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LOCAS DE FELICIDAD
Crónicas travestis y otros relatos
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Pedro Lemebel
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AGRADECIMIENTOS
John Better
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LA NOCHE DE BETTER
Pedro Lemebel
Santiago de Chile, marzo 2009
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–Estos son los cuartos donde atendemos a los invitados –indicó Ginet.
Tres habitaciones acondicionadas de la misma manera: una cama
grande, una mesa de noche con su lámpara, televisor a todo color, un
closet de madera rojiza, pisos alfombrados y gruesas cortinas por donde no
se filtraba ni un haz de luz.
–Aquí te instalarás tú, Adriano.
En la parte de atrás de la casa había otra casa más pequeña, provista de
seis mínimas habitaciones separadas por módulos de madera, donde
hospedaban a los chicos como yo, o sea, los que venían de ciudades
distintas a Bogotá. Éramos “los internos”, como decía la Medina, el
administrador del negocio, mano derecha de Ginet, que era por cierto la
dueña de esta casa de veraneo detracito de los cerros capitalinos.
¿Negocio? ¿Cuarto de invitados? ¿Internos? ¿De qué se trataba todo
esto? Bueno, mis lectores incautos, déjenme responderles a cada
interrogante. El negocio: un prostíbulo; los invitados: clientes potenciales
del lugar, y los internos: nosotros, las putillas que ponían el culo para lo
que se ofreciera, incluso para recibir fajonazos de algún loco de mierda
presentado como un invitado muy especial de la casa.
–Yo soy Adriano, por cincuenta mil te la saco, por cien mil te la vuelvo a
meter, por doscientos te hago ver estrellas, por más te las bajo y las pongo
a latir en tus manos.
Aquel hombre no era el primero con en el que me fui a la cama desde
que pisé este sitio. Cuando se es novedad todo el mundo quiere tocarte,
olerte, usarte, meterte el dedo por todos los orificios, y digamos que yo aún
llevaba pegada la etiqueta que decía “lo más reciente” y que en este
negocio se traduce a dinero contante y sonante.
–¿Eres nuevo, cierto? No te había visto antes. Ni en este sitio ni en otros.
Eso me gusta, es triste cuando empiezo a ver a los mismos chicos rotando
de un lugar al otro, dime, ¿de qué ciudad vienes?
(¿Que de qué ciudad vengo?, pues te lo diré, gran hijueputa, de una
muy fea y sucia. Un nido de ratas que inmigraron hace años y convirtieron
este tierral a orillas del río en su madriguera, con sus hipermercados y
country clubes, boutiques y restaurantes fusión; pero también nosotros
hicimos una ciudad con piedras y palos, aunque ellos traten de ocultarla,
aunque no aparezca en las postales del directorio de teléfonos, de esa
ciudad vengo, mi querido amigo.)
–Vengo de Barranquilla, señor, le dicen la puerta de oro, es muy linda.
–Oh, sí, sí, estoy de acuerdo contigo, es una hermosa ciudad la tuya,
estuve hace años en esos carnavales que hacen ustedes, ¡vaya recuerdos!
¿Cuántos muchachitos me llevé al hotel en esos días? 4, 5, 50, no importa,
todos terminan por parecerse, así que a lo que “vinimos”.
Al mundo normalmente se “viene” por muchos asuntos, alguno de estos
asuntos resultan bien infames: presidentes, clérigos y policías pueden dar
fe de ello. Pero, ¿creen ustedes que no hay nada peor que los ejemplos
anteriores? Los invito a que estén alrededor de una hora a solas con un
malnacido al que nunca han visto en sus vidas, del que no sabemos si se
lava los dientes a diario, sólo para sacarle la leche agria que acumula
durante una semana de estrés laboral. Hagan la prueba y después
hablamos.
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TRAVESTIADA
BARROCO EROTISMO
–¿Cuál es tu nombre?
–Glup, glup, Marcelo, glup, glup.
–¿Y cuántos años me dijiste que tenías?
–Glup, 18, glup, glup, glup.
Aunque la oscuridad subterránea del video-bar no me permite ver bien
su rostro, algo en esa inexperta mamada, ese raspar de dientes
maltratándome la pinga, indicaba en efecto que el chiquillo no mentía. Que
tan solo era un mocoso perdido desde temprano en este anochecedero a
pleno día en el corazón de Bogotá. Sin embargo, bajo la luz del atardecer
ya no se veía tan pequeño, tan inocente. Su voz perdió ese afelpado tono
que me daba la bienvenida minutos atrás cuando lo tropecé en uno de los
corredores, porque ahora lo tenía en mis narices con toda su palidez de
vampiro adolescente diciéndome altanero: son diez mil pesos señor. Y yo,
como todo caballero, saldé mis cuentas: toma, aquí están tus diez mil
pesos. Pero aún era tan temprano y Bogotá tenía tanto que ofrecer, tanta
iglesia recamada de oro oliendo a indio evangelizado, tanto museo
congelando la historia, tanto ciclo Fellini empapelando las paredes del
centro… Y fue precisamente hasta allí donde mis pies cansados me
llevaron: a los salones de la cinemateca Distrital. Ni aun en un lugar como
ése, donde todo respira intelectualidad y recato, uno logra escapar a esa
mirada de lince que rasga la negrura del recinto erotizándonos. Y a mí qué
me importa si ofendo a Fellini con mi desacato homosexual cuando
desabrocho la bragueta del hippie alemán que está a mi lado. Qué le va a
molestar al señor Fellini mi escena porno, si de seguro él debe estar
cogiéndole las tetas a tanta mala actriz que debe cundir en los infiernos.
He visto esta película veinte mil veces y nunca me canso, me digo a mismo
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cuando sin aviso siento venir el pegajoso liquido que al instante se achicla
en mis dedos y, como si nada, me limpio en el forro de felpa que tienen las
sillas de la Cinemateca Distrital. Luego salgo disparado porque, aunque no
lo parezca, tengo muchas cosas que hacer, tengo mis negocios, ¿que
cuáles negocios? ¡Pues escribir! ¿O es que les parece poco? ¿Creen que
sólo en el bacín de la burocracia se hace empresa? Déjenme y les informo
mejor. Ésta es mi empresa: estos hoteles de paso, estos restaurantes
japoneses sin sol naciente, estos fugaces encuentros que avinagran mis
ropas, ¡oh, Dios, estas calles que voy marcando con migas del pan duro
que me dejaron los ratones, con letras en tinta roja escritas en libretas
deshojadas para regresar un día a llorar sobre las ingratas flores del
fracaso!
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CRÓNICA DEPORTIVA
el mal sueño, el rictus de la peste que a la luz del sol es evidente. Pero
aquél fue un día para mezclarse todos con todos en un estadio
improvisado. No importaba que fueran jugadores de otra clase. Salieron al
campo enfundando una identidad confusa. Fueron el centro de miradas,
aplausos y rechiflas, pero era un día fuera de lo común y había que
celebrarlo, por eso corría el aguardiente por las gradas y flotaban nubes
alucinógenas y tronaban risotadas de los chicos negros que pedían por lo
menos un gol dedicado por parte de las travestis. Las travestis parecían
más bien vestidas para una noche de puteo, porque mientras las divas se
pasaban el labial de mano en mano, acicalaban sus peluquines o
cementaban sus pestañas, las del otro equipo, las nada femeninas “Chicas
de acero” (que de chicas solo tenían sus nombres impresos en las
camisetas, porque del resto lucían como camioneros de Oaxaca) se
entretenían haciendo malabares con la pelota como auténticos jugadores
profesionales.
Para cuando rodó el balón todo fue una fiesta, un estallido de locura
colectiva, un circo lleno de gritos y aplausos. Pero a medida que el disco
solar rayaba las caras y el primer gol de las travestis hizo hervir la sangre,
el ambiente se hizo tenso, al ave del mal augurio dejó caer su negra pluma,
y aquel espectáculo en principio festivo se convirtió de un momento a otro
en una furiosa división de barras corales que se acribillaban unas a otras
con obscenos himnos de combate.
El primer tiempo terminó con un empate. El tiempo de receso fue de
quince minutos. Lo que vino después fue una final de infarto, de balas y
cuchillos rasgando la tarde. El campo quedó vacío en segundos, las
campanas de la iglesia San Roque dieron sus tañidos trágicos. Nadie supo
cómo o por qué se desencadenó la guerra. Quienes estuvieron ahí sólo
recuerdan gritos, vidrio partido buscando donde incrustarse, niños que
lucían largas pelucas en la estampida. “¡Un muerto!”, decía alguien
aturdido señalando el campo desierto. El recuerdo se yergue como una
bandera de sangre que todavía se agita en mi memoria diez años después.
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fue donde empezó el descenso. No se hizo notar. Loca de ira, prefirió irse,
meterse un par de botellas de aguardiente y aceptar la manzana
envenenada de manos de la vieja bruja: "prueba esto, verás que se te pasa,
niña" y se hizo la oscuridad. El camino espinoso y minado que evitó pisar
hasta entonces, hoy la recibía desnuda. Vio primero la sonrisa del oscuro
animal de la droga, una sonrisa amable que al completarse se volvió una
horrorosa mueca de colmillos babeantes que la atrapó sin remedio. La
bella flor púrpura del Cairo fue deshojándose lentamente hasta convertirse
en una reptante zarza que sólo podía herir a quien encontrara en su
camino. La Camelia fue la primera en probar su contacto espinoso. Esa
misma noche la Brandy regresó inyectada en tóxicos y con su alma
vendida y firmada con sangre sobre un oscuro documento. Como un
espectro que sale de la nada, tomó a la otra por sorpresa. El vientre de la
pobre infeliz recibió su filoso odio, que entró por el ombligo y subió
cortando la carne sin ninguna misericordia, como a un cerdo. Las vísceras
cayeron aún latentes y quedaron esparcidas en la arena. “Esto lo hago por
amor”, le miró a los ojos mientras su rival caía al suelo convulsionando.
Limpió el punzón con un pañuelo empapado en aguardiente y lo guardó en
su cartera.
Lo que vino en adelante sería una caída por los escalones infernales.
Brandy la cirujana, como fue conocida desde entonces, era temida por
todos. Cualquier motivo por insignificante que pareciera era suficiente
para que su bisturí diera su toque cirujano en el primero que atreviera a
retarla. Sólo salía de noche, dormía hasta el mediodía y se levantaba
dándose de frente con un espejo roto. Describir en lo que se había
convertido lo haría mejor un médico forense porque, a pesar de sostener
con sus tacones aquel encaje de huesos, Brandy era ya una sombra, una
muerta travestida, un Nosferatu salido de su cripta para beberse a chorros
las sangre de las doncellas.
Una bella y cálida mañana de septiembre del 93, una nube negra de
gallinazos se disolvió a causa de las piedras que lanzaron unos niños que
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pasaban por allí cerca. La leyenda de Brandy había empezado a ser escrita
sobre las aguas putrefactas del Caño de la Ahuyama. Su cuerpo era un
amasijo de piel y cuencas vacías. Parecía un cigarrillo desarmándose en el
agua sucia. La metieron en una bolsa negra y la tiraron al río. La noticia
de su muerte fue celebrada por varios meses.
Hoy en día, cuando en "la zona" alguien habla de Brandy la cirujana, las
travestis guardan un silencio casi sepulcral y miran al callejón del colegio
Lourdes como si alguien entre las sombras aún acechara.
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LOCAS DE FELICIDAD
(Y yo era la reina)
Fangoria
Y nada más era que llegara el carnaval para que todas las travestis de
Barranquilla se volvieran locas de felicidad, y en pocas horas agotaran las
existencias de lentejuelas, canutillos, estrás, pailletes y toda esa pedrería
fantástica que recama el engaño cosmético con que la comunidad gay, año
tras año, intenta cautivar a ese río de gentes que se arremolinan en las
calles del norte de la ciudad. El ciudadano promedio que le pone llave a su
casa y se va a satisfacer ese morbo heterosexual, esa malsana curiosidad
que intenta desenmarañar el truco, esa cirugía artesanal que las locas
exhiben orgullosas en sus ajustados diseñitos que les llevó todo un año
confeccionar. Porque hay que verse regia en estas ocasiones, dice la
Dayana que recién vino ese año de Italia operada y con unas tetas a lo
Dolly Parton, haciendo ver a las otras como meros esperpentos ante su
belleza de porcelana, de bisturí europeo que la dejó como para la portada
de la Playboy. Operadas o no, al final todas somos iguales, dice la Brigitte
que ya pisando su sexta década luce igual de elegante, igual de hermosa
que hace veinte años atrás.
Pero no todas son tan afortunadas como la Dayana o la Brigitte. No
todas tienen esa colección de pelucas Cleopatra o Cher en sus tocadores,
no todas poseen ese cutis de seda, ni esos costosos vestidos naftalinados
colgando al interior de un elegante closet. Mucho menos las zapatillas
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DÍA DE BODAS
Esa fea várice de la iglesia católica que bien han sabido ocultar durante
siglos sus ministros eclesiásticos con esas largas enaguas sacerdotales que
todo lo tapan, parece querer reventar cada vez que las agencias de noticias
del mundo ponen en boca de la opinión pública el ya risible asunto del
matrimonio entre homosexuales. Y el primero en poner el grito en los
cielos y salir presuroso al balcón de la plaza de San Pedro vestido con sus
costosos trapos pontificales es Benedicto XVI, quien con un tufillo neonazi
flotando en su discurso condena de manera fulminante la sola idea de ver
a dos novios o dos novias alzándose níveos sobre la cúpula de ese barroco
pastel de bodas que es la iglesia católica.
El hecho de que la iglesia haya dado un rotundo espaldarazo a esta
causa poco ha importado para que algunos países como Gran Bretaña,
Canadá, España, Suiza o Argentina hayan celebrado muchas uniones de
carácter civil haciendo caso omiso a gente como el arzobispo italiano
Ángelo Amato, que no pierde oportunidad para aparecer en televisión
dando su flácida opinión sobre el tema, argumentando que tal aberración
solo podría estar en las mentes maléficas de los homosexuales. Agua sigue
corriendo bajo el puente y mientras el arzobispo Amato cerca de espinas la
entrada a la Santa Iglesia Madre para mantener a raya a las locas que
sueñan con una boda con todas las de la ley, en ciudades como
Barranquilla donde casi siempre todo es un carnaval, se han pasado la
reglas y las advertencias por el forro. Es así como desde finales de los años
setenta se vienen celebrando en la ciudad ceremonias clandestinas, falsos
matrimonios que hacen mofa a toda norma establecida. Ya sea en bares,
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DESIERTAS ESTRELLAS
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ESTRELLAS FUGACES
POMPAS FUNEBRES
Hasta ese incierto país del nunca jamás, llegaron un día por primera vez
y para siempre un grupo de gays anónimos procedentes del San Francisco
de principios de los años ochenta, cuando aún se desconocía la causa de
esa rara enfermedad, cuando todos ignoraban la identidad secreta de ese
asesino serial que fue dejando la huella de su tacto enguantado en las
primeras víctimas de aquellos años.
El diablo estuvo suelto durante toda la década de los noventa y ni
siquiera las cruces de AZT o el agua bendita de la abstinencia pudieron
detenerlo. Los altos sacerdotes de la ciencia médica se trastocaron los
sesos tratando de encontrar una salida, una cura eficaz, la hostia
milagrosa que incinerara de una vez por todas al demonio de la carne.
Nada pudo evitar que la octava plaga de Egipto descendiera con toda su
furia sobre la humanidad entera. Los siete tazones de la cólera fueron
derramados por los ángeles apocalípticos: el SIDA había llegado para
quedarse.
Y quienes cargaron con toda la culpa, quienes recibieron con el pecho
abierto todos los embates de esta epidemia moderna fueron los maricas de
todo el mundo a los que la letal enfermedad parecía perseguirlos hasta los
bares, los saunas, los callejones de la prostitución y todos esos sitios de
mala fama en donde les sorprendía con las manos en alto y los pantalones
abajo, para luego fulminarlos con su rayo virulento. El trabajo sucio
correría a cargo de CNN o BBC, quienes los televisaban en sus camillas de
postración, carcomidos y cadavéricos ante el horror de una sociedad que
en adelante los vería como una pandemia ambulante que merecía ser
exterminada.
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como una nube contagiosa y amenazante. Esa fue la primera vez que
asocié la enfermedad con mi propia orientación sexual, entonces decidí
cerrarme por largo tiempo. Pero basta que uno vea algún chico
descamisado al sol del mediodía mientras juega fútbol con toda su troupe
para colgar los hábitos y tirarlo todo por la borda: los catálogos de
prevención, las advertencias de las campañas publicitarias, los consejos de
Monseñor Rubiano. Pero también ha bastado con haber visto caer como
moscas a tanto y tantos a través de los años: Freddy Mercury, Reynaldo
Arenas, Manuel Puig, Gustavo Turizo, Fernando Molano, Lorenzo
Jaramillo, Luis Caballero… la lista es infinita, para asustarse de nuevo. Lo
que el sida se llevó, sería el nombre perfecto de este triste film al que no se
le ve un happy end cercano. Buenas noches, Gustavo, buenas noches
Emilio, buenas noches Samir, buenas noches a todos mis muertos.
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FLORES EN AGUA
–No sé por qué traje estos chocolates. Total, la pobre de Gertrude está
en coma hace tanto tiempo. Toma Wally, come uno tú, precioso minino.
–Virginia, es Virginia, Gertrude murió hace treinta años, ¿ya lo
olvidaste?
–¿Les provoca un chocolate? –pregunto la mujer ofreciéndonos el mismo
dulce que la mascota había rechazado con un desprecio casi humano.
No alcanzamos a contestar cuando el pling del ascensor nos sacó de la
extraña escena con aquellas mujeres. La habitación donde estaba R
quedaba al fondo del pasillo. Tenía un inmenso ventanal desde donde se
podía ver el río en toda su magnitud, pero R prefería no descorrer las
cortinas últimamente. En el estado que se encontraba hasta la luz hacia
daño. Al entrar a su cuarto, una enfermera iba saliendo:
–Acaba de reponerse de un desmayo. Por favor, traten de que no se
esfuerce demasiado.
–¡Hola, encanto!
La voz chillona de Sandy fue como un cascabel tratando de llamar la
atención de R, que empezó a abrir los ojos y a dibujar en su rostro lo que
con sus pocas fuerzas podría llegar a ser una sonrisa. Ver a R reducido a
esto no dejaba de ser doloroso porque no es solo el cuerpo lo que una
enfermedad como esa va mermando, son también otras cosas: el buen
humor, la genialidad, la potencia de una voz como la de R que era como un
trueno que hacía rodar las piedras de la montaña.
–Vinieron, hijos de puta –dijo R al vernos ya claramente.
–Y te trajimos esto –agregó Sandy extendiéndole las flores.
–La perra de la Sandy. Déjame verte, pareces una maldita lesbiana con
ese corte de cabello. Y tú, acércate un poco, estás algo ojeroso, ¿es que no
duermes bien o que?
–A veces me desvelo escribiendo –contesté a R.
–Espero que nunca cuentes esta fea historia, no te lo perdonaría.
–No lo haré, te lo prometo.
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SI YO TUVIERA UN ENFERMERO
SEGUNDA PARTE:
(NOUVELLES QUEER O LOS RELATOS DE LA NUEVA MARICONERÍA)
NO ME LLAMES HIJA
de las gemelas con un muñeco bebe, de esos que lloran, mean y cagan, y
tú que no soltabas ni por equivocación la Barbie, entonces decides
integrarte al juego, sorbiendo el imaginario té en las mini tacitas plásticas.
“Mi marido está de viaje pero siempre me llama por teléfono”, el ring ring
mecánico del juguete se enciende y es contestado por Dina la mas perversa
de las clon, “si mi vida, me compras un anillo de brillantes, yo también te
amo, chau”. ¿Y tu marido donde está?, te preguntó Rina, la otra gemela.
Esa pregunta te deja un poco desconcertado, ¿qué podrías decir, a ver?,
¿la verdad? Entonces te arriesgas con un: “lo encontré con otra en una
fiesta y lo boté de mi vida”. Así se habla, Martincito, dicen a coro las dos
gotas de agua.
Te levantas montado sobre los enormes tacones de la señora Prada,
llevas puesto un largo batolón de seda china. Caminas de una esquina a la
otra del cuarto taconeando con cierta gracia de adelantada novata, te
detienes por un momento y colocas la Barbie frente a tus ojos. Te quedas
mirándole fijamente. Quieres descubrir que hay tras esos pequeños y
azulados ojitos de muñeca americana. Te sientes hipnotizado por las
chispeantes destellos de las alas tornasol, entonces adviertes como algo
empieza a burbujear dentro de ti, sientes como asciende hasta tu boca y
no puedes retenerlo mas: eres mi hija, le dices a la muñeca que no pudo
entender bien lo que tratabas de decirle, porque un grito a coro te dejó
paralizado: ¡no la llames hija!, ¡las Barbies no son hijas, son Barbies!, tus
anfitrionas volaron pérfidas y te arrebataron la muñeca, para luego
desmantelar tu travestida figura, quitándote los collares, la bata, las
pulseras, la peluca, hasta dejarte como un pequeño maniquí desnudo y
con la cara maquillada, a la que mirabas con asco frente al espejo. Fue
inevitable que tu llanto no despertara a la doña, quien te trató tan
compasivamente: ven conmigo bombón, dijo ella llevándote de la mano
hasta su cuarto. No serias el mismo luego de aquella experiencia, en esa
habitación el mundo se te reveló de una forma inimaginable, el mundo era
un carrusel de trajes de noche, el mundo se contenía en la belleza de una
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Para evadir el tedio con que las horas pasan cuando se está encerrado,
se han inventado de improviso un concurso de belleza. Los preparativos se
han iniciado con un aseo general al gran salón carcelario. Las candidatas
se han escogido al azar y hasta el agente de guardia les ha conseguido
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Miss Perú: ella es Azucena Vargas Llosa. La cara aindiada de la niña del
Perú, muestra esos rasgos típicos de la belleza exótica en el país inca. Ella
tiene 23 años y una bella sonrisa; si la detallan bien, pueden ver algunas
piezas dentales faltantes, pero su esbelta figura está por encima de
cualquier defectillo. Azucena tiene como hobbies el atraco con arma blanca
y la marica se considera una experta en el arte de la escopolamina. Los
moretones en sus piernas no son marcas de la lipo, es un persistente
sarcoma por no tomarse los retrovirales que le entregan en salud pública,
ya que ella sale a revenderlos al mercado negro. Su personaje favorito es el
escritor y presentador de TV Jaime Bayly. Un aplauso por favor para la
niña del Perú.
A continuación con ustedes la embajadora de México, ni más ni menos
que Karla Fuentes Khalo. Es la más joven de nuestro séquito, apenas 18
años. La pobre quedó coja cuando un espantapájaros bandido le disparó
desde una camioneta blindada dejándola lisiada de por vida. La señorita
México afirma que sus pasatiempos preferidos son la pintura que le viene
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por la línea materna, y el baile de salón. Dice odiar la escritura y todo los
relacionado con libros, ya que el aburrido de su padre, Karlos, le obligaba
a leer a esos horribles escritores del boom latinoamericano. Karla declara
que ser travesti es la experiencia que más ha marcado su existencia.
Más risas.
Ahora sin más preámbulos la señorita USA: Linda Luther King Carter.
Aunque algo oscurita como su padre, es bien americana la condenada, por
algo le dicen la Gringa. Puteó aguerridamente por la calles de New York
city para poder pagarse ese costoso modelito de Lacroix que lleva puesto.
Los pendientes y la gargantilla de mugre son de Tiffany’s, ella siempre
cobra en dólares y tiene el record de haberse despachado a 5 clientes al
mismo tiempo. Su personaje favorito es la cantante Madonna con la que
asegura mantener una estrecha amistad, ¡marica embustera!
Los jurados tomaban nota y se reían a carcajadas de las ocurrencias de
la Camélica.
Desde la tierra del café, las esmeraldas, los presidentes mas ineptos del
mundo, la tierra de las flores alucinantes, los jardines botánicos de
cocaína, la tierra de las guerrillas florecidas en la selva, los paramilitares
que dejaron latiendo el corazón delator del país en las fosas comunes, la
tierra de los reinados mas absurdos del planeta, ¡con ustedes la señorita
Colombia! Adriana Abdallah Uribe. La bella costeña nació en la ciudad
colombiana más polvorienta de todas: Barranquilla, ciudad de fútbol y
carnaval todo el año, de grandes híper mercados y enquistados tugurios
que pululan tras las vallas publicitarias de las grandes firmas
constructoras. Adriana luce un modelito de Limber Acero, porque nada
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El trono ahora es ocupado por doña Marcia De Kruel quien agita las
manos graciosamente por el esmalte de uñas aún fresco. En el puesto de
al lado la señorita Finn, entre comentario y comentario, da pinceladas de
rosa pálido en los parpados de la Rita Lepeda. “Esta sí es una mujer con
clase”, dejó escapar en voz alta la señorita Finn, mientras Leslie en un
altanero arqueo de ceja le pidió prudencia. La eterna viuda del célebre
grupo “Carrasquilla” es un soplo, una pajilla recubierta con un discreto
traje de flores. Su pelo es una rala madeja de fino hilo que la señorita Finn
peina con mucho cuidado.
Sandy se levanta de su sitio y va hasta al baño a vaciar el lavatorio de
manos, en el cual la señora De Kruel había dejado caer por accidente su
anillo de bodas. “Señora, dejó olvidado esto”, dijo la pequeña Sandy. “Oh,
gracias, encanto, esto es lo único que me recuerda la existencia del señor
Kruel, porque a veces pasan meses y no le veo su regordeta cara”, dijo la
dama y enroscó fuerte a su dedo la bendecida joya. “Si estás aburrido,
puedes salir un rato”, dijo Leslie sin siquiera mirarme, así que hice como si
no le oyera, ¿cómo podía aburrirme en un lugar como ése?, así que abrí el
libro que venía leyendo días atrás decidido a terminarlo, aunque una
peluquería no es el mejor lugar para decidirse a terminar de leer un libro.
es el único escritor que respeto, él es un rey, se veía tan regio, tan joven,
con ese conjunto de chaqueta y blue jean, que ni parece que estuviera
muriéndose como dicen que está”. La señorita Finn hablaba al tiempo que
metía el peine en la cabeza de la viuda y ésta le sonreía a través del espejo.
“Porque es que Gabo es Gabo, que hay mucho por ahí hablando pestes de
él, esos nuevos escritorcillos que me caen como una patada en el hígado,
ese Efraím Medina que no pierde una para insultar a Gabito, es que de
sólo recordar su fea cara, ni hablemos mejor de él, como le iba diciendo,
señora Rita, todos quieren estar criticándolo, que si ya pasó de moda, que
si se reúne con Fidel, que si va a la Casa Blanca, que si Aracataca ahora
se llamará Macondo, que si tiene a ese pobre villorrio incluido en su
testamento, pero lo que sienten mi señora es pura y verde envidia”. En el
espejo, el rostro de la Rita parecía congelado en una sonrisa, la cual se
acabó cuando el peine se enredó en sus hilos de plata tinturados. “Qué
importa lo que digan, a él todo eso lo tiene sin cuidado”, dijo la viuda y
consultó su reloj de pulsera. “Sí, es verdad, ninguno de esos badulaques le
pone un pie encima a nuestro Nobel, que aún me parece verlo televisado
con ese liqui liqui por allá tan lejos, con esos suecos tan elegantes
aplaudiéndolo, que se me pone la carne de gallina. Yo me pregunto una
cosa: ¿dónde se irá a poner un verdadero monumento ese día, ojalá lejano,
en que él ya no esté con nosotros? Esta humilde servidora cree que lo más
justo es que coloquen una estatua a la entrada de cada ciudad y pueblito
del país que es lo que Gabo se merece. Puedo imaginar su funeral,
fantástico, con tantos presidentes amigos y ministros de todas las partes
del mundo, estrellas de cine con lentes oscuros, eso sí, ninguna actriz o
actor ganador de Oscar, porque en las películas que hicieron sobre sus
libros pasaron sin pena ni gloria por la academia, en fin, toda esa gente
glamorosa del jet set llorándolo. Imagino que de pronto el ataúd donde él
yace se abre como por encanto y al igual que Remedios la bella empieza
Gabito a ascender inmaculado ante el asombro de la gente que lo creía
muerto, todos histéricos tratando de alcanzarlo en su ascensión para que
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señorita Finn, sin consultar, había traído a la extraña una taza caliente de
té. La mujer extendió la mano y empezó a sorber de la tasa humeante.
“Gracias, lo necesitaba”, dijo ella. “Estamos para ayudar”, le repuso la
señorita Finn.
“Por favor, necesito su ayuda”, dijo la mujer mirando a Leslie, casi
acorralándolo en esos acuosos ojos verdes. Al momento, Sandy perfumaba
con shampoo y bálsamos la gruesa madeja de cabello. Recostada, absorta,
aquella mujer parecía hundirse en un mar más calmado, lejos de los
motivos por los cuales se encontraba en aquel estado de nervios. El chorro
de agua de la regadera era como una fresca cascada que resbalaba desde
la raíz de su pelo, una sensación que parecía haberla relajado por
completo.
En cuestión de una hora, Leslie había hecho su trabajo. La mujer se
miraba incrédula en el espejo del tocador. Ya no era la misma que había
entrado hace un rato, como si el mismo demonio la viniera persiguiendo.
De la cartera extrajo un fajón de billetes y pagó a Leslie casi el triple de lo
acordado. No dijo más nada. Se levantó de la silla, besó a Leslie en la boca
y salió del lugar. Leslie la vio alejarse y se sintió orgulloso de hacer su
trabajo. De nuevo dispuestos a salir, otra visita inesperada llegaba. Era la
policía, un par de agentes que nos pasaron unas fotografías impresas en
papel: una mujer joven, de unos treinta años aproximadamente, ojos
verdes y cabello negro. Leslie no experimentó ninguna culpa al
responderles a aquellos hombres que jamás en su vida había visto aquella
chica. Ni siquiera flaqueó cuando uno de los agentes le dijo de forma
intimidante: “Haga memoria, es una persona muy peligrosa”. Le repito que
nunca he visto a esa mujer, agente Martínez. Y en parte era cierto. Leslie
decía la verdad: ésa que se había marchado minutos antes de la
peluquería con cabello platino y gafas color vainilla era otra mujer
totalmente diferente a la de la foto. La que salió de sala de belleza Tiffany’s
era una mujer completamente hermosa y de ese detalle Leslie era
realmente cómplice.
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SEXO CASUAL
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La eterna noche del teatro porno ofrece un hábitat idóneo para la cópula
de esta especie de siniestras mariposas de alas chasqueantes y vuelo
pérfido. Las vemos entrar veloces ante la mirada atónita de los transeúntes
que ven con enfado el cartel de exhibición a la entrada del cine: un
obsceno afiche que muestra a una voluptuosa y torsi desnuda Roxana
Doll, mientras es rodeada lascivamente por cuatro cortesanos vestidos a la
usanza renacentista. Por lo general, el camino a la sala de proyección está
antecedido por un corto pasillo y un diminuto baño donde un fuerte olor a
alcanfor y un hostigante aroma a pino silvestre ahoga toda la estancia.
Pasemos directo a las primeras filas, ocupadas en su mayoría por
cincuentones de barrigas adiposas y rostros porcinos, como salidos de un
cuadro de Georg Grostz, pajeando débilmente sus astrosos, penes como
envejecidos infantes atormentados. Imperturbables en su culto onanista,
pasan horas autoflagelándose hasta la última función.
De la quinta fila en adelante el séquito de mariposones vuela posándose
de butaca en butaca. A veces se quedan pegadas en las paredes del fondo,
donde se funden en una orgía desbordada de gemidos y precoces orgasmos
que las dejan sumidas en un éxtasis que invade el aire en olorosas ráfagas
de feromonas que enloquecen al resto de los allí presentes.
La película empieza en la habitación de una cortesana, asistida por tres
sirvientes que tocan el laúd para ella. Luego de un contundente “déjenme
sola”, la bella rubia aprovecha la intimidad para consolarse con un enorme
falo de cristal que pasa suave por su rosado y humedecido coño. De
pronto, un hermoso paje entra sin ser invitado. La mirada de la mujer
atraviesa al chico que se aproxima con el enorme bulto que se adivina a
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paso. Los gemidos de la pareja en la película son cada vez más agudos. En
otros asientos, cabezas bajan y suben al tiempo, ensalivando sexos de
todos los colores y tamaños. Son cinco en el fondo masturbándose en una
ronda lujuriosa. El soldado deja escapar un quejido de placer y siente
como revienta el agua de la fuente. Una lluvia de semen inunda todo el
sitio, corre caliente en la cara de la actriz que lo unta sobre su rostro,
espesos ríos corriendo por los pasillos y debajo de los asientos, un
nauseabundo olor se apodera del ambiente, las luces se encienden y
entonces…
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SIEMPRE EN DOMINGO
apenas un poco de barriga. Con algo de timidez se dirigió hacia unas sillas
playeras con fondo azul marino, se recostó en una y ordenó un whiskey
doble. El peso de algunas miradas sobre él le hicieron mirar alrededor y
hacer una mueca desaprobadora por el patético panorama que lo rodeaba:
un par de vejetes cuyo mal semblante no habían podido disipar todos los
atractivos servicios que ofrecía el lugar. “Deben haber pasado aquí toda la
noche”, pensó.
En una de las paredes junto a la barra colgaba un enorme afiche
enmarcado con un soleado paisaje de mar y palmeras. En la parte de abajo
podía leerse: Jamaica, un destino romántico, y se acordó de Olga durante
aquellas vacaciones. La recordó junto a él en la orilla de la piscina
tomando el sol y quejándose de todo: la comida, las camareras, los
botones. Ésas pudieron ser las peores vacaciones de su vida de no haber
sido por esa última noche que la dejó sola retorciéndose de un fuerte dolor
estomacal, achacado a los mariscos comidos durante el almuerzo. Aquella
última noche bajó hasta la playa, donde los turistas rasgaban sus
guitarras alrededor de humeantes fogatas, y divisó un muchacho dentro de
un grupo de apariencia universitaria… ¿Cómo era que se llamaba? ¿Zaid?
¿Javid? En eso estaba, cuando alguien entró al sauna: un chico de unos
veinte años, de piel oscura y más bien bajo. Iba desnudo y deambulaba sin
ningún pudor. Tomó el pasillo directo hacia los turcos y él lo siguió con la
mirada hasta verlo desaparecer tras una nube de vapor al abrir la puerta
del baño.
Pasó casi una hora después de aquello. Decidió entrar al jacuzzi. Se
sumergió lentamente; fue una sensación de total agrado. Sintió cómo sus
poros se iban abriendo poco a poco, cómo su cuerpo iba destilando
estresantes sustancias. “He tenido una semana de mierda”, dijo al dar una
probada a su whisky. Veía claramente sus piernas en el fondo de
porcelana blanca, observó con atención su miembro en reposo y
experimentó una sensación parecida al orgullo. Estaba inmerso en un tibio
entresueño. En el aire flotaba el aroma de hojas hervidas de eucalipto. Ya
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Hacia el fondo del pasillo, dejando atrás el sauna y los baños turcos,
empezaba un largo corredor provisto de una serie de pequeñas
habitaciones, todas numeradas. 08 era el número pegado a una de las
llaves que le entregaron al llegar. Por dentro los cuartos estaban provistos
de una mediana camilla, un closet empotrado y una mesita de noche
donde reposaban frascos con aceitosos y coloridos líquidos. Se recostó en
la camilla, relajó su cuerpo totalmente y justo en el momento en que el
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PORNOGRAFIA CASERA
CASOS AISLADOS
(Intento fallido de relato policial)
Hasta ese punto Virginia entendió que no estaba hablando con uno niño
corriente, al que podría apaciguar con un dulce de menta.
Desde entonces las visitas Cristian Nerval a su consultorio se volvieron
cada vez más frecuentes. Con la pubertad le llego a Cristian una enfermiza
fascinación con los libros, pero no leyó a Dickens o Mark Twain; lo de él
fue Lovecraft, Bram Stoker, Diábolo Mari, entre muchos otros.
Luego vino el asunto por los objetos filosos. Armó una especie de
laboratorio en el patio de su casa, donde destripaba ratas y varios tipos de
reptiles. Al parecer a sus padres les era más tolerable esta novedosa
situación a la antigua y vergonzosa afición por las muñecas.
Pero la última vez que Virginia lo viera, tendría ya unos 20 años. Era un
joven medianamente atractivo, espigado y con el pelo tinturado de color
naranja. Se lo encontró en la biblioteca del centro leyendo un tomo sobre
vampirismo. Luego de cruzar algunas palabras, salieron juntos esa tarde y
tomaron un café. Hablaron un buen rato sobre cosas más bien triviales.
–Doctora. ¿aún conserva esos aretes de piedras azules que usaba
cuando me recibía en su despacho? –la pregunta de Cristian la tomó por
sorpresa. Sólo atinó a decirle que no recordaba la suerte de ellos, que de
seguro los había perdido. Ésa fue la última vez que lo viera.
Ha pasado más de un ahora desde que Virginia Nogal volvió en sí y se
encontró atada de pies y manos ante la mirada de su antiguo paciente.
Pero la situación ha dado un giro inesperado. El roído ambiente de película
mórbida, con utensilios de cirugía sobre una mesa y ganchos metálicos en
las paredes, se ha disipado al encender la luz del garaje. Hasta el aire se
ha entibiado con una amena charla entre dos viejos conocidos. La doctora
Nogal ha convencido a Cristian con artificios para que la desamarre del
todo. Al fin y al cabo es una mujer mayor, fácil de someter con un simple
estrangulamiento o un certero golpe en el cráneo. Estaba acorralada, eso
quería darle a creer. De repente, la charla languidece. Un silencio pasmoso
flota en el aire por un instante y empieza a rasgarse con el tintineo de las
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Las pelas que organiza Troy son eventos que jalan gente. Por lo general,
se llevan a cabo en alguna bodega abandonada de la vía 40. Algunos hacen
apuestas, cosas pequeñas, nada heavy como en las películas. Bruno se
acerca y me murmura algo en el oído. Me produce gracia lo que dice y
enseguida se aleja para retomar su marcha punk, su danza de guerra
contra el mundo. Puedo ver su cuerpo contorsionado, hilachento, lleno de
tatuajes , sus brazos como hélices ondeando un suéter negro con la cara
estampada y narcótica de Iggy Pop; ésa es su bandera de victoria: ha
salido invicto de su pelea. Pero más que contra otra persona, Bruno pelea
consigo mismo, con nadie más, lo viene haciendo desde hace años, desde
esa primera vez que le vi en una de esas peleas en las bodegas, cuando lo
tiraron fuera del ring como un muñeco de hilo. Lo primero que vio el pobre
al volver en sí fue las tetas de Sandy bailándoles en la cara para luego
darse de frente con mi mirada y decir: “¿Quién demonios eres tú?” De ahí
en adelante todo cambió, como le puede cambiar la vida a un chico como
yo al darse de frente con alguien como él, alguien que golpea con una sola
palabra y deja una huella más cutre que la de la sangre reseca.
El disc jockey de Paradiso se hace llamar “Cuervo insensato” y parece
empecinado con seguir con las canciones de Sex Pistols, a pesar del
extenso listado de peticiones que le han hecho los chicos, el cual incluye,
entre otras, canciones de The Clash, Nina Hagen, Iggy Pop y ese bodrio de
grupo americano llamado Green Day. Cleo es un viejo amigo de Bruno que
siempre está diciendo que van a armar un grupo de punk, pero ¡bah!
Puras excusas para emborracharse y jalar yerba. Por cierto, hace rato que
Cleo está tirado en el piso y no da señales de aterrizaje. Debe estar en
Saturno comiendo hongos, aunque en medio de su viaje parece haberme
leído el pensamiento porque se ha colocado de pie, se ha sacado la verga y
ha empezado a mear dando vueltas y salpicando al resto del clan. Todos
empiezan a darle de patadas hasta que lo relegan a un sucio rincón
apestado de vómitos. La chica de la barra que creía dormida ha corrido en
su auxilio.
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NO BUSQUES COMPAÑÍA
Otra vez sin empleo. Otra vez a beber sorbos del tedio con sabor a
barato café instantáneo. Otra vez a rellenar renglones en libros de
contabilidad con trastocadas líneas.
En momentos así me gusta leer los clasificados del periódico, no para
buscar empleo precisamente. Las ofertas son algo dudosas: “Se necesita
señora para oficios varios, preferiblemente que sea de pueblo”, o
“$2.000.000 semanales, hágase millonario en pocas semanas”. ¡Bah!,
puras dueñas de casas abusivas buscando incautas iletradas para
humillar en público y ventas puerta a puerta. Definitivamente eso no es lo
mío. Me encanta escudriñar esos otros clasificados que se camuflan bajo la
ingenua fachada de la sección de “ofertas”:
“¿Abatido? Gran promoción, gorditas voluptuosas. Modelos operadas.
Servicio completico. 24 horas. ¡30157-SEX, 34358-OH!”
No estoy tan batido como para tener sexo con una gorda, pero sí lo
suficientemente aburrido para poner de mal humor al resto del mundo.
– Buenos días, gorditas voluptuosas. (La voz de la chica es fingidamente
erótica.)
–Llamaba por el anuncio. ¿Quién habla?
–Claribel. (Claribel es nombre de gorda sin lugar a dudas.) ¿En qué
puedo ayudarle?
–¿Qué me ofreces Claribel?
–Lo habitual, cariño, servicio completo: oral, banal, sexto tántrico,
subliminal y astral. Lo normal, nada del otro mundo.
– Uhmm, déjame y te explico, sucede que soy uno de esos tipos no tan
normales: soy de esos gordos y tímidos. Peso 200 kilos, así que tendrías
que hacerme un domicilio. Vivo con mi madre, pero ella está ahora
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