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sobrevivía a la disolución corporal. De este modo la experiencia
metapsíquica aparecía confirmando científicamente la enseñanza de las
religiones.
Para un pensador como el doctor Gustave Geley, que había sido
impresionado sobre todo por los fenómenos físicos, se imponía el punto
de vista evolutivo.
Geley veía en las metamorfosis de los insectos el mismo
proceso que en las materializaciones teleplásticas. Incluso reconoció,
combatiendo la doctrina de Bergson, la identidad de la naturaleza
inconsciente del hombre y del animal.
Su error fue el de haber hecho del inconsciente un consciente
oculto que se descubre poco a poco en el transcurso de la evolución,
porque para él la cima de la evolución es la conciencia. Su
"dinamopsiquismo" no es más que el Deus ex machina que asegura esta
transformación continua, y conduce al triunfo del "bien soberano".
El moralismo de Geley llegó, en definitiva, al mismo resultado
que el teísmo de Myers, o sea a la justificación del espiritismo.
RENOVACIÓN DE LA FILOSOFÍA BIOLÓGICA
No hay más que abrir los ojos, para observar en las sociedades
animales un magnífico ejemplo de ese "psiquismo colectivo", que hemos
transformado en una de las leyes de los fenómenos paranormales
humanos.
La semejanza no es superficial: hay pocos misterios tan profundos
como el comportamiento de las abejas, las hormigas y los comejenes.
Sin embargo, más profundo aún, es el de la adaptación de los insectos y
las flores; tanto es así, que asombró a Darwin el mimetismo de tantos
animales que recuerda imperiosamente la ley de la ideoplastía
parapsicológica y que se evita introducir en los tratados de biología, a no
ser para quitarle importancia.
Esos quizás sean los temas más curiosos de la biología, pero
habría que estudiar también las invenciones del instinto, comenzando por
los utensilios orgánicos que justifican una finalidad supranormal.
Para exponer todas esas semejanzas no alcanzaría este tratado.
Vamos a limitar la exposición, porque sólo queremos mostrar, en la
variedad del instinto, la impregnación paranormal de toda la naturaleza,
tanto vegetal como animal.
La biología se esfuerza por no dejar ni el menor rastro de carácter
milagroso en los fenómenos naturales y por ordenar estos últimos en
cómodos marcos. Nosotros, en cambio, por lealtad científica, nos
esforzaremos en insistir sobre los hechos que son rebeldes a la
interpretación clásica, pero que nadie se anima a declararlos imposibles
de clasificar.
PERCEPCIÓN ANIMAL
La señorita Osaka:
Tenía únicamente memoria, pero era una memoria tan prodigiosa
que podía repetir veinte números de veinticuatro cifras después de
haberlos leído en una pizarra.
Los insectos que viven en comunidad, las abejas, las hormigas, los
comejenes, etc., son los que ofrecen el ejemplo más perfecto de un
psiquismo colectivo permanente, análogo al psiquismo temporario que
se ha comprobado en los algunos fenómenos parapsicológicos. Esos
insectos forman sociedades familiares. En la mayor parte de las especies,
toda la colonia, que a veces tiene más de cien mil miembros, es
engendrada por una sola madre, o a lo sumo, como en el caso de las
hormigas, por un pequeño grupo de madres. Con la única excepción de
los comejenes, que tienen rey y reina, en las demás especies los machos
cumplen solamente el papel de reproductores, y son sacrificados en
seguida.
La característica más importante de esas sociedades es una
rigurosa división del trabajo que excluye todas las iniciativas
individuales ajenas a la función social.
Esta función requiere órganos anatómicos diferentes. Pero los
verdaderos órganos de la comunidad son los mismos individuos, los
cuales, aparentemente autónomos, constituyen el superindividuo de
Espinas.
El superindividuo, es más o menos inteligente según que saque
mucho o poco provecho de las condiciones del medio para lograr los
objetivos comunes.
En este aspecto las hormigas son superiores a las abejas, que están
más sometidas a la rigidez del instinto.
La concentración de las funciones es más estrecha entre los
comejenes. Hasta en la arquitectura de la comejenera se impone la
comparación con un organismo vivo. Es el equivalente de un cuerpo
revestido por una piel que los obreros reparan cuando presenta una
lesión. Estas características no las explica la biología de la asociación. La
sociedad viviente es aquí mucho más que el total de sus miembros. Se
rige por leyes constitutivas de naturaleza psíquica que justifican la
profunda intuición de Lamarck y Schopenhauer.
William Mackenzie tomó las ideas de Durand de Gros e insistió en
afirmar que en la naturaleza el fenómeno polipsíquico es de carácter
universal. Lo demostró en los primeros grados de la vida, en las algas
monocelulares flageladas y en las diatomeas bacilares que se reúnen en
colonias dotadas de individualidad. Y destacó la semejanza de este
fenómeno psíquico elemental con el fenómeno de las mesas parlantes, en
las que hay asociación temporaria de psiquismos humanos.
LAS LEYES DE LA SOCIOLOGÍA
LA BIOLOGÍA FINALISTA
EL YO SUBLIMINAL
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EL ANIMISMO UNIVERSAL
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sino una acción recíproca, permite comprender la personalidad
psicológica evitando las dificultades con las que tropiezan tanto las
doctrinas materialistas como las espiritualistas clásicas.
UN LEGADO DE ANTES
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para nutrirse, defenderse o atacar. Nos asombrarnos de la "doble vista"
de nuestros sujetos cuando hay tantos animales que sin ver actúan con
exactitud y destreza. Ponemos inconvenientes para admitir la percepción
extra sensorial; desorientados por los procedimientos de nuestra
inteligencia, imaginamos ondas e intermediarios materiales imposibles
de encontrar, mientras que en las sociedades animales las
comunicaciones se realizan sin que haya nada visible ni imaginable. La
naturaleza nos aventaja hasta en las más abstractas operaciones de la
aritmética y la geometría. Los milagros de nuestra Parapsicología están
prefigurados en todo el mundo viviente en donde han dejado de
asombrarnos por la costumbre de verlos.
Es imposible dejar de advertir la grave confusión que se origina al
confinar la Parapsicología exclusivamente en el terreno humano, donde
sólo representa esa orla de instintos primordiales que rodea la actividad
de la conciencia normal. Se ve en ella la cima de la naturaleza, un
anticipo del Superhombre, un acercamiento a la divinidad, una promesa
de inmortalidad. Fue el error de Myers y es el error permanente de tantos
parapsicólogos.
Rhine, a quien conviene considerarlo como jefe de una nueva
escuela científica destinada a convencer al mundo por el camino
peligroso de la estadística, cayó también en esa extravagancia
anglosajona que pretende que la moral y la religión sean forzosamente
floraciones de la ciencia.
"Se puede", dice: sin mayores inconvenientes, traducir la mayoría
de los dogmas esenciales de la religión en problemas de la
Parapsicología experimental".
Si por el contrario, se restituye la Parapsicología a su verdadero
lugar, que es toda la naturaleza, se sospechará que la tarea asignada por
Rhine a esta ciencia engañosa es ilusoria. Las facultades humanas
evanescentes, la metagnomía y la teleplastía, no hacen más que
confirmar la legitimidad de la psicobiología y destruir definitivamente
las concepciones mecanicistas o materialistas. No son conquistas
reservadas al rey del planeta, sino herencia del pasado, como nos lo
enseña el psicoanálisis con el examen de las reacciones mentales de sus
sujetos.
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EL PROBLEMA DE LA SUPERVIVENCIA
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conciencia donde estarían almacenados todos los recuerdos terrestres.
Tan lejos de la experiencia es difícil razonar con rectitud. Lo importante
es comprender que en el campo de la vida, que es también el de la mente,
sólo hay unidades más o menos estables, capaces de ser divididas para
dar nuevas unidades. La imagen de la gota de mercurio, que se deshace
indefinidamente en gotitas tan redondas como aquella, es la que mejor
representa en este aspecto la actividad creadora de la Naturaleza.
Para qué se empeñaría la Naturaleza en multiplicar y renovar a los
individuos si fueran inmortales? A esta respuesta se le debe hacer la
acepción debida.
La Naturaleza necesita, en sus propios misterios, que el hombre
nunca científicamente podrá demostrar, continuar evolucionando,
recreándose a cada instante propio del sentido de conservación de la
especie. La adaptabilidad de los seres, la competencia, la defensa, etc.,
nos hablan de ello. Pero, esto no contesta la acepción. La acepción debe
verse en las diferencias que se le tienen que otorgar al principio vital de
los seres inferiores, en relación al alma espiritual del hombre. Si bien en
el hombre está en el mismo principio de conservación de la especie que
los seres inferiores y para ello nos reproducimos, luego de esta vida, que
podríamos decir: material, física, en fin, en la Tierra, el hombre dotado
de alma inmortal, en su particularidad de ese estado glorioso alcanzo su
fin último.