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Mapas de intertextualidad:

Antígona, de Jean Anouilh


vs. Antígona, de Sófocles
El pasado sábado estuve en las Naves del Español, en el Teatro Matadero de Madrid,
viendo Antígona, una versión de la obra de Jean Anouilh de 1944 dirigida por Rubén
Ochandiano y Carlos Dorrego. El montaje de la obra me encantó: era vanguardista, se
aprovechaban con mucho éxito las posibilidades que ofrece un espacio como es el de las
Naves del Español, el vestuario era esperpéntico pero sugerente, el uso de la luz
producía unos resultados bellísimos y la música estaba interpretada en directo con un
piano y  muy bien escogida (el tango Youkali, el archiconocido Somewhere over the
rainbow y el Don´t let me be misunderstood de Santa Esmeralda, que siempre queda
resultón). Además, los actores bordaban sus papeles: Najwa Nimri era Antígona,
mientras que Eleazar Ortiz estaba estupendo como Creón (a mí me gusta más la forma
Creonte), sustituyendo a Ochandiano. Quizá el único que flojeaba un poco era el
televisivo Sergio Mur (Física o Química) como Hemón. Sin embargo, no son estos
aspectos los que me interesan aquí. Tras la obra, me puse a comparar el contenido de la
versión de Anouilh con la original del inmortal Sófocles y, por supuesto, pensé en
vosotros, queridos lectores, y en traeros este "Mapa de intertextualidad".

El argumento de ambas obras es el mismo: a causa del exilio voluntario al que se


somete Edipo, rey de Tebas, tras descubrir que ha matado a su padre y se ha acostado
con su madre, la ciudad queda gobernada por sus hijos Etéocles y Polinices, quienes
ocupan el trono en años alternos. Sin embargo, Etéocles decide instalarse
indefinidamente en el poder y destierra a Polinices, por lo que este regresa con un
ejército que le ha procurado una potencia extranjera. Tebas vence a dicho ejército, pero
en el transcurso de la batalla ambos hermanos se dan muerte mutuamente. Su tío,
Creonte, queda a cargo del gobierno y dicta una terrible ley: al defensor de la patria,
Etéocles, se le rendirán grandes honores funerarios; el traidor Polinices quedará
desenterrado a las afueras de la ciudad, a merced de las aves de rapiña, so pena de
muerte. Es aquí donde comienza propiamente la acción de la obra: Antígona siente que
debe enterrar a su hermano, en contra de lo que prohíbe la ley de Creonte y,
efectivamente, lo hace. Sin embargo, los guardias que rodean el cadáver la cogen in
fraganti, por lo que Creonte la condena a muerte. Antígona morirá; Hemón, hijo de
Creonte y prometido de Antígona, se suicidará a causa de la muerte de su amada; y
Eurídice, la esposa de Creonte, también se quitará la vida tras la muerte de su hijo. Lo
que es una tragedia, vaya.

A pesar de que los hechos son los mismos, existe una serie de sutiles divergencias entre
ambas versiones:

- Antígona: En primer lugar, los motivos que tiene Antígona para infringir la ley
de Creonte son distintos. En la tragedia clásica original, Antígona debe enterrar a su
hermano, aunque ello conlleve la muerte, porque tiene que cumplir la ley de los dioses,
que dicta que los humanos han de ser enterrados para alcanzar las mansiones del Hades.
Por tanto, lo que se plantea es un conflicto entre la ley de los hombres, dictada por
Creonte, y la ley de los dioses, defendida por Antígona. Además, Antígona da una
segunda razón: quizá no enterraría a su hijo, porque puede engendrar otro; quizá no
enterraría a su marido, porque puede volver a casarse; pero debe enterrar a su hermano
porque sus padres están muertos y sus entrañas no engendrarán a un nuevo hermano. 

Lo que vemos aquí, por tanto, es el paradigma de la tragedia. La tragedia es (si me


permite Christopher Nolan que tome prestadas las palabras que puso en boca del Joker)
el choque entre una fuerza irresistible (la voluntad de Antígona de cumplir la ley de los
dioses) y un punto inamovible (la obstinación de Creonte por hacer cumplir la ley de los
hombres). El resultado de este choque brutal es, como ya hemos visto, que la Muerte
tiene un día duro de trabajo. Ambas partes tienen su parte de razón, nadie es culpable, es
todo obra del destino. 

Sin embargo, Antígona de Anouilh no cumple estrictamente este paradigma. Se trata de


una obra escrita en el siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que los
dioses desaparecen de la ecuación. Anouilh no es capaz de encontrar, a mi juicio, un
elemento que los pueda sustituir, por lo que el personaje de Antígona pierde fuerza. Su
acto es un tipo de desobediencia civil, pero sus razones no están todo lo bien definidas
que podrían. Por lo tanto, la fuerza ya no es irresistible y es absorbida por el punto
inamovible. El enfrentamiento entre Antígona y Creonte, violentísimo en la tragedia
griega, se decanta del lado de Creonte, que anula a Antígona. Es una posibilidad que
esta fuera precisamente la intención de Anouilh, mostrar cómo el poder corrupto vence
siempre al individuo. Pero eso no es tragedia propiamente dicha.

- Creonte: Precisamente Creonte es otro de los puntos en los que ambas obras
difieren. El Creonte de Sófocles es obstinado, soberbio incluso (adolece de algo de
la hybris que llevó a Edipo al cumplimiento de su destino). Él se considera en posesión
de toda la verdad y la razón, y condena a Antígona desde un principio. Esta obstinación
aparece en el enfrentamiento con Antígona y en el enfrentamiento con su hijo Hemón
(que es también un enfrentamiento generacional). Sin embargo, al final se replantea su
posición y decide no condenar a Antígona, a instancias del adivino Tiresias (uno de los
grandes personajes de la literatura universal). No obstante, el destino no le permitirá
salvar a Antígona.

El Creonte de Anouilh es más complejo, a mí me gusta más. No es un soberbio, es un


cínico. Conoce perfectamente lo que el poder conlleva, las terribles decisiones que hay
que tomar y las mentiras que hay que contar. Y lo que es peor, lo lleva francamente
bien. En un principio, él intenta salvar a Antígona, considerando su acto una
chiquillada. Sin embargo, Antígona quiere aceptar la responsabilidad de sus actos.
Como decía arriba, el enfrentamiento es más débil, pero resultan muy interesantes las
reflexiones de Creonte sobre el poder y sobre la familia de Edipo. Creonte intenta
convencer a Antígona de que no se deje matar contándole la verdad sobre Etéocles y
Polinices: ambos hermanos eran crueles y frívolos y ya habían intentado, en tiempos de
Edipo, tomar el poder. Creonte confiesa que, para calmar al pueblo, debía ensalzar a uno
y hundir a otro. Revela, incluso, que ambos cadáveres estaban tan desfigurados que ni
siquiera sabe cuál es el que ha enterrado. Por tanto, Creonte intenta, de forma cínica e
infructuosa, hacer ver a Antígona el absurdo de hacerse matar por algo como esto que
no merece la pena. Finalmente, no le quedará más remedio que ejecutar a su sobrina y
asimilar las consecuencias en su propia familia.

Por otro lado, Creonte hace una reflexión (metateatral) sobre la familia de Edipo, que
resulta muy atractiva a cualquiera que haya leído Edipo, Rey. Critica el carácter trágico
y trascendental de todo lo que rodea a la familia de los labdácidas (“A vosotros no os es
suficiente lo humano”) y ensalza su imperfecta y humilde humanidad (“Si a mí me dice
un pastor que tiene información sobre mi incierto origen, lo habría mandado lejos”).
Concluye diciendo: “Y lo más normal cuando uno se entera de que ha matado a su padre
y se ha casado con su madre es reventarse los ojos y salir con los niños a mendigar por
los caminos”, a lo que Antígona responde: “Él era como yo, llegamos siempre hasta el
final”. Creonte es, sin duda, lo mejor que tiene la Antígona de Anouilh.

- El coro: No tiene tanta importancia como Antígona o Creonte, pero no deja de


resultar una curiosidad en este caso. El coro en la tragedia clásica cumplía una función
ilativa, iba integrando la historia y dando paso a los distintos personajes. Además,
introducían bellos parlamentos y reflexiones. En el caso de Antígona de Sófocles, los
coros son excelentes, sobre todo el dedicado al amor (“Amor, invencible en la
batalla…). Anouilh modifica el coro clásico. Su función la ejerce un personaje único,
que participa también en el drama. Sin embargo, su función no es sólo ilativa, sino que
adquiere también una función fática: rompe la cuarta pared e interactúa con el público
mientras emite disquisiciones metateatrales sobre la tragedia como género, su desarrollo
y su significado. Además, también ejerce ocasionalmente la función de los
“mensajeros”: en el teatro griego no había violencia, las muertes se producían fuera de
la escena y era un personaje, normalmente un mensajero o un criado, quien relataba los
espantosos acontecimientos. En el caso de la versión de Dorrego y Ochandiano, el actor
David Kammenos, francés, interpreta de forma genial este papel que, además, tiene una
particularidad que me encantó: sus parlamentos están en francés.

Ambas Antígonas, la de Anouilh y la de Sófocles, son dos grandes obras de la literatura


occidental. Prácticamente iguales pero completamente distintas, están concebidas para
distintos propósitos: el respeto a los dioses y sus leyes en la obra del clásico griego, la
llamada a la desobediencia civil en una Europa dominada por la Alemania nazi en el
caso del dramaturgo francés. Personalmente, me decanto por la obra de Sófocles, que es
uno de los mejores escritores de teatro de toda la historia de la literatura, muy pocos
pueden igualarle. Ahora os toca decidir a vosotros.

Luis Antonio Freijo Escudero (@freijo13) 23/03/2013


http://www.actiweb.es/literaturagranimaginador/mapas_de_intertextualidad_antigona_de_a
nouilh_vs_antigona_de_sofocles.html

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