condiciona: nuestra creación a partir de la nada.
Esta causalidad moral y meritoria se nos manifiesta, incluida en el consentimiento
creado a la voluntad creadora de Dios, tan magníficamente presentado por Aimé
Forest. Citémosle con cierta amplitud: “Según el idealismo, el pensamiento no
podría dar una significación última a las realidades que afirma. ¿Pero por qué no
podríamos entrar profundamente en el absoluto de la afirmación siguiendo nuestra
afirmación misma de criaturas? Si no tenemos que dominar al ser de manera que
nos coloquemos respecto de él en una relación de prioridad ideal, nos queda
corresponder a este absoluto mediante el consentimiento que le demos. La
afirmación objetiva es ya liberación de la limitación propia al ser creado, agrega a
nuestra naturaleza la verdad de lo que el espíritu posee; ella se termina cuando el
acto que pone las cosas en el en si toma el valor de un consentimiento, es decir de
una respuesta al acto por el cual Dios los crea”.
Es especialmente en esta dirección de un consentimiento a la creación que orienta
el texto bíblico citado por Antonino -siguiendo una larga tradición, bien fundada,
aplicándolo a la Virgen María-: Prov 8, 22 cuya continuación conduce
naturalmente y lógicamente a la afirmación de una causalidad moral de María en la
creación del mundo: “Cuando fundó los cielos, allí estaba yo; cuando puso una
bóveda sobre la faz del abismo. Cuando daba consistencia al cielo en lo alto, cuando
daba fuerza a las fuentes del abismo. Cuando fijo sus términos al mar para que las
aguas no traspasasen sus linderos. Cuando echó los cimientos de la tierra. Estaba
yo con Él como arquitecto, siendo siempre su delicia, solazándome ante Él en todo
tiempo: Recreándome en el orbe de la tierra, siendo mis delicias los hijos de los
hombres.” (Prov, 8, 27-31).
Son los mismos principios que guiarán, dos siglos después, al célebre cardenal de
Lugo S.J., en su contemplación de las relaciones entre la Virgen y el universo:
Al igual que Dios, creando todo en su complacencia para su Cristo, hizo de Él el fin
de las criaturas, así, guardando las proporciones, se puede decir que sacó de la
nada el resto del mundo por amor a la Virgen-Madre, haciendo que ella sea
justamente llamada, también, fin de todas las cosas...Se puede decir con la misma
proporción que Dios creó el mundo para los elegidos y que de esta manera los
elegidos son de alguna manera el fin por el cual el resto de las criaturas fue hecho.
En suma, si el universo fue creado para María, a su imagen, fue creada también a
causa de ella: tanto como decir -con un teólogo moderno- que María “se vuelve
secundariamente y en dependencia de su Hijo, la causa meritoria de todos los
bienes,” no solamente de la gracia y de la gloria, sino también del ser y de la
naturaleza.
Tal es la verdad que se esconde también en las especulaciones gnósticas y
heterodoxas sobre la Magna Mater, como en los sacrificios erróneamente
ofrecidos a la Virgen por las mujeres colyridianas, de los que nos habla san
Epifanio. María no es la creadora del universo merecedora de un sacrificio, sino
moralmente la procreadora, por su intercesión meritoria, de la creación del
universo entero, físicamente independiente de ella. El universo pende en su
existencia misma de las lágrimas de María al pie de la cruz, delante de su Hijo; ella
es la Cordera inmolada con el Cordero desde el origen y la fundación del mundo.
Esplendor de la oración inmaculada y procreadora de María y de los Ángeles,
creados por causa de ella antes del hombre, pero con ella, por su oración,
moralmenre procreadores del universo físico. ¿Si los hombres pueden ser, y son
físicamente procreadores, por qué María, los Ángeles, los Santos, en pocas
palabras, la Iglesia no lo serían moralmente?
De esta manera, surge una protología mariana que viene a completar a una
escatología mariana: la intercesión procreadora es también la intercesión
consumadora, la Orante obtiene con la Parusía de su Hijo resucitado la
resurrección, por él, de todos sus elegidos, en la gloria. María no resucita a los
hombres de manera física y directa, inmediata, sino mediatamente, moralmente,
por sus súplicas, como anteriormente había cooperado moralmente a la
resurrección de su Hijo y a la suya propia.
Incluso diríamos: Cristo, al resucitar a su Madre, la asoció activamente a esta
manifestación suprema de su omnipotencia de Resucitado. El Hijo único y bien
amado de Dios y de María, el que es la resurrección y la vida, confirió al alma
beatificada de su Madre, el poder de obtener de Él la resurrección de los cuerpos
mortales. Si otros santos pudieron (como los mismos Apóstoles: Tim 10, 8) la
orden y la misión de resucitar a los muertos, no se ve porqué, de una manera
general, todos los santos no estarían, en sus almas inmortales y libres, asociados
activamente, por Cristo, al misterio de sus resurrecciones corporales en el fin de los
tiempos, ni, a fortiori, por qué la Virgen no habría sido ella la primera asociada en
su libertad creada y más sublimemente rescatada, al misterio de la resurrección
privilegiada y anticipada de su cuerpo mortal, generador de la Vida eterna.
Podemos decir, entonces, sobre el modo de la Asunción, que ella consistió en una
libre, poderosa y gloriosa oración con miras a la reanimación de su cadáver
incorruptible, bajo el actuar supremo del Espíritu vivificante. En este misterio,
María no se nos muestra solamente pasiva, sino además, por el don de su Hijo y del
Espíritu, activa, supremamente activa.
¿Por otro lado, no mereció, de alguna manera, por su muerte de puro amor, su
propia resurrección como había, anteriormente, cooperado con la Encarnación del
Verbo?, así como en Nazaret, y luego al pie de la cruz, a la regeneración espiritual
de todos los hijos de Adán? La madre muriente y muerta de un Dios mortal y
muriente mereció volverse la madre viviente y vivificante de todos los vivientes; la
nueva Eva, no solamente durante su vida, sino también en el instante en que,
llegado al límite de la caridad, su actuar se hizo supremamente meritorio, no
solamente para ella, sino además para los otros: es especialmente en el momento
de su propia muerte de amor que María “se convirtió para nosotros, en el orden de
la gracia, nuestra madre”. San Juan Damasceno no insinúa que la muerte de María
nos confiere la inmortalidad cuando le dice: “Tu cuerpo desapareció en la muerte,
sin embargo haces brotar para nosotros las fuentes inagotables de la vida
inmortal”.
Al merecer resucitar, bajo la acción del Espíritu, a imagen de su Hijo, (cf Jn10, 18:
tengo el poder de retomar la vida), María mereció, al mismo tiempo, el poder de
rogar muy eficazmente por la resurrección de todos sus hijos al fin de los tiempos;
Cristo no le negará, sin duda alguna, lo que concedió, en los tiempos de la Iglesia, a
los apóstoles: es a través de la libertad creada y glorificada de su Madre que el Hijo
de Dios resucitará, a pedido suyo, a todos los muertos; ¿no es esto lo que el
Damasceno había intuido cuando escribía, pensando primero -pero tal vez no
únicamente, en la eficacia última del consentimiento a la maternidad divina:
“María es la fuente de toda resurrección”?
Se podría presentar, todavía, otra razón: la Asunción corporal y espiritual de María,
al manifestar la aceptación divina del sacrific

Conclusión

Los principios fundamentales de la mariología incitan a los teólogos a


contemplar y expresar la amplitud histórica y cósmica de la maternidad
espiritual de la Madre de Dios.

No podemos ocultar la probable reacción de muchos de nuestros lectores. Sin duda


pueden pensar que hemos sugerido aquí, a propósito de la causalidad moral y
meritoria de María frente al universo físico, angélico y humano, un hipótesis bella,
no contraria a la ortodoxia doctrinal, ciertamente, pero sin embargo
insuficientemente probada. En suma, ¡se trataría de opiniones inofensivas, pero
extravagantes!

Querríamos responder anteladamente a esta objeción. Porque nos parece


desconocer el alcance concreto de los principios fundamentales de la mariología
elaborados por diferentes escuelas teológicas y canonizadas por el Magisterio de la
Iglesia.

Si se admite el principio de similitud, según el cual “todo don de gracia concedida a


una pura criatura fue concedido a la Virgen”, sería un error que se negara una
intercesión eficaz de María compasiva, unida a su Hijo crucificado, en favor de la
creación, al servicio de los elegidos, del universo físico y de su conservación. En
efecto, si los Ángeles pudieron preparar - el término es de santo Tomás- con Dios el
génesis y la consumación final de la persona humana en la gloria de su resurrección
corporal, no se ve el por qué no ha de reconocerse que la intercesión de la Madre
del Dios-Mesías estaría acompañada de un don de gracia análogo e inclusive
superior, no sin efecto retroactivo.

Del mismo modo, si María, por su oración pudo obtener la encarnación y la


resurrección corporal del Hijo de Dios, ¿cómo negar que sus súplicas hayan podido
obtener dones objetivamente menores (creación, conservación y resurrección)?
Pero este principio de similitud no se entiende sino sobre el panorama de un
principio más fundamental, el de la eminente singularidad de María como Madre
de Dios.

Pío XII hizo suya la expresión que Suárez dio a este principio, precisamente al
momento en que se definía dogmáticamente la Asunción: “los misterios de gracia
que Dios operó en la Virgen no pueden ser medidos a partir de leyes ordinarias,
sino en función de la omnipotencia divina, una vez supuesta la conveniencia de la
cosa y la ausencia de toda contradicción o repugnancia en las Escrituras”.

Ahora bien, es claro que Dios podía crear el mundo en consideración a los méritos


y a la intercesión (en ese sentido) de la Virgen unida a su Hijo: semejante
afirmación no implica ninguna contradicción; significa que Dios inspiró a María
una súplica de este género.

No implica, tampoco, ninguna repugnancia frente a los datos de la Escritura:


inclusive está en perfecta armonía con ellos, como lo hemos insinuado líneas arriba
a propósito de las Bodas de Caná. Incluso hay que considerarla como
implícitamente contenida en el ministerio y el don de la maternidad divina.

Por otro lado, así como lo habíamos dicho con anterioridad, este misterio de gracia
que constituía la “procreación moral” del universo por los Ángeles, los Santos y
María, permanecería, a causa de la caridad incomparablemente más grande que era
la de María, un privilegio para ella respecto de ellos.

Potuit, decuit, fecit: este principio tradicional en la mariología del segundo milenio
se manifiesta plenamente cuando se trata de afirmar que María, por su meritoria
intercesión de Madre y de Cordera de Dios ejerció, incomprarablemente más que
los Ángeles y los Santos, un ministerio decisivo en favor de la creación, la
consumación y la consumación del universo.

En suma, este ministerio, al menos de manera alejada, implicado desde el principio


de la asociación privilegiada de María, nueva Eva, en la obra salvífica del nuevo
Adán, principio igualmente inculcado fuertemente por Pío XII en la bula de
defininición de la Asunción.

Ahora bien, no deja de ser interesante que el Cardenal Bea, cuyo importante rol en
la prepararación de la bula es bien conocido, enseñaba que este principio de
asociación privilegiada de María a Cristo Salvador era parte integrante del sentido
literal del “protoevangelio” (Gén 3, 15).

Hoy día se reconoce, en general, que la historia de la salvación comienza con la


creación. Se puede, entonces, admitir, a la luz de los principios recordados aquí,
que el rol intercesor y meritorio de María en la creación del universo estaba ya
implícitamente afirmada en el protoevangelio. La Sabiduría de Dios quiso que la
Virgen, incapaz de crear el mundo, inclusive a título de instrumento, coopere con la
creación por su intercesión, suscitada en ella por el Soplo del Espíritu divino. A
partir del Génesis, la mujer prometida era inseparablemente Mater Mesiæ, Mater
hominum et Mater mundi.

Se puede comprender de muchas maneras distintas la intercesión meritoria de la


Virgen Inmaculada en favor de la creación del mundo.
Se puede pensar, primeramente, que el Espíritu Santo, al conferir a María, a partir
de su Inmaculada Concepción, una ciencia excepcional infusa, con miras al
cumplimiento de su misión corredentora (según el pensamiento de Suárez), le
inspiró una oración en favor de la creación, primer gesto de la historia de la
salvación.

Se puede estimar, también, que además María oraba implícitamente por la creación
del universo distinto de ella misma, al pedir la Encarnación que la presuponía.
Finalmente, también se puede admitir que al entrar de manera permanente en la
visión beatífica por el misterio de su Asunción gloriosa, viendo sin cesar, frente a
frente a Dios eterno que hace brotar el universo de la nada para la gloria de su Hijo
y de su Espíritu, y al consentir sin cesar en la adoración de este gesto  creador
poniendo el universo en el ser, María intercede, así, de manera ininterrumpida en
favor de la creación continua del universo, ofreciendo los méritos pasados de su 
consentimiento a la Encarnación redentora y a la pasión de su Hijo, así como de su
muerte de amor, a esta intención.

Ninguna de estas tres maneras de comprender la “intercesión procreadora” de


María, contradice las otras dos ni tampoco la razón. Las tres, tomadas en conjunto
o separadamente, nos parecen manar de una sana aplicación, en la perspectiva de
una historia de la salvación considerada en sus implicaciones cósmicas, de los
principios fundamentales de la mariología, en tanto que subrayan la trascendencia
respecto de otros elegidos de Dios, su similitud privilegiada respecto de Cristo, su
Hijo, exigiendo que se reconozca que Dios le ha conferido todos los dones en
armonía con su elevación a la maternidad divina y con la misión que de ella se
deriva.

A la luz de estos principios, contenidos implícitamente en la Escritura, afirmados


por los Padres pre-nicenos por medio de la afirmación (bíblica) de la asociación
privilegiada de la nueva Eva con el nuevo Adán, explicitadas por el Magisterio de la
Iglesia no está impedido pensar que la intercesión procreadora de la Inmaculada
está contenida en el depósito de la Revelación.

Presentando esta profundización grandiosa del campo de expansión de la


maternidad espiritual de María, no se puede más que desear ver a la Iglesia
Escrutar cada vez más este misterio. Semejante contemplación estaría favorecida
por una definición, inclusive mucho más modesta por su objeto, de esta verdad tan
bella y tan consoladora: la maternidad espiritual de María, a la vez pasada,
presente y futura. Retomemos con nuevos matices nuestras afirmaciones
anteriores.

En el pasado de su vida terrestre, María obtuvo para nosotros la vida sobrenatural y


divina de la gracia al engendrar a su hijo según la carne con miras a nuestra
salvación, y al consentir con su muerte redentora en nuestro favor.
Esta vida divina, nos la confiere sin cesar en el presente, por su intercesión apoyada
en sus méritos pasados.
A la hora de la muerte, por los méritos supremos de sus comuniones y de su muerte
de amor, María obtiene, con la Indulgencia plenaria del artículo de muerte, la
entrada inmediata en la visión beatífica de su hijo y de ella misma, esperando
obtener para cada uno de sus hijos divinizados la resurrección corporal.

De esta manera nuestra total glorificación espiritual y corporal será el punto


culminante en nuestra relación de filiación espiritual y respecto de la Iglesia, a
través de la cual María actúa sin cesar, y respecto de María, Madre de la Iglesia.
Traducido del francés por: José Gálvez Krüger
Director de la Revista Humanidades Studia Limensia

Apéndice: El sentido mariano de los textos sapienciales

Hemos aludido a lo largo del texto y de sus notas, la larga tradición de exégesis
eclesial y espiritual que aplica a la Virgen y a su rol en los designios de Dios
predestinador como en la historia de la salvación (incluyendo la creación de la
naturaleza) los textos veterotestamentarios relativos a la Sabiduría: Prov 8,22-
30; Eclo 24, 5-31; Sab 7, 26-27.

Numerosos exegetas, antiguos y modernos, han hablado de acomodación litúrgicica


de aplicación mariana legítima de textos en los que el sentido literal (en el autor
humano) o incluso el sentido espiritual querido por el Revelador no había tomado
en cuenta a la Virgen María. Después de Canisius y Corneille de la Pierre, dos
autores trataron el asunto con más amplitud: M. J. Scheeben y R, M. de la Broise,
ambos en la segunda mitad del siglo XIX. Sus diversas consideraciones han
arrojado una viva luz sobre el asunto. Conservan una larga actualidad si siempre se
les sitúa en el contexto de los principios exegéticos presentados, ex professo, por las
constituciones dogmáticas del Concilio Vaticano II, Dei Verbum y Lumen Gentium.
No nos proponemos retomar brevemente el tema del alcance mariano en la
Revelación divina, es decir, en la intención misma del Revelador tal como sea
conocible y reconocible por nosotros, de los textos sapienciales, relativos, a título
dependiente y secundario, en un sentido consecuente pero real, a la Virgen María.
Si se puede citar trabajos más recientes de exegetas o de autores católicos sobre
este asunto, ninguno me parece posterior a los grandes textos del Concilio Vaticano
II.
Ahora bien, este Concilio planteó tres principios fundamentales que valen también
para lo que tratamos:

1. Para ver claramente lo que Dios mismo ha querido comunicarnos, el exegeta


debe, a través del estudio de los “géneros literarios” investigar lo que el hagiógrafo
inspirado, ha querido decir, en el contexto cultural de su tiempo.

2. Pero “puesto que la Santa Escritura debe ser leída e interpretada a la luz del
mismo Espíritu que la hizo redactar”, sólo es necesario, para descubrir exactamente
el sentido de los textos sagrados, poner una mínima atención “al contenido y a la
unidad de toda la Escritura (contentum et unitatem totius Scripturæ) teniendo en
consideración a la Tradición viva de toda la Iglesia y a la analogía de la fe”.

3. “Los libros del Antiguo Testamento, integralmente retomados en el mensaje


evangélico, alcanzan y muestran su completa significación en el Nuevo Testamento
al que aportan, en retorno, luz y explicación”, “el Nuevo Testamento está escondido
en el Antiguo, el Antiguo desvelado en el Nuevo;” “los libros del Antiguo
Testamento, leídos en la Iglesia y comprendidos a la luz de la Revelación posterior
y completa hacen aparecer progresivamente en una más perfecta claridad la figura
de la mujer, Madre del Redentor”.

Vaticano II aplica estos principios explícitamente a muchos textos del Antiguo


Testamento (Gén 3, 15; Mi 5,2; Is 7, 14; la Hija de Sión) en los que el Concilio ve la
figura de María significada por Dios mismo. NO cita los textos sapienciales
enumerados al comienzo de este apéndice.

Nos parece, sin embargo, que se podría aplicar también a estos textos sapienciales
los mismos principios con la ayuda de un razonamiento un poco más elaborado. Lo
encontramos en Scheeben, de La Broise, Brouyer, Catta.
Citemos al primero:

La sabiduría está colocada al comienzo de todas las vías del Señor, como la primera
nacida de la creación entera; en virtud de su origen primero y supremo, ella es la
imagen del parecido, la compañía y la ayuda más perfecta de Dios. es de manera
eminente la hija de Dios, es decir, a la vez su hija y su esposa, una bajo la forma de
la otra, como tal, es frente al mundo, la reina de todos los seres, la madre de la vida
y de la luz. 
...La Iglesia no estableció por una simple comparación la concordancia de los
diversos trazos de nuestra lista con los privilegios de María, conocidos por otro
lado. Sin ninguna duda ella, igualmente, ha concluído la unión íntima de María con
la persona de la Sabiduría Encarnada que la descripción de esta debe aplicar a
María todas las proporciones guardadas. Se puede, entonces, admitir que la
aplicación de estos pasajes a María se encontró en las intenciones del Espíritu
Santo... María y la Sabiduría Encarnada están unidas de tal manera que los
privilegios de la Sabiduría corresponden a María.

En otros términos, Scheeben vincula los tres textos sapienciales ya evocados a la luz
del Protoevangelio mismo, iluminado por el Nuevo Testamento; es la unidad de
toda la Escritura que le permite comprender una intención divina en la aplicación
de esos tres textos a María. Lo que llama en un momento dado “acomodación”
releva en realidad, a sus ojos, del sentido literal pleno que tenía en miras no el
autor humano e instrumental, sino el único Autor supremo y divino del conjunto de
las escrituras, para retomar en otros términos los tres principios de Vaticano II
mencionados aquí.
Sin embargo, Scheeben estaba consciente de una dificultad: “nuestros pasajes
describen la Sabiduría... principalmente en su origen y su naturaleza
supraterrestres”. Agrega justamente: “todas las partes de la descripción no se
aplican a; María de una manera igual”. La respuesta a la objeción recuerda
principalmente que la Sabiduría, en nuestros pasajes, no está presentada como
“fuera y por encima de toda relación con el mundo, sino como relaciones actuales
con el mundo, existente y actuante al interior del mundo”. El Nuevo Testamento
nos suministra una norma de interpretación: en Col 1, 17 ss. El Apóstol aplica la
descripción de la Sabiduría eterna a Cristo, sabiduría encarnada. El principio de
asociación y de conjunción de la nueva Eva con el nuevo Adán, “une a “la
descripción de la Sabiduría bajo los trazos de una persona femenina que ejerce en
el mundo una influencia parecida a la de la madre en la casa del padre”, nos ayudan
a reconocer a María, “cuya ayuda maternal dio la naturaleza humana” de Cristo, en
los textos sapienciales aplicables a una pura criatura.

Las transferencias de estos textos a María “la más alta personificación creada de la
Sabiduría de Dios” es el efecto de la analogía de la fe que -nos dice el cardenal Bea -
es una interpretación de un texto escriturario bajo la luz de la totalidad de la
doctrina de la Iglesia, en materia de fe, y al interior de una atención alcanzada al
contexto.
La aplicación material de los textos sapienciales aquí examinados, no es, pues,
extrínseca sino intrínseca en el sentido pleno y total querido por Dios.

Una vez recordados estos preámbulos, podemos ahora intentar justificar la


dependencia en el pensamiento divino del Creador increado, de la creación, de la
conservación y de la consumación del mundo respecto de la intercesión meritoria
de María inmaculada, la Asociada del Redentor.

Si la sabiduría aparece en los Santos Libros “como la auxiliar de Dios en la


creación, en el cumplimiento del tiempo de su designio eterno” si “al principio
mismo de la historia de la salvación se encuentra María, trono de la Sabiduría
eterna” al punto que María es después de Cristo y antes que todos los otros
elegidos, pero en dependencia de su Hijo, causa ejemplar y final de toda la
creación, se puede admitir que el Creador quiso inspirar a María una meritoria
oración de intercesión por la creación, la conservación y la consumación del
universo distinto de ella, sin - sin embargo-  servirse de ella para poner el universo
en el ser, arrancándolo de la nada. María no es, pues, la sabiduría creadora, sino la
pura criatura cuya libertad dependiente participa en alguna manera en el Actuar
creador, moralmente, intencionalmente y no sólo físicamente.

En suma, nos parece que al decir con Corneille de la Pierre (1567-1637) y en el


contexto de los libros sapienciales, que “Cristo y la Virgen son la idea de la
ejemplaridad a partir de la cual Dios creó y dispuso el orden de naturaleza de todo
el universo”, estamos invitados a reconocer que su causalidad moral y meritoria de
intercesores en el orden de la gracia se acompaña de una causalidad análoga pero
distinta en el orden de la naturaleza. Si Cristo, como hombre, pudo merecer y
obtener nuestra salvación por su oración sacrificial y si María pudo estar asociada a
este mérito de manera dependiente, se puede decir, en honor y para la gloria del
Cristo-Mediador y de María, que ellos también, de manera desigual obviamente,
merecieron la creación. ¿El (o la) que mereció más, no mereció también lo menos
que condiciona ese más? ¿No hay una afinidad entre causalidad ejemplar y final y
final de una parte, causalidad moral y meritoria de la otra? ¿El (o la) que constituye
el modelo, la razón de ser y el fin de otro, siendo un ser personal dotado de libertad
y de una libertad capaz de dirigirse hacia la libertad infinita t todopoderosa, no
presenta de una manera particular las condiciones queridas para obtener de esta
Libertad infinita la posición en el ser de este otro ser del que es el modelo y el fin? 
A la luz de la poderosa intercesión de María, tal como el Nuevo Testamento la
presenta en Nazaret y en el Cenáculo, tan poderosa bajo el Soplo divino que, en
medio de la analogía de la fe, la Iglesia vio ahí una causa moral y meritoria de las
misiones visibles del Hijo y del Espíritu, ¿es absurdo o exagerado concluir
retroactivamente que esta misma intercesión, eternamente vista y suscitada por
Dios, había obtenido, primeramente, de él la creación por el Verbo y en el Espíritu
de este mundo que sus misiones invisibles debían salvar?

¿No estamos en el caso de decir que muchos versículos de los textos sapienciales
citados al comienzo de este apéndice “alcanzan y muestran una nueva y más
completa significación” cuando son aplicados a María “a la luz de la Revelación
posterior y completa del Nuevo Testamento”, para retomar los términos ya
mencionados de Vaticano II? Pensamos especialmente en los versículos siguientes:

- “Cuando fundo los cielos, allí estaba yo... cuando fijó sus términos al mar...
cuando echó los cimientos de la tierra, estaba yo con Él como arquitecto” (Prov 8,
27-30);
- “Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen
de su bondad...gobierna el universo para su bien” ( 7, 26. 30);
-”Yo salí de la boca del Altísimo, y como nube cubrí toda la tierra... Yo habité en las
alturas y mi trono fue columna de nube. (Eclo 24, 5-6).

Si en el pensamiento del Autor supremo y eterno de todas las escrituras del Antiguo
y del Nuevo Testamento, la Sabiduría significa no solamente un atributo divino o el
Verbo encarnado, sino, además, en dependencia de ellos, su Madre; estos
diferentes versículos brillan con una luz nueva cuando se consiente a ver en ellos,
también, una alusión al poder espiritualmente “procreador”, por modo de
intercesión, de la que fue, por excelencia, la Virgen sabia (cf Mt 25, 8).
Traducido del francés por: José Gálvez Krüger
Director de la Revista Humanidades Studia Limensia
Inmaculada Concepción

La Doctrina
En la Constitución Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío
IX pronunció y definió que la Santísima Virgen María «en el primer instante de su
concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de
los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda
mancha de pecado original».
"La Santísima Virgen María...” El sujeto de esta inmunidad del pecado
original es la persona de María en el momento de la creación de su alma y su
infusión en el cuerpo.
“... en el primer instante de su concepción...”: El término concepción no
significa la concepción activa o generativa por parte de sus padres. Su cuerpo fue
formado en el seno de la madre, y el padre tuvo la participación habitual en su
formación. La cuestión no concierne a lo inmaculado de la actividad generativa de
sus padres. Ni concierne tampoco absoluta y simplemente a la concepción pasiva
(conceptio seminis carnis, inchoata), la cual, según el orden de la naturaleza,
precede a la infusión del alma racional. 
La persona es verdaderamente concebida cuando el alma es creada e infundida en
el cuerpo. María fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer
momento de su animación, y la gracia santificante le fue dada antes que
el pecado pudiese hacer efecto en su alma.
“...fue preservada de toda mancha de pecado original...” La esencia activa
formal del pecado original no fue removida de su alma como es removida de otros
por el bautismo; fue excluida, nunca estuvo en su alma; simultáneamente con la
exclusión del pecado. A ella se le confirió el estado de santidad original, inocencia
y justicia, como opuesto al pecado original, por cuyo don se excluyeron cada
mancha y falta, todas las emociones, pasiones y debilidades depravadas,
esencialmente pertenecientes al pecado original; mas no fue eximida de las penas
temporales de Adán---el dolor, las enfermedades corporales y la muerte.
“... por un singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de
los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano”: A María se le
dio la inmunidad del pecado original por una singular exención de
una ley universal por los mismos méritos de Cristo, por los cuales los demás
hombres son limpiados del pecado por el bautismo. María necesitó al Redentor
para obtener esta exención y ser liberada de la necesidad y de la deuda (debitum)
universal de estar sujeta al pecado original. La persona de María, por su origen de
Adán, habría estado sujeta al pecado, pero, siendo la nueva Eva, quien sería la
madre del nuevo Adán, fue apartada de la ley general del pecado original, por
el eterno designio de Dios y por los méritos de Cristo. Su redención fue
la verdadera obra maestra de la sabiduría redentora de Cristo. Es un redentor
mayor quien paga la deuda en que no incurrió que quien paga después que ha caído
en la deuda.

Orígenes
Este es el significado del término «Inmaculada Concepción».
Prueba de la Escritura
Génesis 3,15: No es posible extraer de la Escritura pruebas directas, categóricas
ni concluyentes sobre el dogma; pero el primer pasaje bíblico que contiene
la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor.
La sentencia contra los primeros padres fue acompañada del Primer Evangelio
(Proto-evangelium), que pone enemistad entre la serpiente y la mujer: “Enemistad
pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; ella (él) te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar.” (Gén. 3,15). La traducción «ella» de la Vulgata es
interpretativa; tiene su origen después del siglo IV, y no se puede defender
críticamente.
San Basilio
 El vencedor salido de la estirpe de la mujer, que aplastará la cabeza de la serpiente,
es Cristo; la mujer en enemistad con la serpiente es María. Dios puso enemistad
entre ella y Satán en el mismo modo y medida que hay enemistad entre Cristo y la
estirpe de la serpiente. María estaría siempre en ese estado exaltado del alma que la
serpiente había destruido en el hombre, es decir, en la gracia santificante. Sólo la
continua unión de María con la gracia explica suficientemente la enemistad entre
ella y Satán. El proto-evangelio, por lo tanto, contiene en el texto original una
promesa directa del Redentor, y en conjunción con ello la manifestación de la obra
maestra de Su Redención, la perfecta preservación de su Madre virginal del pecado
original. 
San Justino
Lucas 1,28: El saludo del Arcángel Gabriel---chaire kecharitomene, Salve, llena de
gracia (Lc. 1,28)---indica una única abundancia de gracia, un estado del alma
divino y sobrenatural, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción
de María. Pero el término kecharitomene (llena de gracia) sirve sólo como una
ilustración, no como una prueba del dogma.

San Ireneo
Otros textos: No se puede extraer ninguna conclusión teológica a partir de los
textos de Proverbios 8 y Eclesiástico 24 (que exaltan la Sabiduría de Dios y que en
la liturgia se aplican a María, la más bella obra de la Sabiduría de Dios), o desde
el Cantar de los Cantares (4,7, “Toda hermosa eres, amada mía, y no hay tacha en
ti”). Estos pasajes, aplicados a la Madre de Dios, pueden ser entendidos por
quienes conocen el privilegio de María, pero no sirven para probar
la doctrina dogmáticamente y, por lo tanto, se omiten en la Constitución
«Ineffabilis Deus». Para el teólogo es materia de conciencia no adoptar una
posición extrema para aplicar a una criatura textos que pueden denotar
prerrogativas de Dios.

San San Hipólito


Pruebas de la Tradición
Respecto de la impecabilidad de María, los antiguos Padres son muy cautelosos:
algunos de ellos parecen haber cometido algún error en esta materia.
 Aunque Orígenes atribuyó a María altas prerrogativas espirituales, dice sin
embargo que en el momento de la Pasión de Cristo, la espada de la
incredulidad atravesó el alma de María; que fue golpeada por el puñal de
la duda; y que Cristo también murió por sus pecados (Orígenes, «In Luc.
Hom. XVII).
 Del mismo modo San Basilio escribe en el siglo IV; él vio en la espada de que
habló Simeón la duda que atravesó el alma de María (Epístola 259).
 San Juan Crisóstomo la acusó de ambición y de ponerse indebidamente a sí
misma delante cuando trató de hablar con Jesús en Cafarnaúm (Mt. 12,46;
Crisóstomo, Hom. 44 sobre Mateo).

San Pedro Crisólogo


Pero estas opiniones privadas dispersas sirven meramente para mostrar que la
teología es una ciencia progresiva. Si intentásemos establecer la doctrina completa
de los Padres sobre la santidad de la Santísima Virgen, la cual incluye
particularmente la creencia implícita de su Inmaculada Concepción, nos veríamos
obligados a transcribir una multitud de pasajes. En el testimonio de los Padres se
insiste sobre dos puntos: su absoluta pureza y su posición como segunda Eva (cf.
1 Cor. 15,22).
María como segunda Eva: Los siguientes autores desarrollan esta famosa
comparación entre Eva, mientras era todavía inmaculada e incorrupta---es decir,
no sujeta al pecado original---y la Santísima Virgen:
 San Justino (Dialogo con Trifón 100),
 San Ireneo (Contra Haereses, III.22.4),
 Tertuliano (De carne Christi, 17),
 Fírmico Materno (De errore profan. relig., XXVI),
 San Cirilo de Jerusalén (Catecheses, 12.29),
 San Epifanio (Haeres., LXXVIII, 18),
 Teodoto de Ancira (Or. in S. Deip., n. 11), y
 Sedulio (Carmen paschale, II, 28).
La pureza absoluta de María: Abundan los escritos patrísticos sobre la pureza
de María:
 Los Padres llaman a María el tabernáculo exento de profanación y de
corrupción (San Hipólito, «Ontt. in illud, Dominus pascit me»);
 Orígenes la llama digna de Dios, inmaculada del inmaculado, la más
completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión de la
serpiente, ni infectada con su venenoso aliento («Hom. I in diversa»);
 San Ambrosio dice que es incorrupta, una virgen inmune de toda mancha de
pecado a través de la gracia («Sermo» XXII en Ps. CXVIII);
 San Máximo de Turín la llama morada preparada para Cristo, no a causa del
hábito del cuerpo, sino de la gracia original («Nom. VIII de Natali Domini»);
 Teodoto de Ancira la llamó virgen inocente, sin mancha, libre de
culpabilidad, santa en el cuerpo y en el alma, un lirio primaveral entre
espinas, incontaminada del mal de Eva, ni se dio en ella comunión de luz
con tinieblas, y, desde antes de nacer, fue consagrada por Dios («Orat. in S.
Dei Genitr.»).
 Refutando a Pelagio, San Agustín declara que todos los justos han conocido
verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por
el honor del Señor, yo no pondría en cuestión nada en lo que concierne al
pecado» (De natura et gratia 36).
 María fue prenda de Cristo (San Pedro Crisólogo, «Sermo CXL de Annunt.
B. M. V.»);
 Es evidente y notorio que fue pura desde la eternidad, exenta de todo defecto
(Typicon S. Sabae);
 Fue formada sin ninguna mancha (San Proclo, «Laudatio in S. Dei Gen.
Ort.», I, 3);
 Fue creada en una condición más sublime y gloriosa que cualquier otra
criatura (Teodoro de Jerusalén en Mansi, XII, 1140);
 Cuando la Virgen Madre de Dios nació de Ana, la naturaleza no se atrevió a
anticipar el germen de la gracia, pero quedó sin fruto (San Juan Damasceno,
«Hom. I in B. V. Nativ.», II).
 Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de
María. San Efrén no consideró excesivos algunos términos de elogio para
describir la excelencia de la gracia y santidad de María: «La Santísima
Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la única que excede
toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo
Espíritu, y, por tanto, excediendo toda comparación incluso con
las virtudes angélicas en pureza y santidad de alma y cuerpo... mi Señora
santísima, purísima, no profanada, incorrupta, inviolada, prenda
inmaculada de Aquel que se revistió con luz por ropaje... flor inmarcesible,
púrpura tejida por Dios, la solamente inmaculada» («Precationes ad
Deiparam», in Opp. Graec. Lat., III, 524-37).
 Para San Efrén ella era tan inocente como Eva antes de la caída, una virgen
alejada de toda mancha de pecado, más santa que los serafines, fuente
sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, por siempre intacta y sin
mancha en cuerpo y en espíritu («Carmina Nisibena»).
 Santiago de Sarug dijo que “el mismo hecho de que Dios la eligió prueba que
nadie fue nunca tan santa como María; si alguna mancha hubiese
desfigurado su alma, si alguna otra virgen hubiese sido más pura y más
santa, Dios la habría elegido y rechazado a María”. Parece, por lo tanto, que
si Santiago de Sarug hubiese tenido idea clara de la doctrina del pecado,
habría sostenido que fue perfectamente pura de pecado original (“la
sentencia contra Adán y Eva”) en la Anunciación.
San Juan Damasceno (Or. i Nativ. Deip., n. 2) considera que la
influencia sobrenatural de Dios en la generación de María fue tan comprehensiva
que ha de extenderse también a sus padres. Dice de ellos que, durante la
generación, fueron colmados y purificados por el Espíritu Santo y librados de
la concupiscencia sexual. En consecuencia, según Damasceno, incluso el elemento
humano de su origen, el material del cual fue formada, fue puro y santo. Algunos
autores occidentales consideraron esta opinión de una generación activa
inmaculada y de santidad de la «conceptio carnis»; fue presentada por Pedro
Comestor en su tratado contra San Bernardo y otros. Algunos escritores incluso
enseñaron que María nació de una virgen y que fue concebida de un
modo milagroso cuando Joaquín y Ana se encontraron en la puerta dorada
del Templo (Trombelli, «Mari SS. Vita», Sec. V, II; Summa aurea, II, 948. Cf.
también las «Revelaciones» de Ana Catalina Emmerich que contienen la
leyenda apócrifa de la milagrosa concepción de María).
De este resumen se desprende que la creencia en la inmunidad de María frente al
pecado en su concepción prevaleció entre los Padres, especialmente en los de
la Iglesia Griega. El carácter retórico, por lo tanto, de muchos de estos y similares
pasajes nos previene de tendencias demasiado forzadas y de interpretaciones en un
sentido estrictamente literal. Los Padres griegos nunca discutieron formal o
explícitamente la cuestión de la Inmaculada Concepción.
La Concepción de San Juan el Bautista: Una comparación con la concepción
de Cristo y la de San Juan puede servir para arrojar luz sobre el dogma y sobre las
razones por las que los griegos celebran desde antiguo la fiestas eclesiásticas de la
Concepción de María.
 La concepción de la Madre de Dios fue mucho más allá de toda comparación
más noble que la de San Juan el Bautista, mientras que estuvo
inconmensurablemente por debajo de la de su Divino Hijo.
 El alma del precursor no fue preservada inmaculada en su unión con el
cuerpo, sino que fue santificada ya sea poco después de la concepción de un
estado previo de pecado o por la presencia de Jesús en la Visitación.
 Nuestro Señor, al ser concebido por el Espíritu Santo y en virtud de
su milagrosa concepción, estuvo “ipso facto” libre de la mancha del pecado
original.
La Iglesia celebra fiestas de estas tres concepciones. Los Orientales tienen una
Fiesta de la Concepción de San Juan el Bautista (23 de septiembre), que se remonta
al siglo V, más antigua que la Fiesta de la Concepción de María, y, durante la Edad
Media, fue se celebró también el 24 de septiembre en varias diócesis de Occidente
el 24 de septiembre. La Iglesia Latina celebra la Concepción de María el 8 de
diciembre; los orientales, el 9 de diciembre; la Concepción de Cristo tiene su fiesta
en el calendario universal el 25 de marzo. Al celebrar la fiesta de la Concepción de
María desde antiguo, los griegos no consideran la distinción teológica de las
concepciones activa y pasiva, que era desconocida por ellos. No consideraban
absurdo celebrar una concepción que no fuese inmaculada, como vemos en la
Fiesta de la Concepción de San Juan. Ellos solemnizaron la Concepción de María
acaso porque, de acuerdo con el «Proto-evangelio» de Santiago, fue precedida por
un acontecimiento milagroso (la aparición de un ángel a Joaquín, etc.), similar a las
que precedieron la concepción de San Juan y la del Señor mismo. Su objetivo era
menos la pureza de la concepción cuanto la santidad y celestial misión de
la persona concebida. Sin embargo, en el oficio del 9 de diciembre María, desde el
momento de su concepción, es llamada hermosa, pura, santa, fiel, etc., términos
nunca usados en el Oficio del 23 de septiembre (sc. de San Juan el Bautista).
La analogía de la santificación de San Juan el Bautista puede haber dado auge a la
fiesta de la Concepción de María. Si era necesario que el precursor del Señor fuese
puro y «lleno del Espíritu Santo» desde el seno de su madre, tal pureza era no
menos conveniente para Su Madre. Escritores posteriores consideran que el
momento de la santificación de San Juan fue en la Visitación («el niño saltó en su
seno»), pero las palabras del ángel (Lucas 1,15) parecen indicar una santificación
en la concepción. Esto haría el origen de María más similar al de Juan. Y si la
Concepción de Juan tuvo su fiesta, ¿por qué no la de María?
Prueba de la Razón
Hay una incongruencia en la suposición de que la carne a partir de la cual se
formaría la carne del Hijo de Dios pudo haber pertenecido a una que fuera esclava
del antiguo enemigo, cuyo poder Él vino a destruir en la tierra. De ahí el axioma del
Pseudo-Anselmo (Eadmer) desarrollado por Juan Duns Scoto, Decuit, potuit, ergo
fecit, convenía que la Madre del Redentor estuviese libre del poder del pecado
desde el primer momento de su existencia; Dios podía darle este privilegio, por lo
tanto, se lo dio. De nuevo se señala que a San Juan el Bautista y
al profeta Jeremías se les concedió un privilegio especial. Ellos fueron santificados
en el seno de sus madres, porque por su predicación tenían una especial
participación en el trabajo de preparar el camino de Cristo. Por consiguiente, a
María se le debe una prerrogativa mucho más alta (En 1833 se colocó en
el Índice un tratado del P. Pedro Marchant, en el que reclamaba también para San
José el privilegio de San Juan). Escoto dijo que «el perfecto Mediador debía, en
todo caso, hacer el trabajo de mediación más perfecto, excepto en el caso de que
fuese una persona menor, en cuya mirada la ira de Dios fuese prevenida y no
meramente apaciguada».
La Fiesta de la Inmaculada Concepción
La antigua fiesta de la Concepción de María (Concepción de Santa Ana), que tuvo
su origen en los monasterios de Palestina por lo menos tan temprano como en el
siglo VII, y la fiesta moderna de la Inmaculada Concepción no son idénticas en sus
objetivos.
Originalmente la Iglesia celebraba sólo la Fiesta de la Concepción de María, como
guardaba la Fiesta de la concepción de San Juan, sin discusión sobre la
impecabilidad. Con el correr de los siglos esta fiesta se convirtió en la Fiesta de la
Inmaculada Concepción, según la argumentación dogmática trajo ideas precisas y
correctas, y según ganaron fuerza las tesis de las escuelas teológicas sobre la
preservación de María de toda mancha de pecado original. El antiguno término
permaneció incluso después que el dogma fue aceptado universalmente en la
Iglesia Latina y que ganó apoyo autoritativo a través de los decretos diocesanos y
decisiones papales, y antes de 1854 el término «Inmaculada Conceptio» no se
encuentra en ninguno de los libros litúrgicos, excepto en el Invitatorio del Oficio
Votivo de la Concepción. Los griegos, sirios, etc. la llaman la Concepción de Santa
Ana (Eullepsis tes hagias kai theoprometoros Annas, «la Concepción de Santa Ana,
la antepasada de Dios»).
Passaglia en su «De Inmaculato Deiparae Conceptu», al basar su opinión en el
«Typicon» de San Sabas, el cual fue compuesto sustancialmente en el siglo V, cree
que la referencia a la fiesta forma parte del original auténtico, y que
consecuentemente se celebraba en el Patriarcado de Jerusalén en el siglo V (III, n.
1604). Pero el Typicon fue interpolado por San Juan Damasceno, Sofronio y otros,
y desde el siglo IX hasta el XII se le añadieron muchas fiestas y oficios nuevos.
Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos
genuinos que poseemos, el más antiguo de los cuales es el canon de la fiesta,
compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la
segunda mitad del siglo VII, cuando era monje del monasterio de San Sabas cerca
de Jerusalén (murió siendo arzobispo de Creta hacia el 720). Pero la solemnidad no
pudo estar generalmente aceptada en todo Oriente en ese entonces, pues Juan,
primer monje y luego obispo de la Isla de Euboea, hacia el año 750, hablando en
un sermón a favor de la propagación de esta fiesta, dijo que no era todavía conocida
por todos los fieles (ei kai me para tois pasi gnorizetai; P.G., XCVI, 1499). Pero un
siglo más tarde Jorge de Nicomedia, a quien Focio nombró metropolitano en el año
860, podía decir que la solemnidad no era de origen reciente (P.G., C, 1335). Por lo
tanto, se puede afirmar con seguridad que la fiesta de la Concepción de Santa Ana
aparece en el Oriente no antes de finales del siglo VII o principios del VIII.
Como en otros casos análogos, la fiesta se originó en las comunidades monásticas.
Los monjes, que concertaron la salmodia y compusieron varias piezas poéticas para
el oficio, eligieron también la fecha del 9 de diciembre, que siempre se mantuvo en
el calendario Oriental. Gradualmente la solemnidad emergió del claustro, entró en
las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente se
convirtió en fiesta fija en el calendario, aprobada por Iglesia y Estado.
Esta fiesta está registrada en el calendario de Basilio II (976-1025) y en la
Constitución el Emperador Manuel I Comneno en los días del año parcial o
totalmente festivos, promulgada en 1166, contada entre los días de Sabbath de
descanso total. Hasta el tiempo de Basilio II, la Baja Italia, Sicilia y Cerdeña todavía
pertenecían al Imperio Bizantino; la ciudad de Nápoles estuvo en poder de los
griegos hasta que Roger II la conquistó en 1127. Por consiguiente, la influencia
de Constantinopla fue fuerte en la Iglesia Napolitana, y, tan temprano como el siglo
IX, la Fiesta de la Concepción sin duda se ccelebraba allí el 9 de diciembre, como en
cualquier otro lugar de la Baja Italia, tal como aparece en el calendario de mármol
hallado en 1742 en la Iglesia de San Jorge el Mayor en Nápoles.
En la Iglesia Griega la Concepción de Santa Ana es una de las fiestas menores del
año. La lectura de maitines contiene alusiones al apócrifo «Proto-evangelium» de
Santiago, que data de la segunda mitad del siglo II (ver Santa Ana). Sin embargo,
para la Ortodoxa Griega la fiesta significa muy poco: continúan llamándola
«Concepción de Santa Ana», indicando involuntariamente, quizá, la concepción
activa que, ciertamente, no fue inmaculada. En el Menaion del 9 de diciembre esta
fiesta ocupa sólo un segundo plano, pues el primer canon se canta en
conmemoración de la dedicación de la Iglesia de la Resurrección en
Constantinopla. El hagiógrafo ruso Muraview y varios autores ortodoxos
levantaron su voz contra el dogma después de su promulgación, aunque sus
propios predicadores anteriormente habían enseñado la Inmaculada Concepción
en sus escritos mucho antes de la definición de 1854.
En la Iglesia Occidental la fiesta apareció (8 de diciembre) cuando en el Oriente su
desarrollo se había detenido. El tímido comienzo de la nueva fiesta en algunos
monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la conquista de los
normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero
anglo-normando. Pero el intento de introducirla oficialmente provocó
contradicción y discusión teórica en relación con su legitimidad y su significado,
que continuó por siglos y no se fijó definitivamente antes de 1854. El
«Martirologio de Tallaght» compilado hacia el año 790 y el «Feilire» de San
Aengo (800) registran la Concepción de María el 3 de mayo. Es dudoso, sin
embargo, que una fiesta real correspondiese a esta rúbrica del sabio monje San
Aengo. Ciertamente, esta fiesta irlandesa se encuentra sola y fuera de la línea del
desarrollo litúrgico; aparece aislada, no como un germen vivo. El escoliasta añade,
en el margen inferior del «Feilire», que la concepción (Inceptio) se realizó en
febrero, puesto que María nació después del séptimo mes---una noción singular
que se encuentra también en algunos autores griegos. El
primer conocimiento definido y confiable de la fiesta en Occidente vino
desde Inglaterra; se encuentra en el calendario de Old
Minster, Winchester (Conceptio Sancta Dei Genitricis Maria), que data desde cerca
del 1030, y en otro calendario de New Minster, Winchester, escrito entre 1035 y
1056; un pontifical de Exeter del siglo XI (datada entre 1046 y 1072) contiene una
«benedictio in Conceptione S. Mariae»; una bendición similar se encuentra en
un pontifical de Canterbury escrito probablemente en la primera mitad del siglo XI,
ciertamente antes de la Conquista. Estas bendiciones episcopales muestran que la
fiesta no se encomendaba sólo a la devoción de los individuos, sino que era
reconocida por la autoridad y observada por los monjes sajones con
considerable solemnidad. La evidencia muestra que el establecimiento de la fiesta
en Inglaterra se debió a los monjes de Winchester antes de la Conquista (1066).
Desde su llegada a Inglaterra los normandos trataron de un modo despectivo las
observancias litúrgicas inglesas; para ellos esta fiesta aparecía específicamente
inglesa, un producto de la simplicidad e ignorancia insular. Sin duda alguna, la
celebración pública fue abolida en Winchester y Canterbury, pero no murió en el
corazón de los individuos, y en la primera oportunidad favorable restauraron la
fiesta en los monasterios. Sin embargo, en Canterbury no se restableció antes de
1328. Numerosos documentos expresan que en tiempo de los normandos comenzó
en Ramsey, conforme a una visión concedida a Helsin o Aethelsige, abad de
Ramsey, al regreso de su viaje a Dinamarca, adonde fue enviado por Guillermo I
hacia el año 1070. Un ángel se le apareció durante un fuerte temporal y salvó el
barco depués de que el abad prometiese establecer la Fiesta de la Concepción en
su monasterio. No obstante considerar el carácter sobrenatural de la leyenda,
debemos admitir que el envío de Helsin a Dinamarca es un hecho histórico. El
relato de la visión se encuentra en varios breviarios, incluso en el Breviario
Romano de 1473. El Concilio de Canterbury (1325) atribuye a San
Anselmo, Arzobispo de Canterbury (murió 1109) el restablecimiento de la fiesta en
Inglaterra. Pero aunque este gran doctor escribió un tratado especial «De Conceptu
virginali et originali peccato», en el que estableció los principios de la Inmaculada
Concepción, es cierto que no pudo introducir la fiesta en ningún lugar. La carta que
se le atribuye, y que contiene la narración de Helsin, es espuria. El principal
propagador de la fiesta después de la Conquista fue Anselmo, el sobrino de San
Anselmo. Fue educado en Canterbury, donde pudo haber conocido a algunos
monjes sajones que recordaban la solemnidad en tiempos anteriores; después de
1109 y durante algún tiempo fue abad de San Sabas en Roma, donde los Oficios
Divinos se celebraban según el calendario griego. Cuando en 1121 fue nombrado
Abad en la Abadía de Bury San Edmundo estableció allí la fiesta; en cierto modo, al
menos por sus esfuerzos, otros monasterios también la adoptaron,
como Reading, San Albans, Worcester, Cloucester y Winchcombe.
Pero otros desvalorizaron su observancia por considerarla absurda y extraña, y que
la antigua fiesta oriental era desconocida para ellos. Dos obispos, Roger de
Salisbury y Bernard St. David, declararon que la festividad había sido prohibida por
un concilio y que se debía detener su observancia. Durante la vacante de
la Sede de Londres, cuando Osbert de Clare, Prior de Westminster, intentó
introducir la fiesta en Westminster (8 de Diciembre de 1127), un grupo de monjes
se levantó contra él en el coro y dijo que la fiesta no debía ser guardada porque no
había autorización de Roma (cf. Carta de Osbert a Anselmo en Obispo, p. 24).
Entonces el asunto fue llevado ante el Concilio de Londres en 1129.
El sínodo decidió a favor de la fiesta, y el Obispo Gilbert de Londres la adoptó en
su diócesis. Después de esto la fiesta se extendió en Inglaterra, pero por un tiempo
retuvo su carácter privado, por lo cual el sínodo de Oxford (1222) rechazó elevarla
al rango de fiesta de precepto.
En Normandía, en tiempos del obispo Rotric (1165-83), la Concepción de María fue
fiesta de precepto con igual dignidad que la Anunciación en la Arquidiócesis de
Rouen y en sus seis diócesis sufragáneas. Al mismo tiempo, los estudiantes
normandos de la Universidad de París la eligieron como fiesta patronal. Debido a la
cercana conexión de Normandía con Inglaterra, pudo haber sido importada desde
este último país a Normandía, o los varones normandos y el clero pudieron haberla
traído a casa de sus guerras en la Baja Italia, donde era universalmente
solemnizada por los habitantes griegos. Durante la Edad Media la Fiesta de la
Concepción de María fue comúnmente llamada la «Fiesta de la nación normanda»,
lo cual muestra que en Normandía la celebraban con gran esplendor y que desde
allí se extendió a toda la Europa Occidental. Passaglia sostiene (III, 1755) que la
fiesta se celebraba en España en el siglo VII. El obispo Ullathorne también
consideró aceptable esta opinión (p. 161). Si esto es verdad, es difícil entender por
qué desapareció completamente en España más tarde, ya que no aparece ni en en
la liturgia mozárabe genuina ni el calendario de Toledo del siglo X editado por Jean
Morin. Las dos pruebas que da Passaglia son fútiles: la vida de San Isidoro,
falsamente atribuida a San Ildefonso, la cual menciona la fiesta, es interpolada,
mientras que la expresión «Conceptio S. Mariae» del Código visigodo se refiere a la
Anunciación.
La Controversia
No encontramos controversia sobre la Inmaculada Concepción en el
continente europeo antes del siglo XII. El clero normando abolió la fiesta en
algunos monasterios de Inglaterra donde había sido establecida por los
monjes anglosajones. Pero hacia fines del siglo XI se reanudó en numerosos
establecimientos anglo-normandos a través de los esfuerzos de Anselmo el Joven.
Es altamente improbable que San Anselmo el Viejo restableciese la fiesta en
Inglaterra, aunque no era nueva para él; se había familiarizado con ella bien por los
monjes sajones de Canterbury, bien por los griegos con quienes entró en contacto
durante el exilio en Campania y Apulin (1098-9). El tratado «De Conceptu
virginali» que usualmente se le atribuye, fue compuesto por su amigo y discípulo el
monje sajón Eadmer de Canterbury. Cuando los canónigos de la catedral de Lyons,
que sin duda conocían a San Anselmo el Joven, abad de San Edmundo de Bury,
introdujeron personalmente la fiesta en su coro después de la muerte de su obispo
en 1240, San Bernardo consideró su deber publicar una protesta contra esta nueva
forma de honrar a María. Le dirigió a los cánones una vehemente carta (Epist. 174),
en la que les reprobaba haberse arrogado tal autoridad sin haber consultado antes a
la Santa Sede. Desconociendo que la fiesta había sido celebrada en la rica tradición
de las Iglesias Griega y Siria respecto de la impecabilidad de María, afirmó que la
fiesta era extraña a la antigua tradición de la Iglesia. Aun así, es evidente por el
tenor de su lenguaje que sólo tenía en mente la concepción activa o formación de la
carne, y que la distinción entre la concepción activa, la formación del cuerpo y la
animación por el alma todavía no se había trazado. Indudablemente, cuando la
fiesta fue introducida en Inglaterra y Normandía, tenían la ventaja el axioma
«decuit, potuit, ergo fecit», la piedad pueril y el entusiasmo de los “simplices”,
construidos sobre revelaciones y leyendas apócrifas. El objeto de la fiesta no se
determinó claramente, ni se habían puesto en evidencia
razones teológicas positivas.
San Bernardo tenía toda la razón cuando una minuciosa investigación de las
razones para observar la fiesta. No advirtiendo la posibilidad de santificación en el
momento de la infusión del alma, escribió que sólo se puede hablar de santificación
después de la concepción, la cual haría santo el nacimiento, no la concepción
misma (Scheeben, «Dogmatik», III, p. 550). De ahí que San Alberto Magno]]
observe: «Decimos que la Santísima Virgen no fue santificada antes de la
animación, y la afirmación contraria a esto es la herejía condenada por San
Bernardo en su epístola a los cánones de Lyons» (III Sent., dist. III, p. I, ad. 1, Q. I).
San Bernardo recibió respuesta enseguida en un tratado escrito por Ricardo de San
Víctor o por Pedro Comestor. En este tratado se apela al hecho de que existe una
fiesta que ha sido establecida para conmemorar una tradición insostenible.
Afirmaba que la carne de María no necesitaba purificación; que fue santificada
antes de la concepción. Algunos escritores de aquel tiempo sostenían
la idea fantástica de que antes de la caída de Adán, Dios reservó una porción de su
carne y la transmitió de generación en generación, y que de esta carne fue formado
el cuerpo de María (Scheeben, op. cit., III, 551), y que conmemoraban esta
formación con una fiesta. La carta de San Bernardo no impidió la extensión de esta
fiesta, pues en 1154 se observaba en toda Francia, hasta 1275, que fue abolida
en París y en otras diócesis debido a los esfuerzos de la Universidad de París.
Después de la muerte del santo la controversia surgió de nuevo entre Nicolás de
San Albans, un monje inglés que alegaba que la fiesta se había establecido en
Inglaterra, y Pedro Cellensis, el famoso obispo de Chartres. Nicolás señalaba que el
alma de María fue atravesada dos veces por la espada, es decir, al pie de la Cruz y
cuando San Bernardo escribió la carta contra su fiesta (Scheeben, III, 551). El
debate continuó durante los siglos XIII y XIV, e ilustres nombres se alinearon en
uno y otro bando. Se cita como oponentes a San Pedro Damián, Pedro
Lombardo, Alejandro de Hales, San Buenaventura y San Alberto Magno.
Al principio Santo Tomás de Aquino se pronunció a favor de la doctrina en su
tratado sobre las «Sentencias» (en I Sent. c. 44, q. 1 ad 3); sin embargo, en su
“Summa Theologica” llegó a la conclusión opuesta. Han surgido muchas
discusiones sobre si Santo Tomás negó que la Santísima Virgen fuese inmaculada
desde el instante de su animación, y se han escrito libros eruditos para vindicarlo
de haber realmente llegado a una conclusión negativa. No obstante, es difícil decir
que Santo Tomás no requirió al menos un instante, después de la animación de
María, antes de su santificación. Su gran dificultad parece haber surgido de la duda
de cómo pudo haber sido redimida si no pecó. Dicha dificultad la manifiesta al
menos en diez pasajes de sus escritos (ver Summa III:27:2, ad 2). Pero mientras
Santo Tomás se alejó del punto esencial de la doctrina, él mismo suministró los
principios que, después de ser juntados y resueltos, capacitaron a otras mentes
para proveer la verdadera solución a esta dificultad desde sus propias premisas.
En el siglo XIII la oposición se debió en gran medida a la ausencia de una clara
visión del tema en disputa. La palabra «concepción» se usaba en sentidos
diferentes, los cuales no habían sido separados por una definición cuidadosa. Si
Santo Tomás, San Buenaventura y otros teólogos hubieran conocido la doctrina en
el sentido de la definición de 1854, habrían sido sus más férreos defensores en
lugar de sus opositores.
Podemos formular el asunto discutido por ellos en dos proposiciones, ambas en
contra del sentido del dogma de 1854:
 la santificación de María se realizó antes de la infusión del alma en la carne,
de modo que la inmunidad del alma fue consecuencia de la santificación de
la carne y no había riesgo por parte del alma de contraer el pecado original.
Esto se aproximaría a la opinión de San Juan Damasceno respecto de la
santidad de la concepción activa.
 La santificación tuvo lugar después de la infusión del alma
para redención de la servidumbre del pecado, al cual el alma había sido
arrastrada por su unión con la carne no santificada. Esta formulación de la
tesis excluye una concepción inmaculada.
Los teólogos olvidaron que entre santificación antes de la infusión y la santificación
después de la infusión había un término medio: santificación del alma en el
momento de su infusión. Parecían ajenos a la idea según la cual lo que era
subsiguiente en el orden de la naturaleza podía ser simultáneo en un punto
del tiempo. Considerado especulativamente, el alma debe ser creada antes que
pudiese ser infundida y santificada, pero en realidad el alma es creada y santificada
en el mismo momento de la infusión en el cuerpo. Su principal dificultad era la
declaración de San Pablo (Rom. 5,12) de que todos los hombres han pecado en
Adán. Sin embargo, el propósito de esta declaración paulina es insistir en que todos
los hombres necesitan la redención de Cristo. Nuestra Señora no fue una excepción
a esta regla. Una segunda dificultad era el silencio de los primeros Padres. Pero los
teólogos de aquel tiempo no se distinguieron tanto por su conocimiento de los
Padres o de la historia, sino por su ejercicio del poder del razonamiento. Leyeron a
los Padres Occidentales más que a los de la Iglesia Oriental, quienes expusieron con
mayor integridad la tradición de la Inmaculada Concepción. Y algunos trabajos de
los Padres que habían sido perdidos de vista fueron traídos a la luz.
El famoso Juan Duns Scoto (m. 1308) por fin fijó tan sólidamente los fundamentos
(en III Sent., dist. III, en ambos comentarios) de la verdadera doctrina y disipó las
objeciones en forma tan satisfactoria que de ahí en adelante la doctrina prevaleció.
Él mostró que la santificación después de la animación---sanctificatio post
animationem---requería que siguiera en el orden de la naturaleza (naturae) no del
tiempo (temporis); él removió la gran dificultad de Santo Tomás mostrando que
lejos de ser excluida de la redención, la Santísima Virgen obtuvo de su
Divino Hijo la más grande de las redenciones a través del misterio de su
preservación de todo pecado. Él introdujo también, por la vía de la ilustración, el
peligroso y dudoso argumento de Eadmer (San Anselmo) «decuit, potuit, ergo
fecit».
Desde el tiempo de Escoto la doctrina no sólo llegó a ser opinión común en
las universidades, sino que la fiesta se expandió ampliamente a aquellos países
donde no había sido previamente adoptada. Con excepción de los dominicos, todas
o casi todas las órdenes religiosas la asumieron. Los franciscanos adoptaron la
Fiesta de la Concepción de María para toda la Orden en el capítulo
general en Pisa en 1263; esto, sin embargo, no significa que profesasen en ese
tiempo la doctrina de la Inmaculada Concepción. Siguiendo las huellas de Duns
Escoto, sus discípulos Pedro Aureoli y Francis Mayron se convirtieron en los más
fervientes defensores de la doctrina, aunque sus antiguos maestros (San
Buenaventura incluido) se habían opuesto a ella. La controversia continuó, pero los
oponentes fueron en su mayoría los miembros de la Orden de Predicadores.
En 1439 se llevó la disputa ante el Concilio de Basilea, donde la Universidad de
París, antes opuesta a la doctrina, demostró ser su más ardiente defensora y pidió
una definición dogmática. Los dos ponentes en el concilio fueron Juan de Segovia y
Juan Torquemada. Después de haber sido discutida por espacio de dos años antes
de la asamblea, los obispos declararon que la Inmaculada Concepción es una
doctrina piadosa, cónsona con el culto católico, con la fe católica, con la
recta razón y con la Sagrada Escritura; de ahora en adelante, dijeron, no estaba
permitido predicar o declarar algo en contra (Mansi, XXXIX, 182). Los Padres del
Concilio dijeron que la Iglesia de Roma estaba celebrando la fiesta, lo cual es
verdad sólo en cierto sentido. Se guardaba en algunas iglesias de Roma,
especialmente en las de las órdenes religiosas, pero no se adoptó en el calendario
oficial. Como el concilio en aquel tiempo no era ecuménico, no pudo pronunciarse
con autoridad. El memorandum del dominico Tomás de Torquemada sirvió de
armadura para todos los ataques a la doctrina hechos por San Antonino de
Florencia (m. 1459) y por los dominicos Bandelli y Bartolomeo Spina.
Por un decreto del 28 de febrero de 1476, el Papa Sixto IV adoptó por fin la fiesta
para toda la Iglesia Latina y otorgó una indulgencia a todos cuantos asistieran a
los Oficios Divinos de la solemnidad (Heinrich Joseph Dominicus Denzinger|
Denzinger]], 734). Leonardo de Nogarolis compuso el Oficio adoptado por Sixto IV,
mientras que los franciscanos emplearon desde 1480 un bellísimo Oficio salido de
la pluma de Bernardino de Busti (Sicut Lilium), que fue concedido también a otros
(por ejemplo, a España en 1761), y fue cantado por los franciscanos hasta la
segunda mitad del siglo XIX. Como el reconocimiento público de la fiesta por Sixto
IV no fue suficiente para apaciguar el conflicto, publicó en 1483 una constitución
en la que castigaba con la excomunión a todo aquel cuya opinión acusara de herejía
la opinión opuesta (Grave nimis, 4 de septiembre de 1483; Denzinger, 735).
Cuando el Concilio de Trento trató sobre el asunto en 1546 declaró que «no fue
la intención de este Santo Sínodo incluir en el decreto lo concerniente al pecado
original de la Santísima Inmaculada Virgen María Madre de Dios» (Sess. V, De
peccato originali, V, en Denzinger, 792). Sin embargo, puesto que este decreto no
definió la doctrina, los teólogos opositores al misterio, aunque reducidos en
número, no se rindieron. El Papa San Pío V no sólo condenó la proposición 73
de Michel Baius según la cual «nadie sino Cristo fue sin pecado original y que, por
lo tanto, la Santísima Virgen murió a causa del pecado contraído en Adán, y sufrió
aflicciones en esta vida, como el resto de los justos, como castigo del pecado actual
y original» (Denzinger, 1073), sino que emitió una constitución en la que prohibía
toda discusión pública sobre el asunto. Finalmente insertó un nuevo y simplificado
Oficio de la Concepción en los libros litúrgicos («Super speculum», Dic. De 1570;
«Superni omnipotentis», Marzo de 1571; «Bullarium Marianum», pp. 72, 75).
Mientras duraron estas disputas, las grandes universidades y la mayor parte de las
grandes órdenes se convirtieron en baluartes de la defensa del dogma. En 1497 la
Universidad de París decretó que en adelante no se admitiría como miembro de la
universidad quien no jurase que haría cuanto pudiese para defender y afirmar la
Inmaculada Concepción de María. Tolosa siguió el ejemplo; en Italia, Bolonia
y Nápoles; en el Imperio Alemán, Colonia, Maine y Viena; en Bélgica, Lovaina]]; en
Inglaterra, antes de la Reforma Protestante, Oxford y Cambridge; en España,
Salamanca, Toledo, Sevilla y Valencia; en Portugal, Coimbra y Evora; en
América, México y Lima. Los Frailes Menores confirmaron en 1621 la elección de la
Madre Inmaculada como patrona de la Orden, y se comprometieron
bajo juramento a enseñar el misterio en público y en privado. Los dominicos, sin
embargo, se vieron en la especial obligación de seguir las doctrinas de Santo
Tomás, y la conclusión común era que Santo Tomás se oponía a la Inmaculada
Concepción. Los dominicos, por tanto, afirmaron que la doctrina era
un error contra la fe (Juan de Montesono, 1373); aunque adoptaron la fiesta, la
llamaban persistentemente de «Sanctificatio B. M. V.», no de «Conceptio», hasta
que en 1622 el Papa Gregorio XV abolió el término «sanctificatio». El Papa Pablo
V (1617) decretó que nadie se atreviera a enseñar públicamente que María fue
concebida en pecado original, y Gregorio XV (1622) impuso absoluto silencio (in
scriptis et sermonibus etiam privatis) sobre los adversarios de la doctrina hasta que
la Santa Sede definiese el asunto. Para poner fin a toda ulterior cavilación, el Papa
Alejandro VII promulgó el 8 de diciembre de 1661 la famosa constitución
«Sollicitudo omnium Ecclesiarum», definiendo el verdadero sentido de la palabra
conceptio, y prohibiendo toda ulterior discusión contra el común y piadoso
sentimiento de la Iglesia. Declaró que la inmunidad de María del pecado original en
el primer momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo era el
objeto de la fiesta (Denzinger, 1100).
Aceptación Universal Explícita
Desde el tiempo del Papa Alejandro VII, mucho antes de la definición final, los
teólogos no tuvieron dudas de que el privilegio estaba entre las verdades reveladas
por Dios. Finalmente el Papa Pío IX, rodeado por una espléndida multitud de
cardenales y obispos, promulgó el dogma el 8 de diciembre de 1854; y el 25 de
diciembre de 1863 prescribió un nuevo Oficio para todo la Iglesia Latina, por el
cual decretó que se abolieran todos los demás Oficios en uso, incluido el antiguo
Oficio Sicut lilium de los franciscanos y el oficio compuesto por Carlo
Passaglia (aprobado el 2 de febrero de 1849).
En 1904 se celebró con gran esplendor el jubileo dorado de la definición del dogma
(Papa San Pío X, Enc., 2 de febrero de 1904). El Papa Clemente IX añadió a la fiesta
una octava para las diócesis que se encontraban dentro de las posesiones
temporales del Papa (1667). El Papa Inocencio XII (1693) la elevó al rango de
segunda clase con una octava para la Iglesia Universal, cuya categoría fue
concedida en 1664 para España, en 1665 para Toscana y Saboya, en 1667 para
la Compañía de Jesús, los Ermitaños de San Agustín, etc. El 6 de diciembre de 1708
Clemente IX decretó que la fiesta debía ser de obligación para toda la Iglesia. Por
último, el 30 de noviembre de 1879 León XIII la elevó a fiesta de primera clase
con vigilia, dignidad que había sido concedida antes a Sicilia (1739), España (1760)
y a Estados Unidos (1847). Un oficio votivo de la Concepción de María, que hoy día
se recita los sábados en la mayor parte de la Iglesia Latina, fue concedido
primeramente a las monjas benedictinas de Santa Ana en Roma en 1603, a los
franciscanos en 1609, a los Conventuales en 1612, etc. Las
Iglesias Siria y Caldea celebran esta fiesta con los griegos el 9 de diciembre;
en Armenia es una de las pocas fiestas inamovibles del año (9 de diciembre);
los cismáticos abisinios y coptos la guardan el 7 de agosto, mientras celebran
la Natividad de María el 1 de mayo; sin embargo los coptos católicos han
transferido la fiesta al 10 de diciembre (Natividad, 10 de septiembre). Las Iglesias
Orientales le cambiaron el nombre a la fiesta desde 1854 en concordancia con el
dogma de la «Inmaculada Concepción de la Virgen María».
La Arquidiócesis de Palermo solemniza una Conmemoración de la Inmaculada
Concepción el 1 de septiembre para dar gracias por la preservación de la ciudad con
ocasión del terremoto del 1 de septiembre de 1726. Una conmemoración similar se
celebra el 14 de enero en Catania (terremoto del 11 de enero de 1693); y los Padres
Oblatos el 17 de febrero, porque su regla fue aprobada el 17 de febrero de 1826.
Entre el 20 de septiembre de 1839 y el 7 de mayo de 1847 el privilegio de añadir a
la Letanía de Loreto la invocación «Reina concebida sin pecado original» fue
concedido a 300 diócesis y comunidades religiosas. El 8 de noviembre de 1760 se
declaró a la Inmaculada Concepción como principal patrona de todas las
posesiones de la corona de España, incluidas las de América. El 7 de febrero de
1847 se confirmó el decreto del Primer Concilio de Baltimore (1846), que eligió a
María en su adovación de la Inmaculada Concepción como la patrona principal de
los Estados Unidos.

Fuente: Holweck, Frederick. "Immaculate Conception." The Catholic


Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.
<http://www.newadvent.org/cathen/07674d.htm>.
Traducido por el Padre José Demetrio Jiménez, OSA. L H M
Enlaces relacionados con la Inmaculada Concepción
Selección de José Gálvez Krüger
[1] Panegyrica oracion gratulatoria, que en la solemne...
[2] Palma y Fenix de la Gracia, glorias,...
[3] Sacro oratorio que consagra a la Reyna de los angeles el...
[4] Tota Pulchra

Día de la Inmaculada Concepción: historia, significado y por qué es el 8


de diciembre
En España, esta festividad religiosa tiene origen de carácter bélico al tener relación
con el Milagro del Empel, acontecido en la Guerra de los Ochenta Años.
 El 8 de diciembre se celebra el día de la Inmaculada Concepción y es fiesta
nacional en España, formando parte del famoso ‘puente de la Constitución’ o
‘puente de diciembre’. El origen de esta celebración se remonta a mediados del
siglo XIX de la mano del Papa Pío XI, aunque en España se celebra desde 1644. Es
una festividad de carácter religioso, que conmemora el nacimiento de la Virgen
María, quien estuvo libre de pecado y culpa desde su concepción hasta su muerte,
según marca la tradición católica.
La fecha elegida se debe a un cálculo matemático. La Iglesia Católica celebra
el nacimiento de la Virgen el 8 de septiembre, por lo que para calcular el momento
en el que fue concebida, se restaron nueve meses a esta fecha, dando como
resultado el 8 de diciembre.
Su origen en España tiene un carácter bélico
En España, el origen de esta festividad tiene un carácter bélico, además de
religioso. Está relacionada con el Milagro del Empel, o la Batalla de Empel, un
suceso acontecido entre el 7 y 8 de diciembre de 1585, a raíz del cual la Inmaculada
Concepción fue proclamada patrona de los Tercios españoles y actual infantería
española.
De acuerdo con la tradición, el 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de
Campo Francisco Arias de Bobadilla, compuesta por unos cinco mil hombres,
combatía durante la Guerra de los Ochenta Años en la isla de Bommel,
concretamente en el monte de Empel. Los españoles se enfrentaban a sus enemigos
en condiciones muy adversas, pues, además del estrechamiento del cerco, había de
víveres y ropas secas.
Sin embargo, esa noche un soldado español se encontró con una imagen de la
Virgen mientras cavaba una trinchera. Era una tabla flamenca que reflejaba la
Inmaculada Concepción de María. Inmediatamente, el ejército improvisó un altar a
la Virgen y paso toda la noche rezando. A la mañana siguiente, el agua del río Mosa
se había congelado gracias a un viento inusual y tremendamente frío que sopló por
la noche, por lo que las tropas españolas pudieron huir. Marchando sobre el hilo,
atacaron por sorpresa a sus enemigos y obtuvieron una victoria que se antojaba
imposible.
Desde ese año, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de
Flandes e Italia, aunque en España se celebra desde 1644, cuando oficialmente se
empezó a rememorar lo sucedido en la Batalla de Empel. En cambio, la festividad
no fue declarada como tal por el Vaticano hasta 1854, cuando Pio IX a través de
la carta apostólica ‘Ineffabilis Deus’ declaró el dogma de la Inmaculada Concepción
de la Santísima Virgen María. “Fue España la nación que trabajó más que ninguna
otra para que amaneciera el día de la proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción de la Virgen María”, manifestó en la el 8 de diciembre de 1857 en la
inauguración de un monumento a la Inmaculada en la Plaza de España, en Roma
Los sacerdotes españoles pueden vestir de azul este día
Como reconocimiento al esfuerzo, Pio IX concedió el ‘privilegio español’, que
permitía a sacerdotes de España y sus antiguas provincias de
Ultramar oficiar vestidos de azul, el color de la Virgen, en la fiesta de la Inmaculada
y en su octava, es decir, los ocho días posteriores. Asimismo, pueden usar
vestiduras azule

¿Por qué es festivo el 8 de diciembre, día


de la Inmaculada Concepción? 5 cosas que
no sabías
El puente de diciembre es lo más esperado antes de la llegada de la
Navidad, pero, ¿sabes por qué el 8 de diciembre es festivo en España?
Una virgen de
yeso en Managua (EFE)
Por 
EC
07/12/2020 - 11:11 Actualizado: 07/12/2020 - 11:11


El puente de diciembre es lo más esperado antes de la navidad. Los más
afortunados tendrán unas ‘mini vacaciones’ antes del periodo
navideño en las que durante cuatro días podrán disfrutar de la libertad de
no tener que ir a trabajar ni pasarse los días de comilona en comilona.
 
Después del día de la Constitución, celebrado el pasado 6 de diciembre,
este 9 de diciembre también es festivo nacional: es el día de la
Inmaculada Concepción. Pero, ¿sabes realmente a qué hacen referencia
estos términos católicos y por qué dan pie a un festivo a nivel estatal?
 
1. La inmaculada concepción no hace referencia a la concepción de
Jesús, sino a la de la Virgen María, y al contrario de lo que puede parecer
a simple vista tampoco implica que la Virgen María fuese concebida de
manera virginal, es decir, que ella tuvo un padre y una madre humanos.
 
La fiesta de la Inmaculada Concepción de María surge en el mundo
católico de la creencia que sostiene que Dios preservó que la madre de
Jesús fuese concebida libre de pecado (como dicen las escrituras, “llena
eres de gracia”), por lo que cuando se habla de inmaculada concepción
en el catolicismo se refiere a las dotes que Dios concedió a la Virgen
María para eximirla de pecado original y personal. Esto significa que,
según esta creencia, María estuvo libre de pecado desde su concepción
hasta el día de su muerte.
 
2. La elección de la fecha para conmemorar el día de la Inmaculada
Concepción no es más que un cálculo matemático. La Iglesia Católica
celebra el nacimiento de la Virgen el 8 de septiembre, por lo que para
calcular el momento en el que fue concebida, se restaron nueve meses a
esta fecha. ¿El resultado? El 8 de diciembre.
¿Puente de diciembre en Madrid? Música, arte y cine para los que se
quedan
C.M.
3. En España el origen del festivo es bélico: En el territorio español el
origen de esta festividad está relacionado con el conocido como ‘Milagro
del Empel’. Este milagro, también conocido como Batalla de Empel tuvo
lugar durante los días 7 y 8 de diciembre de 1585 durante la Guerra de los
Ochenta Años en la que el ejercito español, concretamente el Tercio Viejo
de Zamora, comandado por el mestre de campo Francisco Arias de
Bobadilla, derrotó en condiciones muy adversas a diez navíos del ejercito
de los Países Bajos.
 
La gesta de este tercio fue tal que su victoria fue considerada como un
milagro llevado a cabo gracias a la intervención de la Inmaculada
Concepción. La ayuda de la virgen en la batalla llevó a los altos cargos
del ejército a proclamarla patrona de los Tercios españoles la actual
Infantería de España.
El milagro de Empel
4. La Inmaculada Concepción se celebró primero en España. La
festividad de la inmaculada concepción se celebra en España desde
1644, cuando oficialmente se empezó a rememorar lo sucedido en la
Batalla de Empel. Sin embargo, esta festividad no fue declarada como tal
por el Vaticano hasta 1854, cuando Pio IX a través de la carta apostólica
‘Ineffabilis Deus’ declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la
Santísima Virgen María.
 
5. Los sacerdotes pueden vestir de azul. En agradecimiento al dogma de
la Inmaculada Concepción que hizo España desde la batalla de Empel,
desde la Iglesia se les otorgó a los sacerdotes españoles el privilegio de
vestir una casulla azul (la vestidura que se ponen para dar misa) durante
la festividad. Además, para homenajear la labor que hizo España a favor
del dogma de la Inmaculada Concepción, el Vaticano también ordenó
construir una columna en honor a la Virgen en la Plaza de España de
Roma.

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Oración a la Inmaculada Concepción


La Inmaculada Concepción de María constituye una buena noticia de esperanza en la
liberación del pecado traída por la redención de Cristo en la Cruz. 
Mar, 29 / Nov / 2016 10:13 am
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Oración a la inmaculada concepción
Inmaculada Madre de Dios, Reina de los cielos, Madre de misericordia, abogada y refugio
de los pecadores: he aquí que yo, iluminado y movido por las gracias que vuestra maternal
benevolencia abundantemente me ha obtenido del Tesoro Divino, propongo poner mi
corazón ahora y siempre en vuestras manos para que sea consagrado a Jesús.
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A Vos, oh Virgen santísima, lo entrego, en presencia de los nueve coros de los ángeles y de
todos los santos; Vos, en mi nombre, consagradlo a Jesús; y por la filial confianza que os
tengo, estoy seguro de que haréis ahora y siempre que mi corazón sea enteramente de Jesús,
imitando perfectamente a los santos, especialmente a San José, vuestro purísimo esposo.
Amén.
Ejercicio piadoso a la inmaculada Virgen
Oh Dios, que por la Inmaculada Virgen, preparasteis digna morada a vuestro Hijo; os
suplicamos que, así como a ella la preservasteis de toda mancha en previsión de la muerte
del mismo Hijo, nos concedáis también que, por medio de su intercesión, lleguemos a
vuestra presencia puros de todo pecado. Por el mismo Jesucristo, nuestro señor. Amén.
1. Bendita sea la santa e inmaculada Concepción de la gloriosa Virgen María, Madre
de Dios. Avemaría.
2. Oh María, que entrasteis en el mundo sin mancha de culpa, obtenedme de Dios que
pueda yo salir de él sin pecado. Avemaría.
3. Oh Virgen María, que nunca estuvisteis afeada con la mancha del pecado original,
ni de ningún pecado actual, os encomiendo y confío la pureza de mi
corazón. Avemaría.
4. Por vuestra Inmaculada Concepción, oh María, haced puro mi cuerpo y santa el
alma mía. Avemaría.
5. Oh María, concebida sin pecado, rogad por nosotros, que recurrimos a
Vos. Avemaría.
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inmaculada-concepcion

7 datos interesantes sobre la Inmaculada


Concepción

Inmaculada Concepción por San Felipe Neri.


El 8 de diciembre la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción,
doctrina de origen apostólico que fue proclamada dogma por el Papa Pío IX el 8 de
diciembre de 1854 con la bula Ineffabilis Deus.
A continuación, te presentamos siete datos para entender mejor este dogma:
1. ¿A quién se refiere la Inmaculada Concepción?
La Inmaculada Concepción hace referencia a la manera especial en que fue
concebida María. Esta concepción no fue virginal ya que ella tuvo un padre y una
madre humanos, pero fue especial y única de otra manera.
2. ¿Qué es la Inmaculada Concepción?
El Catecismo de la Iglesia Católica describe que:
“Para ser la Madre del Salvador, María fue ‘dotada por Dios con dones a la medida
de una misión tan importante’. El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la
saluda como ‘llena de gracia’. En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su
fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida
por la gracia de Dios” (490).
“A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María ‘llena de
gracia’ por Dios (Lc. 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que
confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa
Pío IX:
‘... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de
pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador
del género humano’” (491).
3. ¿Esto significa que María nunca pecó?
Sí. Debido a la forma de redención que se aplicó a María en el momento de su
concepción, ella no solo fue protegida del pecado original, sino también del pecado
personal. 
El catecismo lo explica en el número 493 que los padres de la tradición oriental
llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" (Panaghia), la celebran "como inmune
de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el
Espíritu Santo". Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado
personal a lo largo de toda su vida.
4. Entonces, ¿María necesitaba que Jesús muriera por ella en la Cruz?
No. María fue concebida inmaculadamente como parte de su ser “llena de gracia” y
así “redimida desde el momento de su concepción” por “una singular gracia y
privilegio de Dios Todopoderoso y por virtud de los méritos de Jesucristo, salvador
de la raza humana”. 
Tal como lo explica el catecismo en el número 492, esta "resplandeciente santidad
del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su
concepción", le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más
sublime en atención a los méritos de su Hijo". El Padre la ha "bendecido [...] con
toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" más que a ninguna
otra persona creada. Él la ha "elegido en él antes de la creación del mundo para ser
santa e inmaculada en su presencia, en el amor".
En el número 508 el catecismo describe: “De la descendencia de Eva, Dios eligió a
la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, ‘llena de gracia’, es ‘el fruto más
excelente de la redención’; desde el primer instante de su concepción, fue
totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo
pecado personal a lo largo de toda su vida".
5. ¿Se puede hacer un paralelo entre María y Eva?
Adán y Eva fueron creados inmaculados, sin pecado original o su mancha. Ambos
cayeron en desgracia y a través de ellos la humanidad estaba destinada a pecar.
Cristo y María fueron también concebidos inmaculados. Ambos permanecieron
fieles y a través de ellos la humanidad fue redimida del pecado.
Jesús es por tanto el nuevo Adán y María la nueva Eva.
El catecismo señala en el número 494 que “Ella, en efecto, como dice San Ireneo,
‘por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género
humano’. Por eso, no pocos padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él
en afirmar ‘el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo
que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe’.
Comparándola con Eva, llaman a María ‘Madre de los vivientes’ y afirman con
mayor frecuencia: ‘la muerte vino por Eva, la vida por María’”.
6. ¿Cómo se hace María un ícono de nuestro destino?
Aquellos que mueren en la amistad con Dios y así para ir al Cielo serán liberados de
todo pecado y mancha de pecado. Seremos así todos vueltos “inmaculados” (Latin,
immaculatus = "intachable") si permanecemos fieles a Dios.
Incluso en esta vida, Dios nos purifica y prepara en santidad y, si morimos en su
amistad pero imperfectamente purificados, Él nos purificará en el purgatorio y nos
volverá inmaculados. Al dar a María esta gracia desde el primer momento de su
concepción, Dios nos muestra una imagen de nuestro propio destino. Él nos
muestra que esto es posible para los seres humanos a través de su gracia. 
En palabras de San Juan Pablo II, podemos decir que “María, al lado de su Hijo, es
la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del
cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su
integridad el sentido de su misión”.
“Fijemos, por tanto, nuestra mirada en María, icono de la Iglesia peregrina en el
desierto de la historia, pero orientada a la meta gloriosa de la Jerusalén celestial,
donde resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor”.
7. ¿Era necesario para Dios que María fuera inmaculada en su
concepción para que pudiera ser Madre de Jesús?
No. La Iglesia sólo habla de la Inmaculada Concepción como algo que era
"apropiado", algo que hizo de María una "morada apropiada" (es decir, una
vivienda adecuada) para el Hijo de Dios, no algo que era necesario. 
Al respecto, los padres de la Iglesia afirmaron “que la misma santísima Virgen fue
por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma
y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza,
y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, de consiguiente, que fue
aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia
original”, explicó el Papa Pío IX.
“Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal
miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la
naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito
tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese
también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su
santidad”.
Traducido por Eduardo Berdejo. Adaptado por Giselle Vargas. Publicado
originalmente en National Catholic Register National Catholic Register 

Poema especial a la Virgen María de San


Juan Damasceno

Poema y oración a la Virgen María que realmente te harán reflexionar. Foto:


Pixabay
Son muchas las personas que a lo largo de la historia se han encargado
de enaltecer a la Virgen María, de resaltar su gran rol de madre y de escribir
acerca de lo que fue su vida, sin embargo, hay un hombre en especial que creó
algunos bellos escritos dedicados a ella que logran llegar a lo más profundo
del corazón.
Se trata de San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la iglesia, quien dedicó
toda su vida a defender el culto de las imágenes sagradas y a difundir la palabra de
Dios, motivo por el cual se enfrentó con personajes como el emperador León
Isáurico que atacaba a todos aquellos que pensaban diferente a la religión que
estaba impuesta en el país.
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A pesar de que provenía de una familia adinerada, San Juan Damasceno
decidió desprenderse de lo material y renunciar a todos los lujos, dándole lo
que tenía a los más necesitados para entrar al monasterio de San Sabas, cerca de
Jerusalén, desde donde se dedicó a estudiar y escribir para hacer llegar lo más
maravilloso de la fe a todo el mundo.
Y es que, incluso era denominado el “Orador de Oro”, pues se dice que Dios le
otorgó el don de la elocuencia con la que llegaba a los corazones de todas las
personas. Sus palabras plasmadas en sus increíbles escritos hicieron que se ganara
también el título del gran poeta de la iglesia del este; por ende, hoy queremos
mostrarte una de su más hermosas obras, dedicada a la Santísima Virgen María, de
quien era muy devoto.
Poema a la Virgen María
“Madre, eres el Edén espiritual, más sagrado y más sublime que el
anterior. En el primero habitaba el Adán de la tierra; en ti, el Señor del cielo. 
El arca de Noé es la prefiguración de tu ser porque guardó en sí el germen de
la segunda creación.
Tú das luz a Cristo, la salvación del mundo por la cual quedaron sepultados
los pecados y apaciguadas las aguas.
Así como Jacob vio el cielo y la tierra unidos por una escalera, y los ángeles
que subían y bajaban por ella, y a aquel que es el invencible y el único fuerte,
luchar con él una lucha simbólica, así tú misma has sido hecha medianera y
escalera por la que Dios descendió hacia nosotros y tomó sobre sí la
debilidad de nuestra sustancia, abrazándola, y uniéndola estrechamente a
sí”.
Oración a la Virgen María
Nadie está en el cielo más cerca de la divinidad simplicísima que tú que tienes
asiento sobre la cumbre de los querubines y sobre todos los ejércitos de los
serafines, y por esto no es posible que tu intercesión sufra repulsa, ni que sean
desatendidos tus ruegos. No nos falte tu auxilio mientras vivamos en este mundo
perecedero; alárganos tu mano para que, obrando las obras de salud y huyendo
de los caminos del mal, demos seguro el paso de la eternidad.
Por ti esperamos que, al cerrar a este destierro los ojos de la carne, se abrirán los
del alma para anegarse en aquel piélago de soberana hermosura, de
suavísimos deleites, por el cual, ansiosamente, suspiran las almas regeneradas, y
que nos anunció y mereció Cristo Señor nuestro haciéndonos ricos y salvos.
A Él por ti, Señora, rendimos gloria y alabanza, con el Padre y el Espíritu
Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

Oración a la Virgen María para las causas desesperadas


Oración a la Santísima Virgen María para las causas desesperadas. Foto:
Shutterstock
Sabemos que hay situaciones por las que tienes que atravesar en la vida que
resultan ser un poco angustiantes y frente a las cuales parece no haber salida
alguna; y es que este tipo de obstáculos en el camino terminan afectándote en
diferentes ámbitos, como si todo se encontrara estrechamente
relacionado.
Sin embargo, es en este punto en el cual debes recurrir a la fe para comprender
que no hay batalla que pueda ser ganada sin luchar hasta el último
esfuerzo, y que solo necesitas un poco de sabiduría para aprender a enfrentar
dichas adversidades y fortaleza para no desfallecer en el intento.
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Por lo general, toda nuestra devoción la ponemos en manos de Dios, teniendo en
cuenta que hacemos parte de sus fieles seguidores; sin embargo, en esta
ocasión acudiremos a nuestra madre Señora y Reina, la Santísima Virgen María,
pues es ella quien, con su inmenso amor y bondad puede ayudarnos a hacer
posible lo imposible.
Oración para las causas desesperadas
¡Oh, Gran María, Virgen inmaculada, justicia de los sinceros, hija bondadosa
y humilde del padre todopoderoso, madre gloriosa del hijo, esposa adorada del
espíritu santo! Te adoro y pongo a tu merced todo de mi para que sea bendecido
por ti. María, mujer amable e indulgente, voy ante ti y exijo tu presencia en
estos momentos de agriedad para suplicar por tus favores. 
Madre gloriosa, madre bendita e inigualable, gran pañuelo de lágrimas de
aquellos que lloran, justiciera divina de los que pecan, asistencia del sempiterno
Dios consecutivamente, apiádate de todos los que con sinceridad amo y he amado.
Te lo pido, por tu sagrado corazón, hogar de descanso de la Santísima
Trinidad, taburete de tu fuerza, castillo de sabiduría y mar de tu bondad, acércate
para que el espíritu santo naufrague eternamente en mí.
Acércate y concédeme lo que tanto necesito, lo que con la máxima fe posible
te suplico, por los merecimientos de nuestro Señor Jesús y los de ti, si es la
voluntad de la Santísima Trinidad y traerá bien en mi ser.
Hoy me presento ante ti porque sé que eres la majestuosa intervención
divina, para implorarte por esta complicada petición, por esta inalcanzable
circunstancia que tanta angustia me provoca y que me parece imposible de realizar
por mi voluntad propia: (Haz la petición con fe).
Debes hacer la petición a la Virgen María con mucha fe y confianza. Foto: Pixabay
Sé, que en mi alcance no está el conseguirlo por mis medios, pero sé que en tu
mano está el poder y la luz con la que puedes iluminarme y
concedérmela, y de esta manera yo logre solucionar las dificultades, angustias y
malos ratos que provocan esta difícil situación.
¡Virgen Santísima, Reina y Señora de los ángeles celestiales, cónyuge del
espíritu santo, ten siempre presente de que eres mi madre! Tú, que nos brindas la
oportunidad de comunicarnos con tu hijo, que nos otorgas la oportunidad de
hablar con Dios, te suplico que documentes mis peticiones para que sean
atendidas con urgencia y eficacia.
Amada María, dulce madre mía, libérame de mis adversarios que corroen mi
alma y la maldad que está en mi acecho, eternamente estaré agradecido y a ti serán
mis sentimientos de devoción y fidelidad; ruega por todos los que a ti
pedimos a tu Santísimo hijo, nuestro mentor, Señor y Salvador. Amén.

Oración a San Gregorio Magno para salir de problemas complicados


Para todas aquellas personas que atraviesan por un problema difícil de resolver,
San Gregorio Magno puede interceder por ellas ante Dios para encontrar una
pronta solución.
Si tienes un problema que te agobia, puedes realizar esta oración a San
Gregorio. Foto: Pixabay
Diariamente tenemos que sortear todo tipo de situaciones en tu vida, entre
las obligaciones del hogar, las responsabilidades laborales y los
inconvenientes personales; no obstante, todo parece complicarse un poco
cuando surge algún tipo de inconveniente en alguno de estos ámbitos que
termina poniendo en riesgo los demás también.
Y es que no es para menos, pues aunque parece que todas son cosas aparte
que no tienen relación alguna, lo cierto es que tienen mucho que ver, pues
hacen parte de ti y del equilibrio de tu vida; de hecho, se debe a que este
tipo de situaciones angustiosas llegan a afectar tu bienestar mental y
emocional, en especial cuando notas que no hay muchas salidas y no
encuentras la luz por ningún lado.
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Si estás pasando por un momento como el que acabamos de describirte, tal
vez deberías intentar ponerte en manos de San Gregorio Magno, papa y
doctor de la iglesia católica, para pedir su intercesión y ayuda en todos tus
inconvenientes. San Gregorio aseguró los derechos de la iglesia y se le
conmemora el 3 de septiembre.
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personas de tu vida
Oración para superar problemas difíciles
Oh, invencible defensor de la libertad de la Santa Iglesia, San Gregorio de
gran renombre, por esa firmeza que has demostrado en mantener los
derechos de la iglesia contra todos tus enemigos, extiende desde el cielo tu
poderoso brazo, te suplicamos, para consolarla y defenderla en la temible
batalla que debe librar siempre con los poderes de las tinieblas.
Oh, Santo Gregorio, confesor y sacerdote del Señor, te ruego que
intercedas ante nuestro Señor Dios por mí para que, purificado de todo
vicio, pueda agradarle en todas las cosas, y que me conceda la paz que
poseen todos sus siervos.
Acude a esta oración para encontrar la salida ideal de todos tus problemas.
Foto: Pixabay
A ti, Señor Jesucristo, tú que moriste en la cruz por nosotros, te pido que
me concedas la dicha de enfrentar y salir de mis problemas, con la
intercesión de nuestro amado San Gregorio. Te lo suplico con el corazón en
la mano, ya no duermo con esta situación que me está matando; por eso te
pido que me brindes tu apoyo en esta petición especial:
(Debes poner aquel problema que te angustia)
Dígnate concederme gracia y misericordia, perdonar a los vivos, descansar a
los muertos, paz a tu iglesia, y vida y gloria eterna a todos los pecadores. Tú
que eres el creador del universo y todo lo puede, te pido que a través de la
intercesión de San Gregorio me ayudes a salir de todos los problemas por
los que estoy pasando, en especial este que me quita el sueño, tú que
vives y reinas. Amén

Oración a San Ignacio de Loyola para


alejar personas de tu vida
Ponte en manos del Santo Patrono San Ignacio de Loyola para hacerte
invisible ante las personas malintencionadas.
San Ignacio de Loyola puede ayudarte a alejar personas de tu vida. Foto:
Shutterstock
En el camino de la vida te encontrarás con todo tipo de personas, unas que
te aportarán algo positivo y siempre estarán dispuestas a
ayudarte, algunas para las cuales serás completamente invisible, pero
también otras que solo querrán hacerte el mal, pues guardan una gran
cantidad de rencor y envidia en sus corazones.
De hecho, puede que en este momento estés rodeado de estos
desagradables sujetos sin haberlo notado pues, si bien es cierto que
algunos se pueden reconocer al no esconder jamás sus acciones o forma de
ser, hay una gran parte de ellos que se camuflan entre tus amigos e, incluso
tus familiares, pero solo se trata de ‘un lobo vestido de oveja’.
Para protegerte ante este tipo de mal, puedes ponerte en manos de San
Ignacio de Loyola, el Santo Patrono fundador de los Jesuita y quien en su
pasada por el mundo terrenal siempre intentó encontrar todo tipo de
soluciones a partir de su fe en Dios. Con una sencilla oración puedes
impedir que las malas personas te hagan daño, brindándote la protección
que necesitas al interceder por ti con el Señor.
Tus enemigos pueden estar camuflados dentro de tus amigos o familiares.
Foto: Pixabay
Oración para alejar personas
Querido San Ignacio de Loyola, acudo a ti por tu poderosa intercesión. Mis
enemigos se han multiplicado, y son muchos los que actualmente me
rodean. La mala intención está en cada esquina; mis amistades, en mi trabajo
y a veces hasta en mi familia se han llenado de malas intenciones.
Dice en las santas escrituras, en el libro a los Efesios, que la lucha no es
contra carne y sangre, no es contra personas, es contra ejércitos y
potestades, contra principados en las regiones celestes. San Ignacio, quiero
implorarte que me des las fuerzas necesarias para continuar; por eso, mi
lucha es en los espiritual, con lo que opera detrás de esas personas
sembrándoles pensamientos.
En la sensatez pido alumbramiento y sabiduría divina para estar seguro de
cada paso que doy en mi camino. Así trabaja el enemigo, creando
pensamientos e ideas sugestivamente, sutilmente. Pero no lo dejaré, porque
los pisaré como el Arcángel San Gabriel algún día lo hizo, con la misma
fuerza y voluntad.
Debes dejar de lado todas aquellas personas que le resten a tu vida. Foto:
Pixabay
Por eso, yo ahora me revisto de la autoridad que se me ha sido conferida
como hijo (a) de Dios. Impongo en el nombre de Jesús que todo espíritu
de maldad en contra mía, se detenga. Cualquier espíritu de envidia, todo
espíritu de chisme, todo espíritu de murmuración en contra mía, se silencia
ahora. La mala intención que se haya levantado contra mí, es desarticulada
de inmediato.
En caso de que vaya en contra de mis finanzas, quien me quiera robar,
quien me quiera estafar, se sujeta en este momento. Si el enemigo viene
por un camino a hacerme daño, por siete huirá avergonzado. Toda lengua
viperina, maliciosa, infructuosa, toda lengua que me quiera estancar,
enmudece actualmente.
Todo plan que quiera acabar con mi reputación, mis planes y
proyectos, es desarticulado en el nombre de Jesús. ¡Me declaro libre!, me
blindo con la sangre del cordero de toda acechanza del enemigo. En el
poderosísimo nombre de Jesús, nombre sobre todo dado aquí en la tierra,
por los siglos de los siglos. Amén.
Oración a San Bernardo, patrono de las
causas difíciles
Encuentra luz en medio de la oscuridad, poniéndote en manos de San Bernardo y la Virgen
María.
Si necesitas ayuda para una causa difícil, esta oración a San Bernardo es para ti.
Foto: Pixabay
El peor error que cometemos los seres humanos al enfrentarnos a
situaciones u obstáculos difíciles de superar en nuestra vida es dar todo
por perdido, y creer que dicha dificultad convierte cada desafortunada
experiencia en algo completamente imposible de remediar.
San Bernardo de Claraval es un buen ejemplo de superación para todos
nosotros, pues en vida se dedicó a propagar por todos los lugares la fe,
convenciendo a todos aquellos individuos que estaban lejos del amor de
Cristo, por más complejo que pareciera; entre estos seres se encuentran su
padre y su hermano, quienes después se lo agradecieron.
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A sus 25 años fundó, la Abadía de Claraval, siguiendo la visión que tuvo
cuando tan solo era un niño: “habla siempre con los demás, porque serás
inspirado por el Espíritu Santo, y recibirás la gracia especial de entender las
debilidades de la gente y ayudarles”. Se le conmemora el 20 de agosto de
todos los años, pues esta fue la fecha de su muerte.

Oración para pedir ayuda en situaciones difíciles


Santo Abad de Claraval, San Bernardo, ferviente servidor de María y de
Dios, la iglesia te honra y te invoca universalmente como patrono de las
causas más difíciles, ya que te diriges a María con todo tu fervor, y
necesitamos aprender de dichos nobles actos.
Así que te pido que, con María, vengas a pedirle a Jesús por mí; estoy solo e
indefenso. Haz uso, te lo imploro, de tu gran privilegio especial que te dio
María, que se trata de tener voz para traer un visible y rápido beneficio a
este desesperado sirviente suyo.
Vengan a ver, se los pido desde lo más profundo de mi corazón, a este
servidor que está en grandes dificultades y en gran necesidad de tener un
consuelo y una ayuda en la angustia y el sufrimiento que es tan difícil de
controlar o erradicar por completo.

San Bernardo fue fiel creyente y seguidor de la Virgen María. Foto: Pixabay
Así que, les ruego, me obtengan la gracia de (en este punto de la oración
debes aprovechar para realizar la petición concreta para San Bernardo y
la Virgen María), y también que me concedan la gracia de la salvación de
mi alma.
Asimismo, pido que esto le agrade a Dios, para ti, tu elegido por y para
siempre. Prometo, queridísimo San Bernardo de Claraval, honrarte siempre
con todo el fervor que me sea posible, y como patrón especial, fomentar la
devoción a ti en todos los que me rodean. Amén.
Debes finalizar la oración con un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.

Oración a Santa Juana Francisca de


Chantal para pedir fortaleza y serenidad
Cuando atravieses momentos complicados, puedes pedir a Santa Juana Francisca
de Chantal que interceda por ti ante el señor, para que te de la fortaleza y serenidad
que necesitas.

Oración para conseguir serenidad y fortaleza en tiempos difíciles. Foto:


Shutterstock
A lo largo de la vida debemos sortear con toda una serie de obstáculos, unos más
difíciles que otros, los cuales pueden llegar a poner en desequilibrio nuestro
estado de ánimo, e incluso hacernos pensar que todo está perdido y no hay ninguna
solución para aquellos momentos complejos; no obstante, recuerda: “Dios da sus
mejores batallas a sus mejores guerreros”.
Es por esta razón que necesitas llenarte de confianza, fortaleza, serenidad y
mucha sabiduría para saber soportar y superar dichas dificultades, y aunque
sabemos que esta no siempre es una tarea sencilla. Santa Juana Francisca de
Chantal puede interceder por ti ante el Señor para que te dé todo lo que requieres
para la batalla.
Santa Juana fue esposa, madre, viuda y luego religiosa, con lo cual fundó la
orden de la Visitación de Santa María junto con la dirección espiritual de San
Francisco de Sales; por su gran labor se le conmemora el 12 de agosto. A pesar de
todos los sufrimientos por los que tuvo que pasar, jamás perdió la serenidad
que la caracterizaba y la fidelidad que sentía por Dios.

Tal como ella lo dijo: “en caso de caer incluso cincuenta mil veces al día, nunca te
sorprendas. En su lugar, vuelve siempre tan suavemente tu corazón en la
dirección correcta y practica la virtud opuesta, todo el tiempo hablando palabras
de amor y confianza a nuestro Señor después de haber cometido mil faltas,
tanto como si hubieras cometido solo una”.
Oración para la fortaleza y la serenidad
Gloriosa Santa Juana, que por tu oración ferviente, la grandísima atención a la
Presencia Divina, y por la pureza de tu intención, alcanzaste en la tierra
una unión íntima con Dios. Sé nuestra abogada, nuestra madre, nuestra guía
en el camino de la virtud y la perfección. Defiéndenos y mantennos cerca de Jesús,
María y José, a quien fuiste tan tiernamente devota, y cuyas santas virtudes has
imitado tan de cerca.

Santa Juana Francisca puede ayudarte a conseguir la serenidad que ella tuvo. Foto:
Shutterstock
Obtén por nosotros, oh amable y compasiva Juana, las virtudes que nos
parezcan más necesarias: Un amor ardiente a Jesús en el Santísimo Sacramento,
Una tierna y filial confianza en su Santísima Madre, y como tú, un recuerdo
constante de su sagrada pasión y muerte. Te pedimos escuches nuestras
íntimas intenciones para que intercedas ante Dios por todos nosotros.
Y a ti, ¡Oh poderoso y misericordioso Dios!, que concediste a la
bienaventurada Santa Juana Francisca, tan inflamada de amor por ti, un
maravilloso grado de fortaleza para todos los caminos de la vida, y a través de ella,
una nueva orden religiosa, conceder por sus méritos y oraciones que nosotros que
sentimos nuestra debilidad confiemos en tu fuerza, así podremos vencer toda
adversidad con la ayuda de tu gracia celestial, por Cristo Nuestro Señor.
Amén.
¡Santa Juana Francisca de Chanta, ruega por todos nosotros!

Oración a San Lorenzo para peticiones difíciles


Si hay algo que te atormenta y consideras imposible, ponte en manos de San
Lorenzo con esta oración para recibir iluminación ante casos complicados.
El mártir y diácono San Lorenzo puede ayudarte con tus problemas más difíciles.
Foto: Shutterstock
El mártir San Lorenzo es uno de los Santos mencionados en los calendarios
litúrgicos antiguos, conocido por ser el mártir que recibió la fortaleza para
soportar todo tipo de sufrimientos por amor, lealtad y generosidad con
quienes más lo necesitaban; por esta razón, es la figura ideal para ayudarte con
tus problemas más difíciles.
Fue uno de los siete diáconos regionarios de Roma y siempre estuvo a cargo
de administrar los bienes de la iglesia y cuidar de las personas de
menos recursos. No obstante, fue martirizado en una parrilla el 10 de agosto del
año 258, al ser prohibido el culto cristiano; es por esta razón que todos los años se
le conmemora en esta fecha. 
Oración para casos difíciles
San Lorenzo, santo protector, santo benigno y clemente, por todo el sufrimiento y
dolor que pasaste en tu cuerpo cuando cruelmente te martirizaron en la
hoguera, por la confianza y esperanza que jamás dejaste de tener en la compasiva
misericordia del Señor, te suplico tengas en cuenta mis limitaciones, y me ayudes
a no desesperar y no perder la confianza en Él.

Yo sé que Dios desea lo mejor para nosotros, sus hijos, y no quiere que suframos ni
carezcamos de ningún bien, por ello te imploro con todo mi ser le lleves estas
suplicas que te presento con humildad, y le pidas arregle mi vida económica y
laboral.
Ruega por mí ante nuestro padre, Dios de bondad y amor, pídele en mi nombre
se apiade de los problemas y de los grandes ahogos materiales que tanto afectan mi
transitar por la vida terrena y consigue que derrame sobre mí su Divina
Providencia. Solicítale me socorra en mis grandes necesidades económicas y
ponga a mi alcance los medios para mejorar laboralmente. Por favor,
hazle llegar estas, mis apremiantes necesidades.
(Haz la petición con fe)
Implora a Dios por mi familia, por todos los que amo, y por mí, consigue venga a
mi hogar la tranquilidad en el día a día, que tenga un buen trabajo o negocio
propio cuanto antes, que me permita vivir holgadamente y tener una vida llena de
ruinas, carencias y necesidades, una vida desahogada sin deudas, pagos e
hipotecas.

Pide iluminación, especialmente en temas económicos y laborales. Foto: Pixabay


Por favor, intercede por mí, necesito que se acabe tanta incertidumbre y
poder salir de esta extrema carencia económica, y de la falta de empleo o de
comercio propio que sabes que me impide avanzar como una persona útil y
cumplir mis metas y ansiados propósitos.
San Lorenzo, mártir por amor al Señor, muchísimas gracias por estar cerca
de mí y darme tu auxilio cuando lo necesito, no dejes que me pierda, dame paz y
descanso, dame equilibrio y confianza, y dame siempre tu eficaz auxilio.
Haz que mi vida sea provechosa y feliz, guíame y enséñame a estar siempre
cerca del Señor, consigue que Él me bendiga con su Divina Gracia y me cubra de
todo lo bueno, ruégale me aleje de todo mal de todo peligro y adversidad,
y permite que esté a la sombra y cuidado de María Santísima, y bajo el
amparo de Jesucristo y del Espíritu Santo. Amén.
La poderosa Medalla del Niño Jesús de Praga que protege ante el mal
Redacción (Lunes, 20-01-2020, Gaudium Press) Entre las devociones a la
infancia de Jesús se destaca la del Niño Jesús de Praga, cuya imagen es venerada
en la Iglesia de Santa María de la Victoria en Praga, República Checa, y está ligada
a los santos de la Orden del Carmelo Descalzo, especialmente a Santa Teresa de
Jesús, quien fue gran devota a Jesús infante.
Poco se conoce de otra devoción ligada justamente con el Niño Jesús de Praga: la
devoción a la “Medalla de la Salvaguardia”, fuerte protectora ante el mal.
El padre Davide Sollami, OCD, del Santuario del Niño Jesús de Praga de Arenzano,
Italia, en entrevista con el canal televisivo TV2000 se ha referido a esta medalla, su
origen, su devoción y significado.
La “Medalla de la Salvaguardia” posee varias inscripciones en latín / Foto:
gesubambino.org.
Comentó que el origen de este
signo de fe está vinculado con
Santa Teresa de Ávila, la
reformadora de la Orden del
Carmelo Descalzo, quien
introdujo la devoción a la
infancia de Jesús cuando en el
contexto de su tiempo, siglo
XVI, existían algunas
supersticiones. La santa y
mística puso en el centro a
Jesús.
De acuerdo con el sacerdote
carmelita, la medalla también tiene su origen en la misma imagen del Niño Jesús
de Praga:
“Jesús se ha hecho pequeño y frágil como un recién nacido (…) Esta estatua tiene
una historia de fragilidad increíble (…) Es una estatua humilde que nos habla de la
fragilidad de Jesús hecho niño, aún siendo Hijo de Dios”, indicó, para luego
exponer que “la estatua está vestida de rey porque estaba dedicada a la oración del
Rey de la Paz”.
Así, como explicó el Padre Sollami, la medalla surgió como signo de salvaguardia,
para proteger contra el mal.
En ella “están las palabras que Jesús ha dicho contra el mal, contra el enemigo
número uno, contra el maligno”, añadió el sacerdote carmelita.
No en vano – continuó – esta era la certeza de Santa Teresa de Ávila, quien regaló a
cada monasterio que fundó una imagen del Niño Jesús, porque quería que las
religiosas “tuvieran a Jesús como su propio hijo”, su centro.
La medalla también remite a la oración que se reza en en el Santuario de Arenzano,
Italia, que dice:
“Oh Santo Niño Jesús que difundes tus gracias sobre quienes te invocan, vuelve tus
ojos a nosotros, postrados delante de tu santa imagen y escucha nuestra oración. Te
encomendamos a todos los necesitados que confían en tu divino corazón. Extiende
sobre ellos tu mano omnipotente y socorre sus necesidades. Extiéndelas sobre los
enfermos para sanarlos y santificar sus penas; sobre los pecadores para atraerlos a
la luz de tu gracia; sobre cuantos, oprimidos por el dolor y la miseria, invocan tu
amorosa ayuda. Extiéndela también sobre nosotros para bendecirnos. Concede, Oh
pequeño Rey, los tesoros de tu misericordia al mundo entero y consérvanos ahora y
siempre en la gracia de tu amor. Amén”.
La medalla posee dos caras. En la parte de en frente se halla la imagen del Niño
Jesús de Praga con varias iniciales inscritas: RSE – Rez sum ego -, que significa “Yo
soy rey”; ART – Adveniat regnum tuum -, que es “Venga tu reino”; y VRS – Vade
reto satana -, “Vete satanás”.
La parte posterior contiene las iniciales del nombre de Jesús: JHS – Jesus
hominum Salvator -, Jesús Salvador de los hombres; y en el contorno dos
inscripciones: “Verbum caro factum est” – El Verbo se hizo carne – y “Vincit,
regnat, imperat. Nos ab omni malo defendat” – Vence, reina, domina. De todo mal
nos defiende -.
Con información de TV2000 y gesubambino.org.

La leyenda del Niño Jesús de Praga


Un buen día Fray José está barriendo el suelo del monasterio y de repente se le
presenta un hermoso niño...

Por: María Pilar Mijares Bejerano | Fuente: Archicofradía del Niño Jesús de Praga
de Cádiz (España)

Todas las cosas tienen un poco de leyenda y también la imagen del Milagroso Niño
Jesús de Praga tiene la suya y muy bella por cierto.

Allá por el final de la Edad Media, entre Córdoba y Sevilla, al sur de las márgenes
del Guadalquivir, hay un monasterio famoso, lleno de monjes con largas barbas y
ásperas vestiduras. Después de un incursión de los moros que pueblan la zona,
queda reducido a ruinas, y solo cuatro monjes se salvaron de la catástrofe. Entre
ellos está FRAY JOSÉ DE LA SANTA CASA, un lego con corazón de santo y cabeza
y manos de artista, pero sobre todo con un amor desbordante a la Santa Infancia de
Jesús. En cualquier oficio que la obediencia le mandase, se le encontraba
infaliblemente entretenido, pensando y hablando con el Niño Jesús.

Un buen día Fray José está barriendo el suelo del monasterio y de repente se le
presenta un hermoso niño que le dice: -¡Qué bien barres, fray José, y que brillante
dejas el suelo! ¿Serías capaz de recitar el Ave María?. -Si. -Pues entonces, dila.

Fray José deja a un lado la escoba, se recoge, junta las manos y con los ojos bajos,
comienza la salutación angélica. Al llegar a las palabras "et benedictus fructus
ventris tui" (y bendito el fruto de tu vientre), el niño le interrumpe y le dice: ¡ESE
SOY YO!, y enseguida desaparece.

Fray José grita extasiado:-¡Vuelve Pequeño Jesús, porque de otro modo moriré del
deseo de verte!. Pero Jesús no vino. Y Fray José, seguía llamandolo día tras día, en
la celda, en el huerto, en la cocina... en todas partes. Al fin un día sintió que la voz
de Jesús le respondía: -"Volveré, pero cuida de tener todo preparado para que a mi
llegada hagas de mi una estatua de cera en todo igual a como soy". Fray José corrió
a contarselo al padre prior, pidiéndole cera, un cuchillo y un pincel. El Superior se
lo concedió y Fray José se entregó con ilusión a modelar una estatua de cera del
Niño que había visto. Hacía una y la deshacía, para hacer otra, pues nunca estaba
conforme, y cada una que hacía le salía más bella que la anterior, y así pasaba el
tiempo, esperando que regresase su Amado Jesusito.

Y por fin llegó el día en el que rodeado de ángeles, se le presenta el Niño Jesús, y
Fray José en extásis, pero con la mayor naturalidad pone los ojos en el Divino
modelo y copia al Niño que se tiene delante. Cuando termina y observa que su
estatua es igual al Sagrado Modelo, estalla en risas y llantos de alegría, cae de
rodillas delante de ella y posando la cabeza sobre las manos juntas, muere. Y los
mismos ángeles que acompañaron a su Niño Jesús, recogieron su espíritu y lo
llevaron al Paraíso. Los religiosos enterraron piadosamente el cuerpo del santo lego
y con particular devoción colocaron la imagen de cera del Niño Jesús en el oratorio
del monasterio.

Aquella misma noche Fray José se apareció en sueños al Padre Prior,


comunicándole lo siguiente: "Esta estatua, hecha indignamente por mi, no es para
el monasterio. Dentro de un año vendrá Doña Isabel Manríquez de Lara, a quien se
la daréis, quien a su vez se la entregará a su hija como regalo de bodas, quien la
llevará a Bohemia y de la capital de aquel reino será llamado -Niño Jesús de Praga-
entre los pueblos y naciones. La gracia, la paz y la misericordia descenderán a la
tierra por El escogida para habitar en ella, el pueblo de aquel reino será su pueblo, y
El será su PEQUEÑO REY".

Y efectivamente al año en punto, Doña Isabel Manríquez de Lara, en un viaje de


recreo por la zona, topó con las ruinas del monasterio, y el prior, ya único
superviviente le entregó la imagen del Niño Jesús, contándole su fascinante
historia. La dama llena de alegría, retornó a su castillo de Sierra Morena, muy cerca
de Córdoba. Y aquí la leyenda deja paso a la Historia...
ORACIONES MILAGROSAS Y PODEROSAS: ORACION AL MILAGROSO NIÑO JESUS DE PRAGA PARA
PETICIONES DIFICILES

Oración al divino niño Jesús de


Praga por un milagro
El niño Jesús de Praga es el nombre que le dan los creyentes
católicos a la infancia de nuestro Salvador Jesús, desde parte de su
nacimiento a su evolución hasta los 12 años. Que es justo el
momento en el que se encuentra con los doctores en el Templo. La fe
por este personaje de gran importancia bíblica provoca que se
practique la oración al niño Jesús de Praga. Es por ello, que a
continuación serán presentadas las más resaltantes.

Índice De Contenido [Ocultar]

1. Oración eficaz al niño Jesús de


Praga
2. Oración para peticiones difíciles
2.1 Oración del Santo Padre
Benedicto XVI al niño Jesús de
Praga
2.2 Oración para pedir favores al
niño Jesús de Praga, revelada por la
Virgen María al P. Cirilo
3. Coronilla del milagroso niño
Jesús de Praga
4. Oración por una persona enferma
4.1 Oración para pedir la salud
5. Poderosa novena de confianza
infantil
6. Oración al niño que se reza todas
las tardes en el Santuario de
Arenzano
Oración eficaz al niño Jesús de
Praga
Esta oración al niño Jesús tiene como propósito recurrir a ti
Jesús. Pues sé que junto a tu divina madre son los únicos que me
pueden asistir ante (menciona lo que deseas).
Yo me proclamo creyente firme de tu santa gloria. Porque tú eres
un ser divino capaz de socorrerme. Estoy en la divina espera de tu
santa gracia Jesús. Me declaro un amante de tu gloria divino niño.
Es por ello, que te amo con todo mi corazón.
El día de hoy me arrepiento desde el fondo de mi alma delos
pecados cometidos. Te suplico mi buen niño Jesús, me des la fuerza
que necesito para poder combatir contra ellos.
Tomo tu voluntad en mis manos y declaro que dejare de ofenderte
con mis malas acciones. Me ofrezco a ti, mi disposición es
completamente tuya, pues no deseo disgustarte.
Hoy prometo que serviré fielmente a tu palabra Jesús. Porque
deseo ser abrazado por tu amor divino niño. Declaro, que amare al
prójimo como a mí mismo. Tú que estas lleno de poder Jesús, te
suplico me asistas en esta circunstancia (menciona nuevamente tu
petición).
Permite que tenga la gracia que poseen María y José, todos los
Santos y Ángeles que se encuentran dentro de la corte celestial,
junto a ti y tu Padre. Que así sea.
Amén.
Oración Milagrosa al Divino niño Jesús, para
peticiones urgentes

Oración para peticiones


difíciles
Esta oración al niño Jesús, la realizó con el objetivo de recurrir
ante tu divina gracia. Pues sé que puedo rogarte a ti y a tu amada
madre, que no me desamparen. Es por ello, que te pido que (has tu
petición).
Ya que sé que únicamente tu gloria es la que puede socorrerme. Con
confianza creo que seré abrazado por tu divina gracia. Fortalece
mi alma de cualquier pecado que tenga como objetivo acabar con
mi fe en ti.
Me inclino ante ti en esta oración al niño Jesús de Praga para
arrepentirme de todos los pecados cometidos. Dame las
herramientas necesarias para dejar de lado la maldad y de esa
forma mis objetivos más complejos se cumplan.
Hoy arrodillado ante ti me declaro completamente fiel a tu
presencia. Pido por tu amor que yo cumpliré eternamente tu
voluntad. Niño Jesús tu que estas lleno de poder, cumple esta
petición. Te pido me asistas mediante esta oración al niño Jesús de
Praga que me solventes está difícil situación. Sé que mediante a tu
glorioso poder mi  vida será maravillosa, que así sea.
Amén.
Oración del Santo Padre Benedicto
XVI al niño Jesús de Praga
Mí querido niño Jesús, te hemos visto en tu  niñez y creemos
completamente en ti. Tú que eres  el hijo de Dios y te has hecho
hombre gracias al Espíritu Santo, bajo el seno de la Virgen María.
Los Ángeles, Santos, María, José y los pastores te adoramos y es
por ello que te denominamos como nuestro Salvador. Sé que te
hiciste pobre querido Jesús para de esta forma hacernos ricos con
tu pobreza. Es por ello, que te pido que no nos olvides, pues te
amamos.
Ruego que protejas a nuestra familia. Bendice con tu gracia a los
niños que se encuentran en la tierra y has que tu reino siempre este
con nosotros. Trae amor a nuestras vidas y llénala de una enorme
felicidad.
Concede nuestras peticiones Señor Jesús. Reconozco el nacimiento
de tu vida. Sé que has venido a traer amor a  la familia, alegría y
paz. Tu eres nuestro amado Salvador y vives y reinas con nuestro
Padre el Creador, unido a nuestro amado Espíritu Santo, durante
los siglos de los siglos. Que así sea.
Amén.
Oración para pedir favores al
niño Jesús de Praga, revelada por
la Virgen María al P. Cirilo
Esta oración al niño Jesús de Praga, la hago con la intención de
recurrir a ti y rugarte por la intercesión de nuestra amada madre
María. Tengo una gran necesidad (di el deseo que esperas sea
cumplido). Creo con firmeza que tu gloria es la que permitirá que
se me socorra.
Sé que obtendré tu confianza pues tus cuentas con tu santa gracia.
Hoy declaro que te amo con toda mi alma, con todas las fuerzas de
mi corazón. El día de hoy me sincero por completo y me despojo de
mis pecados. Es por ello, que te suplico que me entregues las
fuerzas que necesito para triunfar.
Me comprometo a no ofender tu divinidad. Pues estoy dispuesto a
sufrir antes de que ser provocador de tu sufrimiento. Desde el día
de hoy me dedico a serte fiel. Pues te amo Divino Niño. Amo al
prójimo como a mí mismo. Te suplico me asistas ante esto (di lo que
deseas).
Concede tu gracia y permite que tenga una relación con María y
José. Pues te adoro y a los Ángeles bajo el corte del cielo, que así
sea.
Amén.
¿Conoces bien la historia del Niño Jesús del 20 de
Julio?
Visita
En esta oración al niño Jesús de Praga. Me ocupo de honrarte, pues
yo confió en tu palabra. Te tengo total confianza, ya que tu mirada
genera en mi vida paz. Hoy vengo ante ti, arrodillado en tu
nombre, pues eres tú mi hermano.
Sé que solo en ti podre encontrar la paz que mi alma ansía. Solo tú
eres quien me protege. Te pido perdón por todos los pecados que he
cometido hasta el día de hoy. Estoy consciente que te ofendido
constantemente.
Sin embargo sé que tú has prometido que perdonaras a todos
aquellos que se arrepientan y crean en ti ciegamente. Pues la fe es
amor hacia ti. El día de hoy requiero de tu divina gracia y la
fortaleza que les das a tus fieles, para así seguir el camino correcto.
Te pido me guíes y permite que este mundo lleno de tinieblas no
arremeta contra mí. Que el ejemplo de tu infancia me motive a ser
mejor persona. Imploro que me ayudes a cumplir (di la
petición). Que así sea.
Amén.
Acto de consagración
Amable niño Jesús de Praga, pido me ayudes a cumplir con el
milagro que deseo. Sé que tú siempre estarás para los fieles,
mejorando las condiciones de nuestras vidas y cumpliendo con
nuestros deseos.
Te pido cautives mi alma con tu enorme misericordia. Prometo
nunca te olvidare querido Jesús. Me declaro bajo tu templo como
un fiel. De esa forma lograr llegar a una vida llena de paz. Deseo
con todo mi corazón llegar a ser bendecido por ti mi glorioso
Salvador.
Me preservo a tu santo servicio. Hoy me declaro devoto a ti niño
Jesús de Praga. Tú eres el hijo de amor. Sé que respondes a la
predilección de nuestras almas. Eres tú la inspiración de nuestra
alma. Nuestras almas te pertenecen, pues eres tú nuestro dueño.
Divino niño y rey de los cielos. Recibe nuestro amor y  plegarias. Sé
que nos guiaras mientras nos encontremos en la tierra. Que
lleguemos a los cielos para estar junto a ti, que así sea. Amén.

Coronilla del milagroso


niño Jesús de Praga
Se centra en honrar los misterios de su infancia.
De igual forma para realizar una oración al niño Jesús de Praga. Se
necesita realizar ante todo la señal de la Santa Cruz. Para que de esta
forma nos liberemos de los enemigos del Padre Celestial. Luego con
un Dios Nuestro. Finaliza con la siguiente oración:
Señor Jesús, tú que eres Dios y también hombre. Creador de los
cielos y de la tierra. Estoy consciente de la bondad que posees y es
por ello que te amo. También tengo conocimiento de la ofensa que
ha sido actuar bajo pecado contra ti.
De igual forma estoy consciente de que puedes castigar, a través de
las penas que provoca estar en el infierno. Por ello estoy dispuesto
a recibir la ayuda de tu divina gracia. Me propongo no pecar
nunca más de esta forma poder confesarme y cumplir tu voluntad.
Acepto todas mis penitencias.
Amén.

Oración 2
Abre mis labios Jesús y también mi lengua para que se rinda ante
tus alabanzas. Acudo el día de hoy en busca de tu auxilio Señor.
Pido que me socorras Señor. Permite que mi vida se glorifique a
través de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que
así sea.
Amén.
Es importante que tengamos en cuenta que el verbo se hizo carne y el
hábito vive entre nosotros.
Padrenuestro
Se efectúa oración al niño Jesús de Praga, pues este te bendice y
alaba, tras el misterio de su encarnación.
Avemaría
Realizar oración dedicada al Divina Niño Jesús, concentrada en el
misterio de su visitación. Para luego centrarse en su nacimiento.
Posterior en el misterio y adoración de los apóstoles.
Adorado y glorioso sea el Hijo
Se concentra en el verbo que se hizo de la carne y el hábito que existe
entre nosotros.

Oración por una persona


enferma
Querido y dulce niño Jesús, esta oración va dedicado a los pobres
enfermos. Pido que tengan mayor vida y una fe más elevada. Hoy
invoco tu misericordiosa y gloriosa ayuda.
Pongo toda mi confianza en ti. Pues confió en tu infinita
misericordia. Tú eres grande y tienes una virtud divina que está
inmersa en amor hacia nosotros.  Bendice a los enfermos,
consuélalos y socórralos, que así sea.
Amén.
Oración para pedir la salud
Dueño de mi vida, hago esta oración al niño Jesús de Praga. Pues
imploro por mi salud y la de los míos.  Pido por aquellos que sufren
por enfermedades y dolores que le afligen.
Dale las esperanzas que necesita para vivir tranquilo. Alivia sus
penas como el medico celestial que eres. Entrega una perfecta salir
querido ser divino y liberas nuestras almas de la maldad.
Amén.

Poderosa novena de
confianza infantil
Esta novena se debe realizar a cada hora por nueve horas el mismo
día.
Querido niño Jesús, pido por mí y por los míos. Imploro por tu
gracia y por la de tu Santísima Madre. Sé que me consideran (di la
petición) estoy consciente de que tu misericordia me permitirá
cumplir con este deseo.
Tu que has dicho cielo y tierra pasara pero mi palabra no. A través
de la madre de Dios y de todos los fieles. Hoy declaro mi fe y
confianza en ti, por ello sé que me consideras (di la petición
nuevamente).
Amén.

Oración al niño que se reza


todas las tardes en el
Santuario de Arenzano
Niño Jesús difunde tu divina gracia por el mundo. Guíanos hacia el
buen camino y santifica nuestra vida llenándola de paz y amor a
través de esta oración dedicada a ti.
Confió en ti, es por ello que te encomiendo las necesidades que tiene
mi corazón. Sobre tus manos dejo mis necesidades, que seque tú me
vas a socorrer.
Sanaras mi vida de enfermedades y de penas infundidas por el
maligno. Llena mi vida de luz y acaba con el pecado que me tenta
cada día. Oprime la maldad de mi alma y llénala de amor.
Que sobre nosotros se encuentre tu bendición y tu misericordia
eterna. Siempre agradecido por tu amor querido Salvador Jesús.
Amén.
Finalmente te recomendamos los siguientes artículos, para que sigas
conociendo más sobre el catolicismo:
 Rosario al sagrado corazon de Jesús
 Corona de la misericordia.

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https://www.youtube.com/watch?v=7CeUI3MxOlA

(3762) Laudes II Martes de Adviento - Inmaculada Concepción de María - YouTube


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