Está en la página 1de 31

La NUBE

relatos reunidos de
Pedro Lemebel

Letras Mostras ediciones


Córdoba – Argentina

Edición digital sin fines de lucro.

Producción: Nube Diversa

Recopilación de la sección La yerba de los caminos,


revista Soft Secrets años 2012-2013-2014.

Se terminó de editar en septiembre del 2020.


Pedro Lemebel LA NUBE

Indice

La Nube 7

Marihuana sin ley 10

Tarde verde, pelo verde 13

Una matita llamada Susi Kiu 15

La pasta base se llevó al Yoni 18

Irse en la volada 21

Hemanita Maconia 24

Bailando con la pálida 27

5
Pedro Lemebel LA NUBE

Pedro, la Petra, la comunista, la Nube, mari-


quita, colita, la yegua del apocalipsis, la Lamebien... como te
decían.
Tu pluma trola empuñaste para la libertad de muches: tantas
“alitas rotas” reparaste y repararás. Mariquita Linda, con tus
faldas y tacos de combate contra la injusticia, la homofobia,
el racismo, la serofobia.
Además de uno de los escritores cuir más re-
conocidos de Latinoamérica, Pedro Lemebel fué revolucio-
nario y multifacético; artista visual, performer, activista por
los derechos LGBTIQ y de las personas VIH+.
Su escritura grita y reclama por los derechos de les “nadies”,
les “expulsades”, les “apartades”, les “rares”, les “inadap-
tades” al sistema.
Esta edición que reúne 8 relatos canábicos, es
un homenaje a sus letras e intenta que siga resonando su voz
de lucha.

Letras Mostras ediciones

6
Pedro Lemebel LA NUBE

La Nube

Por entonces, en el Chile de los setenta, a los homo-


sexuales no les gustaba la marihuana, la encontraban hedionda, de-
cían que eran vicios de hippie. Andar fumado era andar evadido,
como imbécil, atontado por la planta. Ellos preferían el alcohol,
tomaban pisco, y cuando yo sacaba un fumo, se largaban a reír, se
tapaban las narices, me encontraban roteca, volada, por eso me pu-
sieron La Nube: porque según ellos yo siempre andaba en el aire.

Así era aquel ayer, cuando me juntaba con un grupo


de locas quinceañeras a bacilar adolescencias, a deshilar babas ino-
centes en los testimonios sexuales de cada una, contando primeros
trotes a la caza de algún coito maripozón. Cada cual exponía su mejor
pose narrando aquella primera vez, aquel primer sobajeo, aquel es-
truje con el primo del sur que tuvo que dormir conmigo en la casa
de la playa, se acordaba la Felipa, invitándonos a todas para aquel
fin de semana a su casa de Horcón, la leyenda del amor libre y las
drogas psicodélicas, el balneario de moda donde los hippies nudistas
exhibían sus pudores velludos.

Y allá íbamos las locas en el pulman bus rumbo al


mar, riendo, cantando, jodiendo... y cuando llegamos, la Felipa
nos hizo trepar un cerro hasta la cumbre donde se encontraba la

7
Pedro Lemebel LA NUBE

mediagua, la choza sin baño ni agua potable. Es decir, una pocilga,


dijo la María Misterio arriscando la nariz. Pero qué le vamos a hacer,
ya estamos aquí. Sácate uno de esos cigarros tuyos, Nube, me dijo.
Y sin pensarlo, prendimos cuatro fumos para todas y luego cuatro
más... y cuando nos vinimos a dar cuenta estábamos en la playa ba-
ñándonos desnuditas como dios nos echó al mundo. Como las locas
nunca habían fumado, se pusieron escandalosas, gritando y saltando
cuando venían las olas. Ya poh, Nube, sácate otro, me gritaban. Pero
ya no había más. Por eso nos acercamos a unos pescadores con cara
de fumones y les preguntamos donde conseguir marihuana. Ellos,
al vernos tan niñitas, nos ofrecieron de todo a cambio de visitarnos
en la noche. Y claro que yes, dijo la María Misterio, y hacemos una
fiesta y elegimos a la reina de Horcón y entre ustedes al rey Jurel por
el tamaño del pedazo.

Todas quedamos encandiladas con el panorama de


la noche, hablando y bromeando mientras subíamos la cuesta ha-
ciendo colecta para comprar las botellas de pisco y esperar a los
hombres que nos traerían la marihuana.

Y esa noche, todas nos engalanamos e improvisamos


dos coronas con papeles dorados de cigarrillo. Para el rey y la reina,
decía la María Misterio, enroscando el papel metálico en las tiras de
alambre. Pero los hombres no llegaban, y nosotras fumar y fumar,
y no llegaban... hasta que de pronto, unos pasos, unos ruidos, y
golpean, la puerta…y eran ellos. Entraron disculpándose por la de-
mora, que chiquillos perdonen pero tuvimos que ir a Valparaíso a
conseguir la yerba. ¿Y encontraron?, grito la María Misterio, pren-
diendo unas velas para iluminar la miseria de la casa de tablas.

8
Pedro Lemebel LA NUBE

Claro, mi reina, y de la mejor, mira huele. Estamos dados, suspiró


la María Misterio sirviendo pisco para emborrachar a los hombres,
pero ellos eran hombres de mar, duros de embriagar. Y como tontas,
nos emborrachamos nosotras primero. Y entre brindis y brindis ellos
eligieron a la María Misterio de reina porque era la más simpática. Y
después pusieron sus trofeos sexuales a la luz de las velas para que
los midiéramos y elegimos al rey Jurel. Bueno es hora que mamá y
papá Jurel se vayan a dormir y ustedes también niñitas, elijan novio,
nos dijo la María Misterio acomodándose con Mister Jurel en un
colchón.

Y cada pareja se acomodó en el suelo y empezó el en-


sarte jugoso. El déle que déle, el déle que suene. Sácate uno poh,
Nube, me gritaba la María Misterio riéndose de placer.


Todas estábamos. tan voladas, boqueando, asesando
con los pescadores, que no falto la que hizo una acrobacia para lu-
cirse, estiró un pie y boto la vela sobre la ropa, se quebró la botella
de pisco y estalló mierda el incendio. Todo se inflamó de improviso.
Fuego! Fuego! gritaban las locas arrancando a culo pelado, trope-
zando, cayéndose, tratando de salvar al menos la ropa para vestirse;
tan borrachas que no atinaban a encontrar agua para apagar las
llamas. También los pescadores arrancaron a perderse. Y solo la Fe-
lipa corrió cerro abajo en busca de un bidón con agua. Pero cuando
llegó se había quemado media casa. Ahí nos amanecimos esperando
el día para regresar a Santiago. Sácate uno de los tuyos, poh Nube,
para pasar el mal rato, escuche que me decía la María Misterio, res-
catando la corona medio chamuscada entre los escombros.

9
Pedro Lemebel LA NUBE

Marihuana sin ley

De pendex, la mari tenía ese cartel de diabólica, de


droga que te volvía loca o loco y podías quedar así el resto de la
vida. Te metían miedo, te decían que los mariguaneros eran unos
zombis que andaban en las noches de luna carroñando cementerios.
Además, se creía que fumar yerba era el ingreso a un submundo
donde todo estaba permitido, un universo donde el sexo era libre con
quién quisieras. Es decir un paraíso, pensé, escuchando que era un
espacio de vida donde no había que trabajar ni estudiar ni ocuparse
de nada, solo quedarse mirando pasar las nubes en los arcoiris de
la era de acuario. Y algo de eso era verdad, porque era la droga anti
stress, anti productiva, anti mercado, por eso los jóvenes amaban
su liberación de quehaceres y obligaciones burguesas, domésticas,
estudiantiles, sindicales y laborales.

Creo que por eso amé la mari cuando la probé, porque


yo nunca tuve “vocación de servicio” como dicen los políticos ahora
haciéndose los curas franciscanos. Aunque muchos amigos la usan
para trabajar, y se fuman en la mañana su pito laboral, yo sigo cre-
yendo que amé la mari porque era la flojera entretenida, la flojera
delirante, la flojera creativa, la flojera ritual. Y la recuerdo como la
amiga de esos largos veranos ociosos cuando “el sol brillaba sin pre-
guntar”. La mari era la mano amiga, que de una aspirada te sacaba
de este mundo hipócrita y lleno de restricciones. La mari era el des-

10
Pedro Lemebel LA NUBE

canso azul en un campo de estrellas por siempre. Como no amar esa


tierna contusión a tu alma de diamante. Como no amar ese emanci-
pado viento de fuga que sentimos la primera vez, cuando una boca
extraña te besó con ese ácido dulzor cannábico. Y nos largamos por
el camino de ladrillo amarillo diciéndole adiós a las clases, a los estu-
dios, a esta crónica, a todo lo que oliera a responsabilidad.

No me convence el asunto de la legalidad, no me


gusta el placer con reloj, la felicidad a crédito, la sexualidad con ben-
dición. La mari etiquetada, la mari timbrada, la mari con sello oficial.
Todo se pudre cuando cae en manos de la ley y te dan la bendición
papal para volarte en cruz por el cielo de los elegidos. Algo se pierde
en ese permiso gubernamental. Algo se rompe de aquel misterio
compartido, de aquel secreto cómplice con la amiga adolescente con
quien se fumó la primera vez y el cielo era más que azul esas tardes
de nirvana vegetal, escondidos en los parques aspirando ese naca-
rado verdor.

Pecar de inadaptado o de inocentón, puede pensarse


por creer que la yerba siempre tuvo que ser clandestina como aquel
amor de adolescente que te besaba en la boca y te metía el humo en
tus pulmoncitos vírgenes, cachorrito de mi amor. Cuando apenas
cumplía los trece años, aquel hippón del parque me ofreció un sueño
tirándome el olor a la cara, y arrastrándome a un arrabal en sombras
me tomó la barbilla (entonces lampiña), se pegó una profunda aspi-
rada, y sin soltarme la cara me hundió su lengua de humo en mi bo-
quita de turrón. Entonces fueron dos pecados juntos, el primer beso
y la primera fumada. Aún tengo en mi paladar aquel arpón mojado
de su lengua caníbal. En algún lugar sonaba música, siempre suena

11
Pedro Lemebel LA NUBE

alguna música cuando voy flotando en el cielo prófugo de la yerba.


En ese espacio tan privado y compartido con el enamoramiento del
tiempo sin edad, ni relojes, ni clases, ni obligaciones. La yerba es anti
obligaciones, anti mandatos, anti leyes que te planifiquen el dulce
estado de ser humo libre en el cielo mariguano. La mari te hace creer
que el tiempo es tuyo, que las horas se desgranan al ritmo cardíaco,
lentas, lentas en el rodar del sol tras la bruma dorada de los árboles.

12
Pedro Lemebel LA NUBE

Tarde verde, pelo verde

Sin saber que al doblar la calle me iba a encontrar


con la mayor manifestación pro canabis que había visto en Santiago.
De lejos me llegaba el retumbar de los tambores y los gritos amor-
tiguados por un zumbido de consumo náutico de verde mota, de
tarde verde y pelo verde. Todo giraba en rededor de la colorida mul-
titud que se tomó la calle con sus pancartas pidiendo legalización
de una vez por todas. Ocurrió este domingo de invierno, en esta
tarde gris, con la autorización de la policía que miraba despectiva
y curiosa el libre fumar de algunos marchantes. Era extraño ver a la
policía de espectadora, pero no era tanto el humo ácido que embria-
gaba la caminata, porque en esta fecha es tiempo de cosecha natural.
Aunque tampoco es tanta la gente que tiene cultivos indoor, por eso
solamente algunos humitos privados corrían de mano en mano, de
boca a boca. Porque eran escasos los manifestantes de esta costosa
y maravillosa forma de cultivo. Ojala fuera para todos, ojala todos
los jóvenes yerberos, los hippines maricucos, los rastas pelo verde,
las locas del cuerno, las abuelitas cogollos, los gays canabicolas, las
lesbianas adictosas, tuviéramos la posibilidad de hacer un indoor a
todo lujo con nuestras economías de fumones pobretes.

En cambio, a falta de canabis las chelas y cajas de vino


barato regaban la gran marcha de la consigna vegetal. Igual la cosa
se veía bonita, iracunda y frenética a ratos, ya que no tenemos cos-

13
Pedro Lemebel LA NUBE

tumbre de consumir al aire libre el cáñamo mágico. Después, al rato,


ya en el Parque Forestal, un híppin con una mochila me extendió
en su mano generosa un trozo de queque de yerba. Para usted her-
manito, me dijo, y me lo comí entero (el queque). Y al rato, más bien
al ratito, ya estaba viendo en tecnicolor el zafarrancho popular de la
tarde macoña. Algunas nenas danzaban una música que solo ellas
escuchaban en el oleaje tumultuoso de la muchedumbre juvenil que
pedía a gritos derechos, para fumar o comer o consumir como fuera
la dulce melancolía de la planta ritual. A ratos, el Parque Forestal
lo poblaba la masa pujante de pueblo urgido por un humito de feli-
cidad, madrecita patria, yerbita patria.

Nada más que eso pedimos, decia un cartelito que


portaba un niño con sus padres hippines con los ojos de mirada lán-
guida. Pero no todo era así, parece que la paz y el amor eran con-
signas de otro tiempo, porque ahora con el alcohol mezclado con
alguna fumada, explotaba cierta violencia festiva. Cierto desenfado
de un jovenzuelo de pelo largo y rizado para quitarse la camisa al
estilo Woostock, y luego ponerse a bailar moviendo la pelvis velluda
al ritmo del Sacrificio Soul. De caminar y caminar entre la gente, mi-
rando la venta de la feria de mil cosas referidas al consumo, desde
la chapita con la hoja a un dólar, pasando por la polera y el pañuelo,
hasta el super foco para iluminar el cultivo a cien dólares. A lo lejos
flameaba una bandera chilena con la estrella reemplazada por una
hoja verde…

Además eran miles de puestos de comida. uno an-


daba a patadas con las hamburguesas de soya, de lenteja, de cuanto
régimen vegano vegetariano regaba el pasto. También, estaban los

14
Pedro Lemebel LA NUBE

chicos y chicas con sus cajitas de brownies y galletones mágicos que


la verdad verdad... poco pegaban, poco efecto hacían… al comerse
tres ya uno quedaba casi volado, más bien embotado, a punto de
agarrar algún vuelo pero con zapatos de plomo. Así viví la concen-
tración mariguanosa este día de domingo verde. de tarde verde...
iluminada por un tímido sol invernal.

15
Pedro Lemebel LA NUBE

Una matita llamada Susi Kiu

Una amiga me regaló la canabis de un metro de alto


para mi cumpleaños, y se vino en taxi con el macetero todo camu-
flado, todo envuelto en cintas y papeles de colores, diciéndole al
chofer que era una palmera enana de regalo para un africano que
extrañaba su tierra. Justo cuando el taxi pasa con luz roja y lo detiene
la policía, y mientras los pacos revisaban el auto, mi amiga les vendía
sonrisas rociando perfume para que no sintieran el olor. Y por suerte
la dejaron pasar y la mata llegó a mis manos, quiero decir a mi casa
justo al comenzar el otoño.

Entonces, después de que todas las locas mimaron y


regalonearon a la plantita, alguien me preguntó qué nombre le pon-
dría. Y en ese momento estaba sonando el tema Susy Kiu de Cree-
dence. Y así le pusimos, pensando que era hembra y cuando diera
cogollos nos volaríamos como satélites. Haríamos torta de mari-
guana, pesto de mariguana, cebiche de mariguana, empanadas de
mariguana, kuchen de mariguana, leche con mariguana, chicha de
mariguana, hasta quedar turnias de locas.

Todas acariciando a la Susy Kiu, con algo de ansioso cariño.


¿Y por qué no le cortamos una puntita para probarla?, se atrevió a
sugerir una marica antropófaga. ¡Nooooooooooo!, di el grito, y le

16
Pedro Lemebel LA NUBE

arrebaté el macetero salvando a la niña. Porque no permitiría que


las locas ebrias le podaran su penacho de púber a mi linda Susy. Mi
graciosa Susy Kiu, que parecía un árbol de pascua con sus hojitas
de estrella esmeralda. Se veía altiva con sus brotes olorosos. Estaba
muy bien cuidada, bien crecida, de exportación. Su árbol genealó-
gico venía escrito en la tarjeta del cumpleaños, era postmoderna y
mestizada: sexta generación Anubis III, mezcla de Miss Katmandú
y primera medalla de cosecha Rapanui, sol de los mares del sur.
El viento de la isla había mecido el tallo frágil de sus abuelas pas-
cuenses. Como si fuera ninfa nativa de embeleso canabis, imaginé
todos los vuelos de su cosecha en abril.

Subamos el macetero al techo para que tenga mucho


sol, y que también tenga baños de luna. Y con esa luz azul, no te digo
cómo salen los porros, mágicos, irreales, me dijo una loca esotérica
relamiéndose el bigote en espera de la maduración de Susy Kiu. Así,
entre todas subimos el macetero al techo y seguimos brindando esa
noche hasta el amanecer, la fiesta duro varios días. Y como a la se-
mana, me acuerdo… Mierda, la planta. Y dando un salto me trepo al
techo como gata. Y ahí estaba mi Susy Kiu, lacia como un sauce. Pero
solo simulaba la agonía para engañar a los insectos que se acercaban
atraídos por su verde desvanecimiento. Y cuando los tenía al alcance
de la mano… a los mosquitos, abejas, mariposillas, zancudos y salta-
montes que se posaban en sus ramas decaídas, revivía de golpe y los
agarraba con sus hojas carnívoras estrujándolos hasta la última gota,
sedienta de cualquier líquido. Bueno, dije, cada uno se salva como
puede. Y le tomé más cariño a mi Susy Kiu, drácula y sobreviviente.

Después la bajé al primer piso donde tenía más calor

17
Pedro Lemebel LA NUBE

de hogar y podía brindarle cuidados, pero la linda comenzó a de-


primirse y se puso amarilla. Entonces me dijeron que le colocara
luces y la llené de guirnaldas navideñas. También me aconsejaron
que le pusiera música, que le cantara, que le leyera poesía. Y así lo
hice, hasta las noticias escuchábamos juntas, pero igual comenzó a
decaer, seguía deprimida, amanecía triste, sus bracitos vegetales co-
menzaron a flaquear, estaba pálida y cerosa. Era como si no tuviera
ánimos para vivir. Le puse todo tipo de abonos y hormonas y recetas
de fertilidad que me dieron los amigos granjeros de indoor. Removí
la tierra, le puse oxígeno como una Dama de Las Camelias tubercu-
losa. Y un día como que quiso tirar para arriba, como que parecía que
iba a levantar…

Pero nada, no había forma de alegrarla. Hasta yo co-


mencé a ponerme tristona y amarilla. Y hasta ahí no mas llegó mi
paciencia jardinera. Esta planta de mierda quiere que le contrate un
siquiatra, un terapeuta, un masajista, un maestro de Reiki. Y sin pen-
sarlo dos veces, sin una gota de sentimiento, miré hacia otro lado y
le corté el pescuezo a Susy Kiu. Algún transparente alarido verde
crujió en mi pecho. Y después, cobardemente criminal, puse a secar
su cadáver en la ampolleta, y me hice un gran pito que me lo fumé
con desesperación. Pero no pasaba nada de nada, porque Susy Kiu
era macho y no volaba ni webas, quedé más lúcida y chata que una
lenteja. Me engañó Susy Kiu, nunca fue mujer. Y pensé… en todo el
tiempo que estuve encariñado con la planta travesti. Recordé nues-
tras tardes de verano escuchando música… ahora extraño su pre-
sencia de Venus nativa. Y pienso que no me quedó ni una foto de
Susy Kiu, solamente el nombre y el aroma a albahaca de su farsante
coquetería tropical.

18
Pedro Lemebel LA NUBE

La pasta base se llevó al Yoni

Era lindo con sus ojitos que nunca envejecieron, as-


pirando el fumo del embriague veraniego, cuando sonaba Led Ze-
ppelin, y me decía “ármate otro zepelín con dos paper, loco. Uno
grande y largo como este que tengo aquí. Mira tócalo, es tuyo”. Era
lindo el Yoni, enamorado del vicio marihuano que lo ponía tan re
feliz esas mañanas de vidrio, cuando me silbaba por la ventana espe-
rándome con un verdecito recién armado para compartirlo conmigo
después del desayuno. No hay que fumar solo, me decía, la yerba es
solidaria, hermanito. Hay que compartirla con la gente buena onda.
Y así le dábamos a la fumata mientras la mañana anaranjaba de sol
los cabellos crespos del Yoni, sus rulos desordenados, donde se enre-
daban ramitas de la planta amiga. Era lindo el Yoni con su alto porte
y sus piernas largas enfundadas en los jeans dibujados con lápiz
pasta, grafiteados con hojitas de estrellas y signos de la paz. Amaba
la mari como amaba estar vivo y ser tan joven, tan tierno, como para
tirar el tiempo por el tobogán del humo azul que nos unía en esas
voladas pendejas.

Pero el tiempo pasó desfigurando el ocio del barrio en


dictadura, pasaron los años fugaces, crujieron de calor los veranos
cesantes. Y el Yoni, que nunca estudió nada, sobrevivió haciendo
trabajos temporales. No pudo seguir estudiando, y de un día a otro
creció bruscamente, se hizo tan adulto que la mari le quedo chica.

19
Pedro Lemebel LA NUBE

Porque el mundo cambió, loco, me decía muy serio, ahora la volada


es más crazy. Ahora es la pastita, el crack que te deja eléctrico, pati-
perro loco, caminando toda la noche, con ganas de vivirte la vida de
un porrazo, así de crash, así de zoom. La mari pasó de moda, es cosa
de hippies y de voladas pacíficas, acelérate loco.

Era lindo el Yoni hasta antes de entrar en ese túnel


atrofiado de los motes, y de los narcos, y del alcohol pesado que to-
maba y seguía tomando mientras se esnifaba la nariz con ese humo
de muerte. Ya no era el verde Yoni de las mañanas con luna. Se
transformó en un hombre ansioso de apresurado mirar. Hasta po-
dría matar por un crack me decía, hasta podría apretarte el cuello,
en volá. Y yo le agarré miedo, me empecé a correr de su compañía,
empecé a huir de su mirada metálica, que ya no me veía, que solo
buscaba la plata para comprarse el vicio pastero. Ni siquiera el sexo
era un placer, casi ni acababa y me arrebataba el billete, subiéndose
los pantalones en el eriazo lúgubre donde encatrábamos la noche.

Lo encontraron colgado del parrón de su casa, frente


al mismo edificio en ruinas del supermercado donde antes me hacía
la cochinada del sexo marihuano. Me contaron que había andado
varios días pidiendo plata, suplicando por una pastilla para dormir,
para descansar, para cerrar sus ojitos alterados por el nervio pastero.
Quería dormir, solo dormir, después de tanto insomnio. Estaba pe-
gado en el sol amargo de esa mierda que se la consumía de golpe. Y
después la rápida subida, el goce de segundos, la alegría borbotona
de su boca desencajada, las palabras chorreantes en sus labios ba-
bosos, su mirada sin luz, sus ojos sin ventanas, la desesperación, el
crimen de estar vivo, así en esas condiciones. Sin poder pegar los

20
Pedro Lemebel LA NUBE

ojos, virgencita. Por favor, un diazepan señora María, una pastilla


para dormir, Don Carlitos, de esas que le dan a usted en el consul-
torio. Déme una por favor, le rogaba a sus vecinos. Y nadie lo tomó
en cuenta, nadie lo escuchó ese día terrible. Porque nadie escucha a
los suicidas. Tal vez por eso, nadie lo tomó en serio cuando se puso a
buscar en la caja de herramientas la soga plástica que después amarró
en el parrón donde mismo se había suicidado su padre, veinte años
atrás. Y él, siendo niño, lo vio colgado, balanceado por el vaivén de
su última pena. Lo vio, cuando se iba al colegio, y pensó que su viejo
estaba jugando a hacerse el muerto. Lo vio columpiado lentamente
por algún postrero estertor. Lo vio encarrujado, algo tieso, pero dur-
miendo, definitivamente dormido, con la lengua asomándose en sus
labios morados, pero al fin descansando… y casi feliz.

21
Pedro Lemebel LA NUBE

Irse en la volada

Se decía así, se graficaba así, el estado de placer or-


giástico en que la sagrada planta te sacaba de ti hacia el abismo in-
sondable del éxtasis cannábico. Irse en la volada, era entonces dejarse
flotar en el vacilón yerbero hasta el fin de la aspirada, hasta quedar
con los ojos rojos como conejos, y el corazón levemente agitado la-
tiendo el tum tum de una intensa calma feliz.
Entonces se decía: Está buena la yerba, y se respiraba profundo y nos
dejábamos llevar por los fulgores dorados de ese sol veraniego, pro-
bando la cosecha estival donde brotaban las plantas con sus cogollos
verdoso morado, verdusco bronce, con un olor ácido sexual que te
recorría la columna vertebral de la nuca a la cola.

Pero también, irse en la volada hacía alusión al éxtasis


de la cópula. Irse en la volada, era el máximo placer orgásmico y eya-
culativo con la pareja fumona. Aunque se decía que el sexo y la yerba
no eran muy compatibles.
Quizás, porque si estaba muy buena la mano, era demasiado el
volón, y te olvidabas para que te sacaste la ropa. Si la yerba estaba
muy potente, te anestesiaba la libido y te quedabas mirando el cielo
ancho y sublime, te ponías esotérico, te bajaba el vuelo místico y se te
evaporaba la lujuria, hermanito.

22
Pedro Lemebel LA NUBE

De siempre, dijeron que la yerba inhibía la sexualidad,


y quizás alguna vez también lo experimenté al preparar el esce-
nario para una cita amatoria.

En realidad quise probarlo al producir el altar del sa-


crificio soul para conquistar a un chico hetero curioso, con todos los
elementos indispensables: una cómoda habitación, con inciensos, y
flores rojas, una bella música, en la semi penumbra azulesca, una
mágica luz incierta, un trago sabroso y una buena cantidad de ma-
riguana para el momento preciso. Para aquella hora en que el trago
había hecho algún efecto en mi invitado.

A lo lejos se escuchaban ladrar los perros, porque el


disco de Manu Chao cantando “Welcome to Tijuana, tequila, sexo y
mariguana” ya había terminado. Y se había conversado de todo; se
hizo y rehízo la revolución destrozamos el mundo de los viejos y lo
volvimos a levantar para prenderle velitas al remember. Nos con-
tamos las vidas, los secretos de niñez, los dulces sueños de juventud,
mientras corría el reloj, mientras pasaba la hora. Y justo cuando se
produce un silencio incómodo... en ese instante, cuando el ánimo
aún está tibio y algo de romanticismo embriaga el aire, en ese mi-
nuto cuando el invitado empieza a bostezar, uno saca rápidamente
el fumo diciendo: ¡Sorpresa!. Una gota de magia antes del amanecer,
entonces los ojos del chico vuelven a brillar y se prepara a sorber
el humo malva de la diosa cannabis, y entre chupada y chupada
(del fumo) siente como le sube una espuma violeta que le asfixia la
razón y lo desencadena Ianzándolo al vuelo lírico, y el trago, más la
música, más la luz mágica, más la conversa, más la dulce aspirada,
lo ponen poeta y comienza a improvisar líricas trasnochadas, metá-
foras hiposas del cielo con estrellas y luces de neón en los ojos de su

23
Pedro Lemebel LA NUBE

novia, y le palpita el corazón a dúo acordándose de su romance he-


tero, salpicando las notas musicales de Manu Chao que ahora volvió
a sonar en el estéreo.

Y ya la pequeña calentura que endurecía su entre-


pierna se fue al carajo o se transformó en otra cosa cercana al afecto y
la amistad. Allí cualquier volada, hermanito, cualquier sentimiento
loco, pero erótica nothing, carne nunca, pura verde, puro nirvana
contemplativo. Y ahí nos quedamos hasta el alba mirando las horas
como goteaban en los techos la luz tísica de un nuevo día. Bueno, ya
es hora de irme, dice el nene bostezando, cuando ya la diosa cannabis
se evaporó y nunca sirvió para calentar el mate. Y yo también un
poco cansado del safari nocturno, lo despido con una mano blanda
y un susurro desinflado, eructando una platónica fumarola verde
diciéndole:
Será para la próxima vez.

24
Pedro Lemebel LA NUBE

Hemanita Maconia

Cuando aspiré mi primer pito y quede raja de volada,


pensé que ese era un fiel amor. Apenas con trece años, ya los humos
de la hermana macoña me cautivaron con su ingenuidad risueña.
Reírse como tonta, hasta parar las patas. Creo que nunca mas volví a
reírme así, con esa silvestre desfachatez, a toda carcajada, sin ton ni
son, sin tiempo, sin horarios.

Entonces, por los setenta solo existía el cáñamo que


llegaba desde Los Andes, donde solo se cultivaba como alimento
de pájaros. Aun así, los huasos movían unos paquetones de varas
con cogollos del porte de una alcachofa, que era lo único que volaba
porque con las hojas no pasaba nada, hermanita cannabis.

Las caletas o paquetes del negocio se envolvían en dia-


rios abiertos, y los personales se hacían en hojas de Guía telefónica.
Tampoco había papelillos o papel para armar, entonces se echaba
mano al Quijote, a la Biblia, a cualquier libro antiguo que tuviera esas
páginas de seda, delgadísimas. Nos fumábamos el Génesis, el Nuevo
y el Viejo Testamento. Y cuando se nos terminaba con el Apocalipsis,
recurríamos al papel plateado de las cajetillas de cigarro, que costaba
mucho pelarlo, pero servía. Como también el papel de envolver, el
rollo del papel higiénico, hermana marijuana. Do you remember?.

25
Pedro Lemebel LA NUBE


Había inviernos secos en que no pasaba nada con la
yerba, y algunos desperados compraban kilos de semilla del cáñamo,
alimento de canarios... y las soplaban, soplaban para juntar los capu-
llos de las semillas, que igual volaban con esfuerzo.

El mercado del pito era tan folclórico como diverso.


En verano y abril, cogollos mil, en mayo había soplado, en junio trilla,
y después, en pleno invierno, había que fumar solamente ‘montón’,
que era un aserrín sobrante de la cosecha. Igual pegaba la mugre,
pero con dolor de cabeza.

Y fue en algún tiempo de escasez, que aterrizó la co-


lombiana con su eléctrica volada chascona. Con una aspirada, per-
días el nombre. Con un pito entero, quedabas girando en los anillos
de Saturno. Era cara y escasa, pero no faltó el volado que plantó las
semillas... y nació la bendita chilombiana. Desde Rancagua, Hidahue,
San Fernando, venían los sacos en los buses pullman disfrazados con
verduras. Con la llegada de la chilombiana el cáñamo chileno se fue
a la mierda, porque con la importada volaban hasta las hojitas, hasta
los palitos. Maravillosa hermana Chilombi.

En las poblaciones de aquel tiempo, no había mala


onda con la yerba. Yo tenía una matita en el balcón y era tan bonita
con sus hojas de estrella que mi mami la regaba y cuidaba. Y a veces
las vecinas me pedían hojitas para hacerse una agüita que calmara
los nervios en la crispada dictadura. Por ese tiempo los artesanos em-
pezaron a fabricar pipas de cerámica, pero se quemaba mucha yerba,
y cuando no había ni papel ni pipas, se usaba una manzana verde

26
Pedro Lemebel LA NUBE

que se ahuecaba en un hoyo y ahí se ponía el fumo. Para consumir


la corta, se usaba el mata colas, la caja de fósforos, con un agujero en
la cordillera, o el palo de fósforos partido en dos como pinza, o la
tapa de lápiz bic para sujetar la colita.

En Buenos Aires, un artesano chileno le dijo a unos


hippies argentinos: hey loco, dame la colita. Y casi lo matan (allá
la colita es el culo). Y a propósito de Buenos Aires, allá conocí la
paraguaya prensada en miel, con su aroma a incienso y su rockera
delirada.

Actualmente, la paraguaya que llega es muy toxica,


prensada con neoprene y tolueno. Esos cuetes te dejan un hachazo
en la cabeza, por eso les dicen atontaguayos. Podría extender esta
crónica con la cocina cannabis; las galletas, el queque de yerba con
zanahoria, el pesto, el pebre, el guacamole, el sushi, en fin, mil ma-
neras de consumir el rico pasto, pero estas recetas se pueden encon-
trar en Internet o en el número especial de la revista Ajo Blanco.

Y esta ha sido mi bitácora mariguanera, hermanita, si


quema neuronas, debo tener millones, porque tan tonta no quedé.

Ahora existen los cultivos hidropónicos en agua, en


el closet, al interior. Pero necesitan luz eléctrica, vapor y calor, her-
manita cannabis. La cuenta de la luz se va a las nubes, igual que yo
en esa primera vez cuando me volé siendo un chiquillo que quería
flotar sobre la cordillera, en aquel inolvidable cielo macoño... infini-
tamente azul.

27
Pedro Lemebel LA NUBE

Bailando con la pálida

Parece una contradicción estar tratando de escribir


para una revista de yerba y sin un puto pito, ni una pizca de fumo
con el cual pueda empinar esta crónica verde. “En casa del herrero,
cuchillo de palo”, dice el dicho popular, pero tampoco es tan im-
prescindible, ya que existe la memoria del volado, y aunque se diga
que con los años la quemazón de pastizales en el cerebro hace es-
tragos en las neuronas, no es para tanto, porque con todo lo que he
consumido no recordaría ni siquiera mi nombre. Aunque a veces,
fumando, tampoco recuerdo mi sexo, pero es solo una coquetería de
género para esfumarme en la negación del yo fumón. Al parecer la
memoria momentánea es dudosa con la yerba, (el típico ¿Y qué hora
es?, pero si no ha pasado nada de tiempo). Pero en realidad, cuando
escribo no fumo y hago el rito de pensarme fumando en el ayer (otra
vez el ayer). Viste que esta planta es emotiva y su evocación poé-
tica te lleva de la mano flotando sobre esos prados de estrellas por
siempre. Y pienso que es una forma de evocación más dispersa, más
disipada; pero absolutamente más intensa en su lírica emancipada
que replantea el remember con estertores de emoción.

Quizás, a falta de un faso estoy idealizando, y puede


ser. Cuando no hay que fumar, uno se pone hablar de los momentos
magic de la yerba, y es como vivirlos de nuevo. Es como abrir la
ventana del recuerdo, tras la cordillera, para verme años más pen-

28
Pedro Lemebel LA NUBE

dejo, años más inocente, años más disipada, vacilando con unos
chicos del barrio San Miguel de Buenos Aires. Eran tres pimpollos
que me habían recogido (levantado de la ruta), ofreciéndome hospe-
daje en su casa. Qué lindos eran, con sus ojitos llorosos al aspirar el
caramelo ácido de la mari paraguaya que fumábamos en aquella pla-
cita de barrio, tan de noche, tan entusiasmados que trepamos todos
juntos a un monumento altísimo de San Martín u otro prócer a ca-
ballo. Eran tres flacos bien porteños, rokerazos, fumones y vagonetas
en la rúa dispersa del humito azul de aquella paraguaya prensada
con miel que daba un bouquet, loco, un espesor de THC, boludo, que
te dejaba pegados los dedos, y era pegote compartir la tuca, de tan
achocolatada de pasta, viste?.

Al primer sorbo, me pegó un aletazo en la frente y


quedé montado en el caballo de San Martín. Al aspirar profunda-
mente el segundo, ya no quería mas, todo giraba, las caras de los
chicos se acercaban y alejaban deformes, como lisérgicas… ¡Huy!
que fuerte. Hice el comentario. ¿Te parece?, es solo un fumito, ché.
¿Querés otro para quedar re loco?. Andá, los chilenos son duros, fu-
máte otro. A mí, las palabras me rebotaban en un túnel y se desar-
maban en mi cabeza. De pronto no sabía donde estaba, ni qué hacía
ahí. Cómo había llegado, trataba de recordar lo que había hecho
antes, y nada, todo era presente, absoluto y delirantemente presente.
El pánico me empezó a subir desde los pies que colgaban a gran al-
tura desde la estatua de San Martín. Al comienzo pensé rechazar el
segundo fumo porque no sabía donde iba a llegar, pero creí falsa-
mente que eso era todo, total la yerba tiene techo y no podía subir
más que eso. Pero me equivoqué al aceptar el segundo joint hacién-
dome la pantera cannabis, porque seguí subiendo, como en un trip,
como en ácido, así de violento y aterrante. Y cada vez estaba más

29
Pedro Lemebel LA NUBE

arriba del suelo, volando en el corcel del prócer agarrado a su cintura.


Era una pálida sin duda, una agonía tanguera, esa mezcla de éxtasis,
sudor helado y un terror paranoico de las reputas que lo único
que deseaba era estar en mi hogar de Santiago, en mi cama, acunado
por mamá. “Pero eso queda muy lejos, estás en Buenos Aires”, reían
los chicos viéndome volar como una golondrina crespa, embarazada
de pujos y estertores y escalofríos y náuseas y mareos. Entonces se
asustaron un poco. Y entre todos me bajaron de la estatua y me re-
costaron en el pasto haciéndome friegas en los brazos. Tampoco era
para tanto, y yo fingía un poco el desmayo al escuchar que me darían
respiración boca a boca. ¿Estás seguro de que no es la primera vez
que fumas?, me preguntó el chico más atento del grupo soplándome
la cara con su fresco aliento de canábico dulzor.

30

También podría gustarte