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DOCENTE: ESTUDIANTES:
TRINIDAD RAMÌREZ ELIOMAR ACUÑA 29801059
ANTHONY ACUÑA 21407155
GERMANIA ACUÑA 19959154
CRISTHIAN PEÑA 24226669 (N/T)
Son tantas las preguntas y pocas las respuestas, pero no hay historia más
hermosa que la de Simón Bolívar, libertador de naciones, héroe de la patria y
luchador incansable de las causas justas.
RELACIONES CON LA SOCIEDAD MADRILEÑA
Sus estudios
El joven Simón siendo confiado a Rodríguez quien dirigía en esa época una
escuela de primeras letras en Caracas. Pedagogo liberal y excéntrico, de vasto
pensamiento universal, supo sembrar en el alma de su alumno el germen de las
ideas nuevas.
Bolívar escribe su primera carta a su tío Pedro Palacios, cual poseía grandes
cantidades de errores ortográficos, aunque para la época no era de gran
importancia la ortografía ya que no existían normas, sin embargo “Moral y luces
son nuestras primeras necesidades”, estas fueron palabras del libertador en el
discurso pronunciado en la instalación del Congreso de Angostura, el 15 de
febrero de 1819. Estudiar vale la pena es la única manera de saber de dónde
provienen las cosas.
Bolívar en Madrid
En esos días, conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, una
joven española de quien se enamoró. Pensó inmediatamente en fundar una
familia, tener descendencia y regresar a Venezuela para disfrutar de sus bienes.
Pero su tío pensó que era un poco precipitado y le aconsejó viajar algún tiempo.
Sería tiempo de pensar en el matrimonio un poco más tarde. En la primavera de
1801, viajó a Bilbao donde permaneció el resto del año. Después fue a Francia, a
París y Amiens. El país, su cultura, las gentes lo encantaron. En el mes de mayo
de 1802, estaba de nuevo en Madrid donde se casó, el 26, con María Teresa. Los
dos jóvenes esposos viajaron a Venezuela, pasando momentos felices hasta
enero de 1803.
REGRESO A VENEZUELA
Evidentemente, esta circunstancia no nace en Bolívar ni se produce de
forma repentina. El fervor del momento y sus conversaciones con importantes
intelectuales de la talla, precisamente, de su maestro, le hacen comprender la
situación de América respecto a España. Bolívar se entera de las fallidas
expediciones libertadoras de Francisco de Miranda en Ocumare y la Vela de Coro,
y decide emprender viaje de regreso.
María Teresa fue sin duda, delicada, pálida y bella, con la represión de esas
almas precoces cuya mirada melancólica parece presagiar el breve tiempo que
han de vivir. Pocas veces la historia presenta en sus héroes sucesos tan
fantásticos, de tan fabulosas realizaciones, como los de Bolívar, un alma en que
se sigan tan de continuo la felicidad y la depresión, un alma tan escéptica entre
todas las conquistas, con tantas dudas respecto a sus propias inclinaciones y sin
embargo, tan temeraria siempre en un incesante designio de vencer al destino.
Cuando hubo vuelto de su estadía en París, pide como oficial del Rey permiso
para casarse. Durante algunos meses vivió los etéreos sentimientos, el amor
juvenil que se basta a sí mismo. En los valles de Aragua, en la residencia
campestre de sus padres, dejaron correr los días.
Bolívar vio hundirse el cielo y parece que en el paroxismo del dolor sólo su
hermano pudo rescatarlo, fue entonces cuando Bolívar a los 20 años confió a su
hermano la administración de sus bienes y se embarcó de nuevo hacía el viejo
continente, esta vez sin compañía; lo agitaban los sentimientos de desilusión y
esperanza. En Europa asistió a la coronación de Napoleón, observó el
debilitamiento de España a raíz de la invasión francesa y juró en el Monte Sacro
en Roma (1805) que iba a dedicar el resto de su vida a liberar su país del yugo
español.
En una carta dirigida a un amigo que vivía en Francia, Bolívar expresó sus
sentimientos después de la muerte de su esposa: "La he perdido; y con ella la vida
de dulzura que alegraba mi tierno pecho... El dolor no me deja un solo instante de
sosiego". Era una emoción profunda y sincera, expresada con mucho
romanticismo. El joven viudo regresó a Europa a fin de ese mismo año, pasando
por Cádiz y Madrid, y se instaló en París en la primavera de 1804.
CONCLUSIÒN
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