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Hace tiempo, vino una prima desde Morelia a visitarme. En ese entonces ella tenía
19. Una chica preciosa: 1.65, rubia, ojos verdes, labios bien definidos y carnosos,
unos firmes y redondos senos copa c, un trasero paradito con piernas bien
marcadas y una cintura muy bien formada.
Tenía un par de años sin ver en persona a Melissa, había cambiado mucho,
aunque la veía en fotos por las redes sociales, en persona se veía distinta, más
mujer y más bella.
Traía puesto un vestido sin mangas, corto y ajustado, que le hacía lucir más su
figura, además de unos tacones altos.
- "Hola, Ricardo, qué gusto verte (dijo al abrazarme con fuerza y plantarme un
beso en la mejilla). Como siempre de exhibicionista, tápate, te vas a enfermar (dijo
al pasar y riendo burlonamente)."
Como es natural, por ser tan querida y consentida por mí, le ofrecí un masaje para
aliviar la tensión y el dolor, pues se notaba algo decaída. Además, yo sé que le
encantan mis masajes.
Ella accedió, bajó la parte superior de su vestido hasta la cintura y se puso boca
abajo con sus brazos extendidos hacia los pies a los costados, mientras yo iba por
una crema. Me puse abierto de piernas sobre sus glúteos, pero obviamente sin
posarme sobre ellos, en realidad hasta este punto yo no pensaba en algo sexual
con ella.
- "¡Ay, primo! Me estás poniendo muy caliente, quiero que me la metas, desde
hace tiempo tengo ganas."
Accedió y nos quitamos la ropa, mi pene estaba como una piedra cuando volví a
ponerme sobre ese rico culito, se hundía delicioso entre sus nalgas y ella se
apretaba contra mí como deseando tenerlo adentro mientras yo acariciaba su
espalda y sus brazos, esta vez masajeando y besando suavemente. Me di la
vuelta para masajear sus pies, y mi pene se abrigaba mejor entre sus nalgas, a la
par que mis testículos se acariciaban con ellas. Besé y di masaje desde los dedos
de sus pies hasta el comienzo de esos deliciosos glúteos.
Me bajé de ella dispuesto a disfrutar sus nalgas. Las sobé y apreté mientras las
besaba. Sin que ella lo esperara las abrí y le planté un beso negro con lengua tan
rico, que ella arqueó su espalda y gimió aún más excitada que antes.
Le di la vuelta, me puse frente a ella con sus piernas abiertas y acaricié sus tetas.
Se veían preciosas, blanquitas, firmes, con unos pezones de los que más me
gustan, con una aureola grande y café muy claro. Se los comí, no podía evitarlo al
estar tan ricos. Ella acomodó mi pene en la entrada de su chochito empapado, se
sentía que escurría. Así que yo besaba, chupaba y mordía sus tetas, mientras ella
se frotaba mi pene en la entrada de su vagina mojada.
Cuando sentí que intentó meterlo me retiré y le dije: - "te dije que no, Melissa".
- "Por favor, primo, no puedo más, necesito que me lo metas". Sus palabras me
sonaban en un tono tan lleno de lujuria y ternura a la vez, que sentí que mi pene
quería estallar en un tremendo orgasmo.
Sin decir algo metí mi cabeza entre sus muslos, lamí y chupé su entrepierna, ella
se retorció, gimiendo un poco, y acarició mi cabello. Lamí varias veces desde la
entrada de su vagina, que chorreaba, hasta su clítoris. Su sabor y olor eran
magníficos. Jugué mi lengua dentro de ella, succioné sus labios, lamí lo mejor que
pude y, cuando menos lo pensé, pasó lo que yo estaba esperando. Melissa haló
de mi cabello y me restregó su vagina moviendo sus caderas por toda mi cara
mientras decía: - "¡ah! ¡Así! ¡Me voy a venir!"
De inmediato me incorporé, levanté sus piernas sobre mis hombros y metí mi pene
hasta el fondo lentamente, para que lo sintiera en cada borde y palpitación. Se lo
dejé bien adentro unos instantes, apretando mis huevos contra su culo, moví mi
cadera estando hasta el fondo de ella y luego comencé a embestir. No pasó ni un
minuto cuando sentí las piernas de Melissa temblando y su vagina empapando
sus nalgas con un orgasmo muy intenso.
Se ensartó hasta el fondo y, dejándola así, se frotaba hacia adelante y hacia atrás
para luego moverse en círculos, repetía sus movimientos y sus jugos me escurrían
hasta las nalgas. Puse mis caderas cuan tensas pude mientras ella, apoyándose
en el muro, se empujaba apretando lo más que podía su concha contra mi verga
dura.
La hice rebotar en mi pelvis con cada embestida, me sentía con una fuerza
tremenda por la calentura.