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DOCUMENTACIÓN
Se trata de un tema de evidente calado social en el que, de un modo muy directo, han
de tenerse en cuenta los hechos socio-jurídicos en que se incardina el ordenamiento nor-
mativo propio. Por ello el artículo recorre temporalmente el problema desde la óptica que le
ofrecen al autor las Resoluciones de la Dirección General de los Registros y del Notariado
y la varia jurisprudencia que como es patente se utiliza.
I. SISTEMA TRADICIONAL
La prohibición del divorcio del D.I. Privado español fue compatible con la admisión
de ciertos efectos secundarios o indirectos que de él derivaban o resultaban, los cuales,
considerados en sí mismos, no pugnaban con el orden público del foro. Tales efectos ha-
cían referencia a la recuperación de la nacionalidad española por la mujer divorciada
de extranjero cuya nacionalidad había adquirido por razón de matrimonio (1); a la con-
dición de los hijos nacidos del matrimonio o de la unión no matrimonial con divorcia-
(2) Disp. trans. 4.a de la Ley de 23. de septiembre de 1939; art. 69 del CC. en su redacción anterior a la re-
forma operada por la Ley de 7 de julio de 1981; Ress. D.G.RM. de 12 de enero de 1963 y 3 de marzo de 1964; Sent.
T.S. de 5 de julio de 1965; Res. D.G.R.N. de 23 de abril de 1970.
(3) Sent. T.S. de 13 de marzo de 1969.
(4) Ress. D.GJRJJ. de 25 de marzo de 1950, 27 de junio de 1969,18 de septiembre de 1971 y 23 de marzo de 1976
y Sent. T.S. de 22 de noviembre de 1977.
(5) La doctrina sentada en las anteriores Resoluciones fue criticada por algunos autores. En opinión de San-
cho Rebullida, F. («Comentario al art. 52 del CC», en Comentarios al Código Civily Compilaciones Torales», t."H,
Rev. Dr. Privado, 1978, pág. 105), esa postura «sólo se explica si la Dirección General trata de proponer, por esta
vía, un cambio en el criterio del Derecho español, para hacer del nuestro, un sistema divorcista por lo que mira .
al matrimonio civil», agregando que «semejante cambio —que pronto conduciría al divorcio también para el
matrimonio canónico— no pasa de ser una aspiración de algunos y, por lo que se refiere al Derecho vigente, el
criterio que lo inspira es un claro ataque al principio de indisolubilidad, aplicable hoy con todo rigor al matri-
monio civil». En un tono de mayor moderación, Navarro Valls, R. (en Divorcio: orden publico y matrimonio ca-
nónico, picada en España de las sentencias extranjeras de divorcio, ed. Montecorvo, Madrid, 1972, pág. 254), ha-
bía escrito que el posible efecto directo que la jurisprudencia confería al divorcio de extranjero divorciado de
matrimonio civil no sería admisible en el supuesto de matrimonio canónico, señalando que «la universalidad
del Derecho Canónico, su peculiar conceptuación del orden público en el tema de la indisolubilidad del matri-
monio y su recepción en nuestro ordenamiento civil hacía que fuera imposible la convolación a nuevas nupcias
en España de español o extranjero divorciado de matrimonio canónico».
(6) Asi, Espín Cánovas, D. (en «El derecho de familia en la Constitución y su repercusión en el Código civil»,
Rev. de la Pac. de Derecho de la Vniv. Complutense, monográfico 1, Madrid, 1978, pág. 10), dijo que «desaparecida
la anterior afirmación de rango fundamental de que «el matrimonio será uno e indisoluble» (art. 22 del Fuero
de los Españoles), la disolución vincular del matrimonio no es contraria a ninguna norma constitucional. Está
pues dentro de la competencia legislativa ordinaria su admisión y regulación». En otro lugar de su obra («Co-
mentario al art. 32 de la Constitución», en Comentarios a las Leyes Políticas, dirigidos por Alzaga Villaamil, 0.,
ed. Rev. Dr. Privado, t. III, 1983, pág. 375), distingue entre una interpretación literalista del texto constitucional,
según la cual éste remitiría al criterio del futuro legislador si entre las causas de disolución del matrimonio de-
bía figurar o no el divorcio-vincular, y una interpretación sistemática derivada de la expresión conjunta «las cau-
sas de separación y disolución y sus efectos», favorable a la contemplación en la Constitución del divorcio vin-
cular bajo la denominación de disolución del matrimonio. Por su parte, Alzaga Villaamil, O. (en La Constitución
Española de 1978 (Comentario-sistemático), Madrid, 1978, pág. 486), afirma que «estamos en presencia de una fór-
mula que posibilita una legislación de divorcio, pero que no obliga al legislador a dictarla», en tanto que Martín
Martínez, I. (en «La familia en la Constitución española de 1978», Rev. de la Fac. de Derecho de la Vniv. Compí,
monográfico 1, Madrid, 1978, págs. 34-36), es de la opinión de que «sería más exacto decir que no sólo hace po-
sible una legislación que admita el divorcio, sino que invita al legislador a la introducción» del mismo y que «)°
El paso decisivo, y por eso histórico, en opinión de Iglesias Buhigues (8), viene dado
por el Auto T.S. de 24 de octubre de 1979, que concede el exequátur de una sentencia fran-
cesa sobre divorcio de un matrimonio civil celebrado en Francia entre española y francés,
argumentando que «no es necesario insistir en él profundo cambio social, político y jurí-
cierto es que el art. 32 de la nueva Constitución española abre las puertas al divorcio, pero a diferencia de la
Constitución de 1931, no lo establece».
(7) Abarca Junco, P.: Nota en Rev. Esp. Der. Int., 1980, págs. 229-232.
(8) Iglesias Buhibues, J. L.: en Miaja de la Muela, A., Derecho Internacional Privado, II, Madrid, 1982, pág. 343.
dico que, por influjo y mandato de la voluntad colectiva del pueblo español, aparece refle-
jado en la norma básica y primera del ordenamiento jurídico patrio, es decir, en los artícu-
los 16, atinente a la libertad religiosa y ala aconfesionalidad del Estado, y 32, que permite
la disolución del vínculo matrimonial y que priva de rango constituciqnál al principio de
indisolubilidad del matrimonio, y por ello, por integrar la Constitución la cúspide del orden
jurídico, en el cual se subsume el orden público, es evidente la necesidad de afirmar que no
choca con él la resolución judicial extranjera que decreta la disolución del vínculo conyu-
gal y, consecuentemente, que su ejecución es lícita en España». La eficacia inmediata de
la Constitución sobre él contenido del orden público en materia de divorcio, defendida en
este Auto, ha sido compartida por la mayoría de la doctrina (9), con la opinión en contra
de Tomás Ortíz de la Torre (10). La eficacia inmediata de la Constitución y, en particular,
de su art. 32.2, sobre él contenido del orden público, fue posteriormente reiterada por Auto
T.S. de 19 de enero de 1981, concediendo el exequátur de una sentencia de divorcio pro-
nunciada en la R.F.A. con relación a un matrimonio civil entre alemana y español, así
como por Auto T.S. de 30 de abril de 1981, a propósito de la ejecución de una sentencia
de divorcio argentina. Ello permitió a Fernández Rozas (11) hablar de una internacio-
'nalización del sistema español de D I . Privado, de una apertura en el ámbito de la coo-
peración judicial internacional como consecuencia de la entrada en vigor de la Consti-
tución. #
(9) González Campos, J. D.: Nota en R.E.D.I., 1980, págs. 207-210; Abarca Junco, P.: Nota en R.E.D.I., 1980,
págs. 229-232; Carrillo Salcedo, J. A.: «Nouvelle réglementation du mariage dans le droit international privé es-
pagnol», Revue critique de dr. int. privé, 1983, pág. 7.
(10) Tomás Ortiz de la Torre, J. A.: «Cuestiones prácticas: primera sentencia de divorcio exequaturada en
España (Comentario al Auto del T. S. dé 24 de octubre de 1979)», en Rev. Gral. Legisl. Jurispr., 1979, págs. 539-566.
(11) Fernández Rozas, J. C: Nota en R.E.D.I., 1982, págs. 498-503.
unos subditos italianos, cuya ley nacional admitía la separación meramente conseñsual.
La conexión representada por la residencia habitual goza de apoyo positivo en nues-
tro sistema, habiendo sido retenida como conexión supletoria genérica (art. 9.10 C.C.),
como conexión subsidiaria específica en ciertas materias, bien referida comúnmente a
las partes (art. 10.5 del C.C., sobre obligaciones contractuales), bien individualmente a
una de ellas, concretamente el alimentista (art. 9.7 del C.C., sobre alimentos) habiéndo-
se también propugnado por razones de urgencia (art. 9.6 del C.C., en cuanto a las me-
didas provisionales o urgentes de protección del incapaz). Es una conexión objetiva, neu-
tral, homogénea, integradora, no discriminatoria, superadora de la dualidad de nacio-
nalidades en el matrimonio. Igualmente se presenta como una conexión provista de rea-
lismo, dotada de efectividad.
La conexión con el foro, que ha sido defendida a título principal en materia de adop-
ción (art. 9.5 del C.C., redactado conforme a la Ley 27/1987, de 11 de noviembre), había
sido ya anticipada en nuestro sistema como conexión última, de cierre o de cobertura
en materia de alimentos (art. 9.7 del C.C.). Pero la intervención de la ley del foro se pro-
duce, según el art. 107 del C.C., en virtud de la ausencia de conexiones personales co-
munes, y no del contenido material de las leyes reclamadas por las mismas cuando exis-
tan, es decir, al margen de que admitan o no el divorcio, a diferencia de lo que acontece
en el ámbito de los alimentos, donde la aplicación de la ley del foro está materialmente
orientada, puesta al servicio de un objetivo de política legislativa, la obtención de ali-
mentos. El recurso a la ley del foro, en defecto de conexiones personales comunes, ha-
bía sido ya aceptado por la jurisprudencia francesa (casos «Riviére», «Lewandowski» y
«Tarwid», resueltos por la Cour de Cassation en 1953, 1955 y 1961, respectivamente).
Esa solución se halla recogida en la Ley de la R.P. de Polonia sobre D.I. Privado; de 15
de noviembre de 1965 (art. 318), y en la Ley turca sobre el D.I. Privado y el procedi-
miento internacional, de 20 de mayo de 1982 (art. 13), habiéndose unilateralmente for-
mulado en el art. 310 del C.C. francés, redactado conforme a la Ley de 11 de junio de
1975. El legislador español no ha cedido a la tentación de regresar, agotada la posibi-
lidad de conexiones personales comunes, a una conexión marital como segunda conexión
subsidiaria, como hiciera el C.C. portugués de 25 de noviembre de 1966 (arts. 52 y 55).
Tampoco se ha estimado oportuno acudir a la ley más estrechamente vinculada con la
vida familiar, en línea con la modificación introducida en el C.C. portugués por el De-
creto-Ley 496/77, de 25 de noviembre de 1977, camino que ha sido más recientemente
proseguido por la Ley griega núm. 1329/1983, sobre aplicación del principio constitu-
cional de igualdad de los hombres y de las mujeres (arts. 14 y 16) y, últimamente, por
la Ley de la R.F.A. sobre D.I. Privado, de 25 de julio de 1986 (arts. 14 y 17).
En el mismo caso, la Sent. Aud. Territ. de Oviedo de 20 de octubre de 1982, por la que
se desestimó la demanda, al considerar competente la ley nacional chilena, por falta de
requisito formal de acreditamiento de la domiciliación en España, necesario en los su-
puestos de doble nacionalidad, afirma que «no cabe una anticipación de la concesión
del divorcio por el hecho de que su admisión dependa sólo de que uno de los cónyuges
se domicilie formalmente en España, pues si tal domiciliación no se ha practicado, ni.
intentado, ... es evidente que falta un requisito del ejercicio de la acción de divorcio, o
sea, una condición jurídica o condictio iuris, que no cabe suplir acudiendo a principios
de economía procesal totalmente inaplicables».
Hay que señalar que, con anterioridad, en un supuesto de hipotética doble naciona-
lidad convencional, esta vez no común a ambos cónyuges, sino individualmente referi-
da a uno sólo de ellos, la mujer, la Sent. Aud. Territ. de Palma de Mallorca de 22 de oc-
tubre de 1977, sobre modificación de medidas provisionales de separación matrimonial,
consideró que «aunque la esposa haya conservado la nacionalidad dominicana después
de su matrimonio, bien sea por aplicación del artículo 21 del C.C. en su nueva redac-
ción («Boletín Oficial del Estado» de 5 de mayo de 1975), bien sea aún con aplicación
de la legislación anterior que le imponía automáticamente la nacionalidad española al
casarse con español, mediante el cauce de la doble nacionalidad que admite el último
párrafo del artículo 22 del mismo Código para los nacionales de países iberoamerica-
nos, la determinación de sus derechos y deberes de familia corresponde a los tribunales
españoles, que deberán aplicar las leyes de este nuestro país por ser español el padre y
las hijas de su matrimonio...». Comentando esta sentencia, Cifuentes de Castro (13) se-
ñala que la relación considerada no presenta una conexión estrecha con el foro de la
nacionalidad dominicana al estar la dominicana casada con un nacional español y que
«la operatividad de la conexión, en el caso de que la demandada se hubiera acogido a
la doble nacionalidad convencional prevista en el art. 22 del C.c. y a través del Conve-
nio de 15 de marzo de 1968... con la República Dominicana sería aún menor con base
en la aplicación del artículo 9.9 del C.c. español y el artículo 3.°, párrafos 1.° y 3.° del
citado convenio, que dejan la nacionalidad de origen en estado latente y conceden la
plenitud operativa a la nueva nacionalidad».
La conexión subsidiaria de primer grado, constituida por la residencia habitual co-
mún, operativa en defecto de una común nacionalidad, fue retenida por la Sent. Aud.
Territ. de Granada de 30 de abril de 1983, señalando que «al no haberse puesto de relieve
la ley nacional común de los cónyuges, con arreglo al artículo 107 del Código Civil, la
ley aplicable a la separación postulada es la española, por residir habitualmente en este
país el matrimonio». •
Por lo que respecta al ámbito de aplicación de la ley rectora del divorcio y la sepa-
ración, domina el convencimiento de que su acción debe extenderse a su admisión, cau-
sas y efectos, opinión que se sustenta en la constatación de la estrecha vinculación o
correlación existente entre las causas y los efectos y en los inconvenientes prácticos que
podrían derivarse de la aplicación fragmentaria, atomizada, de una pluralidad de leyes
no fácilmente conciliables entre sí, con los consiguientes problemas de adaptación que
ello comporta (14).
Se someten a la competencia de la ley reguladora del divorcio y la separación tanto
su admisibilidad como la concreta articulación de las causas determinantes de su po-
sible concesión, sin que pueda el orden público conducir a la imposición de las causas
comprendidas en la ley española ni a la necesaria exclusión de las recogidas en una ley
extranjera sin correspondencia con la del foro. La pretensión de dotar del carácter de
orden público de las causas de divorcio enumeradas en el art. 86 del C.C, defendida por
algún autor (15), que podría encontrar apoyo en determinados ordenamientos extranje-
(16) González Campos, J. D., y Abarca Junco, P.: ob. cit., págs. 926-927; Carrillo Salcedo, J. A.: ob. cit, págs-
28-29; Espinar Vicente, J. M.a: ob. cit.,'pág. 761; Tomás Ortiz de la Torre, J. A.: en Lecciones de Derecho Civil In-
ternacional español, obra dirigida por Aguilar Navarro, M., Madrid, 1982, págs. 183-184.
(17) Tomás Ortiz de la Torre, J. A.: ob. cit., pág. 184.
rece de fuerza en España por falta de tratado con dicho país que le confiera validez, no
existiendo tampoco reciprocidad sobre la materia, de tal forma que la separación ha de
estimarse simplemente como un hecho y no derivada de una decisión judicial». Una vez
más un Tribunal español ignora la existencia del Convenio con Francia sobre reconoci-
miento y ejecución de decisiones judiciales y arbitrales y actas auténticas, de 28 de
mayo de 1969.
Ofrece interés la Sent. Aud. Territ. de Cáceres de 10 de diciembre de 1983, consideran-
do causa de separación, al amparo del núm. 1." del art. 82 del C.C., por constituir con-
ducta injuriosa y vejatoria, la manifestación pública y denuncia penal de bigamia he-
cha por un marido, español, contra su esposa, marroquí de origen, que había contraído
dos matrimonios anteriores con subditos marroquíes, conforme a su estatuto personal
musulmán, y un tercer matrimonio, con arreglo al rito católico, con el demandado, pre-
vio bautismo de la actora. Entiende la citada sentencia que el derecho marroquí, corres-
pondiente a la nacionalidad de los contrayentes de los anteriores matrimonios en el mo-
mento de su celebración, y competente en cuanto a sus efectos, en armonía con lo dis-
puesto en los núms. 1." y 2.° del art. 9 del C.C., debió ser invocado y probado, conforme
al art. 12.6 del C.C. «para acreditar la existencia de efectos de alguno de dichos matri-
monios, habida cuenta la diversidad de regímenes matrimoniales, e incluso falta de efi-
cacia en sí, por motivos religiosos, de matrimonios celebrados bajo forma de otras con-
fesiones religiosas de lo que constituye ejemplo el denominado Privilegio Paulino de la
Religión Católica y en la misma religión musulmana su Ley Fundamental». Agrega la
sentencia que el divorcio en la ley musulmana instado por varón no guarda analogías
en sus exigencias con la legislación española; al no concederse recurso alguno ante el
«talaq» y permitirse el divorcio sin intervención de autoridad alguna. En definitiva, la
ausencia de prueba del derecho extranjero en materia matrimonial y la liberalidad de
su admisión del divorcio, se invocan como argumentos para desmontar la acusación de
bigamia de la esposa por parte de su último marido, y considerarla injuriosa y vejato-
ria, y, por ende, constitutiva de causa de separación.
(18) González Campos, J. D., y Abarca Junco, P.: ob. cit., pág. 928; Carrillo Salcedo, J. A.: ob. cit., pág. 30;
Espinar Vicente, J. M.a: ob. cit., pág. 763.
(19) Marín López, A.: Derecho Civil Internacional, Granada, 1985, pág. 153.
bre este punto y concurren las circunstancias que nuestro Código Civil exige», se centra
en la segunda de las peticiones, considerando que «resulta más prudente y razonable
proceder de acuerdo con lo que disponen los artículos 95 y 91 del Código civil, es decir,
a la disolución y liquidación del régimen matrimonial de bienes, pues, al fin, esta es la
consecuencia de cualquier sentencia firme de divorcio y puede realizarse en el período
de ejecución de sentencia, haciéndose entonces las declaraciones que correspondan so-
bre el piso, los muebles del hogar y cualesquiera otras propiedades del matrimonio, pre-
vio el exacto conocimiento y valoración de los datos necesarios para ello...». La senten-
cia objeto de referencia parece defender la aplicación de la ley española en cuanto a la
disolución y liquidación del régimen matrimonial de bienes, como consecuencia del di-
vorcio, sin justificar su competencia, ni siquiera plantearse el problema de la ley apli-
cable. Queda en el aire la duda sobre el título de aplicación de la ley española, es decir,
si se aplicaría como ley rectora del divorcio o como ley reguladora de las relaciones pa-
trimoniales entre los cónyuges. ¿Se aplicará la ley española como ley nacional común,
en el supuesto de adquisición por la esposa, alemana de origen, de la nacionalidad es-
pañola del marido?, ¿procederá su aplicación como ley nacional del marido, competen-
te en materia de régimen económico matrimonial, según el art. 9.3 del C.C.?, o, ¿será
aplicable como ley del foro, en cuanto competente en materia de divorcio, en ausencia
de conexiones personales comunes, al no existir residencia habitual común, por haber
la esposa trasladado su residencia a Alemania, manteniendo el marido la suya en Espa-
ña?
Por lo que al fraude respecta, la Sent. Aud. Prov. de Palma de Mallorca de 22 de octu-
bre de 1977, examinando la posible incidencia ejercida sobre unas medidas provisiona-
les de separación matrimonial por el hecho de haber interpuesto la esposa una deman-
da de divorcio vincular ante los tribunales de la República Dominicana, considera que
aunque la mujer hubiera conservado la nacionalidad dominicana después de su matri-
monio, la competencia, en cuanto a la determinación de sus derechos y deberes de fa-
milia, correspondería a los tribunales y a las leyes española, «por lo que al dirigirse a
un tribunal extranjero en petición de divorcio vincular no sólo ha incurrido en un frau-
de de ley, que pretende sustraer a su familia de sus jueces y sus leyes naturales...», aña-
diendo que «tal apelación a otros tribunales y a otras leyes, es decir, tal fraude de ley,
no sólo va contra sus propios actos al someterse primero a los tribunales españoles ecle-
siásticos y civiles, sino que, además, denota claramente su voluntad de burlar las dis-
posiciones de nuestros tribunales...». Refiriéndose a esta sentencia, Cifuentes de Cas-
tro (20) observa que su utilización del concepto de fraude a la ley «lleva implícita una
extensión de la definición contenida en el artículo 6.4.° del C.c. ya que se emplea para
rechazar la competencia jurisdiccional del foro de la eventual nacionalidad dominica-
na de la demandada afirmando la de los tribunales civiles españoles, en relación a las
medidas provisionales, y protegiendo la exclusiva competencia de los eclesiásticos en
relación a la sentencia definitiva sobre matrimonio canónico».
2. El orden público
El concepto de orden público no es estable, sino dinámico, no tiene carácter abso-
luto, sino relativo. Esa relatividad es de un doble signo: espacial y temporal, geográfica
e histórica. Lo que por orden público se entiende difiere de un país a otro, y en el inte-
rior de un mismo país de uno a otro momento. El factor «tiempo», que afecta a los ele-
mentos de una relación jurídica cuya localización es susceptible de cambio, incide tam-
bién sobre las reglas de Derecho objetivo (tanto las normas de colisión como las mate-
riales), pudiendo modificar los valores o principios fundamentales que inspiran y pre-
siden un ordenamiento jurídico en una época dada. Esos valores, las distintas concep-
ciones morales y sociales de los pueblos, la diferente manera de entender y sentir las
instituciones cada comunidad, evoluciona a medida que cambian las circunstancias so-
ciales y políticas de un país.
La nota de relatividad espacial y temporal del orden público, aunque contradicto-
riamente conjugada con la subjetiva estimación de su intangibilidad, fue ya puesta de
manifiesto por la Sení. T.S. de 5 de abril de 1966, al señalar que es «necesario proveer a
la defensa de esos principios que se consideran intangibles, y que constituyen lo que se
llama orden público nacional, que está integrado por aquellos principios jurídicos, pú-
blicos y privados, políticos, económicos, morales e incluso religiosos, que son absoluta-
mente obligatorios para la conservación del orden social en un pueblo y en una época
determinada». Más recientemente, la Res. D.G.R.N. de 6 de abril de 1979 señala que «la
excepción de orden público es por su propia naturaleza, de carácter variable, elástico
y flexible» y que «es indudable su carácter relativo ligado a la concepción social y po-
lítica de cada momento histórico», añadiendo que «es innecesario resaltar el profundo
cambio político-social, y también jurídico, que refleja y precisa la promulgación de la
Constitución española, concretamente en el régimen del matrimonio, la indisolubilidad
de éste —que ya tenía inflexiones y matizaciones en el propio Derecho interno, a pesar
de la declaración del art. 52 del Código— ya no tiene rango constitucional y, basta, a
estos efectos, comparar el antiguo art. 22 del Fuero de los Españoles con el citado art.
32.2 de la nueva Constitución...». A su vez, el Auto T.S. de 19 de enero de 1981, en ma-
teria de divorcio, se ha referido al «contenido dinámico y cambiante del orden público».
Junto a una relatividad objetiva del orden público, dependiente de las circunstan-
cias de lugar y tiempo, puede haber una relatividad subjetiva, determinada por la dis-
tinta apreciación del orden público por parte de uno u otro órgano, dentro de un mis-
ino país y en una misma época.
Por lo que a la nota de actualidad del orden público respecta, la citada Res. D.G.R.N.
de 6 de abril de 1979 acuerda resolver la consulta planteada en el sentido de que «ac-
tualmente» la excepción de orden público no impide el matrimonio civil entre una es-
pañola, viuda, y un francés, divorciado, independientemente del carácter canónico o ci-
vil del matrimonio anterior de éste, si está disuelto, según su ley personal, por senten-
cia firme de divorcio vincular. En la misma dirección, un Auto T.S. de 24 de febrero de
1984, otorgando el cumplimiento de una sentencia venezolana, considera que «el pro-
nunciamiento de divorcio vincular no contradice actualmente (aunque si los contradi-
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jera en la fecha en que fue proferido) los principios del Ordenamiento jurídico español».
Cuestión importante es la que consiste en determinar el grado de evolución que en
el orden público se ha producido y si, una vez abolido el principio de indisolubilidad
del vínculo matrimonial, el principio contrario de la disolubilidad ha llegado a consa-
grarse como criterio inspirador en la materia. Considera al respecto la Sent. del Juzgado
de Primera Instancia de Mieres de 28 de diciembre de 1981 que «si bien es cierto que en
materia de matrimonio, a lo largo de nuestra Historia del Derecho fue principio de or-
den público la indisolubilidad del mismo, salvo en el período en que estuvo vigente la
Ley de Divorcio de 1932, en la actualidad, el principio de orden público en esa concreta
cuestión, es precisamente el de la disolubilidad del matrimonio según se recoge en el
artículo 32 de la Constitución española, colocado bajo la rúbrica del Capítulo II de di-
cho Texto constitucional, referente a los «Derechos y Libertades» de los ciudadanos...».
Sin embargo, la Sent. Aud. Territ. de Oviedo (Sala de lo Civil) de 20 de octubre de 1982
desestimó la demanda de divorcio, considerando que «no cabe acudir tampoco a prin-
' cipios de orden público, de una parte porque si bien, conforme al artículo 32.2." de la
Constitución no puede decirse que el divorcio es anticonstitucional, tampoco puede afir-
marse que el principio de disolubilidad matrimonial haya ocupado su lugar, pues sim-
plemente lo que ha ocurrido con la Ley de Divorcio es que ésta, como simple ley de ca-
rácter meramente permisivo ha facultado para pedir la disolución del matrimonio cuan-
do lo insta alguno de los cónyuges por causas previstas como de divorcio, lo cual no su-
pone que sea contrario al orden público el que los cónyuges que lo deseen lo mantegan
indivisible; y por otra parte, tampoco es posible sustituir, aunque sea eventualmente,
la ley extranjera aplicable por la ley española cuando aquella no admita la disolución
del matrimonio por divorcio, pues precisamente el Congreso de Diputados, primero, y
el Senado más tarde, rechazaron una enmienda del grupo parlamentario comunista que
proponía esa solución, sin olvidar que el artículo 107, de alcance general, se expresa im-
perativamente «se regirán» por la ley nacional común de los cónyuges en el momento
de la presentación de la demanda». A propósito de dicha sentencia, Fernández Fernán-
dez (21), partiendo de la consideración del principio de igualdad como elemento inte-
grante del orden público, estima que el hecho de que dos personas en situación de do-
ble nacionalidad ostenten en un momento dado como dominante la nacionalidad chi-
lena, no impide que sigan conservando la condición de españoles, quedando, por tanto,
al amparo del art. 14 de la Constitución, por lo que no se les podrá denegar un derecho
que está reconocido a los demás españoles, máxime cuando en la práctica se hallan ple-
namente integrados en su país de origen.
recaído sobre un matrimonio canónico, afirma que «la contrayente debe presentar la
prueba del divorcio vincular del anterior matrimonio». Más recientemente, la Res.
D.G.R.N. de 23 de diciembre de 1981, con relación al matrimonio de una española divor-
ciada en el extranjero del matrimonio que había contraído en Tánger, considera que la
prueba de la disolución del vínculo anterior ha de consistir precisamente hoy, «no ya
por motivos superados de orden público, sino porque así lo exige el art. 107, párr. 2.°,
del C.C.» en el «exequátur» obtenido conforme a lo dispuesto en la L.E.C. Sin embargo,
la Sent. Aud. Territ. de Palma de Mallorca de 9 de diciembre de 1985, a propósito de una
demanda de separación introducida por una española contra su marido, también espa-
ñol, casados en 1980 en Canadá, donde él había obtenido en 1973 el divorcio del ma-
trimonio canónico que anteriormente había contraído en España con una española, con-
sidera de orden público la cuestión de la eficacia en España del segundo matrimonio,
por la cincunstancia de «no admitir la legislación española en aquella época —1980—
el divorcio vincular, problema, pues, de capacidad legal», concluyendo que el marido
carecía de capacidad para contraer matrimonio, según la legislación patria, no pudién-
dose reconocer eficacia al matrimonio cuya separación se insta.
(23) Sent. T.S. de 27 de enero de 1933, á propósito de una demanda de divorcio presentada por una española
de origen contra su marido italiano; Sent. T.S. de 10 de julio de 1934, con relación a una demanda de divorcio
de una mujer, originariamente española, pero italiana por razón de matrimonio, contra su marido, italiano; Sent.
T-S. de 21 de febrero de 1935, en cuanto a una demanda de divorcio formulada por una mujer contra su marido,
subditos ingleses con domicilio en España; Sent. T.S. de 4 de diciembre de 1935, respecto a una demanda de di-
vorcio presentada por un subdito inglés, contra su mujer, española de origen; Sent. T.S. de 9 de enero de 1936,
sobre una demanda de divorcio de una española de origen contra su marido, alemán; Sent. T.S. de 21 de febrero
de 1936, acerca de una demanda de divorcio de un matrimonio portugués; y Sent. T.S. de 27 de julio de 1937, a
propósito de una demanda de divorcio formulada por una mujer, al parecer española, contra su marido, húngaro.
foro ha sido aplicada como ley nacional de la mujer española por la Sent. T.S. de 19 de
diciembre de 1935, con relación a una demanda de divorcio presentada por una españo-
la de origen contra su marido, húngaro, y, más recientemente, por la Sent. T.S. de 13\,de
febrero de 1974, respecto de una demanda de separación conyugal planteada por una es-
pañola contra su marido, subdito alemán. En este último caso era de subrayar la pro-
funda divergencia existente entre los ordenamientos jurídicos en presencia, pues el De-
recho español, contrario al divorcio, admitía la separación de cuerpos, en tanto que el
Derecho alemán, que ignoraba esta institución, sólo conocía el divorcio. En otras oca-
siones la aplicación de la ley del foro ha respondido al deseo de protección de la mujer
casada extranjera frente a su esposo, también extranjero, cuando tenían su residencia
en España. En el ánimo del Tribunal Supremo pudo pesar la consideración sobre la si-
tuación de inferioridad en que la mujer se encontraba en el matrimonio y la estimación
de ésta como persona necesitada de amparo y defensa. En este sentido cabe citar la
Sent. T.S. de 21 de febrero de 1935, en relación con una acción de divorcio ejercitada por
la esposa, al amparo de la legislación española, contra su marido, ambos ingleses, que
habían celebrado matrimonio consular en Santa Cruz de Tenerife, lugar de su domici-
lio real y legal. En definitiva, el criterio de la protección de la mujer casada ha operado
como determinante de la atribución de competencia a los tribunales y a las leyes del
foro, en materias relacionadas con el divorcio y la separación de cuerpos, atendiendo a
la nacionalidad de la esposa, cuando era española, y a su domicilio en nuestro país, cuan-
do era extranjera. De este modo, la competencia judicial y legislativa española venía
determinada, no por la conexión marital, tradicionalmente preponderante, sino por la
de la mujer, concretada en su doble manifestación de nacionalidad y domicilio.
3. Aplicación de la ley del foro por razón de ambientación social del supuesto en
territorio español
La Sent. T.S. de 27 de julio de 1937, en torno a una demanda de divorcio de una es-
pañola contra su marido, húngaro, utilizó, al servicio de la aplicación de la ley del foro,
el criterio de la ambientación o del medio social en combinación con el orden público,
considerando que «no habría razón de fuerza que aconsejase la aplicación de las Leyes
de Hungría sólo en contemplación a la nacionalidad del marido, siendo la mujer espa-
ñola, españoles los Tribunales que conocen del pleito y España el lugar de la celebra-
ción del matrimonio y el domicilio constante de los cónyuges».
Boletín núm. 1566—Pág. 65