Está en la página 1de 76

Qué abundancia

Jack Gilbert

Antología (1962-2012)
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
Impugnación de la poesía

Cuando el rey de Siam se hartaba de un cortesano,


le regalaba un bellísimo elefante blanco.
La milagrosa criatura demandaba tanto ritual
que cuidarlo debidamente era la ruina.
Pero cuidarlo indebidamente era peor.
Al parecer, no se podía rechazar el regalo.
Perspectiva murmuraba al acostarse

a Robert Duncan

“Perspectiva”, murmuraba al acostarse.


“Oh che dolce cosa è questa
prospettiva”. Ucello. Pajarito.

Y yo la ansío tanto, que el caballo


negro del mundo literal podría venir directamente
a atropellarme. Perspectiva. Un lugar

donde pararse. Donde recibir. Un lugar al que entrar


desde ahí. La tierra por idioma.

¿Quién puede imaginarse el silencio de los antílopes


bajo la lluvia nocturna, o el Golfo
en Biloxi de noche, si no? Me acuerdo

que en México había un hombre con su hijo


que estaban pintando una casa de magenta y carmesí
creyendo que les estaba quedando roja. O linda.

Así que ninguno de los dos se dio cuenta de cómo se corrieron


las montañas marrones para que la casa quedara espléndida.

El caballo chapotea en la ciudad de la gramática.


Y ella esperando

Siempre le tuve miedo


a este momento:
la vuelta del amor
con perspectiva.

Veo estos pechos


con los otros.
Toco esta boca
y las otras.
Es mío este corazón
y también de otros.
Sé exactamente
qué decir.

Las inocencia se me escapó


por la boca.
La canción.
La canción, de repente,
se me escapó
por la boca.
Puede que no haya que abrir a nadie

Sabés que me tomo en serio a las ballenas.


Su andar enormes por esa oscuridad,
en silencio.
Es intolerable.
O a Crivelli, con sus frutas.
A los japoneses.
O a la carne blanca de los melones verdes,
siempre en la oscuridad.
Esa oscuridad sin abrir desde el principio.
El pequeño vacío del medio,
a oscuras.
Como las vírgenes.
El paisaje sin iluminar.
Iluminado por mí.
Iluminado como mis manos
en el cuarto oscuro
que cargan negativo en el carrete
en absoluta oscuridad.
La tarea difícil
y enseguida mis manos grandes y brillantes.
Vírgenes.
Ballenas.
Oscuridad y alabanzas.
Pero puede que no haya que abrir a nadie.
Los ciervos vuelven a sus comederos
en la temporada de súbito abierta.
Las chicas encuentran un segundo amor.
Sémele terminó incinerada
por mirar a la ballena
en el menor de sus esplendores.
La ruina de Atenas fue el excelente Sócrates.
Ahora enloqueciste
y yo salí corriendo.
No son sueños.
Es este amor por vos
que crece en mí
maligno.
En Perugino a veces hemos visto nuestra tierra

Para Gianna

En Perugino a veces hemos visto nuestra tierra.


Al azar, más allá de la Madonna, las suaves colinas
y el valle que hemos recordado siempre,
la luz que explica nuestra convicción secreta
de exilio. Esa luz, ese valle, esas colinas,
ese país donde la gente por fin se toca
como nos tocaríamos nosotros, extendiendo la mano
y el cuerpo y la boca, llorando, sin poder encontrarse.
Esos arbolitos perfectos de la soledad,
oscuros por mi anhelo a contraluz.
Poema para el hombre del fin du monde

I
Al principio
había seis dragones marrones
que se llamaban
Sal, Sal, Sal, Sal,
Bafflebar
y Kenneth Rexroth.

II
Lo eran todo y eran idénticos y sin forma.
Como lo eran todo, vivían, por necesidad,
uno adentro del otro.
Como no tenían forma eran, por necesidad,
aburridos.

III
Entonces el cuarto dragón,
que se llamaba Sal,
se murió,
o se aburrió
y paró.
Entonces llegó al mundo la angustia.

IV
Lo cual le molestó tanto al primer dragón
que hizo un ovillo con el cuerpo para hacer lugar
y lo llenó de olmos
y de paradiclorobenceno
y de lunas
y de peces llamados humuhumunukunukuapua’a.

V
Pero nada conservaba la frescura.
Los olmos aburrían al invierno.
Las lunas se hundían sin parar.
Los humuhumunukunukuapua’a flotaban panza arriba en la pecera.
Y el olor del paradiclorobenceno no se iba nunca.

VI
Así que el segundo dragón y el sexto
decidieron ayudar
y mostrar cómo había que hacer las cosas.
Pero por algún motivo todas salían varones y mujeres.
Y el mundo estaba en graves problemas.

VII
Alarmados, los dragones pararon.
Pero era demasiado tarde.
En todo el mundo, los hombres hablaban sobre los olmos.
O hacían cálculos sobre la luna.
O escribían canciones sobre los humuhumunukunukuapua’a.
Y las mujeres estaban ahí sentadas, repitiendo sin parar lo absolutamente insoportable que les
resultaba el olor del paradiclorobenceno.

Si sos un dragón que no tiene nada que hacer, CUIDADO.


Lluvia

De repente, esta derrota.


Esta lluvia.
Los azules se hacen grises
y el amarillo,
un ámbar espantoso.
En las calles frías
el calor de tu cuerpo.
En cualquier cuarto
el calor de tu cuerpo.
Entre toda la gente
tu ausencia.
La gente que siempre
no sos vos.

Estuve demasiado
cómodo con los árboles.
Demasiado a gusto con las montañas.
La alegría era costumbre.
Ahora
de repente
esta lluvia.
Músico de provincia

No fue impaciencia.
Por supuesto que Orfeo
era impaciente, pero no era un chico.
No fue impaciencia,
fue desesperación. Estaba todo mal
desde el principio.
Desde el principio.
Desde la primera risa.
Fue un infierno. No fue una fábula
sobre el dolor mecánico,
sino algo importante que se volvió banal.
Y, por eso, el permiso.
Ella había vivido ya bastante
siempre de diversión en diversión.
Concedido, por eso.
No fue impaciencia,
sino que le vieran por lo menos la cara
de pérdida reciente
para siempre. Un paisaje.
No fue impaciencia.
Se dio vuelta por desesperación.
Y, a lo lejos, llegó a verle la espalda.
Orfeo en Greenwich Village

¿Y si Orfeo, confiado
en la difícil
destreza conquistada,
bajara a los infiernos?
¿Dejando atrás la luz, su limpidez?
¿Y, enseguida,
rodeado de alimañas,
advirtiera, de pronto,
no más sacar la lira,
que no tienen orejas?
Antes de que se haga de mañana en Perugia

Me pasé tres días ahí sentado


perplejo de amor.
Me pasé tres noches mirando
los distintos matices de la oscuridad.
Los de la luz. Vi
empezar tres mañanas,
y las tres veces me tomaron
por sorpresa
las campanadas.
El corazón se me partió
como un melón.
Y no se va a curar.
Se entrega
sin motivo
a las viejitas
que traen la leche.
A los hombres que barren con torpeza.
A los techos de las casas.
Dios me salve.
La noche viene cada día a mi ventana

La noche viene cada día a mi ventana.


La noche con su seriedad, que promete, como siempre
madurez, moderación. Y yo, como corresponde,
tengo miedo, como siempre, hasta que encuentro
en la cama mis tres corazones y el gato
sobre la panza que me habla, como siempre
últimamente, de Gianna. Y yo estoy feliz en la oscuridad
con los pies que la cantan acostada
sola y arropada en su habitación a oscuras
con vista a Umbría y a sus flores del paraíso
efímeras y únicas, blanco sobre blanco.
Doy vueltas toda la noche pensando en su boca
apenas entreabierta, y ansío salir a caminar
en silencio por la Italia de su mente, extranjero
pero no turista por las calles de su niñez.
Meelee se fue

(a la manera de Waley)

Meelee se fue a Lima.


Nadie cultiva flores en mi cabeza.
Claro que hay mujeres que cultivan flores en mi cabeza
pero ninguna como las de Meelee:
tan frágiles y pálidas.
Verano, Nueva York

La acompañaba a su casa después del trabajo,


comprábamos rosas y hablábamos de pianos Bechstein.
Estaba llena de vida.
Su cuartito era un sauna,
y no tenía ventanas.
Se sacaba todo
menos los pantalones,
y se arrancaba las hebillas del pelo
y las tiraba al piso
con gran estruendo.
Igual que Creta.
No hacíamos el amor.
Se metía en la cama
con esos pezones
y nos quedábamos acostados
sudando
y hablando de mi mejor amigo.
Estaban enamorados.
Cuando yo me quedaba callado,
ella ponía casi siempre a Debussy,
y,
acercando la cara a mis costillas,
me mordía.
Fuerte.
Envejecer en San Francisco

Dos chicas descalzas que van bajo la lluvia


las dos divinas, una sensata
que me lastiman con delicadeza
pero me lastiman
dos chicas descalzas que van por la nieve
van por la nieve blanca
van a oscuras
dos chicas descalzas que no van a volver nunca
El saqueo de Circe

A Circe no la complacían los cerdos.


Ni los cerdos, ni los lobos, ni los leones
mansos. Cantaba en nuestra lengua
y, hermosa, esperaba calidad.

Llegaban extenuados
cada mes de la caleta.
Las luces del océano detrás.
Cada vez, quizá un mundo.

Estación tras estación.


Cena tras cena.
Y siempre a los primeros compases
de lujuria se volvían quienes eran.

¿Odiseo? Embustero conocido.


Un romance de verano. Intocable.
La poesía es una especie de mentira

La poesía es una especie de mentira


necesaria. En beneficio del poeta
o de la belleza. Pero también es cierto
que sólo así se puede decir la verdad.

Los que, admirablemente, se niegan


a tergiversar (porque no quieren incurrir
en pretensiones) se eximen incluso
de esta módica afirmación.

Degas decía que no pintaba


lo que veía, sino lo que
podía hacer que otros vieran
lo que él había visto.
Alba

Después de un verano con gente feliz,


vuelvo asustado, trago
dolor donde quiera que lo encuentre.
Ostinato rigore

Lo más lento posible, dije yo,


y entramos al paraíso.
Los juncos se alternan con islas flotantes
de tomates. Tramos de nenúfares
y después loto. Destellos
de martín pescadores que se zambullen en el lago,
y rompen el silencio.
Después ,la escucho respirar a ella.
Hace ochocientos años, los japoneses
construyeron jardines a la imagen
de la Tierra Pura, porque la gente
no se podía imaginar una vida feliz.
Mi amigo vive sobre el río Delaware
y fabrica su edén con las ruinas calcinadas
de los Automats de su juventud en Nueva York.
Otro diseña un país
con justicia para todo el mundo.
Conozco una mujer que hace
de su cuerpo el cielo. Acostado, siento
el olor del agua, mientras se hace de noche,
y trato de entender este modelo doloroso
del que fui carpintero.
Tratar de estar casado

Miro a mi mujer a la luz de la luna llena


y, detrás de ella, el mar que derrama su brillo
por el campo y los árboles. Ocho años,
y el amor que sentía por mí se apaciguó.
Qué espléndida que es. Cuánto nos cuesta.
Más que amigos

Hoy a la noche estaba caminando por el campo


después de la cosecha y me puse a pensar en la edad.
Me empecé a preguntar si había perdido el equilibrio.
Estaba ahí a la luz de las estrellas,
balanceándome sobre un solo pie, y haciendo trampa.
Texturas

Ya habíamos caminado cinco kilómetros en medio de la noche


cuando me dieron ganas de mear. Ella paró apenas más adelante.
Le apunté al paredón de piedra de unos viñedos,
pero el viento hizo de las suyas y ella soltó un quejido.
Me disculpé. “Todo bien”, me dijo en la penumbra,
la voz distinta, “me gustó”.
Ángelus

Obsidiana. Esturiones. Ángeles enamorados.


Que sólo se podrían traducir a la carne.
La lengua que es materna sólo para nosotros.
Nuestra propia carnada. Somos espíritus que se alojan en la carne,
que en el acto se vuelven opacos al Señor. Como Jesús.
Caemos en la trampa del cuerpo,
el corazón en su espléndido estuche,
y descubrimos campanarios en todas partes.

Seguí hacia el Minotauro para mantener


tirante el hilo. Y de repente, ahora:
unas flores inmensas me pintan todo
el cuerpo sarmentoso. Hacen vino de mí.
Igual que las campanas reciben una música metálica en la lluvia.
La presa que soy medra por propia voluntad.
El exilio que viene llega tarde.
Voy hacia él como Adán, cantando por el paraíso.
Le dicen intento de suicidio

La novia de mi hermano no estaba preparada para el raudal de sangre


que salió. Él llegó a casa a tiempo, pero le molestó
el lío que había hecho en su cuarto su novia. Yo me quedé parado
ahí atrás, y me puse a mirar cómo arreglaban como podían. Y a pensar
el terror de la existencia antes de que las cosas tuvieran nombres.
Decimos “peonía” y hacemos una flor de ese lento retorcerse.
Para enfrentarnos al terror de la repetición decimos:
“un millón de años”. La muerte en todas partes no es ningún problema
si empezamos a verla como naturaleza, paisaje o botánica.
Buena fe

Casarse es como tirar


a un bebé por el aire.
Y como está contento, tirarlo
más arriba. Hasta el techo.
Por lo que toca la lamparita floja
que se apaga
cuando el bebé empieza a caer.
Traducción al original

Apolo recorre los caminos excavados en el monte


chapoteando por el aguanieve hasta el lugar cálido donde lo espera ella.
Le chupa la magnífica concha y después hacen de cuenta
que miran la película de trasnoche para disimular su felicidad.
Él nada con su cuerpo en el Tirreno vacío.
Termina ese verano amoratado por sus propias ideas.
Adora la ciudad y pasa todo el año ahí.
Pero Apolo no es alguien razonable a la hora de desear.
Este dios lobo, dios del óxido, señor de los campos.
Dios del baile y amante de mujeres mortales. Homero
lo tildó de salvaje. Viene como la noche cae de golpe.
Los dioses se asustan y se maravillan en presencia
de este legislador, que explica las reglas de la muerte.
Evitador de males y elogioso de lo mejor.
La virulenta indiferencia de Dionisio no le da vida
a nada. El terrible Apolo se planta en los campos relucientes
y se pone a mirar cómo el viento transforma los olivos.
Vuelve en la oscuridad cantando
tan bajito que no se escucha nada.
Corazón a la moda

Los chinos, a quienes los ingleses del siglo XVIII


les encargaban sus intrincados juegos de vajilla,
seguían al pie de la letra los diseños que les mandaban:
escribían “rojo” en los espacios donde decía “rojo”,
“amarillo” donde decía amarillo.
Don Giovanni en problemas

El huerto no era el mismo. Su apetito, a la deriva.


En las habitaciones, en los barcos, en el monte.
Se distraía con la miscelánea de los tocadores de ellas,
o la pequeña cicatriz de la rubia justo cuando empezaba a ceder.
La condesa lo agarró mirándole no los pezones
sino los pies un poco peculiares. Él siguió haciendo lo suyo,
pero ella se quedó inquieta. Como era él siempre.
Le encantaba, pero se puso a pensar en los lipizzanos,
a preguntarse cómo habrán sido esos caballos
antes de convertirse en una hermosa actuación.
Van a enterrar mi cuerpo

Van a enterrar mi cuerpo.


La química va a hacer lo suyo por un rato,
y después van a venir los escarabajos más grandes.
A continuación, los escarabajos más chicos. Después,
la disolución. Y después, la música de Puccini
se va apagar como la luz se va apagando
desde el mar. Hasta Pittsburgh va a desaparecer,
dejando una codicia dura como el invierno.
Lealtad

Más o menos una vez por mes, la belleza


que supo ser mi esposa o alguna otra amiga
viene a contarme cómo me defendió
cuando decían que me estaba poniendo viejo.
Prepararse

¿Y qué si el corazón no palidece cuando se apaga el cuerpo,


y se parece el sol que cada día quema más
estos inmensos campos moribundos? ¿Y entonces qué?
(El problema no es el deseo. Acá en el sur
nos cuidamos de no confundir convulsiones con amor.)
Se sienta ahí, perplejo, atenazado por la luz.
En la quietud, el sol lo muele, lo purifica.
Los pepinos de Praxila de Sición

¿Qué es lo mejor que abandonamos?


Sin dudas, el amor y la forma y a nosotros mismos.
Seguramente todo eso. Pero lo más difícil
es renunciar a las mañanas, y a la música
y a los pepinos. A la lluvia en las copas de los árboles,
a las piazzas vacías en pueblitos inundados de sol.
Lo que nos tiene ocupados no nos hace
decir “¡Ahhhh, ahhhh!”, como suspiramos por las noches
y por los pepinos.
Descripción de la felicidad en København

Todo este día sin viento cayó nieve


en los Jardines del Rey
por donde yo paseaba, perfeccionándome y envejeciendo,
abandonando uno por uno a todos:
enamorado porque sí de la fragua
paradisíaca de mi mente. Ahora estoy sentado a oscuras,
y sueño con un sol de mármol
y su rigor. Con esto
quiero decirte que no voy a volver.
Quiero contarte de mi vida privada
entre personas que tienen que luchar cuerpo a cuerpo
con su propio corazón para sentir algo, como si fuera
antinatural. Lo que domino de día
me vuelve a fallar de noche. Pero sigo
en la secta de la carga, siento a ciegas cómo cae
la nieve, aprendo a florecer apretándome cada vez más.
Mármol de New Hampshire

Llamé a Sue la semana que volví de Roma.


Me dijo que se iba a casar el domingo,
pero que igual pasaba con el auto después de almorzar
a despedirse. Después, en los pastizales
entre unas casas, nos pusimos a buscar en la tierra revuelta,
frenéticos y muertos de la risa. Queríamos encontrar
su anillo de compromiso, con su portentoso diamante.
El fulgor de nuestros cuerpos a la luz de la luna del invierno.
Paso Nochebuena a solas en Japón

No quiero perder todo por la poesía.


Quiero vivir la vida. Me pasé todo el año
mirando el cementerio por la ventana de mi departamento.
Sosteniéndome con ternura en este cuerpo arruinado.
Preguntándome si la calma que siento es la felicidad
de la que hablan los sabios, o la modulación
que es la conformidad ante el comienzo de la muerte.
El dialecto olvidado del corazón

Qué locura que el lenguaje casi llegue a significar


y qué miedo que no llegue del todo. “Amor”, decimos,
“Dios”, decimos, “Roma” y “Michiko”, escribimos, y las palabras
se equivocan. Decimos “pan” y significa algo distinto
según el país. En francés no hay palabra para decir hogar,
y en inglés no hay palabra para el placer estricto. Hay un pueblo
en el norte de la India que está desapareciendo porque su antigua
lengua no tiene expresiones de cariño. Soñé con vocabularios
perdidos que podrían expresar en parte lo que ya
no podemos. Tal vez los textos etruscos finalmente puedan
explicar por qué las parejas enterradas en sus tumbas
sonríen. O tal vez no. Cuando se tradujeron las miles
de misteriosas tablillas sumerias, parece
que resultaron ser transacciones comerciales. ¿Y si son
poemas o salmos? Mi júbilo es lo mismo que doce
cabras etíopes en silencio bajo el sol de la mañana.
Señor, Tú eres terrones de sal y lingotes de cobre,
espléndido como la cebada madura, ágil por la labor del viento.
Sus pechos son seis bueyes cargados con rollos
de algodón egipcio de largas fibras. Mi amor son cien
ánforas de miel. Cargamentos de thuja son
lo que mi cuerpo quiere decirle al tuyo. Son jirafas
este deseo en la penumbra. Tal vez el espiral de la escritura minoica
no sea una lengua sino un mapa. Lo que más sentimos no
tiene nombre, sino ámbar, arqueros, canela, caballos y pájaros.
Amantes

Cuando escucho a algún hombre que se jacta


de lo apasionado que es, pienso en las dos empleadas
de limpieza en la ventana de un segundo piso, que miran
a un hombre que vuelve de una fiesta donde había
mucha cerveza gratis. Entra y sale a toda velocidad
de los edificios en busca de un baño. “Dios mío”,
dice la más alta de las dos, “cómo le debe gustar
la arquitectura a ese tipo”.
Medir el tigre

Barriles de cadenas. Medias reses apiladas en camionetas.


Búfalos acuáticos que arrastran troncos de teca por el barro del río
en las afueras de Mandalay. El Pantocrátor de la cúpula bizantina.
La grúa colosal que transporta bloques de acero
entre rugidos por la luz mortecina hasta la cortadora gigantesca
que rebana unas planchas diamantinas de tres cuartos de pulgada
que caen una por una. El peso de la mente fractura
las vigas y pilares del espíritu, hace que se derrame
la fragua del corazón. Lingotes incandescentes del tamaño de un coche
salen de una fresadora titánica, escoria roja que se desprende
del metal que brilla más en la oscuridad. El río Monongahela
más abajo, con el resplandor de la noche en la panza. Silencio
salvo el ruido de la maquinaria dentro de uno. Vas
a volver a amar, me dice la gente. Dale tiempo. A mí que el tiempo
se me acaba. Día tras día de la vida diaria.
Lo que llaman la vida de verdad, en planchas de un octavo de pulgada de grosor.
Lo nuevo que se pasea por ahí como si tuviera algún sentido.
Ironía, pulcritud y rima que pretenden pasar por poesía.
Quiero volver a esa época después de la muerte de Michiko
en que lloraba todos los días entre los árboles. A lo real.
A la magnitud del dolor, a estar así de vivo.
Demoler

Descubrimos el corazón sólo si desarmamos


lo que sabe el corazón. Al redefinir la mañana,
descubrimos una mañana que llega apenas después
de la oscuridad. Se puede demoler un matrimonio
para llegar al matrimonio. Al insistir en el amor,
lo arruinamos, trascendemos el afecto y nos hundimos
hasta la altura de la boca en el amor. Tenemos que desaprender
las constelaciones para ver las estrellas.
Pero volver a la infancia no sirve de nada.
El pueblo no es mejor que Pittsburgh.
Sólo Pittsburgh es más que Pittsburgh.
Roma es mejor que Roma de la misma manera
en que el ruido de las lenguas de los mapaches que lamen
por dentro el tacho de basura es más que el revuelo
que arman al revolver en la basura. El amor
no alcanza. Morimos y nos entierran para siempre.
Tenemos que insistir mientras aún quede tiempo. Tenemos
que comernos la dulzura de ese cuerpo salvaje que ya está
en nuestra cama para llegar al cuerpo adentro de ese cuerpo.
Las grandes hogueras

El amor se distingue de todo lo demás.


El deseo y el entusiasmo no son nada en comparación.
El que encuentra el amor no es el cuerpo.
Lo que nos lleva hasta ahí es el cuerpo.
Lo que no es amor lo provoca.
Lo que no es amor lo apaga.
El amor se apodera de todo lo conocido.
Las pasiones que llaman amor
también transforman todo en novedad
al principio. La pasión es sin duda
el camino pero nos lleva hasta el amor.
Abre el castillo de nuestro espíritu
para que podamos encontrar el amor, que es
un misterio que está escondido ahí.
El amor es una de las grandes hogueras.
La pasión es un fuego que se enciende con muchos tipos de leña,
cada uno de las cuales tiene su propio olor
para que podamos distinguir las numerosas variedades
que no son amor. La pasión es el papel
y las ramitas que encienden la llama
pero que es incapaz de mantenerla. El deseo se extingue
porque intenta ser amor.
Al amor se lo come el apetito.
El amor no dura, pero es distinto
de las pasiones que no duran.
El amor dura no durando.
Isaías dijo que cada quien cae en su propia hoguera
por sus pecados. El amor nos deja caer
en la dulce música de nuestro propio corazón.
A solas

Nunca pensé que Michiko iba a volver


de la muerte. Si pasaba, sabía
que se me iba a aparecer enfundada
en un larguísimo vestido blanco. Es extraño
que haya reencarnado en la dálmata
de alguien. Me encuentro con el tipo
que la saca a pasear con su correa
casi todas las semanas. Me dice buenos días
y yo me agacho para tranquilizarla. Una vez
me dijo que ella nunca era así con otra gente.
A veces está atada en el jardín
cuando paso. Si veo que no hay nadie,
me siento en el pasto. Cuando se calma
al fin, le apoyo la cabeza sobre mis piernas
y nos quedamos mirándonos a los ojos mientras yo le digo cosas
al oído peludo. El misterio no le interesa para nada.
Lo que más le gusta es que le acaricie la cabeza
y le cuente tonterías sobre mi vida y sobre nuestros amigos.
Eso la hace feliz, como siempre.
Próspero sueña que Arnaut Daniel se inventa el amor en el siglo XII

Consigámonos uno de esos ciervos


que viven en medio de las montañas.
Atraigámoslo con flautas, o echémosle un lazo
desde un helicóptero, o directamente bajémoslo
con una escopeta. De una forma u otra, nos conseguimos uno.
Después le metemos la mano en el culo y a lo mejor
encontramos una glándula o algo para hacer
un perfume increíble.
Vale la pena. Con probar no se pierde nada.
Un año después

Para Linda Gregg

Desde acá, se los ve insignificantes


a la orilla del mar. Ella llora,
con un vestido blanco, y el matrimonio casi terminó,
tras ocho años. Los rodea la llanura
del lado deshabitado de la isla. El agua
se ve azul en el aire de la mañana. No sabían
que les iba a pasar esto cuando llegaron, los dos
a solas con el silencio. Una pureza que parecía
hermosura y que era demasiado difícil para la gente.
Michiko Nogami (1946-1982)

¿Se habrá vuelto más clara porque ya


no va a estar para siempre? ¿Su blancura es más blanca
porque era del color de la miel blanquecina?
El humo de una chimenea que hace ver más el cielo.
Una mujer muerta que llena el mundo entero. Michiko
me dijo: “Las rosas que me regalaste no me dejaron dormir
por el ruido que hacían los pétalos al caer”.
Michiko muerta

Hace como quien carga una caja


demasiado pesada, primero con los brazos
por debajo. Cuando empieza a flaquear,
pone las manos más adelante, sosteniendo
las esquinas, trayendo el peso contra
el pecho. Mueve apenas los pulgares
cuando se le empiezan a cansar los dedos,
para que trabajen otros músculos. Después
se la echa al hombro, hasta que el brazo
extendido para sostener la caja se vacía
de sangre y se le duerme. Pero ahora
la puede agarrar de abajo otra vez, y así
puede seguir sin apoyarla nunca en el suelo.
Me imagino a los dioses

Me imagino a los dioses que dicen:


te vamos a compensar. Te vamos
a conceder tres deseos, me dicen. Déjenme
ver de nuevo las ardillas, les digo.
Permítanme comer ese lechón
relleno, hecho en un asador enorme
que sacaban, humeante, en invierno
en mi barrio, cuando yo casi nunca
tenía plata para comprar siquiera los cien gramos
que me comía feliz por las calles empedradas,
la Calle de la Luna
y la Calle de los Pajareros,
la Calle del Silencio y la Calle
de las Meadas. Podemos concederte
sabiduría, dicen con sus voces tonantes.
Déjenme volver a ver a Hugette, les digo,
la estudiante argelina que tenía unos ojazos,
que con mucha timidez me invitó a su habitación,
pero yo era demasiado joven y estaba demasiado apabullado
el primer año que pasé en París.
Déjenme por lo menos fracasar con mi vida.
Pensalo bien, me dicen con paciencia, te podríamos
volver a hacer famoso. Déjenme enamorarme
una última vez, yo les suplico.
Enséñenme mi propia mortalidad, asústenme
para hacerme vivir en el presente. Ayúdenme
a encontrar el peso de estos días. Que las noches
van a estar bien llenas y mi corazón, salvaje.
Vidas teóricas

Lo único que queda de la obra de Skopas


son los pies. Y a veces ni siquiera.
A veces sólo queda una irregularidad del pedestal
que podría sugerir la posición de la figura.
A partir de los pies, o de la sombra de los pies,
y de los precisos diagramas de unos profesores alemanes,
los eruditos debaten qué hacían los brazos
o la calidad de la escultura. Hacemos lo mismo
en nuestras vidas, y nos ponemos a adivinar si la mujer
de verdad era feliz cuando llovía, o si el padre
era en efecto el embajador. Si era apasionada
o sólo se desvivía por complacer.
El confín del mundo

Enciendo la lámpara y miro el reloj.


Las cuatro y media. Sacudo los zapatos
por si se les metió algún escorpión,
y salgo al campo. Qué noche hermosa.
Sin luna pero con estrellas insistentes.
Vuelvo a entrar y me preparo chocolate caliente
en mi calentador de butano. Giro el dial
de la radio, y busco entre la estática
del Levante. “Té para dos” en alemán. Al fin,
Cleveland contra los Rams bajo la lluvia. Me hace sentir
muy acá, y todo el mundo en otra parte.
Desnuda excepto las joyas

“Y”, dijo ella, “dejá de hablar


del éxtasis. Es muy solitario”.
La mujer empezó a recoger
sus zapatos y sus sedas. “Me dijiste que me amabas”,
dijo el hombre. “A veces mentimos”, dijo ella,
mientras se cepillaba su espléndido cabello, desnuda
excepto las joyas. “Tratamos de creer”.
“Estabas indefensa de placer”, dijo él,
“gemías y llorabas”. “En el sueño”, dijo ella,
“hacemos de cuenta que nos estamos tocando.
El corazón se miente porque debe”.
Qué canción deberíamos cantar

La grúa gigantesca viene a un gesto


de nuestra mano, deja caer sus garras
pesadísimas y espera lo más dócil
que puede que enganchemos grandes
planchas de acero. A un nuevo gesto,
se lleva la pesada realidad.
¿Qué nombre le podemos dar a eso?
¿Y qué canción puede cantar su voz?
¿Cuál es la otra cara de Yahvé?
El dios que hizo al hurón y a la babosa,
al tiburón y al gusano, a su imagen y semejanza.
¿Qué villancico existe para eso?
¿Es la canción del sin embargo o la
del imperio de nuestro corazón? Cargamos
con la lengua como si fuera la conciencia, ¿pero
no somos la ballena muerta que tarda años en hundirse
majestuosa hasta llegar al fondo de nosotros?
Había una vez

Fuimos jóvenes por accidente, dijo él,


la alegría era un tropiezo. El dulzor
de nuestro cuerpo era tan natural como
el sol que se alzaba del Mediterráneo todas
las mañanas, renovado. Estábamos vivos
de casualidad. Una figura sin forma.
Éramos una música con melodía
pero sin acordes, tocada solamente
en las teclas blancas. Creíamos que el entusiasmo
era amor, que la intensidad era un matrimonio.
No queríamos lastimar a nadie, pero apenas
veíamos a las mujeres por tanto ardor
y tanto apuro. Éramos inocentes, dijo él, quedábamos
desconcertados si nos dejaban besar sus tiernas bocas.
A veces también nos devolvían el beso, e incluso lo ofrecían.
Fracasar y volar

Todo el mundo se olvida de que Ícaro también se echó a volar.


Pasa lo mismo cuando el amor se termina,
o fracasa un matrimonio y todos dicen
que ya sabían que había sido un error, que la gente
decía que la cosa no iba andar. Que ella ya estaba grande
y que tendría que haberse dado cuenta. Pero todo
lo que vale la pena hacer, vale la pena hacerlo mal.
Como estar a la orilla del mar ese verano,
del otro lado de la isla, mientras
a ella el amor se le apagaba, las estrellas
brillaban esas noches con tanta desmesura
que cualquiera podía darse cuenta de que no iban a durar.
Todos los días, ella amanecía en mi cama
como una aparición, delicada
como un antílope en la niebla del amanecer.
Todas las tardes la veía volver por el campo
caliente y pedregoso después de nadar,
con la luz marina detrás y el cielo enorme
del otro lado. La escuchaba mientras
almorzábamos. ¿Cómo pueden decir
que el matrimonio fracasó? Como esa gente
que volvió de Provenza (cuando era Provenza)
diciendo que era lindo pero la comida, grasosa.
Yo creo que Ícaro no fracasó al caer:
más bien llegó al final de su victoria.
La otra perfección

Acá no hay nada. Piedras, tierra calcinada.


Todo lo destruye la luz con su crueldad.
Sólo piedras y campos
de cebada y lentejas obstinadas. Nada
roto que arreglar. No se tira
ni se abandona nada. Si querés una mesa,
le pagás a alguien para que la construya. Si encontrás
un metro de alambre de púas, te lo llevás a casa.
Lo vas a necesitar. La gente del campo no se ríe.
Van a reírse al pueblo, o van a fiestas.
Una especie de paraíso. Todo es eso mismo.
El mar es agua. Las piedras están hechas de roca.
El sol sale y se pone. Un éxito
sin ningún tipo de aditivo.
Meditación undécima: releyendo a Blake

Me acuerdo de la casa que alquilé con ellos.


De las risas, de hablar todo el tiempo de amor.
De la energía de sus amistades.
Y de los ruidos en la madrugada.
Como de latigazos. Gritos de dale, dale.
Como los muertos que se mienten entre sí.
Ambición

Tras llegar al principio, ir en pos


de una ignorancia nueva. Lugares con los que
mimetizarse, secretos en los que sumergirse, pecados
que conquistar. Quizá Sudamérica, quizá otra mujer,
otro idioma para no entender.
Como lanzarse en una balsa al océano
de una vida ya muy vivida.
Un hotel derruido de dos pisos en el trópico,
el silencio caliente del mediodía con el sol
que se cuela por las persianas.
Sentado frente a una mesita con sus poemas,
mientras todo el mundo duerme. El placer de pensar,
de pasar la mano por el río en el que ha
de convertirse.
No me estoy acercando

Camino por las calles oscuras de Seúl


bajo la luna casi llena.
Hace dos horas que estoy perdido.
Me estoy terminando una hogaza de pan
y me preocupa el toque de queda.
Hace tres días que no hablo
y pienso: ¿Por qué no conformarse
con el amor? ¿Por qué no me conformo
con el amor, y listo?
Correspondencia

¿Qué carajo estás haciendo


(me escribe) en ese valle de piedra erosionada
con los pollos y el burro, si no estás cultivando?
Y además todo el mundo ahí habla griego.
Las únicas noticias te llegan apagadas, por la radio
del ejército. Ya no sé qué decirte.
¿Y qué onda las mujeres?, me pregunta. Sí,
pienso yo, ¿qué onda las mujeres?
Dedicarse a la poesía

Poema, hijo de puta, ya tengo suficiente


con pasar vergüenza rompiéndome el lomo
para acertar aunque sea un poquito,
y con que ese poquito sea torpe y trabajoso;
pero lo que me jode es el después:
cuando me debería abrazar la certeza
como el río a las truchas en verano.
Debería acceder al menos un instante
a tu glamour y a tu ternura.
Pero siempre me quedo
igual de insatisfecho.
Los hoteles perdidos de París

El Señor todo lo da, pero después


te cobra y te lo quita. Gran negocio.
Como ser jóvenes un rato. Podemos
visitar el corazón de las mujeres,
entrar en sus cuerpos para no
sentirnos solos. Podemos disfrutar
del amor romántico y de su vida
útil de dos años. Está bien llorar
por los hotelitos que había en París
cuando éramos jóvenes. Mi mansarda
desde donde veía Nôtre Dame
cada mañana ya no está, tampoco
el que era yo, que se ponía a escuchar
las campanadas nocturnas.
Venecia ya no existe. Las mejores islas griegas
se hundieron en su aceleración. Pero tener,
no conservar, es el tesoro.
Vino a mi casa Ginsberg una tarde
para anunciarme que dejaba la poesía
porque mentía, porque el lenguaje distorsiona.
Yo le dije que sí, pero le pregunté qué será lo que hacemos
para acertar en algo por poco que parezca.
Miramos las estrellas, que ya no están
ahí. Vemos el recuerdo de donde estuvieron
alguna vez. Y eso también es más que suficiente.
Qué abundancia

Chocarnos. Dar marcha atrás


y volver a chocarnos en el silencio
estridente de las estrellas
y el rugido de sus faros.
Tratar de forzar el sentimiento
y exprimir el dolor. Un paraíso
hecho de acero y arena.
Arcadas hechas sólo
de culpa. Cadáveres de mujeres
rellenas de flores. Taxis
abandonados en calles vacías
que no escuchan los semáforos en rojo,
en amarillo, en verde.
Inmaculada

Para Michiko

El cerebro está muerto y el cuerpo


ya no sufre la infección del espíritu.
Ahora hay sólo máquinas que le hablan
a la máquina. La ayudan a emprender
una vez más su viaje antiguo, puro.
Infidelidad

Ella nunca está muerta en sus encuentros.


Desayunan fideos como siempre.
Él se pasó once años pensando que era el río
al fondo de su mente que soñaba.
Ahora sabe que ella vive dentro de él,
como a veces el viento puede verse
en los árboles. Como las rosas y el ruibarbo
están en el jardín y después no.
Tiraron las cenizas de ella al mar, en Kamakura.
Su cara y su cabello, el dulce cuerpo,
siguen en ese viejo chalet en la montaña
donde pasaba los veranos. Durmieron
once años en el piso. Pero ahora
ella viene de visita cada vez menos.
La reinvención de la felicidad

Me acuerdo de tirarme en la azotea


a escuchar al violinista gordo
ahí abajo, en el pueblo dormido,
tocar tan mal a Schubert, tan bien.
Duende

No me acuerdo de cómo se llamaba.


No es que me haya acostado
con tantas mujeres.
La verdad no me acuerdo ni siquiera
de su cara. Sé que tenía mucha fuerza
en los muslos, y que era hermosa.
Pero nunca me voy a olvidar
de cómo arrancaba las presas
del pollo a la parilla con las manos
y se limpiaba la grasa en los pechos.
Muy felices tal vez

Cuando ella se murió, a él le dio una enorme


curiosidad saber cómo había sido todo
para ella. No era que dudase del amor
que ella sentía. Pero seguro había cosas
que le gustaban menos, y le fue a preguntar
a su mejor amiga de qué solía quejarse.
“No te preocupes”, no paraba de advertirle,
“no me voy a ofender”. Hasta que al fin la amiga
le dio el gusto: “Me decía que a veces hacías un ruidito
cuando sorbías té, si estaba muy caliente”.
Soñar en el ballet

La verdad es que las diosas son pésimas en la cama.


Están dispuestas a todo, es cierto.
Y tienen una piel divina.
Pero no sienten nada. Son
puro gesto y una técnica increíble.
Me acuesto con ellas y pienso
en tu exceso insensato, en tus jadeos
y tu transpiración, y en tus ojos después.
Perfeccionamiento

En las afueras del pueblo,


el barrendero deja la escoba
de paja y, enojado,
se pone a sacudir al joven gingko.
Las hojas caen más rápido.
Lo zarandea más fuerte
y las hojas caen de a una y de a dos.
Se toma un descanso para calmarse.
Un chico que pasaba por ahí toma carrera
y salta por el aire,
impactando el tronco con los dos pies.
Cae una lluvia de hojas amarillas.
Los tres se quedan parados, mirando el cielo.
Cae una hoja, después más.
El peligro de la sabiduría

Aprendemos a vivir sin pasión.


A ser razonables. Pasamos hambre
en el granero enorme
que es el mundo. Acopiamos
para volvernos plácidos y viejos.
Por nuestra propia fortaleza, nos quedamos sin nada.
Como Keats, que le hizo caso al médico
que le dijo que lo mejor para
la tuberculosis era comer una sola
rebanada de pan y un pedacito
de pescado por día. Keats se mató
de hambre porque anhelaba con desesperación
hacerse un banquete con Fanny Brawne.
Emerson y su esposa decidieron hacer
el amor con austeridad para que la pasión
de él se acumulara. Nos enseñan a ser
moderados. A vivir con inteligencia.
Volver a casa

Mamá era hija de aparceros.


Y papá, la oveja negra de unos comerciantes ricos
de Virginia. Ella no conoció los zapatos hasta los doce.
Él se escapó con el circo a los catorce.
Ninguno de los dos terminó la primaria.
Y acá estoy, en el baño de profesores,
tratando de recordar las fechas del emperador Vespasiano.
Ahora sí

Toda la tarde echado en la entrada


de la casa, tratando de escribir un poema.
Me quedo dormido.
Me despierto a la luz de las estrellas.
Despertarse de noche

El río azul es gris a la mañana


y a la noche. Hay crepúsculo cuando anochece
y cuando amanece. Estoy acostado a oscuras
y me pregunto si el silencio que hay en mí ahora
será un principio o un final.
Un hombre en blanco y negro

Había una carnicería chiquita en el North End


de Boston que se especializaba en cortes de baja calidad.
Patas y cabezas de gallina. Buche, tripa
y corazón de vaca. Panceta salada y sesos lustrosos.
Venía gente próspera de los suburbios a pagar
demasiado por lo que se comía en épocas difíciles.
El hombre que vive con dificultad en los bosques invernales
hace memoria al ver las huellas frescas de mapache
en la nieve y se pregunta si va a sentir ese tirón
bajo la luz del Mediterráneo, si va a escribir sobre
la clásica desnudez del frío y de la verdad
mientras se zampa un lechón con bananas fritas
de Indonesia. Si va a extrañar el río Mill
con sus esquirlas de hielo y el barullo de los cuervos
que interrumpe el silencio. Hace algunos años, le preguntaron
a un chico si prefería la radio o la televisión. El chico
respondió que la radio, porque las imágenes eran mejores.
Es difícil hablar de la noche

Es difícil hablar de la noche.


Es un tiempo distinto. No
la ausencia del día.
Pero donde no hay flores
en las que refugiarse.
Sólo esta oscuridad
y el lugar conocido de mi cuerpo.
Y las voces que me llaman
al amor.
No es la noche de los jóvenes:
su simple medianoche de terror.
Tampoco un último lugar de empleo.
Esta oscuridad es un país muy importante.
Llego a ella a los cuarenta
y descubro una inundación de noche.
Descubro la oscuridad en marcha.
En partes coagulada,
y en otras derramándose de luces.
Las voces aún deseosas del divorcio
al que nacemos.
Pero están más lejos
y no me interesan.
Tengo cuarenta, y es distinto ahora.
De repente, en el medio del pasaje,
vuelvo a mí. Echo brotes
gigantescos. Un imperio da frutos
inesperadamente: ciudades, bosquecitos de verano,
satrapías, caballos.
Un estar solo: una enormidad.
Gracias a dios.
Cómo amar a los muertos

Está viva, dice el pájaro, y no dice ninguna


estupidez. Está muerta y a tu alcance,
dice el zorro, que conoce de espíritus.
Ni la foto del funeral
ni el objeto del duelo. Está muerta:
tomá, dice. Si sos capaz
de amar sin cortesía ni delicadeza,
dice el zorro, amala con tu corazón de lobo.
Como hay que desear a los muertos.
No como en los matrimonios largos,
donde no pasa nada todo el tiempo.
Ni en el bosque ni en el campo.
Ni en la ciudad. El amor doloroso de encontrarse
desalojado permanentemente. No el color, sino la mancha.
Convalescencia

Me paso los días decidiendo


cómo hacer un poema conmemorativo.
No, por suerte, un epitafio.
Un poema sin estridencias,
que dilucide el hecho que soy yo.
Una de las caras fortuitas
en esas procesiones de piedra.
Compuesto con cuidado.
Que no diga que estuve
en ninguna gran victoria.
Pero que me ofrecí como voluntario.

También podría gustarte