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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos
Al Staff Excomulgado: Nelly Vanessa por la
Traducción; Mdf30y por la Corrección de la
Traducción; Puchunga, AnaE, Laavic por la
Corrección; Zaphira por la Diagramación; Y
Nuevamente Laavic por la Lectura Final de este Libro

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


para El Club De Las Excomulgadas…

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que nos


acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras Lectoras
que nos acompañaron y nos acompañan siempre. A
Todas….

Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Argumento
La abogada Sara Constantine está encantada con su promoción… hasta que
descubre que ahora tiene que procesar a vampiros y hombres lobo.

¿El primer acusado que tratará de meter en prisión? Lucius Dragos, el sexy extraño
con quien compartió recientemente una explosiva noche de éxtasis.

Cuando Lucius besa a una hermosa mujer sentada a su lado en el bar, sólo lo hace
para evitar la mirada perspicaz del hombre que está planeando matar. Pero lo que
comienza como un simple beso enciende una pasión que lo consume todo.

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Acusado de asesinato, Luke sabe que Sara está decidida a verlo encerrado, a
menos que pueda convencerla de que no es un asesino.

Y eso podría significar hacer el último sacrificio.

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El Club de las Excomulgadas

Prólogo
El cuerpo del juez quedó tendido en el suelo, con los ojos todavía abiertos con sorpresa y terror.
Había sabido lo que iba a sucederle en sus últimos segundos. Sabía que su traición finalmente
se había vengado, con sus crímenes profundamente castigados.

Sin pensarlo, Lucius se pasó la lengua por los labios, saboreando el amargo sabor del miedo
de Braddock. El miedo, pero no el remordimiento. De todos los monstruos que se movían en la
noche, Marcus Braddock había sido uno de los más viles.

Ya estaba muerto. La justicia había sido dictada. El destino sellado.

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Se había terminado.

Lucius dio un último vistazo al oficial de Los Ángeles, de pie rígido en su uniforme mientras
hablaba rápidamente en la radio de su hombro y mientras las luces de su patrulla brillaban en
la noche rociándola de rojo y azul. Cerca de allí, una mujer sollozaba, la tonta corredora que
había descubierto el cuerpo y llamado al 911, poniendo las ruedas de los oficiales en
movimiento. Más oficiales acudirían pronto. Y luego los demás vendrían. Los que entenderían
lo que había sucedido realmente aquí esta noche. Los que buscarían al asesino de Braddock.

Tenía que desaparecer antes de que llegaran.

Y con ese pensamiento, Lucius Dragos se fundió de nuevo en la noche a donde pertenecía.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 1
—Lluvia —dijo Tucker. — ¿Quieres decirme por qué siempre que recibimos
llamadas es en la maldita lluvia?

—Limpieza de la vida —contestó Ryan Doyle, mirando a su compañero con


diversión mientras estacionaba su Pontiac Catalina del 63, junto al de la policía de
Los Ángeles en negro y blanco. Las luces parpadeantes daban unas sombras
misteriosas en el denso arbolado del estacionamiento, iluminando una ambulancia
y dos vehículos pedazos-de-mierda sin distintivos que tenían “homicidios” escrito
sobre ellos.

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—Y eso —dijo Tucker, señalando al coche patrulla más cercano mientras
continuaba su diatriba de mala suerte. —Tenemos policías saliendo de agujeros.
Ahora tenemos que tratar con todo el maldito sistema.

Doyle movió la palanca de cambios para aparcar. —Asumiré que no tuviste sexo
anoche, y el celibato temporal ha deteriorado tu estado de ánimo. Porque si esta
será tu actitud para toda la investigación, te pondré un nuevo compañero. —junto a
él, Tucker extendió los brazos, después dio la sonrisa brillante que lo había hecho
una celebridad entre todas las mujeres de la División 6. —Soy un hombre de bien.
No te cabrees por nada.

Doyle agarró su paraguas del suelo y abrió la puerta del Pontiac. —Hagamos esto.

Tucker dio un paso a su lado, y se dirigió hacia un oficial en impermeable


empapado por la lluvia que estaba colocando fuera de la zona la cinta de escena del
crimen. El oficial se puso rígido cuando se acercaron, abriendo sus ojos como un
ciervo encandilado por los faros de un auto. Novato, pensó Doyle, mientras el
oficial levantaba una mano. Como si eso pudiera mantenerlos fuera.

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El Club de las Excomulgadas
—Es posible que desees hacerte a un lado, junior —dijo Doyle, mostrando su placa
por cortesía, pero no molestándose en detenerse para levantar la cinta y comenzar a
deslizarse por debajo.

—Lo siento —dijo el oficial. —Nadie pasa.

—Tenemos autoridad aquí —dijo Tucker, mirando fijamente al hombre. —Así que
vamos, novato. Quítate de encima y déjanos pasar.

El rostro del oficial pasó por la mezcla habitual de confusión antes de aliviarse.
Sonrió, todo cooperación cortés. —Por supuesto, señor. El Detective Sánchez está
justo allí. —señaló a una mujer con trasero en forma de corazón. —Ella está a
cargo.

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—Ya no es así —dijo Tucker.

Doyle siguió a su compañero dentro de la cinta de la escena del crimen, sin poder
reprimir su sonrisa.

—Uno de estos días, tienes que enseñarme cómo hacer eso.

—Es un regalo —dijo Tucker. —Es muy útil con las mujeres, también.

—Apuesto a que sí. Dudo que puedas conseguir damas de otra manera.

—Me lastimas, hombre —dijo Tucker, presionando sus manos sobre su corazón. —
Realmente me siento herido.

Doyle negó con la cabeza por las payasadas de su compañero, pero no se molestó
en responder. Sánchez ya los había visto y estaba de camino otra vez, con su cara
fresca de Noxzema1 enrojecida.

—Espera, espera —dijo ella. — ¿Quiere decirme quiénes son ustedes chicos y qué
están haciendo en mi escena del crimen?

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Crema Limpiadora Facial.

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—De eso se trata —dijo Doyle, sacando su placa del bolsillo de su impermeable. —
No estoy tan seguro de que todavía sea su escena del crimen. Soy el Agente de
Ryan Doyle. — asintió hacia Tucker. —Este es mi compañero, el agente Severin
Tucker.

Ella miró la placa y el ID, y luego lo miró a los ojos, con la suya propia llena de
confusión.
— ¿Seguridad de la Patria?

Doyle asintió. Técnicamente, era cierto. Con la aprobación de la Ley Patriota, su


patrón…el brazo estadounidense de la Coalición de Aplicación Sobrenatural 2,
había sido formalmente establecida como una división de Seguridad Nacional. Una
división secreta, no obstante. Y teniendo en cuenta el tipo de terror que el PEC

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perseguía, había una cierta belleza circular en la historia de la antigua organización
con la nueva cubierta. Ella lo miró. — ¿Están bromeando?

—No, señora —dijo Tucker. —Nosotros los de Seguridad Nacional no tenemos el


sentido del humor del que seamos conscientes.

Ella inclinó la cabeza y dio a Tucker una mirada mordaz, porque a pesar de sus
formas suaves, claramente era un trasero-duro. — ¿Desde cuándo los asesinos
imitaban a una criatura de una mala película y cruzaban la línea para cometer un
delito federal?

—Lo siento, detective —dijo Doyle. —Eso es confidencial.

—Basta con decir que ha habido una charla —añadió Tucker. Se miraron los unos
a los otros, obviamente, sin comprar su mierda. Doyle vio la cara de Tucker,
viendo que tenía esa mirada, y se puso delante de su compañero. El truco de
Tucker era muy útil, pero no le podía tirar su cosa rara a todo el equipo . Y
mientras que Sánchez podría ser el único haciendo ruido, había al menos siete
agentes colgados atrás, girando el cuerpo con la intención de reclamar sus derechos.

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En el original: “Preternatural Enforcement Coalition”, a partir de ahora, abreviado como PEC.

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El Club de las Excomulgadas
—Tenemos jurisdicción aquí, Sánchez. Si necesita confirmación, llame a este
número y pregunta por Nikko Leviathin —Doyle le entregó una tarjeta. —De lo
contrario, continuaremos viendo nuestra escena del crimen.

La chica se detuvo, componiendo su cara. Apretó los puños, luchando contra su


temperamento que se alzaba como lava fundida, lista para explotar en cualquier
momento. Él aspiró en el aire, ahogando el deseo de atacar y mostrarle a ella
exactamente quién estaba a cargo allí.

— ¿Quieren jugar a ver quien tiene el pene más grande? —dijo ella, sin darse cuenta
del peligro en aumento. —Sólo continúen. Pero esta es mi escena del crimen hasta
que mi teniente o el fiscal me digan lo contrario.

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—Eso funcionará, también —dijo Tucker, con su mano firme en el hombro de
Doyle, con la presión suficiente para mantener a Doyle calmado, para traerlo de
vuelta del peligro rojo creciente. —Mientras tanto… —él mismo se calló, luego le
disparó a Doyle una mirada de advertencia antes de girarse y dirigirse hacia el
cuerpo.

Doyle respiró, luego otra vez, obligando a los últimos vestigios de oscuridad a irse
antes de seguir la estela de Tucker. Sánchez parecía a punto de escupir sus uñas,
pero se quedó atrás, con su teléfono móvil ahora pegado a su oreja.

—Así que ¿Qué tenemos? —preguntó, mirando hacia abajo a la forma pálida
fantasmal del juez retirado Marcus Braddock. Por todo, el hombre había sido un
cambia-formas hijo de puta, pero eso no significaba que Doyle deseara que lo
asesinaran. Y esta forma en particular de muerte era el peor tipo de asesinato. El
drenaje de un humano o un para-humano era un homicidio de clase Cinco en
violación del Quinto Pacto Internacional, y se sancionaba con ejecución pública.
Mala mierda de todas maneras.

Tucker ya estaba en cuclillas cerca del cuerpo, con su mano en el cuello de


Braddock.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Le importa? —dijo un hombrecillo con cara de rata, empujando con firmeza la
mano de Tucker.

—Cuidado —dijo Tucker ligeramente. —Hazlo otra vez, y perderás una pocas
neuronas. —la rata titubeó, confundida.

Entonces Sánchez se levantó con su expresión puramente de negocios —Deja que


lo vea—dijo ella. —Heredaron este lío. Supongo que eso significa que tienen acceso
a lo que quieran. —se enfrentó a Doyle de frente. —Incluyendo mis recursos, según
me han dicho. Por lo menos hasta que su propio equipo llegue.

—Y agradecemos la colaboración.

La sonrisa de Sánchez fue como de hielo. —Estoy seguro de que lo hará. —ella

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asintió hacia el oficial uniformado. —Estás relevado —dijo ella, luego sonrió a
Doyle. —Recursos limitados. —ella señaló a la rata con un movimiento de barbilla.
—Ve por delante. Muéstrale a los federales lo que quieren ver.

El chico-rata sacó su mano de un guante de látex, y luego movió el cuello hacia


abajo, mostrando la carne y los músculos brutalmente desgarrados.

Malditos Vampiros. A pesar del Pacto y de las estrictas leyes contra la alimentación
de contacto, parecía que cada vez que Doyle se volvía uno de los jodidos
pervertidos aspiraban a alguien hasta dejarlo seco.

Apretó los puños a los costados, odiando su debilidad. Disgustado por su falta de
moderación. Y, sí, había visto todas las malditas estadísticas que mostraban que la
gran mayoría de los vampiros podían controlar su demonio interno. Que no se
alimentaban de humanos. Que no mataban. Que obedecían la ley.

Que no eran la caminante, parlante encarnación del mal puro, que eran la maldita
maldad que Doyle sabía que eran.

Malditas fueran las estadísticas. En cuanto a Doyle se refería, el único vampiro


bueno era el que estaba muerto.

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Marcus Braddock podía haber sido un desgraciado, dentro y fuera de la ley, pero
Doyle se aseguraría de que el vampiro granuja que había chupado la vida de él
cayera… ya fuera con una estaca en el corazón o con un hacha en la cabeza.

—Hubiera dicho asesino en serie hasta que sus muchachos se presentaron —dijo
Sánchez, con sus comentarios haciendo que Doyle retrocediera de nuevo por un
momento.

—No, señora —dijo él. —Esto es mucho peor —la rata y Sánchez intercambiaron
una mirada, y cuando ella asintió, el chico-rata se aclaró la garganta. —
Encontramos esto debajo del cuerpo —dijo, sosteniendo una bolsa de pruebas.
Doyle la tomó, con sus ojos no necesitando la iluminación de la linterna que
Sánchez levantó cortésmente. Un anillo de plata, cubierto de barro. Incluso medio

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oculto por la tierra, la artesanía intrincada se destacaba. Un dragón delicadamente
tallado con un ojo de rubí, con el cuerpo formando un círculo mientras la bestia
consumía su propia cola. Tucker se inclinó para verlo mejor. —No es…

—La cresta de Dragos —dijo Doyle, con su sonrisa fría y dura. Lucius Dragos, el
último Dragos que quedaba. Finalmente, después de tantos años, tenía las bolas de
su viejo amigo atornilladas a un banco.

—Santa mierda —dijo Tucker. —Hablando de una dorada noche de estrellas.


¿Todo este tiempo sin una sola pieza de evidencia sólida, y ahora Dragos viene y
comete un error como este? Es jodidamente bueno para ser verdad.

—Eso es lo que me preocupa. —Doyle se puso en cuclillas junto al cuerpo, y luego


inclinó su cabeza para mirar a su compañero. —Tengo que ver si hay más. —
Tucker negó y luego miró significativamente a Sánchez y al chico-rata. — ¿De
verdad quieres lidiar con el papeleo?

Doyle pensó en la pila de amonestaciones y advertencias que ya salpicaban su


expediente. Un poco más, y estaría profundamente en algo de mierda seria —sólo
me afectaría si la División se entera.

— ¿Hay algún problema? —Sánchez preguntó.

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—Todavía no —dijo Doyle. Para Tucker añadió —Sabes lo que tienes que hacer.

—Oh, infiernos —dijo Tucker, después bajó sus hombros con derrota. —Bien.
Adelante. Qué es una pequeña amonestación oficial entre amigos, ¿verdad? —
mientras Tucker miraba los ojos del detective Sánchez, Doyle presionó su mano
sobre la frente de Braddock. Las plumas del chico-rata se erizaron de forma casi
inmediata. — ¿Estás loco? Ni siquiera traes guantes ¿Cómo puede…?

—No puedo explicarlo —dijo Tucker en cuclillas junto al hombre mientras la


detective Sánchez se alejaba, recordando de pronto que había otro lugar para estar.
Mientras Doyle se concentraba en la búsqueda de los últimos pensamientos de
Braddock, Tucker le dio un poco de palabrería al chico-rata sobre gigantes y envió
al pequeño gusano lejos también.

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—No puedo profundizar —dijo Tucker. —Demasiado arriesgado. Así que mejor
encuéntralo rápido. —Doyle asintió, pero no habló. Se estaba acercando.

Oscuridad. Sorpresa. Placer incluso. Por lo menos hasta que se diera la vuelta. Cambió.
Después vendría el temor.

Una mezcolanza. Horror. Placer. Dolor.

Ninguno viniendo junto, nada de eso uniéndose en una imagen. Sólo confusión. Un revoltijo
de emociones y reacciones confusas. Nada a lo que aferrarse. Nada a lo que agarrase.

—Vamos, vamos —dijo Tucker, mientras Doyle cerraba otra mano sobre el
corazón del cuerpo, tratando de alcanzar la decolorada aura.

Nebuloso. Ido.

Remordimiento.

Y la muerte, tan fría y familiar.

Y, por último, una cara.

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La última imagen de la muerte. El último pensamiento consciente.

Doyle miró. Y en su mente vio a Lucius Dragos, mostrando los colmillos, mientras se
inclinaba para chupar los últimos vestigios de la vida del juez Marcus Braddock. A Doyle le
castañetearon los dientes y su cuerpo se estremeció mientras salía de la mente de
Braddock. Pero tenía a Dragos ahora, lo tenía muerto.

Exhausto, inclinó la cabeza hacia arriba para hacerle frente a Tucker. —Por fin lo
tengo, compañero. Y vamos a clavar su trasero a la pared.

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Capítulo 2
Estaban en camino.

Incluso a través de los gruesos muros de piedra de su casa en Beverly Hills podía
olerlos, su determinación era tan fuerte que casi ocultaba el olor de su temor. Casi.

Lo conocían, esos cazadores. Estos hombres que le habían puesto grilletes e


interrogado e hicieron lo posible para hacer justicia con él.

Lo conocían y le temían.

Como deberían.

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Dentro de los confines oscuros de su oficina interior, inclinó la cabeza, con sus
fosas nasales dilatadas al respirar más profundamente. Eran dos. Uno de ellos, un
humano dotado. Un hombre cuyo olor Lucius no conocía. El otro, un para-
demonio al que había llamado una vez amigo. Una bestia que ocultaba su furia
nativa dentro de un nudo de vida limpia y que jugaba con el sistema. Ryan Doyle.

Con un movimiento eficiente, Luke encendió el banco de los monitores, cada una
de las quince pantallas visualizando escenas de las cámaras dispersas alrededor de
su casa. Encontró a Doyle inmediato, cerca de la puerta principal, hablando con el
humano, con sus caras apretadas con intención. Detrás de ellos, en las sombras,
acechaban los oficiales de la RAC… Reconocimiento y Captura. De acuerdo con el
procedimiento, sus rostros estaban ocultos detrás de máscaras diseñadas para
soportar tanto armas humanas como trucos oscuros, el material de camuflaje de sus
uniformes abrazaba su cuerpo, con la misma finalidad.

Para un civil de la calle, el equipo le parecería un equipo SWAT de élite. Pero eran
mucho más. Y mucho más peligrosos. Y Doyle iba a la cabeza de todo, moviendo
los brazos con resolución mientras daba órdenes, salpicando en todas las íes y
cruzando en todas las t.

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Se volvió entonces, con el rostro inclinado hacia la cámara, casi como si quisiera
que Lucius viera su resolución. Pero Luke vio más que eso, vio la cautela Doyle,
también. Luke sonrió. Si una bestia como Doyle sentía siquiera un indicio de
malestar a su alrededor, entonces Luke debía estar haciendo algo bien.

Por supuesto, el chisme de la calle era que Doyle había refrenado su famoso
carácter, esta vez quizás para siempre. Que se había reformado, y ahora tenía sus
bolas en su lugar y llevaba a los chicos malos a la justicia.

Luke se encogió con la palabra. Justicia. Como si los hijos de puta de fuera de su
casa supieran lo que significaba esa palabra.
Su teléfono móvil sonó, y él lo agarró de la consola con un gruñido, irritado, casi
esperando que fuera Doyle, pidiéndole que saliera en silencio. No era malditamente

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probable. Miró el identificador de llamadas, vio el familiar número.
Inmediatamente, su agravamiento se desvaneció, y abrió la cubierta del teléfono.

— ¿Estás bien?

—Dicen que las luces de neón son brillantes en Broadway —Tasha cantó. —Pero
no hay magia, Lucius. Quisiera que existiera la magia.

Él respiró, se obligó a usar una voz tranquila. Su protegida siempre había


conectado ideas de manera diferente. Incluso antes de haber sido traída, su mente
no trabajaba como la de las otras chicas. Ahora, con casi tres siglos, todavía veía el
mundo en los más simples patrones.

— ¿Llegaste a salvo?

— ¿Dónde estabas? —dijo, no respondiendo a la pregunta. —Durante la noche. ¿A


dónde fuiste?

Echó un vistazo a la pantalla, el equipo RAC sostenía armas y determinaba los


últimos detalles. —Tú lo sabes perfectamente bien —dijo.

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Su encantada risita se levantó. —No anoche. Eso fue para mí, para mí, porque me
amas. Anteanoche. ¿A dónde fuiste? Te quería en casa, pero no estabas allí.

Su cuerpo se apretó con el recuerdo de la noche, de la mujer.

— ¿Con quién estabas, Lucius?

Una campana de alerta sonó en su cabeza. — ¿Estabas espiándome? —obligó a su


voz a permanecer plana, sin bordes duros.

—A veces vigilo y no espío. A veces no miro y veo más de lo que deseo.

—Esa no es una respuesta, Tasha.

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—Me prometiste que nunca tendría que dejarte. Me prometiste que cuidarías de mí.

—Hice la promesa —dijo. —Pero para cuidar de ti, debo tenerte lejos y segura.
Ahora estás a salvo, ¿no? ¿Segura con Sergius?

—Estoy aquí —dijo. —Pero ¿por qué no vienes también?

—Tuve que quedarme —dijo lentamente. —Hemos hablado de esto, ¿recuerdas?


Hay cosas que tengo que cuidar en Los Ángeles.
—Pero ¿Y sin van por ti?

Él miró los monitores, apretando sus puños a los costados. —No lo harán.

—Entonces, ¿por qué me tengo que ir?

Casi se echó a reír. A veces realmente no le daba suficiente crédito a Tasha. —Por
si acaso —dijo. —No te preocupes. Todo estará bien. ¿Está Serge allí? —un susurro
se escuchó mientras le entregaba el teléfono otra vez, luego la voz áspera de Serge
llegó a la línea. — ¿En qué clase de mierda que te metiste esta vez?

—Nada de lo que no puede salir —dijo, con otra rápida mirada a los monitores. —
Aunque para asegurarme de que eso ocurra, probablemente debería colgar ahora.

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—Ya me dirás —dijo Serge.

—Así lo haré —Luke acordó antes de colgar. Algún día, cuando la verdad no fuera
tan peligrosa, podría compartir todo con su amigo. Mientras tanto, tenía que hacer
que esto se viera bien.

Y sí, luciría bello.

Todo estaba en su lugar. La corrupción inherente del sistema trabajando para él, en
lugar de en su contra. Planes dentro de planes dentro de planes.

Se centró de nuevo en los monitores, ya que como Luke había previsto la


participación de Doyle, él para-demonio era un as bajo la manga. Un peón de la
PEC con un poder duro para Luke, y suficiente poder con el que poder gestionar

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que el castillo de naipes de Luke cuidadosamente construido se derrumbara.

—Que se joda —gruñó Luke. El plan funcionaría. Tenía que hacerlo. Porque si esto
no iba exactamente de la forma en que lo había pensado, pronto sentiría el aguijón
de la participación del verdugo golpeando en su casa.

Su tiempo en esta tierra aún no había terminado. Tenía que quedarse, tenía que
asegurarse de que Tasha nunca estuviera sin protección.

Más que eso, sin embargo, no tenía deseos de morir. Incluso después de todos sus
siglos, no había aún vivido demasiado. El patrón de las estrellas que jugaban en el
cielo nocturno. El pulso constante de las olas frente a su condominio en Malibú. El
dulce néctar de los labios de una mujer debajo de los suyos.
Oh, sí, echaría de menos a las mujeres.

En las últimas dos décadas, no había dado un sorbo de la copa casi con la suficiente
frecuencia, por lo que suponía que le debía una película muda de agradecimiento a
la belleza de pelo negro en cuyos brazos se había perdido antes de sólo una noche.
Como se decía, por lo menos saldría con una explosión.

El Señor lo sabía, ella estaba calificada.

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Sara. Su sólo nombre disparaba la lujuria en sus venas, y deleitaba su memoria.
Cuando él la había recogido de la barra la noche del miércoles, no había previsto
dormir con ella. Había estado sentado en un taburete, con la mirada en Braddock,
con su demonio dando gritos de libertad. Pero entonces, Braddock había mirado
directamente hacia él, y Luke había hecho lo primero que había pensado para
protegerse de ser reconocido… había tomado a la mujer sentada a su lado más
cercano y apretado sus labios a los de ella, sin esperar el calor exasperante que
había irrumpido a través de él cuando ella abrió la boca, luego se relajó y abrió la
boca más grande. Ella había estado suave y flexible en sus brazos, pero no
completamente, como si controlara el momento tanto como él. Y entonces ella
había profundizado su beso, y el demonio dentro había ronroneado y dado marcha
atrás, abandonando la anticipación de una muerte por el puro placer de la mujer.

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Su cabeza había girado por el deseo de rodar sobre ella, queriendo penetrarla,
explorar sus profundidades, pero dudando porque sabía que sus reacciones eran
impulsadas en parte por el alcohol. Su pene no había sufrido ningún dilema moral
como ese, con su longitud dura exigiendo una única satisfacción.

No había tenido ninguna duda de que ella le ofrecería exactamente eso. Podía
olerlo en ella, la excitación, la necesidad. La victoria. Había entrado en el bar para
celebrarlo. Y Luke era el botín de la guerra.

Con el nuevo triunfo bombeando a través de sus venas, había profundizado su


beso, y había bebido hasta saciarse de ginebra y de aceitunas y del más mínimo
indicio de vermú que endulzó su boca. El borde afilado de su deseo había sido
como nada de lo que había experimentado durante siglos, y le había tomado todo
su control no tomarla directamente allí mismo, y follarla sin medir las
consecuencias. Cuando ella se separó para mirarlo a la cara, sus ojos estaban suaves
por la bebida y su sonrisa temblaba con lujuria, y estaba seguro de que sentía lo
mismo.

Echó un vistazo a la barra, vio salir a Braddock con otros dos tíos del gobierno. Por
esa noche, al menos, el hombre viviría.

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Se había deslizado del taburete de la barra, tendiéndole la mano a la mujer. El
aroma de duda se desvaneció debajo de la fragancia embriagadora de su deseo, y
tocó sus dedos con los suyos.

—Ven conmigo —le dijo.

Ella arqueó una ceja, luego lo miró de arriba a abajo, con una sensual sonrisa
floreciendo en la profundidad de sus labios color rojo. —Sí —dijo ella. —Ese es mi
plan.

Luke se puso rígido, recordando lo bien que había ejecutado ese plan. Recordando
la forma en que se había sentido su cuerpo desnudo debajo del suyo. La forma en
que había trazado sus suaves dedos sobre su áspera piel. La forma en que sus

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caderas se habían resistido cuando él se había perdido a sí mismo dentro de ella. La
razón por la que las formas y la cordura se habían desintegrado en la ardiente
pasión de lujuria y necesidad física.

Oh, sí. Ella había venido a él, con todos los derechos. Y él, con ella. Incluso ahora,
su pene se puso rígido, y si se concentraba, aún podía detectar su persistente olor en
la piel. Incluso ahora, quería reclamarla una vez más, a esa mujer que había
logrado sacarlo de quicio y calmarlo de una manera en que nunca había imaginado.
Detente.

Apretó los puños, y se obligó a sí mismo a explorar los monitores, para calmarse y
ver cuánto más su destino final había progresado.

No mucho. Doyle iba realmente a jugar a lo seguro. El equipo RAC todavía daba
vueltas a la propiedad, pero no se había movido más cerca. Luke miró el reloj y se
dio cuenta de por qué… se acercaba el amanecer. Y qué mejor manera de
mantenerlo confinado que asegurarse de que no podría correr fuera de los muros de
su mansión. Por supuesto, Luke había esperado ese plan. Aún así, le divertía ver a
Ryan Doyle con la cabeza en el trasero, pensando que estaba dirigiendo el
programa. Mientras tanto, la tierra continuaba girando, y el amanecer venía, con
Doyle y su equipo moviéndole en los talones de la luz del sol.

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El Club de las Excomulgadas
Se apartó de los monitores y se levantó, una energía cruda inundaba sus venas.
Cuando todo terminara, sería un fugitivo.

Podría vivir con eso. Si mantenía a Tasha segura, podría vivir con eso por la
eternidad.

—No es estúpido —dijo Tucker. —Tal vez no sabe que apareció en tu visión, pero
el chico sabe que perdió el anillo. No es como que se paseara por la casa viendo
Oprah mientras entramos juntos y soltamos la tormenta en el lugar.

—Creo que Lucius es más un tipo de policías —dijo Doyle, que traía el mono de la
RAC. No era un procedimiento estándar… se rompieron una docena de reglas, en
realidad, pero de ninguna manera retrocedería y dejaría que el equipo de ataque

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entrara primero. Con Dragos, Doyle tenía la intención de hacerlo por el frente y en
el centro. Y lo suficientemente cerca para ver el odio en los ojos del engreído hijo
de puta, cuando Doyle cerrara las ataduras en sus muñecas.

Pero Tucker tenía razón. Lucius Dragos no era estúpido. Estaba lejos de eso, de
hecho. Si Doyle no odiara tanto a los chupasangres, de hecho lo respetaría como el
infierno. Así que Doyle tenía que asumir que Dragos sabía que había perdido su
anillo. Y si lo sabía, también sabía que vendrían.

Y si sabía eso... bien, ya se habría ido hacía mucho, o el astuto hijo de puta tendría
un infierno de plan de contingencia.

La única pregunta era: ¿Cual?

Junto a él, Tucker comenzó a meterse en un traje RAC.

— ¿Qué diablos crees que estás haciendo?

—Ir con mi compañero.

— ¿Crees que es una buena idea? Tu magia no funcionará en un tipo como Lucius.
Y tan jodido como puede ser, me he acostumbrado a tener tu escuálido trasero
humano a mi lado. Prefiero no ver que te hacen trizas.

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—Si tú vas, yo voy. —sonrió ampliamente, después se resbaló la cubierta sobre su
cara. —Además, tengo mis trucos de magia.

Doyle se tragó una maldición. —No te veré el trasero —Tucker le dio una sonrisa
maligna. —Pero creo que tengo una cosita —sus ojos se entrecerraron, con su
ligereza atenuándose a medida que miraba a Doyle. —En serio, hombre, ¿estás en
esto? —Doyle sabía a lo que Tucker iba. Las visiones lo habían drenado, y hasta
que se recargara, no estaría operando a plena capacidad. Cualquier otra cosa, y se
quedaría atrás, con Orlando a la cabeza con un poco de recógeme. Con Dragos, sin
embargo, Doyle podría ser débil como un gatito, y todavía entraría para vengarse.
—No me lo perdería por nada del mundo —dijo, y volvió a Tariq, el jefe del equipo
RAC, antes de que Tucker tuviera la oportunidad para deslizar otra protesta en la
mezcla.

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— ¿Estamos listos?

Los ojos amarillos de Tariq brillaron en el resplandor del sol naciente. —Hagamos
esto.

El genio musculoso levantó un brazo, lo que indicaba al equipo y, a continuación


Tariq se precipitó hacia delante, con su magia desintegrando la cerradura de la
puerta de la mansión.

—Despejado.

— ¡Despejado!

—Por aquí, también. Todo despejado.

En momentos, las llamadas del equipo hicieron eco a través del vestíbulo de
mármol mientras los hombres se separaban y buscaban por gente local. Ocho mil
metros cuadrados, y ni un alma, viva o muerta.

—Él está aquí —dijo Doyle, cortando el comentario antes que Tucker o Tariq
pudieran plantear un contrapunto. —El muy cabrón está aquí en alguna parte.

20
El Club de las Excomulgadas
— ¿En una cripta?

—Ninguna en los planos —dijo Tariq, pasando a través de su computadora de


mano.

—Pero la encuesta muestra que la propiedad muestra ser un respaldo del


Cementerio Silver Dreams.

—Rayos —dijo Doyle. El cementerio databa de finales de 1800 como un lugar de


descanso de los locales ricos y poderosos. Durante el apogeo del cine mudo, se
había convertido en el lugar de entierro para muchas celebridades de la pantalla de
plata. Como destino turístico, el lugar había sido remodelado después como los
cementerios europeos, con criptas y mausoleos en lugar de las tradicionales marcas

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de piedra en el césped. Era, pensó Doyle, el lugar perfecto para que un vampiro se
ocultara.

—Es su vía de escape —dijo Doyle. —Tiene su túnel pequeño de rata de aquí para
allá.

—Espera... —Tariq tocó la pantalla, navegando a través de las páginas electrónicas.


—Sólo dame algo de tiempo.

Doyle esperaba, impaciente. — ¿Dónde está Murray?

—En el vehículo, haciendo operaciones.

— ¿Por qué demonios no está aquí?

Tariq se le quedó mirando. —Porque es muy bueno con la coordinación, y cuando


reúno un equipo, lo hago sólido. —Doyle asintió, pensando. No había algo
sospechoso en la respuesta de Tariq, y sin embargo su gilipollómetro hormigueó. —
¿Conociste al sospechoso?

— ¿Quién no? —Tariq respondió lo que era una respuesta suficientemente justa.
Pero Doyle sabía que Tariq y Dragos habían trabajado codo con codo una media
docena de siglos antes. Y ambos estaban aún en pie. Casi todos los días, la pregunta

21
El Club de las Excomulgadas
era por qué un académico discutía sobre eso. Hoy, el intestino de Doyle le estaba
diciendo que la pregunta era la clave. No es que esperara una respuesta, sino
simplemente tenía que abordar el problema.

—Cambia —dijo, mirando a Tariq completamente a los ojos y viendo como sus
pupilas tomaban la forma de diamantes reduciéndose a nada.

— ¿Qué?

—Murray aquí. Tú en la camioneta.

— ¿Quieres decirme por qué?

—No realmente —dijo Doyle, dando un paso más cerca. — ¿Por qué no me dices

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por qué?

—No sé de qué rayos estás hablando —dijo Tariq, con la rabia en ebullición detrás
de sus facciones por lo general calmadas.

—No es necesario —dijo Doyle. —Siempre y cuando salgas y Murray entre en el


juego…

Tariq miró a Doyle, a Tucker y luego de vuelta otra vez. —A la mierda —dijo
finalmente.

—Si quieres jugar a ser el policía a cargo, ve por ello. —él lanzó una mirada
fulminante hacia Doyle, después salió de la habitación. Tucker miró a Doyle. —
¿Qué fue eso?

—Historia antigua —dijo Doyle.

Tucker ponderó eso, asintiendo. — ¿Y quién rayos es Murray?

—Un hombre lobo. Y quiero su nariz en el trabajo.

Cinco minutos más tarde, J. Frank Murray se detuvo frente a una estantería de
roble. —Allí —dijo, con contracciones de su nariz.

22
El Club de las Excomulgadas
Doyle dio la orden. —Ábrela o rómpela, pero métenos ahora.

—Lástima que tenga que arruinar un buen pedazo de mueble como este —dijo
Tucker.

—No me jodas —dijo Doyle. —Sólo déjame entrar. —Murray ladeó la cabeza, y
dos técnicos del RAC se precipitaron hacia adelante. En cuestión de segundos,
habían puenteado el mecanismo oculto. Un golpe seco resonó por la habitación. Y
entonces, la plataforma entera giró lentamente hacia el interior. —Te dije que era
una buena pieza de mobiliario.

Se encontraron en la habitación de seguridad de Dragos, con los bancos de


monitores aún mostrando imágenes de alrededor de la casa, cada una establecida

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ahora en modo de reproducción para que Doyle y el equipo se vieran entrando
desde afuera.

—Hijo de puta.

—Al menos sabemos que estuvo aquí —dijo Tucker.

Doyle señaló a Murray. —Encuentra la salida.

Pero Murray ya estaba en eso, con las fosas nasales dilatadas y los músculos
contraídos mientras caminaba por todo el perímetro. Nada.

Los hombres de la habitación se miraron unos a otros.

—Tal vez dio marcha atrás —sugirió Tucker.

—Y tal vez está haciendo tontos de todos nosotros —respondió Doyle. Se dio la
vuelta en círculo, tocando las paredes, el techo, el suelo.

El suelo.

23
El Club de las Excomulgadas
Señaló el suelo de mármol, las costuras entre las baldosas que parecían
perfectamente selladas. No lo estaban. Sólo momentos después Murray confirmó
que Dragos se había deslizado a través del suelo, los técnicos del equipo habían
retirado el mármol, exponiendo el túnel debajo.

—Dentro —dijo Doyle, y siguió a Murray a la negrura. Doscientos metros más


adelante, llegaron a un conjunto de escaleras de piedra. El haz de la linterna de
Murray siguió por las escaleras hasta una puerta de hierro adornada y a la
oscuridad detrás de ella. Doyle ladeó la cabeza, atrayendo su olor. Su presa estaba
allí, haciéndose el muerto.

—Vuélenla —dijo él.

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En cuestión de segundos, la puerta estalló, con polvo y pedacitos de hierro
dispersándose mientras el equipo se precipitaba en el sitio, con las estacas en las
manos. Se dispersaron, de espaldas a los muros de piedra por seguridad, mientras
rápidamente establecían un perímetro de Hematita, la barrera de minerales que
impedía a Dragos transformarse en animal o niebla. Alguien encendió una bengala
y la lanzó sobre el terreno, y las estrechas tumbas se llenaron de una extraña luz
rojiza.

Y allí estaba él.

Lucius estaba a no más de siete metros de distancia, vestido con jeans negros, una
camiseta negra, y un paño negro y largo, que sin duda escondía una gran variedad
de armas en sus pliegues. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, las manos
ocultas.

Llevaba gafas de sol, con los lentes tan opacos que Doyle no podía siquiera entrever
sus ojos. Pero no tenía necesidad de ver los ojos del hijo de puta para saber que
Lucius estaba mirando directamente hacia él.

Y luego se volvió, con su mirada radical sobre el grupo, examinando cada cara.

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El Club de las Excomulgadas
—Tariq no está aquí —dijo Doyle. Luego sonrió. —Raro —la cara de Lucius se
mantuvo dura como una piedra, con su mandíbula firme. Pero la cicatriz enojada
que atravesaba su mejilla derecha tembló. ¿De miedo? Doyle no podía imaginar
que Dragos Lucius le tuviera miedo a algo, sin importar lo mucho que debería
tenerlo.

No, Dragos no tenía miedo. El hijo de puta estaba tramando algo.

No era algo que le hiciera ningún bien.

—Las manos donde pueda verlas —dijo Doyle. —Ahora —con un segundo de
insolente vacilación, Lucius lentamente sacó sus manos. Las levantó, mostrando su
parte posterior y luego la palma de la mano mientras el equipo entraba. Cinco

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hombres rodearon al asesino, con las ballestas listas.

Otros cinco se desplegaron, inspeccionando la cripta.

—Por aquí —gritó uno, empujando la tapa de un sarcófago de piedra. —Túnel.

—El lugar está cableado —alguien más intervino, agachándose para inspeccionar el
piso. —No hay explosivos, sin embargo. —siguió un cable alrededor de la
habitación. —Oh, mierda. Gas nervioso. Nos pondrá a todos a dormir.

— ¿Y sin ningún vampiro en la fuerza de ataque, sería el único que no se vería


afectado? Después, ¿caerías en el túnel y seguirías tu camino feliz?

—Parecía una buena idea en ese momento —Lucius arrastró las palabras. —En este
momento, estoy pensando que unas horas más en el tablero de pantallas me
hubieran servido bien.

—Me alegro de que estés tan divertido —dijo Doyle —Teniendo en cuenta que te
tenemos muerto con todos los derechos con un cargo sólido de asesinato.

—Me parece recordar algo acerca de un juicio —dijo Lucius. —Esto no está
terminado, Ryan.

25
El Club de las Excomulgadas
—Oh, lo está. Lo está, Dragos. Finalmente. No hay lugar al que puedas huir.

—Siempre lo hay en alguna parte.

La mano de Doyle se volvió un puño a su lado. Quiso romperle la cara a Lucius.


Quiso borrarle esa sonrisa petulante.

Oh, sí. Doyle quería ver al chupasangre quemarse.

Lucius volvió la cabeza, entonces la bestia llegó lentamente y se quitó las gafas de
sol. Los familiares ojos color ámbar miraron directamente a Doyle. Ojos calmados.
Y demasiado malditos arrogantes.

—Caerás —dijo Doyle, dando un paso adelante para ponerle las esposas en las

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muñecas.

—En este momento, tal vez —dijo Lucius. —Pero siempre hay un plan B.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 3
Había un balance en Manhattan, pensó Sergius. Con deseos luchando con
decepciones. Dolor complementando placer. Y en ese imperio nunca se dormía, la
oscuridad era rechazada nada menos que por la pura fuerza de voluntad. Él
pertenecía aquí, en su casa cumpliendo con sus cada vez más necesitados duelos.
Con su escondite profundo y sin ventanas, que había adquirido debajo de las vías
de las abandonadas vías del tren, lejos de las miradas indiscretas. Y este ático de
mármol y cristal en el que estaba ahora, mirando hacia abajo la ciudad a sus pies.

El vidrio había sido fabricado con sus propias especificaciones. De un vidrio que
bloqueaba los rayos del sol de la tarde, echando abajo la ciudad de la noche eterna.

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Le agradaba estar allí ahora, mirando hacia abajo a los humanos corriendo como
hormigas cuarenta y siete pisos más allá. ¿Tendrían alguna idea de los horrores que
podía causar sobre ellos en caso de elegirlo? ¿Sabrían el esfuerzo que le costaba
quedarse aquí, detrás de un vidrio, luchando contra el impulso de tomarlos y
matarlos? ¿De desgarrarlos y convertirlos?

Cada día, la batalla dentro de él se hacía más feroz, y cada noche luchaba por
hacerlo permanecer en el interior, por mantenerse lejos del olor de la sangre.

No le había dicho a nadie de su creciente hambre, ni siquiera a Lucius, su amigo


más cercano. Su Kyne.

Pronto, sin embargo, tendría que revelar sus secretos. Eso o tendría que matar.

Y luego, por supuesto, tendría que huir.

— ¿Hasta cuándo nos quedaremos aquí?

Levantó la vista, sorprendido por la voz femenina que se hizo eco en sus
pensamientos.

Entonces vio su reflejo en la ventana y se relajó. Tasha. La protegida de Luke.

27
El Club de las Excomulgadas
—No lo sé —habló sin girarse, paralizado por la imagen de ella mientras se le
acercaba, deslizándose por el piso de madera pulida. Su pelo castaño colgaba en
rizos sueltos hasta su cintura. Ella se movió delante de su lámpara hasta el suelo, y
por un momento, estuvo iluminada desde atrás, con un halo de baile rojo y dorado
a su alrededor, con su crepitar de pelo con una potencia desconocida. Una visión.
Una diosa. Algo virgen y puro, con el rostro esculpido por los dioses mismos, con
los labios rojo fuego que parecían llamarlo. Para atraerlo. Rogándole descubrir si su
pureza era sólo una ilusión.

Llevaba un vestido de seda blanca sin nada debajo, y él apretó los puños a los
costados, luchando contra la reacción de su cuerpo a sus curvas suaves y piel como
la luna blanca. A los diecisiete años, su cuerpo, sin embargo, había caminado sobre
la tierra durante siglos.

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Una santa con la forma de una seductora.

Se tragó una maldición. Ella era de Luke, y era inocente, y él no sería el hombre
que tomara eso de ella.

— ¿Serge? —dijo ella presionando su mano y volviendo su sangre lava fundida. —


¿Estará bien? —sus labios se curvaron en una pequeña mueca, y las lágrimas
llenaron sus ojos. Se volvió y la atrajo hacia sí, presionando su cabeza en su
hombro y haciendo un esfuerzo por mantener el equilibrio. Por mantener sus
manos donde pertenecían, y por ofrecerle sólo el tipo correcto de ánimo.

—Él estará bien. Ha estado en las garras del tigre.

Ella se apartó y parpadeó sus ojos azules tan pálidos que casi no tenían color en
absoluto. —Es mi culpa —dijo ella, con esa voz cantarina. —Yo, yo, yo. No
debería habérselo dicho. Una niña traviesa, contando secretos. —se apartó de él y
se movió a un sillón de cuero negro, doblándose hasta quedar tan pequeña que
parecía un niño. Su sufrimiento lo movió. Belleza. Inocencia.

Ella era todo lo que él no era. Todo lo que Luke no era. Y sin embargo, los horrores
de su mundo se habían extendido sobre ella.

28
El Club de las Excomulgadas

No por primera vez, sintió una punzada de pesar porque Luke la hubiera
convertido. Serge había estado allí, por supuesto, esa noche nevada en Francia. Él
había sido testigo de lo que Lucius le había hecho a su padre, a su familia.
Infiernos, él había participado. Y, sí, entendía por qué Luke se había llevado a la
chica sin más. Su amigo había visto a Tasha y visto a su amada Livia. Había visto a
la chica morir y creía que podía acabar con sus pesadillas robándola de los brazos
de la muerte. Desde esa noche, se había convertido en la responsabilidad de Luke.
En su talismán, incluso. Pero Serge no podía dejar de preguntarse si realmente
Luke veía redención cuando miraba su dulce rostro. O en cambio veía culpa.

Tal vez, Serge pensó, su amigo veía ambas.

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—Mírame —cantó ella. —Bonita, bonita de mí, y tú eres un niño travieso por
mirar.

Él lanzó un suspiro que fue casi una risa. Había muchas veces en que la miraba con
pensamientos malos. Ahora no tenía ninguno. —Estaba pensando en Luke. —con
la mención de su nombre, ella frunció el ceño. —Sus ojos no me miran así —se
puso de pie, con sus brazos desnudos debajo de su suave vestido. —Él no me deja
ver la forma en que su pulso se quema por mí, así como el tuyo hace ahora. Es un
secreto —dijo. —Un pequeño secreto travieso.

Ella avanzó hacia él, con la cabeza inclinada hacia un lado como si fuera un
misterio para ella.

—Quema, ¿no? —sus palabras susurradas en su oído le hicieron cosquillas, el


aroma de lavanda en su cabello causaba estragos con su auto-control. — ¿Tu sangre
late con deseo? ¿Deseas lo que no puedes tener? —sus ojos bajaron, y él estuvo
seguro de que ella podía decir que su pene había saltado buscando atención y que
ahora luchaba contra los estrechos confines de sus vaqueros.

—Niños malos —murmuró en voz baja y monótona. —Chicos traviesos que desean
sus juguetes, y las chicas guapas los tienen.

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El Club de las Excomulgadas

—Tasha —su voz fue ronca, pero firme. —Siéntate. —no haría esto. No a ella. Ella
no entendía. No tenía ni idea, en realidad, de con lo que estaba jugando. Su mente
era de una niña. Inocente.

Y por encima de todo, estaba bajo la protección de Luke.

Serge había hecho un montón de cosas lamentables en su larga vida, y estaba


seguro que iba a acumular más en el futuro, pero nunca caería tan bajo como para
contar a la estúpida protegida de su mejor amigo entre ellos.

—No quiero sentarme. Quiero jugar —ella deslizó su mano por encima de su
vientre, sobre el montículo entre sus muslos, y el único pensamiento en su cabeza

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en ese momento fue que Luke había valorado bien, malditamente bien su amistad,
porque mantener sus manos con firmeza en los bolsillos, a Serge le estaba costando
toda su fuerza de voluntad. Hasta la última gota. — ¿No quieres jugar conmigo,
Serge?

—No sabes lo que estás pidiendo —dijo, con su cuerpo tan fuerte y caliente que
apenas podía forzar las palabras. —Tengo que trabajar un poco. —tenía que pasar
junto a ella, sintió sus dedos cerca de su brazo. —Déjalo ir, Tasha. Tengo que salir
de aquí. —hablando de entendimiento.

—Pero yo sé —dijo, deslizándose más cerca, con su vestido acariciándolo, con sus
muslos suaves empujando cerca. —Él me lo mostró —agregó, moviéndose delante
de él, después de pasar la palma de su mano sobre su frustrado, desesperado pene.
—Me enseñó a jugar.

Bocinas de alarma sonaron mientras en su cabeza, y dio un paso atrás, agarrando


sus hombros y mirando con firmeza su rostro. — ¿Quién? —exigió. — ¿Quién te
enseñó?

—No juzguéis —rió. —Para no ser juzgado.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué no juzguéis? —repitió, sin comprender. Pero, mientras él la miraba veía
que la sexualidad destellaba como chispas en sus ojos, y lo supo. Él supo lo que le
había sucedido. Más que eso, sabía lo que Luke había hecho. Y por qué.

—Braddock —dijo, con el nombre como una maldición en sus labios. El juez había
sido siempre aceitoso, y durante décadas había habido rumores de soborno y
chantaje. Si Serge entendía a Tasha correctamente, Braddock había puesto sus
manos sobre ella… y le habían quitado la vida por su trabajo. Luke podría no haber
estado dispuesto a darle más detalles a Serge durante su última conversación
telefónica, pero eso no significaba que Serge no tuviera sus propias fuentes dentro
del PEC. Había averiguado con bastante facilidad que Luke había sido detenido
por el asesinato de Braddock. Ahora sabía por qué.
La única sorpresa era que esos tontos incompetentes de la RAC hubieran podido

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hacer caer a Dragos Lucius. Incluso ahora, Serge pensó, probablemente estarían
levantando una pinta y reviviendo su gloriosa victoria.

No se había terminado, sin embargo. Cualquiera que fuera el juego final de Luke,
Serge estaba seguro de que no lo había completado aún.

Sin embargo, Braddock había muerto. Y ése era un comienzo muy bueno.

Él miró a Tasha, sin poder ocultar su furia. — ¿Qué te hizo el hijo de puta?

— ¿Quieres que te enseñe? —preguntó, apretándose más cerca, con su cuerpo


meciéndose como en sueños de lado a lado. —Me comprometo a compartir sólo la
parte que se sintió bien. Tan agradable. Toda suave y dulce. —ella frunció el ceño y
sacudió la cabeza, arrugando la frente. —Pero no la parte que duele. Esa es la parte
secreta. No es para compartir. Y no me gusta. No me gusta cuando quema. Sin
dolor… —añadió, con la zorra marchitándose para revelar a una niña aterrorizada.
—Por favor, sin dolor. No de nuevo.

Ella agarró con el puño de sus manos su camisa y lo miró con los ojos desorbitados,
aterrorizados. Mientras se quejaba en sus brazos, él comprendió lo que Luke había

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El Club de las Excomulgadas
hecho. Oh, sí. Él lo entendía. Lo único que lamentaba era no haber estado allí para
ayudar.

—Tasha —dijo deseando poder extinguir el miedo en sus ojos. —Estás a salvo. Él
no puede hacerte daño nunca más.

—No más dolor...

—No.

—Sólo placer...

—Correcto.

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—Puedo hacer que se detenga —susurró, con su voz de ensueño trabajando en él
como un trance. Ella se levantó sobre sus pies, con sus manos aún perdidas en su
camisa. Sus labios rozando ligeramente los suyos. —Sé cosas. Sé cosas sobre que el
dolor desaparezca. Sobre convertir el dolor en bonito placer, bonito —ella inclinó la
cabeza hacia atrás y él vio la primitiva necesidad en sus ojos. — ¿Quieres que te
enseñe?

—Tasha —él murmuró su nombre, con sus manos cerrándose sobre las de ella,
empujándola lejos. —No.

— ¿No qué? —se acercó, con su vestido de gasa acariciando las curvas que quería
tocar.
Un nudo en la garganta de Serge se formó y trató de tragar. No se iría la cama con
la protegida de su amigo. No lo haría. No podía.

Y sin embargo, mientras se movía cada vez más… mientras su cuerpo se apretaba
con necesidad y el demonio hacía estragos en su sangre, tuvo miedo de que no
importara lo mucho que luchara, al final, traicionaría a su amigo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 4
—Sara —los pasos de Emily Tsung resonaron en el suelo de mármol liso. —Espera
un segundo.

Sara Constantine se detuvo fuera del Departamento 103 del Centro de Justicia
Criminal del Condado de Los Ángeles, pasando a un lado para evitar el flujo de la
humanidad que salía de la sala. Después de todo, en sólo cuarenta y tres minutos,
el juez Kelly volvería a convocar a la audiencia sobre la petición para reprimir del
acusado. Y la gente tenía que darse prisa si querían superar las colas en el stand de
café en el vestíbulo.

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No Sara. Ella salía de la biblioteca. El rancio café que había bebido antes de la
audiencia tendría que bastar.

—Vamos —dijo mientras Emily se acercaba. —Tengo tres casos que presionar y
que peligran. Si quieres hablar, tendrás que ayudar.

—No te molestes —eso vino de Dan Cummings, el abogado del acusado, que la
había asaltado momentos antes con el argumento de que la ley de Nueva York no
se citaba en su escrito. Apenas vinculando a la autoridad, pero sin duda
convincente ante un tribunal que aún tenía que pronunciarse sobre una cuestión
similar.

—Buen intento, Dan —dijo. —Pero tengo ese ardiente deseo de comprender
plenamente la ley citada en mis casos.

—No es lo que quise decir. —sus ojos azules brillaron. Si el hombre no hubiera sido
abogado, fácilmente podría haber trabajado en Hollywood. O en la radio. Tenía
una voz que haría que la mayoría de las chicas se derritiera.

Abrió el maletín y sacó tres copias impresas, y luego se las entregó a ella. —Me
gusta ganar con méritos, no porque tus ojos lean tres docenas de casos de Nueva
York que citan mi autoridad, sin añadir absolutamente nada al panorama

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El Club de las Excomulgadas
jurisprudencial. Es un argumento de política, Sara. Y que gane el mejor —pasó a
través de las páginas y vio que había sido fiel a su palabra. Dan o su asistente legal
habían mencionado todos los casos, lo que significaba que había sacado la lista de
todas las opiniones de otros escritos que había en la tierra, legalmente, que citaban
la autoridad de Dan. Y de acuerdo con el informe, ninguno de esos casos se basaba
en la jurisprudencia de Dan en Nueva York por cualquier cosa remotamente
relacionada con este movimiento.

—Gracias —dijo. —Esto es digno de ti.

—Soy un tipo decente —dijo con una sonrisa. —Recuérdalo la próxima vez que te
pida salir a tomar un café.

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—Lo tendré en cuenta —dijo con ironía. —Ahora discúlpame, mientras averiguo
cómo quitarte los pantalones cuando volvamos a reunirnos.

—Dicho así, no estoy seguro de que me importe mucho.

Ella sonrió. —Sigue soñando.

—Por cierto —dijo. —Felicidades. La condena de Stemmons fue un infierno. No


creo que nadie hubiera podido poner a ese hijo de puta lejos.

—Por qué Dan —dijo. —El fiscal interno se está mostrando —se rió entre dientes.
—No se lo digas a nadie —él puso su mano suavemente en el hombro.

—En serio. Felicidades.

—Gracias. Eso significa mucho para mí. —abrió la boca para decir algo más, luego
se detuvo, no inclinándose a revelar curiosidades de su historia personal con el
abogado contrario, sin importar lo agradable que fuera ese tipo. Pero la verdad era
que, quitando a Xavier Stemmons, se había anotado una victoria más en nombre de
su padre. El hombre que había asesinado a su padre podía haber caminado libre por
un tecnicismo, pero a causa de Sara, un asesino más estaba tras las rejas. Y al final
del día, ¿No era por eso por lo que se había convertido en fiscal? ¿Para equilibrar la

34
El Club de las Excomulgadas
balanza? ¿Para guardar a los monstruos? ¿Para encontrar, en el centro de todo, algo
parecido a la justicia?

No le dijo nada de esto a Dan, pero algo en su rostro le hizo pensar que la entendía.
—El fiscal tiene suerte de tenerte —dijo —De verdad —Sara logró una carta de
agradecimiento cuando se iba, y cuando se encontró con los ojos de Emily, su
amiga sonreía. — ¿Qué?

—No sólo él está en lo cierto… de que eres una patea-trasero, quiero decir, sino que
te has conseguido un hombre muy caliente si lo deseas.

Sara cambió la correa de su cartera en su hombro y se dirigió por el pasillo, con


Emily cayendo en el paso a su lado. —No creo que Dan sea exactamente mi tipo —

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


una imagen de cabello oscuro, una cicatriz sorprendentemente sexy, intensos ojos
color ámbar brillaron en su cabeza. No, Dan realmente no era su tipo para nada...

—No, supongo que no lo es.

Algo en la voz de Emily hizo que Sara se detuviera y mirara a su amiga. —Dilo —
dijo, cambiando a modo de interrogatorio. — ¿Qué crees que sabes?

— ¿Creo? Cariño, tengo testigos.

— ¿Es eso cierto?

—Por lo que sé, el tipo es alto. Por lo menos 1’95. Profundamente sexy. Y se ve
más que caliente en vaqueros y camisa blanca almidonada.

Sara se lamió los labios. Caliente realmente no hacía justicia al hombre.

—Un punto para mí —dijo Emily, sin perder el truco. —Así que vamos. Tengo
mucho que hacer por mi cuenta. Cuéntame el resto.

—No tengo nada más que decir —dijo Sara, poniendo lo que su madre solía llamar
su cara de ángel inocente.

35
El Club de las Excomulgadas
—Esto es como una mierda. Mi secretaria te vio caminando por Broadway con él.
En realidad, colgando de él, creo que es la forma en que me lo expresó. Y,
caramba, ¿no está tu apartamento en Broadway?

—Protesto, señoría. Pruebas circunstanciales.

—Soy tu mejor amiga —protestó Emily. —Y no me he acostado con nadie en más


de cuatro meses. Dame algo y comparte los detalles sucios.

Sara se echó a reír. —Emborráchame un día, y tal vez. Pero mi madre me enseñó
que una mujer no besa y lo cuenta.

—Así que hubo besos. ¿Algo más?

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Sara movió sus papeles. — ¿Me ayudarás o no?

—No puedo. Tengo una audiencia en Van Nuys. Así que llegaré a enfrentarme al
tráfico de la 101. Píntame totalmente feliz. —Emily señaló el periódico. —No me
importa si Dan es lindo. Es una patada en el trasero, ¿eh?

—Absolutamente.

—Y no te has librado del hombre misterioso.

—Ya me lo había imaginado por mi cuenta.

Sara observó a Emily desaparecer por el pasillo, y luego se sentó en un banco y sacó
los casos de Dan. Tenía poco menos de veinte minutos para estudiar la ley,
encontrar un argumento en contra, y averiguar la mejor manera de expresarlo. Un
montón de tiempo. Era buena pensando rápidamente. Siempre lo había sido. Y la
ley era algo fácil para ella, tanto en defensa como en el análisis de la bestia. Se
había pasado la escuela de derecho enterrada en libros, discutiendo el impacto de
pasajes oscuros con sus profesores. Las horas pasaban cuando no pensaba en otra
cosa más que en Blackacre o Whiteacre o el fruto del árbol venenoso3. Así que ¿Por

3
Los nombres son utilizados por los profesores de derecho en las jurisdicciones de derecho común, particularmente en el
área de bienes raíces y, ocasionalmente, en los contratos, para discutir los derechos de las diversas partes por un trozo de

36
El Club de las Excomulgadas
qué pensaba en eso ahora, cuando tenía que estar de vuelta en el tribunal en
cuestión de minutos, y ni siquiera podía concentrarse en tres simples casos?

Luke.

Bueno, había un gran, gordo duh. Por supuesto esa era la razón por la que ella no
podía concentrarse. Él era la razón por la que había pasado todo el día de ayer
brillando, aunque todo el mundo alrededor de la oficina asumía que su brillo y el
pop venían de la victoria del miércoles sobre lo de Stemmons. Sólo Sara había
sabido la verdad… que en su mente había estado sólo el sexo contra el hecho de
que un asesino en serie estuviera finalmente tras las rejas. Una dulce victoria, sí.
Pero no tan dulce como los labios de Luke en sus pechos.

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


Un día de andar por ahí era suficiente, sin embargo, y había pasado toda la mañana
metódicamente obligando al hombre a salir de su mente para poder concentrarse en
esta audiencia. Pero, obviamente, todavía tenía algunos graves problemas mentales
sobre la materia, porque una palabra de Emily, y todos los dulces, sexys, eróticos
momentos vinieron corriendo desde atrás, como una película de IMAX en su
mente.

¡Ella se estremeció, con las palabras escritas en la página frente a ella al recordar la
forma en que la había arrastrado hacia él en el bar. En un momento él había estado
a su lado, casualmente bebiéndose un escocés. Un momento después, ella estaba
degustando el Glenfiddich que todavía se aferraba a sus labios.

Por un instante, se había sorprendido, con su mente gritándole que se retirara y


dejara al hijo de puta sentir el aguijón de la palma de su mano contra su mejilla.
Pero al momento siguiente, todos los pensamientos de retribución se desvanecieron
en contra de la creciente desesperación, del deseo ferviente en su interior. Ella lo
deseaba. Nunca lo había visto. No lo conocía. Pero maldito si no lo tendría. Justo
ahí. En ese momento.

tierra (vía wikipedia)

37
El Club de las Excomulgadas
El poder de su necesidad la había confundido tanto como la había emocionado. Lo
había achacado al alcohol y a la victoria, una potente combinación. Había logrado
su primer crimen de alto perfil, después de todo. Durante meses, había vivido y
respirado la ley y las pruebas, enterrándose a sí misma en su sangre, en el horror y
en el cerebro de mierda de un psicópata. De un diablo. Exactamente el tipo de
criminal que le había dibujado a la ley, en primer lugar. El tipo de hombre que,
desde que había tenido ocho años, había querido poner tras las rejas. No, no quería.
Necesitaba.

¿Era de extrañar que una vez finalizado todo hubiera querido deleitarse con su
victoria? ¿Deseado aliviar la tensión que había acumulado durante las largas noches
perdidas en la ley y la terrible, desgarradora evidencia?

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¿Desear perderse en la pasión y el placer?

Y lo había logrado. Que Dios la ayudara, lo había logrado.

Habían dejado el bar antes de causar una escena, saliendo brazo con brazo a la
acera. Ella lo había llevado de vuelta a su apartamento entonces, no sólo porque
estaba cerca, sino porque tenía portero. Cámaras de seguridad. Ella tenía lujuria, sí,
pero no era estúpida. Quería que él viera que la gente la conocía. Que lo
recordarían. Más que eso, quería un poco de pequeña ilusión de control. Porque la
verdad era que cada gramo de su control se había evaporado en el momento en que
sus labios la habían tocado primero, con su cuerpo respondiendo de una manera en
que nunca antes lo había hecho.

Ella no era ajena al sexo, pero tan a menudo últimamente había sido más una
sesión de ejercicios aeróbicos que una experiencia corporal que adormeciera su
mente. No había sido así con Luke. Su cuerpo había prácticamente brillado bajo su
tacto, y ella había deseado más. Mucho más. Y eso le había entregado.

Habían llegado a su apartamento juntos, a tientas, tocándose, besándose. Con el


calor tan intenso entre ellos que Sara temía fundirse, y el hecho de que llegaran a su

38
El Club de las Excomulgadas
edificio sin que lo hubiera golpeado contra un coche estacionado y exigido que la
tomara ahí, era un testimonio supremo de su auto-control.

En el ascensor, sin embargo, todas las apuestas se apagaron.

Él la había atraído hacia sí, con su erección presionando su muslo y sin dejar
ninguna duda de que él la deseaba tanto como ella a él. Su gruñido de frustración
tiró recto a través de ella, por lo que su sexo cosquilleó. Ella estaba mojada, tan
mojada y con las malditas cámaras de seguridad, no podía esperar más para sentir
sus manos sobre ella. Había cogido su mano, deslizándola a lo largo de su muslo,
por su falda, después, presionándola sobre el suave satén de sus bragas.

Él hizo un ruido bajo con su garganta, con su mano acariciándola y tomándola,

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con sus ágiles dedos tirando a un lado de la banda de sus bragas, encontrándola
húmeda y resbaladiza. Había empujado dentro de ella, y ella se había corrido en sus
manos, con su cuerpo tembloroso atrayéndolo mientras el orgasmo arrancaba a
través de ella, rompiéndola para que no tuviera más remedio que aferrarse a él, o
bien estallar en mil pedazos.

Había sido un infierno de comienzo de una noche larga y dulce. Una noche que
desesperadamente quería repetir. Una noche en la que, sorprendentemente, el sexo
no había sido lo único. Habían permanecido juntos, en calma y tranquilidad, y ella
le había hablado de la condena de Stemmons. Más que eso, ella le había contado
sobre el caso. En cómo se había vuelto algo personal, casi como si ella y Stemmons
hubieran estado en un ring, con cada golpe diseñado para hacer el máximo daño.
Las palabras se habían derramado hacia fuera, y había dejado de pensar en eso,
habría estado mortificada por que le estaba revelando tanto a un extraño. Excepto
que no le había parecido un extraño. Entonces no. Había parecido Luke, y aunque
sabía que era una tontería, ella se sentía como si lo hubiera conocido desde
siempre.

Eso, por supuesto, era una ilusión, y ella no era lo suficientemente estúpida como
para compartir la fantasía con el hombre en su cama. No había hecho ningún ruido

39
El Club de las Excomulgadas
sobre citas futuras, ni sugerido planes para cenar o tomar un café. Si ella no pedía,
él no podría hacerse falsas promesas. Sabía dónde vivía. Dónde encontrarla.

Y cuando él se había ido antes del amanecer a la mañana siguiente, ella le había
enviado al mundo un beso, pero con ninguna solicitud de promesas de un futuro,
sin importar lo mucho que su cuerpo todavía lo anhelaba.

Había cerrado la puerta con llave, y luego sucumbido a la angustia de niña que,
inevitablemente, seguía a una noche de sexo apasionado con un perfecto
desconocido. En el momento en que se había duchado y vestido para el trabajo, se
había convencido de que el suyo había sido un encuentro singular. El tipo de noche
que se recordaría y por la que juzgaría a hombres. El tipo de recuerdos que la
mantendrían caliente por la noche.

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Pero no esperaba ver al hombre de nuevo.

Entonces había tomado su maletín y abierto la puerta. Allí, acostado en su estera,


había un perfecto manojo de tulipanes, con sus tallos atados en un moño color rojo
sangre. Nunca había sido dada antes a las flores, no se había dado cuenta de que
había un agujero en su corazón hasta que su regalo lo había llenado.

No había ninguna nota, pero no importaba. De alguna manera, lo había sabido. Se


habían marcado el uno al otro. Metido en la cabeza del otro.

Y, sí, lo volvería a ver.

La idea había sido suficiente para mantener el brillo durante todo el día de ayer.
Incluso ahora, podía sentir el cosquilleo de placer corriendo a través de ella. Y, sí,
había sido lo suficientemente ñoña y aniñada como para meter la cinta roja que
había atado los tallos florales en el bolsillo de la chaqueta de su traje.

Deslizó su mano ahora, giró la cinta de raso alrededor de sus dedos, y se perdió a
una ola de anticipación y dulce alegría.

Él la había conmovido. Y que la condenaran si no quería ser conmovida.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Sara?

Con un vistazo, ella levantó la cabeza y se encontró mirando los ojos preocupados
del sargento Pearson. — ¿Estás bien? —el alguacil le preguntó.

—Sí. Estoy bien. Sólo estoy cansada. —recogió sus papeles, esperando no
sonrojarse, y se apresuró a ponerse de pie.

—El juez te quiere dentro. Está listo para comenzar de nuevo con los argumentos.
—ella asintió, intentando su mejor esfuerzo para aparentar confianza a pesar de
haber arrancado su revisión del caso a favor de una repetición X de la noche con
Luke.

Un cambio agradable, pero de alguna manera dudaba de que su reflexiones sobre el

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sexo con Luke pudieran ser útiles para argumentar su caso.

En otras palabras, era hora de marcharse a la corte, ante el juez, y terminar con
todo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 5
—Gracias, abogados. He oído lo suficiente. —el Juez Kelly golpeó el martillo en el
banco de madera de roble. —Tendrán mi decisión por la mañana. —Sara se levantó
junto con los demás en la sala del tribunal cuando el juez se retiró y desapareció por
la puerta de su despacho. Tan pronto como la habitación se vació, ella exhaló, y
luego se dejó caer en la silla.

Había sido brutal, pero al menos no había hecho el ridículo.

—Buen trabajo, Abogada —dijo Dan. —Por un momento, no pensé que fueras a
plantear la cuestión de competencia, pero luego la colaste en el último minuto.

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Realmente llamó la atención de Kelly. Y sorprendiste a mi argumento fuera de
juego.

—Para un chico del lado opuesto, eres demasiado bueno para mí.

Él sonrió. —Me has pillado. Déjame invitarte a un café. Infiernos, déjame incluso
compensártelo con una cena.

Ella sacudió la cabeza, incapaz de luchar con su sonrisa. —Nunca te detienes.

—Es por eso que me pagan mucho dinero —asintió hacia la puerta. —En serio,
¿Un café? Te prometo mantener mis manos en mí y mi conversación en la ley. Mis
pensamientos, sin embargo, podrían derivar.

—Tengo trabajo —dijo. —Sin embargo, gracias.

Él asintió. —En otra ocasión tal vez.

—Claro —dijo ella, pero los dos sabían que no lo decía en serio. Se fue delante de
ella, y mientras salía más allá de la pesada puerta de roble, Martin Drummond, el
asistente del fiscal principal del distrito intervino —Capté parte de su discusión —
dijo.

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El Club de las Excomulgadas
—Oh. —ella tragó, teniendo en cuenta lo rápido que la luz se desvanecía. Era cierto
que no había estado en su mejor momento, pero tampoco lo había echado a perder.
Incluso Dan le había hecho un cumplido, aunque también había admitido tener
segundas intenciones. Aún así, seguramente Marty no estaba a punto de llamarla a
la alfombra por no haber estado mejor preparada.

¿Verdad?

—Te quitaré del caso.

Al parecer, lo haría.

Todo su cuerpo se enfrió, muy probablemente por el resultado de toda la sangre


escapándose afuera de ella. — ¿Qué? Pero si…

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—Serás reasignada.

— ¡No! Quiero decir… —sintió el escozor de las lágrimas calientes y se odió a sí


misma por ello. No lloraría. Pelearía su caso. Con el fiscal de distrito mismo si tenía
que hacerlo. Por una vez… por una pésima vez, no estaba completamente en su
juego, y ¿estaba siendo castigada severamente por eso? No era correcto. No era
justo. No lo era.

—Con un infierno de promoción, de hecho —dijo, sonriendo. —Parece que has


sido arrancada de las filas oscuras de la ADAs.

Dio un paso atrás, con su cuerpo dando marcha atrás igual que su mente. —Espera.
¿Una promoción?

Marty se echó a reír. —Estás haciendo un gran trabajo, chica. Supongo que lo has
dado por la gente correcta. ¿Has oído hablar de la División 6?

—Por supuesto. No sé mucho sobre ella. Sus oficinas están arriba, ¿verdad? —
esperaba haberlo hecho sonar al menos como algo creíble. La verdad era que no
tenía ni idea acerca de la División 6. De vez en cuando, a altas horas de la noche,
se encontraba con alguien con una insignia de la División 6 en el vestíbulo. Sabía

43
El Club de las Excomulgadas
que el grupo estaba bajo la jurisdicción del Departamento de Seguridad Nacional.
Y teniendo en cuenta el borde sombreado de los pocos empleados con los que se
había topado, tendía a pensar que era la división especializada en operaciones
antiterroristas secretas. Pero aparte de eso, no sabía casi nada.

—Nadie sabe mucho —dijo Marty. —Pero supongo que estás a punto de saberlo —
dio unos pasos y luego se detuvo, volviéndose hacia ella. —Sólo los mejores tienen
la oportunidad de trabajar para la División 6 —dijo. —La Gran División 6, no tan
grande para la Oficina del Fiscal del Distrito. Decides que el trabajo no es para ti, y
podrás tener tu puesto de antes. Todos los días. En cualquier momento. Sin
preguntas.

—Gracias —dijo. —Te lo agradezco. —tanto más que Marty no era del tipo que se

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molestaban con sutilezas o elogios. Él se había molestado hoy, sin embargo, y eso
la hizo aún más curiosa de con esta posición misteriosa que había sido elegido. Él
estaba caminando de nuevo, y ella lo siguió por los pasillos hacia el ascensor. Él
puso una llave en una ranura, y luego presionó el botón del piso veinte. El descenso
autorizado. Sara tuvo que sonreír. Al parecer, ella estaba autorizada ahora. Las
puertas se abrieron a un área de recepción con una recepcionista larguirucha y
deportiva con pinchos en el pelo color naranja. No era la apariencia de
comportamiento más adecuada que en general quería transmitir. Los miembros de
la División 6, al parecer, eran un poco salvajes.

—Tengo a Sara Constantine para una reunión con Nostramo Bosch y Porter
Alexander—dijo Marty. Se volvió hacia Sara. —Aquí es donde te dejo. No tengo la
autorización más allá de la zona de recepción. Buena suerte.

Y luego se fue, y ella se quedó sola, mirando fijamente la zona de recepción sin
complicaciones y a la recepcionista completamente notable.

— ¿Agua? —preguntó la muchacha.

Sara negó, preguntándose si debía sentarse. Pero no hubo tiempo. Un par de


puertas de vidrio esmerilado se abrieron, y el fiscal de distrito Alexander Porter

44
El Club de las Excomulgadas
entró, con su mano en señal de saludo. —Sara —dijo. —Me alegro de verte de
nuevo. Has estado haciendo un excelente trabajo. Subiendo rápidamente los
escalafones.

—Gracias —técnicamente, Porter había sido su jefe durante los tres años que había
estado trabajando en la Oficina del Fiscal del Distrito. Pero el trabajo había sido
enorme, y Porter sabía cómo delegarlo. Lo que significaba que el contacto de Sara
día a día había sido siempre Marty. Y ahora había desaparecido y la había
abandonado, dejándola a merced del gran hombre.

—Um, Marty no sabe mucho acerca de lo que haré.

—No, no lo sabe. Camina conmigo —se dirigió de nuevo a través de las puertas, y

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ella lo siguió. —La verdad es que no sé mucho acerca ni yo mismo, aunque soy el
enlace entre la División 6 y la Oficina del Fiscal del Distrito.

—Seguridad Nacional —dijo Sara. —Terroristas.

—Algo así —dijo Porter, pero Sara tuvo la sensación de que estaba sonriendo,
aunque no estaba muy segura de lo que era gracioso.

Se detuvo en el interior de las puertas, con lo que Sara se detuvo. —De hecho, te
debo una disculpa. Cualquier otro día, estaría sentado en la sala de conferencias
con una orientación de los paquetes y un representante de Relaciones con los
empleados dándote una visión general de cómo funcionan las cosas aquí. La
presentación de PowerPoint es bastante interesante. Me aseguraré de que consigas
una copia.

— ¿Pero hoy?

—Los cargos fueron presentados esta mañana en una nueva materia, y Bosch cree
que obtendrás más sentándote en la primera entrevista con el acusado. —la
comisura de su boca levantó. —Para ser honesto, creo que Bosch quiere medir tu
reacción. Tirarte en la parte profunda de la piscina y verte nadar.

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El Club de las Excomulgadas
—Puedo entender eso —dijo ella, decidida a no ahogarse. Después de todo, era un
fiscal capacitado. No era como si no fuera mucho lo que podría darle una sorpresa.
—Y el señor Bosch es...

—El subdirector de la División de Delitos Violentos. Será tu supervisor inmediato.

—Lo tengo. Gracias. —se aclaró la garganta, no inclinada a correr a su jefe, sino
ansiosa por conocer los detalles del tipo de materia que estaría manejando. —
Entonces, ¿cuál es la naturaleza de este nuevo caso?

En lugar de contestar, empezó a caminar de nuevo, y Sara dio cuenta de que la sala
en realidad no iba a ninguna parte. Se trataba simplemente de una sala, y terminaba
en un ascensor.

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— ¿Señor Porter?

—La verdad es que no sé. Pero te puedo decir en general sobre el tipo de trabajo
que hace la División.

Ella asintió, esperando que no verse muy impaciente.

—Una vez más, teniendo en cuenta las circunstancias normales, tendrías el


beneficio de un día de orientación.

—No hay problema. Estoy segura de que moverme directamente a un caso me dará
una comprensión mucho más sólida del trabajo que cualquier vídeo de orientación
jamás podría.

—Probablemente sea cierto. —apretó el botón y se volvió para mirarla. —Pero creo
que el video es para incorporar a nuevos fiscales. Para reducir el shock.

— ¿El shock?

El ascensor llegó y ella siguió a Porter, dándose cuenta de que no había botones
para los pisos diecinueve al uno, o por el sótano a los niveles del estacionamiento.
Simplemente etiquetas. Pero había siete subniveles que nunca había visto antes, así

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El Club de las Excomulgadas
como la P-Sub-10, que aparentemente era un nivel de estacionamiento debajo del
subnivel final.

Con todo, era muy misterioso, y Sara tuvo la sensación de que estaba a punto de
dejarse atrapar por el mundo del espionaje internacional donde se encontraría
completamente con el centro tecnológico de James Bond accediendo a través de la
parte trasera de un armario de las escobas.

Porter pulsó el botón Sub-7. —Prepárate, Sara. Te caerás por la madriguera del
conejo.

Ella inclinó la cabeza, considerando su respuesta, y decidió honestidad total. —Lo


siento, señor. No sé de lo que está hablando.

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—No. No lo haces. No sin verlo. —él sonrió. —O ver el PowerPoint —hizo una
pausa. —La verdad es que hay todo un mundo ahí afuera que la mayoría de
nosotros nunca vemos.

— ¿Estamos hablando de clandestinidad criminal?

—Estoy hablando de cosas de pesadillas humanas. —ella asintió, esperando que se


viera como si estuviera siguiéndolo. —De acuerdo. ¿Como...?

—Como vampiros. Demonios. Hombres lobo. Todos los seres que pensabas que
eran sólo mitos. Que pensaste que eran materia de pesadillas o historias para
asustar a los niños o llenar las películas de terror. Todas esas cosas son reales. Son
reales, y están por ahí, y algunos son tan malos como Hollywood los retrata.

— ¿Algunos? —preguntó ella, porque era la única pregunta que sentía competente
en ese momento. ¿Era esta una gran broma? ¿Una especie de prueba de lo bien que
manejaría lo absurdo?

Él asintió. —Los porcentajes de distribución son muy similares a nuestro mundo.


La mayoría de las criaturas de la sombra son respetuosas de la ley. Son los que
violan la ley de los que se ocupa la División.

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El Club de las Excomulgadas
—Hablas en serio —dijo ella, tratando de imaginar al conde Drácula en el stand.
Pero no puede hablar en serio.

El ascensor se sacudió deteniéndose, y la puerta se abrió. Sara se quedó fuera del


cavernoso cuarto y dio un involuntario paso hacia atrás, no pudiendo creer lo que
veía, aunque tampoco sin poder negar a sus propios ojos.

Fuera del ascensor había un mundo completamente nuevo. Un mundo donde los
lobos se escabullían a través de un área de recepción. Un hombre gigante con la piel
color naranja pálido y pezuñas estaba situado en un mostrador de granito llenando
un formulario con calma. Y la mujer detrás del mostrador, parecía tener una
especie de bruma a su alrededor.

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Eran humanos, también. Por lo menos se parecía a los humanos. Pero en realidad
no eran los únicos que habían atraído su atención.

—Un poco abrumador la primera vez, ¿no?

Diablos, sí. Su corazón latía tan fuerte que apenas podía oírse pensar, y las palmas
de sus manos habían comenzado a sudar.

¿La madriguera del conejo, le había dicho? Prueba con un agujero de gusanos del
infierno.
Miró a Porter, pidiendo a cada onza de su autocontrol que evitara que su voz
temblara. Para evitar revelar lo mucho que su mundo se había inclinado. — ¿Esto
es real?

— ¿Estás bien?

Ella sonrió, luminosa y alegre. —Absolutamente —y entonces, para probar el


punto, salió del ascensor y respiró hondo. Puesto que nadie con colmillos se
apresuró a asaltarla, ella dio un paso provisional, y luego miró a su alrededor con
valentía. Y la verdad era que a pesar de la apariencia bastante extraña de algunos
de los seres que ocupaban el espacio, la habitación tenía un ambiente familiar. El

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El Club de las Excomulgadas
ajetreo y el bullicio de la justicia en el trabajo. — ¿Esta es un área de recepción? —
le preguntó.

—Así es, pero no hay acceso público. Es el subnivel cuatro, que se puede acceder
desde la zona principal de recepción de la que venimos, o la recepción en el nivel
secundario de la División del estacionamiento principal. —él le dirigió una sonrisa
irónica. —Como puedes imaginar, la serie de criaturas trabajan aquí o se someten a
interrogatorio o están detenidas podrían causar un poco de revuelo cuando
marchen por el vestíbulo principal del edificio.

—Sí. Supongo que sí.

—El caso es que nadie llega a la recepción pasada sin escolta —se refería a un

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pasillo largo y oscuro. —Investigación está a la derecha. Detención a la izquierda.
Y a la sección de Seguridad se accede a través del Sub-9.

—No he visto un Sub-9 —dijo.

—Espero que no. Es el nivel más alto de seguridad. Algunas de estas criaturas son
bastante artistas para escapar. Al Sub-9 se accede sólo a través de un ascensor en la
oficina de Leviathin…

— ¿De quién?

—De Niki Leviathin. Mi colega aquí. —él la miró. — ¿Estás lista para seguir
adelante, o necesitas tomarte un minuto?

Ella recorrió la sala, procesándola en su mente. Tan increíble como era, Marty
tenía razón… esto era un infierno de promoción. Más que eso, la comprometía a no
ser tonta.

Miró a Porter. —Estoy lista —dijo. —Muéstrame el camino —su sonrisa rápida
tuvo una fuerte dosis de orgullo, y se alegró de no haber vacilado. Por primera vez,
se dio cuenta de cuánto se estaba introduciendo exitosamente en este mundo.
Claramente, Porter la había recomendado. Si ella se congelaba, su fracaso sería una

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El Club de las Excomulgadas
mala imagen para su ex jefe, así como para el Oficina del Fiscal del Distrito entero.
Juegos Políticos.

Se movieron rápidamente a través del vestíbulo y debajo de un arco de piedra en la


que dos palabras habían sido cuidadosamente talladas: Judicare Maleficum…
“Juzgar al malvado”, si su latín era correcto. —Te enseñaremos más adelante todo
—dijo Porter. —En estos momentos, Bosch está esperándote.

Sara lo siguió, con un millón de preguntas girando en su mente. Siempre volviendo a


lo básico. —Entonces, ¿qué estaré haciendo?

—Exactamente para lo que fuiste entrenada. —él extendió una tarjeta de


identificación a un puesto de seguridad. Un conjunto de puertas de acero se

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abrieron, revelando un pasillo que podría haber sido cualquier oficina de la ley.
Con puertas a un lado, y cubículos para el personal de apoyo en el otro.

Trató de mirar dentro de uno de los cubículos y alcanzó a ver piel azul.
Definitivamente no estaba más en Kansas.

—Y aquí estamos. —habían llegado a una oficina de la esquina. Porter llamó, y


Sara contuvo el aliento, sin saber qué encontrarían detrás de esa puerta.

—Entre —la voz era baja, recortada, pero sonaba del todo humana. Cuando Porter
abrió la puerta y entró, Sara vio que el hombre parecía tan humano como su voz
sonaba. De unos sesenta años, con el pelo sal y pimienta, Nostramo Bosch
emanaba un aire de estadista distinguido. Se puso de pie, y cuando llegó alrededor
de la mesa para darle la mano, ella captó un sutil aroma de canela.

—Sara Constantine. Soy Nostramo Bosch.

—Gusto en conocerlo.

—Estamos muy emocionados de tenerla a bordo. He seguido de cerca su carrera


por un buen rato. Espero que decida aceptar el puesto. —ella no tenía

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El Club de las Excomulgadas
absolutamente ninguna intención de marcharse. Pero no podía dejar de preguntarse
qué pasaría si lo hacía.

Bosch se rió entre dientes, como si pudiera leer sus pensamientos. Por otra parte,
Sara suponía que a lo mejor podía. —No se preocupe. Tiene perfecto derecho a
decir que no. Y si lo hace, simplemente subirá las escaleras y volverá a caer en su
antiguo trabajo.

—De ninguna manera —dijo, se dio cuenta de que había soltado la respuesta
demasiado rápido para que el decoro. Se volvió hacia Porter. —No fue mi
intención…

—Entiendo —dijo con diversión en su voz.

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—Pero tengo curiosidad —admitió. — ¿Sólo puedo darme la vuelta? ¿Después de
haber visto todo esto?

Bosch movió la mano, como si despidiera esa complicación. —Tenemos criaturas


en 34 grupos más que capaces de ajustar su memoria. A lo sumo, podría parecer
como un sueño muy vívido.

Ella estaba digiriendo esa parte de información cuando el teléfono de Bosch sonó.
—El señor Porter necesita volver a los pisos principales —anunció una voz
melódica. —Y el sospechoso está instalado en las sala de entrevistas A.

—Gracias, Martella.

—Me despido, entonces —dijo Porter. Se volvió hacia Sara, y luego tomó su mano
en la suya, dándole una palmada amistosa. —Soy el único en mi oficina que
conoce la verdadera naturaleza de la División 6. Puede hablar sobre esto con sus
amigos, por supuesto, pero no olvide el tema de portada. Una división del
Departamento de Seguridad Nacional, y no está en libertad de compartir más
información.

—Correcto. Gracias. —ella sonrió cortésmente, sorprendida al encontrar que no


estaba nerviosa porque la dejara sola aquí abajo. Todo lo contrario, en realidad.

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El Club de las Excomulgadas
Estaba ansiosa por seguir adelante con esto. Por conocer los detalles de este extraño
nuevo mundo. Bosch estaba mirando su rostro, con expresión de aprobación. —La
sacaremos —dijo Porter.

Se puso la chaqueta y siguieron a Porter a la sala. Pero cuando se volvió hacia la


zona de recepción, Bosch llevó a Sara aún más a las entrañas del edificio, pasando
por las puertas, caminando por los pasillos llenos de gente, y finalmente
deteniéndose frente a una sala con la etiqueta A. —Porter no tuvo la oportunidad
de explicarme mi trabajo con mucho detalle —dijo.

—Tu trabajo es exactamente el mismo —dijo Bosch. —Son sólo las reglas las que
han cambiado.

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— ¿Las reglas?

Abrió la puerta y entró en una antesala, completamente vacía. Las paredes eran de
cemento, pintadas de un gris opaco, con una excepción… la pared del fondo tenía
una ventana de vidrio negro opaco al lado de una pesada puerta de acero. Un panel
de control estaba montado entre la puerta y el vidrio.

—Normalmente, te daría un poco más tiempo para orientarte. Pero te quiero en la


planta baja para este caso.

—Eso es lo que el Sr. Porter dijo. —miró hacia la puerta cerrada, imaginando al
acusado esperando más allá de ella.

—En este momento, te diré la versión abreviada. La División 6 es la portada de uno


de los brazos de una organización antigua que hoy conocemos como la Coalición
de Aplicación sobrenatural. La PEC ha sido funcional de una forma u otra, casi
desde los albores de la civilización, aunque debo admitir que se han vuelto más
burocráticos en los últimos tiempos. Tenemos un mismo propósito: llevar a los de
nuestra especie, que hacen mal ante la justicia.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Pero?

—Se podría decir que somos una agencia de autorregulación. No operamos bajo las
leyes de los humanos. Operamos en virtud del Pacto, una serie de leyes creadas y
modificadas a través de milenios.

— ¿Y esas leyes tienen jurisdicción sobre quién? ¿Los Hombres lobo? ¿Los
Vampiros? ¿Sobre todas las cosas espeluznantes que Porter mencionó cuando
estábamos en el ascensor?

—Sobre las criaturas de las sombras. Exactamente.

—De acuerdo —se lamió los labios, obligándose a mirar esto como cualquier

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trabajo, como cualquier problema. —Pero yo soy un humano. ¿No importa eso?

—No, aunque los humanos son poco frecuentes en nuestras filas. Ofrecemos
puestos a los mejores y más brillantes. Los humanos que hemos decidido son
psicológicamente capaces de moverse en este mundo.

—Oh. —ella lo miró. — ¿Eres humano?

—No.

Ella asintió, deseando desesperadamente preguntar qué era, pero por temor a
cruzar algún tipo de línea de la etiqueta fiscal-jefe, no la hizo.

— ¿Dijo que es un caso nuevo?

—Nuevo y de alto perfil. El ala de aplicación detuvo al acusado esta mañana. Ha


finalizado el proceso y nos está esperando. No espero que participe hoy, pero
quiero que estés aquí para la entrevista preliminar.

— ¿Cuál es el cargo?

—Asesinato. Él mató a un juez jubilado. Uno de nuestros jueces.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Cuál fue el arma del crimen?

—El acusado fue el arma —dijo Bosch mientras empujaba uno de los botones del
panel de control. —No nos puede ver —dijo Bosch. —Es un cristal de una sola vía.
—mientras hablaba, el vidrio pasado negro opaco se volvió transparente, dejando al
descubierto el interior de la sala de interrogatorios. Sara ahogó un grito de asombro,
cuidando que su rostro no mostrara absolutamente ninguna reacción.

No era que Bosch estuviera mirándola. Tenía la vista fija en el acusado. Estaba
mirando a Luke. El hombre cuyas manos habían vuelto su piel a la vida. El hombre
cuya lengua la había bañado. Cuyo pene la había llenado. Cuyo eje urgente la había
dejado gimiendo y pidiendo más.

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El hombre que había compartido su disgusto cuando ella describió los crímenes de
Stemmons, y que la había ayudado a celebrar su victoria, cuando habían
compartido el veredicto del jurado. El hombre que había dejado un montón de
tulipanes en su puerta. Que había llenado sus pensamientos y aliviado sus sueños.

El hombre ahora está sentado allí acusado de asesinato.

— ¿Sara? ¿Estás bien? Sé que es mucho para asimilar…

Ella se aclaró la garganta, recordando la forma suave de sus dedos acariciando su


cuello. — ¿Dijo que el acusado había sido el arma? ¿Qué fue exactamente lo que
quiso decir con eso?

—Algo muy habitual en esta división —dijo Bosch. —Lucius Dragos es un


vampiro.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 6
Ella no tuvo tiempo de procesarlo, ni tiempo para reestructurar su realidad con esta
nueva percepción del mundo. Luke era un vampiro. Luke era un asesino.

Un vicioso, asesino a sangre fría. El epítome de la maldad que había dedicado su


vida a poner tras las rejas.

Tenía que haber algún tipo de error.

Y no era simplemente un asesino. No, también era una cara-directa-fuera-de-tus-


pesadillas vampiro. Era indignante. Increíble. Mortificante.

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Había tenido sus manos sobre ella. Él la había tocado… la había reclamado, y
seguramente, seguramente lo hubiera sabido si hubiera estado durmiendo con un
asesino.

Recordó, sin embargo, la fuerza de sus poderosas manos y la determinación en sus


ojos color ámbar. Había visto el control allí junto con un trasfondo de violencia que
la había asustado y excitado. Prácticamente vibraba con una potencia y carnalidad
brutal que había causado estragos en ella. Ella lo había deseado, sí, pero él la había
deseado también, y él era un hombre que tenía lo que quería.

Él la había tomado, la había llevado a donde había querido ir y luego la había visto
de forma descarada mientras se había roto con su toque. Era peligroso, muy bien.
Ella lo había visto, y simplemente lo había ignorado. En sus brazos, no había
sentido ningún riesgo. Todo lo contrario, en realidad, porque la había hecho
sentirse más segura de lo que nunca había estado en su vida. Evidentemente, había
sido una tonta.

— ¿Constantine? ¿Necesita un minuto?

Ella se inclinó, captó su propio reflejo en el cristal. Se había puesto un poco pálida,
pero no había nada en su cara que revelara su secreto. Nada que revelara que había

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El Club de las Excomulgadas
sido pillada.
Era el rostro de una abogada litigante, y uno muy bueno. Un fiscal que podía
conseguir que la mierda fuera expulsada por un testigo frente a doce ciudadanos de
bien y verdad y hacer que pareciera que el testigo decía exactamente lo justo para
poner el último clavo en el ataúd del acusado. Se dio cuenta de la cara que la había
hecho llegar a este trabajo.

—Estoy bien —dijo mirando los ojos de Bosch. —Vamos a escuchar lo que el Sr.
Dragos tiene que decir.

Si Bosch pudo ver su sorpresa, no lo demostró. En esas circunstancias, ella suponía


que él iba a pensar que había conseguido desconcertarla un poco por el hecho de
que estaba a punto de encontrarse cara a cara con un vampiro. Bosch, por supuesto,

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no tenía manera de saber que había estado mucho más cerca de Dragos que la
longitud de su brazo. Y, sí, tenía que decirle acerca del menor conflicto de intereses.
Por lo demás, consideraba detenerlo mientras sus dedos tecleaban el código en el
panel de control. Ella no debería estar trabajando en este caso. No con el equipaje
que cargaba en esa habitación. Sólo que no dijo nada, determinada a entrar a la sala
de entrevistas y enfrentarse a un acusado con el que se había acostado cuarenta y
ocho horas antes. No porque se le permitiera, y no porque la justicia así se lo
exigiera. Sino porque tenía que ver de primera mano la especie de monstruo que
había tomado su cuerpo y jugado con su corazón. Al asesino que había conseguido
entrar en su piel.

Un pitido electrónico señaló que Bosch había introducido el código correcto, y una
luz verde estalló encima de la puerta. Sara dio un paso adelante, anticipándose,
pero Bosch no abrió la puerta. En su lugar, sacó un fajo de papel de una carpeta y
se los entregó a ella.

—El informe inicial. Seré el que maneje esta ronda de preguntas, pero no sientas
que estás encerrada en el papel de observadora. Si deseas información, pregunta.

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El Club de las Excomulgadas

—Gracias —dijo ella, aunque no tenía la intención de aceptar su invitación. En esta


ronda, se conformaría con ver y aprender.

Pasó a través de las páginas, con su mirada deslizándose sobre la foto de Luke,
junto con sus estadísticas vitales. Altura, 1’98. Peso, 99. Ambas estadísticas
coincidían con lo que sabía del hombre. La estadística siguiente, sin embargo, hizo
que su boca se secara de repente: nació en Italia en el año 122. Al parecer, le había
llevado unos años cuando ella había imaginado que el hombre que había llegado a
su apartamento era cinco años mayor que ella. El informe indicaba que no había
arrestos anteriores, pero el detective en jefe, Ryan Doyle, había detallado
metódicamente los homicidios en todo el mundo en el que el nombre de Luke
había salido como sospechoso. La lista era suficiente como para que su estómago le

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diera la vuelta a pesar de que cada una de las investigaciones estaban marcadas
como cerradas, y Luke no había estado implicado en última instancia.

El mareo leve cambió a temor franco cuando se volvió hacia resumen de la escena
del crimen de Doyle. El asesino había perforado violentamente la garganta de la
víctima en dos lugares, dejando su cuerpo desangrándose en el Parque MacArthur.
Tragó, tratando de mantener sus propios recuerdos quietos. En la garganta. Sus ojos
muertos. Sus gritos. Y el miedo y el olor cobrizo de sus manchas de sangre en las manos,
mientras ella sostenía a su padre de cerca que por favor, por favor, por favor, despierta.

Querido Dios. Dios mío, no.

Ella respiró temblorosa, con las manos apretando las páginas, mientras trataba de
apagar el flujo de imágenes. Sus rodillas se debilitaron, y, temió caerse, se apoderó
de las páginas más duro aún, se obligó a concentrarse en Braddock y en Luke y en
la evidencia de este asesinato, no de uno escalofriantemente parecido que ella había
atestiguado hacía más de veinte años.

—En la página siguiente, Constantine —dijo Bosch. Su voz era firme, seria, pero
ella creyó haber detectado un indicio de compasión bajo su apariencia profesional.
Él lo sabía, por supuesto. El condado tenía extensas comprobaciones de

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El Club de las Excomulgadas
antecedentes de todos los fiscales. El asesinato de su padre formaba parte de su
archivo. Y si el condado lo sabía, entonces seguramente la División 6 también.

En lugar de consolarla, sin embargo, su compasión le dio vergüenza. No lo debería


mostrar. Sus emociones no debían derramarse en el trabajo de este tipo, y su pasado
no debía interferir.

—Señor, estoy bien.

—En la página siguiente.

Ella lo hizo, con la boca seca mientras daba la vuelta a una fotografía brillante de
ocho por diez.

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—Conoce a Marcus Braddock— dijo Bosch. —Nuestra víctima —el fotógrafo
había utilizado un flash, por lo que el pop de colores, principalmente era rojo y
blanco. El blanco pálido de la piel sin derramamiento de sangre de la víctima,
contrastaba con el color rojo vivo en donde había sido brutalmente perforado en el
cuello.

—Cualquiera que esté familiarizado con la mordedura de un vampiro reconocería


este asesinato por lo que es —Bosch le dijo amablemente. Mientras hablaba, el frío
de la certeza arrancó través de ella. Lo había sospechado cuando había repasado el
texto del archivo, pero no le había dado voz hasta que los colores vivos de la
realidad se estiraron y la agarraron… su padre había sido asesinado por un vampiro.

Ella tragó, trabajando en mantenerse unida a pesar del doble golpe a sus intestinos
que era tanto Luke como su padre.

Aguanta, Constantine.

Consciente de que Bosch tenía que estarla observando, juzgándola, se centró en la


fotografía, examinándola no como la hija en duelo por un padre perdido, sino
como un fiscal que busca justicia para la víctima asesinada.

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El Club de las Excomulgadas

Como eran los asesinatos, era brutal, pero no más brutal que algunos de los que
Sara había visto. Stemmons, el asesino en serie que tan recientemente había
encarcelado, había sido particularmente aficionado a cortar rebanadas finas en sus
víctimas adolescentes y hacerles sangrar lenta y dolorosamente.

Sara, sin embargo, no se había acostado con Stemmons sólo antes de su detención,
y el hecho de que se había acostado con el hombre que había arrancado la garganta
de Marcus Braddock le hacía revolver el estómago, y la hacía respirar con suavidad
por la boca, tratando de sofocar un repentino ataque de náuseas.

— ¿Tienes algo en mente, Constantine?

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Ella irguió los hombros y dio un portazo mental a sus intrusos recuerdos. De su
padre. De Luke.

Y de un vampiro llamado Jacob Crouch que había matado a su padre, y luego se


había salido con la suya.

Podía hacer esto, se dijo. Podía apagarlo. Bloquear la basura. Todo. Podía hacerlo,
lo sabía, porque al final, este era el trabajo del que vivía.

—Estoy bien, señor —dijo, determinada a que lo estaría. Que mantendría el


equilibrio, que repasaría la información sobre la víctima, de saber que a pesar de
que parecía humana, era en realidad algo completamente distinto.

—Es un Therian —dijo Bosch en respuesta a su pregunta. —Un cambia-formas. En


este caso, un hombre-zorro. Considerado como un para-humano para los fines de la
Alianza, y la violencia contra un humano es el más atroz de los crímenes.

Lo que significaba que Luke se enfrentaba a la pena de muerte. Pasó rápidamente a


la siguiente página del informe, luego frunció el ceño cuando se enteró de que no
hacía referencia a la confesión. —Señor —dijo ella, haciendo que él se detuviera
mientras su mano se cerraba alrededor de la manija de la puerta. —Anteriormente,
dijo que el sospechoso había matado a la víctima.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo hice.

—Él dejó un anillo con sello detrás, pero aparte de eso... —se interrumpió, alzando
la voz en pregunta. Esperaba que la pregunta pareciera meramente académica y no
revelara la fuente de su esperanza, que brotaba en su interior. Un hilo de voz, poco
profesional que había susurrado la posibilidad de que todo esto fuera un error y que
Luke fuera inocente. Que no hubiera hecho una cosa tan horrible, imperdonable.

— ¿Su punto Constantine?

Ella tragó y se dijo que no era personal. Era trabajo, y haría las mismas preguntas,
aunque nunca hubiera visto a Lucius Dragos antes en su vida. —Es una cuestión de
semántica. No hay nada en esta documentación que indique que el sospechoso ha

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confesado, y sin embargo, de plano dijo que el sospechoso mató a la víctima —se
humedeció los labios. —Yo simplemente me estaba preguntando por qué. Señor. —
la boca de Bosch se movió, y Sara no pudo decir si era con humor o con irritación.
Después de un momento, respondió enérgicamente. —Por dos razones. En primer
lugar, no estamos limitados por las reglas a las que está acostumbrada. El debido
proceso tiene un significado diferente aquí. Ya te acostumbrarás a él. O no, y
solicitarás un traslado a la oficina de Porter. Eso sería una lástima, pero cruzaremos
ese puente cuando lleguemos a él —Sara tragó, convencida que por el calor de sus
mejillas Bosch podía ver su mortificación.

—Y en segundo lugar, tenemos el acusado muerto con todos los derechos —a pesar
de la mordedura persistente de la bofetada verbal, Sara contuvo una carcajada. —
¿Por un anillo con sello?

—Con un testigo —dijo Bosch, con las palabras matando la esperanza tan
eficazmente como un cuchillo en el corazón.

— ¿Un testigo? —pasó a través del informe, en busca de algo para respaldar su
declaración, tanto frustrada como aliviada cuando no vio nada. —No hay mención
en el archivo de un testigo.

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El Club de las Excomulgadas

—El Agente Doyle está en proceso de preparar una declaración formal con respecto
a la imagen final que registró la mente consciente de la víctima.

—Está… ¿Qué? Lo siento.

—No es el tipo de métodos de investigación con los que está familiarizada, lo sé.
Pero le aseguro que la habilidad del agente Doyle no sólo es legítima, sino una
enorme ventaja para este departamento.

—No me diga —dijo Sara, todavía tratando de envolver su cabeza en torno a lo que
el investigador podía hacer. —Así que ¿Sólo ve en las mentes de los muertos?

—No exactamente. Si las condiciones son favorables, tiene la capacidad de

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experimentar los momentos emocionales pasados por la víctima, y ver a través de
los ojos de la víctima en el momento de la muerte.

—Si las condiciones son correctas —repitió Sara. — ¿Y en este caso?

—Fueron perfectos. Él es nuestro hombre, Constantine —algo frío y vacío se


apoderó de ella. Era cierto, entonces. Se había acostado con un asesino. Sexo sólo
podía manejarlo. No le gustaba, pero podía manejarlo. Pero con Luke había sido
más que sexo. Recordó el hormigueo caliente que se había extendido a través de
ella como el zumbido del buen vino cuando había encontrado los tulipanes en la
puerta de su casa. Había sido gloriosamente feliz, repleta de posibilidades y con la
emoción de una niña ansiosa de iniciar una nueva relación. Ahora todo eso se
había hecho añicos. Y lo peor de todo era que nunca lo había visto venir.

Bosch le miraba de arriba a abajo, y trabajó duro para mantener sus furiosas
emociones fuera de su rostro. —Llámelo acusado si la hace hacer mejor su trabajo,
pero no se olvide de lo que es y de lo que hizo.

—No, señor. Créame —su mortificación se desvaneció poco a poco, reemplazada


por una ira constante y ardiente. —Entiendo lo que es. Le pido disculpas. Hablé
fuera de lugar.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Tiene la impresión de que estoy molesto con usted? —logró una media sonrisa
y no la voz del sí muy definitivo que pedía a gritos la liberación.

Al parecer, ella no lo necesitaba. Bosch podía ver claramente su respuesta en su


rostro.

—Estás aquí porque eres rápida y serás brillante y harás las preguntas correctas.
Detente ahora y estaré molesto. Ahora, entremos, ¿O tendremos que abordar las
diferencias de
la moda de los presos aquí y arriba? Personalmente, creo que los uniformes
naranjas de los acusados del Condado de L.A. más bien repugnantes.

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—De acuerdo. Y, sí. Podemos entrar.

La luz verde encima de la puerta había cambiado de nuevo a rojo, por lo que Bosch
volvió a meter el código, después dio un tirón la puerta y entró, manteniendo
abierta para que ella lo siguiera. Ella dio un paso a través de la puerta, con la
cabeza alta, taconeando firmemente en el suelo de cemento.

Alzó la vista cuando entró y lo vio de inmediato. Esa chispa de reconocimiento.


Esa sombra rápida en sus ojos que sugería que su mundo se inclinaba junto con el
de ella.
Ella, al menos, no estaba bajo llave.

No era que Luke tuviera la apariencia de un prisionero. Era cierto que llevaba una
camiseta gris deslavada con “Detención C” estampado en el pecho en letras color
negro, pero no había nada en él que lo hiciera parecer un condenado. Por el
contrario, entrar en esa habitación se sentía lo mismo que caminar en una sala de
conferencias, con Luke a la cabeza de la mesa, poco a poco dando órdenes.

A su lado, la mirada de Bosch pasó entre los dos, con sus ojos apagados e ilegibles.
Luego llevó una mano a su espalda, lo que facilitó su avance a una de las dos sillas
en el lado opuesto de Luke. Si él sabía cualquier cosa que no fuera un caso de

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El Club de las Excomulgadas
asesinato que tenía lugar en esa habitación, no lo demostró. Sara estaba decidida a
no mostrarlo, tampoco.

Ella sacó la silla y se sentó, tomó un bloc amarillo de su maletín y lo colocó de


manera eficiente en la mesa delante de ella. El informe del investigador estaba
escondido debajo, con sólo lo suficiente de la página apareciendo bajo el teclado
para indicarle a Luke que ella había leído el informe y que sabía lo que había
hecho. Se quedó con el lápiz en la mano, sin hacer nada excepto darle vueltas entre
sus dedos mientras observaba la cara de Luke. Aparte de la primera chispa de
reconocimiento, sin embargo, no revelaba nada.

—Lucius Dragos —dijo Bosch, tomando la silla al lado de Sara. —No a menudo
tengo la oportunidad de sentarme frente a un hombre con una notoria reputación.

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— ¿Notoria? —Luke repitió, con la boca curvada en un ceño fruncido. —No sabía
que escuchabas chismes, Nostramo.

La facilidad del uso del nombre de Bosch sorprendió a Sara, y echó un vistazo a su
nuevo jefe, anticipando su reacción. Ninguna, sin embargo, llegó. En cambio, se
limitó a hojear los papeles en su mano. —Belfast, el mes pasado —dijo Bosch. —
Un hombre lobo muerto en el Parque Glencairn. Negocio sucio.

—No lo fue, sin embargo —dijo Luke, recostándose en su silla, completamente


tranquilo frente a la acusación de Bosch. —Resulta que la División 3 sospechaba
que el mismo hombre lobo era el asesino de un político humano, ni tres días
después de ser liberado de la custodia del PEC —él negó. —Yo salí a tomar una
cerveza con el investigador principal. No sólo no me presentaron cargos, sino que
el hombre pagó la cuenta de mi fianza.

— ¿Y Talijax Feaureaux? Dallas, Texas.

—Al parecer, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Las


acusaciones en mi contra fueron desestimadas.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Y Milton Craymore? —Bosch presionó, mientras Sara se sentaba más tiesa en


su silla, las acusaciones parecían volar como golpes.

—Responsable por planear la incursión mortal de un hombre lobo en el Centro de


la Comunidad de vampiros en Oslo. —una lenta sonrisa cruzó su rostro cuando
miró directamente a Bosch, sin pestañear.— O al menos eso he oído.

No importaba que los cargos hubieran sido desestimados. Ella lo sabía, y Bosch lo
sabía. Estaba en sus ojos. Había matado. Se había salido con la suya. Y estaba
orgulloso de lo que había hecho. Orgulloso del golpe que había dado. Ella habría
apostado su nuevo trabajo que nadie había ido a juicio por cualquiera de esos
delitos. Habían tenido al acusado, sólo que no habían encontrado la evidencia para

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probarlo.

A su lado, Bosch echó su silla hacia atrás. Sara respiró hondo y se aseguró de que
tenía su juego antes de mirar por encima a su jefe. Estaba de pie, obligando a Luke
a inclinar la cabeza hacia atrás para mirar al fiscal. Que era, sabía Sara, un truco
sencillo que tenía el efecto de crear al menos una ilusión de poder. En este caso, sin
embargo, la maniobra no había dado resultado.

A pesar de la confianza fresca de Bosch, Lucius Dragos no había perdido ni un


ápice de su poder. En cambio, se echó hacia atrás un poco en su silla de modo que
quedó en equilibrio sobre las dos patas traseras. Sacudió la cabeza, agitando la
perfecta melena de pelo negro y sedoso. No podía, Sara se dio cuenta, pasar los
dedos por su cabello, ya que tanto sus manos como sus brazos estaban esposados a
la silla. Sin embargo, a pesar de esa desventaja y, a pesar del hecho de que Bosch ya
se destacaba por encima de él, Luke de ninguna manera se disminuyó. En todo
caso, los dos hombres ahora parecían igualmente enfrentados uno contra otro.

Era, pensó Sara, fascinante.

Bosch se inclinó, con las manos sobre la mesa, con la cabeza y hombros empujando
el lado de Luke sobre la mesa, entrando en su espacio. Entrando en su rostro. Esta

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El Club de las Excomulgadas
vez, cuando Bosch habló, sus palabras fueron bajas y controladas, sin la sugerencia
anterior de civilización.
—Entendámonos Dragos. Está aquí porque lo atrapamos. Porque lo trajimos. Lo
encadenamos. Y una vez que prescindamos de la formalidad de un juicio, lo
ejecutaremos.

Los ojos de Luke se levantaron, con el calor en ellos almacenado en un estricto


control. —No se puede ganar el juego hasta que el verdugo golpeé a través de mi
corazón. Hasta entonces, creo que el dinero correcto lo tengo yo.

El aroma de la canela llenó el aire. —Ni por un momento piense que esto es un
juego, Dragos.

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—Yo no juego. Hubiera pensado que sabía mucho acerca de mí. —él dirigió su
atención a Sara, y ella se obligó a permanecer quieta, a mantener su expresión
suave mientras los ojos mortales la miraban. — ¿Tal vez habla en beneficio de su
compañera? —sus ojos se detuvieron en ella, y por un momento fugaz, por un
instante, creyó ver un atisbo de arrepentimiento en su rostro. Luego se aclaró, y
todo lo que vio fue hielo. —Dudo que ella esté tan familiarizado con mi archivo
como usted, Nostramo.

Bosch asintió hacia ella, con una expresión llena de algo parecido a orgullo
paternal. —Yo diría que, Lucius, trabaje duro para no enemistarse con la señorita
Constantine. Ella todavía no puede saber todo lo que hay que saber acerca de usted,
pero le aseguro que es una estudiante rápida. Aprenderá, Luke —dijo, ligeramente
inclinado hacia adelante. —Aprenderá todo sobre usted.

—Estoy ansioso de ser examinado a fondo —dijo Luke. Se volvió hacia ella, con el
calor de su mirada a través de la de ella.

Ella se movió hacia abajo, enojada consigo misma por permitirse ese calor aunque
sea por un milisegundo.

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El Club de las Excomulgadas
—Le aconsejo que no me subestime —le espetó ella, y lo dejó así. No iba a entrar
en un combate verbal con él. Ahora no. Ni nunca. Por un momento, pensó que él
respondería. Entonces sintió la presión de la mano de Bosch en su hombro. El peso
simple la calmó, y respiró, furiosa consigo misma por haber arremetido contra él.
—Tiene derecho a un representante, Luke —dijo Bosch, casi amable.

—No necesito uno en este momento—, dijo.

Bosch pareció que iba a discutir. Pero al final, se limitó a asentir. —Muy bien.
Entonces prescindamos de las bromas y pasemos directamente a los hechos.
Grabadora encendida. Entrevista con Lucius Dragos sospechoso, vampiro. Sala A
de entrevistas. Actualmente de la División 6 están los representantes, fiscales
Nostramo Bosch y Sara Constantine. Señor Dragos, ¿Se niega a tener un

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representante presente?

—Me niego.

—Muy bien. Siguiente entrevista, el sospechoso será remitido a detención en el


bloque C. Dragos, ¿Es un vampiro?

—Lo soy.

— ¿Es el padre del clan Dragos?

—Soy el último Dragos reconocido, como usted bien sabe.

—Por supuesto —dijo Bosch. —Su protegida no puede reclamar el nombre del
clan. —pasó a través de sus notas. —A la luz de su precario estado mental como ser
humano, Tasha fue objeto de cese. Recibió un permiso especial en 1790, salvando
su vida, pero prohibiéndosele propagarse o heredar, y requiriéndole ser su guardián.

—Estoy consciente de las circunstancias —dijo Luke con voz dura. En su libreta,
Sara escribió Tasha, y luego dio vuelta al nombre con un signo de interrogación.

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El Club de las Excomulgadas

—Una dura batalla, si mal no recuerdo —dijo Bosch. —Creo que fue un testimonio
significativo a favor y en contra del cese.

—Los dos estábamos allí, Nostramo —dijo Luke. —Estoy seguro de que recuerda
el testimonio, así como yo.

—Y mientras esté aquí, ella está bajo el cuidado de...

—Ella estará bien vigilada después de ahora…—dijo Luke, —y ha sobrevivido con


éxito a la Detención todos los años. Su demonio está atado, y aquellos que
lucharon por el cese se pueden ir al infierno. —un músculo de su mandíbula
tembló, sus manos se apretaron en los brazos de su silla en un visible esfuerzo por

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calmarse. —Si quiere preguntarme sobre la muerte de Marcus Braddock, le sugiero
seguir adelante con eso. Estoy cada vez más cansado, y sería una lástima que no
pudiera dar mi plena cooperación sólo porque el sol se asoma alto del cielo.

Bosch dudó, luego asintió. —Muy bien. Vamos al grano. ¿Dónde estuvo anoche?

— ¿No es eso lo que quiere probar?

—Muy bien —dijo Bosch, mientras el teléfono en su cadera vibraba. Lo levantó,


revisó la pantalla, luego dejó el dispositivo sobre la mesa, junto con el expediente
del caso, abierto con la fotografía del cuello brutalmente atacado de Braddock. —
Entonces, déjeme decirle, y puede detenerme si estoy equivocado.

Inteligente, pensó Sara. Lo llevará a través de la evidencia. Haciéndole saber lo


malo que es para él… y con un testigo como Doyle, era muy, muy malo, y luego
presentaría la oferta de un acuerdo con el fiscal de nuevo al final de la entrevista.

En la voz tranquila, sin emociones de un fiscal experimentado, Bosch comenzó un


resumen de la evidencia contra Luke, incluyendo la conclusión de los agentes
investigadores de que la lesión fue causada no sólo por un vampiro, sino por Luke
mismo.

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El Club de las Excomulgadas
—El Agente de Doyle lo vio. ¿O no sabe que el agente Doyle es un demonio
perceptor?

—Ryan Doyle es muchas cosas —dijo Luke, con las palabras domadas con un
tono, con el que claramente llamaba al agente un hijo de puta.

—Las conclusiones del agente Doyle han sido confirmadas por el examinador
médico del PEC.

Luke se echó hacia atrás en su silla. — ¿Es eso cierto?

—La División de 6 tiene un registro de setecientos ochenta y seis vampiros que


residen permanentemente en el área de Los Ángeles —dijo Bosch en voz baja. —Y
sin embargo, el suyo fue el ADN que descubrimos en de la víctima.

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Sara levantó la cabeza, sorprendida por la mención de las pruebas de ADN. Luke,
sin embargo, permaneció impasible. Ilegible.

—El mensaje de texto del Agente de Doyle acaba de llegar con los resultados del
laboratorio —dijo Bosch.

—Con su nombre asociado al archivo, hemos sido capaces de correr los resultados
—se inclinó casualmente contra la pared. —Debe estar satisfecho de saber que su
participación despierta tanto interés en toda la organización. Es casi como si fuera
una celebridad.—Sara miró a Luke, en busca de algún tipo de reacción… ira,
miedo. En su vida anterior, las pruebas de ADN eran un duro golpe, y sólo podía
suponer que sería lo mismo aquí. Eso junto con el testimonio de Doyle, y parecía
que Luke estaba bien jodido.

Luke, sin embargo, no parecía preocupado. En todo caso, parecía divertido. Y


aunque ella no conocía a Nostramo Bosch bien del todo, podía ver que había
tomado nota de la diversión, también. Y todo eso le agobiaba.

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El Club de las Excomulgadas

—Supongo que, sin embargo, algunas de esas gracias deben ir a ti —continuó


Bosch.

—Después de todo, hasta su arresto, no teníamos su ADN en el archivo. Y sin


embargo, proporcionó una muestra a los agentes sin una orden judicial. Tengo que
preguntarme por qué. —Sara trabajaba para mantener sus rasgos suaves, pero la
verdad era que se lo preguntaba, también. Si la división no tuviera ya su ADN, por
qué Luke se lo había proporcionado, a menos que demostrara su inocencia. En este
caso, sin embargo, había demostró su culpabilidad.

— ¿Han podido conseguir una orden judicial? —Luke preguntó.

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—Sin lugar a dudas.

—Entonces, ¿por qué poner a todos en problemas?

Bosch ignoró la pregunta, en su lugar se inclinó sobre la mesa para hacer frente a
Luke más de cerca. — ¿Por qué mataste a Braddock? Lo averiguaremos, lo sabes, y
al final no importará mucho. Por supuesto, es posible que no haya un motivo
anterior. Que te reunieras con Braddock, pelearon, y lo mataste impulsivamente. Y
que, accidentalmente, dejaste evidencia detrás. Un anillo, por ejemplo, por
descuido olvidado.

Luke se estremeció, con una contracción leve de los ojos. Sin abrir nada, y Sara se
imaginó que Bosch se perdió por completo la reacción mientras sacaba una
fotografía que ahora arrojaba sobre la mesa, esta vez mostrando un anillo con un
dragón de ojos rojos comiéndose su propia cola.

Sara, sin embargo, se dio cuenta, y dudó. Debido a que Luke no le parecía el tipo
de hombre que por descuido olvidara nada.

—Lo que no puedo entender es por qué regresaste a tu casa cuando tenías que saber
que un enjambre de agentes de la RAC te rodearía en cualquier momento. Es
evidente que

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El Club de las Excomulgadas
creías poder escapar. ¿Pero por qué estabas tan seguro de eso? ¿Por tus conexiones
en la Alianza? ¿O por alguna otra razón? Es curiosidad, ¿Sabes? El tipo de
curiosidad que me come. Así que encontremos una respuesta, Lucius. En cuanto a
eso, te doy mi palabra. —se levantó entonces, con su postura sugiriendo que la
entrevista había terminado. Sara se puso de pie y, después llegó a la mesa para
recoger las fotografías que Bosch había dejado allí. Braddock frío, con los ojos
muertos la miró. Luke había hecho esto. Un vampiro. Un asesino. Le había roto el
cuello a Braddock, sacándole la sangre. Y ahora estaba allí sentado, tranquilo y
fresco a pesar de haber cometido un crimen tan atroz. Un crimen tan personal para
ella como sus manos sobre su cuerpo desnudo habían estado. Luchó con el
recuerdo de nuevo, poco dispuesta a pensar en las cosas íntimas que habían hecho
juntos sólo una noche antes de que él se hubiera ido y asesinado al juez Braddock.

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Y si correctamente había comprendido a Bosch, consideraba que Luke no sólo era
un asesino, sino que tenía aliados dentro de la División 6, que le ayudarían a
escapar. El pensamiento la enfermó, con su reacción más intensa porque el hombre
había llegado a estar bajo su piel.

—Grabadora apagada —dijo Bosch. Se volvió hacia Sara, haciendo caso omiso de
Luke. —Hablemos en mi oficina.

Se dirigió a la puerta y ella lo siguió.

—No voy a decir que ha sido un placer, Nostramo —dijo Luke, con voz controlada
y segura. —Pero voy a decir que espero ver a la Srta. Constantine de nuevo. Estoy
seguro de que nuestras entrevistas futuras se iluminarán.

Lenta y deliberadamente, ella se volvió en su dirección. —Espero eso, también,


señor Dragos. Este caso es mío, y le prometo que no descansaré hasta que los
muertos tengan justicia.

—La creo —dijo con expresión suave, aunque esperaba que sus palabras le dieran
una patada en el estómago. — ¿Y puedo ser de los primeros en felicitarle por su
nuevo cargo?

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Ella comenzó a responder, pero Bosch puso una mano sobre su brazo. —Contrata
un abogado, Lucius. Confía en mí cuando digo que lo vas a necesitar. —tecleó el
código y abrió la puerta. —Constantine, venga conmigo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 7
—He leído su expediente, Constantine —dijo Bosch. Estaban en la sala de
observación, mirando a Luke a través del cristal. —Sé que hoy no fue la primera
vez que vio una lesión así. Por lo demás, supongo que todavía ve la carne
desgarrada en sus sueños.

Ella se puso tiesa, arrastrando su atención de Luke para hacer frente a su jefe. —He
sido evaluada a fondo.

—Como he dicho, he leído su expediente. —se apoyó contra la pared, con una
expresión seria contrarrestando la compasión en su voz. —Tenía ocho años y

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estaba fuera en un paseo nocturno con su padre. Salió de la nada. La tiró a un lado,
estrelló su cabeza bien y con fuerza contra un banco de cemento. Golpeó a tu
padre. Tú perdiste el conocimiento con sus gritos resonando en tu cabeza, y cuando
despertaste, lo encontraste a menos de dos metros de distancia de ti, muerto, con la
garganta abierta, y la escena del crimen muy libre de sangre.

—Conozco las circunstancias, señor. Yo estuve allí.

—Y hasta el día de hoy, nunca supo la verdadera naturaleza de la parte


demandada.

—No, señor —dijo con firmeza, obligando a su barbilla a elevarse. —Eso no es


cierto. Supe desde la noche en que murió mi padre que el hombre le hizo algo
monstruoso e inhumano. Saber ahora que Jacob Crouch es un vampiro no cambia
mi percepción de él para nada.—frunció el ceño, algo en su memoria de pronto le
preocupó.

— ¿Constantine?

—Señor, ¿hay alguna duda de que el asesino de mi padre era vampiro?

— ¿Teniendo en cuenta sus lesiones? Ninguna en absoluto.

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El Club de las Excomulgadas
—Pero el tribunal procesó al hombre equivocado. —las cejas de Bosch se
levantaron y continuó. —Recuerdo el juicio. Lo recuerdo vívidamente. Y también
me acuerdo que Jacob Crouch fue llevado hasta la escalinata del tribunal a la luz
del día.

—Ah —dijo. —Entiendo tu confusión. Lo mejor es no tener la información del


show nocturno de la televisión.

— ¿Señor?

—Si bien es cierto que los mayores vampiros no pueden soportar el sol, los jóvenes
no tienen ninguna de esas cuestiones. Crouch, creo, tenía apenas 200 en el
momento del juicio.

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—Ya veo. —estaba en lo cierto. Tenía que borrar sus nociones preconcebidas.

—Es una progresión lenta. La piel se vuelve más sensible a medida que envejecen.
Con el tiempo, se dan cuenta que han llegado a una etapa en la que deben sucumbir
a la oscuridad.

—Crouch podría haber caminado en la luz —añadió Bosch, —pero era un


vampiro. Y ahora se enfrenta a un delito similar, esta vez no como víctima sino
como fiscal, ya completamente armado con la verdadera naturaleza del asesino.
Dime, Sara. ¿Puedes cumplir con tu deber y buscar justicia y no venganza?

Ella parpadeó, sabiendo que tenía que hacerse esa pregunta, pero odiándola, no
obstante. Enderezó los hombros, enderezó la columna, y lo miró a los muertos
ojos. —Nunca permitiría que mi historia personal interfiera con la manera en que
proceso un caso, o permito que mis emociones sesguen el curso de la justicia —se
lamió los labios, deseando que su boca no estuviera tan repentinamente seca. —A
la luz de sus preocupaciones, me pregunto por qué quiere que lo secunde en este
caso.

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El Club de las Excomulgadas
—Sí —dijo. —Por supuesto que sí. —ella esperó una explicación, pero ninguna se
le ofreció. —He estado supervisándote desde hace un tiempo, Sara. Tienes la clase
de talento que podemos usar aquí. Considera esa una respuesta a tu pregunta.

No tenía ningún sentido discutir. —Muy bien. Gracias, señor. —ella lo siguió hasta
la sala, satisfecha por la confianza en sus habilidades en conflicto con la necesidad
de decirle la verdad y abandonar el caso. Porque estaba descalificada para él, a la
luz de su historia con Luke, simplemente no tenía otra opción. Y, francamente, no
era algo que estuviera encantada de revelar.

No tenía otra opción, sin embargo, y si iba a ser reasignada, era mejor acabar de
una vez. —Acerca de mi trabajo en el caso, sin embargo. Hay algo más que
debemos discutir.

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—Sí, lo hay. Sin embargo, puede esperar hasta llegar a mi oficina. —ella asintió,
reconociendo que debía haber interpretado correctamente las pocas miradas que
habían pasado entre ella y el acusado. Sabía que era inevitable su reasignación, sin
embargo, no podía evitar la picadura de la decepción. Había querido decirle lo que
le había dicho a Luke. Y dada la oportunidad, saborearía como el infierno hacerlo
caer. Podría disfrutar la forma en que revisaría el caso y las pruebas endurecerían su
corazón hacia este monstruo que había exprimido sus defensas en el pasado.

Ella quería que se fuera, que sus dulces recuerdos se hubieran borrado. Estaban
contaminados ahora con el hedor de la muerte, la magia de la noche con la luz fría
y dura de la realidad. Una realidad que, francamente, le rompía el corazón.

— ¿Alguna llamada? —le preguntó a Martella, sin interrumpir su marcha al pasar


junto a su escritorio y moverse a la izquierda a su oficina.

—Nada urgente —dijo. —Te dejé las notas en tu escritorio. —él gruñó en
reconocimiento, luego hizo un gesto a Sara para que tomara asiento. Cerró la
puerta, y luego la sorprendió al tomar la silla de al lado de ella en lugar de la detrás
de su escritorio. —Eres humana—dijo sin preámbulos.

—Sí, —dijo ella, confundida. —Lo sé.

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El Club de las Excomulgadas
—Eso representa un riesgo teórico en este caso —dijo, confundiéndola aún más.

Ella se movió en su asiento, con el movimiento cambiando mentalmente sus


pensamientos también. Porque al parecer no estaban hablando de su noche loca
con Luke como ella había esperado. Lo que estaban discutiendo, sin embargo,
seguía sin estar claro. — ¿Un riesgo?

—Los vampiros son criaturas únicas, incluso en nuestro mundo —tomó una pluma
estilográfica rodándola entre sus dedos mientras hablaba. —Su esperanza de vida es
tan larga que los mitos de la inmortalidad podrían considerarse exactos. Y la
longevidad ha hecho a la comunidad de un vampiro algo muy poderoso en su
conjunto. Un grupo que desde hace milenios tiende a lograr una cierta fuerza y
poder de negociación.

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Ella asintió, comprendiendo sus palabras, pero aún así no viendo hacia dónde iba.

—Son muy fuertes y se curan rápidamente de la mayoría de las lesiones. Las


descargas eléctricas los derrotan, por supuesto, y se ven frustrados por el mineral
hematita. Las historias ridículas sobre agua bendita y cruces resultaron ser sólo
eso… historias. Pero la historia de los mitos sobre una estaca en el corazón o la
decapitación son historias que los escritores de ficción de su mundo consiguieron
manejar bien, por lo menos en la medida en que esas cosas los matan. Una estaca
convierte a un vampiro en cenizas. La decapitación simplemente pone fin a su vida
y salen del cuerpo dejándolo detrás.

Ella se removió en su silla. —Pero no estoy tratando de educarte sobre los métodos
de extinción de un vampiro. Más bien, quiero que te des cuenta de que tienen
muchos talentos raros. La capacidad de disolverse en niebla o un sensible cambio a
forma animal. Sentidos agudos. Velocidad excepcional, especialmente en estado
niebla. Y el poder de hipnotizar a los humanos.

— ¿Hipnotizar? ¿Quiere decir, como hipnosis?

—Algo así —dijo, mirándola con atención. —Estás preocupada.

75
El Club de las Excomulgadas

— ¿Quiere decir que no quiere que lo esté? —ella esperaba sonar seria, porque la
verdad era que algo más le preocupaba. Estaba aterrorizada. El pensamiento de
otra persona dentro de su cabeza, dictándole cómo deben actuar, con todo su libre
albedrío eliminado, le daba náuseas.

Pensó en Luke, con su estómago torciéndose. Había sido salvaje con él. Abierta.
Habían compartido una intimidad que, al menos a ella, le había parecido más que
sexo. Si hubiera estado dentro de su cabeza... si hubiera hecho que ella lo deseara...

Honestamente no podía soportar la idea.

—La capacidad de un vampiro de hipnotizar es una preocupación en esta oficina,

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sí, pero para ti es mínima. Esa es otra razón por la que te quiero en este caso. Los
perfiles de psicología muestran un desafío natural muy alto al poder de hipnosis de
un vampiro. Contra todas las formas de control e invasión de la mente, en realidad.
Eso es un rasgo poco común.

—Un perfil psicológico no es una prueba positiva —dijo aunque levantaba un poco
el peso de sus hombros.

—Es cierto. Es por eso que hemos tenido que probarte también.

— ¿Disculpe? ¿Alguien ha estado hurgando en mi cabeza obligándome a hacer


cosas?

—Alguien trató. —se encogió de hombros. —Varios en realidad.

— ¿Quién?

—Tenemos agentes cuya única función es determinar la vulnerabilidad de nuestro


personal. Pasaste. Felicidades.

—Perdóneme si no grito de alegría. —aunque, para ser honesta, estaba


extraordinariamente encantada con la noticia. Sus sentimientos por Luke… por
mucho que ahora pudieran complicar su vida, por lo menos eran suyos.

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El Club de las Excomulgadas

—Las pruebas fueron una intrusión, sí. Incluso se podría decir que fueron una
invasión de tu privacidad. O podría haber sido si sus esfuerzos hubieran tenido
éxito. Sin embargo, si dices eso, me veré obligado a, una vez más decirte que
hacemos las cosas de manera diferente aquí.

—Estoy empezando a darme cuenta de eso —dijo ella con amargura. —Pero espere
un momento. ¿No me dijo que si no quería el trabajo podría acabar con mis
recuerdos limpios? ¿Cómo pueden hacer eso si no soy susceptible?

—Con el asalto de un vampiro —dijo, —y la intrusión de otras muchas criaturas


con habilidades similares. Sin embargo, hay otros cuyos poderes mentales son más
fuertes. No se puede doblar tu voluntad, pero sin duda, podría sustituir o modificar

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tus recuerdos.

—Oh. —a ella no le gustaba mucho el sonido de eso.

—No te preocupes —dijo con una sonrisa. —Todo está en el manual.

Sus cejas se levantaron. — ¿En serio?

Él se inclinó y pulsó un botón en su escritorio. —Martella, ¿tienes el manual de la


oficina de la Srta. Constantine preparado?

—Está en su escritorio, señor.

—Llévatelo a casa —le dijo a Sara después de apagar el interfono. —Estúdialo.


Encontrarás 48 resúmenes de los procedimientos básicos de la oficina, las
principales características de todas las criaturas que probablemente conocerás
durante tu empleo aquí, los perfiles de los jueces, y un mapa de la división. Es más
grande de lo que parece, por lo que es posible que desees guardar una copia del
mapa la primera semana o dos.

—Oh —dijo otra vez. Y luego, al darse cuenta que se habían salido del camino,
volvió su atención de nuevo a Luke. —Mencionó la reputación del acusado durante

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El Club de las Excomulgadas
la entrevista, junto con las conexiones con su Alianza. Eso no es algo con lo que
esté familiarizada.—habló con un enfoque tranquilo, como un fiscal determinado a
conseguir una manija en el caso, nada más.

—Tienes razón. La Alianza de las Sombras es un órgano de gobierno poblada por


los líderes de los grupos más poderosos de las criaturas de las sombras —comenzó
Bosch. —De vampiros, Therians, demonios, etc. Un paralelo en nuestro mundo
podría ser el Senado. O mejor aún, las Naciones Unidas.

—Está bien—dijo. — ¿Y Dragos trabaja para la Alianza? —su sonrisa fue casi
divertida. —Dragos Lucius trabaja sólo para sí mismo. —pensó en todos los casos
que Bosch había recitado, y pudo llegar a una conclusión razonable: Luke era un
asesino a sueldo. Un asesino. Y a partir de lo que había visto y leído, era muy

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bueno en su trabajo. — ¿Nadie ha podido levantarle cargos?

—Lucius es muy inteligente —dijo Bosch, con una admiración que parecía casi
afectuosa. —Tiene amigos poderosos, tanto dentro como fuera de la Alianza. Y
como ambos sabemos, ese tipo de poder demasiado a menudo da lugar a un
acuerdo tras bambalinas, sobre todo cuando la evidencia es débil o inexistente.

—Las víctimas… —comenzó, recordando las respuestas de Luke en la sala de


interrogatorios. —La forma en que Dragos las describió y sus crímenes… ¿Fueron
precisas?

—Cada uno de esos hombres podrían fácilmente haber sido hallados culpables
dentro de estas paredes y apostado frente a una galería como testigos —dijo Bosch.
— ¿Eso hace a Dragos mejor? O, perdóneme, ¿Eso hace de lo que hizo Dragos algo
correcto?

—Absolutamente no —dijo. Su madre había sido fiscal de distrito, y Sara se había


criado con la idea de que los tribunales hacían justicia, no los civiles. Y aunque se
refería a sus palabras… realmente las había querido decir, no podía dejar el
pequeño trino de alivio que ondeó en su pecho. Alivio de que quizás, sólo quizás, el
hombre con el que se había acostado no era tanto el monstruo que había pensado.

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El Club de las Excomulgadas

Sin embargo, los delitos no estaban en su agenda, y no tenía sentido analizar


cualquiera de ellos o al hombre que pudo haberlos cometido.

—La evidencia no es débil en este caso —dijo.

—No —acordó Bosch. —No lo es. —con el ceño fruncido, sus ojos grises se
oscurecieron con investigación. — ¿Dijiste que tenías algo que discutir conmigo
acerca de estar en este caso?

—Correcto —ella metió la mano en su bolsillo, con sus dedos cerrándose


automáticamente alrededor de la cinta que había rodeado una vez un regalo de
tulipanes. —Es solo que la noche del miércoles, luego que el jurado volvió sobre el

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asunto Stemmons, yo estaba en un bar celebrando, y… —él levantó una mano. —
Lo sabemos.

—Oh. —se obligó a mantener la barbilla alta, aunque estaba segura de que había
pasado por seis tonos de rosa. — ¿Y todavía me quiere en este caso? —una
pregunta estúpida, puesto que ya la habían asignado al caso, pero las palabras
estuvieron fuera antes que pudiera recordarlo. Y, además, realmente quería una
respuesta.

—Como ya he mencionado, encontrará que hacemos las cosas de manera diferente


en el sótano. Comparativamente hablando, la comunidad es pequeña. Y cuando se
toma en cuenta la esperanza de vida de las diferentes criaturas de las sombras, las
probabilidades son altas de que fiscal y el acusado, el investigador y el sospechoso
se hayan cruzado antes. Los cruces no requieren una recusación inmediata. No sin
otros factores atenuantes.

—De acuerdo. Por supuesto.

Sus ojos brillaron con lo que sólo se pudo interpretar como diversión. —Déjame
pedirte esto. Este ‘encuentro’ ¿Tiene algún impacto en tu capacidad de procesar este
caso?

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El Club de las Excomulgadas
Ella dudó antes de contestar, porque la cuestión merecía una evaluación honesta, y
trató de ignorar la rabia que había sentido en esa sala de interrogatorios, saber eso
no la hacía sentir más cómoda con las cosas que trataba muy duro de mantener
fuera de las calles. La verdad era que no podía ignorarlo.

Se le había dado la oportunidad de poner a un vampiro mentiroso, liante, asesino


en una jaula. Un vampiro, que ahora sabía, había cometido delitos atroces, y luego
abusado de su conexión con la Alianza para zafarse de la ley. Que se burlaba del
sistema en que había puesto su corazón y alma. De ninguna manera… no había
manera de que se alejara de esta oportunidad.

Crouch podría haber escapado de la justicia por un tecnicismo. Pero Sara


malditamente se aseguraría de que ningún otro vampiro se deslizara a través de la

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soga también.

—No, señor —dijo con firmeza. —No me afecta en absoluto.

Él se echó hacia atrás, luego juntó sus dedos. —Te creo. Más que eso, sé que crees
en lo que dices.

Ella se obligó a no fruncir el ceño, preguntándose qué nuevo camino estaba por
empezar a recorrer.

— ¿Pero?

—Pero me pregunto si comprendes plenamente cuan intrínsecamente diferentes son


las cosas aquí abajo en el sótano.

No pudo evitar sonreír. —Confía en mí. Me he dado cuenta.

—Tenemos salas de entrevistas y secretarias, junto con hojas manchadas de tóner


en el archivo porque los recortes presupuestarios no permiten la sustitución de las
máquinas fotocopiadoras. Disponemos de jueces y jurados, así como de sillas en las
mesas del consejo que necesitan desesperadamente ser retapizadas. Tenemos leyes,
Constantine, igual que arriba. Sin embargo, nuestras leyes se remontan a tiempos

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El Club de las Excomulgadas
antiguos, antes incluso de la memoria común de los humanos. Y cuando esas leyes
se rompen, el juicio es rápido y el castigo brutal. En la superficie, puede parecer lo
mismo. Pero ahí es donde terminan las similitudes.

Ella tragó. —Entiendo —dijo, pensando que él estaría seguro de que era una
mentira.

Llegó a su escritorio y Martella le llamó. — ¿Fue Lortag puesto en el teatro ya?

—Lo estarán llevando en cualquier momento.

Él apagó el comunicador, se puso de pie y le indicó a Sara hacer lo mismo. —


Vamos a dar un paseo.

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No le preguntó por qué. Estaba claro que había una razón, y él le diría su propósito
a su propio tiempo.

Acabaron en los pasillos de la División 6, llegando finalmente a un banco de


ascensores que los llevaba aún más lejos en las entrañas del edificio, hasta llegar al
subnivel veinte. Las puertas se abrieron en un túnel de hormigón, como un paso
subterráneo de la carretera. No había señales que anunciaran el propósito de ese
piso, y Sara fue alcanzada por el pensamiento de que si tenía que preguntar por él,
no estaría allí.

—Ven —dijo Bosch, y con esa sola palabra la llevó saliendo del ascensor y al túnel.
Entró en una cinta rodante, y ella lo siguió, con el camino de caucho negro
llevándolos a través del túnel largo y hacia una tenue luz amarilla en el otro
extremo, con el color y la fuerza tan fuera de lugar como el sol en un medio
subterráneo. Al acercarse, Sara empezó a oír el repiqueteo de voces, decenas, quizá
cientos, de personas que hablando entre sí.

Se lamió los labios, con una sensación de temor sobre ella sin previo aviso. Por
primera vez, vio un cartel, montado en el techo y colgando encima de su camino:
“Sólo personal autorizado.” —La entrada del público está al otro lado del teatro —
dijo Bosch. —Como puedes escuchar, tenemos la casa llena ahora mismo.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Por qué? —preguntó cuando salieron del túnel hacia la luz. Pero aun cuando la
pregunta salió de su boca, sabía que no necesitaba haberla hecho. Las criaturas en
las gradas eran un espectáculo digno de verse. Y el episodio de hoy era una
ejecución.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 8
La sala le recordó a Sara una sala de cine, con asientos tipo estadio que daba a una
gran pantalla. La única diferencia era el gran espacio abierto entre la primera fila de
asientos y la alta pared blanca.

Una plataforma elevada de madera dominaba ese espacio, y mientras Sara miraba,
vio un artefacto extraño con altos postes que parecía extenderse hacia arriba a partir
de una base móvil. No fue hasta que Bosch la llevó más a la izquierda, sin embargo,
que fue capaz de obtener una visión clara, una guillotina.

Ella se tambaleó, con su sangre fría de repente. —Señor, ¿Es eso...?

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—Lo es.

Tragó, manteniendo la boca cerrada y respirando profundamente por la nariz y


tratando de no pensar en un cuello colocado en la curva de la madera, con la hoja
cayendo, y Oh, Dios.

Se dijo que debía relajarse. Después de todo, había sido testigo de ejecuciones
antes, la primera sólo ocho meses después de que se hubiera graduado en la escuela
de leyes. El escenario, sin embargo, había sido mucho menos teatral. Y no había
habido cabezas cortadas. Los testigos también estaban detrás de un vidrio, pero
excepto los de las familias de los acusados y de las víctimas, los testigos en su
mayor parte eran oficiales sobre todo de la corte. Aquí, sin embargo, la multitud
parecía haber sido sacada de la calle, y ahora hablaban entre sí, con su charla
llenando la habitación con un rumor expectante. Bosch la llevó a una sección
acordonada y eligió dos asientos al lado de un hombre gigante con mejillas
sonrosadas, nariz bulbosa, y ojos curiosos, que enseguida se dirigieron a Sara.

—Sara Constantine, McPhee Chance.

Chance le tendió una mano carnosa por lo menos diez veces más grande que la de
Sara. —Vienes a verme y a regodearte, ¿verdad? —preguntó, con voz acentuada

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El Club de las Excomulgadas
con una suave pronunciación. —Muy reñido, esta vez, pero eso sólo hace la
victoria más dulce.

—No estoy familiarizada con el caso —admitió Sara.

—Sara es nueva en el equipo —explicó Bosch. —Será mi segunda en la materia de


Dragos.

Los ojos de Chance se abrieron. — ¿Es un hecho? Si necesitas algo, muchacha,


házmelo saber.

—Gracias. Seguro tendré eso en cuenta.

—No en este fin de semana, sin embargo —añadió con una amplia sonrisa. Movió

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un pulgar hacia Bosch. —No le digas al jefe, pero me imagino que me gané un par
de días fuera de la oficina. De vuelta a casa, me voy. Conseguiré un poco de R y R4.
Soy el titular actual de lanzamiento roca de dos toneladas, y mi esposa me cortará
la cabeza si no gano el trofeo este año.

— ¿Dónde está su casa? —preguntó Sara, pensando que era más seguro indagar
sobre eso que sobre lanzamientos de piedra.

—En Escocia —dijo Chance.


—Chance es un troll de montaña —añadió Bosch.

—Oh. —y como no sabía qué decir a eso, ella cambió de nuevo para mirar la
guillotina. — ¿Y qué hizo el preso?

—Convirtió a dos humanos —dijo Chance. —A una mujer y niña pequeña. No ha


podido controlar su demonio, dice. Pero eso no es excusa. No es en virtud del
Pacto. Ni una sola vez ha estado en Retención.

—Un ritual de sangre —explicó Bosch. —Hace un llamamiento a un espíritu… a

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R y R: Rest & Recreation (descanso y recreo), Rest & Relaxation (descanso y relajación) o Rest & Recuperation (descanso y
recuperación). Las tres vienen a significar lo mismo.

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El Club de las Excomulgadas
Numen. Para que de fuerza y ayude en la lucha contra el demonio que se libera
durante la transición de un vampiro.

—Lo siento, no entiendo.

—Sin duda ¿Habrás oído hablar de tus historias humanas en donde los vampiros
son criaturas sin alma, malas?

—Correcto.

—De hecho, su alma no se aparta de la transición, pero es sometida al poder del


demonio que se levanta cuando se hace vampiro.

— ¿Como poseídos?

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Él negó. —No, el demonio viene de dentro. Puedes pensar que es el lado oscuro del
alma. El cambio es libre, y el demonio trata de crecer, de alimentarse. De llegar a
ser. Quiere el poder, y se alimenta del dolor. Es por eso que cada uno de vampiros
recién hechos deben someterse a Retención.

—El ritual de sangre —dijo Sara, tratando de mantener todo correcto en su cabeza.

—Correcto. A través del ritual un vampiro es capaz de suprimir su demonio. De


hacerse con el control y restaurar la prominencia de su alma.

— ¿Así que el demonio desaparece por completo?

—Una vez liberado, nunca se va por completo. Sin embargo, la mayoría de los
vampiros lo pueden suprimir adecuadamente y no son atormentados por la
influencia de los demonios y viven una vida casi normal. Muchos son camareros en
los clubes locales. Algunos DJ’s nocturnos. Se mezclan. Sobreviven, e incluso
prosperan.

— ¿Dijo la mayoría?

—Algunos no prevalecen en Retención —dijo Bosch.

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El Club de las Excomulgadas
—Esos son los pícaros —agregó Chance. —El PEC tiene equipos para cazar y
matar a los pícaros. Negocio sucio.

— ¿Dragos es un pícaro? —ella tenía que saber, entender al hombre, así como al
vampiro. — ¿Es por eso que mata?

— ¿Por qué matan los humanos? —Chance le preguntó. —No todos los asesinatos
pueden ser atribuidos al demonio.

Sara se lamió los labios. —Por supuesto que no.

—Dragos no es un canalla —dijo Bosch. —Pero me temo que la Retención no fue


un éxito total en él.

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—No entiendo.

—Su demonio es excepcionalmente fuerte. Se trata de liberar incluso ahora, y


Dragos Lucius deben luchar constantemente por mantener a raya al demonio.

—Pero… —ella comenzó a preguntarse exactamente qué era lo que quería decir,
pero sus preguntas fueron cortadas por el súbito rugido de la multitud. Sara buscó
la razón detrás del cambio en el comportamiento de los espectadores. La encontró
suficientemente rápido… una puerta se había abierto en lo que pensaba era la
pantalla de cine, y una mujer entró, con la cabeza gacha, con un objeto grande,
cuadrado. Subió las escaleras a la plataforma, y luego dejó el elemento sobre un
caballete que ya había sido erigido en la plaza de una mesa de madera que Sara no
había notado antes, después de haber estado demasiado interesada en la guillotina.

El cuadrado tenía un paño negro, y ahora la mujer quitó la tela para mostrar un
retrato de una niña, de unos cuatro o cinco años de edad. La multitud cayó en un
silencio respetuoso mientras la mujer se mantenía de pie y orgullosa al frente del
teatro. —Recordamos a Melinda Toureau —dijo. —Ella duerme ahora con los
ángeles.

—Melinda —repitió la multitud.

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El Club de las Excomulgadas
La mujer bajó la cabeza y dio un paso hacia atrás hasta que casi se presionó sobre
la pantalla. Una vez quieta, la puerta se abrió de nuevo y esta vez entraron dos
hombres. Uno, el prisionero, llevaba una camisa color negro y pantalón negro
suelto. Sus manos estaban cruzadas a su espalda y estaba atado por esposas de
metal. Sus pies estaban atados de manera similar, con la cadena entre sus dos
tobillos lo suficientemente larga para sólo permitirle caminar. A su lado, el segundo
hombre estaba vestido también de negro. Su atuendo, sin embargo, estaba hecho de
cuero. Y a diferencia del prisionero, cuyo rostro orgulloso miraba a la gente sin
ningún tipo de remordimiento, el verdugo permanecía en el anonimato, con la
capucha de cuero negro cubriéndole toda la cara con excepción de dos rendijas
estrechas para sus ojos. El verdugo tiró de una cadena atada a un collar alrededor
del cuello del acusado, y el preso lo siguió hasta la escalera de madera desvencijada

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


en medio de la plataforma. La multitud empezó a murmurar y a chiflar, y Sara se
dio cuenta que sus propias uñas se hundían en la palma de su mano e hizo un
esfuerzo por relajarse.

— ¡Lortag Trevarian! —resonó la voz del verdugo. —Has sido declarado culpable
de dos cargos de delito mayor Clase Cinco, en violación del Quinto Pacto
Internacional y condenado a la ejecución pública por cabeza o corazón. Le
pregunto a la fiscalía, ¿Fue así? —Al lado de Sara, Chance se levantó. —La
condena se mantiene —vociferó. —El castigo será justo y bueno.

Chance volvió a su asiento, el verdugo se volvió a Lortag. — ¿Tiene alguna palabra


final?

El prisionero se quedó inmóvil, con su rostro como una masa de furia.

—Así sea —el verdugo le dio la espalda a la multitud y miró a la mujer, que ahora
tenía una lágrima en su rostro. —Evangeline Toureau. ¿Vengarás la muerte de tu
hija? ¿O la mirarás?

—Le haré justicia —dijo ella con voz débil pero constante.

— ¿Qué dices, entonces? ¿Muerte por estaca o por espada?

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El Club de las Excomulgadas
—Por estaca—dijo Evangeline, elevando la barbilla. —Le quitaría la vida con mis
propias manos.

—Así sea —dijo el verdugo mientras un silencio se apoderó de la sala. Evangeline


siguió el verdugo a la mesa cerca del retrato de su hija. Ella dudó un instante, luego
se volvió hacia la mesa y eligió una estaca de madera y un mazo de hierro. Luego
se hizo a un lado mientras el verdugo se acercaba al prisionero y lo encadenaba con
fuerza a uno de los pilares de madera.

—Es tuyo —dijo el verdugo.

Evangeline dio un paso adelante sin titubear, presionando la punta de la estaca en


el corazón de Lortag, y luego golpeó el mazo dejándolo caer sobre él, haciendo

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saltar a Sara con la brutalidad del golpe.

Por un breve momento, el miedo cruzó el rostro de Lortag. Luego se fue, reducido
a nada más que un montón de polvo.

Evangeline se volvió hacia la multitud, asintió, y luego descendió las escaleras y


salió, con sus pasos resonando en el silencio de la habitación llena de gente. El
pecho de Sara se sentía como si estuviera a punto de estallar, y sacó un respiro
agudo de aire, dándose cuenta de que se había olvidado respirar.

— ¿Constantine? —Bosch le preguntó, mirando sus ojos a través de estrechas


rendijas. — ¿Estás bien?

Ella lo miró y asintió, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Estaba acostumbrada a
las ejecuciones por eutanasia, como si hubiese sido testigo, con el prisionero detrás
de una pared de cristal, y los médicos asistiéndolo. Este tenía el mismo resultado,
pero con un infierno de presentación diferente. Sin embargo...

La multitud. El verdugo con la máscara de cuero. La madre blandiendo el máximo


castigo.
Y el sonido escalofriante de la maza de hierro golpeando la estaca de madera en el
corazón del preso.

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El Club de las Excomulgadas
Era duro. Era brutal.

Y no podía dejar de pensar que si hubiera sido Crouch el que hubiera estado arriba
en la plataforma, quizá, finalmente, las pesadillas se terminarían.

—Estoy bien —dijo ella, pero al hablar, se preguntó cómo estaría cuando llegara el
momento para que se sentara en la silla mágica de Chance. Porque si hacía bien su
trabajo, sería Luke el que estaría en esa plataforma, con su muerte anunciada con el
aplauso de las masas, y la misma Sara, anunciando que su castigo era justo y
bueno. Ella misma diciendo que lo quería muerto y tenía que pagar por su crimen.
Pero no podía pasar por alto la parte baja que deseaba lo contrario. La que tenía la
fantasía de que todo era un error. Que Luke no moriría, que no iba a ser el
condenado a morir en esa sala, y que podría volver a donde había empezado con

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


Sara y darle calor con sus brazos.

Bosch se puso de pie, listo para salir del teatro, pero Sara se quedó sentada, con los
ojos en el retrato de la niña. — ¿Qué pasó con Melinda? —dijo, preguntándose por
qué la niña no había sobrevivido. — ¿Es peligroso para los niños convertirse en
vampiros?

—No de la manera en que estás pensando —dijo Bosch, deteniéndose frente a ella.

—Melinda hizo la transición. La División la terminó.

Sara tragó. — ¿La terminó?

—Habría sido demasiado peligroso permitirle vivir —dijo. —Los niños, las
personas mentalmente inestables, no tienen la fuerza para controlar el demonio. —
su estómago se apretó con horror. —Pero…

—Déjame que te cuente la historia de Michael Blessing. Un robusto muchacho de


pelo rubio con brillantes ojos azules y la sonrisa más alegre. Él se convirtió cinco
días antes de su sexto cumpleaños, y la División no fue consciente de su transición.
Para cuando las autoridades se enteraron, habían pasado tres días. Y en el curso de
setenta y dos horas, su madre y padre fueron víctimas del niño. Su hermana

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pequeña, y la niñera, también murieron. —respiró. —No se puede jugar con un
niño sin que haya marcado su demonio.

Ella parpadeó sus lágrimas en aumento, mientras miraba una vez más el retrato de
Melinda. — ¿Y un permiso especial?

—Muy raro—, dijo Bosch.

—Sin embargo, se le concedió a la protegida de Dragos.

—Lo fue.

—Y ella sobrevivió a la espera y tiene el control de su demonio. Así que es posible,


¿verdad? ¿Incluso para una niña o alguien como Tasha? ¿No deberían tener la

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oportunidad de luchar contra el demonio, también?

Él respiró. —Entiendo que esto es nuevo para ti. Que no tienes ningún marco de
referencia. Sin embargo, el demonio que se levanta en un vampiro es atroz.
Asesino. Inteligente, astuto y totalmente carente de remordimientos. Muchos
adultos no hacen la transición y se pierden en lugar de su demonio. No sobreviven
a la Retención… Nunca logran controlar al demonio y son los pícaros y, sí, los
cazamos. La posición de todas las criaturas de las sombras en esta tierra es precaria.
Tenemos fuerza, sí... pero nuestros números son pequeños comparados con los
humanos. Nos auto-vigilamos porque debemos hacerlo.

Se dio la vuelta ahora para hacer frente al retrato de Melinda también. —Esa niña
tenía la rabia del infierno dentro de ella y ni la más mínima posibilidad de
controlarla —continuó.

—Fue convertida, tuvo su estaca, y fue vengada —él la miró fijamente. —Esa es la
forma en que es, Sara. Es la forma como debe ser.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 9
Luke se paseaba por la celda de metal y vidrio. O trataba de hacerlo, pero como
sólo podía dar cinco pasos antes de chocar contra un muro, obtenía poca
satisfacción con el movimiento sin sentido.

Nunca tuvo intención de acabar enjaulado como un animal, y su propio error de


cálculo lo frustraba. La eliminación de Tariq en el activo del equipo RAC había
sido un golpe crítico, y teniendo en cuenta que Luke estaba encerrado ahora en una
celda, le daba poca satisfacción al hecho de que la deuda de Tariq permaneciera sin
ser pagada.

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Necesitaba otra salida.

La posibilidad de llamar a sus contactos habituales cruzó por su mente, pero


Braddock había sido un asunto personal, y toda la asistencia que solicitara se haría
a un precio muy alto. Puesto que no tenía ningún interés en estar en deuda con
nadie, prefería mantener esa posibilidad latente hasta que la necesidad fuera
verdaderamente grande. Por otra parte, teniendo en cuenta que la fiscalía pretendía
sacarlo de este plano de existencia, tal vez la situación exigía medidas desesperadas.
No era que este pequeño desvío no hubiera sido útil… Luke al menos había sido
capaz de confirmar de primera mano que las pruebas recogidas en relación a la
muerte de Marcus Braddock eran suficientes para condenarlo. Su esperanza de que
un demonio perceptor estaría entre los primeros en responder se había cumplido, y
tanto el ADN y el anillo había jugado su papel previsto. Con tal evidencia
indiscutible en su bolsillo, la fiscalía no tendría necesidad de buscar el motivo. No
habría necesidad de mirar más la vida de Braddock y descubrir la conexión de esa
reprobable criatura con Tasha.

Ella estaba a salvo.

Luke había logrado lo que se había propuesto hacer, y ese conocimiento le daba un
poco de satisfacción, a pesar de que tenía que confesar que tenía un hilillo de

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El Club de las Excomulgadas
aprehensión. Si bien era cierto que la acusación podría condenarlo con la evidencia
que tenían, la participación de Sara sesgaba su plan. Recordó la manera en que ella
había descrito su tenacidad en la búsqueda de Xavier Stemmons. Era una mujer
que exigiría respuestas, y si iba en busca de un motivo, podría profundizar lo
suficiente como para arrastrar a Tasha en este lío. Y eso era inaceptable.

—Sara —murmuró, apretando su cuerpo con el simple recuerdo de su tacto. Había


esperado que fuera nada más que una noche con una mujer hermosa, sensible.
Unas pocas horas en que podía tomar su placer, disfrutar, y luego alejarse
satisfecho. Había resultado ser mucho más.

Habían hecho el amor con una fiereza nacida de la necesidad de una intensidad
deliciosa que era de alguna manera delicada y áspera, de dar y recibir. Y cuando se

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derrumbaron, saciados, en los brazos del otro, le había acariciado el cabello y la
piel húmeda, relajándose suavemente contra ella hasta que estuvieron lo
suficientemente calmados como para ir de nuevo, esta vez lento y suave y sensual.
Por primera vez en siglos se había encontrado a sí mismo queriendo quedarse al
lado de una mujer. Queriendo hablar con ella, reír con ella, y no sólo dormir con
ella. Había tratado de analizar por qué, pero era algo en lo que no podía poner el
dedo, y tal vez sólo fuera el misterio de la mujer. No lo sabía. Todo lo que sabía
era que había algo en la forma en que se habían echado a reír. En la forma en que
lo había arrastrado desnudo a la ventana para contar las estrellas. En la forma en
que tan a la ligera daba un sorbo de su copa de vino, y luego le sonreía alegremente.

Ella lo había tomado por sorpresa, aliviando el constante rugido del demonio en su
cabeza, e incluso logrando hacerlo reír. Y una mujer capaz de tanto lo fascinaba y
confundía.

Cuando el reloj marcó la mañana, ella estaba tendida desnuda junto a él y le contó
sobre el caso que había ganado sólo unas horas antes. El asunto Stemmons. Un
asesino en serie que había violado y asesinado niñas. Un cobarde humano que
carecían de control y se alimentaba del dolor. Le había descrito su incesante
búsqueda del asesino y las batallas legales muy reñidas, que le habían hecho sentir
una ferviente solidaridad. Incluso entonces, sin embargo, había dudado de que

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El Club de las Excomulgadas
estuviera dispuesta a aceptar cualquiera de sus métodos o herramientas. Pero él
también luchaba por la justicia. Había, de hecho, llevado la balanza de vuelta al
equilibrio en más de una ocasión. Y cuando lo había abrazado, él había pensado en
su propósito de salir esa noche… con intención de encontrar al juez.

De encontrarlo y matarlo.

En el momento en que dejó a Braddock entrar en su cabeza, se había arrepentido.


El demonio dentro había rugido, y había acechado su ventana desnudo, con su
sangre caliente, con sus pensamientos oscuros, y su boca haciéndose agua por
matar. Él se había apartado cuando ella se había deslizado detrás de él, sólo para
encontrarse a sí mismo mientras se relajaba bajo su tacto. Su cercanía lo calmaba,
su perfume era como un bálsamo sobre él. Y antes de que incluso tuviera tiempo

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para procesar el cambio, se encontró sintiéndose como un hombre, no como una
bestia.

Ella lo había calmado. Y ahora, pensó, ella lo liberaría. Porque, en ausencia de


cualquier otra forma de salir de estas cuatro paredes condenables, Sara era su mejor
esperanza. Una mujer que se había derretido bajo su tacto y que, esperaba, fundiera
su voluntad también.

Se dejó un pequeño momento de arrepentimiento, pero su plan tenía sentido.


Necesitaba un nuevo activo dentro de la División, para utilizarlo cuando el
momento fuera propicio. Y Sara era su primera opción, la mejor.

Un pitido agudo marcó la apertura de la puerta del bloque de detención, un sonido


que pronto fue seguido por pasos constantes. Luke inclinó la cabeza, escuchando.
Tres criaturas, una de pie firme, dos lerdos, moviéndose en su dirección. Regresó a
su mesa, se sentó y esperó. En un momento, el cara bonita de Nicholas Montegue
apareció más allá de la pared de cristal, flanqueado a ambos lados por los ogros que
vigilaban el bloque de detención. A pesar de su cara de ángel, Nick era a la vez
feroz y brillante. Y debido a sus rasgos inocentes, era un abogado defensor más
efectivo de lo que sería trabajando con su intelecto, tan admirable como podía ser.

93
El Club de las Excomulgadas
Habían sido amigos desde hace cinco siglos, vigilándose las espaldas infinidad de
veces, y se debían el uno al otro su vida una docena de veces.

Había sido Luke quien presentó a Nick a Tiberius, y como enlace vampírico de la
Alianza de las Sombras, Tiberius había patrocinado el entrenamiento de Nick como
abogado. Mientras Luke miraba, Nick señalaba a los ogros, que sin mucho
entusiasmo comenzaron a retirar la serie de bloqueos que mantenían la puerta de
cristal cerrada. El vidrio era inquebrantable e igual que una antena integrada en el
cristal trasero de un auto, estaban imbuidos en una serie de filamentos finos de
hematita. La hematita reforzaba el vidrio, junto con la aleación de hematita de las
paredes y significaba que escapar por transfiguración era imposible. Luke lo sabía,
lo había intentado.

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Escapar por medios menos elegantes, sin embargo, seguía siendo una posibilidad, y
los ogros lo sabían. El ogro que no estaba abriendo las cerraduras levantó su arma,
con su flecha montada en la ballesta amenazante y dirigida en dirección de Luke.

—Las manos —gruñó el ogro. —Sobre la cabeza. —una vez que Luke lo hizo, el
segundo ogro liberó el pasador y abrió la puerta. Hizo un gesto más a Nick para
entrar, después cerró la puerta con llave.

—Tienen veinte minutos —dijo el primer ogro. El segundo gruñó y se alejó de la


puerta, y luego siguió a su líder fuera de la línea de vista de Luke. Una vez que se
fue, Luke bajó las manos y sonrió a su amigo. —No es el Plaza, pero he tenido peor
alojamiento.
—Maldita sea, Luke —escupió Nick, destruyendo la ilusión de que la cara de ángel
reflejaba el temperamento de un ángel. — ¿Has perdido la cabeza? ¿Me quieres
decir cuando demonios te volviste tan condenadamente descuidado? ¿Y cómo
diablos se supone que conseguiré liberarte de los malditos cargos con ese tipo de
pruebas salpicando el archivo? —sin más, Nick se desplomó junto a Luke en la losa
de cemento que sobresalía de la pared y servía de cama. —Maldita sea —murmuró.

—Me alegro de verte de nuevo, también —dijo Luke, riendo cuando Nick cambió
de lado, con su expresión cáustica.

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El Club de las Excomulgadas
—He hablado con Tiberius —dijo. —Braddock no fue una matanza autorizada.

—No —reconoció Luke. —Braddock era mío.

—Esto no irá bien —dijo Nick. —Lo sabes, ¿verdad? Tiberius ya echa espuma por
la boca. Los Ángeles está caliente en este momento, y tú, amigo mío, acabas de
añadirte a sus problemas.

— ¿Son los Therians? —los cambia formas… en especial los hombres-lobo, eran
una constante espina en el costado de Tiberius, y como pequeños perros ladrando,
seguían gritando que no eran tratados de manera justa dentro de la Alianza. Con
pocas excepciones, Luke tenía poco uso para los cambiaformas.

—Infiernos sí, los therians. ¿Quién más?

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—Rayos —Luke se inclinó y se pasó los dedos por el pelo. — ¿Cómo de enojado
está?

— ¿Contigo, o con Gunnolf? —Nick preguntó, refiriéndose al representante


Therian en la Alianza. —En realidad, olvida la pregunta. Yo diría que está igual de
furioso con los dos.

Aunque la esperaba, la respuesta seguía irritando a Luke. Al final del día, Tiberius
era el as en la manga de Luke dentro del agujero. El maestro vampiro tenía
conexiones. Lazos. Y marcadores que podrían ser llamados cuando la situación
fuera grave. Hasta el momento, Luke nunca había tenido que pedirle a Tiberius un
pase para él, y con un poco de suerte, no lo haría ahora. Pero si esa opción estaba
completamente fuera de la mesa, entonces Luke no tenía un plan B. Y Luke era un
hombre que siempre mantenía una segunda salida abierta.
— ¿Cuál es la situación?

—Ese es el problema —dijo Nick. —No lo sé. La Inteligencia se ha dado contra un


muro. Lo único que sabemos es que Gunnolf planea otra jugada en Los Ángeles. El
bastardo determinó que Los Ángeles estará bajo el control Therian, no vampiro.
Como si tuviera un maldito voto en la gestión para conseguirlo.

95
El Club de las Excomulgadas
—Los Therians han estado tratando de derrocar a Tiberius de los territorios clave
durante años —dijo Luke. Siglos, en realidad, con el concurso de meadas jugado
por los diferentes bienes raíces. Nueva York. Constantinepla. Praga. Moscú.
Londres. Pero con excepción del largamente control Therian en París, Tiberius, y
los vampiros, han mantenido el control sobre los territorios principales.

—Si hablan esta vez es porque tienen una oportunidad de oro5.

— ¿Crees eso? —Luke dijo. Menos de una década antes, un equipo de hombres
lobo encubiertos habían logrado corromper el suministro de sangre del sur de
California. Un montón de vampiros inocentes habían muerto, pero el plan no había
debilitado el mantenimiento de Tiberius sobre el territorio. Por el contrario, el
apoyo de Tiberius dentro de la Alianza creció, así como el de Gunnolf había caído,

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a pesar de que los miembros del equipo detenidos insistieron en que el hombre lobo
a la cabeza no tenía conocimiento de la maniobra.

Lamentablemente, los miembros del equipo habían muerto de misteriosas y


dolorosas formas mientras estaba en libertad bajo fianza en espera de su juicio.

—Por supuesto que no, no lo creo —dijo Nick. —Pero como consejero de Tiberius,
no puedo ignorar el riesgo. Los enlaces y los espectros para-demonios de la Alianza
han estado haciendo mucho ruido recientemente. Si Gunnolf se las arregla para
hacer que se vea como que el control férreo de Tiberius en Los Ángeles se escapa,
los miembros de la Alianza en realidad podrían votar a favor de cambiar el
territorio quitándoselo a los vampiros y dándoselo otra vez a los Therians —en
otras palabras, pensó Luke, Gunnolf no tenía que tener éxito en todo lo que había
planeado con el fin de ganar. Sólo tenía que levantar un montón de polvo. En
definitiva, una pesadilla de mierda para Tiberius, y una gran, gran y brillante
oportunidad para Luke. Porque si podía encontrar una manera de ayudar a
Tiberius con el problema Therian, entonces Tiberius estaría más receptivo a ayudar
a Luke con el pequeño detalle de su encarcelamiento. —Necesito detalles —dijo. —
¿Qué se dice en la calle?

5
Se refiere a tener una buena oportunidad.

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El Club de las Excomulgadas
—No hay mucho parloteo, en realidad, pero lo que sea, caerá pronto. Hasik rodó
por la ciudad ayer. —un lobo alfa a la luz de la luna llena y un grano en el culo real
el resto de las ocasiones, Hasik era uno de los mejores hombres de Gunnolf. Si
había un juego de cambio de control en la cuenca de Los Ángeles de los vampiros a
los Therian, entonces Hasik estaría en el corazón de ello. Ya había tratado de
reclutar a un número de tenientes de Tiberius hacia el lado de Gunnolf, después los
había matado a sangre fría cuando se habían negado a cambiar su lealtad. Como si
un vampiro estuviera realmente alineado con los therians.

En ese momento, Tiberius había estado buscando un final aún más grande y había
decidido no enviar a Kyne a atender el problema de Hasik. Lo que hizo de Hasik
un infierno de hombre lobo con suerte.

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— ¿Y Tiberius no tiene una idea sólida en cuanto a lo que Gunnolf y Hasik han
planeado?— Luke preguntó.

—Ni un atisbo, ni una idea.

—Ese tipo de información sería algo que valdría la pena, ¿no te parece?

—Un precio más allá de los rubíes, amigo mío. Haciendo que el problema de Hasik
desapareciera. Es una lástima que estés un poco indispuesto en este momento. —
Nick se echó hacia atrás, buscando la perfección de su casa en la escasa celda a
pesar del traje a la medida de Savile Row. —Lo que nos lleva al punto de partida. Y
te vuelvo a preguntar, — dijo Nick, con su voz ahora en calma mortal. — ¿En qué
clase de cosas locas te estás metiendo?

— ¿Supongo que es seguro hablar?

—Tengo un activo en ese seguimiento. Durante la siguiente hora, los discos de


observación tendrán una interferencia auditiva inexplicable.

— ¿Confías en él?

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El Club de las Excomulgadas
— ¿En mi adquisición? —Nick preguntó, con ojos danzantes. —Mucho —es una
mujer, entonces pensó Luke, y dejó el asunto. Si Nick decía que cuidaría del
problema, Luke le creía. Y debería haber sabido que Nick estaría asociado con
mujeres. Con Nick, eso era prácticamente un hecho.

—Ahora, sácalo todo —exigió Nick. —Mataste a Braddock. ¿Por qué?

—El hombre era un hijo de puta.

—Tú también, y no por eso estoy sacando una estaca.

—Y por eso, tienes mi gratitud.

Nick se puso de pie, con una expresión preocupada. —Maldita sea, Lucas. Has

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comprometido a la Alianza. Infiernos, has comprometido el secreto de Kyne —dijo,
refiriéndose a la sociedad secreta de los hermanos de armas que llevaban a cabo
algunas misiones para la Alianza de las Sombras. Misiones sin sanciones oficiales,
y que serían en voz alta fuertemente negada por todos los representantes de la
Alianza.

—No lo he hecho —dijo Luke, rechazándolo automáticamente y sin convicción. —


Esta misión está fuera de la autoridad de la Alianza, y Kyne no estará involucrado.

—Yo estoy involucrado —dijo Nick.

Luke asintió. —Tú eres Kyne —estuvo de acuerdo. —Y ese vínculo es muy fuerte.
El vínculo de amistad, sin embargo, es más fuerte. O al menos eso espero.

—Dios, eres un dolor en el trasero —gruñó Nick.

—Es uno de mis defectos más persistentes —coincidió Luke.

— ¿Qué pasa con Tasha? —Nick le preguntó con un suspiro. — ¿Dónde está? ¿Es
necesario que la compruebe? ¿Habías incluso considerado lo que esto le haría a ella,
al tú ser arrojado a una celda? Ella no lo entenderá.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo consideré —dijo Luke. —Y lo sopesé todo antes de actuar. En gran parte, al
menos, creí que me darías crédito por eso.

—Luke... Yo no quise decir eso. Sé que no harías nada para ponerla en riesgo. Es
sólo que ella confía en ti.

—Un hecho del que soy consciente. —frustrado, se movió al cristal y miró por la
barrera de la sala de más allá. Era a causa de Tasha que estaba en la celda en
primer lugar. Gracias a ella, y por su propia arrogancia, muchos años atrás. Él
debería haberlo sabido mejor, pensó, mientras los recuerdos llenaban su interior.
Nunca debería haberla traído.

Él la había encontrado, sola y sangrado, con el miedo aferrándose a ella como una

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manta, y ella lo miró, con la vida desapareciendo de sus ojos tanto como su propia
dulce hija que él había sido incapaz de pensar con claridad.

Tómala, el demonio le había susurrado, y así lo había escuchado. Él la había


tomado, bebido de ella, y cuando el cambio llegó a ella, se convirtió en padre,
maestro, protector. Por encima de todo, él la había ayudado a luchar contra su
propio demonio. La había ayudado a traer de vuelta a su niña dentro. Una
confundida y pérdida inocente que tenía todo el derecho a haber estado en el cielo
con los ángeles en vez de caminar entre los demonios. En vez de sufrir a manos de
los hijos de puta como Marcus Braddock, los hombres que tomaban lo que querían
y se preocupaban poco por las consecuencias.

Cualquiera que fuera la particular arrogancia que Braddock había sufrido, estaba
quieta ahora, igual que el hombre mismo. Y por eso, al menos, Luke estaba
agradecido.

—Tasha está cuidada —dijo en voz baja. —La envié a Nueva York —se dio la
vuelta para hacerle frente a Nick. —Está con Serge.

— ¿Con Serge?

Algo en la voz de Nick llamó la atención de Luke. — ¿Qué?

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El Club de las Excomulgadas
—Llamé a Serge —dijo Nick. —Hace no menos de una hora. No fui capaz de
encontrarlo.

Algo frío y desconocido se estableció en el estómago de Luke. Miedo. El viaje de


Serge a la cordura había estado aún más manchado que el de Luke. Muchos
vampiros, más aún, eran capaces de controlar el demonio, cerrarlo de nuevo, y
mantenerlo unido. La Retención era brutal, agotadora y a veces mortal. Pero los
que sobrevivían se llevaban al demonio atado. Atrapado.

O, al menos, la mayoría lo hacía.

Pocos supervivientes conseguían el control sobre el demonio, sí, pero no se unían


completamente. En cambio, el demonio se ocultaba bajo la superficie, jugando,

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burlándose y pidiendo salir a jugar.

Si el demonio ganaba la batalla, si el vampiro no podía recuperar el control… el


vampiro se convertía en objeto de caza. En un pícaro. En una amenaza para la
sociedad.

Y si el vampiro era capaz de mantener el control a pesar de mofarse de los


demonios, entonces ese vampiro vivía en el filo de la navaja. Una vida difícil, como
Luke sabía muy bien. Como todos los vampiros Kyne lo sabían.

Así que sí, Luke sabía hasta qué punto Serge estaba obligado a aguantar, a veces
sólo por el más delgado de los hilos. Si ese hilo se deshacía...

— ¿Has intentado todos sus números? ¿Le enviste un e-mail?

—Lo hice —Nick se puso de pie y comenzó a pasearse. —Enviaré a Ryback al ático
de Serge. Está en Nueva York en una asignación. Tan pronto como vuelva, le diré
que pase. No me puedo imaginar a Serge dejando sola a Tasha, pero si lo hizo
Ryback puede llevársela a su casa.

Luke asintió, insatisfecho. Él debería ser el que fuera a ella, el que la llevara segura
de regreso a Los Ángeles lo que era imposible por el momento, aceptó de mala

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El Club de las Excomulgadas
gana, y trató muy duro de empujar la preocupación de su cabeza. No era tarea fácil.
Nick se detuvo y miró a Luke, con expresión pensativa. —La enviaste lejos, lo cual
es algo que nunca había visto en todos estos siglos. Y todo el camino hasta
Manhattan. Ella podría haber estado conmigo. Incluso Ryback o Slater se la
habrían podido llevar, y habría estado por aquí. Cerca de ti. Pero la enviste al otro
lado del país. No soy un idiota, Lucius. Tú eres su protector. Pero ¿de qué? De qué
en realidad.

Una lenta furia hirvió en Luke al recordar las palabras de Tasha, sus súplicas
llorosas. El terror en su cara cuando le describió lo que Braddock le había hecho. Y
mientras lo pensaba, el demonio se agitaba.

—Él la violó —dijo en voz baja y peligrosa. Sintió que sus colmillos se extendían

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ahora sobre sus labios gruesos. —Braddock le hizo daño. Puso sus manos sobre ella
y se llevó lo que no tenía derecho a tomar.

—Así que lo tomaste de regreso —dijo Nick, con voz suave. —De él.

La mandíbula de Luke estaba quieta. — ¿Tenía otra opción?

Nick cerró los ojos, moviendo la cabeza. —No —dijo. —No la tenías. —él se
adelantó y puso su mano sobre el hombro de Luke. —Yo hubiera hecho lo mismo.

Luke asintió. —Si no creyera eso, no estaría aquí representándome.

—Este caso podría ensuciar todo lo que has hecho, Luke. Se podría volver contra ti.

—Ya lo sé. —los rostros de sus víctimas nadaron a través de su memoria. Asesinos
en sí mismos, criaturas oscuras que habían escapado a la justicia por el asesinato de
los de su especie y de humanos. Que habían, por tecnicismos o por corrupción o
por pura astucia, escapado del sistema que se suponía que los encerraría o
derribaría. Se habían deslizado libres, y cuando las ratas sucias se felicitaban por
haber dejado atrás al largo brazo de la ley, la Alianza entonces intervenía con
soldados que operaban fuera de los límites del sistema, con sus dedos pegajosos
capaces de llegar a donde ese largo brazo no podía. El propio PEC respondía a la

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El Club de las Excomulgadas
Alianza, y sin embargo al sancionar su propia marca de justicia, la Alianza rompía
el mismo pacto que había creado. La violación se justificaba por la necesidad de
proteger a la sociedad de las sombras en su conjunto, para garantizar el secreto de
un mundo que funcionaba al margen y por debajo de la civilización humana.

Luke era un jugador, y era prescindible. Siempre había sabido eso. Pero su objetivo
final era la justicia. Y, sí, buscaba la penitencia también. La redención de un pasado
del que había logrado escapar. Un pasado que se deslizaba suavemente sobre él más
a menudo de lo que le gustaría mofarse, instándolo a hundirse bajo él.

No lo haría.

Había luchado largo y duro por la restauración de su alma, y despreciaba a los que

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sucumbían de buen grado al demonio, sin ni siquiera pasar a la batalla. Era Kyne
por una razón y, lo reconociera o no, se mantendría fiel.

—Si se trata de eso, sé que protegeré a los Kyne. Pero no espero una investigación a
fondo. Tienen mi ADN, y Ryan Doyle ya ha presentado la declaración de un
testigo. El caso está abierto y cerrado. No hay razón para cavar más.

—El PEC no siempre tiene la razón —respondió Nick. —Y Ryan Doyle,


probablemente se enfrentará a tu juicio como una cruzada personal.

En gran parte, Lucas pensó, era cierto. —Tengo que salir de aquí, Nick —dijo,
poniéndose de pie. —No tengo ninguna intención de permanecer en esta maldita
celda.

Nick ni siquiera se molestó en fingir shock o desmayo. —Estoy asumiendo que no


tienes la intención de esperar a que mi brillante jurídica te absuelva. Entonces, ¿qué
estás planeando, y cómo mi trasero se verá comprometido?

—No el tuyo. El del fiscal. Ella es humana, nueva en la División. Su nombre es


Sara Constantine.

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—Ya lo sé —dijo Nick. —He comenzado un archivo. Su experiencia legal es
excepcional, pero nada especial para nuestros propósitos. Una A directa. Sus
credenciales son buenas. Tiene un sólido historial de trabajo con el condado.

— ¿Y con la división?

—Hoy es su primer día en el trabajo, en realidad. Pasó todas las pruebas estándar
de la División. No es susceptible mentalmente, lo que es una vergüenza y la han
lanzado al trabajo normal, yo diría que está preparada para el desafío, lo que no nos
deja líneas disponibles. No profesionalmente, de todos modos.

—Pero, ¿personalmente?

—Ahí, probablemente tengamos un descanso.

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Sacó su móvil, luego dio una palmada a la mesa, una imagen oscura bloqueó la
pantalla.

—Su padre —dijo Nick, mientras Luke miraba la foto del delito fechada en la
escena con un hombre de mediana edad, con el cuello desgarrado de una manera
que se conocía demasiado.

—Armand Constantine. Y Sara tenía ocho años, vio la sangrienta acción.

—Ah, Sara —dijo Luke, con su corazón roto por la mujer que era, y por la niña
que había sido. Podía sentir al demonio furioso dentro de él, y le dio la bienvenida.
Anhelaba salir a la superficie y revelarse para poder extraer la vida del vampiro que
había tomado mucho de ella. — ¿Quién hizo esto?

—Bien, amigo. Esta es la parte de nuestro programa en el que nos preguntamos si el


universo no tiene un infierno con sentido del humor.

— ¿Quién? —Luke repitió.

—Jacob Crouch.

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El Club de las Excomulgadas
Con el nombre, la cabeza de Luke se disparó, pasando de su atención a la imagen
de su amigo. — ¿Qué dijiste?

—Ya me has oído. —se reunió con los ojos de Luke, y Luke vio el cálculo allí. Los
mismos pensamientos que llenaban la mente de Luke. Los mismos esquemas, las
mismas parcelas.
—No hay garantías, Luke. Puedes ser su maldito héroe, y si lo eres podemos
conseguir un infierno de kilómetros con este trato. Matas al asesino de su padre, y
podría caer al suelo y besar tus pies. Pero podría fácilmente girar en sentido
opuesto. Un vampiro mató a su papá. Un monstruo de la oscuridad. Y tú eres un
vampiro, Luke. Igual que Crouch. Para Sara Constantine, todos podemos ser
monstruos.

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


Lo eran, Luke lo sabía, era exactamente como pensaba de él. Un monstruo que
mataba. Una bestia que había jugado con su corazón.

La herida que lo había cortado era profunda, y tendría que trabajar con habilidad
para curarla. Estaría mintiendo, sin embargo, si no admitía por lo menos que estaba
esperando el proceso. Su plan sería matar cualquier cosa pequeña que pudiera
haber empezado a crecer entre ellos, él lo sabía, y el arrepentimiento lo cortaba
como un cuchillo… pero al menos la volvería a ver. La tocaría de nuevo. Vería la
parte blanda de sus labios mientras se acercaba, y sentiría la caricia de su piel
húmeda contra la suya.

Él la utilizaría, pero el placer que le daría sería real. Para Sara, sabía que haría la
traición peor. Que, sin embargo, era una realidad de la que Luke no podía escapar.
Él tenía que ser libre, y no podía comprometer la seguridad de Tasha, debido a los
caprichos de su corazón.

—Le haré un activo —dijo, y miró a Nick. —Necesito que me consigas salir a la
calle. —tenía que verla, era necesario poner las cosas en marcha.

104
El Club de las Excomulgadas
— ¿De verdad crees que ahora es el mejor momento? ¿En su primer día? Estarán
cableando su casa con seguridad, instalándole un botón de pánico. Tú te presentas,
ella aprieta el botón, y el concierto se ha terminado.

—No tengo ninguna intención de verla esta noche —dijo, sólo lamentando un poco
la mentira. No iba a decirle a Nick de su noche con Sara. Eso, por lo menos, se
mantendría puro. Pero sin ese poco de información, Nick no podía entender por
qué Luke querría ir con Sara ahora. Por qué, de hecho, él creía que ella lo vería… y
que no iba a traer la ira de la División sobre él.

—Entonces, ¿qué? ¿No estás más que interesado en dar un paseo por la ciudad? ¿En
ver los lugares de interés? ¿En ver una película?

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—En realidad, estoy interesado en tener una pequeña charla con Hasik Ural.

—Hasik podría no estar en un estado de ánimo para conversar —dijo Nick, pero su
boca se curvó con comprensión.

—Estoy seguro de que podemos encontrar algo sobre lo que charlar.

Nick puso de pie. —Arreglaré un permiso.

—Trata con el Juez Acquila —dijo Luke. —Recuérdale Praga en 1874. Esa pelea
entre él y un diplomático británico con respecto a lo que le dijo a la hija de un
diplomático.

—Del tipo tu ayudándolo a solucionarlo —dijo Nick. Le dio una mirada a Luke. —
Escúchame bien, sin embargo, Luke. Voy a hacer que te autoricen un permiso de
Abogado escoltado con el propósito de revisar la escena del crimen con mi cliente.
Tres horas. Y entonces caminamos de regreso a este bloque de detención y
cerramos la jaula sobre ti. Te sacaremos de aquí, pero no te escaparás de mi
vigilancia. Quiero tu palabra.

—La tienes.

—Me gusta mi privacidad, y no quiero tener a los de PEC, hurgando en nosotros.

105
El Club de las Excomulgadas
—Estaré afuera, Nick, pero no seré libre. Lo de siempre. Escapar será casi
imposible. ¿No fue Ferdinand Cristo quien se escapó el pasado verano sin permiso?
Su muerte no fue algo bonito.

—Tu promesa, Luke —repitió Nick.

—Lo juro por nuestra amistad y nuestro vínculo como Kyne de que volveré a esta
celda. —pero antes, tendría su tiempo con Sara. Y aunque su propósito era oscuro,
su corazón todavía saltaba ante la idea de tocarla de nuevo.

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106
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 10
Ural Hasik cerró las puertas de cristal doble en el Supermercado en Figueroa sur,
con la nariz crispándose. Se detuvo, miró a su alrededor, en silencio retando a que
alguien lo mirara con pena. Un humano con una gorra de cuero negro y una
camiseta grande mantuvo su trasero entrometido mirando en dirección a Hasik un
segundo de más. Hasik gruñó, con el sonido inicial bajo en la garganta cuando le
enseñó los dientes.

El humano se alejó, casi derribando una pantalla de cereales para el desayuno.


Mierda, sí, era mejor huir, pedazo de basura humana sin valor. Se metió las manos
en los bolsillos y merodeó hacia el mostrador, donde un fantasma flaco de hombre

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estaba trabajando en la caja registradora.

— ¿Puedo ayudarle? —preguntó, con un temblor definitivo en su voz.

—Me puede indicar la sección de auto-servicio —los ojos del cajero anciano se
desviaron.

—Yo… yo no creo que quiera ir allí.

— ¿Me estás diciendo lo que quiero, viejo?

—Sólo quiero decir... Su tipo. Aquí. No es…

—Me esperan —dijo Hasik, golpeando un block de notas del mostrador. Luego
torció la boca en alguna versión de una sonrisa amable, con sus caninos blanco
brillando bajo las fluorescentes luces.

—Yo… Sí. Por supuesto. Por aquí... —salió de detrás del mostrador, y luego se
arrastró hasta la parte trasera de la tienda. Se detuvo frente a la puerta del cuarto de
refrigeración a través del cual las vitrinas de vidrio de gaseosa, cerveza, leche, y
aperitivos estaban almacenados.

107
El Club de las Excomulgadas

—A través de allí. Todo el camino hasta el fondo. Hay una puerta. Justo después
de las cajas de leche vacías. —El código es O-NEG.

Hasik frunció los labios en una mueca, sólo porque no le gustaba el hijo de puta,
entonces se empujó a través del frío, con el vello que le cubría el cuerpo de punta.
Cuando llegó a la caja del teclado, aporreó el código, y luego se deslizó en el
interior de la puerta de acero cuando se abrió. El pasillo era largo y húmedo y se
retorcía en forma de espiral hasta llegar a una pequeña sala piedra tallada de tres
pisos por debajo del Supermercado. Las paredes estaban forradas con bancos, y en
los bancos estaban al menos una docena de caras pálidas chupasangres bebiendo la
sangre a través de tubos que se extendían a través de las paredes de piedra. Hasik
reprimió un bufido de disgusto. Puede que no tuviera su vida, pero al menos no

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tenía que soportar esa mierda. Dos jóvenes de aspecto vampiro entraron en la
habitación desde la entrada del subterráneo que alimentaba el sistema del metro de
Los Ángeles y permitía a los vampiros venir y alimentarse durante el día. Lo
miraron, pero hizo caso omiso de sus miradas interrogantes. No era de extrañar,
pocos hombres-lobo se aventuraban a las arenas de alimentación de los vampiros,
pero estos dos le prestaron poca atención, moviéndose en su lugar a un quiosco en
el otro extremo de la habitación. Mientras Hasik miraba, uno deslizó varias
monedas, y luego golpeó unas cuantas teclas en un teclado iluminado. El chico se
inclinó y leyó el teclado, luego se volvió hacia su amigo. —Tengo que esperar.
Todas las estaciones están llenas.

—Maldita sea, tengo hambre. Debimos haber venido ayer. Te dije que ése no era el
camino.

—Casi a tiempo. Estarás bien.

—Con lo que siento en este momento, podría aspirar a un humano. —las cejas del
primer chico se levantaron. —Vaya ahora, hombre. Ni siquiera pienses en eso. Eso
es una seria mierda ilegal.

108
El Club de las Excomulgadas
El chico se encogió de hombros. —Yo no dije que lo haría. Dije que podría. ¿Qué,
crees que no pasé la Retención? Tengo algún tipo de serio control, amigo. Pero,
maldita sea, sería bueno probar algo, no a través de una puta pajita.

— ¿Has escuchado hablar del juez de la División? Su garganta completamente


arrancada.

—Lo sé. Mal rollo, ¿eh?

—El peor. ¿Tú nunca pierdes el control? Tu demonio alguna vez... Ya sabes…

—De ninguna manera, hombre. ¿Y el tuyo?

Una sombra pasó por la cara del chico, y se encogió de hombros. —A la mierda no.

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Estoy sólido.

—Me lo dirías, ¿verdad? Quiero decir, no se trata de trabajos por tu cuenta.

—Mierda, hombre, te lo diría. Estoy bien. —el chico se volvió hacia el quiosco,
ahora sonando con un número de asiento, y su conversación se apagó.

Hasik se burló. Tontos. Eso era lo que eran. Todo ese poder fluyendo a través de
ellos, y ¿qué hacían? Lo embotellaban.

Idiotas. Trabajando muy duro para aplacar algo que les permitiera acceder al nivel
de los dioses. No tenía ningún maldito sentido.

No los hombres lobo. Con el ascenso de la luna llena, la bestia dentro explotaba
libre, y el hombre y la bestia eran una. Era glorioso, y no había manera que tuvieras
nunca que someterte a algún tipo de ritual de mierda. Al confinamiento, sí. El
maldito Pacto de Confinamiento era necesario para la protección de los humanos.
Algo más que Hasik consideraba una mierda, pero tampoco quería terminar de cara
a la galería frente a un verdugo vestido de cuero. Así que sí, estaba dispuesto a
contemplar la luna e ir al confinamiento. No significaba que le gustara. Y no quería
decir que lo hiciera todos los meses...

109
El Club de las Excomulgadas
Mierda no. Y al final del día, lo tenía un infierno mucho mejor que los vampiros.

Maldita sea, pero los chupasangres le ponían los pelos de punta, y ahora todos
estaban mirándolo, capturando su olor, sabiendo que no era uno de ellos. Mostró
los dientes, mirando hacia abajo. Había matado su parte de vampiros. Había visto
la sorpresa en sus rostros, supuestamente inmortales mientras golpeaba sus cabezas.
No, no eran mejor que él. Ni por asomo.

Pero, maldita sea, si no lo dejaban de mirar…

No debería haber venido. Debería haber insistido en reunirse con él en otro lugar,
especialmente desde que había buscado por toda la habitación y no la había visto.
La vampiresa mujer. La nueva follada de Gunnolf.

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El labio de Hasik se curvó automáticamente. Gunnolf, uno de los principales
miembros de la Alianza. Gunnolf, el jefe de la comunidad Therian completa.
Gunnolf, amigo y mentor de Hasik, y el hijo de puta caliente va y se lía con una
mujer vampiro. Follando increíblemente.

Por otra parte, Hasik no rechazaría un buen pedazo de trasero como el de Caris,
tampoco.

—Pareces estúpido allí de pie. —la voz femenina llegó desde atrás, y él se dio la
vuelta para encararla, deteniéndose en el pelo muy corto y los labios rojos sangre.
Llevaba una camiseta blanca que abrazaba su pecho y una falda blanca diáfana que
rozaba el suelo y revelaba la curva de sus muslos. El equipo de una inocente, pero
él sabía muy bien que esta mujer era todo lo contrario.

Sus fosas nasales, podían oler al lobo sobre ella, la sucia puta. —Cuida tus modales,
perra —se burló.

Ella ignoró su amenaza. —Es difícil de creer que Gunnolf realmente confíe en ti
para que lo asesores. —sus ojos verdes se estrecharon. —Por otra parte, tal vez por
eso no es el que controla la ciudad de Los Ángeles. Sin embargo.

110
El Club de las Excomulgadas
Ella puso una mano sobre su brazo, y él gruñó, bajo y peligroso, con el sonido sin
asustarla en lo más mínimo. — ¿Crees que sea eso, chico-lobo? ¿Crees que eres la
razón por la que Tiberius constantemente tumba el trasero de tu compañero
Gunnolf?

—Ten cuidado.

—No —dijo ella, con voz baja y peligrosa. —Tenlo tu. Crees que tienes el oído de
Gunnolf, y tal vez lo tienes. Pero yo tengo el resto de él, y lo sabes muy bien.

—Reunirnos aquí fue un error.

—Tengo que alimentarme.

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—Por las historias que he oído hablar de ti, me sorprende que no te encuentres a un
humano. A un don nadie no se le extrañará mucho.

La comisura de sus labios se curvó con secreto placer, y se preguntó si había dado
en el blanco. Pero todo lo que dijo fue: —Soy respetuosa de la ley. ¿Tienes alguna
prueba de lo contrario?

—Me importa un carajo lo que hagas, siempre y cuando no arruines a Gunnolf —


ella se echó a reír, con un sonido ligero y coqueto, y en ese momento no pareció
como una guerrera, sino como una mujer. —Demasiado tarde para eso.

Hasik miró a su alrededor. Los otros vampiros estaban mirando. Todos excepto
uno. Un vampiro de pelo blanco con ojos rojos que se desplazaba de su asiento, el
tubo que estaba dentro de su boca fluía en rojo. Whitey miró, miró a los ojos a
Hasik, y luego esbozó una sangrienta sonrisa. Hasik dio la vuelta. —No me gusta
esto.

— ¿Tienes miedo?

—Que te jodan.

111
El Club de las Excomulgadas
—Qué lenguaje —dijo ella, levantando una ceja y sonando aburrida. Se dirigió al
quisco.

Él caminó a su lado. —Hablamos, me voy, te alimentas. No estaré aquí sentado


mientras haces el ritual de succión.

Por un momento pensó que ella iba a discutir, luego asintió. —Lo que digas.
Llegué a esta hermosa ciudad a trabajar para ti, ¿verdad?

—Maldita sea correcto. ¿Gunnolf te dijo el plan?

—Las bases. Dijiste que me daría el informe completo. ¿Cuándo empezamos?

—Muy pronto —dijo Hasik. El plan era hermoso, si se lo decía a él mismo. Le

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había lanzado la idea a Gunnolf, y el líder de la manada había mordido directo
adentro. El sabotaje pincharía a Tiberius. Haría que pareciera que no podría
controlar a los vampiros de la zona. Haría que se viera como si hubiera dado rienda
suelta a sus demonios y se alimentaran de humanos en vez de merodear alrededor
de las estaciones de alimentación del metro como este maldito lugar. —Esto no va
a salir bien para los de tu tipo, ¿sabes?

Su rostro se endureció. —Nunca he dicho que ellos fueran mi tipo.

— ¿Qué carajos? Eres un vampiro. Entonces, ¿qué quieres decir con eso? —ella
agitó la pregunta. —Dame el Deets6, y sigamos con esto. Necesito alimentarme.

— ¿Conoces a Feris Tinsley?

— ¿El Teniente de Gunnolf en Los Ángeles? Me he reunido con él.

—Mantiene una oficina en Slaughtered Goad, un pub en Van Nuys.

—Lo sé.

—Nos vemos allí más tarde. Estaré en contacto.

6
Deets: parece que es un insecticida, especialmente contra garrapatas y mosquitos

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El Club de las Excomulgadas
—A la mierda. Me lo dices ahora. Es por eso que vine aquí.

—Vine a encontrarte —dijo Hasik, irguiéndose un poco más. —He venido para
asegurarme que podría trabajar con una mujer —sus labios se fruncieron. —No es
lo ideal, pero servirá. Pero no recibiré órdenes de ti, perra. Si lo quieres así, ven al
Goat. —podía ver las nubes de tormenta en sus ojos, una furia peligrosa alzándose
que hizo a Hasik dar un paso atrás.

—Estamos hablando ahora —dijo ella, pero de ninguna manera él se lo diría a una
mujer. Ni siquiera a la mujer de Gunnolf.

—No, no lo hacemos. Ven al…

— ¡Nooooooooooo!

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El grito resonó en las paredes de piedra, y Hasik empujó a Caris pasando, en busca
de la fuente. La encontró en Whitey, el vampiro con los ojos rojos que había estado
chupando de un tubo de color rojo con fluido. Al parecer, Whitey no estaba
disfrutando de su almuerzo. El hijo de puta albino tiró la silla, rompiendo el tubo
de la pared.

— ¡Maldito sea esto! Maldita sea este maldito plástico. Tienen a humanos allí.
Sangrando para nosotros. Quiero probar, maldita sea. Quiero saborear la vida. Esto
es una mierda. ¡Puta mierda!

Él atacó, golpeando a la chica a su lado en el suelo, luego se puso en cuclillas sobre


ella mientras los dos chicos que Hasik había visto al entrar miraban con horror sus
rostros. — ¿Estás completa, perra? ¿Llena con sangre? ¿Cómo lo soportas? ¿Cómo
rayos lo soportas? —algo ligero y rápido pasó a Hasik, y no fue hasta que tuvo a
Whitey abajo en el suelo segundos más tarde, con una hoja de aspecto letal en el
cuello, que Hasik se dio cuenta de algo en Caris, moviéndose más rápido de lo que
Hasik había visto moverse a un vampiro.

113
El Club de las Excomulgadas
Whitey luchó por debajo de ella, pero ella lo detuvo con facilidad. —Atrás —dijo.
—Retrocede en este momento.

—No puedo soportarlo. —su rostro estaba desencajado por el dolor. — ¿Cómo lo
soportas?

Caris mantuvo su cuchillo en su cuello, luego se inclinó. Volvió un poco la cabeza,


por lo que estaba hablándole a Whitey, pero mirando a Hasik. —Tú —dijo.

—Hazlo, sólo hazlo.

Sólo unas horas en el trabajo, y ya el escritorio de Sara gemía bajo el peso de los
expedientes, dos carpetas de tres anillos y tres de cubiertas de pastas de color
amarillo llenos de notas. El botín de trabajo de un día completo. A pesar de que era

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viernes, la audiencia de libertad bajo fianza de Luke ya estaba programándola para
el lunes, y Sara tenía horas y horas de trabajo de preparación delante de ella. Y sin
embargo, a pesar de la pila de trabajo sobre su mesa, sus pensamientos
sobrecargados, y su cuerpo exhausto, volvía a una palabra simple: vampiros. Casi
sin darse cuenta que lo estaba haciendo, sacó su billetera de su bolso, y luego retiró
la pequeña fotografía que guardaba detrás de su licencia de conducir. Una foto de
ella y su padre en el campus de Pepperdine. Él se veía sin lugar a dudas como un
profesor con su chaqueta de tweed y una pipa, y ella había estado usando un
vestido con una falda que picaba. Venían, ella y su madre, a ver a su padre recibir
un premio. Sara no sabía por qué, sólo que un montón de gente había aplaudido a
su padre. Ella se había sentido mejor al aplaudir más fuerte.

Cuatro días más tarde, su padre estaba muerto. Con el cuello destrozado. Con su
sangre drenada. Y sus propios gritos resonando en el parque.

Ella cerró los ojos, deseando que su mente reemplazara el horror de esa noche con
recuerdos más felices. El olor a tabaco y menta que siempre estaba atado a su
chaqueta. La forma en que acariciaba su cabello cuando le decía sus historias antes
de acostarse sobre el triunfo de César sobre los piratas o el canto horrible de Nerón.

114
El Club de las Excomulgadas
Cuando hablaba, el pasado cobraba vida para ella. Ya no era así. Se había
convertido en parte de la historia, en el recuerdo de una hija.

Y había sido un vampiro el que se lo había llevado de este mundo. De Sara. Círculo
completado pensó, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Hoy, todo giraba
en torno a los vampiros.

Vampiros.

Un vampiro había matado a su padre, dejando a su hija con sólo recuerdos y un


legado de pesadillas.

Un vampiro la había seducido, dejando su sudor y satisfacción, y ella se aferraba a


la ilusión de que había conocido a un hombre que valía algo. Un hombre cuyo beso

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la había puesto de rodillas. Un hombre que había dejado flores junto con una
promesa silenciosa de que estaría de vuelta.

Vaya pote de mierda7.

Ella sacó el lazo de su bolsillo y lo retorció en su dedo, cortando la circulación en el


final de su dedo. Su ingenuidad le repugnaba. Incluso si Bosch estaba en lo cierto y
era insensible a los trucos mentales de un vampiro, todavía había caído bajo el
hechizo de Luke. El encanto poderoso de un hombre seguro que tenía lo que
quería, con el placer decadente de ser la mujer que había deseado.

Ya basta de eso.

Ella apretó su agarre sobre la cinta, dejándola caer en el escritorio. Luego utilizó el
mando a distancia para encender el monitor montado en la pared. Martella le había
enseñado a hojear las imágenes de las cámaras, y rotó a través de las imágenes
hasta que encontró el origen de las de la celda de Luke.

Estaba de pie en la pared de vidrio, con las manos en la barrera. Incluso en el


monitor de la computadora, su presencia era convincente, un hombre que no se

7
What A Crock: literalmente, vaya pote, en yahoo answers dicen que es la abreviatura de what a crock of shit, por lo que lo
he puesto sin acortar. (Nota de Correctora)

115
El Club de las Excomulgadas
limitaba a ocupar un espacio, sino que daba órdenes. Ahora estaba en silencio,
pensativo. Y aunque su expresión no era más reveladora como había estado en la
entrevista, Sara creyó detectar un dejo de tristeza, de preocupación.

Una burbuja de interés subió en su interior, y de inmediato la anuló. Por supuesto,


estaba triste y preocupado. Sabía muy bien que debería estar considerando el peso
de la acusación de asesinato en su contra.

Él se movió a través de la celda para sentarse en el banco de hormigón que servía


de cama, sus muslos tensando con fuerza la fina tela de los pantalones PEC. Se dijo
que no se veía afectada por la vista, insistiendo en que el rizo flojo de deseo que la
recorría no era más que lujuria residual. Ella no podía desearlo, a este asesino, a
este animal. Era mejor que eso. Tenía un mayor control sobre sus emociones. Más

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que sus malditas hormonas. Sin embargo, recogió la cinta otra vez, y ahora sus
dedos la estaban atando en nudos. Y cuando él inclinó la cabeza y miró de frente, a
la cámara, sintió el remolino de calor a través de ella. Se avergonzó. La enfurecía.
No por lo que había hecho con él esa noche, sino debido a que el recuerdo de sus
manos sobre su piel aún disparaba sus sentidos, por lo que sus pezones picaban y su
sexo cosquilleaba.

Aun sabiendo lo que él había hecho, lo que era, su cuerpo todavía lo anhelaba. Sus
manos. Sus labios. Incluso el roce de peligro, mientras sus dientes se arrastraban
sobre su piel desnuda. Ella lo deseaba… el toque de un vampiro, y se despreciaba
por su debilidad. Lo despreciaba por ser la causa de su locura. Poco a poco, a
propósito, miró hacia abajo y abrió el archivo de la División contra Dragos. Pasó a
la foto de la escena del crimen y miró fijamente la imagen de la herida en el cuello
de Braddock, tan similar a la herida que había visto noche tras noche en sus sueños.

La carne rasgada. La sangre seca.

No había lugar para la lujuria aquí. No había lugar para el deseo o el anhelo o el
deseo de lujo de diferentes circunstancias.

Eso había sido un asesinato.

116
El Club de las Excomulgadas
Luke había matado. Ella era el fiscal.

Realmente no era mucho más simple que eso.

Se puso de pie, dejó caer la cinta roja en la basura de su oficina. Era el momento de
ponerse a trabajar.

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117
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 11
—Sara Constantine —dijo Tucker, entrecerrando los ojos al mirar su teléfono. —
No la he conocido. ¿Y tú?

—Nunca he oído hablar de ella —dijo Doyle. Estaba sentado en la oficina de


Dragos, con la agenda electrónica del bastardo encima de uno de los monitores del
ordenador. Habían regresado a la mansión después de salir del laboratorio, y ahora
Doyle estaba tratando, sin éxito, de concentrarse en la pantalla. No había suerte. Su
cuerpo se retorció, con cada movimiento empujando sus miembros como un pudín.
Y los mineros con picos que golpeaban el interior de su cráneo no estaban
ayudando a la situación.

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Cerró los ojos y aspiró con fuerza a través de la nariz. — ¿Quién es ella? —
preguntó, decidido a permanecer en su tarea. En mantener la concentración.

—La fiscal —dijo Tucker. —Ella pidió este caso. Martella dice que tenemos que
estar en su oficina a las diez de mañana, en punto.

Doyle asintió, haciendo un gruñido a medias.

—A la mierda, Doyle —dijo Tucker. —Terminemos y busquemos lo que


necesitamos. — Doyle apretó los dientes y sacudió la cabeza. —Está bien —logró
decir. —Sólo tengo que dormir un poco.

—Como un infierno que lo necesitas —replicó Tucker. —Has estado bajo una
espiral desde que enviaste a Sánchez y a su banda de gilipollas en su camino. ¿Crees
que no me di cuenta que te veías destrozado cuando estábamos en el laboratorio?
Me sorprende que Orion no te confundiera con uno de sus cuerpos y te hiciera una
autopsia allí mismo.

Doyle alzó la cabeza para decirle a su compañero que se fuera al diablo, pero
descubrió que no tenía la energía.

118
El Club de las Excomulgadas
—Está bien. Eso es todo. Hemos terminado —Tucker había estado revisando las
imágenes de Dragos en las cámaras de seguridad, con la esperanza de ver una
imagen de Braddock. Algo, cualquier cosa, para aumentar las pruebas ya estelares
al nivel de irrompibles. —El equipo nerd debería estar haciendo este trabajo sucio
de todos modos. Llamaré a un técnico, y se le pasará toda esta basura electrónica a
la División, y tú y yo daremos un pequeño paseo.

—No. —odiaba que su pareja supiera lo que le pasaba. Odiaba más que Tucker
fuera absorbido por ayudarlo cada vez que Doyle se hundía más en el lodo.

—No veo que tengas opción, amigo —dijo Tucker, tomando a Doyle por debajo de
las axilas. —Te estás desvaneciendo rápidamente. ¿Cuándo fue la última vez que
comiste un Happy Meal?

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Demasiado tiempo, y odiaba necesitar el empuje. Necesitaba alimentarse. La
debilidad en él lo avergonzaba. Era solamente un medio-demonio, maldita sea,
debía ser capaz de tener un mayor control. Debía ser capaz de funcionar sin tener
que alimentarse. Y no era sólo la debilidad lo que lo atormentaba cuando no se
alimentaba. Había perdido su regalo, también. ¿Cómo de jodido era eso? Podía ver
atacantes muertos, pero sólo si él era uno de ellos.

No, no era así. No era como Dragos. Él lo controlaba. Casi nunca había bebido
directamente de un humano. Y cuando lo hacía, nunca tomaba todo. Nunca los
drenaba. Nunca dejaba a los humanos caminando como perdidos, como cáscaras
vacías como algunos de su especie hacían. Él tenía control, después de todo. Por
siglos había estado luchando para conseguir una apariencia de control.

Mucho más fácil era mantener el control cuando estaba así. Débil. Débil. Mucho
más fácil que ser humano. Que perderse.

Cuando se alimentaba, su lado demonio aparecía. Reclamaba. Deseaba.

Sí, tendría la fuerza. Tendría que poder. Tendría sus visiones. Pero también tendría
la furia oscura de un genio demoníaco que luchaba por su liberación. La batalla
constante lo agotaba. Y en sus momentos más oscuros aún entendía por qué

119
El Club de las Excomulgadas
algunos de su especie perdían el control. Por qué los vampiros dejaban que el
demonio se hiciera cargo. Era mucho más fácil dejar de luchar simplemente.
Dejarse ir. Ceder a su propia naturaleza inherente.

No.

Había vivido de esa forma una vez, y no volvería.

No era una cosa. No era malo.

No era Dragos.

Y si tenía que luchar contra su propia naturaleza hasta el fin de los tiempos para
probarlo, entonces eso sería lo que haría.

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Su cuerpo se sacudió hacia adelante y luego golpeó su espalda, y Doyle se dio
cuenta de que sus ojos se cerraban. Los abrió y se encontró en el asiento del
copiloto de su coche, pisando fuerte con Tucker en el freno a su lado. — ¿Qué
rayos…?

—Te lo dije, hombre. Estás mal. Te cargué como un maldito bebé y no dijiste ni
una palabra.

Doyle miró por la ventana. — ¿Dónde estamos?

—En el centro-Sur. Baja la ventana.

—Debiste haberme llevado al bar Trader. De Orlando. Uno de los otros.

—Al diablo con eso. Sabes que no vamos a esos lugares. Si quieres ir allí, entonces
no te pongas tan mal, y pasa sobre mí.

—Mierda.

—Abre tu ventana —repitió Tucker.

120
El Club de las Excomulgadas
Doyle gruñó en señal de protesta, pero levantó la mano, que sentía como que
pesaba casi tanto como el coche que conducía.

—No importa —dijo Tucker. —Esto tardará una década, si te espero. —se deslizó
sobre el asiento, se inclinó sobre Doyle, y subió el cristal de la ventanilla. Un agudo
silbido y llamaron la atención de una prostituta que pesaba por lo menos 35 kilos
sobre el límite legal del spandex. Tenía pegada una sonrisa, una ajustada falda
diminuta y senos enormes, entonces se tambaleó hacia ellos desde la estación bajo
una farola.

—Tu noche de suerte, cielo —susurró ella. —Estoy corriendo un dos por uno
especial.

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—Guárdatelo —dijo Tucker. —Estoy aquí sólo para ver. —sus cejas se elevaron
ligeramente.

—Eso costará más —cuando Tucker no protestó, ella volvió su atención a Doyle.

— ¿Qué quiere él?

Lo qué Doyle quería era salir pitando de allí. Sin embargo, eso no iba a suceder.
Especialmente no con Tucker junto a él jugando al proxeneta. Medio se preguntó
por qué Tucker no sólo modificaba el cerebro de la puta. Por otra parte, ¿dónde
estaba el deporte en eso?

— ¿Besas? —Tucker le preguntó.

La prostituya pareció ofendida. — ¿Qué? ¿En la boca? Mierda, no.

—Eso es lo que quiere —dijo Tucker. —Y te pagará extra.

— ¿Cuánto?

—Lo que cueste.

— ¿Sí? —ella miró a Doyle con respeto. — ¿Es un hecho?

121
El Club de las Excomulgadas
—Entra —dijo con voz ronca, con voz delgada, apenas moviendo los labios
mientras forzaba las palabras.

Con el ceño fruncido, y ella dio un paso atrás. —Ese chico está enfermo. De
ninguna manera entraré ahí si no sé todo lo que tiene.

—No está enfermo —dijo Tucker.

—Bésame el trasero —ella se volvió y empezó a alejarse. Doyle se acercó con


garras en la manija de la puerta. La necesitaba, a ella… y la necesitaba ahora.

—Espera —Tucker la llamó. Ella se dio la vuelta, con las manos en las caderas y
una mueca en su cara.

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—Bésalo —dijo Tucker, con esa mirada en su rostro. —Bésalo bien y duro —ella se
tambaleó un poco sobre sus talones, y luego se paseó de nuevo al coche, con los
ojos vidriosos y un poco confundida. —Tengo un regalo de promoción para ti,
pequeño —dijo, inclinándose hacia la ventana para que la base de sus pechos
quedara en equilibrio sobre el borde de la ventana. —Ven con mamá. —él lo hizo,
apoyándose en el beso y abriendo mucho la boca.

Abriendo y alimentándose y succionando y… Oh, joder …

Su alma se llenaba. Él se alimentaba. Y, sí, despertaba al demonio dentro de él. En


ese momento, no le importaba. La fuerza fluía en él, y se preguntó cómo se había
dado por vencido. ¿Cómo podía haber pensado en existir sin esto? ¿Débil como un
gatito y dócil como un conejo?

Eso era todo. Era bueno. Este era el poder y la fuerza y… Debajo de él, la mujer
hizo un ruido maullando. El vínculo de Tucker se rompió, con el alma que se
mantuvo dentro de él insuficiente para aceptar la sugerencia. Tenía que retroceder.
Necesitaba dejar algo de ella. Incluso con un trozo, ella sanaría. No estaría hueca.
No sería una cáscara. Una cubierta de una de las criaturas incorpóreas que llenar.

122
El Club de las Excomulgadas
Sabía todo eso, y sin embargo, se aferró a ella, con el sabor del poder que lo
inundaba demasiado dulce para resistir.

Junto a él, sintió a Tucker tirar de su brazo. Lo oyó murmurar palabras de protesta,
con tono desesperado, pero sus palabras eran confusas.

Oyó los tonos melódicos del teléfono de Tucker, sintió otro tirón, y luego… maldita
fuera, el idiota estaba dentro de su cabeza.

Vámonos.

Doyle lo hizo, liberando a la prostituta en un instante, con restos de su alma aún


intactos. Se volvió hacia Tucker, con las manos en la garganta de su compañero,
con su sangre hirviendo mientras apretaba al traidor contra la ventana del lado del

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conductor.

—Nunca —dijo, poco a poco. —Nunca te metas dentro de mi cabeza.

—Tú la estabas... destruyendo —dijo Tucker, con falta de aire.

— ¿A quién rayos le importa?

—Pensé que a ti si lo haría.

Eso pasó a través de él, y Doyle soltó a Tucker, retrocediendo a su lado del coche,
horrorizado por lo que acababa de hacer. —Tucker, yo…

Tucker levantó una mano para evitar su disculpa. — ¿Estás bien ahora?

Doyle respiró hondo y apretó los puños, luchando, concentrándose, hasta que sintió
que su lado demonio se deslizaba de mala gana bajo la superficie. —Sí —dijo,
limpiándose el sudor de la frente. —Claro.

—La División llamó —dijo Tucker. —Dragos. Permiso de salida. Ahora.

—Mierda —Doyle cerró los ojos, se obligó a no pensar en eso mientras luchaba con
su medio demonio por su sumisión.

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El Club de las Excomulgadas
Tucker se alejó de la acera con una inclinación de cabeza hacia la prostituta, que
había reanudado su posición bajo el farol. — ¿Ella estará bien? —Doyle pensó en
los hilos del alma que le había dejado. Debían volver a crecer. Pero él se los había
robado. La había engañado. Y le había dejado una marca.

—No —dijo, mientras el demonio dentro celebraba el conocimiento de lo que él


había forjado. —Nunca será la misma.

—Esto es una mierda —rabió Doyle mientras caminaba a lo largo de la


antecámara.

—Puta mierda —estaba en el límite, con su medio demonio todavía demasiado


cerca de la superficie después de su alimentación. Completando eso con la total

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mierda de la naturaleza de la situación, y Doyle se encontró en una furia que
consideraba totalmente legítima mierda. En ese mismo momento, detrás de la
puerta de metal grueso, la Sección de Seguridad estaba poniéndole
convenientemente al asesino un dispositivo móvil de detención, y por lo que Doyle
podría decir, él era el único que veía un problema con ese pequeño escenario.
Atacó, pateando la puerta, pero no hizo ni siquiera una abolladura en el metal.

En el otro extremo de la sala, el títere del abogado de Dragos estaba de pie contra la
pared, sin expresión, tocando algo con calma con un PDA. Doyle se acercó un
paso, queriendo con los puños hacerle sangre sobre toda la demasiada bonita cara
de Montegue, pero fue detenido por una mano que se cerró firme en su hombro.

Dio media vuelta y gruñó a su compañero. — ¿Qué?

—Cálmate —dijo Tucker. —Tranquilízate.

— ¿Qué me calme? ¿De qué lado estás? Ese animal estará caminando por las calles,
respirando mi aire. Y ese pendejo está de pie allí jugando al consejero con fría
calma, cuando todos sabemos que algo de mierda va a caer. —trató de dar otro
paso hacia Montegue y una vez más sintió la mano de Tucker deteniéndolo.

124
El Club de las Excomulgadas
Esta vez, sin embargo, Montegue levantó la mirada, con el rostro impasible. —
¿Estás hablando conmigo?

—No juegues conmigo, gusano inútil. Esto no está bien y lo sabes.

—El acusado tiene derecho a una revisión del lugar de las pruebas contra él con el
abogado de su elección —dijo Montegue, soltando un montón de basura de jerga
legal. —Tres horas, las de ley.

—Mi culo —replicó Doyle. —Eso no es garantía. El sospechoso es peligroso, y está


en peligro de fuga. Todas esas cosas tienen que ser tomadas en cuenta.

—Que el juez seguramente tuvo.

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—Él movió los hilos, cortó las esquinas. —sacudió el hombro debajo de la mano de
Tucker y le disparó a su compañero una mirada de advertencia. La mano no
regresó, y Doyle dio un paso adelante. — ¿Qué tienes contra el juez Acquila? ¿Qué
amenaza le hiciste?

Algo oscuro y peligroso cruzó el rostro de Montegue. —Yo diría que el agente
Doyle, debería mantener sus acusaciones para sí mismo. Debido a que estoy al
tanto de la enemistad que siente por mi cliente, estoy dispuesto a ignorar ese
clamor. Pero si una vez más, incluso insinúa que he cruzado alguna línea de ética
en representación de mi cliente, le aseguro que haré su vida miserable.

— ¿Insinuación? Haré algo más que una insinuación, sucio chupa sangre —una
rabia cómoda lo inundó, y se lanzó hacia delante, al mismo tiempo que Montegue
lo hacía, con los dos hombres viéndose cara a cara antes que Tucker tomara Doyle
por el hombro y le diera un tirón con fuerza hacia atrás. Doyle se volvió, silbando,
y vio a Tucker saltar hacia atrás, con las manos en defensa, con el miedo
parpadeando en los ojos marrones y muy humanos.

Doyle se hundió. —Maldita sea —miró con desprecio a Montegue. —Ni siquiera
dan a la fiscalía la oportunidad de discutir.

125
El Club de las Excomulgadas
—No me sentí obligado a hacerlo. Me pregunto, en realidad, cómo llegó a estar
aquí.

—Mantengo mis oídos abiertos —dijo Doyle. —Sobre todo cuando a acusados
como Dragos se refiere.

—Estoy satisfecho de saber que nuestros funcionarios públicos están buscando para
tener por los mejores intereses del público —dijo con Montegue voz sedosa.

—Juego bajo juego —murmuró Doyle. —Pero se le ha olvidado con quién está
tratando, y que estará en su cabeza cuando el hijo de puta salte fuera. ¿Cuánta
credibilidad crees que tendrás en la corte después de eso?

—Mi cliente regresará a su custodia en tres horas. ¿O sugiere que está enterado de

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una manera de desactivar los dispositivos móviles de detención? Si es así, le sugiero
que informe a la Sección de Seguridad. El hecho de no revelar dicha información
es, creo yo, de Clase A, una violación al Pacto.

—Que te jodan.

Antes de que el defensor tuviera la oportunidad de responder a la remontada idea


brillante de Doyle, una luz encima de la puerta de metal cambió de rojo a verde, y
ésta se abrió, con un silbido del mecanismo hidráulico. Un demonio fornido con
piel gruesa, como una armadura salió, seguido por Dragos, ahora vestido con jeans
negros, una camiseta, y el guardapolvo que había usado cuando Doyle y el equipo
RAC lo habían atrapado.

—Uh-uh. De ninguna manera. —miró a Dragos a los ojos. —Desvístete —la


esquina de la boca de Dragos hizo una mueca. —En verdad, Ryan, que no eres mi
tipo.

—Lo digo en serio. Quítatelo. De ninguna manera saldrás de la habitación sin que
yo te haya revisado.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Estás sugiriendo que Wrait no es de fiar? —Montegue le preguntó, dando un
paso al lado del cabrón de su cliente. Doyle se burló. Lo que no daría por tener dos
de esos hijos de puta abajo...

— ¡Bartok alesian rhyngot!

Doyle se volvió hacia el demonio, directo a su cara. —Maldita sea que no confío en
ti. Y la próxima vez que tengas algo que decirme, lo dirás en español. ¿Me
entiendes, demonio?

—Él no habla Español —dijo Dragos. —Lo acaban de transferir de la División 18


en París.

— ¿Sí? Entonces, ¿cómo supo lo que le estaba diciendo?

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Dragos le lanzó una aburrida mirada. —La sutileza no es tu punto fuerte, Ryan.
Nunca lo ha sido. Pero si quieres asegurarte de que te entiende, háblale en francés.
O en demonio — agregó con una sonrisa.

—Desvístete —dijo Doyle, ignorando tanto la burla como al demonio, que estaba
todavía
ceñudo con él. —En este momento, o llamo a Bosch.

—No tienes autoridad para… —Montegue empezó, pero Dragos levantó una
mano.

—Que el chico haga su berrinche. No tengo nada que ocultar —se encogió de
hombros quitándose el guardapolvo y se lo entregó a Montegue, después empujó en
los brazos de Doyle. Una banda de pulido color gris plateado de metal había sido
esposada con fuerza alrededor de cada muñeca. Doyle agarró el brazo de Dragos y
más o menos lo retorció, mirando la banda por todos lados. Un músculo parpadeó
en la mejilla de Dragos, pero el hijo de puta no protestó, y, satisfecho, Doyle dejó
caer el brazo. Echó un vistazo a Tucker. —Son sólidas. Sin costuras. No hay
puntos de ruptura visibles. —las pulseras de hematita, Doyle lo sabía, impedirían a
Dragos pasar a forma animal o a niebla sensible. Aún tendría fuerza y velocidad,

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El Club de las Excomulgadas
aunque disminuidos, pero donde quiera que fuera, él estaría allí con dos pies
humanoides.

Tucker cruzó los brazos sobre el pecho, Dragos lo miró de arriba abajo. —Un chico
de este tipo no se cortaría sus propias manos para librarse de las bandas, tampoco.
¿Cómo iba a masturbarse si lo hace?

Doyle dio una carcajada. —Es cierto, pero eso no es un riesgo real. Cualquier
intento de alterar el cuerpo con el fin de eliminar las bandas, y el aviso se activa.
Así que vamos a ver… —añadió, volviendo la atención de Tucker a Dragos. —
Muéstrame el juego. — Puro odio ardía en los ojos de Dragos, y le dio a Doyle una
agradable sensación cálida de satisfacción de saber que él estaba bajo la piel del
asesino hijo de puta. Los ojos de Dragos cortaron hacia el defensor chico guapo,

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que se encogió de hombros. —Si el agente quiere fingir que tiene un gran pene, yo
no me quedaré aquí y le demostraré cuan arrugada y pequeña es. Así que
muéstraselo, Luke, y salgamos con un demonio de aquí.

Dragos apretó la mandíbula, y luego llegó hasta el cuello de su camiseta. Doyle


esperaba que se la sacara encima de la cabeza, pero en su lugar, Dragos apretó los
puños y tiró, rasgando la camisa por el centro un poco más allá de su corazón. Se
desprendió de los bordes crudos de algodón negro para mostrar una banda de metal
grueso atada y apretada alrededor de su pecho. Sobre su corazón, una porción
circular de metal sobresalía un poco de su piel. Debajo de la protuberancia, Doyle
sabía, había un pedazo de madera cortada que, al ser activada, se expandiría y
cerraría en forma de una estaca. Una estaca que instantáneamente se impulsaría en
el corazón del usuario.

Doyle dio un paso más, queriendo ver el mecanismo real que tenía el poder para
poner fin a Lucius Dragos, pero se detuvo al oír el gruñido en la garganta de
Dragos.

—Está acomodada —dijo Montegue con firmeza. —Si intenta cualquier cosa, si
sale del área jurisdiccional, o de alguna manera golpea los términos del acuerdo, la

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El Club de las Excomulgadas
estaca se despliega. Y no me importa si está satisfecho o no en este momento. Nos
vamos. —miró al demonio y luego habló sin problemas en francés.

Wrait gruñó. —Trois heures. Oui.

Y luego, como si Doyle y Tucker ni siquiera estuvieran allí, Montegue y Dragos


salieron por la puerta, y Dragos comenzó la corta caminata hacia la libertad. Doyle
esperó hasta que la puerta se cerró detrás de ellos, luego se volvió a Tucker. —
Vámonos. Y los dioses ayuden a ese hijo de puta, si intenta algo. Porque yo le
hundiré la estaca por mí mismo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 12
El Slaughtered Goat en Van Nuys era el tipo de bar al que ibas si no te preocupabas
por intoxicación alimentaria, heridas de arma blanca, disparos, o simplemente un
mal servicio en general. En otras palabras, era el lugar perfecto para matar, rápida,
completamente y sin mucho alboroto.

Luke miró la puerta del asiento del conductor del BMW a Nick. La información
que Nick había recibido de Tiberius indicaba que el hombre de Gunnolf en Los
Ángeles, un pequeño vil gato-cambiaformas llamado Feris Tinsley, mantenía una
oficina en la parte trasera, que habitualmente visitaba todas las noches a las doce y
quince. Antes de eso, Tinsley pasaba una hora o dos en la sección principal de la

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taberna, bebiendo whisky, comiendo sándwiches de carne en conserva, y pasando
el tiempo con una camarera llamada Alinda.

Debido a que Alinda no estaba agradecida por el afecto ni el cariño del cambia-
formas, la hembra de duende había estado más que feliz de proporcionar
información y asistencia, cuando un hombre hermoso igual que Nick había llegado
a hacer preguntas.

No sólo le había dicho a Nick que Hasik tenía previsto reunirse con Tinsley esa
noche, sino que había accedido a introducir el código de acceso en la puerta de
atrás para permitir a Luke entrar por la parte trasera del bar en el callejón. En
cambio, Nick le encontraría un nuevo empleo en una nueva ciudad para ella.

Un nuevo comienzo para un elfo que había llegado a la ciudad mal y había caído
con la gente equivocada. Luke lo consideraba un comercio justo.

En cuanto al trabajo para el cual había venido, matar a Ural Hasik, consideraba
que era un acuerdo justo, también.

Luke hojeó el archivo electrónico de su PDA, las imágenes de los vampiros


decapitados le quemaron los ojos y le hicieron hervir la sangre. Ural Hasik no había

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El Club de las Excomulgadas
utilizado ninguna estaca, pero había dejado en su lugar a sus víctimas desangrarse
hasta la muerte, despatarradas sobre en el suelo para convertirse en polvo y
pudrirse. El demonio en él gruñó y se tensó, apretándose y torciéndose, vivo con
furia. Vivo con Luke.

—Muy pronto —dijo Luke. Pronto el demonio tendría su satisfacción. Miró el


reloj en el tablero de instrumentos, puso el coche en marcha, y avanzó por la
manzana y en el callejón oscuro. Dejó el coche cerca de la calle y caminó la corta
distancia hasta la entrada trasera del bar.

La vio de inmediato. Un jirón de chica de pie junto a la puerta de atrás, con un saco
de basura. Vestía pantalones apretados color rojo y una camisa transparente, sus
pequeños pechos se presionaban contra el material de gasa. El miedo apretaba sus

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facciones mientras ella lo miraba. Una lengua rosada salió como una pequeña
flecha, y tiró el saco en un contenedor de basura cercano, luego se volvió hacia la
puerta con llave y el código de acceso.

Lo abrió, entró, y Luke agarró la puerta antes de que se cerrara de golpe. Suave
como la seda.

Esperó un momento, dándole tiempo a pasar de la parte trasera a la delantera de la


taberna. Luego se abrió la puerta y se deslizó en el interior, fácilmente encontrando
la puerta de la oficina de Tinsley. Normalmente, él ya habría cambiado a niebla,
previniendo el riesgo de ser visto por testigos o por el objetivo mientras que se
materializaba en silencio detrás de ellos, cuchillo en mano. No había muchos
demonios perceptores caminando por la tierra, pero uno de los más destacados
estaba decidido a ver a Lucius con una estaca, y no estaba dispuesto a darle a Ryan
Doyle más munición.

Ahora, sin embargo, con el dispositivo de detención, la transformación no era una


opción. No sólo eso, necesitaba hacer hablar con el hijo de puta. Capturarlo.
Interrogarlo. Matarlo. Lo cual significaba que su voz se registraría en la mente de
Hasik, incluso si fueran capaces de tomar al cachorro desde atrás. Tendría que
sacar el cuerpo y esconderlo en un lugar donde no lo encontraran hasta que la

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El Club de las Excomulgadas
ventana de Doyle para buscar en la mente del hombre-lobo hubiera pasado. Eso le
tomaría tiempo de su salida, pero no tenía otra opción.

Dentro, el demonio se agitaba y la piel de Luke se estremecía en la espera mientras


se movía en silencio hacia la puerta abierta. Se detuvo ante la puerta, de espaldas a
la pared, y luego poco a poco alrededor hasta que pudo observar el interior.

Hasik estaba sentado en una mesa de trabajo, su forma descomunal eclipsaba


incluso al enorme monstruo de acero inoxidable. —Si no te gusta la perra —dijo,
mientras Luke buscaba en el espacio a Feris Tinsley. Encontró al gato negro
encaramado en una estantería contraria a Hasik. El gato saltó, transformándose en
el siervo de Gunnolf de Los Ángeles. Los crímenes del sarnoso gato contra la
comunidad vampiro eran al menos tan malos como los de Hasik, y Luke retrocedió

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contra la pared, con su mente zumbando, con el rugido demonio en anticipación.

—Acabas de pasar media hora con ella, y yo no la vi estremecerse una vez. Ella
está aquí—dijo Tinsley.

—No es una de nosotros.

—Gunnolf confía en ella.

—Gunnolf la folla —dijo Hasik. —No me importaría, pero eso no quiere decir que
confíe en la perra. Ella tiene a Gunnolf abatido. No debe estar involucrada. No con
esto. Ya estamos más cerca de los humanos de lo que quiero. Ahora ¿Añadiremos a
los de su clase a la mezcla? Es demasiado peligroso.

— ¿Estás dudando de Gunnolf? ¿Tienes un deseo de muerte de mierda?

—Se me ocurrió el plan —gruñó Hasik.

—Y uno muy bueno. Atacar a unos pocos vampiros por etapas. Sangrientas
muertes de humanos. Del tipo que genera noticias. Hacer que se vea como si
Tiberius no pudiera controlar a su gente. —en la puerta, Luke apretó los puños,
luchando contra un estallido de furia.

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El Club de las Excomulgadas
—Tienes mano para eso, Hasik, y posiblemente funcionará. Pero escúchame.
Gunnolf sabe lo que está haciendo. Ella puede ser una puta vampiro de mierda,
pero también es un poderosa aliada, y tú lo sabes muy bien. Caris está tan ligada a
los vampiros como se puede estar. Infiernos, solía golpear a Tiberius.

Caris.

Inmediatamente, Luke se imaginó a la mujer de cabello castaño con ojos de gato y


temperamento de tigre. Inclinó la cabeza hacia atrás, encontrando el aroma fresco
de una mujer vampiro. Filoso y de madera, como un bosque después de una lluvia.
Ella había estado ahí, en esa sala, y no hace mucho tiempo. Una vez pensó en ella
como una aliada. Un buen partido para su líder y mentor. Pero entonces había
reunido los cargos contra Tasha, con el argumento de terminarla en lugar de

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


salvarla. Ahora su deserción de la comunidad vampírica y la alineación con los
Therians era prueba de que se había vuelto sólo más despreciable con el tiempo.

Un fuego lento se levantó dentro de él, y tuvo que aplastar con fuerza a su
demonio, ahora pidiendo a gritos su liberación. Él deseaba que ella estuviera allí,
en esa habitación. Debido a que en ese momento felizmente la agregaría a la cuenta
del carnicero, y volvería a Tiberius con la noticia de la muerte no sólo de su
enemigo, sino de una traidora como ella también.

Ya que ella ya se había ido, era el momento de tomar lo que podía conseguir. Era,
pensó, tiempo de matar.

Metió la mano en el bolsillo y sacó la llave del coche de Nick. La tiró a un rincón
de la oficina de Tinsley, donde aterrizó en el piso de cemento con sonido de ping
fuerte. Como había esperado, tanto Hasik como Tinsley se volvieron en esa
dirección, alejándose de él. Cuando lo hicieron, Luke respiró fuerte, cortó el último
hilo de su control, y dejó salir la ira del demonio. Luego Lucius Dragos estalló
sobre el umbral, con su cuchillo y al vuelo. Arqueó el puño sobre la hoja
enterrándolo profundamente en la parte trasera de Tinsley, y el hombre-gato cayó
hacia adelante sobre la tierra mientras Luke abordaba al corpulento hombre lobo.
Aterrizó en la parte posterior de Hasik, con un brazo apretado alrededor del cuello

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El Club de las Excomulgadas
de la bestia. Que gruñía y se movía y trataba de volverse para ver a su atacante,
pero fue en vano, e incluso mientras se retorcía, Lucius lo apretaba, con el demonio
dentro jugando con su matanza, con la satisfacción funcionando alto cuando él
cambió, se retorció, y escuchó el fuerte pop del cuello de Ural Hasik.

Dio un salto hacia atrás, dejando que el cuerpo se hundiera en el suelo, con
cuidado de mantenerse fuera de la línea de la vista de la bestia hasta estar seguro de
que la última luz de vida se había desvanecido de la criatura. En un momento,
luego otro, luego la seguridad. No había necesidad de mover el cuerpo ahora.
Había logrado una muerte limpia después de todo.

Se movió rápidamente al cuerpo de Tinsley, captó la esencia de su vida remanente,


y maldijo al ver que los miembros daban espasmos y tenía dificultad para respirar.

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Con cuidado, una vez más se quedó fuera de la línea de vista de la bestia, Lucius
sacó el cuchillo, agarró un trozo de pelo el hombre-gato. Le levantó la cabeza del
piso y pasó su cuchillo sobre el cuello duro de Tinsley. La sangre brotó, y Lucius
dejó que la cabeza cayera hacia atrás en su propio charco de sangre.

Hecho.

Recogió la llave de Nick, le echó un último vistazo a los cadáveres, y luego Lucius
Dragos se deslizó por la puerta y desapareció en la noche.

—Mierda —dijo Nick, después de que Luke le dijo acerca de la trama y sobre la
participación de Caris. Estaban escondidos en una de las tumbas que Luke había
conectado a su mansión en Beverly Hills a través de una serie de túneles
subterráneos. Las tumbas de personajes famosos que habían sido construidas para
sus egos y servían para los fines de Luke también, y en la década de 1930, había
comprado un terreno y construido su propia cripta, que luego había conectado a
una estructura similar con media docena esparcidas por el cementerio de césped.

—Caris —dijo Nick. —Nunca me lo hubiera creído. Tiberius se va a poner en pie


de guerra.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo estará —coincidió Luke. —Pero Hasik y Tinsley estarán fuera de la imagen y,
a menos que ya hayan establecido sus tropas en la ciudad, su plan se habrá ido a la
basura. Así que tú dile a Tiberius que quiero una muestra práctica de aprecio.

—Eso haré. Este es un momento en el creo que estará feliz a tirar de los hilos. —
Luke asintió, casi saboreando la libertad.

—Tengo buenas noticias para ti, también —dijo Nick. —Tasha llamó.

La cabeza de Luke se irguió. — ¿Ella te llamó?

—Ella te llamó a ti —corrigió Nick. —Tuve que desviar tus llamadas a mi móvil
mientras estás almacenado en la División. Está bien. Está en Nueva York todavía.
Dice que quiere volver a casa.

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—Gracias a los dioses. —el alivio que se extendió por Luke casi lo puso de rodillas.
— ¿Y Serge?

En ese momento, la expresión de Nick se endureció. —Ella no sabe dónde está.

—Maldita sea —respiró hondo y se obligó a mantener la calma.

—Es peor, Luke —dijo Nick. —Las cosas que ella me dijo... ¿Él la tocaría? ¿Serge
rompería tu confianza?

La bilis se levantó en la garganta de Luke al pensar en las manos de su amigo en la


carne inocente de Tasha. Si Serge no estaba ya muerto, también podría morir por la
participación de Luke la próxima vez que se reunieran. Respiró, obligándose a
mantener la calma. — ¿Ryback no ha estado en el apartamento todavía? Dile que
traiga a Tasha de regreso. Sin desviarse, sin vacilación. Quiero que vuelva ayer,
Nick. ¿Quedó claro?

—Cristalino. Se lo diré. —Nick asintió hacia la entrada del túnel que los llevaría de
vuelta a la mansión de Luke, su supuesto destino durante su permiso. —Volvamos
a la división y consigamos sacarte de ese artefacto antes que las ráfagas de Doyle
lleguen aquí y echen a perder nuestra fiesta.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Lo viste, también? —Luke le preguntó.

—Es difícil pasar por alto el maldito coche amarillo. Estoy seguro de que tiene
agentes en todos tus puntos de salida.

—Conocidos puntos de salida —lo corrigió Luke.

—Probablemente espera que tú me golpees y le des un descanso a él —dijo Nick.

—Todavía tenemos más de una hora antes de que esté obligado a volver. ¿Por qué
desperdiciar la oportunidad?

— ¿En qué piensas?

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—En Sara Constantine —dijo Luke, con la posibilidad de volver a verla demasiado
tentadora como para posponerla.

— ¿Sigue siendo necesaria? Tienes a Tiberius en tu tejado ahora.

—Es un Plan B —dijo Luke.

—Olvídalo. Ella está en la ciudad, con un largo camino entremedio. Y hablamos de


esto. Este no es el momento, no para ella.

—Puede que tengas razón —dijo Luke, no inclinado a discutir con su amigo. —
Dame un momento, sin embargo. Quiero mostrarte algo. —se movió a uno de los
dos ataúdes de piedra en la habitación y empezó a empujar a un lado la tapa,
liberando el hedor de la muerte gruesa.

—Mira—, dijo Luke.

Nick lo hizo, pero no vio nada más interesante que la piedra y el polvo. Luego miró
a Luke y vio la disculpa en su rostro, vio la mano de su amigo moviéndose tan
rápido como un rayo.

Tuvo tiempo para solamente el más mínimo destello de comprensión antes que la
mano se conectara con él, y el olor negro, líquido inundara su nariz y cara.

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El Club de las Excomulgadas
Sus rodillas se pusieron débiles. El mundo nadó frente a él. Y la última cosa que
Nick escuchó al caer en los brazos de Luke fue la disculpa murmurada de su amigo
por hacer exactamente lo que Doyle había previsto que iba a hacer.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 13
Nick yacía inmóvil en la parte inferior del sarcófago, muy en paz para un hombre
que no tardaría en despertar hecho una furia. Por eso, Luke lo sentía, pero no había
otra manera. Lo que se proponía debía hacerlo solo.

Metió la mano en el ataúd y tomó el reloj de Nick, que ya había sido puesto para
contar el tiempo de permiso restante. Por un momento, consideró también tomar el
teléfono móvil de Nick. Después de todo, tenía que tener cuidado, y la reacción de
Nick a la traición de Luke era desconocida, un riesgo potencial no sólo para su
vida, sino para la vida de Tasha y las vidas de sus amigos también. Una llamada, y
Nick podría informar de la traición de Luke. Una llamada, y la estaca suspendida

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sobre el corazón de Luke se pondría en marcha.

No.

Se dio la vuelta, avergonzado, de incluso considerar la posibilidad de tal perfidia.


Dejó el teléfono en el bolsillo del amigo de confianza de toda su vida, y nunca dudó
de que hubiera tomado la decisión correcta.

Y luego, con una última mirada al hombre en el ataúd, Luke deslizó la tapa de
piedra en su lugar.

A diferencia de su propia cripta, esta tumba realmente hacía de casa de los muertos,
y el olor de la muerte se quedó en el aire del verano grueso, lo que le recordaba
tanto de lo que era, y lo que no era.

Igual que los cadáveres en esa tumba, Luke había sido humano, con su vida
marcada por los minutos de la cuenta atrás para el día en que no viviera más, sino
que en su lugar descansara en éxtasis y comenzara a pudrirse. Un truco cruel era el
nacimiento, había pensado, inevitablemente contaminando el don de la vida con el
horror de la muerte.

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El Club de las Excomulgadas
Y para él, un joven que había visto a su madre morir en el parto de su hermana
pequeña, que había visto caer a su padre por la espada de otro hombre, la muerte
era realmente un horror. Un tirano cruel que llegaba sin previo aviso, todos los días
tratando de engañar a la vivencia del don concedido al nacer.

Había tenido dieciocho años cuando escuchó los rumores de una mujer morena de
belleza intemporal cuyo beso podía otorgar la vida eterna. Se había convertido en
su obsesión, decidido a encontrarla y convencerla de que le otorgara su premio a él.
Durante siete largos años la buscó, pero fue en vano. Como un soldado en el
ejército romano, se le daba muy poca libertad, su investigación se limitaba a
escuchar los cuentos de los viajeros e interrogar a otros soldados que regresaban del
servicio en los confines del imperio.

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Parecían tan inútiles sus esfuerzos, que con el tiempo casi se olvidó de su obsesión,
con sus pensamientos girando más hacia la lujuriosa Claudia, la hija de un
comerciante de quien se había enamorado. La había tomado como su novia en la
primavera, y para la cosecha del otoño ella había estado embarazada de su hijo.
Cuando, meses después, la comadrona había colocado a la pequeña Livia en sus
brazos, Luke hizo oídos sordos que lo instaban a que ella era defectuosa. Para él,
era perfecta. Él era el que estaba débil. El que nunca podría ser lo suficientemente
fuerte o lo suficientemente sabio como para proteger completamente a esta niña,
hacerla saludable.

Ella creció más lentamente que otros niños, cada año que pasaba parecía drenar su
cuerpo de vida. Aunque cuidadoso de no dejar que la niña viera sus temores,
sucumbió a la noche de terror paralizante cuando le fue arrebatada de él. No se
volvió a su esposa para un mayor consuelo, aunque, su propia impotencia lo
avergonzaba. En cambio, vagó por los campos de trigo en la oscuridad, con el ruido
siniestro de su angustia ahogada por el susurro de los granos en el viento.

Livia no sabía nada de los temores de sus padres, y aunque a menudo estaba
limitada a su cama, su mente era fuerte y rápida. En el momento en que tuvo diez
años, la dulce Livia adoraba a su padre y lo tenía totalmente bajo su control. Sin
embargo, la alegría que le robaba el aliento cuando él miraba a la niña era sofocada

139
El Club de las Excomulgadas
por el temor de que él y Claudia se vieran obligados a enterrarla antes de que
acabara el año. Su cuerpo, los médicos les dijeron, se estaba viniendo abajo, y a
pesar de las súplicas regulares a los dioses, su condición empeoraba día a día. El
destino, al parecer, había ideado permitirle a Luke sólo una muestra de la
verdadera felicidad antes de rasgarla brutalmente de sus manos.

Recordó con toda claridad el día en que su vida había cambiado para siempre.
Livia había estado confinada la cama, y Luke y Claudia estaban sentados en vigilia
a su lado cuando se había oído el estruendo de cascos que se acercaban. Luke se
había endurecido, imaginando al jinete era la muerte, viniendo en pos de su hija.

No tenía de qué preocuparse. La muerte no vendría sino hasta después. No vendría,


de hecho, hasta que el propio Lucius la invitara a entrar.

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El jinete era Sergius, que había montado su caballo duro para ofrecer la noticia de
que las calles se llenaban de rumores de que la dama oscura había venido a
Londinium. Y aunque Luke no había pensado en su obsesión desde meses antes del
nacimiento de Livia, le parecía que Sergius había llegado con las alas del destino.
¿Qué mejor manera de salvar a su hija que poniéndole la barra a la muerte en la
puerta?

Le había roto el corazón a una parte de él y de Claudia, que habían llorado y se


habían aferrado a él mientras él había montado en su caballo. Él se había ocupado
rápidamente, sin embargo, prometiéndole a su esposa que regresaría rápidamente,
trayendo la salvación de Livia.
El viaje al sur fue agotador, y cuando había llegado a las puertas de la ciudad y con
el dolor de su hambre, montado con su caballo casi al borde del colapso. No se
había preocupado, sólo sus pensamientos eran por Livia, en buscar a la dama
oscura que podría regresarle a su hija. Durante tres días él y Serge habían rastreado
la ciudad a raíz del rumor, por cualquier indicio de noticias, pero nunca
encontraron a la dama.

Había estado a punto de abandonar cuando la localizó en una taberna y abogó por
su caso. Ella se había negado en un primer momento, despreocupada, le había

140
El Club de las Excomulgadas
dicho, por el bienestar de su hija. Él había persistido, sin embargo, determinado a
tener lo que había venido a buscar. Ganaría el regalo de la dama y lo entregaría
triunfalmente en su casa. Su tenacidad la convenció, y al final, ganó el deseo de su
corazón. Le gustaría decir que no había entendido completamente los términos que
ella le había transmitido, pero eso sería una mentira. Él lo había entendido. No
había habido falta de comunicación. No hubo ningún truco oscuro. El alma, ella le
dijo, no solo está en el hombre. Hay maldad también. Y la maldad tiene nombre y
rostro: el demonio. En algunos casos, es leve. Calmado. Controlable. En otros, se
enfurece. Se quema. Se retuerce. Sin embargo, en toda la humanidad, está ahí,
escondido y la mayoría de las fuerzas de su alma lo suprimen. Lo sofocan y
controlan.

El don oscuro libera al demonio, y sólo los más fuertes tienen la fuerza para luchar.

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Él había escuchado. Había entendido. Y había tomado el regalo con los ojos
abiertos, había sido lo suficientemente arrogante como para creer que los términos
no se aplicaban a él. Él era un buen hombre, después de todo. Amable. Amaba a su
familia profundamente, y ellos a él. Él tomó el regalo, sin egoísmo, sino con el
bienestar de su hija en el frente de su mente.

Seguramente, con motivos tan puros los dioses le eximirían de los efectos oscuros
del regalo o derramarían sobre él la fuerza para controlar el demonio. Por supuesto,
se había equivocado. La maldición del vampiro había liberado al demonio, igual
que la señora le había dicho que sucedería. No lo hizo, como a veces sugería la
mitología humana, permitiendo al mal entrar. El mal ya estaba dentro de él, había
estado allí todo el tiempo. Y una vez que se volvió hacia Nosferatu, el mal corrió
libre.

Se había convertido en un asesino, en un monstruo, y si se le daba la oportunidad,


con gusto volvería a ese fatídico día y se sacrificaría a sí mismo por el curso normal
de la naturaleza, aunque sólo fuera por salvar a los que había lastimado.

A los inocentes. A los extraños.

Y, sí, para salvar a su Livia.

141
El Club de las Excomulgadas
Incluso ahora, tantos siglos después, su estómago se irritaba y su sangre se helaba
cuando recordaba lo que había hecho, el tormento que había forjado sobre la niña
que había adorado, sobre la mujer que había amado.
Con el demonio en la cresta de la ola, había dejado Londinium como hogar, con la
intención de cumplir su propósito original y sacar a su mujer y niña de su mundo
nuevo y brillante. Claudia, sin embargo, se había horrorizado y se había arrojado
sobre él mientras trataba de evitar que se acercara a su Livia.

Él la había sacudido violentamente, al no tener la paciencia de la mujer tonta que


condenaba a su hija a una muerte física. Con la fuerza de un demonio, la había
lanzado contra la chimenea de piedra, y ella cayó en la inconsciencia, con su
cuerpo caído al suelo.

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Él no había sentido ningún remordimiento, sólo un propósito renovado mientras
acechaba por la casa a su hija. Podía olerla, con el olor jugando con sus sentidos.
La muerte esperaba en la habitación por ella, pero Lucius se negó a darle la
satisfacción a la bestia inmunda. Arrancaría a Livia de las garras de la Muerte. Él,
finalmente, la salvaría.

Ella había sonreído mientras se había acercado a su cama, pero la expresión se


había desvanecido cuando había llegado. — ¿Padre? —había murmurado. —
¿Quién eres? —él le había dicho que se callara y después había tomado su pequeño
cuerpo en sus brazos. Ella se había acurrucado en un primer momento, segura, y
luego se alejó, confundida, y se quejó de que su piel no se sentía bien. —Yo te
sanaré —le había susurrado, y con su grito resonando en sus oídos, había hundido
sus colmillos profundamente en ella, en la carne joven de su cuello. Ella se había
retorcido y forcejeado, pero el demonio había girado implacable en su interior, y
había bebido y bebido, con el sabor de su miedo sin causarle ninguna duda, pero en
su lugar atrayendo al demonio aún más. Él bebió, diciéndose a sí mismo que podría
detenerse a tiempo, que podría convertirla. Que podía salvarla.

Y aunque sentía el murmullo de la muerte por su contacto, a pesar de que sabía que
estaba a punto de llevarla demasiado lejos, el demonio no se detenía. Él no se

142
El Club de las Excomulgadas
detuvo. Bebió hasta saciarse, y sacó hasta la última chispa de vida de ella. No
habría renovación para su Livia. No habría vida.

Él se la había robado de ella, la había empujado a la muerte mientras había tratado


de darle vida sin fin.

Había fracasado, y al levantar la vista, confundido y satisfecho, su cuerpo inerte en


sus brazos, vio la silueta de Claudia recortada en la puerta, con un cuchillo
apretado en la mano. Ella sostuvo la hoja hacia él, con su rostro como una máscara
de miedo y de furia y de dolor.

El demonio dentro de él se había azotado en un frenesí del que Lucius había sido
incapaz de salir. Pena, rabia, confusión, pérdida. Todo golpeando en su interior.

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Todo conduciéndolo hacia abajo, en el fango. Perdido en la llamada de la sangre,
Lucius había saltado hacia su esposa, una parte de él queriendo compartir su dolor,
otra parte queriendo acabar con su vida debido a la manera dura en que ahora lo
miraba.

Ella arrojó el cuchillo y salió corriendo antes incluso que su puño chocara
inofensivamente contra su pecho.

Él la dejó ir, y luego se volvió y tomó el cuerpo sin vida de su hija. Y mientras la
pena luchaba con su hambre, se rindió, total y completamente, al demonio dentro
de él.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo14
Sara se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama, con los ojos cerrados, dando
una respiración profunda después de otra. Había estado yendo a cien kilómetros
por hora desde antes de las seis de la mañana, y ahora se sentía desgarrada por
dentro.

Emocionada, sí. Sin embargo, agotada por completo también. Quería dormir, pero
Bosch había insistido en que el sistema de seguridad en su apartamento debía ser
actualizado inmediatamente, por lo que tuvo que esperar por el equipo de
instalación. Teniendo en cuenta lo que ahora sabía que estaba allí en el mundo, en
realidad no tenía una seria objeción. Sin pensar en lo que estaba haciendo, se

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acercó al lado de la cama, luego se inclinó para abrir el cajón de la mesilla de
noche. Vaciló un instante y luego metió la mano y sacó la Glock 9 mm que había
comprado el día que le habían dado su permiso de armas. En verdad, no la quería,
pero había sido fiscal trabajando en un caso de drogas de alto perfil, y Marty había
insistido en que todo el mundo con licencia en el equipo llevara un arma cada vez
que se encontraban en los penales del Centro de Justicia.

Sara siguió obedientemente las instrucciones, pero en el momento en que el caso se


había acabado, había transferido el arma de su bolso al cajón, y no había salido
desde entonces. Hasta ahora.

Ahora la sacó y la sopesó, probando su peso. Expulsó el cargador, después hizo


hacia atrás la corredera para comprobar la cámara. Limpia, golpeó el clip de vuelta
a la casa, se dio cuenta que sus pensamientos la habían llevado a Lortag. Y, más, a
Evangeline Toureau. Si hubiera sido Sara la que hubiera estado ahí de pie, ¿habría
sido capaz de gestionar ese juego? ¿Si su hija hubiera sido asesinada? ¿Si el acusado
hubiera sido condenado a muerte?

Un sistema brutal, Bosch lo había llamado, y tenía razón. Sin embargo, ella tenía
que admitir que era una belleza que permitía circular a Evangeline para vengar a su
hija. ¿Y que si su imaginaria Evangeline se había reunido con Lortag en un callejón

144
El Club de las Excomulgadas
oscuro? ¿O si la misma Sara, se hubiera encontrado a Jacob Crouch cuando la
Glock había estado en su bolso?

¿Qué habría hecho?

Sabía lo que habría querido hacer. Quería hacer explotar su cabeza de mierda. Y
era por eso que ya no llevaba el arma. Crouch podría estar muerto, su vida quitada
en un giro del destino que hubiera puesto a su yo más joven a bailar, pero había
otros monstruos que andaban por ahí. Su arma era el sistema, sin embargo. No un
arma de fuego. No era un juego. Sin embargo, los tribunales y las prisiones estaban
destinadas a castigar y proteger. Y el sistema le había servido de poco a Melinda Toureau.

Ella se estremeció, sin gustarle la pequeña voz en su cabeza, y frustrada por su

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incapacidad para aceptar lo que Bosch con tanta indiferencia le había dicho.
Intelectualmente, Sara lo entendía. Pero en su corazón aún le dolía por la niña.

El timbre sonó, y se apresuró a responder, alisándose la camiseta de Stanford


mientras caminaba. Se asomó por la mirilla y se encontró frente a un hombre con
una cara caída de perro y ojos amarillos espeluznantes.

—Soy el Oficial de Seguridad de Roland, el jefe del turno de la noche y especialista


en protección a domicilio —dijo, mostrando su identificación de la División. Ella le
permitió entrar y al equipo, mostrándole todo y luego deteniéndose en el sofá con
una pila de archivos. Ella se volvió a su primera copia de la denuncia inicial, una
vez más repasando el resumen de Ryan Doyle. A pesar de que había sido
minuciosa, quería entrar detalles con él en persona, y su compañero y él tenían una
cita programada para estar en su oficina a las diez de la mañana siguiente.

Según el informe, Braddock había sido un cambia-formas, un juez desde hace dos
décadas, un defensor antes de eso. Había nacido en los años treinta, pero Sara no
sabía si eso significaba que había muerto joven, o si la vida de un cambia-formas
tendía a abarcar aproximadamente la de un ser humano. Varios años antes de que
se retirara, había sido sancionado por aceptar sobornos, y había rumores de que
había participado en chantajes. Había hecho una restitución, se había presentado

145
El Club de las Excomulgadas
ante un comité de revisión, y le habían permitido mantener su asiento en el
banquillo. Ella tomó nota. El crimen era viejo y al parecer había sido resuelto, pero
ella sabía muy bien que el soborno y el chantaje podrían ser un motivo sólido para
un asesinato. Más que eso, esos delitos eran a menudo sólo una parte de la historia,
y tenía la intención de que Doyle y Tucker cavaran, y profundizaran. Había pasado
al informe del médico forense cuando Roland pasó a través de la sala, y ella levantó
su lápiz para llamar su atención. — ¿Cómo va todo?

—Como el vino y el queso curado, un trabajo de seguridad bueno lleva su tiempo.

— ¿Cuánto tiempo?

—No se puede meter prisa a la perfección —dijo él, apoyado contra la pared

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cuando metió los pulgares en sus vaqueros. Por primera vez, se dio cuenta de los
mechones largos de pelo que crecía en la parte posterior de sus muñecas y se
empujaban hacia fuera debajo de los puños de sus mangas. —Pero estamos en la
recta final.

—Está bien. —ella comenzó a volver a sus papeles, y luego hizo una pausa,
mirándolo.

— ¿Cuánto tiempo ha trabajado en la división?

Ella observó su rostro haciendo cálculos. —Eh, ¿tres décadas? ¿Cuatro?

— ¿Conoció al Juez Braddock?

—Por supuesto. Retirado hace que, ¿tres años?

— ¿Impresiones?

La cara de perro apaleado se pinchó.

—Soy nueva, Roland. Sólo estoy tratando de tener una idea de la víctima.

146
El Club de las Excomulgadas
—Sí, bueno, la víctima era casi un imbécil —ella se movió, interesada. — ¿Cómo es
eso?

—Oh, era bueno con la ley y todo eso. Pero no le daría ni la hora a alguien por
debajo de él. Mordía al personal de apoyo. Tenía una actitud de superioridad,
como si fuera mejor que tú. Me enteré de que se metió en algunos problemas
tiempo atrás. Sobornos, creo. No le deseaba muerto sin embargo.

—Alguien lo hizo.

—Dragos, ¿no?

—Por lo que parece —dijo, trabajando para mantener su voz plana, a pesar de que
la idea de que el hombre que la había tocado íntimamente podría haber hecho esa

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cosa horrible aún torcía su interior. — ¿Alguna idea de por qué Lucius Dragos
querría a Braddock muerto?

—Bueno, yo... —hizo una pausa, como si realmente examinara la cuestión. —En
realidad, no puedo pensar por qué Braddock siquiera estaría en el radar de un
vampiro como Dragos. Te hace pensar un poco, ¿no? Todo tipo de cosas suceden
en la superficie todo el tiempo. Es posible que no lo vea —añadió, —pero está ahí.

Sí, pensó. Pero, ¿qué era eso?

—Gracias —le dijo, y luego miró a su alrededor. —Entonces, ¿qué estás haciendo?

—Ah, esto. Ahora bien, esto es algo interesante. Tenemos todo cubierto por
cualquier entrada mágica, esa es Chiarra —agregó, moviéndose en dirección de una
mujer con las manos brillantes de color púrpura.

—Ninguna criatura se transportará directo a tu apartamento después de que


hayamos terminado.

— ¿Transportará?

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El Club de las Excomulgadas
Él sonrió. —Llámame, Scotty8 —dijo, y movió las cejas cubiertas.

—Oh. Correcto.

—Tiene costuras alrededor de las ventanas y debajo de las puertas selladas


agradable y apretadamente contra la niebla, también. No queremos que vampiros
de dos centavos o sus pasajeros entren, ¿no? Especialmente cuando tienes un alto
caso de perfil de vampiro en tu primera salida por la puerta.

—Lo siento ¿De dos centavos?

— ¿Eh? Oh, no. Dos siglos.9 Esa es la edad en que un vampiro desarrolla la
capacidad de niebla. Tiene que crecer en él, ya sabes. Si escuchas hablar de un
vampiro siendo procesado por los humanos, sabrás que era joven. Ningún vampiro

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mayor se quedará con esposas de acero y jaulas, eso es absolutamente seguro.

—Y ¿qué estabas diciendo sobre los pasajeros?

—Un vampiro viejo puede transformarse en niebla, que es un hecho comprobado


por la sabiduría popular humana, pero la mayoría de los humanos no saben es que
pueden llevarse a otra persona, Vampiro o humano o lo que sea, transformándose
en niebla, sí.

—Oh. —Sara se estremeció, una imagen de Luke, con los brazos apretados
alrededor de ella, mientras ambos se disolvían en niebla, de repente llenó su mente.
Había algo erótico en la idea de estar tan entrelazada con él, y maldijo su propia
incapacidad para mover a Luke con firmeza y, finalmente, al hueco del
“demandado” en su cerebro.

—Me alegro de que estés haciendo preguntas. Algunos humanos están demasiado
abrumados su primer día para hacer otra cosa que sentarse y dejar que la marea del
día pase encima de ellos —continuó Roland.

8
Supongo que se refiere al Scotty (o Sr. Scott) de Star Trek interpretado por James Doohan.
9
Juego de palabras. Roland dice “Cents”, abreviatura de “Centuries” y Sara lo traduce literalmente como centavos.

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El Club de las Excomulgadas
—Ni siquiera se molestan en abrir el manual hasta que al menos una semana pase y
ni siquiera preguntan quién es qué. Creen que es de mala educación o algo así.

— ¿En serio?

Él se encogió de hombros. —Sí, probablemente. Pero nunca fui un gran fan de


Emily Post, ¿sabes? Imagino que si no preguntas, no aprendes.

—Entonces, ¿qué eres? —le preguntó, teniendo su palabra.

—Un Hellhound10 —dijo. —Por parte de madre. Nunca fue demasiado claro qué
era mi padre. Abandonado cuando era cachorro. Pero no te preocupes. Ninguno de
ellos era salvaje. —Oh. —ella lo consideró, no del todo segura de qué decir a
continuación. Roland no se dio cuenta del retraso en su conversación. —Así que

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


me voy a dar una ronda, viendo donde está todo el mundo, y tan pronto como todo
esté fijado, te daré una mejor visión y una idea de cómo funciona. ¿De acuerdo?

—Claro —dijo alegremente, todavía un poco colgada con el anuncio de que era un
hellhound.

—No hay problema.

Vio cómo trabajaba el equipo durante unos minutos, luego se dio cuenta que el
ritmo de sus movimientos le provocaba sueño. Consideró conseguirse una taza de
café, pero tan pronto como lo hiciera, se irían y ella estaría toda la noche despierta,
agotada, y nerviosa. Sin una mejor opción y sin manera de presionar al equipo, se
zambulló de nuevo en el trabajo. Estudió las fotos de la escena del crimen, tratando
de imaginar la escena.

Una noche oscura, y un hombre con traje oscuro cruzando un parque lleno de
barro.

Cerró los ojos, imaginando una neblina en forma de vampiro, y al vampiro


inclinándose sobre Braddock. Derribándolo, pateando con fuerza sus intestinos, y

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Perro Del Infierno.

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El Club de las Excomulgadas
revoloteando sobre él. Mientras ella lo miraba, la criatura lo mordía y luego
levantaba la cara para mirar directamente sus ojos.

Luke.

Su corazón latía con fuerza, pero su cuerpo se había convertido en plomo y no se


podía mover, no podía gritar, ni siquiera cuando la imagen cambió, y no era
Braddock sobre el que Luke estaba inclinado, sino ella.

Sus ojos color ámbar nunca la dejaban mientras se deslizaba en su interior,


levantando sus caderas a su encuentro, queriendo tener más de él, todo él.
Necesitándolo. Deseándolo. Con su boca torciéndose con masculina satisfacción.

Eres hermosa.

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


No te detengas.

Él no se había detenido. Él la había tocado, jugado con ella, con su piel suave
contra la de ella, con sus labios suaves, con sus palabras y cuerpo más que
necesitado y lleno de pasión, de lujuria y de deseo, y todo centrado en ella mientras
él entraba y salía, tomando y dando, carne contra carne. Estaba a punto de ponerse
encima de ella, con sus fuertes brazos apoyando su peso mientras la miraba con
hambre pura, sensual.

Un hambre que entendía, ya que ardía dentro de ella, también.

Tómame. Luke, ¡Por favor, por favor!

Él sonrió, y por un instante, el corazón le latió de pura alegría. Entonces la sonrisa


se amplió para revelar las puntas con sangre de sus colmillos. Y cuando acercó su
cabeza hacia su cuello, ella gritó.

— ¡Señorita Constantine! ¡Sara!

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El Club de las Excomulgadas
Abrió los ojos para encontrar a Roland sacudiendo sus hombros y se sentó,
empapada de sudor y mortificada por completo. —Lo siento. Lo siento. Me quedé
dormida. Estoy bien. Lo siento.

Él sonrió con buen humor. —Es normal.

— ¿Dormir?

—Las pesadillas. Hago esto con todos los humanos del equipo. Me da una visión
especial, ¿sabes? —él sonrió, con sus ojos amarillos parpadeando. —Considéralo un
período de descanso.

—Correcto —se pasó las manos por la cara, y luego se quedó mirando cuando él
empujó su teléfono en su cara. —Cuando no te despertaste, contesté. Dice que es

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


Emily. Dice que es importante.

Ella buscó a tientas el teléfono, haciendo clic de vuelta en silencio para hablar, y
había logrado apenas decir un hola cuando Emily le cayó encima.

— ¿Quién demonios fue eso?

—Seguridad —dijo. —La División 6 se toma la seguridad muy en serio. —ella pasó
sus dedos por su pelo y se puso de pie, con la esperanza de que el movimiento
sacudiera la imagen de Luke de su mente. Ya no tenía que preocuparse por
quedarse dormida. La pesadilla por lo menos se haría cargo de eso.

—Wow —dijo Emily. —Me imagino que la Seguridad Nacional realmente


comienza en el hogar. Marty me dijo acerca de tu promoción. Estoy muy orgullosa
de ti. Enfermizamente celosa, pero también orgullosa. Y ya te extraño.

—Oye, Em, yo diría que también te extraño, pero te vi esta mañana. Si quieres que
te dé un resumen de mi primer día, podríamos reunirnos durante un almuerzo
rápido mañana. Ahora mismo estoy totalmente destruida, y…—No, no —dijo
Emily. —Quiero decir, la comida está muy bien, me encantaría. Pero no te llamo

151
El Club de las Excomulgadas
para felicitarte o decirte algún chisme. Me llamaron esta noche, Sara. Marty,
Porter, toda la oficina. Y dije que sería la que te llamaría y te lo diría.

—Decirme, ¿qué? —tal vez su cerebro estaba aún más opaco, pero Emily no tenía
sentido. Sara no trabajaba más para la Oficina del Fiscal de Distrito, así que ¿por
qué demonios le notificaba una reunión? — ¿Qué está pasando?

Emily la oyó aspirar una bocanada de aire, sintió los pelos en el dorso de su cuello
levantarse.

—Emily —comenzó. —Él se escapó —dijo Emily, con su voz plana. Aburrida.

— ¿Qué? —preguntó Sara, su mente de forma automática fue a Luke. — ¿Qué


estás…?

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—Stemmons —dijo Emily.

Las rodillas de Sara se pusieron débiles y se dejó caer en el sofá. —No seas absurda.
Lo trasladaron a Corcoran esta noche. Está en solitario ahora, y a buen recaudo.

—No me estás escuchando —dijo Emily. —Salió.

—Eso no es posible.

—Tuvo la ayuda, al parecer. Ambos guardias están muertos.

Sara cerró los ojos, imaginando a los pobres guardias acribillados a balazos. —No
había nada en su perfil que sugiriera que trabajaba con alguien —dijo Sara. —
¿Tenía un cuchillo? ¿Contrató a un asesino?

—No había armas —dijo Emily. —Su garganta fue arrancada. —la cabeza de Sara
se dobló.

—Espera. ¿Su garganta?

—Con pérdida masiva de sangre —dijo Emily. —Sólo lo consiguió así…

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El Club de las Excomulgadas
—No hay sangre en la escena —finalizó Sara. — ¿Porter contactó a Nostramo
Bosch?

— ¿A quién?

—A mi nuevo jefe.

—Oh. —Emily se detuvo. —No estoy segura.

—Dile eso, ¿de acuerdo? —por lo demás, pensó Sara, ella haría lo mismo. Porque
por lo poco que había oído, o bien se habían perdido completamente era el hecho
de que Stemmons era un vampiro, o que tenía ayuda de la Banda del Colmillo.

—Por supuesto —dijo Emily. — ¿Quieres decirme por qué?

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—El modus operandi coincide con una cuestión de la División —dijo. —Eso es
todo lo que estoy autorizada a decirte.

—Bromearía sobre esto contigo si no fuera tan grave.

— ¿Fuerzas Especiales? —Sara le preguntó.

—Ya en su lugar. Si trata de cruzar las jurisdicciones para entrar en el


Departamento de Seguridad Nacional, Porter probablemente te pida que seas parte
del equipo.

—Estaré dentro en el segundo en que Bosch de el ok —dijo Sara. —Sabemos que


Stemmons tiene al menos dos escondites, los agujeros que nunca fueron
encontrados. Tendrá que comprobar al menos uno de ellos.

—Sí, lo hemos notificado al distrito escolar. Todos los directores en el área de Los
Ángeles ya han sido contactados, y la policía puso patrullas adicionales alrededor
de las escuelas y parques públicos.

Sara asintió, deseando que hubiera más que pudiera hacer, pero satisfecha de ver lo
rápido que las ruedas se habían puesto en movimiento. En el transcurso de cuatro

153
El Club de las Excomulgadas
meses, Stemmons había secuestrado, violado y asesinado brutalmente a siete niñas
entre las edades de nueve y quince años. Las chicas habían sido todas rubias o
pelirrojas, de ojos verdes y constitución alta y desgarbada. Stemmons era inteligente
y tenía hambre, y Sara sabía muy bien que no se detendría. Que mataría de nuevo,
y pronto.

—Esperamos que nuestra información sobre la ubicación sea correcta —dijo Sara.
—Será como buscar una aguja en un pajar.

—Sabemos quién es él ahora —dijo Emily. —Eso es enorme. Él no puede moverse


como lo hacía antes. Su imagen está en todas partes. Lo vamos a volver a detener,
Sara. No se puede ocultar para siempre.

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—Gracias —dijo Sara, entonces se sintió estúpida por decir esto.

— ¿Estás bien? —le preguntó Emily.

—Estoy bien —dijo ella, tratando de decidir si lo estaba realmente. —No, no lo


estoy. Él matará otra vez, Em. Es lo que hace.

—Lo sé —dijo Emily. —Lo vamos a atrapar.

—Será lo mejor.

Después de colgar, Sara frunció el ceño. Todas las niñas muertas, y ahora las niñas
más pequeñas estaban allí, con grandes objetivos rojos pintados en la espalda, y ni
siquiera lo sabían. Con un suspiro, se movió a la terraza y presionó sus manos en su
vaso. Porter estaba en lo cierto. Antes de hoy, no sabía que los vampiros, demonios
y cambiaformas existían. Las criaturas que vivían en la oscuridad, Porter había
dicho. Las cosas que salían de las pesadillas.

Puede ser, pero Stemmons era más que un monstruo cualquiera que la División
hubiera conocido. Y ¿qué decir de ella que se había ido a la cama con un hombre
que debería haber visto como una bestia? ¿Que incluso una vez que sabía de sus

154
El Club de las Excomulgadas
crímenes, todavía no podía mantenerlo fuera de su cabeza? ¿Qué aún podía
imaginar la suave caricia de su mano sobre su piel?

Que se había parado allí en el balcón y la había abrazado, mirando a través de la


noche con ella, envolviendo sus brazos en ella, con su toque completándola.

Él la había llenado, y esa noche, ahora bloqueada apretadamente en su memoria,


había sido un hombre, no un monstruo.

Xavier Stemmons estaba de pie en la oscuridad, columpiándose detrás de él las


sombras extrañas a la luz de la luna.

Ahora el patio estaba vacío. Pronto, sin embargo, saldría el sol, y ellos vendrían.
Las jóvenes con sus cuerpos blandos y ojos seductores. Eran jóvenes, eran la vida.

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Y había tomado lo que le habían ofrecido, basándose en su esencia, capturando su
luz.

Ahora se daba cuenta de lo tonto que había sido.

La clave estaba en su sangre. Debería haberla consumido, no sólo drenado.


Quitarles la vida le daba satisfacción, pero sólo mediante la adopción de su sangre
iba a levantarse. Se convertiría. Se liberaría de las ataduras terrenales. Sería un dios.

Sin la sangre, no podría levantarse como el Ángel Oscuro que se había abalanzado
para rescatarlo. Que lo había entregado a los tontos que habían tratado de
confinarlo, para limitar sus dones.

Aspiró profundamente el aire frío de la noche, recordando la forma en que había


estallado en la camioneta mientras el segundo escolta estaba a punto de cerrar la
puerta. Ella se había movido con inhumana velocidad, tan rápido que el guardia
nunca ni siquiera tuvo tiempo de sacar su arma. Con un golpe de audacia, había
caído al suelo, moviéndose tan rápido que Xavier ni siquiera había visto su caída
sobre él. No la había visto hundir los dientes en el cuello del guardia. Él sólo había
visto el resultado, al guardia muerto en el entarimado de la furgoneta, y la sangre

155
El Club de las Excomulgadas
en su boca mientras ella le sonreía a él sobre el cuerpo, con sus ojos suaves y
sensuales, con su sonrisa malvada.

El primer guardia, el conductor, nunca llegó, y Xavier asumió que había cuidado
de él primero. Lo dejó derrumbado sobre el volante, con el cuello completamente
abierto, con su vida ahora en su vientre.

Ella se había arrastrado hacia él, como una leona cazando a su presa, y por un
momento había sentido los dolores fríos del miedo. Por un momento, había
entendido por qué las chicas habían gritado. No había entendido lo que él había
querido de ellas, y habían tenido miedo. Miedo como el que tenía, aún entonces.

Igual que sus niñas, sin embargo, su temor estaba fuera de lugar. Ella buscó no

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quitarle la vida, sino elevarlo a un nivel superior. Ella vio las profundidades de él,
según dijo. Vio su gran potencial, y le prometió no la muerte, sino la vida eterna.
Vida, poder, luz. Salir a la luz, extraer sangre, y alimentar al ángel.

Ella le había explicado todo tan bien. Y ahora sabía lo que tenía que hacer. Ahora
sabía la verdadera naturaleza de su trabajo.

Satisfacer al ángel, hacer su voluntad, y ella haría con él la gloria en el mundo.

Abrió los brazos, abrazando la noche e imaginando la satisfacción de los próximos


días.

Tenía libertad. Tenía vida.

Y tenía un propósito.

Xavier Stemmons era un hombre con una visión renovada.

Libre, y listo para beber profundamente de la luz de la juventud.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 15
Luke dirigió su BMW con su rodilla mientras hurgaba en vano en la guantera,
maldiciendo a Nick por no mantener ni siquiera una pinta de sangre sintética en el
coche. Frustrado, se incorporó, apretando su estómago con hambre, ardía de
necesidad de sangre. La pelea con Hasik y Tinsley había minado su fuerza, y
maldijo su falta de previsión. El demonio se agitaba más cuando el hambre estaba
sobre él, y sin fuerza para luchar, el demonio se levantaba, se estiraba y salía a
jugar. No.

Con un gruñido, agarró el volante y se concentró en conducir. Cuanto más

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centrada mantuviera su mente, menos necesidades físicas se entrometerían. Vio la
salida para el centro a distancia y cruzó perfectamente los tres carriles de tráfico.
Incluso a medianoche, el tráfico era denso, sobre todo en viernes, cuando los
humanos que vivían en su mayoría durante el día, salían para unirse a todas las
criaturas de la noche. Aparcó en la calle frente al edificio de Sara, y luego levantó la
vista, encontrando fácilmente su balcón en el piso 36º. Si no fuera por las bandas en
su brazo, podría haberse transformado, luego llegado a su puerta trasera con las
alas en el viento. Rápido, sencillo, limpio y completamente imposible dadas las
circunstancias actuales. Lo que le dejaba lo más mundano, los métodos orientados
para los humanos. Como el ascensor. Podría ser revelado en las grabaciones de
seguridad del edificio, pero era un riesgo que tendría que tomar. Si todo iba según
lo planeado, Sara estaría firmemente alineada con él, y nunca tendría necesidad de
sacar esas imágenes.

Avanzó hacia la entrada, y luego se detuvo, mientras las puertas del ascensor en el
hall de entrada se abrían. Con un pequeño silbido, dio un paso atrás, con sus ojos
fijos no en los rostros de la pareja que salía del ascensor, sino en las insignias de sus
camisas. Sección 6, Sección de Seguridad.

Maldita sea.

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El Club de las Excomulgadas

Se derritió en las sombras, esperando hasta que salieron del edificio, y al pasar,
Luke se deslizó dentro. Una mujer estaba en el ascensor ahora, con las puertas
comenzando a cerrarse. La llamó, con una sonrisa, y se inclinó para mantener las
puertas abiertas.

Se deslizó, olió el lento aumento del deseo mientras sus ojos se arrastraban por él.
Dentro de él, el demonio se agitó, despertándose una vez más por la quemazón del
hambre de sangre y la necesidad que irradiaba de la mujer a su lado.

Así de fácil, pensó, golpeando su cabeza y con sus colmillos hormigueando. Tan
fácil de tomar. Para alimentarse.

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El hambre lo empujó, cada vez más fuerte con las exhortaciones de su demonio, y
la resistencia era muy reñida y muy dolorosa. Él mantuvo la boca cerrada y respiró
por la nariz, el simple acto de atraer el aire le recordaba la humanidad que tan duro
había trabajado en restaurar.

Él no les hacía daño a los inocentes. Ya no.

Y no importaba lo duro y lo rápido que el hambre se apoderara de él, no importaba


el peligro que pudiera suponer para Sara el encontrarse con ella cuando el hambre
estaba en su punto más agudo, sin embargo, no podía claudicar.

Ni siquiera un bocado.

Ni siquiera una pequeña deliciosa probada.

No podía.

No lo haría.

158
El Club de las Excomulgadas

—Treinta y cinco—gruñó él, ignorando el temor de que ahora brillaba en los ojos
de la mujer. La forma en que retrocedió. —Apriete el botón treinta y cinco, por
favor.—ella lo hizo, luego se presionó en la esquina mientras Luke apretaba sus
manos en puños, deseando que el demonio fuera hacia abajo, abajo, abajo.

Dejar que el hambre pasara. Luchar para no perderse.

Las puertas se abrieron y se echó al distribuidor, golpeando su puño a través de los


paneles de yeso, tratando de arrebatar su control. Detrás de él, la mujer saltó hacia
adelante, golpeando con fuerza la mano en el botón para cerrar las puertas del
ascensor.

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Bien.

Cuanto antes se fuera, más pronto podría ver a Sara.

Incluso su nombre lo calmaba, y evocó su imagen, la sola idea de que ella suave,
empujaba los últimos vestigios del demonio.

Se quedó allí, respirando profundamente. Una vez que estuvo seguro de que el
control había regresado, se movió por los pasillos hasta llegar a los apartamentos
directamente debajo de Sara, 3519. Se movió al 3521, y golpeó fuertemente la
puerta. Después de un momento, oyó la baja queja de un humano despertando de
un sueño profundo. El hombre que abrió la puerta era alto y flaco y estaba vestido
sólo con calzoncillos y una bata de franela raída. — ¿Qué mierdas?

—Inspección —dijo Luke, mentalmente torciendo el pensamiento del hombre. —


Nada de qué preocuparse.

—Oh, bueno, si eso es todo.

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El Club de las Excomulgadas

El hombre se hizo a un lado, y Luke se movió a través del apartamento hacia el


pequeño balcón, mientras el hombre se pasaba los dedos por su pelo y se
tambaleaba hacia atrás a su dormitorio.

En el balcón, él se orientó. El apartamento de Sara, un piso y una unidad más uno.


Sería bastante fácil acceder. Se subió a la barandilla, después fue una simple
cuestión de saltar arriba y por encima.

Aterrizó con un golpe pequeño en su balcón ridículamente pequeño, y luego se


pegó a la pared, fuera de la vista de cualquiera que pudiera estar mirando hacia la
puerta que estaba encantado de ver, y que estaba abierta.

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Una voz masculina se desvió hacia él, —Eso más o menos lo envuelve —seguido
por el rico tono de Sara —Gracias por hacer que me sienta más segura ya... —
concentrándose en permanecer en las sombras, se aflojó hacia adelante hasta que
tuvo una visión de la habitación. Un grupo de aparatos de seguridad estaban siendo
explicados, y captó el olor distintivo de un hellhound procedente de la criatura que
hablaba con Sara.

Mientras el perro presionaba una pequeña caja de control negra en la mano de


Sara, Luke supo que no tendría tiempo de sobra. Dio un paso más cerca de la
puerta del patio abierta y se deslizó en el interior, sin ser visto.

—Así que lo que tenemos aquí es la caja de control estándar portátil —dijo Roland,
tocando el cuadro negro que era del tamaño de un abridor de puertas de garaje. —
Exactamente igual que los que hemos instalado en la puerta principal, pero esta es
portátil.

—Me imaginé eso tan sólo por el nombre —dijo ella, incapaz de resistirse.

160
El Club de las Excomulgadas

—Tienes ingenio, chica. Un tumulto de risas genuinas. Ahora ¿Me prestarás


atención?— sus labios temblaron, pero asintió y se centró en la caja.

Señaló una fila de botones de la parte superior marcada con números del cero al
nueve. —Se pueden utilizar estos botones para introducir tu código cuando se
establezca o se desactive la alarma. Muy fácil —dijo, —siempre y cuando no se te
olvide tu código.

Ella se dio unos golpecitos en la sien. —Lo tengo.

—Bien. Y este pequeño bebé —dijo, señalando al botón rojo situado en el centro de

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la caja —es tu viejo botón de pánico. Si algo raro pasa, le das un empujón y tendrás
a todos los musculosos del PEC a tu lado en cuestión de segundos.

— ¿Cómo?

— ¿Cómo?

— ¿Cómo llegarán en cuestión de segundos? Todas esas cosas que hicieron en mi


apartamento, ¿No fue para que la gente no pudiera entrar así como así? —preguntó,
agregando un complemento de énfasis al final de la pregunta.

—Me gustas, muchacha. Me gustas mucho. Buena pregunta. Muestra que estuviste
escuchando. ¿Recuerdas cómo te dije que nadie podría llegar o ser niebla en tu
apartamento cuando tengas el sistema activo? Bueno, golpeas los botones y todo se
apagará. Se desactivará totalmente, y al mismo tiempo, la caballería llegará
corriendo.

—Wow —dijo. —Es impresionante.

161
El Club de las Excomulgadas

—Nuestro objetivo es complacerte. —cruzó la habitación para cerrar la puerta de su


balcón, y luego regresó a la entrada principal.

—Arma el sistema en el segundo en que me haya ido —dijo.

—Prometido.

Él le dio una sonrisa pasando, luego cerró la puerta detrás de él. Ella introdujo su
código, vio la luz en el interruptor del panel en color verde, y sonrió. Su pequeña
fortaleza propia. ¿Quién lo hubiera pensado?

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Y ahora, finalmente, podría irse a la cama.

Siguió con el cuadro de control con ella, con la intención de mantenerlo en su


mesilla de noche. Se sintió un poquito tonta al hacerlo, pero Roland le había dicho
eso. Y la verdad era que no podía negar el hecho de que estaba ansiosa. Con
Stemmons habiéndose escapado, y la verdad sobre el asesinato de su padre. Todo
unido para ponerla en guardia y de mal humor. Ella se pasó la caja a la cintura de
sus pantalones de yoga, y luego metió la mano dentro de su camiseta para
desabrochar su sostén. Hizo un movimiento de Houdini y lo sacó a través de su
manga, y luego lo colgó en el pomo de la puerta de su dormitorio. Sin molestarse
en encender la luz de la habitación, se dirigió a su tocador, tirando de sus
pendientes mientras se movía. Había puesto los tulipanes de Luke en un florero, y
ahora pondría los pendientes en un plato de cristal junto a las flores, se obligó a no
extender la mano y acariciar los suaves pétalos. Recordó la emoción romántica que
había sentido cuando había descubierto las flores en la puerta de su casa, el cuidado
que había tenido organizándolos. Se había quedado dormida la noche anterior
mirándolos, con una sensación de calor y aprecio.

Incluso ahora, su cuerpo se estremeció cuando miró el florero, con su piel


recordando el tacto de sus manos, con su boca recordando el sabor de su piel. Se

162
El Club de las Excomulgadas
dijo que no quería esos sentimientos, esos recuerdos.

Y eso significaba que no quería las malditas flores.

Determinada, agarró el paquete con ambas manos y tiró de los tallos hacia arriba
de la vasija. El agua cayó sobre su tocador y en el piso antes de volcar los en la
papelera al lado de su cama.

Miró las flores, todavía vibrantes, y se dijo que había hecho lo correcto.

Con el agotamiento con cada paso que daba, desactivó el botón de pánico, luego se
quitó los pantalones. Los dejó caer en un montón descuidado en el suelo antes de

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pasarse por encima de ellos y poner la caja en la mesita de noche. Necesitaba
desesperadamente dormir, y la limpieza fue la última cosa en su mente.

Vestida con camiseta y bragas, se deslizó bajo las sábanas, se hundió en la mullida
almohada, y finalmente, por fin, se quedó dormida. La noche la rodeaba, la
acariciaba, y, sí, se burlaba de ella. El sueño estaba llegando. Se producía cuando
ella dormía, y Sara sabía que vendría ahora. Sólo que ella no estaba dormida, así
que ¿cómo podía tener el sueño? Estaba despierta. Muy despierta, y consciente de
todo a su alrededor. El crujido de la grava sonando bajo sus zapatos. La cálida
presión de la mano de su papá, envolviendo la de ella. La luna que brillaba en el
cielo.

Y la forma débil, pero aterradora de los árboles que parecían estarse riendo
mientras los dos caminaban.

— ¿Papá?

—No es nada —dijo. —Sólo el viento. —no había sido el viento, sin embargo. Era
la muerte. Y la muerte se abalanzó sobre su padre, mostrando sus colmillos, con el
rostro retorcido de malicia.

163
El Club de las Excomulgadas

—No hay nada que puedas hacer niña. Nada en absoluto.

Quería pelear, golpear, matar, pero lo único que pudo hacer fue estar allí, con los
pies, con el cuerpo fríos. La muerte onduló y cambió. Primero Crouch. Luego
Stemmons. Después, algo sin rostro y sin forma. Algo que se pegó al cuello de su
padre, liberando una fuente de sangre. Caliente y pegajoso, el líquido se derramó
sobre ella, y con sus ocho años, Sara hizo lo único que pudo hacer… —Sara—ella
gritaba y gritaba y gritaba y manos suaves la tomaban. La sostenían cerca.
Murmurando su nombre.

—Despierta, Sara. Es una pesadilla. Es un sueño. Estás a salvo. Te tengo. —

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¿Luke?

Ella conocía esa voz. Conocía ese toque, y sin pensarlo, se aferró a él, presionando
su cara contra su pecho sólido, perdiéndose en la fuerza que le ofrecía. Luke estaba
allí.

Ella estaba a salvo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo16
—Sara, silencio. Sssh, estás segura. Estás a salvo. —sus manos agarraban el fino
algodón de su camisa, su cuerpo se agitaba mientras aspiraba el aire, cada vez más
tranquila, mientras él le susurraba palabras suaves, aún cuando quería arremeter
con furia impotente a cualquier cosa horrible que habitara sus sueños.

Restos del sueño se aferraban a ella mientras le acariciaba la espalda, el pelo, con
cada toque siendo una dulce tortura. El aroma del miedo que la había sumido
estaba desapareciendo, reemplazado ahora con el consuelo y débiles zarcillos de
deseo, y él sabía que sería fácil, muy fácil, tomar exactamente por lo que había
venido. Por Sara.

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Su cuerpo vibraba con el conocimiento de poder tenerla, con la atracción más
poderosa, porque sabía que ella aún lo deseaba. Deseaba su tacto, sus caricias.
Deseaba olvidar la pesadilla de la que se había despertado y perderse en su lugar
con su sensual placer puro.

Así de fácil.

No podría haberlo planeado mejor si lo hubiera intentado. Sin embargo, dudó,


queriendo saborear ese momento, esa instantánea de momento en donde ella estaba
una vez más con él, sin engaños o simulaciones, sino porque sus brazos eran el
lugar donde ella deseaba estar. Sus manos se relajaron, con sus palmas por todo su
pecho, con sus dedos acariciando su piel desnuda, donde había arrancado la camisa
por la mitad. El shock de tocarla enviaba ondas de placer a través de él, y se puso
tenso, luchando contra el impulso de empujar su espalda en el colchón y reclamar
su boca con la suya, no porque eso fuera lo que había planeado hacer, sino porque
en ese momento se volvería completamente loco si no podía tocarla. Si no podía
probarla. Si no podía perderse dentro de ella y pretender que nada existía y que se
trataba simplemente de Luke y Sara, y a la mierda con todo lo demás.

165
El Club de las Excomulgadas

—Luke... —su voz, suave y soñadora, jugaba con sus sentidos. Ella lo acarició de
cerca, con un suspiro, y algo que identificó como felicidad brotó en su interior, sólo
a punto de estallar cuando ella se retiró, con su dulce fragancia de deseo ahogada
por el olor amargo del miedo. Sus dedos, una vez suaves y templados lo alejaron a
empujones, y ella se revolvió hacia atrás hasta que estuvo en cuclillas sobre la
almohada, con el mando de pánico de su mesa de noche ahora apretada en su
mano. El dobladillo de la camiseta apenas le cubría las bragas, y pudo ver sus
muslos desnudos, con sus músculos tensos y listos para saltar.

Ella estaba respirando con dificultad, con su pecho subiendo y bajando en un


esfuerzo por controlar su miedo, y él levantó una mano firme, con la esperanza de

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calmarla.

—Sara.
—No —susurró, y en ese momento supo que hubiera preferido que le gritara. Un
grito de ira y rabia. Sin embargo, ese suave susurro lo decepcionaba. Y su miedo.

Esta vez, el miedo se dirigió a él, y ese conocimiento fue lo que ahora lo hacía
encogerse y fue casi suficiente para hacerle olvidar su misión e irse. Excepto que
Luke nunca se alejaba de una misión.

Más que eso, sin embargo, no podía soportar la idea de que ella le tuviera miedo.

Cualquier otra cosa que hubiera entre ellos, pero no deseaba que fuera eso.

— ¿Por qué estás aquí?

Él necesitaba acercarse, tratar de calmarla. Necesitaba hacer todas esas cosas que
había planeado antes de entrar en su apartamento.

Se puso de pie, decidido a hacer exactamente eso, y sin embargo incapaz de

166
El Club de las Excomulgadas
encontrar la voluntad de dar el primer paso. Frente a él, ella alcanzó a ver sus ojos
color rojo y miró hacia abajo para ver una docena de tulipanes tirados con descuido
en la papelera.

En su larga vida, había sufrido muchas lesiones, y sin embargo ninguna de corte tan
profundo como el cuchillo que Sara había lanzado en su corazón. Se inclinó para
sacar una flor, y luego acarició los pétalos suaves con el pulgar.

Cuando levantó la vista, ella lo observaba con recelo. —No hace falta que me
temas.

—Creo que sí —su dedo cambió, cubriendo el botón de pánico. Luke se puso tenso,

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esperando, sabiendo que debía irse, que debía huir. Pero se quedó, sometido a su
voluntad, con su vida en sus manos.

Poco a poco, ella alejó su dedo.

Poco a poco, él comenzó a respirar.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó de nuevo. —Estás en la cárcel. Los vi
llevarte al bloque de detención. Yo te vi…—añadió, —…en la caja de galletas que
llaman celda.

— ¿Me viste? —el darse cuenta le agradó en grado absurdo.

—Eres mi maldito acusado —dijo secamente, no encontrándose con su mirada. —


Por supuesto que te he visto. Y ahora me gustaría saber por qué estás aquí y no allá.

—Estoy aquí para hablar contigo.


— ¿Para hablar conmigo? —su voz se elevó con incredulidad. — ¿Sobre qué? ¿El
clima? No, espera. Tal vez podamos hablar de los bares locales. Bares donde los
vampiros de mal trasero van a recoger a los fiscales. Me parece que sería un

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El Club de las Excomulgadas
infierno de apertura de conversación —ella apagó sus palabras, como avergonzada
de que había mostrado su juego.

—No —dijo, determinado a saber la verdad. —No hubo ningún motivo oculto
entre nosotros. Te vi en el bar. Me gustaste, y te deseé. Tan hambriento por ti como
lo estoy ahora. Tomé sólo lo que estuviste dispuesta a darme. —la culpa se apoderó
de él, porque a pesar de sus intenciones esa noche había sido inocente, ahora era
todo lo contrario.

—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza, con sus ojos tristes. —No vengas aquí con
tus dulces palabras y trates de tocar mis teclas. No funcionará.

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— ¿Quieres que me vaya? —las palabras salieron antes de que las considerara, y se
quedó paralizado, esperando y temiendo su respuesta.

— ¿Cómo pudiste incluso llegar hasta aquí? —preguntó, y él se relajó muy


ligeramente y dio un paso hacia ella y mientras se acercaba se abrió la camisa
dejando al descubierto el dispositivo de detención.

—Permiso escoltado con Abogado —dijo. —Y la banda se asegura de que no huya.


No salí de la cárcel, Sara, pero me hizo abandonar mi escolta. —se lamió los labios,
un simple movimiento que ella encontró increíblemente sensual.
— ¿Por qué? —dio otro paso hacia ella.
—Para verte.

Ella sacudió la cabeza. —No deberías estar aquí.

—Y sin embargo, ¿te habría reconfortado si no hubiera venido? —otro paso, y fue
capaz de sentarse en el borde de la cama, con el tulipán en su mano. — ¿Con qué
estabas soñando?

168
El Club de las Excomulgadas

Ella miró a los ojos, desafiante, y sin embargo, todavía cautelosa. —Con
monstruos.

— ¿Qué clase de monstruos llenan tus sueños, Sara? —los mataría si pudiera.
Matar a los monstruos y liberarla de los horrores de la noche. Ella lo miró, con las
manos apretadas sobre la manta, con mente calculadora. Inclinó la cabeza, con sus
fosas nasales dilatadas, y se sintió aliviado al encontrar que el olor del miedo se
desvanecía.

— ¿Sara?

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—Él se escapó —dijo. —El asesino en serie del que te hablé… El que mató a todas
esas niñas escapó. Más que eso, tuvo ayuda del tipo que camina por la noche y
chupa sangre… ¿Tal vez estás familiarizado con la raza? Y ahora se ha ido y es
probable que haya elegido a la chica de al lado. Y eso me enoja —dijo, levantando
la voz y con las lágrimas brotando. —Realmente me molesta que hice todo bien.
Todo. Y todavía está libre. Está mal, y él está ahí, y matará de nuevo.

Luke se puso tenso, con su cuerpo frío. — ¿Estás en peligro? —era una pregunta
estúpida. No importaba lo que ella contestara, él consideraría que necesitaba
protección hasta que Stemmons fuera capturado.

—Estoy bien —dijo ella, con su mano alcanzando su cara antes de rápidamente
echarse hacia atrás. Aún así, el contacto breve lo alivió. Sus acciones no igualaban
sus propias palabras, y por eso él todavía estaba en la habitación. Aún tomando el
placer de simplemente estar cerca de ella.

—Casi me gustaría estar en peligro —añadió, haciéndole sentir helado —Yo puedo
defenderme de las cosas que inundan la noche. Las víctimas, las niñas, no saben lo
que él es.

169
El Club de las Excomulgadas

—Me gustaría acabar con él —dijo Luke, con el pensamiento de un hombre que
cazaba víctimas como las de Stemmons, esas chicas jóvenes, le repugnaba. —Si
pudiera encontrarlo para ti, con gusto destruiría a la bestia.

—Lo matarías —dijo ella con voz plana.

—Me gustaría —admitió. —Sin dudarlo, y sin lamentarlo. ¿Eso te escandaliza?

Una vez más, ella se humedeció los labios, con su mirada moviéndose de él a la
mesa al lado de su cama. —Ofende a la ley —dijo simplemente.

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—Tu sistema no es una panacea, Sara. A veces la ley no es suficiente para hacer
justicia.

Ella inclinó la cabeza, mirándolo con una intensidad grave. — ¿Es por eso que
mataste a Braddock?

— ¿Qué? ¿Tan rápidamente he sido juzgado y condenado?

—Luke —su voz fue dura.

Él negó. —No te negaré el placer de hacer tu trabajo.

—Maldita sea, Luke…

—Pero déjame preguntarte esto —dijo. — ¿El sistema de justicia ha funcionado


para tu padre? ¿Para la esposa y la hija que dejó atrás? —hizo una pausa, con su
expresión oscureciéndose, y temiendo que ella no quisiera responderle.
—No —admitió finalmente. —Pero el sistema no es perfecto.

—Entonces, ¿por vivir dentro de sus restricciones?

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El Club de las Excomulgadas

—Porque hay líneas, Luke. Y alguien tiene que dibujar las líneas. Los tribunales
hacen eso. No yo. No tú.

Por el contrario, él había dibujado la línea en muchas ocasiones, y todavía creía que
se justificaba en ello. Eso no era un debate el de esa noche, no obstante. Aun así...

—El asesino de tu padre —comenzó, — ¿fue encontrado muerto poco después de


que fue puesto en libertad?

—Dado por muerto en un parque —dijo.

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— ¿Y eso te ofende?

—No —dijo ella, sin dudarlo. —Alejaron a mi padre de mí. El que mató a Jacob
Crouch es un maldito héroe.

Él reprimió una sonrisa. —Tal vez no estamos tan lejos después de todo.

Ella sacudió la cabeza. —Sólo porque lo celebre no lo hace correcto. Era mi padre
—dijo con un nudo en su respiración. —No tengo que verlo con claridad.

—Háblame de él —dijo Luke con cuidado, tanto porque quería calmarla como
porque quería conocer su historia, quería saber de dónde había venido. Ella lo miró
a los ojos, pero no habló. Él contuvo el aliento, queriendo oír sus palabras. Saber
que se había movido del miedo y del dolor pasado y, aunque sólo fuera por un
momento, había encontrado el pasaje donde sólo estaban Luke y Sara.

—Él me contaba historias que me asustaban —dijo. Su expresión se mantenía


estable, fija. Y justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, una suave
sonrisa tocó sus labios. —Me sostenía y leía cuentos sobre cualquier cosa que le
viniera a la mente —se relajó mientras hablaba. —Debido que era profesor de

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El Club de las Excomulgadas
historia, lo que venía a su mente eran por lo general olvidadas historias oscuras de
un general romano. Cuando era pequeña, las historias me arrullaban para volver a
dormirme. Cuando fui más grande, pretendía tener pesadillas sólo para que pudiera
quedarse hasta tarde y escucharlo.

—Yo tuve una hija, una vez —dijo Luke. —Y hacía lo mismo por ella. Calmarla
con historias hasta que se dormía en mis brazos. —automáticamente, metió la
mano en su bolsillo, con sus dedos buscando el anillo de serpiente dorado en espiral
que le había dado a Livia en su quinto cumpleaños. Incluso a través de la bruma
demoníaca, había pensado conservarlo, como un recordatorio de la familia que
alguna vez había tenido y desde el que podía sacar fuerzas para calmar al demonio.
No había estado sin él desde aquel fatídico día, pero se había ido ahora, arrancado

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de él y puesto en un sobre con sus efectos personales.

La suavidad en los ojos de Sara trabajaba como un bálsamo contra la tristeza que
brotaba de su corazón. —Apuesto a que era muy bonita.

—Lo era —dijo. —Y con la más dulce de las disposiciones.

Ella comenzó a sentirse calmada hacia él, luego se detuvo, con cuidado sentándose
en el lado de la cama junto a él. —Luke…

Él levantó el tulipán, deseando su silencio, no queriendo oír que tenía que irse,
sobre todo porque todo lo que quería hacer era quedarse. —Siento mucho que no te
gustaran las flores.

Sus mejillas se sonrojaron. —Me gustaron.

Él echó un vistazo a la papelera.

Ella levantó una ceja, divertida. — ¿Eso? Eso fue porque no me gustaste mucho tú.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Y ahora?

Ella tragó, vacilando. —No presiones tu suerte —dijo ella, pero no había manera de
que pudiera ocultar el olor de su excitación o la forma en que sus pezones
alcanzaban su máximo debajo de la delgada camiseta. Él se acercó más a ella, con
una sola almohada como la única barrera entre ellos. Él la tomó y la tiró al suelo.

—No puedes estar aquí —dijo ella, pero no se retiró.

—Pero lo estoy. —él extendió la mano, queriendo tocarla. Sabiendo que esto era
por lo que había venido, por esta dulce seducción. Esto no era acerca de sus planes

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o de las estrategias de salida. Se trataba de Sara. La mujer arrodillada delante de él.
La mujer apoyada en él, muy ligeramente, pero lo suficiente como para llenar su
corazón de esperanza.

—Sara, me tocas en formas que sería mejor que no lo hicieras. Sé que debería
alejarme. Y, sin embargo no puedo dejarte. —extendió su mano, tocando su
mejilla. Eso había planeado, pero no había ninguna mentira en sus movimientos,
no había engaño en su deseo.

El ritmo de los latidos de su corazón aumentó debajo de sus dedos, y pensó en la


sangre que corría por sus venas. Dulce, deliciosa, igual que la propia mujer. Pensó
en eso, y la deseó, y el hambre con el que había estado luchando durante horas
aumentó en su interior, con el demonio gritando por su liberación.

Él los derrotó a ambos de nuevo y los subordinó a su deseo, ahora un ser vivo,
respirando. —Sara —dijo expresando la única palabra que le vino a la mente. —
Por favor —Luke se movió más cerca, y ahora estaba justo frente a ella, a escasos
centímetros de distancia. Tan cerca que podía alcanzarla y tocarla, si ella lo
deseara. Sara se dijo que no lo deseaba.

173
El Club de las Excomulgadas

Dado que no parecía estar escuchándose a sí misma, ella se deslizó de la cama,


llevándose el control con ella mientras acechaba en su sala de estar.

—Sara —él estaba detrás de ella.

Ella movió los labios, logrando formar las palabras. —No puedo.

—Sí puedes —dijo. Viendo su propia lujuria reflejada en los planos de su dura cara.
Su lujuria, y algo más. Un hambre que le daba tanto miedo como excitación.

Ella tragó, con una fiebre agarrándose a su cuerpo mientras él se acercaba aún más.

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—Tienes que irte.

Su sonrisa fue lenta y llena de promesas. —Todavía tengo tiempo.

—No arriesgaré mi trabajo por ti. —tenía la boca seca y quería poner su mano en
su pecho y empujarlo un paso atrás, aunque sólo fuera para que su mente aclarara
el rumor que estaba generando. A su cuerpo no podía importarle lo que él era, pero
a ella sí. Él era el acusado. Era un asesino, estaba segura de ello. Y ella sería la que
sellaría su celda en la estrecha prisión.

—Vete —dijo ella, levantando su barbilla. —Vete ahora.

—No.

— ¿No?

—No quieres que me vaya.

—Sí —la palabra salió débil, por lo que volvió a intentarlo. —Sí, lo deseo.

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El Club de las Excomulgadas

—Y sin embargo aquí estoy, cuando sólo tienes que pulsar un pequeño botón para
invocar el poder de la PEC para sacarme. —sus ojos bajaron al control en su mano,
y luego de vuelta a su cara. —Si quisieras que me fuera, ya no estaría aquí.

—No —susurró ella, pero hubo poca convicción en su palabra. —Lo deseo.
Presionaré el botón de pánico.

—No, no.

— ¿Por qué no?

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—Porque no estás en pánico. —y para demostrarlo, pasó su mano suavemente
encima de su pezón, con sus dedos disparando fuego a través de ella. Haciéndola
más húmeda.

Volviéndola loca.

Ella se retorció, con su espalda contra la pared, atrapada entre ella y ese hombre.
Tenía que huir, ser libre. Porque eso no era correcto. Él era todo lo que ella
despreciaba. Un asesino. Un mentiroso. Un criminal.

Un vampiro.

Y sin embargo, él estaba allí, tocándola, deseándola. Y maldita sea todo el infierno,
ella lo deseaba también.

—Vete —le dijo, porque si no se lo decía, realmente estaría perdida. Él se limitó a


sonreír, y luego llevó su boca cerca de la suya.

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El Club de las Excomulgadas
—No —susurró, con la palabra apenas algo más que un pincel en el aire a través de
sus labios. Ella sintió temblar su cuerpo, y ahogó el gemido de placer que brotó
cuando sus labios rozaron su mejilla, su oreja, su cabello.

—Sara —susurró, y la atrajo hacia sí, con sus grandes manos extendidas contra su
espalda, con su erección presionada con fuerza contra ella.

Listo, tan listo.

—Luke —logró decir ella. —No.

Pero él se limitó a sonreír. —Silencio ahora. Mi tiempo apremia —antes que su

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perezosa mente pudiera procesarlo, llevó su boca a la suya. Y aunque sabía que no
debería, que se patearía a sí misma después hasta ver las estrellas, se perdió en el
beso, con su pulso disparándose en sus ocupadas manos y deslizándose dentro de
su camisa y encima de su espalda desnuda. Su respiración se entrecortó en sus
labios bailando abajo a lo largo de su cuello, incluso mientras murmuraba palabras
dulces que parecían dispararse directamente hacia ella, haciéndola sentir cálida y
húmeda y lista.

—Sara —murmuró. —Por los dioses, Sara —ella se derritió debajo de sus palabras,
con su mente conocida sólo por un desesperado, urgente deseo. Dejó caer el control
al suelo, luego metió su mano en el bolsillo trasero de sus pantalones y le pidió
más, hasta que estuvo atrapada y apretada entre la pared y el hombre que quería
consumirla.

Que Dios la ayudara, ella lo deseaba.

Su mano agarró el dobladillo de su camisa, tirando de ella hacia arriba, y levantó


las manos ayudándolo. Tan pronto como la camisa estuvo a un lado, él la agarró
por las muñecas, sosteniéndoselas encima de su cabeza mientras su boca se
sumergía en su pecho. Su lengua jugó con su pezón antes de alejarse, con la

176
El Club de las Excomulgadas
sensación del aire fresco en su carne húmeda intensamente erótica, y ella se retorció
con necesidad, en silencio pidiéndole que la tocara, que terminara lo que había
empezado. Ella necesitaba muy poco estímulo. Vestida sólo ropa interior, y él se
inclinó, cayendo de rodillas delante de ella.

Mientras ella se quedaba sin aliento, él apretó sus manos en el interior de sus
muslos, con las yemas de sus pulgares jugando con el elástico de sus bragas, sin
piedad. Su boca pronto se unió al tormento, con el alcance de su mano tirando de
sus bragas hacia abajo para que su lengua pudiera entrar.

Ella enterró sus dedos en su pelo, agarrando su apoyo, mientras sus piernas
temblaban y sus rodillas amenazaban con no sostenerla. —Luke —murmuró ella,

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queriendo sentir la presión de su cuerpo contra el suyo. Deseando sentir sus labios,
su lengua. Deseando degustarlo y jugar con él. —Luke, por favor.

Ella lo levantó, y luego llevó su hambrienta boca a la suya. Ella le pasó una pierna
alrededor de su cintura, encerrándolo en su lugar, deseándolo, todo de él.

—Por favor —susurró, buscando a tientas el cierre de sus pantalones. Bajó su


mano, a su tensa erección, y gruñó bajo en su garganta, con el deseo de oír lo que la
ponía aún más húmeda. Más lista.

—Sara —susurró con voz ronca, pero aún así muy suave. Todavía tierna. Y luego,
de repente, no lo estuvo.

Ella sintió el cambio en el acto. Con una rigidez en la espalda. Con sus manos
sosteniéndola en vez de acariciarla. Él se había apagado, y ella no entendía por qué.

Alarmada, se empujó contra la pared, con un millar de recriminaciones


atravesando su cabeza. ¿Qué estaba pensando? ¿Estaba loca? ¿La locura le había
frito el cerebro?

177
El Club de las Excomulgadas

Pero todos esos pensamientos se desvanecieron cuando vio su rostro.

Cuando vio sus colmillos.

Ella se llevó la mano a la boca y cayó al suelo mientras sus pies se deslizaban
debajo de ella, con su mano cerrándose en el control.

—Sara —dijo él, alejándose, con la mano extendida en señal de súplica. —No, yo
no… yo no…

No importaba. Ella lo miró, y vio a la bestia que había matado a su padre.

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Su propio grito se arrancó por su garganta mientras caía de nuevo en sus recuerdos,
con su último pensamiento coherente siendo presionar el dedo hacia abajo, duro, y
activar la alarma.

178
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 17
Ella se estremeció, no podía dejar de temblar, con el frío amenazando con
consumirla.

Él había cambiado, se había convertido en un monstruo.

Justo ante sus propios ojos, se había convertido en lo que más despreciaba. Luego
había huido, abriendo la puerta del patio, saltando desde el balcón a la gruesa,
negra noche de Los Ángeles.

Una niebla gris llenó la sala, e incluso mientras su cerebro registraba la niebla que

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debía ser el equipo de seguridad, Sara se puso de pie y se tambaleó hacia el patio.
Con las manos en la barandilla, respiró profundo y miró hacia la noche oscura,
vacía, con sus ojos buscando inútilmente a Luke. Se lo merecía. Lo que fuera que
pasara con él, se lo merecía.

Había jugado con ella. La había manipulado.

Y si estaba muerto, entonces, se dijo que estaba absolutamente bien con ella. Se
dijo eso, pero no lo creía del todo. No cuando se acordó de la forma en que la había
abrazado y tranquilizado. Y no cuando recordó el shock en su cara cuando ella
había descubierto sus colmillos. El horror y el auto-odio estuvieron en sus ojos.
Quería confiar en él. Querido Dios, cómo quería creer que había llegado con un
único propósito no enfermo. Su mente estaba confundida, sin embargo, y en ese
momento no sabía qué creer.

—Constantine —la voz profunda sostenía una pizca de acento eslavo, y ella se
encogió mientras alguien ponía su chal afgano favorito sobre sus hombros. Ella tiró
con fuerza de él a su alrededor, dándose cuenta de que estaba vestida sólo con ropa
interior, luego se volvió hacia la criatura, ¿era un hombre? Parecía estar formado
completamente de humo negro debajo de una sucia capa gris. Ella miró la cara de

179
El Club de las Excomulgadas
la criatura, a los hoyos oscuros que le servían de ojos, y supo que nada de lo que
Luke pudiera hacer nunca la asustaría tanto como este ser, lo que fuera.

—La casa está limpia —dijo él, con una voz helándola hasta los huesos. Detrás de
él, tres criaturas similares, todos vestidos con la misma túnica monacal, se
deslizaron a través de su departamento.

— ¿Con qué propósito convocó a la Sombra?

Si hubiera sabido lo que estaba convocando, desde luego no lo habría hecho. Así
las cosas, sin embargo, todo de lo que pudo hacer fue sacudir la cabeza. La Sombra
la estudió con su inspección dejándola fría mientras tenía la certeza de que nunca se

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iba a sentir caliente de nuevo. Después pasó a su lado, deslizándose a la baranda
del balcón. Su mano, se dio cuenta, no se sentaba en la baranda de piedra, sino que
se establecía en su interior. Un fantasma. Un fantasma. Sin forma. Y, ella estaba
segura, sería desesperadamente peligrosa.

Una vez más, se volvió, y se estremeció mientras las criaturas pequeñas, espectros
en sí mismos, se deslizaban a través de las profundidades dentro del humo de trajes
de cortina. Gusanos, ratas. Los carroñeros de la muerte.

—Se escapó —dijo la Sombra. —Eso debió haberte asustado. Se deslizó de nuevo
en la noche.

—Yo… —se lamió los labios, y luego tragó. Quería responderle, pero no saber qué
decir.
¿La verdad? Eso era sin duda su habitual MO. Pero entonces, ¿por qué no le salían
las palabras a borbotones?

Él la había atacado, después de todo. Casi mordido. Casi arrancado su cuello de la


misma forma en que el hijo de puta de Crouch había atacado a su padre, drenando
la vida de él y dejado en un montón en el barro, mientras que una niña de ocho

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El Club de las Excomulgadas
años gemía. ¿Por qué no les apuntaba en la dirección en que había saltado y gritado
para que esas criaturas lo encontraran y lo arrastraran de regreso al infierno, donde
debía estar?

Porque cuando él se había ido, Luke había estado en el infierno ya. Lo había visto
en sus ojos. Crouch había matado, pero Luke se había alejado en lugar de hacerle
daño a ella.
Más que eso, había visto la expresión en su rostro. Horror. Horror absoluto.

—Sara Constantine. —la voz profunda de la cortina vibraba dentro de ella, como
un golpe bajo y pesado. —Pregunto una vez más. ¿Con qué propósito nos convocó?
—ella no respondió. No podía responder. No podía condenar a Luke con la verdad.

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Y sin embargo, a pesar del dolor en su corazón, sabía que no podía confiar en él
completamente, tampoco.

Algo lo estaba pinchando.

Luke parpadeó, luego balbuceó, sorprendido de encontrarse a sí mismo flotando en


las aguas de tinta negra. Sorprendido aún más de encontrarse a sí mismo mirando
dos preocupados ojos marrones.

—Oh, wow. Mierda. Espera. Espera. —la mujer no podía tener más de veintitrés
años, su masa salvaje de rizos rubios estaba hacia atrás con una cinta, con su
pánico viniendo en olas. Vestía ropa deportiva azul brillante y sostenía una
espumadera de piscina con un mango largo. La piscina. Recordó el panel del
ascensor: —Gimnasio / Piscina cubierta. Cuarto piso.—

Había saltado. Treinta y dos pisos más abajo a la cubierta de la piscina.

No era de extrañar que le doliera la cabeza.

— ¿Puede alcanzarlo? Vamos. Alcánzalo, ¿de acuerdo?

181
El Club de las Excomulgadas

Lo hizo, con sus dedos gritando de dolor, cerrándose sobre todo el frío metal. Ella
tiró, y él trató de mover sus miembros, trató de ayudarla, pero no podía. Sus
miembros no estaban dispuestos a cooperar.

Su mente, sin embargo, estaba disparándose a la vida, con el olor persistente de la


danza del cabello de Sara en el borde de su memoria, junto con el miedo que había
visto en sus ojos. Un terror que le había hecho más daño a él que cualquier estaca
jamás podría igualar.

— ¿Saltaste? ¿Te caíste? Dios, ¿Qué tan alto estabas? ¡Maldito aterrizaje! Te
escuché durante todo el camino desde gimnasio, y ahí estabas. —sus brazos estaban

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bajo él, tirando de él hacia la escalera. —Dios, oh Dios. Eres un lío. Tengo que
conseguir mi teléfono. Llamaré a alguien. Necesitas un hospital. Tu pierna, sabes,
en realidad no debería estar así. —Ella se movió para irse, pero él logró un sonido
pequeño, y se detuvo. — ¿Eh?

—Quédate —sangre. La necesitaba para sanar, y el hambre se lanzó sobre él como


un ser vivo.

—No me iré. Honestamente. Pero tengo que llamar a alguien. Necesitas ayuda, y
no hay nadie más aquí. Nunca está en medio de la noche.

—La hora —dijo con su voz poco más que un gruñido en voz baja.

— ¿Eh? Oh. —ella se volvió para mirar un reloj distante, dejando al descubierto un
cuello largo, tenso y tembloroso, sabiendo lo que tenía que hacer y odiándose a sí
mismo por ello. Ella se volvió y le dijo la hora, con sus propias palabras sellando su
destino. Porque el tiempo se estaba acabando.

No tenía otra opción. No había otras opciones.

182
El Club de las Excomulgadas

Se tenía que alimentar. O bien, podía morir.

—Mira —le susurró.

Ella se acercó más, con el ceño fruncido. — ¿Qué?

—Mira —repitió, y luego volvió la cabeza para mirarla sus ojos. Estaba cansado,
débil. Pero su voluntad era fuerte. Y esta chica no tenía barreras, ni defensas
naturales. Se deslizó en su interior, con su hambre disparándose aún más mientras
lo hacía, y hacía como suya su mente.
—Más cerca —dijo. Ella susurró una palabra en respuesta, luego se inclinó hacia él,

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volviendo la cabeza para exponer su cuello.

Su cuerpo se tensó, anticipándose. Sus colmillos se extendieron mientras su hambre


se estiraba en su interior, olfateando. Marcando el territorio. Moviéndose para
matar.

Ven a mí.

Ya no había necesidad de hablar. Sus mentes eran una, y ella se deslizó en el agua,
curvándose contra él. Podía oler su piel, podía ver su bombeo de sangre en sus
venas, y aunque se dijo que no quería esto, que había renunciado a lo que estaba a
punto de hacer, sus sentidos estaban preparados. Listos. Lamentándose con
necesidad. Cerró su mente. Apagó las recriminaciones.

El instinto se hizo cargo. El instinto puro y limpio de un depredador. Los instintos


desesperados, oscuros de la bestia.

Su piel era firme y sabía vagamente a sal y a cloro. Entonces, sus colmillos
traspasaron la dermis y la pared arterial, y la sangre comenzó a fluir, cálida y dulce
y llena de vida.

183
El Club de las Excomulgadas

Él deseaba esto, este intercambio. Esta conexión. Alabado fueran los dioses, él
deseaba desesperadamente esto, pero no con esta mujer. Sino con Sara. Él la quería
en sus brazos, íntimamente envuelta en ellos. Con sus cuerpos apretados, con su
boca en su cuello. Él gimió, bebiendo profundamente, con su pene endureciéndose
con necesidad, en respuesta a la mujer en la cabeza de Luke y no a la mujer que se
apretaba contra él. Había pasado un tan, tan largo tiempo, sin la intimidad de una
alimentación de verdad, y mientras bebía, mientras sanaba, dejó que su mente se
quedara donde no debía. En la fantasía y en la ficción. En Sara, cálida y viva
debajo de él, con su sangre llamándolo, con su aliento sobre su piel, con sus labios
susurrando su nombre.

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Ella lo sanó. Con su sangre completándolo. Con sus huesos soldándose, con sus
moretones decolorándose, con su fuerza regresando.

Sara.

Su mente la llamaba. La veía, Annie.

…Y luego lo golpeó de nuevo cuando se enteró de que no era la mujer que


anhelaba, sino la mujer que había tenido en sus brazos.

Annie.

La idea era débil. Decolorada. Con su fuerza disipándose, incluso mientras la suya
propia crecía. Mi nombre es Annie.
Con un sobresalto, él rompió la conexión mental, y luego se quedó sin aliento
cuando se apartó y vio el daño en su cuello. A ella.

Su cuerpo se desvanecía junto con su mente, y él bloqueó las imágenes. De Annie.


De Livia. De Sara.

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El Club de las Excomulgadas

Tenía que actuar rápidamente, tenía que estar en control de nuevo.

Ella lo miró con los ojos abiertos en su rostro pálido, demacrado. Tenía que irse.
Ya era hora. Tenía que volver, por Tasha, por Kyne. Tenía que irse. Y, sin
embargo, no podía.

—Annie —dijo sacudiendo sus hombros. —Mírame. Mírame.

— ¿Sara? —susurró la palabra mientras el aire a través de sus labios secos apenas se
movían. — ¿Quién es Sara?

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—Sólo tú —dijo mirándola a los ojos. —En este momento, eres sólo tú. —él llevó
su propia muñeca a su boca, entonces se la bajó un poco, abriéndose una vena.
Apretó la herida en su boca. —Bebe —dijo, y sostuvo su cabeza mientras ella
chupaba, le acarició el cabello como a un niño que era cuidado por su madre. —
Este es el camino. No demasiado, hay que tener cuidado.

Demasiada sangre, y ella simplemente no se curaría, sino que caería en sintonía


con él, dándole acceso a sus miedos, a sus esperanzas, a sus deseos. Más, y la
maldición vampiro la abrazaría. Él no tendría nada de ella, por lo que la observaba
atentamente, y al momento en que un indicio de su fuerza regresara… era el
momento en que estaba seguro de que iba a durar por lo menos el tiempo que le
tomaría a la ayuda llegar, alejó su muñeca.

—Más —dijo.

Él no respondió. En su lugar, se levantó del agua, con la chica en sus brazos y la


llevó a una silla cubierta. Tomó una toalla de una silla cercana y la extendió sobre
ella, complacido por el ritmo constante, fuerte de su corazón. Pasó los dedos por su
mejilla.

185
El Club de las Excomulgadas

—Duerme ahora. Sueña y sana.

Ella lo hizo, y él se quedó ahí, viendo el momento, y juró.

Piensa, maldita sea, piensa.

Inclinó la cabeza, mirando hacia el balcón de Sara.

Tal vez, pensó, no había esperanzas, después de todo.

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Capítulo 18

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El Club de las Excomulgadas
Nick se despertó en la oscuridad con un furioso dolor de cabeza y su ira hirviendo.
Había sido un infierno de largo tiempo desde que había sido encerrado, más aún
desde que había sido tomado por sorpresa, y no estaba seguro de con quién estaba
más enojado, con él mismo o con Luke. Su cabeza se golpeó y modificó ese
pensamiento. Luke. Estaba sin duda más enfadado con Luke.

Se movió, tratando de orientarse, con los ojos vampíricos adaptándose a la


oscuridad del recipiente en el que había sido arrojado.

—Maldito sea el hijo de puta —murmuró mientras levantaba, con algunos de los
huesos del ser humano rompiéndose debajo de él mientras usaba la fuerza en sus
piernas para empujar la parte superior del sarcófago. Esta cayó al suelo, con el

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choque de piedra contra piedra reverberando catárticamente. Su amigo lo había
puesto en un infierno de situación difícil. —Maldito estúpido arrogante.

—Supongo que te refieres a Dragos, y no con el que estás compartiendo ese


sarcófago. —la voz arenosa de Ryan Doyle saludó a Nick mientras agarraba los
lados de la caja y se sacaba a sí mismo. Él se apretó y se obligó a no saltar y cerrar
las manos alrededor del cuello de Doyle.

—Lárgate fuera de aquí —dijo con admirable calma. —No tienes derecho a
inmiscuirte con un defensor con licencia con escolta.

—Tienes un punto —dijo Doyle, y luego hizo una demostración de mirar a su


alrededor. —Pero no veo que escoltes a nadie. ¿Ves a alguien más aquí, Sev?

—No, a menos que los malditos huesos de alguien se levanten otra vez. —el Agente
Tucker dio un paso hacia Nick, luego esbozó una sonrisa de suficiencia mientras
miraba hacia abajo en el ataúd. Volvió a mirar a Doyle.

—Nah. No se ven de ese tipo.

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El Club de las Excomulgadas

—Buen trabajo, Consejero —dijo Doyle. —Perdió a su cliente, y ahora el hijo de


puta caerá. —el marcado comentario con una sonrisa de come-mierda hizo que
Nick saltara desde el ataúd a la tierra con un golpe sólido como una roca en la
suficiencia de Doyle, y en su lo-siento-cara-de-trasero.

— ¡Hijo de puta! —dijo Doyle, volando de vuelta a Nick, con los ojos rojos, con las
venas abultadas, cambiando la piel a un tono ligeramente verdoso.

Y hasta la última gota de ese famoso temperamento bombeando justo debajo de su


superficie.

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— ¡Espera, espera, espera! — fuertes brazos agarraron a Nick por detrás, tirando
de él lejos de Doyle, que parecía a punto de explotar. —Vamos a sentar cabeza,
muchachos.

—Déjame. Ir —Nick podía romperlo, no había duda sobre eso. Tucker era fuerte,
pero era un humano.

—Ni siquiera pienses en ello —gruñó Doyle, con los ojos rojos en la cara apretada
de Nick.

—Tal vez puedas con mi chico, y tal vez no, pero sé que no me puedes llevar. Pensé
que habías aprendido tu lección años atrás.

Nick sacudió sus brazos liberándose de las garras de Tucker, y se mantuvo de pie,
con sus manos en puños a los costados. —Las cosas pueden cambiar con los siglos,
Doyle.

—Las cosas tal vez, no las personas. No los vampiros. —abrió su teléfono,
pulsando un número de marcación rápida. —Y ciertamente no Dragos. Me enteré
de eso hace siglos, también. —el teléfono estaba en altavoz, y Nick escuchó el

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El Club de las Excomulgadas
zumbido electrónico, que sonaba en el otro extremo, después la voz computarizada
le solicitó su identificación.

—Soy el agente Ryan Doyle, con número de placa1026C, quiero informar de una
violación de permiso del sospechoso Lucius Dragos. Solicito la activación de
medidas de detención móviles y la terminación inmediata del objetivo Dragos.

—Maldita sea, ¡no! —gritó Nick, saltando de nuevo hacia delante.

—Reconocido y analizado. Por favor, manténgase para la verificación de la


terminación del objetivo.

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Capítulo 19
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El Club de las Excomulgadas
Sara corrió por los pasillos de la División, en parte de preguntándose qué demonios
estaba haciendo, y en parte con temor de que fuera a ser demasiado malditamente
tarde.

—No —gritó en el teléfono del mostrador de la Sección de Seguridad de comandos


no humanos. —Constantine. Con C, maldita sea, y estoy procesando este caso con
Nostramo Bosch. Si activa el dispositivo de seguridad, tendré su trasero en
escayolado.

—La solicitud de terminación ha sido introducida —dijo el zumbido.

—Y la estoy re-dirigiendo, maldita sea. —no tenía ni idea de si tenía autoridad para

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hacer eso, pero muy bien lo presentaría para tener una discusión. Corrió hacia el
ascensor y pulsó el botón del subnivel nueve. —Sólo espera por mí. No hagas nada
hasta que llegue.

No hubo respuesta.

Movió el teléfono lejos de su oreja y lo miró. Error de llamada. No había señal.


Maldita sea, maldita sea, maldita sea.

Apretó su dedo pulgar sobre el botón del ascensor, como si eso fuera lo que lo
hiciera moverse más rápido, pero simplemente no podía soportarlo y no hacer
nada. Querido Dios, ¿y si ya lo habían hecho?

¿Y si ya habían matado a Luke?

Cerró los ojos y se obligó a respirar, recordando la forma en que su voz había
sonado cuando ella había contestado el teléfono en su apartamento unos minutos
antes. Ya había desestimado a Sombra, alegando una pesadilla y un impulso
insensato de presionar el botón de pánico, y que había estado sentada en el suelo,

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El Club de las Excomulgadas
de espaldas a la ventana, tratando de averiguar lo que le había pasado. Por qué
había dejado que Luke se hubiera quedado.

Por qué había dejado que él la tocara de esa forma.

—Sara —le había dicho. —Necesito ayuda.

Ella se había acordado de la forma en que su rostro se había endurecido, de la


forma en que había descubierto sus colmillos, y casi le había colgado.

—Espera —le había exigido, y entonces lo ayudaría, tenía que hacerlo.

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— ¿Qué pasa, Luke? ¿Qué podría hacerte pensar que tienes derecho a llamarme
ahora?
—No tengo ningún derecho —le había dicho. —No espero nada. Sólo tengo
esperanza, Sara. —necesitaba su intervención, le había dicho. La caída en la
cubierta de la piscina lo había perjudicado, y no había manera en que pudiera
regresar a donde había dejado a su abogado antes de que la Sección de Seguridad se
activara en torno a su corazón.

—Volveré a la división —le había dicho, —pero incluso eso no es garantía.


Necesito ayuda, Sara. ¿Hablarás por mí?

Ella no le había contestado, con su mente demasiado llena de restos de miedo y


deseo, pero después de que había colgado, había marcado a la división.

Se dijo que estaba interviniendo, porque no vería a un hombre ser condenado sin
juicio, pero sabía que era mentira. Él había tocado algo dentro de ella, y tenía que
saber por qué. Tenía que comprender más a fondo esto que le quemaba en el
interior. Un ardor que era por él. Por este vampiro. Por este asesino.

Las puertas del ascensor se abrieron y salió corriendo a través de ellas, golpeando el

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El Club de las Excomulgadas
botón de re-llamada, incluso cuando sus ojos recorrieron la sala buscando por
alguien con autoridad. Pero aquí, donde la seguridad y la detención se accedían a
través de largos corredores de cemento, no había nadie más que ella. — ¿Está él
ahí? —preguntó al momento en que respondieron a su llamado. — ¿Está Dragos
allí?

—Ya llegó —dijo el zumbido.

—Entonces vale asegurarse de que no sea ceniza en el momento en que yo llegue


—dijo, y cuando finalmente irrumpió por la puerta, allí estaba él. De pie delante de
ella, oscuro y peligroso y malditamente sexy. Ella abrió la boca, tanto con sorpresa
como con placer. No sólo por el calor que veía en sus ojos, sino porque la miraba

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con una mezcla de gratitud y anhelo tan intensos que le debilitó las rodillas.

—Señorita Constantine —dijo, con su voz como una caricia. —Vino.

—Yo…— Ella tragó, con una sensual vorágine creciendo dentro de ella casi
sobrecogiéndola. Dio media vuelta, temiendo dejar ver mucho en su rostro, y
centró su némesis en el zumbido de seguridad, en una pequeña criatura con ojos
saltones y un auricular de alta tecnología.

—Señorita Constantine —dijo el zumbido con una pequeña inclinación de cabeza.

—Llame a Leviathin si es necesario, pero si Dragos está aquí, la terminación no


sirve para nada.

Sus labios se fruncieron mientras golpeaba algo en su computadora, luego se


inclinó hacia un monitor. —El Director Leviathin está de acuerdo —dijo, y Sara
tuvo que agarrarse a la mesa para no caer. —Terminación negada.

Se permitió una respiración profunda, y luego enderezó los hombros y miró al


oficial de pie junto a Luke, Quai de acuerdo con la etiqueta de su nombre. —

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El Club de las Excomulgadas
Quítenle ese artefacto —dijo. —Y luego nos dan un minuto. Tengo que hablar con
él antes de llevarlo de regreso a su celda.

Mientras lo miraba, Quai hizo su trabajo, desabrochando el cierre entre las esposas
de las muñecas de Luke y asegurándolas a una pared antes de instruir a Luke para
tirar ahora de su brazo sin atadura. Luego hizo que Luke cambiara y repitió el
proceso con el otro brazo.

Quai puso el largo abrigo negro sobre una mesa de metal en las cercanías, y la
visión de Luke, sin su abrigo le llamó la atención de formas en que sus sentimientos
fueron decididamente promiscuos.

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En su apartamento, él no se lo había quitado, aunque ella había estado casi
desnuda. El recuerdo se burló de ella, y miró con fascinación descarada mientras
Luke ahora estaba en mangas de camisa, con sus bíceps haciendo un esfuerzo en el
negro algodón.

Era poderoso.

Era peligroso.

Y esa noche, la había abrazado, consolándola, protegiéndola, incluso en sus


sueños.

—Sigue buscando —dijo él haciéndola saltar. —Tal vez veas algo en mí que no
habías visto antes.

—Estaba pensando —dijo. —No buscando.

— ¿Acerca de mi? —esa boca generosa apenas se movió, pero aún así, tuvo la
impresión de que estaba sonriendo. Una vez más, tuvo que hacer retroceder una ola
de sorpresa ante la incongruencia absoluta de todo. Estaba en la cárcel, por

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El Club de las Excomulgadas
Jesucristo. Su camisa se detuvo para revelar un torso dolorosamente familiar, sobre
el cual estaba atado un dispositivo que pudo haberlo matado pocos minutos antes.
Sin embargo, estaba de pie alto y mandando, con la sala llena de la esencia, del
poder de Lucius Dragos.

—Ah, entonces —dijo a sabiendas. —Fue por mí. —para su mortificación total,
Quai escogió ese momento para girar un poco la cabeza naranja alrededor. Sus
grandes ojos se estrecharon cuando él la miró, y ella trasladó a él la mirada que
antes había sido dirigida a Luke. De inmediato se dio la vuelta y se concentró en la
eliminación de la banda de metal en el pecho de Luke.

—De hecho, estaba pensando en ti —dijo, encantado de ver una sorpresa en el

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parpadeo de sus ojos. Bueno, ¿por qué no? Dos podrían jugar el juego de rivalidad.
—Estaba pensando en que debería evitar hablar contigo.

— ¿De verdad? ¿Alguna razón en particular?—

—Soy la fiscal. Tú el acusado. Y un acusado con un abogado. —ella subió el valor


de su sonrisa. —Me temo que no puedo hablar contigo sin tu abogado presente.

—Hasta ahora, yo diría que has fracasando miserablemente en la tarea. —tenía la


impresión de que sus labios temblaban, pero su expresión no había cambiado.

Quiso reír, pero evitó la urgencia. —Creo que tendré que poner más esfuerzo en
eso. Probablemente sea más fácil una vez que te hayas ido. Ojos que no ven,
corazón que no siente.

—Espero sinceramente que no sea el caso —dijo, con un calor en su voz que le hizo
sentir las rodillas débiles.

Quai dio un paso atrás, después de haber liberado a Luke de sus ataduras, a pesar
de que uno de sus tobillos ahora estaba atado al cemento grueso con una cadena

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El Club de las Excomulgadas
corta de pesado metal. —Danos un momento —dijo, con una voz que no
aguantaría ningún argumento. Quai asintió, después se retiró, el zumbido de
seguridad siguió detrás.

—Sara —dijo Luke, al momento en que la puerta se cerró tras ellos. —Gracias.

—No hay problema —dijo ella manteniendo su rostro suave y esperando que no
pudiera ver debajo de su máscara. —No iba a tener mi primera prueba grande en la
División arrancada de mí sólo porque el acusado se fue y me dejó plantada.

—Puedo ver que sería un inconveniente para ti.

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Ella reprimió una sonrisa, casi de inmediato se puso seria. —Luke, saltaste desde el
piso 36. Leí el informe, y no hay manera de que sólo te pudieras alejar caminando
de una caída así. No, cuando no te puedes transformar.

Un músculo tembló en su mejilla. — ¿Tiene alguna una pregunta para mí, fiscal, o
está simplemente exponiendo los hechos?

—Quiero saber cómo sobreviviste. Mírate —el señor sabía que ella ya estaba viendo
suficiente de él. —Estás perfecto. Sin un rasguño, ni un golpe. —ella se acercó. —
¿Cómo, Luke? ¿Cómo puede ser eso?

—Ya sabes lo que soy, Sara.

—Te alimentaste. —ella cerró los ojos. —Oh, Dios...

—Sara —su mano le agarró la muñeca.

—Dime —ella levantó la vista, vio el dolor y el arrepentimiento en su rostro. —


Dímelo ahora, antes de encontrar alguna otra forma.

195
El Club de las Excomulgadas

—Caí de la terraza de la piscina —dijo. —Y, sí, resulté herido. —la miró fijamente.
—El daño podría haber sanado con el tiempo. Pero no tenía tiempo.

—El permiso —dijo ella, y él asintió.

— ¿Sabes lo que cura a un vampiro, Sara?

—La sangre —dijo y cerró los ojos.

—Había una chica.

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—Oh, Dios.

—Sara.

Ella sacudió la cabeza. —Dame un segundo. Dame un segundo para conseguir mi


cabeza alrededor de esto. —se obligó a no cerrar los ojos. No lo imaginaba,
destrozado y roto junto a la piscina. Y, Dios la ayudara, se obligó a no desear haber
estado a su lado para ayudarle a sanar. — ¿Está viva? ¿Esa chica?

—Sí. Ella estará bien.

Algo en su voz le llamó la atención. —Cuéntame.

—El hambre estaba sobre mí —dijo y recordó la necesidad primaria que había visto
en su rostro antes de que ella apretara el botón de pánico. —Yo había perdido el
control..., aún estaba en medio de esa necesidad, del hambre, cuando bebí de la
chica. Annie —él respiró.
—Tomé demasiado —dijo. —La llevé al borde de la muerte.

— ¿Qué hiciste?

196
El Club de las Excomulgadas

—La sangre de un vampiro cura —dijo. —Yo se la di. Ella bebió —cerró los ojos, y
por un solo momento lleno de vergüenza, Sara despreció a la mujer, a la chica que
había compartido algo tan horriblemente íntimo con Luke. Perturbada y
desconcertada, miró hacia otro lado, sin querer imaginarlo meciendo a la chica,
ayudándola, manteniendo a raya su muerte. Ella trató de concentrarse en su
expediente, en toda la gente que era sospechosa de asesinato. La lista era larga y
colorida, sin embargo, era una chica la que llenaba sus pensamientos.

—Estuviste casi fuera de tiempo —dijo. — ¿Por qué salvarla?— ¿Por qué salvar a
una chica cuando había matado tan audazmente tantos otros?

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—Debido a que era inocente —dijo Luke, y por un momento, un breve y fugaz
momento, Sara tuvo una visión del corazón de este hombre.

— ¿Ella trató...? —trató de imaginar el horror de ser empujada de este mundo,


sintiendo la subida del demonio. De llegar a ser la misma cosa que había matado a
su padre. —Quiero decir, ¿será vampiro, también?

—No. —la palabra fue rápida y aguda, y dicha con tal fuerza que ella dio un paso
atrás. —Sólo le di lo suficiente para mantenerla a salvo hasta que llegara la ayuda.
No la convertí. Yo...—se interrumpió, y aunque su voz se mantuvo estable vio el
dolor en su rostro, y ella tuvo dudas.

—Luke —dijo dando un paso adelante, queriendo reconfortarlo a pesar de que no


lo entendía. Sus dedos rozaron los suyos, con el contacto suficiente para disparar
sus sentidos, y luego la puerta se abrió.

Ella saltó hacia atrás, sintiéndose culpable, mientras el hombre más hermoso que
había visto en su vida llegaba directo a su cara.

— ¿Qué demonios está haciendo con mi cliente?

197
El Club de las Excomulgadas

—Nicholas...— Sara no dejó pasar la advertencia en la voz de Luke. Tampoco, al


parecer, lo hizo su abogado.

—Maldita sea, Luke…

—No —dijo Luke. —Decidí hablar con ella por mi cuenta. No pondré mi juicio en
duda.

El defensor se quedó inmóvil, claramente no gustándole la situación. —


Hablaremos de esto más adelante.

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—No tengo ninguna duda —dijo Luke. Para Sara, agregó, —Mi abogado, Nicolás
Montegue.

—Así escuché.

Nicholas volvió su atención a ella. —Todo lo que hablaron, lo que él le dijo, fue sin
su abogado, y está fuera de los límites ¿Estamos claros en eso?

Ella se puso rígida, con sus brazos cruzados sobre su pecho. —Gracias por la
lección, Sr. Montegue. Pero le aseguro que conozco la ley.

—En ese caso, sabe que tengo derecho a un momento a solas con mi cliente. —ella
asintió, de acuerdo con las palabras de Montegue, pero sus ojos estaban puestos en
Luke.

—Hablaremos de nuevo —le dijo Lucas a ella. Ella asintió, y luego salió de la
habitación, y se dio cuenta de que sus labios estaban curvados con anticipación.

198
El Club de las Excomulgadas

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Capítulo 20
— ¿No le tienes miedo a la oscuridad?

199
El Club de las Excomulgadas

Xavier se estremeció, con el aliento del ángel oscuro en la parte trasera de su cuello,
como el susurro de una diosa.

—Mi Ángel —dijo inclinando la cabeza baja para mostrar su sumisión. —La
oscuridad me da fuerzas.

Ella se rió, como si estuviera encantada con su respuesta, luego se movió alrededor
de los columpios para enfrentarse a él. Su belleza lo sorprendió, sus ojos lo
convencieron. Ojos radiantes que lo seguirían para siempre.

Pero fueron sus colmillos los que él deseó. Él se convertiría en lo que ella era, ella le

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había prometido hacerlo. Sólo tenía que demostrarle que era digno, y entonces sería
capaz de llevar su luz con un beso. Un beso especial en el cuello, y su luz sería
suya. Él se estremeció con anticipación.

Ella levantó su muñeca a su boca y luego se arrancó la carne. —Bebe —le dijo,
levantando la mano hacia él.

—Mi Ángel —dijo con el corazón saltando. — ¿Me cambiarás?

—Me gustaría hacerte fuerte —le dijo. —El cambio se tiene que ganar. Ahora bebe
—ella no tuvo que pedírselo de nuevo. Su boca se cerró sobre su muñeca, y le llamó
el sabor dulce y ácido de su sangre. Ella lo atrajo, y sintió el repiqueteo de energía a
través de él. Tanto poder en ella, y pronto, cuando él hubiera demostrado su valía,
el poder sería suyo, también. Para controlarlo. Para manejarlo.

Sería invencible. Una criatura verdadera de la noche.

Y nunca más evitarían que tomara lo que él deseaba.

200
El Club de las Excomulgadas

—Si la oscuridad es tu fuerza —le preguntó ella, balanceándose ligeramente


mientras bebía de ella —Entonces ¿Por qué cazas durante el día?

Él se apartó, con su boca hormigueando, con la cabeza inclinada con deferencia. —


Las mujeres —dijo tratando de explicarse. —Son las que me llenan. Ellas no salen
de noche. —se echó a reír, de repente divertido por sus palabras y por la situación.
—Hay monstruos en la noche, ya sabes.

Ella sonrió, mostrando sus colmillos mientras reía. — ¿Dónde viven? Las más
jóvenes. ¿Las más miedosas de la oscuridad?
—Por todas partes —dijo él con su dedo apuntando a las oscuras casas. —Hay una

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madura que vive allí —agregó, señalando una bonita casa en la esquina. Una
bonita casa de una chica bonita.

—Entonces, mira —dijo ella. —Mira y verás. —ante sus ojos, ella se disolvió,
desapareciendo su cuerpo en una neblina color blanco pálido que hacía juego con el
color de su vestido. Se movió al parque en forma de niebla y desapareció en la casa,
arrastrándose a través de las grietas y hendiduras. Sólo unos momentos después,
volvió, paseándose a baja altura sobre el suelo, entonces aumentó como un
torbellino frente a él. El torbellino desaceleró, con la niebla formándose, y Xavier se
encontró mirando de nuevo a su Ángel de la Oscuridad, con una muchacha
dormida agarrada y apretada en sus brazos.

—Ella es para ti, Xavier.

Él no pudo hablar, tan profundo era su deseo, y se echó a reír, con comprensión.

—Espera, espera. Tan hambriento. Tan desesperado.

Ella inclinó la cabeza al cuello de la chica, y sus ojos de niña abrieron sus puertas
con terror, con la mirada fija directo en él. Al verlo. Al conocerlo.

201
El Club de las Excomulgadas

Él apretó su mano sobre su boca cuando ella comenzó a gritar, pero con ese
momento de claridad, la razón lo abandonó. Sólo conoció el deseo. El hambre. La
necesidad.

—Mía —dijo como una cosa poseída, y la tomó y cayó al suelo con ella, cerrando
la boca sobre la herida que el ángel le había hecho, y luego llevándola a la vida. A
la luz.

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Capítulo 21
—Vine aquí pensando en darte un puñetazo en la cara —dijo Nick, con su perfecto
rostro trenzado de ira. —A pesar de que estaba considerando posponer mi asalto,
por mucho que te lo merecieras, tengo algo más urgente que hablar contigo.

202
El Club de las Excomulgadas

—Mi alivio no conoce límites —dijo Luke.

—Oh, demonios. —y luego, antes de que Luke pudiera anticiparlo, el puño de Nick
salió disparado y se estrelló contra su nariz. Hueso y cartílago se rompieron. La
sangre manó de la parte trasera de su garganta.

Y en algún lugar en lo profundo de Luke, la bestia alzó la cabeza y gruñó. Luke se


obligó a mantener la calma. Obligando a su ira a regresar a donde pertenecía,
apoderándose de las cadenas y girando, tratando de estrangular la vida de la bestia.
Y sólo cuando estuvo seguro de que podía controlarlo buscó a su amigo. Nick dio
un paso adelante. —Me encerraste en un ataúd. Y tuve que despertar en la cara fea

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de Ryan Doyle.

—Sobre eso, realmente lo siento. Nadie debería tener que sufrir de esa forma.

—Maldita sea, Luke, después de todo lo que hemos pasado, y ¿me tiras esa mierda?
Juega con quien más te gusta, alinea tus piezas de cualquier forma en que tenga
sentido para ti. Pero no juegues conmigo. No conmigo. Nunca. ¿Está claro?

—Lo está —Luke entendía perfectamente a Nick, que no era lo mismo que
consentirlo, pero no se sentía obligado a señalárselo. —Ahora dime lo que se ha
metido en tu piel. —tenía que hablar con Nick sobre el asesino en serie que había
escapado y el vampiro que le había ayudado, pero esa conversación tendría que
esperar. Algo estaba pasando, y Luke reprimió una creciente sensación de malestar,
mientras esperaba a que su amigo hablara.

—Ryback llamó —dijo Nick, mientras temía enganchar sus garras en Luke. —
Tasha no estaba en el apartamento.

—Hay más —dijo Luke con una furia lenta, hirviendo y reemplazando su miedo.
— Cuéntame.

203
El Club de las Excomulgadas

—Él encontró sangre de duende.

Queridos dioses, Tasha. — ¿Intentó con su móvil?

—Lo hizo. No hubo respuesta.

—Ve allí —dijo Luke con voz tensa de furia. —Usa mi avión para que puedas
viajar de día, pero ve allí, encuentra a Serge, y averigua qué demonios le ha pasado
a mi guardia. Y acelera mi audiencia de fianza. No puedo estar aquí con Tasha
perdida en el mundo. Es una niña, Nick, atrapada en el cuerpo de una mujer.
Necesita protección. Me necesita —Miró fijamente a su amigo. —Haz lo que se

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debas para que así sea.

—Lo haré —dijo Nick, —aunque tus acciones de esta noche pueden hacer que sea
más difícil. —Luke levantó la frente en pregunta. —La cubierta de la piscina de
Constantine—continuó. —Lo escuché en las noticias mientras venía aquí. Los
policías humanos han invadido el lugar. Al parecer, una chica tenía la sangre
succionada fuera de ella.

—Algo terrible —dijo Luke.

—Maldita sea, Luke, ¿tenías que ir a alimentarte?

—De hecho, lo hice.

—Es un crimen chupar la vida de un ser humano —dijo Nick suavemente. — ¿O


no te has enterado?

Luke le lanzó una mirada que hizo que su amigo retrocediera.

—Si la fiscalía conecta los puntos, no ayudará a tu caso de libertad bajo fianza.

204
El Club de las Excomulgadas

—La fiscalía ya lo sabe —dijo Luke, y luego esperó a que Nick conectara los
puntos.

No pasó mucho tiempo. —Maldita sea, Luke. ¿Se lo dijiste? ¿A una fiscal fanática
con algo que probar? Puede tener un trasero muy bueno, Luke, pero no dejes que el
turno de juego se vuelva algo más. —ladeó la cabeza, como si reorganizara un
rompecabezas en su mente. —Oh, no. No. No vayas allí. Es la fiscal. Tu fiscal.
Cualquiera que sea la fantasía a la que estás aferrado, tienes que dejarla ir.

Irónico, pensó Luke, que su amigo pudiera encontrar que un pedacito de esperanza
a pesar de los esfuerzos de Luke para ocultarlo. —No te preocupes —dijo Luke. —

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Yo sé quién y qué es. —lo que era, pensó, es peligrosa. Una mujer que lo
aprisionaba. La misma mujer que lo liberaría. Que calmaba al demonio dentro de
él.

Nick lo miró con recelo. —Sabes quién es ella —repitió. —Pero no te olvides de
quién eres tú, tampoco. Quién eres, y lo que haces.

—No lo hago —dijo Luke, y con su voz como un cuchillo que quería cortar a
Nick. Tomó aliento, calmando sus nervios. —Ella no dirá nada.

—No —acordó Nick. —No lo hará. Gracias a los dioses y al momento de idiotez
que hubo entre ella y tú. No puede usar ninguna de sus conversaciones en la corte,
así que supongo que es algo.
Nick miró su reloj. —Tengo que llamar a Tiberius, y veré lo que puedo hacer acerca
de cómo mover la audiencia de la fianza a antes de irme.

—Bueno —dijo Luke, con su mente en Tasha. En la sangre del duende. —Necesito
saber qué pasó. ¿Habrán sido mis enemigos? ¿Habrá sido Serge? —se reunió con los
ojos de Nick. —Por encima de todo, tengo que saber que ella está bien.

205
El Club de las Excomulgadas

—Lo sé —dijo su amigo, mientras el ogro aparecía en la puerta. —Justo a tiempo


—la mente de Luke se dirigió a Sara, seguramente tan preocupada por las víctimas
de Stemmons como él por Tasha. Desde el interior de su celda, había poco que
pudiera hacer. Pero tal vez podría ayudar de alguna forma.

—Espera —le dijo a Nick mientras salía de la celda. —Hay una llamada más que
necesito que hagas.

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I

Capítulo 22
El suelo se estremeció bajo sus pies, como si los muertos estuvieran tratando de
levantarse, superando la suciedad y el barro, con la carne aferrándose a sus huesos
desmoronándose a medida que arañan su camino hacia arriba, arriba, arriba a la
luz del sol.

206
El Club de las Excomulgadas

Y no era una sorpresa, pensó Serge. Que salieras con las garras del infierno, sólo
para ser quemado al final. Qué mundo. Lo que era un maldito, deprimente, jodido
mundo. A su alrededor, las paredes temblaban, y mientras le gustaba la fantasía de
que sus propias personales paredes de Jericó se derrumbaran, de hecho, podía
culpar por los ruidos y al polvo sólo a las autoridades de tránsito de Nueva York.
Sin embargo, debido a que la MTA había donado el túnel de tren abandonado en la
que habitaba actualmente, no podía trabajar en maldecir al metro que corría a
pocos metros de sus paredes desnudas de hormigón.

No es que la MTA fuera consciente de su magnanimidad. Serge había adquirido la


propiedad de una forma decididamente no tradicional, y hasta ahora hacía cumplir

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su demanda dominando la voluntad de los humanos de mente débil. Por supuesto,
había algunos defectos en su plan general, y un día esperaba conocer a un humano
que no fuera susceptible a sus métodos particulares de persuasión.

Pero hasta ese desafortunado día, estaba muy contento de aferrarse a esta
encantadora dirección de Park Avenue. Un pequeño refugio para complementar su
alta zona residencial. Un lugar a donde poder ir cuando comenzaba a ver el mundo
a través de los ojos del demonio. En caso de que pudiera recuperarse después de
una misión como Kyne. En la que podía recurrir al Numen para liberar las llamas y
la sangre que se unían al demonio una vez más. Porque no importaba cuán
sofisticado se pudiera ver en un traje de seda de tres piezas, la junta del condominio
tenía una tendencia a fruncir el ceño cuando se abría un portal al infierno en tu sala
de estar. Nueva York era divertido de esa forma.

Queridos dioses, se estaba perdiendo.

Se llevó las manos a los lados de la cabeza y presionó, dejando que la presión
aumentara. Había matado hombres con las mismas manos y con el mismo método.
¿Podría presionar lo suficiente para poner fin a su propia vida? ¿Para terminar con
eso ahora? ¿Con todo esto? Y sobre todo, maldita sea, ¿con la necesidad de abrirse

207
El Club de las Excomulgadas
camino de nuevo hasta el nivel de la calle, llevar su trasero de nuevo a su
apartamento, y follar la tapa de los sesos de la chica que su mejor amigo le había
confiado a su cuidado?

No, no, no.

Él se había ido. Había llevado un goblin para quedarse con ella, y luego se había
ido. Por lo menos había tenido la presencia de ánimo para llamar a Graylach. La
criatura era un vago gordo, perezoso, pero que tendría cuidado con la chica. Le
haría compañía. Y como los duendes encontraban la forma humana
completamente poco atractiva, sería inmune al atractivo de Tasha. Una buena
maldita cosa, porque estaba tentando realmente la paciencia de Serge. Él la

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deseaba. La deseaba. Y el demonio no se podía negar.

El tintineo constante de la campana de la señal llegó justo a tiempo para salvar a


Serge de caminar otra vuelta. Corrió a la puerta, de madera gruesa con tallas
ornamentales que había adquirido en una iglesia cercana, dos décadas antes, y la
abrió. La mujer de pie en el húmedo túnel tenía un aspecto enfermizo a la sombría
luz amarilla que apenas iluminaba el túnel del metro de ingeniería. Sin embargo,
cuando se retiró a su interior, no pudo decir que la iluminación incandescente de su
pasillo la favoreciera mucho más.

Tenía el pelo fucsia que habían sido recubierto con gel y que se destacaba de su
cabeza como clavos de ferrocarril, y muy probablemente con mucha fuerza. Su piel
era tan pálida que sus pecas parecían flotar frente a ella, como si iluminaran un
camino. Sombras oscuras bordeaban sus ojos, acentuados por la línea gruesa de
kohl. Llevaba una camiseta blanca sin sujetador, a través del cual se podía ver un
cuarto de tamaño de sus pezones color marrón en los senos que habría estado más
apropiada en una niña de trece años. Panty-jeans de moda abrazaba su cuerpo
mientras se movía, como si tratara de encontrar algo de su cadera.

La chica estaba tan demacrada que podría haber pasado como modelo de pasarela,

208
El Club de las Excomulgadas
una raza de mujeres que Serge encontraba simplemente nada atractivas. No
recordaba la fecha exacta en que las mujeres habían empezado a despreciar
colectivamente sus curvas naturales, pero lamentaba ese día, sin embargo.

—Estoy aquí —dijo, y dio otro paso en su vestíbulo. —Dios mío, qué pesadilla fue.
Menos mal que me diste buenas indicaciones. Pero tengo que decirte que este lugar
es muy, muy frío.

—Estoy encantado de que lo apruebes. —había pasado una semana completa


adquiriendo e instalando las losas que conducían desde la entrada en la sala de
estar. Lo había hecho porque lo complacía, aunque nadie más viera las piedras.
Saber que esta criatura no compartía ni un ápice del placer que había sentido era

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casi más obsceno que la razón por la que la había llamado en primer lugar.

Una mochila de estilo de ejército colgaba de uno de sus anoréxicos brazos. El


interior de su codo izquierdo estaba herido con una punzante herida fresca. Si le
dolía, no manifestaba ninguna señal.

—Por lo tanto, de todos modos, da igual que, aquí estamos —dijo, balanceando la
bolsa de su hombro. Metió la mano y sacó un largo rollo de tubo de plástico, junto
con una aguja y una bolsa vacía. — ¿Inhalas o te inyectas? —le preguntó. —Ah, y
supongo que John-O te dijo mi cuota, ¿no? Y no hago más de dos litros. Me pone
demasiado maldita mareada, ¿sabes?

Teniendo en cuenta que dudaba de que tuviera dos pintas de sangre en su pequeño
cuerpo entero, sin duda lo sabía.

—Apesto —dijo él, haciéndola sonreír. —Y nos podemos acomodar en la


trastienda—. Él hizo un gesto con la mano, señalando la puerta de acero pesado.

—Whoa, Nellie —dijo, mientras entraba en el interior, y supo que ella estaba

209
El Club de las Excomulgadas
mirando las esposas encadenadas a las paredes. —Realmente puedes hacerlo sucio
aquí, ¿eh?

—Puedo en verdad —dijo, siguiéndola lentamente, dejando su anticipación crecer.


—He encontrado que es más seguro así. ¿No te importa si te ato?

—Hey, sáltate todo esa seguridad. Está bien para mí. Sólo hago lo que quiere mi
cliente. Pero entendámonos aquí, ¿sabes? Me gano la vida vendiendo esto —dijo,
señalando su cuerpo. —Casi en cualquier forma en que lo desees. No tomo drogas,
y si quieres una follada, tienes que ponerle un poco de pijamas a su martillito. Pero
esa es toda la seguridad que hago, ¿sabes? Es decir, infiernos, si quisiera ir a lo
seguro, podría conseguir un trabajo de servir mesas. Dejas que algunos pendejo te

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agarren los pechos, y te doblan las propinas, también.

—Tú no tienes ningún pecho.

Ella bufó, luego le dio una palmada en el muslo. — ¿Eres un tipo raro? Uno de los
graciosos chupasangre. Je. ¿Tal vez deberías levantarte o algo así?

—Revisaré de inmediato.

— ¿Cuál es el acuerdo, de todos modos? ¿Estás en algún tipo religioso? Quiero


decir, sé que el culto de los vampiros está de moda, pero quiero decir, me asquea el
beber sangre humana.

—Es muy nutritiva, te lo aseguro. Y no, no es una cosa religiosa. —inclinó la


cabeza, examinándola y examinándole las uñas. — ¿Nunca te habla John-O de tus
clientes?

— ¿Qué? ¿Aparte de que todos ustedes están locos?

—Sí— dijo secamente. Reprimió un escalofrío de placer al pensar en su sabor, en la

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El Club de las Excomulgadas
sensación de su sangre fluyendo encima de su lengua. Su pene se contrajo en
anticipación y no pudo entender su necesidad de participar en esta conversación sin
sentido. Pero si no lo hacía, el demonio sería más difícil de contener, más difícil de
controlar, y apenas estaba colgado como estaba. —Aparte de eso.
—Nah. Él sólo dice que es más interesante la venta de plasma. Pagan mejor,
también. —echó un vistazo a la pared, a las esposas que colgaban allí. —Así que,
¿para quién es eso, para ti o para mí?

—Para mí —dijo divertido con una mezcla de alivio y decepción que bailó en su
cara. — ¿A menos que quieras el honor?

Ella tuvo una breve vacilación, luego movió la cabeza. —Mejor no. No me gustaría

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que perdieras tu ritmo natural ¿Verdad?

— ¿Verdad?, es cierto.

Con su no ansiosa ayuda lo dejó pronto desnudo y esposado a la pared. Con


esposas de acero y fuertes. Pero no demasiado fuertes. Él quería estar atado,
mantener ese faunt que venía de confiar en su fuerte puerta.

Y sin embargo, había una parte de él...

Bueno, esa parte insistía en acero y no en hematita. En menos deporte, tal vez. Pero
en un potencial de mucho más satisfacción.

—Así que, como no tienes tus brazos libres. ¿Cómo vas a sostener el tubo?—

— ¿El tubo? —él estaba despatarrado en la pared, con los brazos y tobillos atados y
apretados. Ciertamente, no era ninguna amenaza para nadie en este momento. Y
aún así la chica se humedeció los labios, retrocedió un pequeño aprensivo paso.

211
El Club de las Excomulgadas

—Sí —ella levantó el tubo de plástico, la bolsa, y la aguja. — ¿Qué vas a hacer?
¿Sólo lo apretarás entre los dientes?

—Estoy seguro de que la experiencia sería agradable, pero no es ahí donde


encuentro mi placer. —no, lo encontraba en la carne. En la piel debajo de la boca.
Y en el dulce momento de vacilación antes que la carne fuera perforada y la sangre
corriera libre. Estaba prohibido, por supuesto. Lo que deseaba. Perforar a un ser
humano... era un crimen, y sin embargo él todavía lo deseaba.

—Entonces, ¿qué estás pensando? —preguntó, mirando su entrepierna, donde su


pene había saltado con atención, muy a la espera del evento principal. — ¿Qué te

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pone caliente y mojado?

—Tú por supuesto —dijo.

— ¿Sí?— Ella se pavoneo hacia él, y luego presionó con su dedo sus labios y tiró
hacia abajo, abajo, abajo, y luego llegó a su duro pene. Él hizo una mueca, con
sorpresa y placer, y supo entonces que la tendría.

Ella se rió, satisfecha, y bailó de nuevo lejos de él, burlándose de su expresión. Él


también podía jugar. —Vamos a jugar un pequeño juego.

— ¿Sí?

—Tira la bolsa. Tira el tubo. Tira la aguja.

Ella lo hizo.

—Ahora ven a mí.

Ella dio un paso, vaciló, sus ojos se estrecharon. —John-O dijo que no debería…

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El Club de las Excomulgadas

— ¿No estoy yo atado a una pared? ¿Qué daño puede venir de entregarse a un
hombre atado?

—Bueno...

Él la miró a los ojos, la miró profundamente... y dejó que se hiciera su voluntad.

—No habrá daño —dijo ella, acercándose más, con su seductora sonrisa ridícula en
su cara de duende y pelo de colores brillantes.

—No habrá daño —aceptó. —Acércate más.

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Ella lo hizo, presionándose contra él, con una mano cerrándose en torno a su eje.
Ella lo acarició con un movimiento lento, que le hizo dar un practicado gemido,
luchando contra el impulso de dejarla terminar. Pero no. Él tenía otros planes para
ella, y en voz baja, se los dijo. Ella lo miró, y por un momento pensó que el vínculo
se rompería. Pensó que tendría que cambiar a niebla, transformarse para
perseguirla. Él no quería eso. Los grilletes, aunque ilusorios, mantenían a raya al
demonio. Un recordatorio, suponía, de que una vez había ganado. Érase una vez,
que había derrotado al demonio de nuevo con fuerza. Además, él había bajado
sobre él. Al estar expuesto a ellos. Vulnerable a ellos. Porque él no era vulnerable.

Esta sin embargo. Esta no estaba cooperando. En cambio, se retorcía en sus brazos,
con el miedo en sus ojos. El temor que acompaña a la comprensión. Finalmente
dándose cuenta de lo que pensaba hacer.

Él se lo había dicho, por supuesto. Sin embargo, hasta ese momento, no lo había
creído. Concedido.
Ella suspiró, larga y lánguidamente, mientras la sugerencia llenaba su mente.
Luego inclinó la cabeza hacia un lado, dejando al descubierto su cuello para él. Tan
blanca, tan suave.

213
El Club de las Excomulgadas
Como el mármol, y aún así no. Flexible y deliciosa y viva. Bombeando vida.
Bombeando sangre. Respiró profundamente, dejando que su olor lo envolviera,
dejando el aumento de la presión dentro hasta estar seguro de que se vendría
cuando la primera gota de su sangre tocara su lengua. Y luego, cuando él no
pudiera aguantar por más tiempo, hundiría sus colmillos profundamente en su
garganta, con su cuerpo convulsionándose de placer, mientras la sangre empezaba
a fluir. Éxtasis.

Eso era todo. Lo que necesitaba. Lo que había estado anhelando.

Pero todavía no era suficiente.

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Tenía que probar el sabor del miedo en su sangre. Necesitaba sacarlo, empujarse a
sí mismo por él.

Tenía que tenerla.

Ahora.

El vínculo entre ellos se rompió y en el instante en que lo hizo, ella gritó. Y dentro
de Serge, el demonio despertó estirándose y pavoneándose y dio un paso más hacia
la libertad.

Capítulo 23
— ¿Lo jodió?

Las palabras, frías y duras, parecieron cerrarse contra Sara mientras se movía por el

214
El Club de las Excomulgadas
pasillo hacia su oficina en la División. Ella se dio vuelta para encontrarse frente a
un hombre larguirucho, suponía que era un hombre, con una escarpada cara y del
tipo de hombros anchos que sugerían músculos y fuerza latentes escondidos bajo la
ropa mal ajustada.
Caminaba con una arrogancia que sugería que era un sheriff de los viejos tiempos,
y sus ojos eran fríos y planos.

—Oh, espere —dijo él, levantándose y llegando a su rostro. —Eres una humana.
En realidad, no eres su tipo. Así que tal vez le gustó tu cara bonita. O tal vez sólo
seas lo suficientemente estúpida como para hacerle al hijo de puta algunos favores.

Nada en su apariencia despertó su reconocimiento, y sin embargo estaba segura de

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que ella sabía quién era ese hombre. — ¿Agente Doyle, supongo?

—En carne y hueso.

— ¿Siempre se salta las presentaciones y continúa recto a la ofensa?

—Sólo cuando es apropiado.

Debido a que el insulto había estado muy cerca de la verdad, se tomó el tiempo
para considerar su respuesta, disimulando su turbación con una evaluación fuerte
de él y de su compañero. Mientras Doyle tenía un sin sentido acerca de él, su
compañero, Severin Tucker, estaba a la altura de su reputación como hombre
tolerante con las damas… O su apariencia lo hacía.

—Estoy cansada, agente. Apenas he dormido. Y en caso de que no haya recibido la


nota, la audiencia de libertad bajo fianza de Dragos ha sido cambiada a esta noche.

Ella todavía no podía creer esas noticias. Al parecer, Luke realmente tenía
conexiones, porque había venido abajo todo el camino desde Leviathin que la
audiencia sería apresurada. Encantador. Tal vez volvería a dormir el próximo mes.

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El Club de las Excomulgadas
Los ojos de Doyle cortaron a Tucker, que negó. Apenas un milímetro, pero Sara lo
captó y lo comprendió.

—Lo siento, chicos. —ella se golpeó la cabeza. —No se puede hurgar aquí. —dio
una dulce sonrisa a Tucker. —He oído hablar de sus habilidades especiales.

—He oído hablar de las suyas, también. Supuse que tenía que probarlas de todos
modos. ¿Sin ánimo de ofender?

Ella cruzó los brazos sobre su pecho. —Eso depende. ¿Seguirán montados en mi
trasero?

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— ¿Por qué no nos dice lo que estaba haciendo corriendo a la División en el medio
de la noche? ¿Sobre todo después de lo que le hizo a la chica en la piscina?

—Yo no sabía nada de ella en ese momento —admitió. — ¿Cómo se enteraron? —


Doyle se apartó, y se inclinó casualmente contra la pared, dando la apariencia de
un hombre benigno en una simple conversación con un colega. Pero no había nada
benigno sobre Ryan Doyle. Podía ver el burbujeo de peligro bajo la superficie. Se
imaginó que ese borde lo hacía un investigador excepcional, por no hablar de un
rival incansable.

—Banda de policías humanos. La dirección apareció como la suya.

—Muy bien —dijo, porque hasta ahora lo que él estaba haciendo tenía mucho
sentido. —Pero todavía no hay una línea recta que me conecte a mí, a Annie y a
Lucius Dragos.

—Y el infierno no existe. —él extendió su mano, y Tucker le dio un PDA. Le pasó


el PDA a Sara.

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El Club de las Excomulgadas

Ella se asomó a la pequeña pantalla, y luego soltó un pequeño jadeo a la imagen de


Luke, maltratado en las escaleras de la piscina, y a Annie moviéndose cerca de él.

—Sonría —dijo Doyle. —Eso fue cámara indiscreta.

—Lo tengo muerto por esto —dijo Tucker. —Atrayendo a un humano.


Alimentándose de un humano. Un gran no-no para los vampiros. Trae al demonio
muy cerca de la superficie. —ella levantó la mirada de la imagen, recordando la
escencia de demonio que había visto en el rostro de Luke antes de que él huyera de
su apartamento.

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—Son unos malos hijos de puta —dijo Doyle. —Confusos, también. Los demonios
saben cómo jugar. Cómo burlarse. Incluso como pasar desapercibidos. Y no será
tan ingenua como para pensar que un vampiro realmente consigue siempre tener a
su demonio bajo control —agregó con su color aumentando. —Eso puede ser la
línea del partido políticamente correcto, pero es un montón de mierda, y todo el
mundo en el maldito mundo de las sombras sabe que el demonio no se puede
controlar. No se controla, y cuando sale, es como una visita directamente del
infierno.

Sara se estremeció, se dio cuenta de que podría haber sido ella en sus abrazos.
Tucker, vio, se había acercado a su compañero, sacudiendo la cabeza, y luego se
alejó. Personal, pensó. El demonio puede ser real, pero también era malditamente
personal en Doyle.

—Entonces, ¿cómo consiguieron esto? No había cámaras de seguridad en la


piscina.
Tucker resopló. —Dos vampiros viven en su edificio. ¿Cree que el PEC no tiene
algo de vigilancia propia?

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El Club de las Excomulgadas

Ella frunció el ceño, con su mirada sumergiéndose de nuevo a esa imagen. Una
imagen de Luke, con su boca en el cuello de Annie.

Apartó los ojos, ignorando el nuevo estallido de celos absurdos, el mismo que había
sentido cuando él le había contado la historia. Querido Dios, se había alimentado
de la chica. Sara no quería eso. ¿Cómo iba a querer eso?

—Así que vamos a usar esto, ¿verdad? —Tucker le preguntó. — ¿En la audiencia?

—Por supuesto que lo hará —dijo Doyle, mirando su disco duro. —Yo diría que
esta es una prueba bastante sólida de que Dragos es un peligro para la comunidad.

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¿No, fiscal?

Ella vaciló, sopesando sus opciones.

—Lo es —dijo finalmente. —Y sí, lo usaremos —se dijo que no cruzaría las líneas
de esa forma. Después de todo, Doyle se había enterado de Annie y Luke por su
cuenta, y nada de lo que habían averiguado había sido en el ámbito de la
conversación debajo-de-la-mesa que había tenido con Luke.

Sin embargo, sentía una punzada de culpa. Con una gran cantidad de fuerza
mental, la anuló. Tenía que recordar quién era, la nueva fiscal humana en un caso
de alto perfil. Su jefe estaba esperando un abogado con experiencia. Uno que
supiera cómo jugar el juego, sin rehuir las violaciones de etiqueta.

Y ella era esa chica. No había llegado a ser la primera de su clase de derecho sin
una ventaja competitiva. Y tenía la sensación de que no había sido seleccionada
para trabajar en la División sin esa característica, tampoco.

Si Montegue quería argumentar que Luke se había alimentado de Annie para


salvarse a sí mismo, entonces el maldito Montegue bien podría plantear eso como

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El Club de las Excomulgadas
una defensa afirmativa. Ella pasó sus dedos por su pelo y movió la cabeza hacia el
PDA de Doyle. —Está bien.

Bien. Esto iba a ser un largo camino hacia el establecimiento de los elementos de
peligro para la comunidad. Pero el riesgo de fuga era más duro. —Él había vuelto a
la División por su propia voluntad.

—Con una amenaza atada a su pecho.

—Es cierto —reconoció Sara. —Pero lo tendrá durante su libertad bajo fianza

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también.
—Por lo tanto, pondremos en evidencia que eso sugiere que con más tiempo
encontrará una manera de eliminarlo. Tres horas no fue suficiente. Sin embargo,
¿Tres días? ¿Tres semanas? Un tipo como Dragos debe tener conexiones que
podrían lograr eso.

Sara asintió. —De acuerdo. Así que le sugeriremos a la corte que él está buscando
soltarse de las contramedidas. Eso junto con la evidencia de Annie, por no
mencionar el anillo de sello, el ADN, y su visión. Con todo eso, creo que el tribunal
seguramente le negará la libertad bajo fianza.

Doyle se inclinó hacia atrás, con las manos metidas en los bolsillos. —Ajá.

— ¿Cómo, no está de acuerdo?

—Nop. Somos buenos. Sólo que la sorpresa lo es todo.

— ¿Por?

—Por usted. No me imaginé que tuviera las pelotas de ir tras él.

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El Club de las Excomulgadas

Ella levantó las cejas. —Y yo no me imaginé que tuvieran las pelotas para admitir
que estaban equivocados, así que tal vez estamos en paz. Pero hablando de pelotas,
vuelves a venir a mí en modo ataque de nuevo, Doyle, y hundiré mis uñas en tus
bolas sujetándolas a la pared. —ella sonrió, amplia y coquetamente. — ¿Estamos
claros?

Él soltó una carcajada, como ella había esperado que hiciera. Había pasado años
con detectives de trasero duro, y sabía una cosa o dos sobre el cuidado y
alimentación de los mismos.

—No eres una presa fácil —dijo. —Eso es bueno. Si duras un mes en el sótano, te

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compraré el almuerzo. —él le tendió la mano.

Ella cerró la mano sobre la suya. —De acuerdo.

—Mis ojos se caerán de mi cabeza pronto —dijo Sara, mirando hacia arriba a los
papeles extendidos sobre el escritorio mientras J'ared flotaba entrando. Sin apellido,
simplemente J'ared, era un poltergeist que había, en una medida que había
provocado una ruptura terrible en su familia, decidido renunciar a la tradición
familiar para tener una carrera más tranquila en la ley. Era un gran mérito, pensó
Sara, que hubieran tomado el anuncio con tanta calma.

—Conozco un demonio que hizo eso —dijo J'ared. —La cosa del ojo, quiero decir.
Gran éxito en las fiestas. Enorme —se deslizó a una de las sillas de invitados de
Sara y se sentó, lo que quería decir cernirse a unos cuantos centímetros encima del
asiento y metido las piernas debajo de él. O eso parecía. Tal como le había
explicado antes de ese día, su forma actual era visible solo para el poltergeist. Otras
criaturas lo visualizaban en una forma similar a la suya.

No estaba del todo segura de cómo había sido capaz de leer y escribir, ya que las
manos que veía no tenían sustancia, pero al parecer su comprensión de la

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El Club de las Excomulgadas
metafísica era defectuosa, ya que era capaz de curvar sus dedos alrededor de un
lápiz o teclear una oración en un procesador de textos. Más que eso, su tecleo era
brillante. Su familia podría estar mortificada por su elección de profesión, pero Sara
estaba muy emocionada de trabajar con él. A pesar de que lo había conocido esa
misma mañana, Martella o Bosch lo debieron de poner al tanto, porque había sido
recompensada con dos pilas de papeles sobre su escritorio, ambas proporcionadas
por J'ared. A la izquierda, estaba el proyecto de informe en apoyo de la División de
la oposición al Petición del Acusado para fijar una fianza. A la derecha, toda la
jurisprudencia relevante tanto para el movimiento como para la oposición.

En definitiva, una gran ayuda, y ella había cavado, con el ritmo de la ley
ayudándola a encontrar su centro y aferrándose a lo conocido en un mundo

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decididamente nuevo.

— ¿Te encargarás de archivar nuestros escritos y te asegurarás de que la evidencia


esté etiquetada y organizada?

—Por supuesto —dijo, tomando una nota para sí mismo. —Ahora sólo tenemos…
—un golpe seco los interrumpió, y Sara levantó la vista para ver a Nostramo Bosch
en la puerta. —Una niña humana fue descubierta en Echo Park hace unos minutos.

— ¿Stemmons? —preguntó ella, con una opresión en su pecho por el miedo.

—Parece que sí. —Bosch dijo. —Una vidente de la Alianza ha confirmado su


escencia. —ella ya se había levantado y estaba en la puerta. — ¿Una vidente? —le
preguntó. Por lo que había leído, las criaturas eran extremadamente raras, y no
había ninguna en el personal de la División 6. — ¿Es normal?

—No lo es —dijo, —Pero si la Alianza quiere enviar ayuda, difícilmente la


rechazaremos. Este es un asunto del condado / División debido a la evidencia de
que los vampiros asistieron en el escape de Stemmons —dijo mientras se movían
con rapidez por el pasillo, Martella pasó junto a ellos. —Has sido asignada a la

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El Club de las Excomulgadas
fuerza de tarea conjunta debido a tu historia con él. Pero debes tener un cuidado.
La nota del expediente todavía es Seguridad Nacional.

—Sí, señor. —su mente ya estaba girando. —Si los vampiros lo ayudaron a
escapar, probablemente estén aún con él, y la víctima pudo haber visto a uno de
ellos. Me gustaría que Doyle viniera también. Con un poco de suerte, sus visiones
pueden ayudarnos.

—Haga la llamada —le dijo a Martella, mientras él y Sara entraban en el ascensor.

—Haga que el agente Doyle se reúna con nosotros en la escena.

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—Sí, señor —dijo el secretario mientras las puertas se cerraban y el ascensor los
llevaba lejos. En la unidad, Bosch le dio los detalles pertinentes: diez años, niña
secuestrada de su casa. Sin testigos.

La noticia, y la recitación seca, rompieron el corazón de Sara. Pero fue la visión de


la niña, pálida como el papel, con los ojos abiertos de terror, que hizo que sus
lágrimas le dieran un fuerte escozor en los ojos, y un torrente de pura rabia hirviera
en su cabeza.

Su cuello había sido desgarrado, lo que no era el MO tradicional de Stemmons,


pero ya que la vidente había confirmado su escencia, Sara tuvo que asumir que los
vampiros le estaban enseñando una cosa o dos.

Su mano le dolió de repente, y se dio cuenta de que había estado apretando su


puño. Se obligó a relajarse, a dejar de lado la ola de indignación que la mantenía
clavada en el suelo.

Maldita sea.

—Señor —una criatura alta que les dio todas las indicaciones y que no era nada

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El Club de las Excomulgadas
más que un esqueleto cubierto por una delgada capa de piel se acercó a Bosch. —
Soy Voight, una vidente. Tengo un informe preliminar.

Bosch asintió y él y Sara se apartaron con Voight. —Hemos analizado la esencia


residual en el punto de escape, y no hay duda de que Stemmons fue asistido por
solo un vampiro, pero la firma no es una lectura clara y ni siquiera podemos
determinar si el vampiro era hombre o mujer.

— ¿Puede decir si ese mismo vampiro estuvo aquí? —Sara le preguntó.

—Podemos —dijo Voight. —Estamos captando la misma firma.

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—Necesitamos a Doyle —dijo Sara. —Si la chica vio al vampiro...

— ¿Se ha reportado el agente Doyle en la escena? —preguntó Bosch. La pregunta,


sin embargo, fue planteada por la aparición de Doyle en el patio de recreo. Echó un
vistazo a la escena, se metió debajo de la cinta de crimen del condado, y cruzó
rápidamente, con Tucker a su lado.

— ¿Qué carajos?

—Una cuestión de trabajo de grupo —dijo Bosch. —Constantine piensa que su


capacidad sería de utilidad.

Sus ojos cortaron el cuerpo de la niña, ahora rodeada por la policía humana y por el
médico forense. —Hay demasiada gente.

—Vamos a quitar a esta gente —dijo Bosch.

—No es verdad —dijo Doyle. —Es humana.

—Es una niña —respondió Sara.

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El Club de las Excomulgadas

La cara de Doyle se tensó. — ¿Tienes idea de lo jodidamente difícil que es hacer lo


que hago? ¿Lo mucho que me agota cuando lo hago a menudo? ¿Lo que se filtra
por los bordes cuando soy débil? —frunció los labios en una mueca. — Me pides
hacer esto, pero no sabes el costo, Constantine. No vives en mi maldito mundo.

— ¿Qué pasa con el costo para esa niña? —preguntó Sara, sin dejarse intimidar.

—Es humana. Asesinada por un humano. No es mi mundo. No es mi problema.

—Un vampiro ayudó a Stemmons a matarla, Doyle —dijo Sara, poniéndose


directo en su cara, porque si no hubiera sido por ese maldito vampiro, entonces

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Stemmons no estaría afuera aprovechándose de las niñas. —Este es tu mundo. —
pateó el suelo.
—Está bien. Demonios. Limpia el maldito escenario. —Bosch y Tucker se hicieron
cargo, con Bosch instando a todo el personal ajeno a salir de la escena, y Tucker
con su habilidad única estableciendo el proceso de avance. Cuando la multitud se
había reducido y sólo unos pocos humanos se mantenían cerca, y su mente estuvo
lista para ser borrada por Tucker, Doyle se inclinó sobre el cuerpo y puso sus
manos sobre la niña, una encima de la cabeza y una más de su corazón. Su cuerpo
se aflojó, con los ojos vidriosos.

— ¿Hasta cuándo? —susurró a Tucker.

—Depende —dijo. —He visto un centenar de estas cosas, y todas son diferentes. Es
la maldición de ser asociado con un perceptor. Los envían a todo el maldito mundo
cuando tienen uno nuevo.

— ¿Tú también?

La expresión de Tucker fue grave. —Somos socios. No siempre llego a la escena a


tiempo, sin embargo —agregó Tucker, mirando a su compañero. —Doyle tiene una

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El Club de las Excomulgadas
cosa con los agujeros de gusano. No va por ese camino. Dice que conducen
directamente al infierno. No importa qué tan caliente sea el caso, sólo viaja en el
transporte del PEC. Así que a veces se desvanece el aura —su expresión se volvió
irónica. —Esta luce fresca, sin embargo. —Sara esperaba que lo fuera. Quería
respuestas, y en ese momento, Doyle parecía la mejor opción. Pequeñas
convulsiones sacudieron su cuerpo hasta que, finalmente, Tucker agarró los
hombros de Doyle y tiró de él liberándolo de la niña.
Doyle miró hacia arriba, con su rostro pálido, los ojos vidriosos, y Sara se dio
cuenta que sus manos se apretaban a los costados. —Mujer —dijo. —La perra es
una mujer vampiro.

Se aflojó hacia atrás, moviendo la cabeza. —Fue todo lo que pude conseguir. El

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dobladillo de un vestido. Impresiones de la niña.

—Mierda —dijo Sara, dándose cuenta de lo mucho que había estado esperando que
Doyle identificara al vampiro, dándoles un poco de plomo, alguna pista, algo.
Porque sabía que se estaba acabando el tiempo para la niña que venía, y si no se
daba prisa, pronto estaría de pie sobre el otro rostro pálido y dulce.

—Constantine —Marty la llamó desde el otro lado de la escena del crimen. —


Tenemos un mechón de pelo.

Mierda. Ella corrió, se asomó a la bolsa de pruebas con el rizo de cabello castaño
mantenido a una cinta dorada. —Bajo el cuerpo, igual que antes.

Ella miró a Bosch. —Él las mantiene, a las chicas, toma dos o tres a la vez y las
mantiene en jaulas. Luego, cuando mata a una, le deja una pequeña pista a la que
irá después. Pelo... Su juguete favorito. —cerró los ojos y tragó. —De una niña,
dejó su lengua.

—Hijo de puta —dijo Bosch.

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El Club de las Excomulgadas

—Él tiene a la siguiente en una jaula —dijo ella, con un nudo en el estómago. —Y
a menos que haya cambiado la forma en que opera, ya tiene a la que elegirá
después.

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Capítulo 24
—Tasha —las puertas del ascensor se abrieron directamente en el apartamento de
Serge del piso 47º, e hizo eco de la voz de Nick sobre el mármol pulido. El
vestíbulo conducía a una salón extravagante, a un semicírculo con paredes de
vidrio teñido especialmente fabricado para que Serge pudiera ver hacia fuera en la
noche, y luego darle la vuelta con un dedo a la salida del sol a través del
impenetrable cristal.

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El Club de las Excomulgadas

La química en el vidrio era inestable, y Serge lo sabía muy bien. Sin embargo, aún
así, se enfrentaba al amanecer de cada mañana, demostrando su desprecio a su
destino. Hasta ahora, el destino no le había dado una patada de regreso, pero no
sería una sorpresa para Nick si entraba un día en el interior del apartamento y
encontraba un montón de cenizas en las ventanas, con la mortal luz del sol
habiendo logrado su propósito.

Hoy, gracias a los dioses, no era ese día.

De hecho, no encontró nada en absoluto, y se preguntó si tal vez eso sería más
inquietante aún.

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—Vamos, Tasha —gritó. —Soy Nick. Sal por mí —esperó su respuesta. Por un
suave gemido, un grito de terror, al menos un grito irritado porque la habían dejado
sola. Pero el apartamento permaneció en silencio y el miedo en el intestino de Nick
floreció volviéndose rojo.

Decidido, acechó por el lugar, mirando en todas las habitaciones, buscando en


todos los armarios, debajo de las camas. Cualquier lugar donde una chica asustada
se pudiera ocultar. No la encontró. Más significativo aún, no encontró ninguna de
sus muñecas. La sangre goblin, sin embargo, estaba exactamente donde Ryback le
había dicho, con su olor picante a vinagre todavía.

—Por todos los dioses —susurró. — ¿Qué demonios ha pasado aquí? —había
estado en la morada subterránea de Serge sólo dos veces, la primera vez había
accedido a través de los corredores subterráneos del sótano del edificio de muchos
pisos, y el segundo a través de un descenso en un túnel del metro. Habían saltado
las pistas, y luego entrado en el laberinto de túneles a través de una puerta de
servicio. Con el sol brillando ahora, Nick no tuvo más remedio que tomar una
opción y tener la esperanza de poder encontrar su camino a través de los túneles
pútridos al oasis que era el refugio de Serge.

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El Club de las Excomulgadas

Aún más, esperaba que Serge estuviera allí cuando lo encontrara.

El sótano no había sido diseñado para conectarse con la ciudad en un laberinto de


túneles. Y, de hecho, no había sido Serge quien había forjado el camino. Esa tarea
había recaído sobre el engendro de la ciudad, los indigentes y personas sin hogar
que habían buscado un lugar distinto de la calle para dormir. Cómo habían
descubierto la pared de piedra fina detrás de las máquinas industriales de lavado en
el lavadero del sótano, Nick no lo sabía. Alguien lo había hecho, sin embargo, y se
había erosionado, creando un paso estrecho al que se podía acceder moviendo la
máquina un poco a la izquierda.

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Alguien, posiblemente, Serge se había finalmente frustrado con el movimiento
frecuente del aparato y lo había empujado a un lado de forma permanente, después
situando un cuadro envuelto frente al punto de acceso. Aparentemente, un lugar
para que los residentes doblaran la ropa, la mesa proporcionaba una entrada
permanente para cualquier persona que se arrastrara por debajo y empujara a un
lado la cortina.

Era, pensó Nick, el tipo de portal al infierno que animaba las pesadillas de los
niños. El lugar donde desaparecerían. Donde los monstruos los atraparían.

Se movió rápidamente en el interior de los túneles, pasando a los humanos, a esas


personas que lo verían, ya fuera como monstruo o como un salvador. ¿Habría Serge
convertido a alguno de ellos?, se preguntó. ¿Habría hecho a esas ratas de
alcantarilla de su clase?

La posibilidad disgustaba a Nick. Serge se dijo era un snob y, de hecho, estaría en


lo correcto. Porque había una belleza en lo que eran. Nosferatu. Criaturas nacidas
de la noche y que llenaban la noche.

Sufrían, sí. Y los que perdían la batalla interna pasaban la eternidad en el tormento

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El Club de las Excomulgadas
perdido. Pero si la batalla se ganaba, si el animal podía ser domesticado, entonces
el mundo parecía existir para su deleite, con el más poderoso y temido de todos los
seres de las sombras. Con la fuerza y la gracia y las habilidades de ningún otro. Era
embriagador.
Era, pensó, divino.

¿Y no había sido la divinidad lo que había buscado, todos esos años en Venecia?
¿No había buscado el rostro de Dios a través de sus estudios? ¿A través del examen
de las estrellas? ¿En el arte mismo de sus antepasados?

Sacudió la cabeza para aclarar sus enrevesados pensamientos. No solía pensar en su


naturaleza, ya que no quería tentar a la suerte. Llegar a ser demasiado

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complaciente, demasiado arrogante, y que el demonio se levantara y tratara de
arrebatarle el control.
Lo que había ocurrido con Serge, estaba seguro.

Su demonio había estallado. La única pregunta ahora era a cuántos habría matado,
y cuánto de Serge quedaba.

Las ratas corrían alrededor de sus pies, y pisó con cuidado el suelo de metal. La
forma se estrechaba en algunos lugares, pero cuando el túnel se ampliaba, podía ver
gente apiñada con latas de Sterno, con sus ojos blancos detrás de las caras sucias.
Un hombre tonto entró en el camino de Nick, con un cuchillo de metal sostenido
en la mano. — ¿Qué haces por aquí?

—Vine a dar un paseo —dijo Nick. —Sería prudente que siguieras tu propio
camino.

—Hombre listo. Hombre elegante.

—Hombre mortal —dijo Nick, y mostró sus colmillos.

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El Club de las Excomulgadas

Eso fue todo lo que hizo, y el hombre se escabulló como las ratas que Nick había
pasado antes. No lo miró con admiración ni asombro. No gruñó ni le reclamó a
Nick porque era un monstruo. Dio media vuelta y se echó a correr.

Y eso, pensó Nick, era lo que estaba diciendo. Esas personas habían visto un
vampiro. Sabían lo que era, y de lo que era capaz.

Se detuvo, por primera vez realmente mirando a la amontonada gente, con los ojos
fijos en ellos. Levantó la barbilla, olfateando el aire, buscando su olor. Heroína y
sexo. Sangre y vómito. Pero ellos lo sabrían, y lo dirían.

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Dio un paso hacia el más cercano, y lo deslizó hacia atrás, con su camiseta sin
mangas abierta exponiendo un pecho flácido. —Vete, vete, vete.

— ¿Me conoces?

—Los conozco a todos ustedes —dijo, y escupió a sus pies. —Tienen el mal en
ustedes, lo tienen.

Él ladeó la cabeza. — ¿Qué sabes de ella, de la mujer?

—La echó fuera. Fuera de su casa grande. De la casa maldita, bajo tierra, igual que
el camino al infierno. Búscala, y estará toda rota y no la podrás arreglar, igual que
el chico huevo.

— ¿Chico Huevo?

—Humpty—dijo. —Chico huevo.

—Ah, sí.

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El Club de las Excomulgadas

—Sólo quería conseguir su ración, eso era todo lo que quería. Trataba de salir
adelante, de drogarse.

Él se acercó. —Muévete.
Ella vaciló, y frunció los labios. Eso fue suficiente, y se escabulló hacia los lados,
dejando al descubierto un montón de tierra bajo un manto andrajoso y sucio. Él se
inclinó más cerca, vio los gusanos dispersándose, mientras llegaba a la ropa,
quitándola entonces se encontró frente a una joven demacrada, con una masa de
rizos oscuros y rizados. Estaba pálida e inmóvil, y el olor de la muerte estaba sobre
ella.

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— ¿Dónde? —Nick le preguntó. — ¿Dónde vive? ¿El que hizo esto? —la mujer sacó
un brazo delgado y señaló el lado izquierdo del túnel. —Es un demonio, es él.
Corta tu corazón tan pronto te mira. Ataca a todas, a todas las chicas lindas.
Tratando de salir adelante. Tratando de obtener una solución.

Él la dejó parlotear, con sus palabras resonando extrañamente en el túnel de metal.


Encontró la puerta de Serge con bastante facilidad. No había error posible. El roble
pulido, adornado, carente por completo de graffiti. Debido a que en los túneles
¿Quién sería tan tonto como para estropear la puerta del monstruo?

—¡Serge! ¡Abre! —Nick golpeó, haciendo caso omiso de los ojos que se asomaban
desde la oscuridad.

—Maldita sea, Serge, abre la maldita puerta.

Nada. No hubo sonido. No hubo ruido. Nada.

—Rayos —esta vez, la maldición fue un murmullo, y la dijo más para sí mismo y a
la puerta que a cualquier persona. —Es una pena. Es una maldita bonita puerta. —
y con eso, se echó hacia atrás, pateándola, y enviando la pesada puerta de roble a

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El Club de las Excomulgadas
volar a través del hall de entrada con pavimento de losas. Sus ojos le dijeron que el
lugar estaba vacío. Su nariz le dijo lo contrario. El olor penetrante y seductor de la
sangre flotaba en el aire, mezclado con miedo y un poco de orines y mierda era sólo
para darle un borde redondo.

—Maldita sea, Serge —susurró Nick, moviéndose lentamente a través del lugar. —
¿En qué diablos estás metido?

Él lo oyó entonces, un gruñido único y bajo que lo hizo correr a la puerta del fondo
que daba al cuarto de juegos privado de Serge.

Serge estaba allí, desnudo y postrado sobre un gran espejo roto. Cortes profundos

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empañaban sus brazos y piernas. Frescos, Nick supo, ya que aún no habían
comenzado a sanar.

—Serge.

Su amigo tembló, pero no levantó la vista.

—Serge, Mírame.

Se volvió y vio a Nick con el demonio en sus ojos en una guerra sangrienta por el
control. Y el horror de lo que había hecho, de lo que haría, grabada en el rostro de
Serge.

—No me lo puedo quitar. No puedo traer el Numen —dijo Serge, sosteniendo un


pedazo de vidrio y hundiéndolo profundamente en su brazo.

El ritual de la sangre.

Incluso ahora, Nick sintió el apretón frío, hueco del miedo. El terror que había
experimentado cuando se había deslizado en el infierno de la batalla final. Y el

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El Club de las Excomulgadas
conocimiento de que podía hundirse y aún así perder la batalla a pesar del Numen a
su lado. Y si lo hiciera, estaría para siempre atrapado, con el demonio que Nick
envolvía, mientras que el otro Nick se disolvería en la nada.

Frente a él, Serge aulló de dolor, pero no dejó de mutilar su piel.

—¡Ven, perra! Dale a la mierda fuera de mí. ¡Presióname!

—¡Serge, Serge! —Nick se arrodilló junto a él, lo agarró los hombros con una
mano, y con la otra tomó el vaso con sangre. —Tú eres tú. Sigues siendo tú. Estás
trabajando. Estás luchando. No la necesitas todavía. Lo estás haciendo retroceder.
Puedo verlo. Lo estás empujando hacia atrás.

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—No, no, no. —con un terrible, desgarrador tormento, Serge miró hacia arriba,
encontrando la mirada de Nick con ojos ebrios. —Lo he perdido. Eso la mató. —
Nick se puso rígido, sintiendo un terror frío a través de él. — ¿A quién? —le
preguntó con cuidado, temeroso de que Serge hubiera derramado la sangre de
Tasha. Que le hubiera enterrado una estaca, y que ella ya no estuviera. —
Concéntrate —dijo, sacudiendo a su amigo. —Dime. ¿A quién? ¿A quién mató?

—A la chica de los ojos de caleidoscopio —dijo con su sonrisa torcida y voz de


sonsonete.
—Vino aquí a venderse a sí misma. Una faunt —dijo refiriéndose a los humanos
que venden su sangre para alimentar a los vampiros. Sus palabras enviaron alivio a
correr a través de Nick. No había sido Tasha. Gracias a los dioses que no había sido
Tasha.

—El pelo salvaje —Serge estaba diciendo, lo que significaba que esta chica no era la
que Nick había visto en el túnel. —Prácticamente rosa. Juguetón. Le gustó,
también. La mató de todos modos. No le gustó el resto. Ni siquiera los conocía.

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El Club de las Excomulgadas

Nick cerró los ojos, tratando de no pensar en el daño que un poderoso vampiro
como Serge podría causar. — ¿A cuántos?
El dolor brilló en los ojos rojos del demonio. —No lo sé. Sólo los mató. Los
encontraba y los tenía.

—Lucha de nuevo —dijo Nick, con su cuerpo tenso para una lucha, con sus
palabras cautelosas. —Patéalo de vuelta al infierno a donde pertenece.

—Estoy en el infierno —dijo Serge.

—Ahí está —dijo Nick, y obtuvo una leve sonrisa de su amigo. —Eso es todo.

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Vamos de nuevo. Lucha, maldita sea. Lucha.

—Lo deseo —dijo. —Cada vez es más difícil, cada día —él llegó detrás de él, y de
la suciedad de la sangre y del vidrio para tomar una estaca de madera. Se la dio a
Nick.

—Tómala. Úsala.

—El infierno que lo haré.

—Maldita sea, termíname.

—No. —Nick rompió la estaca en dos. —Escúchame.

—Hijo de puta. Tú maldito, tonto del culo. —el demonio estaba saliendo, sobre la
cresta de la ira de Serge. Bueno, está bien, pensó Nick. Después de todo esto, estaba
haciendo fuego por luchar contra él de todos modos.

—Escúchame —repitió Nick, pero sabía que Serge no lo escuchaba ya. Se hundía
dentro de sí mismo, y otra cosa vendría. Nick no lo iba a dejar llegar.

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El Club de las Excomulgadas

Sin previo aviso, retrocedió de nuevo y le dio un puñetazo en la cara a Serge. Su


amigo asustado gritó, y luego se abalanzó, pero Nick estaba listo, inclinándose
hacia atrás para tener alguna influencia, y luego se echó a capturar a Serge y duro a
través de su garganta con la planta de su pie.

Serge se tambaleó hacia atrás, con sangre en el ojo, y se acercó de nuevo.

—Basta —gruñó Nick, mientras Serge se lanzaba contra él, tirando a los dos en el
suelo. —Yo no te mataré, no importa lo mucho que me malditamente me
provoques.

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—Que te jodan, Nicholas.

—No, jódete tú. —y se agachó, tomando las bolas desnudas de su amigo, y las
retorció.
El efecto fue más o menos lo que había imaginado. Serge cayó como una piedra y
se agarró la entrepierna, que le dio a Nick la oportunidad de volver a él, en
cuclillas, y colocó la mitad de la estaca rota directo en la sien de su amigo. —No te
matará —dijo, —Pero no serás el mismo.

—Sácame el cerebro, y por lo menos no sabré lo que estoy haciendo. —el dolor en
la voz de Serge hizo que Nick bajara el arma.

—Estás de vuelta.

—Me torciste las pelotas en un nudo, maldita sea. ¿Crees que el demonio va a
andar con ese tipo de tortura?

— ¿Estás claro? ¿Bien y claro?

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El Club de las Excomulgadas

Serge miró, miró los ojos de Nick, y luego negó. —Pero estoy constante. Puedo
luchar. Puedo… —añadió, en respuesta a la expresión dudosa de Nick. —Maldita
sean todos, ha estado creciendo. Creciendo en mí. Asumiendo el control.
Arruinando mis pesadillas. Arruinando mi maldita vida.

—Nos lo deberías haber dicho.

— ¿Qué? Hey, chicos. Me estoy perdiendo aquí. Si caigo, no orinen demasiado


duro por mí

—Debiste habérnoslo dicho —repitió Nick.

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Serge suspiró. —Lo sé. —se pasó las manos por el pelo hasta los hombros,
quitándolo de nuevo de su rostro. —Maldita sea, lo sé.

— ¿Dónde está Tasha?

— ¿Crees que la dejaría verme así? Conseguí a Graylach para que se quedara con
ella.

—El duende está muerto, Serge. Está muerto, y Tasha se ha ido. —pudo ver el
destello de shock en los ojos de Serge. Más, pudo ver el destello de oportunidad, el
demonio echando un vistazo preliminar una vez más.

—Concéntrate en mí. Concentración, maldita sea. ¿Dónde está? ¿Alguien sabe que
ella estaba viviendo contigo? ¿Alguien que quiera hacerle daño a Luke?

—No lo sé —apretó las manos sobre su cabeza. —No lo sé. Me fui. Tenía que
mantenerla a salvo.

— ¿Estás seguro? —Nick repitió. — ¿A salvo de qué?

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El Club de las Excomulgadas
Puro dolor brilló en los ojos de Serge. —De mí —respiró, y luego se agarró la
cabeza con más fuerza. —Por todos los dioses —susurró. —Lucius. Tendrá mi vida
por esto.

—No —dijo Nick, de pie y mirando al otro lado de su amigo mientras la


compasión peleaba con el disgusto. —En este momento, no creo que tu vida valga
la deuda —Luke enterrará su rabia, su miedo, bajo una calma glacial, sabiendo que
si pierde el control ahora estaría en apuros para volver alguna vez.

— ¿No puedes sentirla en absoluto? —Nick le preguntó. — ¿No hay ninguna


conexión de sangre entre ustedes? ¿Ni siquiera lo más mínimo?

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—Sabes que no —dijo Luke. Fue una de las razones por las que el Consejo prohibía
la conversión de los agregados. Con cualquier otro, sería capaz de buscar, discernir
sus sentimientos, leer su mente. Con una mente como la de Tasha, sin embargo,
eso no era posible.

—Maldita sea —Luke agarró los bordes de el pequeño barrote de su celda, una vez
más luchando por el control, sintiendo que se le escapaba. —Las muñecas —dijo,
forzando su mente a pensar con claridad. — ¿Dijiste que sus muñecas no estaban?

—Ninguna. Su ropa tampoco.

Él consideró el hecho, centrándose en el escenario, empujando la emoción fuera de


la mezcla para poder pensar con claridad. Porque si no estaba claro, no podría
encontrarla. —Un asesino no tomaría esas cosas.

—No habría ninguna razón —dijo Nick de acuerdo. —Tampoco alguien que la
retuviera para enviar un mensaje.

— ¿Y dónde está el mensaje? —Luke le preguntó. —No hay nadie, porque no es mi


enemigo, el que la tiene.

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El Club de las Excomulgadas

—Ella se fue por su cuenta —dijo Nick, asintiendo. —Pero eso no es un infierno
entero mucho mejor.

—No —acordó Luke. —No lo es. —ella pudo haber dejado a Serge por su propia
voluntad, pero hasta ahora no se había puesto en contacto con Nick de nuevo. Y en
la cabeza de Luke, eso significaba problemas.

—Tendría que venir a Los Ángeles —dijo.

—Por ti —dijo Nick. —Por supuesto.

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—Y sabemos que Caris está en la ciudad.

—Demonios —dijo Nick. —No crees…

—Creo que es una posibilidad —dijo Luke. —Regresármela por haberme deshecho
de Hasik y Tinsley. Por haber jodido la pequeña parcela de Gunnolf —Nick le
había informado a Tiberius, quien a su vez le había realizado una visita a Gunnolf.
Por ahora, el plan de Gunnolf estaba en el hielo, y como Tiberius había acordado
no informar al resto de la Alianza sobre la traición de Gunnolf, Tiberius había
adquirido un gran marcador en política. Y también Luke.

— ¿Crees que ella supo que fuiste tú?

—Tiberius sabe que fui yo, y estoy seguro de que todavía tiene fuentes dentro de su
organización. Sin embargo, incluso si ella no lo sabe, no me sorprendería si hubiera
arrebatado a Tasha simplemente por despecho. Maldita historia antigua. —antes,
cuando Luke había convertido a Tasha, Tiberius había rechazado el argumento de
Caris de que a la chica no se debía permitir vivir. El maestro vampiro había lanzado
su peso alrededor, apoyando la petición de Luke por una dispensa especial. En ese

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El Club de las Excomulgadas
momento, Caris se había enfurecido, y supo que seguía culpando a Luke por la
cuña que había sido empujada entre ella y Tiberius.

—Si esa perra traidora realmente ha puesto una mano sobre Tasha, pronto sentirá
la punta de un palo muy duro.

—Tenemos que encontrarla primero —dijo Nick.

—Lo sé. Te quiero en la calle. Averigua dónde está escondida Caris.

—En caso de que se te haya olvidado, tienes una audiencia de fianza en unas horas.
Una audiencia que será particularmente complicada para conseguir avanzar.

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—Entonces consíguete a Slater —dijo Luke. —Dile que es un favor para mí.

—Lo haré —dijo Nick. —Si Caris está todavía en la ciudad, la encontraremos.

—Dile que quiero un lugar para el momento en que esta audiencia haya terminado.
No he visto a Caris en las últimas décadas. Creo que es hora de renovar a una vieja
conocida.

— ¿Qué pasará con Serge?

Luke se hundió. —Él es más que un Kyne, Nicholas. De todos nosotros, Serge es al
único al que verdaderamente puedo llamar hermano. Pero si hizo esto... si la tocó...
—cerró los ojos, como una barrera contra el horror de la traición de su amigo, e
incongruentemente, pensó en Sara. Sara, la búsqueda de la justicia en un mundo
donde tan rara vez se encontraba. Sara, en cuyos brazos se le había olvidado, por
un momento, los bordes afilados del mundo en el que caminaba.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 25
La rama de la Orden Internacional de Therians de Los Ángeles se encontraba en
una mansión restaurada de 1940 en South Highland Boulevard, a dos cuadras de
un local de Starbucks. Doyle y Tucker se habían detenido por un café antes de
dirigirse a su entrevista programada con Ytalia Leon, presidente en funciones de la
organización. Hasta ahora, el café había sido la mejor parte de su día, ya que la
investigación se estaba convirtiendo un gran y redondo cero.

En concreto, sus investigaciones sobre Braddock habían revelado que una docena
de colegas pensaban que el were era un real patán, pero nadie había soltado otros
detalles de los sobornos y de los cargos de chantaje, y por lo menos en la manera de

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pensar de Doyle, eso era noticia vieja.

—Nuestro hombre o es muy bueno para guardar secretos… —dijo Doyle, —o


Constantine nos hizo correr en círculos. —el fiscal había insistido en que
excavaran, por lo que lo estaban haciendo. Y mientras Doyle estaba de acuerdo con
ella en la teoría de que los sobornos encubrían a menudo una multitud de pecados,
hasta el momento la teoría no había cuadrado.

Tucker hojeó sus notas. —Sancionado por aceptar sobornos. Unas pocas denuncias
de chantaje. Algunas cuentas financieras no reveladas. Sí, diría que el hombre se
sentía natural en el frente de los secretos.

El clip constante de los tacones sobre la madera se hacía eco en el pasillo, cerrando
las especulaciones. Un momento después, el sonido fue seguido por una mujer
pequeña con pelo rojo corto, nariz angulosa, ojos penetrantes, pequeños. Después
de ella había una mujer joven con pelo largo desordenado y un rostro inclinado
hacia el suelo constantemente. Ella se arrastró hasta una esquina de la habitación y
comenzó a ordenar una pila de papeles. Ytalia hizo caso omiso de la muchacha,
pero se centró exclusivamente en los agentes, con la mano extendida en un saludo
formal. Doyle se la tomó, le dio un apretón firme, después les indicó para que se

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El Club de las Excomulgadas
sentaran. Mentalmente se movió a través de su archivo, recordando que Ytalia era
una were-coyote. Sí, pensó. Eso le queda.

— ¿Usted es el que desea discutir del juez Braddock?

—Así es —dijo Doyle al ver que al otro lado de la habitación, la joven se ponía
tensa.

—Estoy encantada de ayudarle en todo lo que pueda.

—Usted fue su secretaria cuando estuvo en la judicatura, ¿verdad?

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—Es correcto. Y después de su retiro, estuvo muy activo en la Orden. En la lucha
por la igualdad de derechos para todas las criaturas. Era el defensor más vigoroso
de nuestra causa, y todos estamos muy angustiados por su desafortunado
fallecimiento.

—Sí, su asesinato apesta.

Ella se asomó por encima del hombro de él. Junto a él, Tucker se aclaró la
garganta.

—Hemos hablado con bastante gente, señorita…—dijo Tucker, —y la imagen que


estamos recibiendo es interesante, por decir lo menos.

—El hombre está muerto, señor. No mancillaré su buen nombre.

— ¿Tenía un buen nombre? —Doyle le preguntó. Con la mirada de Ytalia,


extendió sus manos. —Sólo preguntaba.

—El juez tenía algunos vicios, es verdad. Sin embargo, trabajó muy duro para
superarlos. Debería ser honrado por su fortaleza y determinación. No vilipendiado.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Qué vicios, exactamente?

— ¿Es importante?

—Todo es relevante en un caso de asesinato.

Ella suspiró y se movió de modo que pudiera hablarle más a Tucker que a Doyle.
—Estaba... orgulloso de su posición. Había trabajado muy duro para llegar hasta
donde lo hizo, y aunque se merecía el honor, creo que en cierto modo se le subió a
la cabeza.

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—Por supuesto —dijo Tucker tomando el papel de policía bueno con tal precisión
que Doyle estuvo seguro de que habría un Oscar en el futuro del chico. — ¿Quién
no tendría la cabeza hinchada?

—Exactamente —dijo ella claramente satisfecha de haber encontrado un aliado. —


Y eso es exactamente lo que pasó. Ese poder... bueno, puede ser embriagador.

—Aceptó sobornos. Utilizó su posición para chantajear —dijo Doyle.

—Lo hizo, lo hizo. —se veía positivamente miserable por la admisión. —Y


reconoció el error de su camino y trabajó duro para superarlo. —se inclinó hacia
adelante, hablándole seriamente a Tucker, a quien obviamente, creía como el más
razonable de los dos. —Y lo superó. Realmente lo hizo.

—Todo ese poder embriagador… —dijo Doyle, — ¿Lo empujó hacia otra cosa
además del chantaje?
Poniendo la espalda rígida, dijo: —No sé lo que quiere decir.

—Sólo pensé en voz alta —dijo Doyle pero se centró más en la chica, quien se
había congelado en el acto de clasificar los documentos, que en dar su testimonio.

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El Club de las Excomulgadas

—Incluso los rumores… —dijo Tucker. —Estamos buscando un motivo aquí. Tal
vez el asesino se equivocó. Escuchó algo falso, y actuó en consecuencia.

—Bueno, no sé qué —dijo ella volviéndose a Tucker. —El juez era un hombre de
buen corazón, y nadie decía lo contrario. Ciertamente no por aquí. Hizo algunos
arrestos en su juventud, manadas de criaturas-were luchando en los barrios más
bonitos, despertando a los humanos. Era ridículo, y por supuesto era mal visto.
Asustar a los humanos es algo horrible, aunque no hubo daños reales. Y, por
supuesto fue sancionado por ello. Pero eso fue hace años. Mucho antes de ser
puesto en la judicatura.

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—Incluso chismes —la presionó Tucker. —Furiosas llamadas telefónicas. Lo que
sea.

—Nada —dijo. —Nada —sacudió la cabeza. —No puedo creer que esté muerto.
Simplemente no puedo. No suena como él. Había trabajado tan duro para limpiar
su nombre. Incluso estaba saliendo de nuevo. Veía a una joven bonita, como era él.
Demasiado joven para él, si me lo pregunta, para un estadista como él era. Pero
aun así, parecía herido.

— ¿Tiene algún nombre? —Doyle le preguntó.

—Oh, no. No. Nunca la trajo aquí. Oí hablar de ella, por supuesto. La vi en su
coche una vez. Sólo de vistazo. Lo siento.

— ¿Qué hay de Lucius Dragos?

— ¿El vampiro? —su nariz se arrugó, y la estimación de Doyle fue que la mujer
hizo una muesca.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Braddock tenía algún negocio con Dragos? ¿Cualquier plan de chantaje o


soborno que lo tocara a él?

—No que yo supiera.

— ¿Mantenía algún tipo de papel aquí? —Doyle le preguntó. —Tendremos que


llevárnoslos de vuelta a la División para su revisión.

—Sólo el archivo que la Orden mantiene de todos los Therians. —se puso de pie,
como si estuviera agradecida por tener algo que hacer. —Me apuraré y se lo
conseguiré. —se bajó, y Doyle se puso de pie y comenzó a caminar casualmente

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por la habitación, para terminar en la mesa de la otra chica. —Tienes un montón de
trabajo, chica. —ella asintió, pero mantuvo la mirada baja.

— ¿Cuántos años tienes?

Ella levantó la cabeza. —Dieciséis. Mi madre trabaja aquí. He estado viniendo


durante años y años. Me dieron un puesto de trabajo el año pasado. Hago las
presentaciones.

—Suena como un buen trabajo. ¿Cuál es tu nombre?

Ella se ruborizó ferozmente. —Shana.

Él sacó una silla y se sentó. —Encantado de conocerte, Shana. Soy Doyle.


¿Conocías al Juez Braddock?

Ella tragó y asintió.

— ¿Qué piensas de él?

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El Club de las Excomulgadas

Ella dio un encogimiento de hombros. —Realmente no pienso en él, ¿sabes?

— ¿Como hombre? ¿Era amigable?

Ella se centró en sus papeles. —Por supuesto. Sí. Lo era. —levantó la vista. —
Ahora está muerto, ¿verdad?

—Así es.

Ella le sostuvo la mirada por un momento, luego volvió a mirar hacia abajo en la
mesa. No dijo una palabra, pero Doyle hubiera jurado que la chica había sonreído.

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No era que hubiera tenido oportunidad de preguntarle, porque Ytalia estaba
volviendo, con una pequeña caja en sus brazos.

Doyle se acercó a ella, ignorando la mirada de fruncida desaprobación que le


disparó mientras se alejaba de la chica.

— ¿Eso es todo? —le preguntó.

—Creo que es suficiente —dijo Doyle. Y si la boca abierta de Tucker fue una
indicación, la recapitulación fue una sorpresa para él.

— ¿Qué estás haciendo? —Tucker le preguntó una vez que se encontraron fuera del
edificio, con la caja en el maletero del auto de Catalina, y los dos hombres estaban
apoyados en su brillante capo color amarillo mostaza.
—Espera —dijo Doyle, una actividad les tomaría otros noventa minutos e incluía el
envío de Tucker a una carrera al Starbucks. Acababa de regresar cuando Doyle vio
lo que los estaba esperando, Shana, saliendo por la puerta lateral y alejándose de
ellos por la acera.
Él se apresuró a alcanzarla, dejando a Tucker y al café detrás. —Espera muchacha.

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El Club de las Excomulgadas

Ella desaceleró, mirando hacia atrás por encima de su hombro, y frunció el ceño.
Luego se mantuvo de pie. Él se puso a caminar a su lado.

— ¿Hay algo que quieras decirme?

—No.

—El hombre está muerto. No puede hacerte daño.

Ella se detuvo frente a él, con ojos cautelosos. —Si está muerto, ¿qué importa?

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—Puede ser un motivo —dijo. —Es difícil descartar a un asesino de inmediato si no
sabes por qué lo mataron. Incluso con evidencia sólida. —al mismo tiempo, si las
sospechas de Doyle eran correctas y Braddock había estado secretamente
persiguiendo chicas, saldría más como un hijo de puta, y terminaría haciendo que
Dragos se viera mejor en comparación.
Mierda. Eso era un infierno de jodido intercambio.

—Estoy contenta de que esté muerto —dijo la muchacha.

— ¿Por qué? —Doyle le preguntó, seguro de que sabía la respuesta.

—Él me dijo que no lo dijera. Me dijo que me pondría en graves problemas.

—Él no puede meterte en problemas ahora.

Ella miró hacia abajo a la acera. —Yo tenía trece años —dijo con una voz tan
suave que apenas podía oírla, incluso con sus sentidos sobrenaturalmente
agudizados. —Mantuve su sucio secreto —dijo. —Pero no tengo por qué
mantenerlo más si no quiero.

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El Club de las Excomulgadas

—No —dijo Doyle, luchando por mantenerse al nivel. Ahora no era el momento de
sentir su ira en aumento. Necesitaba estar tranquilo. Para no asustar a la chica. —
Dime lo que hizo, Shana. ¿Qué te hizo Marcus Braddock?

—Me atacó —dijo ella con voz plana. —Él me violó —y luego, con Doyle sacando
la verdad de ella, Shana le contó todo.

La reunión de preparación para la audiencia de fianza de Luke era en treinta


minutos, pero en lugar de dirigirse a la sala de conferencias, Sara tomó el ascensor
hasta el subnivel nueve y se encontró instando a un ogro maloliente a que la
acompañara a la celda del prisionero.

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—Cumplimos con lo establecido, abre la puerta.

—O me dejas entrar ahora, o iré por el señor Bosch y lo traeré aquí. Es tu elección.
—el ogro se quejó, pero se mantuvo. Deslizó una estaca en una funda encima de
sus fornidas caderas, agarrando un hacha de combate. —Vamos ahora.

El bloque de detención consistía en una serie de celdas con paredes de vidrio, y


Sara tuvo los ojos en línea recta al pasar de celda en celda ocupadas por una gran
variedad de criaturas a escala y con pelo que gritaban inventivas sugerencias
sexuales con ella, alternadas con peticiones de liberación.

Ella no se relajó hasta que llegaron al final de la caminata y a la celda de Luke.

—Sara —dijo mientras se acercaba, y el placer de oír su voz fue suficiente para
hacerla temblar.

— ¿Fuiste tú? —preguntó, después de que el ogro la encerró en la celda con Luke.
— ¿Le pediste a la Alianza que enviara un vidente?

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El Club de las Excomulgadas

—No puedo soportar la idea de un asesino de chicas suelto, así que le pedí a Voight
que diera toda la asistencia que pudiera. ¿Pudo averiguar algo del vampiro que
ayudó a Stemmons a escapar?

Ella tragó duro, pensando en los grandes ojos de la niña y su cara sin
derramamiento de sangre. —Ha matado de nuevo. Diez años. Hemos identificado
el cuerpo. Betsy Todd,— dijo ella, con el corazón roto por Betsy, por sus padres, y
por la próxima hija que Sara temía ya estuviera muerta.

Luke se quedó quieto un momento, con su cuerpo tenso, con la mandíbula


apretada. Apretó los puños a su lado, y luego fue hacia la pared de la celda. Se

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empujó hacia atrás y la golpeó duro, tan duro que Sara juró que sintió la habitación
sacudirse. Cuando dio un paso atrás, una telaraña de grietas irradió desde el lugar
donde había aterrizado su puño.

Estaba enojado y con energía, pero ella no lo dudó. Se acercó a él, apretó sus
manos en sus hombros, y suavemente le susurró su nombre.

Él se quedó en silencio por un momento, y ella pudo sentir la tensión en su cuerpo,


con sus músculos tensos. —Mi hija tenía diez años cuando murió —dijo de
espaldas a ella.
— ¿Recuerdas lo que te dije? ¿Qué iba a matar a este hombre por ti?
—Lo recuerdo.

— ¿Y ahora? —le preguntó. — ¿Aún me evitarás esa tarea?

Ella dio media vuelta, sin estar dispuesta a responderle, no estando segura de
poderle responder con honestidad, porque quería a Stemmons muerto. Y que Dios
la ayudara, lo quería muerto y podrido y quemándose en el infierno. —Es un punto
discutible —dijo. —Tú estás aquí, y él está ahí, algunos vampiros trabajan con él, y
el tiempo se acaba.

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El Club de las Excomulgadas

Luke se volvió hacia ella, con su cuerpo un poco más relajado, y el esfuerzo
reflejado en sus ojos. — ¿Qué fue lo que Voight te dijo?

—Dijo que no podía conseguir una lectura clara en el punto de escape, pero pudo
confirmar que había sido el mismo vampiro y que había estado con Stemmons en la
escena del crimen. Y confirmó que sólo un vampiro había ayudado a Stemmons.

— ¿Algo más?

—No de Voight, pero Doyle lo llevó al siguiente nivel.

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—Ryan Doyle —dijo Luke con sus rasgos apretándose.

—Hay una historia entre vosotros dos.

—La hay —dijo, pero no le dio más detalles, y ella no lo presionó.

—Se enteró de que la acompañante de Stemmons es mujer.

—Mujer —repitió, y algo en su voz la hizo fruncir el ceño.

— ¿Eso significa algo para ti? —él dudó, y ella se acercó.

—Maldita sea, Luke, si sabes algo, cualquier cosa, que nos pueda ayudar, más vale
que me lo digas.

Él alzó los ojos hacia ella y luego, lentamente, muy lentamente, asintió. —Hay
muchas cosas en juego que no entiendes todavía completamente. Rivalidades.
Posicionamiento político.

Ella frunció el ceño. — ¿Y eso es lo relevante?

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El Club de las Excomulgadas

—Los vampiros y las comunidades Therian son viejos enemigos —dijo. —Y supe
que un complot Therian para pintar a los vampiros con una mala luz ha sido
frustrado.

— ¿Qué tipo de complot?

—Los Therians tenían intención de matar humanos. Para que la matanza pareciera
ser el trabajo de vampiros.

Sara se abrazó, pensando en las marcas de mordidas en el cuello de la pequeña


Betsy. —Sigue.

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—Los instigadores principales han sido detenidos, pero siguen en libertad. Es una
vampira. Una traidora a la raza quien se ha alineado con los Therians.

—Ella —repitió Sara. —Es una mujer.

—Su nombre es Caris —dijo Luke. —Ten cuidado de no subestimarla.

— ¿Y crees que podría estar involucrada con Stemmons?

—Creo que las piezas suman. Dime… —dijo, — ¿Cómo mató Stemmons a Betsy?

—Con una herida en el cuello —dijo Sara lentamente. —No es su modus operandi
habitual.

—Sin embargo, Caris tiene razones para aumentar el número de ataques de


vampiros en la ciudad. O por lo menos para que parezca que se han incrementado.
Y entre más ofensivos, mejor. Ella quiere terminar lo que su equipo comenzó. Y
quiere su pulgar en la nariz en la comunidad vampiro para frustrar los planes de los
Therians ‘originales’.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Cómo podemos encontrarla?

—No lo sé —dijo. —Aún.

Sara asintió. —Gracias —ese era un sólido comienzo. Podía encontrar a esta Caris,
y con un poco de suerte, encontrarían a Stemmons y a la niña que seguía, también.

—Tengo que irme. —una sonrisa tocó sus labios sin sentido del humor. —Tengo
una audiencia que preparar.

— ¿Me perdonas si no te deseo suerte?

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Ella sonrió y estaba por apretar el botón para llamar al ogro cuando su voz la
detuvo. —Tasha ha desaparecido.

Ella se dio la vuelta, vio el destello de preocupación en su rostro. —Lo siento


mucho. ¿Puedo ayudarte?

Él le tomó la mano y ella lo dejó. —Ayudas simplemente preguntando.

—Podría hablar con personas desaparecidas —dijo deseando tener una cura, una
solución, alguna manera de borrar la preocupación de su rostro. —No sé si el PEC
tenga una sección de esas, pero tengo amigos en la policía de Los Ángeles que
podrían…

Él apretó su mano en su mejilla, con su toque afectándola más de lo que debería. —


Gracias. Lo único que pido es que me comuniques con Nick. Dile que necesito
hablar con él antes de la audiencia.

—Está bien. Por supuesto que lo haré. —ella vaciló, pensando en la polémica y en
su posición y en el maldito desorden. No le importaba. Se inclinó y rozó un beso

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El Club de las Excomulgadas
sobre su frente. —Realmente lo siento —dijo. —Estoy tan terriblemente
arrepentida.

—Sara —dijo con el calor quemando detrás del dolor de sus ojos.

Ella dio un paso atrás, con sus manos metidas en los bolsillos de la chaqueta del
traje, sin poder creer que acababa de saltar alegremente en esa línea. —Hemos
estado investigando a Braddock —comenzó a decir, pensando en el informe que
acababa de recibir del Agente Doyle. —Luke, ¿Le hizo daño a Tasha?

Él respiró, luego, lentamente lo soltó. —Bienvenida de nuevo, fiscal —ella dio un


respingo, pero se mantuvo firme, permaneciendo en silencio mientras él se movía

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de nuevo a la losa de hormigón que servía de cama.

—Si no me equivoco, ese tema está prohibido sin la presencia de mi abogado.

Tenía razón, por supuesto. —En ese caso, puedes hablar libremente sin miedo a
que las palabras regresen a morderte —lo intentó de nuevo. — ¿Es por eso que lo
mataste? ¿Para vengar a Tasha?

Él sonrió levemente. —Nunca he admitido haber matado al hijo de puta, aunque


no niego una intensa alegría de que esté, de hecho, muerto.

Ella pensó en su expediente, y supo con qué facilidad la negación podría llegar a
sus labios. Había sido un sospechoso brevemente y luego aclarado decenas de
muertos, con todos los asesinatos al estilo de los vigilantes. Todos los hombres y
mujeres que la sociedad probablemente dirían que merecían morir. Demasiados
para que fuera una coincidencia.

Y tenía amigos poderosos en la Alianza.

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El Club de las Excomulgadas

Ella no podía tolerar los actos o las muertes. La Justicia por propia mano, pensó
con amargura, no era justicia en absoluto.

Y sin embargo...

—Yo tenía nueve años cuando Jacob Crouch fue puesto en libertad —dijo. —Y
recuerdo que mi mamá acudió una y otra vez al sistema, a la justicia, y a veces la
gente mala se pasa por las hendiduras, pero sin el sistema, el caos y la anarquía
salvaje se harían cargo.

—Tu madre parece una mujer con convicciones fuertes.

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—Se podría decir que sí. Era asistente del fiscal. Vivió y respiró por el sistema.

Su boca se torció cuando la miró. —Imagina eso.

—Sí. Definitivamente heredé algunos rasgos —ella contuvo el aliento. —Su


resolución no vaciló. Aun cuando Crouch salió libre.

Él se levantó de la losa y se acercó a ella, luego se sentó en el hormigón a su lado.


— ¿Y la tuya lo ha hecho?

Ella pensó en las fantasías que había tenido acerca de matar a Crouch, de tumbar a
Stemmons. No le quería responder, pero la pregunta era justa, y ella quería que se
entendieran. —No, pero en mi mente… —sacudió la cabeza. —Nunca lo haría, sin
embargo. La justicia se encuentra en la ley, no en las calles.

—Pero con Crouch, el sistema se equivocó —dijo Luke. —Y cuando murió, el


mundo se auto-corrigió.

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El Club de las Excomulgadas

—Todavía voy a la cama todas las noches agradeciendo a la persona que mató a
ese monstruo. Y a veces me odio por eso.

—No deberías —dijo. —Crouch recibió su merecido.

—No —dijo. —No lo hizo. Lo que se merecía era ser juzgado y condenado. Todo
lo demás... —se fue apagando. No podía justificar su próximo paso. No podía
justificar la forma en que sus dedos a veces morían de ganas por apretar el gatillo. O
la forma en que celebraba al asesino anónimo de Crouch.

No lo podía justificar, pero lo entendía. Ese impulso, que era necesario, de vengar a

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un ser querido. —Luke… —comenzó en voz baja, vacilante, — ¿Qué le hizo a
Tasha?

Él se puso rígido, silencioso, y por un momento ella temió que no le respondería.


Luego se levantó, cruzó la habitación y miró la pared de piedra dura.

—No fui testigo de nada —dijo Luke, pero el filo de su voz le dijo una historia
diferente.

— ¿Llegó a ella? ¿La sedujo? ¿Tomó ventaja de una chica que no entendía, no
realmente, lo que él quería? ¿Qué le pasó a ella?

—Sara… —su voz tenía tanto dolor y advertencia.

—Son circunstancias atenuantes, Luke… —dijo, avanzando y apretando las manos


sobre sus hombros. —Si hay circunstancias, es necesario decirlas en los tribunales.

— ¿Serás ahora como mi abogado defensor?

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—Maldita sea, Luke, deja que te ayude. Mi objetivo no es jugar con tu corazón.
Estoy buscando la verdad.

—La verdad es a menudo difícil de alcanzar, y algunas de sus deudas son mejor
pagadas fuera de los límites de la ley.

Su pecho se estrechó, sabiendo que había escuchado algo tan cerca de una
confesión que nunca cruzaría sus labios. Había matado a Marcus Braddock. Y sin
embargo ella no quería que cayera, si no tenía una defensa, una manera de salvarlo.
—Si él estaba dañando a Tasha... —se interrumpió, dándole la oportunidad de
hablar, de aferrarse a su defensa. Él se quedó en silencio.

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Ella se frotó los dedos en las sienes. —Luke, por favor. Cuéntame lo que pasó. No
caigas si no tienes que hacerlo.

—No tengo nada que decir.— Él se volvió para mirarla. —Y todo lo que he dicho
aquí hoy, no puede ser utilizado en mi contra en mi audiencia de libertad bajo
fianza.

—No —ella estuvo de acuerdo. —Puede que no. Pero si trabajas conmigo, tal vez
podamos conseguir la reducción de tus cargos, incluso desecharlos. Por lo menos,
podrás salir en libertad bajo fianza.

Se dio la vuelta, y se sorprendió al ver que él estaba sonriendo. —Tengo una gran fe
en tu sistema —dijo. —Esta noche, estaré en libertad bajo fianza. —ella cruzó los
brazos sobre su pecho. —No cuentes con ello, Luke. Yo juego para ganar.

—Es una apuesta, entonces —dijo con el calor y la diversión manchando su voz. —
Si estoy en libertad, te quiero en mi cama.

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El Club de las Excomulgadas

—No ganarás —dijo, aunque no podía negar que en parte desesperada,


profundamente, esperaba que ganara.

La niña yacía en el suelo, madura y lista. Catorce años. Era alta y delgada. Con
una complexión atlética, con las caderas y los pechos fuertes que estaban
empezando a madurar. Deliciosa.

La niña se agitó un poco en su sueño, y Xavier llevó la mano a la frente.

—Calma —dijo él, con una suave caricia. Calmante.

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No serviría de nada que ella le temiera, no cuando le estaba dando el regalo de la
sangre. El don de llegar a ser.

A través de la habitación en el sótano pequeño su Ángel Oscuro se le quedó


mirando, con su mirada fija en el rostro de la niña. —Drena a ésta, y la luz
seguramente le llenará.

Él inclinó la cabeza en deferencia. — ¿Te alimentarás, también, Ángel?

—Lo haré —dijo. —Tu aliméntate. —su boca dibujó una sonrisa delgada. —
Tendremos una fiesta.

Debajo de él, la niña se agitó, las drogas se estaban disipando. Bien. Era mejor
cuando estaban despiertas. Dormida, parecía muerta. Despierta, podía ver el flujo
de la vida en la niña.

Él le acarició el cuello con el dedo. —Despierta, despierta. Es hora del tiempo de


regalo. Por la luz. —volvió la cabeza, mirando a su Ángel. — ¿Esta será toda para
mí?

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El Club de las Excomulgadas

Ella se rió, encantada. — ¿Cómo la herirás? —era un problema. Sus dientes no eran
agudos como los de ella. Todavía no. Hasta que no se mostrara digno. Y a pesar de
que podría rasgar y desgarrar su carne, echaría a perder la belleza de su piel suave y
dulce.

Él se movió a la mesa por su cuchillo. Le había servido tantas veces así antes. Le
serviría de nuevo. Abriría la herida, y él cerraría la boca sobre el flujo dulce de la
vida. Pero se drenaría demasiado rápido. Necesitaba otra cosa, y las jaulas estaban
vacías, con la caza no completa.

— ¿Cazaremos después? —le preguntó.

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Ella se rió. —Tan ansioso.

—Sólo busco complacerte. —mantuvo la cabeza gacha, queriendo preguntarle


sobre sus planes para él, pero sin estar seguro de que lo que debería hacer.
Finalmente, sin embargo, no pudo guardar silencio.

— ¿Soy digno? ¿Me llevarás contigo a tu lado? —él quería ser como ella, quería
sólo alimentarse de sangre. Estar en la luz.

Ella se rió, y luego se giró, con su falda fluyendo hacia el exterior. —Algunos de mi
especie somos dignos. Algunos pierden su regalo. Y algunos nunca se han
convertido del todo.

— ¿Y yo? —le preguntó él, rezando para que lo encontrara digno.

—Tú —dijo —estás destinado para cosas maravillosas. Especiales. Tan especiales
—se deslizó hacia él, lo rodeó. —Dime, Xavier. ¿Conoces a la persona que te
dirige? ¿Quién llamó a tu genio criminal?

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El Club de las Excomulgadas

—La conozco —dijo. —Es una perra fiscal —él levantó la vista, con miedo de
haber ido demasiado lejos, pero el Ángel sólo le sonrió.

—Es horrible. Toma cosas que no le pertenecen a ella.

—Mi vida —dijo —Mi libertad —pero él tenía su libertad de vuelta, y la perra fiscal
no importaba. Sólo las chicas importaban, y ésta en especial. Ésta que incluso
ahora se agitaba a sus pies. —Es hora de empezar —dijo.

—Entonces no lo dudes.

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Pero lo hacía, porque la niña no era suficiente, y él necesitaba saber. Necesitaba
tener la certeza de que otra vendría. Que otra lo llenaría. — ¿Y después? —le
preguntó. — ¿Cuando la luz se haya ido?

—Entonces buscaremos de nuevo —dijo ella, satisfaciéndolo. Y con mayor


anticipación, apretó el cuchillo en la garganta de la niña, y escuchó el grito que
llegó, sacando su espalda de las profundidades del sueño.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 26
La audiencia no iba bien. Ella había puesto evidencia más que suficiente para
demostrar que Luke tenía conexiones, conexiones graves del tipo que podrían
disputar una manera de quitar el dispositivo de detención. Había presentado
pruebas de su culpabilidad, el ADN, el anillo, el testimonio de Doyle. Y ni siquiera
había estado en condiciones de brindar pruebas de la notoriedad de Luke, del tipo
de evidencia que nunca se le habría permitido arriba, para demostrar que era un
peligro para la comunidad.

Había hecho todo bien, y todavía estaba perdiendo. Podía ver la forma en que el
juez cambiaba y se movía en el banco, con sus ojos pequeños y brillantes de ave que

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parecían mirar más allá de la evidencia a la conclusión que ya había establecido.

—Me estoy hundiendo —le dijo a Bosch.

—Estás poniendo lo mejor que tienes —dijo, cosa que no la hacía sentirse mejor.
Esta era su primera audiencia en su nuevo trabajo, y estaba sentada en la mesa del
consejo con su nuevo jefe. Deseaba una victoria, maldita sea, y la única manera en
que podía pensar en conseguirla era jugarse su carta de triunfo.

Miró la mesa del demandado, a Nick sentado allí, viéndose con aire satisfecho, y
con Luke a su lado, con su forma, su apariencia, su esencia ambos gritando
importancia y con gritos de advertencia de peligro. Se dijo que no era sobre él,
sobre ellos, y luego, por sus sentimientos por Luke que nunca deberían haber
afectado su enjuiciamiento del caso, se puso de pie, finalmente resuelta.

—Su señoría, la Fiscalía quisiera introducir secuencias del video de la cubierta de la


piscina de las Torres Broadway tomadas la noche del viernes.

Ahora Montegue bajó sus pies. —Objeto. Señoría, ¿Nos acercamos? —el juez
volvió uno de sus pequeños y brillantes ojos negros a Montegue. El grifo, con

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El Club de las Excomulgadas
cabeza de águila y cuerpo de león, era enorme e imponente, y podía mantener el
orden en su sala de audiencias con nada más que un vistazo. — ¿Acercarse? Pero
no hay presencia de jurado.

—No, pero la galería está llena, y la Srta. Constantine está a punto de llevarnos a
las aguas lodosas —las plumas que cubrían el rostro del juez, volaron, pero estuvo
de acuerdo.

—Esto es completamente inaceptable —continuó Montegue. —El consejo se dirige


a un área que debe ser tratada como fuera de archivo.

—Su Señoría —dijo Sara, —eso no es exactamente correcto. Mi conversación con

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el Sr. Dragos fue fuera de archivo. Pero el agente Doyle adquirió la misma
información por completo independiente de la mía o del Sr. Montegue o del Sr.
Dragos.
El juez lo consideró sólo por un momento y luego asintió a Sara. —Continúe —un
pequeño trino de victoria tiró a través de ella, sólo para ser anulada por las duras
palabras de Montegue mientras caminaban de regreso a la mesa de los abogados. —
Existe la letra de la ley, y luego está el espíritu, Srta. Constantine. Creo que ambos
sabemos que lo que ha hecho es propiedad de faldas. Por lo menos debería haber
dado aviso de su intención de orinar sobre la buena fe del señor Dragos y lo que le
ha mostrado.

Ella se tragó una burbuja de culpa. —Mi cliente es el PEC, señor Montegue, y no
he hecho otra cosa que proteger sus intereses en la mayor medida de la ley. Sin, por
cierto, sobrepasar los límites de esa ley.

Ella se sentó con calma suficiente, pero teniendo en cuenta la mano firme que
Bosch colocó sobre su hombro, tuvo la sensación de que su irritación se mostraba.
No había cruzado una línea. En realidad no. Sin embargo, no podía descartar el
hecho de que se sentía como si lo hubiera hecho.

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El Club de las Excomulgadas

—Su Señoría —dijo. —La fiscalía llama al agente Ryan Doyle —Doyle
introduciría la evidencia, y a través de él, podría desviar la atención del tribunal
sobre el hecho de que Luke se había alimentado de Annie.

Antes de que Doyle pudiera acercarse, sin embargo, Montegue se levantó de nuevo.
—Con su venia, mi cliente fue testigo de una violación Directiva 27 y pide al
tribunal admitir pruebas en una defensa afirmativa al cierre de la acusación.

La cabeza del juez se balanceó. — ¿Directiva 27? —repitió mientras un soplo fluía a
través de la galería.

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—Sí, señor. Una mujer humana. El Sr. Dragos se alimentó de la mujer, y la
alimentó de su sangre. —se volvió y esbozó una sonrisa blanca y brillante a Sara. —
Una estipulación, fiscal. Sólo para asegurarme de que estaremos fuera de aquí para
la hora de la cena.

—Si realmente quiere estar fuera para la cena —dijo ella con dulzura —Entonces,
coloque la defensa afirmativa.

—Todos cenaremos en el momento oportuno —dijo el juez, —que este tribunal esté
listo para emitir su fallo.

Sara miró la mesa del demandado, llamando la atención de Luke, y luego arrancó
su mirada. Se puso de pie con Bosch a su lado y esperó el fallo.

—La fianza es otorgada —dijo, —en la cantidad de cinco millones de dólares. —un
murmullo recorrió la multitud. —El acusado tendrá que llevar el dispositivo móvil
normal de detención —continuó el juez. —Y a la luz de la estipulación de la
Directiva 27, el acusado también será equipado con un impedimento de
derramamiento de sangre. —golpeó su martillo sobre la mesa. —Así se ordena.

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El Club de las Excomulgadas
Tan pronto como el juez salió de la sala, Sara se inclinó hacia Bosch.

— ¿Impedimento de derramamiento de sangre?

—Un dispositivo de detención secundaria —explicó Bosch. —Éste se disparará si


Dragos toma sangre directamente de un humano de nuevo.

Mientras ella recogía sus papeles, Bosch pasó a su lado, y Sara pensó que olió el
sutil aroma de la canela. —Dadas las circunstancias, la posibilidad de que Lucius
permaneciera en la cárcel mientras el caso se llevaba era delgada. Pero les dio una
dura batalla, y demostró que es un activo para el equipo. Buen trabajo.

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Ella se pegó una sonrisa, aceptando el cumplido, junto con un puñado de “lo
hiciste bien” y “Clavaste tu trasero en el juicio” de los espectadores con buenas
intenciones, algunos de los cuales reconoció como otros fiscales de su oficina.

Cuando finalmente se deslizó a través de la puerta y en la sala, suspiró. Podría


haber perdido su primera audiencia, pero había sido sólo una batalla.

En el gran esquema de las cosas, las batallas no significaban nada. Lo único que
importaba era la guerra. Sin embargo, dado que la resolución de esa guerra podía
ser ver a Luke con una estaca, tenía que admitir, aunque fuera para sí misma, que
por primera vez en su carrera, no le gustaban las batallas por venir.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 27
—Batorak metoin shrebat.

—Si me estás preguntando si es cómodo —dijo Luke en francés, mientras el peso


del dispositivo de detención nuevo móvil, una vez más apretaba su carne —La
respuesta es un rotundo no.

El demonio se llevó la mano a su hombro. —Bona oportunidad —dijo el demonio,


cambiando a lenguaje demoníaco a uno que Luke pudiera entender.

—Merci —Luke inclinó la cabeza mientras sus dedos manipulaban los pequeños

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botones blancos, abotonándose la camisa que Nick le había traído para reemplazar
la camiseta que había sido destrozada, otra vez en esa misma sala. Una bandeja
negra estaba en la mesa frente a él, y él sacó su billetera y su teléfono móvil, con
cuidado, recogió el anillo de oro con la pequeña serpiente. Si no fuera tan pequeño,
le valdría en su dedo meñique. Pero las manos de Livia habían sido pequeñas, y el
anillo no le valía. Como era su costumbre, lo deslizó profundamente en su bolsillo,
y luego lo comprobó para asegurarse de que estaba en su lugar.

Ahora que estaba listo, se dirigió a Nick. —Abogado, ¿Salimos de este lugar?

—Será un placer —dijo Nick. Se movieron a través de pasillos y ascensores hacia


abajo, haciendo caso omiso de las miradas y murmullos de los que trabajaban
dentro de la División. Cuando se acercaron al ascensor, Nick le entregó a Luke una
pequeña tarjeta de memoria.

—Caris —dijo. —Lo mejor que pudimos conseguir, ha estado refugiándose aquí.
Tiene la dirección en este país. Con sus recientes conocidos asociados incluidos,
también. Cifrado estándar. Detalles en el archivo.

—Excelente.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿De verdad crees que Caris se alinearía con un humano?

—Si sirve al propósito de Gunnolf, o al suyo propio, entonces sí.

—Y lo hace —dijo Nick. —Tasha cabe incluso en el perfil de Stemmons. Es una


niña. Pelo rojo, ojos azules. Es mayor de las que tomó en el pasado, pero se ve
joven.

—Caris no se preocupará por eso —dijo Luke. —Pero Stemmons lo hará, y ella
quiere que coopere.

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—Y si ella trae a Tasha a la mezcla, sirve al propósito de Gunnolf incluso para
cortarte como con un cuchillo.

—Y Tasha se habrá convertido en un peón y en un premio. —él respiró fuerte,


Caris sin lugar a dudas aprovecharía la oportunidad para destruir a Tasha. En
utilizar a Stemmons y a su hoja para cortar a la niña inocente a la que Caris creía
no debería habérselo permitido vivir.

—Iré contigo —dijo Nick, mientras subían al ascensor.

—No. Ella es mía —después de luchar contra la espalda de su demonio tan duro y
tan a menudo, dejar correr al animal libre sería un placer.

Nick dudó, con su mirada sumergiéndose momentáneamente en el dispositivo


atado al pecho de Luke. —Muy bien —dijo. —Pero ten cuidado. Caris no es
alguien con quien se juegue.

—Yo tampoco —dijo Luke. — ¿Qué palabra tienes de Tiberius? No estoy dispuesto
a volver a este lugar después de haber salido, y estoy menos inclinado a mantener
este dispositivo atado a mi pecho.

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El Club de las Excomulgadas

La cara de Nick cambió, pasando a dura. —Acerca de esto, tenemos un pequeño


problema. —Luke se volvió, cuidadoso, con el demonio comenzando a retorcerse
en su interior.

—Tiberius pidió que te dijera que hiciste un buen trabajo con Hasik, pero que sus
manos están atadas.

—Política —dijo Luke escupiendo la palabra, haciendo un esfuerzo para mantener


su ira bajo control. —Tengo que salir de este artilugio, Nick. Y Tiberius me necesita
en su equipo.

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—Lo hace. Sin embargo, con su control sobre LA11 tan tenso, no está dispuesto a
correr riesgos. Lo siento, Luke—dijo Nick. —Estás solo en esto. —Luke hizo un
gesto fuerte, aferrándose a su control.

—Esto no ha terminado, Luke.

—Lo sé. —sus palabras fueron un murmullo, entonces respiró, lo que obligó al
demonio a ir hacia abajo. Pensó en Sara, la imaginaba junto a él, y sintió el flujo de
su calma a través de él.

Metió al demonio abajo con un abrupto final. —Encontraré un camino.

—No lo dudo —dijo Nick cuando las puertas se abrieron y salieron a la zona de
recepción del nivel inferior.

—¡Señor Dragos!

Se volvió hacia el mostrador de la recepción, donde una joven mujer con una

11
Los Ángeles

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El Club de las Excomulgadas
trenza color azul envuelto en un cilindro sobre su cabeza se agitaba frenéticamente
hacia él.

—Se supone que debo pedirle que se quede.

—Creo que el tribunal ha hablado de otra manera.

— ¿Eh? Oh, no, Dios mío. No es que sea permanente. Sin embargo, la Srta.
Constantine quiere hablar con usted y con el Sr. Montegue antes de que se vayan.

—Ya veo —dijo Luke, impresionado por la calma en su voz a pesar de que la mera
mención de su nombre hacía que su sangre fluyera caliente.

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Nick, vio, lo estaba observando. —Dígale a la señorita Constantine que mi cliente
ha disfrutado de la hospitalidad de la PEC por tiempo suficiente. Si necesita hablar
con cualquiera de nosotros, tiene mis datos de contacto.

—Nick.

—Sigo siendo tu defensor —dijo Nick. —Y si deseas que me quede en esa


condición, sigue mi consejo. —su expresión se suavizó con su voz. —Luke, el
camino que quieres caminar no te llevará a ninguna parte.

Luke lo sabía suficientemente bien, sin embargo, se negaba a aceptarlo. Podía


parecer un pensamiento imposible, pero encontraría una forma de hacer suya a
Sara.

—Hablaré con ella —dijo con su tono cerrado a cualquier argumento.

—Necesitas alejarte. —no había advertencia ni compasión en la voz de Nick. —


Déjalo, y déjala.

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El Club de las Excomulgadas

—Ella me obliga —dijo Lucius. —No puedo excluirla más de lo que


voluntariamente pudiera hacerle daño. —él se quedó quieto, tratando de evocar las
palabras que harían que su amigo comprendiera. —Ella alivia al demonio —dijo
finalmente. —Dime que no lo entiendes. Dime honestamente que si estuvieras en
mi posición te alejarías de ella. Que podrías hacerlo.

Vio el dolor pasar encima de la cara de su amigo. Con los recuerdos de Lissa, la
mujer que había aliviado una vez a Nick más allá de todos los demás. Que le había
hecho daño más allá de todos los demás, también.

—Vamos a hablar de esto más adelante —dijo Nick, pero un borde salió de su voz.

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—No tengo ninguna duda —dijo Luke.

El ascensor se abrió y Sara salió, con sus mejillas rosadas por tener prisa. Sus
miradas se encontraron, y él lo sintió. Un tirón sensual que se asociaba únicamente
con ella. Un golpe duro para sus sentidos que hacía que su cuerpo y su
imaginación viajaran a destinos prohibidos. Ella le sostuvo la mirada. Un
momento. Otro. Y después ella miró hacia otro lado, pero no antes de verlo en su
cara, el deseo.

Él lo vio, y lo apreció.

Mía, pensó, y supo que no importaba lo que había sucedido entre ellos, había
verdad en la simple palabra.

Ella se acercó con exagerado propósito hacia él, deslizando sus palmas a lo largo de
su falda como si estuvieran húmedas. —Señor Dragos. Sr. Montegue. Gracias por
esperar—.

—Mi cliente se complace en cooperar con cualquier y con todas las solicitudes

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El Club de las Excomulgadas
razonables planteadas por el fiscal, abogada. Esperamos, por supuesto, que el favor
será correspondido en su momento.

—Yo... por supuesto —dijo ella, pero su voz era distraída, y sus ojos estaban
puestos en Luke.

—Oh, infiernos. Estaba esperando a hablar contigo. En privado —agregó mirando


fijamente a Nick.

—Por supuesto. Nick —dijo. —Un momento, por favor con la Srita. Constantine
—Nick suspiró largo y se movió. —Ya tuvimos esta conversación, Luke…
Mientras sea tu abogado…

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—Estás despedido.

La expresión de Nick no podría haber estado más sorprendida si Luke si hubiera


bajado los pantalones y lo hubiera montado. — ¿Qué?

—Estás despedido —repitió. —Es un concepto simple que resulta en la terminación


de cualquier relación de negocios entre nosotros.

—No hagas esto, Luke.


—No luches contra mí, Nicholas. —se dirigió a la recepcionista. — ¿Tiene acceso a
las bases de datos pertinentes? ¿Puede hacer la anotación de que Lucius Dragos ya
no es representado por un abogado, sino que estará procediendo en pro per12 ?

—Yo... eh... yo... —miró frenéticamente a Sara, quien asintió.

—Asumiré la responsabilidad —dijo Sara, con la risa en su voz que lo deleitaba. —


Vamos. Espero que incluyas al Sr. Montegue de nuevo en la base de datos después
que el Sr. Dragos y yo lleguemos al final de nuestra conversación.

12
Abreviatura de propria persona (en latín) se utiliza en los juicios cuando el acusado se representa a sí mismo.

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El Club de las Excomulgadas

Luke se echó a reír. —Me gusta tu forma de pensar, pero no. El Sr. Montegue y yo
hemos llegado al final de la línea. Diferencias irreconciliables —dijo con una breve
inclinación de cabeza a su amigo.

—Esto no ha terminado —dijo Nick, con su voz como un alambre tenso, listo para
salir.

—No espero que menos de ti —dijo Luke. —Pero por ahora, lo está. —Nick tiró las
llaves del coche en el aire, él las tomó. —Me parece bien, mi amigo. Sin embargo,
deberás encontrar tu propio camino a casa.

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Y con eso, se deslizó a través de las puertas y al aparcamiento del PEC. Luke
dirigió su atención a Sara. —Creo que está molesto.

—Me lo imagino.

—Quería darte las gracias. Por conseguir la información acerca de Caris.

— ¿La encontraste? —estuvo a punto de temer que la División lo hubiera hecho,


quería tener el dulce placer de ponerle fin por sí mismo.

—Todavía no. Los investigadores están siguiendo un grupo de clientes potenciales.


—su boca se torció hacia arriba. —He estado un poco ocupada con una audiencia,
así que no estoy completamente al día. —miró por encima del hombro, vio que la
recepcionista estaba tratando de ver sin ser obvia. —Tengo que irme —dijo,
temeroso de que la División de pronto tuviera la misma información sobre el
paradero de Caris que él tenía en el bolsillo.

—Pero creo que hay una cuestión de una apuesta entre nosotros. La cobraré.

Ella sacudió la cabeza. —Luke, por favor. No. No me presiones.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Por qué no? —se acercó más, atraído por el calor de ella, por el deseo que
emanaba de ella. Ella lo negaba, sí. Pero su corazón no estaba en eso.

—Porque lo deseo —admitió en voz baja, pero sus palabras corrieron a través de él
como una canción.

—Sara…

—No. —ella sacudió la cabeza, con voz firme, y él sintió la resolución dentro de
ella.

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—Sea lo que sea esto entre nosotros, Luke, no lo alentaré. Deseo… No importa,
pero no podemos, y por favor no me presiones.

—No estoy de acuerdo con eso —dijo, —pero tampoco puedo discutir sobre eso
ahora.—ella inclinó la cabeza, arrugando su frente con preocupación. — ¿Tasha?

—Tengo que irme.

Ella tomó su mano, y el toque casi lo penetró. —Me acordé de lo que me dijiste, de
haber tenido una hija hace mucho tiempo. Eso es lo que Tasha es ahora, ¿no?

—Sara... —su nombre salió en bruto, grave con necesidad. Quería tirar de ella
cerca, para que calmar sus temores. Para perderse en el simple placer de tenerla a su
lado. No podía hacer nada de eso, y odiaba las circunstancias que los habían
llevado a ese callejón sin salida.

Metió la mano en su bolsillo, con los dedos encontrando el anillo de Livia. Quería
llamar su confort, pero éste no llegó. Temía que ahora que había conocido a Sara,
él se calmara con sólo tocarla.

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El Club de las Excomulgadas

—La encontrarás —dijo con suavidad. —Sin embargo, Luke —agregó con voz
fuerte ahora con advertencia —cuando lo hagas, no huyas. Será peor para ti si
huyes.

A pesar de su buen juicio, él ahuecó con su mano su mejilla, disfrutando de la


expresión de asombro en la cara de la recepcionista. —Mi querida Sara —dijo. —
Teniendo en cuenta que el PEC me desea muerto, no puedo imaginar cómo podría
estar peor. Sin embargo, agradezco tu advertencia, sin embargo. —se apartó de ella,
hacia la puerta. —Hablaremos de nuevo.

— ¿Srta. Constantine? —la recepcionista la llamó. —El ayudante del señor Bosch

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está en la línea. —sostuvo el teléfono a Sara y Luke se quedó dónde estaba,
escuchando.

—Han encontrado a otra niña —dijo una mujer, con su voz suave marcada con
pesar. —La Fuerza de Tareas desea que vaya inmediatamente a la escena. —
cuando Sara colgó, Luke estaba a su lado.

—Voy contigo.

—El infierno que lo harás.

Sin embargo, él no aceptaría ningún argumento. —Puedes trabajar conmigo o


contra mí, pero iré, e iré contigo.

—De ninguna manera —gritó Doyle, con su dedo extendido apuntando a Luke.
Un dedo que estaba a punto de ser roto si el para-demonio no conseguía salir de la
cara de Luke. —De ninguna maldita forma.

Sara se interpuso entre ellos. —Él se queda. Ayudará.

271
El Club de las Excomulgadas

—Es un asesino.

Sara se estiró, llegando a la cara de Doyle, una seña que calentó el corazón de
Luke. Ella señaló a su izquierda, hacia el cuerpo de la adolescente, ahora extendido
muerto, sobre el que los técnicos estaban haciendo su trabajo.

— ¿Tiene usted alguna razón, agente, para pensar que Dragos cometió este crimen
o cualquier otro delito relacionado con este asesinato? ¿Lo tiene? Porque yo no.
Pero estoy absolutamente segura de querer saber quién lo hizo, y si creo que Dragos
puede ayudar, entonces se queda. Y se queda con mi autorización.

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—Estás en la cuerda floja, Constantine.

—Entonces es bueno que sepa nadar, ¿no? —la mirada que Doyle le dio a Luke fue
de odio puro. Luego se alejó, dejando a Sara en plena ebullición. Ella miró a Luke,
con rostro sonrojado. —Maldita sea —dijo. —Todo lo que quiero hacer es
encontrarlo antes de que mate a la siguiente víctima. No necesito el resto de esta
mierda.

— ¿Dijiste que mantenía a todas las víctimas enjauladas? Tengo que estar cerca de
su cuerpo. —tenía que ver si la niña tenía el olor de Tasha en ella. Si habían
compartido una jaula. Y tenía que buscar el otro aroma de Caris.

—Muy bien —dijo mirando de reojo. —Pero me estoy jugando el cuello en esto,
Luke. No le des la razón a Doyle.

—Nunca.

Para el momento en que llegaron al cuerpo, el personal de la División había


despejado a la mayor parte de los trabajadores del condado, Severin Tucker y otros
pocos agentes que Luke no reconoció ajustaban los pensamientos de los pocos que

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El Club de las Excomulgadas
se habían quedado. Sara habló con Bosch, quien se volvió, miró a Luke y luego dio
un rápido movimiento, brusco. Ella inclinó la cabeza y Luke se unió a ella. —Dos
minutos.

—No necesito más.

Se inclinó sobre el cuerpo desnudo, concentrándose sólo en el olor, se obligó a no


pensar en la pérdida, en la joven, en el horror de esta vida joven arrancada tan
brutalmente. El recuerdo de otro tiempo y otro lugar se levantó en su interior. Livia
riendo, gritando su nombre. Lo empujó hacia abajo. No podía ir allí. Ahora no.
Necesitaba mantener el control. Necesitaba mantener al demonio bajo control. La
vida de Tasha pendía de un hilo. Si perdía el control, podría perderla.

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Levantó la cabeza, con las fosas nasales dilatadas, respirando profundamente el
olor de la noche. De la tierra cruda. De la hierba. De la niña misma, y del acre olor
de la muerte afianzado a ella. Y justo cuando estaba a punto de darse por vencido,
lo atrapó. Una fragancia conocida como la lavanda de los campos. La inocencia y
la belleza. Tasha.

Se dio la vuelta, llamando a Sara a su lado. —Tasha.

Sara ojos se agrandaron con comprensión, y lo agarró del brazo, tirando de él


alejándolo de la multitud.

— ¿Tasha? —repitió ella. — ¿Has venido aquí porque Stemmons tiene a Tasha?

—Tuve miedo de que Caris la hubiera tomado. —se pasó la mano por el pelo,
tratando de pensar. Hasta el momento no tenía ningún olor de Caris, y comenzó a
caminar por el perímetro de la escena del crimen, buscando en la noche por su
aroma a madera.

— ¿Y no me lo dijiste? Maldita sea, Luke, ¿Por cuánto tiempo ha sospechado eso?

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El Club de las Excomulgadas

Él se detuvo, mirándola. — ¿Qué importa ahora? El monstruo tiene a Tasha, y a


menos que lo haya perdido creo, que Caris está con ella.

Ella dio un paso a su lado. —Me fui por las ramas por ti, y…

Él levantó una mano. —No.

— ¿Qué?

Había por lo menos veinte metros hasta la escena del crimen, pero no había duda
de su fragancia. Ella había estado allí. La vil perra había estado en ese punto

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exacto, y no hacía mucho, tampoco. —Caris—se volvió hacia Sara. —Tengo que
irme.

— ¿Irte? —repitió ella, mirando hacia el cuerpo. — ¿A dónde?

—A Silver Lake —dijo, refiriéndose a la información sobre el paradero de Caris que


Nick le había pasado, cuando salieron de la corte.

Ella se apresuró a seguir su ritmo mientras corría hacia su coche. — ¿Por qué?

—Ella está ahí —dijo con firmeza.

— ¿Tasha?

—Caris —dijo. —Y con un poco de suerte, Tasha también lo estará.

—Entonces necesitamos al equipo. Necesita…

Él se detuvo, tomándola del brazo. —Necesito el coche, Sara. No necesito al


equipo. Y no puedo dejar que me acompañes.

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El Club de las Excomulgadas

—No me importa lo que necesites. Iré contigo.

—Ella es peligrosa.

—Tú también —respondió Sara.

—No te discutiré eso.

—Bien. Sin embargo, mi coche tiene cerradura de encendido, y ya que no conoces


el código, estarás perdiendo mucho tiempo si no me llevas contigo.

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Él se detuvo, concentrándose totalmente en ella. — ¿Por qué?

Era una pregunta que no podía responder, porque no había estado pensando, sólo
reaccionando. Ella sabía por qué él estaba yendo, lo que le haría a Caris si la
encontraba. Pero no podía luchar contra él en esto. —Es por Tasha —dijo
simplemente. —Y ella es importante para ti. —mientras lo miraba, cerró los ojos, y
luego tragó.

Cuando él la miró otra vez, era todo acero. —Vendrás —dijo. —Pero te quedarás
en el coche.

Incluso en medio de la noche, les tomó veinte minutos llegar desde el norte de
Hollywood a Silver Lake, y Luke estaba maldiciendo cuando estacionó el coche a
lo largo de la acera y se detuvo frente a la casa. Apuntó un dedo a ella. —Quédate
—dijo, y ella se lo juró, una promesa que de inmediato encontró difícil seguir. No
sabía casi nada acerca de Caris que no fuera el breve expediente que Martella le
había dado después de que Luke hubiera mencionado por primera vez el nombre.
Había habido muy poca información. Había sido una antigua amante de Tiberius,
el enlace de los vampiros con la Alianza. Habían tenido una pelea unos años antes.
Los rumores eran gruesos, pero lo más probable era que sugerían que se había

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El Club de las Excomulgadas
conectado con un hombre lobo, que había gritado la intriga política de la que Luke
le había hablado. La conclusión, sin embargo, era que Caris era una vampira, y al
parecer se había conectado con escoria como Stemmons. Estaba matando, y era
peligrosa, y no se veía limitada por las bandas de hematita.

Así que, sí, Sara estaba preocupada.

Esperó, con los ojos en la casa. La casa estaba en silencio. Con la forma de la casa
demasiado tranquila.

Infiernos.

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Ella abrió la puerta, no del todo segura de lo que iba a hacer. Sabía que tenía que
ver lo que estaba pasando allí. Y tan pronto como lo hizo, las ventanas delanteras
se destrozaron, y vio la silueta de Luke en el vacío.

—¡Luke! —corrió hacia él, sin pensar en el peligro hasta que acechó por la puerta
principal. Pero no había ningún peligro. Sólo estaba Luke con furia, empujando
una silla encima de su cabeza mientras la lanzaba a través de la habitación oscura a
la pared del fondo, donde se rompió en pedazos. —¡Luke, basta!

Él se dio la vuelta, con los ojos desorbitados, con la cara contorsionada. Ella se
detuvo, mirándolo con recelo, al darse cuenta rápidamente de que la casa estaba
vacía. Tasha no estaba ahí. Tampoco Caris. Se había quedado sin esperanza, y el
demonio se había puesto furioso.

—La encontraremos —dijo avanzando hacia él, hacia este hombre que una vez la
había abrazado tan tiernamente, que ahora se quemaba con la pérdida de alguien
que amaba. Ella entendía la profundidad de su furia, ella la sentía cada vez que
pensaba en Crouch y en el padre le había robado. Tasha, sin embargo, no había
desaparecido aún. —La encontraremos —repitió y esta vez se movió más cerca,

276
El Club de las Excomulgadas
ignorando el escozor del miedo al tomar su rostro entre sus manos, haciéndole
saber que ella estaba allí, y, sí, que ella lo entendía.

Poco a poco, sintió la tensión ceder en él, y se desplomó de rodillas en el suelo, y


ella bajó con él, sosteniendo su cabeza contra su pecho. —Sara —susurró. —
Pensaba que estaría aquí.

—La encontraremos. Apuesto a que la División tiene una ventaja. Le daremos


seguimiento. Luke —dijo ella, con el corazón roto por él —Haremos lo que sea. —
ella inclinó el rostro hacia él y esperó hasta que reconoció su mirada. La bestia
estaba allí, temblando bajo la superficie, pero Luke estaba en control ahora. A
duras penas. Sara sintió un escalofrío de miedo, pero no lo puso en libertad. Ella

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acarició con sus dedos su mejilla.
—La encontraremos —le prometió de nuevo. Y nunca había querido decirlo más
en su vida.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 28
—Una persona que trabaje en el Slaughtered Goat podría saber dónde está Caris —
le dijo Luke a Bael Slater. —Si hay alguna pista, quiero que la sigas.

—No hay problema. —el enorme vampiro se echó hacia atrás, con la sillita
crujiendo bajo la tensión. Estaban en un pequeño bar cerca de la División al que
Luke había ido después de que Sara hubiera vuelto a la oficina con su equipo. —La
División no tiene nada, ¿eh?

—No tienen una mierda —dijo Luke, tomando un sorbo de su Glenfiddich. —


Volveré a la escena del crimen. Trataré pescar alguna escencia.

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— ¿La División no investigó esa línea?

—Los vampiros en el equipo por lo menos son cuatro siglos más jóvenes que yo —
dijo Luke.

—Sus sentidos no están tan bien afinados.

—Puede —dijo Slater.

—En este momento, hasta los puedes valen la pena seguirlos. —su amigo se
levantó. —Estaré en contacto —Luke comenzó a ponerse de pie, pero fue
sorprendido por el sonido afilado de su teléfono. Lo sacó rápidamente del bolsillo
de su guardapolvo, con la esperanza de ver el nombre de Tasha en el identificador
de llamadas. En cambio, el teléfono identificador de la persona que llamaba era
TQ.

— ¿Qué has averiguado? —le preguntó sin preámbulos. Luke había llamado a los
genios después de que se separara de Sara, exigiendo la satisfacción de la
asignación fallida de Tariq la primera noche.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Aún escocés, Luke? —Tariq le preguntó, mientras Luke levantaba su vaso. —


¿Aún sólo malta? —Luke ocultó su sonrisa detrás del cristal mientras sus ojos
buscaban en la habitación. Tendría que haber esperado que la astuta criatura
estuviera cerca.

No encontró a los genios, pero su sangre caliente golpeó cuando vio a una mujer
esbelta, con pelo corto oscuro y ojos felinos. Caris. Se puso de pie, volcando la
mesa en su prisa, pero un segundo después se había ido.

Ella no se había transformado en niebla, se había ido, o sus ojos le estaban jugando
una mala pasada. Se obligó a bajar su ola de descontento y se concentró en la

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búsqueda de Tariq, en última instancia localizándolo en la puerta trasera.

—Dime lo que sabes —le exigió Luke.

—Eso depende. ¿Eso nos pondrá a mano?

— ¿Qué te dice tu conciencia, Tariq? Fuiste tú quien me ha hecho daño. ¿Eso


equilibra la balanza?

—Así es.

Luke se quedó en silencio, recordando el frío de la noche en Munich, muchos siglos


antes.
—Maldita sea, Lucius, así es.

No era así, pensó Luke. Sin embargo, ese punto podría plantearse en una cita
posterior. —Cuéntame.

— ¿Entonces estaremos a mano?

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El Club de las Excomulgadas

—Yo no he dicho eso.

—Maldita sea. Bien. Me dejarás bajo tu maldito dedo pulgar el resto de mi vida
natural.

—Son las contramedidas, mi amigo. Dime lo que sabes del dispositivo de detención
y de sus medidas.

—Te freirá el trasero si te libras de él —dijo Tariq.

—No recuerdo haber dicho que era mi propósito. Soy un amante del conocimiento,

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Tariq. Conocimiento por conocimiento.

—Maldita sea —dijo Tariq. —Es tu trasero. Lo que sea. Es un sistema a prueba de
fallos.

—Me lo esperaba.

—La Sección de Seguridad puede liberarte del dispositivo con la debida


autorización de Bosch o Leviathin.

— ¿Y del juez? —Luke le preguntó, pensando que quizás Acquila no había sin
embargo, acabado su utilidad.

—Nada. Una vez concedida la libertad bajo fianza, está fuera del circuito.

— ¿Así que Bosch y Leviathin son la llave?

—Esa es la belleza —dijo Tariq. —El sistema también está ligado a los fiscales y al
investigador principal.

280
El Club de las Excomulgadas
Luke se puso tenso, con sus posibilidades bailando delante de él. —Dilo de nuevo.

—Lo sé —dijo Tariq casi vertiginosamente, y luego repitió. —Dulce, ¿eh?

— ¿Juntos? —preguntó Luke, haciendo caso omiso de los genios. — ¿Doyle y los
fiscales tienen que estar juntos?

—Cualquiera puede hacerlo —dijo. —Bosch, Doyle, Constantine. Pero no pueden


hacerlo de forma remota. Tiene que ser en la División, en la Sección de Seguridad.
Meter la clave en el acceso al sistema primario, después introducir el código de
abortar.

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—Interesante —dijo Luke. Le daría mucho placer arrastrar el trasero de Doyle de
vuelta a la División y hacer que él para-demonio hiciera lo que fuera para dejar a
Luke en libertad. Pero a pesar del placer de eso, que sin duda derivaría en tal
aventura, tenía que admitir que los riesgos eran enormes, así como cualquier
intento de utilizar a Bosch. Frunció el ceño, no contento con las posibilidades. —
¿Hay alternativas? —le preguntó Tariq. — ¿Quién instaló el respaldo?

—Lucius —dijo Tariq. —Toma el camino fácil.

—No hay camino fácil —respondió Luke. —Hablaremos de nuevo. —y luego,


antes de que Tariq pudiera protestar, terminó la llamada y pensó en Sara.

En un momento, la utilizaría sin dudarlo, pero ese tiempo aún estaba lejos.

Pensó en Sara y su sentido de las reglas, de la justicia. Nunca estaría de acuerdo en


hacer eso, y más que eso, sabía que no podría pedírselo. Tenía que haber otra
forma, pensó, mientras se levantaba para irse, y de alguna manera la encontraría.

Sara se despertó sobresaltada, despertó sobresaltada por un fuerte golpeteo en la

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El Club de las Excomulgadas
puerta. No era que le importara demasiado. Se había tambaleado en el borde de
otra pesadilla, pero ya que eran las dos de la mañana, era muy posible que el
visitante pudiera ser peor que los sueños que la atormentaban.

—Voy —gritó, cogiendo una bata. Corrió hacia la puerta, mirando por la mirilla, y
se encontró mirando al sexy de Luke, con el rostro con el ceño fruncido. Ingresó el
código de la alarma, abrió la puerta, y pronto descubrió la razón de su ceño
fruncido, cruzando el pasillo, su vecina, la señora Fitzhugh, estaba de pie en la
puerta con rulos, con una expresión impresionada y de desaprobación.

Y ¿por qué no? Con su abrigo largo y oscuro, con sus ojos de guerrero, y la cicatriz
que atravesaba su mejilla, Luke parecía decididamente formidable. —Está bien,

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señora Fitzhugh. Es un amigo —que no era en lo más mínimo preciso. Los amigos
no la fundían con una sola mirada. Y sólo alrededor de Luke sentía como si su
cuerpo fuera un fuego que sólo él podía extinguir.

Y, se dio cuenta de que ella lo estaba introduciendo en el interior, y que le había


traído una flor. Ella acarició con sus dedos los pétalos suaves del ave del paraíso. —
Es hermosa. Gracias. —frunció el ceño, mirando más de cerca la flor, y luego su
expresión fue un poco tímida. — ¿Dónde la conseguiste?

—En el jardín frente a tu edificio —admitió. —No hay muchas opciones a las dos
de la mañana.

Ella se mordió una risa. —No, creo que no. —se dirigió hacia la cocina a buscar
agua para la flor. — ¿Entonces por qué estás aquí? No hay noticias acerca de Tasha
—agregó. —Ya me lo hubieras dicho.

—Deseaba verte —dijo con su voz de alguna manera a la vez fuerte y vulnerable.
—Esta noche he seguido la pista de Stemmons. Siguiendo a distancia cada una de
tus escenas del crimen original, lo mejor que pude. No he encontrado nada.

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El Club de las Excomulgadas

—Lo siento mucho.

—Después vine aquí. Estás en mi cabeza, Sara. Escucho tu voz. Huelo tu perfume.
Siento tu tacto. —sus hombros se levantaron. —Y tuve que venir.

Su corazón se disparó en su pecho. —Oh. —ella tragó, sabiendo que no debía decir
más, pero no pudiendo permanecer en silencio. —Estoy feliz de que lo hayas
hecho.

— ¿De verdad?

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—Probablemente estamos rompiendo un montón de reglas.

Él se acercó a ella. —Por extraño que parezca, nunca he sido bueno siguiendo las
reglas.

— ¿Por qué creo eso?

—Pero las reglas son importantes para ti —dijo. Él le acarició la mejilla, lo que le
dio ganas de romperse y ronronear. — ¿Quieres que me vaya?

Ella vaciló, sabiendo que por el bien de su salud mental, y, posiblemente, por su
trabajo, debería mentirle. En cambio, le dijo la verdad. —No. —ella miró su cara,
con sus líneas perfectas, clásicas, marcada por la cicatriz de la guerra. Un rostro que
había visto la muerte y un hombre que se había forjado seguramente miles de veces.
Sin embargo, en ese momento él estaba mirándola con tanta ternura que la hizo
sostener el aliento en la garganta. —No —repitió con voz algo más que un susurro.
—Quiero que te quedes.
—Bien —dijo él, con la simple palabra transmitiendo una gran cantidad de
emoción. —Déjame abrazarte.

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El Club de las Excomulgadas

Ella vaciló un momento y luego se movió y apretó su mejilla contra él. Luke
suspiró, con su pecho subiendo y bajando debajo de ella, firme y tranquilo.

—Luke —comenzó, luego se detuvo. No le dijo que deseaba que las cosas fueran
diferentes. Que se hubieran conocido en otras circunstancias. En cambio, le dijo la
más básica de las verdades. —Yo… No importa lo que sienta por ti, haré mi
trabajo.

— ¿Crees que no lo sé?

Ella inclinó la cabeza para mirar su cara. —No parece que te moleste demasiado.

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—Haces lo que debes hacer —dijo. —Como yo.

Ella tragó, sabiendo que, como fiscal debería presionarlo, tratar de determinar si
tenía la intención de huir, y si era así, cómo. Como mujer, sin embargo, no quería
saberlo. Ni siquiera quería pensar en ello. Porque si se quedaba, sin duda iba a ser
ejecutado por asesinato. Y si se iba, ella nunca volvería a verlo. Imposible. —Nos
hemos encontramos en el momento equivocado —susurró.

— ¿Cuándo lo hubieras preferido?

Ella se rió, pensando en la pregunta. —No sé. ¿En los años treinta? Las
probabilidades de que no hubiera sido abogada en aquel entonces son altas.

—A menos que no habías nacido —dijo, con sus dedos acariciando su espalda con
pereza. —Y tan inconveniente como pueda ser para nosotros, soy aficionado a la
mujer que eres.

—Yo también —admitió. —Aun así, habría estado bien. Para estar contigo, sin
todo este ruido que nos rodea. —pensó de nuevo, disfrutando del juego, de la

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El Club de las Excomulgadas
fantasía. —Una vez más, tal vez no en los años treinta. Tal vez en la década de
1800, y podría haber vivido con los vestidos fabulosos del Sur.

—Ah, pero entonces tendría que trabajar muy duro para liberarte de tu corsé.

Su respiración se enganchó mientras ella lo imaginaba desvistiéndola. —Si fueran


tus dedos los que me desabrocharan —admitió, —no estoy segura de que importe.

—A mí tampoco.

Se le ocurrió de repente que él seguramente tenía experiencia real con los corsés, y
el darse cuenta fue a la vez fascinante y abrumador. — ¿Estuviste aquí durante la

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Guerra Civil? ¿Durante la revolución americana?

Su risa pareció retumbar a través de ella. —Si te digo que estuve, ¿huirás?

—No —susurró, tratando de imaginar todo lo que habría visto, lo que habría
experimentado. Haciéndola esperar que tener ochenta años o así pareciera
insuficiente y endeble. —Mi padre te hubiera amado —dijo e inmediatamente dio
marcha atrás. —Quiero decir, por tu historia. Le encantaba la historia, y eres como
un archivo ambulante. Es... es abrumador.

—Entonces, estamos a mano —dijo, —porque me abrumas también. —sus palabras


parecieron tropezar con su piel, como una piedra rozando un charco de agua,
enviando ondas de placer hacia fuera por encima de su cuerpo. Ella lo deseaba, no
tenía sentido negarlo, y sin embargo, sabía muy bien que ir más allá sería una mala,
mala idea.

—Luke…

—Shhh —rozó sus labios sobre su pelo, y luego metió un dedo debajo de su barbilla
y levantó su cara a la suya. Ella contuvo el aliento, sabiendo que debería protestar,

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El Club de las Excomulgadas
incluso fue tan lejos como para formar las palabras en su cabeza. Pero nunca le
salieron, y cuando su boca la rozó, ella gimió con placer del hecho.

El beso fue suave y lento, como una promesa de placeres futuros, y su cuerpo se
disparó con anticipación, con sus pechos y muslos doloridos reuniendo calor entre
ellos. Ella apretó sus manos, tomando su camisa entre sus dedos, y abrió la boca a
la suya.

—Sara —susurró con sus labios rozando su oído de una forma maravillosamente
excitante.

—Me gustaría tenerte en la cama.

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No le dio tiempo a responder, simplemente inclinó su boca sobre la de ella mientras
él la atraía hacia sí hasta que sus cuerpos se apretaron, y pudo sentir cada
centímetro de él, incluyendo su creciente excitación. Ella gimió, con sus labios
dejando escapar el sonido, y él lo aprovechó plenamente, deslizando su boca sobre
la de ella con avidez. Su boca era suave y firme, y deslizó su lengua por sus labios,
entre ellos, profundizando el beso de su cuerpo caliente bajo su toque.

Cada centímetro de su piel se estremeció, y sus bragas se pusieron húmedas por la


necesidad. Ella se movió, deseándolo, y se apretó más contra él. —Luke.

Él robó su nombre de sus labios con un beso, caliente y exigente. Sus manos
estaban sobre sus hombros, y la empujó, duro, en el sofá, y el fuego lento de la
pasión se transformó en algo desesperado y exigente.
Ella se movió debajo de él, deseando sentirlo, tener más de él, y lo oyó gemir, con
su cuerpo abrumado por el simple toque, exquisito de sus labios en los suyos.
Cuando añadió sus manos a la mezcla, cuando él se movió para quedar a
horcajadas sobre ella y sus manos se deslizaron dentro de su túnica y debajo de su
camiseta, su mente pareció ceder. No había manera, no había manera posible, de
que pudiera sobrevivir a su embestida, a ese éxtasis.

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El Club de las Excomulgadas

—Deseo verte —con grandes movimientos, él empujó su camisa. Su boca se cerró


sobre la de ella, jugando con su erecto pezón a través del delgado algodón. Eso
envió choques deliciosos por su cuerpo, haciéndola perderse. Preparándola.

—Desnudo —susurró ella. — ¿Por qué no estás desnudo?

—Creo que puedo remediar eso —dijo, y luego retrocedió para trabajar en los
botones de su camisa.

—No —dijo ella, con sus dedos ágiles haciéndose cargo, disfrutando de la delicia
de tocarlo. De estar totalmente perdida dentro de él.

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Ella se sacó la camisa abierta y extendió las manos sobre su pecho, con el frío metal
de la banda que llevaba presionando su palma. Cerró los ojos, deseando que
pudiera desaparecer.

—No está ahí —dijo. —Esta noche, no hay nada que se interponga entre nosotros.
—habló con fuerza, con sus manos llegando a la copa sus pechos, jugando con su
tormento y ella se arqueó contra él hasta que cualquier pensamiento de discutir se
fundió en su cerebro.

—Eres tan preciosa.

Con los ojos cerrados, ella sonrió. Ella pensaba lo mismo de él, y cayó sobre él con
avidez, con la boca en su pecho, cuello, mejilla y cicatriz. — ¿Cómo…?

—Un altercado con una espada antes de que me convirtiera —dijo con una sonrisa
irónica. —La espada ganó.

Mientras ella se reía, él la tomó por los hombros, rodándola para que quedara
atrapada debajo de él, con sus manos y boca ocupadas en enviar todo tipo de

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El Club de las Excomulgadas
sensaciones a través de ella. Su boca se cerró de nuevo sobre su pezón, con su
placer por la sensación tan aguda que era casi dolorosa, ciertamente insoportable.
Ella se retorció contra él, contra sus propias emociones turbulentas, con la espalda
arqueada hacia él hasta que luchó por dar un grito de placer. Mientras luchaba por
no pedirle más, más, más rápido. Él parecía saber lo que ella deseaba de todos
modos, y sus ágiles dedos se hundieron, y luego le arrancó las bragas con un
gruñido. Después sus manos estuvieron sobre ella, como ventosas, con sus dedos
encontrándola húmeda y necesitada, y con su gemido de satisfacción casi lo
suficiente alto como para mandarla por encima del borde.

Cuando puso la boca tan íntimamente en ella, sobrepasó el borde, llegando a


cubrirla, enviando choques a reverberar por su cuerpo, tan intenso que no tuvo más

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remedio que aferrarse a su espalda por temor a que si no, su cuerpo explotaría con
la intensidad del mismo.

Oleada tras oleada, él continuó su asalto sensual, hasta que ella no pudo aguantar
más y gritó de satisfacción, para que la besara.

Él se irguió, con sus labios aún calientes por haberla degustado, encontrando su
boca, maltratándola, tomándola. Reclamándola.

Ella luchó por liberarlo de sus pantalones vaqueros, y una vez que estuvo desnudo,
se levantó sobre ella, como un dios oscuro, como un feroz guerrero, y ella llegó por
él, queriendo ser su despojo, su campo de batalla, y sabiendo que la llenaría. Su
cuerpo, sus emociones, sus deseos más profundos.

Su cuerpo temblaba de emoción, y le susurró una sola palabra. —Ahora —eso fue
todo lo que hizo. Sus ojos se oscurecieron con deseo, sus dedos presionaron sus
muslos separándoselos, y luego dándole un asalto sensual, erótico, mientras la
penetraba. Ella gimió, tan húmeda y tan lista, abriendo su cuerpo para él,
acogiéndolo, atrayéndolo dentro. El placer era exquisito, y ella se resistió en su
contra, haciendo coincidir sus estocadas, con la creciente necesidad dentro de ella

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El Club de las Excomulgadas
otra vez mientras le gritaba para que no parara, para que nunca, nunca parara. Su
tacto era una promesa, sus estocadas una caricia, y mientras viajaba hacia arriba,
arriba, arriba, supo que él iría con ella.

—Ahora —dijo él. —Por los dioses, Sara, ahora. —ella explotó. Destrozada. Con
su cuerpo, su mente, mantenido sólo por la fuerza de su voluntad y sus manos
firmes sobre ella.

—Luke —el nombre fue suave, como un tributo, y la atrajo hacia sí.

—Ah, Sara. Mi Sara.

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Y en ese mismo momento, con los brazos apretados alrededor de ella y su cuerpo
caliente y saciado, casi podía creer que ella era suya. Casi podía creer que de alguna
forma, de alguna manera, tendrían una oportunidad.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 29
La seguridad en la casa de Malibú de Lucius rivalizaba a la del Palacio de
Buckingham, pero no era impedimento para un hombre como Serge. Se deslizó a
través de las defensas en momentos simples, luego entró entre las sombras que
merodeaban dentro de la casa de su amigo. El océano, se dijo, mirando las sombras
con temor. No era manifestación de sus pesadillas.

La casa estaba encaramada en la playa, con el muro oeste completamente de vidrio.


Y esa noche, la luna se reflejaba sobre el tormentoso mar, con las sombras dentro
de la casa a la vez hermosas y aterradoras.

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Resopló fuerte, jugando con su propia estupidez. Un hombre como él, saltando en
las sombras. Un hombre que podía matar con sus manos o colmillos, que había
hecho exactamente eso muchas veces. El pensamiento lo avergonzó.

No más.

Primero, tenía que encontrar Tasha. Eso, se lo que debía a Lucius.

Levantó la nariz y respiró profundo, buscando su aroma sutil en el aire. Pero,


cuánto tiempo había estado ausente no lo sabía. Días, tal vez. O tal vez sólo unas
horas. Un aleteo de esperanza bailó en su pecho, y siguió el olor, en busca de su
cuarto, esperando en vano que hubiera regresado a ese lugar.

Encontró lo que buscaba en el segundo piso. No a la chica, sino la habitación que


había tenido. Una habitación infantil, la habitación de una niña. Blanca y rosa, con
muñecas de porcelana en los estantes que corrían a lo largo de la pared, a un pie
más o menos bajo el techo. Inocentes muñecas, pero ella no era inocente. Ya no era
así.

Podía recordar haberla mirado, olido. Y había echado en falta la sensación de ella.

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El Club de las Excomulgadas
Un gruñido bajo salió de su garganta, y su pene, duro y listo, golpeó contra la
costura de sus pantalones. El demonio quería salir a jugar. No.

Maldita fuera ella.

Y maldita fuera él mismo y su demonio dentro. Él no sucumbiría, no podía destruir


su inocencia.

Excepto que la inocencia se había ido, y él había visto algo nuevo en ella. Pero si
había estado allí antes, o si la había corrompido Braddock, no lo sabía. Todo lo que
sabía era que la deseaba.

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Sí, quería encontrarla por su amigo, para satisfacer su obligación. Para asegurarse
de que estuviera a salvo. Y se dijo que era el lugar donde terminaba su motivación.
Sin embargo, era mentira. Él la deseaba. Él. Serge. Un Demonio. Por los dioses,
cómo la deseaba.

Podía sentirla, con su olor envolviéndolo, acariciándolo. Calmándolo. Se quedó


allí, sin moverse, ni siquiera para respirar. Y entonces alcanzó una de las muñecas
de porcelana de Tasha y lenta y deliberadamente la lanzó contra la pared.

Luke dejó la casa de Sara mucho antes del amanecer, y ahora los faros del
Mercedes cortaban una ruta a través de la noche mientras maniobraba por la
curvatura de los cañones de Malibú. Le hubiera gustado quedarse, le hubiera
gustado haber hecho el amor una y otra vez, pero necesitaba estar en casa durante
las horas del día. Podía no ser capaz de cazar o de acechar, pero podría usar el
teléfono y el ordenador, y por la noche el tiempo se reduciría de nuevo, tendría una
ventaja sobre Tasha. Sobre Caris.

No había terminado aún.

291
El Club de las Excomulgadas

Su teléfono sonó, y pulsó el botón del altavoz, y escuchó la voz profunda de Slater
llenando el coche.

—No hay nada todavía —dijo Slater, —pero tengo una cuenta en unos pocos para-
demonios de personal que dicen que entraron a la Slaughtered Goat sobre el tiempo
en que Caris apareció por primera vez. Les seguiré la pista, veré lo que saben.

—Vuelve a mí tan pronto como lo hagas.

—No hay problema. Otra cosa, sin embargo, mi amigo. Algo de mierda cayó aquí
el otro día. ¿Tal vez has oído hablar de eso? —Slater le preguntó, con tono de dejar

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en claro que sabía exactamente que había matado a Hasik.

—He captado algunos rumores —dijo Luke. — ¿Y qué?

—Al parecer, hubo un testigo. La División ya lo llamó —Luke se tragó una


maldición y el pensamiento de Sara. De la manera decepcionada en que lo miraría
cuando se reunieron de nuevo. —Interesante.

—Pensé que lo creerías así. Te mantendré informado— ,dijo Slater, luego colgó
mientras Luke consideraba ese nuevo inconveniente. Alinda. No había otra
explicación. El elfo de Nick había desaparecido y lo había delatado.

No era, sin embargo, un problema que se pudiera abordar ahora, así que lo puso
fuera de sí, centrándose en cambio en deslizar el coche en el garaje, y luego en
caminar dentro de su casa frente al mar. No era tan conveniente como la casa en
Beverly Hills, pero echaba de menos el sonido del mar. Además, no tenía ningún
deseo de pasar sus noches rodeado por el persistente aroma de Ryan Doyle y su
equipo RAC.

No había luces encendidas en la casa, sin embargo, al momento en que Luke abrió

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El Club de las Excomulgadas
la puerta, supo que alguien había estado allí. No Tasha, sin embargo. Serge. Luke
se puso tenso, con sus fosas nasales abriéndose, con los hombros girando a una
posición de lucha mientras su paciencia llegaba al punto de ebullición.

Retrocede. Retrocede y mantén al demonio en el puerto.

Este no es el momento, se dijo. No es el momento de perder el control. No cuando


había tanto montado sobre él para que mantuviera la calma. Para que pensara en
lugar de actuar.

—¡Serge! —llamó. — ¿Dónde diablos estás? —no hubo respuesta.

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—Maldita sea, Serge. Esto lo hacemos ahora o lo haremos más tarde. Elige —el
silencio se hizo eco de regreso. La casa estaba vacía.

El océano.

Al momento en que el pensamiento entró en su cabeza, Luke supo que era el lugar
donde estaría Serge. Como él, Serge había tenido siempre una afición por el mar.
Por la picadura de la sal en la niebla, por el tirón de las corrientes, y el misterio de
las profundidades negras, insondables. Bajó a la terraza de atrás, luego bajó por las
escaleras a la playa privada, a la arena que brillaba a la luz de la luna.

Al principio, pensó que se había equivocado, porque no vio señales de Serge. Luego
miró de cerca y vio la silueta de un cuerpo tendido en la arena, con las olas
rompiendo sobre él. Se fue hacia el agua, luego se puso sobre su amigo, que estaba
tendido en la arena.

—Levántate —dijo Luke, extendiendo su mano izquierda a su amigo para


ayudarlo, con el fuego lento de la rabia y de la repugnancia cada vez mayor dentro
de él.

293
El Club de las Excomulgadas

—Vete a la mierda. Estamos jodidos de todos modos, ¿no? —Serge se puso en pie.
Y cuando el otro hombre se estabilizó, Luke llegó de vuelta con su brazo derecho y
golpeó a su amigo y compañero de Kyne duro en la cara, tirándolo hacia abajo
sobre la arena. Cayó sobre él, entonces con su mano extendida sobre el corazón de
Serge.

— ¿Te acuerdas? —le susurró. — ¿Te acuerdas de lo que hicimos? ¿En el pueblo a
las afueras de Praga? ¿Cómo nos hicimos cargo de la ciudad? ¿Cómo hemos
acabado con nuestra competencia? —sus dedos se cerraron sobre el pecho de Serge,
con sus uñas en su piel. —Sólo hay dos maneras de matar a un vampiro, amigo.
Una estaca en el corazón o una cuchilla en la cabeza. Pero el corazón no tiene que

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estar dentro del cuerpo de los vampiros para vivir. ¿Te acuerdas, Sergius? ¿No te
acuerdas cómo les sacamos los corazones? ¿Cómo se alinearon, y cómo dejamos
que nuestras víctimas vieran como uno a uno los apostábamos en el olvido?

Sus ojos se encontraron con los de Luke, con el dolor evidente tras el demonio de
fuego. —Me gustaría morir antes de ser ese monstruo de nuevo.—

—Yo no te daría la satisfacción —le espetó Lucius mientras el demonio se


levantaba con furia, acicalándose y rugiendo y listo para la pelea. —La perdiste —
le dijo entre dientes, mientras sus puños caían sobre su amigo, en la cara, hueso y
cartílago cortándolo con su asalto. —Yo confié en ti, y tú la perdiste. La tocaste.
¿La follaste, Serge? ¿Follaste a mi protegida? —la respuesta era irrelevante. Era sólo
la ira lo que importaba. Tan caliente como el acero fundido, tan agudo como
cualquier hoja, y con el demonio alimentándose de ella. Probándola. Chupándola.
Y, sí, haciéndola fuerte.

Con dedos como garras, se agachó, con la mano sobre el corazón de Sergius
mientras lo agarraba, duro, queriendo rasgar su carne, queriendo hundirlas en sus
músculos. Muy adentro, una voz le gritó que se detuviera, que esperara, pero había
ido demasiado lejos, y pronto el hombre al que había llamado una vez un amigo se

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El Club de las Excomulgadas
había ido, también, sin su demonio adoptado medidas, después de haberlo librado
de los traidores y necios.

Manos calientes agarraron sus muñecas, y Lucius miró los ojos de Sergius. Serge
podría haber querido morir, pero no se podía decir de su demonio, y Lucius dio un
rugido de satisfacción cuando la bestia se reunió con él, desafiándolo en un
combate. Una pelea dura será esta, pensó, mientras Serge se levantaba y pegaba su
frente en la de Luke haciéndolo retroceder.

Serge no desaprovechó la ventaja, saltando y atacando, con el demonio dentro sin


dudar, sin planear o considerar nada.

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Habían sido convertidos el mismo día, y ambos, hombres y demonios eran iguales.
Esta noche, sin embargo, Serge mantenía la ventaja, ya que su demonio corría
salvaje. Lucius sabía el costo, y se contuvo, determinado, incluso dentro de las
garras del demonio de fuego que se aferraba a su pizca de humanidad y cordura.

El talón de Serge cruzó la mandíbula de Luke, haciendo sonar sus dientes, y Lucius
consideró que su cordura estaba sobrevalorada. Corrió, acomodando su pierna para
golpear a Serge antes de que la patada llegara de nuevo al centro de su pecho. Serge
perdió el equilibrio y presionado por la ventaja de Luke, cayó duro sobre su amigo,
su enemigo, su hermano.

No tenía una estaca, pero al parecer no era importante en ese momento. Aplastó
sus manos a los lados del cráneo de Serge. La decapitación mataba también a un
vampiro, y en ese momento, Lucius pudo rasgar la cabeza del bastardo
arrancándosela.
Muy adentro, Luke se movió hacia atrás, tratando de controlarse. Tratando de salir
a la superficie. En la playa, Lucius se mantuvo firme, con los ojos en la cara de
Serge, saboreando el momento en que el demonio fuera destrozado.

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El Club de las Excomulgadas

—No lo hice —dijo Serge, con los ojos brillantes color rojo, pero con su cuerpo se
cojeando.

Lucius dudó, con el demonio teniendo cuidado, buscando un pequeño truco. —


Habla—exigió Lucius.

—No la toqué —repitió Serge, con el desvanecimiento del fuego de sus ojos. —Te
lo juro.

Dentro de Lucius, la parte que aún era humana luchó, tomando ventaja de la
sorpresa del demonio, y finalmente, latiendo bajo. —Serge —susurró, quitando su

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apretón de la cabeza de su amigo. —Por los dioses, Serge.

—No hemos luchado así en más de cinco siglos —dijo Serge, tomando bocanadas
profundas de aire. —Ahora recuerdo por qué—se dio la vuelta sobre su costado. —
Siempre me ganas.

— ¿Eres tú?

—Por ahora —dijo Serge. —No sé por cuánto tiempo. Viene… —dijo. —…Y se
queda.

—Vas a tener que encontrar la fuerza para luchar —dijo Luke, temeroso de que la
fuerza se desvaneciera en él. Era demasiado fácil para el demonio salir esa noche.
Era necesario liberarlo si iba a ser aplastado hacia atrás, dócil, en su interior.

—Mi demonio no es el problema —dijo Serge. —Tasha se ha ido. Graylach fue


sacrificado. Tus enemigos, Lucius…

—Lo sé —dijo. —Caris se la ha llevado.

296
El Club de las Excomulgadas

— ¿Caris? —Serge preguntó con clara confusión.

Luke mantuvo su voz plana, sin emociones, y le dijo a su amigo todo lo que había
sucedido.

— ¿Qué puedo hacer?

Luke se desabrochó la camisa. — ¿Quién diseñó este dispositivo? —vio que las
cejas de Serge se levantaban, mientras él se acercaba y tocaba el frío metal.

—Había oído hablar de ellos, pero nunca he visto uno antes. —miró a Luke. —

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Alguien con un gran poder hizo esto.

— ¿Puedes encontrarlo?

—Tal vez. Si no, puede haber otra solución. Te dejaré dicho cuándo y dónde te
reunirás conmigo esta noche, y veremos qué se puede hacer.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 30
—No hay nada nuevo con la ubicación Stemmons —dijo Sara, colgando la llamada
de Porter y volviendo la cara de su equipo. —Por lo tanto, cambiaremos la marcha
por un momento y nos centraremos en el asunto Dragos. Tenemos tres semanas
hasta el juicio.

Su atención se movió a Doyle y a Tucker mientras J’ared entraba y se sentaba.

— ¿Qué más me tienen ustedes dos sobre la violación?

—Hemos recorrido a cinco víctimas —dijo Doyle. —El juez fue un maldito patán,

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y un infierno sobre ruedas para guardar secretos. Pero una vez que tiramos del hilo,
todo comenzó a desmoronarse.

— ¿Y de Tasha?

—Ni una palabra, ni un susurro. —Doyle entrecerró los ojos mientras la miraba. —
¿Alguna vez consideró que Dragos le estuviera tirando una cortina de humo a su
falda?

— ¿De qué estás hablando?

—De que él sabía que Braddock era un sucio, y que te está lanzando este montón
de tonterías pensando que harás exactamente lo que estás haciendo.

—No te lo compro. —había visto el dolor en los ojos de Luke. De ninguna manera
iba a creer que estaba tomándole el pelo. —Así que quiero seguir buscando. Y
también quiero que haya entrevistas con las víctimas de otras violaciones. Haré que
Martella haga copias y se las envíe a Dragos.

298
El Club de las Excomulgadas

— ¿Estás bromeando conmigo? —Doyle dijo junto a ella, Tucker casi se ahogó con
sus patatas de sal y vinagre.

Ella se volvió a J’ared. —Esta regla se aplica aquí, también, ¿no? ¿Si encontramos
evidencia que pueda ayudar a la parte demandada, tenemos que entregársela?

—Lo comprobaré —dijo J’ared. —Estoy bastante seguro de que los humanos
copiaron eso de nosotros. Una encarnación anterior de la PEC establece esa regla,
oh, alrededor del año 600 aC. —él frunció el ceño. —Tal vez en el 1600 aC en
cualquier caso, antes de eso, cualquier cosa valía.

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—La lectura a la regla es muy amplia, ¿no? —Doyle dijo, con su sangre corriendo a
sus mejillas y sus ojos parpadeando en rojo a juego. —Maldita sea, Constantine,
¿quieres que el chico se salve?
—Lo que quiero es justicia —ella apretó la palma de su mano sobre la mesa de
conferencias y se inclinó sobre su rostro. —Y eso significa, agente, que no les
encajaremos a los hombres inocentes una estaca. Así que si encuentra cualquier
cosa que sugiera que Dragos no asesinó a Braddock, o si encuentra cualquier cosa
que sugiera circunstancias atenuantes, las remarcará, sacará copia, y se las enviará
a la parte demandada. ¿Está claro, agente?

—Lo capto —dijo Doyle. —Pero no encontraremos nada. Dragos es un hijo de


puta. Y por una vez, finalmente, obtendrá lo que merece —su teléfono sonó y
respondió con un gruñido, luego miró a Sara con el tipo de sonrisa que la hizo
sentir muy nerviosa. —Bien, bien. Mira lo que tenemos aquí —dijo. —Un doble
asesinato en Van Nuys, y un testigo que jura que fue Dragos.

—Fue él —dijo la chica llamada Alinda, apuntando con un dedo huesudo a una
imagen de Luke.

Sara sintió la boca seca. — ¿Estás segura?

299
El Club de las Excomulgadas

—Totalmente —se volvió hacia Doyle. —Igual que le dije cuando me llamó.
Estaba en el callejón, y lo vi forzar la entrada.

—Hasik y Tinsley murieron la noche del viernes. ¿Por qué lo dice ahora?

Ella se lamió los labios. —Estaba hablando con la gente. Comprobando páginas
Web, las noticias, ya sabes. Nuestras noticias, quiero decir. Y vi su foto. Él es el que
mató al juez, ¿no?

—Lucius Dragos es el demandado en el asunto Braddock —dijo Sara. — ¿Lo había


visto antes?

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—Los de su clase no entran tanto a un lugar como este.

— ¿Los de su clase?

—Vampiros —dijo Doyle. —Este es un bar were-den. En su mayoría, de todos


modos. Conseguirás unos pocos Hellhounds, algunos diablillos. Los vampiros en
su mayoría lo evitan. Las razas en realidad no se llevan bien.

—Pero no entró, ¿verdad? —Sara dijo. — ¿No dices que entró por el callejón?

Alinda asintió. —Hay un teclado. Él lo utilizó.

— ¿Sabía el código?

—Claro —dijo la muchacha. —Entró, ¿verdad? —Sara no se molestó en


responderle.

—Vamos —dijo Doyle. —No sé lo que encontraremos. No se puede captar un aura


sin cuerpo.

300
El Club de las Excomulgadas

—Supongo que tendremos que confiar en el trabajo pasado de moda de detectives


—dijo Tucker, y luego se encogió bajo la mirada oscura de Doyle.

—Casi un desafío —dijo Doyle. —Tenemos un testigo presencial. Este asunto está
envuelto.

El propietario, un hombre corpulento llamado Viggo, los acompañó a una pequeña


oficina en la entrada trasera. No había nada notable en la escena del crimen. La
oficina de la víctima parecía como Sara siempre había imaginado, un poco
descuidada, muy vívida. No fue sino hasta que Doyle pasó su PDA con las fotos de
la escena del crimen que el impacto total de lo que había ocurrido ahí, de lo que

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Luke había hecho, la afectó.

Dos cuerpos parecían cubrir el suelo. Uno de ellos, un hombre corpulento, con el
cuello roto, con la cabeza colgando en un ángulo obsceno. El otro, un ser enjuto
yacía en un charco de su propia sangre procedente de la larga herida en su cuello.

Ella cerró los ojos mientras la bilis le subía por la garganta, con el sabor ácido
persistente en su boca. Había visto miles de fotos de escenas del crimen y decenas
de escenas de crímenes en la realidad, muchos más brutales y sangrientos que estos.

Pero nunca antes había visto una hecho por la mano de Luke.

A su alrededor, Doyle y Tucker inspeccionaban la habitación. — ¿Tiene cámaras


de seguridad? —Doyle le preguntó.

Viggo se encogió de hombros. —Tinsley tiene cámaras. Si se tomó la molestia de


encenderlas…

—Sáquelas.

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El Club de las Excomulgadas

—No se moleste —todos se volvieron hacia la puerta y vio a Nostramo Bosch


entrar en la habitación. La victoria se evaporó de la expresión de Doyle, sustituida
por una fría cautela.

Bosch se volvió a Viggo. —Déjennos.

— ¿De qué diablos estás hablando? —Tucker dijo, al momento en que Viggo cerró
la puerta.

—Fiscalía de discreción —dijo Bosch. —No habrá cargos contra Dragos. No por
esto.

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—¡Al diablo con eso! —Tucker dijo, incluso más fuerte que Doyle. Incluso Sara,
que no tenía deseos de ver a Luke acusado, no pudo comprender la locura de la
declaración de Bosch. Sí, había revisado el expediente. Y sí, había leído la lista de
las cosas terribles que tanto Hasik como Tinsley habían hecho. Pero eso no
significaba que se los deberían cortar a sangre fría. Así que ¿por qué diablos la
División decidía no presentar cargos cuando había dos cadáveres y un testigo?

Bosch, sin embargo, no lo diría.

Doyle dio un paso adelante. —Esto es una mierda. Maldita sea la Alianza
vigilante.— movió un dedo en la cara de Bosch. —No es justo —dijo y con eso,
Sara tuvo que estar completamente de acuerdo.

La luna colgaba pesada y brillante en el cielo, observando en silencio mientras Luke


se movía a través de los gruesos racimos de los árboles. Se movía con propósito, a
pesar de la falta de un camino, nunca con sus pasos vacilantes, sino con su manera
determinada.

Y cuando llegó al claro, se puso de pie a la sombra de un árbol y esperó. Serge le

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El Club de las Excomulgadas
había dicho que se reuniera con él allí, y ahora Luke sólo podía esperar y esperar
que los esfuerzos de Serge por ayudarle a quitar el dispositivo de detención
hubieran valido la pena. Alrededor de él, el bosque estaba quieto, aunque no en
silencio. El ulular de un búho funesto cortó a través de la noche, haciéndose eco de
sus preocupaciones, como si se hiciera eco de Luke. Pasaron los minutos, y Serge
no se presentó.

Inquieto, Luke caminó, con su irritación creciendo, cambiando a temor frío, duro
mientras los minutos se volvían horas.

Serge no vendría. De eso, Luke estuvo seguro.

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Era, sin embargo, igualmente seguro que su amigo no lo traicionaría. Nunca haría
una promesa que no tenía la intención de mantener.

Y eso sólo podía significar una cosa: El demonio dentro de Serge había ganado la
batalla, y su amigo había desaparecido en la oscuridad.

Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó pasos en la maleza. Miró hacia los
árboles, y vio como Nicholas avanzaba hacia él.

—Me despediste —su amigo le dijo sin preámbulos.

—No tuve otra opción. —Luke se volvió, buscando deliberadamente en el claro. —


¿Has venido hasta aquí para quejarte de nuestra relación abogado-cliente?

—He venido a entregarte un mensaje —dijo Nick, con su voz entrecortada por la
emoción.

— ¿Qué? —Luke dijo, preocupado. — ¿Serge?

—El tonto se acercó a Tiberius.

303
El Club de las Excomulgadas

Demonios. — ¿En qué estado se encontraba? ¿Con el demonio cerca de la


superficie? ¿Por qué diablos haría eso?

Pero así como hizo la pregunta, Luke supo la respuesta. Serge había querido
reparar el daño por no haber cumplido su promesa de proteger a Tasha. Incapaz de
encontrar otra forma de liberar a Luke del dispositivo de detención, tontamente se
había acercado a Tiberius, esperando que el líder de los vampiros usara su
influencia y moviera los hilos necesarios. —El maldito tonto.

—Maldito es correcto —dijo Nick. —Tiberius trató de derribarlo. —una pequeña


sonrisa tocó los labios de Nick. —No le fue bien.

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—Se volvió sin escrúpulos.

Nick asintió. —Su demonio está fuera, Luke.

—Entiendo —dijo Luke. Pero por lo menos su amigo era libre. Si Tiberius lo
hubiera capturado, Serge no estaría más.

—Tiberius me ha asignado su búsqueda.

Luke levantó las cejas. — ¿Qué vas a hacer?

Nick se encogió de hombros. —Buscarlo. No necesariamente significa que lo


encuentre.

Luke asintió. Por el momento, al menos, Serge estaba a salvo de Tiberius. De sí


mismo, sin embargo... esa era una cuestión diferente.

—También estoy aquí con un mensaje. Tiberius envía su pesar sobre la traición de
Alinda.

304
El Club de las Excomulgadas

Luke casi sonrió. —Estoy seguro de que lo hace.

—Dijo que te dijera que está dispuesto a hacer desaparecer el problema. No volverá
a morderte en el trasero, Luke. A fin de cuentas, eso es mejor que nada.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 31
La Casa de Malibú de Luke era grande, había sido construida en la ladera de una
colina y estaba al menos a media manzana de la ciudad. Formidable, y sin embargo
atractiva. Igual que su propio dueño. Casi no venía. Lo había hecho, conduciendo
sin rumbo en la noche durante más de una hora, tratando de envolver su cabeza en
torno a lo que había aprendido en el Slaughtered Goat. La verdad era que no sabía
lo que le diría. Lo único que sabía era que tenía que verlo. Tenía que ver al Luke
que estaba en su cabeza, y borrar la imagen del que había cortado la garganta de las
criaturas. Del Luke que le había roto el cuello a Hasik Ural.

El Luke, que había vivido todas las cosas horribles que se describían en su archivo.

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Delitos por los que no había sido procesado, y para los que muertos no tendrían
satisfacción.

Una serie de escalones de madera rodeaban la exuberante vegetación que conducía


a una puerta de acero sólido junto a la cual se encontraba un panel de
intercomunicación. Ella lo apretó, y luego escuchó un leve chasquido. Trató con la
perilla, que se encontró sin seguro, y entró.

— ¿Luke? —llamó, tímidamente al principio, y luego con más energía. —Luke,


¿Estás aquí?

No hubo respuesta, por lo que se movió al interior, cerrando la puerta detrás de


ella.

La casa estaba menos recargada de lo que hubiera esperado para una de esas lujosas
direcciones. En cambio, la encontró hogareña, como para vivir en ella, como si
Luke la hubiera abandonado hace mucho tiempo so pretexto de comodidad y se
hubiera preocupado por agradarla sólo para sí mismo. Eso le gustaba, también. Los
colores eran brillantes. Las almohadas mullidas. Lucius, sin duda, nunca veía la
habitación a la luz del día, pero era brillante y alegre, sin embargo, con una pared

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El Club de las Excomulgadas
de vidrio largo en la parte trasera que daba a una terraza de madera y a una
impresionante vista del Océano Pacífico. Se imaginó allí con él y viendo el
atardecer, y luego sintió una punzada de pesar de que nunca, de hecho, verían el sol
juntos. Una idea tonta, sobre todo teniendo en cuenta su propósito al venir aquí esa
noche.

Excepto, por supuesto, que no estaba segura de cual había sido su propósito, más
que verlo. ¿Esperaba que le negara sus acciones? ¿O le prometiera que nunca lo
volvería a hacer? No era tan ingenua como para creer lo primero, pero no podía
acabar con el temor de él negándose absolutamente a lo segundo. Miedo, porque a
menos que se alejara de la sangre y la muerte no llenara su expediente, sabía que
nunca podrían encontrar un terreno común. Y un terreno común era algo que tan

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desesperadamente quería con él.

—Eres una tonta —susurró. Al fin y al cabo, ¿qué importaba si resolvía una serie de
problemas? Había otro inminente, el juicio. Después de unos minutos de estar sola
en su sala llamó su nombre una vez más, después dejó la sala. No se atrevía a
hacerlo, sin embargo, y en su lugar se movió por la casa, decidida a verlo.

Lo encontró arriba, en la primera habitación del pasillo. Una habitación llena de


colores rosa y blanco, con las paredes llenas de muñecas que se quedaron
mirándola, con sus rostros llenos de suave desaprobación.

Debajo de la audiencia de caras de porcelana, Luke estaba junto a la ventana,


mirando las olas de punta blanca. Él sabía que ella estaba allí, por supuesto. Incluso
aunque su imagen no se hubiera reflejado en el cristal, lo habría sabido
simplemente por el olor de ella.

—Vine aquí a pensar en ella —dijo. —Para recordar la forma en que se sentaba en
la cama y jugaba con sus muñecas. Para hacerme una idea de ella jugando en la
playa bajo la luna, con su cara iluminada con una sonrisa de inocencia. —dijo. —Y
esa perra y su cohorte de humanos la han mancillado.

307
El Club de las Excomulgadas

—Lo siento mucho. Pero todavía creo que la traerás de vuelta. —vio que sus
hombros se hundían. —Lo sé.

El silencio se cernió entre ellos, y aun así él no se dio la vuelta. Tenía que saber por
qué había venido, pero no dijo una palabra al respecto. Este era su tema, su batalla.
E iba a tener que dar el primer golpe.

—Acabo de llegar del Slaughtered Goat —dijo.

— ¿Has venido a detenerme, abogado?

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—No. No habrá ningún arresto en la materia. Asuntos del fiscal. No se presentarán
cargos.

Le pareció ver una mínima holgura de alivio en sus hombros antes de que levantara
la cabeza para que pudiera ver su rostro en el espejo. Él estaba mirándola
directamente con su calor inconfundible, y sintió el deseo revolotear dentro de ella,
a su cuerpo respondiendo a nada más que la intensidad de su mirada. Contuvo el
aliento y se detuvo, decidida a no demostrárselo, y al mismo tiempo con la certeza
de que esos malditos sentidos vampíricos podían oír el ritmo acelerado de su
corazón, y oler su deseo.

— ¿Entonces por qué estás aquí, Sara? —le preguntó, con tono de invitación y de
desafío.

—Por ti. Por mí. Porque no puede haber un tú y yo si continúas haciendo eso.

— ¿Hacer qué? —le preguntó. —Eres un fiscal, Sara. ¿No te han entrenado para ser
más precisa? La palabra que estás buscando es matar.

308
El Club de las Excomulgadas

—Sí, maldita sea, esa es. Y tú no puedes sólo salir y decidir quién vive y quién
muere.

Él se apartó de la ventana para encararla. — ¿Condenas al hombre que mató a


Jacob Crouch?

Ella parpadeó súbitamente comprendiendo. — ¿Tú? ¿Tú mataste a Jacob Crouch?

—Esto es lo que soy, Sara. Es lo que hago. Me aceptes o no. Pero me aseguraré de
que lo entiendas. Todo.

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—No. —ella sacudió la cabeza. —No. No quiero saber eso. No sé lo que esperas
que haga con lo que me estás diciendo.

—Sólo quiero que admitas lo que ya sabes. Que la justicia no se encuentra


necesariamente en la sala de un tribunal.

—El hecho de que yo lo quiera, sólo porque te elogié sin saber siquiera quien eras,
no lo hace correcto.

— ¿Cómo puede estar mal, Sara? Era un asesino, una bestia. ¿Cómo fue correcto
que se le permitiera seguir para infligir dolor a los demás?

— ¿Qué quieres que diga? ¿Quieres decir que lo correcto fue que mataras a Crouch?
Bueno, lo diré. Pero eso no significa que puedas saltar de ese único evento a
volverlo una regla general. Todo se reduce a algo tan básico que es un cliché, el fin
no justifica los medios, maldita sea.

—A veces —dijo Luke, —Lo hacen —dio un paso hacia ella. —Encuéntrame allí,
Sara. Ven por lo menos tan lejos conmigo.

309
El Club de las Excomulgadas

—No sé si puedo —no pudo ocultar el dolor en su voz.

—El mundo no es blanco y negro. Especialmente este mundo. ¿Las historias de tu


padre no te enseñaron nada? El mundo está pintado en tonos de gris, y en un
número infinito de todas las mezclas para hacer un patrón.

—Yo no lo veo de esa forma.

—Entonces no me ves—, dijo. —Hago lo que puedo para calmar mi demonio.

—Seguramente hay otra forma —dijo.

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—Tal vez. Pero no la buscaré. Hay algunas reglas en este mundo nuestro, y una es
moverte a través de él con el demonio abajo. Hay quienes no se adhieren a la regla.
Quién mata a los humanos con alegría y atormenta a los de su propia especie. Los
que no han tratado de someter al mal dentro. Yo les doy caza, Sara. Yo los cazo, y
los mato. Que no es más de lo que me harán a mí.

—Capto eso Luke. Yo. Pero aun así no lo hace correcto.

—Y esa es la diferencia fundamental entre nosotros. Tú ves el bien y el mal,


mientras que yo veo un mal que debe ser detenido. —dio un paso hacia ella, con su
cuerpo tenso, con su expresión oscura. —Una vez fui la misma cosa que ahora
cazo. Y no te equivoques, el demonio vive en mí todavía, y un día puedo no ser lo
suficientemente fuerte como para contenerlo.

—Lo serás —dijo ella con voz débil, con la boca seca. —Lo serás.

Él agarró su muñeca y la atrajo hacia sí, y luego se inclinó para susurrarle en el


oído.
— ¿Estás segura?

310
El Club de las Excomulgadas

Había peligro en su voz, junto con una advertencia. Ella no le prestó atención. En
cambio, lo abrazó, tomando su pulso acelerado, de repente su piel estaba tan
sensible. —Lo estoy —susurró.

Levantó la mano alrededor de su espalda, y él la echó hacia él hasta que sus


cuerpos estuvieron cerca, juntos. —Juegas con fuego, Sara, y sin embargo, cuando
estoy cerca de ti, el demonio ronronea. Tú me sosiegas. Pero ahora no quiero
calmarme. —su boca se aplastó sobre la de ella como un invasor, venciendo
cualquier resto de duda que mantuviera dentro de ella. Su lengua saqueó su boca, y
ella se reunió con él estocada tras estocada, saboreándolo. A escocés y a deseo
caliente y picante. Sus manos se apoderaron de su trasero, atrayéndola más cerca,

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encajándola con fuerza contra la erección que se tensaba debajo de sus pantalones
vaqueros. Ella gimió, con sus manos aferradas al material de su camisa,
sosteniéndose firmemente contra el aumento de las sensaciones que la llenaban, que
la reclamaban y rogaban por más.

Ella rompió el beso, inclinando la cabeza hacia atrás para mirar sus ojos que
reflejaban las profundidades de su propio deseo. —Luke —era una súplica, una
oración, y una invitación, y él aceptó, tomándola en sus brazos y llevándola a la
sala como si no pesara más que una pluma.

—Mi habitación —gruñó. —Mi cama.

Una enorme cama dominaba la habitación, iluminada desde arriba por la luna en el
techo de cristal. Ella todavía tenía bastante de su salud mental como para buscar las
persianas, y encontró la persiana metálica metida a los lados, lista para cerrarse
cuando el alba amenazara el cielo.

—He extrañado sentirte —dijo, dejándola suavemente en la cama, con sus grandes
manos luchando con los diminutos botones de su blusa. —Al diablo —dijo, y tomó

311
El Club de las Excomulgadas
el material y tiró, enviando los botones a volar y haciéndola reír mientras el aire frío
rozaba su piel desnuda.

Su dedo acarició el encaje de su sujetador, trazando la curva de sus senos.

—Tan preciosa.

—Tócame —le rogó, queriendo sentir sus manos sobre sus pechos y el peso de él
pulsando sobre ella. —Tócame ahora.

Él no perdió tiempo en cumplir su mandato. Sus manos rozaron su vientre hacia


abajo, para encontrar el botón de los pantalones de su ropa. Tiró de ellos,

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llevándose su ropa interior a la vez, hasta que se encontró desnuda de la cintura
para abajo, vestida sólo con sujetador y blusa.

—Hermosa —susurró, con sus manos acariciando sus muslos, acariciando la piel
suave y enviando cintas candentes de calor a arremolinarse por todo su cuerpo. —
La ropa —dijo.

—Fuera.

Él se encargó de eso rápidamente, desnudándola mientras ella lo miraba, con su


cuerpo tan magnífico como ella se imaginaba que el de cualquier dios nunca podría
ser.
— ¿Mejor? —le preguntó, deslizándose una vez más, tocando con los dedos sus
piernas.
Ella no pudo responder. Sólo pudo gemir, con el dolor cada vez mayor entre sus
piernas obligándola a guardar silencio. Ella ansiaba su tacto, con el movimiento de
terciopelo de la punta de sus dedos, con su aliento contra su clítoris, con su pene
llenándola. Deseaba todo, todo de él, y estaba absolutamente segura de que moriría
de frustración si no lo tenía todo en ese momento, allí mismo.

312
El Club de las Excomulgadas

—Aquí —dijo ella, tomando su mano de su muslo y con la palma de su mano


presionando su sexo. —Ahora, por favor, ahora.

Un gruñido se levantó de su garganta mientras su dedo se deslizaba dentro de ella.


—Estás mojada para mí, Sara. Dime cuan mojada estás para mí. Cuánto me
deseas.

—Lo estoy —dijo ella, abriendo las piernas para él, entregándose a él. —Lo hago.

Él se movió sobre su cuerpo, explorándolo con su boca a cada paso. Con dedos
hábiles le desabrochó el cierre frontal del sujetador y liberó sus pechos. Su boca se

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cerró sobre su pezón, chupándolo con tal intensidad, que ella pensó que podría
correrse en ese momento. Se alejó, dejándola resentir la distancia, y luego
entrelazó sus dedos en su pelo. —Bésame—murmuró incluso mientras él descendía
con avidez sobre ella. Ella se emparejó con él, con sus bocas uniéndose,
rebelándose, reclamándose.

Entre sus piernas, su erección tembló, dura y lista. Ella se agachó, levantando sus
caderas, con sus manos encontrándolo. Él era como acero de terciopelo bajo sus
dedos, y lo guió hasta a su centro, esforzándose por levantarse, en silencio
pidiéndole que la tomara. Que la llenara. No la decepcionó. Con un gemido de
placer, se empujó poco a poco en su interior, dándole a su cuerpo tiempo para
adaptarse, para tomarlo. Pero cuando estuvo lista, cuando había apretado las
piernas alrededor de él, toda pretensión de sencillez se evaporó mientras empujaba
en su interior, con sus caderas empujándose a un ritmo perfecto mientras su
profundo placer carnal iba in crescendo. La llevó directa hasta el borde, luego se
ralentizó, con el tormento suficiente para que ella gritara, mordiéndole el hombro a
través de la camisa que llevaba todavía. Él no había terminado con ella, sin
embargo, y mientras la penetraba con golpes largos, medidos, su mano se deslizó
entre ellos, con la yema de su dedo pulgar follándola en su boca hasta que fue
placer, y no frustración, lo la hizo presionar sus labios y mantenerlos juntos para

313
El Club de las Excomulgadas
tratar de no gritar mientras se venía, con el mundo estallando en un millón de
partículas de luz.

Sus dedos se hundieron en su espalda mientras él empujaba más y más rápido,


buscando su propia liberación, incluso mientras el último destellos de su orgasmo
se desinflaba y se metía a su alrededor. —Oh, wow —dijo, mientras él se
desplomaba a su lado, tirándola con fuerza contra él, con sus cuerpos conectados
ahora como lo habían estado durante la relación sexual.

—Creo que eso lo resume muy bien —murmuró él, con la sonrisa de su rostro
reflejada en su voz. Se movió, apoyándose en un codo, con su enorme cuerpo
dando sombra al de ella. Trazó con el dedo perezosamente su estómago y hasta

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cerca de su pecho, con el efecto cualquier cosa, excepto relajante.

—Tu cuerpo es como un tesoro —susurró. —Más bella que las estatuas talladas por
los propios maestros.

—Eres muy dulce. Loco —agregó con una sonrisa, —pero dulce.

—Loco, ¿no? ¿Cómo se puede dudar de un hombre que vio a los maestros por sí
mismo?
¿Quién conoció a los modelos personalmente? —había broma en su voz, y ella
luchó para no reírse. —Te aseguro que sé de lo que estoy hablando.

—Eso debe haber sido increíble.

—En ese momento —dijo, —sólo era mi vida. Mirando hacia atrás ahora. Veo la
forma en que el mundo ha cambiado. Sí, fue increíble —se incorporó, tirando de
ella a su regazo y metiéndola cerca de su pecho. —Me encantaría mostrarte mi
pasado. Caminar por Roma, por Gran Bretaña. Contarte las historias de lo que vi
en las calles y de la gente que conocí.

314
El Club de las Excomulgadas

Un profundo anhelo la llenó. —Me gustaría eso. Me gustaría escuchar tus historias.
—se acercó, con su cabeza metida en su pecho de repente melancólica.

— ¿Sara? ¿Qué sucede?

—Tonterías —dijo. —Es sólo que para ti, no soy más que un punto en el
calendario.

—Nunca —dijo él con una convicción tan cálida y fuerte que estuvo segura de que
nada la haría temblar. —Caminaré por la historia contigo, y haremos de esos años
algo nuestro.

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Ella se rió, obligándose a no pensar en el juicio que se avecinaba, en la posibilidad
muy real de su fallecimiento. —Incluso si lo hiciéramos, sería una historia corta. Mi
longevidad es un reto, después de todo.

Él le acarició el cabello. —Para mí, un momento contigo vale más de un siglo con
alguien más.

El sentimiento le encantó y la halagó, y se acurrucó más cerca, y luego levantó la


cara para recibir un beso. —No quiero que esto termine —dijo.

—Entonces asegurémonos de que no lo haga —dijo, y reclamó su boca en un beso.


Haría el amor con ella de nuevo, lento y dulce, y luego la abrazaría hasta que se
quedara dormida en sus brazos. Ella se despertó con las notas de la Oda a la
Alegría de Beethoven, y pensó que el tono de su alarma era absolutamente perfecto.

Ella no quería dejar a sus brazos. No había pesadillas ahí, no había huecos abiertos
entre ellos. Todas sus dudas desaparecían.

Pero no podía quedarse. Se incorporó y sacó las piernas de la cama, y luego sonrió

315
El Club de las Excomulgadas
cuando la mano de Luke se acercó para acariciar su espalda. —Me tengo que ir —
dijo. —Tengo una reunión esta mañana.

— ¿Volverás?

Ella quiso desesperadamente decirle que sí. En cambio, se volvió para mirarlo. —
¿Matarás otra vez?

—Sara…

Ella levantó una mano. —Quieres ser claro, Luke. Para que entienda todo esto. —
ella lo vio endurecerse. —Conozco el funcionamiento del mundo, Luke sé que

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tienes conexiones poderosas con la Alianza, y puedo poner las piezas juntas. Así
que dime ahora si te piden entrar... Si te piden matar, ¿irás? ¿Responderás a esa
llamada?

Ella vio su cambio de inmediato, el endurecimiento de sus funciones, el ligero


retroceso en su boca. —Por supuesto —dijo.

Y supo entonces que a la fría luz del día, nada entre ellos había cambiado.

316
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 32
Había pasado el día en la oficina ocupada en lo mundano, que después de ver la
muerte tan a menudo, había sido un cambio bienvenido.

Lo mundano, sin embargo, no había mantenido a raya las pesadillas, y ella había
tenido que luchar contra el deseo de ir a Luke cuando el día había terminado. En su
lugar, se había ido a tomar una copa con Emily, y escuchado a su amiga sobre el
nuevo abogado en la oficina y la forma en que al parecer era tanto soltero como
lindo.

Llamaría a Luke después, diciéndose que era sólo para recopilar información,

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tratando de descubrir lo que había averiguado de Caris o Tasha. La respuesta había
sido nada, y la frustración en su voz le hizo doler el corazón. Con todo, parecía un
día perfecto para quedarse en casa y ponerse al día con todas las cosas que no había
tenido tiempo de hacer desde que había llevado ese trabajo. Como lavar la ropa. Y
tirar la leche en mal estado.

Después de tres cargas, se había asentado en la cama con un libro y esperado que
las pesadillas no quisieran venir.

Por supuesto, lo habían hecho.

Las niñas, los colmillos afilados. Crouch. Stemmons. Y la sangre. Tanta sangre. Y
así se había acostado en la cama, agarrando las sábanas, deseando a Luke.
Sabiendo que si él estuviera a su lado podría dormir, domesticar sus pesadillas.
Seguro. Renunciando a dormir, se levantó de la cama, y luego fue al baño a
salpicarse agua en la cara, esperando que el frío la trajera de vuelta a sus sentidos.
No lo hizo. Ella todavía lo deseaba. Más que eso, lo necesitaba.

Irónico, pensó, que un hombre que matara tan fácilmente pudiera ser la única
persona en todo el mundo que la hacía sentir protegida. Segura. Amada.

317
El Club de las Excomulgadas

Maldita sea. Una sola palabra, y hacía grandes estragos en su cabeza. Ella no
quería ir allí. No quería pensar sobre el amor de Lucius Dragos. Temía, sin
embargo, hacerlo. Lo amaba, pero no sabía cómo sería con él, con el hombre que
había torcido el cuello de Hasik Urals hasta que se había roto. No importaba que
Hasik hubiera sido uno de los peores entre los peores. ¿Por qué defender en los
tribunales y abogar por la justicia si los hombres como Luke salían a capricho?

¿Y por qué, a pesar de todo eso, lo deseaba tan desesperadamente a su lado en ese
momento? ¿Por qué deseaba que él le acariciara el pelo y le dijera que iban a
atrapar a Stemmons? ¿Que lo iban a detener antes de que lastimara a la joven que
seguía?

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¿Y por qué, Dios le ayudara, podía imaginar el placer dulce y visceral de presionar
la pistola en la sien de Stemmons y apretar el maldito gatillo?

—Pero no lo harías —dijo a su reflejo. El problema era que no se acababa de creer


a ella misma.

En la sala, se volvió a las noticias, y luego observó como un reportero de grave de


cara describía a dos de las víctimas de Stemmons y anunciaba que el grueso de la
policía no tenía ninguna pista sólida sobre la ubicación del asesino que había
escapado. Tomó una taza de café, a sabiendas de que la cafeína no sería bálsamo
contra la falta de sueño, y luego se dirigió a la puerta para comprar el periódico.

Ella tecleó el código de alarma para desactivar el sistema, luego abrió la puerta. El
documento estaba en el tapete, tal como ella había esperado, pero no le prestó
atención. En cambio, se quedó viendo la cara de la muñeca de porcelana con los
labios rojos y vestida de color rosa. Una pequeña hoja de papel estaba depositada
en el delantal de la muñeca, con una palabra garabateada: la siguiente. Con su
sangre golpeando sus oídos, tomó un lápiz de la mesa al lado de la puerta, entonces
utilizó la goma para voltear la muñeca cuidadosamente. Siguiendo utilizando el

318
El Club de las Excomulgadas
lápiz, levantó la parte de atrás del vestido para revelar el cuerpo de la muñeca de
algodón, y el nombre escrito en marcador negro a lo largo de la costura. Tasha.

Sara se encogió mientras Luke lanzaba lo que tenía que ser una pieza de mil años
de antigüedad de cerámica contra la pared perfectamente pintada de la sala de su
casa en Malibú, luego vio como se rompió en mil pedazos. Alargó la mano hacia la
compañera de pieza, y saltó hacia adelante.

—¡Luke! No.

—Maldita sea —bramó. —No le hará daño... No la tocará...

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—Están haciendo todo lo posible. Voight está recorriendo mi vestíbulo ahora con la
esperanza de recoger una pista.

—Tengo que ir allí.

—Es de día, Luke. No puedes.

Él caminaba a través del cuarto, con sus puños, y cuerpo en tensión por toda la
rabia y el dolor. Ella lo miró, con el corazón dolorido. — ¿No tienes nada más
sobre la localización de Caris?

—Nada —dijo.

— ¿Puedo hacer algo? ¿Puedo ser tus ojos y oídos durante el día?

Él se volvió, y la cruda emoción que vio en su rostro la hizo temblar. —Hay una
cosa —dijo.

—Cualquier cosa.

319
El Club de las Excomulgadas

—No te perderé, también.

Ella sacudió la cabeza, sin comprender.

—Quiero que te quedes aquí —dijo. —Conmigo.

—En caso de que te hayas perdido, eres el acusado y yo soy la fiscal.

—Creo que ya hemos destruido las paredes que se supone existen entre nuestros
dos roles.

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Ella no pudo discutir eso.

—Stemmons o Caris dejaron esa muñeca en tu puerta —continuó. —Saben dónde


vives. Y no veré que te hagan daño.

Ella abrió la boca para protestar, pero la cerró cuando vio su rostro. Su
preocupación era real, igual que su determinación. Y ella sabía muy bien que esta
no era una batalla que iba a ganar, incluso si quisiera. —Muy bien —dijo. —No
estoy del todo segura de cómo haré para volar al trabajo, pero lo averiguaré.

—Gracias —dijo simplemente. —Hay otra cosa. —a pesar de que habló con
firmeza, había un problema en su voz. Un toque de reserva que la sorprendió.

— ¿Luke? ¿Qué es?

—Mi sangre. Quiero que bebas de mí.


Sus palabras la sorprendieron, pero lo que la sorprendió todavía más que sus
palabras fue que no sintió repulsión. Poco a poco, inclinó la cabeza, mirándolo
desde este nuevo ángulo. — ¿Por qué? ¿Por qué haría eso?

320
El Club de las Excomulgadas

—Con suficiente de mi sangre en ti, te puedo encontrar. Puedo tenerte en mi mente


y localizarte a través de tus pensamientos y sensaciones. —él le rozó la mejilla. —
Estarías a salvo, y me gustaría estar más tranquilo cuando estés fuera de mi vista.

Ella se mordió el labio inferior, incapaz de negar que lo que él proponía era
atractivo. Erótico, incluso. La promesa de una intimidad prohibida y la emoción de
bailar en el borde, pero sin caer otra vez. ¿Cómo sabría? ¿Cómo se sentiría? ¿Y ese
encuentro tan íntimo la cambiaría?

—No —dijo él con palabras fuertes, en respuesta a la pregunta que ella había
manifestado. —Yo no te cambiaría aunque desearas que lo hiciera. No correría el

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riesgo de eso contigo, Sara. Nunca.

— ¿Riesgo? ¿Quieres decir el demonio?

—Eso en parte. —se levantó y se acercó a la pared de ventanas, ahora cubiertas por
persianas de metal que impedían la que sería una maravillosa vista del Pacífico. —
Te dije antes que tendrías que saberlo todo. Que no habría secretos y que
entenderías quién y qué soy.

—Sí —dijo ella con un indicio de preocupación creciente dentro.

—Entonces es hora de que escuches el resto. —él se volvió para mirarla. —Maté a
mi Livia —dijo, con voz aparentemente impasible.

Ella se sentó en el sofá, con las rodillas de repente débiles.

—Era tan joven, y la muerte estaba sobre ella, con una debilidad con la que nació y
que sólo se agravó con el paso del tiempo. Yo había sido recientemente convertido
y era arrogante. Pensé que podía salvarla. Pero el demonio dentro de mí no se
había consolidado sin embargo, y era demasiado poderoso. Se levantó, y me

321
El Club de las Excomulgadas
entregué a él. En lugar de cuidarla, le quité la vida, y me perdí por completo en el
demonio. Pasaron siglos antes de que llegara a la Retención. Siglos en los que hice
cosas indecibles.

—No fuiste tú —dijo ella, con una sensación de frío. Sintiéndose triste. —Fue el
demonio.

—Fui yo —dijo con firmeza. —El demonio está dentro de mí, y aunque tengo el
control ahora, el poder y la furia, ese potencial, estará dentro de mí siempre —
suspiró, mirando hacia la ventana cerrada.

Ella apretó los labios, dispuesta a no llorar. —Bosch me dijo que los vampiros que

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no han controlado a sus demonios son deshonestos. Cazados —hizo una mueca,
pensando en él de esa forma. —Me dijo que eran unos canallas.

—Yo no lo soy —dijo. —Pero a la vez, lo fui. Y hubo quienes perdieron la vida
tratando de derribarme. Mi demonio es poderoso, Sara, y no fue hasta que conocí a
Tiberius que me vi obligado a sucumbir a la Retención. Durante seis meses, sufrí el
tormento del ritual, y cuando salí, tuve control, y tuve lamentaciones. Tiberius
estuvo ahí para mí, organizó un perdón por mis acciones, y en los siglos que han
transcurrido desde entonces, he luchado por mantener mi voluntad dominante. Por
controlar y usar al demonio en vez de que él me esté usando. La mayoría de las
veces he ganado esa batalla. Pero no siempre, Sara no siempre. —metió la mano en
su bolsillo y sacó un pequeño anillo, una serpiente enroscada, tan pequeño que
parecía desaparecer en su palma. Un anillo de niña. —Es de Livia —dijo. —Lo
guardo como un recordatorio de lo que hice. De lo que soy capaz.

—Luke…

Él levantó una mano, interrumpiéndola. —No.

322
El Club de las Excomulgadas
Ella lo observó mientras él se recomponía, después se centró de nuevo en ella. —Al
beber de mí, no serás vampiro. No podrás buscarme, ni sentir mis emociones. Sólo
funciona en una vía sin el cambio. Tendrás un poco más de fuerza, tus sentidos se
afilarán. Pero sin efectos nocivos.

—Suena como un buen negocio —dijo con una sonrisa irónica. —Pero no lo
entiendo. ¿No tuvo Tasha que beber tu sangre cuando la convertiste? ¿Por qué no la
has encontrado? De la misma forma en que podrías encontrarme.

—Con Tasha es diferente. No puedo sentirla, ni ella a mí. No puedo cerrar los ojos
y encontrarla en el mundo. No puedo verla —agregó moviéndose a su lado —ni
sentir sus temores o alegrías.

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— ¿Por qué no?

Consideró su respuesta. —Su mente —dijo. —Permitió convertirla, pero se resiste a


la conexión. Es una de las razones de la prohibición en contra de convertir a los que
son agregados.

Ella escuchó la tristeza en su voz y le tomó la mano. —La encontraremos.

Las yemas de sus dedos le rozaron la mejilla con toda la intimidad de un beso. —
¿Harás esto por mí? ¿Beberás de mí?

Su corazón se deslizó, y supo que lo que le pedía era aún más íntimo que el sexo.
Pero ella lo deseaba, a pesar de todo lo que todavía se alzaba entre ellos, ella lo
deseaba. Y, sí, quería todo de él. —Está bien.

—Gracias.

—Luke, acerca de tu sangre, dijiste que me fortalecería. ¿Viviré más tiempo,


también? —le preguntó, molesta por la atracción de estar más tiempo con él.

323
El Club de las Excomulgadas

Él negó. —No, Sara. Lo siento. Si pudiera tenerte conmigo para siempre, lo haría.

—Pero puedes —dijo ella, con sequedad en la boca, con sus palabras
sorprendiéndola. Sorprendiéndola más porque sólo entonces se dio cuenta de lo
mucho que la idea la tentaba.

—No. —la palabra salió tan dura que ella se encogió. — ¿Crees que me gustaría ese
horror para ti: sólo verte sucumbir a los desórdenes del demonio? ¿Crees que me
puedo permitir pensar en tu cuerpo, ensangrentado y maltratado, mientras luchas?
¿Y si mueres antes de incluso tener la oportunidad de luchar? —se puso de pie y se
paseó entre el sofá y la pared de ventanas con postigos, con sus miedos y recuerdos

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sobre él. —Para que puedas sobrevivir al derramamiento de sangre, tengo que
controlar a mi propio demonio, y eso no lo puedo prometer.

Ella vio la comprensión en sus ojos. La compasión. —Eras joven entonces. Tienes
control ahora. Convertiste a Tasha, ¿No?

Él se tragó una risa amarga. — ¿Control? —recordó la forma en que se había


perdido cuando la sangre de Annie había fluido. El demonio había salido libre,
disfrutando de la sangre, bailando en el poder. Casi había perdido el control. Casi
había tomado demasiado, y Annie casi había muerto por ello.

Y eso lo había hecho porque se había imaginado que era Sara la que había estado
en sus brazos.

—No conocía a Tasha —dijo tratando de hacerle entender. —No la amaba. No


como amaba a Livia. No como te amo a ti. —vio sus labios abrirse en agradable
sorpresa por su admisión. —El demonio se prende. Quiere lo que quiere, y se lleva
todo. Es fuerte, y no puedo garantizar que yo sea más fuerte. No lo sé. No con mi
boca en tu vena.

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El Club de las Excomulgadas

—No —dijo él, tomándola de la mano. —El cambio no es para ti. Nunca para ti.
Pero mi sangre. Sara, me gustaría compartir contigo mi sangre, y te juro a que te
protegerá siempre. —ella asintió, abrumada.

—Entonces bebe —dijo, y hundió sus colmillos profundamente en su propia


muñeca.

Ella dudó un momento, después lo miró, con sus ojos en los de él cuando levantó
su muñeca a su boca, apretó los labios sobre él, y chupó su sangre. El tirón de
placer a través de él fue instantáneo, y echó la cabeza hacia atrás, su cuerpo ya
estaba duro, con su necesidad por ella desesperada. Alargó la mano hacia ella, con

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su mano apretando la parte trasera de su cuello. Se recostó en el sofá y la abrazó
con fuerza mientras ella lo atraía, cuando se reunieron y se fusionó con ella, y le dio
su fuerza. Mía.

El hambre aumentó en él, pero no el hambre feroz de la bestia. No el demonio. Por


el contrario, calmó su demonio, lo tuvo bajo control, incluso cuando se perdió por
completo en el dulce placer de los labios de Sara sobre su piel.

—Basta —dijo él, alejándose. Su piel brillaba por el poder de su sangre, y podía
sentir su deseo, excitación, con la conexión entre ellos viva y nítida.

—Te siento —susurró ella. —Te necesito.

—No puedo esperar —dijo él mientras se quitaba la camisa, desesperado por sentir
su piel contra la suya, por sumergirse en su interior. Haciéndolo estragos.

—No esperes más—dijo ella, con la pasión de esas tres palabras volviéndolo loco.

No necesitaba más estímulos, y él hizo un trabajo rápido con el resto de su ropa, y


luego se empujó dentro de ella, con las palmas de sus manos a cada lado de las de

325
El Club de las Excomulgadas
ella, con sus ojos en su cara, viendo como la pasión se levantaba en su interior.
Dentro de Sara.

Mía.

Sí, pensó, mientras el mundo estallaba en torno a él, que estaba bien y era verdad.
Y él era suyo, también.

El crujido de las cortinas automáticas sorprendió a Luke, tan concentrado había


estado en la pantalla del ordenador frente a él.

Él y Sara habían pasado el día delante de la computadora y del teléfono, en busca

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de una pista, de una huella, de cualquier cosa que los llevara a Caris, a Stemmons,
a Tasha.

—Esto —dijo él tocando la pantalla. —Creo que puede haber algo —Sara se
acercó, con la mano casualmente en su hombro mientras se inclinaba para leer la
pantalla. — ¿Qué es?

—Los registros de propiedad de la casa que yo pensaba era de Caris. He estado


siguiendo el rastro de los papeles y encontré algo interesante desde la década de
1920. —subió la imagen, después le mostró a Sara el nombre en la escritura,
Empresas CV.

— ¿Caris vampiro?

—Podría ser. Siempre ha tenido un interesante sentido del humor.

—Y ¿Encontraste otras propiedades de la misma empresa?

—Lo hice —dijo, empujando hacia atrás la computadora. —Dos edificios


comerciales y una casa. Investigaré la casa ahora.

326
El Club de las Excomulgadas

Él vio la preocupación en su cara. —Ten cuidado —le dijo.

—Siempre.

Ella tomó su bolso, lo que lo hizo fruncir el ceño. — ¿Te vas? Te comprometiste a
permanecer aquí.

La confusión acarició sus rasgos. —Bueno, sí. Pero no cada segundo de cada día.
Todavía tengo que trabajar. Y tengo que ir a mi apartamento y conseguir algunas
cosas.

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Él asintió. Tenía razón, por supuesto. —Con una escolta, sin embargo. Llama a la
División. Pídeles que envíen a alguien de la Sección de Seguridad.

Ella lo miró, en silencio observando su ironía, y luego asintió. —Está bien. No me


iré hasta que alguien llegue.

Sus hombros se levantaron. —No podía soportar perderte.

—Lo sé. Yo tampoco.

Ella le tendió la mano a él, y él la tiró a sus pies y a sus brazos. La besó en la frente,
sintiendo su cuerpo encenderse, y se alejó. —Más tarde —dijo, pasando sus dedos
por sus labios. —Seguiremos esto más tarde.

—Sin duda —dijo ella.

Su teléfono sonó, y de mala gana se apartó de ella para responder, con el ceño
fruncido al número desconocido.

327
El Club de las Excomulgadas

— ¿Lucius? —era la voz de Tasha, y su corazón se endureció por el sonido de la


misma.

—Tasha ¿Dónde estás? —tendió la mano y encontró a Sara que ya estaba junto a
él, abrazándolo apretadamente, manteniéndolo estable.

—Ellos me hacen daño. Dicen que estoy rota. Pero no estoy rota, ¿Verdad Lucius?
Soy una buena chica.

—Lo eres —dijo. —Por supuesto que sí.

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—Hice algo malo, sin embargo —susurró.

El miedo lo recorrió. — ¿Qué hiciste?

—La cosa dentro de mí. La dejé salir. La dejé salir aunque me dijiste nunca, que
nunca lo hiciera. Pero no lo pude evitar. Necesitaba escapar. Iban a hacerme daño,
Lucius. Iban a cortarme la cabeza.

Su cuerpo se tensó, con el demonio dentro de él aumentando, dispuesto a luchar.

Dispuestos a matar. — ¿Estás segura? —le preguntó, haciendo pasar las palabras
por sus dientes apretados.

—Sí. Pero tengo miedo. ¿Vendrás?

—Lo haré —dijo, agarrando la mano de Sara. —Iré ahora mismo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 33
Su demonio se ajustó a los límites de su control al momento en que se encontró con
su pupila, acurrucada en el baño de una parada de la estación de gasolina en Santa
Mónica Boulevard. El encargado fue a golpear la puerta, gritando que los clientes
se quejaban.

Lucius lo agarró por los hombros y lo lanzó por todo el edificio, donde se estrelló
contra una fila de máquinas de periódicos, golpeando una y derramándolos a lo
largo de la acera.

No se molestó con la manija de la puerta, simplemente la arrancó de sus goznes. En

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el interior, Tasha gritaba, y luego acudió a él a cuatro patas, con su vestido ahora
gris arrastrándose en la suciedad y el barro del piso del baño.

—Estoy aquí, estoy aquí —dijo, apretándola contra su pecho y tranquilizándola. —


¿Te ha hecho daño? ¿Sabes dónde está el hijo de puta?

—Bebió de mí —dijo después de varios intentos fallidos. —El humano. De mí y de


todas las niñas.

— ¿Estaba solo?

Ella sacudió la cabeza. —Con una mujer. Una vampiro. Ella prometió convertirlo.
Se lo prometió si me mataba. Dijo que estaba mal. Que ni siquiera debería existir.
Me asustó, Lucius. Quería hacerme daño. Quería matarme. —ella apretó su cara
contra su hombro, y él la abrazó mientras temblaba sacudiendo su cuerpo. —
Escapé. Con el monstruo dentro. Y me alejé. Pero quería hacerme daño, Lucius.
Ellos querían que yo fuera ceniza.

—Nadie te hará daño —dijo, llamando a todas sus fuerzas para mantener la calma.
La calmó. —Nadie te hará daño.

329
El Club de las Excomulgadas

—Tú me protegerás —dijo levantando la cabeza para mirarlo, con el dolor en los
ojos casi suficiente para que su demonio saliera de nuevo a la superficie. —Me
amas.

Él respiró hondo, deseando que el demonio bajara. —Tú eres mía —dijo él
sosteniéndola con fuerza. —Y te protegeré hasta la muerte.

Debido a que J'ared había llamado mientras Sara estaba en su coche con la noticia
de que el médico forense quería verla, Sara había dejado su piso por completo y se
dirigía hacia la sección de tecnología médica de la División. Se encontró con
Richard Erasmus Orion IV comiendo un sándwich de mantequilla de maní en la

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sala de descanso. Estaba recostado en su silla, con los ojos cerrados, mientras la
música clásica sonaba, con sus botas de vaquero sobre las mesas de formica,
limpias y brillantes.

Ella se aclaró la garganta y él saltó, y luego cerró apagó la música y le tendió una
mano pegajosa.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! Es duro encontrar quince minutos de aquí. Me estaba
tomando cinco minutos.

— ¿Qué tienes para mí?

—ADN —dijo ladeando la cabeza y llevándola a través del pasillo a uno de los
laboratorios. Su pelo blanco a lo Einstein salía disparado en todas direcciones, y
llevaba una bata larga blanca de laboratorio que se balanceaba cuando se movía,
dejando al descubierto un indicio de su camisa hawaiana que llevaba debajo. Con
todo, Richard Erasmus Orion IV daba todos los indicios de ser un genio excéntrico.

—Ya he leído el informe sobre las pruebas de ADN —dijo ella. — ¿Hubo algún

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El Club de las Excomulgadas
descuido?—tenía la absurda fantasía de que le diría que Luke ya no estaba
implicado.

—Más que un descuido —dijo mientras se servía café en una taza que decía “El
muerto más rígido”.

—Un descuido —repitió ella. — ¿Qué tipo de descuido?

—Del tipo en donde encontramos una mayor cantidad de ADN.

Ella hizo una pausa mientras que llegar a su propia taza. — ¿Le importaría repetir
eso?

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—Fue una casualidad, en realidad —dijo. —Estaba dando otra mirada a la herida,
y fue entonces cuando me di cuenta de que el radio de mordedura apestaba un
poco.

— ¿Cómo?

—Se lo mostraré —apretó un par de botones en una terminal de computadora y la


imagen familiar del cuello de Braddock apareció en una pantalla en la pared. —Se
le arrancaron un poco —dijo, —Pero puede ver los puntos de contacto iniciales de
los colmillos aquí y aquí —dijo señalando con un puntero láser. —Pero esto fue lo
que me llamó la atención. ¿Ve esto? Otra impresión de dientes, ¿no? Sin embargo,
en un ángulo ligeramente desviado.—inclinó la cabeza para mostrárselo. —Como
si nuestro asesino no estuviera contento con su dominio inicial en el cuello de la
víctima.

—Muy bien —dijo Sara preguntándose qué tenía que ver eso con el ADN. Sabía
que no debía tratar de correr, sin embargo. Había aprendido hacía mucho tiempo
que cuando uno tenía un punto por hacer lo mejor era tener paciencia, y con el
tiempo llegarían allí.

331
El Club de las Excomulgadas

—Así que pensé en verificar el radio de mordida. Sólo para asegurarme de que era
nuestro asesino. Y ahí está.

— ¿No estuvo? —ella no pudo evitar la sorpresa en su voz. — ¿Hubo otro que lo
mordió? ¿Uno que lo mordió primero?

—Una galleta para una pequeña dama —dijo tocándose el lado de la nariz.

— ¿Y el ADN confirmó eso?

—Efectivamente —dijo Orión. —No tenía suficientes marcadores para hacer

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coincidencias, pero los suficientes como para concluir de forma definitiva que hubo
otro que lo mordió.

—Necesito su informe —dijo Sara con su mente agitada.

—No hay problema —fue a un terminal tocando algunas teclas. Cuando se volvió,
sostenía un plato de cerámica con forma de caramelo como de una mano humana.
— ¿Una piruleta Tootsie?

—No, gracias.

—Entonces, ¿cuánto daño hace esto a su caso contra de Dragos? —le preguntó.

—Un montón —admitió no pudiendo evitar la sonrisa de su rostro cuando


consideró todas las posibilidades. —Esto lo estropea mucho.

Con la información de Orion, corrió a su oficina, con su teléfono pegado a la oreja,


y J'ared en el otro extremo de la línea.

—Pregunta para ti: ¿Qué pasa si Tasha atacó a Braddock llevándolo justo hasta el

332
El Club de las Excomulgadas
punto de la muerte por auto-defensa porque quería violarla? ¿En qué situación nos
pone legalmente si el ADN confirma mi teoría?, eso baja el crimen contra Dragos
de uno capital a un cargo menor, ¿no?

—Bueno, sí —dijo. —Pero espera, caramba, ¿Piensas que esa fue la forma en que
caerá?

—Sólo tienes que seguirme. Está bien, si Dragos es acusado de un delito menor
evita la ejecución, pero ¿Qué pasa con Tasha? Si eso es realmente lo que sucedió,
entonces, ¿qué
sucede con su dispensación especial?

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—Espera. Espera. —lo oyó escribir. —No. No hay margen de maniobra si está
claro que ella tomó las medidas necesarias... Permitiéndole tomar el control al
demonio. Ella está terminada —Sara se echó hacia atrás, incrédula. — ¿Incluso con
la evidencia de una violación?

—Los vampiros normales no tendrían un trato injusto, pero, hey, no se supone que
se les permita vivir en primer lugar.

—Demonios. Muy bien. Gracias. —colgó y trató de ordenar sus pensamientos,


porque estaba segura de que sabía lo que había sucedido. Braddock había violado a
Tasha. Y Tasha, aterrorizada, había arremetido contra él, con su propio demonio,
probablemente saliendo en venganza. Había ido tras Braddock, deseando poner fin
a la tortura, y de alguna manera Luke se había cuenta de lo que estaba haciendo.

Él la siguió, encontrando a Braddock al borde de la muerte, y se dio cuenta de lo


que sucedería con Tasha si la PEC la ataba al crimen. Así que hizo lo que Sara
esperaría de Luke: había protegido a la chica. Se había puesto ahí como un blanco
para que tiraran su fuego lejos de Tasha. Él había organizado la escena, dejando su
anillo, dejando su ADN.

333
El Club de las Excomulgadas
Con todo ello, con todos los puntos, diseñados para llevar al PEC a él.

Había tenido la intención de huir, de eso estaba segura. De atraerlos, de asegurarse


de decir lo suficiente como para determinar su culpabilidad con su rebeldía, y luego
escapar. Había puesto gas nervioso en su tumba la primera noche.

Algo había salido mal, sin embargo, y había sido encarcelado. Y a menos que ella
presentara la evidencia sobre Tasha, lo más probable era que muriera por un crimen
que no había cometido. Implicar a Tasha, sin embargo, la haría recibir una estaca.

Tenía que haber una forma de proteger a Luke sin poner la cabeza de Tasha en el
bloque. Y al pasar por la zona de recepción y bajo el arco de la Judicatura

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Maleficum, se dio cuenta de que sabía a quién acudir por una respuesta.

— ¿Me estás pidiendo que considere abandonar un cargo de homicidio capital por
homicidio sin premeditación? —Nostramo Bosch miró a Sara desde su escritorio,
con el toque de gris en sus sienes brillando bajo la luz del techo.

Ella se mantenía firme, con la espalda recta, con los hombros cuadrados. —Sí,
señor. Creo que la evidencia demostrará que Dragos estaba protegiendo a su pupila.
Ella estaba siendo sometida a reiterados abusos por parte del demandado.

— ¿Tiene pruebas de los abusos?

—Estoy trabajando en ello.


Él se levantó, se puso a caminar detrás de su escritorio. —Cuando la asignaron por
primera vez este caso, me dijo que su relación con el acusado no afectaría su juicio.

Ella se erizó. —Y no lo ha hecho.

— ¿Es eso cierto?

334
El Club de las Excomulgadas

—Señor, sólo le estoy pidiendo que considere esto si está apoyado por la evidencia.
Lo que puedan ser mis sentimientos o no, no puede cambiar los hechos.

Él la miró, con el aroma de la canela llenando el aire. — ¿Qué es exactamente lo


que busca, Constantine?

—La reducción de cargos y arresto domiciliario. Llevará el dispositivo de detención


hasta que se cumpla su tiempo.

—Este es un asunto de alto perfil, y ¿está sugiriendo que debemos renunciar a


llevarlo a prisión?

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—Señor, estaba protegiendo a una mujer que no podía defenderse. ¿De qué serviría
encerrarlo?

Bosch exhaló en voz alta, después tamborileó sus dedos sobre la mesa. Después de
un momento, asintió. —Demuestre que fue violación, y autorizaré la operación,
sujeta a la aprobación de Leviathin.

Ella tragó, dispuesta a no ser demasiado optimista. Todavía no. —Señor, no he


trabajado aquí tanto tiempo, y para ser honesta, no estoy segura si eso es una
buena…

—Nikko tiende a aceptar mis recomendaciones —dijo pero sonreía. —Y


¿Constantine? Deja de llamarme señor.

En la sala, ella trató de caminar sin dar un salto añadido a sus pasos, pero no lo
consiguió, y cuando vio a Doyle y a Tucker en el pasillo cerca de su oficina, se
apresuró a encontrarse con los dos.

335
El Club de las Excomulgadas

— ¿Qué tienen? Necesito evidencia sólida de que Braddock violó a Tasha.

—Tenemos mierda en la chica. De violación, sí. En Tasha, nada. Ni siquiera


podemos probar que la conocía.

La siguieron a su oficina, luego se dejaron caer en las dos sillas de invitados


mientras Sara caminaba. — ¿Habría evidencias físicas dejadas? —les preguntó. En
un humano, sabía que la respuesta sería no. Para en un vampiro, tal vez... No lo
sabía.

—Pega o pierde —dijo Doyle. —Pero si podemos conseguir que acceda a una

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sesión con un Contador de la Verdad, será una mierda de bastante peso. Pensé que
se estaba perdida, sin embargo.

—Al parecer, está de vuelta.

—Así que traigámosla —dijo Doyle, empujándose hacia fuera de la silla.

—No — dijo. —Yo lo arreglaré.

Él la miró, entornando los ojos, con las fosas nasales dilatadas. —Tienes su sangre
en ti.

—Y un infierno que la tengo —dijo ella, sin estar dispuesta a discutir sus asuntos
personales con los gustos de Ryan Doyle.

—Eso es un delito, Constantine. Directiva 27. ¿Te suena?

—Te lo dije —dijo ella con firmeza. —Estás equivocado.

—Eso espero —dijo él, con sus fosas nasales dilatadas. —Porque me gustas,

336
El Club de las Excomulgadas
Constantine. No estoy del todo seguro de por qué me gustas, pero lo haces. Y que
me aspen si esperaré y veré a ese hijo de puta hacerte daño.

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 34
Lucius se sentó en el borde de la cama de Tasha y sostuvo sus manos en las suyas.
Ella se había duchado y cambiado, y ahora tenía un pijama de color rosa y una bata
de color rosa también. — ¿Estás centrada ahora? ¿Con el demonio abajo?

—Lo estoy —ella se lamió los labios, con los ojos muy abiertos y asustados. —
Estaba tan asustada por que no volvería a verte. Querían mantenerme lejos. Lejos.
Y entonces me quisieron matar.

Él le acarició el cabello, y luego apretó las manos contra sus hombros, dispuesto a
entender. —Estás aquí. Estás a salvo. Y nunca te amenazarán de nuevo. —nunca.

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Tan pronto como estuviera tranquila, Luke iría tras Caris. La mataría. Mataría a
Stemmons. Y lo haría de la manera más dolorosa que pudiera imaginar.

En la cama, Tasha sacó un muñeco de trapo con ella y lo abrazó con fuerza.
Inclinó la cabeza hacia atrás, con sus fosas nasales dilatadas. —Chica —dijo. —El
aroma a chica llena mi habitación. —bajó la cabeza y lo miró con ojos inocentes.
— ¿Por qué, Lucius?

—Has captado la esencia de una amiga mía.

—La vi —dijo y le preguntó. —Es una linda chica. Por la forma en que la tocaste
en ese bar.

— ¿Qué bar?

—Antes —dijo. —Antes de que mataras por mí. —ella inclinó su rostro hacia él. —
Eso fue lo que él me hizo. El juez. Me hizo lo que tú le hiciste a la chica bonita.

—Es diferente —dijo Luke, con su sangre fría, y un miedo inoportuno aumentando

338
El Club de las Excomulgadas
en él. Una preocupación de que había cosas que estaban sucediendo ahí que él no
había visto. — ¿Me espiaste Tasha? ¿Me espiaste esa noche?

—Te espié. Tú me espiaste a mí. —se balanceó en la cama, y supo que la estaba
perdiendo otra vez.

—Tasha, concéntrate. La mujer es importante para mí. Y se quedará conmigo por


un tiempo. ¿Puedes entender eso? ¿Puedes ser amable con ella?

Sus ojos se abrieron. —Siempre estoy bien —dijo con la frente arrugada. —Excepto
cuando no lo estoy. No estaba muy bien esa noche, Lucius. Con los que me
mantuvieron. Con los que quisieron hacerme daño.

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—Y con ellos no tienes que estar —dijo él, tomándole la mano y maldiciendo sus
miedos de antes, maldiciéndose a sí mismo por ver su astucia e ingenio, incluso en
su inocencia.

—Tengo que ser amable con la chica, sin embargo. Tu mujer. Tu Sara.

—Sara —repitió. — ¿Ya has oído su nombre?

—Es tu amor.

Su corazón se torció. —Tasha, sabes que nadie te reemplazará.

—Haces cosas con ella —dijo. —Cosas malas. Nunca has hecho cosas malas
conmigo.

—Y nunca las haré. —se inclinó y le dio un casto beso en la frente.

—Descansa —dijo él. —Tengo que ir a cuidar de algo. Volveré pronto.

339
El Club de las Excomulgadas
Ella no dijo nada, y salió de la habitación, con sus pensamientos girando en Caris y
en las mil maneras en que le haría daño.

El teléfono sonó y lo tomó, con la esperanza de que fuera Slater o Voight. — ¿Qué
tienes?

—Tus bolas en un cabestrillo, hijo de puta. —la voz ronca Ryan Doyle se filtró a
través del teléfono. — ¿Qué tipo de juegos estás jugando con ella?

La furia que se había dirigido a Caris dio un brusco giro, mientras la imagen de un

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


puño de Luke interceptando la cara de Doyle llenaba su mente de una forma más
que satisfactoria. —No sé qué parásito te ha infectado el cerebro, Doyle, pero si
tienes algo que decirme, muy bien me lo puedes decir a la cara. ¿O eres demasiado
cobarde?

—No pudiste alejarte.

Luke apretó los puños a su lado, obligándose a calmarse. —Después de tantos


insultos entre nosotros, ¿qué diablos ha ocurrido ahora para tenerte oscureciendo
mi puerta?

—Sara —dijo él haciendo girar el corazón de Luke.

— ¿Qué le pasó a ella? —Luke le preguntó, con su voz tensa por el miedo.

—Lo has hecho, pedazo de mierda. Bebió de tu maldita sangre.

—Lo hizo —admitió Luke, —aunque no es asunto tuyo.

340
El Club de las Excomulgadas

—Es mi asunto cuando te metes con la cabeza del fiscal. Cuando la seduces para
cometer un delito.

—No ha habido ningún crimen —dijo Luke. —Las excepciones son claras. Le
ofrecí mi protección.

Doyle dio una carcajada. —La follaste querrás decir. Cualquier juego que estés
jugando, Dragos, no funcionará. No te resbalarás de esta acusación de asesinato, y
ten por seguro que no dañarás a esa chica. No veré que la destruyas de la forma en
que destruiste mi vida, a mi mujer —dijo con sus palabras trayendo a la vanguardia
acontecimientos de hace tantos siglos que habían destrozado los lazos entre ellos.

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


Luke apretó los puños. Ahora no era el momento.

—Tendría que haberte matado entonces —continuó Doyle.

—Todos tenemos que aprender a vivir con pesar.

—Te lo advierto —escupió Doyle.

—Y sin embargo, tus palabras no significan nada. Si quieres terminar con esto,
entonces trae tu trasero aquí y lo haremos. Pero no vengas a menos que lo hayas
dicho en serio, porque si caes al primer golpe, te mataré. Sin pensar en nuestra
amistad pasada o en la deuda que puede que me debas. Te mataré. Por lo que si es
la muerte lo que buscas, puedes venir ahora.

—Estaré allí en una hora —dijo Doyle, y antes de que Luke pudiera responder
colgó y el teléfono se cortó.

341
El Club de las Excomulgadas

Sara había apodado al guardia que le había sido asignado como Guido. No sólo
porque se veía así, sino también porque no podía pronunciar su verdadero nombre.

—No estaré mucho tiempo —dijo ella abriendo la puerta.

—Quédese aquí —dijo Guido agarrándola por los hombros y levantándola por
encima del umbral. La dejó caer junto a la puerta, la cerró, y luego señaló con un
dedo de advertencia. —No se mueva. —y luego desapareció en su apartamento
para revisarlo. Con un solo dormitorio y un baño, no pasó mucho tiempo, y se dio
la vuelta con un gesto eficiente antes de que sus brazos le hubieran dejado incluso
de doler por su toque.

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—Correcto —dijo mientras él se colocaba delante de su puerta, inmóvil como una
guardia del Palacio de Buckingham.

Ella corrió a su habitación y metió en unos pantalones de yoga y algunas camisetas


en una bolsa de lona. Añadió algo de ropa de trabajo, un par de zapatos, y el libro
de su padre. Se detuvo un momento junto a la cama, luego tomó el arma. Después
de un segundo de vacilación, le dio una ronda a la recámara, luego la puso en su
bolso. Si se preocupa lo suficiente como para tener a Guido siguiéndola alrededor,
entonces se preocuparía lo suficiente como para estar armada. Por costumbre,
enganchó el botón de pánico portátil en su cintura, y luego corrió hacia el baño por
lo esencial. Una vez que tuvo todo lo que necesitaba, se dirigió a la sala para
reunirse con Guido, que seguía de pie inmóvil en la puerta. Miró su reloj y sonrió,
diez minutos después de la medianoche. Había logrado empacar para pasar la
noche con un hombre en menos de quince minutos. Tenía que ser un récord
femenino. —Lista—, dijo.

Él asintió y se apartó, permitiéndole poner el código de salida en el cuadro de


control. Como Roland le había enseñado, tomó el botón de pánico portátil en una

342
El Club de las Excomulgadas
mano y entró el código con la otra. —Tengo que protegerla en esos pocos segundos
cuando no sabe lo que está fuera de la puerta —le dijo él.

El sistema se desconectó, se asomó por la mirilla, y dado que no había nada, se


movió a abrir la puerta. Guido llegó primero, estando frente de ella con un
movimiento de popa de su dedo. Abrió la puerta y dio un paso adelante, lo
suficiente para que la espada que pasó le cortara la cabeza.

Sara gritó, buscando a tientas con su dedo el botón de pánico hasta que su mente
registró al atacante, a una adolescente con pelo castaño y una expresión de
satisfacción sombría. Y justo a su lado estaba Xavier Stemmons.

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Sara pulsó el botón tan duro que se tambaleó hacia atrás, tropezando con la bolsa
que había dejado caer. A pesar de que la niebla gris de la fuerza de seguridad llenó
su apartamento, ella luchó con su bolso, con sus dedos cerrándose alrededor de la
culata de la pistola. La sacó, y mientras Stemmons saltaba sobre ella, disparó.

Su cuerpo se sacudió por el impacto, pero la agarró con fuerza, con la mujer
sosteniéndolo también, así que los tres terminaron encerrados en un abrazo no
deseado.

Y mientras la sangre de Stemmons se derramaba en sobre ella, Sara sucumbió a la


extraña sensación de que su cuerpo se desintegraba.

Lo último que vio antes de que su mente se dirigiera a la niebla fue la forma oscura
de la sombra materializándose en su sala de estar.

Y lo último que oyó fue la voz cantarina de la niña susurrando: —Lucius es mío.
Mío, mío, mío.

343
El Club de las Excomulgadas

Luke no esperó a Doyle. Si él para-demonio tenía el deseo de morir, podía muy


bien esperar en casa de Luke hasta que volviera.

Luke tenía un compromiso más urgente: Caris.

Corrió por la autopista de la Costa, y luego maniobró por las concurridas calles
hasta que se detuvo frente a la unidad privada que llevaba a la casa que su
investigación había revelado era propiedad de las empresas CV.

Esperaba como el infierno que viviera allí. Si no, no tendría ninguna pista.

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Apagó el motor de su coche y se sentó en la oscuridad, sopesando sus opciones.
Descartó acercarse en coche, ya que eliminaría el elemento sorpresa. En cuanto a
subir la valla y acercarse a pie, las cámaras de seguridad que salpicaban el paisaje
de manera uniforme la alertarían de su presencia, algo que prefería no hacer.
Quería que estuviera débil. La quería vulnerable. Y eso significaba que necesitaba
la ventaja de la sorpresa.

Sus necesidades, sin embargo, no se alineaban con la realidad física de su casa.


Mientras maldecía a ese hecho, oyó el ronroneo bajo y fuerte de un motor. Un
Jaguar, a menos que sus oídos lo engañaran.

Sonrió y salió del coche. El elemento sorpresa había sido sólo echado hacia atrás de
la mezcla.

Retrocedió, fuera de la vista, pero aún así cerca de donde el coche saldría. Se quedó
quieto en la oscuridad, esperando y observando, escuchando el zumbido que el
motor hacía con su presa cada vez más cerca. El primer indicio de los faros cortó a
través de la oscuridad, y se puso tenso, con su cuerpo listo para saltar. Y entonces,
mientras la puerta se abría y el coche pasaba, eso fue exactamente lo que hizo.

344
El Club de las Excomulgadas

Caris dio vuelta mientras él saltaba, golpeando el coche en la defensa, incluso


cuando comenzó a deslizarse hacia la puerta de enfrente. No le hizo nada bueno a
ella. Arrancó la puerta del conductor antes de que ella siquiera saliera de la mitad
del coche.

Se abalanzó, gruñendo, con sus manos agarrando sus hombros, mientras ambos se
deslizaban por el coche y la puerta del pasajero aterrizó, dura, áspera en el asfalto.

Cualquiera que fuera la sorpresa que había sentido, ella se recuperó, y ahora daba
una patada hacia atrás, tratando de librarse de él.

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—No hay donde ir, Caris. No tienes lugar para huir.

Ella le escupió en la cara, luego se congeló, con su única expresión que conocía
bien. Se transformaría. Se aferró a ella apretado, con las bandas de hematita en sus
muñecas y tobillos pareciendo una carga menos ahora que su proximidad
estropeaba sus habilidades.

La confusión destelló en sus ojos, y cerró la mano alrededor de su cuello. Con la


otra, presionó una estaca en su corazón. —La verdad —dijo él —O morirás. ¿Estás
preparada para eso, Caris?

— ¿Qué quieres, Dragos?

—A Tasha —dijo. —Quiero venganza.

Hubo una pausa, y luego su ceño se frunció. — ¿De qué demonios estás hablando?

Él se agachó y se abrió la camisa de lino blanco que llevaba, y luego presionó hacia
abajo la estaca, lo suficiente para extraer su sangre, picando a su demonio más.
Para matar. —No me jodas. Debería terminarte instantáneamente por las cosas que

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El Club de las Excomulgadas
has hecho, pero primero necesito que me digas donde está Stemmons. —se apoyó
en la cerca y bajó la voz.
—Sigue adelante y resiste. Confía en mí cuando te digo que disfrutaré de sacar la
información de ti.

Ni un indicio de miedo salió de ella. — ¿Stemmons? ¿Ese gusano humano? Como


si me asociara con ese tipo de basura. Y sabes muy bien que no invitaría a la
pequeña Tasha a tomar el té. —sus ojos brillaban. —Así que dime de qué diablos
estás hablando, o clávame la estaca. Quítate de mi trasero, porque quiero
levantarme.—

—No me tientes—, dijo aumento la presión de la estaca. —Y ni siquiera pienses en

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mentirme. Capté tu olor, Caris. En el Slaughtered Goat, y luego en la escena de la
última víctima de Stemmons.

—Bueno, sí que eres inteligente —dijo. —Tuve mis razones para estar allí.

—Compártelo —dijo torciendo la estaca como un taladro.

—Maldita sea, Lucius, Yo…

—Dime.

—…Tenía un proyecto —dijo. —Un proyecto especial que tú detuviste, muchas


gracias.—ella le lanzó una mirada dura. —Y luego me entero de algo de trabajo
humano sobre un asesinato para hacerlo parecer como algo vampiro. Y, bueno, ese
es mi territorio Así que, sí, fui porque quería ver quién me estaba pisando los dedos
del pie, tal vez pensando en culparme. Por cosas que no hice. Pero no hay ningún
delito en eso, Dragos. Y te aseguro que no tendrás a tu pastel de frutas preciosa de
protegida.

Abrió la boca para replicar, pero las palabras nunca llegaron. En cambio, su cabeza

346
El Club de las Excomulgadas
pareció a punto de estallar, llena además de la fuerza del grito de Sara hasta el final
al otro lado de la ciudad. Un grito y luego el golpe seco de una imagen forzada en
su mente, de Stemmons el hijo de puta, y junto a él, Tasha.

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347
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 35
Luke se alejó de Caris, con la imagen fuerte en su mente mientras la verdad lo
golpeaba con la intensidad de un puñetazo en la cara. Tasha había jugado con él.
Un juego de venganza para castigarlo por desear a otra mujer, y para castigar a
Sara por ser la mujer que él deseaba.

Corrió. Dejó a Caris maltratada en la calzada, con el rostro siendo una máscara de
confusión, y salió corriendo de la casa, con su sangre palpitando, con el terror y la
rabia a través de él. Estaba atrapada. Estaba asustada.

Retazos de su mano. De su arma de fuego.

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Y entonces la conexión hizo un ruido.

Desapareció. Nada.

El bloqueo que había tenido con sus pensamientos se había partido como una liga.
Se la habían llevado, y en él, el demonio hacía estragos, gritando por matar, por
encontrar. Calma, se dijo mientras cogía aire, tratando de encontrar un centro, un
lugar en donde poder pensar y planear. Sara lo necesitaba. Lo necesitaba fuerte.
Mantén la calma, y la podrás encontrar.

Levantó la cabeza, con las fosas nasales dilatadas, como si pudiera atrapar el olor
de ella en el viento. No había nada, por supuesto, pero el movimiento, el esfuerzo,
pareció agudizar su mente. Le permitió centrarse por dentro, reagruparse.

Para ver lo que ella veía y sentir lo que ella sentía.

Excepto que no había nada más que una mínima pizca de su esencia. El pánico se
levantó dentro de él, y él lo hizo retroceder. Se la había llevado. La había
transformado en niebla. Por eso no la podía encontrar con su mente.

348
El Club de las Excomulgadas

Necesitaba ayuda. Y en ese momento, no podía pensar en una sola persona que
pudiera ofrecerle la ayuda que necesitaba.

Sacó su teléfono y llamó a Doyle. —Se la han llevado —dijo sin preámbulos. —
Maldita sea Doyle, Stemmons tiene a Sara.

Oyó la brusca inhalación, después la respuesta áspera y firme de Doyle.

— ¿Dónde estaba?

Él lanzó un suspiro. —En su apartamento. Se la llevaron. La transfiguró y la sacó

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como el infierno de allí.

— ¿No se ha materializado todavía?

—No. —dijo la palabra con fuerza, porque tenía que creer que la conexión entre él
y Sara se mantendría fuerte. Una vez que ella fuera sólida otra vez, la encontraría
con su mente.
Una vez que fuera sólida otra vez, la salvaría.

—Tucker está en el teléfono a mi lado contactando con la Sección de Seguridad.


Encontraremos a Roland en su apartamento. A ver si podemos captar algo.

—Estoy en mi auto —dijo Luke. —Llámame en el momento en que sepas algo. —


tenía que mantenerse en movimiento. Tenía que seguir haciéndolo. Si no lo hacía,
estaba seguro de que se volvería loco. Maldito fuera el dispositivo de detención. Lo
mantenía sólido. Lo mantenía allí. Le impedían moverse rápido y golpear duro.

Maldita sea, maldita sea, maldita sea.

Con ninguna otra forma de dar rienda suelta a su furia, salió a la calle, conduciendo

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349
El Club de las Excomulgadas
el Mercedes y corriendo por las curvas mientras conducía. Haciendo caso omiso de
la traición de Tasha. Haciendo caso omiso de su propia ceguera contra el demonio
que se había acicalado y jugado todos estos años. Haciendo caso omiso de todo,
excepto de la tarea singular de llegar a la mujer que amaba, y llegar allí tan rápido
como podía a pesar de las cadenas en su cuerpo. Se movió a través del tráfico como
un salvaje, con las luces encendidas, cortando la noche, con la multitud de los bares
arrastrándose por el camino a paso de jodida tortuga. Salía de la I-10 por Wilshire
Boulevard, cuando Sara arrancó en su cabeza una vez más, con el terror y el dolor
lo suficientemente fuerte como para apuñalar un millar de agujeros en su corazón,
con el dolor contrarrestado sólo por el alivio de haberla encontrado una vez más.

Apretó el botón de re-llamada de su teléfono para conectarse con Doyle y se centró

J.K Beck - Cuando La Sangre Llama - Guardianes De Las Sombras I


en la localización de ella, de sacar sus pensamientos de su cabeza. Pensamientos
que lo ayudarían. Que le darían una pista. Cualquier cosa.

Miedo.

Miedo y muerte.

La muerte a su alrededor.

Pero sin ninguna esencia. Sólo de las trampas.

Roca.

Barras.

Y algo familiar. No para ella, sus pensamientos eran confusos, desiguales. Pero no
para él. Él conocía ese lugar. Con los pequeños destellos en su mente, sumando una
foto de…
¡Luke!

350
El Club de las Excomulgadas

Ya voy, dijo inútilmente. Ella no era vampiro. No lo podía oír. Aun así, tenía que
llamarla. Tenía que hacérselo saber. Ya voy, repitió. Juro que ya voy.

— ¿A dónde? —Doyle le exigió, su voz sonaba fuerte y rápida a través del altavoz.

—Beverly Hills —dijo Luke. —Mi cripta. La llevó a mi maldita cripta.

—Calma —dijo Doyle, con su voz ronca sorprendentemente suave. —Vamos a


recuperarla. Te lo prometo. Vamos a traerla de vuelta.

—Por favor, no. —Sara sabía que no importaba. Sabía que no podía razonar con

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ellos, sin embargo, se lo pidió de todos modos. Rogó por la vida que estaban a
punto de robarle. Una vida que ahora tan desesperadamente quería compartir con
Luke. —Por favor. No hagas esto.

—Pero tengo que hacerlo —dijo él, mirándola con ojos vidriosos. —Has sido muy
traviesa.

—Lo fui. Absolutamente —se golpeó la cabeza, y quiso llegar hasta su cráneo y
aplastarlo con su mano, pero sus muñecas estaban atadas. Estaba desnuda, con sus
pantalones y camisa hechos jirones en el suelo.

Como en un sueño, se dio cuenta de dónde estaba. Una cripta, fría y húmeda. Y
ella atada a la tapa de un ataúd de piedra dura.

—La sangre es la luz —dijo. —Y mi Ángel de la Oscuridad se alimenta de la luz.

En su mente, ella le gritó de Luke y oró para que la oyera. Pero no había nada allí.
Nada más que golpes en su cabeza y escalofríos que no se detenían. Temblores
profundos en sus huesos que la sacudían tanto que le castañeteaban los dientes.

351
El Club de las Excomulgadas

—Estarás caliente de nuevo —dijo Stemmons. —Los muertos no sienten frío.

—No quiero morir.


—No lo harás en un primer momento —dijo, y entonces realmente le sonrió. —
Primero me darás la luz. Para mí y para mi Ángel. La luz nutre. La luz cura. He
bebido de la luz de mi ángel, y he curado. Pronto, me hará divino. —se había
alimentado de Tasha, Sara se dio cuenta, y la herida de bala parecía ahora nada
más que un rasguño. Con todas sus fantasías sobre matarlo lejos sólo para saber que
no era un arma lo que necesitaba. No para matar a un monstruo. No en este
mundo, de todos modos.

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Él se acercó, y por primera vez vio el cuchillo en su mano, brillando con la suave
luz de la luna que se deslizaba a través de los barrotes de la cripta.

—Te diría que te dolerá un poco, pero me temo que sería una mentira. —sonrió
ancho. —Y no miento. Eso es muy, muy malo.

Ella quería llorar, quería gritar, pero no salía ningún sonido.

No había sonido que se arrastrara hasta la punta del cuchillo en su vientre. Hasta
que él rasgara carne y músculo.

Cuando lo hizo, el grito brotó de ella, un grito desesperado. Con una súplica a Luke
porque viniera, que por favor viniera a salvarla.

Y mientras el mundo comenzaba a tornarse gris a su alrededor, mientras Stemmons


cortaba con el cuchillo su pecho, muslo, cuello, imaginó que lo veía allí, a su
oscuro guerrero, a su vida, a su amor.

Él vendría.

352
El Club de las Excomulgadas

Él vendría por ella y pondría fin a esta pesadilla.

Pero mientras el mundo escapaba de ella, supo que la pesadilla era real, y que esta
vez, ella no se despertaría.

Sangre.

La sangre de Sara.

Él podía olerla, casi podía saborearla, y el olor condujo a su demonio a lo salvaje.

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Lucius se lo permitiría. Necesitaba a la bestia ahora. A la velocidad del demonio, a
la furia del demonio. Necesaria usar al demonio para destruir al bastardo que se
había atrevido a hacerle daño a su Sara. Y en cuanto a Tasha...

Su corazón se retorció por el dolor de eso, incluso mientras corría hacia adelante,
golpeando sus pies sobre la tierra blanda, con el olor de Sara atrayéndolo, con sus
pensamientos, incoherentes, aterrados, llenos de dolor, pero vivos, todavía vivos,
llamándolo.

Ella estaba cerca. Muy cerca.

Luke...

El más pequeño de los ecos, pero la bestia dentro de él se desplegó, levantó la


cabeza, con su rabia bullendo.

Había viajado por tierra, por la más rápida ruta de túneles debajo de su casa. Y
ahora, corría hacia la familiar estructura. Moviéndose rápidamente. Moviéndose en

353
El Club de las Excomulgadas
silencio. Y entonces sintió el susto de ver como si fuera un puñetazo en el estómago
cuando se asomó a través de las barras del horror de lo que se encontraba dentro.

Stemmons estaba allí, y estaba sobre Sara con una navaja con la punta con sangre.
Lucius echó la cabeza hacia atrás y aspiró su olor. Tasha. Sin embargo, no estaba
presente. No ahí. En cambio, su sangre estaba dentro del humano.

Ella no lo había convertido, pero lo había hecho fuerte.

En lo profundo de Lucius, el demonio gruñó. No lo suficientemente fuerte. No lo


malditamente suficiente fuerte.

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Sara estaba desnuda, con su aliento saliendo irregularmente, y pudo oír el latido
bajo, débil de su corazón. Podía oler la sangre que se había derramado sobre la
piedra. La vida que se escapaba fuera de ella.

No hay tiempo, el demonio gritó. No hay tiempo.

Con un rugido gutural, Lucius arrancó la puerta de la cripta, y luego lo arrojó a un


lado.

Stemmons se volvió, con sus ojos tan grandes que se vio casi cómico, y encontró a
la bestia disparándose sobre él.

—Muere —dijo Lucius, y tomó la navaja que el humano sostenía. Después,


rápidamente, con propósito, Lucius la pasó por la garganta del propio hombre.

La sangre brotó como de un grifo, pero su olor no lo tentó. El humano estaba


podrido. Podrido.

Y sólo Sara importaba.

354
El Club de las Excomulgadas

Corrió a su lado, con el demonio todavía furioso, gritando su negación y miedo al


sentir la vida saliendo de ella.

Atrás, Luke pensó, tratando de calmarse. Tenía que pensar. Tenía que pensar, y no
podía hacerlo con la bestia haciendo estragos por el dolor y la furia en su interior.
Sintió a la bestia retirarse, como si comprendiera que la vida de la mujer dependía
de su salida.

—Sara —él le acarició la frente. —Sara, mi amor.

Sus párpado se abrieron, y cuando de nuevo atrapó el olor de su dolor, una nueva

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furia subió en él.

—Sabía que vendrías. Tenía que decirte adiós.

—No. —él le acarició el rostro, se lo tomó con la mano. —No, no me puedes dejar.

—No... hay elección —su voz era tan débil, pero le sonrió, mientras un tornillo se
apretaba alrededor de su corazón.

—Te curaré. Puedo hacerte sentir bien —con gran determinación, se mordió la
muñeca, luego la llevó a sus labios. —Bebe.

Lo hizo, pero sus ojos no recobraron su chispa. La vida no volvió. Ella se había ido
demasiado lejos, y estaba perdiéndola, con su sangre apenas prolongando lo
inevitable. Él alejó su muñeca y le apartó el pelo de la cara. Perdido, terriblemente
perdido.

Escuchó pasos detrás de él, luego la voz de Doyle. —Oh, Dios. Oh, maldita sea.
Ese hijo de puta. Eso maldito desgraciado.

355
El Club de las Excomulgadas

—El abrigo —dijo Tucker. —Doyle, pon tu abrigo sobre ella.

—Está cada vez más oscuro —dijo Sara mientras Doyle la cubría. —No hay
tiempo. —sus labios temblaron, como si estuviera tratando de sonreír. Miró a
Lucius. —Te amo.

Su corazón se torció, y él sintió sus propios ojos con lágrimas. No había, pensó
vagamente, llorado en siglos. Ahora sentía como si ahora que habían empezado
nunca se detendrían.
—No te puedes ir.

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—No quiero hacerlo. —otro destello de dolor cruzó su rostro y sus dedos temblaron
cuando trató de agarrar sus dedos.

—Haz algo —dijo Doyle.

—Mi sangre no es su curación. Está demasiado lejos.

—Maldita sea, Lucius, ella no está allí todavía. La puedes salvar. Puedes
convertirla. No la dejes ir. No así.

—No puedo —pensó en Livia. En su demonio dentro. Sara estaba demasiado débil,
y él sentía demasiado. Sería ir demasiado lejos. Fracasaría.

E incluso si tenía éxito, no era lo que quería para ella. El demonio. El horror. La
batalla sin fin en su interior.

Y sin embargo...

Respiró, sintió un chorrito de lágrimas por su mejilla.

356
El Club de las Excomulgadas

Y sin embargo, no podía verla ir.

— ¿Qué carajos? —Doyle escupió. — ¿Cómo que no puedes? El infierno si no es


posible. Eres un maldito chupasangre.

—No puedo —dijo Lucius, esta vez de pie y presionando una mano en su pecho.
—Por las contramedidas. El sabor de la sangre humana y la estaca se dispara, y
tengo que alimentarme para convertirla. La maldición vampiro exige intercambio
de sangre.

Doyle se hundió. —Ah, infiernos.

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—Hay un camino —dijo Lucius, volviendo a Sara y sosteniendo su mano. Sus ojos
estaban vidriosos, su agarre era débil. Pero sus dedos se movían debajo de los
suyos. —Un momento —dijo.

—Un momento, mi amor.

— ¿Por qué camino? —Doyle le preguntó, y Lucius le contó sobre la prueba con
fallas, el mecanismo por el cual podría ser que el dispositivo de detención lo
liberara por el fiscal o por Doyle insertando su código de autorización de vuelta en
la División. — ¿Irás? —un latido, y luego Doyle asintió. —Voy para allá.

Se dirigió hacia la puerta.

—Ryan —dijo Lucius. —No hay tiempo para conducir —vio a Doyle vacilar, y vio
el agudo pinchazo del miedo. Luego Doyle miró a Sara. Tragó y asintió. —
Correcto —dijo. —No hay tiempo. —entonces se volvió y miró la pared, con las
manos metidas con concentración. Los huesos de su rostro parecieron cambiar,
rodando debajo de su piel, aun cuando sus ojos se abrieron pequeños y brillantes y
de color rojo. Su piel se tornó de un pálido color naranja, el color aparente unido

357
El Club de las Excomulgadas
sus manos. Respiró, y luego otra vez, y después azotó su brazo en un círculo, como
si dibujara en el aire.

En la estela de sus manos, se abrió un agujero, oscuro y negro. Entró, y el aire se


intercaló, con el agujero desapareciendo.

— ¿Cuánto tiempo? —Lucius le preguntó a Tucker, quien estaba mirando con la


boca abierta el lugar donde su compañero había desaparecido.

—No tengo idea.

Lucius se tragó una maldición y se arrodilló de nuevo al lado de Sara.

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—Confío en ti.

Apretó los dientes, determinado que no viera las lágrimas amenazando sus ojos. —
¿No tienes miedo? —él mismo sentía un miedo terrible, con el recuerdo de Livia
cerca de la superficie, con su fracaso con ella ayer tan fresco como si fuera ahora. Y
aún si no fallaba de nuevo, no podría proteger a Sara de su demonio. Con eso, ella
tenía que luchar por su cuenta.

—Segura —dijo ella. —Contigo. Estoy a salvo.

Su confianza lo humilló, y metiendo una mano en el bolsillo sacó el anillo de Livia.


El recordatorio de cómo había perdido el control. El talismán que lo había calmado
antes de haber encontrado a Sara. Que esperaba, los protegiera a los dos ahora. Se
lo puso en el dedo meñique, luego puso la mano sobre él mientras Sara luchaba por
respirar.

—No falta mucho —dijo. —No mucho, y estarás sana.

—Oscuro, Luke. No me dejes ir. Las pesadillas.

358
El Club de las Excomulgadas

El miedo lo apuñaló. ¿Dónde rayos estaba Doyle? —Espera, Sara. No me dejes.

Detrás de él, Tucker caminaba, con su teléfono pegado a la oreja. — ¿Dónde


diablos estás? —Tucker gritó. Se volvió hacia Luke. —Ahora. Lo está haciendo
ahora —mientras Tucker hablaba, la banda alrededor del corazón de Lucius se
abrió. Y mientras lo dejaba caer al suelo, Lucius se inclinó y hundió sus colmillos
profundamente en la garganta de Sara.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 36
Ella era suya.

Sara. Su sangre lo llenó. Lo hizo sentir primitivo. Le dio vida y fuerza mientras él
hacía lo mismo con ella. Tenía que llevarla a la orilla, directo hasta el borde, y no
más. Demasiado lejos, y se escabulliría, no podría ser convertida. Pero si se retiraba
demasiado rápido, nunca se recuperaría, seguiría con vida, pero dañada por la
pérdida de sangre, con la pérdida de esa dulce, amarga vida que ahora corría por
sus venas.

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Esa era la conexión que había anhelado. Que el demonio dentro había pedido,
anhelado. El hecho de compartir. La conexión. La sangre. El demonio dentro
creciendo mientras le daba de comer, cantando con alegría y necesidad.

Quería consumirla, sentir la vida dentro de él, atraerla hacia el punto surrealista de
la muerte y tomar y tomar y tomar un poco más.

—Luke —gritó Tucker. —¡Es suficiente, Luke! ¡Retrocede! —algo se apretó y firme
se cerró sobre su hombro, pero lo ignoró, en su lugar agarrando a Sara en su contra,
con su cuerpo temblando junto a él, con su boca curvada en su cuello, con el dulce
aroma de su piel llenándolo, excitándolo. Y la sangre. Por los dioses, el sabor, el
dulce néctar era de tal forma que se perdería para siempre en su placer dulce y
decadente.

—¡Luke! ¡Alto!

Podía oír latir su corazón, su ritmo constante ahora irregular. En algún lugar
dentro, se dio cuenta de que tenía que parar, dar marcha atrás, aunque sabía que no
podía hacerlo. No podía empujarla más allá que su demonio. El atractivo de la
sangre era demasiado intensa, el grito del demonio muy fuerte. Y entonces Sara

360
El Club de las Excomulgadas
estuvo dentro de su cabeza, diciéndole que bebiera. Que la bebiera toda. Que la
consumiera y viviera la gloria y el encanto de la sangre. ¡Pater!

Pater, ¡Detente!

Se quedó paralizado. Con la voz, el grito de padre, que había pertenecido a Livia.
Su Livia. Y en el momento en que se dio cuenta sus sentidos se apresuraron a
regresar.

Sara.

Por los dioses, Sara. ¿Qué había hecho?

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Estaba acurrucada en sus brazos, con el latido de su corazón casi imperceptible,
incluso a sus oídos. Sus ojos eran vidriosos, su piel pálida. Casi la había llevado
demasiado lejos, pero no había tiempo para la auto-recriminación. Mordió con
fuerza su muñeca, abriéndose una vena, y presionando la herida en su boca.

—Bebe —le ordenó. —Bebe, Sara.

Y a pesar de sus peores temores y premoniciones, sus labios se cerraron sobre su


carne y bebió, con su sed fuerte y profunda mientras la vida la inundaba de nuevo.
Mientras su sangre la calentaba y la convertía.

Él la abrazó con fuerza mientras ella mamaba y le daba un silencio de


agradecimiento a los dioses y a la dulce voz de la niña con la que una vez había
fracasado.

Esta vez, había vencido al demonio, y Sara todavía vivía.

Se despertó con el dolor y la luz moteada a través de una oscuridad de terciopelo.


Con su cuerpo, dolorido y débil, su garganta estaba cubierta de gotas de sangre

361
El Club de las Excomulgadas
saliendo de cortes largos y delgados. Muros de hormigón la rodeaban. Por encima
de ella, estaba un techo con agujeros. Y a la distancia, oyó el gruñido sordo, duro
de un monstruo. Una hoja afilada que cortó a través de su miedo al darse cuenta de
que no recordaba nada. Y el miedo crecía haciéndose cada vez más fuerte mientras
lentamente, muy lentamente, recuperaba la memoria. Stemmons.

Tasha.

Sangre.

Y Luke. Siempre Luke.

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Ella se estremeció, recordando de pronto la forma en que había hundido sus
colmillos en su cuello. La forma en que su cuerpo se había arqueado en respuesta,
con la fuerza de la sangre extrañamente atractiva, tanto más cuando había bebido
de él, bebido y bebido hasta que se había desplomado a su lado. Hasta que ella se
había retorcido en la agonía de la muerte, se había estirado con la fuerza del
renacimiento. Ella había deseado eso. A pesar del miedo, a pesar de lo
desconocido, ella lo deseaba, porque significaba que estaría con Luke. Que estarían
juntos para siempre. Ahora, sin embargo, el miedo iba en aumento. Estaba
atrapada. Sola con una bestia. Su bestia. Su demonio.

Dios mío, ¿qué le habían hecho?

Hora de alimentarse, Sara. Es hora de salir a jugar, jugar, jugar. A su alrededor, la


habitación parecía susurrar. Una voz femenina suave la instaba a alimentarse, a
matar. Su susurro. Su voz. Y a medida que hablaba, el hambre aumentaba en su
interior. Ella exploró su boca con su lengua, sintiendo la punta de sus colmillos, y
se deleitó en la explosión de energía que parecía a punto de estallar dentro de ella.

Es lo que eres ahora. Es lo que eres.

362
El Club de las Excomulgadas

¡Nosferatu!

¡Vampiro!

¡Monstruo!

¡Mata! ¡Come! ¡Vive!

Cada palabra parecía un golpe, golpeando su espalda, golpeando su carne. —¡No!


—ella gritó la palabra, cerró las manos sobre sus orejas para dejar fuera las voces y
asomó la cabeza entre las rodillas para protegerse de los golpes. Pero estaban en su

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cabeza, las palabras, los golpes, y nada las detenía.

Esa es la forma. Ocúltate, Sara. Ocúltate y déjame tomar el relevo. Déjame vivir. Libérame,
libérame, libérame y serás libre.

Intentó ponerse de pie, mareada por las voces que la maltrataban, con su mente
siendo difusa. Pero ella comprendía. Comprendió que no podía alejar las voces, ya
que se encontraban dentro de ella. Eran su demonio, y ella estaba en el interior de
la Retención.

En lo profundo del ritual, y no sabía el camino de salida. No quería sucumbir. No


quería permanecer oculta ahí. No deseando que el demonio se alimentara al mismo
tiempo que se encogía hacia abajo.

Pero no sabía cómo detenerlo.

Él no le había dicho cómo luchar.

—¡Luke! —exclamó ella. —¡Luke, ayúdame!

363
El Club de las Excomulgadas

Esto es todo culpa suya. Mantenlo alejado. Quédate aquí. Permanece aquí y castígalo por lo
que te hizo. Más fácil, mucho más fácil, es quedarse.

—No —dijo, y luego con más fuerza. —No.

Cobarde.

Perra.

Mentirosa.
Las palabras salieron como golpes, tumbándola. Ella se cayó, confundida, después

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encontró una mano extendida hacia abajo para ayudarla a levantarse. — ¿Luke?

Estaba a salvo. Él estaba allí. — ¿Eres realmente tú?

Él le sonrió. —Estoy aquí para ayudarte.

El Numen. Tenía que ser. Ella asintió, y se dejó jalar por él. —El demonio es la
sangre y el miedo—dijo. —No cedas a ella.

—Pero tengo miedo. Y me sangra el cuerpo.

—Ven —dijo, y ella se derritió en sus brazos. —No pienses en el dolor —él la puso
suavemente en el suelo. Desde su punta de los dedos, él exudaba sangre, entonces
trazó sus heridas. La piel se cosía a su paso, dejándole una sensación de
hormigueo, con su cuerpo de pronto despierto y vivo.

Se dio cuenta en principio que estaba desnuda.

—Placer —dijo Luke, el Numen, mientras su mano se deslizaba hasta sus muslos.
—Disfruta de mí. Toma fuerza de mí. Y lucharemos contra el demonio juntos.

364
El Club de las Excomulgadas

Sus dedos se había encontrado con su núcleo, su boca con su pecho, y se quedó sin
aliento, concentrándose sólo en Luke mientras los susurros a su alrededor se hacían
más fuertes, más audaces. — ¿Eres real?

—Soy tan real como necesitas que sea. —movió la lengua sobre su pezón, y un hilo
caliente de deseo la atravesó, encontrando el dedo que jugaba con su clítoris.

—Por favor —dijo ella, con sus caderas moviéndose sin vergüenza. —Por favor,
tómame.

—Necesitas sobreponerte —dijo él. — ¿Ves las paredes?

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Ella volvió la cabeza, vio las paredes de la habitación y se dio cuenta de que el
techo había desaparecido, reemplazado por un cielo negro, abierto y lleno de
estrellas. —Al otro lado del muro, todo estará bien.

— ¿Cómo? —las paredes eran empinadas y resbaladizas y parecían extenderse para


siempre.

—Yo te llevaré —dijo, y mientras lo hacía, se metió dentro de ella, llenándola. Ella
gimió, con sus caderas levantándose para reunirse con él, queriendo tomar más y
más de él. Buscando ese lugar, de esa forma, ese camino hasta la cima.

—Eso es todo. Sí, sí, eso es todo.

Ella lo miró por encima, con el amor en sus ojos instándola.

—Por favor —dijo. —Más. Más duro.

—Queridos dioses, sí, —dijo él, y la tomó, estrellándose contra ella, sacudiéndolos
a ambos. Ella se arqueó contra él, con los ojos cerrados, desesperada, tan

365
El Club de las Excomulgadas
desesperada por subir, por tomar todo de él. Por consumirlo, por estar con él,
entera y completamente. Ella estaba subiendo. Tan cerca. Tan cerca de la parte
superior.

Y luego otra vez, y otra, y otra, y otra.

Se vino sobre ella rápido, con su cuerpo entregándose, y cuando abrió los ojos, ella
estaba cálida y suave y acurrucada en sus brazos.

Sus brazos. No era un sueño.

Luke.

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Todo había terminado.

Y luego ella se echó a llorar, con sus murmullos suaves acariciándola mientras sus
lágrimas se derramaban.

— ¿Por cuánto tiempo? —le preguntó cuando pudo hablar de nuevo. — ¿Cuánto
tiempo estuve en ese lugar?

—Una semana —dijo él enjugándose las lágrimas. —Pero eres libre. Y estás en
control. —cerró los ojos y miró su interior, donde el demonio estaba ligado
profundamente.

—Sí —dijo. —Yo gané.

Ella le sonrió a este hombre que amaba, y que la amaba. —Sabía que estarías allí.
Sabía que me ayudarías a sobrellevarlo.

—Estaba muy asustado —admitió él. —Aterrorizado de haberte perdido. Que te


hubiera fallado.

366
El Club de las Excomulgadas

—Nunca —dijo ella, poniendo una mano en la mejilla. —Me salvaste.

—Me estás echando a perder —dijo Sara, dejando de lado la biografía de Augusto
César, que Luke le había llevado la tarde anterior.

—Y continuaré haciéndolo —dijo Luke entrando en la habitación con la bandeja


del desayuno. —Así que sugiero que te acostumbres. —dejó la bandeja sobre su
regazo. Un panecillo inglés, salchichas, café y una jarra térmica llena de sangre
caliente. En cuanto a ella, se dio cuenta de lo hambrienta que estaba, incluso por la
sangre, que había descubierto era sorprendentemente sabrosa. O, quizás, su paladar
había cambiado, simplemente. Hasta ahora, había succionado por litros la materia,

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con Luke asegurándose de que la sed disminuyera con el paso del tiempo, y ella no
sintiera la necesidad de alimentarse a intervalos regulares. Tomó un sorbo, y luego
volvió su atención en el panecillo, mientras él se sentaba en el borde de la cama
junto a ella. —No soy una inválida, sabes.

Su boca se torció. — ¿He estado tratándote como tal? —recordó el sexo fuerte que
habían tenido la noche anterior, y tuvo que admitir que no era así. —Han pasado
más de dos días, sin embargo. Bosch pensará que te he raptado.

—Dos semanas de descanso —dijo Luke. —Y si mi memoria es correcta, él


instruyó que las tomara.

Era verdad. Después de la prueba en la cripta, Ryan Doyle se fue, al parecer con
Bosch y le había explicado lo que había sucedido. Tras una breve revisión de las
notas de Sara y una breve entrevista con Luke, los cargos de la División contra
Dragos fueron retirados. En apoyo a la destitución, el PEC entró en una
estipulación formal delineando los hechos que se conocían. El pabellón Dragos no
había, de hecho, prevalecido durante su Retención. Su demonio se había liberado y
era, como Ryan Doyle había comentado una vez, había sido lo suficientemente
inteligente como para esperar, observando en silencio el funcionamiento de su

367
El Club de las Excomulgadas
mundo, mientras el demonio se volvía cada vez más entrelazado con la chica que se
había convertido en una obsesión de tener a Luke todo para ella misma. Había
inventado un plan para obligar a Luke a fugarse con ella, y aunque nadie sabía a
ciencia cierta si Braddock había violado a la chica en realidad, todo el mundo
estaba seguro de que Tasha se había aprovechado de la historia pasada de
Braddock. Ella había ido a Luke histérica, jurando que mataría al juez por lo que le
había hecho a ella.

Como lo había anticipado, Luke no había permitido que Tasha se arriesgara al


castigo, y había intervenido para protegerla, yendo tan lejos como para drenar las
últimas gotas de sangre de la víctima ya gravemente herido con el fin de marcarlo él
mismo.

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—Un decadente complot —el juez había dicho. —Tal vez algún día conoceremos
todas las piezas del rompecabezas. —y Sara, quien se había enterado de las
palabras del juez después de los hechos, tuvo que aceptarlas. El juez había firmado
la destitución de los cargos contra Luke, al mismo tiempo que se había emitido la
orden de detención de Tasha. No era un caso que Sara esperaba enjuiciar, porque
cada día que Tasha estuviera en juicio sería otra vuelta de tuerca de la cuchilla en el
corazón de Luke. Otro recordatorio de lo más profundo de su traición.

— ¿Ha habido alguna noticia? —le preguntó ella.

—Ninguna —dijo él.

—Puede que nunca la tengamos —dijo ella con suavidad. —Podría estar en otro
continente, ahora. Y no me puedes mantener oculta aquí para siempre.

Su sonrisa fue pequeña y triste. —Ves mucho ahora.

—Te veo —dijo. El vínculo entre ellos se había hecho más fuerte desde la

368
El Club de las Excomulgadas
conversión, pero incluso sin la nueva conexión, ella habría sabido lo que estaba
pensando. Lo que temía.

—No podemos cerrar los ojos ante la posibilidad de que ella trate de hacerte daño
otra vez —dijo Luke.

—Bueno, por ahora el precio no es tan malo —dijo ella, tratando de aligerar el
momento. —Sentada aquí, en esta increíble mansión en Beverly Hills, leyendo
libros y totalmente mimada. Nunca había tomado vacaciones antes —dijo. —
Honestamente, no sé qué hacer conmigo.

Ella se mostró satisfecha por su rápida sonrisa. —No estás de vacaciones —dijo,

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acariciando con sus dedos suavemente su brazo. —Te estás recuperando. Y si no
tienes una mejor idea, estoy seguro que se me ocurrirán una o dos cosas para
mantenerte entretenida.

— ¿Sí? ¿Me quieres mostrar?

—Mucho —dijo. —Pero me temo que tendremos que esperar. Ahora tienes un
visitante.

— ¿En serio? —quiso preguntarle quién era, pero ya había cruzado la habitación y
salido por la puerta. Un momento después, volvió con Ryan Doyle.

—Bueno, mírate —dijo Doyle. —Te ves malditamente mejor de lo que estabas la
última vez que te vi. ¿Estás bien?

—Estoy muy bien —dijo, feliz de ver al investigador. —Gracias por venir. Y
gracias por el cuidado del caso. Arreglaste las cosas con Bosch.

Él se encogió de hombros. —Era lo menos que podía hacer, contigo casi


muriéndote. —se dio cuenta de que él no miraba a Luke. Cualquiera que fuera el

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El Club de las Excomulgadas
problema entre ellos todavía estaba allí. Tal vez, sin embargo, se había desvanecido
un poco.

Inclinó la cabeza, y luego arrastró los pies, como si ella lo hubiera avergonzado,
teniendo en cuenta que él para-demonio solía ser brusco en su comportamiento
pensó que era particularmente divertido, y se atribuyó al hecho de que ella estaba
en la cama y llevaba una camisa. Él se giró como si se fuera a ir cuando el teléfono
de Luke sonó.

Lo abrió, poniendo el auricular en su oreja, pero con su audición recién afilada,


Sara pudo escuchar a ambas partes de la conversación.

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—Duele, Lucius —dijo Tasha, con su voz llena de lágrimas. —Y la sangre, ¡Tanta
sangre! El demonio salió. Salió, Lucius, y traté de luchar contra él. Traté de hacer
lo que me dijiste. Traté de ser buena, pero no me dejaron. —sollozó. —Me
mantuvo abajo durante tanto tiempo. Me mantuvo enterrada. Me hizo mentir y
lastimar a la gente. ¡Lastimar niños! Y no me dejó encontrarte.

—Tasha —dijo él, y a Sara se erizó con su tono de voz bajo, calmado. —Silencio.
Silencio. Está bien. Todo estará bien. ¿Dónde estás?

—En el sur. En La Jolla. ¿Vendrás? ¿No estás enojado conmigo? Hice cosas malas,
Lucius. Cosas malas. Pero no era yo. No yo. No lo hice, y estoy tan asustada.
Tengo miedo de mí, y lo que hay dentro. Tenemos que hacerlo retroceder de
nuevo, Lucius. Juntos. Tenemos que empujar al demonio de nuevo abajo.

—Iré por ti —dijo él en voz baja, sin tono. —Te ayudaré. Sabes que lo haré.

—Porque Lucius Dragos se ocupa de lo que es suyo. Soy tuya, Lucius. Soy tuya,
tuya, tuya.

370
El Club de las Excomulgadas

—Así es, Tasha —dijo con una mirada dura hacia Sara. —Lucius Dragos se ocupa
de los suyos.

En el momento de colgar, Doyle se volvió hacia él. — ¿Qué demonios estás


haciendo? —le preguntó, expresando pensamientos exactos de Sara.

—Exactamente lo que tengo que hacer —dijo Luke, con su rostro duro y ojos
tristes. —Estoy haciendo exactamente lo que tengo que hacer.

Tasha estaba en el techo de la casa de enfrente de la mansión de Luke en la calle


Bellagio, a kilómetros de los túneles del metro de Los Ángeles donde había estado

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escondida en la mugre y en la suciedad. Un lugar oscuro, no adecuado para alguien
como ella. Alguien valioso. Alguien extraordinario.

Echó los brazos a los costados y dejó la brisa sobre ella, haciendo que el vestido
blanco ondulara alrededor de sus tobillos. Tan suave. Tan bonita.

Él debió haberla deseado. Debió haberla tomado. Y sin embargo, nunca la había
tocado. Se mordió el labio y se sacó sangre, la sangre dulce. Nunca se había
empujado duro en su interior. Ella había jugado, sin embargo. Había jugado con
otros chicos, y había habido sangre y dientes y glorioso dolor y sus cuerpos gruesos
empujándose en su interior, llenándola, haciendo que ella abriera las piernas y
había sido bueno y agradable y ella había deseado más y más y más.

Pero Lucius nunca lo había visto. Nunca la había visto. Sólo veía la cáscara, no lo
que había dentro. Lo que mantenía oculto. Lo que soltaba cuando jugaba con los
otros chicos. Tenía que mostrárselo. Tenía que hacerlo ver.

Necesitaba demostrarle que lo amaba. Probarle que él estaría con ella siempre. Con
ella. Dentro de ella. Y que se ocuparía de ella.

371
El Club de las Excomulgadas

Y él la amaba. Lo hacía, lo hacía, lo hacía.

¿No era por eso que había matado a ese cara pálida de Braddock? ¿No había
planeado todo eso?

Excepto que no había planeado a la perra. Y la perra se había abalanzado y ahora


la perra tenía a Lucius.

Y él era de ella. No de la perra fiscal.

Tasha había tratado de deshacerse de ella. Aprendido acerca de la asesina humana

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de la perra atrapada en una celda. Había hecho su plan. Escenificando al ángel de
rescate para el humano, el que casi era digno. Y ella había tenido suerte de que el
vampiro Caris se hubiera abalanzado en la ciudad, llevando la atención de Luke
lejos de la verdad.

Pero aún así su plan no había funcionado. El humano digno estaba muerto, y la
perra estaba en la casa de Lucius. En la cama de Lucius.

No por mucho tiempo.

Desde donde estaba, no podía ver a la habitación de Lucius. Pero podía ver el
garaje, y sintió un trino de satisfacción cuando la puerta se abrió y el Mercedes de
Lucius ronroneó por el camino, abriendo el portón, y se fue por la calle. La Jolla
estaba a casi dos horas de distancia. Mucho tiempo para una pequeña charla con la
perra. Sólo de muchacha a muchacha.

Entrar no era problema. Lucius había cambiado el código de acceso, por supuesto,
pero ella había conocido el código de anulación desde hacía una década. Nunca se
había molestado en mencionárselo a él. Algunos secretos de chica se tenían que
guardar.

372
El Club de las Excomulgadas

El código funcionaba tanto en la puerta exterior como en la puerta principal, y


Tasha pronto estuvo en el interior, con el suelo de mármol frío contra sus pies
desnudos.

La perra estaría en el dormitorio principal. Estaría pensando que era donde debía
estar. Allí, en la cama, con Lucius.

Estaba equivocada. Tasha tendría que explicárselo. Y mientras subía las escaleras,
dejó que la rabia emergiera, con el poder que la calmaba haciéndola fuerte, siendo
su confidente.

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La perra se había convertido, Tasha lo sabía, pero un nuevo vampiro era débil
después de la conversión. Débil, es decir, a menos que sugiera en armonía con el
demonio. Luego había fuerza y poder. Tan dulce. Tan fuerte. Así que era muy,
muy inteligente. Tenía que ser inteligente. Dejar al demonio mostrarse y sucedían
cosas malas. Estacas. Navajas. Tenían que esconderse en el interior. Tenía que ser
inteligente.

Subió las escaleras lentamente, en silencio, y luego caminó por el pasillo hasta la
puerta que estaba abierta y que era la habitación de Lucius. La perra estaba allí,
sentada en la cama, y mirando hacia arriba, con los ojos desorbitados por la
sorpresa ante la presencia de Tasha.

—Tasha, ¿Estás bien? Luke se acaba de… Pensé que estabas en La Jolla.

—He cambiado de opinión. Tengo permiso para hacer eso, ¿no? ¿Cambiar de
opinión?

—Seguro —ella se movió en la cama, con una mano sosteniendo un libro, y con la
otra debajo de la sábana. —Ah, bueno, ¿quieres que lo llame? ¿Qué le diga que
estás aquí?

373
El Club de las Excomulgadas

—No, no, no. —ella dio un paso hacia la perra. Fácil. Iba a ser tan fácil.

—Sabes que llevo el asesinato de Braddock, ¿verdad? —el tono de la perra fue
locuaz, y Tasha quiso reír. La muerte estaba en la habitación, y ella ni siquiera lo
sabía. —Me pregunto si te puedo pedir algo. Los detectives tienen algunas
preguntas y…

—Hazme las preguntas y no te diré ninguna mentira.

— ¿Me dirás la verdad?

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—Quizás, quizás, si me gusta la pregunta.

— ¿Qué te hizo Braddock?

—Hombre malo. Hombre travieso. Me dijo cosas. Cosas sucias.

— ¿Qué te dijo?

—Nos insultó.

— ¿Nos?

—A mí y a mí. Somos lo que somos —casi se echó a reír mientras la perra fruncía
el ceño, tratando de darse cuenta de eso.

—Insultar al demonio, ¿es eso lo que quieres decir?

Se tocó el lado de la nariz. —Chica lista, inteligente. Pero hay un premio para ti. La
chica lista ha sido mala. Ha tomado lo que no le pertenece.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Braddock trató de tocarte? —la perra persistió.

—No. Al principio no. Le dije eso a él. Lucius no lo haría, así que le dije al juez
eso. No lo hizo, tampoco. Dijo que era bueno ahora, y no se permitía tocar más a
nadie. —ella sonrió, fina y fría. —Pero cambió de opinión. Le dije lo que deseaba.
Todas las cosas malas de mi mente. Se las dije, y lo toqué, y después él las hizo.
Travieso y agradable, hizo todo para mí. ¿Quieres que te las diga, también?

—No. —la perra frunció el ceño, como si no le gustara la historia. —Luke fue tras
él para protegerte.

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—El dulce Lucius, dulce —dijo. —Yo llegué primero.

—Porque sabías que Lucius te cubriría. Sabías que lo habías puesto en riesgo.

—Él me ama. Me lo tenía que mostrar. Lo tenía que saber. —dio un paso hacia la
cama. —Así que ya ves, no puede ser tuyo. Él siempre será mío. Mío, mío —Tasha
sonrió y sacó una estaca de los pliegues de su vestido. —Creo que es hora de decir
adiós ahora.

—Yo no —dijo la perra, y de repente no pareció tan pequeña y vulnerable. De


repente, estaba en la cama, con una estaca en la mano, también, y la estaba
dirigiendo directamente a Tasha.

Tasha se echó a reír. — ¿Crees que eres rival para mí? ¿Para nosotros?
¿Recientemente convertida tan, tan fuerte?

—No —dijo la perra. —No.

—Pero yo sí.

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El Club de las Excomulgadas

Luke habló desde detrás de Tasha, moviéndose hacia ella a la velocidad del rayo,
con el filo de su espada ahora presionada con fuerza contra su cuello. Ella se volvió
lentamente, con los ojos muy abiertos.

—Lucius ... ¿Dónde…?

—En el closet —dijo, moviendo la cabeza ligeramente hacia el armario en el que


había esperado y visto y oído.

—Pero te fuiste. Te marchaste por mí. Yo te vi. Te vi salir —Luke pensó en el


Mercedes, con sus vidrios polarizados, y Ryan Doyle en el asiento del conductor.

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—Idiota —dijo.

Ella cerró los ojos en concentración, los volvió a abrir, sorprendida.

—Espada de hematita —dijo. —No te transformarás, Tasha. Te quedas aquí.

El miedo llenó sus ojos, y él se armó de valor. Recordando lo que ella era. Lo que
había hecho. A Sara. A las jóvenes asesinadas.

—Lucius, no. Por favor. Soy yo. Tasha. Me amas. Me proteges. Velas por mí. Soy
tuya, tuya, tuya.

—Lo eres —dijo, recordando la noche nevada en que había sucumbido ante el
horror de lo que él era, una noche en que había tratado de encontrar la redención
por la muerte de su hija en la inmortalidad de esta joven aturdida. Su arrogancia se
había empequeñecido
sólo por su dolor, y había tomado una decisión tonta entonces, complicada con el
argumento tan vigorosamente de una dispensa especial.

Había mirado a Tasha y visto a Livia. La había mirado y había visto la vida y el

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El Club de las Excomulgadas
amor y la promesa de un futuro sin el dolor de sus errores pendiendo sobre su
cabeza. Había sido un tonto, y ahora ambos estaban pagando el precio. Y a pesar
de que era torturado, sabía que ahora era el momento de dar un paso adelante y
hacer lo que no había tenido la fuerza para hacer tantos siglos antes.

—Tú eres mía —repitió él. —Mi hija. Mi protegida. Mi responsabilidad. —y con
una velocidad sobrenatural, blandió la espada y toda la hoja aguda cortó la piel y el
tendón y el hueso de su cuello. —Lo eres —repitió con su cuerpo desplomándose
en el suelo. —Y ahora haré lo que debo. —cerró los ojos, sosteniéndose a sí mismo,
dejando ir la pena y la pérdida y la tristeza. Y luego miró a Sara a través de ojos
llenos de lágrimas. —No habrá juicio —dijo.

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—Ningún tribunal. Esta es la justicia, aquí mismo, prestada por mi mano. —él la
miró, vio la angustia en su rostro, y supo que había llegado a una línea en la que
Sara no podía seguir.

— ¿Puedes quedarte con eso?

Ella veía él al cuerpo sin vida de Tasha, a la niña que había sido su hija adoptiva.
Al demonio que lo había traicionado.

Luego cruzó la habitación y apretó la mano en la suya. —Estoy contigo —dijo ella,
y el alivio se vertió a través de él. —Y siempre lo estaré.

La luz de la luna entró en cascada a través de las cortinas, proyectando largas


sombras a través del cementerio al ataúd donde Tasha estaba encerrada, preparada
para ser trasladada a la cripta de Luke, el primer cuerpo en ser colocado allí. Sara
estuvo al lado de Luke mientras miraba hacia abajo a la caja de acero simple, con
sus dedos entrelazados con los suyos, tan abrumados por su amor que le quitaba el
aliento. Ojalá pudiera hacer esa noche fácil para él, y al mismo tiempo, sabía que
tenía que hacer esto. Tenía que decirle adiós a la joven que alguna vez había
pensado salvar de la joven que una vez había amado y protegido.

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El Club de las Excomulgadas

—No todo en ella era vil —dijo él, mirando no a ella, sino reflexionando sobre la
tapa de metal frío. —Hubo momentos en los que era realmente Tasha bajo mi
protección. —se movió, luego la miró a los ojos. —Tengo que creer eso.

—Y debes hacerlo. —pensó en la chica que una vez le había descrito, que había
bailado en la playa y jugaba con sus muñecas, y en su corazón sabía que tenía
razón. La verdadera Tasha, esa pobre niña aturdida, estaba escondida en algún
lugar bajo el demonio.

—La liberaste Luke —dijo, y parpadeó para contener las lágrimas. —No importa lo
que pasó en esa habitación, la Tasha que una vez amaste es libre ahora.

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Él llevó una mano a la caja, cerró los ojos y asintió. —Estoy listo —dijo después de
un momento y luego dio un paso atrás del ataúd.

Ella asintió a los hombres de pie cerca de la puerta de la cripta, y se acercaron


lentamente, Nick, Doyle y Tucker.

Los cuatro hombres levantaron el ataúd y luego lo bajaron a la cripta, instalándolo


en uno de los anteriores que no se utilizaba como sarcófagos de piedra. Nick dio un
paso atrás, y luego puso su mano en el hombro de Luke. — ¿Deslizamos la piedra a
su lugar?

—Todavía no —dijo Luke.

Sara empezó a seguir a los hombres, pero Luke la retuvo con una mano en su
brazo.
—No te vayas.

—Nunca —le prometió.

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El Club de las Excomulgadas

Se acercó y levantó la tapa del ataúd, y cuando miró a la chica, ella pudo ver el
dolor en su rostro, y apretó la mano en la suya.

— ¿Luke?

Mientras lo miraba, sacó el anillo de Livia de su bolsillo, luego con cuidado lo


colocó en el dedo de Tasha.

Se volvió hacia ella, y se obligó a hablar a través de su garganta obstruida por las
lágrimas.
— ¿Estás seguro? —lo había llevado con él durante tanto tiempo que ella temía que

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fuera a perderse por no tenerlo en el bolsillo.
—Lo estoy —dijo. —Es hora.
Suavemente, ella levantó la mano y colocó la palma en su rostro, el rostro de un
guerrero, fuerte y lleno de cicatrices, pero suave por su amor.
Había enterrado a dos hijas esa noche, a Tasha y a Livia, y el dolor que él sentía la
quemaba. Sin embargo, estaba alto y fuerte a su lado. Sanaría, lo sabía. Ambos lo
sabían.
—Ven —dijo tomándola de la mano. Y juntos salieron de la cripta y se alejaron en
la noche.

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El Club de las Excomulgadas

Epílogo
— ¿Estás nerviosa?

Las suaves palabras de Luke desde atrás hicieron saltar a Sara, y se volvió para
golpear su mano con su pluma. —No. Por supuesto que no. —Demonios, sí, estaba
nerviosa. —Ahora ve y siéntate. Se supone que debes estar en la galería, no en el bar.

—Creo, Abogada, que la corte no está en sesión. —no, definitivamente no lo


estaba. Lo sabía porque había estado acechando en los pasillos de la División en las
últimas seis horas, esperando que el jurado de su primer juicio volviera. Un

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demonio que había puesto una tienda en Internet, atrayendo a aspirantes a actrices
para las pruebas de pantalla, después había utilizado una cámara especialmente
fabricada para chupar la vida de las hembras humanas a medida que leían sus
líneas. Había estado preparando el caso desde hacía más de un mes. Los hechos y
la ley eran sólidos.

Ahora lo único que quedaba era que el jurado hiciera su trabajo.

Según Martella, el jurado había terminado, y a las partes se les había pedido volver
a la corte para el veredicto.

Sara había sido la primera en llegar.

—Esto es un poco más estresante que esperar en una sala de tribunal por el
veredicto de un jurado —dijo Luke.

Ella levantó una ceja. — ¿Y cómo lo sabes? Has evitado la sala del tribunal por lo
menos en la mayor cantidad de los casos que yo he llevado.

Él se llevó una mano a su corazón, con su expresión demasiado inocente


haciéndola reír. —Abogada, estoy sorprendido. No sé de lo que estás hablando.

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El Club de las Excomulgadas
—Ojalá fuera así. —pero estaba tomándole el pelo también. Durante las últimas
semanas habían llegado a una especie de tregua provisional. Luke se quedaba fuera
de la sala, y, del banquillo de los acusados, por lo menos, y ella no le preguntaba lo
que hacía por la Alianza. Lo que hacía, ella sabía, para mantener su propio
demonio a raya. Nostramo Bosch empujó la puerta con un gesto brusco hacia
Luke. Sara se espantó, y luego lo miró, exasperada, mientras tomaba su tiempo en
moverse en la galería para sentarse detrás de ella.

Poco a poco, la sala se llenó, y cuando todas las partes habían regresado, el agente
judicial, un gremlin flaco, anunció al juez con un estridente —¡Todos de pie!— El
juez, un anciano vampiro arrugado que había bebido sangre de una taza de plástico
durante el testimonio, miró al jurado, le pidió al acusado que se levantara mientras
se leía el veredicto.

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Sara contuvo el aliento, segura de que podía sentir el apoyo de Luke flotando detrás
de ella.

—Culpable.

Sara se hundió con alivio. A su lado, Bosch le ofreció una mano en felicitación,
junto con un cordial —Buen trabajo, Constantine.

En la mesa de enfrente, el acusado gruñó mientras el alguacil le ponía los grilletes.

En la galería, el aplauso fue ensordecedor, mientras todos los fiscales y el personal


de la sección de Sara celebraban su primer juicio, y la victoria, dentro de la
División. Ella vio a los dos, a Martella y a J'ared, cada uno sonriéndole y
saludándola. Les devolvió el gesto, pero el hombre que en realidad estaba buscando
ya se había empujado por la multitud y estaba de pie a su lado en la mesa.

—Hiciste un buen trabajo abogada —dijo Luke, riendo después que ella se echara
hacia atrás desde el beso que juró que no le daría, si bien no estaban en el trabajo.
— ¿Tal vez deberíamos volver a casa y celebrar?

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El Club de las Excomulgadas
—No puedo pensar en una idea mejor —dijo ella, tomando su mano y tirando de él
hacia la puerta, siguiendo el camino que Bosch había tomado.

En el pasillo, se detuvo mientras un reportero de una de las organizaciones de la


prensa de las sombras hacía sus preguntas. —El acusado era un verdadero
monstruo —dijo, —y no hay duda de que se hizo justicia.

Ella se aferró con fuerza a la mano de Luke, mientras caminaban hacia el ascensor,
haciendo caso omiso de las preguntas adicionales gritadas detrás de ellos. Justicia.
Había pensado mucho en lo que era justo y correcto desde que se había unido a la
División.

Desde que había conocido a Luke. Pensó en Jacob Crouch. En Tasha. En Luke

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mismo.
—Tienes razón, ya sabes — dijo ella, parada frente al ascensor.

— ¿Sobre qué?

—A veces, las cosas son de color gris. Sobre todo en este mundo. —apretó el dedo
sobre el botón, centrándose en algún lugar sobre él. —No puedo aprobar lo que
haces, pero tal vez lo entiendo. Un poco. —se movió, clavándolo con una mirada
dura. —Pero nunca permitas que te vea en el banquillo de los acusados una vez
más.

Su boca se curvó hacia arriba, llegando su sonrisa a sus ojos incluso cuando sus
brazos la tomaron.

—Ah, Sara —dijo, y luego rozó sus labios suavemente sobre la de ella. —Te lo
prometo, nunca dejaré que me atrapen. Tú, sin embargo… —añadió en un tono
que tiró de su corazón. —Tú, querida Sara, me has capturado totalmente.

Fin
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02- Cuando El Placer Manda.

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