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Sexopnia: En busca del sexo cuando

esta dormida - Relatos Eróticos

CAPÍTULO 1

ATAQUE SONÁMBULO:

Mi nombre es Ricardo Dávila y muchas mujeres dicen que soy


bastante atractivo. No paso de los treinta años, mido un metro
ochenta y cinco de alto, de complexión atlética, piernas largas y
torneadas, cuello extenso, ancha espalda, brazos musculosos y
un torso bien definido, duro como la roca. Poseo un rostro
ovalado, de facciones varoniles, ojos verdes, tersa piel trigueña
y un cabello largo y ondulado de color oscuro.

Trabajo como entrenador de defensa personal en un club para


grandes personalidades. Modelos, cantantes de moda y gente
de la farándula. Ese día en el club todo marchó como de
costumbre, terminé mi turno a las 10.00 PM, pero algo salió mal
al momento de regresar a casa.

La batería de mi Cheroqui se descargó y un compañero tuvo que


pasarme corriente para echar a andar el motor. Tardé casi una
hora en que la camioneta arrancara finalmente, por lo que llegué
tarde y vi todas las luces apagadas.
Supuse que mi cuñada, Luisa, se había acostado temprano al no
verme regresar. Luisa era una exitosa mujer de negocios. A sus
veintiocho años se desempeñaba como diseñadora de modas y
dueña de una agencia de modelaje. Principalmente diseñaba
ropa para acompañantes, por lo que la mayoría de sus modelos
eran hombres. Además, contaba con un gran número de
guardaespaldas para cuidar de sus modelos y de ella misma.

Hasta donde yo sabía todos sus modelos y guardaespaldas


seguían solteros, motivo por el cual varios de ellos deseaban
llevársela a la cama. Y con justa razón, ya que Luisa era una
mujer verdaderamente despampanante.

Esbelta, uno setenta y ocho de estatura, anchas caderas,


abdomen estrecho, largas y hermosas piernas, así como un
jugoso y prominente busto. Su piel era tersa y blanca, su cabello
extenso y castaño claro, bellos ojos almendrados, además de
unos labios rojos y sensuales.

Mi cuñada estaba en la ciudad de vacaciones, ya que pronto


iniciaría una serie de presentaciones de su última línea de moda
por Italia y Francia. Sin embargo, Vanesa mi esposa había
tenido que salir ese mismo día por la mañana, debido a que su
jefe se enfermó gravemente y tuvo que viajar a San Francisco
para cerrar un trato comercial en su lugar.

Entré por la puerta de la cocina, sin prender las luces y me


dispuse a subir directo a mi recámara. Sin embargo, escuché un
ruido proveniente de la sala. Pasos, pasos que se escuchaban
amortiguados. Entonces me giré hacia la sala y me encaminé
sigiloso para ver quien los producía.

Allí, medio alumbrada por la luz que se filtraba desde la calle,


descubrí una silueta blanca que se movía despacio. Me asusté
un poco, porque creí que se trataba de algún ladrón. Pero en ese
instante, la figura se volvió y alumbrada por la farola de afuera,
comprobé que tan sólo era mi cuñada.

-Me asustaste, pensé que ya estabas dormida. –

Le dije aliviado.

Luisa iba descalza, vestía un camisón de ceda transparente que


permitía ver sus suculentos senos y daba una buena cuenta de
su húmedo coño. Fui incapaz de no fijar la mirada en el sensual
cuerpo de mi cuñada, sobre todo porque noté que debajo de ese
delgado camisón estaba completamente desnuda.

Una inmediata erección se hizo presente. Pensé a qué sabría la


piel de Luisa, como serían sus pechos, a qué sabrían sus labios
y si ella gemiría tanto en la cama como Vanesa. Estaba tan
distraído en imaginar los miles de formas en que podría
poseerla, que no me percaté en que ella había caminado unos
cuantos pasos hasta donde yo me encontraba.

En aquel momento tomé nota del extraño comportamiento de


mi cuñada. Luisa caminaba con los ojos cerrados, la cabeza
clavada hacia atrás y los brazos por delante como en búsqueda
de algo.

-Coño… está sonámbula…-

Había escuchado muy poco de los sonámbulos. Sabía que no


era bueno despertarlos, grandes sobresaltos podían acarrearles
crisis nerviosas. Supe de un amigo mío que padecía de ese tipo
de episodios; su hija lo había despertado y se había caído por la
escalera de la impresión. Yo sabía que tenía que dejarla hacer lo
que quisiera y conducirla a su cama con cuidado, pero lo más
importante era que ninguna perturbación alterara su sueño.
Me sobresalté cuando Luisa comenzó a recorrer mi cuerpo de
forma lasciva. Exploró con avidez cada centímetro del torso y
frenética palpó debajo de la camiseta.

Mi cuñada emitió un sonido de satisfacción cuando sus manos


sintieron lo duro de mis pectorales y lo bien trabajado del
abdomen. Después se inclinó en una extraña posición, casi
arrodillada, deslizó sus manos sobre mis mocasines, para luego
subirlas lentamente a través de los geans. Luisa tentaba de un
modo voluptuoso mis piernas y muslos, para enseguida sujetar
con firmeza el trasero con la mano derecha y mi miembro con la
mano izquierda.

Ante aquellas acciones fui incapaz de evitar incrementar mi


erección al máximo y soltar un sonido gutural de placer. Los
toques de mi cuñada me volvían loco. Vanesa jamás había sido
tan apasionada y por otra parte, no sabía que era lo que
pretendía Luisa y el no saberlo estaba a punto de conseguir que
perdiera el control.

Nunca había escuchado que un sonámbulo hiciera eso. Sabía


que los sonámbulos decían incoherencias, caminaban por la
casa o incluso hasta abrían el grifo del agua, pero no que
tocaran de esa manera, esa manera tan provocadora y sexual.

Luisa se colocó de pie una vez más. Tocó con de manera


erótica mi espalda y hombros, mas cuando sintió lo poderoso
de mis bíceps, una mueca de placer llenó su rostro, al tiempo
que emitió un gemido cargado de deseo, que por poco causó
que me arrojara sobre ella.

Enseguida se aproximó aún más para explorar mi rostro. Pude


oler el jabón de lavanda que utilizaba, sentir la humedad de su
cabello y lo abundante de sus pechos. Mi excitación crecía a
cada segundo y ya no estaba convencido de poder controlarme
por más tiempo.
Me quedé sorprendido cuando Luisa se volvió a hincar y
empezó a quitarme los mocasines y calcetines. Mi cuñada se
puso de pie y con mis zapatos y calcetines en la mano, caminó
de regreso hacia el cuarto de invitados al fondo del corredor.

Seguía excitado por la forma en cómo me tocó, pero aliviado De


que su episodio de sonambulismo hubiese terminado, de lo
contrario yo no podría evitar poseerla.

Sin embargo, apenas tuve ese pensamiento me quedé pasmado


y sin saber que hacer. Luisa regresaba de la recámara, una vez
más con la cabeza caída hacia atrás, los ojos cerrados y sus
brazos por delante. Vino directamente a mí y tras usar sus
manos como guía, volvió a colocarlas sobre mi torso.

Me sujetó con firmeza y en un rápido movimiento desabrochó el


cinturón y lo sacó de los geans. Enseguida tomó rumbo de la
habitación, pero retornó inmediatamente y volvió a buscarme
con las manos. Entonces hizo un intento por quitarme la
camiseta, pero yo traté de detenerla, pero ella insistió de una
manera tan exhaustiva que terminó por romperla en dos.

Para ese momento ya estaba por perder el control y no faltaba


mucho para que tomara con fuerza a mi cuñada, le arrancara el
camisón y tuviéramos un sexo desenfrenado.

Ella como lo hizo antes, llevó los restos de la camiseta hacia la


recámara, y en esta ocasión en cuanto volvió sonámbula buscó
la cremallera de los geans. No obstante, yo ya había facilitado el
trabajo, pues los desabroché, la ayudé a sacármelos y otra vez
los llevó de vuelta a la habitación.

Esa vez tardó en regresar casi un minuto, un tiempo largo en


comparación a las anteriores, inclusive pensé que ya había
parado su ataque sonámbulo. Sin tardanza Luisa buscó mi
bóxer y sin más alcé mis piernas para que pudiera quitármelos
con toda facilidad, pero ella tiró con fuerza hasta que los
rompió.

Mi erección era durísima y no estaba seguro de que hacer a


continuación. Yo ya me encontraba desnudo y las intenciones
de mi cuñada sonámbula eran claras. Mis ideas se vieron
confirmadas cuando Luisa retornó por última vez con los ojos
cerrados y la cabeza clavada en el pecho.

Se aproximó lentamente hasta mí y luego de recorrer con sus


manos lujuriosas la desnudez de mi cuerpo, en especial la
firmeza de los músculos del torso y mi erección, me tomó del
brazo y me condujo hacia la recámara.

En cuanto entramos a la habitación, noté que Luisa había


colocado y doblado mi ropa encima de un sofá. Había
destendido la cama y tiraba de mi brazo hacia esta. En cuanto
estuvimos enfrente de la cama, Luisa comenzó a besarme y
lamerme con avidez y voracidad.

Fui incapaz de contenerme por más tiempo y le rompí el


camisón de un tirón. La besé con rudeza y comencé a succionar
sus pechos con un deseo incontrolable, mientras ella me
derribaba en la cama y se introducía mi miembro en su coño
con apetencia. Nos besábamos con desespero y parecía que se
trataba de una competencia por quien podía expresar más
pasión .

Luisa chupaba y besaba mi pectoral, al tiempo que yo lamía y


besaba su cuello. Luisa principió a emitir fuertes gemidos de
placer, al ritmo de mis envestidas. Yo movía mis caderas con
violencia y en respuesta ella se estremecía de éxtasis. EN un
punto la envestí con tal rudeza que ambos nos arqueamos en la
cama y soltamos tremendos gritos de placer. Ella clavó con
fuerza sus uñas en mis hombros, al tiempo que yo me
apoderaba posesivamente de su boca.

En el punto del máximo clímax, ella me atrajo con fuerza sobre


su cuerpo, como si quisiera poseerme mientras yo la poseía.
Nuestras lenguas combatieron desenfrenadas por el control y el
orgasmo al fin nos golpeó a los dos, cuando entre espasmos
Luisa apretó en su vagina mi miembro y yo al fin me corrí en
medio de un grito bestial en su interior.

Caí exhausto a su lado, sin poder creer aún que acababa de


tener sexo con mi cuñada y que ella en verdad estaba dormida
por completo, pues en ningún momento del duro episodio había
abierto los ojos y a pesar del sexo rudo, sus músculos estaban
flácidos. Sólo para comprobar mi teoría, aproximé mi mano
lentamente hacia su rostro y levanté sus párpados y mi
sorpresa fue mayúscula cuando al abrirlos su mirada estaba
perdida y vidriosa.

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