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ÍN DIC E

Prólogo 11
J osep Fontana

Introducción. Política, Hacienda y economía en las islas Filipinas 17

I. EL PROYECTO ASIÁT ICO DE LEGAZPI-URDAN ETA

1. La formación del proyecto español en las islas, 1565-1593 28


El primitivo proyecto de hispanización 34
El desarrollo del modelo de hispanización 42

2. La inviabilidad de una hacienda asiática. Coacción y mercado


en la formación del modelo colonial, 1565-1595 46
El punto de partida: la introducción de la encomienda en Asia 49
El viraje de la política colonial: el cambio tributario 54
El establecimiento del nuevo modelo 62

II. LO S O RÍG EN ES DE LA HAC IEN DA FILIPINA Y LA


O RGAN IZACIÓN DEL SIST EMA T RIBUTARIO

3. El establecimiento de la Real Hacienda filipina, 1564-1604 73


Etapas en la configuración de la Hacienda 74
La formación de la primitiva Hacienda colonial 75
Los primeros pasos de la Hacienda real, 1565-1589 77
Consolidación de la Hacienda, 1590-1604 85
Conclusiones 92

4. Los señores del barangay. La principalía indígena en las islas,


1565-1789: viejas evidencias y nuevas hipótesis 93
Las elites indígenas en la época prehispánica 97
La conquista 118
Las elites indígenas entre 1565 y 1593: la etapa de
indefinición jurídica 122
La redefinición jurídica del señorío indígena a partir de 1594 129
La desaparición de la principalía hereditaria en el siglo XVIII 138

III. LO S T ÓPICO S SO BRE LA HACIEN DA FILIPINA

5. Sobre la naturaleza de la fiscalidad imperial en las islas,


1565-1804: lugares comunes y evidencias empíricas 145
La economía del periodo colonial temprano, 1565-1800 149
Una visión panorámica de la Hacienda entre 1565 y 1804 152
Cuestionando las cifras: tributo indígena y situado mexicano 165
La emancipación de Nueva España y la adaptación de la
fiscalidad 173

IV. ALG U NO S T RIBUTO S SIG N IFICAT IVO S

6. “¿Qué nos queréis, castillas?” El tributo indígena entre los


siglos XVI y XVIII 181
Los orígenes del tributo filipino en el siglo XVI 182
Evolución del tributo indígena entre los siglos XVI y XVIII 192
La estructura del tributo en el siglo XVIII 207
La evolución de la recaudación tributaria en el siglo XVIII 215
Conclusiones: tributo, Hacienda y economía 220

7. Repartimientos y economía bajo dominio español, 1565-1815 223


Los repartimientos filipinos 228
El origen de los repartimientos filipinos 234
Una cuantificación de los repartimientos de dinero 245
El fin de los repartimientos 253
8. La ayuda mexicana en el Pacífico: socorros y situados, 1565-1816 261
Orígenes 262
Socorros y situados en las islas Filipinas 264
La naturaleza de la ayuda fiscal 279
El situado en las series de las Cajas de México,
Acapulco y Manila 294
Conclusión 299

V. LA RENOVAC IÓN DE LA HAC IEN DA:


EL REFO RM ISMO BO RBÓN ICO

9. “Esta tierra no es culpable”. La controversia del comercio libre


en el Pacífico y estrategias del Consulado de Manila, 1787-1790 305
El reformismo borbónico en perspectiva fiscal 306
Los efectos perversos del comercio libre: la crisis de 1786 310
La encuesta de 1787 en España y las Indias 312
Ilustración y comercio libre en el Pacífico hispano 315
La consulta de 1787 en el Pacífico 321
Berenguer de Marquina y el cuestionario de 1788 328

Fuentes consultadas 339


INT RO DU C C IÓN.
PO LÍT ICA, HAC IEN DA Y EC O NO MÍA
EN LAS ISLAS FILIPINAS

Este libro es fruto de más de diez años de trabajo e investigaciones en


archivos españoles, mexicanos y asiáticos sobre la presencia española en Filipi-
nas. Algunas de las investigaciones tienen como origen publicaciones realiza-
das en libros colectivos y revistas de México, Alemania, Filipinas y España.
Esta circunstancia aparece reflejada oportunamente en notas a pie de página.
Sin embargo, el producto que aquí se presenta es diferente. No es sólo una
revisión a fondo y actualización de los trabajos publicados, sino una interpre-
tación de conjunto de las interacciones entre la Hacienda pública, la economía
y las estrategias de la administración española en las islas Filipinas entre los
siglos XVI y XVIII. Es también un análisis que lleva ya años de maceración –por
emplear una imagen vitivinícola– y supone la culminación de mis investigacio-
nes sobre la colonia asiática que comencé hace años con mis colegas de la
U niversidad Pompeu Fabra de Barcelona, los doctores Josep María Delgado
Ribas y Josep María Fradera. Juntos hemos realizado muchos seminarios so-
bre el papel que desempeñaron las islas en la estrategia imperial y lo hemos
discutido obstinadamente. A alguno de estos seminarios acudieron especialis-
tas europeos, americanos y asiáticos, que nos expusieron sus puntos de vista y
que contrastamos con los nuestros. Fruto de todo ello es en gran parte la
publicación de la revista Illes i Imperis (Islas e Imperios) que se edita periódicamen-
te desde 1998 y que ha logrado consolidarse en el mundo académico y encon-
trar lo que ahora se llama, tal vez de manera pedante, su “nicho de mercado”,
aunque la publicación no trata específicamente de asuntos asiáticos. Su temáti-
ca resulta mucho más amplia porque promueve estudios de sociedades y eco-
nomías coloniales y poscoloniales, lo que hace que en ella tengan cabida una
parte significativa de la historia de las actuales naciones.

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18 EL C O ST E DEL IM PERIO ASIÁT IC O

Este libro se articula en cinco apartados que contienen nueve ensayos


sobre las islas Filipinas durante la colonia española de los siglos XVI al XVIII,
unidos por el hilo conductor de la interacción entre lo público y lo privado:
el proyecto español en el archipiélago asiático (la toma de decisiones políti-
cas), los recursos para sostenerlo (la organización de la Hacienda) y la gene-
ración de un atractivo para la instalación de colonos españoles y mexicanos
en las islas que asegurasen su continuidad (el comercio del galeón). En la
primera parte se intenta responder a la pregunta de qué buscaban los espa-
ñoles en Asia, un lugar tan distante para los intereses peninsulares, alejadas
las islas 6 000 millas marinas de México, el punto hispano más próximo,
muchas más de Perú y muchísimas de la metrópoli, al punto de exigir una
prolongada travesía en el Atlántico y el Pacífico que requería, además, el
transporte por tierra de Veracruz a Acapulco. Finalizada la conquista, los
españoles observaron, pese a las expectativas existentes, que en ellas no exis-
tían metales preciosos ni especias, al menos entendidos en escala americana
y portuguesa. Fracasado también el intento de construir un imperio de las
Indias Orientales, análogo al de las Occidentales, tras el desastre de la Inven-
cible, los acontecimientos políticos señalaron a Felipe II y al Consejo de
Indias una utilidad para las islas. No era tanto el acomodo religioso, una
cobertura tan destacada por tirios y troyanos impuesta por el temor a la letra
del Tratado de Tordesillas, como el reforzamiento militar de las Indias Occi-
dentales, productoras de plata, que eran realmente lo valioso. Pero esta fun-
ción defensiva otorgada a las islas no ha de entenderse de manera literal,
sino en función de sus costes de oportunidad. Se trataba, en suma, de que el
baluarte filipino obligase a los competidores europeos de España –holande-
ses e ingleses– a realizar fuertes inversiones defensivas en Asia que, de ese
modo, mermarían su capacidad ofensiva en América, sobre todo en el perio-
do crítico que supuso la primera mitad del siglo XVII.
Esta estrategia imperial necesitaba asegurar la presencia de un número
suficiente de colonos hispano-mexicanos en las islas, que hasta los años no-
venta del siglo XVI eran aún escasos. El Consejo de Indias disponía de dos
opciones para ello. Por un lado, promover las actividades agrícolas de las
islas –las haciendas–, pero resultaba una solución que carecía de futuro por
la escasa mercantilización de su economía: no existían minas de metal pre-
cioso ni mineros a los que había que abastecer y el Pacífico era un ámbito
comercial en donde resultaba sumamente trabajoso competir con chinos e
indostánicos. El sueño de las especias tampoco se había confirmado, como
escribía amargamente Miguel de Legazpi a Felipe II. La solución alternativa
INT RODUC C IÓN 19

vino impuesta por las circunstancias y se consolidó tras la derrota de la


Invencible: el comercio de intermediación entre el sudeste asiático y el virrei-
nato de Nueva España. Esto ofrecía una ventaja competitiva de interés en la
medida en que los productos chinos e indostánicos eran traídos a Manila en
condiciones muy favorables que permitían altos márgenes de intermedia-
ción en Acapulco. Todo esto aparece matizado en los capítulos primero (“La
formación del proyecto español en las islas, 1565-1593”) y segundo (“La
inviabilidad de una Hacienda asiática. Coacción y mercado en la formación
del modelo colonial, 1565-1595”). De este modo, la zanahoria de los fabulo-
sos beneficios que presentaba el galeón atrajo a nuevos comerciantes –anti-
guos encomenderos que perdieron así el interés por la agricultura, aunque
siguieron percibiendo el tributo que les reportaban sus encomiendas–, que
muy pronto cayeron bajo la dependencia de los almaceneros del Consulado
de México, al reglamentarse en 1591 el monopolio entre Manila y Acapulco
y decretarse la exclusión de peruleros y portugueses, cuyas actividades con-
tinuaron sumergidas por un tiempo.
En la segunda parte se estudia la organización del sistema tributario
que establecieron los españoles en Filipinas o, dicho de otro modo, los recur-
sos públicos con los que contaban para la defensa de las islas y el manteni-
miento de la ruta del galeón. Todo ello aparece reflejado en el capítulo terce-
ro, “El establecimiento de la Real Hacienda, 1564-1604”. El contingente de
militares hispano-mexicanos que descubrió las islas resultó insuficiente para
imponer –pese a que la conquista se hizo a sangre y fuego, y no como nos
recuerdan con cierta complacencia algunas hagiografías antiguas y moder-
nas– el cobro del tributo a los campesinos indígenas. Por ello, y pese a la
hostilidad inicial hacia los señores naturales que administraban los peque-
ños, dispersos y enfrentados poblamientos de las islas, acabaron integrándo-
los en la estrategia imperial, hasta el punto de convertirlos, al contrario de lo
sucedido en México, en los principales agentes de hispanización que recau-
daban lo que llamo el complejo tributario, cuyos componentes eran el tributo
indígena, las compras forzadas de mercancías, también denominadas reparti-
mientos de dinero, o bandalas en el área tagala y, finalmente, la prestación de
servicios personales, los polos, el equivalente del cuatequil azteca y de la mita
peruana. Conocer a este grupo, que derivaba de la antigua aristocracia pre-
hispana, los llamados principales, y la estrategia de atracción hacia el proyecto
español es el objeto del capítulo cuarto, “Los señores del barangay. La princi-
palía indígena en las islas, 1565-1789: viejas evidencias y nuevas hipótesis”.
En él se explican también el origen continental de las etnias malayas, los
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sistemas prehispánicos de obtención de recursos a partir de la agricultura y


actividades de auxilio al proporcionar esta un ingreso insuficiente, su jerar-
quización política y el impacto de la conquista que destruyó sus formas de
poblamiento y de obtención de recursos hasta llegar a la centralización de la
población en doctrinas o reducciones que facilitaron el cobro del complejo tribu-
tario.
En la tercera parte se reflexiona sobre los colectivos de contribuyentes
que sostenían a la Hacienda Real, fundamentalmente los campesinos indíge-
nas. Y aquí soy muy consciente de lo que esta tesis tiene de fuerte componen-
te heterodoxo. Siempre o casi siempre se ha pensado, más que investigado,
que la Hacienda filipina no alcanzaba a ser autosuficiente. Por ello, ante la
escasa recaudación, habría necesitado de la ayuda fiscal novohispana, del
llamado situado (una figura jurídica que estudiaremos aparte). Sin embargo,
lo anterior resulta sólo cierto, en parte, porque durante los primeros 40 años
los mayores porcentajes de ingreso derivaron del tributo indígena –pese a
que la corona renunció a una gran parte a través de la encomienda, que en
Filipinas no era otra cosa que una transferencia de tributos a particulares. No
obstante, y coincidiendo con las guerras con Holanda en la primera mitad
del siglo XVII, el tributo indígena desapareció de los ingresos de las Cajas
centrales de Manila y permaneció en las territoriales, probablemente para
disminuir los costes de transferencia del tributo, cuya ejecución se realizaba
en las provincias. Alcaldes mayores y corregidores remitían a la Hacienda
central únicamente los saldos, tras la ejecución de los gastos de administra-
ción y defensa, a los que se han de añadir los de evangelización –dado que
los religiosos eran poderosos agentes de hispanización. Desviada la ejecu-
ción del gasto del tributo a provincias y corregimientos, donde también se
recaudaba, el Tesoro filipino –privado de este ingreso– presentaba así un
engañoso déficit contable que constituyó un magnífico argumento para per-
suadir a las autoridades mexicanas, obsesionadas por las guerras con Holan-
da, de la necesidad de remitir sustanciosos situados, una tradición que logró
sobrepasar los tiempos más sosegados que siguieron a la paz de Westfalia y
alcanzar los comienzos del siglo XIX . Todos los intentos encaminados a plan-
tear la supresión de la ayuda militar por parte de México resultaron estériles
ante la contundencia de los argumentos de los gobernadores de las islas, que
magnificaban las agresiones de los filipinos islamizados de las islas del sur y
distorsionaban el carácter de las revueltas indígenas. Tan sólo a fines del
siglo XVII se llegó a un acuerdo de enviar una cantidad anual constante,
inferior a las remitidas hasta entonces. Buena prueba de ello es que, cuando
INT RODUC C IÓN 21

las medidas ilustradas impusieron en el siglo XVIII una recaudación más efi-
ciente del tributo, cuya administración fue recuperada por las Cajas centra-
les de Manila, este se convirtió nuevamente hacia finales de siglo en el mayor
ingreso del Tesoro, y sólo resultó rebasado por el estanco del tabaco que, no
hay que olvidarlo, constituía un gravamen que recaía también sobre la eco-
nomía campesina.
El trabajo que conforma esta tercera parte hace alusión a cómo se cons-
truyó en la historiografía imperial esta ficción de una Hacienda deficitaria.
La invención comenzó a principios del siglo XVII, en los escritos de los prime-
ros cronistas filipinos, en especial los que obtuvieron mayor difusión en Es-
paña y en México –los del oidor Antonio de Morga y el jesuita Pedro Chiri-
no, quienes al fin y al cabo representaban los intereses de la Administración
española en las islas– al demandar mayores ayudas del virreinato novohispa-
no, ciertamente en un momento delicado como era el de la ruptura de las
hostilidades con Holanda. Pero lo más significativo es que la ficción se man-
tuvo durante los siglos XVIII y XIX , con algunas excepciones, y alcanzó a los
historiadores contemporáneos, de Chaunu a Bauzon. Pierre Chaunu se limi-
ta, después de un excelente trabajo de recopilación de datos en el Archivo
General de Indias sevillano, a presentar las primeras cifras de la Hacienda
central, sobre la base de las cartas-cuenta que son los resúmenes agregados
anuales de los ingresos y gastos que aparecen detallados en los legajos. Des-
conocía, con todo, el papel de las Haciendas provinciales, donde se contabi-
lizaba una parte de las cuentas del complejo tributario, la referente al tributo
indígena. Por su parte, Leslie Bauzon sólo acredita información cuantitativa
de la segunda mitad del siglo XVIII que obtuvo en el Archivo General de la
Nación de México, para diseñar la construcción de su deficit government, pro-
yectando sobre el pasado lo sucedido en el último tercio del siglo XVIII, cuan-
do la ayuda fiscal mexicana volvió a incrementarse presionado el virreinato
por la necesidad de aumentar la inversión militar por las guerras finisecula-
res. Toda esta problemática aparece reflejada en el capítulo cinco (“Sobre la
naturaleza de la fiscalidad imperial en las islas, 1565-1804: lugares comunes
y evidencias empíricas”), traducido recientemente al inglés.
La cuarta parte de este ensayo estudia algunos de los ingresos de la
Hacienda Real más significativos: el tributo indígena en el capítulo sexto, los
repartimientos de dinero en el séptimo y, finalmente, el situado mexicano en
el octavo. Respecto al tributo (“‘¿Qué nos queréis, castillas?’ El tributo indí-
gena entre los siglos XVI y XVIII”), se realiza una investigación histórico-jurídi-
ca desde su aparición en plena conquista hasta acabar el siglo XVIII. Presenta,
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además, la ventaja añadida de que se ofrecen las cifras de la recaudación


desde finales del siglo XVII hasta comienzos del XIX –las que no aparecen
reflejadas en las Cajas de Manila, sino en las Haciendas territoriales– y el
destino del gasto en las provincias (administración, defensa y evangeliza-
ción). Se resuelve, además, la cuestión del pago en dinero y especie y las
modificaciones de esta relación en el largo plazo pese a las disposiciones
oficiales que definían las proporciones, lo que nos permite disponer de un
significativo indicador de los niveles de comercialización de la economía fili-
pina. Y finalmente se estudia el tributo desde la perspectiva de los negocios
de los alcaldes mayores y corregidores. Esta cuestión enlaza con la de las
compras forzadas de mercancías (“Repartimientos y economía bajo dominio
español, 1565-1815”), otro de los componentes del complejo tributario que
recaía sobre los campesinos indígenas y que no aparece en las cifras de la
Hacienda central de Manila. Las compras forzadas, básicamente de arroz y
pertrechos, constituían en realidad un auténtico gravamen, porque la admi-
nistración las costeaba a precios de arancel, muy inferiores a los de mercado,
apropiándose de este modo del diferencial de precios, lo que no hubiese
podido efectuar de abastecerse esta en el mercado de Manila, donde acudían
las mercancías procedentes de las haciendas eclesiásticas y de las provincias,
en donde frailes regulares y alcaldes mayores y corregidores desempeñaban
sus propios negocios de abastecimiento de la capital. En el mismo capítulo se
intenta establecer una estimación indirecta de lo que debió suponer este gra-
vamen desde una partida que figura en la contabilidad de las Cajas centrales.
Tiene el inconveniente de que sólo mide el valor de las compras a precios de
arancel, pero que nos sirve como indicador bruto mientras que no disponga-
mos de una serie de precios convincente. Se trata de la partida denominada
en la jerga de los contadores como “dinero remitido para reales compras”
entre 1595 y 1785, que figura en el gasto (data) de la Hacienda de Manila. En
conjunto, el valor añadido de este capítulo está, más que en calcular el líqui-
do ahorrado por el Tesoro, en que propone una aproximación metodológica
a lo que debió de ser el gravamen de las bandalas y al tiempo reconstruir
cómo se configuraron estas históricamente. Finalmente, en el capítulo desti-
nado al situado (“La ayuda mexicana en el Pacífico: socorros y situados,
1565-1816”), no se considera este estrictamente un gravamen, pese a que
resultaba un ingreso para la Hacienda, sino una ayuda para mejorar el gasto
militar, un socorro, en sus primeras formulaciones del siglo XVI, antes de la
consagración del término situado en la legislación de Indias. Aquí, el autor
sostiene una tesis muy distinta a la difundida por la obra de Leslie Bauzon,
INT RODUC C IÓN 23

contaminada como se ha dicho por fuentes del último tercio del siglo XVIII,
cuando sin embargo el ingreso conserva fuentes propias que arrancan de
fines del siglo XVI, que se prodigan durante el XVII, apremiada la administra-
ción española por las guerras con Holanda en el Pacífico en la primera mitad
de la centuria, hasta la independencia mexicana. Sin duda, la ayuda militar
fue decisiva para mantener la defensa de las islas –y del imperio del Portugal
de los Filipes– durante la primera mitad del seiscientos y, sobre todo, para
obligar a los holandeses a mantener una fuerte inversión militar en Asia,
frenando de esta manera sus agresiones a América. Pero firmada la Paz de
Westfalia y emancipado definitivamente el imperio luso de la tutela españo-
la, el situado resultaba totalmente innecesario porque el complejo tributario
era suficiente para mantener los gastos originados en las islas. Sin embargo,
los distintos gobiernos de la colonia asiática se resistieron tercamente a pres-
cindir de ese recurso extraordinario, pese a la presión novohispana –justifi-
cándolo, como ya señalamos, con una exagerada peligrosidad de los ataques
de los piratas moros, que exigía la formación de costosas armadas de casti-
go–, cuando en realidad los propios gobernadores eran los mayores carga-
dores del galeón, una práctica que tenían prohibida expresamente por las
leyes de Indias, utilizando para ello el líquido de las Cajas reales, como evi-
dencian los juicios de residencia que conservamos. El capítulo aporta tam-
bién dos elementos inéditos. En primer lugar, reconstruye las cifras brutas y
netas del situado a partir de los envíos de las Cajas de Acapulco y México,
publicadas por TePaske y Klein, que se correlacionan con las cantidades
recibidas por la Hacienda de Manila. Pero existe otra cuestión, más bien un
tópico, que consideraba que el situado recibido alcanzaba la cifra anual de
250 000 pesos. Esto es particularmente incierto para la primera mitad del
siglo XVII, cuyas cifras resultaron muy superiores, mientras que la cantidad
mencionada no se estableció por real orden hasta 1675 (y no 1687, como se
ha escrito). A finales del siglo XVII se produce otra modificación que impone
México y que consiste en descontar el exceso de todas las cantidades supe-
riores a esa cifra en los situados sucesivos, lo cual resultó muy relativo ante
el apremio constante de los gobernadores filipinos. También durante las con-
tiendas de fines del siglo XVIII, especialmente a partir de la guerra de los Diez
Años, las necesidades militares hicieron subir exponencialmente las ayudas
novohispanas. Sin embargo, la medida resultaba ya del todo innecesaria
porque la Hacienda filipina resultaba ya formalmente autosuficiente desde la
implantación del estanco del tabaco y, anteriormente, por la mayor eficacia
en la recaudación del tributo que se incorpora desde mediados del siglo XVIII
24 EL C O ST E DEL IM PERIO ASIÁT IC O

a la Hacienda de Manila. La respuesta a cómo demandaban los gobernado-


res la continuidad del situado parece estar en la no inclusión de la contabili-
dad del estanco en las cuentas oficiales hasta muy tardíamente, cuando ya el
derrumbe del orden colonial era evidente. Y unido a esto, el peligro real que
suponían las incursiones de la armada inglesa en aguas del Pacífico, sobre
todo a partir de la toma de Manila (1762) que puso en peligro los intereses
mexicanos en el comercio del galeón. Do ut des, según el dicho latino.
La quinta y última parte trata de la reforma de la Hacienda filipina,
aunque su alcance es mayor, porque conduce al estudio de las reformas bor-
bónicas en las islas –en el conjunto de la estrategia imperial destinada a
cambiar de signo la relación real de intercambio que favorecía a los competi-
dores europeos, los verdaderos receptores de la plata americana. Para ello
era necesario romper el sistema de puerto único y navegación periódica.
Conocemos cada vez mejor las reformas efectuadas en la carrera del Atlánti-
co, que afectaron a las Indias Occidentales, pero no conocíamos más que
elementos fragmentarios del reformismo borbónico efectuados en la carrera
del Pacífico. El capítulo final (“‘Esta tierra no es culpable’. La controversia
del comercio libre en el Pacífico y estrategias del Consulado de Manila, 1787-
1790”) intenta integrar las piezas filipinas en el puzzle imperial de una manera
coherente, desde la aparición del comercio libre, que culmina con la creación
de la Compañía de Filipinas (1785), pasando por el establecimiento del estan-
co del tabaco (1782), la mejor administración del tributo indígena y la cons-
titución de la alcabala, de la que las islas estaban exentas, hasta finalmente la
creación de la Intendencia, que pese a su corta duración, contribuyó a restar
poder a los alcaldes mayores y corregidores, sobre todo porque fue asociada
a la desaparición de los repartimientos de dinero. Esta estrategia imperial,
que se analiza en el contexto de la controversia que generó la imposición de
las reformas, acabó con el monopolio del galeón y, por lo tanto, con la in-
fluencia de los mexicanos en la economía filipina. Impuso, además, solucio-
nes de signo fisiocrático para el fomento de la agricultura e industria popu-
lar, que acabarían por impulsar una singular economía de plantación. En
ella, los mestizos de chino y filipina desempeñan un papel fundamental
–junto con la expansión tabacalera impulsada por la administración–, colo-
cando en el mercado mexicano y español (y más adelante en el internacio-
nal) determinados productos e inputs textiles, como el algodón, el abacá y el
añil, y estimulantes y asociados como el café, el té, el azúcar y el tabaco. Esto
es lo que permitió en definitiva que las islas conquistadas por Legazpi rom-
pieran definitivamente con la tutela mexicana al desaparecer físicamente el
INT RODUC C IÓN 25

situado y el galeón con la emancipación de Nueva España. Las Filipinas


habían dejado de ser una colonia mexicana y en el siglo XIX se convirtieron
en una colonia española.
Muchas personas han contribuido a mejorar el contenido de este libro.
Aun a sabiendas de las dificultades de enumerar a todas ellas, quisiera agra-
decer, en primer lugar, la colaboración de mis colegas Josep María Delgado
y Josep María Fradera, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, las
sugerencias realizadas a algunos de los capítulos que aquí se presentan. Tam-
bién a Carlos Sempat Assadourian y Manuel Miño, de El Colegio de Méxi-
co, y Margarita Menegus, de la U NAM . Carlos Marichal, Johanna von Gra-
fenstein, Antonio Ibarra y Guillermina del Valle, con quienes coincidí en
algunos seminarios y simposios en México y otros lugares, aportaron nota-
bles observaciones que sin duda contribuyeron a mejorar la calidad de algu-
nos textos. Al Instituto Mora, y especialmente a la figura de su director Luis
Jáuregui, sin cuyos buenos oficios hubiera resultado más complicada la pu-
blicación del texto, he de extender también este agradecimiento. Y finalmen-
te a Josep Fontana, del Instituto de Historia Jaume Vicens Vives, con quien
he contraído tantas deudas intelectuales, por su amabilidad en acceder a
realizar un prólogo tan bello y enjundioso en un tiempo tan exiguo como el
que suelen darnos las editoriales.

México D. F. y A Coruña (2004-2006)

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