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(…)
(Sl 138)
¡Mi vida! Dicen que lo que diferencia a un animal de un ser humano es la propia
conciencia de sí, el darse cuenta de la vida de uno. Es un descubrimiento que podemos
pensar como obvio, ¡pero nada más lejos de la realidad! Es un milagro. En algún
momento de la Historia un monillo pasó de vivir indiferente a descubrirse a sí mismo: el
que come, el que duerme, el que berrea y el que corre detrás del coco… ¡soy yo, y nadie
más! Puedo tocarme a mí mismo, mirarme, contemplarme, maravillarme… ¡estoy vivo!
Ningún animal puede hacer esto en modo alguno. Esto es lo que el famoso director
Stanley Kubrick quiso reflejar en la famosa escena de 2001: odisea en el espacio,
cuando el mono se queda pasmado ante su propia imagen reflejada… qué radical
diferencia entre el bicho y la persona. Si lo pensamos seriamente, descubrimos que el
vivir es puro regalo, puro don. El filósofo español Ortega y Gasset afirmaba que la
realidad radical del universo es… mi vida. Es la primera realidad radical que uno, si está
atento, encuentra en su vida. Quizás esto no lo valoramos porque… nacemos viviendo
ya, sin tener una preparación previa; sin explicación, casi de forma precipitada, nos
descubrimos gateando por debajo de la mesa del comedor en nuestras primeras
pesquisas científicas mientras nuestros padres tratan de que tomemos el biberón de una
santa vez. Como diría el alemán Heidegger, somos “arrojados al mundo”. Por eso, es
bueno que, en medio del ajetreo de mi vida, nos paremos, respiremos, y descubramos el
bien radical que supone vivir. Este ejercicio es recomendable también para los niños.
¿En qué consiste vivir? En caminar. Si algo caracteriza la vida es que no sólo es
un regalo, sino que en este mundo es temporal, y tiene una teleología, un destino. De lo
contrario, es un absurdo. Si te fijas, toda la vida me la paso proyectando quién voy a ser,
en función de la llamada a la vida. Pero no es una decisión instantánea, supone camino.
Supone ir definiéndome, eligiéndome, proyectándome en medio de las circunstancias.
Pero ¿Me elijo a la deriva, como un náufrago perdido? No, debo ir contrastándome,
poniéndome frente a la llamada de Dios: tratando de ser quien estoy llamado a ser por el
Señor. Ésa es la vocación: descubrirme a mí mismo. Descubrir que no estoy creado
azarosamente, y ya no me refiero sólo al hecho radical de mi vida, sino al cómo soy,
cuáles son mis cualidades, mis dones, y también mis debilidades. Todo eso lo tiene en
cuenta el Señor a la hora de llamarte: es más, te llama así, tal y como eres. Como dice la
canción “pescador de hombres”: “me has mirado (…), has dicho mi nombre”; “no has
buscado ni a sabios ni a ricos, tan sólo quieres que yo te siga”; “Tú sabes bien lo que
tengo, en mi barco no hay oro ni espadas… tan sólo redes y mi trabajo”. Por tanto, en
lugar de flagelarnos con nuestras debilidades, nuestras limitaciones… ¡mírate con los
ojos de Dios! Eres precioso a sus ojos, eres irrepetible y te ama infinitamente. Te quiere
así, y así eres llamado. No de otra forma. Y no sabrás quién eres realmente hasta que Él
te lo revele: estás toda la vida eligiéndote, fiándote de Él, creciendo por su gracia, para
descubrir lo que auténticamente estás llamado a ser:
“A los que salgan vencedores les daré a comer del maná que está escondido; y les daré también una
piedra blanca, en la que está escrito un nombre nuevo que nadie conoce sino quien lo recibe” (Ap 2, 17).
Tolkien toca este tema de manera admirable en El Hobbit. Aunque sé que todos
os lo habéis leído, y más de una vez, me permito recordaros alguna cosa. Si os fijáis, el
protagonista de todo el libro (la película recorre un tercio del mismo) no es Thorin,
Gandalf, o Smaug… sino un puñetero hobbit. Bilbo Bolsón: externamente un hobbit
comodón, afincado en sus pequeños placeres. No hace mal, pero no es auténtico, porque
no vive lo que está llamado a ser: un hobbit casi legendario. Cuando otro le llama (el
ilustre Gandalf el gris), él está poco dispuesto a vivir. Prefiere comer pescadito frito con
limón. Qué tío… ¡como todos nosotros! Gandalf y los enanos le ponen delante una
aventura, es decir, la posibilidad de vivir auténticamente. Pero él muestra dos
cuestiones entrelazadas: su miedo, su sensación de que es muy pequeño
(“evisceración… ¡incineración!”, “no soy un saqueador… nunca he robado a nadie”); y
sus resistencias y amorcejos pequeños y limitados (“soy un Bolsón… de Bolsón
Cerrado). En cambio, Gandalf ve mucho más allá que todos… y que Bilbo mismo, pues
es (ojo con analogías) como el Llamador: -Gandalf: “si digo que Bilbo es un
saqueador… ¡es que es un saqueador! (…) Hay en él mucho más de lo que las
apariencias muestran, y tiene mucho más que ofrecer de lo que ninguno de vosotros
puede imaginar… ni siquiera él mismo.” Poco después, hablando con Bilbo
personalmente, le recuerda quién está llamado a ser: -“Has estado sentado demasiado
tiempo… ¿Desde cuándo te importa tanto la vajilla de tu madre? Yo recuerdo un joven
hobbit que siempre andaba buscando elfos en los bosques (…), un hobbit al que nada
le habría gustado más que investigar qué hay más allá de los límites de la Comarca. El
mundo no está en tus mapas y libros… está ahí fuera.” Bilbo irá descubriendo a lo largo
de la aventura quién está llamado a ser: se encontrará consigo mismo auténticamente, de
una forma totalmente inesperada y sorprendente. Ésta es la vida, amigos.
De forma también radical eres libre. Una libertad que no consiste en poder hacer
lo que me salga del mismísimo y santo… pie, sino en elegirme. En toda circunstancia
elijo si quiero ser auténtico a mi vocación, o un perezoso y plúmbeo hobbit. Si quiero
VIVIR, si estoy dispuesto a VIVIR, o prefiero quedarme refocilando en mi charca de
miedos y egoísmos, en mi agujero hobbit. Está en tu mano. Gracias a Dios, y esto lo
veremos en sucesivas catequesis, en la vida Dios nos otorga la posibilidad de perdón, de
redención: de volver a empezar cuantas veces haga falta. Lo importante es que yo no
deje de palpitar y luchar por vivir, por ser auténtico a mi vocación, por darle mi vida a
Dios, mi Padre y Creador.