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Patrología
Apuntes para uso privado
PRIMERA ETAPA
INICIOS DE LA LITERATURA PATRÍSTICA
Tema 2. LA FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD CRISTIANA
1. Padres apostólicos: los primeros testimonios del kerigma
1.1 Clemente Romano
1.1.1 El hombre: noticias biográficas
1.1.2 El escritor: corpus literario
1.1.3 El maestro: la doctrina teológica y pastoral
1.1.4 Importancia para la historia de la Iglesia
1.2 Ignacio de Antioquia
1.2.1 El hombre: noticias biográficas
1.2.2 El escritor: corpus literario
1.2.3 El maestro: la doctrina teológica y pastoral
1.2.4 Importancia para la historia de la Iglesia y de los dogmas
1.3 Conclusión: teología confesante
2. Padres apologistas griegos
2.1 Introducción
2.2 Justino, mártir
2.2.1 El hombre: noticias biográficas
2.2.2 El escritor: corpus literario
2.2.3 El maestro: el pensamiento teológico
2.3 Conclusión de los apologistas griegos
3. La literatura antiherética
3.1 El gnosticismo
3.2 Ireneo de Lyon
Programa
SEGUNDA ETAPA
FLORECIMIENTO Y APOGEO DE LA TEOLOGÍA PATRÍSTICA
3
Programa
4
Programa
TERCERA ETAPA
FINAL DE LA LITERATURA PATRÍSTICA
Tema 7. LA LITERATURA DE LA ÚLTIMA ETAPA PATRÍSTICA
1. Literatura del occidente latino
1.1 Gregorio Magno
1.1.1 Biografía
1.1.2 Obras
1.2 Isidoro de Sevilla
1.2.1 Vida
1.2.2 Producción literaria
2. Literatura del oriente griego
2.1 Máximo el Confesor
2.1.1 Vida y controversia teológica
2.1.2 Obras y teología
2.2 Juan Damasceno
2.2.1 Vida
2.2.2 Obras
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
A. General
1. DROBNER, H.R., Manual de Patrología, Barcelona 1999, Ed. Herder.
2. HERNÁNDEZ IBÁÑEZ, J.A., Patrología didáctica, Verbo Divino, Estella 2018.
3. MORESCHINI, CL. – NORELLI, E., Patrología. Manual de la literatura cristia-
na antigua griega y latina, Salamanca 2009, Ed. Sígueme.
4. PADOVESE, L., Introducción a la Teología Patrística, Estella 1996, Ed. Verbo
Divino.
5. QUASTEN, J., Patrología I-IV, Madrid 1984-2000, Ed. BAC.
6. TREVIJANO, R., Patrología, Madrid 2004, Ed. BAC.
B. Obras de consulta
1. BERARDINO, A. DI (Dir.), Diccionario Patrístico y de la antigüedad cristiana
I-II, Salamanca 1998.
2. BERARDINO, A. DI – FEDALTO, G. – SIMONETTI, M. (Dirs.), Diccionario de
Literatura Patrística, Madrid 2010, Ed. San Pablo.
3. LAPORTE, J., Los Padres de la Iglesia. Padres griegos y latinos en sus textos,
Madrid 2004.
4. RATZINGER, J., “La significación de los Santos Padres en la estructuración de
la fe”, en ID., Teoría de los principios teológicos, Ed. Herder, Barcelona
1985, 157-180.
5. SIMONETTI, M., La crisi ariana nel IV secolo, Roma 1975.
5
INTRODUCCIÓN
TEMA 1
Notas introductorias
Referirse a los Padres de la Iglesia que vivieron en los primeros siglos cristianos
es volver a las fuentes, a las raíces, a la memoria viva de nuestro presente; es retor-
nar allí donde late el corazón antiguo y siempre nuevo de la iglesia de hoy. Si la
memoria garantiza nuestra identidad personal y colectiva, reflexionar sobre el pasa-
do ayuda a entenderlo mejor y dispone para afrontar el futuro con mayor seguridad.
De hecho, el hombre, en cierto sentido, es hijo de su pasado y padre de su futuro.
Un arco vital, un lazo profundo nos une a las generaciones antecedentes a la nuestra
y nos anticipa a las venideras.
Relacionarse con los cristianos de los primeros siglos significa entonces para no-
sotros hoy remontarse a las fuentes genuinas para comprender la religión cristiana
en la vitalidad y autenticidad de los primeros tiempos y tomar conciencia de que el
obrar de Dios en la historia no acontece sin el hombre. No se trata, por tanto, sólo
de remitirse al pasado, o de añorar el tiempo que fue –y que ahora podemos consi-
derarlo mejor que el presente–, sino de comprender cómo los primeros cristianos
vivieron su existencia inspirándose en el evangelio y en la persona de Cristo.
Los Padres de la Iglesia se presentan como los testimonios privilegiados de la
tradición cristiana, los detentadores de preciosos valores humanos inspirados en la
Palabra de Dios. Nos compete a nosotros imitar su comportamiento y actitud de es-
cucha de la Palabra de Dios, su audaz esfuerzo creativo de frente a los distintos
problemas puestos por la vida social y personal, su profunda solidaridad con el
hombre que sufre y que espera.
Pero también fueron ellos los creadores de la teología, los primeros pensadores
cristianos que hicieron una reflexión sobre los fundamentos de la fe. Con ellos el
pensamiento teológico adquiere rango de «ciencia», al convertirse en una reflexión
intelectual sobre los motivos que llevan al hombre a creer en Dios. Por medio de
ellos se fijan en estos primeros años los dogmas principales de la fe cristiana y se
establecen los límites de esa fe respecto a las herejías que la amenazaban.
Tema 1. Notas introductorias
Estas son las razones que nos llevan a nosotros a conocer la época de los prime-
ros cristianos y su pensamiento teológico, y lo que confiere validez y actualidad a
esta asignatura.
1.1 Patrología1
Este término indica la ciencia teológica que tiene por objeto la vida, el pensa-
miento y los escritos de los Padres presentados en su contexto histórico, subrayando
su contribución a la configuración del dogma cristiano y su desarrollo. En otras pa-
labras, es la ciencia teológica que, teniendo como objeto el conocimiento de Dios a
la luz de la fe, estudia, según los principios de las ciencias históricas, el conjunto de
los escritores de la antigüedad cristiana invocados por la Iglesia católica como testi-
gos de su doctrina. Por eso suele referirse a ellos también con el concepto de
«padres-testigos».
El término «patrología» aparece por primera vez en la obra póstuma del teólogo
luterano alemán Johannes Gerhard ( 1637)2. Esta Patrología abarca desde el Pas-
tor de Hermas (primera mitad del siglo II) hasta Roberto Belarmino (1542-1621).
Con tal nombre se indicaba, todavía en el siglo XIX, la historia de la literatura ecle-
siástico-teológica hasta la Edad Media, o incluso hasta la Reforma. Cuando se
comenzó a considerar como una época especial –la de la difusión del cristianismo
en el mundo grecorromano– se restringe gradualmente a este período el campo de la
Patrología.
Siguiendo el ejemplo de San Jerónimo, esta ciencia debe acoger en el círculo de
sus investigaciones no sólo la historia de la literatura cristiana antigua, sino también
las obras de los escritores heréticos. Ello no sucede solamente porque entre los es-
critos de los Padres y aquellos de los autores heréticos existen estrechas relaciones
culturales y literarias, sino, sobre todo, porque los mismos Padres en el campo teo-
lógico y dogmático no pocas y raras veces fueron inspirados y también
influenciados cuanto a la formulación científica y a la solución de los diversos pro-
blemas por la parte contraria.
Los escritos más impersonales de la antigüedad cristiana (textos litúrgicos, actas
de los concilios y actas de los mártires, vida de Santos, reglas monásticas, Símbo-
los, inscripciones, papiros no literarios) entran sólo de modo indirecto en la
patrología.
1
El término «patrología» se compone de dos palabras griegas (path,r, patro,j = padre y lo,goj = doctri-
na) que, traducidas literalmente al castellano, significa la doctrina de los Padres (de la Iglesia).
2
Cf. J. GERHARD, Patrologia sive de primitivae ecclessiae christianae doctorum vita ac lucubrationibus
opusculum, Jena 1653 [Patrología o vida y obras de los doctores de la Iglesia cristiana primitiva].
8
Tema 1. Notas introductorias
1.2 Patrística
La Patrística es la ciencia que estudia sistemáticamente la doctrina teológica de
un autor o un argumento transversal a todos los Padres (por ejemplo, la cristología o
la eclesiología). El término, que era un adjetivo que daba por supuesto el sustantivo
teología, aparece en el s. XVII entre los teólogos luteranos y católicos que distin-
guían la teología en diversas ramas (bíblica, patrística, escolástica, simbólica y
especulativa). Quienes dan hoy a este término su preferencia privilegian el estudio
de las ideas y de las doctrinas teológicas más que el aspecto histórico, filológico y
literario de los escritos de los Padres3.
1.5 Cristianística
Es un neologismo acuñado por el profesor B. Amata por el que se conoce todo el
patrimonio cristiano (literario, artístico, sacramental, arquitectura, pintura, música,
etc.). Es una lectura funcional del pensamiento cristiano antiguo.
3
Entre ellos pueden contarse las nuevas ediciones de textos patrísticos, como por ejemplo Sources chréti-
ennes.
9
Tema 1. Notas introductorias
En la actualidad se tiende a valorizar los Padres de la Iglesia desde todos los pun-
tos de vista (literario, histórico..., además del teológico). Ellos son estudiados como
autores de los primeros siglos que han asumido la Palabra de Dios como motivo
central de su vida y de su reflexión; han inculturizado el mensaje bíblico para su
época, dando origen a la ciencia teológica, como grandes escritores que han sabido
elevarse a la poesía más sublime y describir con conmovido lirismo los sentimientos
del hombre.
4
IRENEO DE LYÓN, Adversus Haereses 4,41,2.
10
Tema 1. Notas introductorias
Alejandría confirma que «nosotros llamamos “padres” a aquellos que nos han ins-
truido en la religión»5. Los latinos usan el término familiar «papa» para el obispo6.
Por tanto, se trata siempre de un concepto de generación a la fe. Más tarde la pala-
bra «padre» fue aplicada a los sacerdotes, a los ascetas y a los iniciadores o
legisladores de la vida monástica.
Desde la mitad del siglo IV el término «padre» indica particularmente las gran-
des personalidades del pasado –especialmente los obispos– que fueron los
defensores de la ortodoxia y de la disciplina, particularmente en los concilios, y, por
tanto, competentes y probados en la transmisión y explicación de la doctrina cristia-
na. Con la definición de «padres» son denominados los 318 obispos reunidos en el
concilio de Nicea en el 325.
Desde este concilio, en las controversias teológicas, la autoridad de los Padres
conciliares y de los obispos individuales, en comunión con la Iglesia y expertos en
teología, constituirá una constante referencia. La ortodoxia o la herejía de una doc-
trina será medida sobre la enseñanza de ellos. El papa León Magno escribe que los
Padres «son aquellos de los que veneramos y seguimos las enseñanzas» 7. Cirilo de
Alejandría hizo leer un florilegio patrístico en el concilio de Éfeso del año 431 para
refutar las ideas erróneas de Nestorio. El alejandrino Orígenes distingue la regula
fidei, esto es, lo que la Iglesia cree, de la doctrina discutida entre los teólogos. Un
escritor eclesiástico que rinde testimonio a la fe de la Iglesia de su tiempo puede ser
considerado padre, aunque también sea teólogo. En definitiva, es un testimonio de
la tradición de la Iglesia.
San Agustín, en el curso de la polémica donatista y pelagiana, precisó algunas
ideas que marcaron el resto de la historia. Por ejemplo, padre es Cipriano por sus
comportamientos aprobados rápidamente por la Iglesia. Pero en su obra Contra
Iulianum cita, como si fuese un padre, algunos textos de San Jerónimo, el cual no
era obispo8. Esto se debe a que los testimonios de algunos padres tomados indivi-
dualmente tienen valor en cuanto concuerdan con los de los otros, ya que forman
todos juntos la voz de la Iglesia. En efecto, San Jerónimo recibe este título de «pa-
dre» gracias a su doctrina y santidad.
En los grandes concilios del siglo V la prueba tratada por los Padres alcanza una
gran importancia. Cuando el monje Vicente de Lerins se interroga en su libro
Commonitorium si existe un método seguro, universalmente válido y, por así decir-
lo, constante que permita distinguir la verdadera fe católica de las herejías,
responderá que es necesario aferrarse a «aquello que ha sido creído por dondequie-
ra, siempre y por todos»9. Sobre la base de este principio, el recurso a los padres es
fundamental. Y he aquí como el mencionado Vicente de Lerins los define: «son
aquellos que vivieron, enseñaron y permanecieron en la fe y en la comunión católi-
5
Clemente de Alejandría, Stromata 1,1,2,1.
6
Cf. Carta de los cristianos de Lyon al Papa Eleuterio, aproximadamente escrito en torno al año 180.
7
LEÓN MAGNO, Epistula 69,2 en PL 54,891.
8
SAN AGUSTÍN, Contra Iulianum 1,7,34.
9
VICENTE DE LERINS, Commonitorium 28,6.
11
Tema 1. Notas introductorias
10
Cf. BOSIO - DAL COVOLO - MARITANO, Introduzione ai Padri della Chiesa. I. Secoli I-II, Torino 1991,
3.
11
Cf. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, A los Magnesios 8,1; A los de Esmirna 6,2.
12
Cf. Martyrium Polycarpi, 3.
13
Cf. A. BÉNOIT, Attualità dei Padri della Chiesa, Bologna 1970, 70.
12
Tema 1. Notas introductorias
A los escritores antiguos que la faltan una de las tres primeras notas se les llama
tradicionalmente escritores eclesiásticos, término acuñado por San Jerónimo14. Y
conviene puntualizar también que un padre es testigo de la tradición cristiana, por lo
que no cuentan tanto sus opiniones personales sino el testimonio que da sobre la fe
de la Iglesia. J.H. Newman decía que se debía seguir a los Padres por el consensus
que testimonian, no tanto por la opinión personal15.
Un ejemplo evidente de estas características es el que encontramos en San Agus-
tín, quien responde a los requisitos indicados anteriormente, pero cuya doctrina está
sujeta a ciertas reservas en algunos puntos. Sin embargo es testigo de aquello que la
Iglesia creía entonces. Orígenes, por su parte, es motivo de muchas reservas y sin
embargo es considerado entre los testigos más grandes de la fe eclesial. Tertuliano,
hasta su inserción en la corriente montanista, es considerado entre los padres. No ha
sido canonizado por la Iglesia, pero –al igual que Orígenes– ha testimoniado la fe de
la Iglesia con su vida y sus escritos.
Algunos padres son honrados con el título de doctores de la Iglesia por su emi-
nente erudición y por expresa declaración eclesiástica, aunque no posean todos los
caracteres de la antigüedad. En una carta de Liciniano, obispo de Cartago, a San
Gregorio Magno, los padres Hilario, Ambrosio, Agustín y Gregorio Nacianceno
vienen denominados doctores defensoresque ecclesiae16. Mansueto, obispo de Mi-
lán (680), en una carta sinodal al emperador, junto a los cuatro padres griegos
(Atanasio, Basilio, Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría), alude también a cuatro
padres latinos (Hilario, Ambrosio, Jerónimo y Agustín) como testigos de la fe 17. En
torno al año 800, un monje de nombre Juan alaba los cuatro padres de la Iglesia que
todavía hoy son designados como los cuatro grandes padres de Occidente (Ambro-
sio, Agustín, Jerónimo y Gregorio Magno) según la expresión doctissimi in utraque
scientia (los mejores maestros en ambas ciencias). Ellos vienen parangonados a los
«cuatro ríos del Paraíso» de los que habla Gen 2,11-14 (Pisón, Guijón, Tigris, Éu-
frates). En 1298, Bonifacio VIII declaró egregii doctores ecclesiae para Occidente a
estos cuatro padres, después de los Apóstoles y los Evangelistas18.
La denominación de grandes doctores de la Iglesia de Occidente permanece li-
mitada a estos cuatro padres, mientras el simple calificativo de doctores ecclesiae
fue oficialmente conferido por la Iglesia a los occidentales Hilario de Poitiers
(1851), Pedro Crisólogo (1729), León Magno (1754) e Isidoro de Sevilla (1722), y a
los orientales Juan Crisóstomo, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Atanasio
(1568), Cirilo de Jerusalén y su homónimo de Alejandría (1882), Juan Damasceno
(1890) y Efrén (1920).
Las iglesias orientales veneran tres grandes maestros ecuménicos, en referencia
a la Santísima Trinidad: Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Juan Crisósto-
mo. La iglesia occidental, y especialmente el arte sacro, ha añadido a los tres
14
Cf. JERÓNIMO, De viris illustribus, Prol.; Epist. 112,3.
15
Cf. J.H. NEWMAN, Discussions and Arguments II,1 [citado en J. QUASTEN I, Madrid 1984, 13-14].
16
Cf. GREGORIO MAGNO, Epistola I, 41ª.
17
Cf. MANSI II, 206-ss.
18
Cf. Corp. iur. Lib. sext. lib. 3, tit. 22, cap. I.
13
Tema 1. Notas introductorias
grandes padres también a Atanasio. Pío V, empujado por el interés de los humanis-
tas por la literatura griega, distinguió por primera vez estos cuatro padres orientales
en su Breviario del año 1568 con el título de Doctores de la Iglesia.
Los honores que la Iglesia atribuye a los doctores son el oficio y la Misa propia
en la liturgia latina y la recomendación oficial de su doctrina en la enseñanza reli-
giosa, especialmente teológica.
19
AGUSTÍN, Contra Iulianum 2,10, n. 35.
14
Tema 1. Notas introductorias
20
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Instrucción sobre el estudio de los Padres de la
Iglesia en la formación sacerdotal (30 de noviembre de 1989). Además de dicho documento, del que resumi-
remos el pensamiento expresado en los nn. 17-47, cf. también A. BÉNOIT, Attualità dei Padri della Chiesa,
71-80; A. TRAPÈ, I Padri e lo studio della teologia en Seminarium 17/1 (1977) 36-55 y las contribuciones en
el volumen de E. DAL COVOLO – A.M. TRIACCA (Ed.), Lo studio dei Padri della Chiesa oggi, Roma 1991
(LAS, Biblioteca di Scienze religiose, 96).
21
AGUSTÍN, Opus imperfectum contra Iulianum 1, 117 y 2,10,3.
15
Tema 1. Notas introductorias
no sobre la carta [de papiro], sino en mi corazón y, siempre, por la gracia de Dios, las
repienso fielmente»22.
Históricamente la época de los padres es importante por la misma organización
de la Iglesia. Ellos han fijado el canon entero de los libros sagrados –Biblia– que
transmiten la Palabra de Dios. Han compuesto las profesiones básicas de nuestra fe,
el credo que contiene las verdades que cada cristiano debe confesar. Han precisado,
además, el depósito de la fe contra las herejías que negaban o disminuían los dog-
mas y han dado origen a la ciencia teológica. Incluso han creado las primeras
formas de la liturgia, que permanecen un punto de referencia para todas las refor-
mas litúrgicas posteriores.
Si la Palabra de Dios interpela al hombre, los Padres nos han dado ejemplo de
cómo se responde a la Palabra de Dios: una respuesta responsable, madura, genero-
sa y valerosa; una respuesta no con una teoría abstracta, sino con la vida cotidiana,
en la comunidad reunida que celebra a Dios en el culto y lo testimonia con coheren-
cia de frente a todos.
La Tradición de la Iglesia es una tradición viva que demuestra la unidad en la di-
versidad. Existen en la Iglesia antigua diversas escuelas teológicas (Alejandría,
Antioquía...), diversas liturgias, diversas formas disciplinares; diversas sí, pero uni-
das en la única fe, todas enraizadas en el único amor por Dios. Los padres son los
garantes y los testigos de la única tradición católica, o sea, universal, y, por tanto, su
autoridad en las cuestiones teológicas es muy grande. En todos los concilios, des-
pués de la Biblia y unitariamente a la Biblia, se citan las afirmaciones de los padres
como garantía de verdad. Varios concilios inician sus declaraciones solemnes, ape-
lando a la tradición patrística, con la fórmula: «siguiendo a los santos Padres,
nosotros definimos la siguiente verdad de fe ...». De esta manera se definen dogmas
en el concilio de Calcedonia (451) y el de Trento (1545-1563)23. Para el Vaticano II,
«la Tradición y las Sagradas Escrituras constituyen un solo sagrado depósito de la
palabra de Dios confiado a la Iglesia»24, con lo cual confirma este principio teológi-
co practicado por los Padres.
Los Padres han sido los comentadores, los exegetas de las Sagradas Escri-
turas. Ellos han reflexionado a fondo sobre los datos bíblicos, los han interpretado
con categorías nuevas, los han defendido contra las herejías, los han traducido con
términos propios y comprensibles para la cultura de su tiempo. Ellos se han acerca-
do a la Biblia con un sentido religioso, respetuoso de Dios y atento al hombre. De
hecho «las Sagradas Escrituras eran para los Padres objeto de incondicionada vene-
ración, fundamento de la fe, argumento constante de la predicación, alimento de la
piedad, alma de la teología»25.
22
IRENEO DE LYON, Carta a Florino.
23
Cf. DH 301, 1750, 1766, ...
24
CONCILIO VATICANO II, Constitución Dei Verbum 10.
25
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Instrucción sobre el estudio de los Padres de la
Iglesia, 26.
16
Tema 1. Notas introductorias
26
Cf. ORÍGENES, In Iesu Nave homiliae XXVI (SC 71,178-186.188-192) [citada por A. BÉNOIT, Attualità
dei Padri, 88-ss], quien hace la exégesis sobre la caída de Jericó.
27
Cf. Apologeticum 46; De Praescriptione haereticorum 7, 6-9.
28
Agustín, De doctrina christiana 2,40, 60-61 [CCL 32,73].
29
Cf. R. IACOANGELI, “Humanitas” classica “praenuntia aurora” all’insegnamento dei Padri en E. DAL
COVOLO – A.M. TRIACCA (ED.), Lo studio dei Padri della Chiesa oggi, 101-131.
17
Tema 1. Notas introductorias
30
AMBROSIO DE MILÁN, Epistula 18,7.
31
AGUSTÍN, In Iohanem tractatus 97,4 (... novum nomen Patris homoousion condiderunt, sed non rem
novam tali nomine signaverunt).
18
Tema 1. Notas introductorias
ellas si no sólo para evitar errores. El mismo Atanasio, «valiente» defensor del tér-
mino o`moou,sioj, también emplea otras expresiones para designar al Hijo de Dios,
como o`moioj kata. pa,nta (símil en todo), cuando el pensamiento es claro en senti-
do ortodoxo. Numerosos conceptos de la filosofía griega (ouvsi,a, u`po,stasij, fu,sij
...) han entrado en las formulaciones dogmáticas como patrimonio teológico común
del cristianismo.
Pero la inculturación exige también confrontación, creación cultural, traducción.
Traducir no sólo quiere decir poner una palabra en el puesto de otra, sino primaria-
mente dialogar con todo un universo mental específico de un pueblo. Era necesario
proclamar un único mensaje de fe en las muchas lenguas de los pueblos. De un mo-
do particular no se trata de hablar todos una única lengua y tener el mismo universo
mental, sino de compartir, en diversas lenguas, la única fe en Cristo. En otros térmi-
nos, la Iglesia naciente se concibe como sociedad pluricultural donde, en el respeto
de las singulares diversidades étnicas y lingüísticas, se expresa la única fe en Cristo.
Viene espontáneamente a la mente la referencia al cuadro grandioso que nos presen-
ta Ireneo de Lyón hacia finales del siglo II:
«la Iglesia, aunque diseminada en todo el mundo, custodia con diligencia el mensaje y
la fe recibidos como si habitase en una sola casa. Las lenguas del mundo son diversas,
pero la Tradición es única y la misma. Ni las Iglesias fundadas en Germania han recibi-
do o transmitido una fe diversa, ni aquéllas fundadas en Hispania o entre los Celtas o en
las regiones orientales o en Egipto o en Libia o en el centro del mundo. Como el sol,
criatura de Dios, es uno e idéntico en el mundo entero, así esta luz que es la predicación
de la verdad, brilla por todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren alcanzar
el conocimiento de la verdad»32.
Los Padres nos han dejado en sus escritos una gran riqueza espiritual, cultu-
ral y apostólica. Los Padres de las diversas naciones antiguas (griegos, latinos,
siríacos, georgianos, armenios...), además de contribuir al patrimonio literario de
sus respectivas naciones, son también los clásicos de la cultura cristiana. A diferen-
cia de las literaturas nacionales que expresan y plasman el genio de los pueblos
particulares, el patrimonio cultural de los Padres es verdaderamente católico, es de-
cir, universal: ellos enseñan cómo comportarse y cómo vivir siendo hombres rectos
y auténticos cristianos. El cristianismo no se ha presentado jamás como un grupo
sectario, sino como una comunidad abierta a todos, universal por vocación y mi-
sión.
Pero también, desde el punto de vista literario, las obras de los Padres merecen
ser valoradas en su justa medida. Según S. Felici, docente en la Pontificia Universi-
dad Salesiana de Roma,
«el entrenamiento y el afinamiento artístico asimilados de los ejemplares clásicos (cf.
Horacio, Ars poetica 269-270), educan la fantasía y el corazón en la armonía de las
imágenes, en la riqueza de los sentimientos, en el tallado de los impulsos más nobles, en
32
IRENEO DE LYÓN, Adversus Haereses 1,10,2.
19
Tema 1. Notas introductorias
33
S. FELICI, Rilevanza degli studi filologici e letterari nell’approccio ai Padri en E. DAL COVOLO – A.M.
TRIACCA (Ed.), Lo studio dei Padri della Chiesa oggi, 146.
34
Cf. AGUSTÍN, In Iohannem tractatus 36, 6, quien, frente al pulular de los heréticos, afirma: «Dios ha
permitido su difusión, con tal que no nos nutriéramos sólo de leche y no permaneciésemos en un estado de
ruda infancia». En De civitate Dei 16,2,1 insiste: «muchas cuestiones que atienden a la fe cuando, con astuta
inquietud, vienen reveladas por los heréticos, para poderlas defender contra ellos vienen examinadas más
diligentemente, comprendidas más claramente, predicadas más insistentemente, de modo que la cuestión
puesta por el adversario llegue a ser ocasión de aprender».
35
AGUSTÍN, Sermones 27,4. Cf. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre la incomprensibilidad de Dios; CIRI-
LO DE JERUSALÉN, Catequesis 6,2, quien se dirige a los catecúmenos así: «cuando se trata de Dios, es una
gran ciencia confesar la ignorancia».
36
Cf. DIONISIO AREOPAGITA, De divinis nominibus 2,9 [citado por SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa
Theologica II-II, q. 45, a. 2].
37
Cf. AGUSTÍN, De diversis quaestionibus LXXXIII, q. 35,2.
38
Cf. AGUSTÍN, Epistula 118,32. Cf. también los famosos cinco discursos teológicos de Gregorio Nacian-
ceno que insisten sobre la moderación, la humildad, la purificación interior y la oración para poder ser
«teólogo» en el sentido etimológico de la palabra: el que hace un discurso sobre Dios con su vida antes que
con su palabra.
20
Tema 1. Notas introductorias
2.6.1 Inicios
Hasta el concilio de Nicea (325). A su vez, los Padres pertenecientes a esta época
pueden subdividirse en varios grupos según el contenido de sus escritos:
a) Padres Apostólicos
Los que han vivido entre finales del siglo I e inicios del siglo II. Son un grupo de
escritores que han tenido relaciones –o se supone que las han tenido– con los Após-
toles. Los escritos de los Padres Apostólicos muestran íntimas relaciones, en su
contenido y en las expresiones, con las SSEE, sobre todo, con las cartas de los
Apóstoles. Los autores se esfuerzan por explicar a los fieles, con claridad y simpli-
cidad de palabras, la magnificencia de la obra salvífica de Cristo, inculcan el deber
de la obediencia hacia los superiores eclesiásticos y los ponen en guardia contra el
peligro de la herejía y el cisma.
b) Padres apologistas
Los que defendieron el cristianismo contra el estado romano durante el siglo II.
Es el período también de las controversias contra los hebreos y con el gnosticismo y
otras formas de herejías. Las nuevas circunstancias dan origen a una forma de litera-
tura cristiana nueva, una literatura con carácter de defensa científica de la fe
cristiana en forma de discusión apologética contra aquellos que la niegan. Con el
inicio de la actividad literaria de los apologistas el cristianismo abandonó con plena
conciencia el campo limitado primitivo, y con hábil adaptación a las corrientes filo-
sóficas de entonces, emprende el primer paso decisivo para presentar sus nuevas
ideas.
2.6.2 Florecimiento
Desde el concilio de Nicea (325) hasta el concilio de Calcedonia (451). Los Pa-
dres del segundo periodo integran el período áureo de la literatura patrística. Es el
período del gran desarrollo de la literatura patrística, comprendido entre esos dos
concilios de central importancia para la establecimiento del dogma cristiano. La
victoria del cristianismo sobre el paganismo dentro del Imperio Romano, confir-
mada en el edicto de tolerancia de Milán por parte del emperador Constantino el
año 313, creó rápidamente las condiciones favorables para el florecimiento de la
ciencia y de la literatura eclesiástica. Se entra así en la era de los grandes Padres de
la Iglesia. En este período influyó mucho en el desarrollo de la dogmática y de la
21
Tema 1. Notas introductorias
teología el estudio de la Biblia, cultivada en este momento con celo particular. Las
dos escuelas exegéticas, Alejandría y Antioquía, constituyeron el semillero y el pun-
to de partida de las tensiones teológicas y de las grandes luchas doctrinales de esta
época. La primera, que había conocido su máximo esplendor con Orígenes, atravesó
un segundo período de florecimiento en el siglo IV. La segunda, particularmente
fecunda en este período, tuvo su momento áureo a partir de Diodoro de Tarso, del
que fueron discípulos los eminentes Melecio de Antioquía, Juan Crisóstomo y Teo-
doro de Mopsuestia. También Nestorio y Teodoreto de Ciro pertenecieron a esta
escuela teológica.
2.6.3 Final
Hasta San Isidoro de Sevilla ( 636) para Occidente y hasta Juan Damasceno (
749) para Oriente. Algunos autores modernos incluyen a Beda el Venerable ( 735)
y el movimiento bizantino.
El tercer periodo de la literatura cristiana, que comienza después del 451, se sitúa
en el ámbito de la historia de la evolución espiritual de los pueblos, donde se han
originado las transformaciones fundamentales que poco a poco cambiaron también
el aspecto de la literatura cristiana. Como los problemas principales de la fe cristia-
na (trinidad, cristología, gracia) habían encontrado ya una solución autorizada y
competente, y en sus muchos puntos definitiva en los cuatro concilios ecuménicos,
pareció a muchos que la ciencia teológica había acabado ya su fatiga. El esfuerzo
histórico-exegético y especulativo-dogmático quedó paralizado, dejando el puesto
casi totalmente a las exigencias litúrgicas y ascéticas.
Es el momento histórico en el que, faltando la originalidad y la energía creadora,
creó la dependencia de los Padres de la Iglesia del siglo IV y V, de tal modo que al
final fue erigido el principio del tradicionalismo, el cual no se preocupaba más que
de repetir la enseñanza de los Padres anteriores y renunciaba a producir cosas nue-
vas. Muchos autores se dedicaron exclusivamente a recoger los resultados del
trabajo espiritual de los tiempos pasados, ordenándolos de tal manera que resultará
más cómoda la consulta. Surgieron así, especialmente en el Oriente griego, las Ca-
tenae, conteniendo extractos de las grandes obras exegéticas antiguas, y los
Florilegia que recogían sentencias sobre cuestiones de teología dogmática y moral.
Así fueron salvados para los siglos futuros los tesoros de la ciencia filosófica y teo-
lógica (lo mismo vale también para los distintos campos de la cultura profana), que
vinieron más tarde explotados por la teología escolástica. Importancia máxima para
la evolución cultural del primer Medievo tuvo el gran enciclopedista San Isidoro de
Sevilla. Es la época también de las antologías de los Padres, y de los scriptoria,
copias de los manuscritos patrísticos por parte de los monjes.
22
PRIMERA ETAPA
1
Aunque el estudio de la literatura cristiana se inicia con el NT, sin embargo lo dejamos para el estudio
bíblico. Digamos sólo una palabra al respecto: el corpus neotestamentario está constituido por aquellos libros
que, reconocidos por los cristianos como documentos auténticos e inspirados de la revelación, han sido reco-
gidos por la Iglesia en un canon (kanw,n, regla, norma). Como es sabido, tal canon, colección de las
escrituras que la Iglesia considera normativa de la propia fe, según la antigua tradición confirmada por el
Concilio de Trento, comprende los 4 evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las 21 cartas apostólicas y el
Apocalipsis de Juan.
2
El primer autor que usó este nombre fue J.B. Cotelier en el 1672 con el título Patres aevi apostolici,
quien reagrupó cinco escritores eclesiásticos (Bernabé, Clemente, Ignacio, Policarpo y Hermas) considerados
coevos de los Apóstoles. Posteriormente fueron añadidos otros: en el 1765, Papías y Diogneto, y en el 1873
la Didaché, que fue descubierta por Bryennios. El escrito A Diogneto es colocado hoy por los estudiosos más
exactamente entre los escritos de los apologetas.
3
Tuvieron relaciones directas con los Apóstoles: San Clemente Romano, San Ignacio de Antioquía, San
Policarpo y Papías de Hierápolis (en la región de Frigia).
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
Los Padres apostólicos –conocidos o anónimos– son escritores de finales del si-
glo I hasta la primera mitad del siglo II. El elenco de los Padres Apostólicos,
comúnmente aceptados, son:
a. La Didaché o doctrina de los 12 Apóstoles: es un manual del misionero iti-
nerante4;
b. Los escritos epistolares de tres grandes personajes históricos de la primera
Iglesia: de Clemente Romano, la Carta a los Corintios; de Ignacio de An-
tioquia, 7 cartas (según algunos autores son auténticas sólo 4, otros
admiten de él 13, pero con interpolaciones); y de Policarpo de Esmirna, la
Carta a los Filipenses (y sus Actas del martirio);
c. Escritos homiléticos y exhortativos de carácter popular como La Epístola de
Bernabé (o Pseudo-Bernabé); la Segunda carta a los Corintios (o Pseudo-
clementina) atribuida a Clemente Romano (quizás fue la primera homilía
cristiana que nos ha llegado; y el Pastor de Hermas, que es un romance edi-
ficante para invitar a la penitencia;
d. fragmentos de Papías de Hierápolis.
Las características comunes de los escritos de los Padres apostólicos son:
a) Literariamente
* composiciones breves, simples, privadas de una rebuscada erudición, que co-
munican lo esencial, teniendo un objetivo práctico y pastoral;
* se adhieren estrechamente en el pensamiento y en la forma a los escritos bíbli-
cos, pero añaden términos y expresiones que preludian ciertas categorías teológicas;
* en algunos (como Clemente Romano, Ignacio de Antioquía y el Pastor de
Hermas) transparentan la cultura popular y la retórica del tiempo en el que viven
(cf. Pedro y Pablo son presentados como atletas, Cristo como médico, el colegio
4
El índice del códice en que fue hallada la Didaché cita esta obra en la forma abreviada: Didach, tw/n
dw,deka avposto,lwn. Pero el título completo de la obra es Didach, tou/ kuri,ou dia. tw/n dw,deka avposto,lwn
toi/j e;qnesin, La instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles.
La obra se escribe en torno a finales del siglo I, recogiendo tradiciones anteriores que se remontan al año
50 d.C. Su autor es anónimo –proveniente del judaísmo– que utiliza diversas fuentes derivadas de la tradición
viva de la comunidad eclesial. Hay que situarla en un ambiente sirio-palestino (¿Antioquía? ¿Pella?), o, se-
gún otros, Egipto, porque se hace en ella referencias a una sociedad agrícola y pastoril. Los destinatarios son
cristianos convertidos del paganismo (cf. el título largo de la obra: Enseñanza del Señor a los paganos por
medio de los doce Apóstoles) y del judaísmo. Por eso se presenta como un manual útil para la edificación de
los convertidos, quizás también una especie de catecismo, de vademécum...
La composición de la obra es muy sencilla. Consta de cuatro partes:
1ª/ instrucciones morales (cc. 1-6). Presentación de las dos vías: la vía de la vida (practica del amor de
Dios y del prójimo) y la vía de la muerte (pecados que la caracterizan y exhortación a la vigilancia.
2ª/ instrucciones litúrgicas (cc.7-10). Sobre el bautismo, el ayuno, la oración y la Eucaristía.
3ª/ instrucciones disciplinares (cc.11-15). Conducta que hay que tener hacia los ministros carismáticos
del evangelio, los Apóstoles y los profetas, hacia los peregrinos, hacia los profetas y doctores; instrucciones
sobre la eucaristía dominical, confesión de los pecados, jerarquía local, que son los obispos y los diáconos;
corrección fraterna, exhortación a vivir el evangelio.
4ª/ conclusión escatológica (c.16): invitación a vigilar en la espera de la segunda venida del Señor (paru-
sía).
25
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
presbiteral como las cuerdas de la cetra, la mítica Ave Fénix como símbolo de la
resurrección, etc.).
b) Históricamente
* nos dan a conocer la Iglesia primitiva (su vida, su culto, su fe...) y evidencian la
estructura organizativa de la comunidad: el colegio de presbíteros, siguiendo el mo-
delo judaico, lo encontramos en Corinto y las iglesias judeocristianas; la figura
monárquica del obispo la encontramos en Antioquía y Esmirna; diáconos y otros
ministerios de la Iglesia primitiva;
* reflejan ambientes geográficos, culturales y sociales bastantes diversos, allí
donde florece el cristianismo (se nota el progreso en la evangelización del mundo:
Siria-Palestina, Asia menor, Roma...).
* su importancia radica en que son escritos significativos e interesantes, porque
han madurado en el período en el que las Iglesias se mueven bajo el influjo directo
o indirecto de la catequesis apostólica. Por tanto, testimonian en qué modo la se-
gunda y la tercera generación cristiana han interpretado y vivido el kerygma de los
Apóstoles. Además se comienzan a fijar los artículos, símbolos, confesiones de fe
(sobre todo, con ocasión del Bautismo);
c) Teológicamente
* el mensaje cristiano es visto y sentido con un genuino entusiasmo, como reve-
lación de la bondad de Dios por Cristo en el Espíritu Santo;
* los temas doctrinales más desarrollados son: a) la realidad y el realismo de la
naturaleza humana de Cristo (contra los docetas); b) la redención para la salvación
de todos los hombres (universalismo); c) la Iglesia: autoridad y ministerios, sobre
todo, la koinonía y la unidad; d) los Sacramentos: particularmente el Bautismo, la
Eucaristía y la Penitencia; e) la oración, especialmente aquella litúrgica: tiene un
tono de confianza, de felicidad, de acción de gracias, también por el don del marti-
rio; f) la escatología: emerge sobre todo el tema de la resurrección y la vida con
Dios (morir para un cristiano significaba ser con Dios).
26
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
27
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
28
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
a) La Trinidad
Es vista bíblicamente como operante en la historia. Los cristianos son considera-
dos piedras preparadas para la construcción de Dios Padre, elevadas con la grúa que
es Jesucristo, usando como cuerda el Espíritu Santo; los cristianos son portadores de
Dios, de Cristo y del Espíritu Santo6. Cada una de las tres personas trinitarias son
vistas así:
- el Padre es sentido como profundamente vivo, inmanente en la comunidad, es
identificado como el Obispo (invisible) de la Iglesia7;
- el Hijo es verdadero Dios y verdadero hombre (contra los gnósticos y los doce-
tas)8. En particular, usa los siguientes binomios en la carta A los Efesios 7,2:
5
La cuestión ignaciana respecto a la autenticidad de sus cartas todavía no se ha resuelto. Se han formula-
do varias hipótesis sobre la autenticidad de algunas cartas. Por ejemplo, según Rius-Camps, sólo serían
auténticas cuatro; otros autores, como Trevett y Munier, son contrarios a esta tesis. Algunos autores, sobre
todo, protestantes, niegan la autenticidad porque las cartas darían mucha importancia a la jerarquía y, en
particular, al obispo.
6
Cf. A los Efesios 9,1-2.
7
Cf. A los Romanos 9,1.
8
Cf. A los Esmirniotas 1,1.
29
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
c) La Iglesia
Para Ignacio no es una fórmula, sino una realidad viva, experimentada en la cari-
dad, que tiene estas notas distintivas:
Líneas esenciales: es la Iglesia de Jesucristo, que forma un todo con Él, ella
es su cuerpo. Además es el lugar en el que se realiza el plan de salvación de Dios.
Es el nuevo pueblo elegido esparcido por el mundo, en espera de reunificarse. La
iglesia terrena es copia e imagen de aquella Iglesia celeste.
Unidad y comunión en y entre las Iglesias. La unidad es triple: de carne y es-
píritu (= totalidad de la estructura humana-divina del cristiano); de fe y amor (=
totalidad de la vida cristiana, que tiene como inicio la fe y como conclusión el
amor); de Padre-Hijo-Espíritu Santo (=modelo del ideal absoluto). La comunión
entre las distintas iglesias se expresa, sobre todo, con la oración y la participación
en los eventos que tocan las iglesias locales individuales. Es necesaria la unión y la
comunión de las iglesias contra los heréticos que dividen la Iglesia.
Iglesia católica: por primera vez en la historia de la Iglesia, Ignacio usa la pa-
labra «Iglesia católica»9. El significado etimológico de «católico» deriva de
kaq’o,lon (según el todo). Por tanto, la interpretación correcta de dicha expresión es
la «Iglesia en su totalidad que une a todos los creyentes», que se opone a plh/qoj
(multitud, reunión conjunta sólo exteriormente). Se han dado también interpretacio-
nes insuficientes y parciales de la expresión «Iglesia católica»: universal (en sentido
parcial); ortodoxa, en cuanto que conserva la verdadera doctrina contra los heréti-
cos; invisible y celeste (en comunión espiritual con aquella visible); plenitud de la
Iglesia local (por la presencia de Cristo).
Iglesia episcopocéntrica: la comunidad reunida en torno al obispo expresa la
Iglesia. El obispo ocupa el puesto de Dios, como los presbíteros el de los Apósto-
9
Cf. A los Esmirniotas 8,2, donde afirma: «Dondequiera apareciese el obispo, allí está la muchedumbre,
al modo que dondequiera estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia universal (kaqolikh. evkklhsi,a)».
30
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
d) Mariología
María es el punto de referencia concreto y seguro de que Cristo es nuestra salva-
ción; ella garantiza que Cristo es verdadero hombre, además de ser Dios15. Por ello,
Cristo es nuestro salvador, porque, como Dios, tiene la capacidad de salvarnos; co-
mo hombre, posee toda la realidad humana, necesitada de salvación. La concepción
y el parto de María, contra los gnósticos y los judaizantes que los consideraban irre-
levantes para la historia de la salvación, son definidos «misterios estrepitosos», esto
es, eventos salvíficos proyectados por Dios para vencer al diablo.
10
Cf. A los Magnesios 6,1.
11
Cf. A los Tralianos 3,1.
12
Cf. A los Tralianos 6.
13
Cf. A los Efesios 4,1.
14
Cf. A los Romanos 4,3: «yo no os mando como Pedro y Pablo: ellos eran Apóstoles, yo no soy más que
un condenado a muerte».
15
Cf. A los Efesios 7,2; 18,2; 19,1-3.
31
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
el Dios de los filósofos, mediada, sobre todo, por la convergencia sobre conceptos
de monoteísmo y de absoluta trascendencia de Dios.
¿Cuál es, por tanto, el elemento distintivo y desconcertante que individúa el men-
saje cristiano y su impronta teológica? Es ciertamente verdadero que el problema
crucial que los Padres han debido afrontar y resolver para fundar una teología espe-
cíficamente cristiana es el discernimiento y el camino de la transformación del
monoteísmo pre-cristiano en el monoteísmo trinitario, pero también es verdadero
que son las conclusiones sobre Cristo las que abren el problema trinitario. Es Cristo,
o mejor, la fe en Él como Dios el Hijo de Dios, el elemento de ruptura con el mundo
judaico y griego, y el verdadero punto de partida de la teología. Si es la cristología
la que nos lleva a la problemática trinitaria, su impulso primero es la soteriología. El
punto de partida no es una afirmación dogmática sobre Cristo, del que desciende
una doctrina de la salvación, sino el anuncio de la salvación en Cristo (quién es
Cristo y por qué Él nos salva). Por ello, más que de un primado de la cristología
sobre la doctrina trinitaria, se deberá hablar, para nuestro período de los Padres
apostólicos, de una inseparabilidad de la problemática cristológica y trinitaria desde
una perspectiva soteriológica.
Sobre la doctrina de Dios y la fe en la divinidad de Cristo ataca, por un lado, el
axioma fundamental del judaísmo (el monoteísmo), y, por otro lado, influyen tam-
bién las prerrogativas griegas de unidad, unicidad y simplicidad de Dios. La idea de
la encarnación compromete la trascendencia y la inmutabilidad de Dios. En ámbito
cristológico, por tanto, el evento Cristo se pone como problema teológico en clave
de inmanencia-trascendencia (¿cómo afirmar la real inmanencia salvaguardando la
trascendencia, y viceversa?) y evolucionará en el gran debate sobre las dos natura-
lezas (¿cómo afirmar y salvaguardar en Cristo la humanidad y la divinidad?); en
ámbito trinitario el problema se pone en clave de unidad-multiplicidad (¿cómo
afirmar la divinidad de Cristo salvaguardando la unidad-unicidad de Dios? o, tam-
bién, ¿cómo afirmar la distinción del Padre y del Hijo sin comprometer de ellos su
divinidad?) y evolucionará en la investigación sobre los conceptos de sustancia,
hipóstasis y persona.
Todo esto, entre los siglos I y II d.C., no llega a ser jamás un problema conscien-
te y sistematizado, porque el acento recae precisamente sobre la función salvífica de
Jesús (y sobre su relativo anuncio), y no tanto sobre su esencia personal. En nuestro
período de Padres apostólicos los problemas no reciben jamás una interpretación
técnica, ni en la terminología (todavía fluida y oscilante, experimental), ni en el
desarrollo (todavía no hay un tratado teológico), sino que se revelan a medida que el
anuncio de Cristo se encuentra con los distintos ámbitos culturales y religiosos, y
por ello se resuelven siempre en la fe y a favor de la fe.
Esto nos hace comprender la fuerza del kérygma sobre la teología y la irreducti-
bilidad de la fe en Cristo al contexto cultural que encuentra. Para nosotros se trata
de aquellas soluciones parciales que constituyen las primeras teologías cristológicas
y trinitarias esbozadas en nuestro período: en prospectiva cristológica, la instancia
monoteísta judaica tenderá a anular en Cristo la divinidad (monarquianismo adop-
cionista), mientras la instancia helenística de la trascendencia atacará la humanidad
real (docetismo); en prospectiva trinitaria, la salvaguarda de la unidad-unicidad de
32
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
2.1 Introducción
Con este nombre se alude a los autores cristianos que vivieron en la segunda mi-
tad del siglo II y se empeñaron en la defensa de la nueva religión, el cristianismo.
La lista de los que componen esta categoría de Padres está compuesta por Justino,
mártir, Taciano, Atenágoras, Teófilo de Antioquia y la Epístola a Diógneto. De he-
cho, sus escritos son llamados apologi,ía, defensa, justificación, y responden a una
doble exigencia:
a) típicamente apologética: refutar las gravísimas acusaciones morales, políti-
cas y religiosas que los paganos (estado romano) y los hebreos dirigían
contra los cristianos. Son los defensores de las verdades de fe de frente a la
hostilidad del ambiente circundante, particularmente de los heréticos –
hebreos y paganos–. Por ello, a diferencia de los Padres Apostólicos, que
dirigen sus obras casi exclusivamente a los fieles (es la Iglesia que dirige a
sí misma las propias exhortaciones), los Apologistas destinan sus obras, so-
bre todo, a los no cristianos para refutar las acusaciones y contraatacar la
religión y la filosofía pagana (v.g.: el cristiano es antisocial; el cristianismo
es una secta del judaísmo y fuera de la ortodoxia judía...);
b) más misionaria y propagandística (protréptica = exhortativa): exponer los
contenidos de la fe con lenguaje y categorías comprensibles a los destinata-
rios (esto es, la inculturación del mensaje cristiano).
Con ello, sientan las bases y los fundamentos de la ciencia de Dios. Ellos fueron
los primeros teólogos de la Iglesia, pero en sentido embrionario, con una terminolo-
gía a veces incierta, sin pretensiones de exposición científica. Fundamentalmente,
presentan el cristianismo como la religión de la verdad. Entre los argumentos a fa-
16
A los Efesios 7,2.
17
A Policarpo 3,2.
33
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
vor de la verdad cristiana que presentaron están la eficiencia ética del cristianismo,
su antigüedad, la superioridad del cristianismo respecto a las filosofías paganas y el
cumplimiento de las profecías.
Su actitud hacia la cultura (sobre todo, la filosofía) pagana fue doble:
a) positiva: el cristianismo acepta lo que es válido y bueno de la cultura pagana,
p.ej. que algunos de los grandes filósofos paganos (Sócrates, Platón...) han expuesto
verdades parciales respeto de la verdad total, que es Cristo. Algunas veces presen-
tan la religión y la filosofía pagana como propedéuticos al cristianismo. Tal actitud
positiva es propia de Justino y Atenágoras.
b) negativa: condenan la cultura pagana como falsa, la ridiculizan y consideran a
los filósofos paganos como los patriarcas de los heréticos. Es la actitud de Taciano
y Teófilo (y posteriormente de Tertuliano...).
Entre los géneros o formas literarias usadas por los Apologistas hay que destacar
el discurso de defensa (apología o súplica) que se tenía delante de la autoridad o del
público asistente, el diálogo o disputa para la polémica y la exhortación o exposi-
ción de enseñanza.
Los elementos doctrinales subrayados por los Apologistas son:
• la concepción monoteísta de la divinidad (contra el politeísmo);
• el Logos como mediador e instrumento de la creación de Dios Padre (aspecto
cosmológico mas que soteriológico);
• en materia moral, la existencia del libre arbitrio y la responsabilidad personal
(contra el determinismo filosófico y astrológico);
• escatología: el juicio final (premio-castigo) y la resurrección del cuerpo (de
frente a la reencarnación de los griegos);
• ponen énfasis en los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
18
Cf. 2 Apología 12.
34
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
Justino llega a ser un ferviente cristiano y misionario de la fe, anunciada con alegría
y entusiasmo.
En el año 140 abre una escuela en Roma (se viste con el palio de los filósofos):
entre sus discípulos destaca Taciano el Sirio. Todos podían intervenir libremente y
discutir. Fue adversario del filósofo cínico Crescente, que lo denunció como cris-
tiano. En el 165 sufrió el martirio con otros seis cristianos (quizá sus discípulos).
Antes de la venida de Cristo, los hombres poseen la semilla del Logos (spe,rma)
sembrada en cada hombre por el lo,goj spermatiko,j (Logos sembrador en sentido
activo del término). Cada ser humano posee en su razón una semilla del Logos. Así,
no sólo los profetas del AT, sino también los mismos filósofos paganos llevaban en
sus almas una semilla del Logos en trance de germinar. Esta semilla les permitía
35
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
d) Virgen María
En su obra Diálogo con el judío Trifón 100,5, Justino nos presenta el testimonio
más antiguo que tenemos del paralelismo antitético entre Eva y María, cuya función
36
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
era unir y ligar el pecado y la redención. Esta relación Eva-María nos remite a la
relación de Pablo entre Cristo y Adán.
e) Ideas escatológicas
Son dos principalmente:
+ La doble parusía de Cristo
La primera aviene en el sufrimiento, la segunda se realizará en la gloria. El retar-
do de la segunda parusía está justificado por la paciencia de Dios de cara a los
hombres para que se conviertan;
+ El milenarismo
Significa que el designio de Dios debe encontrar su cumplimiento, primeramente,
en este mundo, en una etapa provisional, antes del juicio último. Es la prueba que
en la Jerusalén material vendrán reunidos los judíos y los paganos reconciliados
entre ellos.
37
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
38
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
3.1 El gnosticismo
Del griego gnwstikismo,j (de gnwsij, «conocimiento»), el gnosticismo es un
conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que llegaron a mimetizarse
con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose final-
mente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto
prestigio entre los intelectuales cristianos. En efecto, puede hablarse de un gnosti-
cismo pagano y de un gnosticismo cristiano, aunque el más significativo
pensamiento gnóstico se alcanzó como rama heterodoxa del cristianismo primitivo.
El gnosticismo cristiano, pagano en sus raíces, llegaba a presentarse como repre-
sentante de su tradición más pura. La enorme diversidad de doctrinas y "escuelas
gnósticas" hace difícil hablar de un solo gnosticismo. Algunos denominadores co-
munes de su pensamiento, no obstante, podrían ser:
a) Carácter iniciático
Por el cual ciertas doctrinas secretas de Jesucristo estaban destinadas a ser reve-
ladas a una élite de iniciados. De esta forma, los gnósticos cristianos reclaman
constituirse en testigos especiales de Cristo, con acceso directo al conocimiento de
lo divino a través de la gnosis o experimentación introspectiva a través de la cual se
podía llegar al conocimiento de las verdades trascendentales. La gnosis era pues la
forma suprema de conocimiento, solamente al alcance de iniciados.
39
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
c) Carácter dualista
Por el cual se hacía una escisión tajante entre la materia y el espíritu. El mal y la
perdición estaban ligados a la materia, mientras que lo divino y la salvación perte-
necían a lo espiritual. Por esa razón no podía existir salvación alguna en la materia
ni en el cuerpo. El ser humano sólo podía acceder a la salvación a través de la pe-
queña chispa de divinidad que era el alma o espíritu. Sólo a través de la conciencia
de la propia alma, de su carácter divino y de su acceso introspectivo a las verdades
trascendentes sobre su propia naturaleza podía el alma liberarse y salvarse. Este
dualismo también prefigura el futuro maniqueísmo.
d) Peculiar cristología
Siendo la materia el anclaje y origen del mal, no es concebible que Jesucristo pu-
diera ser un ser divino y asociarse a un cuerpo material a la vez, puesto que la
materia es contaminadora. Por esa razón surge la doctrina del «cuerpo aparente de
Cristo», según la cual la Divinidad no pudo venir en carne sino que vino en espíritu
mostrando a los hombres un cuerpo aparentemente material (docetismo). Otras co-
rrientes sostienen que Jesucristo fue un hombre vulgar que en la época de su
ministerio fue levantado, adoptado por una fuerza divina (adopcionismo).
40
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
41
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
a) Adversus Haereses
En cinco libros, cuyo título original es Desenmascaramiento y confutación de la
falsa gnosis, o en griego, vElenkoj kai. avnatrope/j pseudono,mou gnw,seoj.
En síntesis, el contenido de la obra es éste:
• Libro I: exposición de las teorías y sistemas gnósticos (los valentinianos,
Simón Mago, Basílides, Carpócrates, Marción...);
• Libro II: refuta las teorías gnósticas con argumentos racionales;
• Libro III: confutación de las herejías recurriendo a criterios sacados de la
tradición y de las enseñanzas de los Apóstoles por lo que se refiere a la fe
en Dios y en Cristo;
• Libro IV: refuta las teorías gnósticas basándose sobre los dichos del Señor
(y las citas proféticas del AT, porque los escritos de Moisés y de los Profe-
tas son palabras de Cristo);
• Libro V: rechaza también dichas teorías gnósticas con otros argumentos bí-
blicos, pero en realidad resalta el significado y el destino del mundo físico y
corporal, se explaya en el tema de la resurrección de la carne y trata argu-
mentos escatológicos sobre el anticristo y el milenio).
42
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
43
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
19
Cf. Adversus Haereses IV, 20,1.
20
Cf. A. ORBE, Introducción a la Teología de los siglos II-III, Salamanca 1988, 76-80.
44
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
21
Cf. Adversus haereses I, 22,1.
22
Cf. Adversus haereses IV, 14, 1.
45
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
23
B. STUDER, Recapitulación en A. DI BERARDINO, DPAC II, 1875.
46
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
e) Antropología
Subrayamos algunos elementos:
a) lo positivo y bondadoso de la carne, del cuerpo: la carne-cuerpo es positiva
porque ha sido creada por Dios con sus manos (=Hijo y Espíritu Santo) en la crea-
ción; Cristo se ha apropiado de la carne, haciéndose hombre, en la encarnación; ha
sido glorificada en la resurrección, por lo que sirve como vehículo para transmitir la
vida en la eucaristía.
b) en oposición a los gnósticos y a su concepción platónica (el hombre es un al-
ma revestida de cuerpo), define al hombre llevando a lo más radical la definición
aristotélica: «el hombre es un cuerpo revestido de alma».
3.2.4 Conclusión
Dos razones –afirma J. Quasten– explican la importancia de Ireneo como teólo-
go. En primer lugar, desenmascaró el carácter pseudocristiano de la gnosis,
acelerando de esa manera la eliminación de los adeptos a esta herejía del seno de la
Iglesia. En segundo lugar, defendió con tanto éxito los artículos de la fe de la Iglesia
católica, negados o mal interpretados por los gnósticos, que merece ser considerado
«fundador de la teología cristiana». Ireneo tiene el gran mérito de haber sido el pri-
mero en formular en términos dogmáticos toda la doctrina cristiana. No obstante es
interesante descubrir este texto del propio obispo de Lyon:
47
Tema 2. La formación de la identidad cristiana
«Es mejor no saber absolutamente nada, ni siquiera una sola de las razones por las que
ha sido hecha una sola cosa de la creación, pero creer en Dios y perseverar en su amor,
que, hinchado por un conocimiento así, apartarse de este amor, que es la vida del hom-
bre. Y más vale no buscar otro conocimiento que el de Jesucristo, el Hijo de Dios, que
fue crucificado por nosotros, que caer en la impiedad por cuestiones sutiles y discusio-
nes alambicadas»24.
Para la historia es famosa su frase: «la gloria de Dios es el hombre viviente y la
vida del hombre es la visión de Dios»25.
24
Adversus Haereses 2,26,1.
25
Adversus Haereses 4,20,7.
48
TEMA 3
1.1 Tertuliano1
1.1.1 Vida
Pocas son las noticias de que disponemos sobre la vida de Quintus Septimio Flo-
rens Tertullianus, aparte de algunas alusiones en sus escritos y el capítulo que le
dedica Jerónimo en una de sus obras, dudándose incluso de la exactitud de algunas
de sus informaciones, por ejemplo, acerca de la ordenación sacerdotal de Tertu-
liano. No es posible tampoco fijar la fecha de su nacimiento y de su muerte. Se
puede afirmar con seguridad sólo que su actividad literaria abarca los últimos años
1
Cf. P. SINISCALCO, Tertuliano en A. DI BERARDINO, Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana II,
Salamanca 1998, 2095-2101. Cf. también H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 173-181;
R. TREVIJANO, Patrología, Madrid 2004, 121-131.
Tema 3. Los escritores del siglo III
del siglo II y las dos primeras décadas del III y que sus primeros escritos que es po-
sible fechar con certeza, Ad nationes y Apologeticum (197 d.C.), revelan ya un
espíritu maduro, un escritor en plena posesión de su arte.
Tertuliano nació en Cartago y –según refiere Jerónimo– era hijo de un centurión
proconsular. Vivió por tanto en un área geográfica en la que el cristianismo parece
haber asumido desde un principio una característica peculiar que se manifiesta en
un espíritu de autonomía y a veces de particularismo; espíritu que tiene raíces leja-
nas en la fidelidad con que los africanos han venerado siempre sus orígenes y en la
intolerancia que siempre mostraron hacia la dominación romana. El cristianismo
funciona en esta región como elemento estabilizador de una antigua intolerancia y
polariza en torno a sí en el curso del tiempo formas de resistencia latente al poder
romano. No es pura coincidencia que precisamente Tertuliano proteste con tono
sarcástico contra el abandono de las usanzas y costumbres típicamente cartaginen-
ses en favor de las costumbres romanas.
La actividad de Tertuliano se desarrolla en tiempo de los emperadores Septimio
Severo (193–211) y Antonino Caracalla (211-217), en un período crítico de la histo-
ria de Roma, agitada por fermentos internos y por guerras externas. No faltan
episodios de violencia contra los cristianos (precisamente en Cartago el 197 se asis-
te a una persecución debida probablemente a la llegada de un nuevo procónsul). El
202, además, el emperador parece ser que prohibió el proselitismo de judíos y cris-
tianos. Son también años muy importantes para la iglesia, que ve alzarse en su seno
personalidades de relieve como los obispos de Roma Víctor (189-199), Ceferino
(199-217) y Calixto (217-222) y escritores en lengua griega como Hipólito, Cle-
mente de Alejandría y Orígenes.
Entre estas coordenadas se desenvuelve la existencia, tan difícil de reconstruir,
como ya se dijo, de Tertuliano. Creció en el seno de una familia pagana, fue educa-
do en las escuelas del tiempo y sacó extraordinario provecho del estudio, que siguió
cultivando sucesivamente. Sus obras muestran una notable preparación en varios
campos del saber: historia, filosofía, retórica y lenguas (conocía el griego y era ca-
paz de escribir tratados en esta lengua). Su temperamento apasionado y sensual le
arrastró en juventud a una existencia disipada: se casó y a su mujer escribe el Ad
uxorem (1, 1). Sin fecha que no es posible fijar, pero antes del 197, se convirtió al
cristianismo acaso atraído por el ejemplo de los mártires2.
Ésta es la presentación del primero de los escritores cristianos de lengua latina o
uno de los primeros cuyos escritos es posible hacer remontar con seguridad a una
personalidad bien definida. Como es sabido, sobre todo J. Daniélou sostiene que
algunos tratados pseudociprianeos constituyen la más antigua expresión de la litera-
tura latina judeo-cristiana, contra la cual el mismo Tertuliano reacciona. A Minucio
Félix, y a Tertuliano después, habría que reconocerles el mérito de haber hecho
asimilable el mensaje cristiano por las estructuras y categorías de pensamiento pro-
pias del occidente latino. Pero se trata de una hipótesis que dista aún mucho de ser
comúnmente aceptada.
2
Cf. Apologeticum 50, 15.
50
Tema 3. Los escritores del siglo III
3
Cf. TERTULIANO, De praescriptione haereticorum, 13, 1-6; Adversus Praxean, 2,1.
4
TERTULIANO, De Pudicitia, 21, 16.
5
Cf. TERTULIANO, Adversus Praxean, 12, 3 y 6.
6
Cf. TERTULIANO, Adversus Praxean, 27, 11.
7
Cf. J. MOINGT, Théologie trinitaire de Tertuliano. Histoire, Doctrine, Mhétodes I, Paris 1966-1969, 8-ss.
51
Tema 3. Los escritores del siglo III
8
Cf. J. C. FREDOUILLE, Tertulien et la conversion de la culture antique, Paris 1972, 17.
52
Tema 3. Los escritores del siglo III
9
Cf. R. TREVIJANO, Patrología, Salamanca 2004, 131-141.
10
JERÓNIMO, De viris ilustribus, 53.
53
Tema 3. Los escritores del siglo III
11
SAN CIPRIANO, Ad Donatum, c. 4.
54
Tema 3. Los escritores del siglo III
55
Tema 3. Los escritores del siglo III
12
SAN CIPRIANO, De lapsis, c. 15.
56
Tema 3. Los escritores del siglo III
57
Tema 3. Los escritores del siglo III
lanzaron sus vestidos para recogerlos como reliquias empapadas con la sangre del
mártir.
13
SAN CIPRIANO, Epistola 74,7.
14
Cf. LG 4.
58
Tema 3. Los escritores del siglo III
toles quedaron igualados a Pedro; pero Pedro siguió siendo el signo vivo de la uni-
dad originaria:
«Él mismo le dijo después de la resurrección: «Apacienta mis ovejas». Sobre él edifica
la iglesia y a él le manda apacentar las ovejas. Que, aunque otorgó el mismo poder a to-
dos los apóstoles, constituyó una sola cátedra y dispuso así por su autoridad el origen y
el fundamento de la unidad. Los demás eran lo mismo que fue Pedro, pero el primado se
da a Pedro, mostrando así que no hay sino una iglesia y una cátedra. Todos son pastores,
pero queda manifiesto que se trata de una sola grey que es apacentada de acuerdo uná-
nime por todos los apóstoles. Quien no se atenga a esta unidad de Pedro, ¿pretenderá
mantenerse en la fe? Quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la
iglesia, ¿todavía confiará en que está en la iglesia?»15.
El colegio apostólico es considerado como el origen del episcopado de todos los
obispos tomados en conjunto. La intercomunión de los obispos hace la unicidad del
episcopado, que, con la unicidad del obispo local, es condición de la unicidad de la
Iglesia. Concibe la colegialidad como una unión de diálogo, una colaboración cons-
tante. Cada uno tiene el poder entero y lo tienen todos juntos 16. Dentro de su esfera
de oficio, el obispo individual representa a la Iglesia. La Ecclesia principalis signi-
fica la Iglesia del origen entendida como sacramentum, que primero en Pedro solo,
luego en los demás obispos en conjunto, está totalmente presente en cada obispo
católico. La unión de la Iglesia en un solo cuerpo se hace por la unión de los obis-
pos. El obispo une cada uno de sus fieles a la Iglesia total.
Cipriano no reconoce a Roma un «Primado» en el sentido actual del término. Pe-
ro si de todas las iglesias dice que están fundadas super Petrum, no dice de ninguna
otra que sea el locus Petri. Cathedra significa la sucesión jurídica de cada obispo en
su lugar; pero ninguna otra sede, sino la de Roma, es designada como cathedra Pe-
tri. Más fuertes todavía son las expresiones ecclesiam principalem y ecclesiam
matricem et radicem. La iglesia de Roma es principal, matriz y raíz, porque Cristo
hizo a Pedro el origen de la unidad y el signo de este origen. El obispo de Roma
sigue siendo el único heredero del único papel dado sólo a Pedro y que consiste en
manifestar la unicidad de la Iglesia. Por este motivo la unión con Roma es un signo
necesario de la unidad originaria.
2. Escritores alejandrinos
15
SAN CIPRIANO, De unitate, 4.
16
SAN CIPRIANO, De unitate, 5.
17
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 146-147; M. SIMONETTI, Alejandría y Antio-
quía de Siria en A. DI BERARDINO (Dir.), Diccionario Patrístico y de la Antigüedad cristiana I, Salamanca
1998, 71-73; 144-145.
59
Tema 3. Los escritores del siglo III
del lugar. Esa escuela estaba llamada a ejercer una gran influencia en el siglo IV. La
«escuela antioquena», en su primera fase, no fue una institución, sino una teología
que se remontaba a Luciano de Antioquia. Fue Diodoro de Tarso el que fundó en
Antioquía un centro docente que, bajo su dirección y la de sus discípulos principa-
les, alcanzó su apogeo en el siglo IV.
La «escuela alejandrina» y la «escuela antioquena» tuvieron importancia también
en sentido figurado, tanto por sus métodos exegéticos como por el protagonismo
que ejercieron a partir del siglo IV en las confrontaciones dogmáticas sobre la doc-
trina de la Trinidad y en la cristología. En la dogmática los antioquenos tendían más
a subrayar las diferencias en Dios y en Cristo («teología de la separación»), mien-
tras que los alejandrinos acentuaban más la unidad de las tres personas en Dios y de
las dos naturalezas en Cristo («cristología de la unidad»). Al interpretar la Sagrada
Escritura, los antioquenos prestaban especial atención al sentido literal, histórico,
aunque sin reducirse a él, mientras que los alejandrinos cultivaban con intensidad el
sentido alegórico, moral y anagógico de la Escritura; trataban de descubrir en los
textos bíblicos un sentido oculto, más profundo.
2.2.1 Biografía
Nacido a mediados del s. II (el año 140 o 150), probablemente en Atenas o Ale-
jandría, de familia pagana, recibió buena educación literaria. Como tantos jóvenes
intelectuales de su tiempo, viajó mucho en busca de un maestro que respondiese a
sus inquietudes. Su sexto maestro, el cristiano Panteno, le satisfizo y por eso se es-
tableció en Alejandría (en torno al año 180). Esta ciudad cosmopolita era un lugar
ideal para un hombre como Clemente. Aquí confluían los logros del helenismo y las
inclinaciones mistéricas y teosóficas de la Antigüedad tardía con el mundo mágico
egipcio, abriendo un trasfondo de posibilidades al judaísmo y al cristianismo. Cle-
mente se interesa por ese mundo de ensueños, pero no sucumbe a él. Lo que busca
es la verdad, fundamento de la vida humana, que para él es a la par conocimiento de
Dios, decisión moral y razón. Esto es lo que reconocía ya en el platonismo y que
encontró de un modo más pleno en la manifestación terrena del Logos divino, Cris-
to.
El año 202 o 203 dejó definitivamente Alejandría, escapando de la persecución
bajo Septimio Severo, que tenía particularmente en mira a los maestros cristianos.
Tenemos noticia de que el 212 actuaba entre los cristianos de Capadocia. El obispo
18
Cf. R. TREVIJANO, Patrología, 163-172.
60
Tema 3. Los escritores del siglo III
2.2.2 Maestro
Como Justino en Roma y Panteno en Alejandría, Clemente ejerció su magisterio
al frente de una escuela independiente; pero se sentía cristiano católico ortodoxo.
Como teólogo es ante todo exegeta de la Biblia de la Iglesia. A la par busca apoyo
en los literatos y filósofos de la cultura pagana, hasta tal punto que se encuentran en
sus obras citas de más de 360 autores profanos.
La herejía contradice lo que Clemente entiende por fe cristiana. Consiste en po-
ner las propias opiniones contra la regla (kanw,n) válida en la Iglesia, que construye,
sobre el fundamento dado por Cristo y transmitido a través de las generaciones, la
comprensión de la fe cristiana. Combate a los herejes pero aprende ocasionalmente
de ellos. Varios aspectos de su sistema muestran que representa el punto de encuen-
tro de tres corrientes diferentes: filosofía judeo-alejandrina, la tradición platónica y
el gnosticismo. Había asimilado la Biblia tanto como la filosofía griega y sobre todo
el platonismo. Se afana en trazar nítidamente la línea entre ortodoxia y herejía; pero
sin ceder a la reacción antiintelectual con que algunos fieles estaban expresando su
oposición al gnosticismo herético. O sea, quiere llevarlo a cabo desde un plantea-
miento intelectual de la fe, no sólo pietista. Él es un creyente que transmite la fe a
paganos desde la filosofía. Quiere evitar los dos escollos: el de una ortodoxia obscu-
rantista y el de las reinterpretaciones heréticas de la fe. En ese ambiente se atreve a
decir que la medicina del error no es menos conocimiento, sino más. Valora la filo-
sofía como un don, no de los demonios, sino de Dios por medio del Logos, cuya luz
irradia siempre sobre su imagen terrena, la inteligencia del hombre. Clemente tiene
intención de presentar en sus obras una enseñanza ordenada a la Iglesia y dada en la
Iglesia.
El puesto de Clemente en la Iglesia parece definido por el título de «presbítero»
que le da Alejandro de Jerusalén en la carta a la iglesia de Antioquía, pero pudo al-
canzar el presbiterado cuando trabajaba junto a Alejandro en Jerusalén. En la iglesia
de Alejandría de comienzos del s. III reinaba cierta tensión entre la teología heleni-
zante de Panteno y Clemente y una teología hostil a la filosofía, dentro de la cual se
adivina un partido cuya fuerza no es desconocida. Un partido que mientras, por un
lado, reconocía la eficacia misionera de esos intelectuales cristianos en las clases
altas y cultas, por otro, no estaba dispuesto a coronar el prestigio de tales maestros
con la dignidad del presbiterado. Esto puede explicar la reacción del obispo Deme-
trio al excomulgar a Orígenes por haber recibido en Palestina el presbiterado que no
le había otorgado su comunidad de Alejandría.
19
Cf. EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica VI, 11, 6.
20
Cf. EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica VI, 14, 9.
61
Tema 3. Los escritores del siglo III
2.2.3 Obras
Consta que algunas se han perdido. Es el caso de las Hypotiposeis, que todavía
pudo leer Focio. Aparte de otras menores, nos ha llegado una trilogía, Protrepticus,
Paedagogus y Stromata, que podría responder a un plan conjunto de composición y
que nos permite conocer a su autor como apologista, moralista, filósofo, teólogo y
místico:
«El guía celeste, el Logos, recibía el nombre de Protréptico cuando nos exhortaba a la
salvación. Pues este nombre es dado particularmente al Logos encargado de estimular-
nos, tomando el todo por la parte, ya que es la entera religión la que es protréptica, al
hacer nacer de la inteligencia (naturalmente dispuesta a ello) el deseo de la vida actual y
venidera. Mas ahora se sucede a sí mismo, como Logos que a la vez cura y aconseja.
Amonesta al que se ha convertido y, sobre todo, promete la curación de las pasiones que
hay en nosotros. Le llamaremos, pues, apropiadamente con el solo nombre de Pedago-
go; pues el pedagogo se ocupa de la educación, no de la instrucción. Ya que su objetivo
es hacer al alma mejor, no enseñarla; introducirla a la vida virtuosa, no a la de la cien-
cia. Sin duda, también este mismo Logos es el maestro encargado de enseñar
(didaskaliko,j); pero no por ahora. El Logos que enseña es el que expone y revela en
1as cuestiones doctrinales. El que educa (paidagogo,j), que se ocupa de la vida práctica,
nos ha llevado primero a afianzar una buena conducta y nos exhorta ahora a cumplir los
deberes»21.
a) El Protréptico
El título mismo (Exhortación a los griegos) nos remite al género literario «pro-
tréptico» (protreptiko,j = estimulante, exhortatorio, persuasivo) y nos sitúa esta
publicación en la línea de los escritos de propaganda de las escuelas filosóficas. Al
ser una exhortación al cristianismo (incluida la crítica de alternativas rivales), tiene
el mismo objetivo que las apologías griegas del s. II, esto es, tratar de convencer a
los paganos para que se conviertan al verdadero Logos, al cristianismo; pero las su-
pera ampliamente en forma y contenido, ya que expone la fe cristiana de modo
positivo de cara a ser una argumentación convincente.
En un primer capítulo Clemente esboza una imagen global de Cristo, de la eco-
nomía de la salvación y de la redención como primer toque de atención sobre la
importancia del Logos para el hombre. Para ello, el sentido de la prueba de antigüe-
dad y de verdad exige que se enlace con los filósofos y literatos griegos, que
habrían apuntado ya hacia el único Dios verdadero. Pero, por otro lado, esa argu-
mentación debe criticar las convicciones de fe y los cultos de los paganos, cosa que
sucede en los capítulos 2-7. Por último, los capítulos 8-12 exhortan, a la manera
platónica, a convertirse por completo al Logos, a la divinización con él, que se ma-
nifestó como hombre entre los hombres y que es guía de cada una de las almas.
Clemente exulta ponderando los maravillosos beneficios que nos ha proporcionado
la venida del Logos encarnado. Concluye que hay que acudir a la llamada de Cristo
y dejarse conducir por el Logos salvador:
21
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo I, 1,3-2,1.
62
Tema 3. Los escritores del siglo III
«Por eso pienso que, ya que el Logos mismo ha bajado del cielo hasta nosotros, no pre-
cisamos recurrir a ninguna escuela humana, ni dispersarnos por Atenas, el resto de
Grecia o también Jonia. Porque, si tenemos por maestro al que ha llenado todo con los
efectos de su poder, por la creación, la salvación, el hacer beneficios, la legislación, la
profecía, la enseñanza, tal maestro nos enseña ahora todo. Ya el universo ha pasado a
ser, gracias al Logos, una Atenas y una Grecia. Si dabais crédito al mito poético de que
Minos el Cretense convivía familiarmente con Zeus, no rehuséis creernos a los que so-
mos discípulos de Dios, depositarios de la verdadera sabiduría, la que sólo llegaron a
entrever los más grandes de los filósofos; pero que los discípulos de Cristo han recibido
y proclamado. Que tampoco el Cristo total, por decirlo así, está dividido. No es ni bár-
baro, ni judío, ni griego, ni hombre o mujer. Es hombre nuevo recreado por el Espíritu
Santo de Dios»22.
El punto central del Protrepticus es que el hombre puede entrar, por la mediación
redentora del Logos, en una íntima familiaridad con Dios, instaurando con Él una
relación de paternidad-filiación.
b) El Pedagogo
El Pedagogo sigue literaria y cronológicamente al Protréptico. El mismo Cle-
mente ha puesto de relieve esta vinculación desde el comienzo de la obra. Con ella
se dirige a convertidos que han recibido la fe y han entrado ya en la Iglesia por el
bautismo. El papel del Logos en esta segunda etapa es curar nuestras pasiones y
dirigir bien nuestras acciones. Su objetivo es, pues, la formación moral, teórica y
práctica, del cristiano.
El Pedagogo tiene un carácter praktiko,j orientado a la vida activa, la formación
moral por la que el alma ve curadas sus debilidades y se prepara, se hace capaz, de
recibir la plena revelación del Logos, la enseñanza del Maestro, que le conducirá a
la gnwsij.
El libro I desarrolla, de modo general, las consecuencias espirituales de una «pe-
dagogía» del Logos, de la formación que Dios da a los fieles por medio de su Hijo:
«Amemos, pues, llevándolos a la práctica, los mandatos del Señor; porque el mismo
Logos, al encarnarse, ha mostrado eficazmente que la misma virtud atañe a la vida prác-
tica y a la contemplativa. Tomemos al Logos por ley. Reconozcamos que sus
mandamientos y consejos son caminos cortos y rápidos a los bienes eternos; porque sus
órdenes están repletas de persuasión, no de temor»23.
«Pues la pedagogía divina consiste en señalar el camino verdadero para la contempla-
ción de Dios, que es una conducta santa con permanente perseverancia»24.
El libro I se mueve más en el terreno de los principios de la educación (la meta
de la educación, el amor del educador a los hombres, la universalidad de la educa-
ción, el premio y el castigo, etc.) que en el de los deberes concretos del cristiano,
que constituyen la temática de los otros dos libros. Los libros II y III constituyen un
22
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico XI 112,1-3.
23
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico I 3,9,4.
24
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico I 7,54,1.
63
Tema 3. Los escritores del siglo III
tratado de moral práctica sobre los deberes del cristiano, con consejos, exhortacio-
nes y modelos sobre el modo de vivir (comida, bebida, sueño, vida sexual, vestido y
calzado, baños, etc.).
«Por eso no hay que excluir taxativamente el adorno con joyas de oro o el vestido más
suave; pero hay que poner brida a los instintos irracionales. No sea que nos arrastren a
un relajamiento tan desequilibrado que nos precipiten en la voluptuosidad»25.
«Llevar corto el cabello no sólo da al hombre un aspecto serio, sino que hace más resis-
tente el cráneo a la enfermedad, habituándole a acomodarse al frío y al calor. Se evitará
así los inconvenientes de uno y otro, que una melena, en cambio, atrae hacia sí como
una esponja y hace que penetre y se quede en la cabeza el efecto nocivo de la hume-
dad»26.
Clemente es el primer humanista cristiano y el primero que destaca en la incorpo-
ración de la paideia helenística a la paideia cristiana. Se esfuerza en realizar
plenamente el ideal de la primera, pero conforme a las enseñanzas del Logos divino,
que conduce al ser humano a su plena realización en la intimidad con el mismo
Dios.
c) Los Stromata
El título completo es Libros de Stromata de memorias gnósticas conforme a la
verdadera filosofía. El título significa o el mercader o el fabricante de colchas, el
que les da su aspecto variado, o el que las extendía sobre los lechos del banquete.
Un género literario de consideraciones filosóficas, usado también por otros autores,
en obras compuestas principalmente de citas. Aquí se trata del cristianismo presen-
tado como una filosofía. Stromata es una obra desconcertante y enigmática que
dibuja con gran libertad las líneas fuertes de una filosofía y una teología. Desarrolla
un programa de enseñanza que supone un itinerario del hombre a Dios. Se propone
reducir las resistencias de los griegos y sobre todo confirmar en su fe a los cristianos
cultos. Quiere darles el deseo de progresar hacia el conocimiento. Proveerles de un
método (intelectual y ascético) para llegar a la contemplación. Clemente escribe
para hacer revivir en sus lectores la doctrina que él ha aprendido.
Las relaciones entre la verdad filosófica y la verdad cristiana constituyen el tema
central del primer libro. Afirma la superioridad de la revelación divina sobre la filo-
sofía griega, para destacar que la filosofía no se opone a la religión, sino que viene a
ser la más útil de las propedéuticas. Si bien las Escrituras son más antiguas que los
escritos de los filósofos, que son deudores de Moisés y los profetas, la verdad filo-
sófica y la verdad revelada dimanan de la verdad única, la de Dios. Por eso el
cristiano que aspira a la mayor perfección posible en esta vida debe conocer la filo-
sofía, como preparación a una ciencia divina o gnosis (Stromata I). La Escritura,
que enseña el conocimiento de la naturaleza y la rectitud moral, conduce al conoci-
miento del creador. Al ser Dios propiamente incognoscible, se precisa la fe para este
conocimiento que sobrepasa la naturaleza. La gnosis es una demostración que, a
25
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico III 11,53,1.
26
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico III 11,62,1.
64
Tema 3. Los escritores del siglo III
partir de las Escrituras, confiere la fe, y, apoyándose sobre ella, llega a conclusiones
ciertas (Stromata II). Clemente reivindica el matrimonio, frenando la tradición en-
cratista (de posturas antagónicas, esto es, de rechazo o de libertinaje) tan arraigada
en amplios sectores heréticos y del cristianismo popular (Stromata III). Exalta el
martirio (Stromata IV). Trata de cosmología y del simbolismo de la naturaleza y de
la Escritura (Stromata V), así como del puesto en la historia de las revelaciones ju-
día y cristiana (Stromata VI). Pondera la existencia de una gnosis ortodoxa
(Stromata IV, VI y VII), vías y grados del conocimiento de Dios y de la unión con
Dios.
«El filósofo de que tratamos se ocupa, pues, de estas tres tareas. En primer lugar, de la
contemplación. En segundo, del cumplimiento de los mandamientos. En tercero, de la
formación de hombres buenos. La confluencia de las tres completa al gnóstico. Si falta
cualquiera de ellas, cojea lo propio de la gnosis»27.
Lo que hace al gnóstico es la teología en su doble vertiente de estudio y contem-
plación. Tal dedicación teológica es inseparable de un comportamiento acorde con
la ética cristiana. La tercera dimensión a notar es la proyección pastoral inmediata
(magisterio, educación, ejemplo, etc.) del propio progreso personal.
d) La verdadera gnosis
La gnosis consiste en la contemplación de realidades inteligibles y en la separa-
ción de cosas sensibles. Esta contemplación no es posible si el hombre no ha
alcanzado un dominio de las pasiones (apa,qeia) completo y, en consecuencia, un
asemejarse a Dios (omoi,wsij Qew o Qeopoi,hsij), y no ha recibido una enseñanza
esotérica. Sólo Cristo puede capacitar al hombre para alcanzar la perfección moral
representada por la semejanza de Dios e impartirle la enseñanza esotérica de gnosis.
Esta intervención directa del Hijo de Dios es lo que separa tajantemente a Clemente
del neoplatonismo.
EI verdadero conocimiento constituye todo lo que es preciso ser y saber para vi-
vir en la semejanza de Dios. Engloba pues la teodicea, la antropología, el ideal
moral de la «impasibilidad», la exégesis alegórica. Una parte de la gnosis es la
comprensión de la historia como acontecimiento salvífico. El núcleo de la contem-
plación gnóstica es la noción de unión con Dios. La caridad es la característica y el
sostén más sólido del gnóstico y constituye su auténtica motivación.
Esta gnosis, o ciencia verdadera, no es la falsa gnosis ya condenada por san Pa-
blo. Es una «demostración científica» de las verdades reveladas. Se ve que para
Clemente la gnosis abarca la contemplación y el razonamiento teológico. Clemente
muestra cómo el gnóstico, sobrepasando todas las criaturas, llega al Creador. Apo-
yándose sobre la fe, gusta el reposo, la tranquilidad y la paz. Conociendo a Cristo,
que es verdad, sabiduría y poder de Dios, conoce también por él al Padre 28. Bajo la
guía del Salvador, el gnóstico sobrepuja el mundo visible e inteligible y reconoce en
él y por él al Dios trascendente. A este conocimiento espiritual corresponde su
27
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico II 10,46,1.
28
Cf. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata II, 11.
65
Tema 3. Los escritores del siglo III
2.3 Orígenes29
2.3.1 Vida
Sobre el historial de Orígenes estamos mucho mejor informados que de ningún
otro autor cristiano anterior a él gracias a las detalladas noticias conservadas en Eu-
sebio30, a Jerónimo31, así como al Discurso de despedida que escribió uno de sus
discípulos de Cesarea, Gregorio Taumaturgo. Nació el año 185 en una familia cris-
tiana de Alejandría. Además de una profunda formación académica según el
Curriculum de su tiempo, recibió una sólida educación cristiana. Cuando su padre
Leónidas padeció el martirio en la persecución de Septimio Severo en el 201, era tal
el deseo juvenil suyo de padecer el martirio que su madre tuvo que esconderle las
ropas, de forma que él no pudiera salir de casa. Este rasgo característico de un ar-
diente celo cristiano acompañó a Orígenes durante toda su vida y le causaría más de
una dificultad.
Puesto que con el martirio del padre el magistrado confiscó también los bienes de
la familia, Orígenes abrió una escuela en Alejandría para sustentar a su madre y a
seis hermanos menores. Al tiempo que atendía a esta escuela de gramática, recibió
del obispo Demetrio el encargo de dar clases a los catecúmenos. Poco más tarde se
dedicaría por completo a este último menester. Llevado de su celo radical, vendió
todos los libros profanos para dedicarse sólo al cristianismo. Sin embargo, poco
después, para profundizar en el mensaje de la fe, debió volver a la filosofía y asistió
a las clases del famoso fundador del neoplatonismo, Ammonio Saccas. Llevado
igualmente por ardor juvenil y radical tomó al pie de la letra el dicho acerca de los
29
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 155-166; H. CROUZEL, Orígenes en A. DI BERARDINO (Dir.),
Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana II, Salamanca 1998, 1608-1615.
30
Cf. EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica VI.
31
JERÓNIMO, De viris illustribus 54; 62; Epistula 33; 44.
66
Tema 3. Los escritores del siglo III
que se hacen eunucos por el reino de los cielos (cf. Mt 19,12) y se castró. Su escuela
alcanzó tal éxito que él encargó las clases de catecumenado a su discípulo Heraclas,
reservándose la formación de los estudiantes más adelantados en filosofía, teología
y, especialmente, en Sagrada Escritura. Como ya hiciera Clemente, también él sintió
el celo misionero de dirigirse a paganos cultos. Su éxito misionero más conocido
fue la conversión de un hombre rico, llamado Ambrosio, al que ganó del gnosticis-
mo y que, a partir de entonces, le apoyó con importantes medios financieros.
Orígenes comenzó a escribir siendo ya treintañero, y emprendió numerosos via-
jes para ampliar su formación. Fue a Roma, donde se encontró con Hipólito; a
Cesarea de Palestina y a Jerusalén, donde entabló relaciones de amistad con los
obispos locales, que le encargaron la predicación a pesar de que él era laico. Esto
provocó las protestas de Demetrio, el obispo de Alejandría. También viajó a Jorda-
nia a instruir al gobernador romano a petición de éste; y a Antioquía, invitado por
Julia Mamea, madre del emperador Alejandro Severo. Estos numerosos contactos
con altos jerarcas de la Iglesia y del Estado hablan bien a las claras de que fue muy
conocido y de que gozó de una elevada estima. Pero esos mismos contactos fueron
también la razón de que comenzara a ser tormentosa su relación con el obispo de
Alejandría, con el que terminaría rompiendo.
En el año 231 le invitaron los obispos de Acaya (Grecia) a una disputa con here-
jes locales. De viaje a ese destino, al pasar por Palestina, le ordenaron sacerdote en
Cesarea sus amigos obispos sin pedir permiso a Demetrio y sin tener en cuenta su
condición de eunuco, que, en realidad, lo inhabilitaba para el sacerdocio. A resultas
de todo esto, cuando Orígenes volvió a Alejandría, Demetrio hizo que un sínodo lo
removiera del sacerdocio y lo expulsara del país. Entonces Orígenes volvió a Ce-
sarea de Palestina, donde no se concedió valor alguno a la sentencia de Alejandría,
y fundó allí una nueva escuela, que difundió en el Próximo Oriente las ideas, la
exégesis y la teología alejandrinas. Prácticamente cada día ejerció allí su cometido
de predicador, aunque de los cientos de homilías que pronunció sólo se ha conser-
vado una fracción insignificante.
Si en sus años de juventud había escapado al martirio, después tuvo que sufrir
mucho en la persecución de Decio (250-251). Fue apresado y torturado, pero no lo
mataron porque pretendían persuadirle para que abjurara públicamente de su fe,
pues esperaban que tal paso de un personaje tan popular tendría una resonancia
enorme. Pero él afrontó impávido todos los tormentos y al final de la persecución,
relativamente breve pero virulenta, recobró la libertad. Sin embargo, su salud sufrió
fuerte quebranto; hasta el punto de que falleció poco después (probablemente en el
año 254) y encontró su reposo definitivo en Tiro, donde todavía en el siglo XIII se
podía ver su tumba.
67
Tema 3. Los escritores del siglo III
Cantares, la segunda mitad del comentario a Mateo y diez libros sobre la Carta a
los romanos. Los escolios (explicaciones concretas u observaciones marginales al
texto de la Biblia) se encuentran sólo entre los fragmentos; y de las homilías se han
transmitido en total 279, pero sólo 21 de ellas en el original griego.
Aunque tiene fama como maestro de la alegoría, sin embargo Orígenes se preo-
cupó ante todo del sentido literal del texto bíblico, que él trató de desentrañar
sirviéndose del método crítico-filológico. Para ello compiló en el año 230 una si-
nopsis con seis versiones del Antiguo Testamento, conocida con el nombre de
Hexapla (= la Séxtuple). El objetivo era reproducir con la mayor exactitud posible
el texto de la Septuaginta, al que los Padres consideraban inspirado palabra por pa-
labra.
En honor a la verdad y para ser fiel al propio Orígenes en su intención interpreta-
tiva de la Biblia, él mismo expone en De principiis IV 2,4-5 sus directrices
exegéticas:
«Tres veces debe grabarse uno en el alma los sentidos de los textos sagrados: el sencillo
debe ser edificado por la carne de la Escritura, que así llamamos a la interpretación que
está al alcance de la mano; el que está más avanzado debe ser edificado por el alma de
la Escritura; y el perfecto [...] se edifica mediante la ley espiritual que contiene la som-
bra de los bienes futuros (Col 2,17; Heb 10,1). En efecto, como el hombre se compone
de cuerpo, alma y espíritu, así también la Escritura... Pero dado que hay ciertos textos
escriturísticos que [...] en modo alguno contienen lo corporal, en algunos pasajes hay
que buscar sólo el alma y el espíritu de Escritura».
Así pues, Orígenes presupone tres sentidos en la Escritura: el sentido corporal o
literal, el sentido psíquico o moral y el sentido espiritual o místico.
• El sentido literal se refiere de modo exclusivo a la significación semántica
inmediata de las palabras, no a su utilización en sentido simbólico o figura-
do, frecuente en la Biblia. Por eso, tales pasajes no tienen para Orígenes un
sentido literal. Sin embargo, puesto que cada palabra concreta del texto bí-
blico debe encerrar –en virtud de la inspiración verbal por el Espíritu Santo–
un sentido digno, acorde con Dios, habrá que buscar ese sentido en los pla-
nos superiores.
• El sentido moral toma de la Biblia –más allá de los mandamientos y pres-
cripciones literales contenidos en ella– las indicaciones de comportamiento
concretas en la vida cristiana, tal como la comunidad las espera, sobre todo
en la predicación.
• El sentido místico, por último, cumple tres funciones: desentraña tipológi-
camente el Antiguo Testamento como profecía referida a Cristo; interpreta
las aseveraciones de fe de la historia salvífica; y declara la esperanza escato-
lógica de los cristianos. Centro y llave del sentido místico es Cristo mismo,
que cumplió en su vida las promesas del Antiguo Testamento y que apunta a
su retorno. El evangelio refleja así la realidad (cf. 1Cor 13,12 y el mito de la
cueva de Platón). Y como el evangelio terreno es idéntico al eterno, los cris-
tianos participan de la verdad de Cristo ya ahí y en los sacramentos de la
Iglesia.
68
Tema 3. Los escritores del siglo III
a) La regla de fe
Orígenes se presenta como testigo de la fe tradicional y se llama a sí mismo
«hombre eclesiástico» (vir ecclesiasticus): «Nosotros que somos de la Iglesia»32,
«yo, hombre de Iglesia, viviendo en la fe de Cristo y situado en medio de la Igle-
sia»33. «La predicación eclesiástica se ha transmitido a partir de los Apóstoles por
vía de sucesión y permanece hasta hoy en las Iglesias. Sólo hay que creer como
verdad aquella que no se aparta en nada de la tradición eclesiástica y apostólica» 34.
32
Contra Celso 2,6.
33
Hom in Jos 9,8; In Jer hom 1,1; Is hom 7,3; Rom 3,1; Select in Job 20,6; Luc hom 16.
34
De Principiis I Praef 2.
69
Tema 3. Los escritores del siglo III
b) Doctrina trinitaria
Orígenes hace avanzar la teología de la Trinidad. Dos aspectos pueden constituir
el avance de la teología trinitaria de Orígenes con respecto a sus predecesores. Aun
poniendo en la base de su reflexión trinitaria el esquema fundamental que coloca al
Logos Hijo de Dios como intermediario entre el Padre y el mundo de la creación –
coincidiendo en esto con los autores precedentes–, por una parte defiende la divini-
dad del Verbo más claramente que sus predecesores (el Hijo participa de la
invisibilidad de Dios, por la unidad de la ousi,a entre el Padre y el Hijo), y, sobre
todo afirma que la generación del Hijo es eterna. Y además en su esquema introdu-
ce al Espíritu con una función específica y limitada: inspiración de las Escrituras,
santificación de los fieles y animación de la Iglesia. El Espíritu es la «materia de los
carismas», la «naturaleza de los dones».
35
De Principiis I Praef. 4.
70
Tema 3. Los escritores del siglo III
36
De Principiis I Praef. 3.
37
De Principiis I,l,5.
38
De Principiis I,1,6.
71
Tema 3. Los escritores del siglo III
tos aspectos representan las diversas cualidades del Verbo, tanto en su ser eterno
(sabiduría, verdad, vida), como en su encarnación (médico, puerta, resurrección).
Aunque Orígenes habla de Cristo lo considera en cuanto a su divinidad. Habla
más del Hijo al interior de la Trinidad. Afirma claramente que es Hijo de Dios por
naturaleza, no por adopción:
«No está permitido poner en el mismo nivel del hombre, o de cualquier otro animal que
engendra, a Dios Padre cuando engendra y da subsistencia a su Hijo; por otra parte, es
necesario definir algo que sea digno también de Dios, para el cual no se puede encontrar
en absoluto ningún término de comparación no sólo en la realidad sino ni aun en el pen-
samiento o en la imaginación, para que el entendimiento humano pueda entender de qué
modo el Dios inengendrado sea Padre del Hijo unigénito. De hecho, esta generación es
eterna y perpetua como el resplandor es engendrado de la luz, puesto que no por adop-
ción del Espíritu se hace el Hijo tal desde el exterior, sino que es Hijo por naturaleza»39.
El Hijo es engendrado por el Padre. No hay que entender esta generación en ana-
logía con la generación humana. La generación del Hijo es inefable, no se puede
comprender ni entender; hay que aceptarla. Es espiritual (El Hijo permanece siem-
pre en el Padre) y eterna (ha existido siempre porque Dios ha sido siempre Padre).
No podemos ni pensar ni imaginarnos el modo como se ha llevado a cabo. El Padre
engendra eternamente al Hijo, de manera perpetua y eterna, de modo que no se pue-
de decir que hubiera un tiempo en que el Hijo no existía. Se trata de una generación
eterna y continua, es un proceso eternamente continuo, como perenne fluir de la
vida divina del Padre al Hijo40.
El Hijo es engendrado eternamente. El Padre es arch, ontológica del Hijo, en
cuanto que de Él trae su ser divino, pero el Hijo no tiene arch, cronológica, pues no
ha comenzado nunca a existir, sino que existe desde siempre, eternamente. Engen-
drado realmente del Padre, el Hijo participa de sus prerrogativas divinas:
inmutabilidad, invisibilidad (aunque se pueda conocer)41, eternidad, omnipotencia,
sustancial bondad42. Es, en una palabra, Dios43.
La generación es eterna, porque Dios es eterno. El Logos es engendrado en un
presente eterno, en el acto eterno del Padre. La generación no es algo del pasado, se
produce constantemente, a cada instante, continuamente. Generación continua y ab
aeterno. Ambas ideas perfilan la noción de eternidad: no un tiempo sin comienzo ni
fin, sino la concentración del todo en un único instante. En la comparación de la luz
y el resplandor, el Hijo es al Padre lo que el resplandor a la luz. Si la luz es eterna,
también su resplandor es eterno. El Padre da constantemente al Hijo la existencia y
la divinidad. La eternidad de la generación del Hijo está exigida por la inmutabili-
dad divina.
39
De Principiis I,2,4.
40
Nótese que el término «siempre» es temporal, pero esta clase de expresiones cuando hablamos de Dios es
absolutamente inevitable, pues constituye una esclavitud o servidumbre propia de nuestra manera de pensar.
El uso de los antropomorfismos no debe inducirnos al engaño.
41
De Principiis IV,3,15.
42
De Principiis I,2,2.6.10; 5,3.5; IV,4,1.
43
De Principiis Praef. 4; I,2,10; II,6,1.3.
72
Tema 3. Los escritores del siglo III
+ El Espíritu Santo
Lo que Orígenes dice sobre el Espíritu constituye el mejor tratado y el primero
sobre el Espíritu anterior a la controversia arriana de la segunda mitad del siglo IV.
Orígenes subraya bien la pertenencia del Espíritu al mundo de la divinidad, aso-
ciándolo estrechamente al Padre y al Hijo. Como ellos, el Espíritu es incorpóreo,
inmutable, sustancialmente bueno44.
Acerca del origen del Espíritu tiene Orígenes alguna duda, pues dice que no está
claro si el Espíritu es natus aut innatus (nacido o no nacido)45, y si hay que conside-
rarlo un segundo Hijo de Dios. En De Principiis II 2,1 dice de paso que el Padre
engendra al Hijo y emana al Espíritu, pero sin aclarar en qué consiste esta emana-
ción o cómo se diferencia de la generación del Hijo. En dos pasajes dice que el
Espíritu procede del Padre46. Puede tratarse de un término técnico introducido por
el traductor Rufino, aunque bien puede ser simplemente un reflejo del texto de Jn
15,26, ya que como término técnico será introducido en la teología trinitaria por los
Capadocios.
La actividad propia del Espíritu es la santificación y la inspiración de la Escritu-
ra.
44
Cf. De Principiis I,1,3.4; 5,3.5; 8,3.
45
Cf. De Principiis Praef. 4.
46
Cf. De Principiis I 2,13; III 5,8.
73
Tema 3. Los escritores del siglo III
d) El subordinacionismo de Orígenes
«Hay una cosa que turba a muchos que quisieran ser piadosos: con la preocupación de
no admitir dos dioses, caen en el otro extremo con doctrinas falsas e impías, pues o bien
niegan que el Hijo tenga una individualidad (= propiedad individual) distinta de la del
Padre –y confiesan que aquel que, al menos de nombre, llaman Hijo, es Dios–, o bien
niegan la divinidad del Hijo, –estableciendo que su individualidad y su sustancia con-
creta (ousi,a) es distinta de la del Padre. He aquí cómo se puede dar una solución: hay
que decirles que Dios es Dios-en-sí, y por esto dice el Salvador en su oración al Padre:
“Pasa que te conozcan a ti, el único Dios verdadero”; fuera del Dios-en-sí, todo lo que
es divinizado por participación de la divinidad de aquél no debiera llamarse propiamen-
te el Dios (o qeo,j), sino Dios (qeo,j): y aquí el Primogénito de toda la creación, que está
en Dios es el primero en atraer hacia sí la divinidad, es absolutamente superior en dig-
nidad a los otros que son dioses fuera de él –de los cuales Dios es el dios según aquella
palabra: “El Dios de los dioses, el Señor, ha hablado y convocado a la tierra”–; él ha si-
do el ministro de su divinización, sacando de Dios y comunicándoles a ellos
generosamente según su bondad su divinización. Dios, pues es el Dios verdadero: los
que han sido conformados según él son como reproducciones de un prototipo; pero, por
otra parte, la imagen arquetipo de estas múltiples imágenes es el Logos que está en
Dios, el que estaba en el principio, el cual, por estar en Dios permanece siempre Dios.
Porque no sería si no estuviera en Dios y no permanecería Dios si no permaneciera en
incesante contemplación de la profundidad del Padre»47.
El Padre es la fuente de la divinidad. El Hijo la posee como derivada del Padre.
El Padre es el único auto,qeoj. San Juan dice que el Hijo es simplemente qeo,j –sin
artículo– y no o qeo,j con artículo. El Hijo es Dios por participación. Como dirá en
otro lugar, el Hijo es deu,teroj qeo,j48. Es inferior al Padre49.
El Hijo y el Espíritu son trascendidos por el Padre. Si esto es, de hecho, una de-
gradación, hay que decir que el Hijo y el Espíritu trascienden a todos los demás
theoi (dioses). El Hijo y el Espíritu constituyen un orden intermedio entre el Padre y
los seres racionales. La tendencia subordinacionista queda fuertemente señalada. La
fórmula que mejor expresaría este «particular» subordinacionismo sería la de que el
Hijo es igual al Padre en cuanto al poder y, al mismo tiempo, le está subordinado.
Sobre la cuestión del origen del Espíritu y si podía o no ser considerado como
hijo, que aparecían en la Regla de Fe como cuestiones libres dejadas a la reflexión
de los teólogos, Orígenes le da un tratamiento bastante sistemático en su Comenta-
rio a Juan. Allí analiza el sentido de Jn 1,3: «Todo fue hecho por medio del
Verbo». Se detiene inicialmente en el estudio de las preposiciones dia, (a través de,
47
Comentario al Evangelio de Juan II,16.
48
Comentario al Evangelio de Juan VI,39.
49
Contra Celso VIII,15.
74
Tema 3. Los escritores del siglo III
por) y upo, (por obra de, de debajo de). En Jn 1,3 se utiliza la preposición dia, (por
medio de). Aplicando la teoría a las personas divinas, al Padre corresponde la cate-
goría de cusa principal upo, y al Logos la causa instrumental o ministerial dia, por
cuyo medio crea el Padre.
Hay que concluir que efectivamente el Espíritu debe su existencia o tiene su ori-
gen en el Padre por medio del (dia,) Verbo. Ahora bien, el Espíritu no se sitúa
simplemente dentro del conjunto de seres que proceden del (upo,) Padre por la me-
diación ministerial instrumental (dia,) del Verbo. Aquí introduce Orígenes una
distinción, que no es simplemente una deferencia para con el Espíritu, sino quizá la
confesión implícita de que no sabe cómo explicar adecuadamente su misterio. El
Espíritu viene a la existencia por medio del (dia,) Verbo. Pero no es una criatura y
por ello no se equipara a todos los demás seres que también vienen a la existencia
por medio del Verbo. El Espíritu es más digno que todos los otros seres venidos a la
existencia y ocupa un lugar, un rango distinto y superior al de los otros seres llama-
dos a la existencia por (upo,) el Padre por medio del (dia,) Verbo. El Espíritu
pertenece así a la tríada divina. En el hecho de recibir su existencia por la mediación
instrumental del Verbo, el Espíritu es inferior a él, le está subordinado.
La otra cuestión que se podía estudiar era si el Espíritu puede ser considerado hi-
jo o no. Una vez que se ha explicado que el Espíritu debe su existencia a la
mediación del Verbo, Orígenes responde al segundo problema. La razón última de
por la que al Espíritu no se le puede considerar Hijo es por necesitar de la media-
ción del Verbo para su existencia personalizada, participando de todos los aspectos
y nombres de Cristo para adquirir tal individualidad. Entonces ¿qué es el Espíritu
para Orígenes, cuál es su ser o su naturaleza? El Espíritu es la naturaleza toda de los
dones, el conjunto de los dones, en él se hallan y consisten los dones50.
50
Cf. De Principiis II 7,3.
75
TEMA 4
La crisis arriana
1. El arrianismo1
1
Cf. C. GRANADO, Introducción a la teología trinitaria de los Padres [Apuntes de clase, Roma 2001-
2002] 76-83.
2
I. ORTIZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla (Historia de los Concilios Ecuménicos 1), Vitoria 1969; M.
SIMONETTI, La crisi ariana nel IVsecolo [Studia Ephemeridis Augustinianum 11], Roma 1975.
Tema 4. La crisis arriana
habría tenido una homilía sobre la Trinidad y Arrio lo habría acusado de sabelia-
nismo. Pero según el mismo Sozomeno, Arrio habría sido ya acusado ante
Alejandro por algunos fieles escandalizados de la predicación de Arrio. Según Epi-
fanio, fue Melecio de Tebaida el primero en acusar a Arrio, quizás por celos.
Alejandro reúne al presbiterio y enfrenta a Arrio con sus acusadores. Alejandro
no sabe a qué atenerse, pues procede de la escuela alejandrina y desde esas catego-
rías comprende a Arrio, pero, por otra parte, lo ve demasiado radical y decide en un
segundo interrogatorio condenarlo. Lo hace por medio de una Carta Encíclica de-
nominada Enoj Sw,matoj, en la que Alejandro expone las razones que le han
llevado a escribir, aclara todo el asunto, nombra a los depuestos y presenta un resu-
men de los errores condenados y un esquema de la argumentación bíblica contra los
errores. Conjura a los obispos a no recibir a los apóstatas y a no creer a Eusebio de
Nicomedia, adepto y defensor de Arrio e íntimo amigo de Constantino.
Alejandro tuvo el desacierto de nombrar en la Sinodal a Eusebio de Nicomedia,
que era extremadamente ambicioso. Esto va a convertir la controversia dogmática
en una lucha política. Arrio se refugiará junto a Eusebio de Nicomedia. Comenzó a
ganarse al episcopado de Oriente. Escribía a los obispos enviándole su profesión de
fe para que si era ortodoxa la aceptaran y escribieran en su favor a Alejandro y si no
para que le dijeran cómo había de creer ortodoxamente. Era un juego psicológico y
un método estupendo para propagar la herejía. Los obispos se sintieron halagados
de ser considerados árbitros de un conflicto muy grave: los condenados estaban ape-
lando del tribunal de Egipto al de la Iglesia universal. Y como tenían que tomar
partido se dividieron. Unos escribieron a Alejandro para que no reconciliara a los
arrianos y otros para que les levantara la condena.
77
Tema 4. La crisis arriana
3
ARRIO, Carta a Eusebio de Nicomedia en EPIFANIO, Haereses 69,6 [PG 42,209]. Según este texto el Hi-
jo no puede ser igual al Padre y por eso el Padre es anterior al Hijo, porque el Padre es inmutable. El
problema de Arrio es la concepción cronológica del tiempo al hablar de la generación del Hijo, mientras que
lo correcto es entender tal generación en sentido ontológico.
4
ATANASIO, De synodis, 16 [PG 26,708-712]; EPIFANIO, Panarion 69,7 [PG 42,213-216].
78
Tema 4. La crisis arriana
5
ATANASIO, Apología contra Arrianos I 5-6 [PG 26,21-24].
79
Tema 4. La crisis arriana
80
Tema 4. La crisis arriana
a) El Hijo no es eterno
“Hubo un tiempo en que no existía”; ‘Antes de ser engendrado no existía’. Arrio
entiende el término engendrado en el sentido de creado o determinado o fundado,
teniendo un comienzo cronológico. El Hijo es engendrado antes de los siglos eter-
nos, fuera del tiempo y antes de todas las cosas, pero esto no significa eterno. No
pueden existir dos principios inengendrados (avgennhtoj).
81
Tema 4. La crisis arriana
Ángel superior. Arrio no había insistido en este punto, pero afirmaba que el Espíritu
es una sustancia diferente a la del Padre e, incluso, a la del Hijo, lo cual supone ne-
gar su divinidad y situarlo entre las criaturas. Afirma que hay tres hypóstasis en el
sentido de tres sustancias (ousiai) concretas, diversas y separadas, sin unidad nu-
mérica ni incluso específica de esencia. Arrio no distingue la esencia (ousi,a) de la
hypóstasis (upostasij), sino que las identifica. El Padre es extraño al Hijo según la
esencia, porque el Padre es sin principio. Las esencias del Padre y del Hijo y del
Espíritu son por naturaleza extrañas, separadas, incompatibles y no participan la una
de la otra. Son completamente desemejantes.
Resumiendo la teología trinitaria de Arrio, para él la Trinidad no es el Dios único
en tres personas iguales y consustanciales. Es una Tríada en la que el segundo tér-
mino no posee la naturaleza del primero, el único Dios verdadero, y el tercero es
completamente desemejante del segundo y le está subordinado.
La herejía arriana, inicialmente trinitaria, termina siendo cristológica y pone en
cuestión el misterio de la encarnación redentora.
6
Cf. C. GRANADO, Introducción a la teología trinitaria de los Padres [Apuntes de clase, Roma 2001-
2002] 91-104.
7
Cf. J. RATZINGER, El Credo de Nicea y de Constantinopla: historia, estructura y contenido en ID., Teo-
ría de los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental, Barcelona 1985, 134; 138.
82
Tema 4. La crisis arriana
sia local en que habían surgido. Los más importantes credos como tales se relacio-
naban con el bautismo y con la preparación catequética que le precedía.
Con el comienzo del siglo IV tiene lugar una gran revolución teológica al intro-
ducirse los credos sinodales o conciliares. Los nuevos credos intentaban tener una
autoridad mayor que la meramente local. A veces contenían anatemas y servían para
examinar la ortodoxia de los cristianos en general. En su elaboración no prescindían
de las controversias teológicas de la época.
En la elaboración de Nicea, el credo elaborado por el Sínodo de Antioquía (325)
se puede considerar como un antecedente importante e ilustre8. Este sínodo estuvo
presidido por Osio de Córdoba. La asamblea se encontró con el problema de cubrir
la sede vacante de Antioquía. Pero se aprovechó la ocasión para condenar la herejía
arriana. Se redactó una carta sinodal en la que anunciaban las resoluciones tomadas
y hacían profesión de su propia fe en forma de credo. En la sinodal se habla de que
tres obispos –Teodoto de Laodicea, Narciso de Neronias y Eusebio de Cesarea– no
habían querido firmar y que, por consiguiente, se les había excomulgado de modo
provisional, dándoles la oportunidad de que cambiaran de opinión antes de que tu-
viera lugar el «grande y santo sínodo» que se celebraría en Ancira (y que luego tuvo
lugar en Nicea).
El símbolo de este sínodo dice así:
«(I) La fe es ésta: Creer en un solo Dios, Padre todopoderoso, incomprensible, inmuta-
ble e inalterable, protector y gobernador del universo, justo, bueno, creador de cielo y
tierra y de cuanto en ellos se contiene, Señor de la ley, los profetas y de la nueva alian-
za; (IIa) y en un solo Señor Jesucristo, Hijo único, engendrado no de lo que no existe
sino del Padre, no como hecho sino propiamente como un Hijo (kuri,wj ge,nnhma), pero
engendrado de un modo inefable, indescriptible, pues lo conocen únicamente el Padre
que engendró y el Hijo que fue engendrado (porque ‘nadie conoce al Padre excepto el
Hijo, nadie conoce al Hijo más que el Padre’), el cual existe eternamente sin que hubie-
ra tiempo en que no existiera. Porque de las Sagradas Escrituras hemos aprendido que
sólo él es la imagen expresa, no ciertamente como si hubiera podido no ser engendrado
por el Padre, ni por adopción, pues decir esto es impío y blasfemo; al contrario, las Es-
crituras lo presentan como real y verdaderamente kuri,wj, engendrado como Hijo, de
manera que creemos que es inmutable e inalterable, y que no fue engendrado ni vino
por voluntad o adopción, como si procediera de lo que no es, sino que fue engendrado
como convenía que lo fuera; no ocurrió, cosa que no está bien ni pensarla, a semejanza,
por naturaleza o mezcla con algunas de las cosas que comenzaron a existir por él, sino
de un modo que sobrepasa toda capacidad, concepción o razonamiento, así es como pro-
fesamos que fue engendrado del Padre-no-engendrado el Logos divino, luz verdadera,
justicia, Jesucristo, Señor y Salvador de todos. Porque él es la imagen expresa de la ver-
dadera sustancia de su Padre y no de la voluntad o de cualquier otra cosa. (IIb) Este
Hijo, el Logos divino, habiendo nacido en carne de María, la Madre de Dios (qeoto,koj),
habiéndose encarnado, habiendo padecido y muerto, resucitó de entre los muertos y fue
llevado al cielo, está sentado a la derecha de la majestad altísima y vendrá a juzgar a los
vivos y a los muertos. (III) Además, y lo mismo que en nuestro Salvador, las Sagradas
8
Cf. L. PERRONE, De Nicea (325) a Calcedonia (451) en G. ALBERIGO, Historia de los Concilios Ecumé-
nicos, Salamanca 1993, 17-103.
83
Tema 4. La crisis arriana
Escrituras nos enseñan que creamos también en un solo Espíritu, una sola Iglesia católi-
ca, la resurrección de los muertos y un juicio de desquite según lo que el hombre haya
hecho en la carne, bueno o malo. (IV) Y nosotros anatematizamos a cuantos digan,
piensen o prediquen que el Hijo de Dios es una criatura, que comenzó a existir, que ha
sido hecho y no verdaderamente engendrado o que hubo un tiempo en que él no existía.
Porque nosotros creemos que existió y existe y que es luz. Además, nosotros anatemati-
zamos a cuantos supongan que es inmutable gracias a su propio acto de voluntad, lo
mismo que a aquéllos que derivan su nacimiento de lo que no es y niegan que sea inmu-
table del mismo modo que el Padre lo es. Porque así como nuestro Salvador es la
imagen del Padre en todo, así se ha proclamado que es la imagen del Padre en este as-
pecto particular».
Señalamos las partes del símbolo antioqueno:
I) sobre Dios Padre
IIa) sobre Jesucristo en su relación intratrinitaria: engendrado
IIb) sobre la encarnación
III) sobre el Espíritu, la iglesia, la escatología.
IV) anatemas.
En esta profesión de fe se proponen y se rechazan las principales tesis arrianas.
Faltan todavía las típicas fórmulas nicenas: de la esencia del Padre y homooúsios.
Pero se dice lo más fundamental o esencial: la generación del Hijo y su semejanza
total, es decir, en todos los sentidos con el Padre. El texto insiste en subrayar que el
Hijo es engendrado (gennan) y esto en sentido estricto (kuri,wj = verdaderamente)
como contrapuesto a la paridad de significado de lo arrianos entre «crear» (kti,zein)
y «engendrar» (gennan).
Los anatematismos, que representan la teología de Alejandro de Alejandría, se
refieren punto por punto a tesis arrianas tomadas de la Thaleia de Arrio. La añadi-
dura de los anatematismos al final de la profesión de fe creará todo un estilo para el
futuro.
9
Cf. SOZOMENO, Historia Ecclesiastica, I 17,2-3 en SC 306, 194, quien dice así: «Además de éstos se
habían reunido también, de diversas provincias, un gran número de obispos: unos estaban dotados de los
talentos de la inteligencia y de la palabra, notables por sus conocimientos de las Escrituras y de otras disci-
plinas, o bien se distinguían por la excelencia de sus vidas; otros tenían fama bajo esos dos aspectos. Los
obispos sobrepasaban el número de unos 320. También había, como es natural, un gran número de sacerdotes
y diáconos que les acompañaban. También estaban presentes con ellos hombres expertos en el arte de la
dialéctica».
84
Tema 4. La crisis arriana
10
EUSEBIO DE CESAREA, Vita Constantini, III 8.
11
EUSTACIO DE ANTIOQUIA, Apud TEODORETO, Hist. Ecl., I 8,1.
12
Cf. ATANASIO, Historia Arianorum ad monachos, 66; Apologia contra Arianos, 23.
13
HILARIO DE POITIERS, Contra Constantium, 27 (SC 334, p. 220 1. 13-14 y nota en p. 252); De Synodis
86: PL 10, 538B-539ª.
14
Así lo confirma al menos SOZOMENO, Historia Ecclesiastica I 17,7 en SC 306, 196 cuando afirma:
«Fue entonces cuando Atanasio de Alejandría, todavía simple diácono y que acompañaba al obispo Alejan-
dro, pareció jugar un papel principal en el debate sobre estos problemas».
85
Tema 4. La crisis arriana
res de Arrio, y con la cláusula final que condena los puntos fundamentales del arria-
nismo. El Concilio no entra en discusión especulativa con Arrio, sino que habla
desde el punto de vista de la confesión de fe: sólo puntualiza la fe transmitida y re-
cibida en la Iglesia. Los Padres nicenos pretendían excluir todo equívoco en el
kerygma de la iglesia y en su confesión, pues los arrianos se servían también de él,
pero lo interpretaban a su manera.
La intención principal del Concilio fue, sin perjuicio de la fe en un solo Dios,
confesar en ese mismo único Dios al verdadero Padre y creador de todas las cosas
visibles e invisibles y a su verdadero Hijo. Del Espíritu Santo no se dice más que lo
que indicaba el símbolo tomado como base. Se preserva al monoteísmo cristiano de
la helenización arriana, y la fórmula bautismal recibe una interpretación decisiva
para todo el futuro de la Iglesia. Se aclara en su verdadero ser divino y en su rele-
vancia soteriológica la Trinidad económico salvífica, lo que significa que el Padre
se nos comunica en el verdadero Hijo y en el Espíritu Santo. Jesucristo es el único y
verdadero Hijo del Padre, no una criatura. Esto se aclara con una serie de expresio-
nes que no dejan escapatoria posible a los arrianos.
Antes de entrar en el estudio de las diversas fórmulas del Símbolo, conviene te-
ner presente su estructura: es directamente trinitaria. Es decir, que en la
construcción de las frases no se advierte ante todo la confesión del monoteísmo y
luego la de la Trinidad. El esquema del Símbolo no es
Padre omnipotente
Creo en un Dios Hijo unigénito confesión monoteísta
Espíritu Santo
sino este otro:
en un Dios Padre
creo en un Señor Jesucristo confesión trinitaria
en el Espíritu Santo
a) Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, creador de todas las cosas, vi-
sibles e invisible
Esta confesión recoge la revelación monoteísta del AT, la del único Yahvé, que
se contrapone a la multiplicidad de los falsos dioses (contra el politeísmo y el gnos-
ticismo). Ese «único Dios» no significa aquí directa y formalmente la sustancia
divina, sino que se refiere al Dios-persona, en concreto a la persona del Padre, que
es el que se manifiesta en el AT. No hay, pues, en esa frase algo así como una pre-
via afirmación de la única sustancia divina en cuanto es común a las tres personas.
Esa manera de hablar vendrá más tarde.
86
Tema 4. La crisis arriana
d) Dios de Dios
Se afirma que el Hijo es Dios con pleno derecho, por naturaleza, como lo es el
Padre, y no un dios de segundo orden.
87
Tema 4. La crisis arriana
i) Y en el Espíritu Santo
¿Por qué tan pequeña esta tercera formulación referida al Espíritu Santo? Porque
no existía problema en aquel momento con la tercera persona de la Trinidad. Se tra-
ta sólo de reforzar la estructura trinitaria de Dios, en contra del monoteísmo
entendido en sentido judío. Es el monoteísmo en sentido cristiano, esto el, el mono-
teísmo trinitario. El problema del Espíritu Santo se planteará después y tendrá una
solución diferente en el concilio de Constantinopla (381).
15
A. MILANO, Persona in teologia. Alle origini del significato di persona nel cristianesimo antico, Napoli
1984, 114-115.
16
Cf. DH 126.
88
Tema 4. La crisis arriana
89
Tema 4. La crisis arriana
3.1 Anomeos18
Constituyen el neo-arrianismo, al que se oponen los Capadocios. Sus figuras
principales son Aecio y Eunomio. Son arrianos radicales. El texto fundamental de
impostación anomea es la Apología de Eunomio19. Escribe una profesión de fe re-
ducida sólo a los datos tradicionales aceptados por todos y dejando aparte los
puntos discutidos. La referencia a 1 Cor 8,6 sirve para subrayar la diferencia entre el
Padre y el Hijo. Eunomio interpreta su profesión de fe en sentido decididamente
arriano, con continuos procedimientos dialécticos, con análisis verbales artificiosos
que se concretan en silogismos hipotéticos y dilemas. Usa términos de la filosofía
griega, de la lógica de Aristóteles y del platonismo tardío. El comentario sigue los
tres artículos del Símbolo.
Al tratar de Dios, Eunomio insiste en la definición de inengendrado (age,nnhtoj)
que para él constituye el carácter cualificante de la naturaleza divina misma. El Pa-
dre, absolutamente trascendente, no puede engendrar ni hacer a otro partícipe de su
17
Cf. C. GRANADO, Introducción a la teología trinitaria de los Padres [Apuntes de clase, Roma 2001-
2002] 141-147.
18
Cf. M. SIMONETTI, La crisi ariana, 253-259; ID., Anomei (anomeismo) en DPAC I, 218-219.
19
Cf. PG 30; SC 305.
90
Tema 4. La crisis arriana
3.2 Homeos20
Los representantes más cualificados son Acacio de Cesarea y Marco de Aretusa.
Se oponen a los anomeos, a los homeusianos y a los homoousianos. Atacan los tér-
minos upo,stasij y ousi,a (y derivados) con una doctrina bastante vaga y
ambivalente. Su fórmula es la de o?moioj kata pa,nta («semejante en todo»), pero
haciendo una interpretación reducida al máximo del kata pa,nta. De hecho, atacan
el o?moioj kat’ousi,an de los homeusianos y al hacerlo no se diferencia en nada de
los anomeos, pues defienden sólo una semejanza de voluntad y no de esencia.
Muerto Constancio, el grupo homeo perdió fuerza. Algunos, como el mismo Acacio
y Melecio de Antioquía, pasaron a formar parte de los homeusianos.
3.3 Homeusianos21
Son los más próximos a la ortodoxia. Les separa de los nicenos el rechazo del
término omoou,sioj, pero en el fondo no están lejos de la ortodoxia en lo que se re-
fiere a la segunda persona de la Trinidad. Sin embargo, por lo que se refiere al
Espíritu están más dubitativos. Tradicionalmente se llama a este grupo con el nom-
bre de semiarriano, pero no hay que olvidar que son antiarrianos. El término de
omoiou,sioj aparece por primera vez en el sínodo filoarriano de Sirmio del 357 don-
de es rechazado junto al término omoou,sioj. El 358 en el Sínodo de Ancira el
término queda consagrado por Basilio de Ancira y lo usa en el sentido de
omoiou,sioj = o?moioj kat’ousi,an («semejante hasta en la esencia»).
20
Cf. M. SIMONETTI, La crisi ariana, 259-267; ID., Omei en DPAC II, 2467.
21
Cf. M. SIMONETTI, La crisi ariana, 259-267; ID., Omeusiani en DPAC II, 2472-2474.
91
Tema 4. La crisis arriana
Entre los representantes de este grupo cabe destacar a Basilio de Ancira, Cirilo
de Jerusalén y Melecio de Antioquía. Éstos se oponen tanto al monarquianismo sa-
beliano o marceliano como al arrianismo radical. Pretenden clarificar una
terminología trinitaria incierta y fluctuante e intentan determinar con exactitud el
significado de ousi,a y de upo,stasij. Los orientales entienden por upo,stasij las
propiedades subsistentes de las personas divinas. Existe entre ellas unidad de divi-
nidad y de poder, por lo que constituyen un solo principio. No se identifican la una
con la otra, pero no constituyen tres principios. La upo,stasij del Padre se caracte-
riza por ser no-causado; la del Hijo por ser engendrado del Padre; la del Espíritu
por subsistir del Padre por medio del Hijo. Las tres upo,stasij actúan unitariamente
en la revelación.
En cuanto a ousi,a, aunque no es término bíblico, sí se puede deducir de algunas
expresiones bíblicas (Ex 3,14; Jn 1,1), pero los homeusianos identifican rígidamente
ousi,a e upo,stasij: para ellos en Dios hay tres upo,stasij y/o tres ousi,a diversas y
esto les impedía aceptar el omoou,sioj, que postula una sola ousi,a divina.
De la relación Padre-Hijo los homeusianos deducen la eternidad de la relación y
la coeternidad del Hijo respecto al Padre. El Hijo es siempre Hijo. La generación es
real, aunque inefable, sin pasión, ni división ni alteración de la esencia divina. No es
como la generación humana. Eliminando todas las notas distintivas de la generación
corpórea, se deduce el concepto de generación por la que el Hijo es semejante al
Padre por sustancia o esencia: o?moioj kat’ousi,an. La generación divina es sin pa-
sión o alteración, es estable, perfecta, con correspondencia total del engendrado a
las intenciones del engendrante, con semejanza en cuanto a la sustancia.
La semejanza como ousi,a el punto central y el distintivo de la teología homeou-
siana y ésta la deducen del valor real de los nombres Padre e Hijo. Hay que tener en
cuenta que aquí ousi,a se entiende con un significado individual o hypóstasis.
3.4 Homousianos
Bajo este término se conoce a los defensores del omoou,sioj del Concilio de Ni-
cea (325). En esta visión de conjunto atenderemos a dos representantes cualificados
de la ortodoxia: Atanasio de Alejandría e Hilario de Poitiers.
22
Para un estudio más detallado de la persona y obra de Atanasio, cf. G.C. STEAD, Atanasio en DPAC I,
260-266; H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 271-279; R. TREVIJANO, Patrología, 194-200. Nos limita-
mos solamente a explicar su doctrina trinitaria por la importancia que tiene él en la controversia arriana, tanto
en el concilio de Nicea como en el periodo posterior a su celebración.
92
Tema 4. La crisis arriana
23
El axioma fundamental de que la fuente de la salvación sólo puede ser Dios es el criterio básico del
pensamiento ortodoxo en todas las grandes controversias teológicas de los siglos IV y V. Ese axioma consti-
tuyó el factor decisivo en la victoria de Atanasio sobre Arrio. Según M. WILES, Del Evangelio al Dogma.
Evolución doctrinal de la Iglesia Antigua, Madrid 1974, 89, «el factor realmente decisivo fue que el sistema
de Atanasio, a diferencia del arrianismo, presentaba claramente a Cristo como Salvador divino en el pleno
sentido de la palabra. Si la piedad popular aceptaba a un Cristo que pudiese ser adorado, creía todavía con
mayor fervor en un Cristo que fuese Salvador divino. El secreto de la victoria de Atanasio sobre Arrio está en
la confluencia efectiva de esta necesidad religiosa oculta. Los seguidores de Atanasio, e incluso él mismo,
reconocieron que éste era el punto central. Atanasio vuelve al problema una y otra vez. En su forma más
simple el punto central queda claramente expresado al afirmar que los seres creados no pueden ser salvados
por alguien que sea a su vez creado (Ad Adelphium 8). El problema se discute de forma más plena y cuidada
cuando se afirma que, según el sistema arriano, el Hijo posee la divinidad sólo por participación en la del
Padre y no en virtud de su misma naturaleza y que, por tanto, no puede concederla a otros».
93
Tema 4. La crisis arriana
es una sola la naturaleza (fu,sij) del engendrante y del engendrado. La ousi,a divi-
na, infinita, simple e indivisible es al mismo tiempo Padre e Hijo.
Se ha discutido mucho sobre la acepción que Atanasio da a omoou,sioj. Sabemos
que él lo relanzó o reintrodujo en la teología con su De decretis Nicenae Synodi 20
donde explica los motivos por los que los Padres de Nicea tuvieron que recurrir a
este término contra los arrianos. Parece que Atanasio da al término un sentido más
bien genérico, sin excesiva precisión, de semejanza en cuanto a la ousi,a, aunque es
verdad que entiende semejanza en el sentido fuerte de igualdad e identidad; seme-
janza perfecta y no exterior, semejanza que hay que tomar en el plano de la ousi,a.
Precisamente al hablar de unidad y de identidad del Padre y del Hijo es cuando Ata-
nasio da un sentido más profundo a la consustancialidad y cuando presenta,
apoyándose en Jn 14,9-10; 10,30 la relación del Hijo con el Padre en una relación
de recíproca compenetración.
El Padre y el Hijo constituyen un solo Dios, con unidad interna, en cuanto a la
divinidad y a la naturaleza. Es perfecta la igualdad del Hijo respecto al Padre. Ata-
nasio dice que es más exacto hablar de identidad que de semejanza y que el Padre y
el Hijo son necesariamente una unidad por sustancia. Como Atanasio lo que preten-
de demostrar, contra los arrianos, es la unidad e igualdad del Hijo con el Padre, no
usa los términos que definen en forma técnica tal distinción. No usa pro,swpon en
contexto trinitario y evita sistemáticamente el término upo,stasij. Como elemento
de distinción aduce Atanasio la diferencia misma de los nombres y textos como Mt
11,27; 28,18; Jn 10,18. El Hijo se distingue del Padre sólo por la relación de gene-
ración.
En resumen puede decirse que Atanasio tiende sobre todo a refutar los argumen-
tos de los adversarios y, por esto, no sabe desarrollarse de manera orgánica y
profunda. A veces da la sensación de una monótona repetición de fórmulas estereo-
tipadas. Con todo, el relieve dado a la absoluta igualdad del Hijo con el Padre y, por
tanto, su plena divinidad, sobre la base de esquemas diversos del sabeliano y marce-
liano, representaba un hecho nuevo en el mundo de la teología oriental. Por esto se
explica que no obstante las carencias sobre todo en el plano técnico, la teología ata-
nasiana haya constituido un punto preciso de referencia en campo ortodoxo en los
decenios sucesivos al 360.
24
R. TREVIJANO, Patrología, 259-274; L.F. LADARIA, El Espíritu Santo en san Hilario de Poitiers, Ma-
drid 1977; ID., La cristología de Hilario de Poitiers, Roma 1989.
94
Tema 4. La crisis arriana
b) Durante el exilio
Hilario fue enviado al exilio a Frigia y en sus desplazamientos forzados a través
de las iglesias de Asia Menor tuvo ocasión de conocer de cerca a esos obispos que,
en tanto coincidían en condenar a Atanasio, no llegaban a entenderse entre sí sobre
las fórmulas de fe que había que añadir u oponer a la de Nicea. Aprendió a discernir
los matices de su lengua y a percibir los motivos que les llevaban a aprobar o recha-
zar el homousios. Estos contactos y estas conversaciones le llevaron a ahondar en su
análisis del misterio de la Trinidad, examinando los textos de la Escritura que lo
expresan y aquellos desde donde los herejes trataban de cuestionarlo. El primer fru-
to de su exilio fue el De fide. Y ante la previsión de un nuevo concilio general le
llegaron cartas, desde comienzos del 358, pidiéndole informes sobre las profesiones
de fe presentadas por los obispos orientales. Por ello se propuso redactar y publicar
su De Synodis.
Mientras sus colegas occidentales se reunían en Rímini (359), los obispos orien-
tales se juntaban en Seleucia el mismo año. También Hilario fue convocado aquí y
pudo constatar la impresión que su De Synodis había producido entre los orientales.
Por otra parte, encontró a los obispos orientales profundamente divididos. Un grupo
25
Esta hipótesis es negada por M. SIMONETTI, Hilario de Poitiers en DPAC I, 1033.
95
Tema 4. La crisis arriana
26
En concreto, la blasfemia de Sirmio, como se le conoce, en lo referente a este tema, dice así: «Pero
puesto que algunos o incluso muchos estaban preocupados con lo de sustancia, que en griego se llama ousía,
o sea, para decirlo más a las claras, sobre el homoousios o el término homoiousios, no hay porqué mencionar
estas cosas en absoluto y nadie debería predicar sobre la materia por el motivo y razón de que no se contienen
en la Escritura inspirada, y porque la materia sobrepasa el conocimiento humano, no siendo nadie capaz de
explicar el nacimiento del Hijo, respecto del cual está escrito: “¿Quién podrá explicar su generación?” (Is
53,8)».
96
Tema 4. La crisis arriana
c) De nuevo en la Galia
Vuelto a la Galia, Hilario encuentra a los obispos avergonzados de su capitula-
ción. Les anima a reunirse en concilios y confesar esa fe que no han perdido pese a
haberla desautorizado. Les comunica la carta que le han confiado los obispos orien-
tales que se han mantenido fieles. Hilario ha traído del exilio su De fide,
interrumpido por la lucha contra los agentes de la herejía y completado por las ex-
periencias del exilio. Transformado así ha llegado a ser el De Trinitate.
Tras la muerte de Constancio (361), la guerra religiosa había concluido, por lo
menos en Occidente. Juliano el Apóstata había dejado desdeñosamente que los cris-
27
ATANASIO, De Synodis 30 en PG 26, 745.
97
Tema 4. La crisis arriana
tianos disputaran entre sí. Hilario, atento a desenmascarar a los falsos pastores que
se aprovechaban de esta situación, trabaja sobre todo en la educación religiosa de su
pueblo.
La tarea de restauración de la fe emprendida por Hilario en la Galia a la vuelta
del exilio corre paralela a la de Eusebio de Vercelli en Italia. En un momento de-
terminado éste le pidió que acudiese a apoyarle. Se trataba de la situación de la
iglesia de Milán con su obispo Auxencio, que se obstinaba en atenerse a las fórmu-
las decididas en Constantinopla el 360. Aceptando dar a Cristo el título de Dios,
evitaba cuidadosamente llamarle «verdadero Dios». La denuncia firme de Hilario
provocó una conmoción en Milán y el emperador autorizó una conferencia presidida
por dos altos funcionarios imperiales, en la que participaron una decena de obispos
con Auxencio y sus dos acusadores, Eusebio e Hilario. Muchos fieles seguían los
debates. Auxencio acabó por declarar que creía en Cristo «verdadero» Dios y que
admitía la unidad de sustancia divina entre el Hijo y el Padre. Cuando se le reclamó
que lo ratificara por escrito, en una declaración remitida al emperador, el obispo de
Milán negaba haber sido nunca arriano; pero a la par, con una expresión evasiva, se
volvía atrás de lo que había admitido claramente en la conferencia. Como entre los
fieles se había corrido que no había ya contradicción doctrinal entre Auxencio e
Hilario, y el emperador había dado por buena la explicación, Hilario denunció sin
éxito la impostura, pues el emperador le ordenó dejar Milán. Hilario se saca la espi-
na en su Contra Auxentium, en el que denuncia sobre todo a los obispos que, para
hacerse aceptar y escuchar en sus iglesias, se preocupan ante todo de asegurarse la
benevolencia y el apoyo de los poderes públicos. Murió menos de dos años después,
probablemente el 1 de noviembre del 367.
d) Doctrina
Hilario sostiene la eternidad de la generación del Hijo. En el Comentarium
Mt, como en el s. II y a comienzos del III (Tertuliano), distingue entre generación y
nacimiento. La primera es el acto eterno de Dios formando su Verbo y el segundo
es el nacimiento del Verbo como Hijo al comienzo para crear todas las cosas. Al
comienzo del s. III (Novaciano y Orígenes) se afirma expresamente la eternidad del
Hijo, pero el concepto de nativitas no evoluciona. Este nacimiento parecía contem-
poráneo de la creación. Arrio denunció esta contradicción entre esta concepción del
nacimiento y la afirmación de la eternidad del Hijo. Hilario enfrenta este problema a
partir del De Trinitate VII: no puede haber intervalo entre el acto de generación del
Padre y el nacimiento del Hijo. En cuanto al vocabulario de la unidad entre el Hijo y
el Padre es el mismo de Tertuliano. Este no había llegado a decir que los tres son
unus Deus, porque la expresión se reservaba para designar al Padre. En cambio, Hi-
lario llega a hacerlo al argumentar que el Padre es unus en cuanto Dios que
engendra y el Hijo es unus en cuanto Dios engendrado, lo que muestra que ninguno
de los dos es solus Deus, que tienen en común la misma naturaleza del Dios único y
por lo tanto ser unus Deus.
Hilario imprime a su cristología una dirección soteriológica. El hombre ha si-
do creado desde el principio para ser configurado con Cristo. En la encamación
reviste una importancia especial la idea de la asunción de toda la naturaleza humana
98
Tema 4. La crisis arriana
por parte de Cristo. En virtud de esta unión de Jesús con todos, lo que hace Él, lo
que en Él acaece tiene un valor universal. Todos los acontecimientos de su vida, con
mención frecuente de tres momentos claves (encarnación, muerte y resurrección),
tienen valor para nosotros porque son relevantes para él mismo. Solamente con la
resurrección llega la encarnación misma a su plenitud. La resurrección de Cristo es
la nuestra y en su cuerpo resucitado contemplamos el nuestro. Si Cristo se ha unido
a todos los hombres y la iglesia es su cuerpo, no cabe otra salvación que la plenitud
de este cuerpo resucitado en el que ha de tener lugar nuestra propia resurrección.
No habla mucho del Espíritu Santo, aunque tiene claro que es Dios y como tal
ha de ser confesado junto con el Padre y el Hijo, conforme a la fe bautismal. El don
del Espíritu es lo comunicación al hombre de la vida divina del hombre Jesús. El
Espíritu Santo es el don del Hijo encarnado, y esto vale incluso para antes de la en-
carnación. El Padre y el Hijo son un mismo espíritu y el Espíritu Santo es este
mismo spiritus del Padre y del Hijo dado a los hombres mediante la mediación de la
humanidad de Cristo. Esta noción del Espíritu Santo como don nos permite diferen-
ciarlo del Padre y del Hijo en su actuación salvífica. Las afirmaciones de Hilario
son vacilantes y contradictorias en lo que se refiere a la situación del Espíritu Santo
en el seno de la Trinidad, en sus relaciones con el Padre y con el Hijo. La firmeza
en la confesión de que el Espíritu Santo no es una criatura no va acompañada de una
explicación teológica suficiente. Esto es debido a una falta de claridad conceptual,
no secuela de una concepción trinitaria subordinacionista.
Hilario tiene un sentido muy vivo del misterio de la Iglesia, al que considera
en conexión con el de Cristo, de quien toma su origen. La iglesia terrestre es ya la
celeste: la Iglesia está ya en su modo de manifestación terrena trasladada con Cristo
a la gloria celeste. Los dones del Espíritu se desarrollan en la vida de la Iglesia.
El obispo de Poitiers cuenta con una escatología bien desarrollada. Su teología
no sólo contiene cuestiones escatológicas, sino que tiene un acento escatológico que
la orienta fundamentalmente.
4.1.1 Vida
Nació en Cesarea de Capadocia el 329 o el 330, en el seno de una familia cristia-
na acomodada en la que se apreciaba mucho la vida ascética. Era hijo de un
28
Cf. R. TREVIJANO, Patrología, 213-221.
99
Tema 4. La crisis arriana
100
Tema 4. La crisis arriana
4.1.2 Obras
a) Obra literaria
Basilio es «un romano entre los griegos», en cuanto que le guían, más que intere-
ses especulativos, la práctica pastoral y la aplicación moral de las verdades de fe.
No es sólo un administrador y organizador eclesiástico. Es también un gran teólogo.
Compuso tratados dogmáticos, ascéticos, pedagógicos y litúrgicos, además de un
gran número de sermones y más de 300 cartas.
Su enseñanza se centra principalmente en la defensa de la fe nicena contra los di-
ferentes partidos arrianos. Ligado por amistad con san Atanasio, avanzó más que
éste en la clarificación de la terminología trinitaria y cristológica.
b) El «Contra Eunomio»
Entre sus obras dogmáticas destacan los tres libros Contra Eunomium (líder de
los anomeos) y su tratado sobre El Espíritu Santo, en el que defiende la omotimi,a
(igualdad en la dignidad) del Espíritu Santo. En la discusión con Eunomio se trata
nada menos que de la divinidad del Hijo, cuestión planteada ya con un lenguaje
conceptual coherente, que permite dar cuenta a la vez de la unidad divina y de la
distinción trinitaria. Se trata también de la divinidad del Espíritu Santo y de toda la
pneumatología cristiana.
Eunomio había sido discípulo de Aecio, líder de los anomeos la segunda genera-
ción arriana. En su Apología disimula un pensamiento anomeo bajo un lenguaje
homoiano. Evita hablar de la desemejanza del Padre con el Hijo. Si niega la seme-
janza según la sustancia, refiere la semejanza a la actividad. Eunomio es de hecho el
portavoz de toda una tradición filosófica griega sobre la absoluta trascendencia de
Dios. Para Eunomio la no derivación es lo más significativo del ser divino y el tér-
mino que mejor lo representa es age,nnhtoj, un Dios único que no puede ser sino
ingénito.
Basilio redacta el Contra Eunomium en la primera época de su actividad teológi-
ca. Afirma ante todo su sentido de la fe, tal como la ha recibido de la tradición de la
Iglesia y tal como la ve atestiguada por la Escritura. En cuanto a la comprensión
teológica queda clara la influencia de Orígenes, usado con mucha prudencia. Reco-
ge la tesis origeniana de la incomprensibilidad de Dios como respuesta a la
pretensión eunomiana de saber todo de Dios. También le toma la visión del Verbo
como verdadero revelador de Dios para los hombres. En cambio excluye todo
subordinacionismo: entre Dios y la creatura no hay ninguna una hipóstasis interme-
diaria.
«Se dice, en efecto, que hay dos realidades, la divina y la creatural, la de la soberanía y
la del servicio, la del poder santificante y la del santificado, la que tiene la virtud por na-
turaleza y la que la consigue por libre elección. ¿De qué lado colocaremos al Espíritu?
¿Entre los santificados? Pero él mismo es santificación. ¿Acaso entre los que adquieren
la virtud por sus buenas acciones? Pero es bueno por naturaleza. ¿Acaso entre los en-
cargados de oficios? Son otros los espíritus encargados de oficios enviados para
ministerio. No es lícito llamar nuestro compañero de servicio al que es directivo por na-
101
Tema 4. La crisis arriana
29
BASILIO, Contra Eunomium III 2,18-29.
102
Tema 4. La crisis arriana
d) Otras obras
Entre sus obras ascéticas destaca Moralia, colección de 80 reglas morales dirigi-
das principalmente a los monjes. De sus homilías destacan las nueve largas homilías
sobre el Hexaemeron (los seis días de la creación). Además es un maestro del arte
epistolar. En su numerosa correspondencia hay cartas de amistad, de recomenda-
ción, de consuelo, canónicas, ascético-morales, dogmáticas, litúrgicas e históricas.
Las cartas de Basilio ilustran de modo particular las relaciones de las iglesias loca-
les entre sí en el panorama del s. IV. Estas relaciones eran la expresión de la
colegialidad episcopal. Atestiguan una corresponsabilidad pastoral de las iglesias,
arraigada en una comunión litúrgica. Las cartas del metropolita de Cesarea ilustran
el ejercicio de una «eclesiología de comunión». La afirmación y defensa de la uni-
dad eclesial es la preocupación principal de Basilio.
5. El Concilio de Constantinopla
Convocado por el emperador Teodosio I, el Concilio de Constantinopla 32 se ce-
lebra en el mes de Mayo del 381. No se conservan las Actas, sólo conocemos sus
cuatro cánones y el Símbolo. El Tomo de carácter pastoral que los acompañaba se
ha perdido. Inicialmente es sólo un concilio oriental, no ecuménico, pues no están
presentes ni una delegación del Papa Dámaso ni ningún obispo occidental. El Con-
cilio de Constantinopla entra a formar parte de los «ecuménicos» cuando el de
Calcedonia (451) incorporó a sus actas el Símbolo que se había promulgado el 381.
30
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 302-308; R. TREVIJANO, Patrología, 230-238.
31
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 308-316; R. TREVIJANO, Patrología, 222-230.
32
Cf. I. ORTIZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, Vitoria 1969; A. DE HALLEUX, La proffesion de
l’Esprit-Saint dans le symbole de Constantinople en Revue Théologique de Louvain 10 (1979) 5-39.
103
Tema 4. La crisis arriana
2. «Que los obispos de una diócesis no intervengan en las iglesias forasteras ni turben
las iglesias, sino que, según los cánones, el obispo de Alejandría administre solamente
los asuntos de Egipto, los obispos de Oriente sólo los de la diócesis oriental, mantenien-
do los privilegios reconocidos por los cánones de Nicea a la iglesia de Antioquía. Que
los obispos de Asia, los del Ponto sólo los del Ponto, y los de Tracia solamente los de
Tracia. De no ser invitados, los obispos no saldrán de su diócesis para imponer las ma-
nos o para otras funciones eclesiales. Si se guarda este canon sobre las diócesis, es
evidente que en cada eparquía el sínodo de la eparquía es competente según los dere-
chos de Nicea. Cuanto a las Iglesias de Dios que están entre los pueblos bárbaros, serán
administradas según la costumbre en vigor de acuerdo con los Padres».
Este canon va contra el patriarca de Alejandría que quería meterse en todo. No en
vano era llamado el faraón de Egipto.
3. «El obispo de Constantinopla, por ser ésta la nueva Roma, debe tener el primado de
honor después del obispo de Roma».
Este canon tenía que ser insoportable para los alejandrinos que siempre habían
sido los segundos después de Roma.
4. «A propósito de Máximo el Cínico y de los desórdenes que por su causa se han pro-
ducido en Constantinopla, declaramos que ni Máximo ha sido hecho ni es obispo y que
tampoco lo son los por él ordenados en cualquier grado del clero. Todo lo que se ha he-
cho para con él o por él es inválido».
Gregorio de Nacianzo llega a Constantinopla como representante del pequeño
grupo niceno. Hay un acuerdo en dejarle como Obispo de Constantinopla a pesar de
la irregularidad que suponía el que ya fuera obispo de Sásima. Máximo el Cínico
viene enviado de parte de los alejandrinos. Gregorio lo acoge con pruebas de amis-
tad, pero los alejandrinos lo que pretendían es que fuera ordenado obispo para
quedarse allí y así lograr un acercamiento entre Alejandría y Constantinopla. A Má-
ximo lo ordenan obispo unos monjes. Por eso se dice aquí que no es obispo.
5.2 El Tomo
Aunque el texto se ha perdido, sin embargo, los obispos orientales enviaron el
año siguiente un escrito al papa Dámaso y a los principales obispos de Occidente.
En este Tomo se da un resumen de la fe en la Trinidad que hay que considerar como
la expresión de la fe proclamada en el concilio de Constantinopla del 381. He aquí
el texto:
«Porque esa es la fe que vosotros, nosotros y todos los que no tergiversan la palabra de
la verdadera fe, tenemos que confesar, siendo ella la más antigua y conforme al bautis-
mo, y la que nos enseña a creer en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
De modo que se crea en la divinidad y potencia y en la única esencia del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, igualmente honorable en cuanto a la dignidad, y coeterna en el
reino, en tres hypóstasis perfectas o sea en tres personas perfectas; no con la peste de
Sabelio que confunde las hypóstasis y suprime las propiedades ni confirmando las blas-
femias de los Eunomianos, de los Arrianos y de los Pneumatómacos que desgarran la
esencia o naturaleza y la divinidad e introducen en la Trinidad increada, consubstancial
y eterna una naturaleza adjunta creada o de una esencia diversa. Conservamos también
sin falsearla la doctrina de la inhumanación del Señor, de suerte que no esté ausente el
104
Tema 4. La crisis arriana
alma o la razón o sea una encarnación imperfecta, sino que conocemos muy bien que el
Verbo de Dios perfecto antes de los siglos se ha hecho hombre perfecto en los últimos
tiempos por la salvación de los hombres. Esas verdades son en resumen toda la fe que
confesamos sin dobleces. Sobre esto y sobre muchas cosas podréis informaros grata-
mente con el Tomo de Antioquía redactado por el sínodo que se reunió allí y el que se
publicó el año pasado por el sínodo ecuménico de Constantinopla. Allí hemos expuesto
con más detalles nuestra fe y hemos puesto la firma a una condena contra las herejías
recientemente aparecidas»33.
5.3 El Símbolo
Conocemos el texto del Símbolo, porque lo transmiten las actas del Concilio de
Calcedonia (451) refiriéndose al concilio de los 150 obispos. No se sabe qué Símbo-
lo es el que está a la base del de Constantinopla. Los redactores se pudieron
contentar con retocar su modelo insertando lo referente al Espíritu para sugerir su
divinidad. Nos interesa directamente el artículo concerniente al Espíritu Santo, pero
también se menciona al Espíritu en relación con la Encarnación. El tercer artículo
completa lo que había dicho el Símbolo de Nicea que se expresó diciendo: «[cree-
mos] también en el Espíritu Santo». He aquí el texto:
[Pisteu,omen] kai eij to Pneuma
to agion
to ku,rion kai zwopoio,n
to ek tou Patro,j ekporeuo,menon
to sun Patri kai uiw sumproskunou menon kai sundoxazo,menon
to lalhsan dia twn profhtwn.
Explicación de cada una de sus claúsulas:
33
TEODORETO DE CIRO, Historia Eclessiastica V, 9 en PG 82, 1212-1217.
105
Tema 4. La crisis arriana
34
Cf. ATANASIO, Epistolam ad Serapionem I, 7; BASILIO, De Spiritu Sancto XXI, 52.
35
Cf. BASILIO, De Spiritu Sancto XIII, 29; GREGORIO NACIANCENO, Discurso 31, 4, quien dice: «Y si [el
Espíritu] ocupase el mismo rango que yo, ¿cómo podría hacerme Dios o unirme a la divinidad?».
36
Cf. A. DE HALLEUX, La proffesion de l’Esprit-Saint dans le symbole de Constantinople, 28.
106
Tema 4. La crisis arriana
e) Con el Padre y el Hijo es coadorado y conglorificado (to sun Patri kai uiw
sumproskunou menon kai sundoxazo,menon)
El recurso a la oración de adoración y de glorificación establece no sólo la igual-
dad del Espíritu con el Padre y con el Hijo, sino que testimonia también y sobre
todo su carácter personal, experimentado de manera viva en la liturgia. Es en la li-
turgia donde el creyente hace una experiencia eclesial del Espíritu que es adorado
junto con el Padre y con el Hijo. La dignidad del Espíritu es igual que la del Padre y
del Hijo, es decir, divina y, por tanto, el Espíritu no puede ser considerado una cria-
tura. La preposición sun que entra en la composición de los dos verbos indica
además que en la adoración y glorificación que se tributa al Espíritu queda com-
prendida simultáneamente la adoración y la glorificación del Padre y del Hijo. La
adoración y glorificación que la Iglesia tributa al Espíritu Santo es la misma que se
tributa al Padre y al Hijo. El tema doxológico que aquí se define, claramente antip-
neumatómaco, tiene una clara procedencia de la teología de san Basilio, en la que la
omotimi,a del Espíritu presupone o equivale a su omoousi,a. Probablemente el texto
bíblico que está a la base es el de Mt 28,19.
f) Habiendo hablado por medio de los profetas (to lalhsan dia twn
profhtwn)
La afirmación «habiendo hablado», es decir, «el que habló», de origen antignós-
tico, coloca al Espíritu en el mismo nivel que el Verbo, y subraya la dimensión
universal de su actividad, que se extiende igualmente al AT. La actividad del Espíri-
tu recorre toda la historia, también la del AT y no sólo la que se experimenta en la
liturgia cristiana. El texto bíblico que está a la base pudiera ser el de 2 Ped 1,21.
Notemos que se dice poco sobre la actividad del Espíritu en la Iglesia y en la vida
de los cristianos y que no se menciona la relación Hijo-Espíritu o Espíritu-Hijo.
107
Tema 4. La crisis arriana
Aunque casi todo está expresado en lenguaje bíblico, el Concilio no pretende pre-
sentar una síntesis de todos los pasajes bíblicos relativos al Espíritu. Finalmente,
aunque el Credo de Constantinopla no aplique al Espíritu el término omoou,sioj ni le
llame qeo,j, no por ello deja de confesar la divinidad del Espíritu. En realidad, esta
confesión sigue otro camino teológico. Que no diga omoou,sioj no es un mero olvi-
do, sino algo intencionado para salvar la unidad de la Iglesia. Esto es instructivo
para la Iglesia actual, en una perspectiva ecuménica. El Concilio de Constantinopla
descubrió un nuevo modo de afirmar la divinidad del Espíritu y la fe de la Iglesia, a
saber, usando un lenguaje bíblico (sólo para una frase no se encuentran pasajes bí-
blicos de referencia) y un lenguaje doxológico (recuérdese que omotimi,a es
equivalente a omoousi,a). No había sido otra la teología de san Basilio.
«En medio de todas estas referencias bíblicas, fielmente utilizadas, aparece, a pesar de
todo, algo diferente, una teología que se ha desarrollado con coherencia en relación con
el Nuevo Testamento. Y este elemento ‘diferente’, y en consecuencia nuevo desde el
punto de vista histórico, con el que se formula la fe, representa precisamente el resulta-
do de una continuidad en la vida y en la experiencia religiosa de la Iglesia. Estas
expresiones de origen bíblico y más exactamente neotestamentario, empleadas en Cons-
tantinopla, adquieren su relieve, un contenido más rico, cuando se las considera en
función de lo que el pueblo vivo de Dios, a través de la lectura y la meditación de la Es-
critura, había sentido, realizado en la liturgia, en la oración y en la reflexión personal, en
la vida de la comunidad y en las pruebas, en el esfuerzo de profundización realizado por
los teólogos y también en las cuestiones planteadas por los fieles. Así, creer en el Espíri-
tu Santo tenía un sentido: significaba abandonarse a El; reconocerle como Señor
equivalía a proclamar su plena soberanía y su suprema libertad sobre la Iglesia y sobre
los fieles. Decir de Él que daba la vida significaba referirse a la vida y a la gracia dadas
a cada fiel o también a la fuerza que se les concedía en momentos de pruebas, especial-
mente a los mártires y a los confesores. Esto significaba también que los cristianos
pensaban en su acción de santificación, concebida como la de un animador de la liturgia
y de la acción misionera de la Iglesia. Adorarle, glorificarle con el mismo título que al
Padre y al Hijo, significaba que se le aplicaba el sentido del más profundo misterio, de
la más alta alabanza, tal cual la expresaba precisamente el Trishagion (Is 6,3). Recono-
cer en Él al inspirador de los profetas, significaba que se situaba al Espíritu Santo en el
cuadro general de la Historia de la Salvación en la que Cristo había venido»37.
37
Cf. F. BOLGIANI, La théologie de l’Esprit Saint. De la fin du primier siècle après Jésus Christ au con-
cile de Constantinople (381) en Les quatre fleuves 9 (1979) 70-71.
108
TEMA 5
1. Padres orientales
1.1.1 Vida
El historial de Juan, que lleva el sobrenombre de «Crisóstomo» (Boca de oro), se
asemeja en muchos puntos al de otros grandes dirigentes eclesiásticos del siglo IV
como Basilio el Grande y Ambrosio. Nació hacia el año 350 en una acomodada fa-
milia de Antioquía. Su padre, Segundo, era oficial de alto rango en el ejército. Su
madre, Antusa, cristiana ferviente, perdió a su marido contando ella sólo veinte años
y cuando Juan era todavía un niño, no volviendo a contraer matrimonio y consa-
grándose por completo a la administración de sus bienes y a la educación de su hijo.
Éste recibió la mejor formación posible en su tiempo, tanto en el campo de la fe
como en el ámbito de los estudios profanos. Tuvo por compañero, entre otros, a
Teodoro de Mopsuestia en las clases del famoso retórico sofista Libanio. Éste se
preocupaba personalmente de preservar la moral de sus estudiantes. De naturaleza
bien dotada en todos los aspectos, Juan aprovechó lo mejor de la paideia griega,
pero dirigió su atención hacia la ciencia de Dios. Tras su bautizo en el 372 entró en
la escuela de Diodoro de Tarso, donde estudió la exégesis típicamente «antioquena»
de la Sagrada Escritura (exégesis literal que rechaza el método alegórico de la es-
cuela alejandrina y el abuso del simbolismo de Orígenes), convirtiéndose en el más
puro representante de esta escuela exegética, y desarrolló su capacidad intelectual y
ascética.
En su afán radical por buscar la perfección, sintió enseguida que no le bastaba ya
este camino orientado a una carrera eclesiástica. Primero se retiró durante cuatro
años a otra comunidad de las proximidades de Antioquía; luego, durante dos años, a
una cueva, donde aprendió de memoria grandes secciones de las SS.EE. Pero como
1
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 356-366; J. LAPORTE, Los padres de la Iglesia, Madrid 2004,
653-685.
Tema 5. Padres del siglo V
aquel tipo de vida causara graves quebrantos a su salud física, regresó a Antioquía
para proseguir la carrera eclesiástica y recibió del obispo Melecio la orden del dia-
conado en el 381. Como diácono de la diócesis de Antioquía, responsabilidad
comparable al de un vicario general de nuestros días por las tareas que le competían,
hubo de ocuparse principalmente de los servicios caritativos y sociales en favor de
pobres, viudas, huérfanos, muchachas adolescentes, educación de los niños, y de la
consiguiente administración. Por eso datan de esos años tratados sobre la vida mo-
nástica y ascética, sobre la virginidad, matrimonio, viudedad y educación de los
niños, porque las necesidades prácticas de la pastoral fueron el detonante de todos
sus escritos.
Tras cinco años de diaconado, el obispo Flaviano, sucesor de Melecio, ordenó
sacerdote a Juan el 28 de febrero del 386. Con toda seguridad la ordenación obede-
ció a la intención de encomendar el ministerio de la predicación al retórico ya
afamado, pues, de lo contrario, resultaría casi inexplicable que él pronunciara su
primera homilía ya el día de su ordenación sacerdotal y que ésta fuera tomada por
escrito y conservada. La predicación y la pastoral pasaron a ser los grandes cometi-
dos de la vida de Juan. Se han transmitido más de 700 homilías auténticas de sus
doce años de sacerdocio en Antioquía y de sus seis años de obispo en Constantino-
pla (hasta su destierro); la mayoría de ellas sobre temas bíblicos, comentando en
series continuas de homilías libros completos de la Biblia (el Génesis y todo el NT,
menos los evangelios de Marcos y Lucas, la carta de Santiago y la primera de Pe-
dro). Es probable que también los comentarios específicos de Job, de los Salmos y
de la carta a los Gálatas salieran de homilías redactadas. A las homilías bíblicas hay
que sumar numerosos sermones dirigidos a la comunidad en festividades, fiestas de
santos o sobre cuestiones prácticas, así como unas pocas homilías más, de corte
dogmático, contra los arrianos y, finalmente, ocho Orationes adversus Iudaeos.
Al fallecer Nectario, patriarca de Constantinopla, el 27 de septiembre del 397, el
emperador Arcadio, hijo de Teodosio, aconsejado por Eutropio, su poderoso primer
ministro, determinó que el famoso predicador de Antioquía ocupara la sede patriar-
cal de Constantinopla. Pero como temiera que Antioquía no consentiría que le
arrebataran a su gran pastor de almas, encargó a Asterio, procurador de Antioquía,
que trasladara sigilosamente a Juan a Constantinopla. Asterio, sin dar razones, con-
vino un encuentro con Juan ante el portón de la ciudad, lo sentó en un carruaje
imperial que esperaba ya, le comunicó su nombramiento para obispo de Constanti-
nopla y ordenó que partiera directamente a esa ciudad. Teófilo de Alejandría lo
consagró obispo el 26 de febrero del 398. Se vio muy pronto que la elección del
emperador fue extraordinariamente acertada para la pastoral de la ciudad, pero fatal
desde el punto de vista político, porque Juan no era un político como su antecesor
Nectario. Éste, como ex senador, tras la dimisión de Gregorio de Nacianzo durante
el concilio de Constantinopla (381), ejerció su cargo durante dieciséis años sin pro-
blemas con la casa imperial, transigiendo mucho con los poderosos e instaurándose,
consecuentemente, un cierto laxismo en el clero y en el pueblo.
Esa situación tuvo que afrontar Juan, quien, desde sus años jóvenes, había sido
un zelota de la causa de Cristo, sin miramientos con la política, con el poder ni con
las riquezas. En su condición de sacerdote de Antioquía, esto no había resultado
110
Tema 5. Padres del siglo V
políticamente peligroso, pero la situación era del todo distinta en la posición ecle-
siástica dirigente del obispo de la capital del imperio. Sin tener en cuenta para nada
esta nueva circunstancia, Juan se lanzó a reformar su diócesis según las directrices
del evangelio: redujo –como Ambrosio en Milán– el boato de la corte episcopal a
un estilo de vida sobrio; en casos de necesidad, vendió sus propiedades y bienes de
la Iglesia para atender a pobres, enfermos y viajeros; con la colaboración de mujeres
acomodadas como Olimpia reorganizó el sistema de diaconisas y de viudas; exhortó
al clero diocesano a llevar una vida ejemplar; y trató de incardinar a los monjes en
su jurisdicción episcopal. Pero, sobre todo, predicaba sin tapujos en sus homilías los
principios de vida cristianos aunque con ello tuviera que criticar a miembros de la
casa imperial o la no asistencia a los templos por participar en los juegos del circo,
sumamente populares en todo el imperio en aquellos momentos. Con ello consiguió,
por un lado, la aprobación ferviente de los fieles pobres de la Iglesia y de una parte
del clero y de los monjes, pero hizo que los demás se convirtieran en sus enemigos
declarados.
Algunos incidentes graves provocaron finalmente su caída. Cuando en el 399 ca-
yó en desgracia Eutropio, el primer ministro del emperador que dos años antes
había aconsejado el nombramiento de Juan, éste le concedió asilo en el templo, co-
mo era derecho de toda persona. En una primera homilía exhortó a los poderosos a
que, mirándose en el caso de Eutropio, reconocieran la fugacidad de su poder, y en
una segunda homilía justificó el inalienable derecho de asilo de la Iglesia. En el año
402 acogió al presbítero Isidoro de Alejandría, a los Hermanos largos y a otros
monjes egipcios a los que su obispo Teófilo acusaba de origenismo herético y que
habían acudido a él. Si bien él no pretendía otra cosa que una investigación y valo-
ración imparciales del caso, con ello se convirtió en enemigo encarnizado de
Teófilo de Alejandría y de Epifanio de Constancia porque, según éstos, favorecía a
herejes. A ese grupo de enemigos rabiosos se sumó finalmente, como factor deter-
minante, la emperatriz Eudoxia, que se sentía afectada por las predicaciones de Juan
contra el lujo y el libertinaje.
Ellos maquinaron la deposición de Juan, pero primero en un plano eclesiástico,
no político. El llamado «Sínodo de la Encina» (año 403), suburbio de Calcedonia,
celebrado por sólo 36 obispos contrarios a Juan y presidido por Teófilo, llamó a
Juan a rendir cuentas. Como éste, sabedor de que su condena era cosa hecha, no se
presentara a pesar de la triple citación, fue depuesto de su cargo por el Sínodo en el
otoño del 403, y el emperador firmó su condena al destierro, que, sin embargo, no
fue ejecutada, pues Paladio, biógrafo de Juan, cuenta que al día siguiente de su de-
portación «sucedió una desgracia en el dormitorio imperial» (Vita 9), tal vez un
aborto de la emperatriz, que fue interpretada como monición del cielo, y se llamó al
obispo para que volviera.
Pero como Juan su mantuviera imperturbable en su línea de predicación, la situa-
ción no mejoró, de modo que el emperador Arcadio le exigió que abandonara la
ciudad antes de la Pascua del 404. Juan se negó, pero como no pudiera entrar ya en
su catedral, celebró la ceremonia bautismal de la Noche Pascual en los baños de
Constante. Intervino el ejército e interrumpió la ceremonia. El emperador firmó el 9
de junio del 404 el decreto de destierro definitivo a Cúcuso, en la Baja Armenia,
111
Tema 5. Padres del siglo V
donde Juan pasó tres años. Como siguiera manteniendo desde allí contactos intensos
con Constantinopla, Fenicia y Persia, sus adversarios terminaron por temer sus po-
sibilidades de influencia y movieron al emperador para que lo desterrara a Pitio,
lugar salvaje y perdido en la extremidad oriental del Mar Muerto. En el camino de
esta deportación, llevada a cabo con brutalidad extrema, Juan murió de agotamiento
el 14 de septiembre del 407 en Comana, en el Ponto.
El 27 de enero del 438 sus restos mortales recibieron sepultura solemne en la
iglesia de los Apóstoles de Constantinopla; desde el 1 de mayo del 1626 descansan
en la capilla del coro de San Pedro de Roma. La Iglesia occidental lo venera desde
el 1568, junto con Atanasio, Basilio el Grande y Gregorio de Nacianzo, como uno
de los «cuatro grandes doctores de la Iglesia de Oriente»; la Iglesia oriental lo hon-
ra, junto con Basilio el Grande y Gregorio de Nacianzo, como a uno de los «tres
jerarcas». Juan es el Padre de la Iglesia griega que ha legado la obra más amplia,
comparable sólo con la de Agustín en Occidente.
1.1.2 Obras
a) Sobre el sacerdocio2
La obra más difundida de Juan Crisóstomo, que Jerónimo tuvo ya en sus manos
en el 3923, es su tratado sobre el sacerdocio. El historiador eclesiástico Sozomeno4
la fecha en el tiempo del diaconado de Juan (381-386), otros la sitúan en su retiro
monacal anterior al diaconado, mientras que los editores últimos la remiten a los
años 388-390.
El tratado se divide en seis libros en forma de diálogo literario con un tal Basilio,
cuya identidad e historicidad es imposible averiguar. Según cuenta el libro I, el mo-
tivo para escribir la obra fue la decisión de Juan y Basilio, amigos, de llevar una
vida igual en todo. Pero cuando Basilio acepta el episcopado creyendo que Juan
hará otro tanto y éste rehúsa por la alta dignidad y la responsabilidad que conlleva
se desarrolla el diálogo ya que Basilio se queja a Juan de su engaño y Juan defiende
su comportamiento. Por eso, el libro II, tras una primera parte sobre la demostración
extraordinaria del amor de Cristo en el llamamiento, trata directamente de las difi-
cultades y peligros del ministerio sacerdotal y episcopal. Los libros III-VI –siempre
con la finalidad de demostrar la responsabilidad del ministerio que supera sus capa-
cidades y de justificar su negativa– pintan un cuadro grandioso de las tareas del
sacerdote y de su recta administración: protección de las vírgenes y viudas, ejercicio
de la justicia, proclamación de la palabra de Dios, defensa de la fe, responsabilidad
acerca de los otros, también de los errores de ellos. En efecto, mientras que el monje
sólo necesita preocuparse de su propia salvación, el sacerdote, responsable de su
comunidad, necesita una medida aún más alta de erudición, celo, fuerza y virtud.
Por eso, también los castigos por su fracaso sobrepasan la medida común.
2
Cf. Cf. JUAN CRISÓSTOMO, Diálogo sobre el sacerdocio, Madrid 2002 [introducción, traducción y notas
de Juan José Ayán Calvo y Patricio de Navascués, Ed. Ciudad Nueva, colección «Biblioteca de Patrística»,
n.º 57].
3
Cf. De viris illustribus, 129.
4
Cf. Historia ecclesiastica 6,3.
112
Tema 5. Padres del siglo V
113
Tema 5. Padres del siglo V
2. Padres occidentales
2.1 Ambrosio5
En general, se recuerda a San Ambrosio principalmente como el obispo que ayu-
dó en la conversión de San Agustín y le bautizó. Sin embargo, sus importantes
prestaciones en el campo de la teología y de la Iglesia fueron grandes, aunque que-
daron eclipsadas en la historia de la recepción de Occidente por las de Agustín. No
obstante, junto con éste, Jerónimo y el papa Gregorio Magno, Ambrosio se cuenta
entre los «cuatro grandes doctores de la Iglesia de Occidente»; y los concilios me-
dievales, además de Tomás de Aquino y Lutero, lo citaron de continuo como uno de
los testigos probados de la ortodoxia eclesiástica.
2.1.1 Vida
En cuanto al origen, formación y carrera profesional, la andadura vital de Am-
brosio –muy similar a la de los «tres grandes capadocios»– es típica de muchos
obispos del siglo IV. Él procedía de una familia cristiana perteneciente a la nobleza
romana que se enorgullecía de contar entre sus miembros a numerosos altos funcio-
narios del Estado. Su padre regía la prefectura de las Galias en Tréveris, capital de
la provincia; o sea, era el supremo funcionario imperial de las Galias dotado de au-
toridad judicial. En esa ciudad nació Ambrosio hacia el año 339. Siguiendo la
costumbre de entonces de aplazar el bautismo, no fue bautizado, sino que permane-
ció catecúmeno hasta la edad adulta.
Tras la prematura muerte del padre, su madre volvió a Roma con sus tres hijos.
Allí, tras la primera enseñanza en Tréveris, Ambrosio recibió la esmerada forma-
ción filosófica, retórica y literaria a la que tenían acceso los círculos acomodados y
cultos de su tiempo. Esa formación lo preparó para el servicio (jurídico) al Estado.
Parte de esa formación era el estudio del griego, que Ambrosio llegó a hablar con
fluidez, mientras que Agustín lo estudiaría con desgana y mucho esfuerzo pocos
años después6. De hecho, en Ambrosio, Agustín y León Magno puede verse cómo
el conocimiento del griego, que había sido hasta entonces la koinh dia,lektoj, se
perdió en la parte occidental del imperio romano en el lapso de un siglo: Ambrosio
era bilingüe, Agustín conocía sólo los rudimentos del griego y León desconoció por
completo esta lengua, de modo que en las negociaciones acerca del concilio de Cal-
cedonia (451) necesitó traductor.
De acuerdo con su formación y con la tradición familiar, Ambrosio entró a ser
funcionario del Estado, donde realizó una carrera meteórica gracias a sus cualida-
des. Llegó a ser cónsul con residencia en Milán, por lo que era también responsable
del mantenimiento del orden público, que pareció correr grave peligro en la elección
del sucesor de Auxencio, obispo (arriano) de la ciudad, ya que la parte arriana y la
nicena de la comunidad no podían llegar a ponerse de acuerdo en un candidato co-
mún. Como cuenta Paulino, su secretario y biógrafo, Ambrosio acudió
5
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 334-346.
6
Cf. SAN AGUSTÍN, Confesiones I 14,23.
114
Tema 5. Padres del siglo V
115
Tema 5. Padres del siglo V
7
Cf. SAN AGUSTÍN, Confesiones VI 3,4.
8
SAN AMBROSIO, Vita 38.
116
Tema 5. Padres del siglo V
Santo (4 de abril) del año 397, y fue enterrado al día siguiente en la tumba de los
mártires Gervasio y Protasio, cuyos olvidados restos él había descubierto el 17 de
junio del 386 en circunstancias milagrosas y ordenado trasladar a la basílica episco-
pal dos días después.
2.1.2 Obras
a) Obras exegéticas
La amplia obra exegética de Ambrosio constaba en su mayor parte de homilías
que él mismo revisó, completó y editó. Y de los veinte comentarios conservados,
tan sólo uno, aunque el más extenso, tiene por tema un libro del NT: la Expositio
Evangelii secundum Lucam. Todos los demás tratan el AT. Al comienzo, Ambrosio
dependió hasta tal punto de Filón de Alejandría que llegaron incluso a llamarlo Phi-
lo Christianus. Sus obras De paradiso, De Cain et Abel, De Noe y De Abraham
pueden ser tenidas como extractos de Filón. Su segunda autoridad principal fue
Orígenes; en años posteriores, también Basilio el Grande, sobre todo en la exégesis
del relato de la creación en seis días. Ambrosio utilizó en gran medida –siguiendo a
sus modelos alejandrinos– la alegoría y la tipología. Pero no la tomó de forma me-
cánica, sino que es el método adecuado de su concepción de la unidad histórico-
salvífica de ambos testamentos. En sus obras posteriores ganan terreno las ideas
neoplatónicas, la exégesis parenético-moral y la interpretación espiritual y pastoral.
Por su amplio conocimiento y adaptación de los Padres griegos, Ambrosio es –
después de Hilario de Poitiers– el mayor transmisor de la teología griega a Occiden-
te. En la exégesis neotestamentaria él cuidaba más del sentido literal.
b) Escritos catequéticos
Del adoctrinamiento que Ambrosio impartió a los muchos candidatos al bautismo
y a neófitos salieron tres escritos importantes que nos permiten ver con detalle tanto
la praxis litúrgica de Milán como también los rasgos fundamentales de la teología
de Ambrosio. Esas tres obras son: Explanatio symboli, De sacramentis y De myste-
riis.
Justo al comienzo se refiere la Explanatio symboli a su ubicación después de los
escrutinios y de los exorcismos, en el momento de la traditio symboli, que en Milán
tenía lugar el Domingo de Ramos, en el Baptisterio de la basílica, después que se
invitaba a los catecúmenos a abandonar la celebración de la misa de la comunidad.
Luego explica en primer lugar el término symbolum como compilación de las bre-
ves fórmulas de la fe por la asamblea de los Apóstoles. Después se rezaba el
Símbolo, pero jamás fue puesto por escrito. Pero los comentarios que vienen a con-
tinuación permiten reconstruir el texto. No se trataba del texto niceno, sino del de la
Iglesia romana, como Ambrosio testifica en otro lugar. Tras un preludio general a la
doctrina ortodoxa sobre Dios contra las herejías de los sabelianos y de los arrianos
sigue verso a verso el texto del Símbolo (de los que se anotan por escrito, en cada
caso, sólo las palabras del comienzo y del final) con explicaciones breves, y final-
mente la razón por la que no hay que escribirlo: para que los fieles lo aprendan de
117
Tema 5. Padres del siglo V
memoria a fin de meditarlo diariamente, y para que no hagan mal uso de él los cate-
cúmenos o incluso los herejes.
Tanto De sacramentis como De mysteriis tratan con detalle los ritos de la cele-
bración del bautismo y de la eucaristía, los explican de modo práctico paso a paso
según su sentido histórico-salvífico y su significado espiritual (místico). La cate-
quesis quinta y sexta de De sacramentis explica además el Padre Nuestro y la
oración diaria. Elabora en ellas una exposición detallada de cómo debe ser la ora-
ción del cristiano, siguiendo el modelo de Jesús.
c) Himnos
Ya Hilario de Poitiers había compuesto los primeros himnos latinos de la Iglesia,
pero no consiguió introducirlos como canto popular. Fue Ambrosio el que los hizo
populares y los convirtió en elemento fijo de la liturgia. Puesto que precisamente
ellos dos tendieron puentes en el siglo IV entre Oriente y Occidente, es legítimo
suponer que ellos no sólo siguieron la tradición de la creación poética latina, sino
también modelos orientales. Ambrosio debe su éxito rápido e imparable no sólo al
entusiasmo extraordinario que reinaba en el momento en que nacieron los primeros
himnos, sino también a sus contenidos populares, a las imágenes que hablan al co-
razón y hacen referencia a las horas del día, fiestas, eventos espirituales y litúrgicos,
al encuentro místico con Dios, etc. También contribuyeron al éxito la medida del
verso y las melodías que Ambrosio mismo compuso. Los himnos gozaron de tal
popularidad y eran tan fáciles de entender que los fieles se lanzaron enseguida a
componer otros siguiendo los modelos de Ambrosio, como él mismo cuenta 9. Preci-
samente esa facilidad hace que resulte difícil averiguar cuáles de los numerosos
cantos «ambrosianos» transmitidos son los auténticos.
2.2 Jerónimo10
2.2.1 Vida
9
SAN AMBROSIO, Sermo contra Auxentium 34.
10
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, 369-381.
118
Tema 5. Padres del siglo V
ideas a las tumbas de los apóstoles y mártires. Descendíamos a las criptas subterrá-
neas, que albergan, a derecha e izquierda, los cuerpos de los difuntos»11.
Con Rufino conoció los círculos monásticos de Roma y se sintió fascinado por
los ideales de la vida monástica. Pero mientras que Rufino llevó a la práctica el
ideal nada más regresar a Aquileya, parece que Jerónimo, después de recibir el bau-
tismo en Roma (367/368), emprendió la carrera de funcionario público en Tréveris,
residencia imperial de las Galias. Agustín habla en sus Confesiones de dos comisa-
rios imperiales de Tréveris que, en un paseo, dieron con una casa de monjes,
encontraron allí la Vita de Antonio, padre del monacato egipcio (escrita por Atana-
sio hacia el 357/358, al poco de morir Antonio, y traducida al latín por Evagrio de
Antioquía antes del 375), se entusiasmaron espontáneamente de aquello y abando-
naron sus cargos cortesanos12. Aunque no pueda identificarse expresamente a uno
de ellos con Jerónimo, la escena describe la atmósfera en la que Jerónimo volvió a
decidir (hacia el 370) poner fin a la carrera civil para llevar en su patria chica y en la
comunidad de su amigo Rufino en Aquileya una vida de ascetismo y de dedicación
a la creación intelectual. Se trataba, sin duda, de una situación comparable a la que
unos años después surgió en torno a Agustín en Casiciaco y en Tagaste.
La comunidad de Aquileya se disolvió y tanto Jerónimo como Rufino se dirigie-
ron a los orígenes orientales del monacato: Rufino a Egipto y Jerónimo pasó por
Constantinopla para llegar a Antioquía, donde lo acogió Evagrio, el futuro obispo
de la comunidad de Antioquía. Vivió durante algún tiempo como eremita en el de-
sierto de Calcis, pero regresó luego a Antioquía.
11
SAN JERÓNIMO, Commentarii in Ezechielem XII 50,5/13,243-254.
12
SAN AGUSTÍN, Confesiones VIII 6,15.
13
SAN JERÓNIMO, Epístola 22,30.
119
Tema 5. Padres del siglo V
14
SAN JERÓNIMO, Epístola 123,9.
15
Cf. SAN JERÓNIMO, Epístola 45,3.
120
Tema 5. Padres del siglo V
121
Tema 5. Padres del siglo V
sentarlo como «Jerónimo en la caja» y con un león a sus pies. La primera hace refe-
rencia a su monacal vida de estudio. La leyenda del león, al que él habría sacado
una espina de la pata y que, por agradecimiento, luego no abandonó, aparece por
primera vez en una Vita del siglo IX.
2.2.2 Obras
a) Traducciones bíblicas
La Vulgata, la traducción latina de la Biblia vigente hasta hoy, y que fue revisada
en 1979 en cumplimiento de un encargo del concilio Vaticano II convirtiéndose en
la «Nueva Vulgata», se remonta en su sustancia a Jerónimo. No es posible demos-
trar con seguridad que el papa Dámaso le encargara oficialmente la traducción. En
todo caso, Jerónimo comenzó a trabajar en ella durante sus años romanos (382-
385), y dirigió el Prólogo al papa Dámaso.
Jerónimo comenzó con la revisión del texto latino de los evangelios, cotejándolo
con la Septuaginta16. Preparó dos traducciones del Antiguo Testamento: una basán-
dose en los Hexapla de Orígenes, pero comprendía sólo los libros de Salmos, Job,
Proverbios, Cantar de los Cantares, Eclesiastés y Crónicas (publicada después del
385 en Belén); la segunda, completa, siguiendo –según su propio testimonio– el
texto original hebreo (aparecida en el 393-404/405). Parece, sin embargo, que Jeró-
nimo no disponía de los conocimientos de hebreo necesarios para ello. Por eso, se
supone que utilizó también para ella una Hexapla que contenía el texto hebreo en
transcripción hebrea y griega.
b) De viris illustribus
Jerónimo publicó en 393 un catálogo de 135 autores cristianos, desde Pablo hasta
él mismo, para destacar las sobresalientes prestaciones literarias del cristianismo e
invalidar la afirmación de que sólo personas incultas abrazaban el cristianismo. Para
ello Jerónimo no estudió todos los autores y obras, sino que extrajo principalmente
de la Biblia y de la Historia eclesiástica de Eusebio las noticias y catálogos de
obras. El libro está considerado como «Protopatrología» y ha tenido varios conti-
nuadores: Genadio de Marsella (h. 480/490), Isidoro de Sevilla (615-618), que
añadió sobre todo padres africanos y españoles, e Ildefonso de Toledo († 667) con
más interés histórico local.
c) Epistolario
El cuerpo epistolar de Jerónimo cuenta en total 154 números y constituye una
mina inestimable para conocer su persona, sus relaciones y actividades, y la historia
16
Septuaginta, denominación que recibe la antigua traducción griega del Antiguo Testamento hebreo. El
término se deriva de la palabra latina septuaginta («setenta», de ahí su acostumbrada abreviatura LXX), que
se refiere a los 70, quizá 72, traductores que se consideró habían sido nombrados por el sumo sacerdote he-
breo de aquellos tiempos para traducir al griego la Biblia hebrea a instancias del rey de Egipto Tolomeo II
(285-246 a.C.). En http://es.encarta.msn.com/encyclopedia_761573135/Septuaginta.html
122
Tema 5. Padres del siglo V
de su tiempo. Pero 34 de esos números no provienen de él, sino que están dirigidos
a él, traducidos por él o que por motivos desconocidos fueron a parar a su Corpus.
La correspondencia con Agustín, transmitida también en el corpus epistolar de
éste, no tuvo buena estrella al principio. En el año 394/395, antes de ser consagrado
obispo, Agustín se dirigió por primera vez, por carta, a Jerónimo con observaciones
y sugerencias a su traducción de la Biblia17. Le pedía que tuviera a bien señalar los
pasajes en los que la traducción latina se aparta de la Septuaginta. Un cofrade de
Agustín debía entregar la carta en su peregrinación a Tierra Santa, pero ésta no tuvo
lugar. Pero Agustín hizo que Rufino tuviera acceso a la carta, lo que irritó a Jeróni-
mo. Por eso, cuando Agustín escribió en el 400 otra carta a Jerónimo18 éste no se
dignó responder. Agustín se disculpó, de modo que entablaron entonces una corres-
pondencia a veces dificultosa y sólo esporádica, principalmente sobre cuestiones de
la Biblia y de teología.
La carta 57 («De optimo genere interpretandi»), del año 395 ó 396, aunque se
debió a motivos de actualidad, es todo un tratado básico de los principios seguidos
por Jerónimo en la traducción. En ella se defiende de la acusación de haber traduci-
do de forma equivocada y tendenciosa, con perjuicio para Juan, una carta de
Epifanio de Constancia al obispo Juan de Jerusalén en la que aquél atacaba a éste
por su origenismo. Tras poner en claro que en la traducción en cuestión se trataba
de un escrito privado y no destinado a la publicación que sólo mediante robo y trai-
ción había llegado a la opinión pública, Jerónimo subraya su principio básico de que
una traducción debe reproducir con precisión el sentido de un texto y, por tanto,
alejarse de una versión esclava de la letra.
Además son dignas de mención las cartas 14,58 y 122 sobre la vida como monje,
22 y 130 sobre la virginidad, 46 y 79 sobre la viudez, 52 sobre el sacerdocio, así
como la correspondencia con el papa Dámaso (15, 16, 18-21, 35, 36).
2.3.1 Biografía19
Nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el
África romana. Su padre, llamado Patricio, era aún pagano cuando nació su hijo. Su
madre, Santa Mónica, es ejemplo de mujer cristiana y madre abnegada y preocupa-
da siempre por el bienestar de su familia. Su piedad y bondad probadas aún bajo las
circunstancias más adversas son modelos de vida cristiana. Mónica le enseñó a su
hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver como el joven Agustín se
separaba de los caminos de Dios se entregó a una oración constante en medio de un
dolor inconsolable. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el «hijo de las
lágrimas de su madre».
17
Cf. SAN JERÓNIMO, Epístola 56; cf. SAN AGUSTÍN, Epístola 28.
18
Cf. SAN JERÓNIMO, Epístola 67; cf. SAN AGUSTÍN, Epístola 40.
19
http://www.teologia.com.es/index.php/Agust%C3%ADn_de_Hipona
123
Tema 5. Padres del siglo V
San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inte-
ligencia. Destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la
literatura, especialmente la griega clásica, y a la elocuencia. Durante sus años de
estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo
tiempo, gustaba en gran medida del halago y la fama que encontró fácilmente en
aquellos primeros años de su juventud. Allí mismo en Cartago se destacó por su
genio retórico y triunfó en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se
dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y seguía abiertamente los impul-
sos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios, especialmente los de filosofía.
El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de estos errores de su juven-
tud en sus Confesiones.
A los diecinueve años la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente
de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filo-
sofía. Además será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer con
la que mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual tendrá un hijo,
Adeodato.
En su búsqueda incansable de una respuesta al problema de la verdad, Agustín
pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera
respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en
este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios
años siguió esta doctrina y solamente la abandonó después de hablar con el obispo
Fausto. Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la
plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la ca-
pital del Imperio. Su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de
gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado
«magister rhetoricae» en Mediolanum (actual Milán).
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a
asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, que-
dando admirado de sus predicaciones y su corazón. Entonces decidió romper
definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre que se
encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el
bautismo. Se despidió de su compañera sentimental con gran dolor y, en vez de op-
tar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis;
decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónico gracias
al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del ma-
terialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el AT y
encontrar en la Sagrada escritura la fuente de la fe. Por último, la lectura de las car-
tas de San Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia.
Ya sólo quedaba la crisis decisiva. Estando en el jardín con su amigo Alipio, re-
flexionando sobre el ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina
que decía «toma y lee», y entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Bi-
blia, la abrió por las cartas de Pablo y leyó el pasaje Rom 13,13-ss. Al llegar al final
de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda.
124
Tema 5. Padres del siglo V
En el año 386 se consagra al estudio formal y metódico de las verdades del cris-
tianismo. Renuncia a su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a
Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio y a la meditación.
El 23 de abril del año 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán
por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresa a África, pero antes de embar-
carse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Cuando llegó de regreso a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la
venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pe-
queña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia será la
inspiración para su famosa regla. A pesar de su búsqueda de la soledad y el aisla-
miento la fama de Agustín se extiende por toda la comarca.
El año 391 viajó a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir
con sus hermanos, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comuni-
dad para que fuese ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del obispo de
Hipona, Valerio. Aceptó esta brusca elección con lágrimas en los ojos, pues al prin-
cipio se negaba con gritos y lágrimas a aceptarla. Algo parecido sucedió al ser
consagrado obispo en el 395. Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se
instaló en la casa del obispo, que transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín es enorme y variada. Predica a todo tiempo y
en muchos lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van contra
la ortodoxia de la doctrina cristiana, preside concilios, resuelve los problemas más
diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas, arrianos,
pelagianos, priscilianistas, académicos, etc.
Murió en Hipona el 28 de agosto del año 430.
a) Las confesiones
La obra más famosa de Agustín es la de sus «Confesiones», en trece libros, que
constituye la fuente principal para el conocimiento de su vida y de su evolución in-
terior hasta su bautismo y la muerte de su madre Mónica en el año 387. Pero
confessio en latín no significa sólo confesión (en este caso, de los desvaríos de
Agustín hasta su conversión), sino también «reconocimiento», en este caso de la
grandeza y bondad de Dios, como Agustín mismo explica en diversos pasajes de su
obra. Y así entiende Agustín el título de su obra, como él mismo reconoce en el li-
bro de las Retractaciones: «Los trece libros de mis confesiones tanto acerca de mis
acciones malas como sobre las buenas alaban a Dios, el justo y bueno»20. Siguiendo
ese criterio, las Confesiones se dividen en dos grandes partes: libros 1-9 contienen
la confesión de los errores de Agustín hasta su conversión, terminando con la muer-
te de su madre Mónica en Ostia; y los libros 10-13 alaban a Dios y su creación con
el libro 11, famosa y gran filosofía del tiempo.
20
SAN AGUSTÍN, Retractationes 2,6.
125
Tema 5. Padres del siglo V
21
Cf. SAN AGUSTÍN, De doctrina cristiana, libro II.
126
Tema 5. Padres del siglo V
persona (ex sua persona) habla el Señor mismo a través de él y le apunta la verdad
que él dice»22.
El comentario del evangelio de Juan consta de 124 conferencias. Su datación se
discute hasta hoy, pero en cualquier caso debe encuadrarse entre los años 406 y 420.
También este comentario tiene para Agustín un sentido eminentemente cristológico,
pues Juan, a diferencia de los evangelios sinópticos, realza a Cristo como Hijo de
Dios.
c) Cristología y soteriología
Es indudable que Agustín, como catecúmeno desde su más tierna infancia, se
familiarizó en casa de su devota madre, Mónica, con el nombre de Cristo; que cre-
ció en esa familiaridad; y que su largo camino hacia la «verdadera filosofía» fue una
búsqueda de Cristo. Pero eso no significa que hubiera logrado un concepto recto de
él ya antes de su bautismo. En el tiempo de su conversión Agustín tenía una imagen
de Cristo puramente filosófica, neoplatónica. Pero el vocabulario de las Confesiones
pone ya de manifiesto que la cristología del obispo de Hipona había hecho progre-
sos considerables en ese momento: él pensaba en el hombre Jesucristo desde la
categoría soteriológica de su condición de mediador; y había comprendido que la
encarnación significaba que el preexistente y verdadero Hijo de Dios había asumido
de modo real y completo al hombre.
En el marco de la problemática y propuestas de solución de su tiempo sobre có-
mo se podría definir la realidad e integridad de ambas naturalezas de Cristo y su
relación recíproca, esa idea le llevó finalmente en el año 411 al redescubrimiento –
famoso y tan decisivo para la futura decisión del concilio de Calcedonia (451)– de
la formulación «Christus una persona in utraque natura». Cristo es el sujeto único
de todas las palabras y acciones tanto del hombre Jesús como del Hijo de Dios. Y
eso soluciona también el problema de la communicatio idiomatum (atribución recí-
proca de los atributos humanos y divinos), que tan graves problemas ocasionó a
Nestorio. Agustín distingue ahí entre el significado del nombre «Jesús» como nom-
bre y «Cristo» como función redentora del hombre-Dios: «Aunque Jesucristo,
nuestro Salvador, es uno, sin embargo “Jesús” es su nombre propio... y “Cristo” es
el nombre del sacramento. Así como cuando se le llama profeta y cuando se le lla-
ma sacerdote se piensa en Cristo como Ungido en el que estaba la redención de todo
el pueblo de Israel»23.
La soteriología de Agustín explica la obra redentora de Cristo en dos planos: en
el de la dogmática y en el de la espiritualidad cristocéntrica. Cristo es el mediador
(mediator) entre Dios y los hombres, precisamente en cuanto que él es hombre. Para
ello –considera Agustín– es imprescindible que Cristo sea hombre y Dios; porque
una mediación supone lógicamente no sólo dos partidos sino también que el media-
dor tenga que ver con ambos bandos. El Hijo de Dios se hizo hombre para tender un
puente sobre el abismo que separaba a Dios de los hombres. Y salvó ese abismo no
utilizando como instrumento externo una apariencia humana –como en las teofanías
22
SAN AGUSTÍN, Enarrationes in Psalmos 56,13.
23
SAN AGUSTÍN, In epistulam Iohannis tractatus 3,6.
127
Tema 5. Padres del siglo V
del AT–, sino haciéndose hombre-Dios. Este anonadamiento del Hijo de Dios era
necesario para dar ejemplo a los hombres, porque en el anonadamiento de Cristo se
manifiesta de modo insuperable la gracia de Dios, y da el ejemplo decisivo contra el
pecado por antonomasia del hombre, a saber, el orgullo.
En cuanto que Cristo es la cabeza de su cuerpo, de la Iglesia (Christus totus), no
sólo garantiza (contra los donatistas) la santidad radical e inmutable de su Iglesia,
sino que es también el mediador de toda gracia (contra los pelagianos). El hombre
recibe la gracia de la salvación sólo participando en el acto redentor de Cristo que
consiguió todas las gracias; y se hace partícipe perteneciendo al cuerpo de Cristo
por medio del bautismo.
d) De Trinitate
En un trabajo de catorce años (399-412) habían nacido doce libros, pero Agustín
no estaba satisfecho con los resultados obtenidos y, por eso, aplazó la publicación
de esta obra. Sus impacientes discípulos y amigos, que calificaban sus vacilaciones
de innecesario afán de perfeccionismo, hicieron copias del manuscrito sin la autori-
zación de Agustín y las pusieron en circulación. Cuando Agustín averiguó lo
ocurrido se enojó hasta el punto de negarse a terminar el escrito. Por fin, las insis-
tentes súplicas de sus correligionarios le hicieron cambiar de parecer, de modo que
hasta el ano 420 añadió otros tres libros y revisó una vez más la totalidad de la obra.
Por eso, en la forma actual del texto no es posible determinar a qué fase cronológica
pertenece cada una de las ideas de los doce libros.
De trinitate es una de las obras de Agustín que no nacieron por motivos externos,
sino internos. Por eso pudo tomarse tiempo y prepararse a fondo: «En la medida de
mis posibilidades, he leído cuanto se ha escrito antes de mí sobre la Trinidad» 24. Por
desgracia no es posible averiguar a qué obras concretas se refiere (Adversus
Praxeam de Tertuliano, o los sucesivos tratados sobre la trinidad de Novaciano,
Mario Victorino, Hilarlo de Poitiers o también de autores griegos).
Los quince libros se dividen en cinco grandes partes:
• cc. I-IV: los testimonios de la Escritura respecto de la unidad y consustan-
cialidad de la Trinidad;
• cc. V-VII: la doctrina de las relaciones como características diferenciado-
ras de las personas de la Trinidad;
• c. VIII: el conocimiento de Dios mediante la verdad, la bondad, la justicia
y el amor;
• cc. IX-XIV: la imagen de la Trinidad en el hombre;
• c. XV: resumen y retoques de la obra; los testimonios de la Escritura sobre
la procesión del Hijo y del Espíritu.
Las verdades teológicas de Agustín sobre la Trinidad en esta obra son:
24
SAN AGUSTÍN, De trinitate I,4,7.
128
Tema 5. Padres del siglo V
1. La Trinidad no sólo constituye una unidad indivisible, sino que actúa también
como tal. Cierto que ella se revela en las teofanías del Antiguo Testamento en di-
versas formas y personas puesto que toma las formas de objetos, animales, hombres
y ángeles para manifestarse y puesto que el Hijo en el Nuevo Testamento no se li-
mita a tomar a un hombre, sino que se hace hombre de modo único, pero son las
tres personas de la Trinidad las que actúan conjuntamente.
2. Las tres personas divinas son el ser mismo, eterno, inmutable, consustancial.
Por tanto, no se distinguen por la esencia, sino por sus relaciones (relationes), que
se expresan en sus nombres: el Padre es el principio y no engendrado; el Hijo es la
palabra e imagen del Padre; y el Espíritu Santo es don y amor.
3. La fórmula trinitaria desarrollada por la Iglesia griega bajo la guía de los Ca-
padocios «mi,a ousi,a – treij uposta,seij» es errónea en la versión literal latina
«una esentia – tres substantiae». Pero tampoco la traducción «tres personae» satis-
face a Agustín porque «persona» no es un concepto de relación, sino de unidad.
«Con todo, se dice “tres personas” no porque se pueda expresar con ello lo que la
Trinidad de Dios significa, sino por no guardar silencio»25.
4. El hombre como imagen de Dios es imagen de la Trinidad (cf. Gen 1, 26-ss).
Por eso él puede encontrar en sí a Dios como Trino, como memoria, inteligencia y
voluntad o amor.
e) De civitate Dei
Con la conquista de Roma por los visigodos de Alarico el 24 de agosto del 410,
para los romanos se hizo literalmente añicos un mundo según el cual Roma era la
«Ciudad eterna», centro del mundo y quintaesencia de toda cultura, una ideología
que el cristianismo había hecho suya bajo signo cristiano en el siglo IV ya que el
Dios cristiano suplantaba a los dioses antiguos en el cuidado y protección del impe-
rio. Era lógico, pues, que después de ese «cataclismo mundial» se culpara al
cristianismo de haber fracasado y de haber provocado con la represión de los dioses
antiguos el ocaso del imperio (pues mientras los antiguos dioses fueron venerados
jamás se produjo una catástrofe de semejantes dimensiones). Muchos de los roma-
nos cultos y ricos huyeron al norte de África, donde tenían propiedades, y con sus
críticas desafiaron a Agustín, el guía del cristianismo africano, a ofrecer una res-
puesta que éste suministró en la extensa apología De civitate Dei, en 22 libros. La
confeccionó en etapas, a lo largo de catorce años (413-426).
Agustín mismo describe de forma insuperable en Retractationes la estructura y el
contenido de la obra:
«Los cinco primeros libros refutan a aquellos que piensan que el servicio de los muchos
dioses venerados por los paganos es necesario para que la situación humana sea próspe-
ra, y a los que afirman que la actual desgracia terrible es la consecuencia de haber
impedido ese servicio. Los cinco libros siguientes van contra aquellos que admiten que
desgracias similares –ora más graves ora más leves y según lugar, tiempo y personas–
han golpeado desde siempre a los mortales y los azotarán en el futuro, pero aseguran
25
SAN AGUSTÍN, De trinitate V,9,10.
129
Tema 5. Padres del siglo V
que el culto sacrificial a los muchos dioses es recomendable debido a la vida futura des-
pués de la muerte. En estos diez libros se refinan, pues, las dos creencias, ya
mencionadas, que militan contra la religión cristiana. Pero para que nadie nos acuse de
habernos limitado a rechazar opiniones ajenas y de no haber ratificado las nuestras,
aborda esta tarea la segunda parte de la obra, que comprende doce libros... Los cuatro
primeros libros de la segunda mitad tratan del origen de ambos Estados, el Estado de
Dios y el Estado de este mundo; los cuatro siguientes se ocupan del curso favorable o
desfavorable de ellos, y los cuatro últimos, de su resultado debido»26.
Se trata, pues, de una apología amplia, dispuesta en dos partes, y de la exposición
de una teología histórica del cristianismo.
A los que opinan que el culto a los dioses es necesario para la prosperidad de
Roma (libros I-V) responde Agustín con dos argumentos: a) precisamente bajo los
dioses se ha corrompido moralmente Roma y ha sido acosada desde fuera; b) no a
esos dioses, sino sólo al Dios de los cristianos se debe la grandeza de Roma. Agus-
tín rechaza que se útil dar culto a los dioses con miras a una vida eterna (libros VI-
X) discutiendo las filosofías que proclaman tal recomendación. La segunda parte
esboza una historia salvífica del cristianismo distinguiendo un reino terreno y otro
eterno. Esta división deriva de la caída en el pecado; primero de los ángeles, por
amarse a sí mismo, y del que derivó el pecado del primer hombre por seducción.
Por eso, la civitas terrena, manchada por el mal, perdura a lo largo de la historia de
la humanidad hasta la encarnación del Hijo de Dios que muestra el camino de la
civitas terrena a la divina a través del amor de Dios. Desde entonces, ambos reinos
coexistirán en el mundo hasta la consumación, en la que serán separados para siem-
pre en la eternidad del infierno y en la de la felicidad.
26
SAN AGUSTÍN, Retractationes II,43.
27
SAN AGUSTÍN, Retractationes II,63.
28
SAN AGUSTÍN, Enchiridion I,6.
130
Tema 5. Padres del siglo V
29
SAN AGUSTÍN, Retractationes II,4,1.
30
SAN AGUSTÍN, De doctrina christiana II,1,1-4,5.
131
TEMA 6
1.1 Nestorio
El caso de Nestorio, que condujo al concilio de Éfeso del 431 (tercero de los
ecuménicos), estalló y alcanzó su cenit en un tiempo muy breve. Nestorio, nacido
en el 381 en la Germanicia siria, tal vez fue discípulo de Teodoro de Mopsuestia.
Vivió como monje y sacerdote en Antioquía y alcanzó gran fama de santidad y de
elocuencia. Por eso fue elegido el 10 de abril del 428 para la sede episcopal de
Constantinopla, de tanta importancia política y eclesiástica.
En su gran celo por mantener pura la fe chocó con el título de qeoto,koj («Madre
de Dios») aplicado a la Virgen, popular y utilizado desde hacía décadas también por
numerosos e importantes Padres de la Iglesia. Se opuso a ese título no por motivos
mariológicos, sino cristológicos. En efecto, la cristología antioquena distinguía en-
tre las naturalezas divina y humana de Cristo, y entre los atributos pertenecientes
respectivamente a cada una de ellas. Fruto de esa cristología de fondo, se opone a la
expresión qeoto,koj por no ser Dios quien nace sino el hombre Jesús. Por eso, en
realidad hay que llamar a María «Madre de Jesús». Pero como quiera que Nestorio
no desconocía la unidad íntima de ambas naturalezas completas en el Hombre-Dios
y, por tanto, rechazaba llamar a María sólo «Madre de hombre», propuso como vía
media el título de qeodo,koj («Receptora de Dios») o cristoto,koj («Madre de Cris-
to»). Con ello pretendía distinguir con claridad los atributos de las naturalezas e
indicar que el hombre Jesús nacido de María estaba unido con Dios.
1
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 473-482.
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
un gran eco incluso lejos de la capital, sobre todo en Alejandría, donde Cirilo era
patriarca desde el año 412. De la vida de Cirilo anterior a su consagración episcopal
sabemos muy poco. Nació en Alejandría entre los años 370 y 380. Era sobrino del
futuro patriarca Teófilo (385-412); llegó a ser clérigo y tal vez monje por algún
tiempo. Acompañó a su tío al «Sínodo de la Encina» (403), que destituyó a Juan
Crisóstomo, y le sucedió el 17 de octubre del 412 en la sede episcopal de Alejan-
dría.
Se ha tratado de reducir al plano de la política eclesiástica los motivos de Cirilo
para atacar a Nestorio. Se ha dicho que él, después de haber participado a la sombra
de su tío y antecesor Teófilo en el destierro de Juan Crisóstomo, aprovechó la oca-
sión para robustecer de nuevo la autoridad de Alejandría después de que su
patriarcado fuera desplazado del segundo lugar jerárquico al tercero, detrás de Ro-
ma y de Constantinopla, en el concilio celebrado en esta última ciudad en el 381.
Sin duda, éste fue uno de los motivos de su actuación. Pero él no podría haber arre-
metido contra el patriarca de Constantinopla si no hubiera contado con un pretexto
dogmático. Y se concluye que Cirilo utilizó hábilmente la ocasión teológica para
sus metas de política eclesiástica. Aunque no es posible dilucidar cuál de los dos
motivos fue el detonante original y tuvo el peso decisivo –ambos actuaron de forma
conjunta–, no cabe pensar que Cirilo actuó por puros motivos de po1ítica eclesiásti-
ca sin una seria convicción teológica y religiosa. Él había crecido en Alejandría en
una tradición teológica que subrayaba más que la antioquena la unidad de ambas
naturalezas de Cristo; hasta el punto de que, después del concilio de Calcedonia
(451), esa tradición alejandrina se separó por «monofisita» de la Iglesia universal.
En la controversia con Nestorio, Cirilo abrió la campaña con un escrito a los
monjes egipcios que representaban desde Atanasio un factor esencial en la Iglesia
de Egipto, y con la carta de la fiesta de Pascua del 429. En ese mismo año se dirigió
a Nestorio para pedirle información sobre su planteamiento. Nestorio contestó con
una exposición precisa y cautelosa de su cristología. Al año siguiente, Cirilo, expo-
niendo con detalle su propia cristología, invitó a Nestorio a admitir el título de
qeoto,koj. Ambas partes se dirigieron en petición de apoyo a la primera sede prima-
cial del imperio, Roma.
El papa Celestino, tras celebrar un sínodo romano en agosto del 430, se decantó
por la posición de Cirilo y le autorizó a que, en su nombre, instara a Nestorio a re-
tractarse, y a deponerlo si durante los diez días posteriores a recibir la decisión
papal no obraba en consecuencia. Pero Cirilo no cursó a Nestorio el decreto pontifi-
cio hasta noviembre del 430, después de haber celebrado un sínodo en Alejandría. Y
lo acompañó con una carta y doce anatemas2 que presentaban de una forma radical
la cristología alejandrina, la cual resultaba inaceptable para un antioqueno, porque
no sólo exigían el reconocimiento del título qeoto,koj para María, sino también la
definición de la unidad de ambas naturalezas de Cristo.
Naturalmente que el conflicto no se resolvió en ese estadio, pues Nestorio había
solicitado al emperador Teodosio II que convocara un concilio para que decidiera
2
Cf. CH 252-263.
133
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
3
Cf. DH 264.
134
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
Menón, obispo de Éfeso, y mandó a sus casas a los padres conciliares. Ulteriores
negociaciones, durante las cuales Cirilo no se cansó de enviar regalos a la corte im-
perial para influir en ella, terminaron el 11 de septiembre con la deposición de
Nestorio, que se retiró a un monasterio situado cerca de Antioquía. El emperador
Teodosio dio por concluido el concilio y permitió que los participantes regresaran a
sus casas, salvo Cirilo. Pero éste había abandonado ya Éfeso sin autorización.
Nestorio vivió cuatro años en Antioquía. Luego, el emperador Teodosio lo deste-
rró primero a Petra, en Idumea, y finalmente al «Gran Oasis» del Alto Egipto,
donde sobrevivió al emperador ( 28 de julio del 450) y a su archienemigo Cirilo
( 27 de junio del 444) entregado a la tarea de escribir sobre teología. En abril del
433 solventaron Cirilo y Juan de Antioquía la discusión poniéndose de acuerdo en
la siguiente formulación: «Tuvo lugar una unión de ambas naturalezas..., y a causa
de esa unión sin confusión creemos que la Santa Virgen es Madre de Dios porque
la Palabra divina se hizo carne y hombre»4. La carta de Cirilo comienza con las
palabras «Alégrense los cielos y goce la tierra» (Sal 95.11). Pero ese entendimiento
no llevó aparejada la rehabilitación de Nestorio. Al contrario, el año 435 ordenó el
emperador que se quemaran todas sus obras, por lo que deja mucho que desear el
estado de su transmisión. Pero no todas las iglesias sirias aceptaron la fórmula de
unión del 433, de modo que han pervivido hasta hoy iglesias nestorianas en las que
se han transmitido también partes importantes de la obra escrita de Nestorio. En el
siglo XVI una parte de esas iglesias se unió de nuevo a la Iglesia católica: los «cal-
deos» de Irak, Irán y Siria. Por el contrario, los «cristianos de Tomás» de la
provincia de Kerala, sudoeste de la India, son católicos en los que, debido a su ori-
gen sirio y a su situación marginal, se han inducido elementos nestorianos en el
curso de la historia.
2. León Magno5
En toda la historia de la Iglesia sólo dos papas han sido honrados por la posteri-
dad con el título honorífico de «Magno»: León (440-461) y Gregorio (590-604). Y,
por lo que sabemos de su vida y de su obra, ambos tuvieron mucho en común. Ro-
manos ricos y aristocráticos por ascendencia y por formación, en tiempos de
desmoronamiento o de revolución del orden político y social en la parte occidental
del antiguo imperio romano, no sólo conservaron y promovieron con energía los
intereses de la Iglesia, sino que asumieron incluso las tareas políticas y sociales ne-
cesarias y preservaron la gran herencia cultural de Roma. Con todo, de la biografía
personal de León sabemos tan sólo lo que se desprende de su epistolario de obispo –
y ahí es muy circunspecto en todo lo tocante a su persona– y alguna otra noticia
proveniente del Liber pontificalis y de notas sueltas de diversos autores.
4
Cf. DH 271-273.
5
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 492-499.
135
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
136
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
137
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
al exilio (449 ó 450). Por eso León calificó más tarde al sínodo del latrocinium (la-
trocinio) –nombre con el que pasó a la historia– y no reconoció sus decisiones.
León abogó en la corte imperial para que se convocara un nuevo concilio, pero
no tuvo éxito. Sin embargo, el fallecimiento repentino del emperador Teodosio, que
no tenía hijos, el 28 de julio del 450, hizo que la situación sufriera un cambio radi-
cal. Su hermana Pulqueria volvió del convento, se casó con el senador Marciano
con la condición de vivir como hermanos, hizo que él fuera proclamado emperador
el 24 de agosto del 450 y dirigió en adelante la política imperial. El nuevo empera-
dor concibió la idea de convocar el concilio deseado por León, pero como quiera
que él aceptaba el Tomus ad Flavianum, en realidad León ya no estaba interesado
en la celebración de un nuevo concilio porque su concepción del primado le llevaba
a pensar que el problema estaba resuelto. Con todo, cuando el emperador convocó
el concilio antes de conocer los reparos de León, éste no se opuso, pero insistió en
asumir él mismo la presidencia a través de sus legados. El concilio de Calcedonia se
convirtió así en el primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia presidido
por el obispo de Roma, considerado como primado. El concilio ratificó la cristolo-
gía del Tomus Leonis y formuló su símbolo partiendo de ahí, si bien comenzaron
inmediatamente después del concilio las controversias acerca de su recepción. Y
esos debates ocuparon a León hasta el final de sus días (461).
6
Cf. DH 290-295.
138
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
139
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
7
Cf. M. SIMONETTI, Calcedonia. II. Concilio en A. DI BERARDINO, DPAC I, Salamanca 1998, 346-347.
140
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
3.1 El Símbolo
La definición dogmática del concilio se divide en tres partes:
1. En un proemio extenso expone por qué se celebra el concilio; luego se re-
fiere a los credos vigentes de los concilios de Nicea (325) y de
Constantinopla (381) y a las cartas sinodales de Cirilo, y señala los errores
rechazables, a saber, el rehusar el título de qeoto,koj en virtud de una doc-
trina de los dos hijos (Nestorio), y la mezcla de ambas naturalezas de Cristo
(Eutiques)8.
2. La definición cristológica propiamente dicha, que alude expresamente a la
tradición de los Padres. La definición se refiere a la carta de Juan de Antio-
quía a Cirilo para la Unión del 433, el Tomus leoniano, a la carta de Cirilo a
Nestorio y a la de Faviano a León, así como a una carta de Teodoreto de Ci-
ro, pues de todas ellas se compone9.
3. La definición concluye con el habitual anatema contra cuantos no la acep-
tan10.
El Símbolo dice así:
“Siguiendo, pues, a los santos Padres
enseñamos unánimemente
que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo:
perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre
8
Cf. DH 300.
9
Cf. DH 301-302. Cf. DH 300.
10
Cf. DH 303.
141
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
11
DH 301-302.
12
Cf. DH 304-307.
142
Tema 6. Las controversias teológicas del siglo V
cabar lo más mínimo los derechos jurisdiccionales que asistían desde antiguo a los
patriarcados de Alejandría y de Antioquía. Pero en el concilio de Calcedonia, invo-
cando el concilio del 381, se asignaban a Constantinopla iguales derechos que a la
Antigua Roma. Y eso recortaba los derechos de Alejandría y de Antioquía. Además,
dado el estado en que se encontraba en ese momento la teología del primado hubie-
ra equivalido a crear en Constantinopla una segunda sede primacial. Los legados
pontificios, que no habían asistido a la votación, protestaron, pero sin éxito, en la
sesión siguiente, la del día 30 de octubre. Como de costumbre, el concilio redactó
un escrito sinodal para informar a los obispos no presentes y que los legados roma-
nos debían llevar consigo para León. Este aplazó bastante la respuesta, y sólo
después de haber intercambiado algunas cartas con el emperador y con los obispos
reconoció con un escrito del 21 de marzo del 453 las decisiones del concilio, pero,
naturalmente, exceptuando el canon 28.
143
TERCERA ETAPA
1.1.1 Biografía
1
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 528-538.
2
Se llamaba «exarcado» al territorio gobernado por un «exarca», esto es, el gobernador de los dominios
bizantinos en Italia desde el s. VI al VIII.
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
tración y compromiso social por un lado, y por el otro proclamar la fe y llevar a ca-
bo la misión de la Iglesia.
Como otros muchos obispos surgidos de la clase alta cristiana desde el siglo IV y
que habían asumido posiciones de liderazgo tanto en el plano civil como en el ecle-
siástico, Gregorio reunía –por su ascendencia, formación e historial– todas las
condiciones para llevar a cabo con brillantez esas tareas.
c) Actividad eclesiástica
Las incursiones de los lombardos hasta el centro de Italia desconectaron más y
más a Roma de la sede del exarca de Rávena, de modo que el papa se vio obligado a
mantener a través de un embajador acreditado en Constantinopla (apocrisiario) el
contacto directo con el emperador y con las instancias del gobierno a fin de recabar
ayuda para la Italia acosada. El papa Benedicto I (575-579) o el papa Pelagio II
(579-590) eligieron a Gregorio para ese cargo hacia el 579 y le ordenaron diácono.
La estancia en la capital del imperio completó la experiencia de Gregorio en el
campo político-eclesiástico y le permitió entablar numerosos contactos con persona-
146
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
lidades importantes que mantendría durante el resto de su vida. Entre ellos cabe se-
ñalar la relación que inició con Leandro de Sevilla, que le resultaría muy útil más
tarde.
En el 585/586 el papa lo retiró de Constantinopla, probablemente porque los re-
sultados diplomáticos no colmaban sus expectativas. Y convirtió a Gregorio, de
nuevo monje en San Andrés, en uno de sus asesores más importantes. El invierno
del 589/590 provocó inundaciones catastróficas y una horrible hambruna a la que
siguió una epidemia de peste que terminó incluso con la vida del papa Pelagio II
(7/8 de febrero del 590). Como diácono, Gregorio debió encargarse de la asistencia
social y caritativa de la población. Desempeñó de tal modo su función que se con-
virtió en un personaje muy popular, siendo elegido espontáneamente para suceder al
papa difunto en la sede de Roma. Una vez recibida la aprobación imperial, fue con-
sagrado y entronizado el 3 de septiembre del 590.
La noticia de que Gregorio dudó en asumir el cargo respondía a que él no quería
abandonar su modo de vida monástico y a que se encontraba enfermo. De hecho,
durante todo su pontificado estuvo tan débil y enfermo que pasó en cama la mayor
parte del tiempo y ni una sola vez pudo pronunciar una homilía en público. Sin em-
bargo, eso no le hizo rehuir la responsabilidad. Las 857 piezas que abarca el registro
epistolar de su cancillería ofrecen información viva de las muy diversas, amplias y
difíciles tareas que llevó a cabo durante sus catorce años de pontificado hasta su
muerte el 13 de marzo del 604.
Cinco grandes campos de tareas requirieron la atención de Gregorio, que miradas
en su conjunto y por la diversidad y problemática que requiere cada una de ellas
permiten medir las grandes prestaciones de Gregorio. Estas son las cinco tareas:
1. La preocupación por la comunidad romana, la ciudad y todo el «Patrimonium
Petri», no sólo en lo eclesiástico y religioso, sino también en lo político, social y
caritativo. Gregorio reorganizó la curia romana y toda la administración de las pro-
piedades (Patrimonium Petri) de la Iglesia romana que se extendían hasta
Campania, Sicilia, Cerdeña, norte de África, las Galias y Dalmacia, y de las que
afluía el dinero para sufragar, principalmente, las necesidades de los pobres y de los
refugiados, cuyo número se incrementaba sin cesar a causa de los avances de los
lombardos. Dedicó grandes esfuerzos a mejorar la conducta del clero, a la elección
de obispos ajustada a las normas, a la reorganización de obispados, a intensificar la
pastoral mediante la celebración de sínodos y a vigorizar la respectiva jurisdicción
competente.
2. Las relaciones con la Roma de Oriente (Constantinopla). Durante el reinado
de los emperadores Mauricio (582-602) y Focas (602-610) las relaciones políticas y
eclesiásticas con la Roma de Oriente discurrieron casi sin problemas durante el pon-
tificado de Gregorio, debido quizás a sus buenos contactos mantenidos desde sus
tiempos de apocrisiario. Sólo hubo tensiones serias en dos asuntos: en los esfuerzos
de Gregorio por llegar a la paz con los lombardos y cuando Juan, patriarca de Cons-
tantinopla, en el 595 se arrogó oficialmente el título de «oikoumeniko,j» (del mundo
entero), que sigue llevando hasta hoy el patriarca de Constantinopla y que Gregorio
consideró como una petulancia y como ataque a su primado. Curiosamente, él con-
147
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
traatacó creando el título de modestia que los papas llevan hasta hoy: «servus ser-
vorum Dei».
3. Los lombardos. El avance de los lombardos en Italia constituyó el problema
política y eclesiásticamente más apremiante, dado que en su mayor parte eran paga-
nos aún y sólo unos pocos, entre ellos los reyes, eran cristianos, pero arrianos. Sólo
la reina Teodolinda (598-627), con la que Gregorio mantuvo correspondencia epis-
tolar, profesó la fe católica. Toda la defensa y abastecimiento de Roma, las
negociaciones con los lombardos y el pago de tributos incumbieron a Gregorio,
consciente de que Bizancio no estaba en condiciones de prestar una ayuda eficaz.
Por eso, puso todo su empeño en llegar a un entendimiento pacífico con los lombar-
dos. Pero tal acuerdo suscitó la reacción violenta del exarca de Rávena y frenó la
acción misionera de los lombardos. Gregorio tuvo éxito en esa política en cuanto
que Teodolinda medió en el 598 y en el 603 para que se llegara a dos acuerdos entre
su esposo Agilulfo y el papa Gregorio. Y con el bautizo católico de su hijo Adaloal-
do se suprimió la prohibición de administrar el bautismo católico dictada por los
lombardos.
4. Como patriarca de Occidente, la preocupación por la conservación y propa-
gación de la fe en todo el territorio del patriarcado, que se extendía desde el norte
de África hasta Britania pasando por España y por las Galias. De la actividad de
Gregorio como patriarca de la Iglesia de lo que era entonces la parte occidental del
imperio romano destaca el envío de misioneros a Britania, que llevaba casi dos si-
glos (desde el 407) fuera de la obediencia de Roma y donde había desaparecido
toda huella de una acción misionera anterior. Envió en el 596 a Agustín, prior de su
monasterio de San Andrés, con 40 monjes a Britania. Éstos se encontraron en la
corte del rey Etelberto, en Canterbury, con la reina Berta, católica oriunda de las
Galias, y con la capilla real que ésta había dedicado a san Martín como el santo galo
más popular. La historia relata con tino el celo misionero de Gregorio, que se ex-
tendió igualmente al reino visigodo de España convertido al catolicismo desde el
587 (conversión del rey Recaredo) o desde el 589 (tercer concilio de Toledo), en
contacto estrecho con Leandro de Sevilla, al que conociera en Constantinopla, y a
las Galias y a los francos, así como a las corrientes heréticas del norte de África.
5. Su actividad como escritor. Además de las tres obras magnas que posterior-
mente comentaremos, desde su época de apocrisiario en Constantinopla hasta el año
594 Gregorio escribió homilías y comentarios exegéticos sobre Ezequiel, 1 Reyes,
Cantar de los Cantares y evangelios. Del tiempo posterior, condicionado sin duda
por la salud, quedan sólo cartas. Sin duda que ejerció una influencia duradera en la
configuración y reforma de la liturgia de su tiempo; hasta el punto de que el sacra-
mentario y el antifonario que llevan su nombre están en su tradición, aunque él no
fue su autor.
148
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
1.1.2 Obras
a) Moralia in Iob
Durante su tiempo de apocrisiario en Constantinopla, Gregorio, a instancias de su
amigo Leandro de Sevilla, dio a la comunidad monástica en la que vivía una serie
de charlas sobre el libro de Job. Más tarde él completó un comentario continuo en
35 libros, revisó el texto y le dio unidad de estilo, como él mismo escribe en la carta
que acompaña al ejemplar para Leandro3. No es posible determinar con exactitud
cuándo publicó la obra en la versión completa que tenemos hoy. Lo único seguro es
que las Moralia In Iob fueron publicados después de 579 y antes del 600/602.
Es obvio que la figura de Job se presta para una exégesis moral, y tiene toda una
serie de modelos patrísticos. En un primer momento Gregorio aborda una interpre-
tación según el triple sentido de la Escritura (literal, alegórico y moral), pero aplica
este programa sólo en los tres primeros libros. A partir del libro cuarto o quinto pasa
por alto prácticamente la exégesis literal, y la moral ocupa de modo creciente el pro-
tagonismo. De ahí que el título Moralia in Iob, habitual hoy, sustituyera pronto al
título original Expositio in Iob. De acuerdo con el triple sentido de la Escritura, en el
sentido literal Job representa a la persona histórica afectada por el sufrimiento y la
prueba; en el plano alegórico/tipológico a Cristo y a su cuerpo, la Iglesia; y en el
plano moral al hombre en su miseria.
El camino del hombre a Dios –con la ayuda de los ángeles y de la predicación de
los pastores de la Iglesia– conduce a través de las tentaciones del diablo ante todo al
conocimiento de uno mismo, que trae los frutos de la humildad, pureza de corazón,
temor de Dios y compunción; y hace así que la obra redentora de Cristo resulte efi-
caz para el hombre concreto. Mientras que Gregorio debe mucho a su lectura de
Agustín, sin embargo difiere de él sustancialmente en un punto: asigna a la voluntad
libre y a la decisión del hombre un espacio libre bastante mayor frente a la gracia de
Dios.
b) Regula pastoralis
La Regla pastoral de Gregorio Magno fue para el clero secular lo que la Regla de
Benito para los monjes de la Edad Media. Desde luego que podemos seguir repi-
tiendo este juicio pues ella fue durante siglos el manual básico de espiritualidad y de
pastoral de obispos y sacerdotes. Todavía en vida de Gregorio se popularizó en Ita-
lia, España, Francia e Inglaterra; y en versión griega llegó a Constantinopla,
Antioquía, Jerusalén y Alejandría.
En la carta de dedicatoria al obispo Juan de Rávena, antepuesta al texto, Gregorio
mismo señala el motivo y la estructura de la obra. Juan le había censurado por haber
dudado en aceptar el episcopado. El librito pretende exponer las razones que le mo-
vieron a tal comportamiento, a saber, el respeto reverencial que experimentaba
respecto del elevado y difícil ministerio. Gregorio Magno se sitúa así en la tradición
3
SAN GREGORIO MAGNO, Epístola V, 53 a.
149
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
c) Los Diálogos
Mientras que Moralia in Iob fue compuesta pensando en los monjes y la Regula
pastoralis se dirigía a pastores de almas, los Diálogos de Gregorio tenían por desti-
natario a todo el pueblo de la Iglesia italiana para edificarlo mediante los ejemplos
de la vida modélica de los santos de su patria y para estimularlo a imitarlos. La carta
que Gregorio escribió en julio del 593 al obispo Maximiano de Siracusa4 pone de
manifiesto que los hermanos con los que convivía le instaron a que hiciera esa obra,
y, al hacerlo, abordó una manifiesta necesidad espiritual. Para esta obra Gregorio
optó por la forma literaria tradicional del diálogo con un interlocutor imaginario,
con un diácono llamado Pedro, a quien narrar la vida ejemplar de los santos en los
que ha puesto su mirada para estimular a los cristianos a su imitación. Gregorio de
Tours escribió en la misma fecha y con idéntica intención sus Libri Miraculorum de
los santos galos.
Como indica entre otras fuentes la mencionada carta a Maximiano de Siracusa,
Gregorio recogió el material para los Diálogos de fuentes orales. A ese respecto, los
historiadores modernos le reprochan que tomara de forma demasiado acrítica relatos
de milagros, pero esta crítica lanzada desde una visión «ilustrada» desconoce la in-
4
Cf. SAN GREGORIO MAGNO, Epístola III 50.
150
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
1.2.1 Vida
a) Familia y formación
Su padre, Severiano, había dejado Cartagena (donde nacieron los tres hijos ma-
yores: Leandro, Fulgencio y Florentina) por el tiempo en que los bizantinos
ocuparon la ciudad el 554 y había emigrado a la Bética, quizá por haber sido alto
funcionario de la administración visigoda. Cuando murieron los padres, años des-
pués de fijar su residencia en Sevilla, el menor de los hijos, Isidoro, aún niño
(probablemente nacido el 560), quedó a cargo de sus hermanos. La familia debía ser
noble o de brillante posición económica, al ser uno de los casos de «familias epis-
copales», que en el s. VI y comienzos del VII parecen acaparar obispados próximos
en la región en que estaban arraigados. Isidoro sucedió a su hermano Leandro en la
sede de Sevilla. El otro hermano, Fulgencio, fue obispo de Écija en los primeros
decenios del s. VII. Su hermana Florentina se hizo monja y Leandro le dedicó su De
institutione virginum. Leandro, antes monje, era obispo de Sevilla el 578, y se había
hecho cargo del cuidado y educación de Isidoro cuando éste debía ser todavía un
adolescente.
5
Cf. R. TREVIJANO, Patrología, Madrid 2004, 357-368.
151
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
b) Actividad eclesiástica
En el año 599 sucedió a su hermano Leandro como obispo metropolitano de Se-
villa, manteniéndose estrechamente relacionado con los monarcas godos que
ocuparon el trono de Toledo durante su pontificado. Buena parte de su actividad
pastoral debió centrarse en la predicación catequética. Su excelente formación ora-
toria y cualidades de comunicación le proporcionaban singular prestigio. El año 619
presidió en su propia catedral el II concilio Hispalense, en que se presta atención a
la expansión de la vida monástica en la Bética (a la que contribuyó personalmente
con su Regula) y al problema teológico que planteaba un grupo de herejes monofisi-
tas. Presidió también en 633 el IV concilio de Toledo, que reunió a 66 obispos de
Hispania y de la Galia visigótica. En esta ocasión, al margen de su prestigio e in-
fluencia en muchos cánones conciliares, tuvo que plegarse a la condena de Suintila
(rey godo) y su familia, al que tanto había elogiado años antes.
Murió el 4 de abril del 636, después de haberse sometido al rito penitencial cua-
tro días antes.
a) Estudios bíblicos
Aunque Isidoro no se cuenta entre los grandes exegetas de la patrística latina, ha
creado un género nuevo de manuales elementales de pedagogía bíblica y exegética.
Proporciona con ello, siguiendo en esto iniciativas de Jerónimo, pero con perspecti-
6
El autor de las Vitae Patrum Emeritensium, alumno de una de estas escuelas, adosada a la basílica de
Santa Eulalia de Mérida, nos describe el proceso de admisión, la vida de los educandos y el plan de estudio:
junto a los clásicos Trivium (gramática, retórica, dialéctica) y Quadrivium (aritmética, geometría, música y
astronomía), la liturgia, los cánones y, sobre todo, la Biblia. La atracción de determinadas escuelas radicaba
en el prestigio de la personalidad que ocupaba la sede correspondiente. Así florecieron sucesivamente la de
Sevilla, con Leandro e Isidoro, la de Zaragoza, con Braulio, y la de Toledo, con Eugenio e Ildefonso.
152
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
7
SAN ISIDORO DE SEVILLA, Cuestiones sobre el AT en Patrologia Latinae 83, 235.
153
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
b) Escritos eclesiásticos
El De origine officiorum, dedicado a su hermano Fulgencio, obispo de Écija, tra-
ta de la razón de ser de los oficios eclesiásticos. En el primer libro ocupa la mayor
parte el culto y su historia; pero las noticias históricas quedan en parte cubiertas por
especulaciones teológicas y alusiones a controversias. En el segundo libro enfoca
las distintas categorías de fieles y clero, con atención a la regla de fe y algunos sa-
cramentos.
La Regla de los Monjes, escrita entre los años 615 y 619 para un cenobio próxi-
mo a Sevilla, se presenta como una serie ecléctica de normas para orientación de la
comunidad y sus responsables. Son fuentes primarias y directas la Regula de San
Pacomio en la traducción latina de san Jerónimo y, sobre todo, san Agustín en sus
diversas reglas y en su De opere monachorum. Coincide hasta en algunos términos
con la Regla de san Benito; pero no es sino una fuente más ya integrada en la tradi-
ción difusa de la historia del monaquismo.
Si no está clara la autoría personal de Isidoro, sí debió participar en el proceso de
ampliación de la Colección Canónica Hispana, que reúne actas de concilios ecumé-
nicos, diversos concilios africanos y galos, una larga serie de concilios hispanos
(desde el de Elvira hacia el 300 hasta, en una primera fase, el concilio IV de Toledo
en 633) y más de cien epístolas decretales de los obispos de Roma, con un prólogo
a modo de mosaico de estilo isidoriano.
El opúsculo Sobre los herejes describe sumariamente en 84 apartados herejías
cristianas, judías y sectas filosóficas, generalizando o recortando datos que ha en-
contrado en Jerónimo y Agustín. Escribe su Contra los Judíos a petición de su
hermana Florentina por el tiempo en que Sisebuto toma medidas políticas para for-
zar la conversión al catolicismo de los judíos de su reino. Isidoro se opone a las
medidas de fuerza propugnando el recurso apologético a los razonamientos es-
criturísticos, corroborando la fe por la autoridad de los profetas.
Entre las numerosas Epístolas atribuidas a Isidoro, parecen auténticas las seis di-
rigidas a Braulio de Zaragoza, que corresponden a los intereses bibliográficos de su
corresponsal, la que responde a consultas sobre cuestiones de disciplina e interpre-
tación del obispo Masona de Mérida y la consolatoria dirigida al obispo Eladio y
otros reunidos con él. Las dirigidas a Sisebuto, Orosio, Florentina y Fulgencio son
más bien prólogos de las obras que les dedica.
c) El universo y la historia
Compuso su tratado sobre El Universo (De natura rerum) a instancias del rey Si-
sebuto, que, en agradecimiento, le dedicó un poema astronómico (Carmen de luna).
Sale al paso de los temores y supersticiones suscitados por los grandes fenómenos
naturales, tratando de explicarlos con los datos de la ciencia profana, pero insertan-
do también una explicación alegórica de los mismos. Aborda problemas de
cosmología, geología, geografía, meteorología y cronología. Toma muchas de sus
noticias de antologías de autores paganos como Aecio, Lucrecio y Plinio, comple-
tándolas con notas sacadas de autores cristianos como Ambrosio y Agustín y
elementos alegóricos tomados de Gregorio Magno.
154
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
155
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
d) Gramático y enciclopedista
Las Diferencias integra dos libros, uno gramatical (Differentiae verborum) y otro
más conceptual (De differentiis rerum), que Isidoro debió escribir como comple-
mentarios en épocas diferentes. En el primero se preocupa por enseñar la propiedad
de los términos para adecuar estrictamente el vocabulario a la expresión del pensa-
miento. En el segundo la «diferencia» ya no es un simple procedimiento destinado a
eliminar impropiedades e incorrecciones. Sirve a la par para descubrir y presentar
toda una visión del hombre y del mundo. De técnica gramatical pasa a ser un méto-
do filosófico de conocimiento.
La preocupación por la formación gramatical trascendida a lo espiritual se desa-
rrolla aún más en los Sinónimos (Synonima o De lamentatione animae peccatricis),
que presenta el diálogo entre el hombre, esclavo del pecado, y la razón, que lucha
hasta liberarle. El hombre, ante la enormidad de sus sufrimientos y el odio de todos,
suplica la muerte como liberación de su desgracia. La razón, que encarna el princi-
pio del bien o conciencia, trata de confortarle paulatinamente, hasta que le descubre
el motivo por el que sufre tan grandes males. Su aflicción no es sino castigo a sus
muchos pecados. Una vez que el hombre reconoce su culpabilidad, la razón le amo-
nesta para que abandone su vida de pecado y se convierta a Dios. A la confesión de
pecados ha de seguir una vida de penitencia. En el libro II, la razón expone al con-
vertido el programa de vida que ha de seguir. Es un tratado de ascética cristiana en
el que Isidoro da una serie de enseñanzas sobre la vida cristiana, poniendo especial
acento en la castidad (como primera y más costosa virtud para el que se convierte),
la oración, el temor, etc. Los Sinónimos son la muestra más llamativa de la vincula-
ción isidoriana entre gramática y moral.
La doctrina del proceso de conversión en los Sinónimos coincide con la descrip-
ción que hace en las Sentencias del retorno a Dios tras la renuncia al pecado. El
título de las Sentencias alude ya al estilo gnómico8, dando así relieve a la forma lite-
raria y su objetivo educacional. Isidoro eleva el concepto retórico de sentencia a un
plano espiritual que supone ciencia y vivencia a un tiempo. Una sentencia combina
la ciencia teológica o moral con una experiencia vivida con miras a la edificación
espiritual. Los tres libros de las Sentencias, que constituyen un manual dogmático,
moral y ascético, fueron compuestos por los años 612-615. El libro I ofrece una sín-
tesis de la fe cristiana y de los fundamentos de la Iglesia en lo que atañe a la
salvación personal. El II aborda el proceso de conversión, con análisis de los peca-
dos y vicios contrarrestados por las virtudes. Asimismo, ciertas virtudes, cuando no
favorece la discreción, se transforman en vicios: la justicia, cuando rebasa su medi-
da, engendra el rigor de la crueldad; la excesiva piedad produce la relajación de la
disciplina; el deseo de celo, si es más de lo que conviene, se muda en el vicio de la
ira, y la mansedumbre en demasía origina la lentitud de la pereza 9. El libro III pon-
dera la reacción del cristiano ante las dificultades de su vida cotidiana y los deberes
de cada situación y profesión, teniendo en cuenta la brevedad de la vida.
8
Estilo que consiste en la construcción de sentencias y reglas de moral en pocos versos, así como las poe-
sías de este género.
9
Cf. SAN ISIDORO DE SEVILLA, Sentencias II 34,4.
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10
Se entiende por «etimología» la parte de la gramática que estudia el origen de las palabras consideradas
en razón de su origen, de su existencia, de su significación y de su forma.
11
SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías VI 19,2-4.
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Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
o general, convencido de que sólo por un dominio preciso y correcto del vocabula-
rio se puede llevar a los demás a la comprensión de sus miserias, preocupaciones y
dificultades y a que les llegue de modo apropiado el mensaje de salvación.
En el momento de la redacción, Isidoro funde a veces los diversos materiales re-
cogidos en distintas fuentes en una nueva formulación, que representa los puntos de
vista que ha podido adoptar y sintetizar basándoles en los elementos con que conta-
ba o en sus ideas personales. Muchos capítulos demuestran su capacidad para hallar
soluciones nuevas, sean o no eclécticas. Algunas veces también la búsqueda de una
explicación condensada le lleva a forzar sus propios datos, en perjuicio de la exacti-
tud y del respeto a las fuentes. Predominan las citas de segunda o tercera mano;
pero ha manejado una enorme cantidad de fuentes, de valor desigual, entre las que
no faltan puras fórmulas escolares, que unas veces se ha limitado a transcribir, otras
ha contaminado para obtener puntos de vista más sintéticos o eclécticos y, a veces,
ha sometido a profunda reelaboración personal.
La composición de la obra se prolongó durante doce o quince años y probable-
mente se realizó en dos fases. La primera parte, en que la distribución original pudo
ser de tres libros en lugar de los diez actuales, trata de las ciencias profanas, ley
humana y ley divina y nombres de personas, y pudo tener como título Orígenes. La
distribución de la obra entera en veinte libros, que se impuso acaso ya desde el
mismo s. VII, pudo deberse a Braulio. La difusión de la obra comienza muy pronto,
desde mediados del s. VII. Ya hacia el 800 las Etimologías se encuentran en todos
los centros culturales de Europa.
12
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 557-560.
13
Cf. G. CANOBBIO, Pequeño Diccionario de Teología, Salamanca 1996, 203.
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2.2.1 Vida
Con Juan de Damasco, vástago de una familia árabe cristiana de Mansur, nacido
hacia el 650 y muerto en el monasterio de San Sabas de Jerusalén hacia el 749, se
suele dar por concluida la patrología de los Padres de la Iglesia griegos. Los árabes
habían conquistado Damasco en el 635, pero como los califas siguieron en un prin-
cipio una política religiosa tolerante con el cristianismo, Juan –que había crecido
con el futuro califa Jazid (680-683) y que recibió a través de un profesor griego una
sólida formación clásica– ocupó, como su abuelo y su padre, puestos importantes en
la corte. Pero cuando el califa Abd el Malek (685-705) comenzó a discriminar a los
cristianos y a desposeerlos de sus cargos, Juan se retiró (hacia el año 700) al monas-
terio de San Sabas de Jerusalén, donde pasó el resto de su larga vida. El obispo Juan
de Jerusalén (706-717) le ordenó sacerdote. Durante su estancia en el monasterio
Juan se dedicó al estudio y a escribir sobre teología. Produjo numerosas obras im-
portantes. E1 hecho de que enseguida de su muerte estuvieran traducidas a
numerosas lenguas habla bien a las claras de la difusión e influencia que alcanzaron.
Juan murió hacia el 750 en su monasterio. La aproximada cronología de su vida
se desprende de que según la tradición llegó a cumplir más de cien años, de que el
sínodo de Hieria (754) lo condenó a título póstumo, y de que el califa Yezid (nacido
hacia el 642-647) fue su compañero de juegos. El papa León XIII lo incluyó entre
los doctores de la Iglesia mediante decreto del 19 de agosto del 1890.
14
Cf. H.R. DROBNER, Manual de Patrología, Barcelona 1999, 563-566.
161
Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
2.2.2 Obras
En línea con su tiempo, Juan fue ante todo un compilador que se atuvo a las tra-
diciones de los teólogos precedentes. Al comienzo de Fuente del Conocimiento, su
obra máxima, llega incluso a decir que no quiere añadir «nada propio». Sin embar-
go, todos los investigadores coinciden en que no se limitó a recopilar y repetir de
forma mecánica. Ya la abundancia del material elaborado, su selección y sis-
tematización magistrales hablan bien a las claras de su creatividad y de su fuerza
creadora; y en numerosos pasajes –sobre todo en los discursos sobre las imágenes–
desarrolla una teología nueva y original basándose en la tradición.
El escrito más importante y más extenso es la «Fuente del Conocimiento», en
tres libros: sobre la filosofía (Capitula philosophica o Dialectica), sobre los herejes
(De haeresibus), y un compendio de la doctrina ortodoxa (Expositio fidei o De fide
ortodoxa). Juan se hizo famoso como escritor de himnos, y de sus homilías sobresa-
len las dedicadas a María, así como los tres discursos sobre las imágenes, que
ejercerían influencia orientadora para el futuro. Se discute la autenticidad de los
Sacra parallela (o Hiera), un florilegio bíblico-patrístico de textos sobre moral y
ascesis. Es muy probable que la novela Barlaam, muy difundida y popular en la
Edad Media, no provenga de él.
El emperador León III (717-741) inició en el 726 la disputa de las imágenes (ico-
noclasmo), que duraría con interrupciones hasta el 843, pronunciando discursos
contra las imágenes y haciendo retirar de una de las puertas del palacio de Constan-
tinopla el icono de Cristo. Mientras que el patriarca Germano hubo de pagar con su
destitución en el 730 su oposición, Juan, al encontrarse fuera del imperio, pudo de-
fender sin dificultad la veneración de los iconos en sus tres famosos discursos sobre
las imágenes, que sentaron las bases teológicas para el futuro. Cierto que el sínodo
de Hieria (754), hostil a las imágenes, lo condenó, pero e1 séptimo concilio ecumé-
nico, celebrado en Nicea en el 787, no sólo lo rehabilitó, sino que se basó por
completo en su teología sobre las imágenes.
Al igual que las controversias trinitarias y cristológicas de los siglos IV y V, la
disputa sobre las imágenes se basó en la terminología no clarificada. Aquí los tér-
minos oscuros fueron eikw,n y prosku,nhsij. «eikw,n» podía dar pie a pensar que
una imagen contiene la realidad representada. Y entonces, como en el AT y en el
islam, no puede haber imagen alguna del Dios invisible e inconcebible, y la fabri-
cación y veneración de una imagen de Dios es idolatría. Por otro lado,
«prosku,nhsij», en relación con Dios, significa lo que expresa la palabra española
«adoración», que sólo se puede tributar a Dios, pero no a un hombre, y menos a un
objeto. E1 mérito de los tres discursos de Juan de Damasco consiste en haber caído
en la cuenta de este problema terminológico y en haber ofrecido una pionera clarifi-
cación de los términos mediante una distinción nítida de la que se sirvió el segundo
concilio de Nicea (787).
Para él una «imagen» es siempre la copia de un original, semejante a éste pero
necesariamente distinta, pues de lo contrario se daría identidad. Pero el concepto y
sentido de la imagen no pueden derivar sólo de las representaciones humanas, sino
que radican en la Trinidad y en la economía salvífica, de modo que puede haber tres
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Tema 7. La literatura de la última etapa patrística
tipos de imágenes: las personales, las que preparan la realidad y las que imitan la
realidad.
1. El Hijo de Dios –Juan recoge aquí la teología alejandrina– es la imagen origi-
nal del Padre (1a); el hombre –«creado a imagen y semejanza de Dios (Gén
1,26s.)»– es la imagen de la imagen de Dios (1b).
2. El segundo sentido de imagen –Juan habla aquí con la terminología habitual de
la exégesis tipológica de la Biblia– se refiere a las prefiguraciones (tipos) del AT
que habían prefigurado la futura salvación en Cristo. Según la opinión general, esos
typoi no son sólo «sombras de los bienes futuros», sino que se actualiza ya en ellos
la gracia de la salvación divina.
3. Por último, como escalón tercero y más bajo, hay imágenes como representa-
ción, como referencia y recuerdo de la realidad representada, similar a la vez que
distinta. Por definición, la representación gráfica de Dios no le abarca a él mismo.
Además, frente a la prohibición veterotestamentaria de hacerse imágenes, en el cris-
tianismo la representación gráfica se justifica por la encarnación de Dios. Una
imagen puede captarlo y representarlo como encarnado.
Juan fue el primero en distinguir en el término «prosku,nhsij» la simple «vene-
ración», como conviene a las criaturas, y la «adoración» (prosku,nhsij kata
latrei,an), a la que sólo Dios es acreedor. La prosku,nhsij de imágenes de Dios y
de sus santos en ningún caso tiene por destinatario al objeto, sino siempre a la per-
sona representada, que está como presente en la representación de la imagen. Sólo
en virtud de esta presencia del espíritu de Dios es propia de las imágenes también la
gracia y la energía.
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