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El Rubicón

Por: Johannes Denger

La crisis del niño de nueve años y su relación con las épocas características del tercer año
de primaria.

En Enero 10 del año 49A.C., César cruza con una legión el Rubicón, un pequeño río que recorre la
frontera oriental de la Galia Cisalpina. Sus palabras según la tradición fueron:

“Jacta alea est”, lo que quiere decir: “El dado ha caído”.

Eso aparentemente era una acción de locura, porque en Roma se encontraba Pompeyo con diez legiones -
60.000 hombres- y la autorización para levantar todas las tropas requeridas. ¿Cuál era la razón que
impulsaba a César para marchar contra un enemigo tan poderoso?

Su tiempo como gobernador de la Galia estaba a punto de terminar; sin embargo, solamente medio año
más tarde había la posibilidad de ser elegido por el senado en un nuevo e influyente cargo. Mientras tanto
iba a perder su inmunidad; entonces sus oponentes políticos tendrían campo libre para someterlo a un
proceso. En esa situación de crisis -un estado viejo se acaba, mientras uno nuevo todavía no se puede
llevar a cabo -César es invitado por el senado a poner una parte de sus tropas a la disposición de
Pompeyo, y a disolver la otra parte. César obedece pero con la excepción de esa legión legendaria con la
que cruza el Rubicón, y sucede lo increíble: cuanto más se acerca César a Roma, tanto más voluntarios se
unen a sus tropas. Aunque las legiones de Pompeyo eran numéricamente mayores, éste se retira sin luchar
y César invade a Roma, el centro del mundo en aquella época.

El niño, alrededor del décimo año de vida, vivencia una fase de desarrollo que es denominado por Rudolf
Steiner como el paso por el Rubicón. La capacidad de la imitación, que tiene su formación esencial en el
curso del primer septenio, y que todavía como reminiscencia lleva el niño durante el primer tiempo en la
escuela, se ha agotado. Se interrumpe la natural conexión con el mundo, mas todavía faltan las
condiciones para unirse con él por un pensar conciente, y un criterio autónomo para formar un juicio que
todavía no existe. En esa posición insegura el niño se ve confrontado con graves preguntas, que puede
experimentar como un abismo, “¿De dónde vengo? ¿Son verdaderamente mis padres los míos? ¿Quién
soy?”. Por primera vez se percibe concientemente a la muerte y se siente dolorosamente que tanto los
seres queridos como también uno mismo un día tienen que morir

A pesar de preguntas tan existenciales, que no siempre se expresan, también puede de golpe aparecer ante
el alma el motivo del destino de la propia vida. Durante un momento el joven ve claramente como imagen
lo que se ha propuesto como meta en su vida. Se pueden encontrar ejemplos impresionantes en la
biografía de hombres famosos.

¿Cómo podernos entender esa situación de crisis por medio de la Antropología? El desarrollo nunca va
lineal; mas un equilibrio una vez encontrado, puede ser mantenido por cierto tiempo justificadamente.
Ahora bien, para que el hombre no se congele en un estado rígido, tiene que suceder algo que retroceda
este equilibrio, para que se pueda encontrar nuevamente en otro nivel. No obstante, esta crisis al mismo
tiempo tiene la oportunidad de avanzar hacia nuevas posibilidades vitales. Dos ritmos superpuestos de
desarrollo posibilitan que la tensión creativa entre lo realizado y lo futuro, entre lo logrado y lo anhelado,
nazca cada vez de nuevo durante el crecimiento del niño y del adolescente.

El ritmo de los siete años que priva durante el desarrollo de las envolturas corpóreas, se manifiesta
físicamente con el nacimiento, cambio de la dentadura, y la pubertad. ,..
Con el inicio del cambio de dentadura se termina una fase de crecimiento donde la actividad de las
fuerzas formativas que desarrollan los órganos, estaban dirigidas hacia el interior. La coronación de este
proceso consiste en la segunda dentición individualmente formada. El cuerpo de las fuerzas formativas
(etéreo) está a disposición del niño. que ahora se puede confrontar con el mundo -formando sus
pensamientos y el alma animidosa (el Gemüt): ha nacido el alumno capaz de ser educado. Así podemos
comprender que precisamente la enseñanza imaginativa será bien recibida y tiene su saludable efecto en
la capacidad de juicio del niño, que en este momento todavía no ha despertado.

Solamente con la pubertad, donde físicamente se muestra el nacimiento del cuerpo anímico (astral), el
adolescente ha desarrollado por su propia vivencia aquella riqueza anímica que le hace posible llegar a un
juicio propio correcto: ha logrado la madurez terrestre.

Este ritmo regular de los nacimientos ahora está sobrepuesto -y de cierto modo «dañado» - por el yo
humano, que va despertando en forma escalonada. En el tercer año aparece una autoconciencia: el niño se
dice «Yo» a sí mismo y entra entonces en la crisis de la edad en que dice no a todo. El hombre logra la
realización de su Yo solamente con la mayoría de edad. Entonces él mismo puede determinar los motivos
de sus acciones. Mientras tanto hay un nuevo impulso del Yo que podemos llamar vivencia del Yo.

Ahora bien, ¿dónde se encuentra el niño de nueve años dentro de estos acontecimientos del desarrollo?

Con los siete años ha llegado a la madurez de los dientes. Con aproximadamente catorce años, logra la
madurez terrestre. Esos dos pasos exteriormente destacados, son generalmente conocidos. No obstante, en
medio de éstos -desde más o menos 9 años un tercio, hasta once años dos tercios- existe una época de
maduración decisiva que el educador no puede percibir fácilmente: la madurez de la respiración.

Mientras tanto ha predominado la respiración y más tarde lo hará la circulación de la sangre donde nace
en esa fase de tránsito) la armoniosa relación entre el respirar y el pulso 1:4. Rudolf Steiner considera esa
relación como la condición fisiológica del impulso del Yo. Las preguntas existenciales que ahora surgen
en el alma del niño indican el siguiente despertar hacia el Yo; el niño percibe ya la región de su propio
sentimiento.

El niño. que hasta este momento ha vivido de preferencia armonizando con su medio ambiente, se
encontrará ahora en situaciones en que su sentimiento hace una rara oposición al ambiente - más
exactamente de esa manera lo vivencia como lo propio ya no está congruente con el mundo. Las
autoridades, antes naturalmente reconocidas, o sea, los maestros y padres, serán cuestionados y más tarde
analizados.

«Dos gracias hay en el respirar:


inhalar el aire y descargar.
Aquello oprime, esto refresca,
tan maravillosa es de la vida la mezcla.
Da gracias a Dios cuando te oprima .
y gracias también cuando te redima».

J. W. von Goethe

Si hasta aquí hemos mirado la respiración en su relación con el pulso, y con esto la base fisiológica para
el encasillar del Yo, queremos ahora tratar de comprender el proceso de la respiración en sí misma y su
significado anímico: por el respirar nos unimos con el mundo; por el inhalar recibimos al mundo dentro
de nosotros, lo transformamos y luego por el exhalar le regresamos algo de nosotros. Es un proceso
explícitamente social, que se realiza inconcientemente en el hombre sano. Solamente en manifestaciones
patológicas se hace visible el significado de esta normalmente armoniosa transformación entre el interior
y el exterior, por ejemplo el que respira bajo presión (Pressatmer), que sólo quiere inhalar y detener el
aire y después no exhalarlo. El que ya ha observado tal niño puede reportar el típico hecho de que esos
niños respiran totalmente de forma normal durante el sueño; sin embargo cuando comienza a actuar la
conciencia vigílica, caen otra vez en la respiración restringida.
¿De qué manera acompañan las épocas características de la enseñanza del tercer año a la maduración
respiratoria del niño?

Es una condición vital para el maestro de grupo y significa una parte importante de su preparación no
solamente adoptar como enseñanza tradicional las sugerencias del «.plan de estudios» de Rudolf Steiner,
que los colegas han elaborado, sino unirse con ellas de tal manera que nuevamente puedan ser vivas
dentro de él. El maestro de grupo solamente podrá cumplir en el segundo septenio con la necesidad del
niño por medio de la autoridad bien amada, cuando él mismo no solamente sea un imitador o alguien que
sigue a una autoridad, sino cuando cree nuevamente lo que quiere acercar a los niños en la clase, por su
propia capacidad de juicio y amor por el mundo. Esto es un gran reto al que el individuo seguramente
sólo en parte puede hacer justicia; sin embargo, es la única posibilidad de convertirse en autoridad: uno
que realiza su Yo y escoge los motivos con su intuición actuando según ellos.

Con lo siguiente, vamos a tratar de aclarar las cuatro épocas dadas en el tercer año, en su conexión con la
situación del desarrollo del niño entre nueve y diez años. Esto puede ser solamente insinuado y es un solo
camino posible entre muchos más.

El niño que por la nueva vivencia de su Yo empieza a sentirse separado del mundo, recibe cómo
enseñanza al principio del tercer año el mito de la Creación, así como se le encuentra en el Viejo
Testamento. Mientras en el alma infantil nace la pregunta: «¿De dónde vengo?», vivencia la creación del
mundo por las grandes imaginaciones: el Dios Padre como creador insufla a Adán el vivo aliento. En la
narración del pecado original vive imaginativamente lo que se le hace una experiencia vital. El comer del
Árbol del Conocimiento lo lleva a ser conciente de sí mismo demasiado temprano, con eso la pérdida de
su unidad con el paraíso. Por la expulsión del paraíso nace el primer adentro-afuera, o sea la separación.
Desde la vivencia ingenua del pequeño niño de ser el centro del universo, sigue un despertar a la
«realidad». Sin embargo, en el mundo existen condiciones que hay que tomar en cuenta: el hombre
después de haber sido «expulsado», ahora se encuentra frente a la naturaleza como un agricultor y está
obligado a adaptarse al ritmo respiratorio de ella en el curso del año.

Nuevamente se presentan al niño las más bellas y verdaderas imaginaciones en la época de la agricultura.
El niño que siente germinar dentro de sí su Yo, puede vivenciar el germinar y madurar del trigo. En el
sembrar y cosechar se encuentra “claramente” el proceso respiratorio del dar y recibir. Se descubre el
trabajo como una oportunidad para transformarse a sí mismo y al mundo. Ahora los niños también
empiezan a verse en relación con los otros: «cómo es él y cómo soy Yo?» (en la observación de las
diferentes consistencias del suelo está oculta una enseñanza de los temperamentos: el pesado suelo de
barro, el ligero de arena, el fogoso del calcio, etc.).

Mientras que en la época de agricultura el campesino se mantiene a sí mismo en un intercambio vivo con
la naturaleza, entonces se trata en una siguiente época del recibir y dar entre los hombres. Los
trabajadores dependen uno del otro por la división del trabajo. De esa manera, un zapatero hace los
zapatos principalmente para los otros. Y ahora aparece la diferencia entre los hombres: el trabajador
dispone de ciertas capacidades especialmente formadas. En los gremios se apoya el carácter de los
diferentes oficios.

Por fin, en la época de la construcción se crea un espacio interior por deslinde. La casa está firmemente
colocada en sus cimientos, al igual como el hombre en sus piernas. Arriba está techada (en alemán hay
aquí un doble sentido: bedacht= reflexionado y be-dacht= cubierta con un techo. N.del tr.). Sus muros
tienen ventanas y puertas y allá es donde la luz y el aire fluyen adentro, donde los hombres entran y salen,
donde uno se retira ¡o bien, invita a los huéspedes!

Esas pocas aportaciones quieren aclarar de qué manera se pueden transformar las ideas de la preparación
del maestro en un concreto lenguaje dirigido hacia los niños. Además sería necesario añadir las épocas del
cuarto año, como por ejemplo el primer estudio del hombre y del animal. Este se queda para un tiempo
posterior. En cambio, aquí se hizo el intento por medio de algunos ejemplos que dan a conocer
principalmente la relación entre la maduración de la respiración y las épocas características del tercer año
escolar.
Las cuatro épocas tienen en común el tratar la interrelación entre el interior y el exterior. Los niños que en
esa edad, reforzada por su sentimiento, experimentan la separación entre su Yo y el mundo, pueden
efectuar la imagen de la historia del hombre: el hecho de la separación del mundo espiritual y la
posibilidad de una futura reunión, impregnan el tercer año escolar por medio de las narraciones del Viejo
Testamento.

En este movimiento entre adentro y afuera también está basado el desarrollo del pensar, mientras el niño
empieza a comprender «las relaciones como experiencias del inhalar-exhalar».

Del correcto acompañamiento educativo de esa época de la niñez depende mucho para la vida posterior.
Jacta alea est: El dado ha caído. Hay que cruzar la frontera; y qué acertada es la parábola del Rubicón,
elegida por Rudolf Steiner, que nos aclarará una última observación: se trata de un paso por la frontera
hacia adentro o sea hacia el Yo en su proceso del despertar.

«Die Erziehungskunst»
No. 5 Mayo de 1985.
Tomado de Boletín de Metodología No. 154, Méjico. Pág 9- 13

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