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Libro Digitalizado de RAFAEL GOMEZ
Libro Digitalizado de RAFAEL GOMEZ
INDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN ...
PAGINA
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PRIMERA PARTE
CUESTIONES MORALES BASICAS
1. Esencia de la moralidad
2. La ley
2.1. Clases de leyes
2.2. Justificación de este planteamiento
2.3. La ley eterna
2.4. La ley natural
2.4.1. Existencia de la ley natural
2.4.2. Contenido de la ley natural
2.4.3. Propiedades de la ley natural
2.4 4. Ley natural y doctrina cristiana
2.5. La ley divino-positiva
2.6. La ley. civil ... .......................................................................................
2.6.1. Naturaleza
2.6.2. Características
INTRODUCCION
No es frecuente encontrarse hoy con escritos de deontología, que es otro modo de
referirse a la moral o a la ética. Menos aún de deontologías regionales o sectoriales, que
sigan de cerca los inevitables problemas que se presentan en el ejercicio de cualquier
profesión. Y la razón de todo esto parece clara: no es posible hablar de ética sin hacer
referencia a sus fundamentos filosóficos, metafísicos. Sin embargo, poco a poco se está
llegando de nuevo a afirmar que la metafísica es inevitable. Entre los resquicios de las
corrientes filosóficas dominantes —al menos en la publicística habitual de los últimos
decenios—, la metafísica se está reintroduciendo. La filosofía analítica (uno de los
nombres actuales del viejo positivismo), la filosofía existencialista y la de inspiración
marxista tienen que hacer un hueco a la metafísica, aunque en algunos casos se trate de
una metafísica sui generis.
El carácter peculiar de esa metafísica se nota, sobre todo, en sus consecuencias
éticas. La filosofía analítica, preocupada por la ética del lenguaje (o por el lenguaje de la
ética), no se compromete con nada. La filosofía existencialista, o se declara
continuamente inacabada (Heidegger) o termina en un individualismo que necesita
completarse con la entrega a una acción social, cambiante e inútil (Sartre). La filosofía
de orientación marxista combina una metafísica de la revolución (el materialismo
dialéctico) con una ética que acaba siendo una nueva edición del pragmatismo.
Los más modernos o jóvenes cultivadores de estas tendencias filosóficas coinciden
en la adoración de lo inacabado, de lo provisional, de la ambigüedad y, en los casos
extremos, del mismo vicio. Se explica que, en este clima de pensamiento, una
deontología suene como algo «dogmático» (al parecer, éste es el peor calificativo que
pueda darse). Pero, contra esta adoración de lo inacabado, está la fuerza de la realidad.
Cualquier persona —incluso cualquier filósofo— se queja de las actuaciones de
médicos, abogados, periodistas, profesores, políticos, etc. cuando estima que no son ac-
tuaciones éticas, honradas. Es muy corriente también, dentro de cada gremio, una
catalogación de los colegas según sus mayores o menores escrúpulos; y esto implica,
inevitablemente, un juicio ético. Se ha señalado muchas veces que, en el límite, el Killer
profesional puede considerarse a sí mismo por encima del bien y del mal, con una moral
desresponsabilizada; pero la víctima no piensa lo mismo. En la «dialéctica» asesino-
víctima incluso el filósofo más iconoclasta se coloca al lado de la víctima; y al hacer
esto actúa éticamente.
En otras palabras: la moral o lo moral es inevitable. Actuar sin atender a un criterio
no es amoral, sino inmoral. En definitiva, toda persona es sensible a la falta de
moralidad cuando ella es la víctima. En este supuesto, un mínimo deseo de coherencia
obliga a aceptar la famosa regla áurea, conocida por pueblos de todas las épocas y
culturas: «No hagas a otro lo que no quisieras que te hiciesen a ti».
Esto es un principio moral, pero es necesario profundizar más. Lo moral no puede
estar, si se desea cumplir esa regla áurea, en la «sensación» individual y efímera; no se
puede contentar con un simple criterio subjetivista; tiende, también inevitablemente, a la
objetividad. En este momento la ética se encuentra —como ocurre siempre— con la
metafísica; pero con la metafísica realista, con la metafísica del ser.
Este libro está escrito sobre la base de la metafísica del ser, cuyos presupuestos
fundamentales son: a) es posible conocer en qué consiste la naturaleza humana, el
hombre compuesto de cuerpo y alma; b) el hombre, ser encamado, es racional y libre; su
alma no está limitada a lo material, sino que lo trasciende; es inmortal; c) la razón
humana es capaz de llegar a conocer, a través de ella misma y de las demás realidades
existentes, la existencia de Dios.
Es necesario clarificar desde ahora que esto no es una suposición confesionalmente
cristiana. En muchos pueblos y culturas —no sólo en la cultura griega y romana— el
hombre ha llegado por sí sólo al descubrimiento de esas verdades. A posteriori puede
alcanzarse la misma conclusión. La repugnancia hacia la mentira es una coincidencia en
hombres de todas las épocas y de todas las culturas. No ha hecho falta, para esto, una
explicación teórica. Por eso, no es postular exageradamente afirmar que la
consideración de la mentira pomo un mal está en la naturaleza del hombre, en su
estructura de funcionamiento, porque la inteligencia está hecha —diseñada— para
conocer la verdad.
Una moral profesional no es algo distinto de la moral sin más. Y, sin embargo, se
justifica: porque se trata de llegar, con más detalle, a situaciones específicas, concretas,
cercanas, a las que se presentan, por ejemplo, en la actuación de un abogado y no de un
ingeniero o de un literato. Los principios morales son los mismos, pero la perennidad de
los principios no significa descuido por los casos singulares, por la complejidad de las
circunstancias.
La moral profesional ha sido presentada, en muchos casos, como simple casuística,
porque la casuística es inevitable y la realidad presenta siempre una sucesión de
situaciones. Pero los casos no son un fin en sí, sino ocasiones para realizar los fines más
altos de lo moral. Respecto a esos fines, en este libro se argumenta preferentemente
atendiendo a la ética natural, a lo que la inteligencia de cualquier hombre puede
descubrir por sus propios medios, a aquello que puede ser conocido por una persona
honrada aun careciendo de fe religiosa. Pero, además, los creyentes tienen derecho a que
la realidad sea analizada también con la claridad de la fe. De ahí que aparezcan en esta
obra referencias a la doctrina del Evangelio y a su presentación por parte del Magisterio
de la Iglesia, a quien corresponde también la interpretación de la ley moral natural de
modo auténtico e infalible (cfr. Pablo VI, encíclica Humanae vitae).
NOTA A LA TERCERA EDICION
Al revisar el libro para la tercera edición, es posible comprobar la vigencia de las
cuestiones éticas que se plantean, desde siempre, en la profesión jurídica. Pero, a la vez,
en el último período de la historia del mundo, la urgencia de lo ético se ha hecho, si
cabe, más profunda. La «galaxia» marxista o ha desaparecido o está en proceso de
sustancial transformación. Quizá por eso parece que sólo queda en pie —si se prescinde
de la trágica realidad de los países del ya imposible de denominar Tercer Mundo— una
combinación de reglas democráticas, liberalismo y capitalismo.
Esta modificación de la historia trae consigo un cambio en la perspectiva. No es
extraño que durante los últimos diez años se hayan multiplicado, en el mundo
occidental, tanto las llamadas a lo ético o deontológico como un variado mosaico de
corrupciones, también, sin ir más lejos, en España. Por un lado, sin la urgencia
contradictoria de una utopía social, parece que el campo queda libre para el que carece
de escrúpulos. Pero, a la vez, por poco que se piense, se llega a la conclusión de que la
generalización de la corrupción —además de lo que tiene en sí misma de repugnante—
haría inviable la vida social y, por tanto, la propia seguridad personal.
Sí se permite una sugerencia de autor, insistiría en las cuestiones teóricas de la
primera parte. Los casos deontológicos que pueden surgir en el ejercicio de las
profesiones jurídicas son muy variados. Pero todos pueden ser resueltos, con más o
menos dificultad, si se parte de una justeza en los principios. Al final siempre hay que
dar una respuesta concreta; pero la respuesta es más clara, y más ajustada a la realidad,
en la medida en que los principios hayan sido cultivados con más profundidad.
Cuestiones como la naturaleza de los actos humanos, la voluntariedad, la ley, la
conciencia son perennes. Escribió Tucídides en el siglo V antes de Cristo, hablando de
un episodio de la guerra del Peloponeso: «Recayeron sobre las ciudades con motivo de
las revueltas muchas y graves calamidades, como las que se suceden y sucederán
siempre, mientras la naturaleza humana siga siendo la misma, con violencia mayor o
menor y cambiando de aspecto de acuerdo con las alteraciones que se presenten en cada
circunstancia» (Historia de la Guerra del Peloponeso, III, 82).
PRIMERA PARTE
CUESTIONES MORALES BASICAS
1. Esencia de la moralidad
¿Qué queremos significar cuando decimos «esto es inmoral»? Que se aleja, se
separa de una actuación distinta, la moral. Es inmoral que el médico utilice, en
determinadas circunstancias, la vida del paciente para «comprobar» una hipótesis; es
inmoral que un juez acepte dinero para fallar a favor de una persona determinada; es
inmoral que un político se aproveche de su cargo para enriquecerse personalmente.
Estas cosas, si son descubiertas y denunciadas, se convierten en «escándalos».
Escandaliza la falta de moralidad, porque se esperaba la moralidad. Incluso un autor que
defienda la inmoralidad en un libro de éxito, acusará de inmoral a otro que lo haya
plagiado o al editor, en el caso de que éste se quede con los derechos de autor.
Estas son comprobaciones sencillas, pero la sencillez ha sido siempre, y lo sigue siendo,
un modo de acercarse a la verdad de las cosas. Todos entendemos por moralidad la
regulación de los actos humanos de acuerdo con algunos criterios, normas o leyes. De
cualquier acto humano—es decir, de los actos que el hombre realiza con conocimiento y
con libertad— se espera que se ajuste a algún criterio. La moralidad se refiere siempre a
los actos libres del hombre (ya que la libertad implica un previo conocimiento). No
consideramos inmoral que una persona privada de sus facultades mentales robe; le falta
conocimiento y libertad.
«Los actos libres del hombre se hallan, precisamente por eso, vinculados por una
obligación (ob-ligados). Y esta obligación es un vínculo, se presenta como un deber,
como algo que debe hacerse aunque físicamente pueda no hacerse. La obligación está
dirigida a la voluntad: «Tienes que hacerlo, porque debes hacerlo, aunque puedas
(físicamente) no hacerlo».
La moralidad es, inmediatamente, algo subjetivo o, mejor, personal. La norma
próxima, inmediata, de moralidad es la conciencia personal (y no hay otra: «conciencia
colectiva» es una expresión metafórica). La conciencia juzga si este acto que se piensa
realizar o que se ha realizado se ajusta a lo que debe ser, es decir, a la norma de
moralidad objetiva, a la ley moral en su sentido más amplio. «La voz de la conciencia»
no es una expresión sin sentido. El juicio de conciencia es siempre un juicio de la
inteligencia, a partir de los primeros principios morales, y acompaña a todo acto libre.
Puede ser verdadero o erróneo, pero se da siempre. Nunca tendremos una conciencia
absolutamente vacía.
En la exposición de las cuestiones básicas de la moralidad, el orden es, hasta cierto
punto, indiferente. Según la lógica, habría que empezar por las condiciones de la mora-
lidad de los actos humanos; genéticamente, sería mejor iniciar el análisis con un estudio
de la conciencia. Aquí hemos preferido comenzar por lo más evidente desde un punto
de vista «exterior»: por la ley. Pero hay que tener en cuenta que la ley, si es justa, es la
condición de la libertad. Y la ley que realiza la justicia se encuentra inmediatamente en
sintonía con la rectitud de conciencia.
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2. La ley
El término ley tiene distintos significados y, de hecho, se emplea en todos los
ámbitos humanos: leyes físicas, leyes económicas, leyes jurídicas, ley moral, ley divina,
etc. Pero el sentido más amplio de ley es el de ordenación. La ley físico-natural es la
patentización de un orden de hechos. Todas las leyes referidas al hombre son también
una ordenación, pero no de carácter necesario, sino libre. La ley referida al hombre
significa un deber ser, pero no como algo distinto del ser, entendido metafísicamente, ya
que el deber ser implícito en la ley moral no es una simple posición de la voluntad, sino
una exigencia de la misma naturaleza de las cosas.
Es clásica la definición de ley propuesta por Santo Tomás: «Ordenación de la razón,
dirigida al bien común, promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad» *.
En esta definición no se descuida el elemento voluntarista y, de hecho, la ley es siempre
preceptiva, pero se subraya que su causa principal es la inteligencia, única capaz de
ordenar (y el término ordenar, en sus dos sentidos de clarificar y mandar, muestra cómo
en la ley están presentes las dos facultades principales, la inteligencia y la voluntad).
La ordenación al bien común es un requisito general de cualquier ley, con tal de que
se entienda bien común en su sentido más profundo y escalonado: el bien común del
uni-
1. 5. Th., Ill, 9.90, a. 4.
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RAFAEL GOMEZ PEREZ
verso (y, por tanto, de los hombres) es Dios2; el bien común de la sociedad política es la
realización del bien propio de todos los hombres que la componen. Bien común, en el
caso de la sociedad política, puede entenderse también como «situación de concordia»,
como «utilidad común». No es éste el sentido más profundo, pero tampoco es falso.
La ley es dada por «aquel que tiene a su cuidado la comunidad». Ese es Dios, para la
totalidad del universo; y es la autoridad política en la sociedad civil. Claramente no se
señala aquí un matiz «monárquico»; considerando al pueblo como depositario de la
autoridad (depositario porque toda autoridad viene de Dios), la organización jurídica
que se dé el pueblo es —en sus órganos— lo que está al cuidado de la comunidad.
Quiere decirse con esto que la definición de ley no está reñida ni siquiera con las formas
puras de democracia directa.
Finalmente, para que exista ley ha de estar «suficientemente promulgada». La ley
eterna de Dios es promulgada a través de su participación en la criatura racional (ley
natural moral). La ley divino-positiva ha sido promulgada en la Revelación
sobrenatural. La ley humano-positiva a través de distintas formas de publicación.
2.1. Clases de leyes
La división clásica atiende al criterio del autor. Dios y el hombre.
La ley divina se divide a su vez en:
a) ley eterna, que es la ordenación de todas las criaturas por Dios hacia su bien
último o común, que es el mismo Dios;
2. «Ultimo fin exclusivo del hombre en la vida presente y en la vida eterna» (Pío XI, Divini Redetnptoris, 27;
AAS 29 [1937], 78), «Señor de la historia humana y de la historia de la salvación» (C. Vaticano II, Const. Gau- dium
et spes, 41, AAS 58 [1966], 1060).
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DEONTOLOGIA JURIDICA
b) ley natural o participación de la ley eterna en la criatura racional;
c) ley divino-positiva, u ordenación promulgada en la Revelación sobrenatural.
La noción de ley eterna (con ésta o con una expresión equivalente) ha sido
presentada en las más diversas culturas por todos los, que han reconocido la existencia
de Dios, creador del mundo y providente. En ese sentido, es común a muchas formas
religiosas. Es conocida la frase de Cicerón: «Veo que ésta fue la enseñanza de los más
sabios: que la ley no ha sido excogitada por el ingenio humano, ni es algo pronunciado
por los pueblos, sino algo eterno, que rige a todo el mundo con la sabiduría del mandar
y del prohibir»3 4. Esta sabiduría que gobierna el mundo, mandando y prohibiendo, no es
algo originariamente humano. Está ahí, antes de los hombres.
La misma idea late, en una forma imperfecta, incluso en algunos textos deístas. Por
ejemplo, en éste de Rousseau: «La conciencia es la voz del alma» *. Aunque el deísmo
fue históricamente un camino hacia el ateísmo, no se puede desconocer que, en ese
proceso, fue necesario no romper
3. «Hanc igitur video sapientissimonjm fuisse sententiam, legem ñeque honiinum ingenio excogitatam ñeque
scitum aliquod esse populorum, sed aeternum quidquam, quod universum mundum regeret imperandi prohibendi- que
sapientia» (De Legibus 2, 4, 8).
4. ROUSSEAU, Emile, libro IV.
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DEONTOLOGIA JURIDICA
violentamente con algo que todo hombre conoce: el orden de lo natural y la
exigencia de una Suprema Inteligencia que lo haya ordenado.
Existen muchos testimonios de un cierto acercamiento a esta verdad. Incluso
quienes afirman sólo una genérica «religión cósmica» incluyen un elemento de
racionalidad. Como ejemplo, puede verse este texto de Albert Einstein: «Su religiosidad
(la del investigador) se apoya en el asombro ante la armonía de las leyes que rigen la
Naturaleza, en la que se manifiesta una racionalidad tal que en contraposición con ella
toda estructura del pensamiento humano se convierte en insignificante destello»5.
Las definiciones clásicas de ley eterna son mucho más precisas: «Lex aeterna est
ratio divina vel voluntas Dei ordinem naturalem conservan jubens, perturban vetans»,
de San Agustín6: la razón y voluntad divinas que mandan conservar, respetar el orden
natural y prohíben perturbarlo. Santo Tomás de Aquino lo enfoca desde otro ángulo,
sustancialmente idéntico: «Lex aeterna est ratio divinae sapientiae, secumdum quod est
directiva omnium actuum et motionum»7, es decir, el plan de la sabiduría divina que es
la directriz de todas las acciones y movimientos que se dan en lo creado.
La ley eterna se realiza de modo necesario en las criaturas no dotadas de razón; en
las criaturas racionales se ha de cumplir de forma consciente y libre. En ese sentido, la
ley eterna es la primera y gran ley moral.
Santo Tomás, recogiendo una tradición filosófica anterior al cristianismo, define la ley
natural como «participa-
5. A. EINSTEIN, Mi visión del mundo, Barcelona 1980, p. 24.
6. S. AGUSTÍN, Contra Faustum 22, 27 (MIGNE 42, 418).
7. S. TOMÁS, S. Th., 1-2, 93, 1.
RAFAEL GOMEZ PEREZ
tio legis aeternae in creatura rational!»*. Con esto, la expresión ley natural adquiere
un sentido moral, porque sólo los seres raciónales y libres* son capaces de esa
participación.
La ley natural lo es porque comprende preceptos que están en la misma naturaleza
del hombre y, además, porque puede ser conocida con la sola luz de la razón. En la
práctica moral, la ley natural es un continuo criterio de referencia. Por su importancia
merece una detenida clarificación.
2.4.1.
Existencia de la ley natural
2.4.3.1. Universalidad
2.4.32. Inmutabilidad
_L
En sí, la ley natural —en cuanto dimensión ética de la naturaleza humana— es
inmutable, como lo es, metafísicamente, esa naturaleza. En cualquier época y cultura el
hombre es racional y libre y su inteligencia se dirige hacia la verdad y su voluntad hacia
el bien. La inmutabilidad alcanza tanto a los primeros principios como a las
conclusiones inmediatas y las conclusiones remotas.
Cabe hablar, sin embargo, de una mutabilidad por adición o por perfeccionamiento,
en cuanto que los preceptos inmutables de la ley natural pueden ser mejor conocidos.
Así, en la actualidad se considera la esclavitud contraria a la ley natural; así lo ha sido
siempre, a pesar de que en determinadas épocas no todos los hombres hayan reconocido
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RAFAEL GOMEZ PEREZ
esa verdad en toda su radicalidad. Por el contrario, no cabe una mutabilidad por
sustracción: lo que es de ley natural no puede dejar de serlo; nunca serán lícitos el
homicidio, el robo, el aborto, la mentira, etc.
Se ha hablado a veces de que los preceptos secundarios de la ley natural admiten
excepciones o dispensas. Dispensa propiamente hablando sólo puede darla el autor de
esa ley: el mismo Dios. En cuanto a las excepciones no son propiamente tales, ya que no
se refieren a la ley en sí, sino a su formulación. «Estas formulaciones efectuadas por una
autoridad humana no son siempre perfectamente adecuadas a la realidad regulada por la
ley natural; en efecto, la formulación positiva, por su carácter social, no puede prever
todos los casos personales, y a menudo no expresa tampoco todas las condiciones
circunstanciales que permitirían dar una definición perfectamente adecuada de la ley
natural» ro. No hay excepción, sino un mejor o peor reconocimiento —con la
correspondiente formulación— de lo que es ley natural. “La naturaleza humana no
cambia en el curso de su historia; lo que cambia es la relación del hombre con su medio
geográfico, económico y social, así como la capacidad para conocer mejor sus propias
exigencias y el mundo en que está inmerso» 10 11.
Esta inmutabilidad de la ley no está reñida con su historicidad, en este sentido
preciso: «en cuanto que es aplicada constantemente a la realidad humana de cada época,
para regularla» 12. La historicidad implica un mayor y mejor conocimiento de las
inmutables exigencias de esa ley.
2.4.3.3. Cognoscibilidad
El hombre puede conocer todo el contenido de la ley natural; sin embargo en razón
de la mayor o menor evidencia de los diversos preceptos de la ley natural, puede existir
10. AUBERT, Ley de Dios, leyes de los hombres, Barcelona 1969, p. 118.
11. AUBERT, Ley de Dios..., p. 118.
12. AUBERT, Ley de Dios..., p. 119.
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DEONTOLOGIA JURIDICA
ignorancia sobre algunos, de esos preceptos en circunstancias concretas: «a veces ocurre
que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que por eso pierda su dignidad.
Esto no puede, decirse, en cambio, cuando el hombre se preocupa bien poco de buscar
la verdad y el bien, y la conciencia se va casi cegando por la costumbre de pecar» n. ’
Resulta claro que el principio fundamental de la ley moral natural no puede ser
ignorado por ninguna persona adulta que esté en uso normal de la inteligencia. Como ya
se ha visto, el principio «hay que hacer el bien y evitar el mal» es conocido y
reconocido en todas las circunstancias.
¿Puede haber ignorancia sobre las conclusiones que se derivan inmediatamente de
ese principio fundamental?. Se trata de los mandatos del Decálogo: no matar, no robar,
no mentir, etc. La mayoría de los autores13 14 afirman que pueden ignorarse sin culpa al
menos por un tiempo. Pero no durante toda la vida. Parece, en efecto, difícil de admitir
que no se pueda llegar a considerar ilícito lo que se considera ilícito en los demás,
cuando uno es la víctima. Sobre los preceptos del Decálogo no suele haber una
ignorancia invencible, sino una deformación de conciencia y una ignorancia afectada.
Es útil repetirlo: al que roba no le parece bien que alguien le robe, el que miente no
quiere ser engañado, etc. Prueba suficiente de que considera el robo, la mentira, etc.,
como un mal: algo que no debe hacerse.
En cambio, cabe la ignorancia inculpable sobre las llamadas conclusiones remotas
de la ley natural. Esta ignorancia inculpable puede tener su origen en una deformación
educativa, en la incapacidad personal de resistir a numerosas y frecuentes expresiones
de propaganda, etc.
El Magisterio de la Iglesia enseña que «Dios, principio y fin de todas las cosas,
puede ser conocido con certeza por
13. C. VATICANO II, Const. Gaudium el spes, n. 16.
14. Cfr. PRUMMER, Theologia moralií, I, n. 158.
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RAFAEL GOMEZ PEREZ
la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas» I5. El conocimiento de
Dios abre así el camino para el conocimiento de los primeros principios o preceptos
fundamentales de la ley natural. Esta enseñanza del Magisterio se basa en un famoso
pasaje de la Epístola a los Romanos, referido a los gentiles: «lo cognoscible de Dios es
manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó. Porque, desde la creación del mundo,
lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas»
16 17
.
El mismo Magisterio de la Iglesia es intérprete auténtico de la ley natural: es misión
suya «exponer y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo
declarar y confirmar los principios de orden moral que fluyen de la naturaleza humana»
n
. Se trata de que, como afirma el Concilio Vaticano II, «la ley divina quede grabada en
la ciudad terrena» 18. Por eso, al enseñar y defender la ley moral natural los cristianos no
imponen a los demás sus propias creencias religiosas, sino comunican el camino real
que todos los hombres tienen el deber de recorrer, por ser hombres. La doctrina cristiana
refuerza desde dentro la ley natural moral válida para todos los hombres. Esto es una
enseñanza explícita, muchas veces repetida por la Iglesia: «Es incontrovertible... que
Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina, y al enviarlos a
enseñar a todas las gentes sus mandamientos, los constituía en custodios e intérpretes
auténticos de toda ley moral, también de la natural, expresión de la voluntad de Dios,
cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse »19.
15. Concilio Vaticano I, Cfr. Denz.-Sch. 3004.
16. Romanos, 1, 19-20.
17. Concilio- Vaticano II, Deci. Dignitatis humanae, n. 14. Los textos son abundantísimos. Cfr. también Gaudium et spes, n.
89. En los textos del Concilio Vaticano II $e encuentran también las referencias al Magisterio anterior.
18. Gaudium et spes, n. 43.
19. PABLO VI, Encíclica Humanae vitae, n. 4.
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DEONTOLOGIA JURIDICA
2.5. La ley divino-positiva
(Las anotaciones que siguen tienen como objeto clarificar las implicaciones
deontológicas de esta materia. En este contexto no es necesario descender a un
pormenorizado tratamiento teórico ni a una casuística. De esto último se tratará con
detalle en la segunda parte).
2.6.1. Naturaleza
La ley civil, en su sentido más amplio (que abarca desde la Constitución hasta un
reglamento) es una declaración de voluntad hecha por el legislador para que sirva como
ordenación de la sociedad. Esta declaración es, a la vez, descripción, conocimiento y
mandato imperativo. La ley va acompañada también de una sanción jurídica externa, co-
mo garantía de la eficacia de su cumplimiento.
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RAFAEL GOMEZ PEREZ
La ley emana del Estado a través del poder legislativo.
Aparentemente el poder vinculador de la ley deriva de su sanción, de su
legitimación como expresión de la voluntad general y de la necesidad pragmática de
ordenar el tráfico social. Más profundamente, como se verá luego, la obligatoriedad de
la ley deriva de su conexión con la ley natural.
2.6.2. Características
La ley civil reúne, entre otras, las siguientes características: a) generalidad; la ley
difícilmente puede descender a los casos concretos, sino que establece una media apli-
cable en principio a todos los ciudadanos: «la ley es igual para todos»; b) permanencia:
la ley surge para solucionar o regular una situación general y permanece vigente hasta
que no sea expresamente derogada. Esto, en función de la seguridad jurídica ya que una
ley imperfecta es, con frecuencia, mejor que la ausencia de ley. Por otro lado, la ley sólo
rige desde la promulgación y de ahí el principio de irretroactividad. La permanencia de
la ley se prolonga, en el caso de que sea derogada, con el respeto a los derechos
adquiridos; c) coactividad: la ley civil presenta siempre la posibilidad de una sanción
externa.
Leyes penales son las que infligen una pena por la violación de otras leyes. A estas
leyes es aplicable todo lo dicho anteriormente sobre las leyes civiles. Se llaman, en cam-
bio, leyes meramente penales —según algunos, las que no obligan en conciencia en
cuanto al contenido de la misma ley, pero sí en cuanto al cumplimiento de la pena aneja
a su infracción. Suelen incluirse en este supuesto las leyes fiscales, leyes sobre
exportación de divisas, leyes sobre el tráfico rodado, etc.
La cuestión es importante porque, si se admite la no obligatoriedad moral de las
leyes meramente penales, no habría culpa moral alguna en transgredirlas. Quienes
defienden la existencia de leyes meramente penales se basan, modernamente, en la
realidad del creciente intervencionismo estatal. Si cualquier normatividad es obligatoria
en conciencia, el ciudadano está continuamente expuesto a un comportamiento
antiético. Además, en el caso de las leyes fiscales, se objeta que el producto de la
recaudación fiscal está destinado, con frecuencia, a fines contrarios a la ley
36
DEONTOLOGIA JURIDICA
moral: ayudas a prensa y a cinematografía inmorales, programas de anticoncepción,
clínicas que facilitan el aborto, etcétera. Una forma de defensa o de resistencia ante esas
realidades sería la consideración de esas leyes como meramente penales.
Los que niegan la existencia de leyes meramente penales argumentan que, en
principio, toda ley está encaminada a la consecución del bien común. Además, la
deseducación que significaría distinguir leyes meramente penales puede fácilmente
trasladarse al resto del ordenamiento jurídico. Por otro lado, algunas de las leyes
consideradas meramente penales acarrean, en caso de incumplimiento, consecuencias
importantes en la vida personal y social; piénsese, por ejemplo, en las leyes de tráfico.
En principio, parece que no se viola nada cuando se marcha a 120 Km/h. en una
carretera con indicación de un límite de 100 Km/h.; pero del incumplimiento de esta
norma pueden originarse accidentes mortales. Se trata de una cuestión aún muy
discutida, aunque es preciso reconocer que, después de una creciente importancia en el
siglo XIX y a principios de éste, hoy día existen menos partidarios de las leyes
meramente penales. Una opinión intermedia ha sido reflejada así por autores recientes:
«Como parece lo normal que una ley imponga la obligación inmediata de cumplirla, las
leyes puramente penales pueden considerarse relativamente excepcionales. Por esta
razón, su existencia sólo debe admitirse cuando lo abonen razones suficientes y
fundadas. Entre éstas pueden contarse: a) la forma expresamente disyuntiva de la ley; b)
el carácter superficial y ligero de la prescripción, en la cual no es posible descubrir la
existencia de una obligación moral, sino la de una sanción para lograr una determinada
conducta; c) según muchos teólogos, también la intención manifiesta de la ley se revela
al castigar con multas considerables pequeñas lesiones de los intereses del Estado» 26.
26. J. MAUSBACH, G. ERMEGKE, Teología moral católica, I, Pamplona 1971, p. 211. Si se desea una mayor clarificación del
tema, pueden consultarse dos obras clásicas pero, en muchos aspectos, ya anticuadas; V. D. RENARD, La
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RAFAEL GOMEZ PEREZ
Probablemente, en la práctica puede funcionarse sin recurrir a la existencia de las
leyes meramente penales, gracias a la aplicación de los siguientes principios: a) la obli-
gación en conciencia de toda ley humana justa; b) la gradación de esta obligatoriedad
según la importancia que las distintas leyes tienen en el conjunto del ordenamiento ju-
rídico; c) la obligación de resistencia contra la ley humana injusta.
-■
de terceros inocentes; y, con toda probabilidad, en el transcurso deTproceso tendrá que
recurrir a la mentira, a fraudes^ a falsificación de documentos, a la utilización en su
favor de falsos testimonios. En resumen: a la violación más completa de deberes éticos
elementales respecto a la verdad y la justicia.
b -
Estas conclusiones valen tanto para los procesos civiles '
-------------------------I b b
-------------------------rwi " VX" v T * 1 1 como para el contencioso-administrativo, es
decir, cuando se pleitea contra el Estado o contra cualquier organismo
163
RAFAEL GQMEZ PEREZ
público. El hecho de que en este último caso no resulte damnificada ninguna persona
concreta no es una excusa para la injusticia, ya que, entre otras razones, los medios
empleados y antes mencionados (mentira, fraude, etc.) son intrínsecamente inmorales.
1
Pueden en cambio aceptarse las causas dudosas, que, W** ■ ■■ ■■ ■ ■■
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como es sabido, son, con mucho, las más frecuentes. Por lo general, una causa se
entabla cuando existe un conflicto de intereses en el que todas las partes pueden
invocar, en mayor o menor medida, argumentos jurídicos. Én la defensa de la causa, el
abogado está obligado a emplear sólo Tos elementos de investigación, pruebas, etc.,
autorizados por la ley y por la moral. Por ejemplo, no es lícito, ni siquiera en una causa
dudosa, sobornar a los testigos para que afirmen que saben lo que no saben (aunque el
contenido de esa declaración sea verdadero). Como se vio antes, si, después de haber
aceptado una causa dudosa, el abogado descubre que es radicalmente injusta, ha de
desistir y comunicarlo al cliente.
És preciso insistir en que gran parte de las causas civiles versan sobre cumplimiento
o incumplimiento de contra^ tos, en los- que la novedad de las situaciones creadas,
unido a la antigüedad de algunas de las leyes, exigen un pronunciamiento judicial, con
lo que esto significa de enriquecimiento de la jurisprudencia.
Hay que añadir que, desde un punto de vista práctico (o incluso pragmático), es
improbable que un abogado acepte una causa manifiestamente injusta, sobre todo en
asuntos mercantiles. El principio de contradicción (uno de los motores del proceso), es
decir, la formalización del litigio con la aportación de elementos contradictorios, haría
demasiado fácil la demostración de la evidencia de esa injusticia, lo que, también en la
práctica, se traduce en descrédito del abogado.
Un supuesto distinto es el siguiente: un cliente acude al abogado para emprender un
litigio, y el abogado se da cuenta de que los motivos son fútiles, existiendo una escasa
probabilidad de ganar esa causa. Es deber del abogado acia-
164
DEONTOLOGIA JURIDICA
rar al cliente que no hay probabilidades de que la causa
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prospere; si el cliente insiste, el abogado debe —en principio— rechazar el encargo.
Naturalmente, si existe alguna probabilidad, aunque sea remota, de que la causa
prospere, es lícito aceptarla.
Otro supuesto: alguna vez puede resultar legítimo acep- tar y defender una causa
que se sabe que se perderá al final, pero puede interesar, con causa justa, la dilación. Por
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ejemplo, es lícito oponerse a un deshaucio mientras se bus
ca nueva vivienda, o dilatar el pago de un crédito en espera
de venir a mejor fortuna y ción sobre los bienes o un
evitar de momento una ejecu- concurso de acreedores o una
quiebra del comerciante.
No es lícito, en cambio, aceptar el encargo en una causa dudosa o injusta, aunque no
se pretenda registrarla para un proceso normal. Es decir, citar a la parte contraria es-
perando disponer así de un arma para poder llegar a una transacción favorable aT
cliente. Especular de este modo
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con el miedo al litigio que puede existir en el demandado (inocente y asistido de~razóñ)
en uña conducta Taita de ética que, además, se sirve para esto del procedimiento
jurídico.
La situación de tener que enfrentarse con la aceptación de causas injustas puede
darse, casi automáticamente, en otros supuestos. El más conocido y frecuente es el del
abogado que, a cambio de un sueldo, una cantidad fija o cuaF qúier otra forma de
remuneración se obliga a defender todos los asuntos qué Té confíe ése cliente fijo (una
persona física o, más frecuentemente, una empresa). No es moral- mente aceptable ese
compromiso de aceptar, en blanco, cualquier caso. Si se diese, es probable que el
abogado se viera
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obligado, por contrato, a defender algo que fuera injusto.
Un supuesto distinto es un contrato de asesoramiento en contrapartida de una
remuneración fija. Puede preverse que, además del asesoramiento, en algunos casos, el
abogado lleve la causa, si se decide así. Sin embargo, el abogado ha de quedar en
libertad para no aceptar los casos que, a su juicio, no procedan. Puede suceder también
que ese trabajo
165
RAFAEL GOMEZ PEREZ
de asesoramiento lleve consigo la posibilidad de trasladar algunos casos a otros
abogados. No es lícito, en ese supuesto, amparar una causa injusta, escudándose en que,
en el fondo, el otro es libre de decidir si la acepta o no.
Como es fácilmente comprensible, las situaciones distintas pueden multiplicarse,
pero los principios éticos son siempre los mismos.
3. Causas penales que pueden éticamente aceptarse ।--------, . ■ ।---
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En principio, por lo que se dirá enseguida, el abogado puede aceptar todas las causas
penales. Se exceptúan sólo aquellas que son injustas, planteadas por un querellante. Ásí,
por ejemplo, un abogado no puede aceptar el patroci- nio de una querella por calumnia,
cuando le consta que no existe tal supuesto y que el querellante actúa por motivos
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injustos. r
El abosado puede, en cambio, aceptar cualquier tipo de te 4 •—Y T, ■ I I
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causa penal, en defensa del reo, aunque sepa que éste es culpable. «El principio rector
en las causas criminales es que el acusado tiene derecho a quedar exento de sanción
mientras no se pruebe con certeza moral que la merece. En consecuencia, el abogado
defensor, aunque sepa que el demandado cometió el crimen del que sé le acusa,"puede
legalmente echar mano de todos los recursos lícitos y lega- ■ , . <. ... ,
. ...... . •- -
les, para evitar el veredicto de culpabilidad» \
Sin mentir y sin utilizar testigos falsos o perjuros, el abogado puede y debe utilizar
tóelos los medios que la ley le concede, así como todos los procedimientos que su ima-
ginación o inventiva le sugieran, para conseguir un veredicto de inocencia. La razón es
clara: precisamente en nombre del derecho natural, todo acusado tiene derecho a la más
amplia defensa posible para, de ese modo, impedir “'■» *“ —w ...I « I ,,
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1. F. J. CONNELL, Moral pública y profesional, p. 166, Madrid 1958.
166
DEONTOLOG1A JURIDICA
acusaciones o condenas injustas. Circunstancias concretas (por ejemplo, primer delito
cometido por una persona o delito de un joven que, en caso de ser condenado a prisión,
probablemente sufriría daños desproporcionados a la acción cometida), abundan
también en favor de esta solución.
En resumen, no hay duda alguna sobre las causas pena- ■ *■ • M '■
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le que pueden éticamente aceptarse. Itasri -W- ,-'l F/RI. ■<‘^,4 £a*MHI Jo-Si
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4. Condiciones para aceptar un encargo.
Es una exigencia ética, por razón de justicia, abstenerse de aceptar un encargo
cuando se carece de competencia profesional específica y no puede suplirse
convenientemente a través del consejo o del asesoramiento de un colega. En este
sentido, es preciso distinguir entre la dificultad objetiva del caso (no es preciso que se
trate de un proceso, ya que puede ser también una tarea de asesoramiento) y la dificultad
subjetiva. En general, cuando existe una bueña preparación profesional —demostrada
en un prestigio objetivo—, se pueden afrontar los casos difíciles y aún desesperados. En
cambio, cuando existen serias dudas positivas sobre la propia incapacidad (quizá
demostrada en fracasos repetidos), no es ético aceptar un encargo que se prevé que está
también destinado al mismo fin.
Este supuesto puede presentarse, desde otra óptica, cuando a un abogado
especializado y competente en determinadas materias, se le ofrece —por ejemplo, por
razones de amistad, o de una especial ganancia económica—, un encargo en materia que
no ha trabajado nunca. Naturalmente, siempre cabe la posibilidad de una intensa
preparación específica para ese nuevo tipo de trabajo y, en definitiva, la decisión ha de
tomarse seriamente en conciencia.
Estas consideraciones valen asimismo en el caso de designación de oficio en un
proceso penal o en un proceso civil con el beneficio de pobreza. Es contrario a la ética
profesional, por ejemplo, cuando se trata de un bufete colegiado, dejar los casos de
defensa de oficio o de patrocinio
167
RAFAEL GOMEZ PEREZ
gratuito en manos de los abogados más jóvenes y menos competentes. El sentido de la
justicia debe llevar a tratar con especial esmero las causas en las que el asistido carece
de suficientes recursos económicos. Lo contrario supondrá acepción de persona que es,
en sí misma, una ofensa a la justicia.
5. Relaciones entre el abogado y el cliente
Salvo en los casos en los que el abogado es designado de oficio, el cliente acude a él
buscando seguridad, competencia y honradez profesional. Quiere decir esto que, además
de los elementos contractuales (de un contrato de prestación de obra), cuentan las
dimensiones éticas.
Es posible que el abogado experimente con frecuencia la tentación de servirse de su
superioridad técnico-jurídica para escamotear algunas de esas dimensiones éticas. El
fantasma real del legalismo puede estar presente casi siempre. Sin embargo, hacer que
prevalezca el aspecto jurídico sobre el ético (al menos en los casos en los que están ven-
tilándose asuntos de importancia en la vida familiar y profesional del cliente) es ya un
ataque a las normas elementales de la deontología.
En términos de deberes, los deberes generales del abogado en relación a sus clientes
pueden resumirse en los siguientes apartados:
5.1. Deber de conocimiento
El abogado debe conocer lo más íntimamente posible todo el trasfondo de la
situación que es objeto del proceso (o del consejo solicitado). No es preciso, como es
lógico, que ese conocimiento alcance a aspectos personales que naga* tienen que ver
con el caso; sin embargo, tampoco es suficiente una relación superficial y genérica. Sólo
si el cliente, de forma expresa, desea mantener este tipo de rela
168
DEONTOLOGIA JURIDICA
ción superficial, el abogado puede sentirse dispensado de una investigación más
profunda.
El deber de conocimiento, por otro lado, es mutuo. Es decir, el abogado ha de darse
a conocer tal como es, con sus cualidades esenciales, con su modo especial de actuar, de
forma que el cliente pueda sentirse seguro. Contra este deber de darse a conocer; está ¡a
conducta —incluso frecuenté en algunos abogados famosos— de tipo histriónico, raro.
Es, por ejemplo, el abogado que considera al cliente ignorante en derecho (lo cual puede
ser cierto) y por tanto ignorante en todo (lo que es siempre falso). Es también el
abogado que exige del cliente una «fe ciega», pero se siente siempre dispensado de dar
al cliente alguna explicación, ordinariamente con la excusa de que el derecho es algo
técnico.
5.2. Deber de fidelidad
Desde el momento en que el abogado acepta el encargo se debe al cliente y debe
mantener respecto a él una actitud ¿e fidelidad, En contra de esta fidelidad, está la
revelación deT s^crejp profesional, los acuerdos con la parte contraria, la negativa a
prestar af cliente la información debida. La fidelidad persiste una vez que ha cesado la
relación contractual. Es inmoral, por tanto, dejar totalmente desasistido , al cliente una
vez que ha terminado el caso.
5.3. Deber de igualdad de trato.
Es corriente en algunos profesionales sin sentido ético, tratar de modo desigual los
casos de patrocinio gratuito y defensa de oficio, aquéllos de poca cuantía y aquéllos
otros de los que se pueden obtener importantes honorarios y quizá una relación fija de
asesoría al cliente. La igualdad del trato —superando por tanto las tentaciones de dis-
criminación por motivos económicos, políticos, sociales, religiosos, etc.— se traduce en
un deber de diligencia. En
169
RAFAEL GOMEZ PEREZ
realidad, no se puede hablar, desde el punto de vista ético, de casos de menor y de
mayor cuantía.
5.4. Deber de información
«El abogado debe advertir al interesado la probabilidad que, a su juicio, tiene de
ganar el ásiuTítO. Nunca es lícito engañar al cliente haciéndole creer lo que de
antemano se sabe que no ha de resultar»El mismo Código añade que, ante la duda del
abogado, puede aconsejar al cliente que pida un dictamen a otros letrados.
5.5. Deber de buscar la mejor solución
El deber general del abogado de procurar la mejor solución para su cliente le ha de
llevar a contemplar siempre la posibilidad de la transacción o de la conciliación. «El
deber moral del abogacto es hacerse en lo posible innecesario, evitando todo litigio que
no sea razonablemente imprescindible» \ Naturalmente, el abogado sólo puede inten- tar
convencer a su cliente sobre la oportunidad de la transacción o de la conciliación; si éste
insiste en su deseo de plantear el litigio, el abogado puede hacerlo. Ha de te- ñerse en -
cuenta, sin embargo, que «muchas veces una de las partes, o ambas, no tratan en
realidad de defender lo que creen su derecho, sino de desahogar un puro animus
nocendi; se hallan movidas por un deseo incontenible de vengarse y perjudicar a la parte
adversa, de abusar de su derecho. La misión de ambos abogados, cuya serenidad no
debe perturbarse, olvidando que no son ellos, sino los clientes, los litigantes, es calmar a
las partes, hacerlas entrar en razón»4.
2. A. MARTÍNEZ GIL, Código de Deoniología Jurídica Madrid 1956, art. 170.
3. Cfr. Código de Deoniología Jurídica, art. 170.
4. A. DE LUNA, Moral profesional del abogado, en Moral profesional, Madrid 1954,
p. 288.
170
DEONTOLOGIA JURIDICA
5.6.
Deber de
a en la tramitación de la causa
El abogado está obligado a «estudiar los asuntos que se le confiaron con la máxima
diligencia y a proceder con la prudencia debida..., evitando dilaciones dañosas a los
clientes» 5. Esto es obvio, ya que de la falta de diligencia, de las tardanzas injustificadas,
etc., se derivan ordinariamente daños económicos y aún morales a las personas. Los
«litigios interminables» son, con frecuencia, causa de desavenencias familiares, de
odios, de inseguridad jurídica. Por eso es obligación del abogado no aceptar más casos
de los que puede atender con una diligencia ordinaria, teniendo en cuenta también el
tempus de la administración de la justicia por los tribunales.
6. Los medios de la defensa
Recogemos aquí unas palabras claras del profesor De Luna: «Hemos de rechazar del
modo más enérgico posible la tesis defendida por Ossorio y Gallardo (El alma de la
toga, Madrid 1920, p. 48), según la cual, en el caso del frecuentísimo y doloroso
conflicto entre moralidad de la causa e inmoralidad de los medios para lograr que
triunfe, la solución es bien clara: 'hay que servir el fin bueno aunque sea con los medios
malos'. Revela, aparte de una falta de sensibilidad ética, una ignorancia supina de las
más elementales normas de la moral. El fin no justifica jamás los medios: ‘No hagamos
el mb) para obtener el bien' (San Pablo, Epístola a los Romanos, 3, 8). Conviene insistir
en este punto, que es quizá aquél en que más pecan, por error, los abogados españoles» 6.
La posición de De Luna no es en modo alguno alarmista; y la situación no ha hecho más
que agravarse en los últimos años.
Hay que distinguir, por otro lado, entre medios injustos
5. Código de Deontología Jurídica, art. 158.
6. DE LUNA, Moral profesional..., p. 290.
171
RAFAEL GOMEZ PEREZ
(que no son lícitos nunca) y medios autorizados por la ley, pero de los que se puede
abusar. Uno de éstos es, por ejemplo, la dilación, a través de la multiplicación de los
incidentes, de la duplicación de escritos, etc. Estos medios son lícitos cuando se hacen
en beneficio del cliente; son, naturalmente, injustos e ilícitos cuando con ellos se pre-
tende «hacer honorarios» o perjudicar a la parte contraria de forma no lícita.
Los medios empleados en la defensa varían en las causas penales y en las civiles.
Los vemos a continuación.
6.1. En las causas penales
En estas causas, todos los medios son lícitos, salvo los intrínsecamente inmorales:
mentira, falso testimonio, falsificación de pruebas, etc. Le es lícito, por tanto, al
abogado apoyarse en el testimonio de un testigo espontáneo (no preparado ni por el
abogado ni por el cliente), sin necesidad de investigar sobre su veracidad. Para valorar
esto, no hay que olvidar que en el proceso penal el acusador público o privado dispone
de los medios equivalentes para probar la culpabilidad del reo.
6.2. En las causas civiles
Como es lógico, no se pueden utilizar ni la mentira, ni los testimonios falsos, ni la
falsificación de documentos. A diferencia de lo que ocurre en el proceso penal, el
abogado tampoco puede servirse de un testigo falso, aunque sea espontáneo.
En el proceso civil puede suceder que las pruebas aportadas por el cliente sean
falsas. El abogado no está obligado a investigar en caaa caso, la veracidad de las
pruebas. Sin embargo, si éstas le parecen falsas (sin necesidad de investigación) tiene el
deber de convencer al cliente para que las ----------------------------------------------------*
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----------------------------------------------------------------------------------------I.
retire. Si no lo hace, ha de renunciar al patrocinio.
El caso es diverso si el cliente, junto a pruebas que son
172
DEONTOLOGIA JURIDICA
indiscutiblemente verdaderas, presenta otras dudosas. Aquí es necesario el juicio del
abogado, que pondere la importancia y el peso de unas y otras. Es su deber aconsejar al
cliente que no haga uso de las pruebas dudosas; si el cliente no está de acuerdo, el
abogado puede continuar con la causa, pero planteando la defensa sobre las pruebas
verdaderas y manifestando, incluso ante el juez, sus dudas respecto a las otras.
Cuando el abogado descubre la posible falsedad de todas las pruebas (o de las más
importantes), estando ya en curso el proceso, tiene el deber ético de retirar su asistencia
al cliente, si descubre que algunas pruebas son dudosas, ha de usar una razonable
diligencia en salir de la duda. Si no lo consigue, tendrá que apoyar la defensa
primariamente en las pruebas verdaderas y sólo conjeturalmente en las dudosas.
7. Las normas del decoro profesional
«El principio de la dignidad y del decoro profesional puede ser considerado
unitariamente, si bien los conceptos de dignidad y de decoro no coinciden
perfectamente entre sí. El citado principio tiende ^orientar al abogado en su conducta
profesional y privada, con el fin de que no resulte dañada su reputación personal, asi
como para que no disminuya por reflejo ef prestigio de la profesión considerada
abstractamente y el decoro que de ella se deriva para todos los profesionales inscritos en
el registro» y. Todas esas consideracio. nes son aplicables a cualquier profesión, de
modo especial a las que tienen tendencia a agruparse en un Cuerpo o Colegio. En
realidad, el tema podría ventilarse de forma expedita con la afirmación siguiente:
cualquier inmoralidad privada dañq la imagen de la profesión. Pero no se trata sólo de
eso; en
7. C. LEGA, Deontología de la profesión de abogado,
Madrid 1976, p. 97. En esta obra son claramente distinguibles dos planos: el del
«decoro profesional», con soluciones acertadas, y el de la fundamentación ética,
claramente insuficiente. Las citas se refieren casi exclusivamente al primer plano.
173
RAFAEL GOMEZ PEREZ
este campo se incluyen, por ejemplo, actividades perfectamente lícitas, pero no
«decorosas». Quizá el ejemplo tradicional es fa^autopropaganda^y publicidad del
propio bufete.
En otrosTcTTnirros,se^ registra aquí la aparición de una esfera aparentemente
«intermedia» entre lo moral y lo inmoral: conductas o actuaciones de por sí indiferentes,
pero que necesitan realizarse de algún modo previsto y admitido, para no incurrir en
falta de decoro. Autores como Cario Lega —que no consiguen o no intentan
fundamentar la moral en cimientos objetivos— se ven llevados así a ser más duros con
las faltas de «decoro» que con las faltas de moralidad privada. Estas faltas de decoro son
juzgadas en casi todos los países por el Colegio profesional. Se puede dar la pa- radoja
de que una conducta moral irregular (alcoholismo, vjda sexual escandalosa, etc.) sea
estimada poco grave (o no grave en absoluto), mientras se estima contraría al decoro la
conducta de un abogado que usa el título sin estar inscrito ep el correspondiente
registro. «Una vez afirmado el principio de que también la conducta privada del
abogado es susceptible de dañar el prestigio de la profesión cuando los hechos que se le
imputan se presten en la estimación del público a extorsiones y a generalizaciones en
perjuicio de todos los colegas, se ha decidido sin embargo que las investigaciones sobre
tales hechos no deben llevarse con excesivo rigor, ni se debe penetrar la intimidad de la
vida doméstica»8.
De este modo, se ha querido construir, como ya se ha dicho, un espacio intermedio
entre lo moral y lo inmoral: precisamente el espacio deontológico. Este supuesto nos
parece falso. Lo deontológico no es otra cosa que lo moral, aplicado a las circunstancias
peculiares del ejercicio de la profesión y atendiendo fundamentalmente al fin de ese
trabajo pro» fesional. En este ámbito se examinan a continuación temas clásicos: la
propaganda del propio bufete y algunas cuestiones relacionadas con la retribución
económica (honorarios, dicotomía, pacto de quota litis), etc.
8. C. LEGA, Deoniología..., p. 100.
174
DEONTOLOGIA JURIDICA
7.1. Propaganda del propio bufete
«La publicidad del abogado no es en modo alguno inmo- ral en sí, por muy poco
recomendable que por otra parte sea profesiónalmente. Mientras se limite a anunciarse
como tal abogado no falta directamente a la ética, como no falta a ella el comerciante
que anuncia una mercancía, siempre que no mienta sobre sus cualidades. Desde luego
que algunas formas de publicidad son indecorosas para la profesión, e incluso podrían
ser inmorales, si condujeran al fomento del espíritu litigioso, por lo que hacen bien en
prohibir las orga- nizaciones profesionales las prácticas de solicitación directa del
cliente. Pero, ¿y la indirecta? No seamos hipócritas. Ya Cicerón cuando pronunció sus
catilinarias en el Senado tenía presente que como un subproducto de su intervención, iba
a aumentar su clientela entre banqueros y publicanos. ¿Y quién no ha pronunciado una
conferencia, escrito un artículo o publicado un libro, sin pensar que con ello aunque sea
subsidiariamente está haciendo una eficaz propaganda profesional ? ’.
Sobre este tema, la casuística es interminable. Quizá no merece la pena detenerse en
ella. La autopropaganda no es inmoral. La autopropaganda ostentosa, extraña, aparatosa
(letreros luminosos, anuncios con slogans llamativos, etc.) se descalifica sola. Se
comprende, además, que corresponda al órgano profesional sancionar a los abogados
que se comportan de ese modo, salvaguardando así el decoro de la mayoría, de los que
se conducen de una forma que está en consonancia con el carácter cuasi-público de la
profesión, la ayuda en la administración de la justicia.
7.2. Compra del pleito
Muy distinta es la actuación destinada a la captación de clientes por medios más
propios de un traficante que de
9. DE LUNA, Moral profesional..., p. 261.
175
RAFAEL GOMEZ PEREZ
un profesional liberal. «Se trata de un fenómeno bastante difundido, que presenta
aspectos poco edificantes o franca- mentos desagradables. Sabemos de abogados que se
dirigen
FR!—
personalmente a los hospitales públicos o a los ambulatorios de las mutuas (o que
mandan allí a sus propios emisarios) para conversar con los accidentados (por accidente
de circulación o de trabajo), ofreciendo sus servicios profesionales y aprovechándose
del estado de confusión y de depresión psíquica en que se hallan estos desgraciados,
para negociar la cesión de la presumible indeminzación, ofreciendo empréstitos a
restituir una vez vencida la causa con cargo a la indemnización y pretendiendo un
interés elevado» 10. En estos casos se juega con la desgracia ajena, en una forma que
puede calificarse sin paliativo alguno de deshonrosa.
7.3. Comportamientos indecorosos " " ' ' ................................. IF*
De la experiencia o jurisprudencia de los Colegios de Abogados extraemos los
siguientes casos, que podrían fácilmente ampliarse:
a) djrigir ofensas o expresiones inconvenientes contra
los colegas de la parte contraria o los magistrados;
b) propalar insinuaciones, calumnias, injurias, etc. res-
pecto de los mismos;
c) comportarse irrespetuosamente, haciendo gestos o
adoptando actitudes inconvenientes o indecentes, o pronunciando frases vulgares o
bajas;
d) proferir amenazas contra la parte contraria o contra
sus letrados.
En realidad, todos estos supuestos resultan actuaciones inmorales, más o menos
graves, en cualquier otra profesión y en la vida de cualquier persona. Subrayamos que
en el ca
to. C. LEGA, Deontología..., p. 108.
176
DEONTOLOGIA JURIDICA
so del abogado resultan especialmente indecorosas. Las circunstancias agravan aquí
la maldad de esos actos.
7.4. Los honorarios
No se discute, como es lógico, que el traba jo del abogado deba tener una justa
retribución económica, aunque el nombre de ho^rarw derive de cuando, siendoel
patrocinio gratuito por la defensa, ej abogado recibía honor, no mercan- cías; era un
deber moral hacia la clientela; de ahí, todavía, el nombre de cliente. El problema está en
determinar su cuantía y, sobre todo, en vencer fáciles tentaciones: por ejemplo,
aprovecharse de la ignorancia del cliente; «hinchar» los pleitos para exigir mayores
honorarios; hacer equivalente la cuantía de los honorarios con la importancia económica
del pleito, etc.
No es difícil darse cuenta de que los honorarios que se pueden percibir están en
relación: a) con la importancia Je la causa; b) con el trabajo desarrollado en ella; cj^on
Tá pericia y la fama del abogado? Naturalmente, no es apodic- tico que un juicio de
mayor cuantía de lugar a más traba- jo. Puede suceder perfectamente lo contrario. De
Luna sostiene que «precisamente el abogado cobra más en un asunto de mayor cuantía o
importancia a igualdad de trabajo, para de ese modo poder cobrar menos o nada a los
clientes de menor riqueza o pobres de solemnidad» n. Más difícil de justificar, a primera
vista, es el aumento de los honorarios según la fama de «buen abogado». El mismo De
Luna da una razón pragmática y discutible: «Es evidente que si un principiante de
extraordinario talento pretendiese exigir los honorarios de una primera cuota, se
quedaría sin clientes: éstos, a igual cuantía de honorarios, irían al que según la fama
consideren como el mejor, aunque realmente no lo fuese. Pero precisamente por ello,
éste pronto tendría mucho más clientela de la que podría atender y se vería desborda-
11. DE LUNA, Moral profesional..., p. 307.
177
RAFAEL GOMEZ PEREZ
do por el trabajo; para reducirlo, no le queda otro recurso que minutar por encima de
lo normal, con lo que a su vez favorece a los abogados de menor renombre que el suyo,
abandonándole los clientes que no desean o no pueden pagar más» ’2.
Las cosas no son tan mecánicas. El buen bufete puede convertirse en «gran bufete.»
mediante su ampliación con los servicios de otros abogados. En la práctica, como en
casi todo, existen abogados con muy diversa preparación. También en la práctica, el
Colegio profesional fija unos aranceles mínimos y suele entender en los casos de
reclamación de los clientes, cuando éstos estiman que la minuta es excesiva.
El establecimiento de unos aranceles mínimos Hace que se estime competencia
desleal e ilícita fijar una minuta por debajo de esos mínimos. Se entiende también que el
cobro de minutas muy por debajo de los mínimos significaría un desdoro del Cuerpo,
porque se daría un criterio de escasa valoración del trabajo de los letrados.
Teóricamente, el mejor sistema es señalar no sólo los mínimos, sino también los
máximos y, por otra parte, la vigilancia por parte del Cuerpo profesional de las diversas
formas de escapar a los límites del arancel: comisiones, gastos a cuenta, anticipos, etc.
Estos casos pueden llegar fácilmente al delito: apropiación indebida, extorsión, estafa,
etc.
Por último, se discute ?si puede ser razón para aumentar los honorarios el resultado
favorable de la causa defendida. En realidad, el tema no tendría ni siquiera que ser
discutido. Eticamente el mismo empeño ha de ser puesto en cualquier encargo aceptado.
Por otra parte, muchos abogados suelen reducir sus honorarios en los casos en los que el
pleito se ha perdido.
7.5. Pacto de quota litis
El pacto de «quota litis» es un convenio por el que el abogado se convierte en socio
de la causa del proceso, esti-
12. DE LUNA, Moral profesional..,, p. 307.
178
DEONTOLOGIA JURIDICA
mandóse, en concepto de honorarios, una parte de lo que se obtenga. La justificación
aducida normalmente se refiere a procesos en los que el cliente no está en condiciones
de abonar los honorarios salvo atribuyéndo al abogado una parte de la ganancia. En
realidad, esta justificación es favorable al abogado; al cliente sólo en el caso de que, de
no ser recurriendo al pacto, no encontrase patrocinador. Suele decirse que este pacto
hace más ágiles los procesos y permite que el abogado convierta esa causa en —
literalmente— una causa propia. Pero esta misma razón atrae la sospecha de que todo
eso puede no ocurrir ordinariamente, es decir cuando el abogado no es socio del
pleiteante.
Otra razón aducida es que de ese modo se hace más fácil la defensa'de los pobres.
De Luna escribe acertadamente: «Sin embargo, sería preferible mejorar la defensa de
oficio de los económicamente débiles que utilizar por este solo motivo un pacto como el
de quota litis que difícilmente, pese a estar admitido en algunas legislaciones y.
Estatutos profesionales, puede ser moral. Incluso cuando es la única posibilidad que
tendría el económicamente débil al que no alcanzare ni la defensa de oficio por pobre, ni
la caridad profesional, pierde toda justificación desde el punto de vista del abogado, al
convertirse en un negocio aleatorio ajeno a la función social del mismo» B. I
7.6. La provisión de fondos
Está comúnmente admitido que el abogado pueda pedir al cliente, antes de iniciarse
el proceso, una provisión de fondos. Ordinariamente éstos se justifican por la necesidad
de realizar trabajos que traen consigo ciertos gastos. También se utiliza esta forma de
hacer como un «cobro anticipado», ante el peligro (real o imaginario) de no cobrar los
honorarios.
En principio, esta justificación es válida, pero ha de ha-
13. DE LUNA, Moral profesional..., pp. 310-311.
179
RAFAEL GOMEZ PEREZ
cerse la salvedad de que la extension de este recurso puede degenerar en una forma
de aumentar ilícitamente los honorarios. Algunos fondos obtenidos en «previsión» de
ciertas acciones, no son luego devueltos ni descontados, aunque esas acciones no hayan
sido ejecutadas. Por todo esto, salvo en casos muy excepcionales, es legítima la
sospecha de inmoralidad ante el abogado que, de forma sistemática y continua, exige
dinero de su cliente en concepto de «provisión de fondos».
7.7. Dicotomía
Dicotomía, en este contexto, equivale al reparto de los honorarios con otras personas
que, real o ficticiamente, han colaborado en el trabajo del abogado. El mundo de la
dicotomía abarca casos variados, algunos pintorescos: desde la remisión del cliente al
«especialista» innecesario, hasta la comisión que se da a los que, de alguna forma, han
«traído» al cliente. Por otro lado, no hay que excluir la posibilidad de que el abogado
que lleva una causa necesite realmente el parecer de otro especialista; pero, en este
supuesto, o debe correr el gasto a cargo del abogado o debe establecerse esta modalidad,
de forma clara y taxativa, cuando se acepta la causa. Salvando esas excepciones, puede
afirmarse que la dicotomía es una forma de fraude y, por tanto, algo ilícito, ya que no
puede ser honesta nada más que la justa compensación obtenida por un trabajo
efectivamente prestado. Quien hace uso de la dicotomía está obligado a reparar y a la
restitución de lo indebidamente apropiado, también cuando —como es lo ordinario— el
cliente no se ha percatado de la existencia de ese uso indebido.
7.8. Retención de documentos como garantía del pago
de honorarios
El ejercicio de la abogacía conoce muchos casos de clientes remisos a la hora de
abonar los honorarios, sobre todo cuando se ha perdido el pleito. Otros, aun habiendo
ganado
180
DEONTOLOGIA JURIDICA
el pleito, se pueden escudar en la provisión de fondos para dilatar el pago. Se
plantea en estos casos la licitud, por parte del abogado, de retener documentos,
cantidades u objetos entregados por el cliente con ocasión de la defensa o de la consulta.
De ordinario se condiciona la licitud del procedimiento a la existencia de formas
expeditivas para hacer efectivos los honorarios. Aunque ese procedimiento existe
siempre —un proceso—, el pleito puede ser largo y costoso. En la práctica, la simple
amenaza del pleito puede ser suficiente para que el cliente moroso abone lo debido. Si
esto no surte efecto, puede ser lícita la retención, siempre que sea proporcionado el daño
que se causa al cliente con la entidad de lo adeudado. Como es lógico, si el daño fuese
grave e irreparable, la retención sería ilícita; este es el caso, por ejemplo, de la retención
de documentos que hace imposible la interposición de un recurso, por expirar el plazo.
8. El abogado ante la ley injusta
La mayoría de las leyes del ordenamiento jurídico de un país pueden considerarse,
sin más, justas, ya que son especificaciones —aunque con frecuencia contingentes y
opinables— de exigencias de justicia fundadas, en último término, en la ley natural. Por
ejemplo, las leyes de tráfico, en cuanto encaminadas a la seguridad y a la defensa de la
vida.
Una pequeña parte de las leyes —sobre todo cuando se oponen legalidad y
moralidad: cfr. Segunda parte, 6— son injustas. Estas leyes suelen, además, afectar a
aspectos esenciales de la moralidad: matrimonio, relaciones sexuales, derecho a la vida,
etc.
8.1. Principio general
En el caso de leyes cuyo objeto sea algo malo en sí (aborto, esterilización), la
defensa de lo que en sí mismo es malo no puede excusar de auténtica cooperación
formal, que es
181
RAFAEL GOMEZ PEREZ
siempre ilícita. La excusa de que el abogado no entra en el fondo de la cuestión, sino
que se limita a intervenir en conflictos con ocasión de esas leyes, no es válida, porque
un abogado, teniendo la libertad de aceptar o rechazar una causa, difícilmente puede
escapar al reconocimiento o aprobación de la ley injusta, y la aprobación de este tipo de
leyes es ya aprobación de un mal.
En otros términos: no hay causa alguna, por grave que sea, que justifique la
intervención en estos casos. La única defensa ética que cabe es la lucha por la
instauración de una cláusula de conciencia que impida que, quienes no desean
solidarizarse con leyes injustas, tengan que sufrir consecuencias también injustas.
En el caso de negocios jurídicos cuyo contenido sean leyes que autoricen o manden
acciones intrínsecamente malas (por ejemplo, compraventa de anticonceptivos), el
abogado, con causa grave, podría intervenir únicamente en aquello que se relaciona con
la justicia conmutativa (por ejemplo, exigir el pago de lo debido). Pero el abogado
puede casi siempre —por no decir siempre— rechazar encargos en esas materias.
8.2. El abogado y las causas matrimoniales
Por la libertad que tiene el abogado para aceptar o rechazar una causa, a nadie le es
permitido asumir —a no ser por causas graves— la defensa del divorcio vincular, ni si-
quiera cuando conste con certeza que los cónyuges, una vez divorciados, no desean
contraer un nuevo matrimonio (civil). La razón es clara: no se ha de tratar sólo de evitar
la cooperación a posibles males futuros de los litigantes, sino de evitar la misma
cooperación material en la aplicación de una norma contraria a la ley natural.
Como existe libertad de acción, no son razones suficientes para hacer lícita una
cooperación material el tener que renunciar a posibles ganancias, por cuantiosas que
sean, o el perder una futura y numerosa clientela. Además, en este caso no hay
proporción adecuada entre el mal que se irroga
182
DEONTOLOGIA JURIDICA
el abogado negándose a patrocinar tal causa y el mal que ocasiona patrocinando un
divorcio. Hay otros muchos campos de actuación profesional en los que el abogado no
compromete su conciencia.
La única excepción a lo señalado antes sería el supuesto de una legislación donde no
existiera la separación temporal. En este caso podría patrocinar una causa de divorcio
civil, si no hubiera otro medio legal para lograr unos efectos civiles importantes a los
que tenga derecho su cliente. Debe existir también la debida proporción entre la impor-
tancia y la necesidad de lo que se desea conseguir y los graves males que se siguen del
divorcio civil: escándalo, peligro próximo y grave de permitir a la otra parte contraer un
nuevo matrimonio civil, etc.
En algunos países existe la figura del «abogado matrimo. nialista», exclusivamente
dedicado a las causas matrimoniales y casi siempre en el sentido de facilitar la
separación o, donde es legal, el divorcio. Hay que decir que esta «especia- lización» de
la abogacía es, en principio, extraña, sobre todo cuando se trata de la adquisición de una
habilidad para solucionar todos los casos en detrimento del matrimonio y de la familia.
El abogado debería tener en cuenta, antes que nada, que el matrimonio es un bien y
que la unidad de la familia ha de ser protegida con todos los recursos jurídicos y
morales. Así, no debería considerarse imposible una labor de mediación entre ios
cónyuges para conseguir, aunque sea lentamente, la reconciliación. En este sentido, el
abogado no ha de aceptar, sin más, la postura de uno o de los dos cónyuges de que el
matrimonio está irremediablemente perdido y la situación es irreversible. Hay que
considerar que el paso de acudir al abogado tiende a crear esa sensación de irre-
mediabilidad, salvo que el letrado se muestre partidario de defender el vínculo con todos
los medios a su alcance. En muchos casos, los cónyuges que acuden al abogado para
una separación o un divorcio no son plenamente conscientes de todas las consecuencias
jurídicas y morales que ese paso trae consigo. De ahí la obligación del abogado de
presentar
183
RAFAEL GOMEZ PEREZ
un cuadro realista y sereno, favoreciendo la reflexión y el entendimiento, porque con
mucha frecuencia esto es aún posible. En estos intentos reviste particular importancia la
consideración de la suerte que correrán los hijos.
9. Cese de Za reZactón con el cliente
Anotamos aquí, brevemente, los supuestos en los que cesa la relación con el cliente
y sus implicaciones dcontoló- jricas.lH cese tiene lugar:
a) con la sentencia definitiva;
b) cpn el abandono del asunto por parte del cliente: en este
supuesto, el abogado no puede, con el fraude o con informaciones falsas, intentar
persuadir a toda costa la con
tinuación del pleito; si, por el contrario, el abandono del cliente se hace de forma
que puede resultar ofensiva para el honor del abogado, éste debe dar conocimiento al
Colegio, procurando su intervención;
c) por transacción o por conciliación;
d) por desistimiento unilateral del abogado. Para esto se
requiere que exista una razón justa: por ejemplo, injusticia de la causa, descubierta en
un momento determinado o con la acumulación de nuevas pruebas; comportamiento
irrespetuoso por parte del cliente; incompatibilidad sobreve, nida (por ejemplo, que el
abogado se haya convertido en socio del cliente).
El desistimiento ha efectuarse en circunstancias favorables al cliente: con ¿reafeiso,
para que dé tiempo a que se busque un nuevo letraopy con información detallada y com-
pleta al nuevo defensor; con el cumplimiento de los remedios perentorios que estén
pendientes (por ejemplo, interpo. sición de un recurso antes de que transcurra el plazo).
No es causa suficiente para el cese de la relación el agobio de trabajo, ya que es una
medida elemental de pruden- cia aceptar sólo los encargos que se puedan llevar a cabo
184
DEONTOLOGIA JURIDICA
con una diligencia habitual. Sin embargo, cuando el proseguir con la causa podría
significar un perjuicio cierto o probable para el cliente, se puede, de acuerdo con él,
cesar en el pleito, pero concordando una cierta compensación (reducción de los
honorarios, gestiones para encontrar un nuevo abogado, etc.). Naturalmente, la
enfermedad grave es causa justa para el cese, como también alguna desgracia personal
en el ámbito de la familia, si esto trae consigo repercusiones en el trabajo, horario, etc.
No es causa justa el deseo de realizar un viaje, de acudir a un congreso científico y otras
circunstancias similares.
e) Por presentarse la necesidad de que el abogado inter, venga
como testigo en la causa en la que es representante de la parte.
185
APÉNDICE. Código internacional de deontología forense
Reproducimos a continuación el Código elaborado por International Bar Association
(I.B.A.), una de las dos más importantes asociaciones internacionales de abogados (la
otra es la Union Internationale des avocats). La traducción se debe al Consejo General
de los Ilustres Colegios de Abogados de España, Madrid, y aparece, también como
apéndice, en la obra citada de C. LEGA, Deontología de la profesión de abogado.
Art. 1. Este Código de Etica Internacional no intenta en modo alguno derogar las
reglas nacionales o locales vigentes de ética legal ni las que se adopten ocasionalmente.
Un abogado no sólo deberá cumplir los deberes que le imponen sus leyes nacionales o
locales, sino que deberá también esforzarse por observar las leyes vigentes en los demás
países en que actúe cuando intervenga en un caso de carácter internacional.
Art. 2. Un abogado deberá en todo momento mantener el honor y la dignidad de su
profesión.
Deberá, tanto en su actividad profesional como en su vida privada, abstenerse de
toda conducta que pueda redundar en descrédito de la profesión a que pertenece.
Art. 3. Un abogado deberá conservar su independencia en el cumplimiento de su
deber profesional.
186
DEONTOCOGIA JURIDICA
Un abogado no deberá aceptar ningún otro negocio u ocupación si al hacerlo ha de
dejar de ser independiente.
Art. 4. Un abogado deberá tratar a sus compañeros con la máxima cortesía y
caballerosidad.
Un abogado que se comprometa a prestar ayuda a un compañero extranjero tendrá
siempre en cuenta que su compañero extranjero tiene que depender de él en una pro-
porción mucho mayor qu cuando se trate de dos abogados del mismo país. Por
consiguiente, su responsabilidad es mucho mayor tanto al asesorar como al actuar en un
asunto.
Por esta razón, no se debe aceptar un caso para el que, por cualquier motivo, el
abogado en cuestión carece de competencia, o un casó que no pueda despachar con la
rapidez necesaria, debido, por ejemplo, a la premura de otros trabajos.
Art. 5. Se reconocerá a toda comunicación oral o escrita entre abogados un carácter
confidencial, a menos que en ella se hagan ciertas promesas o se reconozca algo en
nombre de un cliente.
Art. 6. Un abogado deberá siempre guardar el debido respeto al Tribunal. Un
abogado deberá defender sin temor los intereses de su cliente y sin tener en cuenta
cualesquiera consecuencias desagradables que puedan derivarse para él o para otra
persona.
Un abogado no suministrará nunca información inexacta al Tribunal. Un abogado no
defenderá nunca un caso de cuya justicia no esté firmemente convencido ni dará un con-
sejo que en cualquier aspecto sea contrario a la ley.
Art. 7. Se considerará incorrecto en un abogado el ponerse en comunicación, en un
caso particular, directamente con cualquier persona que él sepa que está representada en
dicho caso por un abogado. Esta regla se aplica tanto a la parte contraria como a los
clientes en cuyo nombre ha sido consultado por otro abogado.
Art. 8. Un abogado no deberá nunca pedir un asunto y
187
RAFAEL GOMEZ PEREZ
no debe consentir nunca en encargarse de un caso, a menos que ello sea a petición
directa de la parte interesada. Sin embargo, es correcto en un abogado encargarse de un
caso que le sea confiado por un organismo competente o que le sea enviado por otro
abogado, o del cual se encargue por cualquier otro modo admitido por sus leyes o reglas
locales.
Art. 9. Un abogado deberá dar siempre a su cliente una opinión franca sobre
cualquier asunto. Prestará su ayuda con cuidados y diligencias escrupulosos. Esto se
refiere también al caso en que sea nombrado abogado de una persona indigente. Un
abogado deberá ser libre en todo momento de rehusar o aceptaran asunto, a menos que
sea nombrado para el mismo por un organismo competente.
Un abogado debe retirarse de un asunto durante su tramitación sólo por un motivo
justificado y a ser posible de tal manera que los intereses del cliente no resulten perju-
dicados. La defensa legal del asunto de un cliente no debe impulsar al abogado a no ser
completamente sincero o a ir contra la Ley.
Art. 10. Un abogado deberá siempre esforzarse por llegar a una solución mediante
un arreglo extrajudicial antes que iniciar un procedimiento judicial. Un abogado no debe
nunca estimular a que se vaya a pleito.
Art. 11. Un abogado no debe adqurir ningún interés económico en un asunto que
está dirigiendo o que ha dirigido. Tampoco deberá adquirir, directa o indirectamente,
bienes respecto de los cuales pende un litigio ante el Tribunal en que él actúa.
Art. 12. Un abogado no debe representar nunca intereses opuestos. Esto se aplicará
también a todos los miembros de una firma o sociedad de abogados.
Art. 13. Un abogado no debe revelar nunca lo que se le ha comunicado
confidencialmente como tal abogado, ni siquiera después de haber terminado de
asesorar a su cliente. Este deber se extiende a sus socios, pasantes y empleados.
188
DEONTOLOGIA JURIDICA
Art. 14. En materias pecuniarias, un abogado debe ser puntual y diligente en
extremo.
No deberá mezclar los fondos de los demás con los suyos, y deberá estar en
condiciones, en todo momento, de devolver el dinero que tiene en nombre de otros.
No deberá retener el dinero que ha recibido para su cliente durante más tiempo que
el que sea absolutamente necesario.
Art. 15. Un abogado puede pedir que se constituya un depósito para cubrir sus
gastos; pero el depósito estará de acuerdo con la cantidad que se calcule para sus
honorarios y los probables gastos y trabajos requeridos.
Art. 16. Un abogado no debe olvidar nunca que no debe poner en primer lugar su
derecho a que le paguen sus servicios, sino el interés de su cliente y las exigencias de la
administración de la justicia. Su derecho a pedir un depósito o a demandar el pago de
sus servicios, sin lo cual él puede apartarse de un asunto o negarse a hacerse cargo del
mismo, no se debe ejercer nunca en un momento en que el cliente o presunto cliente no
pueda obtener otra ayuda a tiempo de impedir que se le cause un daño irreparable. A
falta de tarifas oficiales, o si éstas no son aplicables, los honorarios de los abogados se
deben fijar teniendo en cuanta la cuantía del asunto discutido y el interés que el asunto
represente para el cliente, el tiempo y el trabajo exigidos y todas las demás
circunstancias personales y de hecho del asunto.
Art. 17. Un contrato sobre honorarios aleatorios o contingentes, donde la Ley lo
admita, deberá ser razonable teniendo en cuenta todas las circunstancias del asunto,
incluso el riesgo e inseguridad del pago, y estará sujeto a la revisión del Tribunal en
cuanto a si es o no razonable.
Art. 18. Un abogado que encargue a un colega extranjero que le aconseje en un
asunto o que coopere en llevarlo es responsable del pago de la cuenta del último.
Cuando un abogado envía un cliente a un colega extranjero, no será responsable del
pago de la cuenta del último,
189
RAFAEL GOMEZ PEREZ
pero tampoco tendrá derecho a una participación en los honorarios de este colega
extranjero.
Art. 19. Es contrario a la dignidad de un abogado recurrir al anuncio.
Art. 20. Ningún abogado deberá permitir que se use su nombre o sus servicios
profesionales de cualquier modo que haga posible la práctica del derecho a personas que
no están legalmente autorizadas para hacerlo.
190
E. CUESTIONES VARIAS
Analizamos a continuación una serie de cuestiones que, en parte, podrían incluirse
en algunos de los apartados anteriores, pero que presentan aspectos atípicos o, también
en parte, comunes a varias profesiones jurídicas.
La mayoría de estas cuestiones son susceptibles de un estudio más amplio y
sistemático desde un punto de vista estrictamente jurídico-técnico. Pero aquí, como en
las páginas anteriores, interesa sólo destacar los más importantes perfiles deontológicos.
Extensión particular se ha dado a una serie de cuestiones fiscales, de interés para los
abogados, notarios, agentes de cambio y bolsa, corredores de comercio, etc. No nos ha
parecido necesario incluirlas bajo la figura del «asesor fiscal» que, en el fondo, no es
más que uno de los campos del trabajo de los abogados.
Las últimas páginas de este apartado —con incursiones en filosofía de la historia—
necesitan una justificación. A lo largo de todas las cuestiones tratadas hasta ahora, se ha
visto cómo en realidad, cuando se desea actuar en conciencia y a conciencia, surgen
problemas. Es necesario insistir en que no se trata de problemas aislados, de una
casuística improductiva. Por eso se estudian en esas páginas finales de este apartado las
condiciones del pluralismo social y sus consecuencias. De ese análisis emerge también
la necesidad de esa «cláusula de conciencia» que, al menos, permita a quien desea
comportarse limpiamente hacerlo sin pagar un injusto precio por la honradez.
191
RAFAEL GOMEZ PEREZ
Se puede notar, finalmente, que la insistencia en los supuestos de cooperación al mal
o en la cláusula de conciencia no quiere decir que no existan —incluso mayoritariamen-
te— casos en los que es posible, sin problemas, realizar lo que es éticamente positivo.
Ocurre, simplemente, que esto último no supone cuestión alguna y puede, por eso, silen-
ciarse. Es bueno, con todo, advertirlo para no crear la impresión de que el
comportamiento deontológico es, de forma casi continua, una difícil carrera de
obstáculo contra la inmoralidad.
1. Los derechos del reo
En este tema importante seguimos, en general, el parecer de Peinador *, añadiendo
algunas observaciones.
El reo que efectivamente ha cometido el delito no está obligado a confesarse
culpable. Pero hay que distinguir algunos supuestos:
a) existe obligación moral de confesar si, por culpa del reo, se fuese a
condenar a un inocente o hubiera un grave peligro para la comunidad social;
b) no existe obligación de confesar ni siquiera cuando, sin culpa por
parte del reo, el delito fuera imputable a un inocente. La responsabilidad, en este caso,
recaería solidariamente en el juez, el fiscal, los abogados, etc. Naturalmente, estamos
aquí ante un caso límite; si se trata de delitos penados con penas graves, indudablemente
es una actuación éticamente positiva confesar la verdad —la culpabilidad— antes que
permitir que se condene a un inocente. Este hecho raya en el heroísmo.
El reo no está obligado a prestar juramento; así está ordinariamente recogido en las
leyes de enjuiciamiento criminal. Aquí también es necesario distinguir:
1. PEINADOR, Moral profesional, pp. 265-266.
192
DEONTOLOGIA JURIDICA
a) el reo no puede afirmar o negar nada de donde pueda deducirse una
sospecha contra una persona inocente. Si, con ocasión de esas declaraciones, el inocente
es procesado, juzgado y condenado, la responsabilidad moral recae sobre el reo y sobre
su defensor;
b) para defenderse, el reo puede descubrir crímenes desconocidos,
cometidos por los testigos de cargo.
Si el reo es inocente y es condenado como culpable, no está obligado a cumplir el
castigo; puede resistirse a los ministros de la Justicia. Naturalmente, cualquier intento de
evasión de la prisión (en el caso de que ésta sea la condena) está justificado moralmente.
Y quien le ayuda no incurre en pecado.
Si el reo es culpable, no está obligado a imponerse a sí mismo la pena, ni a soportar
toda su duración. Puede oponerse con medios lícitos a la inflicción de la pena (no por la
fuerza ni con el soborno). Esta doctrina, que puede escandalizar, está sostenida por
muchos moralistas. Santo Tomás de Aquino escribe: «Nadie es condenado a darse a sí
mismo la muerte, sino a sufrirla. Por consiguiente, no está obligado a hacer aquello de
lo que se siga su muerte, como, por ejemplo, permanecer en el lugar de donde será
conducido al suplicio; sin embargo, sí está obligado a no resistir al verdugo con el
propósito de no sufrir la pena que es justo que padezca»2. Peinador cita a Urdánoz en el
mismo sentido: «Sólo en la causa criminal, el reo de muerte, de cadena perpetua, puede
resistir tratando por medios lícitos de evadirse con la huida, rompiendo ataduras,
allanando la cárcel, etc. También es lícito a los demás cooperar, sin daños de otros o de
los bienes comunes, a esta evasión»3. Unicamente cabe añadir que resulta difícil creer
que este supuesto pueda darse en el caso de la evasión de un criminal, ayudado por otros
de la misma banda; tarde o temprano, este hecho tendría repercusiones sobre terceros
inocentes. Pensa-
2. Suma teológica, II-II, q. 69, a. 4, ad. 2.
3. PEINADOR, obr. cit., p. 226, nota 19.
193
RAFAEL GOMEZ PEREZ
mos que en estos casos límites lo que se defiende es que resulta antinatural que alguien
no procure huir de lo que es, para él, un mal cierto. Por todos es comprensible que cual-
quier hombre —también un criminal— haga todo lo posible por escapar de la muerte o
de una condena a cadena perpetua: hasta tal punto llega la pasión natural en defensa de
la propia vida y de la propia libertad. Sin embargo, tratar de «medir» con más exactitud
la moralidad o inmoralidad de esas acciones está expuesto a entrar en una casuística sin
sentido.
2. El beneficio de pobreza
Se entiende por beneficio de pobreza la exención de los gastos procesales a favor de
quienes no cuentan con suficientes recursos para sostenerlos. El beneficio de pobreza es
una exigencia de justicia; si no existiera, la ley no sería realmente igual para todos.
Las consecuencias prácticas de este beneficio estriban, principalmente, en contar
con una defensa gratuita, en utilizar papel del «sello de pobres» y en no pagar los
derechos a los auxiliares y subalternos de los Tribunales y Juzgados.
Nadie obtiene el beneficio de pobreza automáticamente; ha de ser concedido por el
juez, con un procedimiento regulado, en lo esencial, en la ley (Para el proceso civil, Ley
de enjuiciamiento civil, art. 15 y ss). En la práctica, puede ocurrir que ciertos procesos
resulten prohibitivos para personas que, sin embargo, es difícil que sean declarados
«pobres», a pesar de las facultades discrecionales que la Ley concede al juez (art. 17).
Aquí asoma, por tanto, una implicación deontológica para el juez; deberá calibrar,
en conciencia, hasta qué punto la no concesión del beneficio de pobreza puede significar
la renuncia a la defensa de unos derechos legítimos. Es probable que exista aquí un
deber de justicia distributiva, que ordena repartir con justicia las cargas y los beneficios
sociales. Se sabe que, con igualdad de pretensión, está más ampa-
194
DEONTOLOGIA JURIDICA
rado el que puede «perder dinero» en un proceso que el que no puede. El beneficio de
pobreza, tal como está regulado, no siempre consigue realizar esa igualdad de
oportunidades.
El beneficio de pobreza afecta a abogados y procuradores desde una perspectiva
distinta. Aunque en la práctica, el trabajo de abogados y procuradores en estos casos no
es estrictamente gratuito, es cierto que «un buen pleito» no es nunca uno con beneficio
de pobreza. Puede, por tanto, resultar muy fácil poner en los casos de patrocinio gratuito
menor interés, diligencia y esmero que en los demás encargos. Alguna vez, el caso
defendido puede ser interesante desde el punto de vista de la complejidad de los temas,
la novedad de la situación u otros factores. En la práctica, abogados y procuradores han
de proponerse, si desean cumplir honradamente el encargo, actuar en estos supuestos
con la misma diligencia con que actuarían si cobrasen una minuta sustanciosa.
Por las mismas razones, el cliente ha de ser tratado con la misma consideración que
si pagase. Lo más «comprensible» (pero también lo menos digno) es tratar a los clientes
pobres con cierto sentido de postergación. Tendrían que soportarlo todo, sin poder
exigir nada, ya que no pagan. Si esta actitud fuera corriente, implicaría una pobre
concepción del trabajo de abogado y una idea raquítica de la justicia.
3. Las relaciones entre colegas
Las corporaciones profesionales son una realidad antigua en la tradición occidental.
En Europa son conocidos desde la Edad Media (aunque existen precedentes en otras
épocas y en otras culturas) los gremios y cofradías, con un número variadísimo de
finalidades: aprendizaje del oficio, un cierto tipo de seguridad social, defensa frente a
terceros, etc.
Al desaparecer la organización gremial del trabajo, las corporaciones profesionales
—singularmente en el caso de los médicos, abogados, notarios, etc.— han permanecido
con
195
RAFAEL GOMEZ PEREZ
una serie de rasgos distintivos: salvaguarda de los intereses comunes, tribunales de
honor para juzgar los casos de faltas de deontología, organización de actividades para el
mejoramiento del ejercicio de la profesión.
En el caso de las profesiones jurídicas, los Colegios de Abogados y los Colegios
notariales siguen desempeñando una función de primaria importancia. Los jueces, por
su parte, al estar integrados en un cuerpo —el Cuerpo judicial— funcionan en cierto
modo como un Colegio. En cualquier caso, de la existencia de estos Cuerpos o Colegios
cabe derivar un ejercicio casi continuo de la colegialidad, en el sentido de relaciones
mutuas y continuas. Naturalmente, no sólo la pertenencia a un mismo Colegio convierte
en colegas a los que desarrollan la misma profesión. La colegialidad, en un sentido más
amplio, significa tener en cuenta que la actuación personal, aunque pueda parecer
aislada, influye de un modo decisivo en la idea que el público se hace del conjunto de la
profesión. En otras palabras, se estudia aquí la colegialidad más como ejemplaridad que
como reunión para la defensa de unos intereses corporativos.
3.1. Derivaciones inmediatas de la colegialidad
La pertenencia a un mismo Cuerpo o Colegio y, más en concreto, el perseguir un
mismo fin, establece entre sus miembros un «espíritu de cuerpo», en el sentido
aceptable y aceptado de esta expresión. Consecuencia inmediata de esa realidad es una
serie de deberes, de virtudes, en cuanto disposiciones habituales para la práctica del
bien.
Entre esos deberes están la fidelidad, la lealtad, la confianza mutua, la solidaridad, el
respeto, la cortesía, la ayuda mutua, la estima. Deontológicamente hay que decir que
esos deberes se basan, no en el simple hecho de la pertenencia a un mismo Cuerpo, sino
en ser actitudes indispensables para realizar el fin de la profesión: la administración de
la justicia en el caso de los jueces; la colaboración en esa administración, en el caso de
los abogados; el dar fe en los negocios jurídicos, en el caso de los notarios.
196
DEONTOLOGIA JURIDICA
La colegialidad no puede, por tanto, entenderse como un espíritu de particularismo,
ni como un recurso para ocultar, entre todos, los fallos profesionales o las faltas de ética.
Por eso, otra de las derivaciones inmediatas de la colegialidad es sancionar a los
culpables, no tanto o no sólo para defender el buen nombre de la profesión, sino sobre
todo para corregir los daños que se hubieran causado y para presentar en todo momento
una imagen digna del trabajo de los juristas. Si el Colegio no sé deaicase claramente a
ésto perdería su razón de ser.^y
3.2. La colegialidad en la función notarial
A diferencia de los abogados, el notario trabaja habitualmente aislado, en su propia
notaría. Desarrolla, por otra parte, una función pública, además de la privada de asesor y
consejero.
En el ejercicio de la colegialidad entre los notarios no se suelen plantear cuestiones
de especial importancia. Quizá lo más relevante es la actitud que han de adoptar los no-
tarios que cumplen con fidelidad su trabajo en relación a aquellos otros que se pueden
prestar a la comisión de fraudes en las declaraciones juradas, a garantizar con el carácter
de instrumentó público documentos preparados para burlar las leyes, a una ilegítima
ocultación de la verdad. La existencia de notarios más «flexibles» que otros no sólo es
un ataque a la integridad del Colegio, sino, sobre todo, una actuación injusta (contra la
justicia legal o contra la justicia conmutativa).
Este ataque a la colegialidad ha de ser puesto en conocimiento del Colegio para que,
en su caso, proceda a la sanción del culpable. Indudablemente esto requiere en oca-
siones notables dosis de valentía y de fortaleza, pero no es algo superrogatorio, sino
cumplimiento de un deber de justicia.
Otra exigencia de la colegialidad —esta vez positiva— es la conveniencia de la
consulta mutua para encontrar solución a situaciones nuevas, de forma que se den con
los
197
RAFAEL GOMEZ PEREZ
instrumentos jurídicos (o con las fórmulas) más adecuadas en cada caso.
Un paso más en esta fenomenología son los posibles convenios que se pueden
establecer entre notarios. «En esencia todos los ataques que se han dirigido contra los
convenios se basan en que con ellos se pone de una forma más o menos inmediata en
peligro el principio, considerado esencial a nuestra función, de la libertad del público en
cuanto a la elección de notario. Los convenios entre los compañeros se basan, por su
parte, en el principio general del compañerismo que tiende a hacer más fácil el ejercicio
profesional y más humana la prestación del servicio» 4.
Existen muchas formas de convenios y no es éste el lugar para una análisis que
tendría que entrar en el estudio detallado de la reglamentación. El convenio más común
es el acuerdo sobre honorarios, con despachos separados e independencia de asuntos.
Suele darse cuando en una localidad eristen pocos notarios. Los acuerdos sobre
honorarios suelen hacerse a partes iguales. En general, el público no advierte para nada
ese acuerdo y tiene plena libertad para elegir notario. Internamente, el resultado del
trabajo de todos se reparte, como se ha dicho, a partes iguales (aunque también se
registra la posibilidad de una parte mejor para el notario más arraigado en la zona).
Después de una exposición detenida de este tema y de una discusión entre notarios
se llegó a las siguientes conclusiones: «1.* El principio de libertad de elección de no-
tario por parte del público, el carácter rogado de nuestra función y el estricto
cumplimiento de nuestros deberes, en especial el de residencia, son esenciales en la
actual organización de nuestra profesión y deben prevalecer, por regla gneral, frente a
toda clase de acuerdos que puedan disminuirlos. 2* Los acuerdos entre compañeros,
cualquiera que sea su clase, en sí mismos considerados y mientras no choquen con
algunos de los anteriores principios generales, no
4. J. M. DE PRADA, LOS estudios notariales y las relaciones entre campa- pañeros, en
«Jornadas Notariales...», p. 111.
198
DEONTOLOGIA JURIDICA
repugnan a la ética y encuentran su apoyo en el principio del compañerismo y en la
obligación que todos tenemos de asegurar a cada notario, por el hecho de serlo, la
obtención, con el ejercicio profesional, de una congrua sustentación... 3. a Para juzgar
sobre la moralidad y oportunidad de los convenios, habrá que tener en cuenta su
oposición o no a los principios expuestos, así como las circunstancias concretas de las
personas que los pactan y la finalidad que con ellos se busca»5.
En resumen, cabría decir que los convenios, en sí mismos, no incluyen ningún
elemento deontológicamente negativo, con tal de que se conserve siempre la libertad del
público para escoger su notario. Pero, por esto mismo, los convenios no pueden ser —
de hecho, no lo son— la regla general, ya que las diferencias en ciencia, experiencia,
actitudes, etc., entre notarios son el material concreto para el ejercicio de la libertad por
parte del público.
Por otra parte es preciso añadir que no hay en nada de esto una exigencia inalterable.
En algunos países la legislación permite las sociedades de notarios y poco a poco se han
hecho corrientes e incluso mayoritarias. Sería incluso previsible, en algunos países, la
evolución del notariado hacia la plena equiparación con el funcionariado público y, en
este caso, desaparecía de la notaría ese carácter que ahora tiene de lugar de un jurista
privado, de un auténtico asesor particular de los particulares. Las opiniones, en este
supuesto, se dividen, pero no hay en esto nada que atente a la ley moral.
Aquí y ahora, en países como España, la existencia de una figura como la del
Notario —a mitad de camino entre el prestador de una función pública y el asesor
jurídico— resulta positiva. El principio de que «cada uno puede encontrar el notario que
le conviene» puede alguna vez dar lugar a resultados injustos y antiéticos, pero también
se presta a una realización concreta de la justicia. Por todos
5. «Jornadas Notariales...», pp. 142443.
199
RAFAEL GOMEZ PEREZ
estos motivos, en el actual sistema, la multiplicación de los convenios entre
nottarios, aunque favorezca la colegialidad, puede ir claramente en contra de la libertad
del público y también de la legítima independencia que algunos profesionales de Ja
notaría desean tener.
3.3. La colegialidad en los abogados
Característica propia de los abogados que patrocinan causas es la de encontrar
siempre en frente a otro abogado: el de la parte contraria. Como el proceso es, en cierto
modo, una lucha (litis'), es lógico que exista competencia, enfrentamiento, victorias y
derrotas. Por otro lado, la vertiente económica de estas victorias y derrotas puede mover
a algunos abogados a una competencia desleal, cuyo caso más claro es la sutracción
dolosa de habituales clientes de un colega.
No es necesario entrar en toda la casuística de estas formas patológicas de
enfrentamiento. Todas se originan en la pérdida del fin de la profesión: la colaboración
en la administración de la justicia. El abogado no es —o no debe ser— un negociante de
la justicia, sino un atento investigador de la ley y de las circunstancias que concurren en
cada caso para hacer que en todos los supuestos se haga justicia.
Por todo esto, de ordinario no es lícito recurrir a contactos personales directos con el
cliente de otro colega ni menos suscitar dudas sobre su capacidad. Las formas en que
esto puede darse son muy variadas: citas en artículos científicos, tratando sobre pleitos
ganados, e insistiendo en el nombre del abogado de la parte contraria; alusiones a la
edad avanzada de algunos de los «más ilustres miembros de nuestro Colegio, que
realizaron un gran trabajo ya hace años», etc.
3.3.1. El deber de información
Es lógico que el abogado informe a su cliente y a sus colegas de la marcha del
proceso. Pero esta información es
200
DEONTOLOGIA JURIDICA
especialmente necesaria cuando, por cualquier causa, un abogado defensor es
sustituido por otro. Resulta inmoral, aprovechándose de esa circunstancia, no informar
debida* mente al nuevo abogado o engañarle, suministrándole in* formaciones
incompletas o falsas.
El deber de información, naturalmente, tiene sus límites, ya que existe una lícita
ocultación de la verdad y de ella se usa en casi todos los procesos, en beneficio del pro-
pio cliente. Quiere decir esto que el abogado ha de estar hasta cierto punto en guardia
ante el colega de la parte contraria (sobre todo si es especialmente hábil), de forma que
no le transmita informaciones no debidas, que se traducirían en perjuicio del cliente.
Puede ser corriente que el abogado que intenta obtener información no debida acuse a
su colega de «falta de colaboración», de escasa muestra de amistad, etc. Esta actividad
de persuasión está hasta cierto punto prevista en la práctica forense. No falta a la
colegialidad ni a la verdad el abogado que responde a esas pretensiones con palabras
evasivas, con impresiones vagas. En algunos casos este comportamiento puede ser un
supuesto de ocultación legítima de la verdad.
Las informaciones que pueden legítimamente obtenerse del abogado de la parte
contraria tienen carácter reservado; por tanto, no pueden utilizarse en el proceso o en las
transacciones entre partes. Hacerlo así es dañar, en primer lugar, los legítimos intereses
del cliente; en segundo lugar, es una falta contra la colegialidad. Un ejemplo aclarará
esto: supóngase que un abogado presenta al de la parte contraria una propuesta de
conciliación por cuenta de su cliente, con ciertas condiciones; la propuesta no es acep-
tada. Toda esta gestión tiene un carácter de reserva y no es ético que el abogado al que
se hizo la propuesta haga valer este hecho en el proceso, ni siquiera como indicio de la
«debilidad» de la parte contraria. Además, si, como es posible, el abogado hubiera
presentado esa propuesta sin conocimiento del cliente, (al que informaría, para pedir su
autorización, en el caso de que fuese aceptada), la publicación de esa gestión haría nacer
en el cliente la idea de que
201
RAFAEL GOMEZ PEREZ
su abogado le traiciona, de que «lo está vendiendo a sus espaldas», cosa que no es
cierta en modo alguno.
No es lícito tampoco pedir al juez la exhibición de un documento del que se tiene
conocimiento reservado por una conversación confidencial y amistosa con el colega.
Los casos podrían multiplicarse.
3.3.2. El error del colega adversario
Un pleito puede ganarse, entre otras razones, gracias al aprovechamiento de los
errores del colega adversario. ¿Se va, en este supuesto, en contra del deber de
colegialidad? Probablemente hay que distinguir entre el error por des- cuido y de buena
fe (debido, por ejemplo, a enfermedad, cansancio, circunstancias familiares especiales,
etc.) y el error por impericia. No hay duda de que en este último caso no se trata de
«aprovechamiento» de un error, sino de algo que se da normalmente en cualquier litigio.
En el otro supuesto, si el error es sobre algo sin importancia la mínima norma de
colegialidad obliga a hacerlo notar, para que pueda corregirse. Por ejemplo, si el aboga-
do de la parte contraria está ausente de una audiencia ins- tructoria, por no haber caído
en la cuenta de que es la hora.
No es corriente, por otro lado, utilizar como arma a favor los descuidos de los
colegas debidos a esas circunstancias enumeradas antes. Lo normal es que los abogados
se perdonen mutuamente ese tipo de fallos: como una muestra de colegialidad y como
una muestra de defensa de los propios intereses. En efecto, un abogado que de forma
habitual utilizara en su favor los descuidos menores de sus colegas se haría pronto
odioso. Y lógicamente, porque esas inadvertencias, pequeñas negligencias, etc., tienen
poco o nada que ver con la causa debatida, que ha de ser examinada seriamente y no
gracias a pequeñas argucias.
La mejor forma deontológica de resolver todos estos casos es recordar el deber de la
mutua lealtad, entendida
202
DEONTOLOGIA JURIDICA
ésta como algo en sí valioso y, a la vez, como un requisito indispensable para la
buena marcha de los procesos.
4. La reserva y el secreto profesional
El cuidado y la reserva en obras y palabras es algo común a muchas profesiones,
pero alcanza una importancia peculiar en las profesiones jurídicas. Por reserva se
entiende algo más de la guarda del secreto profesional: es prudencia, medida,
ponderación, cuidado; es darse cuenta de que en el ejercicio de estas profesiones se
tratan aspectos a veces muy íntimos de la persona humana, que han de ser custodiados
con el mayor respeto.
El cliente ante el abogado o ante el notario y el litigante ante el juez se ven
precisados a revelar situaciones delicadas que sólo con ese motivo desvela. Por otro
lado, abogado y juez (y, en menor medida, el notario) tienen con frecuencia necesidad
de investigar otros aspectos de la vida privada de las personas. Estos profesionales no
pueden hacer un uso cualquiera de lo que han conocido; y es contrario a los principios
elementales de la justicia revelar o dar a conocer sin justa causa lo que han sabido por
mo- tivo del cargo o del oficio.
4.1. Deberes del juez y del jisca!
Es obligación del juez conocer los aspectos de la conducta de los litigantes que se
hallen relacionados con la materia del proceso. Sin embargo, en los procesos civiles esta
investigación tiene unos límites y hay que comprender que, por ejemplo, en un litigio
sobre un contrato de arrendamiento no son pertinentes informaciones sobre determi-
nados aspectos de la vida privada de los litigantes. Si, por causa justa, es necesario
conocer también esos aspectos, ha de hacerse de ellos un uso ponderado y si, por
cualquier motivo, son infamantes, no incluirlos sin necesidad entre los considerandos de
la sentencia. Naturalmente, se faltaría
203
RAFAEL GOMEZ PEREZ
gravemente a la ética natural (que ordena no revelar innecesariamente los secretos)
si se divulgase fuera del ejercicio de la tarea judicial lo que se conoce sólo en razón del
cargo. Es siempre mejor extremar la prudencia en este campo. Por ejemplo, el juez no
actúa de forma extraña si, al encontrarse en otro lugar con una persona a la que sólo
conoció con ocasión del proceso, no la reconoce ni identifica. En realidad, esa persona
sólo existe para él en cuanto actor o demandado. Como es lógico, el supuesto es distinto
si esa persona se presenta al juez como conocida, recordándole la ocasión.
Todo lo anterior es aplicable también en el caso del proceso penal, tanto al juez
como al fiscal. Es preciso mantener un estrecha separación entre la vida privada y la
«vida procesal» tanto de los litigantes o del reo como del juez o del fiscal.
Incluso en el caso en el que las personas afectadas no tuvieran inconveniente en
relevar de la obligación del secreto profesional, tanto el juez como el fiscal han de guar-
dar una ponderada prudencia. Se puede observar aquí que la solemnidad que rodea al
proceso es una acentuación de su carácter de situación extraordinaria y «separada» de la
vida normal, Por eso, análogamente, la administración de la justicia tiene un cierto
matiz de algo sagrado.
4.2. Deberes del notario
El notario está éticamente obligado por el secreto profesional (exigencia que la ley
también reconoce). El fundamento es claro: de una parte, la defensa de los derechos de
los que acuden al notario; de otra parte, el prestigio y por tanto la eficacia jurídica y
ética de la función notarial.
Rige el secreto profesional: «a) de todos aquellos hechos, relacionados o no con su
profesión, de que tenga noticia por razón de ella; b) aunque hayan de ser divulgados por
su inscripción en un Registro público; c) siempre que no sea autorizado, expresa o
tácitamente, por el intere-
204
DEONTOLOGIA JURIDICA
sado o interesados, para su publicación; d) cuando no se trate de hechos delictivos o
cuyo sigilo sea contrario al interés público»6.
Este último punto señala las excepciones al secreto profesional. Por tanto, un criterio
deontológicamente muy claro es éste: en principio, rige siempre el secreto profesional,
salvo en caso de conflicto con una exigencia superior de justicia. Resulta claro, por
tanto, que el notario debe revelar un hecho que sea delito. Pero, ¿qué sucede cuando ese
hecho sea «injustamente» delictivo, es decir cuando se trata de una ley injusta? Como la
ley injusta no obliga en conciencia, el notario no estará éticamente obligado a revelar el
secreto. Es más, revelando el secreto puede hacerse cooperador material al mal. Hay que
aplicar, en este supuesto, los principios ya conocidos sobre la cooperación al mal.
Es lícito también revelar el secreto si se trata de una legítima defensa del propio
notario. Naturalmente, el motivo ha de ser grave, ya que, de lo contrario, peligraría el
propio prestigio del notario.
¿Qué sucede con el secreto profesional en el caso de que el notario tenga que
testimoniar en un proceso? En principio, el notario debe evitar encontrarse en la difícil
posición de testigo. «Si es citado, debe evidentemente comparecer por deferencia hacia
el tribunal, pero debe declarar inmediatamente que no puede hablar en razón del secreto
profesional al que está obligado. Esta actitud es con frecuencia mal vista por los
tribunales porque, dicen, no contribuye a la buena administración de la justicia»7.
Finalmente cabe añadir que el secreto profesional obliga tanto al notario como a sus
colaboradores. Por otra parte, están incluidas en el secreto tanto las declaraciones
hechas por el cliente, como las conversaciones, investigaciones, pesquisas, etc., que
preceden a la redacción del instrumento público.
6. P. AVILA, Estudios de Derecho Notarial, Madrid 1973, pp. 353-354.
7. J. Y A IRE, Droit professionnel notarial, París 1976, p. 126.
205
RAFAEL GOMEZ PEREZ
4.3. Deberes del abogado
Una buena defensa exige un conocimiento profundo de circunstancias, detalles de
comportamiento e incluso de actuaciones ilícitas del cliente. Pero el abogado no está
autorizado, sin más, a divulgarlas, ni siquiera durante el proceso. Para que pueda
hacerlo se requiere un mandato expreso del cliente, indicando además, el cómo, cuándo
y a quiénes. Es útil en estos casos solicitar un escrito de autorización.
Incluso sin esa autorización puede ser lícito revelar lo que se conoce por secreto
profesional cuando se trate de estados de necesidad, es decir, cuando no hay otro modo
de evitar, al cliente, al mismo abogado o a terceros un daño grave. ¿ Es lícito que el
abogado revele el secreto de su cliente cuando éste piensa atentar gravemente contra la
vida de otras personas o contra la seguridad del Estado? Las soluciones a este caso
divergen, según los autores, pero parece que existe justa causa para poner la noticia en
conocimiento del juez, de forma que se adopten las oportunas medidas de prevención.
Para comprender la licitud de este comportamiento basta considerar el supuesto de que
la amenaza se llevase a efecto, en daño grave de terceros inocentes.
La obligación de guardar secreto rige también después de la muerte del cliente; en
primer lugar, porque pueden existir herederos que legítimamente defiendan la conserva-
ción del secreto; es más, sin causa suficiente y justa, no es lícito comunicar a los
herederos un secreto del difunto que pueda manchar su nombre o el de su familia; en
segundo lugar, porque no es lícito nunca difamar sin causa proporcionada.
Otro supuesto es el de la necesidad de transmitir a otras personas informaciones
reservadas, que se han conocido bajo secreto profesional. Esto puede darse cuando el
abogado elegido por el cliente es sustituido por otro; en estos casos no se puede
presuponer la autorización del cliente, sino que éste ha de darla de forma expresa.
Un cuidado especial requieren las ocasiones en las que casi insensiblemente se
puede faltar al secreto: entrevistas
206
DEONTOLOGIA JURIDICA
a diarios y otros medios de comunicación social, ruedas de prensa (sobre todo en
«casos» célebres que atraen el interés del público), etc.
Otras cautelas que se han demostrado útiles para preservar el secreto profesional
son:
a) no estudiar ni comentar los asuntos profesionales en lugares
públicos;
b) cuidar de forma especial el archivo de los documentos,
manteniendo los reservados sólo al alcance de las personas que trabajan con ellos; P
c) no tomar necesariamente notas de todo, sino confiar algunos
temas, impresiones, etc., a la memoria;
d) no utilizar nunca o sólo en casos extremos (y nunca de manera
definitiva) la grabación de confidencias en cintas magnetofónicas;
e) destruir, terminado definitivamente el proceso, los documentos
que ya no sirven y que contienen información sobre el cliente;
f) no utilizar (ni siquiera con el simple expediente de omitir el
nombre) la experiencia de algunos casos para citarlos en trabajos científicos, artículos,
etc. Es preferible, si se desea aprovechar las experiencias, alterar algunas circunstancias,
añadir detalles ficticios y no esenciales, etc.
El secreto profesional puede peligrar cuando el abogado es llamado a intervenir en
el proceso como testigo. De ahí la licitud y conveniencia de conceder al abogado la
facultad de abstenerse. El abogado ha de valorar hasta qué punto su testimonio puede
favorecer al cliente sin poner en peligro el legítimo derecho de éste a la reserva. Otras
veces el abogado podrá querer utilizar el secreto profesional como una forma de negarse
a testificar. Es libre de hacerlo así cuando esto se traduzca en bien del cliente, aunque ha
de tener también en cuenta que ha de cooperar a la recta administración de la justicia.
207
RAFAEL GOMEZ PEREZ
5. La obligación de reparar
«Los pecados contra la justicia no se perdonan sin la reparación adecuada del mal
causado... Esta reparación es necesaria, tanto en derecho natural como por derecho
divino-positivo»8. Esto es un principio moral básico. La justicia consiste en una
igualdad que, cuando se incumple, hay que volver a construir, restituyendo. No sólo el
robo o el hurto llevan consigo la exigencia de la reparación: también cualquier daño
injusto al hombre, a la fama o a otros bienes del prójimo.
En los procesos —tanto civiles como penales— están implicados siempre, con más
o menos intensidad, esos bienes del hombre. Por eso son muy oportunas las considera-
ciones que siguen: «¿Se comprende ahora cómo no puede el abogado a la ligera
dedicarse a ejercer, sin el suficiente conocimiento, aceptar una causa injusta, fomentar
litigios innecesarios o provocarlos y continuarlos temerariamente, ser negligente en la
tramitación de la causa o hacerla triunfar por medios ilícitos, desamparar sin causa
justificada al cliente, ser desleal con él y revelar sus confidencias y secretos, y hacerle
pagar más de lo justo? No le basta con arrepentirse; tiene que reparar el mal causado»9.
La reparación del mal causado es un tema estrictamente moral. El católico ha de
verlo en el Sacramento de la Confesión; sin embargo, para todos rige la obligación de
derecho natural de indemnizar, de tratar, en lo posible, de que se repare el nombre, la
fama o los perjuicios económicos causados a clientes o a terceros.
La obligación de restituir es una exigencia de la justicia conmutativa. Tratándose de
bienes económicos es fácil calcular la cuantía de la restitución, aunque en el caso de un
proceso perdido por negligencia, hay que tener en cuenta además el carácter siempre
aleatorio del resultado de la causa. En otras palabras: la causa que se ha perdido ha-
8. Código de Deontología Jurídica, art. 64, art. 66.
9. DE LUNA, Moral profesional..., p. 315.
208
DEONTOLOGIA JURIDICA
hiendo negligencia, podría haberse perdido también por otros motivos. En muchos
casos no graves o de entidad media, el abogado cumple con la obligación de restituir
renunciando a los honorarios y cargando con las costas procesales. Por otra parte, nadie
está obligado a lo imposible y no es exigible la restitución económica si ello trajese
consigo la ruina económica del abogado y de su familia. De todas formas, el imposible
cumplimiento —en algunos casos— de la obligación de restituir ha de aprovecharse
éticamente: a) para no incidir en adelante en las mismas faltas; b) para crecer en
sensibilidad moral; c) para ser más decidido en la aceptación de los casos de patrocinio
gratuito; d) para perfeccionarse personalmente con una mejor vivencia de los
imperativos morales.
Más difícil, pero tan necesaria, es la reparación en los casos en los que han resultado
ofendidos el nombre o la fama de las personas. Si el proceso ha tenido poca o escasa
publicidad, la reparación ha de hacerse ante las personas que han sido testigos de esas
ofensas. Si la causa ha tenido una resonancia pública se impone, éticamente, una repara-
ción también pública, una rectificación, quizá a través de los medios de comunicación
social o, por lo menos, a través de un documento escrito que pueda servir para restituir
el buen nombre a la persona ofendida.
El tema de la restitución es quizá uno de los más importantes de la práctica de la
abogacía: no sólo en sí, sino además porque sirve de eficaz contrapunto a algunas cos-
tumbres admitidas pero no del todo claras. Probablemente, es un buen consejo
recomendar, antes de aceptar una causa, que se reflexione sobre qué obligaciones de
restitución podría traer consigo en el caso de que fuese injusta, se llevase con
negligencia, etc.
Algunos autores, sin embargo, han tratado el tema de otra forma. Así, Connell
escribe: «Puede ocurrir que un abogado, después de haber defendido y ganado una
causa con la mejor buena fe, averigüe que la justicia estaba ciertamente a favor de la
parte contraria. En este caso está obligado a restituir solamente la parte de la injusta
ganan-
209
RAFAEL GOMEZ PEREZ
cia que aún conserva en su poder. Esto sólo sucedería en la hipótesis de que lo que
recibió era precisamente una parte de la ganancia. Pero si esta ganancia fue un regalo o
propina de la bolsa del propio cliente, puede retenerla, quedando para el cliente la
obligación de completar la restitución» 10. Parece que aquí se contempla el pacto de
quota litis y, en ese supuesto, la solución es acertada. Sin embargo, no debe
intranquilizarse el abogado que habiendo ganado una causa de buena fe, y habiendo
percibido los justos honorarios, descubre luego que la razón estaba de la parte contraria.
En cambio parece ético restituir lo que recibiera del cliente (además de los honorarios)
en concepto de «regalo o propina» (como, con término impropio, dice Connell).
Todo lo anterior, mutatis mutandis, se aplica también al notario. Los supuestos
(analizados en Segunda parte, D, 9) sobre las responsabilidades del notario (penal,
disciplinar, civil) pueden dar lugar, como es lógico, a la obligación de restituir, de
reparar el daño causado.
Más difícil es el caso del juez, por la sencilla razón de que es legalmente muy difícil
demostrar la injusticia de una sentencia, aunque esa injusticia sea patente en la realidad.
Como el juez juzga según lo alegado y lo probado en el proceso, si no hay prueba de la
injusticia se presume que no hay injusticia. ¿Qué ocurriría cuando el juez que ha dictado
una sentencia determinada viene a saber, por medios reales, pero de los que no puede
surgir, legalmente, una revisión del proceso, que ha cometido una injusticia contra
alguien? Si se trata de un perjuicio económico o valorable económicamente, el juez
tiene en conciencia obligación de reparar, aunque la ley calle en este supuesto. Mucho
más grave es el supuesto de una sentencia injusta que haya significado una ofensa a la
fama, al honor, al buen nombre de alguien. O en el supuesto, también grave,
10. CONNELL, Moral pública y profesional, p. 161.
210
DEONTOLOGIA JURIDICA
de que alguien esté injustamente cumpliendo una pena de privación de la libertad 11.
Nos encontramos en estos casos ante una de las comprobaciones más dramáticas de
las limitaciones de la justicia humana. De esto se extrae la consecuencia deontológi- ca
de que el juez sólo debe dictar sentencia condenatoria cuando posea la completa certeza
moral. En los demás casos debe absolver por insuficiencia de pruebas, aunque también
esto —no se olvide— puede significar permitir la injusticia.
Por todas estas razones se comprende que el deber de reparar —muy claro en
abogados y notarios— se traduce, en el caso del juez, en el deber de preparar
cuidadosamente la sentencia, agotando en ella toda su ciencia y su prudencia.
6. Validez natural del testamento ineficaz según el Derecho Civil
Este tema tiene un alcance práctico sólo para juristas que desean acatar, con toda
fidelidad, precisas indicaciones del derecho natural. En poca palabras se trata de esto:
hasta qué punto un testamento válido según el derecho natural, pero nulo según el
derecho civil, obliga en conciencia. La cuestión es antigua, pero actualmente se puede
plantear a partir del canon 1513 del Código de Derecho Canónico: «en las últimas
voluntades a favor de la Iglesia se observen, a ser posible, las solemnidades civiles; pero
si éstas se han omitido, amonéstese a los herederos a fin de que cumplan la voluntad del
testador».
Por ejemplo, si consta claramente que el difunto quiso que una parte de sus bienes
fuese destinada a la Iglesia (a una institución religiosa, a la construcción de un templo,
11. Constitución Española, art. 121: «Los daños causados por error judicial, así
como los que sean consecuencia anormal de la Administración de la Justicia, darán
derecho a una indemnización a cargo del Estado, conforme a la ley».
211
RAFAEL GOMEZ PEREZ
etc.) los herederos tendrían, en conciencia, que cumplir la voluntad del testador,
aunque no haya sido recogida en el único testamento civilmente válido.
El tema, sin embargo, desborda el simple derecho humano-eclesiástico, para
enraizar se en el derecho natural. Estos supuestos no se limitan sólo a los casos en los
que se toquen cuestiones religiosas. Si los herederos saben, por ejemplo, que el difunto
quería que tal o cual bien fuese destinado a tal o cual persona, ese conocimiento de la
auténtica voluntad del testador es un dato que grava sobre la conciencia, aunque por
parte del beneficiario no sea civilmente exigible.
Resulta, sin embargo, que también es moralmente defendible la posición del
heredero que impugna la apropiación de un bien por parte de alguien que se basa en que
el testador así lo quiso, cuando esa voluntad no consta en el único testamento existente y
civilmente válido. La razón estriba en que son perfectamente lícitas (y aún necesarias)
las condiciones exigidas por el derecho para la validez de los contratos y testamentos:
requisitos de forma, solemnidad, etc.
Es, por tanto, lícita la intervención del juez, notario o abogado, en defensa del
testamento válido civilmente, incluso aunque conste con certeza que el difunto quería
destinar determinados bienes a otras personas. Cabe, no obstante, hacer la siguiente
salvedad: obran más de acuerdo con el respeto debido al derecho natural si aconsejan al
heredero o herederos que cumplan con la expresa voluntad del testador, aunque esto no
se pueda exigir civilmente *2.
La cuestión es sólo ligeramente distinta cuando el difunto no ha hecho una simple
promesa en vida, sino que ha
12. «No debe, con todo, urgirse en demasía esta
oblígacióén del profesional cuando o los demandantes son personas religiosamente bien
formadas y conscientes de sus deberes de conciencia —según se puede suponer— o, por
e! contrario, son personas no creyentes o no practicantes, que acaso tomarán a broma la
advertencia o, de seguro, no harán el menor caso de ella. En el primer supuesto, la
corrección o la advertencia no es necesaria. En el segundo es inútil» (A. PEINADOR,
Moral... t p. 294).
212
DEONTOLOGIA JURIDICA
otorgado testamento pero éste, por defecto de forma resulta inválido. En este caso,
quedan excluidos los herederos testamentarios, considerándose el testador como muerto
ab intes tato. Es lícito, en este supuesto, defender la nulidad de ese testamento (por parte
del abogado) o declararla (por parte del juez), a pesar de que con esto quede frustrada la
voluntad cierta del testador. «El bien común, en atención al cual son razonables estas
leyes, justifica también la permisión de estos errores, fatales para unos y beneficiosos
para otros, la causa de los cuales no puede ser imputable a nadie, cuando ha habido de
por medio un descuido involuntario o, en todo caso, no podrá imputarse al defensor de
la ley o al que la aplica» n. Sin embargo, parece que, por analogía con el caso anterior,
abogado, notario o juez harían bien en recordar a los benefiados la obligación natural en
conciencia de respetar la voluntad del testador, compensando de algún modo a los que,
de no ser por el defecto de forma, habrían resultado herederos.
Un supuesto distinto es el testamento, a favor de una institución o fundación (con
finalidad religiosa, educativa, benéfica, etc.) por parte de quien no tiene herederos
forzosos. ¿Es lícito impugnar ese testamento a nombre del Estado? No, en ningún caso,
si la voluntad del testador resulta cierta y ha hecho testamento libre y conscientemente.
Esto está exigido por la ley natural moral. En cambio, si la voluntad del testador no
fuera cierta es lícita la impugnación, incluso apoyándose en razones de derecho natural.
Finalmente, si consta ciertamente la voluntad del testador, libre y conscientemente
expresada, pero existen defectos sustanciales requeridos por la ley positiva, la demanda
de impugnación sería injusta por ley natural. Se estaría entonces ante lo equivalente a
una ley injusta y serían aplicables los principios conocidos sobre la cooperación mate-
rial al mal. El juez y el abogado, por causa grave, tienen que limitarse a señalar la falta
de requisitos legales en la escritura testamentaria. Para juzgar con acierto en este tema,
13. A. PEINADOR, Monrf..., p. 293.
213
RAFAEL GOMEZ PEREZ
recuérdese que se trata de casos en los que el testador no tiene herederos forzosos o
de simples legados a fundaciones, instituciones, etc., hechos sobre la parte de libre
disposición. Es distinto, por tanto, del caso contemplado antes: de la pugna entre
herederos testamentarios y herederos naturales.
Como es sabido, las cuestiones testamentarios no son casi nunca fáciles, e incluso el
reparto de unos pocos bienes es capaz de engendrar disputas interminables, divisiones
familiares, enemistades crónicas. Estas situaciones pueden ser también tenidas en cuenta
a la hora de intervenir en conflictos sobre testamentos en favor de instituciones
benéficas y religiosas. Es desproporcionado que, por una suma de dinero o por
determinados bienes, se cree un ambiente hostil y una publicidad desfavorable. Por eso,
puede ser útil en estos casos una conversación a fondo con los dirigentes de las
instituciones (o con las autoridades eclesiásticas, si se trata de una disposición a favor
de la Iglesia). En la práctica, el abogado puede tener en cuenta —lo mismo que el
notario— la necesidad de apurar todos los detalles en la preparación, redacción y
legalización de los testamentos a favor de las instituciones benéficas, docentes,
religiosas, asisten- ciales, etc.
7. Usos admitidos, abusos y corruptelas
En conversaciones con numerosos profesionales del Derecho es posible oír con
mucha frecuencia este comentario: «Una cosa es la deontología y otra la práctica». O
bien: «Hay cosas que todos saben que no están bien, pero se hacen. Y el que no se
comporta como la mayoría queda en ridículo. A veces puede ser acusado de
competencia desleal». Reflexionando, se llega, sin embargo, a la conclusión opuesta:
precisamente en el supuesto de que las cosas funcionasen así, sería más necesario que
nunca fijar los puntos esenciales del deber ser.
El mapa de los usos ilícitos admitidos, de los abusos y
214
DEONTOLOGIA JURIDICA
corruptelas no perdona ningún territorio: ni el de los jueces ni el de los notarios;
pero es algo más abundante en la abogacía. A veces principios tan elementales como la
ilicitud de la mentira o que el fin no justifica nunca los medios, son violados
crónicamente. Por no hablar de la vertiente económica: pactos de quota litis encubiertos;
falsificación de declaraciones; utilización de testigos falsos o, al menos, reticentes;
honorarios muy por encima de los aranceles, etc.
Entra aquí también todo el amplio campo de las «debilidades»: falta de diligencia
debida cuando el pleito es de oficio o cuando el cliente es pobre; precedencia concedida
al pleito importante, en perjuicio del menos importante pero mucho más antiguo, etc. En
algunos ejemplos pertenecientes a la actividad notarial se puede ver cómo el dar fe es
algo rutinario. Poco a poco el abuso se va extendiendo como algo normal, admitido o
aceptado. El Cuerpo funciona como tal cuerpo pero en sentido negativo, a la vez que se
desea que los demás tengan de él la mejor opinión. Es perfectamente posible que
quienes de forma sistemática incumplen exigencias morales elementales protesten con
más fuerza ante la simple sospecha de que, en algún pleito, se ha cometido algo
irregular. Se saca enseguida a colación el argumento de que «no puede juzgarse a toda
la categoría profesional por lo que hagan una o dos personas». Pero, aparte de que no
son sólo unos pocos casos, la mejor defensa corporativa sería la denuncia de los
culpables ante el Cuerpo, para provocar su sanción o expulsión. Ahora bien, esto es muy
poco frecuente, esta vez escudándose en el viejo dicho: «Hoy por ti, mañana por mí».
Es necesario dejar claro que «la corrupción en el palacio de justicia» (por utilizar el
título del drama de Ugo Betti) no es general, ni mucho menos. Pero igualmente claro es
que existe, y que no desaparece por el simple expediente de negar la realidad. El único
modo de purificar «lo que huele a podrido» es aumentar el número y la calidad de las
actuaciones deon to lógicas claras, aunque en algún caso signifique ir en contra de la
corriente. No es sistema comparar la profesión jurídica con otras (donde existen males
equivalentes
215
RAFAEL GOMEZ PEREZ
o peores); en primer lugar, porque ningún mal se justifica con la existencia de otro;
en segundo lugar, porque la profesión jurídica tiene como fin, precisamente, la defensa
de la justicia y, si esto falla, pocas cosas se sostienen, si es que se sostiene alguna.
No se desconoce, por otro lado, la gran calidad moral (y la fortaleza) que se
requieren para actuar en algunos casos en contra de la corriente. Hay que soportar
acusaciones de «falta de compañerismo», hay que prever una pérdida de los ingresos
económicos, hay incluso que esperar amenazas más o menos veladas. Aunque no sea
siempre literalmente cierto que el que no tiene escrúpulos sube y el honrado, cuando
más, no baja, esto puede registrarse en algún momento de la carrera y es preciso
afrontar, con una buena formación deontológica, esa eventualidad. En los casos más
graves, cuando peligra incluso la profesión como medio lícito de sostenimiento
económico, será posible (como se ha visto constantemente a lo largo de estas páginas)
hacer uso de la doctrina sobre la cooperación material al mal. Pero no es inútil preparar
el camino para la más amplia vigencia de una «cláusula de conciencia» que permita a
las personas honradas seguir siéndolo.
La realidad no es ni la de una corrupción generalizada ni la de un prestigio basado
en una práctica siempre inmaculada. Quizá se han insistido demasiado, con una retórica
superada ya, en el prestigio de los Cuerpos y muy poco en la necesidad de la actividad
personal, de la difusión en el entorno próximo de un modo honrado e inteligente de
cumplir la propia profesión.
8. Cuestiones fiscales
Las cuestiones fiscales interesan de modo especial a los abogados (especialmente si
son «asesores fiscales»), a los notarios, a corredores de comercio y agentes de bolsa y,
en general, a cualquier persona, ya que, en este tema, la dificultad que se plantea tiene
un alcance general. Por un lado,
216
DEONTOLOGIA JURIDICA
nadie considera un deber agradable pagar los impuestos al Estado, a pesar de que
racionalmente se comprenda que de algún sitio han de salir los recursos destinados, en
gran parte, al servicio de la comunidad. Por otro lado, no es cierto que el Estado acierte
siempre en las leyes fiscales justas, pero injustamente aplicadas.
Una solución a las dificultades es, para algunos, la consideración de las leyes
fiscales como meramente penales. Aunque sobre este punto la cuestión no está
definitivamente zanjada, la opinión mayoritaria ha sido recogida así: «No es posible hoy
día considerar las leyes relativas a la política fiscal o social, o de concentración
financiera y práctica mo- nopolística, como meramente penales. No significa ello negar
que puedan existir unas pocas leyes, muy concretas y enteramente marginales en el
conjunto del sistema, que puedan ser consideradas por algunos como meramente
penales. Pero el sistema fiscal, o social, o financiero en su conjunto, y las leyes
fundamentales del mismo no pueden ser meramente penales, porque ni cumplirían con
la justicia distrí- butiva —pues a los económicamente fuertes les resulta más fácil la
evasión— ni promoverían el bien común eficazmente (...) Dada la estrecha y necesaria
conexión existente entre la observancia de las leyes relativas al orden económico- social
y el bien común, así como la necesidad de que tales leyes sean observadas, a fin de que
se salvaguarden los imperativos más elementales del Derecho natural, no parece posible
ni legítimo el recurso al merepenalismo» 14.
Él pago de los impuestos es, nítidamente, una obligación de justicia legal, es decir,
de esa justicia que se dirige directamente a la realización del bien común. Por eso hay
que decir, también con toda claridad, que el fraude fiscal es ilícito, y que si fuera
realizado con la ayuda de un jurista la responsabilidad de éste sería mayor que la del
cliente. Por otro lado, y como principio de carácter general, las leyes fis-
14. M. CUYAS, en Anales de moral social y económica, n. 21, citado por M. PÉREZ
LUQUE, Deberes tributarios y moral, Madrid 1980, pp. 59-60. En adelante seguimos esta
obra, que es un buen tratado sobre el tema.
RAFAEL GOMEZ PEREZ
cales son, por su propia naturaleza, gravosas al ciudadano; por eso, «obvio es aclarar
que cuando la ley permite honradamente dos o más interpretaciones con parecidas
probabilidades de veracidad —esto es, sin tratar de retorcer su sentido—, es lícito optar
por la interpretación más favorable al contribuyente» ,s.
8.1. Soluciones ante leyes fiscales injustas
No es corriente que se den leyes fiscales formalmente injustas, es decir, debidas a
mala voluntad del legislador, a principios discrecionales contra determinadas personas,
profesiones, etc. Pero pueden darse casos. «Supongamos que el Estado, con objeto de
desarrollar unas actividades opuestas al Derecho natural o divino-positivo, es decir,
ilícitas e inmorales, llegase a establecer para ello un sistema de financiación consistente
en un impuesto determinado. Es evidente que, tanto la ley que dispusiera semejantes
actividades como la que estableciera el sistema de financiación con ese fin, serían
injustas por no estar ordenadas al bien de la comunidad (...) Mas supongamos ahora que
el Estado, para desarrollar estas actividades del ejemplo, no arbitra una ley fiscal
determinada, sino que obtiene los fondos necesarios del conjunto de los ingresos
públicos (...) En tal supuesto la cosa no cambia. Porque si en principio es cierto que no
podemos decir del sistema fiscal que no es justo por ello solamente, ni tampoco de las
leyes fiscales que lo desarrollan, no es menos cierto que, al destinarse una parte de los
ingresos públicos así obtenidos a unos gastos públicos que no sólo no van a ordenarse al
bien de la comunidad común, sino que la perjudicarán por ser de suyo ilícitas dichas
actividades, se pervierte la finalidad de los tributos que pasan a convertirse en medio
para la realización del mal, al menos en determinada proporción» ló.
15. PÉREZ LUQUE, Deberes tributarios..., p. 87.
lf>. PÉREZ LUQUE, Deberes tributarios..., pp. 91-92.
218
DEONTOLOGIA JURIDICA
La solución arbitrada en estos casos, válida para cualquier persona, es que «del total
de la cantidad conjunta que deba abonar por impuestos de cualquier clase, podrá deducir
—en conciencia, se entiende— determinada cantidad que equivalga a la proporción en
que los ingresos públicos por tributos se destinen a las actividades ilícitas que venimos
considerando; tanto en el caso de injusticia de las leyes fiscales como en el de la
continuada e injusta aplicación de los fondos públicos a dichas actividades, siempre que
ésta tenga carácter endémico» '7. No hace falta subrayar la dificultad de este cálculo y la
posibilidad de que el conflicto de conciencia se utilice hipócritamente como una forma
de evasión fiscal17 18, Pero no se puede despreciar ni pasar por alto el legítimo escrúpulo
de un ciudadano que ve, por ejemplo, cómo el Estado financia programas
anticonceptivos, clínicas donde se practica el aborto, ayuda a prensa ideológicamente
sectaria o claramente pornográfica. Naturalmente, cualquier sospecha de hipocresía se
disipa si esa cantidad deducida se destina a instituciones benéficas, asistenciales, etc.,
que trabajen éticamente en favor del hombre.
8.2. Soluciones ante leyes justas injustamente aplicadas
No se trata aquí de la injusticia material, ya que toda ley es imperfecta y en su
aplicación —por descuido involuntario, por imposibilidad material, etc.— se producen
desajustes, sino de la injusticia formal. «La injusticia —sea por acción u omisión—
puede provenir primeramente de la Administración, por ser la encargada de aplicar las
leyes, y no porque la misma carezca de interés en que su aplicación sea justa, sino por
una serie de factores que escapan a su control generalmente y que están en la mente de
todos: el ingente número de funcionarios de las más diversas categorías, entre los que
puede haber alguno que desdiga de su condición; el plano de superioridad en que
pueden éstos colocar-
17. PÉREZ LUQUE, Deberes tributarios..., p. 95.
18. Véase en la obra citada, p. 93, una sugerencia para ese cálculo.
219
RAFAEL GOMEZ PEREZ
se, al amparo de las legislaciones, y que permite ciertos abusos; Ja errónea creencia,
al menos práctica, de que las leyes obligan solamente a los contribuyentes y que existen
dispensas razonables para funcionarios, sobre todo en cuanto a plazos se refiere» 19 20.
En otros casos se trata de la existencia de un incumplimiento general, o casi, de las
leyes fiscales, en determinados puntos. En este supuesto, el que desea pagar
escrupulosamente se encuentra en una situación de inferioridad y cargando injustamente
con la omisión de muchos. Si la Administración tolerara este estado de cosas, si no
hiciera nada positivo para solucionarlo, resulta claro que cesa la obligación en
conciencia de pagar los impuestos en esas cuestiones determinadas. La razón es que «la
situación da lugar, de hecho, a una injusta aplicación de la ley fiscal que invalida los
principios generales en que se asienta (generalidad, igualdad, proporcionalidad). Es
decir, desemboca de facto en la quiebra de la justicia distributiva, condición sine qua
non para que la ley fiscal sea justa y base necesaria para la exigencia de la justicia
legal»
Una vez más conviene recordar que esa situación de hecho no puede convertirse en
una excusa para no pagar los impuestos en otros temas. Por eso, la solución adoptada
tiene límites respecto al espacio (en la zona en que se dé la situación, no en otra), al
tiempo (por el tiempo en que dure), a la cualidad (la eximente se refiere al impuesto
concreto de que se trata, no a todos) y a la cantidad (cuestión ésta muy compleja y que
exige del asesor fiscal y de otros profesionales un cuidadoso conocimiento de la
situación de las personas).
8.3. Casos concretos y criterios
No siempre es fácil distinguir entre una ley justa injustamente aplicada y la injusticia
que se deriva de cumplir a
19, PÉREZ LUQUE, Deberes tributarios..., p. 94.
20. PÉREZ LUQUE, Deberes tributarios..., p. 97.
220
DEONTOLOGIA JURIDICA
rajatabla la ley en un supuesto determinado. Por eso vamos a contemplar ahora
algunos casos corrientes.
En primer lugar, cuando aplicando con todo su rigor la legislación fiscal se daría un
tratamiento manifiestamente injusto a transacciones de poca entidad. Piénsese, en el
caso de una persona, que quisiera donar su patrimonio, o parte de él, a otra persona, con
la que tiene deudas difícilmente contabilizables económicamente (servicios, asistencia,
compañía, etc.). Si se acude a la figura de la donación, es posible que las cargas fiscales
graven la casi totalidad del patrimonio. ¿No será posible acudir a la fiugura de la com-
praventa, aunque el precio que se haga constar se entienda pagado con esos servicios,
asistencia, etc.? En efecto, puede entenderse, con toda justicia, que ha habido en este
caso un contrato implíctio de servicio con remuneración aplazada.
También hay que tener en cuenta la calidad de las personas. No es lo mismo, por
ejemplo, un caso en el que están implicadas grandes compañías mercantiles que otro en
el que el montante de la transacción está constituido por el entero patrimonio de una
persona privada con unos bienes trabajosamente ganados y suficientes sólo para vivir.
No hay que olvidar que las leyes fiscales operan con porcentajes, es decir, con
generalizaciones que, por su propia naturaleza, no pueden tener en cuenta los casos
concretos.
¿Qué hacer cuando, por ejemplo, los otorgantes de una escritura decidan confesar en
ella un precio inferior al real? «El notario está obligado a hacer constar el que quieran
declarar, porque es una manifestación de las partes no amparadas en su contenido por la
fe pública. Todo lo que de más sepa el notario en cuanto a ello, si es que lo sabe, está
obligado a silenciarlo por su deber del secreto profesional» 21. Hay que decir, al mismo
tiempo, que ni el notario ni cualquier asesor en estas materias pueden lícitamente
acceder a
21. J. PASCUAL, La verdad en el ejercicio de la profesión, en «Jornadas
Notariales...», p. 102.
221
RAFAEL GOMEZ PEREZ
patrocinar de algún modo el fraude fiscal directamente procurado y sin las
matizaciones anteriormente hechas.
Todos los asesores fiscales están obligados a aconsejar la veracidad en la
declaración de la renta. En otras palabras, no se puede aconsejar nunca la mentira. Sin
embargo, hay que tener en cuenta que existe una lícita ocultación de la verdad, por
causa proporcionada. La lícita ocultación de la verdad no es restricción mental, ya que
ésta está a un paso de la mentira. Existe lícita ocultación de la verdad cuando no se
confiesa lo que no ha sido preguntado. Esto es obvio. Pero también es lícita la
ocultación de la verdad cuando de su manifestación se seguiría, aplicando la letra de la
ley, un perjuicio grave y claramente injusto. Por eso, la lícita ocultación de la verdad
puede ser un medio de legítima defensa contra la ley fiscal injusta o contra lá aplicación
de una ley fiscal justa.
Como conclusión de esta materia, reproducimos una apreciación de conjunto: «1?
Las leyes fiscales son técnicas y complicadas; sus preceptos, a menudo, contradictorios
entre sí. El Fisco, en virtud de criterios estrictamente convencionales, desfigura los
conceptos jurídicos puros o idea otros que son anormales en las relaciones corrientes de
los hombres. Aconsejar, ante tan difuso y complejo panorama, el mejor camino a seguir,
de entre todos los legalmente posibles, es lícito. 2.a La Hacienda Pública se da a sí
misma bases de valoración, que confecciona a través de su personal técnico y
especializado y que libremente modifica cuando lo cree oportuno. Atenerse a estas
bases en cuanto favorezcan al contribuyente es lícito. 3.a Hay casos en los que la
aplicación estricta de la ley fiscal produce una injusticia, ya absoluta, ya relativa. Tratar
de corregirla o amenguarla es lícito. 4.a La falta de criterio unánime para la percepción
de los impuestos en los distintos funcionarios encargados de esta tarea (...) es algo
evidente y determina que la propia Administración no fije, de manera reiterada y
constante, el criterio que debe considerarse fiscalmente justo. 5. a Las amnistías o
condones fiscales, periódicamente renovados, implican un premio al que infringió la
Ley frente al que la ha
222
DEONTOLOGIA JURIDICA
cumplido escrupulosamente, lo que constituye para este último un ejemplo
desmoralizador» Jí.
En toda esta materia hay que tener en cuenta la justicia legal (que impone sacrificios
y privaciones a favor del bien común), pero también, en el Estado, la justicia
distributiva y el mismo respeto hacia el bien común. Por eso, por ejemplo, resulta
sospechoso, en muchos casos, que el Estado sea diligente, de un modo especial, cuando
se trata de obtener sus ingresos a través de los impuestos y lo sea mucho menos cuando
se trata de arbitrar medios para defender bienes morales más de fondo: protección de la
familia, defensa de la libertad de enseñanza, moralidad pública.
22. J. PASCUAL, La verdad crt el ejercicio de la profesión, en «Jornadas
Notariales...», p. 101.
223
EPÍLOGO
DEMOCRACIA Y CLAUSULA DE CONCIENCIA
La ley moral, dirigida a la libertad, es inmutable, está escrita en fa naturaleza
humana, en cada hombre. Pero, por otra parte, cada hombre debe hacer la experiencia de
su libertad. No es una novedad de nuestra época el que los hombres utilicen su libertad
para‘incumplir la ley moral. Como un presagio y, a la vez, como un anuncio de lo que
sería la historia humana, el relato bíblico de Caín y Abel narra dos tipos de experiencias
libres. En el corazón de cada hombre se decide, día a día, la relación entre norma y
libertad.
Por otro lado, tampoco es de hoy la realidad histórica de la fuerza de los hábitos, de
la imitación, de la influencia moral (o inmoral) de unos hombres sobre otros. Tanto la
moralidad como la inmoralidad pueden desarrollarse como pautas culturales, como
comportamientos establecidos. De nuevo el Génesis ha dejado constancia de esta
posibilidad: «La tierra estaba corrompida delante de Dios y toda ella llena de iniquidad.
Miró Dios a la tierra, y he aquí que estaba corrompida, porque todo mortal había
corrompido su camino sobre ella» (Génesis 6, 11-12).
La corrupción no es física, sino moral; proyiepe del uso inmoral de la libertad,
cuando esto se hace costumbre, cultura y, en cierto modo, civilización. No es realista
asignar al término civilización un significado exclusivamente positivo; también las
civilizaciones pueden basarse sobre la po-
225
RAFAEL GOMEZ PEREZ
dredumbre. Es más: nunca ha habido una civilización o cultura moralmente perfecta: lo
que registra la historia es una gradación de comportamientos valiosos —virtuosos—
mezclada con una degradación de vicios.
En algunas épocas históricas, los distintos tipos de organizaciones sociales (en el
más amplio sentido de esta palabra), es decir, las de tipo religioso, político, artístico,
económico han coincidido en la defensa del deber ser moral. De este modo, el poder
social (también en un sentido muy amplio) estaba a favor de la virtud, al menos
teóricamente. Esto traía como consecuencia que una gran parte de los hombres fueran
arrastrados, insensiblemente, hacia la práctica del bien o, al menos, hacia la omisión del
mal. Sin duda, en muchos casos, presionados socialmente, pero no hay que olvidar que
la presión social existe siempre, en un sentido o en otro. Recuérdese sólo un ejemplo
histórico: las Cruzadas. Es obvio que no todos los cruzados estaban repletos de buenas y
morales intenciones; pero también lo es que la categoría moral de la empresa
(humanamente hablando, prescindiendo de su dimensión cristiana), arrastraba a muchos
al ejercicio de acciones valiosas, de heroísmo indudable.
En Occidente, estos tiempos no existen ya. Desde el siglo xvi (al menos) se trabaja
para arrancar del pueblo la influencia moral y civilizadora del cristianismo, constante
defensor de la vigencia de la ley moral natural. Como se sabe, esa actuación
descristianizadora se realizó lentamente y por grados. Al principio se intentaba defender
la toleran- cia (en la práctica, la indiferencia en materia de religión), como un medio de
llegar a la paz religiosa, equivalente a la paz civil. Muy pronto, en nombre de un vago
deísmo, se atacó ya directamente incluso la posibilidad de una religión revelada. En
otros términos se trataba de reducir la religión a los límites de la pura razón, como reza
una obra de Kant, quien está como figura-cremallera entre una época y otra. — El giro
copernicano de Kant no es otra cosa sino la sustitución del teocentrismo por el
antropocentrismo. No hace falta aclarar que teocentrismo no es equivalente de teocracia,
de gobierno eclesiástico, ni siquiera de derecho divino
226
DEONTOLOGIA JU HID IC A
de los reyes, ni siquiera de monarquía. Teocentrismo es otro modo de afirmar una
realidad natural, accesible a las fuerzas de la razón: que es Dios el fundamento del
hombre.
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ll II fi—M- II. I.l‘» l' !■ Í--T.—.j. . ■ ■ .
Esto es, precisamente, lo que se desea culturalmente erradicar. Al principio, la
terminología es religiosa e incluso cristiana: la libertad, la igualdad y la fraternidad,
consignas de la Revolución francesa, son conceptos cristianos. De un modo
inconsciente para la gran mayoría, consciente para muchos intelectuales, la defensa de
la persona (o, mejor, del individuo) contra el absolutismo de Estado (causa más que
legítima, también moralmente hablando), se mezcla con el descrédito arrojado sobre la
ley moral o, al menos, con la subordinación de esa ley a la experiencia humana.
Como siempre, esta tarea es obra de los filósofos. Hegel llegará a escribir que «sin
el mundo Dios no sería Dios». Todo su sistema es una exaltación del Espíritu —
confusión de lo divino con lo humano—, para terminar con la más completa
subordinación de la religión a la filosofía. Apenas quince años después de la muerte de
Hegel, Marx no encontró excesivo trabajo en hacer suya la frase de un discípulo del
filósofo de la Idea, al repetir con Feuerbach que «el hombre es para el hombre el Ser
Supremo». Como vio bien el mismo Marx, el deísmo del xvm no había hecho otra cosa
sino preparar el camino al ateísmo, al materialismo.
Se tiene así que desde principios del siglo xix las dos ideologías que todavía
informan gran parte de la cultura occidental (el individualismo liberal y el socialismo,
cada uno con sus diversas derivaciones), están de acuerdo en propagar una visión del
hombre sin Dios. Si se desea una fecha clave —W ■ III
ar
BJ II >111 ■------------------■■"HHfllll ■
de toda esta trayectoria podría ser el año 1900, año de la muerte de Nietzsche, tan
enemigo (aunque por razones muy diversas) del cristianismo como del liberalismo y del
socialismo. La «muerte de Dios» (una vieja idea puesta en circulación de nuevo por
Hegel) adquiere en Nietzsche el sentido de una auténtica actividad deicida por parte del
hombre. A partir de ese momento no hay más alternativa que el Superhombre o la
locura. La tragedia personal de Nietzs-
227
RAFAEL GOMEZ PEREZ
che terminó en locura pero, para Occidente, había otro término en la alternativa: la
mediocridad.
Esta mediocridad es la principad responsable de un «espíritu» muy difundido en
Europa: la pragmática composi- ción entre derecho y moral, de forma que aquellas
exigencias morales que estén a favor de la seguridad individual sean reforzadas, a la vez
que se matizan, se limitan o suprimen las exigencias morales que requieren algo de
heroísmo. En palabras más claras: un ciudadano normal clamará en contra de la falta de
«seguridad ciudadana», de la proliferación de delincuentes, de la ineptitud del Estado
para impedir este estado de cosas; sin embargo, a la vez, mantendrá una actitud pasiva y
renunciataria si ese mismo Estado —a golpe de leyes— va anulando ese ámbito natural
de moralidad que es la familia. Así, a la vez que se desea una creciente «mo- raíidad
pública», se está de acuerdo en desmantelar las instituciones que podrían favorecerla.
Medidas como la introducción del divorcio, la despenalización del adulterio y del
aborto, la protección oficial a la difusión de anticonceptivos, la libre circulación de la
industria pornográfica, y otras del mismo calibre, son entendidas como consecuencias
del pluralismo social y la libertad. Nótese que la situación no sería tan negativa si esas
leyes o esas permisiones fuesen vistas como lo que son —un descenso del nivel ético de
la sociedad—; pero no ocurre esto. Por un singular espejismo, la legalización o la
permisión de esas conductas son «moralizadas» con el marchamo de la libertad. Es
bueno ejemplificar, aunque a algunos pueda parecer demasiado obvio. Por eso no es
inútil pensar que en esta situación podrá considerarse más «inmoral» a una familia de
siete, ocho o diez hijos que a otra que, con ayuda de anticonceptivos y abortos, consiga
mantener el nivel del «niño y la niña». Como una mujer normal,madre de familia, no
baja a la calle para gritar que es honrada y, en cambio, la abortista dirá públicamente
que «el cuerpo es mío y hago de él lo que quiero», esta última tendrá efbeneficio de la
«postura de vanguardia», el aura de la libertad.
Curiosamente, el clima de pluralismo sólo beneficia (so-
228
DEONTOLOGIA JURIDICA
bre todo por la acción de algunos grupos intelectuales en diarios, revistas, radio, teatro,
cine y televisión) a los extremos viciosos o a la media mediocre. Los comportamientos
auténticamente honrados o se silencian o, con más frecuencia aún, se catalogan entre los
inservibles restos de un pasado ya muerto.
Si esto es así, no hay por qué extrañarse de la inmoralidad existente en algunos
sectores de las profesiones jurídicas. No es un caso aislado que unos cónyuges que
desean resolver un al parecer insuperable conflicto, vean cómo el abogado les promete
que el matrimonio puede ser declarado nulo (ante el tribunal eclesiástico) con tal de que
«ustedes estén dispuestos a mentir». En este clima, no es difícil que se falsifiquen las
pruebas, que se acuda sin escrúpulo alguno a testigos falsos, etc. La ley se considera, no
garantía de libertad, sino simplemente una traba, de la que es lícito zafarse con cualquier
medio.
A lo largo de estas páginas se ha hecho frecuente referencia a la doctrina sobre la
cooperación al mal. Ha sido inevitable, porque en las profesiones jurídicas (como en
muchas otras) se ha impuesto la necesidad de coexistir o incluso convivir con quienes
utilizan sin inconveniente medios ilícitos o inmorales. Pues bien: la extensión y
gravedad de estos comportamientos hace necesario un esfuerzo sostenido para que
encuentre carta de naturaleza lo más rápidamente posible la «cláusula de conciencia».
.......... . La cláusula de conciencia se configura como la legitimidad de la abstención o
la falta de prestación de un^ actua- ción legal, en atención a motivaciones personales
que, a su vez, se fundan en valores que, de algún modo, son también reconocidos en la
sociedad. En principio, la cláusula de conciencia encuentra una difícil viabilidad. En
efecto, la justificación última de un ordenamiento jurídico es el bien común. En buena
lógica, las leyes civiles y penales son obligatorias en conciencia. Sin embargo, puede
darse el caso de que las leyes sancionen —o incluso hagan obligatorias— actuaciones
que muchos pueden considerar inmorales, porque lo son.
229
RAFAEL GOMEZ PEREZ
Teóricamente, la cláusula de conciencia podría ser utilizada, en el límite, incluso por
una sola persona que mantuviese una postura contraria a la de la (casi) totalidad de la
sociedad, En la práctica, la cláusula de conciencia se apoya en creencias, convicciones y
actitudes extendidas e incluso mayoritarias. El primer ejemplo histórico, en Occidente,
de la invocación de una cláusula de conciencia (aunque no se emplease esa
terminología) se dio entre los primeros cristianos, al negarse, por motivos de su religión,
a realizar prácticas completamente legales (por ejemplo, sacrificar ante una imagen del
César). El Estado romano no podía comprender cómo ese o aquel individuo pretendía
hacer valer algo así como «un derecho natural, personal», nada menos que en contra de
la totalidad. En realidad, tampoco los cristianos hacían un planteamiento de «derechos
humanos»; su enfoque era exclusivamente religioso. Pero al distinguir (que no es
separar) entre lo político y lo religioso, se negaban a una confusión que iba en contra de
su conciencia.
Como se sabe, durante muchos siglos, la visión cristiana del mundo y del hombre se
hizo casi general en Europa. En esa época, los derechos de la totalidad se esgrimieron
en ocasiones contra los disidentes, a pesar de mantenerse en pie lo que ya se había
formulado claramente desde los primeros siglos cristianos: que «no es propio de la
religión obligar a la religión» (Tertuliano). Cuando se quiebra la unidad religiosa de
Europa, el planteamiento cambia: los disidentes (fuesen católicos o protestantes) no
tenían derechos, sobre todo porque la disidencia religiosa coincide con el absolutismo
de Estado (tanto en países de población católica como en los de población protestante).
La situación vuelve a cambiar cuando coinciden dos fenómenos que siguen
presentes hasta hoy: la descristianización de una parte de la población y la laicización
del Estado. En este supuesto parecería lógico que se diese amplia beligerancia a la
cláusula de conciencia, como forma de que la pluralidad de actitudes, convicciones y
creencias no degenerase en opresión de los derechos de las minorías. Sin embargo, la
cláusula de conciencia aparece sólo en un caso muy especí-
230
DEONTOLOGIA JURIDICA
fico: el de la objeción de conciencia para la prestación del servicio militar
Prácticamente, casi todas las sociedades que viven un régimen de libertades han
admitido la objeción de conciencia. Pero esta forma especial de cláusula de conciencia
ha tenido y tiene aún un sabor de marginación. La razón parece clara: la exigencia de un
servicio militar se entiende como algo bueno, también moralmente, como parte de un
deber de justicia hacia la sociedad.
Es necesario, en cambio, entender la cláusula de conciencia desde otro enfoque. Es
decir, no para la formación de una clase especial de personas («los objetores»), sino
para la legitimidad, ad casum, de una conducta que, por razones graves, ponga entre
paréntesis la legalidad. El caso se ha presentado, en algunos países, al despenalizarse el
aborto o, incluso, al darse una política estatal favorecedora en la práctica del aborto
(aborto a petición y prestación debida en los establecimientos sanitarios estatales).
Médicos, enfermeras — - ■■■■h > | !■ |
y demás personal sanitario han podido así oponerse a su intervención en la práctica del
aborto y no necesariamente por razones religiosas. Muchos médicos sin convicciones
religiosas han entendido también que contribuir a la destrucción de la vida está en
contra de su profesión: salvar la vida y no destruirla.
Esto mismo puede plantearse —y se trataría, en la actual situación, de una conquista
civil— en el caso de las profesiones jurídicas, especialmente en el caso de los jueces.
Así como está previsto que el juez pueda abstenerse de intervenir en algunas causas en
las que peligraría la imparcialidad (y no por esto esos jueces forman una categoría
aparte), debería preverse la cláusula de conciencia como un motivo de abstención. En
otras palabras, la cláusula de conciencia tendría que convertirse en un supuesto
ordinario, y su práctica no debería tener repercusión alguna en la carrera profesional.
Aunque todo esto es todavía de lege ferenda, se ha observado en primer lugar, en
contra de la anterior solución, que de esa forma los jueces, por ejemplo, quedarían de
hecho divididos en dos categorías: los que presentasen escrúpulos
231
RAFAEL GOMEZ PEREZ
para no intervenir en esos casos límites y los que los admitieran sin escrúpulo alguno.
Se añade que eso ?olocaría a estos últimos en una situación desairada. En re: lidad no es
ése el caso. Socialmente, no parece que la intervención del juez en situaciones
éticamente inmorales tenga influencia alguna sobre su prestigio profesional. Además, no
hay duda de que, a pesar que se consiga que los jueces que utilicen la cláusula de
conciencia no sean discriminados legamente, siempre se dará en ellos una cierta
desventaja respecto a los demás. Un Estado que ha legalizado situaciones o hechos
inmorales mirará siempre con cierta desconfianza a quienes no secundan, en todo, esta
política.
Se observa, en segundo lugar, que el juez debe limitarse a aplicar la ley vigente, sin
preguntarse sobre su moralidad o inmoralidad. Pero esto revela una pobre visión de la
misión del juez, que no es la de un simple ejecutor estatal. Si el juez carece de
independencia para actuar en cuestiones morales graves (aunque sólo sea con el recurso
de abstenerse de cumplir, en ese caso, su función), difícilmente la tendrá en todo lo
demás. El juez se convertiría en una simple tonga manus del poder ejecutivo.________________________
La cláusula de conciencia encuentra una aplicación más fácil en el caso de los
notarios y, sobre todo, de los abogados. Nadie está legalmente obligado a aceptar una
causa, sea ésta justa o injusta. Y, salvo en casos realmente límites, es posible rechazar
cualquier caso o cualquier causa.
Todas estas son cuestiones complejas, pero la deontología quedaría limitada a una
simple urbanidad profesional si admitiese el principio de que todo lo legal es, por eso
mismo, moral. No se plantea problema alguno cuando, por ejemplo, un abogado
defiende una causa en la que se ventila la asignación debida a una persona que no
cuenta con otros medios de subsistencia. Abogado y juez trabajan aquí en una causa
evidentemente justa. Su actuación puede adscribirse a los valores de la justicia, la
solidaridad, la humanidad, la fraternidad. El caso cambia cuando lo que se ventila es la
destrucción (utilizando además pruebas falsas) de un matrimonio y el consiguiente
desmembramiento de la familia.
232
DEONTOLOGIA JURIDICA
Aquí se sabe, antes de la sentencia, que obtenido el divorcio van a surgir, por eso
mismo, situaciones injustas en daño de terceros inocentes. O imagínese el caso
siguiente: el juez tiene que dictar sentencia en un caso en el que el reo es un médico que
se ha negado a practicar un aborto, estando el aborto legalizado. Una sentencia
condenatoria significaría, sin más, condenar a un inocente y, más en concreto, a un
inocente que ha dado muestras de un temple moral fuera de lo común. No admitir en
estos casos la ^cláusula de conciencia significa obligar a la injusticia.
***
En estas cuestiones están implicados arduos temas de filosofía social y de filosofía
del derecho, que no desaparecen por el simple hecho de que se haga alarde de
jurisdicismo. Cualquier sociedad, por ejemplo, tiene necesidad de unos niveles
admitidos en usos y costumbres; sin una estabilidad en ese ámbito es muy difícil el
funcionamiento social. De hecho, se llega siempre o casi siempre a una «moral usual».
Pero, ¿es humano quedarse pasivos cuando esa moral usual incluye la sanción de
actuaciones inhumanas, de auténticos crímenes? Si derechos humanos fundamentales
son violados legalmente, ¿qué sentido tiene defender la propiedad, el secreto de Estado,
el buen nombre del Jefe del Estado y otros valores igualmente importantes?
La deontología jurídica, desde esta perspectiva, no puede limitarse a ser una
urbanidad profesional, sino que ha de ser una constante incitación a la reflexión y un
estímulo para la acción justa. Probablemente en la mayor parte de los casos no se
plantearán problemas morales graves. Pero cuando éstos surjan no es ético silenciarlos
con los manidos expedientes de «el cambio de los tiempos» o «el nivel actual de
aceptación». Con este criterio, ningún progreso moral se habría dado en la historia del
hombre. Las grandes revoluciones morales han sido obra de personas que, en una situa-
ción establecida, se han atrevido a actuar en contra de la corriente.
233
APÉNDICE
MAGISTERIO DE LA IGLESIA
A. CUESTIONES COMUNES
1. La virtud de la justicia
Todos somos conscientes en cierta manera de que no es posible llenar la medida
total de la justicia en la transitorie- dad de este mundo. Las palabras oídas tantas veces:
«no hay justicia en este mundo», quizá sean fruto de un simplicis- mo demasiado fácil,
si bien hay en ellas también un principio de verdad profunda. En cierto modo, la justicia
es más grande que el hombre, más grande que las dimensiones de su vida terrena, más
grande que las posibilidades de establecer en esta vida relaciones plenamente justas
entre los hombres, los ambientes, la sociedad y los grupos sociales, las naciones, etc.
Todo hombre vive y muere con cierta sensación de insaciabilidad de justicia, porque el
mundo no es capaz de satisfacer hasta el fondo a un ser creado a imagen de Dios, ni en
lo más profundo de la persona ni en los distintos aspectos de la vida humana. Y así, a
través de esta hambre de justicia, el hombre se abre a Dios, que «es la justicia misma».
Jesús, en el sermón de la montaña, lo ha dicho de modo claro y conciso con estas
palabras: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
hartos» (Mt 5,6).
Con este sentido evangélico de la justicia ante los ojos, debemos considerarla al mismo
tiempo dimensión fun-
235
RAFAEL GOMEZ PEREZ
damental de la vida humana en la tierra: la vida del hom- bre, de la sociedad, de la
humanidad. Esta es la dimensión ética. La justicia es principio fundamental de la
existencia y coexistencia de los hombres, como asimismo de las comunidades humanas,
de las sociedades y los pueblos. Además, la justicia es principio de la existencia de la
Iglesia en cuanto Pueblo de Dios, y principio de coexistencia de la Iglesia y las variadas
estructuras sociales, en particular el Estado y también las Organizaciones
Internacionales. En este terreno extenso y diferenciado, el hombre y la humanidad
buscan continuamente justicia: es éste un proceso perenne y una tarea de importancia
suma.
A lo largo de los siglos, la justicia ha ido teniendo definiciones más apropiadas
según las distintas relaciones y aspectos. De aquí el concepto de justicia conmutativa,
distributiva, legal y social. Todo ello es testimonio de cómo la justicia tiene una
significación fundamental en el orden moral entre los hombres, en las relaciones
sociales e internacionales. Puede decirse que el sentido mismo de la existencia del
hombre sobre la tierra está vinculado a la justicia. Definir correctamente «cuánto se
debe» a cada uno por parte de todos y, al mismo tiempo, a todos por parte de cada uno,
«lo que se debe» (debituní) al hombre de parte del hombre en los diferentes sistemas y
relaciones, definirlo y, sobre todo, ¡llevarlo a efecto!, es cosa grande por la que vive
cada uno de los hombres y gracias a la cual su vida tiene sentido.
A través de los siglos de existencia humana sobre la tierra es permanente, por ello,
el esfuerzo continuo y la lucha constante por organizar con justicia el conjunto de la
vida social en sus aspectos varios. Es necesario mirar con respeto los múltiples
programas y la actividad, reformadora a veces, de las distintas tendencias y sistemas. A
la vez es necesario ser conscientes de que no se trata aquí sobre todo de los sistemas,
sino de la justicia y del hombre. No puede ser el hombre para el sistema, sino que debe
ser el sistema para el hombre. Por ello hay que defenderse del anquilosamiento del
sistema. Estoy pensando en los sistemas sociales, económicos, políticos y culturales,
que deben ser sensibles al
DEONTOLOGIA JURIDICA
hombre y a su bien integral; deben ser capaces de reformarse a sí mismos y reformar
las propias estructuras según las exigencias de la verdad total acerca del hombre. Desde
este punto de vista hay que valorar el gran esfuerzo de nuestros tiempos que tiende a
definir y consolidar «los derechos del hombre» en la vida de la humanidad de hoy, de
los pueblos y Estados.
La Iglesia de nuestro siglo sigue dialogando sin cesar en el vasto frente del mundo
contemporáneo, como lo atestiguan muchas encíclicas de los Papas y la doctrina del
Concilio Vaticano II. El Papa de ahora ciertamente tendrá que volver sobre estos temas
más de una vez. En la exposición de hoy hay que limitarse sólo a indicar este terreno
amplio y diferenciado.
Por lo tanto, es necesario que cada uno de nosotros pueda vivir en un contexto de
justicia y, más aún, que cada uno sea justo y actúe con justicia respecto de los cercanos
y de los lejanos, de la comunidad, de la sociedad de que es miembro... y respecto de
Dios.
La justicia tiene muchas implicaciones y muchas formas. Hay también una forma de
justicia que se refiere a lo que el hombre «debe» a Dios. Este es un tema fundamental,
vasto ya de por sí. No lo desarrollaré ahora, si bien no he podido menos de señalarlo.
Detengámonos ahora en los hombres. Cristo nos ha dado el mandamiento del amor
al prójimo. En este mandamiento está comprendido todo cuanto se refiere a la justicia.
No puede existir amor sin justicia. El amor «rebasa» la justicia, pero al mismo tiempo
encuentra su verificación en la justicia. Hasta el padre y la madre, al amar a su hijo,
deben ser justos con él. Si se tambalea la justicia, también el amor corre peligro.
Ser justo significa dar a cada uno cuanto le es debido. Esto se refiere a los bienes
temporales de naturaleza material. El ejemplo mejor puede ser aquí la retribución del
trabajo o el llamado derecho al fruto del propio trabajo y de la tierra propia. Pero al
hombre se le debe también la reputación, el respeto, la consideración, la fama que se ha
mere-
237
RAFAEL GOMEZ PEREZ
cido. Cuanto más conocemos al hombre, tanto más se nos revela su personalidad, su
carácter, su inteligencia y su corazón. Y tanto más caemos en la cuenta —¡y debemos
caer en la cuenta!— del criterio con que debemos «medirlo» y qué significa ser justos
con él.
Por todo ello es necesario estar profundizando continuamente en el conocimiento de
la justicia. No es ésta una ciencia teórica. Es virtud, es capacidad del espíritu humano,
de la voluntad humana e, incluso, del corazón. Además, es necesario orar para ser justos
y saber ser justos.
No podemos olvidar las palabras de nuestro Señor: «Con la medida con que
midiereis se os medirá» (Mt 7,2).
Hombre justo, hombre que «mide justamente». ¡Ojalá lo seamos todos nosotros!
¡Qué todos tendamos constantemente a serlo!
(JUAN PABLO II, Discurso en la audiencia general, 8 noviembre 1978, en Juan Pablo II,
Enseñanzas al pueblo de Dios, Madrid 1979, pp. 43-46.
2. Ley moral y conciencia
a) La conciencia y sus exigencias
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley
que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando
es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien
y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello.
La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se
siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla (Cf. Pío
XII: Radiomensaje de 23 de marzo de 1952; AAS, 44 (1952), 271). Es la conciencia lo
que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de
Dios y del prójimo (Cf. Mt., 22, 37-40: Gal., 5, 14). La fidelidad a esta conciencia une a
los cristianos con los demás hombres para
238
DEONTOLOGIA JURIDICA
buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se
presenten al individuo y a la sociedad.
Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen
las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someteres a las
normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerre la
conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad.
Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el
bien, y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado.
(Concilio Vaticano II, Constitución Gaudimn et spes, 16).
b) La conciencia y su formación
Uno de los problemas fundamentales que se refieren a la actividad del hombre
moderno es el de la conciencia. Este problema no ha surgido precisamente en nuestro
tiempo; es tan antiguo como el hombre, porque el hombre siempre se ha planteado
preguntas sobre sí mismo. A este propósito es conocido el diálogo que un escritor
griego de la antigüedad (Jenofonte, Dichos Memorables, 4, 21) atribuye a Sócrates, el
cual pregunta a su discípulo Eutidemo: «Dime, Euti- demo, ¿has estado alguna vez en
Delfos? Sí, dos veces. ¿Has visto la inscripción esculpida en el templo: conócete a ti
mismo? Sí. ¿Has despreciado este aviso, o le has hecho caso? Verdaderamente no: es un
conocimiento que yo creía tener». De aquí la historia del gran problema sobre el co-
nocimiento que el hombre tiene de sí mismo; él cree poseerlo ya, pero luego no está
seguro de ello; problema que atormentará siempre y fecundará el pensmaiento humano.
Recordemos, sobre todos, a San Agustín, con su conocida oración, síntesis de su alma
de pensador cristiano: «Que te conozca a Ti, oh Señor, y que me conozca a mí» (Cfr.
Confesiones 1, 10) (...).
Como por una instintiva reacción, volvemos dentro de
239
RAFAEL GOMEZ PEREZ
nosotros mismos, pensamos en nuestros actos y en los hechos de nuestra
experiencia, reflexionamos sobre todo, intentando procurarnos una conciencia sobre el
mundo y sobre nosotros mismos. La conciencia tiene, en cierta manera, una supremacía,
por lo menos estimativa, en nuestra actividad.
El reino de la conciencia se extiende ante nuestra consideración con dimensiones
muy amplias y complejas. Simplifiquemos este panorama inmenso en dos campos
distintos: existe una conciencia psicológica, que reflexiona sobre nuestra actividad
personal, cualquiera que ésta sea; es una especie de vigilancia sobre nosotros mismos;
es un mirar en el espejo de la propia fenomenología espiritual, la propia personalidad; es
conocerse y, en cierto modo, llegar a ser dueños de sí mismos. Pero ahora no hablamos
de este campo de la conciencia; hablamos del segundo, el de la conciencia moral e
individual, esto es, de la intuición que cada uno tiene de la bondad o de la malicia de las
acciones propias. Este campo de la conciencia es interesantísimo también para aquellos
que no lo ponen, como nosotros los creyentes, en relación con el mundo divino; más
aún, constituye el hombre en su expresión más alta y más noble, define su verdadera
estatura, lo sitúa en el uso normal de su libertad. Obrar según la conciencia es la norma
más comprometida y, al mismo tiempo, la más autónoma de la acción humana.
La conciencia, en la práctica de nuestras acciones, es el juicio sobre la rectitud,
sobre la moralidad de nuestros actos, tanto considerados en su desarrollo habitual como
en la singularidad de cada uno de ellos.
Ahora no nos quedará sino hacer la apología de la conciencia. Bastaría recordar lo
que sobre eso ha enseñado la Iglesia en estos últimos tiempos; por ejemplo, el Papa
León XIII en su encíclica dedicada a la libertad (cfr. Denz.- Schoen. n. 3245 y ss.) y el
reciente Concilio (Gaudium et spes, n. 16; Dignitatis humanae, nn. 3 y 11) y bastaría
con recordar cuánto los maestros del espíritu recomiendan a las personas deseosas de su
perfeccionamiento el ejercicio del examen de conciencia; ciertamente, todos los que nos
240
DEONTOLOGIA JURIDICA
están escuchando lo saben; y Nos no haremos sino animarles a la fidelidad de este
ejercicio que responde no solamente a la disciplina de la ascesis cristiana, sino también
al carácter de la educación personal moderna.
Debemos hacer una observación sobre la supremacía y la exclusividad que hoy se
quiere atribuir a la conciencia como guía de la actuación humana. Frecuentemente se
oye repetir, como un aforismo indiscutible, que toda la moralidad del hombre debe
consistir en el seguimiento de su propia conciencia; y esto se afirma, tanto para
emanciparlo de las exigencias de una norma extrínseca, como del reconocimiento de
una autoridad que intenta dar leyes a la libre y espontánea actividad del hombre, el cual
debe ser ley para sí mismo, sin el vínculo de otras intervenciones en sus acciones. No
diremos nada nuevo a cuantos encierran en este criterio el ámbito de su vida moral, ya
que tener por guía la propia conciencia no sólo es cosa buena, sino también algo justo.
Quien obra en contra de la conciencia está fuera del recto camino (cfr. Rom. 14, 23).
Pero es necesario, ante todo, destacar que la conciencia, por sí misma, no es el
árbitro del valor moral de las acciones que ella sugiere. La conciencia es intérprete de
una norma interior y superior; no la crea por sí misma. Está iluminada por la intuición
de determinados principios normativos, connaturales a la razón humana (cfr. Santo
Tomás, S. Th, I, 79, 12 y 13; MI, 94, 1); la conciencia no es la fuente del bien y del mal;
es el aviso, es escuchar una voz, que se llama precisamente la voz de la conciencia, es el
recuerdo de la conformidad que una acción debe tener con una exigencia intrínseca al
hombre, para que el hombre sea verdadero y perfecto. Es la intimación subjetiva e
inmediata de una ley, que debemos llamar natural, a pesar de que muchos hoy ya no
quieren oír hablar de ley natural.
¿No es en relación con esta ley, entendida en su auténtico significado, como nace en
el hombre el sentido de responsabilidad? Y, con el sentido de responsabilidad, el de la
buena conciencia y del mérito o, por el contrario, el del remordimiento y la culpa.
Conciencia y responsabilidad son dos términos recíprocamente relacionados.
241
RAFAEL GOMEZ PEREZ
En segundo lugar debemos observar que la conciencia, para ser norma válida del
obrar humano, debe ser cierta, esto es, debe estar segura de sí misma, y verdadera, no
incierta, ni culpablemente errónea. Lo cual, desgraciadamente, es muy fácil que suceda,
supuesta la debilidad de la razón humana abandonada a sí misma, cuando no está
instruida.
La conciencia tiene necesidad de formarse. La pedagogía de la conciencia es
necesaria, como es necesario para todo el hombre el ir desarránllose interiormente, ya
que realiza su vida en un marco exterior por demás complejo y exigente. La conciencia
no es la única voz que puede guiar la actividad humana; su voz se hace más clara y más
fuerte cuando a ésta se une la de la ley y la de la legítima autoridad. La voz de la
conciencia no es siempre infalible ni objetivamente suprema. Y esto es especialmente
verdad en el campo de la acción sobrenatural, en el que la razón no puede por sí misma
interpretar el camino del bien, y debe acudir a la fe para dictar al hombre la norma de la
justicia querida por Dios mediante la revelación. «El hombre justo —dice San Pablo—
vive de la fe» (Gal. 3, 11). Para avanzar rectamente, cuando se camina de noche, esto es,
si se avanza en el misterio de la vida cristiana, no bastan los ojos, es necesaria la
lámpara, se necesita la luz. Y esta «luz de Cristo» no deforma, no mortifica, no
contradice la luz de nuestra conciencia, sino que le añade claridad y la capacita para el
seguimiento de Cristo en el recto sendero de nuestro peregrinar hacia la visión eterna.
(PABLO VI, Discurso en la audiencia general, 13 febrero 1969; cfr. Ecclesia, 1969, pp.
249-250).
3. Derecho y moral
El rápido desarrollo tanto en extensión como en profundidad de las relaciones entre
los hombres y las naciones, exige un esfuerzo sin precedentes para ser dirigido por el
hombre, —que de otra manera sería arrastrado por la ola
242
DEONTOLOGIA JURIDICA
tumultuosa de los intereses egoístas o del instinto—, de modo que se encuentre una
estructura ordenada que exprese y promueva la unidad de la familia humana, con
respeto para la suprema dignidad de cada individuo y de cada grupo humano. Este
comportamiento encuentra en la norma de la ley, el «imperium legis», un indispensable
soporte que garantiza su continuidad, su rectitud y su fuerza creadora. La norma legal
no implica de ningún modo una rígida inmovilidad. Fundada en una rica tradición y en
valores humanos estables, que extraen fuerza de ella, y han sido también por ella
depurados, se hace más capaz de enfrentarse con resolución a las situaciones
constantemente cambiantes, imprimiendo sobre ellas la marca del hombre. Esta
tradicional y esencial aplicación a todas las circunstancias, encuentra precisamente en la
actual unificación de la humanidad, un amplio terreno nuevo para idear nuevas vías, y al
mismo tiempo rejuvenecer las diversas expresiones que han sido forjadas según las
tradiciones de las diferentes naciones.
La norma legal no ignora las tensiones que nacen de la vida, ni los aspectos de
verdad contenidos en las protestas y la contestación de aquéllos a los que un sistema
legal determinado rehúsa reconocer en sus aspiraciones legítimas (cfr. Pacem in Terris,
39 et ss.). Pero tiene suficiente confianza en sí misma, en la ley del corazón y de la
razón de donde emana, para buscar soluciones, no en la progresiva exasperación de
estas tensiones, sino más bien en una apelación a las más altas capacidades del hombre,
capaz de idear y de crear sistemas organizados, más adecuados al presente desarrollo de
la humanidad. Es esta convicción la que les ha llevado a examinar en Madrid todos los
retos de nuestro tiempo: Derechos humanos y Acuerdo de Helsinki, Ley Marítima, la
codificación de las normas que gobiernan las corporaciones multinacionales, los
derechos de la familia, la tecnología del proceso de datos y el derecho a la intimidad, el
control internacional de las diversas fuentes de energía, la progresiva reducción de venta
de armas convencionales, el arbitraje internacional, etc.
243
RAFAEL GOMEZ PEREZ
La Santa Sede participa activamente en las conferencias internacionales que tratan
de estos diversos problemas, y su original contribución, de naturaleza ética, encuentra
un terreno más fértil donde las estructuras del sistema legal han sido ya trabajadas,
gracias especialmente a sus esfuerzos. Hace esto desde un punto de vista de cambio y
evolución que debe caracterizar a la ley, porque es también característica del desarrollo
de la humanidad y de las naciones. Como he dicho anteriormente, la Declaración de los
Derechos Humanos y la creación de la Organización de las Naciones Unidas tuvieron
ciertamente como objetivo, no sólo alejar las terribles experiencias de la última guerra
mundial, sino también crear las bases para una continua revisión de los programas,
sistemas y regímenes, precisamente desde este único y fundamental punto de vista: el
bienestar del hombre —o, podríamos decir, del individuo en la comunidad—, que debe,
como un factor fundamental en el bienestar general, constituir el criterio esencial para
todos los programas, sistemas y regímenes (Encíclica Re- demptor Hominis, 17, 3).
Sí, el hombre está en la base de todo. Debe ser respetado en su personal e inviolable
dignidad. Su dimensión social debe ser respetada; la personalidad humana y cristiana no
puede realizarse, en efecto, más que en la medida en que sea rechazado su centramiento
exclusivo en sí mismo, porque su vocación es al mismo tiempo personal y social. El
Derecho Canónico admite y favorece este característico mejoramiento, ya que conduce
a superar el egoísmo: la negación de sí mismo como individualidad exclusiva conduce a
una afirmación del ser en una perspectiva auténticamente social, en el reconocimiento y
respeto del otro como una «persona» que tiene unos derechos universales, inviolables e
inalterables, y una trascendental dignidad (cfr. Alocución al Tribunal de la Rota, 17
febrero 1979).
Los valores humanos y morales están en la base de todo. La ley no puede dejarlos a
un lado, ni en sus objetivos ni en sus medios. Su legítima y ordenada autonomía es in-
-------------------> Fililí i , k.
trínseca a la ley moral, y en ella encuentra además no un
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DEONTOLOGIA JURIDICA
freno, ni una restricción, sino el firme terreno de su dinámico y progresivo
desarrollo. Ustedes saben —y yo también sé— que es difícil definir al hombre en lo que
constituye su esencia permanente y su universalidad en el tiempo y el espacio, por
encima de diferencias de costumbres y culturas. También es difícil trazar los elementos
institucionales que favorecen el crecimiento de la solidaridad humana, teniendo en
cuenta la variedad de las convicciones del hombre y su conciencia creativa, de modo
que aseguren la libertad indispensable para que esta conciencia pueda formarse y
reformarse, y en la que pueda actuar. Pero toda la historia del Derecho enseña que la ley
pierde su estabilidad y su autoridad moral, tanto si cae en la tentación de hacer un
mayor uso de la coacción o de la fuerza física, como si renuncia a su responsabilidad —
en favor de los no nacidos o de la estabilidad del matrimonio, o, en el plano inter-
nacional, en favor de pueblos enteros entregados a la opresión—, cada vez que deja de
buscar la verdad que se refiere al hombre y consiente en ser entregada a cualquier forma
de relativismo.
Una difícil búsqueda, llena de tentaciones, pero una búsqueda necesaria que los
juristas no pueden abandonar.
Para la Iglesia, el sólido fundamento de esta búsqueda es Jesucristo. Pero, cualquier
cosa que el creyente descubre en la luz de la fe, lo cree y lo afirma para todos los hom-
bres, creyentes o no creyentes, porque Cristo está unido a todos los hombres, a cada uno
de los hombres. Además, esta es nuestra certeza: la vida de Cristo habla también a
muchos que no son capaces de repetir con Pedro «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo». El, el Hijo de Dios vivo, habla al pueblo, también como hombre. Es su vida la
que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, y su amor que abarca todo (Cfr.
Encíclica Redemptor Hominis, 7, 4).
(JUAN PABLO II, Discurso a la World Conference of Law, 24 septiembre 1979, en
Documentación Palabra, DP 298, 1979, pp. 312- 313).
245
RAFAEL GOMEZ PEREZ
4. Ley y libertad
Nadie ignora hoy la tendencia acentuada que desea desvalorizar la autoridad en
nombre de la libertad. Lo ha subrayado el Concilio en un documento muy significativo,
el que se refiere a la libertad religiosa, cuando observa que «existen algunos, incluso
muchos, que, bajo el pretexto de la libertad, rechazan cualquier dependencia y aprecian
poco la obediencia debida» (Dignitatis humanae, 8) (...).
Se apela a la libertad en contra de la ley, de cualquier ley. Y, para hacer esto, existe
el intento de fundarse en el Evangelio. Efectivamente, el Evangelio es un llamamiento a
la preeminente libertad del espíritu. Es difícil olvidar las severas condenas del legalismo
farisaico, pronunciadas por Jesús en favor del amor y de la libertad de los hijos de Dios:
Audistis quia dictum est... Ego autem dico vobis (Cfr. Matth. 5, 21 ss.). Por lo demás,
toda su predicación estuvo orientada hacia la espiritualidad interior, hacia la caridad que
libera del yugo de la costricción. Las palabras y el ejemplo de Jesús se dirigen a esto.
«En efecto —subraya el citado Decreto— Cristo que es Maestro y Señor nuestro,
humilde y manso de corazón, ha invitado y ha atraído a los discípulos con paciencia.
Ciertamente ha mantenido y confirmado su predicación con milagros, para suscitar y
confortar la fe de los oyentes, pero sin ejercer sobre ellos coacción alguna... Sabiendo
que Ja cizaña .ha sido sembrada junto con el trigo, ordenó que dejaran crecer a los dos
juntamente, hasta el final dé la cosecha, que tendrá lugar con el fin de los tiempos. No
queriendo ser un Mesías político y dominador por la fuerza, prefirió ser llamado Hijo
del Hombre que viene para servir y para dar su vida para la redención de muchos (Marc.
10, 45); finalmente ultimó su revelación cumpliendo en la cruz la obra de la redención,
con la cual ha adquirido para los seres humanos la salvación y la libertad» (Dignitatis
humanae, 11). En esto se apoyan las escultóreas declaraciones de San Pablo en la
Epístola a los Romanos y a los Gálatas y su polémica doctrina sobre la libertad, cuando,
en contraste
246
DEONTOLOGIA JURIDICA
con el legalismo judaizante, escribía: «Si spiritu ducimini, non estis sub lege» o cuando
dictaba el Código del amor, ajeno de cualquier imposición: «Omnis lex in uno sermone
impletur: diliges proximum tuum sicut teipsum» (Gal. 5, 18, 14).
Todo esto es verdad. Pero también lo es que la enseñanza del Evangelio y de los
Apóstoles no se detiene ahí. El mismo Jesús que predicó el amor y proclamó la
interioridad y la libertad, ha dado prescripciones morales y prácticas, obligando a sus
discípulos a una fiel observancia. Quiso, como veremos, una autoridad que estuviera
provista de determinados poderes, al servicio del hombre.
A los que apelan al Evangelio para defender la libertad en contra de la ley habrá que
recordar el significado polivalente del término ley: la mosaica ha sido abrogada; la
natural permanece con todo su innato valor y el Evangelio la presupone. Esa ley no
priva al hombre de su libertad, sino que es una guía intrínsecamente justa. Del mismo
modo, la ley positiva, sostenida por la ley natural o teniendo en esa ley natural su
inspiración, tutela los bienes humanos, promueve el bien común, garantiza —contra
cualquier eventual interferencia del abuso— esa inviolable y responsable autonomía del
individuo, por la que cualquier ser humano es capaz de realizar con fruto su
personalidad.
Libertad y autoridad no son términos que se contradicen, sino valores que se
integran mutuamente. Cuando se dan los dos, se favorece el crecimiento de la
comunidad y la capacidad de iniciativa y de enriquecimiento interior de los individuos.
Haciendo referencia al principio de autoridad y a la necesidad del ordenamiento
jurídico, no se quita nada al valor de la libertad y a la estima en que debe ser tenida. Lo
que se hace es subrayar las exigencias de una tutela segura y eficaz de los bienes
comunes; entre ellos, el fundamental del ejercicio de la misma libertad, que sólo se
puede garantizar en una convivencia bien ordenada. ¿De qué serviría la libertad si no
estuviera protegida por normas sabias y oportunas? Con razón afirmaba el gran Cicerón:
«Legum
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RAFAEL GOMEZ PEREZ
ministri magistratus, legum interpretes iudices, legum de- nique idcirco omnes servi
sumus ut liberi esse possimus» (Pro Cluentio, 146).
(PABLO VI, Discurso a la S. Rota Romana, 29 junio 1970, en In- segnamenti di
Paolo VI, VIII (1970), pp. 85-87).
5. Positivismo jurídico
Unas circunstancias como las presentes, dan —ciertamente que no en todas partes,
pero sí en amplia medida— el espectáculo de una crisis en la administración de la jus-
ticia que sobrepasa las habituales deficiencias de la conciencia cristiana.
Las causas inmediatas de esta crisis se deben buscar principalmente en el
positivismo jurídico y en el absolutismo de Estado; dos manifestaciones que, a su vez,
derivan y dependen la una de la otra. Quitada, en efecto, al derecho su base, constituida
por la ley divina natural y positiva, y por lo mismo inmutable, ya no queda sino
fundamentarlo sobre la ley del Estado como su norma suprema, y he aquí precisamente
el principio del Estado absoluto. A su vez el Estado absoluto intentará necesariamente
someter todas las cosas a su arbitrio y especialmente hacer que el derecho mismo sirva a
sus propios fines.
El positivismo jurídico y el absolutismo de Estado han alterado y desfigurado la
noble fisonomía de la justicia, cuyos fundamentos esenciales son el derecho y la
conciencia. Este hecho reclama una serie de reflexiones, todas las cuales se reducen a
dos puntos: las normas objetivas del derecho y la concepción subjetiva de las mismas.
Hoy nos limitaremos a hablar del primer punto, dejando el estudio del segundo para otra
ocasión, si Dios quiere.
En la ciencia jurídica, como en la práctica jurídica, está continuamente sobre el
tapete la cuestión del verdadero y justo derecho. Pero ¿es que acaso hay además algún
otro derecho? ¿Hay tal vez un derecho falso e ilegítimo? Sin duda la yuxtaposición de
estos dos términos ya de sí sor
248
DEONTOLOGIA JURIDICA
prende y repugna. No es, sin embargo, menos verdad que la noción por ellos significada
ha estado siempre viva en el sentido jurídico, incluso de los clásicos paganos. Ninguno
quizá ha dado una expresión de ese concepto más profunda que Sófocles en su tragedia
Antígona (SÓFOCLES, Antígona v. 23-24). Hace decir a su heroína que, por los cuidados
de Creonte, Eteocles había sido sepultado vvv Síxiq 6ixa(£. Aíxaio<; es aquel que
cumple sus deberes hacia Dios y hacia los hombres, que es justo, piadoso, honesto,
probo, humano; Síxii Sixaía corresponde por tanto a lo que nosotros llamamos
verdadero y justo derecho, mientras que x^poiSíx^ o x£pot.6£xctLo<;, al designar al
violento, al que usa el derecho del más fuerte, señala al hombre del falso e injusto de-
recho.
Toda la crisis a que hemos aludido se resume en el antagonismo entre el verdadero y
el falso derecho. El interés con el que serios y penetrantes juristas se han aplicado al
estudio de esta materia nos parece feliz auspicio para la solución de la crisis. Mas para
ello es necesario que se tenga la valentía de querer ver claramente y reconocer lealmente
las raíces.
¿Dónde, pues, hemos de buscarlas sino en el terreno de la filosofía del derecho?
Es imposible observar con atención el mundo corpóreo y espiritual, físico y moral
sin quedar sorprendidos de admiración ante el espectáculo del orden y de la armonía que
reinan en todos los grados de la escala de los seres. En el hombre, incluso en aquella
línea divisoria en que se detiene su actividad inconsciente y comienza la acción
consciente y libre, aquel orden y aquella armonía se realizan estrictamente según las
leyes puestas por el Creador en el ser existente. Más allá de esa línea vale aún la
voluntad ordenadora de Dios; pero su realización y su desenvolvimiento han sido
dejados a la libre determinación del hombre, la cual puede estar conforme o en
oposición con el querer divino.
En este campo de la acción humana consciente, del bien y del mal, del precepto, del
permiso y de la prohibición, la
249
RAFAEL GOMEZ PEREZ
voluntad ordenadora del Creador se manifiesta tanto mediante el mandato moral de Dios
grabado en la naturaleza y en la revelación como mediante el precepto o la ley de la
legítima autoridad humana en la familia, en el Estado y en la Iglesia. Si la actividad
humana se regula y se dirige según estas normas, permanece por sí misma en armonía
con el orden universal querido por el Creador.
Con lo dicho encuentra respuesta la cuestión del derecho verdadero y del derecho
falso. El simple hecho de ser declarada por el poder legislativo una norma obligatoria en
el Estado, tomado aisladamente y por sí solo, no basta para crear un verdadero derecho.
El «criterio del simple hecho» vale solamente para Aquel que es el Autor y la regla
soberana de todo derecho, Dios. Aplicarlo al legislador humano indistintamente y
definitivamente, como si su ley fuese la norma suprema del derecho, es el error del
positivismo jurídico en el sentido propio y técnico de la palabra, error que está en la
base del absolutismo de Estado y que equivale a una definición del Estado mismo.
El siglo xix es el gran responsable del positivismo jurídico. Si sus consecuencias
han tardado en hacerse sentir con toda su gravedad en la legislación, se debe al hecho de
que la cultura estaba todavía impregnada del pasado cristiano y de que los
representantes del pensamiento cristiano podían todavía casi en todas partes hacer oír su
voz en las asambleas legislativas. Debía venir el Estado totalitario de impronta
anticristiana, el Estado que —por principio, o al menos de hecho— rompía todo freno
frente a un supremo derecho divino, para descubrir al mundo el verdadero rostro del
positivismo jurídico.
¿Es necesario, acaso, retroceder mucho en la historia para encontrar un llamado
«derecho legal», que quita al hombre toda dignidad personal; que le niega el derecho
fundamental a la vida y a la integridad de sus miembros, poniendo una y otra al arbitrio
del partido y del Estado; que no reconoce al individuo el derecho al honor y al buen
nombre; que discute a los padres el derecho sobre sus hijos y el deber de su educación;
que, sobre todo, considera el
250
DEONTOLOGIA JURIDICA
reconocimiento de Dios, supremo Señor, y la dependencia del hombre de Él como cosa
sin interés alguno para el Estado y para la comunidad humana? Este «derecho legal», en
el sentido aquí expuesto, ha trastornado el orden establecido por el Creador; ha llamado
al desorden, orden; a la tiranía, autoridad; a la esclavitud, libertad y al delito, virtud
patriótica.
Tal era y tal es todavía, debemos decirlo, en algunos sitios el «derecho legal». Todos
nosotros hemos sido testigos del modo con que algunos, que habían obrado según este
derecho, han sido llamados después a dar cuenta de él ante la justicia humana. Los
procesos que con esta ocasión se han desarrollado, no solamente han conducido a
verdaderos criminales a la suerte que les era debida; han demostrado también la
intolerable condición a la que una ley del Estado, completamente dominada por el
positivismo jurídico, puede reducir a un funcionario público, que de otra manera, por su
naturaleza y dejado libre en sus sentimientos, habría permanecido como un hombre
honrado.
Se ha observado que, según los principios del positivismo jurídico, estos procesos
deberían haber terminado con otras tantas absoluciones, aun en casos de delitos que re-
pugnan al sentido humano y llenan de horror al mundo. Los acusados se hallaban, por
así decirlo, amparados por el «derecho vigente». ¿De qué eran en verdad culpables, sino
de haber cumplido lo que este derecho prescribía o permitía ?
Nos no intentamos ciertamente excusar a los verdaderos culpables. Pero la mayor
responsabilidad recae sobre los profetas, sobre los propugnadores, sobre los creadores
de una cultura, de un poder del Estado, de una legislación que no reconocen a Dios y a
sus derechos soberanos. Dondequiera que estos profetas operaban y siguen operando, es
necesario que surjan la renovación y la restauración del verdadero pensamiento jurídico.
Es necesario que el orden jurídico se sienta de nuevo ligado al orden moral sin
permitirse traspasar los confines de éste. Ahora bien, el orden moral está esencialmente
fun-
RAFAEL GOMEZ PEREZ
dado en Dios, en su voluntad, en su santidad, en su ser. Aun la más profunda o más
sutil ciencia del derecho no podría proporcionar otro criterio para distinguir las leyes
injustas de las justas, el simple derecho legal del derecho verdadero, que el perceptible
ya con la sola luz de la razón por la naturaleza de las cosas y del hombre mismo, el cri-
terio de la ley escrita por el Creador en el corazón del hombre (Cf. Rom. 2, 14-15) y
expresamente confirmada por la revelación. Si el derecho y la ciencia jurídica no
quieren renunciar al único guía capaz de mantenerlos en el recto camino, deben
reconocer las «obligaciones éticas» como normas objetivas válidas también para el
orden jurídico.
(Pío XII, Discurso a la Rota Romana, 13 noviembre 1949, en Documentos jurídicos,
pp. 304-308).
6. Moral de situación
El signo distintivo de esta moral es que no se basa en manera alguna sobre las leyes
morales universales, como, por ejemplo, los diez mandamientos, sino sobre las condi-
ciones o circunstancias reales y concretas en las cuales se debe obrar y según las cuales
la conciencia individual ha de juzgar y elegir. Este estado de cosas es único y vale una
sola vez para toda acción humana. Por esto es por lo que la decisión de la conciencia,
afirman los defensores de esta ética, no puede ser imperada por las ideas, los principios
y las leyes universales.
La fe cristiana basa sus exigencias morales en el conocimiento de las verdades
esenciales y de sus relaciones; así hace San Pablo en la carta a los Romanos (Rom. 1,
19-21) para la religión en cuanto tal, sea ésta cristiana o anterior al cristianismo: a partir
de la creación, dice el Apóstol, el hombre entrevé y palpa de algún modo al Creador, su
poder eterno y su divinidad, y esto con una evidencia tal que él se sabe y se siente
obligado a reconocer a Dios y a darle algún culto, de manera que desdeñar este culto o
depravarlo
252
DEONTOLOGIA JURIDICA
en ¡a idolatría es gravemente culpable, para todos y en todos los tiempos.
Esto no es, en modo alguno, lo que afirma la ética de que Nos hablamos. Ella no
niega, sin más, los conceptos y los principios morales generales (aunque a veces se
acerque mucho a semejante negación), sino que los desplaza del centro a la última
periferia. Puede suceder que la decisión de la conciencia muchas veces esté de acuerdo
con ellos. Pero no son, por decirlo así, una colección de premisas, de las que la
conciencia saca las consecuencias lógicas en el caso particular, el caso «de una vez».
¡De ningún modo! En el centro se encuentra el bien, que es preciso actuar o conservar
en su valor real e individual; por ejemplo, en el campo de la fe, la relación personal que
nos liga a Dios. Si la conciencia seriamente formada establece que el abandono de la fe
católica y la adhesión a otra confesión lleva más cerca de Dios, este paso se encontraría
«justificado», aun cuando generalmente se le califica de «defección en la fe». O
también, en el campo de la moralidad, la donación de sí mismo, corporal y espiritual,
entre los jóvenes. Aquí la conciencia seriamente formada establecería que por razón de
la sincera inclinación mutua son inconvenientes las intimidades de cuerpo y de sentidos,
y que éstas, aunque admisibles solamente entre esposos, podrían ser manifestaciones
permitidas. La conciencia abierta de hoy tomaría esta decisión porque deduce de la
jerarquía de valores este principio, de que los valores de la personalidad, siendo los más
altos, podrían servirse de los valores inferiores del cuerpo y de los sentidos o bien
descartarlos, según lo sugiera cada situación. Se ha pretendido con insistencia que,
precisamente según ese principio, en materia de derechos de los esposos sería necesario,
en caso de conflicto, dejar a la conciencia seria y recta de los cónyuges, según las
exigencias de las situaciones concretas, la facultad de hacer directamente imposible la
realización de los valores biológicos, en provecho de los valores de la personalidad.
Los dictámenes de una conciencia de esta naturaleza, por muy contrarios que
parezcan a primera vista a los pre-
253
DEONTOLOGIA JURIDICA
general de la sociedad humana, como bien de los particulares.
(Pío XII, Discurso a la Rota Romana, 3 octubre 1941, en Documentos jar tilicos, pp.
160-162),
8. Derecho penal, fundamentos
Una última palabra a propósito de algunos fundamentos del derecho penal. Son los
siguientes:
El establecimiento de un derecho positivo presupone una serie de exigencias
fundamentales tomadas del orden ontológico.
Hay que edificar el derecho penal sobre el hombre como ser personal y libre.
Solamente puede ser castigado aquel que es culpable y responsable ante una
autoridad superior.
La pena y su aplicación son en último análisis funciones necesarias del orden
jurídico.
El derecho está necesariamente fundado en su base última sobre el orden ontológico,
su estabilidad, su inmutabilidad. Donde quiera que los hombres y pueblos se hallan
agrupados en comunidades jurídicas, ¿no son todos ellos precisamente hombres con una
naturaleza humana sustancialmente idéntica? Las exigencias que se desprenden de esta
naturaleza son las normas últimas del derecho. Por muy diversa que pueda ser la
formulación de estas exigencias en el derecho positivo, según los tiempos y los lugares,
según el grado de evolución y de cultura, el núcleo central, por basarse en la naturaleza,
es siempre el mismo.
Estas exigencias son como el punto muerto de un péndulo. El derecho positivo
sobrepasa el punto muerto, unas veces por un lado, otras veces por otro, pero el péndulo
vuelve siempre, quiérase o no, al punto muerto fijado por la naturaleza. Que se llame a
estas exigencias de la naturaleza «derecho», «normas éticas» o «postulados de la
naturaleza», poco importa. Pero es necesario reconocer el hecho de su existencia; que
no han sido establecidas por el capricho del
261
RAFAEL GOMEZ PEREZ
hombre; que se hallan enraizadas ontológicamente en la naturaleza humana,
naturaleza que el hombre no se dio a sí mismo; que, por lo tanto, se deben hallar en
todas partes; que, por consiguiente, todo derecho público y todo derecho de gentes
encuentran en la naturaleza humana común un fundamento claro, sólido y duradero.
Se sigue de esto que un positivismo jurídico extremo no se puede justificar ante la
razón. Representa el principio: «El derecho comprende todo cuanto está establecido
como «derecho» por el poder legislativo en la .comunidad nacional o internacional, y
nada más que eso, independientemen- te por completo de cualquier exigencia
fundamental de la razón o de la naturaleza». Si se sostiene este principio, nada impide
que un contrasentido lógico y moral, la pasión desencadenada, los caprichos y la
violencia brutal de un tirano y de un criminal puedan llegar a constituir «el derecho». La
historia nos proporciona, como todos saben, más de un ejemplo de esta posibilidad
convertida en realidad. Allí donde, por el contrario, el positivismo jurídico se entiende
de tal manera que, aun reconociendo plenamente esas exigencias fundamentales de la
naturaleza, no se utilice el término «derecho» más que para las leyes elaboradas por el
poder legislativo, muchos juzgarán tal vez este empleo poco exacto en su generalidad;
no obstante, ofrece una base común para la construcción de un derecho internacional
fundado en el orden ontológico.
La realización del orden jurídico se obtiene de uña manera esencialmente diversa
que en el orden físico. Este último se realiza automáticamente por la naturaleza misma
de las cosas. Aquél, por el contrario, no se verifica más que por la decisión personal del
hombre, precisamente cuando éste conforma su conducta con el orden jurídico. «El
hombre decide de cada uno de sus actos personales»; esta frase es una convicción
humana imposible de desarraigar. La generalidad de los hombres jamás admitirá que lo
que se llama autonomía del querer se reduzca a un tejido de fuerzas internas y externas.
Se habla fácilmente de las medidas de seguridad desti-
262
DEONTOLOGIA JURIDICA
nadas a sustituir la pena o a acompañarla, de la herencia, de las disposiciones
naturales, de la educación, de la influencia extensa de los dinamismos en juego en las
profundidades del inconsciente o del subconsciente. Aunque estas consideraciones
pueden dar resultados interesantes, que no se complique, sin embargo, un hecho bien
sencillo: el hombre es un ser personal, dotado de inteligencia y voluntad libre, un ser
que finalmente decide por sí mismo lo que hace y lo que no hace. Estar dotado de
autodeterminación nc quiere decir que se vea libre de toda influencia interna y externa,
de toda atracción y de toda seducción; no quiere decir que no tenga que luchar para
seguir por el recto sen- dero, que no tenga que emprender cada día un combate di- fícil
contra los impulsos instintivos, tal vez enfermizos; sino que significa que, a pesar de
todos los obstáculos, el hombre normal puede y debe afirmarse a sí mismo; significa,
además, que el hombre normal debe servir de regla en la sociedad y en el derecho.
El derecho penal carecería de sentido, si no tomase en consideración este aspecto del
hombre; pero como este aspecto es en sí mismo verdadero, por esto el derecho penal
tiene un sentido plenario. Y como este aspecto del hombre es una convicción de la
humanidad, los esfuerzos para uniformar el derecho penal tienen una base sólida.
El tercer presupuesto de la justicia penal es el factor de la culpa. Este coloca en
último término la frontera entre la justicia en sentido propio y las medidas
administrativas de seguridad. Sobre él descansa finalmente el veto incondi- cionado del
orden jurídico penal contra lo arbitrario y las violaciones del derecho; de él se deriva
una última motivación y delimitación de las garantías requeridas en el procedimiento
penal.
El derecho penal, en su naturaleza íntima, es una reacción del orden jurídico contra
el delincuente; presupone el enlace causal entre éste y aquél. Pero este enlace causal
debe estar establecido por el delincuente culpable.
Es un error del pensamiento jurídico combatir la necesidad de esta conexión causal,
alegando que la pena se justi-
263
RAFAEL GOMEZ PEREZ
fica completamente por la dignidad del derecho violado. Esta violación —se afirma
— exige una satisfacción que consiste en imponer una pena dolorosa al autor del delito
o a otro que se halla sometido al orden jurídico violado.
La importancia de la culpabilidad, de sus presupuestos y de sus efectos en el
derecho exige, y esto sobre todo en el juez, un conocimiento profundo del proceso
psicológico y jurídico de su génesis. Sólo con esta condición, el juez se librará de la
incertidumbre penosa que pesa sobre el médico obligado a tomar una decisión, pero que
no puede dar diagnóstico alguno cierto según los síntomas de la enfermedad, porque no
descubre la coherencia interna de éstos.
En el momento de cometer el delito, el delincuente tiene ante los ojos la defensa
establecida por el orden jurídico; es consciente de este orden jurídico y de la obligación
que impone; pero a pesar de esta conciencia se decide contra ese veto, y, para ejecutar
esta decisión, lleva a cabo el delito externo. He aquí el esquema de una violación
culpable del derecho. Por razón de este proceso interno y externo se atribuye la acción a
su autor como a su causa; se le imputa como culpa, porque la ha cometido en virtud de
una decisión consciente; el orden violado y la autoridad del Estado, que es su custodio,
le piden cuenta de ella; cae bajo el peso de las penas, fijadas por la ley e impuestas por
el juez. Las múltiples influencias ejercidas sobre los actos del entendimiento y de la
voluntad —por lo tanto sobre los dos factores, que representan los elementos
constitutivos esenciales de la culpabilidad —no alteran la estructura fundamental de este
proceso, por grande que sea su importancia en la apreciación de la gravedad de la culpa.
Por estar tomado este esquema, así esbozado, de la naturaleza del hombre y de la
naturaleza de la decisión culpable, vale en todas partes. Ese esquema suministra la po-
sibilidad de una base común para las discusiones internacionales, y puede prestar
servicios valiosos en la formulación de las reglas jurídicas, que deben ser incorporadas a
una convención internacional.
El conocimiento profundo de estas cuestiones difíciles
264
DEONTOLOGIA JURIDICA
impide también a la ciencia del derecho penal degenerar en una pura casuística; y,
por otra parte, la orienta en el uso de la casuística necesaria en la práctica, y, por lo
tanto, justificable.
Si, por el contrario, se rechaza fundar el derecho penal sobre el factor de la
culpabilidad como sobre una circunstancia esencial, será difícil crear un verdadero
derecho penal y llegar a un acuerdo en las discusiones internacionales.
Queda por decir una palabra sobre el sentido último de la pena. La mayor parte de
las teorías modernas del derecho penal explica la pena y la justifica, en fin de cuentas,
como una medida de protección, es decir, de defensa de la comunidad contra las
acciones delictuosas, y al mismo tiempo como un intento para traer el culpable a la
observancia del derecho. En estas teorías la pena puede incluir también sanciones en
forma de disminución de ciertos bienes que el derecho asegura, a fin de enseñar al
culpable a vivir honestamente. Pero estas teorías rehúsan considerar la expiación del
delito cometido, que sanciona la violación del derecho, como la función capital de la
pena.
Puede permitirse a una teoría, a una escuela jurídica, a una legislación penal
nacional o internacional la labor de definir filosóficamente la pena según ellas la
entienden, de acuerdo con su sistema jurídico, con tal que respeten las consideraciones
arriba expuestas sobre la naturaleza del hombre y la esencia de la culpa.
Pero desde un punto de vista diferente, y puede decirse más elevado, es lícito
preguntarse si esta concepción satisface el sentido plenario de la pena. La protección de
la comunidad contra los delitos y los delincuentes debe quedar asegurada, pero el blanco
final de la pena habría que situarlo en un plano superior.
La esencia de la culpa es la oposición libre a la ley reconocida como obligatoria, es
la ruptura y la violación consciente y querida del orden justo. Una vez que se ha produ-
cido, es imposible hacer que no exista. Pero, no obstante, en cuanto se pueda dar
satisfacción al orden violado, hay que dársela. Es una exigencia fundamental de la
«justicia». Su
265
RAFAEL GOMEZ PEREZ
papel en el dominio de la moralidad es mantener la igual* dad existente y
justificada, conservar el equilibrio y restablecer la igualdad comprometida. Esta pide
que, por la pena, el responsable sea sometido por la fuerza al orden. El cumplimiento de
esta exigencia proclama la absoluta supremacía del bien sobre el mal; por medio de ella
se ejercita la soberanía absoluta del derecho sobre la injusticia. Demos un último paso;
en el orden metafísico, la pena es una consecuencia de la dependencia de la Voluntad
suprema, dependencia que está grabada hasta en los últimos repliegues del ser creado.
Si en alguna ocasión hay que reprimir la rebelión del ser libre y restablecer el derecho
violado, es sobre todo aquí cuando lo exige el Juez supremo y la justicia suprema. La
víctima de una injusticia puede libremente renunciar a la reparación; pero la justicia, por
su parte, se la asegura en todos los casos.
En esta última acepción de la pena se ve también plenamente revalorizada la función
de protección, que le atribuyen los modernos; pero aquí está tomada más a fondo. Se
trata, en efecto, ante todo, no de proteger los bienes asegurados por el derecho, sino el
derecho mismo. Nada es tan necesario a la comunidad nacional e internacional como el
respeto a la majestad del derecho, como también la idea saludable de que el derecho es
en sí mismo sagrado y está defendido, y que, por consiguiente, quien se atreve a
ofenderlo se expone a castigos y los sufre de hecho.
Estas consideraciones permiten apreciar más justamente una época anterior que
muchos consideran como ya superada. Se distinguían entonces las penas medicinales —
poenae medicinales— y las penas vindicativas —poenae vindicati- vae. En estas
últimas, la función vindicativa de expiación ocupa el primer plano; la función de
protección se halla comprendida en los dos géneros de penas. El derecho canónico
conserva hoy todavía —como sabéis— esta distinción, y esta actitud, como veis, se
funda en los principios enunciados arriba. Ella sola responde también plenamente a la
palabra tan conocida del Apóstol a los romanos: Non enim sine causa gladium
portat; ...vindex in iram ei qui malum
266
DEONTOLOGIA JURIDICA
egit (Rom. 13,4). «No en vano lleva la espada»», dice San Pablo, del Estado, «él es
ministro de Dios, instrumento de su cólera contra los malhechores». Aquí la expiación
está puesta en primer plano.
Sólo la función expiatoria permite finalmente comprender el último juicio del
mismo Creador, el cual «da a cada uno según sus obras», como lo repiten a menudo los
dos Testamentos (Cf. Mt. 16,27; Rom. 2,6). Aquí la función de protección desaparece
completamente cuando se considera la vida ultraterrena. Para la omnipotencia y
omnisciencia del Creador, es siempre fácil prevenir todo peligro de un nuevo delito por
medio de la conversión moral íntima del delincuente. Pero el Juez supremo, en su juicio
final, aplica únicamente el principio de la retribución. Este debe, por tanto, poseer
ciertamente un valor no despreciable.
Por esto, como Nos hemos dicho, déjese a la teoría y a la práctica la labor de definir
la función de la pena en el sentido moderno más estricto o en el otro más amplio. Tanto
en una como en otra hipótesis, es posible una colaboración y puede aspirarse a la
creación de un derecho penal internacional. Pero que no se renuncie a tener en cuenta
esta última motivación de la pena, únicamente porque no aparece apta para producir
resultados prácticos inmediatos.
(PÍO XII, Discurso en el VI Congreso Internacional de Derecho penal, 3 octubre 1953,
en Documentos jurídicos, pp. 410-415).
267
B. JURISTA, DEBERES GENERALES
Por esto hemos dicho que una acertada determinación os ha llevado a escoger Roma
como sede de vuestro primer Congreso. Pero al mismo tiempo esta elección os dice
cuán noble y alta es vuestra profesión y qué exigencias en su ejercicio impone la
profesión particular, de que os gloriáis, a cada uno de vosotros.
La nobleza de vuestra profesión ha sido magníficamente descrita por Ulpiano, quien
definía la jurisprudencia como divinarum at que humanarum rerum notitia, iusti atque
inius- ti scientia (Lib. 10 D. 1,1). ¡Qué noble objeto se asigna en esta definición a la
ciencia jurídica, y a qué altura la eleva sobre otras ramas del saber humano! La mirada
del jurista digno de este nombre se cierne sobre un horizonte amplísimo, cuya extensión
y variedad están significadas por las mismas realidades a las que debe dirigir su
atención y su estudio. Tiene que conocer, ante todo, las cosas divinas, divina- rum
rerum notitia, no sólo porque en la vida humana social la religión debe ocupar el primer
puesto y dirigir la conducta práctica del creyente, a la que también el derecho deberá
dictar sus normas; no sólo porque algunas de las principales instituciones, como la del
matrimonio, tienen un carácter sagrado, que el derecho no puede ignorar; sino, sobre
todo, porque sin este superior conocimiento de las cosas divinas, el panorama humano,
que es el segundo y más inmediato objeto, humanarum rerum notitia, sobre el cual debe
posarse la mente del jurista, quedaría privado de aquel fundamento que supera todas las
vicisitudes humanas en el tiempo y en el espacio y reposa en lo absoluto, en Dios.
268
DEONTOLOGIA JURIDICA
Sin duda alguna el jurista no está llamado por su profesión a dedicarse a la
especulación teológica para conocer el objeto de su estudio; pero si no sabe levantarse a
la visión de la realidad suma y trascendente, de cuya voluntad deriva el orden del
universo visible y de aquella pequeña parte de éste que es el género humano con sus
leyes inmanentes y moralmente necesarias, le será imposible ver en toda su admirable
unidad y en sus más íntimas profundidades espirituales la trama de las relaciones
sociales, a las que el derecho preside, y sus normas reguladoras. Si, como afirmaba el
gran jurisconsulto y orador romano, natura iuris... ab ho- minis repetenda [esí] natura
(Cicerón, De Legibus 1,5,17), la naturaleza o la esencia del derecho no puede derivarse
sino de la naturaleza misma del hombre; y como, por otra parte, esta naturaleza no
puede ser conocida, ni siquiera aproximadamente, en su perfección, dignidad y
elevación y en los fines que gobiernan y subordinan a sí las acciones, sin la conexión
ontológica, por la cual está ligada a su causa trascendente, es evidente que al jurista no
le será posible adquirir un sano concepto del derecho, ni conseguir una ordenación
sistemática de éste, si no es renunciando a ver al hombre y a las cosas humanas fuera de
la luz que emana de la divinidad para iluminarle el camino fatigoso de sus investiga-
ciones.
El error del racionalismo moderno ha consistido precisamente en la pretensión de
querer construir el sistema de los derechos humanos y la teoría general del derecho
considerando la naturaleza del hombre como un ente que existe por sí mismo, carente de
toda referencia necesaria a un Ser superior, de cuya voluntad creadora y ordenadora
dependa en la esencia y en la acción. Vosotros conocéis en qué dédalo inextricable de
dificultades se encuentra envuelto el pensamiento jurídico contemporáneo a causa de
esta desviación inicial, y cómo el jurista, que se ha conformado al canon establecido por
el llamado positivismo, ha visto fracasado su esfuerzo perdiendo, con el recto
conocimiento de la naturaleza humana, la sana concepción del derecho, que ha visto
mermada su fuerza coactiva sobre la conciencia del
269
RAFAEL GOMEZ PEREZ
hombre, que es su primero y principal efecto. Las cosas divinas y humanas, que según la
definición de Ulpiano, forman el objeto más general de la jurisprudencia, están tan
íntimamente unidas, que no se puede ignorar las primeras sin perder al mismo tiempo la
exacta valoración de las segundas.
Esto es todavía más verdadero, porque el objeto más específico de la ciencia jurídica
es lo justo y lo injusto, iusti at que iniusti scientia, o sea, es la justicia en su alta función
equilibradora de las exigencias individuales y sociales en el seno de la familia humana.
La justicia no es solamente un concepto abstracto, un ideal externo, al cual deben
procurar adaptarse las instituciones dentro de lo posible en un momento histórico dado,
sino que es también y sobre todo algo inmanente al hombre, a la sociedad, a sus
instituciones fundamentales, a causa de aquella suma de principios prácticos que la
justicia dicta e impone, de aquellas normas de conducta más universales, que forman
parte del orden objetivo humano y civil establecido por la mente altísima del primer
Hacedor. La ciencia de lo justo y de lo injusto supone, por tanto, una más elevada
sabiduría, que consiste en conocer el orden de lo creado y, consiguientemente, a su
Ordenador. El derecho, como enseñaba el Aquinate, est obiectum iusti- tia (Santo
Tomás, Suma teológica 2-2 q57 a.l), es la norma en que se concreta y se actúa la grande
y fecunda idea de la justicia, y como tal, si conduce a Dios, eterna e inmutable justicia
en su esencia, de Dios recibe luz y claridad, vigor y fuerza, sentido y contenido.
El jurista se mueve, por tanto, en el ejercicio de su profesión entre lo infinito y lo
finito, entre lo divino y lo humano, y en este movimiento necesario consiste la nobleza
de la ciencia que cultiva. Los demás títulos, en virtud de los cuales se ennoblece a los
ojos del consorcio humano, se pueden considerar como consecuencia del que hemos
señalado. Si el objeto de su investigación son las normas jurídicas, el sujeto, al que éstas
están destinadas, es el hombre, la persona humana, la cual viene así a quedar dentro del
campo de su competencia. Y, nótese, no es el hombre en su parte inferior y menos
noble, que es estudiada por otras ciencias útiles
270
DEONTOLOGIA JURIDICA
también y dignas de admiración, sino el hombre en su parte superior, en su propiedad
específica de agente racional que, para conformarse con las leyes de su racionalidad,
debe obrar guiado por algunas normas de conducta, o directamente dictadas por su
conciencia, reflejo y heraldo de una más alta ley, o prescritas por la autoridad humana
reguladora de la vida social. Es verdad que bajo la mirada del jurista el hombre no se
presenta siempre bajo los aspectos más elevados de su naturaleza racional, sino que
frecuentemente ofrece a su estudio los lados menos loables, sus malas inclinaciones, su
malvada perversidad, la culpa y el delito; sin embargo, incluso bajo el oscurecido
resplandor de su racionalidad, el verdadero jurista debe ver siempre aquel fondo
humano del cual la culpa y el delito no llegan nunca a destruir el sello impreso en él por
la mano del Creador.
Si, pues, consideráis el sujeto del derecho con los ojos de la fe cristiana, ¡qué
aureola de luz descubriréis en torno a su cabeza, la corona de que le ha circundado la
redención de Cristo, la sangre derramada por su rescate, la vida sobrenatural, a la cual le
ha restituido y de la cual le ha hecho partícipe, y el fin último que le asignó como
término de su camino terreno! En la nueva economía el sujeto del derecho no es el
hombre en la naturaleza pura, sino el hombre elevado por la gracia del Salvador al orden
sobrenatural, y por esto mismo puesto en contacto con la divinidad mediante una nueva
vida, que es la vida misma de Dios, si bien participada. Su dignidad crece por tanto en
proporciones infinitas, y por eso en igual proporción aumenta la nobleza del jurista, que
hace de aquélla el objeto de su ciencia.
(PÍO XII, Discurso en cl I Congreso de la Unión de Juris fas Católicos italianos, 6
noviembre 1949, en Documentos jurídicos, pp. 297-300).
271
C. EL JUEZ
1. Juez, actitud ante la ley injusta
Las insolubles contradicciones entre el alto concepto del hombre y del derecho
según los principios cristianos, que hemos tratado de exponer brevemente, y el
positivismo jurídico pueden ser en la vida profesional fuentes de íntima amargura. Nos
sabemos muy bien, queridos hijos, cómo no raras veces en el ánimo del jurista católico,
que quiere guardar fidelidad a la concepción cristiana del derecho, surgen conflictos de
conciencia, particularmente cuando se encuentra en la situación de tener que aplicar una
ley que la conciencia misma condena como injusta. Gracias a Dios vuestro deber está
aquí notablemente aligerado por el hecho de que en Italia el divorcio (causa de tantas
interiores angustias también para el magistrado que debe ejecutar la ley) no tiene carta
de ciudadanía. Pero, en realidad, desde el fin del siglo xviii se han multiplicado —
especialmente en regiones donde arreciaba la persecución contra la Iglesia— los casos
en que los magistrados católicos han venido a encontrarse ante el angustioso problema
de la aplicación de leyes injustas. Por esto aprovechamos la ocasión de esta reunión
vuestra en torno a Nos para iluminar la conciencia de los juristas católicos mediante la
enunciación de algunas normas fundamentales.
J
Para toda sentencia vale el principio de que el juez no puede pura y simplemente
apartar de sí la responsabili-
272
DEONTOLOGIA JURIDICA
dad de su decisión para hacerla recaer toda sobre la ley y sus autores. Ciertamente son
éstos los principales responsables de los efectos de la ley misma. Pero el juez, que con
su sentencia la aplica a cada caso particular, es concausa y, por consiguiente,
responsable solidario de sus efectos.
El juez no puede nunca con su decisión obligar a nadie a un acto intrínsecamente
inmoral, es decir, contrario por su naturaleza a la ley de Dios o de la Iglesia.
El juez no puede en ningún caso reconocer y aprobar expresamente la ley injusta (la
cual, por lo demás, no constituiría jamás el fundamento de un juicio válido en concien-
cia y ante Dios). Por esto no puede pronunciar una sentencia penal que equivalga a
semejante aprobación. Su responsabilidad sería todavía más grave si su sentencia
causara escándalo público.
Sin embargo, no toda aplicación de una ley injusta equivale a su reconocimiento o a
su aprobación. En este caso, el juez puede —a veces incluso debe —dejar seguir su
curso a la ley injusta, siempre que éste sea el único medio de impedir un mal mayor.
Puede infligir una pena por la transgresión de una ley inicua si ésta es de tal naturaleza
que aquel que resulte condenado está razonablemente dispuesto a sufrirla para evitar
aquel daño o para asegurar un bien de mucha mayor importancia, y si el juez sabe o
puede prudentemente suponer que tal sanción será por el trans- gresor, por motivos
superiores, voluntariamente aceptada. En los tiempos de persecución, frecuentemente
sacerdotes y seglares se han dejado condenar, sin oponer resistencia, incluso por
magistrados católicos, a multas o a privación de la libertad personal por infracción de
leyes injustas, cuando de este modo era posible conservar para el pueblo una ma-
gistratura honesta y apartar de la Iglesia y de los fieles calamidades mucho más
terribles.
Naturalmente, cuanto más cargada de consecuencias está la sentencia judicial, tanto
más importante y general debe ser también el bien que ha de protegerse o el daño que ha
de evitarse. Hay, sin embargo, casos en que la idea de la compensación, mediante la
consecución de bienes superio
273
RAFAEL GOMEZ PEREZ
res o el alejamiento de males mayores, no puede tener aplicación, como en la sentencia
de muerte. En particular, el juez católico no podrá pronunciar, si no es por motivos de
gran importancia, una sentencia de divorcio civil (donde éste rige) para un matrimonio
válido ante Dios y ante la Iglesia. No debe olvidar que esta sentencia prácticamente no
viene a anular sólo los efectos civiles, sino que en realidad conduce más bien a hacer
considerar erróneamente el vínculo actual como roto y el nuevo como válido y
obligatorio.
A vosotros, queridos hijos, os auguramos de todo corazón que la divina Providencia
os conceda poder ejercer vuestra profesión siempre dentro del ámbito de una legislación
justa y conforme a las legítimas exigencias sociales. Proponeos por todos los medios
posibles realizar en vosotros el ideal perfecto del jurista, que por su competencia, por su
prudencia, por su conciencia, por su rectitud merece y se concilia la estima y la
confianza de todos.
(Pío XII, Discurso en el I Congreso de la Unión de Juristas Católicos, 6 noviembre
1949, en Documentos jurídicos, pp. 300-302).
2. Juez, deberes
Alabamos vuestra sensibilidad moral, que es altísima e indispensable prerrogativa
del juez (...) De hecho, el juez, como es sabido, es el intérprete del ius objetivo, de la
ley, mediante el uso del propio ius subjetivo, es decir de esa potestas et libertas de la
que ha de disponer en máximo grado. Se sigue de esto que el juez ha de poseer una gran
ob- jtividad en el juicio y, a la vez, una gran equidad, para poder valorar todos los
elementos de los que ha entrado paciente y tenazmente en posesión. En consecuencia,
debe juzgar con imperturbable e impartial equidistancia (...). Naturalmente, en la
aplicación de esta objetividad, de esta aequitas, el juez no puede faltar nunca a los
criterios fundamentales del derecho natural, es decir, humano, justo, ni a la observancia
de la ley vigente, del ius scripttun, que se supone que
274
DEONTOLOGIA JURIDICA
es expresión de la razón y de las necesidades del bien común. Por eso, para tener en
cuenta todos estos elementos se requiere, en el juez, una íntegra formación moral, que
en vano se trataría de instaurar si él mismo careciera de ella (...). Es necesaria la
imparcialidad, que supone una profunda e irre- movible honradez; es necesario el
desinterés, ya que existe el peligro de que alrededor de los tribunales presionen intereses
extraños a la causa, venalidad, política, favoritismo, etc. Es necesaria la solicitud, que se
toma a pecho la causa de la justicia, sabiendo que es un gran servicio a Aquel que es
justo y misericordioso, misericors et miserator et iustus (Ps 111, 4), iustus iudex (2 Tim
4, 8), fidelis et iustus (1 lo 1,9).
(PABLO VI, Discurso a la S. Roia Romana, 29 junio 1970, en In- segnamenti di
Paolo VI, VIII (1970), pp. 83-84).
3. Certeza y sentencia
En las causas concernientes a la incapacidad psíquica o somática para contraer
matrimonio, no menos que en las referentes a la declaración de nulidad del matrimonio
o a la disolución, en algunos casos determinados, del vínculo válidamente contraído,
Nos, en el discurso pronunciado ante vosotros el año pasado, hicimos observar la
necesidad de la certeza moral. La importancia del argumento nos hace juzgar útil
examinar con más precisión este concepto; ya que, según la norma del canon 1869 § 1,
es necesaria la certeza moral sobre el estado de hecho de la causa que se ha de juzgar,
para que el juez pueda proceder a pronunciar su sentencia. Ahora bien, esta certeza, que
se apoya sobre la constancia de las leyes y de los usos que gobiernan la vida humana,
admite varios grados.
Hay una certeza absoluta, en la cual toda posible duda sobre la verdad del hecho y la
inexistencia del hecho contrario está totalmente excluida. Esta certeza absoluta no es ne-
cesaria sin embargo, para dictar la sentencia. En muchos casos los hombres no pueden
alcanzarla; exigirla equivaldría
275
RAFAEL GOMEZ PEREZ
a pedir una cosa irracional al juez y a las partes; traería consigo el gravar la
administración de la justicia más allá de una medida tolerable; incluso le estorbaría
grandemente el camino.
En oposición a este supremo grado de certeza, el lenguaje ordinario llama, no raras
veces, cierto a un conocimiento que, estrictamente hablando, no merece tal calificativo,
sino que debe considerarse como una mayor o menor probabilidad, porque no excluye
toda duda razonable y deja en pie un fundado temor de errar. Esta probabilidad o cuasi
certeza no ofrece una base suficiente para una sentencia judicial acerca de la objetiva
verdad del hecho.
En tal caso, esto es, cuando la falta de certeza sobre el hecho que se ha de juzgar
impide pronunciar un juicio positivo acerca de la causa, la ley, y en particular el
ordenamiento procesal, dan al juez reglas obligatorias sobre el modo de proceder, en las
cuales las praesumption.es iuris y los favores iuris tienen una importancia decisiva. El
juez debe tener necesariamente en cuenta estas reglas del derecho y del procedimiento.
Pero habría que evitar como una exagerada y errónea aplicación de estas normas y como
una falsa interpretación de la voluntad del legislador el que el juez quisiera recurrir a
ellas cuando se tiene no solamente una causi-se- guridad, sino una certeza en su propio
y verdadero sentido. Contra la verdad y su conocimiento seguro no se dan ni pre-
sunciones ni favores del derecho.
Entre la certeza absoluta y la cuasi-certeza o probabilidad está, como entre dos
extremos, aquella certeza moral de la que de ordinario se trata en las cuestiones
sometidas a vuestro fuero, y a las cuales Nos pretendemos principalmente referirnos.
Esta certeza moral está caracterizada, en su lado positivo, por la exclusión de toda duda
fundada o razonable y, así considerada, se distingue esencialmente de la mencionada
cuasi-certeza; por otra parte, del lado negativo, deja abierta la posibilidad absoluta de lo
contrario, y con esto se diferencia de la certeza absoluta. La certeza, de que ahora
hablamos, es necesaria y suficiente para pronunciar una sentencia, aunque en el caso
particular fuese posible ob
276
DEONTOLOGIA JURIDICA
tener por vía directa o indirecta una certeza absoluta. Sólo así se puede conseguir una
regular y ordenada administración de la justicia, que proceda sin retrasos inútiles y sin
excesivo gravamen para el tribunal no menos que para las partes.
Algunas veces la certeza moral no se obtiene sino con una suma de indicios y de
pruebas que, tomados uno por uno, no sirven para fundar una certeza verdadera, y que
solamente tomados en su conjunto impiden que en un hombre de sano juicio surja una
duda razonable. De esta manera no hay, en modo alguno, un paso de la probabilidad a la
certeza con una simple suma de probabilidades; paso que implicaría una ilegítima
transición de una especie a otra esencialmente diversa: «<; ákXo y¿vo<; pLrrápqmc
(Aristóteles, De cáelo 1,1), sino que se trata del reconocimiento de que la presencia
simultánea de todos estos indicios y pruebas particulares tiene solamente un fundamento
suficiente en la existencia de una fuente común o base, de la cual derivan; es decir, en la
objetiva verdad o realidad. La certeza mana, por consiguiente, en este caso de la
prudente aplicación de un principio de absoluta seguridad y de valor universal, es decir,
del principio de razón suficiente. Si, pues, en la motivación de su sentencia el juez
afirma que las pruebas aducidas, consideradas separadamente, no pueden llamarse
suficientes, pero, tomadas en conjunto y como abarcadas con una sola mirada, ofrecen
los elementos necesarios para llegar a un seguro juicio definitivo, se debe reconocer que
esta argumentación en sus líneas generales es justa y legítima.
De todos modos, hay que entender esta certeza como certeza objetiva, es decir,
basada en motivos objetivos; no como una certeza puramente subjetiva, que se funda en
el sentimiento o en la opinión meramente subjetiva de este o de aquel juez, acaso en su
personal credulidad, inconsideración, inexperiencia. No se tiene una tal certeza moral
objetivamente fundada si existen en favor de la realidad de lo contrario motivos que un
sano, serio y competente juicio declara como, al menos de alguna manera, dignos de
atención, y que, consiguientemente, hacen que lo contrario deba
277
RAFAEL GOMEZ PEREZ
calificarse no solamente como absolutamente posible, sino incluso también como de
algún modo probable.
Para asegurar la objetividad de esta certeza, el derecho procesal establece reglas
bien definidas de investigación y de pruebas. Se requieren determinadas pruebas o
comprobaciones de pruebas; otras, en cambio, se indican como insuficientes (Cf. CIC
1.4 p.l. tit. 10, sobre las pruebas can. 17471836. Véanse también varias disposiciones
particulares del derecho penal y matrimonial); se constituyen especiales tribunales y
personas, encargados durante el procedimiento de tener ante los ojos, afirmar y defender
determinados derechos o hechos (Cf. CIC can. 1585-1590). ¿Y qué es todo esto sino un
justo formalismo jurídico, que mira unas veces más al lado material, y otras veces mira
más al lado formal del proceso o del caso jurídico?
La cuidadosa observancia de estas normas es un deber para el juez; pero, por otra
parte, en su aplicación el juez ha de tener presente que no son fin en sí mismas, sino me-
dios para un fin, esto es, para procurar y asegurar una certeza moral objetivamente
fundada sobre la realidad del hecho. No debe suceder que lo que según la voluntad del
legislador debe ser una ayuda y una garantía para el descubrimiento de la verdad, resulte
un impedimento para ello. Y cuando la observancia del derecho formal se convirtiese en
una injusticia o en una falta de equidad, siempre es posible el recurso al legislador.
De lo dicho veis por qué en el moderno procedimiento judicial, aun en el
eclesiástico, no se ha puesto en primera línea el principio del formalismo jurídico, sino
el criterio de la libre apreciación de las pruebas. El juez debe —sin perjuicio de las
mencionadas normas procesales— decidir según su propia ciencia y conciencia si las
pruebas aducidas y la investigación ordenada son o no son suficientes (Cf. CIC cari.
1869 § 3), es decir, bastantes para la necesaria certeza moral acerca de la verdad y la
realidad del caso que hay que juzgar.
Sin duda pueden a veces surgir conflictos entre el «formalismo jurídico» y la «libre
apreciación de las pruebas»,
278
DEONTOLOGIA JURIDICA
pero son en la mayor parte de los casos solamente aparentes y, por consiguiente, de
ordinario no difícilmente solubles. Porque así como la verdad objetiva es una, así tam-
bién la certeza moral objetivamente determinada no puede ser más que una. No es, por
tanto, admisible que un juez declare tener personalmente, basado en las actuaciones ju-
diciales, la certeza moral acerca de la verdad del hecho que debe juzgar, y al mismo
tiempo deniegue, en cuanto juez, bajo el aspecto del derecho procesa!, la misma certeza
objetiva. Tales contrastes deberían más bien inducirle a un ulterior y más cuidadoso
examen de la causa. Esos contrastes derivan no raras veces de que algunos aspectos de
la cuestión, que adquieren su pleno relieve y valor solamente considerados en el
conjunto, no han sido rectamente estimados, o bien de que las normas jurídico-formales
han sido interpretadas inexactamente o aplicadas contra el sentido y la intención del
legislador. De todos modos, la confianza de que los tribunales deben gozar entre el
pueblo exige que sean evitados y resueltos, siempre que sea posible de alguna manera,
semejantes conflictos entre la opinión oficial de los jueces y los sentimientos razonables
del público especialmente culto.
Pero, puesto que la certeza moral admite, como hemos dicho, varios grados, ¿qué
grado puede o debe exigir el juez para estar en condiciones de proceder a dictar senten-
cia? Primeramente debe en todos los casos asegurarse si se tiene en realidad una certeza
moral objetiva, es decir, si queda excluida toda duda razonable acerca de la verdad. Una
vez asegurado esto, el juez, por lo regular, no debe pedir un más alto grado de certeza,
sino cuando la ley, sobre todo por la importancia del caso, lo prescriba (Can. 1869 § 3 y
can. 1791 § 2). Podrá a veces la prudencia aconsejar que el juez, aunque no haya una
expresa disposición en la ley, en causas de más grave importancia no se contente con un
grado ínfimo de certeza. Pero si, después de una seria consideración y examen, se tiene
una seguridad correspondiente a las prescripciones legales y a la importancia del caso,
no se deberá insistir, con notable agravio de las partes, para que se aduz
279
RAFAEL GOMEZ PEREZ
can nuevas pruebas a fin de llegar a un grado más elevado. Exigir la mayor
seguridad posible, no obstante la correspondiente certeza que ya existe, no tiene justa
razón y hay que rechazarlo.
Con esta exposición de nuestro pensamiento sobre un punto tan delicado del oficio
del juez, pretendemos saludar, encomiar y agradeceros a vosotros, los sagaces miembros
de este insigne Colegio y Tribunal de la cristiana jurisprudencia, a vosotros, que no sólo
no ignoráis, sino que practicáis la sentencia del Doctor Angélico de que unusquisque
debet niti ad hoc quod de rebus iudicet, secundum quod sunt (Suma Teológica 2-2 q.60
a.4 ad 2). Porque la verdad tanto vale cuanto vale el ser y la realidad: de donde nuestro
entendimiento, que de las cosas toma el conocimiento, toma de ellas también la regla y
la medida según que las cosas son o no son; de modo que la verdad es la ley de la
justicia (Cf. Suma Teológica 1 q.21 a.2). El mundo tiene necesidad de la verdad, que es
justicia, y de aquella justicia que es verdad; porque la justicia es, como dijo el gran
filósofo de Estagira, et in bello et in pace utilis: ¿v
xokíuw xal év EÍpAvn xpT)cnuoc
(Aristóteles, Retórica 1,9). El eterno Sol de justicia ilumine la tierra y a sus
gobernantes; y en vosotros, para gloria de Dios y de la Iglesia y del pueblo cristiano,
dirija todos los pasos en la busca de la realidad de aquella verdad que tranquiliza en la
certeza moral el rostro de la justicia.
(Pfo XII, Discurso a la Rota Romana, 1 octubre 1942, en Documentos jurídicos, pp.
167-171).
4. Oficiales judiciales, deberes
Nos parece ya comúnmente admitido, en la doctrina y en los códigos, que el oficial
judicial no es solamente un funcionario público, sino que, al garantizar los actos que le
son encomendados por la ley y los reglamentos, llena verdadera y propiamente, con el
juez y el secretario judicial, funciones de jurisdicción.
280
DEONTOLOGIA JURIDICA
En el procedimiento civil se confían al oficial judicial numerosos actos en relación
con el juicio, para prepararlo, acompañarlo o ejecutarlo. Tal, por ejemplo, el acto inicial
que introduce todo el procedimiento civil, a saber: la notlFF cación de la demanda del
juicio. Vienen en seguida otros diversos actos, como la notificación del acta del
depósito de documentos, la notificación de providencias y autos emitidos por el juez en
el curso del juicio, las citaciones de los testigos, la notificación de las sentencias y de las
costas que las siguen. En la fase ejecutiva, el oficial judicial cumple actos de gran
importancia, y muchas veces de una extrema delicadeza. A él, por ejemplo, pertenece el
percibir del deudor sumas debidas para el pago parcial o total de sus deudas; suspender
la ejecución o ejecutar el embargo y los actos que con él van unidos; poder realizar
actos concretos en el dominio de las medidas cautelares, fuera de la causa o en el curso
de la misma, como los secuestros conservadores y judiciales.
En el procedimiento penal corresponden al oficial judicial otras funciones delicadas,
tales como la notificación de la constitución de la parte civil, la notificación del acto de
comparecencia y su devolución al juicio; también, la citación al juicio de los testigos,
peritos y partes.
En las funciones de oficial judicial entran, en fin, numerosos actos extrajudiciales en
materia de sociedades comerciales, de quiebras, etc.
Sabéis, señores, que, a consecuencia de las debilidades y de los límites de la
naturaleza humana, la vida social ha presentado siempre, y presenta aún, un espectáculo
de luchas, diferencias y controversias, que son debidas a una cierta tendencia al litigio,
que se encuentra frecuentemente en las relaciones entre los sujetos de las normas
jurídicas. Porque estas diferencias, en tanto que entran en la esfera de la garantía del
derecho, deben ser resueltas dentro de los intereses del Estado, es de la incumbencia de
este último proteger la paz social ejercitando sus poderes, entre otras formas,
garantizando la seguridad y la firmeza de las relaciones privadas y públicas. Así se
explica el origen y el desarro-
281
RAFAEL GOMEZ PEREZ
lio de la actividad jurisdiccional, tan compleja, destinada, de una parte, a comprobar
la existencia del delito público o secreto, y de otra, a condenar el delito mismo o a
reconocer el derecho de las diversas personas físicas o morales.
Pero a ninguna persona le pasa desapercibido, y a vosotros menos que a otras, que
todo esfuerzo destinado a hacer valer en sus efectos un derecho propio se encuentra muy
frecuentemente con un obstáculo serio. Nos referimos a la enorme cantidad de materias
contenciosas, a las cuales se añaden procedimientos delicados, largos, complejos y cos-
tosos, en lo civil y en lo penal.
Si el presente Congreso internacional tiende a poner las premisas de una acción más
eficaz y mejor coordinada para aseguraros en el plano moral, jurídico y económico
condiciones de vida más conformes a vuestras exigencias actuales, hará ciertamente una
obra útil y encontrará la aprobación de todos aquellos que desean ver a Jos oficiales
judiciales dedicados tranquilamente al ejercicio de sus delicadas funciones.
Pero todo esto no serviría de garantía, e incluso sería acaso inútil, si no se os
recomendara al mismo tiempo que consideraseis la manera de cómo el oficial judicial
debe actuar para contribuir realmente al fin señalado por la actividad jurisdiccional.
Vuestra acción, señores, debe ser diligente; debe ser precisa. ¿Cuántas veces, en
efectoTBasta un li- gero retraso para imprimir al juicio un curso diferente de aquél que
requiere la justicia? ¿Cuántas veces un simple descuido crea algún perjuicio a la misma
acción judicial? También una vigilancia extrema os es necesaria en la búsqueda y
citación de los testigos, así como solicitud para consignar los diversos documentos. De
la misma forma, en la fase de ejecución, es decir, cuando se pasa a la defensa concreta
de los derechos reconocidos por el juicio, debéis evitar absolutamente, en primer lugar,
todo acto que sea o pudiera parecer inspirado o provocado por la corrupción, la
parcialidad o la arbitrariedad —esto es evidente—; >pero, aún más, todo uso menos
correcto de los poderes discrécío- nales que, en particular en este momento, os son
atribuidos
282
DEONTOLOGIA JURIDICA
por la ley y por la costumbre. Precisamente en el ejercicio de estos poderes, por
ejemplo, acelerando o retardando una ejecución, se puede pecar, y gravemente, contra la
justicia; no contra la justicia humana, la mayor parte de las veces, sino contra la justicia
divina.
También querríamos, a guisa de conclusión, proponeros algunas reflexiones que os
ayudasen a adquirir una mejor conciencia aún de vuestras delicadas funciones de
oficiales judiciales. Sois creyentes, y al menos reconocéis la existencia de un Dios, Juez
supremo de los hombres, Maestro absoluto del mundo. Sabéis, acaso por experiencia
personal, que un hombre puede encontrarse, por así decirlo, en regla con las leyes
humanas y sufrir, sin embargo, los reproches de otra ley, que le inquieta y le atormenta.
Sólo las gentes superficiales creerán seriamente que se puede uno sustraer al imperio de
esta ley, no escrita, sino innata, que los autores paganos mismos han reconocido muchas
veces. Se sostiene, pues, con una increíble ligereza y superficialidad que el legislador
humano puede proponer normas contrarias a la ley divina, que el poder humano puede
exigir la ejecución de estas normas, que el juicio humano puede, en virtud de ellas,
dictar sentencias contrarias a las normas dadas por Dios. Algunos, apoyándose incluso
en la palabra de Jesús, que enseña, sin duda, que es necesario dar al César lo que al
César pertenece. Pero Cristo quiso también que la obediencia al César permaneciese
unida siempre e inseparablemente a la obediencia a Dios.
En estos tiempos, cuando se afirma la igualdad de los ciudadanos frente a la ley, se
desea encontrar en aquellos a quienes ha sido delegado el ejercicio del poder judicial
una conciencia viva de los valores absolutos que supere el naturalismo del derecho
humano, del derecho relativo, del derecho provisional.
Sed de estos, señores. Reconoced los derechos inalienables de Dios sobre los
hombres del mundo. Solamente así podréis jugar un papel importante en la búsqueda y
puesta en práctica de la voluntad concreta de la ley, siempre que ella se apreste a decidir
un conflicto entre los derechos y
283
RAFAEL GOMEZ PEREZ
los intereses deducidos por las partes en la causa. Solamente así seréis oficiales
judiciales dignos de la misión que se os ha confiado.
(PÍO XII, Discurso en el Congreso Internacional de Oficiales Judiciales, 8 septiembre
1958, en Documentos jurídicos, pp. 684-687).
284
D. EL NOTARIO, DEBERES
Si es verdad que la profesión de notario se ejerce de manera diferente según los
países, también lo es que existe una distinción muy claramente marcada entre las
regiones de derecho latino y los países anglosajones. En estos últimos, en efecto, la
función notarial consiste principalmente en certificar la identidad del firmante de los
documentos y, en consecuencia, ningún título especial de estudio es requerido para
ejercerla; equivale, en suma, a las funciones de canciller. En las naciones de derecho
latino, por el contrario, el notario está encargado de expresar en forma legal la voluntad
contractual de las partes y su intervención da al contrato su pleno valor jurídico y su
fuerza ejecutiva, sin que haya necesidad de ninguna otra autoridad para su con-
firmación. La personalidad del notario se encuentra aquí formada por una misma
tradición, sometida a deberes y formalidades similares, presentando rasgos comunes que
justifican ampliamente el carácter de vuestra Unión. Intentáis dar un impulso constante
a la colaboración internacional del notariado latino, intensificar los intercambios
culturales, hacer conocer las normas teóricas y prácticas que regulan el ejercicio de la
profesión en cada región y tender así a preparar su unificación. Vuestro primer Con-
greso de Buenos Aires entrañó, con la fundación de vuestra Unión, la constitución de
una oficina permanente de información y la fundación de una «Revista Internacional del
Notariado» en dos ediciones, española y francesa.
Preocupados por la eficacia del documento notarilal en las relaciones
internacionales, habéis consagrado a su estu-
285
RAFAEL GOMEZ PEREZ
dio una parte de los trabajos de vuestro Congreso, y Nos sabemos cuántos estudios
cuidadosamente preparados os han permitido enjuiciar todos los aspectos interesantes de
esta cuestión. Habéis vuelto a considerar también la materia muy delicada del secreto
profesional del notario y de sus colaboradores y examinado el problema de la adapta-
ción de vuestra actividad a los métodos y procedimientos técnicos modernos, en
particular en lo que concierne a la identificación de las partes y a la redacción gráfica de
actas y copias.
Nos tenemos la certeza de que estos trabajos contribuirán a poner más y más de
relieve la importancia de vuestra profesión en el establecimiento de relaciones jurídicas
sanas y sólidas, base necesaria de una vida social pacífica. Pondrán más en claro ciertos
rasgos de la fisonomía moral del notario y el papel que estáis llamados a jugar en la
sociedad internacional en vía de construcción. No ignoramos que, después de la
creación del Mercado Común Europeo, vuestras asociaciones nacionales han
reaccionado de una manera positiva e indicado las direcciones donde debe
comprometerse vuestro esfuerzo para responder a las exigencias de las instituciones
nuevas, favoreciendo su feliz evolución.
El prestigio y la autoridad que suele unirse al ejercicio de una profesión liberal
supone en el interesado la presencia de dos condiciones: una competencia técnica
reconocida y una integridad moral indiscutible. Estas cualidades, el notario deberá
poseerlas sobre todo en el momento en que se convierte en intermediario oficial entre el
particular que recurre a sus servicios y el orden jurídico de que se hace intérprete. Sería
inexacto concebir la función notarial como una simple tarea de redacción de
documentos, que presentan, bajo una forma auténtica, la expresión de las declaraciones
de las partes. Aunque los descubrimientos modernos en relación con el registro,
conservación y reproducción de la imagen y del sonido redujesen un día a una escasa
porción el trabajo del notario, considerado como «redactor del documento», tendrá
siempre que intervenir y desplegar su
286
DEONTOLOGIA JURIDICA
propia competencia profesional antes de la redacción del acta, puesto que debe
entonces proceder a la identificación de las partes y a la investigiación de su voluntad.
Habéis señalado cómo en la sociedad moderna, donde los individuos se desplazan sin
cesar de un lugar a otro, perdiendo así la mayor parte de sus relaciones sociales en otro
tiempo tan fuertes, esta operación de identificación presenta muchas veces serias
dificultades. Los testimonios requeridos por la ley pueden no dar del interesado sino un
conocimiento superficial, y el notario se ve entonces obligado a recurrir a
procedimientos empíricos, de valor dudoso, para asegurarse de la personalidad de su
cliente.
Seguro de la identidad de las partes, procederá en seguida a la investigación de su
voluntad, que él trata de fijar por escrito con una formulación jurídica adecuada. ¿No
ocurre frecuentemente que las partes se presentan ante el notario sin tener una noción
clara y firme de aquello que desean, de los motivos que les mueven, de las formas que
su acto debe revestir para estar de acuerdo con la ley, de las consecuencias que de él
derivan? El notario se esforzará, pues, en poner en claro todos estos elementos.
Mostrará aquello que, en los deseos expresados por las partes, no coincide con las
disposiciones legales o,, aún más, con los principios de justicia y de equidad. Será así el
consejero de las partes y el depositario de su secreto. Si ejerce su función en el mismo
lugar durante un largo período de tiempo, conocerá numerosas situaciones individuales
o familiares, y la experiencia así adquirida reforzará su prestigio y el valor de sus
consejos. El notario sabe, por otra parte, que ningún enunciado jurídico logra cubrir
perfectamente los datos de un caso determinado. ¡Cuántas veces no es llevado el notario
a suplir su silencio o ambigüedad! En algunas ocasiones sobrepasará francamente la
letra dé la ley para conservar mejor la intención. Porque las leyes mismas no son un
absoluto; ceden el paso a la conciencia recta y bien formada, y precisamente se
reconoce al verdadero hombre de leyes, sea juez, abogado o notario, en la competencia
aportada a la interpretación de los textos
287
RAFAEL GOMEZ PEREZ
en relación con el bien superior de los individuos y de la comunidad.
Si el notario llena adecuadamente su tarea, logrará prevenir los conflictos de
intereses. El acta redactada testimoniará sin oscuridad la voluntad de las partes,
plenamente informadas de sus derechos y de sus deberes. Si, por la falta deliberada de
los contratantes, un litigio surge después, será más fácil para el juez precisar las
obligaciones de cada uno. Se puede decir aún más: que el notario se esfuerza en hacer
inútil el recurso a la autoriad judicial; antes que ésta, aplica el derecho, ayudando a sus
clientes a comprender su trascendencia, invitándoles a conformar sus intenciones con él;
mejor aún, inspirándoles el respeto debido al poder civil, el deseo sincero de justicia.
Porque vosotros sabéis por experiencia, y el adagio latino «summum ius, summa
iniuria» lo recuerda con energía, que cualquiera que se emplee en perseguir sin
miramientos lo que le es debido, en exigir sus reivindicaciones hasta el extremo límite
de la legalidad, ya, en realidad, ha franqueado los umbrales de la justicia. Ha perdido
aquella disposición de ánimo que busca, ante todo, la concordia y la paz social, y
acepta, para salvaguardarla, sufrir algún daño material. En un discurso reciente a los
ujieres y oficiales judiciales hicimos alusión a la propensión al litigio, ilustrada con
energía por numerosos autores dramáticos desde la antigüedad, a esta necesidad
exagerada de recurrir al juez para solventar las diferencias reales o imaginarias. La sola
pretensión de no querer jamás ceder nada de su derecho desnaturaliza el carácter del
orden jurídico. El acuerdo de las partes, en efecto, antes de ser un escrito, un texto
donde una exegesis refinada se esfuerce en explotar las debilidades, es primeramente
unión de voluntades, encuentro de dos intenciones con vistas a una colaboración
fecunda. El establecimiento del contrato o la fijación por escrito de una voluntad
permite prever mejor y determinar las cargas aceptadas o asegurar más establemente
ciertos efectos deseados. Hay siempre en el contrato un cierto compromiso, un esfuerzo
para mantener nivelada la balanza entre las
288
DEONTOLOGIA JURIDICA
obligaciones de cada uno y las ventajas a las cuales el contrato abre el acceso. Pero
frecuentemente ocurre, a pesar de la rectitud de las partes, que el equilibrio querido no
puede realizarse, que una de ellas soporta cargas más pesadas o logra menos provecho
que la otra. Si en este momento, a pesar de la ausencia de la justicia formal, cada uno
pretende considerar su interés exclusivo y pierde el sentido de utilidad común que
primeramente se perseguía, el conflicto se convierte en inevitable. Pertenece, pues, al
notario, cuando presta su asistencia a la redacción de un acta, valorar la voluntad
profunda que debe presidir todo contrato, es decir, aquélla de promover un bien positivo
que pertenece igualmente a los contratantes y concierne también, en amplia medida, a la
sociedad de que forman parte. Las múltiples precauciones que ellos mismos toman y las
que la ley les impone, no tienen otro fin que asegurar esta buena voluntad inicial y
defenderla frente al otro y frente a sí mismo; de ninguna manera dar apoyo a
reivindicaciones encarnizadas que van en contra del verdadero espíritu de justicia.
Es claro que la práctica notarial, sinceramente deseosa de servir la buena armonía de
las relaciones entre los hombres y de responder a las nuevas situaciones nacidas de la
evolución de las estructuras sociales, puede contribuir notablemente al progreso del
derecho privado. Las técnicas modernas os proporcionarán una ayuda material,
procurando serias ganancias de tiempo y descargándoos de trabajos fastidiosos. No
reemplazarán jamás la ciencia verdadera del derecho y la conciencia profesional, atenta
a hacer triunfar en las relaciones jurídicas de los particulares la preocupación del bien
común más allá de las normas contractuales, que siguen siendo el medio destinado a
facilitar la obtención de un fin más alto. Esta actitud no podrá ser mantenida con
constancia si no se apoya sobre el amor sincero del prójimo, del que el Evangelio
encierra la doctrina y el ejemplo viviente. No existen aquí límites, puesto que esta
caridad, venida de Dios, va hasta la renuncia de los bienes de este mundo, de las
relaciones humanas y de la
289
RAFAEL GOMEZ PEREZ
propia vida. Esta caridad no vuelve inútiles los contratos y los compromisos
escritos; es para esto como una salvaguarda y una preciosa ayuda de la debilidad
humana. Pero no quiere de ninguna manera que estén sustraídos a sus exigencias.
(Pío XII, Discurso en el I Congreso de la Unión Internacional del Notariado Latino, 5
octubre 1958, en Documentos Jurídicos, pp. 696-700).
La función notarial, aunque diversa en sus modalidades prácticas, según los diversos
ordenamientos civiles de los pueblos, tiene su intrínseca razón de ser en la sociabilidad
y solidaridad humanas, las cuales exigen plena seguridad en la formación de las
relaciones de derecho, exacta constatación de los hechos y de los actos jurídicos, y fiel
conservación y pública disponibilidad de sus pruebas, como condiciones para la
actuación y preservación del orden civil y social en la armonía de la justicia.
Por eso, la primera cualidad moral de vuestra profesión, la más consustancial a ella,
la que dignifica en grado sumo vuestra competencia técnica, la constituye el culto de la
verdad, presupuesto básico para el mantenimiento de la justicia en el delicadísimo
sector de la actividad humana confiado a vuestra fidelidad y responsabilidad.
El ejercicio de vuestra misión, por otra parte, exige un cuidado exquisito —casi
diríamos veneración— por el cumplimiento de las disposiciones y formalidades del
derecho positivo, por las que, en vuestra calidad de oficiales públicos, aseguráis la
validez y licitud, y acreditáis auténticamente los hechos y actos que forman la trama de
la vida.
Sin embargo, por encima de las prescripciones legales particulares, que siempre
deben ser respetadas, el Notario ve su sentido profundo y el espíritu que las anima en el
cuadro completo del ordenamiento del que forman parte, el cual, por perfecto que sea,
no puede abarcar en sus moldes estrictos la inmensa complejidad de la realidad humana
y social que tiende a regular. Por eso, el Notario, manteniéndose, por una parte, fiel al
derecho positivo, pero evi-
290
DEONTOLOGIA JURIDICA
tando a la vez el caer en el formalismo jurídico, alarga su mirada más allá de la ley
de la justicia humanas, para inspirarse y guiarse por la Ley y la Justicia divinas, ideal de
toda perfección, en frase del salmista: «A todo lo perfecto veo un límite, pero tus
mandamientos son amplísimos» (Ps. 118, 96).
Acabáis de oír la lectura del evangelio de la Misa, en el que un doctor de la ley
pregunta a Jesús cuál es el mayor de los mandamientos. Sabéis la respuesta del Divino
Maestro, que a todos los compendia en el amor de Dios y del prójimo. De ahí que
vuestra fidelidad a la verdad, vuestra actitud de obsequio a los preceptos y ordenanzas
del derecho positivo, vuestra tensión espiritual en la búsqueda de la justicia y equidad
transcendentes, deben ir vivificadas por la ley suprema del amor. Cuando el derecho y la
justicia se inspiran en él, dejan de ser una cosa fría y mecánica; cuando las leyes y
prescripciones humanas se consideran a la luz de la Ley Eterna del amor, de la que
deben ser un destello y aplicación concreta, el campo del derecho adquiere calor,
sentido y dinamismo insospechados.
Por eso la consideración y respeto a las exigencias inmutables de la justicia divina y
de la caridad, lejos de estorbar o deformar la actividad del oficial público en la tutela y
actuación de la justicia humana, le dan espíritu y vida, amplían inmensamente el
horizonte para la solución de casos oscuros o no previstos por el legislador, y ofrecen
segura salvaguarda contra la rigidez excesiva en la interpretación de las prescripciones
positivas.
Amados Hijos: La exhortación de San Pablo que se acaba de proclamar en la lectura
de su Carta a los cristianos de Efeso, es particularmente válida para vosotros: «Os
exhorto, dice Pablo, ...a caminar de un modo digno de la vocación con que fuistéis
llamados, ...cuidando de conservad la unidad del espíritu en el vínculo de la paz» (Eph.
4, 1-3). Es precisamente la fuerza comunitaria, que en alto grado anima e informa a
vuestra vocación la que enriquece también con notas preciosas su espiritualidad. Sois
cristianos, y ésta es ya una vocación excelsa que os coloca en la
291
RAFAEL GOMEZ PEREZ
categoría de hijos de Dios. Circunstancias que pertenecen tal vez a la historia íntima
de cada uno de vosotros, pero movidas sin duda por la mano delicada y eficaz de la Pro-
videncia, os han llevado a abrazar esta profesión, que, por las dotes que supone de
ciencia, diligencia, probidad y rectitud, y por el compromiso con que os sella de
mentores y custodios del orden legal, os confiere una misión nobilísima y os hace
acreedores de la estima y respeto de la sociedad.
Mas esta vuestra vocación específica, dadas sus peculiares características, si bien es
verdad que os impone una exigente donación de vosotros mismos y una continua re-
nuncia a otras opciones de orden material, da a vuestra actividad profesional un altísimo
valor espiritual, moral y social. Mediadores entre el orden jurídico establecido y la
sociedad, y ricos de experiencia humana, no os limitáis a una simple intervención
formalista. ¡Cuántas veces desde vuestro Estudio podéis devolver la paz a las familias,
apagar rencores, arreglar pleitos, defender patrimonios, evitar dispendios en litigios
inútiles, tutelar a los débiles en sus intereses morales y materiales! De este modo
vuestro trabajo se trasforma y eleva más y más; así os convertís en ejecutores de un
programa superior de bondad y de justicia; vuestra vida se hace testimonio de la
benevolencia y de la justicia misma de Dios. Que os aliente en el cumplimiento de esta
vuestra altísima misión el saber que la Iglesia descubre en ella un sentido teológico, y
una significación religiosa y trascendente.
Antes de terminar queremos poner vuestra profesión ante Cristo Salvador y
Pacificador de los hombres, quien con su muerte canceló, clavándolo en la Cruz, el
documento de la deuda de la humanidad (cfr. Col. 2, 14), y selló la Nueva Alianza con
el testimonio de su Sangre; ante Cristo, que vino no a destruir la Ley sino a darle su
total significado y cumplimiento; ante Cristo, que proclamó bienaventurados a cuantos
tienen hambre y sed de justicia.
(PABLO VI, Mensaje en el II Congreso de la Unión Internacional del Notariado Latino,
3 octubre 1965, en Insegnamenti di Paolo VI, III, 1965, pp. 501-504).
292
E. EL ABOGADO, DEBERES
El orden de los abogados, declaraba el canciller D’Agues- seau, es «tan antiguo
como la magistratura, tan noble como la virtud y tan necesario como la justicia»
(Oeuvres de M. le Chancelier d’Aguesseau, París, Libraires associés, 1759, t. 1, p. 3.
Discours pour Voverture des audiences du Parle- ment. Premier discours:
L’independance de l’avocat, pronunciado en 1963).
Colaboradores natos de los tribunales, hacéis resplandecer la verdad en la diversidad
de los testimonios y de los documentos. Siempre que prestáis al demandante o al reo la
asistencia de vuestra competencia técñica y de vuestro talento oratorio, el esfuerzo de
clarificación que realizáis debe poner en evidencia lo que el proceso tiene de peculiar en
su realidad precisa y humana. Mientras la ley determina separadamente los diversos
elementos de la justicia, vuestro papel consiste en hacer prevalecer una interpretación
sintética y matizada, que tiene en cuenta todas las circunstancias materiales y
psicológicas. La dificultad misma de la tarea requiere, para su desempeño digno,
cualidades poco comunes y una atenta preparación.
Un largo estudio del derecho, que hoy es tan complejo, sancionado por una serie de
serios exámenes, permite abordar la prueba saludable de los estrados. Esta revelará las
aptitudes reales del candidato para la profesión de abogado, manifestando su habilidad
para pasar de los conocimientos teóricos a su aplicación en el arte de la defensa, Se
trata, en efecto, de un arte excelso que requiere rigor y
293
RAFAEL GOMEZ PEREZ
finura, lógica y elocuencia que no permite menospreciar ningún detalle y dejar de
valorar los matices más sutiles, hablando a la inteligencia y al corazón, ampliando el de-
bate o manteniéndole en el punto preciso. Todo esto supone una gran maestría de la
lengua y de la elocución, una cultura general vasta y profunda, una capacidad considera-
ble de trabajo y de improvisación. Desde la antigüedad, vuestra carrera no ha cesado de
abrir camino para los cargos más elevados del Estado, porque abarcando amplísima-
mente la condición humana, enraizada en la historia, definida por el derecho, a prueba
del juego de las pasiones, revela y desenvuelve los dones superiores, que hacen a los
gobernantes.
Pero sin abandonar esta profesión, tan digna de ocupar la vida entera de un hombre,
¿cuántos abogados célebres no han ejercido sobre su época una influencia esclarecida?
Más de uno ha visto consagrada su gloria por la elección para la Academia Francesa.
Cabalmente, la elocuencia del abogado Olivier Patru inició desde 1640 esos famosos
discursos de recepción en la Academia Francesa, delicia de las letras y frecuentemente
documentos de historia. Nos complacemos en notar que en la sociedad actual, tan
fuertemente obligada por la especíalización técnica y las disciplinas científicas, vosotros
ilustráis el valor irreemplazable del humanismo clásico, que subraya los valores
espirituales y hace prevalecer el sentido del hombre sobre el culto de la fuerza.
Por ello, el talento no es cualidad suficiente en una profesión que toca tan de cerca
el ejercicio de la justicia. La ihdependencüa y etájesiñtere^constituyen las virtudes esen-
ciales y particularmente meritorias de un abogado. JLa_mo- ral profesional le pide,
como a todos los hombres, no servir sino a la verdad: pero este deber se hace
particularmente grave cuando se trata de defender a un acusado o de mitigar para el
culpable el rigor de las leyes. Hace ya mucho tiempo que las libertades de la defensa
han sido claramente determinadas. Un hombre de honor debe, sin. embargo, luchar
siempre contra la tentación de traspasar los límites permi-
294
DEONTOLOG1.' JURIDICA
tidos, y el caso de San Andrés Avelino, decidiéndose, según se dice, a abandonar el
mundo para reparar una ligera mentira cometida en el curso de una defensa, muestra
suficientemente la situación delicada en que algunas veces se encuentra un carácter
profundamente recto ante los problemas de su profesión.
San Ivo, por el contrario, es venerado e invocado como patrono de vuestra
profesión, por haber defendido valientemente a los pobres y a los oprimidos. Se
manifiesta aquí la grandeza de un oficio en el que la justicia y la misericordia se abrazan
en un mismo amor de Dios y del prójimo.
(PÍO XII, Discurso a un grupo de abogados de París, 23 abril 1957, en Documentos
jurídicos, pp. 592-594).
Pero la unidad del fin, la dirección hacia el fin y la obligación de la subordinación al
fin en el proceso matrimonial deben considerarse y ponderarse con particular atención
en relación con el consultor legal o abogado, del cual se sirven el actor o el demandado,
o el suplicante, porque ninguno está más expuesto al peligro de perderlos de vista.
El abogado asiste a su cliente al formular la demanda introductoria de la causa, al
determinar rectamente el ob- j ¿to y el fundamento de la controversia± al poner de
relieve Jos puntos decisivos del hecho que hay que juzgar; le indica las pruebas que
debe aducir, los documentos que debe presentar; le sugiere qué testigos debe llevar al
juicio, qué puntos son perentorios en las declaraciones de los testigos; durante el
proceso le ayuda a valorar justamente las excepciones y los
argumentós"óóñTOno's~3^^~"t^úfaHos: en una palabra, reúne y hace valer tocío
aquello que puede ser a legado en favor de la demanda de su patrocinado^
TiTesta múltiple áctlvldadcT abogado puede con razón poner todo su afán para
obtener la victoria en la causa de su cliente; pero en toda su actuación no debe sustraerse
al único y común objetivo final: el descubrimiento, la comprobación, la afirmación legal
de la verdad, del hecho ob-
295
RAFAEL GOMEZ PEREZ
jetivo. Todos los aquí presentes, insignes juristas c inte- gérrimos defensores del
foro eclesiástico, sabéis muy bien cómo la conciencia de esta subordinación debe guiar
al abogado en sus reflexiones, en sus consejos, en sus afirmaciones y en sus pruebas y
cómo no sólo lo defiende de construir artificiosamente y de tomar para la defensa causas
privadas de todo serio fundamento, de valerse de fraudes o de engaños, de inducir a las
partes y a los testigos a deponer falsamente, de recurrir a cualquier otro medio
deshonesto, sino que lo lleva además positivamente a obrar en toda la serie de los actos
del proceso según los dictámenes de la conciencia. Al supremo objetivo de la verdad,
que debe quedar manifiesta, es necesario que converjan lo mismo la labor del abogado
que la del defensor del vínculo, porque ambas, si bien se mueven desde puntos opuestos
hacia fines próximos diversos, tienen que tender al mismo término final.
De aquí se sigue qué es lo que se debe pensar del principio no raras veces afirmado
o seguido en la práctica «El abogado —se dice— tiene el derecho y el deber de
presentar todo lo que ayuda a su tesis, como el defensor del vínculo hace respecto a la
tesis opuesta; para ninguno de los dos vale la norma: pro rei ver it ate. La apreciación de
la verdad es oficio exclusivamente del juez; gravar al abogado con esta preocupación
significaría impedir o incluso paralizar del todo su actividad». Esta observación se basa
sobre un error teórico y práctico: desconoce la íntima naturaleza y el esencial objetivo
final de la controversia jurídica. Esta, en las causas matrimoniales, no puede compararse
a un concurso o a un torneo, donde los dos contendientes no tienen un común término
final, sino que cada uno persigue su fin particular y absoluto, sin relación, incluso en
oposición al de su antagonista, es decir, derrotar al adversario v obtener la victoria. En
este caso el vencedor con su lucha é 4 coronada por el éxito crea el hecho objetivo, que
para el juez del combate o del concurso es motivo determinante para conferir el premio,
pues para el es ley: El premio al vencedor. Cosa totalmente distinta sucede en la
contienda
296
DEONTOLOGIA JURIDICA
jurídica de un proceso matrimonial. Aquí no se trata de crear un hecho con la
elocuencia y la dialéctica, sino de poner en evidencia y hacer valer un hecho ya
existente. El mencionado principio pretende separar la actividad del abogado del
servicio de la verdad objetiva, y querría en cierto modo atribuir a la hábil argumentación
una fuerza creadora del derecho, como la que tiene el combatiente victorioso en una
lucha deportiva.
La misma consideración de la obligación incondicionada a la verdad vale también
en el caso del simple, procedimiento informativo que sigue a la demanda para la disolu-
ción del vínculo. La instrucción de la causa en el foro eclesiástico no prevé la
intervención de un defensor legal del suplicante; pero es un derecho natural de este
último valerse, por su cuenta, del consejo y de la asistencia de un jurista en la redacción
y en la motivación de la súplica, en la selección y presentación de los testigos, en la
resolución de las dificultades que se presenten. El consultor legal o el abogado puede
también poner aquí a contribución todo su saber y su energía en favor de su cliente; pero
también en esta actividad extrajudicial debe acordarse de la obligación que lo vincula al
servicio de la verdad, de su sumisión al fin común y de la parte que debe realizar en el
trabajo común para lograr este fin.
De cuanto hemos expuesto aparece manifiesto cómo en el tratamiento de las causas
matrimoniales en el foro eclesiástico, juez, defensor del vínculo, promotor de la justicia,
abogado deben hacer, por así decirlo, causa común y colaborar juntamente, no
mezclando el oficio propio de cada uno, sino con consciente y voluntaria unión y
sumisión al mismo fin.
(Pío XII, Discurso a la Rola Romana, 2 octubre 1944, en Documentos jurídicos, pp.
198-199.
Ella (la Iglesia) ve antes que nada en el abogado al hombre que ha dedicado su
existencia a asistir a los que no están en condiciones de defenderse por ellos mismos.
Como
297
RAFAEL GOMEZ PEREZ
el maestro asiste al alumno y le abre el camino del saber, como el médico asiste al
enfermo y le cuida en las enfermedades corporales, del mismo modo el abogado asiste
al cliente que tiene-necesidad de ser guiado, defendido en el laberinto de las relaciones
humanas. Esta finalidad por sí sola, bien comprendida y practicada, bastaría para consti-
tuir un singular mérito que ha de ponerse en el activo de vuestra profesión. Una
profesión que se encuentra elevada a la dignidad de un servicio, de un verdadero y
auténtico ministerio de caridad. Esto, que es verdad en principio, se verifica igualmente
en la práctica, como cada uno lo puede comprobar, al menos en la mayoría de los casos.
El abogado asiste, aconseja, defiende. Pero, para hacer esto, debe saber. Y ahí se
manifiesta otro aspecto de su personalidad: el abogado es un hombre que busca la ver-
dad. La verdad de los hechos, para fundar su defensa en un terreno sólido; la verdad de
las leyes, que su conciencia profesional considera una obligación conocer perfectamen-
te; la verdad, sobre todo, de las almas, de las que recibe con frecuencia los más íntimos
secretos. Nadie, salvo quizá el sacerdote, conoce mejor que el abogado la vida humana
en sus aspectos más variados, más dramáticos, más dolorosos, más defectuosos a veces,
pero también los más maravillosos. No hay que extrañarse, por tanto, de que, desde la
antigüedad el abogado haya sido el candidato designado para las funciones políticas y
para los cargos públicos, ya que se consideraba que era la persona más capacitada para
ejercerlos. Era el homenaje que espontáneamente se rendía a su valor humano, a sus
capacidades, a su experiencia.
Si el abogado busca conocer la verdad, no es para convertirse en su avaro posesor,
sino para divulgarla, para extenderla. El es, por excelencia, el hombre de la palabra. El
abuso que se ha hecho del lenguaje, ¿no es como el homenaje, a su manera, rendido a su
sublime función? La palabra tiene el gran poder de persuadir, de conmover, de provocar
el asentimiento. De ahí la gran responsabilidad del que se dejase llevar de la tendencia
de poner ese maravilloso instrumento al servicio de las pasiones humanas.
298
DEONTOLOGIA JURIDICA
Tocamos aquí sin duda el vértice de la vocación del abogado. Todo su arte, su
ciencia están, en definitiva, al servicio de la justicia. Es el hombre que defiende y que
■en la medida de sus posibilidades— hace que la justicia triunfe.
No nos referimos sólo a la justicia inscrita por los hombres en los textos de las leyes.
Esto debe ser el punto de partida que le permite elevarse a la justicia inscrita por Dios
en el corazón del hombre. Cuando el abogado ha sondeado con profundidad esa justicia
retorna a la justicia de los códigos para templarla, para vivificar su rigidez con el soplo
de la humana compasión.
No corresponde al abogado el juicio definitivo sobre las conciencias, ni tampoco la
evaluación de las definitivas responsabilidades. Esto es algo que Dios se reserva: Notite
indicare. Pero la acción del abogado, que se despliega entre los dos polos de la justicia y
de la misericordia, toca un terreno misterioso y sagrado, en cuyo umbral no puede hacer
otra cosa que detenerse con el mayor respeto.
He aquí, brevemente bosquejado, lo que podríamos llamar la apología del abogado.
Con esto-quedan enumeradas las razones por las que vuestra ríoble profesión go/a de la
estimación de la Iglgsia. La vuestra~es~gna función social^, de primer orden; su
práctica tiende a perfeccionar a quien la ejerce, para hacer de él, cada día más, el
heraldo de la palabra, el servidor de la verdad, el hombre deTa“bondad
. — . _ _ 1TWTT .at _ — T- -— • —«
y de la justicia.
(PABLO VI, Discurso en el II Congreso de la Unión Internacional de ASogádjos', 14
de mayo 1965, en Insegnamenli di Paolo VI, III, 1965, pp. 280-282).
Vuestra actividad, en cuanto se desarrolla en una relación de directa colaboración
con la administración de la justicia, reviste una extraordinaria importancia en la vida de
la colectividad, ya que coopera en el altísimo objetivo de salvaguardar los derechos del
ciudadano y de garantizar
299
RAFAEL GOMEZ PEREZ el ordenado desarrollo de la sociedad en la libertad v en
la justicia para todos.
Está claro que cuando prestáis al cliente la asistencia de vuestra competencia
jurídica, este servicio requiere dotes poco comunes y una severa y cuidadosa
preparación. Se trata, en efecto, de aplicar las normas abstractas de la ley a los casos
concretos de la vida humana, teniendo en cuenta todas las circunstancias materiales y
psicológicas. Tenéis que hacer que surga la verdad entre testimonios y documentos
muchas veces discordantes entre sí. Es éste un gran arte que supone Ja existencia de
rigor lógico, amplia cultura, talento oratorio, experiencia y capacidad para penetrar en
los más íntimos y variados aspectos de la vida del hombre (...).
El talento, sin embargo, no es cualidad suficiente para una profesión que requiere,
de modo continuo, la firme y honrada tutela de lo que es justo y verdadero. Si la justicia
«omnium est domina et regina virtutum», como supo expresarlo la sabiduría pagana
(Cicerón, De Officiis, 3, 6), vuestra actividad debe estar caracterizada por un asiduo,
vigilante sentido moral, y deberá inspirarse constantemente en esos principios éticos que
se basan en el orden objetivo de la ley divina, natural y positiva, así como en la concien-
cia subjetiva. Son esos principios los que confieren a la norma jurídica, además de la
ratio iuris, su estabilidad y su valor social.
Por este motivo es un deber esencial de vuestra profesión el culto a la verdad,
presupuesto fundamental para que pueda darse la justicia. Es éste un deber particular-
mente oneroso en el empleo dialéctico y casuístico de la legalidad, especialmente
cuando se trata de defender a un acusado y de hacer que se mitigue, para el culpable, el
rigor de las leyes.
En estos casos convendrá recordar que todo ordenamiento jurídico, por perfecto que
sea, no podrá nunca alcanzar, en sus formulaciones restringidas, la inmensa complejidad
de la realidad humana y social que tiende a regular. Por eso, el abogado, aunque
manteniéndose fiel a
300
DEON TO I ,OGIA JURIDICA
]a verdad y a las normas del derecho positivo, ampliará su mirada más allá de los
límites de la ley escrita y de la justicia humana, para inspirarse en la ley divina, ideal de
toda perfección, que Jesús Redentor compendió en el amor a Dios y al prójimo. Por eso,
vuestro trabajo en búsqueda de la justicia y de la equidad deberá estar siempre vivifica-
do por la ley suprema del amor. Cuando el derecho y la justicia se inspiran en él, no
aparecen ya como algo frío y mecánico y vuestra actividad no será obstaculizada y de-
formada, sino que encontrará con frecuencia la solución en los casos obscuros y no
previstos por el legislador; encontrará la garantía contra la excesiva rigidez en la inter-
pretación de las prescripciones positivas.
(PABLO VI, Discurso en el VIII Congreso Internacional de Abogados jóvenes, 24
septiembre 1970, en Insegnamcnti di Paolo VI, VIII (1970), pp. 911-913).
301
BIBLIOGRAFIA *
PEINADOR, A., Mora! profesional, 2.a ed., Madrid 1969. Tratado clásico, en ■
castellano, sobre la materia. La deontología jurídica, en algunos temas, está sólo
apuntada; faka concretamente un tratamiento más amplío de la deontología notarial.
Criterio claramente cristiano. Buena sistemática.
MARTÍNEZ GIL, A., Código de Deontología jurídica, Madrid 1956. Buen resu- men de
temas. Se trata de un código elaborado por un autor privado y un conjunto de
colaboradores. Se basa en la ética natural y cristiana. Algunas soluciones apuntadas
son muy discutibles. El mayor inconveniente de esta obra es su antigüedad.
SALMANS, J., Deontología jurídica, 2.a ed., Bilbao 1953. Tratamiento completo del
tema, aunque algo anticuado. Muy claro en Ja exposición. El autor es partidario de
la amplia existencia de leyes meramente penales, lo que hace discutible alguna que
otra solución.
DE LUNA, A., Moral profesional del abogado, en Moral profesional, Madrid 1954. Se
trata de una extensa conferencia, muy documentada, en la que se abordan las
principales cuestiones que se presentan al abogado. La buena preparación jurídica y
moral del autor le ayuda eficazmente a presentar soluciones realistas y profundas.
DEL VALLE, F., Diccionario de moral profesional, Madrid 1962. Diccionario sumario
sobre los aspectos deontológicos de varias profesiones. Insuficientemente tratadas
las profesiones jurídicas. Naturalmente, faltan los textos del Magisterio de Pablo VI
y Juan Pablo II.
CONNELL, F. J., Moral pública y profesional, Madrid 1958. Libro sencillo, de amplia
divulgación. Algo anticuado. Criterio equilibrado. Util para una primera
aproximación. No trata con suficiente amplitud la moral de las profesiones jurídicas.
PÉREZ LUQUE, M,, Deberes tributarios y moral, Madrid 1980. Amplio y detallado
estudio sobre los impuestos y los problemas morales conectados con ellos. Util para
abogados y notarios y. en general, para muchas profesiones jurídicas. Criterio
equilibrado.
FAUS, R. y otros, Jornadas Notariales de Poblet (1962-1971), Barcelona 1974.
Amplísimo estudio con numerosas reflexiones de los propios notarios sobre todos
los aspectos de la profesión.
Se señalan sólo los escritos con un amplio contenido de deontología jurídica y
algunos tratados generales de moral.
303
RAFAEL GOMEZ PEREZ
GUTIÉRREZ, J. L., La concepción cristiana del orden social, Madrid 1978, Colección
ordenada y sistemática de textos del Magisterio de la Iglesia que tocan temas de
filosofía política, economía, derecho, etc. Muy útil.
PRUMMER, D., Manuale Theologiae moralis, IIs ed., Friburg 1953. Es el tratado clásico
en la materia, en tres volúmenes. Interesa aquí especialmente la primera parte del
volumen primero, sobre las nociones básicas de la moralidad. En su género, este
libro, ya antiguo, no ha sido superado.
ROYO MARÍN, A., Teología moral para seglares, Madrid 1964. Puede considerarse, en
muchos aspectos, como una adaptación castellana del PRUMMER, aunque el autor
aporta también mucho. Excelente la sistemática.
LANZA, A., PALAZZINI, P., Principios del Teología Moral, Madrid 1958. Más breve que
los anteriores, es también más ensayístico y menos manual. Por otro lado, algunas
cuestiones son tratadas con especial profundidad.
MAUSBACH, J., GERMECKE, G., Teología moral católica, Pamplona 1974. Uno de los
manuales más difundidos en Alemania, resulta, sin embargo, a pesar de su extensión
—tres volúmenes— incompleto en algunos puntos. Por otro lado, es un buen libró
de consulta.
304
PUBLICACIONES DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE
NAVARRA
Manuales
1. ALVARO D’ORS: Elementos de Derecho Privado Romano (2.a ed.).
2. AURELIO GUAITA: Derecho administrativo (agotado).
3. ENRIQUE GÍMÉNEZ-ARNAU: Derecho Notarial (2.a ed.).
4. MIGUEL SANCHO IZQUIERDO: Lecciones de Derecho Natural (agotado).
5. JOSÉ ZAFRA: Teoría fundamental del Estado (agotado).
6. LEANDRO BENAVIDES: Economía Política General.
7. ALVARO D’ORS: Derecho Privado Romano (7," ed.).
8. JOSÉ ZAFRA: Régimen político de España.
9. JAVIER IRABURU: Introducción a la economía descriptiva. I. Macro-Economía.
10. MICHEL VILLEY: Compendio de Filosofía del Derecho. I. Definiciones y fines del
Derecho. II. Los medios del Derecho.
11. MIGUEL SANCHO IZQUIERDO-JAVIER HERVADA: Compendio de Derecho Natural (2
tomos), (agotado).
12. JAVIER HERVADA: Introducción crítica al Derecho Natural (6.“ ed.).
13. RAFAEL GÓMEZ PÉREZ: Deontología Jurídica (3." ed.).
14. ANTONIO CARLOS PEREIRA MENAUT: En defensa de la Constitución (agotado).
15. FRANCISCO GONZÁLEZ NAVARRO: Derecho administrativo español (2 tomos).
16. JAVIER HERVADA: Historia de la ciencia del Derecho Natural.
17. JAVIER HERVADA: Cuatro lecciones de Derecho Natural. Parte especial (2.a
ed.).
18. JAVIER HERVADA: Lecciones de Filosofía del Derecho. I. Teoría de la justicia y del
derecho (2.a ed.).
19. PEDRO DE PABLO CONTRERAS: Curso de Derecho Civil Navarro (tomo I).
Jurisprudencia y Textos Legales
1. JOSÉ ANTONIO CORRIENTE: Textos de Derecho Internacional Público, 1.
2. ENRIQUE PECOURT: Derecho Internacional Privado español. Jurisprudencia siste-
matizada y comentada.
3. ALFREDO GALLEGO ANABITARTE: Leyes constitucionales y administrativas de Es-
paña (agotado).
4. JAVIER HERVADA y JOSÉ M. ZUMAQUERO: Textos internacionales de derechos
humanos (agotado).
5. JAVIER HERVADA y JOSÉ M. ZUMAQUERO: Textos constitucionales españoles (1808-
1978).
Colección jurídica
1. ANTONIO PÉREZ HERNÁNDEZ: El recurso de agravios (agotado).
2. JOSÉ JAVIER LÓPEZ JACOISTE: El arrendamiento como aportación social (2.a
ed.).
3. RAFAEL AIZPÚN TUERO: La representación sucesoria en el Derecho civil de
Navarra.
4. TOMÁS MUÑOZ ROJAS: El allanamiento a la pretensión del demandante
(agotado).
5. RODR IGO FABIO SUÁREZ MONTES: El consentimiento en las lesiones.
6. TOMÁS MUÑOZ ROJAS: El imputado en el proceso penal.
7. VARÍOS: Curso de Derecho Privado Foral Navarro.
8. VARIOS: Curso de Derecho Público Foral Navarro.
9. RAMÓN GARCÍA DE HARO: El salario como crédito privilegiado.
10. AMADOR GARCÍA-BAÑÓN: El beneficio de separación.
11. CARMELO DE DIEGO-LORA: La posesión y los procesos posesorios (2 tomos).
12. JOSÉ LUIS MURGA GENER: El arrendamiento rústico en la transmisión «mortis
causa».
13. JOSÉ ZAFRA: Sentencia constitutiva y sentencia dispositiva.
14. EZEQUIEL CABALEIRO: LOS tratados internacionales.
15. RAFAEL ECHEVERRÍA: La V República francesa.
16. FRANCISCO GÓMEZ ANTÓN: El Consejo Foral Administrativo de Navarra.
17. JOSÉ ANTONIO PASTOR RIDRUEJO: La jurisprudencia del Tribunal Internacional de
La Haya.
18. ENRIQUE LALAGUNA: Estudios de Derecho matrimonial.
19. HANS NAWÍASKY (traducción de José Zafra): Teoría general del Derecho
(agotado).
20. RAMÓN GARCÍA DE HARO: La posición jurídica del trabajador subordinado.
21. TOMÁS MUÑOZ ROJAS: La caducidad de la instancia judicial.
22. RODR IGO FABIO SUÁREZ MONTES: Consideraciones críticas en tonto a la doctrina
de la antijuricidad en el finalismo (agotado).
23. JOSÉ M.“ MARTÍNEZ DORAL: La estructura del conocimiento jurídico.
24. JOSÉ GONZÁLEZ PALOMINO: Estudios jurídicos de Arte Menor (2 tomos).
25. RAFAEL M.a DE BALBÍN: La concreción del poder político.
26. JOSÉ ZAFRA: El derecho como fuerza social.
27. RAMÓN GARCÍA DE HARO: Régimen jurídico de la formación profesional en derecho
español. Con un anexo de legislación vigente, recopilado por Javier Fernández
Micheltorona.
28. ANGEL DIEZ RONCAL: Garantías reales sobre maquinaria industrial.
29. EDUARDO GUTIÉRREZ DE CABIEDES: La enajenación forzosa (agotado).
30. JOSÉ ANTONIO DORAL: La fase de seguridad en la hipoteca.
31. GONZALO DIÉGUEZ: Deducción y solución de los conflictos laborales de
intereses.
32. JOSÉ RODRÍGUEZ ITURBE: El concepto de derecho en la doctrina española
actual.
33. JOSÉ ANTONIO DORAL: La noción de orden público en el Derecho civil español
(agotado).
34. ENRIQUE LALAGUNA: La enfiteusis en el Derecho civil de Baleares.
35. KARL ENGISCH (traducción de Juan José Gil Cremades): La idea de concreción en el
derecho (agotado).
36. GONZALO DIÉGUEZ: Responsabilidad directa de las prestaciones de Seguridad
Social.
31. VARIOS: Estudios de Derecho civil en honor del profesor Castán Tobeñas (6
tomos).
38. JOSÉ LUIS MURGA: Donaciones y testamentos «in bonum animae» en el Derecho
Romano tardío.
39. ALEJANDRINO FERNÁNDEZ BARREIRO: La previa información del adversario en el
proceso privado romano.
40. GONZALO DIÉGUEZ: La fidelidad del trabajador en LCT.
41. HARRY SAMUELS (traducción de Gonzalo Diéguez): El Derecho de los
Sindicatos.
42. ALFREDO GARCÍA-BERNARDO: Sistema jurídico de las Viviendas de Protección
Oficial (2 tomos).
43. PLUTARCO MARSÁ: La mujer en el Derecho político.
44. PLUTARCO MARSÁ: La mujer en el Derecho civil.
45. ANDRÉS DE LA OLIVA SANTOS: La sociedad irregular mercantil en el proceso
(agotado).
46. RAFAEL GÓMEZ PÉREZ: La ley eterna en la historia.
47. ANDRÉS DE LA OLIVA SANTOS: La conexión en el proceso penal.
48. FRIEDRICH STEIN (traducción de Andrés de la Oliva Santos): El conocimiento
privado del juez (agotado).
49. EMILIO VALIÑO: Acciones pretorias complementarias de la acción civil de la ley
Aquilia (agotado).
50. JOSÉ ANTONIO CORRIENTE: Valoración jurídica de los preámbulos de los Tratados
Internacionales.
51. EMILIO VALIÑO: «Actiones útiles».
52. SERGIO COTTA (traducción de Jesús Ballesteros): Itinerarios humanos del Derecho
(2/ ed.).
53. EDUARDO GUTIÉRREZ DE CABIEDES: Estudios de Derecho Procesal.
54. VARIOS: El sistema de medidas cautelares (IX Reunión de Profesores de Derecho
Procesal de las Universidades españolas).
55. JESÚS M.‘ LOBATO: La cláusula penal en el Derecho español.
56. JOSÉ LUIS GONZÁLEZ MONTES: La calificación civil de la quiebra en el proceso
penal
57. JOSÉ ANTONIO ALVAREZ CAPEROCHJPI: Derecho patrimonial de los religiosos: cues-
tiones civiles.
58. ALEJANDRO GUZMÁN: Caución tutelar en Derecho Romano.
59. JOSÉ ZAFRA: Poder y poderes.
60. JOSÉ ANGEL TORRES: La configuración jurídica del volumen de
edificabilidad.
61. VARIOS: La fe pública mercantil. Primer Seminario.
62. MODESTO SANTOS CAMACHO: Etica y Filosofía analítica. Estudio histórico-
crítico.
63. JOSÉ ZAFRA: Alma y cuerpo del Movimiento Nacional.
64. MIGUEL MORENO MOCHOLI: El precario.
65. ALEJANDRO GUZMÁN: Dos estudios en tomo a la historia de la tutela romana.
66. GONZALO DIÉOUEZ: Orden público y conflictos colectivos.
67. DOMINGO RAMOS-LISSÓN; La ley según Domingo de Soto. Estudio teológico-ju-
rídico.
68. FERNANDO DE ARVIZU Y GALARRAGA: La disposición «mortis causa» en el Derecho
español de la Alta Edad Media.
69. FRANCESCO OLGIATI: El concepto de juridicidad en Santo Tomás de Aquino
(agotado).
70. ANGEL CRISTÓBAL-MONTES: La administración delegada de la sociedad
anónima.
71. JOSÉ ORTEGO: Prevención de las infracciones de menores.
72. FRANCISCO DE ASÍS SANCHO REBULLIDA: Estudios de Derecho Civil (2
tomos).
73. FAUSTINO CORDÓN MORENO: La legitimación en el proceso contencioso-adminis-
trativo.
74. ALVARO D’ORS: Ensayos de teoría política.
75. JESÚS GARCÍA LÓPEZ: Individuo, familia y sociedad. Los derechos humanos en
Tomás de Aquino (2.’ ed.).
76. EMMA MONTANOS: La familia en la Alta Edad Media española.
77. GONZALO ROJAS SÁNCHEZ: Los derechos políticos de asociación y reunión en la
España Contemporánea (1811-1936).
78. TERESA GIMÉNEZ-CANDELA: El régimen pretorio subsidiario de la acción
noxal.
79. JUAN ANDRÉS MUÑOZ: La educación política como junción de gobierno en el
Estado.
80. JOSÉ MANUEL ZUMAQUERO: LOS derechos educativos en la Constitución española
de 1978.
81. FRANCISCO JOSÉ HERRERA JARAMILLO: El derecho a la vida y el aborto
(agotado). .
'82. RAFAEL MARÍA DE BALBÍN: La relación jurídica natural.
83. VARIOS: El Derecho Navarro tras el Amejoramiento del Fuero.
bros de
85. mo-
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86. JUUO-JAVIER MUERZA ESPÁRZA. o i." del artículo .¿rí de ia LE.C. de 1881 y su
evolución.
87. ANTONIO GARCÍA CUADRADO: El gobierno por orden ministerial.
88. MARÍA CONCEPCIÓN PABLO-ROMERO GIL-DELGADO: La inversión directa en el
régimen de las inversiones extranjeras.
89. JOSÉ FRANCISCO AGUIRRE OSSA: El poder político en la neoescolástica española del
siglo XIX.
90. JAVIER HERVADA: Escritos de Derecho Natural (agotado).
91. JAVIER FERRER ORTIZ: El matrimonio canónico en el
ordenamiento español.
92. CARLOS JOSÉ ERRÁZURIZ MACKENNA: La teoría pura del Derecho de Hans Kelsen
(Visión crítica).
93. SERGIO COTTA (traducción de Ismael Peidro Pastor): El Derecho en la existencia
humana. Principios de ontofenomenología jurídica.
94. RAFAEL DOMINGO: Teoría de la «auctoritas».
95. VARIOS: Estudios de Derecho Romano en honor de Alvaro d’Ors
(2 tomos).
96. VARIOS: Economía y Derecho empresarial. El reto europeo a la empresa española:
Análisis interdisciplinar.
97. ILVA MYRIAM HOYOS CASTAÑEDA: El concepto jurídico de
persona.
98. RENATO RABBI-BALDI CABANILLAS: La filosofía jurídica de
Michel VUley.
99. RAFAEL DOMINGO: La legislación matrimonial de Constantino. Servicio de Pu-
blicaciones de la Universidad de Navarra, S. A.
101.
MARÍA BLANCO; El concepto de prelado en la lengua castellana. Siglos XIII-XVL
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, S. A.
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tual privado. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, S VA. 102.
DOLORES GARCÍA HERVAS: Presupuestos constitucionales de gobierno y lafím- ción
judicial en la Iglesia. Servicio de Publicaciones de la Universidad de
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10$. Luis IGNACIO ARECHEDER RA AR ANZADI : El consentimiento matrimonial
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Universi- .. dad de Navarra, S. A.
104. JOSÉ MANUEL RAMÍREZ SINEIRO: Seguridad europea y estrategia
atlántica ante un mundo en cambio.
105. JAVIER HERVADA: Coloquios propedéuticas de Derecho Canónico.
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, S. A.
106. PEDRO SERNA BERMÚDEZ: Positivismo conceptual y fundamentación de
los dere- ’’*• chos humanos. |
,107. ISMAEL SÁNCHEZ BELLA: Derecho Indiano: Estudios. I. Las visitas generales en la
América española. Siglos XVI-XVI1. II. Fuentes. Literatura jurídica. Derecho
público.