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Entre 1870 y 1900 empezaron a difundirse una serie de innovaciones de primer orden que
marcaría el desarrollo económico mundial durante un siglo, hasta la década de 1970. Este
conjunto de innovaciones recibe el nombre de Segunda Revolución Tecnológica. En conjunto,
su difusión no se generalizó hasta después de la Primera Guerra Mundial.
El otro gran metal de la Segunda Revolución Tecnológica es el aluminio, que se utiliza para
confeccionar desde utensilios de cocina hasta motores, pero su gran cliente será una nueva
industria, la aeronáutica. El aluminio era considerado casi como un metal precioso hasta que
se descubrió un procedimiento de obtención barato mediante la electrólisis.
El otro grupo de materiales nuevos corresponde a la industria química, como la pasta de papel,
el cemento, los abonos artificiales, los derivados de caucho y, en el campo farmacéutico, la
aspirina. Sin embargo, el aspecto principal es el desarrollo de la química orgánica. Los primeros
productos de esta rama de la química industrial fueron los colorantes artificiales y, en las
siguientes décadas, desde explosivos hasta pinturas, productos farmacéuticos, celuloide, fibras
artificiales y plásticos.
Finalmente, un nuevo empuje para esta rama industrial vino después de la Segunda Guerra
Mundial con la explotación sistemática del petróleo como materia prima. Pero cuando el
petróleo adquirió auténtica importancia fue al ser transformado en gasolina, gasóleo o fueloil,
y utilizarse como carburante de un nuevo motor, el motor de combustión interna. El invento
básico fue del alemán N.A. Otto en 1876, pero hicieron falta muchas mejoras posteriores para
que fuera útil. Los primeros trascendente fue, sin lugar a dudas, el motor eléctrico. El motor
eléctrico no es más que un generador que funciona al revés, es decir, la misma máquina que
recibe energía y la transforma en electricidad puede recibir electricidad y transformarla en
energía. La primera aplicación del motor eléctrico fue en el transporte. En 1879, el mismo año
en que Edison inventaba la bombilla incandescente, Siemens presentaba en Berlín el primer
ferrocarril eléctrico. Las grandes ciudades se dotaron de ferrocarriles eléctricos subterráneos.
En cambio, la electrificación de las grandes líneas de ferrocarril no se produjo de forma masiva
hasta después de la Segunda Guerra Mundial. La comodidad y el ahorro que esto conlleva
permitieron reorganizar la producción. Dado que ya no se dependía de una fuente de energía
central ni de un complicado juego de embarrados y correas para la transmisión. El motor
eléctrico puede ser aplicado directamente a cada máquina y la energía se puede utilizar de
forma intermitente y con la potencia adecuada. El motor eléctrico permitió mecanizar muchos
procesos industriales que necesitan poca potencia energética y discontinua y prescindir a la
vez de la concentración de la producción en la fábrica. Si la máquina de vapor había
comportado el Factory-system, el motor eléctrico hizo posible el pequeño taller mecanizado y
el homo Mossan para procesos electroquímicos destinados a la obtención entre otros
productos, de carburo de calcio, utilizado en muchos procesos químicos. Entre muchos otros
productos, la electrólisis permitió el abaratamiento de la producción de aluminio. Además de
su importancia en todos estos sectores, la electricidad genero asimismo un sector industrial
propio, tal y como el ferrocarril había hecho en la etapa anterior. Había que fabricar
conductores, aislantes, interruptores, bombillas, motores, dinamos para centrales eléctricas y
aparatos de control, productos que dieron lugar a grandes empresas internacionales todavía
existentes hoy en día, como por ejemplo la holandesa Philips.
La cadena de montaje elimina los tiempos muertos y aumenta la productividad del trabajo.
Además, permite contratar al personal no especializado, lo cual reduce los costes de
producción. Los inconvenientes son la descalificación del trabajador y el aumento de la fatiga,
de modo que fue necesario reducir la jornada laboral y aumentar los salarios.
El primer reto fue el aumento tanto del tamaño como de la competencia del mercado. Era
posible obtener una porción más grande de mercado, pero existía el riesgo de ser expulsado
de él. La característica principal de las condiciones del mercado de la Segunda Revolución
Tecnológica fue la aparición de la gran empresa dedicada a producir y distribuir en masa, para
así poder aprovechar las economías de escala en la producción y en la velocidad de circulación
de capital. La lógica de la gran empresa conduce a la integración tanto vertical como
horizontal.
En ambos casos se trata de evitar la competencia para obtener las materias primas o los
productos intermedios y para vender sus productos propios. Al lado de la gran empresa, los
productos diferentes y las situaciones distintas del mercado permiten el mantenimiento y la
competitividad de empresas medianas y pequeñas, más especializadas y flexibles.
Las economías de escala que se pueden obtener con una producción en masa y con la
integración de empresas comportan unas deseconomías de escala en la gestión. Estas
deseconomías son muy inferiores a las economías de escala en la producción, sin embargo, si
no se resuelven bien, los problemas de gestión y de organización pueden influir negativamente
en la competitividad de la empresa.
El primer punto a tener en cuenta es que las nuevas empresas son sociedades anónimas y que,
a partir de la Primera Guerra Mundial, en muchas de ellas la propiedad no participa en la
gestión más allá del control que ejerce el consejo de administración. Las personas que dirigen
la empresa no son más que unos asalariados distinguidos.
El elemento más destacado del desarrollo Agrario fue la multiplicación de los rendimientos
obtenidos de la tierra y la productividad del trabajo.
La producción por unidad de superficie aumentó gracias al empleo de técnicas que implicaban
la adquisición de productos o servicios ajenos a la propia explotación. Destaca la selección de
semillas, que supuso la introducción de las semillas híbridas, de rendimientos muy superiores y
más resistentes a las plagas que las naturales y que pueden fabricarse adaptadas a cada suelo
y clima. Como consecuencia, entre 1870 y 1980 el rendimiento de los cereales en los países
desarrollados tuvo un gran aumento. Finalmente, una fuente de mejora de los rendimientos
fue la especialización de las diversas áreas de cultivo en aquellos productos más adecuados a
las condiciones del suelo y a la disponibilidad de otros factores.
En cuanto al ahorro de trabajo, la innovación más decisiva, fue la difusión del tractor. El tractor
transformó la vida del campesinado y la organización agraria, ya que, multiplicaba la
productividad del trabajo y permitía disponer de la tierra que antes había que dedicar a
producir alimentos para los animales de tiro. También han tenido mucha importancia las
máquinas recolectoras.
Un último aspecto significativo fue la extensión del cultivo de algunos productos tropicales,
como el algodón o el azúcar. Lo mismo puede decirse de los nuevos productos de plantación,
como el café, el té, el caucho…
Los problemas demográficos de los países ricos proceden de su baja natalidad. En 1930
algunos países no alcanzan los dos hijos por mujer, hecho que provoca un descenso de la
población, que se supera en las décadas siguientes. La crisis demográfica de los años treinta y
la posterior recuperación fueron debidas a razones económicas que introducen variaciones en
el índice de soltería definitiva y en la edad de contraer matrimonio. El nuevo descenso a partir
de los años setenta tiene razones relacionadas con las nuevas formas de concepción de la
familia, el trabajo y el ocio. El matrimonio ya no se considera una finalidad primordial ya que
además los costes de tener un hijo o un nuevo hijo son cada día más elevados. A todo esto,
hay que añadir que el nivel de vida que se desea transmitir a los hijos es cada vez más alto, lo
cual lleva a una restricción en el número de hijos de las parejas.
Además, se ha producido una reacción en la mayoría de los países ricos que ha comportado
una cierta recuperación de los índices de fertilidad. Los resultados de esto son el
envejecimiento de la población la falta de mano de obra para los oficios más incómodos y
menos remunerados, que exigen el recurso a la inmigración.
Dado que estos países son a la vez países subdesarrollados se ha tenido que pensar que el
crecimiento de la población impide el desarrollo económico y condena a estos países a una
renta per cápita descendente. El aumento de la población es superior a la capacidad de
formación de capital y por lo tanto hace disminuir el stock de capital por trabajador y con él su
productividad. La tierra y el agua también disminuyen mientras crece el gasto en sanidad y en
educación. Dado que la mayor parte de los ingresos deben dedicarse a la alimentación. La
realidad de la presión emigratoria es que lo realizan por la esperanza de alcanzar mejores
condiciones de vida por la imposibilidad de vivir en su país de origen.
El análisis del PIB enseña la diversidad de los ritmos de crecimiento entre fases y países. A
pesar de las dos guerras mundiales, el crecimiento global ha sido muy notable e intenso,
siendo la época dorada la de mayor expansión. De 1929-1950, tuvo lugar una de las fases con
más dificultades por la crisis de los años treinta y de la II GM. Al analizar la trayectoria de los
países las dos fases posteriores a 1950 tienen un carácter distinto en los países más
desarrollados y en los grandes países asiáticos.
Aunque la India y China mejorasen su renta por habitante a un ritmo inferior, a partir de 1973
su crecimiento fue espectacular. La Unión Soviética, Japón y Brasil tuvieron un peculiar
crecimiento ya que el resto de los países tendían a descender en cuanto a expansión.
Antes de la I GM existió una primera fase donde países europeos continentales, los americanos
y Japón consiguieron una renta similar a la de los países ricos. Entre 1913-1929 afectan las
políticas contradictorias y los efectos de las guerras. Entre 1950-1973 la convergencia vuelve
con fuerza a GB, Australia y EE. UU. Los treinta años posteriores a la crisis de la década de 1970
supusieron un extraordinario crecimiento de los países asiáticos. Desgraciadamente, esta
nueva fase de convergencia aún no se ha generalizado a otros continentes, donde coexisten las
trayectorias positivas de algunos países con las muy serias dificultades de otros.
Según Pollard, la depresión iniciada en la década de 1870 representó una ruptura del
capitalismo, se pasó de una fase de cooperación entre países a una fase de industrialización
concurrente y de habilidad entre los estados. Las razones son el incremento de la capacidad de
producción y el crecimiento del poder del Estado. El incremento de la capacidad de producción
derivaba en crisis de sobreproducción. Estas crisis podían ser sectoriales o de alcance
territorial limitado, aunque también se produjeron generales. La respuesta típica a las crisis era
defensiva, mediante barreras arancelarias, y ofensiva, con la conquista y reserva de mercados
coloniales.
Las causas principales del conflicto giraron en torno al Estado. Se trataba tanto de conflictos
internos derivados de causas políticas, sociales o nacionales, como de conflictos externos
debidos a enfrentamientos entre estados. Esta conflictividad está relacionada con el aumento
del poder del Estado, su intervención en la vida económica y la tendencia a usar su fuerza para
solucionar conflictos políticos y económicos. A partir del último cuarto del siglo XIX, algunos
factores como la mejora de la organización, del armamento y de las comunicaciones
colaboraron en la consolidación y en el aumento del poder del Estado, que permitían un
aumento de su intervención en cuestiones económicas, con medidas a favor de la
industrialización y en defensa del mercado.
A la vez, se produjo el cierre de filas de la burguesía en torno al estado, al cual se le pedía que
garantizará la producción ante la competencia exterior, y en el interior, el predominio social y
político de la burguesía ante las aspiraciones de los trabajadores y contra las ideologías que
proponían la sustitución del capitalismo por sistemas más igualitarios desde el punto de vista
social. Dado que las organizaciones sindicales y los partidos obreristas reivindicaban el
internacionalismo de la clase trabajadora, la burguesía se aferró a la defensa del Estado.
El aumento de poder del Estado se manifiesta en las políticas internas con una tendencia a la
uniformización y el refuerzo del concepto de estado-nación. La contrapartida fue la aparición
de movimientos nacionalistas y una rivalidad creciente entre los estados. La lucha por la
conquista de los mercados, las crisis de sobreproducción, los conflictos entre estados y
pueblos y las luchas sociales, provocaron enfrentamientos.
Desde los años 70 del XIX hasta la actualidad se distinguen cuatro fases.
Durante la depresión de finales del siglo XIX, mientras las innovaciones tecnológicas
presentaban una aplicación lenta y restringida, las disputas por el control de los territorios
colonizados, las reclamaciones territoriales y el malestar de los pueblos sometidos, dieron
lugar a enfrentamientos en varios lugares del mundo.
La guerra se cerró con una paz impuesta por los vencedores. Durante el conflicto, la
Revolución Rusa dio lugar a la implantación de un estado marxista. La presencia de un régimen
de carácter revolucionario marcó la evolución política internacional durante más de 70 años.
La reconstrucción posbélica se llevó a cabo en medio de dificultades económicas y políticas, y
en el marco de un refuerzo del proteccionismo y del endurecimiento de la lucha social. Ante el
peligro, las clases dominantes de algunos países creyeron que el Estado liberal no era eficaz en
la defensa de sus intereses y respaldaron movimientos fascistas, que aseguraban su
predominio político social y económico. En los lugares en los que este movimiento triunfó, se
organizaron regímenes de partido único, dirigidos por un líder dictador, subordinando la
economía a la política y los derechos y las libertades individuales a los intereses del Estado y
del partido, con un recurso continuo a la violencia.
El ascenso de los partidos fascistas se vio facilitado por los problemas de la posguerra y por la
Gran Depresión. La crisis fue propiciada por la creciente polarización de la renta y por la
obsesión por reinstaurar el patrón oro. Iniciado el declive, los errores de la política monetaria,
el mantenimiento de políticas ortodoxas y el aumento de las barreras arancelarias, agravaron
la situación.
Este segundo gran conflicto del siglo XX fue un enfrentamiento ideológico, por este motivo y
por la mala experiencia de la solución dada a la Primera Guerra Mundial, se intentó salir de la
Segunda Guerra Mundial con la mayor colaboración y cohesión posibles. Este espíritu de
entendimiento no logró incorporar a la URSS ni a los países de su influencia.
A partir de estas premisas, la economía mundial vivió una etapa de crecimiento sin parangón
en ningún otro momento de la historia.
Un hecho relevante fue la implantación del Estado del bienestar, que permitió que las ventajas
derivadas del crecimiento económico llegasen a la mayoría de la población. La expansión
económica afectó a los países de economía planificada e incluso a los países más pobres de
Asia y África. Esta etapa suele darse por acabada en el año 1973, con la crisis del petróleo.
A partir de 1973 inicia una fase de crecimiento inferior y más irregular. Se ha agotado la
capacidad de crecimiento generada por las innovaciones de la Segunda Revolución
Tecnológica. Se trata de un momento de crisis que comporta cambios estructurales y un
posicionamiento diferente de los factores de producción. Desde una perspectiva política, esta
etapa se ha caracterizado por las crisis y desaparición de los regímenes comunistas europeos y
el ascenso de movimientos de raíz religiosa y carácter intransigente. La lucha de los gobiernos
occidentales contra las fracciones más radicales de estos movimientos no ha hecho más que
mostrar las limitaciones de la acción militar y exacerbar las bases mismas del enfrentamiento.
En este contexto, el imparable ascenso de China como potencia mundial representa un desafío
para la hegemonía de EE. UU. y de sus aliados, y una dificultad a la extensión de la democracia
y de los derechos humanos.