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Desaparecido en esta semana, Hans-Thies Lehmann puede ser considerado uno de los más

influyentes críticos y teóricos teatrales de los últimos 20 años. La publicación en 1999 de su


Teatro posdramático, libro que es de alguna manera evolución crítica de Teoría del drama
moderno, del que fue su maestro Peter Szondi, recoge y estudia las experiencias escénicas de
la última mitad del siglo XX y sistematiza de forma académica algo que ya la crítica, la
creación y la misma investigación habían evidenciado: la aparición de formas teatrales que
superaban la hegemonía del texto y que incluso solo tenían realidad escénica, no literaria. El
teatro no era solo un género literario que quedaba ilustrado con su paso a la escena, sino una
realidad performativa, en la que el texto era uno más de sus ingredientes, y a veces no el más
destacado. El acierto de Lehmann fue el unificar todas estas corrientes (incluso las de un
teatro textual que supere lo dramático) con la más o menos afortunada denominación de
“teatro posdramático”. Hoy entre los seguidores del “teatro posdramático” hay quien que no
ha leído a Lehmann, no sabe quién fue, o ni siquiera lo que crean podría pasar un filtro
mínimo de lo que sería lo posdramático.

No podemos dejar de homenajear sus escritos, de los que en otras ocasiones hemos publicado
otras muestras, con la inclusión del último texto de Teatro posdramático, a la que lo hacemos
seguir con el primer texto de su Tragedia y teatro dramático (2014), que quiere considerar la
realidad autónoma de la tragedia como un hecho predramático y que va a pervivir pese a la
hegemonía del drama y enlazar con su declive y la aparición de nuevas formas escénicas.
Estos dos textos los complementamos con dos entrevistas a Lehmann.

TEATRO POSDRAMÁTICO:
ESTÉTICA DEL RIESGO

En cuanto a una política de la percepción teatral resulta obvio que, aquí́, nada importan las
tesis (o antítesis), las declaraciones y compromisos políticos (que pertenecen al ámbito de la
política real y no reproducida), sino más bien la falta de respeto fundamental hacia cualquier
solidez y afirmación éticas; expresado de otro modo, la transgresión del tabú́ . El teatro
siempre trata con él. Si se considera el tabú como una forma de reacción socialmente anclada
que, previamente a cualquier elaboración racional, rechaza determinadas realidades, modos de
comportamiento o representaciones en cuanto intocables, abominables e inaceptables (es
decir, como una emoción previa a cualquier valoración racional), entonces resulta convincente
la observación, muy a menudo repetida, de que a causa de la racionalización, la
desmitologización y el desencantamiento del mundo, el tabú prácticamente ha desaparecido.
En vez de abordar un debate que aquí resulta imposible, nos arriesgamos a proponer la
siguiente simplificación: que en la sociedad actual nada -o casi nada- hay sobre lo que no se
pueda discutir racionalmente. Pero, ¿y si tal racionalización también hubiera anestesiado los
reflejos humanos, que podrían resultar urgentemente necesarios en un momento decisivo, para
reaccionar a tiempo? ¿Es que el menosprecio de emociones espontáneas (por ejemplo,
respecto al medio ambiente, los animales, el clima o la frialdad social) en beneficio de una
racionalidad con fines económicos no nos está ya conduciendo a un desastre tan evidente
como imparable? A la luz de la observación del declive progresivo de la reacción afectiva
inmediata gana importancia el cultivo de los afectos, el entretenimiento de una
emocionalidad no tutelada por preconsideraciones racionales. La Ilustración por sí sola no
basta (también en el siglo XVIII, dicho sea de paso, estuvo acompañada por la corriente de la
sensibilidad). Será una tarea cada vez más importante de la práctica teatral en su sentido
más amplio crear situaciones lúdicas en las cuales se liberen los afectos. ·

El hecho de que el teatro tenga la capacidad de realizar un determinado entretenimiento


emocional, fue una idea que ya se barajó en el Barroco. Opitz llegó a definir como una de las
tareas principales de la tragedia el preparar mejor al espectador para sus propias aflicciones,
mostrándole constancia, la fuerza estoica de la resistencia. Lessing —y con él la Ilustración
— consideró el teatro como un lugar de instrucción del sentimiento de la compasión
(entendida socialmente como exquisita). Incluso Brecht atribuyó al teatro, que él no pensaba
abandonar a las viejas emociones, la tarea de elevar los sentimientos a un nivel superior y
promover sentimientos como el amor a la justicia y la indignación frente a la injusticia. En la
era de la racionalización, del ideal, del cálculo y de la racionalidad generalizada del mercado,
al teatro se le adjudica el rol de tratar con los extremos de la emoción por medio de una
estética del riesgo, que siempre contiene la posibilidad de la hiriente ruptura del tabú. Esto
sucede cuando los espectadores se sitúan ante el problema de tener que reaccionar a lo que
ocurre a su alrededor, tan pronto como desaparece la distancia protectora que la diferencia
estética entre escena y sala parece asegurar. Precisamente esta realidad del teatro, el hecho de
que pueda jugar con cualquier limite, lo predestina a actos y acciones en las cuales no se
formula una realidad ética, ni siquiera una tesis ética, sino de las que emerge una situación en
la cual el espectador se va confrontando con el temor inescrutable y la vergüenza, pero
también con el aumento de la agresividad. Una vez más queda claro, que el teatro no alcanza
su realidad estética y ético-política por medio de mensajes, tesis e informaciones
artificialmente producidas; en suma, por su contenido en el sentido tradicional. Al contrario,
le es constitutivo herir sentimientos, producir terror y desorientación y, por medio de
acontecimientos aparentemente inmorales, asociales y cínicos, hacer que el espectador se
tope con su propia presencia, sin privarlo por ello ni del humor ni del shock del
reconocimiento, ni del dolor ni de la diversión, solo por los cuales nos reunimos en el teatro.

TRAGEDIA Y TEATRO DRAMÁTICO:


TEORÍA DE LA TRAGEDIA Y LA EXPERIENCIA TEATRAL

Quien hoy en día quiera internarse una vez más en el terreno de la teoría de la tragedia, tan
intrincado como socorrido, con una colosal, casi inabarcable bibliografía sobre el tema, querrá
ofrecer de manera introductoria al lector una claridad, aunque sea provisional, sobre los
motivos y la terminología (la tragedia, lo trágico, la experiencia trágica, el trauerspiel...) y
explicarle que aspectos del tema se propone tratar con un enfoque diferente, o bien, incluso,
de forma inédita.

El primer motivo de este estudio es el hecho de que una parte considerable de las teorías
existentes sobre la tragedia pudieron haber sido escritas, exactamente de la misma manera,
incluso si nunca hubiera existido un teatro de la tragedia. Esto se puede decir ya de
Aristóteles, quien como se sabe advirtió ex profeso que la apsis (es decir, la parte visual de la
realización escénica) es cosa secundaria y lo menos artístico y valioso de la tragedia. En el
fondo, él considera la realización escénica coma superflua. Desde entonces, en la tradición del
pensamiento europeo hay un aspecto del teatro que estorba, aunque en sí el teatro se perciba
como algo refinado. Lo que estorba del teatro es el teatro. Aristóteles afirma categóricarnente
que, en realidad, el teatro sólo lo necesitan los más tontos, a quienes les disgusta hacer el
esfuerzo de pensar. A ellos hay que seducirlos mediante la mimesis —la infantil diversión que
brinda el reconocer algo— para que piensen; mientras que el ser pensante, el filósofo, no
requiere de tales incentivos:

Y también es causa de esto que aprender agrada muchísimo no sólo a los filósofos, sino igualmente a los demás, aunque lo
comparten escasamente. Por eso, en efecto, disfrutan viendo las imágenes, pues sucede que, al contemplarlas, aprenden y
deciden qué es cada cosa, por ejemplo, que este es aquel1

Este estudio quiere recuperar la dimensión teatral en la discusión sobre la tragedia, e incluso
demostrar que es su elemento central. La opinión preconcebida —virulenta desde el principio
— a favor de la teoría y en contra del logos del texto es, en gran parte, responsable de que las
definiciones de la tragedia y lo trágico se hayan derivado, sin excepción, de la interpretación
de las grandes obras de la literatura trágica. De ahí que nos enfrentemos a la francamente
paradójica circunstancia de que, no obstante la amplísima bibliografía sobre la tragedia y lo
trágico, no existe una teoría de la tragedia según la orientación y argumentación propias delos
estudios teatrales. Esta circunstancia obliga a explorar, a pesar de la tan vasta bibliografía
académica, horizontes en cierto modo nuevos, si de lo que se trata es de teorizar sobre la
tragedia como un fenómeno del que no solo se debe conceder en abstracto, sino demostrar en
concreto que está vinculado muy estrechamente —y también, en qué forma— con la realidad
de lo performático, con un proceso de alguna manera teatral, sin importar su naturaleza,
misma que puede ser muy diversa.

Dada la alta estimación de la que goza tradicionalmente la poesía trágica, no esta de mas
señalar que no solo el teatro trágico puede ser del mas alto nivel. Ciertamente la tragedia es un
caso particularmente atractivo, de lo contrario no atraería el interés de manera tan duradera. Y
el autor confiesa que alguna vez le pasó por la cabeza si la tragedia —en su particular
conexión entre conmoción pasional y mental—, al final, no sería el teatro por antonomasia.
Pero aquí no se le ha de considerar como la cumbre del arte. Existe mucho teatro sobresaliente
que no es trágico y, sin embargo, es gran arte, complejo y "profundo''. Así, entre las formas de
teatro posdramáticas contemporáneas existe un brillante teatro documental, un teatro de
instalación, la comedia, un teatro de lo político, un teatro de imágenes, un teatro cercano al
performance, y mucho más, que de ninguna manera están interesadas en crear una tragedia.
Se le debe atribuir gran importancia a esta afirmación, puesto que en cada discusión sobre el
teatro contemporáneo interviene un elemento de la apreciación desde la estética teatral, y el
presente estudio debe evitar, en la medida de lo posible, que al teatro trágico se le conceda,
per se, el lugar mas importante.
La reducción de la tragedia a la literatura es omnipresente. Importantes publicaciones, desde
relativamente recientes hasta las mas recientes, la siguen practicando,2 relevantes estudios
teóricos incluyen la lirica y la novela3, tratados filosóficos sobre la tragedia, de las cuales se
podría esperar que —dada la ahora evidente eliminación de las fronteras entre las artes— no
se concentraran en la literatura, han seguido este modelo una y otra vez.
Una multicitada obra sobre Tragedia y Filosofía, de Walter Kaufmann, del año 1980, todavía
define la tragedia como “1) una forma de literatura que representa 2) un acontecer simbólico,
encarnado por actores."4 Sin tematizar siquiera la transición que aquí aconteció, el paso de
una esfera artística a la otra. La razón para esta postura errónea en el estudio de la literatura se
debe en gran parte a que, aunque se aprecia el drama coma texto literario, no se reconoce que,
frente a el, el teatro representa una realidad estética y social de índole radicalmente distinta,
de modo que solo inserta de forma muy imprecisa uno dentro del otro los conceptos de drama
y teatro. Pero una perspectiva que incluya lo teatral solo en abstracto y como tal, aunque
evitaría el error de limitar el tema a las textos de las tragedias, también ignoraría las radicales
transformaciones históricas del teatro, en cuyo contexto se realizaron y se siguen realizando
las tragedias, en primer lugar. El teatro antiguo y la representación [Spiel] medieval, la
tragedia —dramática, la llamaríamos— del Renacimiento y del Barroco, el escenario —a la
manera de una caja óptica- del teatro burgués, la radical apertura del teatro a las vanguardias
históricas y al teatro posdramático y cercano al performance en el contexto de la cultura
mediática: a lo largo de su historia el teatro se ha reinventado una y otra vez de manera tan
radical que es del todo insuficiente tematizar el teatro, en general, solo como un elemento de
la tragedia. Solo una perspectiva que se quiera concentrar de modo explicito en la convención
y que considere como norma la acostumbrada forma específicamente dramática de teatralidad,
limitada, no obstante, a pocos siglos en Europa, puede darse por satisfecha hablando del teatro
de la tragedia.
Con ello ha quedado esbozado el segundo motivo al que este estudio le debe su origen, la
intención del autor de poner a discusión de manera coherente su añejo estudio del objeto que
es la tragedia, así como las reflexiones y tesis surgidas de él, o para que, gracias a la
clarificación del carácter "posdramático'' del teatro contemporáneo —en el sentido mas
amplio—, fructifique la perspectiva para la comprensión de la tradición "dramática'' de la
tragedia —en el sentido mas riguroso—. En el contexto de un planteamiento histórico más
amplio, en este libro el concepto "posdramático" se concibe de una manera más extensa. Aquí
no designa únicamente las formas experimentales desde la década de 1960, sino también
aquellas que fueron consideradas como su "prehistoria'' en Teatro posdramatico. 7 Y eso que
el triple paso de la forma predramática, dramática y posdramática en la tragedia no tiene nada
que ver con una procesualidad inspirada de alguna forma en Hegel. Más bien sirve para
resaltar —de la forma lo mas decidida posible— el carácter excepcional y, al mismo tiempo,
la validez limitada de la forma dramática del teatro, tal y como se ha desarrollado en Europa.
Ni antes de su dominio ni después de él —en la medida en que esto se puede prever—, ni
tampoco en otras culturas teatrales, se ha dado una fijación dramática en el sentido del teatro
europeo; aunque resulta indiscutible que en esa tradición han surgido grandes obras maestras
y profundas reflexiones sobre el arte del teatro y la tragedia, no obstante, esta primero tiene
que volver a liberar al teatro del conformismo institucional del ramo. Pues, desde luego, la
tragedia dramática del pasado alberga un potencial incalculable para el teatro posdramático.

Vinculado con la perspectivización histórica esta el intento de contrarrestar el muy difundido


error de que todo el teatro es, en el fondo, dramático, y que el concepto teatro dramático es
casi un pleonasmo. Los motivos de lo trágico recurrentes a lo largo de todas las épocas del
teatro europeo se articulan —y esta es una de las tesis principales de este estudio— en el
marco de una teatralidad de índole especifica, de modo que es posible distinguir si se trata de
una tragedia predramática, dramática o posdramática, mismas que, de forma variable a través
de la historia, aunque siempre en forma de un proceso teatral, articulan el motivo central de lo
trágico. Con esta afirmación se está teniendo en cuenta otra aseveración que ha de ser
desarrollada aquí: que no existe una experiencia trágica sin una experiencia teatral. Esto se
debe enfatizar no solo para desmarcarse de la reducción de lo trágico a la literatura y de la
idea de que lo trágico es algo que se encuentra en la vida y que el arte reproduce, sino también
en oposición a aquellos planteamientos que conciben lo trágico desligado de una forma
especifica de representación y que a la vez lo quieren reconocer, por ejemplo, en
representaciones épicas o en la lírica. El meollo del asunto es que, aunque la tragedia esta
vinculada de manera indisoluble con el teatro, de ninguna forma lo está con el teatro
dramático. La tragedia existe coma la articulación de una experiencia trágica en aleaciones de
lo más variadas con formas muy distintas de teatralidad. Por consiguiente, lo trágico no existe
sin la "tragedia" como una forma de su teatralización, del tipo que esta sea. Como experiencia,
está estrictamente ligada a una realidad performático, a un teatro (no a un drama) de la
tragedia.

El planteamiento que aquí se sostiene no tiene nada que ver con las tentativas de relacionar la
tragedia con una supuesta idoneidad particular para lo trágico de ciertas épocas o autores, ni
siquiera de vincularla con una nobleza especial, con un carácter de alguna manera más
"grande" o "elevado” que predispongan a la tragedia solo a ciertas épocas y personas.
Igualmente decisivo resulta distinguir con precisión entre la tragedia como un gesto, una
perspectiva, una elucidación específicamente artística de la vida y las construcciones nefastas
que quisieron inventar una cosmovisión trágica, una "tragedia de la cultura moderna'' (Georg
Simmel), por ejemplo, la alemana. Lo que ya de suyo debería impedirnos ligar la tragedia a
una supuesta cosmovisión trágica es el simple recuerdo de que autores como Shakespeare o
Racine, Corneille (si se quiere considerar a sus dramas como tragedias), Hofmannsthal o
Gryphius escribieron comedias tan brillantes como sus tragedias. La tragedia no es un
fenómeno de ciertas épocas que se pueda historiar. Es, a lo sumo, una idea en el sentido de
Walter Benjamin, que en diferentes épocas y con diferentes "constelaciones" articula la
representación de una experiencia trágica. Se hace bien al no afirmar que el arte es un
indicador de épocas enteras, aunque evidentemente haya habido épocas en que "floreció" la
tragedia; más bien debería uno preguntarse por el tipo de experiencia que la hace posible, por
las formas de percepción que sugiere, el pensamiento sensorial que practica. Toda esto no se
puede reducir a procesos históricos totales, no se puede reducir a eso que Hegel llama el
espíritu de una época. La teoría de la tragedia también tiene como punto de partida la
distinción entre teatralidad predramática, dramática y posdramática, que le confiere al motivo
trágico básico su correspondiente impronta histórica, la cual diverge de una época a otra. En
la medida en que la constelación respectiva de los elementos teatrales sea destacada en estas
tres formas teatrales, la yuxtaposición de estas tendencias puede, al mismo tiempo, encontrar
una explicación en diferentes estéticas teatrales. El teatro dramático sigue existiendo en la
actualidad junto al posdramático, lo cual plantea la pregunta de si una experiencia trágica
genuina es (aún) posible en ambos dispositivos teatrales, y de qué manera.

2 Aristóteles, Poética, ed. trilingiie por Valentin Garcia Yebra, Gredos, Madrid, 1999 (4, l 448b 13-17).

2Wolfram Ette, Kritik der TragOdie. Ober dramatische Entschleunigung, Velbrilck, Weilerswist, 2011; Bernhard Greiner, Die
TragOdie. Eine Literaturgeschichte des aufrechten Ganges; Grundlagen und Interpretationen, Kroner, Stuttgart, 2012.

3 Karl Heinz Bohrer, Das Tragische. Erscheinung, Pathos, Klage, Hanser, Munich, 2009.
4 Walter Kaufmann, Tragedie und Philosophie. C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tubinga, 1980, p. 97.

5 No abona a su concepción del teatro ni a una mirada literaria segura el hecho de que Kaufmann mencione precisamente a Rolf Hochhuth
como la posición decisivamente importante de una tragedia contemporánea (cristiana), y que le conceda la primacía artística a los dramas
de tesis filosófica de Sartre, por ejemplo, frente al Galileo de Brecht. En la definición de la tragedia, Kaufmann incluso se cree en la
obligación —adhiriéndose del todo a las nociones mas convencionales de que el teatro es, mas o menos, la puesta en practica y la
traducción del drama—de establecer la duración de las tragedias: "desde poco menos de dos horas hasta alrededor de cuatro horas"
(Kaufmann, op. cit.).

6Hans-Thies Lehmann, Theater und Mythos. Die Konstitution des Subjekts im Diskurs der antiken Tragiidie, Verlag J. B.
Metzler, Stuttgart, 1991; "Tragedie und Performance”: en Anton Bierl, Gerald Siegmund, Christoph Meneghetti y Clemens
Schuster (comps.), Theater des Fragments. Performative Strategien im Theater zwischen Antike und Postmoderne, Transcript
Verlag, Bielefeld, 2009, pp. 165-182; "TragOdie und postdramatisches Theater': en Bettine Menke y Christoph Menke
(comps.), Tragedie- Trauerspiel-Spektakel, Theater der Zeit: Recherchen 38, Bielefeld, 2007, pp. 213-227.

7
Cf Hans-Thies Lehmann, Teatro posdramdtico, trad. por Diana Gonzalez, Cendeac/Paso de Gato, Mexico, 2013, pp. 81-117.

8
Aqui no entendemos el concepto en la forma en que lo explicó Munz (Rudolf Munz, Das ''andere" Theater, Henschelverlag
Kunst und Gesellschaft, Berlin, 1979), sino que con ello nos referimos simplemente a aquello que surge por medio del texto
llevado a escena en combinación con la situación teatral concreta, con eso que Schechner llama "performance text" (Richard
Schechner, Performance Studies. An Introduction, Routledge, Londres, 2006).

Hans-Thies Lehmann: “El teatro no es político por su contenido, sino porque está hecho
de un modo político”

Entrevista realizada por Ivanna Soto para Clarín el 15/08/2012

"Cuando se afirma que todo arte es político, lo que se pierde es justamente su dimensión
política", afirma Hans-Thies Lehmann, el teórico alemán que vino a la Argentina para dar dos
seminarios sobre la relación entre teatro y política y sus posibilidades estéticas. Estuvo en el
Teatro San Martín –en el marco de Rituales de Pasaje– y en el Centro Cultural Ricardo Rojas.
A fines de los 90, Lehman introdujo el concepto de "teatro posdramático" (llamado así por la
ausencia de un nombre adecuado para las corrientes artísticas que comenzaron a surgir en los
70 por fuera del teatro dramático). El nuevo concepto le valió el reconocimiento como uno de
los teóricos más importantes a nivel mundial. Sin embargo, su teoría, aclara, viene siempre
después de la práctica.

Si se parte de la idea de que el teatro dramático es un teatro de representación que imita a la


realidad, está subordinado a la supremacía del texto y plantea un conflicto entre personajes; el
"teatro posdramático" es un teatro de presentación, ya que borra las fronteras entre lo real y lo
ficcional, y, por supuesto, no se postula como doble o espejo, sino como equivalente de la
vida misma. Además, impugna la categoría de personaje y los principios lógicos de narración,
y el texto cobra la misma importancia que el resto de los elementos de la escena. Por esto,
pese a que es con el estudio de Aristóteles con quien se inicia la categoría de teatro dramático,
Lehmann asegura que la estructura de la tragedia antigua no es dramática sino predramática,
ya que, como el posdramático, tiene que ver más con el ritual que con el seguimiento de una
trama. Así, con Lehmann, la noción clásica de teatro dramático explota.
Con estas nuevas posibilidades estéticas, el teatro se erige como una práctica fundamental
desde la cual desplegar reflexiones sobre los modos en que vivimos en sociedad. "Todo puede
tener una dimensión política a través de lo artístico", sostiene Lehmann, ya que, algo es
político no por su contenido sino por cómo es presentado. Así, discute la noción de teatro
político como aquel que plantea problemáticas de la vida pública e intenta producir un efecto,
ya que esto conlleva a la reproducción ideológica o al tratamiento de temas políticos de
manera superficial al servicio del entretenimiento.

Dentro de este contexto, la pregunta es cómo hacer teatro de un modo político. Pese a que no
hay una forma específica, debe ser un teatro que cuestione las expectativas sobre el teatro, que
se critique y repiense a sí mismo y donde la celebración sea suplantada por la interrupción
intelectual. Al modo del filósofo Joseph Jacotot, que afirmaba que un ignorante es capaz de
enseñarle a otro ignorante algo que él mismo no sabe, el teatro no debe transmitir una
enseñanza, sino producir significado en el momento mismo en que acontece.

-¿Por qué decidió dedicarse a la investigación teatral?


-Empecé a dedicarme al teatro porque, en la escuela, cuando era joven, el teatro era una
especie de esfera pública contraria a la familia y la vida social. Entonces ibas al teatro y era un
mundo completamente diferente porque podías articular tu descontento con el mundo. Como
sucede cuando tenés 18 años y querés hacer algo diferente, a mí me fascinó este mundo
teatral. Más tarde trabajé como dramaturgo en el mundo de la práctica, pero principalmente
me dediqué a la teoría.

-Una vez Heiner Müller dijo que como en Alemania no hubo una revolución llevada a
cabo por la burguesía, el teatro vino a reemplazar una emancipación real como lugar en
donde canalizar las energías revolucionarias. ¿Qué piensa de esto?
-Es un cliché que encierra una verdad. En Alemania la reflexión y el pensamiento siempre
prevalecieron a la acción. Pero por otro lado, varias revoluciones fallaron en Alemania: 1845,
1919, 1989. Entonces, hay que mirar más de cerca, aunque en parte es cierto.

-¿Cree que en Argentina es posible y necesario un teatro como el europeo que analiza
usted? Hay muchos directores argentinos que sostienen que el público argentino no
necesita ir al teatro para ser llamado a la acción, sino que la mayoría de la gente quiere
simplemente ver un espectáculo...
-Esto es mayoría en Alemania también. El teatro político radical no es el teatro general en
Alemania. Esta es una escena muy específica de directores avant-garde y experimentales
descontentos con el mundo. La mayoría de la audiencia no quiere ser molestada sino
entretenida.

-¿Cree que su concepto de "teatro posdramático" influenció el modo en que se empezó a


hacer teatro?
-Pareciera haber una influencia en la práctica teatral. La gente que hace teatro encuentra una
especie de estímulo o confirmación de su forma de trabajar. De todos modos, creo que la
teoría no debe programar la práctica artística, sino que debe venir después de ella. La
categoría de "teatro posdramático" fue un intento de nombrar algo que pasó, pero no como
programa de cómo debe ser el teatro. De cualquier modo, algunas personas la toman como
guía.
-En su libro "El teatro posdramático" señala una relación entre el teatro pre y
posdramático. Pese a las diferencias entre el lugar que ocupó  y ocupa el teatro en la
vida social en las distintas épocas, ¿por qué cree que sucedió esto?
-Quizás se pueda ver de otro modo: hubo un determinado tiempo de teatro dramático, que es
el caso especial. Desde Shakespeare hasta el final del Siglo XIX, desarrollamos una cierta
noción del ser humano en la tradición europea que es tema del drama. Antes y después, esta
noción del individuo no existía en el mismo sentido. Hay ciertas similitudes entre la forma en
la que hoy no creemos más en las categorías de identidad y ego y el sujeto humano como
agente, sino que pensamos más en el sujeto en términos de subconsciente, estructuras de
lenguaje que gobiernan nuestro pensamiento, como algo que cambia constantemente de ideas
e identidad. Brecht, por ejemplo, llamaba al individuo humano, dividuo, porque es dividido,
separado y reconstruido todo el tiempo.

-Ya hace trece años que acuñó el concepto, si tuviera que reconsiderar su teoría,
¿agregaría algo?
-Agregaría un montón. Hubo ciertos desarrollos desde 1999 cuando publiqué el libro que
encuentro muy interesantes. Por ejemplo, la importancia del trabajo de grupo en comparación
con el director genio que es más fuerte ahora en Europa en general. El uso del coro está más
desarrollado, también hay un elemento fuerte de diálogo del teatro con la sociedad, una
tematización más directa de cuestiones políticos. Mientras en los '80 y '90 había más un
descubrimiento de las nuevas posibilidades estéticas, ahora la situación política ha llevado a
que la gente reconsidere nuevamente cómo podemos usar estas nuevas formas con nuevos
modos de presentar los problemas políticos. Y muchas otras tendencias, pero no veo ninguna
necesidad de revisar la noción.

-De todos modos, el teatro de estructura dramática continúa. ¿Cree que va a


desaparecer en algún momento?
-Por supuesto que el teatro dramático continúa con el posdramático, pero considero que está
ligado a precondiciones históricas que están desapareciendo cada vez más, que la sensibilidad
moderna de hoy no es probable que vuelva a la estructura dramática. Además, tal vez un día la
gente se aburra de los dramas de cine y televisión y quizás vuelva a haber drama en el teatro.
Pero no creo que vuelva a aparecer la visión estrecha de teatro dramático. Pienso que el teatro
se va a desarrollar en una conexión con otras prácticas sociales: pedagogía, terapias,
actividades políticas, artes visuales, cine, video, arquitectura; está abriéndose hacia todos
lados.

-Sin embargo, los realities reemplazaron parte del drama televisivo, ¿piensa que esta
estética se trasladará al teatro alguna vez?
-Es interesante preguntarse sobre la intrusión de lo real en el proceso teatral. No tengo idea
que tan lejos irá el teatro. Hemos tenido momentos teatrales, por ejemplo en Roma, en la que
se mataba realmente en escena. Usaban a condenados a muerte y armaban performances
teatrales para matarlos. No creo que esto vuelva. La actitud moral cambió mucho en este
sentido. Por otro lado, hay un constante interés en la transgresión. El ser humano está
constantemente tratando de sobrepasar los límites, de hacer algo nuevo, algo que no es seguro
todavía. Así que puede que veamos muchas cosas que hoy todavía no podemos imaginar.
Además, tenemos que pensar en el significado de la acción, no sólo en la acción. Depende
completamente de cómo se haga, cuál es la reflexión, en qué contexto, con qué intención y en
qué circunstancias. No creo en el escándalo por el escándalo mismo.
-¿Este afán de innovación y realismo puede estar relacionado con la tendencia cada vez
mayor de actores no profesionales en el teatro?
-Hay una especie de retorno al aspecto documental de presentar un pedazo de realidad en el
escenario. Y esto fundó un amplio precedente, porque la gente comenzó a sentirse más atraída
por este tipo de teatro que por ver una historia inventada.

-René Pollesch dice que los performers que dicen sus textos deben estar de acuerdo con
lo escrito, y que de hecho discute las ideas con ellos...
-Exactamente. Los performers deben ser coautores, deben estar implicados en todo el proceso
de creación. Los performers no deben ser un instrumento del director ni el proceso teatral ser
un instrumento para el entretenimiento de la audiencia. Debe ser una actividad con un
significado en sí mismo, que la gente piense sobre lo que se está haciendo.

-¿Y cómo podemos crear prácticas teatrales que transformen el teatro en una situación
de comunicación?
-No hay un modo general, ese es el problema. Podemos tomar cualquier elemento del teatro.
Por ejemplo, que el performer no esté escondido detrás de la máscara de habilidades actorales,
sino que se presente a sí mismo abiertamente a la audiencia y que se vuelva medio del texto.
De este modo, la audiencia queda involucrada de otro modo. Tienen que entender que es una
persona real, no sólo un objeto artístico. Entonces, algo nuevo pasa entre la audiencia y el
performer que usualmente no sucede en la interpretación de roles. Esta podría ser una
posibilidad para crear una situación, pero hay otras formas. Para crear una situación hay que
tomar un elemento u otro del teatro y hacerlo muy consciente en el momento. Es una
investigación.

-Teniendo en cuenta el descentramiento sufrido por el teatro dentro de la esfera pública,


¿cuál es su contribución específica a nuestra sociedad mediática?
-Desde hace miles de años, la gente de todas las culturas siempre hizo un tipo de teatro.
Pareciera haber una tendencia antropológicamente interesante de los seres humanos a producir
teatro. Por otro lado, la contribución de un determinado arte a una determinada cultura nunca
puede ser medida directamente. De todos modos, en esta sociedad mediática la contribución
es bastante clara: por ser un elemento vivo, normalmente puede desarrollar todo tipo de
diferencias y discrepancias entre la presencia real y la presencia virtual. Puede jugar con el
video, con el cine, siempre como yuxtaposición del elemento vivo del teatro. Además, al
reunirnos físicamente, habría una cierta co-responsabilidad de lo que sucede.

-Usted propone pensar al teatro no como un servicio para la audiencia, sino como una
práctica que incluye a la audiencia. ¿Cómo sería esto?
-Sí, uno no debe mostrar como servicio, sino porque quiere mostrar algo. No se debe hacer
como el teatro institucionalizado, que trata de servir a la audiencia y responder a sus
demandas.

-Cada vez el teatro se acerca más hacia un metalenguaje en términos formales. ¿Cómo
se relaciona esto con la co-responsabilidad entre performer y espectador?
-Creo que la razón de esto es que el teatro es una situación donde tenés la estructura
comunicativa entre seres humanos ahí. Entonces, funciona como estructura comunicativa
misma. De este modo, si el teatro reflexiona sobre teatro no es para hablar de teatro, sino
porque a través del teatro se habla de la forma en la que nos comunicamos. En estas nuevas
situaciones, el espectador tiene un nuevo rol.

-¿Cree que el teatro político es más adecuado para una época o circunstancia
particular?
-No, no lo creo. Creo que desde el principio el teatro es una práctica muy relacionada con la
vida política. En Grecia Antigua, el teatro isabelino con Shakespeare, el Barroco, el teatro del
Siglo XVIII y XIX siempre conservó estas preguntas políticas sobre la sociedad. Entonces, la
política es una dimensión del teatro, no está confinada a ciertos períodos de tiempo. Pero, por
supuesto, el modo en que el teatro se relaciona con la política está cambiando con la historia.
El teatro no es político por su contenido, aunque esto es posible, sino que debe ser hecho de
un modo político. Esto es lo esencial. Debe estar hecho con un espíritu democrático de
colaboración y aceptación mutua, sin un estilo jerárquico y de relaciones de poder.

-Si tuviera que explicarle qué es el teatro a alguien que nunca fue, ¿cómo lo haría?
-No lo haría, lo llevaría al teatro.

-Supongamos que no se puede, que se lo tiene que explicar sólo con palabras...
-Es una linda pregunta. Le diría que el teatro es una reunión de personas, en la que algunos
hacen algo para que otros miren y escuchen. Partiendo de esta base, depende de lo que se le
ocurra a cada creador.

Entrevista realizada por Ivanna Soto para Clarín el 15/08/2012

PREGUNTAS A LEHMANN

Una entrevista de Diana González para Materials teòrics, Pausa 29 (2008)

Hans-Thies Lehmann es profesor de Teoría Teatral en la Universidad Johann Wolfgang


Goethe de Fráncfort (Alemania). Entre sus numeorsas publicaciones, Theater und Mitos
[Teatro y mito] (1991) o Heiner Müller Handbuch [El libro de bolsillo de Heiner Müller]
(2004), destaca especialmente su estudio Postdramaitsches Theater [El teatro posdramático]
(1999), que ha revolucionado el panorama internacional de la teoría teatral. Como todavía no
contamos con ninguna traducción del mismo al español o catalán —sí, en cambio, al inglés,
francés e, incluso, iraní, entre otros— fue reveladora su visita a Barcelona el pasado marzo
para impartir una asignatura del doctorado de Artes Escénicas en el Institut del Teatre. Desde
Pausa aprovechamos para aclarar algunas cuestiones sobre el teatro posdramático y
preguntarle acerca de sus nuevos proyectos.

Diana González. A partir de la publicación de su estudio Postdramatisches Theater [Teatro


posdramático] en 1999, empezaron a abundar los críticos de teatro que adoptaron el término
posdramático para sus estudios. No cabe duda de que la teoría teatral estaba necesitada de un
término que pudiera abarcar las numerosas variedades del teatro con temporáneo más radical.
¿Qué opina al respecto? ¿Cómo interpreta la gran repercusión que ha tenido su libro?

Hans-Thies Lehmann. Cuando me propuse elaborar un estudio sobre el teatro


contemporáneo más reciente, tuve la necesidad de encontrar un término genérico que
englobara los distintos recursos que tienen los artistas más radicales del teatro contemporáneo
de llevar sus ideas a la escena. En los setenta, para describir los happenings, Richard
Schechner había ya recurrido al término teatro posteatral, que no empleé porque omite la
relación y el diálogo histórico con el pasado del teatro. Por otro lado, posmoderno me parece
un término demasiado genérico, ya que, en mi opinión, tiene que ver más directamente con la
filosofía contemporánea que con la especificidad de la teoría teatral. Posdramático, en
cambio, incide en aspectos esenciales de la práctica teatral y cuestiona problemas
fundamentales para e l análisis del teatro en nuestros días, como, por ejemplo, el de la
superación de la estructura dramática básica, descrita por Peter Szondi en su Teoría del drama
moderno. Desde luego, uno de los posibles motivos que explican la gran acogida que ha
tenido el término posdramático a partir de la aparición de mi libro es que se trata del primer
intento de describir y agrupar el cúmulo de tendencias que existen en el teatro contemporáneo
más innovador.

D. G. Teniendo en cuenta que la tendencia posdramática, en la que el teatro se concibe como


un evento dentro del cual el texto (cuando lo hay) es un integrante más, y no como la
representación en escena de un texto, ¿piensa que es imprescindible que el crítico o teórico
esté familiarizado con las prácticas teatrales y, de un modo u otro, haya participado en ellas?

H-T. L. Absolutamente. Pienso que es fundamental que el teórico del teatro en general, no
únicamente del posdramático, esté en continuo contacto con la práctica del teatro y detesto
aquellos estudios basados únicamente en textos de los cuales el crítico no ha presenciado
ningún montaje. La relación entre el texto y la escena ha sido, y continúa siendo, polémica;
por eso es imprescindible tener acceso a todos los elementos que conforman la práctica del
teatro. Yo mismo he trabajado de dramaturgo con directores como Jossi Wieler y Christof
Nel, por ejemplo, y colaborar con Wieler y Anna Viebrock fue fundamental para mi visión de
lo que puede ser la práctica ideal del teatro. Obviamente, el teórico del teatro debe ser un gran
conocedor de los estudios y las teorías actuales, y no sólo de las teatrales, sino de otras
disciplinas, teniendo en cuenta el carácter híbrido del teatro; pero debe complementarlas con
un gran conocimiento, también, de su puesta en práctica. Sin embargo, no pienso que ocurra
lo mismo con los artistas del teatro. Ellos son perfectamente capaces de hacer grandes
montajes sin un conocimiento exhaustivo de la teoría teatral. De hecho, el proceso lógico es
que primero se desarrollen las nuevas ideas de los artistas y que, después, partiendo de ellas,
se elabore la teoría. Esto no excluye que a menudo las nuevas teorías sean una gran fuente de
inspiración para los artistas, pero nosotros, como académicos, debemos ser lo suficientemente
modestos para admitir que nuestro trabajo consiste en proponer un discurso a partir de lo que
los artistas han creado primero.

D. G. El teatro posdramático deriva gran parte de su interpretación en el receptor. ¿Piensa que
el estudio de cualquier as pecto del teatro posdramático debería intentar describir e interpretar
las reacciones del espectador?
H-T. L. Éste es un asunto muy complicado. Yo sencillamente puedo señalar algunas ideas al
respecto. Evidente mente los artistas de teatro solían estar interesados en investigar las
actitudes de la audiencia hacia sus trabajos. Meyerhold, por ejemplo, se preocupaba por la
actitud del público mientras presenciaba sus performances y solía observarlo detenidamente
para ver qué efecto producían sus propuestas teatrales.

Entre los estudiosos del teatro ha habido intentos, en efecto, de convertir la reacción de la
audiencia en objeto de estudio. A mí, personalmente, no me interesa este procedimiento. Entre
lo que la gente pueda expresar verbalmente mediante comentarios sobre lo que les ha parecido
el montaje y sus reacciones fisiológicas, inconscientes, hay un abismo que dificulta
muchísimo —y hace, al mismo tiempo, irrelevante— un estudio riguroso del receptor en su
conjunto.

Obtendríamos un simple texto en vez del complejísimo texto de la performance y además


deberíamos siempre dar preferencia a la lectio difficilior (i. e. la lectura más difícil) como
propone la hermenéutica. En definitiva, pienso que en un experimento así lo esencial para el
teatro es imposible de registrar.

Un problema distinto sería una aproximación metodológica, que hace uso de la teoría del
receptor implícito, muy común en la teoría de la recepción literaria. Analizando una
performance, a lo máximo que podemos llegar es a deducir la posición, el estilo, el modo de
recibirla por el «espectador implícito», que ya está «implícito», sugerido en el la. Este recurso
es más productivo —al menos para analizar el teatro dramático— que los resultados
pseudoexactos del análisis empírico de la recepción. En el caso del teatro posdramático, en
cambio, a menudo aparece otro problema: teniendo en cuenta que el receptor está tan
implicado en la performance que contribuye esencialmente a ella, el discurso crítico se
tambalea. Por este motivo algunos artistas y críticos empezaron a discutir «críticamente» la
pregunta de, por ejemplo, hasta qué punto la práctica crítica debe entrometerse en la práctica
artística. Pero ésta es otra historia, más relacionada con la evolución del nuevo teatro, que
intenta redefinir el lugar del espectador hasta el punto de que la audiencia deviene más
participativa o, en definitiva, «testigo» de una performance teatral, y no únicamente mera
observadora estética, hecho que plantea la cuestión de la relación entre el teatro y el ritual,
lanzada por la teoría teatro-antropológica de Turner y Schechner.

D. G. Una de las más reiteradas malinterpretaciones que se han derivado de su libro ha sido la
de pensar que el texto escrito no encuentra lugar en las múltiples manifestaciones del teatro
posdramático, a pesar de que usted jamás a dado a entender algo parecido. Imagino que los
que sostienen esta falsa convicción se basan en la gran importancia que el cuerpo y la imagen
tienen en él. Siguiendo con este razonamiento, ¿piensa que el trabajo de dramaturgia, cada vez
más en boga en el teatro posdramático, podría acabar desplazando l a autoría, es decir, el
texto original concebido de principio a fin por un solo autor?

H-T. L. Existen textos poéticos, narraciones, incluso estudios teóricos que pueden llegar a
escenificarse. También hay textos dramáticos que pueden escenificarse mediante recursos
posdramáticos. Y, obviamente, el teatro dramático continúa estando presente. El lenguaje es
un elemento riquísimo e irremplazable en el teatro. Así que el hecho de que la noción de
teatro se transforme hasta el punto de que el texto dramático no sea más el centro, sino un
integrante del evento teatral, no implica que desaparezca. Sencillamente cambia su estatus y,
al hacerlo, crea nuevas posibilidades en vez de eliminar las antiguas.

En comparación con el autor poético, teórico, dramático, etc., la tarea del dramaturgo se
acerca más, desde mi punto de vista, a la del «intelectual en el teatro». El dramaturgo
reflexiona sobre el trabajo y mantiene una perspectiva distanciada de la producción. El
dramaturgo no reemplaza el poder y el potencial del autor. Cada uno cumple con su tarea.

D. G. ¿Las líneas ideológicas que impulsan todo lo que supone el teatro posdramático podrían
englobarse bajo la filosofía de la posmodernidad? ¿Qué filósofos considera usted inspiradores
de este tipo de teatro?

H-T. L. Me mantengo escéptico ante el término posmoderno, con lo que no niego que a
menudo es útil en muchos sentidos. Ciertamente, existe una estrecha relación entre estos dos
«post». Pensadores como Benjamin y Adorno, por ejemplo, todavía pueden aclararnos
muchos aspectos sobre la práctica posmoderna, aunque estén profundamente arraigados en la
teoría de la modernidad. No obstante, pensadores como Derrida y Lacan ejercieron un fuerte
impacto en mi modo de pensar, aunque dudo que Derrida estuviera de acuerdo en ser
clasificado como «posmoderno». Teniendo en cuenta que se trata de un concepto tan amplio e
impreciso que exige una aclaración cada vez que se utiliza, yo prefiero hablar de
posdramático, un término que incide en el problema con el que se enfrentan cuando intentan
expresar sus ideas mediante la forma dramática.

D. G. Su teoría sobre el teatro posdramático cuenta entre sus puntos de partida con la teoría
del drama moderno de Peter Szondi. Él habla del problema que supuso para autores como
Ibsen, Chéjov, Strindberg, Hauptmann y Maeterlinck conjugar varios tiempos en escena, y a
pesar de que encontraron nuevas formas para lograrlo (como, por ejemplo, la «técnica
analítica» en el caso de Ibsen), éstas se desarrollaron siempre dentro de los límites de la
estructura dramática. ¿Piensa que, de entre todos el los, Chéjov fue el que más logró
trascender esos límites? ¿Piensa que avanzó rasgos del teatro posdramático?

H-T. L. Peter Szondi fue mi maestro y con él había empezado mi tesis doctoral cuando murió
en 1971. Así pues, es obvio que aprendiera de él directamente su teoría del drama moderno; lo
que nos diferencia es que él escribió teoría literaria. Él mismo lo afirma claramente en su
libro: «No estoy haciendo aquí teoría del teatro.» Por eso, aunque Szondi trate problemas
importantes para la teoría del drama, éstos no son mi prioridad, porque yo teorizo sobre el
teatro, no sobre el drama. Por ejemplo, Szondi hace una distinción iluminadora entre los
autores que reaccionaron ante la crisis del drama intentando «rescatar» la forma dramática y
aquellos que plantearon una «solución» al problema mediante un profundo cambio del
modelo dramático. Asimismo, Szondi considera la obra de Chéjov, Ibsen, Strindberg,
Maeterlinck y Hauptmann como «síntomas» de la crisis y su análisis demuestra, por ejemplo,
hasta qué punto es posible leer la mayoría de los textos de Ibsen como respuesta al problema
de que el material que trabaja es esencialmente épico y que, por tanto encajaría mejor en la
novela, mientras que Chéjov, por su parte, rechaza deliberadamente el marco dramático con el
fin de ser capaz de articular una experiencia del tiempo que, de nuevo, sería mejor llamar
«lírica» que dramática. Chéjov es sin duda el más posdramático de todos ellos y en concreto
las Tres hermanas es un buen ejemplo de una nueva concepción del tiempo —de un tiempo
estanco— llevada al teatro. El teatro de Chéjov es indudablemente un claro precursor del
teatro beckettiano. De hecho, algunos rasgos que conforman el teatro posdramático ya se
encuentran mucho antes, antes incluso del teatro simbolista y naturalista, pero es a partir de
las vanguardias teatrales del siglo pasado cuando todas sus características empiezan a
englobarse y a llevar a la práctica un nuevo modo de entender el teatro, abandonando l a
representación mimética y apostando por la estilización, la abstracción y el arte conceptual.

Pese a no compartir objeto de estudio, en muchos aspectos se da un paralelismo metodológico


entre el trabajo de Szondi y el mío. Su concepto implica la interpretación de nuevas formas
mediante el cuestionamiento de si los nuevos temas podían realmente ser expresados
mediante formas antiguas y, consecuentemente, si debería ser desarrollada una dialéctica
histórica de formas estructuras. También yo empleo este planteamiento de Szondi, que me
parece muy útil porque, de nuevo, incide en un problema artístico y no en la pretenciosa
intención de definir una nueva era histórica.

D. G. Siguiendo con esta reflexión sobre la búsqueda de nuevas formas teatrales, ¿piensa que
hoy en día es posible una delimitación de los géneros teatrales o que, por el contrario, existe
una mezcla entre ellos y ningún género puro?

H-T. L. Ya en el teatro desde principios del siglo XX a menudo es imposible distinguir


géneros puros. La tragedia y la comedia, por ejemplo, se encuentran a menudo ensambladas.
En el teatro anterior había todavía una estricta clasificación de los distintos géneros expuesta
en las poéticas; tenemos los ejemplos de Goethe y Schiller, entre otros muchos. Aunque, claro
está, hubo intentos de romper esos límites estrictos: por ejemplo el movimiento romántico
Sturm und Drang, o incluso antes en el caso de Molière, pero hoy han cambiado totalmente
las cosas. De hecho, hay numerosísimos ejemplos en el teatro posdramático de montajes de
las grandes tragedias shakesperianas a modo grotesco.

D. G. Con la intención de hablar más detalladamente sobre los recursos del teatro
posdramático, en concreto de la concepción del tiempo de que es partícipe, ¿qué tiene que
decir al respecto del uso de la palabra reemplazando las acciones de los personajes en los
montajes posdramáticos? Estoy pensando, por ejemplo, en Isabella’s room de Jan Lauwers, o
en Die arabische Nacht (La noche árabe) de Roland Schimelpfennig.

H-T. L. Se trata de una reacción contra el teatro dramático en el cual la voz y las palabras (el
sentido) se encuentran perfectamente ensambladas. Median te la escisión entre las palabras y
el cuerpo, realzando la importancia de este último, se produce una discontinuidad del tiempo.
El tiempo del «ahora» teatral es reemplazado o truncado por el tiempo, igualmente poderoso,
del evento narrado, dando lugar a una estructura temporal «postépica». En otras palabras: en
el teatro posdramático es habitual que la voz del performer narre como si lo que cuenta
hubiera tenido lugar mucho tiempo atrás. En este sentido se trata no ya del evento teatral, sino
de la performance de la narración —perteneciente a un tiempo distinto del aquí y el ahora—,
que se intensifica por encima de aquél. Muchos textos de René Pollesch no inciden en la
situación presente del actor o en sus acciones inmediatas, sino que dan lugar a una escisión: la
enérgica presencia corporal, por un lado, y, por el otro, lo que los mismos actores narran. Las
numerosas escisiones en la conciencia de los performers, «sujetos colectivos», es, pues,
traducida en una discontinuidad del tiempo teatral. El mensaje que contienen las palabras, por
tanto, es independiente de la expresión corporal. Sin embargo, el espectador es capaz de
reunificar las distintas realidades de la vida social que se tratan en la atmósfera de la
performance. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de material textual que se toma de la
sociología. Los performers citan determinadas teorías como si se tratase de juicios personales.
La discrepancia entre la realidad articulada en el texto teórico y el discurso emocional del
performer evidencia de forma exacta la realidad esquizoide de las sociedades capitalistas en la
que están inspiradas estas obras.

D. G. Uno de los proyectos que le ocupa ahora es precisamente el estudio de la posibilidad de


la tragedia contemporánea. ¿Por qué? ¿Qué lugar ocuparía en el teatro posdramático?

H-T. L. En realidad he estudiado sobremanera la tragedia antigua, que en cierto sentido puede
considerarse «predramática» en comparación con el teatro dramático desde el Renacimiento y
el teatro contemporáneo. Estoy planeando concentrarme en el «destino de lo dramático» en un
nuevo estudio, a pesar de que muchos teóricos no crean que la tragedia contemporánea sea
posible. Pienso que muchos artistas del teatro posdramático están interesados en la tragedia.
Un ejemplo destacado es la compañía italiana Raffaelo Sanzio y su serie «Tragedia
Endogonidia». Ésta se basa en el convencimiento de la estrecha relación que existe entre la
tragedia y el lugar que la produce, considerándola así un producto propio de una ciudad
concreta. Desde luego el género trágico está totalmente vinculado a la ciudad y al concepto de
ciudadanía. Aunque en el ritual primitivo el culto a Dionisio fuera un culto a los bosques y a
la naturaleza, paulatinamente el género llega a identificarse completamente con la ciudad.

De hecho pienso que la tragedia es un género propicio para expresar nuestra


contemporaneidad y sus conflictos más profundos a todos los niveles. Pero no creo que
debiéramos hablar en exceso sobre proyectos, en especial sobre uno tan controvertido como la
tragedia en nuestros días. Espero que, con más material sobre la mesa, podamos continuar
hablando de este tema en el 2009…

Entrevista realizada por Diana González para la publicaciónPausa 29 (2008) /Materials teòrics

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