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Las frías calles de piedra volvían a ser su única compañía de vuelta a casa.

Esa última copa lo había destrozado por eso decidió entrar al mugroso baño del bar de
la esquina para otra dosis que le levantaría el ánimo queque fuera por una hora o dos.
Esperaba llegar a casa y caer en la inconsciencia para no sufrir los constantes delirios
producidos por el “Qué hubiera pasado si…?” .

Encendió un cigarrillo para combatir el frío aire invernal mientras recordaba aquella
perfecta tarde de septiembre de hace ya unos años… aquella sonrisa, el vestido rojo y
su olor. Un olor que le hacía saber que, pasara lo que pasase, todo iba a estar bien.
Pero ella ya no estaba, le dolía recordarlo, pero no podía evitarlo, de alguna manera,
había conseguido formar parte de él en tan poco tiempo, como una parte esencial de
su cuerpo, que si no la tuviera, sería insoportable vivir.

El sol se asomaba entre los tejados de la vieja ciudad de piedra, cuando se percató que
dos hombres lo seguían.
Cruzó en la siguiente calle para comprobarlo, y, efectivamente, los hombres cruzaron
tras él. Uno era alto y fornido, de ojos claros, pero duros, no reflejaban ni el más
mínimo rastro de haber sentido algo antes. El otro, en cambio, caminaba torpemente
por detrás de su compañero,tenía el pelo negro y vestía una chaqueta de cuero negra
que le daba un aire sombrío.

Ya era la tercera vez que cambiaba el rumbo y los dos individuos caminaban tras él
como una sombra. Comenzaba a inquietarse, no quería más problemas; aún tenía el
pómulo hinchado y los nudillos rotos por su última pelea con aquellos niñatos que
decían ser comunistas y llevaban svásticas tatuadas…

Aún le faltaban unas seis cuadras para llegar a su casa, la ciudad dormía a pesar de la
luz… Volteaba hacia atrás continuamente, pero, de repente, los hombres habían
desaparecido; eso lo calmó un poco, así que encendió otro cigarrillo; pero, al girarse se
encontró frente a frente con el hombre alto, pudiendo ahora detallar su rostro
inmutable.

Un fuerte empujón lo tiró al piso. Tumbó su cigarro, por el mareo del vino le costó
levantarse. Otro empujón vino seguido de numerosas patadas a sus costillas; se hizo
un ovillo para protegerse, pero fue inútil.Sentía un ardor en su pecho con cada golpe.
Ahora en su espalda. Perece que el otro individuo había decidido sumarse a la golpiza.

Un líquido caliente goteaba por su nariz, los hombres comenzaron a gritar, pero él no
entendía nada. De repente, los golpes cesaron.Intentó abrir los ojos, pero le fue
imposible.
Un ruido seco, seguido de un fuerte ardor atravesó su pierna. Soltó un alarido; sentía
que que se le quemaba el cuerpo. Otro ruido, el horrible ardor de nuevo, esta vez sintió
como el fuego recorría cada rincón de su ser, quemando sus entrañas poco a poco,
hasta que ya no sintió nada.

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