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SOBRE LAS
COMPLICACIONES
DE VIVIR SIN NOMBRE
Y OTROS PEQUEÑOS ASUNTOS
Colección Narrativa
2015
Li Gambi, Fabrizio
Sobre las complicaciones de vivir sin nombre . - 1a ed. - Córdoba :
Borde Perdido Editora, 2015.
120 p. ; 21x14 cm.
ISBN 978-987-45823-9-3
Ficha técnica
Borde Perdido Editora
Diseño y arte de tapa: Sebastián Maturano
Haz de Luz: Victoria Dahbar
En los detalles: Guerrero de Luz Juan Revol
Contactos
bordeperdidoeditora@gmail.com
www.facebook.com/borde.perdido
www.bordeperdidoeditora.wordpress.com
Dirección Editorial
Sebastián Maturano
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Sobre las complicaciones de vivir sin nombre
SOBRE LAS
COMPLICACIONES
DE VIVIR SIN NOMBRE
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Fabrizio Li Gambi
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Sobre las complicaciones de vivir sin nombre
MIGRAR
A veces, a la mañana, me quedo tirado en el pasto y veo los
pájaros. Algunos vuelan decididos y cruzan el cielo entero en poco
tiempo. Hay otros, en cambio, que parecen perdidos y bailan en el
aire sin destino aparente. Creo que esos son los más felices. Me
gustaría ser uno de ellos, pero yo soy sólo un hombre y como tal
hago lo que puedo.
Vivo en la calle. Me despierto al amanecer y, una vez que
reúno fuerzas para levantarme, orino el lugar sobre el que estuve
acostado. Después busco una canilla, me lavo las manos y la cara, y
me voy. No interesa hacia dónde, lo importante es migrar.
Eso mismo hice hoy. Caminé bastantes cuadras, pero
cuando el sol estuvo bien alto y el calor comenzó a agotarme,
busqué una sombra y saqué un sándwich de jamón que guardaba
envuelto en un nylon.
Sucedió que tuve la torpeza de tirar un pedazo de pan al
suelo. Un perro que no había visto se acercó y lo devoró en un
segundo. Por eso, tomé mi bolso y me apresuré a partir. El perro
quiso seguirme, así que lo asusté con un grito. Él dio un salto atrás y
olfateó el piso, disimulando. Continué mi trayecto, pero me sentía
incómodo y entonces entendí que era demasiado tarde. Frené y
volví sobre mis pasos. El animal retrocedió. Esperé un momento,
quieto y con la mano extendida, hasta que gané su confianza otra
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LAVANDINA
El sabor de la comida es lo que menos importa. En realidad,
es mejor que su gusto sea, en algún punto, desagradable. Si no, se
corre el riesgo de volverse adicto.
Por eso, la basura es mi fuente de alimento diario. Se la
limpia bajo el agua de un grifo, luego se la desinfecta con un poco
de lavandina y una vez más se la enjuaga.
Como todas las noches, hoy estaba preparándome para
cenar. Me instalé en la vereda, sobre una calle de departamentos
antiguos. Saqué de mi mochila dos tomates blandos, cinco trozos de
pollo que aún tenían bastante carne y una pequeña bolsa donde
guardaba restos de banana. Con una botella de agua y otra de
lavandina llevé adelante la rutina de limpieza.
Sentí que alguien gritaba, pero no me di por aludido. Sin
embargo, a los pocos segundos, una señora mayor salió de una de
las casas. Llevaba pijama y tenía las llaves en la mano. Las sacudía
haciendo mucho ruido y decía entre gritos que me fuera, que no
quería borrachos en su puerta, que dejara de ensuciar su entrada.
La situación me daba gracia, principalmente por la
vestimenta de la señora. Me limité a decirle que, en realidad, le
estaba dejando las baldosas muy limpias. Al parecer, no me creyó,
porque me insultó y se metió adentro.
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JULIÁN
No tengo antecedentes y mi delito no es grave. La policía
judicial está rebalsada de trabajo y ahora tiene un preso que se niega
a decir quién es y de dónde viene.
Ya me preguntaron más de cinco veces mi nombre. Cada
vez que lo hacen, me largo a reír. La última vez, uno de los oficiales
casi se tienta. “Qué ganas de romper los huevos”, me dijo, y se fue.
Supongo que el problema, después, será de otros.
El sistema es lento pero funciona, así que toman mis huellas
digitales, sacan una foto y me hacen esperar.
Tengo un compañero que robó una quiniela. Se mueve
mucho y me desprecia porque no le hablo. De todos modos, insiste.
Se esfuerza por ratos y se frustra.
Hace unos días, me pegó una patada, pero luego se sentó
contra la pared y escondió la cabeza en sus rodillas. No es violento.
Le tuve pena y, además, estaba aburrido, así que decidí jugar con él.
–Me llamo Alberto –le dije.
–¿Qué?
–Me llamo Alberto, ¿vos?
–¿Ahora se te dio por charlar? Yo, Julián.
–¿Es la primera vez que estás acá?
–Sí, ¿vos?
–También… ¿Y qué pensás hacer cuando salgas?
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DIAGNÓSTICO
Tengo que decir que el último chequeo médico fue
agradable. El doctor era nuevo y no me saludó al entrar a la sala. Me
pareció prudente. Será por eso que decidí no resistirme y,
simplemente, ser peso muerto. Él debió haber notado mi
colaboración, ya que siguió trabajando sin dirigirme la palabra. Hizo
los controles mínimos y dejó los otros a su imaginación. Lo sé
porque lo vi anotar “80 kg”, y esa era mi marca habitual cuando
solía cenar en una mesa.
El doctor, a mi entender, era un hombre inteligente, y no
encontré razón válida para evitar entablar una conversación. Algo
pasajero, que saciara la necesidad de darle sonido a un par de
pensamientos. Reflexioné sobre la mejor manera de empezar, pero
me arriesgué a asumir que a él tampoco le interesaban las
convenciones.
–¿Qué es lo peor que ha visto? –le pregunté.
Mis palabras sonaron débiles, pero el recinto era pequeño.
El doctor siguió completando los papeles de mi ficha, y, luego de
unos segundos, carraspeó la garganta.
–Nada que no se pueda olvidar.
Su respuesta me irritó. Era un hipócrita.
–¿Y para qué cura, entonces? –le contesté.
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MOCHILA
Resulta que existen estúpidos que creen que cargo algo
valioso en mi mochila, porque ya me han robado unas cuantas
veces. Yo no me opongo, pero aun así, algunos me pegan, sólo por
las dudas. Entonces digo, “pobres, ojalá los pise un auto”. La última
vez que me pasó fue hace dos noches, la primera fuera de la cárcel.
Al menos me dejaron un par de bolsas.
Ese mismo día, a la siesta, me recosté en la sombra de una
plaza y, cuando terminé de ponerme cómodo, vi acercarse a un
hombre. Cerré los ojos porque sabía que quería algo conmigo.
Supuse bien, ya que se sentó cerca de mí, suspiró y comenzó
a hablar. Era de esas personas que hacen catarsis con cualquier ser
vivo que se les cruce. Justo me tuvo que tocar a mí, como si fuera
un imán. Intenté dormirme, pero la voz del hombre era aguda.
Estaba cansado de caminar bajo el sol, así que no iba a moverme.
Decidí echarlo. Levanté un poco la cabeza y le dije que se fuera a la
mierda, pero él no reaccionó. Tenía rasgos norteños y la piel curtida.
Debía hacer mucho tiempo que estaba en la calle. Su mirada estaba
clavada en el suelo. Me dio un poco de pena, no sé por qué la
verdad, quizás por la tonada, así que me volví a acostar y dejé que
siguiera.
Comentó que era de Corrientes y que había venido al sur
para alejarse de su familia. Sus hermanos estaban en la droga y él no
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RAZÓN
He reducido mi dependencia material, aparte de la comida, a
unos pocos elementos de higiene y vestimenta. El problema es
obtenerlos sin renunciar a mis principios. La necesidad es
despreciable, pero no queda más opción que aceptar algunas reglas.
Esta vez me hacía falta una tira de jabones y una mochila nueva.
Sería más fácil ser libre si eso no implicara tantas
restricciones. Pedir y robar están fuera de debate, pero para todo
hay una manera. Mi método es la razón.
Hoy, más temprano, toqué timbre en una casa linda y
esperé. Se asomó una señora rubia, de unos cincuenta. Estaba
vestida como si se fuera a trabajar y tenía ojeras.
–¿Sí? –preguntó secamente, esperando que fuera uno de
esos hombres que venden trapos de piso o bolsas de consorcio.
Yo traté de suavizar mi voz.
–Buenos días, señora. Disculpe la molestia. Usted debe tener
hijos en la universidad, ¿no?
La señora se puso tensa y arqueó las cejas. No debí ser tan
agresivo. Tranquilamente podría haber sido un secuestrador.
–No. ¿Qué le importa eso? Estoy apurada, señor, ¿qué
quiere? –contestó.
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CAFÉ
Cuando empecé a vivir a la deriva, recuerdo que mi mayor
temor era que me secuestraran para vender mis órganos. Un miedo
bastante estúpido, lo sé, pero entretenido. Por semanas, me
mantuve despierto de noche, con una linterna en la mano. Pensaba
que esas cosas no sucedían a la luz del sol. Lloraba mucho, pero era
entendible. No estaba acostumbrado a estar solo. Cuando las pilas
de la linterna se acabaron, decidí que no valía la pena conseguir más.
Hay cosas contra las que uno no puede prevenirse.
Hace ya unos días que estoy resfriado y me duele la
garganta. Me molesta al tragar. Eso es lo que más odio. En la plaza
San Martín hay un grupo de chicos que dan café. Se creen que están
salvando el mundo, lo que me irrita un poco, pero me quiero curar
rápido, así que hoy les acepté uno.
Para no causar problemas, hice caso a los buenos modales y
esperé en fila. El hombre que estaba atrás mío se ubicó demasiado
cerca, así que giré el cuerpo y tosí en su dirección. Él dio un paso
atrás y me dijo algo que no terminé de captar. Se lo notaba enojado
y, como era más robusto que yo, le pedí disculpas. Por suerte,
mantuvo una distancia razonable.
Al fin, llegó mi turno. La chica que servía el café era muy
joven. Me sonrió, me preguntó cómo estaba y me dijo “ahí tiene,
señor”, mientras me entregaba el vaso y un criollo. Tenía el pelo
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DUCHA
Normalmente me baño en el río, aunque en ocasiones opte
por otra alternativa. Me divierte aprovechar las instalaciones de los
conventos de monjas. Les pido que recen por mí, que estoy muy
sucio, y siempre hay un silencio incómodo luego de esas palabras.
Ayer cedí a la tentación. Las Mercedarias me recibieron con
diligencia, como ordenaba su mandato, y me guiaron hasta las
duchas.
Adentro, el agua hirviendo me penetraba hasta los huesos y
aliviaba mis dolores. Sin embargo, no me demoré. Salí y me sequé
con una toalla prestada. Quizás hubiera sido adecuado decir gracias.
Afuera encontré a dos de las hermanas esperándome. Una
de ellas se sobresaltó y dijo que me parecía al Jesús de la
Misericordia.
–¿Qué? –le pregunté.
–Digo…que así de limpio, se parece al Jesús de la
Misericordia.
La otra monja asentía y me observaba con admiración.
–Mire usted –le contesté, más respetuoso que de costumbre.
–Igualmente, podría arreglarse un poco la barba –agregó la
segunda y se rio bajito, mirando al piso.
Mi imagen de Jesús es bastante deplorable, pero por alguna
razón me sentí halagado. Me daba ternura verlas coquetear.
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SUEÑOS
En invierno, el frío es imposible de soportar, y, como aún
tengo miedo a morir, acepto el resguardo de los albergues.
Entonces, aparecen todas esas personas que con rostros amables y
comprensivos quieren saber mi historia. Yo les pido que me
cuenten la suya. Nunca me dicen toda la verdad. Lo sé. Quizás
tengan vergüenza o quizás no la recuerden bien. Es que el pasado es
flexible como plastilina, y si uno quiere, puede estirarlo, retorcerlo y
estirarlo otra vez, hasta que se corte.
A la noche, escucho los sueños de mis compañeros.
Balbucean y respiran agitados. Ayer me tocó dormir al lado de un
señor gordo. Transpiraba y rechinaba los dientes. Me pareció
escuchar una voz que repetía la palabra “hija”, pero no podía saber
de dónde venía. No quería cerrar los ojos. Era preferible dormir de
día, afuera.
Me levanté y salí del salón. El pasillo era amplio y tenía
ventanas que dejaban pasar un poco de luz. Más adelante, a la
izquierda, estaba el comedor. Se escuchaba ruido, así que me asomé.
Uno de los coordinadores del albergue estaba mirado la televisión,
con los pies sobre una silla, tomando mate. Lo saludé y él se asustó.
Después se rió y me invitó a sentarme. Yo acepté porque necesitaba
algo de distracción.
–¿Dulce o amargo? –me preguntó.
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BAÑO
Hay ocasiones en las que las cosas me parecen graciosas,
como cuando algún despistado me pide la hora. Es obvio que la
gente ya no tiene mucho tiempo para pensar.
Yo calcularía que fue a las seis o siete de la tarde que me
entraron ganas de ir al baño porque ya estaba oscureciendo
bastante. La estación estaba llena de autos que regresaban del
centro, autos de personas precavidas, de las que eligen llegar a casa
sin cosas pendientes.
La puerta estaba abierta. Lamentablemente no era un baño
individual. Tenía un inodoro y un mingitorio, y ambos estaban
siendo usados. Me entretuve mirándome al espejo y, aún no sé por
qué impulso, hasta me acomodé el pelo.
Uno de los hombres terminó de hacer lo suyo y se fue sin
lavarse las manos. Ni siquiera había tirado la cadena, seguramente
porque le daba asco tocar cosas sucias.
Al fin me metí dentro del pequeño cubículo donde estaba el
inodoro, cerré la puerta con traba y usé papel higiénico para cubrir
la tapa antes de sentarme, un capricho que me permito.
Lo que pasó después no habría sido importante si no
hubiera tardado tanto. Supongo que alguien habrá pensado mal de
mí. Quizás haya sido el señor que no se limpió, tal vez se sintió
juzgado y quiso vengarse, o probablemente haya sido un cliente que
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NIÑOS
Hay niños que me miran fijo, con verdadera curiosidad, aun
cuando las madres le tiran del brazo y ya están bastante lejos. No
puedo adivinar qué pensarán de mí. Supongo que yo de pequeño
me hubiera preguntado si era un loco. Para los chicos es todo más
simple.
Hoy vi dos. Estaba de buen ánimo porque iba caminando
por un barrio que no conocía ni remotamente. Creí que era un buen
presagio hasta que los escuché riéndose. Estaban jugando en una
hamaca. Una nena de cinco o seis años y el hermanito de tres. Los
dos bien vestidos, bonitos. Ella con el pelo largo, lacio y castaño. Se
hamacaba alto y le decía a la madre que la mirase. La mujer la
miraba y la felicitaba. Al mismo tiempo empujaba al hermano,
festejándole cada regreso.
Si las cosas fueran como yo quisiera, hubiera vuelto sobre
mis pasos a tomar otra vía, pero en cambio seguí hacia delante e
interrumpí su intimidad. No es que hiciera algo en especial.
Simplemente aparecí de la nada, desde atrás. No me atreví a girar la
cabeza y sorprenderlos en su reacción. Me arriesgo a decir que la
madre fue la primera en notarme porque por unos segundos no
repitió los sonidos que hacía para divertir a su hijito. La risa de él,
sin embargo, continuaba llenando el silencio de la siesta. Lo que me
tomó por sorpresa fue el sonido fuerte y seco contra el suelo que
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RUTAS
Decidí cambiar de ambiente. Una sola ciudad es demasiado
chica para llevar una vida nómade. En las afueras me levantó un
camionero canoso y escuálido. Le pregunté si veía bien. Se rio y me
dijo que se sabía las rutas de memoria. Tenía sesenta y cinco años.
Humberto, se llamaba, y traía cuarenta cabezas de ganado a
una feria de remate. Atrás se escuchaban los quejidos intermitentes
de las vacas, al principio molestos pero después apagados, casi
perdidos entre el viento y el ruido del motor. Pensé en lo fácil que
es acostumbrarse a las cosas, y el asiento comenzó a sentirse
incómodo.
–Estamos en el medio de la nada –dijo él desde atrás del
volante, desproporcionalmente grande para su cuerpo.
Los camioneros debían ser hombres gordos con gorra y
brazos marcados. Pero este era así, aparentemente frágil. No
escuchaba la radio y decía poco.
–¿Dónde quiere vivir cuando se jubile? –le pregunté.
Humberto siguió con los ojos en la ruta por varios
segundos. Después me miró de reojo y asintió.
–Seguramente haré como vos. Iré de acompañante.
El camino fue tranquilo. Él compartió un sándwich
conmigo y yo le conté algunas cosas. Hasta dormí un rato.
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PUEBLO
Odio los pueblos por las mismas razones que cualquier otro.
La gente se conoce demasiado. Por suerte solo estoy de paso. Me
incomoda especialmente la gente vieja. Abuelos y abuelas que se
sientan afuera a observarlo todo, a vigilar las horas con la remota
esperanza de poder retrocederlas o acelerarlas. Igualmente son gente
con modales y saludan a los intrusos con amabilidad.
“¿Qué tal?”, me dijo un señor de boina desde su silla playera
a la tarde, después de la siesta. Tenía una radio sobre la falda, pero
estaba apagada.
Yo no le respondí y me dio un poco de gracia. Imaginé su
indignación, su curiosidad por averiguar alguna cosa sobre mí. Lo
imaginé llamando al vecino para preguntarle, o hasta a la policía. “Sí,
disculpe, es que hay una persona muy extraña con barba
merodeando por ahí. Intenté hablarle pero se escapó como si
anduviera en algo, no sé. Me parece muy raro, usted sabe las cosas
que se dicen en la tele…”.
Me divertí con eso por un rato. Más adelante me senté a
descansar en una pequeña costanera que daba al río, y como no
tenía hambre ni sueño, me puse a ver el paisaje de espaldas al agua.
Casas bajitas, la mayoría blancas, con puertas de madera pesada.
Ninguna con rejas. Me pregunté cómo habrá sido el lugar hace
cincuenta años y si el viejo tendría esposa a esta altura o al menos
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NOCHE
Llegué a la ciudad bien entrada la noche. Encontré una zona
céntrica y me sentí aliviado de ver gente, mucha gente que me
ignoraba. Había empezado el fin de semana porque la mayoría eran
jóvenes exaltados, riéndose y gritando. Las chicas estaban
producidas con tacos y polleras. Algunos varones de camisa. Todos
preparados para el ritual de siempre. Quizás alguno tendría la suerte
de acostarse con una de ellas.
Me dediqué a pasear un rato antes de buscar dónde dormir.
En cada cuadra había filas de adolescentes empujándose para entrar
a los boliches. Pasaban motos haciendo ruido con los aceleradores.
En el aire se mezclaban canciones, insultos y ladridos.
Desde adentro de un bar, un guardia sacó a un borracho a la fuerza.
Junto a él salió un amigo para contenerlo mientras el otro se
tambaleaba y amenazaba al patovica con palabras sin sentido.
Más adelante, dos perros estaban trenzados y le mostraban
los dientes a un estúpido que los hincaba con un palo entre los
festejos de sus compañeros.
Doblé hacia una calle que era más oscura, y vi una pareja
besándose. Un grupo de seis chicos caminaban por la misma vereda
y al pasar por donde estaban los empujaron. Uno le tocó el pelo a la
chica, y ella le gritó “¡pelotudo de mierda!”. Se volvieron y entre tres
tumbaron al novio y comenzaron a pegarle en el suelo. Ella gritaba y
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HOSPITAL
Desperté con el ruido brusco de una puerta que se abrió y
pasos apresurados. Sentía una puntada constante en la ceja, la
cabeza pesada como una piedra y un olor a yodo insoportable. Abrí
los párpados lentamente y vi un techo blanco con un par de
rajaduras. A mis pies, una cortina celeste me separaba de lo que
parecía ser un pasillo o una sala.
El brazo izquierdo me molestaba. No podía flexionarlo
porque estaba conectado a una especie de cable que me traía gotas
de suero. Debían tener un gusto asqueroso, pensé.
Me encontraba algo débil, pero igual quería irme, así que me
levanté. Aunque estaba mareado, me arranqué la cinta de un tirón y
dejé escapar un quejido. Saqué la aguja con más cuidado y apreté la
herida con el dedo gordo. Finalmente, me paré, pero perdí el
equilibrio y volví a apoyarme en la camilla. Entonces se abrió mi
cortina y apareció una enfermera.
–¡No, señor! ¿Qué está haciendo? –dijo en voz demasiado
alta y me tomó del brazo que más me dolía.
–Nada, ya estoy bien. Me estoy yendo nomás –le contesté
mientras intentaba zafarme, pero ni yo entendía lo que estaba
diciendo. Mi pronunciación era desastrosa.
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TERRAZA
Elegí dormir en una terraza. Deseaba estar lejos del suelo y
de todo lo que sucedía cerca de él. Me negaron la entrada a varios
edificios y algunos otros tenían la puerta al techo cerrada. Insistí
porque ya mi búsqueda se había transformado en cuestión de vida o
muerte.
Finalmente encontré una playa de estacionamiento donde
nadie me notó subir las escaleras. El quinto piso era abierto y estaba
vacío salvo por un solo auto sucio que parecía abandonado.
Intenté relajarme y conciliar el sueño, pero tenía frío. Me
temblaba todo el cuerpo, así que me paré y caminé hasta el borde.
Abajo la gente no me veía. Avanzaban en direcciones opuestas, cada
uno seguro del lugar donde tenía que llegar. Y aunque yo quería
estar solo, comencé a llamarlos.
–¡Me voy a tirar! ¡Me voy a tirar, la puta madre! ¡Me voy a
tirar, hijos de puta!
Algunas personas se frenaron y miraron para varios lados.
Me descubrió uno, luego el segundo y ya eran varios los que
observaban el espectáculo. Otros estaban demasiado apurados para
enterarse. Hubo también quienes espiaban rápidamente y seguían su
trayecto. No les importaba o habían visto la escena antes.
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EN BAJADA
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TRES HIELOS
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–Puede ser –dijo, y siguió riéndose–. Te dije que era peligroso andar
sola a esta hora. Ofrecí llevarte. Ni siquiera intenté hacerte nada, y
encima me mentís. ¡Y ahora te vas a coger ese tipo! La enferma sos
vos, me parece.
Miró a su alrededor y se aseguró que nadie estuviera cerca.
–¿Preparada? –siguió y, levantando la pierna izquierda, tomó
envión–. ¿Lista? ¡Atrapá el hielo!
Con un movimiento exagerado, Franco sacudió el brazo
como un látigo. La piedra salió disparada y golpeó inmediatamente
el suelo, pero al rebotar se levantó y aunque Belén intentó
esquivarla, pegó en su canilla derecha. Automáticamente la chica
cayó y se abrazó la pierna, aspirando entre los dientes apretados y
conteniendo las lágrimas que instantes después mancharon su
rostro. Franco se agarró la cabeza y corrió hacia ella.
–¡Fue sin querer, boluda! ¡Perdoname! ¡Te juro!
–¡Salí, idiota! ¡Hijo de puta! ¡Andate!
Belén se arremangó el pantalón y vio que le salía sangre.
Estaba temblando. Quiso limpiarse y abrió la cartera para buscar
algo que fuera de ayuda.
–Dejame que te lleve, Bel –pidió Franco–. Perdoname. En
serio. No apunté a propósito.
Esta vez, Belén lo empujó y le gritó con la voz quebrada.
–¡Salí! ¡Dejame en paz! ¡No te quiero ver! ¡Salí!
Luego, quiso agarrar el celular que había quedado apoyado a
su lado, pero Franco lo tomó antes que ella.
–Está bien –le dijo en un susurro–. Si no querés, no te jodo
más. Me voy. Pero no le digas a nadie, por favor. Ya está…
En un extraño momento de quietud, ella pareció calmarse.
Él acarició su pelo y le apuntó con el dedo índice a la cara.
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SOBRAS
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–Hola, ¿Katy?
–Sí.
–Soy Leonardo. El de la casa que estuviste recién.
–Ah, sí. ¿Cómo estás?
–Bien… Quería preguntarte si podías volver.
–Mm, ya no. Es muy tarde.
–No, dale. Te pago más si querés.
–Es que ya estamos de vuelta. Hoy no se puede.
–¡Pero te podés quedar a dormir! ¡En serio! Te juro que no
vas a tener que hacer lo que hacés nunca más. Vení… Por favor –
suplicó Leonardo y comenzó a llorar.
–Está bien, Leo –contestó suavemente, y su voz le hizo
pensar que tal vez ella, como él, tenía un hijo–. Yo estoy bien, te lo
prometo. Mañana, ¿sí? Mañana, si querés, llamame.
El teléfono, finalmente, dejó suspendido un eco monótono.
Leonardo lo dejó a un lado, se acostó en su cama e intentó
dormirse. El cuerpo le temblaba. Tocó su frente y pensó que quizás
tenía fiebre. “Sí”, dijo. La esperaría allí, sin moverse. Tal vez ella
sería capaz de cuidarlo.
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EN NORUEGA
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Post Scriptum
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Índice
Migrar…………………………………………………………………...9
Lavandina…………………………………………………………….11
Julián…………………………………………………………………...13
Diagnóstico…………………………………………………………….15
Mochila………………………………………………………………...17
Razón…………………………………………………………………..19
Café……………………………………………………………………21
Ducha………………………………………………………………….23
Sueños…………………………………………………………………25
Baño……………………………………………………………….…...27
Niños…………………………………………………………………..29
Rutas…………………………………………………………………...31
Pueblo…………………………………………………………………34
Noche………………………………………………………………….36
Hospital………………………………………………………………..38
Terraza………………………………………………………….……...41
Otros asuntos…………………………………………………………45
En bajada..……………………………………………………..………47
Tres hielos……………………………………………………………...54
Esneldo………………………………………………………………...61
Sobras………………………………………………………………….68
En Noruega……………………………………………………………77
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