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Sobre el fascismo*

Entrevista con Norberto Bobbio

Turín. Giorgio Pisano se cruzó alguna vez con Vittorio Foa y le dijo: "Combatimos en
frentes opuestos, cada quien con honor, ahora podemos darnos la mano". Foa le
contestó: ‘Es cierto, nosotros ganamos y tú te convertiste en senador; si hubieras ganado
tú, yo aún estaría en la cárcel [Giorgio Pisano fue un militante fascista; Vittorio Foa
pasó ocho años en las cárceles de Mussolini. N. de laR.]. Piense en ello. Reflexione por
un momento."

Reflexionemos. Norberto Bobbio escruta un instante más al interlocutor y luego se deja


envolver por la penumbra que empieza a velar su estudio. Se aleja dejando deslizar a sus
espaldas la estela de su gravosa autoridad. Cuando la tarde apenas comenzaba su
descenso en la noche turinesa, un fantasma que hacía de maestro de ceremonias atendía
la conversación, un convidado que pronto se evaneció: Ernst Jünger, el ultracentenario
que vio dos veces al cometa. "Un gran hombre, una personalidad extraordinaria."

Bobbio sonríe pensando en sus noventa años. Es la edad de la distancia. Tenía trece
cuando Benito Mussolini llegó a Roma para entregar a Vittorio Emanuele la Italia de
Vittorio Veneto. "Él tenía treinta y nueve años. Sabemos todo del antifascismo de
nuestros padres, pero no sabemos nada del fascismo que precedió a su antifascismo."

"Le diré algo que tal vez pueda parecer demasiado fuerte." Hace una pausa. "¿Me
pregunta por qué hasta hoy no hemos hablado de nuestro fascismo? Pues porque nos a-
ver-gon-zá-ba-mos." Otra pausa y luego vuelve a silabear. "Nos a-ver-gon-zá-ba-mos
porque era cómodo actuar así. Pasar como fascista entre los fascistas y como antifascista
entre los antifascistas. O bien, y lo digo para suponer una interpretación más benévola,
era un desdoblamiento apenas consciente entre el mundo cotidiano de mi familia
fascista y el mundo cultural antifascista. Un desdoblamiento entre mi ser político y mi
ser cultural. Vivía mi pasión por la filosofía del derecho, seguía a mi maestro Gioele
Solari, intachable antifascista. Me reunía con Piero Martinetti cuando ocupaba el puesto
de secretario de redacción en la Revista de Filosofía. Frecuentaba las tertulias
antifascistas y participaba en la Fundación Einaudi en 1933. En fin, no hacía caso de
aquel fascismo progresivo que satisfacía las ambiciones de orden reclamadas por la
vieja derecha liberal."

"La pregunta que usted me hace, ‘¿qué fue entonces el fascismo?’, ¿fue fascismo el de
muchos intelectuales y políticos que después se hicieron antifascistas?, sólo tiene una
respuesta: sí y no. Sí y no porque la República fue fundada por personajes ajenos al
fascismo, como por ejemplo Leo Valiani. La pregunta puede hacernos pensar que el
pasaje por el fascismo fue un pasaje obligado. Yo también me lo pregunté. Diría que no.
Finalmente hubo un fascismo previo y un fascismo posterior, digo un lugar común, lo sé
muy bien. Leí recientemente un artículo de Indro Montanelli en el que explica
perfectamente cómo en realidad el fascismo se volvió otra cosa sobre la marcha. Hubo
dos fascismos, uno de derecha y uno de izquierda. El de los liberales y el de los
aventureros. En mi opinión, la diferencia entre el fascismo de los jóvenes y el fascismo
de los viejos se reduce a lo siguiente: el de los primeros (si podemos usar esta palabra)
fue revolucionario; el de los padres, en cambio, instrumental. Estos últimos sólo querían
el orden, los otros un orden nuevo. Hay que remontarse a 1932, el punto culminante de
ese fascismo primitivo, el fin del decenio que festeja la primacía de Italia en la travesía
oceánica. El destino quiso que el año siguiente llegara a la escena Adolf Hitler, ante el
cual Mussolini, que era visto como un maestro, se volverá un sometido."

La historia que sigue es la caída en la tragedia. "Siempre juzgué el fascismo desde el


punto de vista del antifascismo, pero si se leen mis estudios sobre el fascismo se puede
notar su objetividad histórica. Dije: con Hitler en el poder la guerra deja de ser un mito
apasionante y se transforma en un programa político preciso. También el fascismo tuvo
que actualizarse. Legisladores y filósofos fueron despedidos, tomaron la delantera las
nuevas generaciones aturdidas por la retórica."

La tragedia se tornará en el horror: "Los judíos, que se habían asimilado ampliamente en


Italia algunos participaban incluso en las estructuras del partido fascista, conocieron la
persecución; usted sabe bien cómo terminó esta historia, no tiene caso repetirla. Todo
esto explica por qué tantas personas que habían sido sinceramente fascistas o
simpatizantes, en un momento dado lo empezaron a odiar. El fin del fascismo fue una
catástrofe de tal dimensión que finalmente lo olvidamos; o más bien, lo relegamos de
nuestra memoria. Lo relegamos porque nos a-ver-gon-zá-ba-mos. Nos a-ver-gon-zá-ba-
mos. Yo, que viví ‘la juventud fascista’ entre los antifascistas, me avergonzaba en
primer lugar ante mí mismo, y luego ante los que pasaban ocho años en la cárcel; me
avergonzaba ante los que, contrariamente a mí, no pudieron arreglársela."

La edad de la distancia consiente al profesor y le permite hablar sobre el tema


serenamente. Otros protagonistas, en cambio, prefieren atrincherarse en la complicidad
del silencio: "No, no es así. Por ejemplo, Giorgio Bocca habla tranquilamente de su
pasado fascista."

La tarde se consume con el primer microcasete de la grabadora y en los ojos del


profesor avanzan otros recuerdos que se revelan como un cuento que huye de las
pupilas. Un fantasma irrumpe: Benito Mussolini. "Ahora es fácil hacer la caricatura de
Mussolini, pero no hay que olvidar que tenía todos los rasgos de lo que Max Weber
habría llamado un jefe carismático. Era el hombre que, a pesar de los avatares de la
vida, pobre como era, había logrado saltar rápidamente todas las etapas. El presidente
del Consejo más joven que había existido; sus discursos eran secos, rapidísimos,
contundentes. Era agresivo y cautivaba las masas. No hay nada que agregar. Fue tan
carismático como para seguir hasta el fin el destino de los jefes carismáticos: siempre
con la razón de su lado hasta el día en que, al equivocarse, caen. Cuando declaró la
guerra no se dio cuenta de que ya todo había terminado. Vimos al Mussolini de los
últimos años, al Mussolini con sombrero y abrigo en Campo Imperatore. Tenía el rostro
afilado, demacrado, pálido… Y luego terminar así, sin lograr entender lo que pasaba a
su alrededor en aquella noche del 25 de julio, y menos prever el horrendo fin de Plaza
Loreto. Es una confirmación, una de las pocas pruebas fehacientes de que la guerra
partisana fue una guerra civil. Sólo una guerra civil puede acabar con el jefe colgado de
los pies; una guerra entre Estados no acaba así. Fue una guerra entre italianos."

Bobbio asume el peso de una responsabilidad, la de la autoridad moral. Cada palabra


suya, ahora, se ajusta a la decisión de cerrar la eterna posguerra italiana.

Giovanni Gentile: "Mi tesis de licenciatura fue la tesis de un gentiliano. Respecto a la


lápida, no estoy de acuerdo en lo absoluto con la decisión del Senado Académico de
Pisa. Gentile no merece la acusación de racismo. En el peor momento ayudó a muchos
estudiosos judíos." Cualquier otro hecho, el insensato exilio de los Saboya, por ejemplo,
encuentra la desaprobación de este turinés. Nunca es demasiado tarde para apagar los
últimos fuegos de la posguerra.

Como si el fascista entre los fascistas, Primo Arcovazzi, el trastornado soldado de


Luciano Salce interpretado por Ugo Tognazzi en la película El federal, pudiese
acompañar otra vez en su sidecar al Profesor antifascista; y no para llevarlo al exilio a
Ventotene, sino para ir a aquel exilio ideal que marca la distancia donde nadie corre el
riesgo de quedarse en la cárcel o volverse senador, y donde los generosos desquicios del
uno nutren las sólidas convicciones del otro. Es la humanidad del dolor; aquella historia
donde "después uno ya no es lo que fue antes". Hay una escena sublime en aquella
película, cuando en la desesperación del fin, muriéndose de ganas de fumar, los dos
cruzan una calle donde zumban los jeeps norteamericanos. A lo largo de la película, el
Profesor había tenido que salvar sus libros de las manos de Arcovazzi, quien quería
arrancarles las hojas para hacerse cigarrillos. Extenuados, no se dignan en dirigir ni una
mirada a las cajetillas de Pall Mall que arrojan los soldados de Estados Unidos. El
Profesor, al contrario, hasta pisotea una, toma su libro de Leopardi, arranca la página del
"Infinito" y se prepara un cigarrillo: "Al fin que lo conozco de memoria."

Ahora que la tarde ya acabó, Norberto Bobbio pregunta a su interlocutor: "Yo también
quisiera hacer una pregunta. Cuando dije que usted vendría, mis amigos, mis amigos de
mi círculo me advirtieron, ‘ése es un fascista’. ¿Me explica usted por qué es fascista?"
Profesor, confesión por confesión, yo no soy fascista. Soy otra cosa. He amado el
escándalo de quien juega como fascista en esta posguerra, porque ha sido la perspectiva
más inédita desde la cual pude hacer otra cosa, volverme otra persona, para leer y
estudiar en horizontes inaccesibles a otros. Lo confieso así, al gran estudioso, no a su
círculo.

Traducción del italiano de Clara Ferri

*Entrevista de Norberto Bobbio con Pietrangelo Buttafuoco aparecida en Il foglio, el 12


de noviembre, 1999.

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