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Darío Lostado

HACIA
LA VERDAD
DE TI
MISMO
OBRAS DEL MISMO AUTOR
La alegría de ser tú mismo
Ama y haz lo que quieras
Vivir como persona ¿Ser algo... o ser alguien?
Pero mi voz me dice
HACIA
la VERDAD
DE TI MISMO
HACIA
la VERDAD
DARIO LOSTADO

DE TI MISMO

TERCERA EDICION

EDITORIAL
KIER, S A
AVDA. SANTA FE 1200 (1099) BUENOS AIRES
Ediciones en español
Editorial KIER S.A. • Buenos Aíres
1°edic. Septiembre 1990
2° edlc. Diciembre 1990
3° edic. Agosto 1991
Diseño de tapa:
Graciela Goldsmidt
Composición tipográfica:
Cálamus
Libro de edición argentina
ISBN: 950-17-0986-8
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
2 1991 by Editorial KIER S.A., Buenos Aires
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
INTRODUCCION

Hace años, en mi juventud y primera madurez, mi


principal preocupación era conseguir una mejor calidad de
vida, física, económica y socialmente.
Mis deseos y anhelos eran los comunes a la mayor parte
de las personas: tener una buena posición social y ser
querido, aceptado y hasta admirado por la gente.
Mis ideas, pensamientos, deseos y proyectos, estaban
calcados de las ideas y proyectos de mis educadores y mi
entorno.
Yo veía que todo aquello era ajeno a mí. Veía que
estaba viviendo alienado.
Aquellas ideas y proyectos podían ser buenos, quizá.
Pero no eran míos, no habían surgido de mí. Era un modo
automático e inconsciente de vivir cada cosa, tanto lo que
parecía aceptable como lo que aparecía como inaceptable.
Poco a poco, Dios sabe cómo y por qué, fui viendo que
La Verdad, Dios, no encajaba con aquellos estereotipos
ideológicos y moralistas que me presentaba e imponía la
sociedad y la educación tradicional, con sus postulados y
principios exclusivos e inflexibles.
Fui viendo que, como Juan Salvador Gaviota, yo tam­
bién tenía miedo de abandonar la bandada de gaviotas que
siguen en la playa arrastrándose en la arena sin atreverse a
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volar, porque así lo hacían todos y no quería ser un renegado
de la bandada.
Poco a poco, fui viendo que El Ser, Dios (no importan
las palabras) se abría paso vivamente en mí y yo empezaba a
romper los barrotes de ideologías filosóficas, psicológicas,
teológicas, sociales... con los que me sentía aprisionado.
Vi el juego de la mente con las ideas.
Hasta las ideas sobre lo más sagrado, se habían conver­
tido en un juego dialéctico académico y en lugar de señalar,
guiar y llevar hacia Lo Significado, se habían convertido en
una maraña de tesis, antítesis y especulaciones teóricas que
no conducían a ninguna parte más allá del juego mental
enervante.
Vi que lo más perfecto es lo más simple.
Y vi también que Lo Simple no se puede encontrar en la
complejidad de la mente sino en la simplicidad de la visión
directa de la Inteligencia.
Y aquí estoy. En esto estoy.
Estoy buscando ver y saborear El Ser en mí, con su
riqueza infinita, en la simplicidad de mi visión interior.
La Realidad, La Verdad es simple. Pero el entramado
mental de ideas sobre La Verdad es muy complicado.
Para expresar y comunicar mi visión del Ser, de La
Verdad, no tengo más remedio que usar ideas y palabras. Pero
he tratado de hacerlo en estas páginas con la mayor sencillez
que he podido.
Expongo cada página tal y como ha brotado espon­
táneamente de mí.
No es éste un ensayo científico ni siquiera didáctico sino
una visión vivencial que intento compartir.
Pero escribo estas páginas no sin un cierto temor y
reparo. Por una parte intento ser ayuda para todos aquellos
que quieren despertar; Pero por otra parte me doy cuenta que
muchos días, en muchas ocasiones, yo mismo estoy todavía
dormido.
¿Me atreveré cuando esté completa y definitivamente
despierto a escribir algo?
Mis palabras son las del montañista escalando el Hima-
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laya trabajosamente, que va contando lo que ve, lo que
siente, lo que hace, lo que vive. La cima está lejos todavía.
Pero sabe que está ahí, frente a él, y se encamina hacia ella.
El camino es duro. Hay desalientos, alegrías, luces,
sombras, tormentas... Pero siempre más allá de las nubes y las
cumbres está el sol radiante, vivificador...
Quiero que mis palabras sean un estímulo para que
desaparezcan las nubes de la ignorancia. Entonces aparecerá
el sol de La Verdad. No hay que buscarlo por ninguna parte
porque está ahí, en cada uno de nosotros. Solamente hay que
hacer desaparecer las nubes creadas por la mente.
Sólo conoce la Verdad, el sol, quien se identifica con La
Verdad y el sol.
No buscamos mejorar nuestra conducta, cambiar de un
modo de ser a otro modo de ser. No.
Buscamos la transformación total. El comienzo de esta
transformación será cuando conectemos con el centro de
nosotros mismos. No importa cuál sea el camino. Lo que sí es
cierto es que hay que cambiar el camino que hemos recorrido
durante la mayor parte de nuestra vida. Hemos ido dando
giros alrededor de un ego individualista y raquítico y hay que
abandonar ese camino para emprender el camino hacia
nuestro centro verdadero.
El laberinto de caminos y atajos más o menos conoci­
dos, ofrecidos comercialmente, se presentan ante el sincero
buscador como un galimatías indescifrable.
Son tantos los caminos y los métodos que no se sabe por
cuál empezar...
Pero hay que ser valiente para ser libres de tantas
autoridades y creencias y lanzarse con decisión a la mayor y
mejor aventura en cada vida humana de toda la Humanidad:
ser uno mismo, vivir desde uno mismo sin ataduras ni de­
pendencias.
Tú eres tu principio, tu camino y tu meta. Y en ti
encontrarás al único principio, al único camino y a la única
meta.

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PRELIMINARES
Si te sientes lleno de tristeza, si te sientes embargado por
la desgracia y la infelicidad, si no sabes adonde ir, qué hacer,
si no encuentras sentido a esta vida que vives, si tienes inquie­
tudes pero no acabas de entender por qué, si quieres encontrar
luz en tu vida, te propongo que te serenes un momerto y
pienses con calma lo que te voy a decir.
La causa de tu infelicidad, de tus dudas y tu confusión
no son las circunstancias en que vives ni el mundo que te ro­
dea, ni siquiera las personas que te molestan y te hacen dajio.
La causa única de tu infelicidad está en ti.
La causa de tu infelicidad es el error que tienes acerca
de ti.
La causa de tu infelicidad es tu “ego”. Tu falsa idea
de ti.
Mientras creas que eres ese ego o falsa idea de ti, mien­
tras no busques y encuentres la Verdad de ti, en ti mismo,
todo cuanto vivas y ocurra cerca de ti será ocasión de desdi­
cha e intranquilidad.
¿Qué debes hacer? Descubrir la Verdad de ti en ti, eli­
minando toda esa telaraña de errores y falsedades sobre ti.
La Verdad siempre está y ha estado ahí, en ti.

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LA VERDAD DE SI MISMO

¿Acaso se puede “decir”, expresar con palabras la ver­


dad de algo? ¿Acaso el “sí mismo” es algo que pueda “decir­
se” qué es? ?
La verdad no es lo que se dice o se piensa.
La verdad es LO QUE ES. La verdad es La Realidad.
Todo lo que yo diga sobre algo, solamente serán ideas
mías sobre ese algo, más o menos aproximadas.
Solamente tiene verdad o es verdadero aquello que no
cambia, lo que es siempre idéntico a sí mismo. Por eso Dios
o El Ser, es la Verdad. Y tú, yo y todos los seres humanos
en lo que somos Realidad, en lo que somos Ser permanente,
Dios, somos también Verdad.
Por eso yo no puedo decirte la verdad de mi mismo ni la
verdad de ti mismo. Solamente insinúo caminos para que
cada uno encuentre la verdad desíjnismo, encuentre lo que
es permanente, lo que es Realidad, la Verdad de sí mismo.
El hablar de '‘mi” verdad y “tu” verdad es un error y un
engaño.No existe “mi” verdad ni “tu” verdad. Lo que lla­
mamos “mi” verdad o “tu” verdad no es sino mis ideas o
tus ideas sobre algo. La verdad no es tuya ni mía. La Verdad
ES. Yo y tú podemos pensar sobre la verdad. Pero lo que pen­
semos nunca será ^a Verdad. Será sólo una idea parcial de la
Verdad en el mejor de los casos.
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Como estamos acostumbrados a pensar y hablar por lo
que oímos de otros, suele decirse frecuentemente: “Esa es
‘mi’ verdad”. Y se dice porque parece una original y bella
frase. Pero debería decirse: eso es lo que yo veo. Nada más.
Así, pues, ¿podemos hablar sobre la verdad de nosotros
mismos? Sí, podemos hablar muchas cosas, pero la Verdad
solamente la poseeremos cuando la veamos internamente,
cuando la sintamos por nosotros mismos, cuando la viven-
ciemos y la vivamos.
Yo solamente intento señalar la dirección. Mis pala­
bras e ideas solamente son una flecha indicadora. La mente
jamás podrá conocer la verdad de nosotros mismos. La men­
te es una ayuda en el camino. Pero llega un momento en que
la mente tiene que callarse. Y en el silencio de la mente, apa­
rece la Verdad. Sólo entonces.
La Verdad es El Ser y La Realidad. Y al Ser sólo se le
comprende, se le VE, con la luz del Ser mismo.
Y ¿cuál es la realidad del SI MISMO? ¿Cuál es nuestra
verdad? ¿Cuál es la verdad de lo que somos?
El que sueña cree que es real eso que está soñando.
Chuang-Tsé tuvo un sueño en el que creía que él era
una mariposa que iba libando de flor en flor.
Al despertar, estaba aturdido pues no sabía si aquello
había sido un sueño o es que en realidad él era una mariposa
que ahora estaba soñando ser un hombre.
¿Cuál era la realidad y cuál el sueño?
Todo pensamiento es un juego mental.
El pensamiento, el juego mental puede adquirir infini­
tas formas. Pero es evidente que ningún pensamiento, ningún
contenido de la mente es real. Y por consiguiente ningún
pensamiento es La Verdad.
Por eso estas páginas las he titulado “hacia” la verdad
de ti mismo.
Solamente cuando contactemos y vivenciemos la Reali­
dad de nosotros mismos conoceremos nuestra Verdad. Y eso
no se consigue únicamente pensando, lucubrando, razonando.
La Verdad, La Realidad última no puede ser percibida
ni por los sentidos externos ni por la mente. Es vivenciada
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por la conciencia interna, directa e inmediatamente.
Lo que conocemos sobre el mundo exterior lo conoce­
mos y percibimos mediante los sentidos y la mente. Ambos,
tanto los sentidos como la mente “colorean” según su capa­
cidad y sus propios condicionamientos esos datos que perci­
bimos en el exterior.
La creencia común es justamente todo lo contrario. Se
cree que la realidad exterior visible y tangible es la verdadera
realidad y según muchos ésa es la única realidad. Se suele
pensar que lo real es lo que se palpa y lo otro, es decir lo que
los sentidos externos no pueden percibir, eso se considera
como ideal, imaginario, abstracto. Esa es la concepción sen-
sista en la que hemos sido educados. Así es lo que parece
ser cuando se miran las cosas superficialmente, aunque sean
científicos o gente importante quien lo defienda. Estoy con­
vencido de que mi visión no es la corriente. Pero es la de quie­
nes han vivenciado y experimentado La Realidad, Dios. Todos
sabemos pot experiencia cómo nos engañan los sentidos y
la propia mente. La mente está condicionada por conoci­
mientos y experiencias anteriores.
Solamente la luz de la conciencia intema nos da segu­
ridad de la verdad de todo cuanto ve y conoce.
Esa luz interna es la única que nos hará Ver y Sentir
la verdad de lo que somos.

16
PARA QUE y PARA QUIENES

Este libro como todos los libros sobre la búsqueda de


La verdad de sí mismo, solamente sirve para aquellos que
sienten una auténtica y verdadera demanda interna de ver­
dad por encima y aparte de todos los intereses egocéntricos
de bienestar, salud, éxito o cualquier otro objetivo inferior.
Este libro y todo libro sobre este tema tampoco sirve,
porque ya no les es necesario a aquellos que ya encontra­
ron, ven, sienten y viven desde la luz y la verdad de su Ser in­
terior. Porque este libro va dirigido a un mejor discerni­
miento de la mente. Y quienes ven y viven desde su ser inte­
rior ya están más allá de la mente.
El día más feliz y pleno para una persona es aquel en
que ya no necesita libros, el día en que ve con toda clari­
dad que todos los maestros y todas las enseñanzas están en
uno mismo. Y esto no lo sabe intelectualmente sino que lo
ve, lo siente, lo experimenta.
Es entonces cuando La Sabiduría le habla directamen­
te. El está en La Sabiduría y La Sabiduría está en él. Mejor
aún, él es uno con La Sabiduría.
Lo paradójico es que eso ya lo somos. Por lo menos
en teoría.
Tú, yo y cada uno de los seres humanos somos sabios,
somos uno con la sabiduría, con la luz, con la felicidad.
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Pero no nos lo creemos porque vivimos llevados y traídos
por las ideas y conceptos de nuestra mente. Somos la luz
pero vivimos entre telarañas grises y oscuras de la mente.
Somos sabiduría luminosa pero vivimos absortos y embau­
cados con tenues chispacitos momentáneos de la razón y la
mente, en la que nos han entrenado como si fuera el “no
va más”, el gran poder humano.
Viviendo siempre en el mundo ilusorio de las ideas,
vemos como inalcanzable el mundo de la Realidad verda­
dera. Y ese mundo no es lejano. Somos esa misma realidad.
Pero no nos damos cuenta. Somos La Realidad, pero no la
vivimos.
Somos ricos pero vivimos como pobres harapientos
menesterosos. No nos damos cuenta de que somos la misma
riqueza.
Mientras no nos demos cuenta que vivimos con los
signos invertidos, no llegaremos a sentir La verdad de noso­
tros mismos.
Vivimos lo irreal como si fuera real y a lo verdadera­
mente Real lo consideramos irreal, lejano y utópico.
Este libro, estos libros, tienen como finalidad ir gol­
peando la mente para que empiece a despertar, para que
salga de su sueño. Quien sueña y quien despierta es uno
mismo. Yo no puedo despertar por ti ni tú por mí o por
otro. De nada sirve que a uno le digan que está durmiendo
y soñando. Solamente cuando salga del sueño se dará cuen­
ta de que estaba soñando. Mientras sueña, el sueño es lo real
para él.
Como el hombre moderno está demasiado ocupado
“con sus cosas”, he preferido exponer las ideas en capítu­
los cortos. Apenas hay una elemental ilación entre unos
y otros de tal manera que pueden leerse por donde se va
abriendo el libro.
Mis palabras intentan solamente golpear tu mente y
tu corazón para ayudarte a despertar o permanecer des­
pierto. Yo no pretendo ser tu guía o maestro porque tu
mejor maestro está muy cerca de ti, está dentro de ti. Escú­
chalo a él.
18
Cuando el buscador de la Verdad ve que hay tantos y
tantos caminos, métodos, sistemas, miles de escuelas de
yoga... se siente perplejo, sin saber qué dirección tomar.
Yo no propongo ningún método, ningún camino. Ya
hay bastantes por no decir demasiados.
Yo solamente te propongo lo que tú, por ti mismo,
y en tu propio camino puedes hacer y caminar.
Lo único que has de tener en cuenta es que la mente
te pondrá muchas trampas en el camino.
Tu “yo” inferior se te aparecerá disfrazado de luz. Tus
ideas rondarán por tu mente como si fueran intuición o ilu­
minación interna. Tu ego sutil y antojadizo se deslizará
siempre con sus infinitas caretas.
Tú deberás discernir lo que son deseos egoístas del “yo”
inferior, de lo que son aspiraciones del ser interno o tu “yo”
superior.
Los deseos y apetencias inferiores suelen aparecer en la
mente como si fueran intuiciones profundas del yo superior.
No te dejes engañar.
Si tienes una genuina y auténtica aspiración de conocer
La Verdad de ti, esto es para ti. ¡Adelante!

19
QUE BUSCAMOS

Este no es un ensayo literario, ni filosófico, ni psicoló­


gico, ni científico.
Este es un ensayo vivo, vivencial.
Es un esfuerzo o un intento de buscar la Verdad. Pero
no la verdad científica sobre algo, ni la verdad abstracta
metafísica.
Es la señalización del camino para encontrar la Verdad
de sí mismo, en sí mismo.
¿Dónde podría, si no, buscarse y encontrarse la Ver­
dad de sí mismo sino donde ella está?
Pero hay un grave obstáculo ya de entrada y es que cree­
mos que somos lo que no somos. Es necesario identificar
con claridad al sí mismo. Es necesario desenmascarar al
falso “Yo” que creemos ser.
Y lo que creemos ser es muy deficiente, muy negativo,
por más que nos pasemos la vida tratando de demostrar que
somos una maravilla. Pero como en nuestro interior nos
creemos poca cosa, huimos de nosotros mismos, tememos
conocer la verdad sobre nosotros mismos. Aunque la Verdad
es muy distinta de lo que creemos.
Puesto que vamos a hablar en este ensayo sobre la Ver­
dad más importante para cada uno de nosotros, yo debo tam­
bién decir la verdad sobre el motivo de escribir estas páginas.
20
Todavía no estoy muy seguro de haber elegido la deci­
sión correcta al escribirlas. Me da la impresión de que me ha
ocurrido lo mismo que le sucede a quien ha recibido una gran
noticia o ha tenido una intuición o experiencia luminosa y
tiene prisa en contarla a otros. No puede guardársela para
sí mismo.
Y justamente por esto es por lo que no estoy seguro de
haber obrado correctamente, al ceder al impulso de contar
mis intuiciones o experiencias porque en estas situaciones
es el ego impaciente el que está tratando de manifestarse. Si
es así, quizá dentro de un año o dos, cuando vaya quitando
los disfraces de los innumerables “yoes” con que nos sole­
mos disfrazar, podré ver si alguno de ellos estaba moviendo
mis dedos para escribir.
Sí estoy seguro de algo: quiero compartir la verdad que
voy viendo de mí mismo con todos aquellos buscadores sin­
ceros que aman la verdad más que nada y antes que nada y
que nadie.
Este libro es para aquellos que tienen como amor, de­
seo, anhelo y objetivo principalísimo, el más importante y
quizá el único, ver la verdad donde ella está. Buscamos la
verdad sin condicionamiento alguno por ideas, escuelas o ideo­
logías. Nuestra conciencia es lo suficientemente capaz para
hacer la investigación por sí misma.
Está dedicado este libro a todos aquellos que desean
sinceramente encontrar la verdad de sí mismos. No importa
su ideología, religión o cultura.
He procurado por eso evitar el uso de palabras y expre­
siones técnicas o en sánscrito que podían ser más expresivas
y apropiadas, pero no tan asequibles para algunas personas.
He tratado de ser lo más llano posible en todas mis exposi­
ciones. No veo que para decir algo importante o profundo
deba usarse un lenguaje rebuscado.
Este no es el típico ensayo de erudición.
Existen muchos ensayos que cumplen todas las leyes de
la investigación con términos y fraseologías muy técnicas
y especializadas, solamente asequibles para los especialistas
en la materia. Al leerlos uno queda con la impresión de que su
21
autor es culto e instruido. Pero el contenido es como una ne­
bulosa irresoluble e ininteligible. Al final uno se pregunta:
¿qué enseñanza útil me ha aportado para mi vida? A veces
el aporte es una mayor confusión intelectual.
Estas páginas no quieren ser eso. Ño pretenden set un
escaparate de erudición sino que quieren por el contrario,
ser una ayuda orientadora para el hombre de la calle con
alguna demanda y aspiración interior de encontrar un senti*
do a su vida, de conocer cuál es el sentido de su existencia,
quién es él mismo y qué razón hay para estar aquí en el
mundo con todos los avatares y problemas de la existen­
cia.
En todas mis páginas trato de repetir la misma me­
lodía en distintas tonalidades.
Trato de insinuar que todos nuestros problemas tienen
un origen y causa básica común y en consecuencia la solu­
ción de todos esos problemas también tienen un mismo
denominador común.
Este ensayo tiene intención de utilidad práctica. In­
tenta ayudar a VER, intenta ayudar a SER, a que cada per­
sona vea lo que es y sea y viva lo que ES.
Después de eso la persona podrá jugar los juegos socia­
les, científicos, artísticos, políticos..., con su inquieta y agi­
tada mente, como determine jugarlos. Pero los jugará sa­
biendo que son juegos.
Todos esos juegos deben jugarse después que el proble­
ma básico está resuelto. Porque de otro modo esos juegos
se convierten en pequeñas o grandes batallas, con momentá­
neos y eventuales vencedores y vencidos, cambiantes tiranos
y tiranizados que van creando uno tras otro los problemas
que luego paradójicamente se intentan resolver por los mis­
mos que los provocaron.
Así quedamos encerrados en un círculo vicioso, en el
eterno tejer y destejer de Penélope.
Si se resuelve el problema básico de nuestra vida, es de­
cir, si tenemos conciencia y comprensión práctica de lo que
somos y son los demás, los juegos que juguemos en la vida
no serán una eterna competencia y constantes luchas entre
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rivales sino que serán juegos del propio desarrollo.
No pienso en un quimérico mundo feliz total.
Pienso en los pequeños mundos felices de las personas
que decidan vivir la Verdad de sí mismos.
El mundo total está compuesto de estos pequeños
mundos personales.
Yo creo en la armonía, claridad, lucidez, paz, desarro­
llo y felicidad del pequeño mundo interior de la persona.
Creo también en la influencia eficaz y silenciosa de
esas personas lúcidas y luminosas que no figuran en los pri­
meros puestos de la sociedad, que no aparecen en los me­
dios de comunicación, que no son tenidas en cuenta, desco­
nocidas y a veces menospreciadas, que viven y mueren, que
aparecen y desaparecen como estrellas luminosas en el fir­
mamento de la Humanidad.
Creo en estas vidas mucho más que en los altisonantes
discursos de los políticos de turno y el activismo frenético
de los socialmente triunfadores.
Este ensayo no es ni puede ser un ensayo científico,
porque aunque algunos hablen de la ciencia del conocimien­
to de sí mismos, ese conocimiento y esa investigación no es
científica. El conocimiento, la investigación y la experien­
cia de sí mismo es Sabiduría.
La ciencia es deductiva o inductiva. Es discursiva.
La Sabiduría es intuitiva inmediata y directa. Sin de­
ducciones ni discursos, hasta sin palabras ni conceptos en sí
misma, aunque se usen las palabras y conceptos para comu­
nicarla y expresarla de alguna manera.
En La Sabiduría SE VE.
En la ciencia se juzga, se deduce e induce y se razona.
En la Sabiduría hay luz, inteligencia intuitiva directa.
En la ciencia hay juicios y razonamientos verdaderos y
erróneos. No siempre hay luz. Y muchas veces cambios y
contradicciones.
En La Sabiduría se conoce al sujeto que conoce.
En las ciencias se conocen objetos y situaciones objeti­
vas.

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La Sabiduría es conocimiento de la Causa primera.
Las ciencias son acerca de los efectos.
La Sabiduría es de Lo invisible.
Las ciencias de lo palpable y sensible.
La Sabiduría es de La Realidad esencial.
Las ciencias, de las formas accidentales.
La Sabiduría es de La Realidad que sustenta.
Las ciencias son de lo sustentado.
Como se ve no siempre van unidas La Sabiduría y la
ciencia.
Hay sabios cultos y sabios incultos, como hay científi­
cos sabios y científicos no sabios.
La Sabiduría no requiere conglomerados de conoci­
mientos.
La Sabiduría es el conocimiento de lo simple. Siempre
lo más perfecto es lo más simple.
Nuestro Ser, el Ser, la base de todo, objeto de nuestra
investigación es lo más simple, lo invisible, base y causa de
todo lo visible.

24
EL GRAN DESCUBRIMIENTO

Admiramos los grandes adelantos modernos.


Estamos a la expectativa de saber qué habrá en el espa­
cio exterior. Estamos ansiosos por encontrar remedios contra
el cáncer o el SIDA...
Pero hay un descubrimiento mucho más importante y
muy superior a todos esos y a cualquier otro que podamos
soñar.
El día en que una persona descubra y sepa con toda cla­
ridad no sólo intelectual o teóricamente sino por experien­
cia y evidencia directa QUE ES Y QUIEN ES, ese día su vida
habrá adquirido un nuevo y verdadero sentido. Ese día los
hallazgos del espacio tendrán apenas el valor de una simple
anécdota y el cáncer o el SIDA con su correspondiente con­
notación de muerte, no significarán más que lo que supone
que una hoja de un árbol se caiga en otoño.
El día que experimentemos cuál es nuestra auténtica
naturaleza, todo el mundo con sus “grandes” problemas,
sus grandes adelantos, sus grandes acontecimientos, se nos
antojará como un sueño infantil ilusorio e intrascendente.
Todo lo que ahora nos asusta, nos preocupa y nos conmueve,
nos dará risa.
Mientras sigamos considerando esa pregunta, ¿Quién
soy? como una mera teoría o como un simple interrogante
25
más de nuestra vida al que buscamos una respuesta inte­
lectual, todo lo que estoy diciendo parecerá un absurdo ina­
ceptable. Lo sé. No tengo la pretensión de que sean muchos
los que crean y admitan de entrada lo que digo. Pero sé
que alguno de mis lectores será “tocado” por estas reflexio­
nes y empezará a disponerse para EXPERIMENTAR y VI-
VENCIAR su propia realidad, la Verdad de sí mismo, que
sobrepasa con creces cualquier otro descubrimiento intelec­
tual por grande o importante que parezca.
El llegar a SABER y saborear lo que somos cambia ra­
dical y absolutamente el sentido de toda nuestra vida. En­
tonces, nos damos cuenta, por ejemplo que la muerte no exis­
te, que sólo existe la vida y que eso que llamamos muerte
no es sino un momento más de la vida en que desaparecen las
formas con que se expresaba la Vida para seguir expresán­
dose de otra manera.
Los científicos ahora se debaten para prolongar la vida
y retardar la muerte. Pero cuando tengamos experiencia viva
de lo que somos, veremos que esos esfuerzos no tienen dema­
siado sentido. Si los esfuerzos que hacemos por seguir atra­
pando y conservando la vida los hiciéramos en la compren­
sión de la Verdad de nosotros mismos, muchas de nuestras
preocupaciones desaparecerían radicalmente.
EXPERIMENTAR LA VERDAD DE NOSOTROS
MISMOS. Ese es el gran descubrimiento.
Una verdad tan simple, tan fundamental y tan básica
pero que nos parece extraña, lejana, utópica y por ende imposi­
ble e inalcanzable. Por eso son tan pocos los que toman este
trabajo en serio, aunque es con mucho, el más importante de
nuestra existencia.
Nadie puede pronunciar con un mínimo de sentido esa
frasecita tan superficialmente repetida “me siento realizado”,
si no ha experimentado la Verdad de sí mismo.
Ese es el único y exclusivo sentido de realizarse o sen­
tirse realizado de verdad. Lo demás, el sentir gusto por la pro­
fesión o trabajo que se tiene, es eso, un simple gusto o satis­
facción de los sentidos y de la mente de hacer o tener lo que
siempre había querido hacer o tener. Pero, como toda satis­
26
facción de los sentidos, aparece y desaparece como fuegos
artificiales. La realización de esas personas perdura lo que la
ilusión de creer realidad permanente lo que es ilusión tempo­
ral y momentánea. Así vemos cada día que los que se sentían
realizados un día, al menor contratiempo caen en la angustia
más amarga y profunda.
El que está realizado de verdad, el que ha experimen­
tado y vivenciado su realidad, jamás sentirá ya la angustia
y la depresión. Unicamente se deprime el que vive en el error
de creer realidad permanente lo que es únicamente una ilu­
sión transitoria.
Este es el gran descubrimiento de nuestra vida: saber
qué somos, saber por propia experiencia y no por lo que
nos digan cuál es nuestra verdadera realidad.
Todos recordamos cómo en nuestros tiempos de estu­
diantes casi todos los profesores solían decirnos que su asig­
natura era la más importante del año, para que nos dedicá­
ramos a ella con el mayor interés.
Yo les aseguro que cada uno de nosotros verá por sí mis­
mo que esta asignatura que tenemos pendiente, sobre la ex­
periencia vivencia! de lo que somos en el fondo de nosotros
mismos, es lo más importante que podemos hacer en nues­
tra vida.
A través de estas páginas yo únicamente señalo un ca­
mino que cada uno debe recorrer por sí mismo.
Las palabras y las mismas ideas, no sirven de mucho,
mientras no se llegue a experimentar por vivencias propias.
No se trata de un descubrimiento intelectual sino vivencial.
Está al alcance de quien se decida con sinceridad.

27
UN METODO FACIL

¿Qué eres? le pregunté.


¿Qué voy a ser? me dijo. Es evidente lo que soy.
Dime, por favor, le dije, ¿qué eres sin referirte a tu nom­
bre, a tu cuerpo, a tu familia, a tus cualidades...?
El me miró, quedó pensativo y me dijo: Me estás qui­
tando todo.
No te quito nada, le dije. Nada de eso que te he nom
brado eres tú. Fíjate que cuando hablas dices: mi cuerpo, ir
pensamientos, mis cualidades... Quiere decir que existe u>
poseedor y unas cosas poseídas. Tú eres el sujeto poseedor.
Tu cuerpo es algo que Tú posees. Tus ideas, tus cualidades,
tus sentimientos... son algo que tienes o puedes dejar de te­
ner. Eso quiere decir que el poseedor es antes y aparte de
todo lo poseído. El poseedor es un ser independiente de lo
poseído. El poseedor no cambia. Cambian sus posesiones.
Pero él es siempre el mismo. Mientras lo poseído está en
constante cambio, el poseedor es el que ve y observa todo
lo que va cambiando.
Tú eres la conciencia luminosa que Ve y observa.
Para llegar a tener la intuición clara y evidente de que
eres ESO, esa luz conciente y amorosa, has de desidentificarte
de lo que no eres, es decir, de tu cuerpo, de tus pensamien­
tos, de tus cualidades y cosas. Cuando quites lo que no eres,
quedará lo que eres.
28
Es tan fuerte y profúndala creencia de que somos nues­
tro cuerpo con nuestras ideas, que resulta muy difícil conven­
cemos de lo contrario. Pero esta convicción puede llegar a
través de una observación sincera y profunda. Nunca quedán­
donos con las creencias superficiales que siempre hemos te­
nido.
Tu nombre es una palabra. Tus ideas son contenidos de
la mente. Tu cuerpo está en constante cambio mientras tú
permaneces el mismo.
Repítete constantemente la pregunta ¿quién soy?
¿quién es el que come, quién el que camina, el que ama, el
que piensa, el que trabaja...? Esa pregunta debe estar siem­
pre resonando en ti. Ese es el método simple, sencillo pero
práctico. Pregúntate siempre ¿quién soy?
Un día aparecerá la luz, aparecerás tú que eres luz y
desaparecerán las tinieblas de lo que no eres. Te darás cuenta
de que eres el testigo de todo cuanto ocurre en ti, de todo lo
que haces y percibes. El testigo permanente, inalterable, di­
vino, eterno.

29
¿QUE ES MEDITAR?

Meditar es un término polivalente.


Pero la meditación verdadera, la que se requiere para
el encuentro consigo mismo no es algo que hay que hacer,
no consiste en ninguna acción, sino que es una actitud de
ser.
En nuestra vida moderna se valoran primordialmente
y casi exclusivamente las acciones. Aquello que requiere
acción más intensa es valorado y premiado más.
No ocurre lo mismo en el nivel de conciencia en que
trabajamos para contactar con El Ser, con el centro de noso­
tros mismos. En este trabajo la mayor acción está en la
no-acción.
La meditación, en este trabajo, no consiste en hacer
algo sino en disponerse para que algo ocurra.
Para disponerse para ese suceso, para ese contacto con
El Ser, lo único que hay que hacer es vaciarse, no hacer
nada, quedarse sin nada, estar puramente disponible, con
la aspiración profunda de ser en El Ser.
Hay que quedarse libre de pensamientos, libre de de­
seos, libre de acción, solamente atento y muy despierto
ante El Ser.
Así como la mayor intensidad de ser está en el vacío,
en lo que aparentemente a los sentidos externos es nada,
30
así el mayor acontecimiento, el suceso más extraordinario
para el ser humano, ocurre en la no-acción, en la ausencia
total de acción.
Los físicos modernos nos hablan de los agujeros negros
del espacio. Dicen que consisten en un vacío absoluto. Y
ellos mismos dicen que esos agujeros negros, ese vacío abso­
luto, es precisamente la mayor condensación e intensidad de
energía. En la, aparentemente, más absoluta nada, está la
mayor intensidad de Ser.
Lo más perfecto, El Ser, Dios, es lo más simple, lo más
invisible, lo menos perceptible sensorialmente. Pero es el
ser más auténtico, el verdadero ser, el único ser. Todo lo
demás es la manifestación de ESO inmanifestado.
Muchas personas tienen miedo a estar solas, tienen mie­
do de pensar, de enfrentarse consigo mismas, tienen miedo
de verse, de mirarse. Pero todavía tienen mucho más miedo
de no pensar, de quedarse en silencio absoluto por fuera y
por dentro. Tienen mucho más miedo de quedarse sin el
apoyo de las sensaciones exteriores y de los mismos pensa­
mientos que siempre suelen acompañarnos.
Generalmente somos reacios a no-hacer, a no-pensar.
Nos han educado para la acción competitiva, dominante y
adquisitiva. Así, vivimos constantemente encerrados en pen­
samientos, proyectos, objetivos.
Frente a ese hábito en el que hemos sido educados, exis­
te otro modo de estar y comportarse. Es la actitud y el esta­
do de estar vacío de todo v disponible al Ser, al que ES
TODO.
Esa actitud, ese estado de estar y ser, es la meditación.
Los otros tipos de meditación pueden ser útiles para
otras cosas. Pero todas esas cosas serán del plano existencial
ilusorio e impermanente. No del plano esencial, real y per­
manente.
Jamás podremos llegar a la simplicidad y perfección del
Ser, de nuestro ser, por medio de la complejidad de la mente
con sus contenidos múltiples y confusos.
La meditación, con el silencio absoluto de la mente, es
necesaria para el feliz encuentro con El Ser, con nuestro ver-
31
dadero Ser, en el centro de nosotros mismos.
La mejor meditación es no-pensar, silenciar la mente
con todos sus contenidos.
Cuando haya vacío y silencio en ti, quedarás lleno de
ti mismo, de la felicidad y amor que eres. Entonces nada
podrá inquietarte porque sabrás por propia experiencia que
todo lo que puedes desear ya lo eres, y que nada ni nadie
te puede quitar lo que eres porque eres UNO con El Ser,
con Dios.
Si entiendes lo que estoy diciendo, aunque sólo sea
intelectualmente, te invito a que empieces a intentar esta
experiencia, porque es una señal muy probable de que existe
en ti una demanda de algo más y lo mejor de lo que estás ha­
ciendo y viviendo. ¡Adelante!

32
LA REALIDAD
DEL SER INTERNO
DESPERTAR y LIBERACION

Vivimos una continua cadena de problemas y conflictos


internos y externos.
Y la causa de estos problemas y conflictos es el error en
que estamos viviendo acerca de nosotros mismos.
Si el ser humano viviera por lo que él es, desde lo que él
es, los conflictos desaparecerían al instante o mejor todavía,
ni siquiera se producirían.
El ser humano cree ser algo que no es. Cree ser una es­
tructura mental, que él llama “yo” pero que no es su verda­
dero Yo.
Este error es causa de consecuencias trágicas en la vida.
Estamos hipnotizados, adormecidos, viviendo un sueño
en el que creemos ser alguien y algo que no somos. Nuestra
realidad verdadera es muchísimo más y mejor que lo que
creemos ser.
Pueden darse varias explicaciones sobre este sueño, so­
bre este error en el que estamos viviendo, desde la explica­
ción religiosa del pecado original hasta la explicación orien­
tal del Karma.
Lo cierto es que la naturaleza humana, la Humanidad,
como todo en el Universo está en un determinado período
de evolución, en el que la conciencia humana no está toda­
vía en su estadio de desarrollo pleno.
35
Vivimos dormidos con respecto a las auténticas capaci­
dades de nuestra verdadera realidad interna.
Tarde o temprano hemos de despertar. Pero interesa,
por nuestro mejor desarrollo y mayor felicidad, que acelere­
mos este proceso del despertar.
Se trata, por tanto, de no vivir a medias, de no vivir
adormecidos, de no vivir en el error sobre lo que somos, so­
bre nuestro verdadero ser.
“Ya es hora de despertar del sueño” se nos viene dicien­
do desde hace dos mil años en la Biblia.
Pero el hombre embebido en sus adelantos científicos
y técnicos sigue dormido, sigue encerrado en el error acerca
de la verdadera realidad de sí mismo.
La Humanidad se ha debatido, en el transcurso de su
historia en continuas y crueles luchas y guerras para libe­
rarse de la opresión, de la esclavitud y explotación con que
unos hombres, pueblos o razas trataban de someter a otros.
La historia de la Humanidad es una continua serie de
esfuerzos denodados por liberarse unas personas de otras,
unos pueblos de otros, unas razas de otras... Era el anhelo
de liberarse de unas ataduras y dependencias externas. Pero
no es la falta de libertad externa, la peor esclavitud y depen­
dencia que sufren los hombres, sino esa otra dependencia
de las ideas pegajosas de la mente que esclavizan e impiden
ver y mirar con ojos limpios y libres.
Son muy pocos los que sienten la demanda interior
de liberarse de las garras y cadenas de ese fantasma mons­
truoso que es su falso “yo”, su esclavizador ego, que es el
causante de las rivalidades odiosas, de las ambiciones des­
medidas, de los deseos de poder, de las envidias, de las gue­
rras...
Pero para despertar y liberarnos de nuestro error, de
nuestro falso “yo”, hemos de VER, hemos de darnos cuen­
ta de que estamos dormidos y que estamos en el error. Y eso no
es fácil porque casi nadie quiere convencerse de que está dor­
mido y de que está viviendo desde una idea falsa de sí. Hace
falta mucho valor y humildad sincera para reconocer que
estamos dormidos.
36
Lo cierto es que todos, excepto esas pocas personas
realizadas e iluminadas, estamos dormidos en un mayor o
menor grado. Y en este sueño estamos encarcelados.
No es fácil salir de este sueño y este error. Porque es
un error inveterado, transmitido de generación en genera­
ción (pecado original?) como si fuera una verdad apodíc­
tica e incontrovertida.
Vemos además que en la vida social diaria, las gran­
des personalidades viven así. Y ¿cómo vamos a dudar de que
esas autoridades en política, en las letras, en las ciencias y
hasta en la religión van a estar en el error y en la ignoran­
cia? Se nos hace difícil entender que los que rigen la socie­
dad en los distintos campos del saber estén inmersos en el
error y la ignorancia de algo tan importante. Su autoridad
se nos impone y nos resulta casi imposible que casi todos
estén y vivan en ese error lamentable.
Ello hace que ciertos atisbos y chispazos de ilumina­
ción que de vez en cuando brillan en nuestra conciencia,
no tengan continuidad efectiva y pasen como meros instan­
tes de lucidez sin más consecuencias.
Todos hemos tenido más de una vez esos momentos
felices de iluminación. Todos hemos sentido deseos e in­
tentos de despertar. Pero seguimos en la cárcel de la igno­
rancia y el error, que nos impiden ver, vivir y gozar de la
verdadera realidad luminosa y amorosa que SOMOS.
No es volar lo que cuesta, sino soltar las amarras de la
ilusión, el error y la ignorancia.
Y no basta que veamos y nos demos cuenta de que esta­
mos dormidos y aprisionados en la impotencia errónea de
nuestro sueño.
Es necesario, ante todo, que nuestro deseo y anhelo de
despertar y liberamos sea tan PROFUNDO y SINCERO que
se constituya en lo más importante de nuestra existencia.
Para realizar este anhelo de despertar no es necesario
encerrarse en un monasterio o retirarse a la soledad del de­
sierto.
Cada uno en su propia actividad y trabajo cotidiano
puede despertar y liberarse.
37
No es necesario dejar nada ni renunciar a nada. Lo úni­
co que hay que dejar y abandonar es la ignorancia y el apego
a las cosas o ideas que nos atenazan e inmovilizan.
La mente suele estar apegada a sus ideas y creencias y
se convierte en el peor enemigo para nuestra liberación inte­
rior.
Otro inconveniente o dificultad entre los hombres de
nuestro tiempo para disponerse a este despertar interior es
la supuesta cultura y la técnica.
Se han conseguido logros maravillosos en el campo de la
ciencia y la técnica. Es cierto. Quedamos extasiados ante
ciertos brillantes descubrimientos, de tal manera que hasta
los hombres cultos más humanistas llegan a pensar y propo­
ner el desarrollo de la cultura como el objetivo máximo y
último de la vida del hombre sobre este planeta.
La ciencia y la técnica se han lanzado obsesiva y aloca­
damente sobre los objetos de su búsqueda y conocimiento,
olvidando al sujeto y la fuente de donde brota todo el deseo
de expresión y manifestación.
El orgullo científico o seudocientífico ha embobado y
cerrado la mente sobre sí misma, sin darnos cuenta de que la
mente no es nada, que sólo es el conjunto de contenidos de
conciencia y que el sujeto de la conciencia, el “Yo” superior
de cada ser humano sigue siendo el eterno desconocido.
Bebemos, nos bañamos en las aguas residuales del río,
mientras ignoramos y menospreciamos la fuente que es lo
más cercano y lo más nuestro que tenemos.
Preferimos ser cultos o eruditos a ser sabios.
Es cierto que la incultura es ignorancia. Pero también
es cierto que hay mucha cultura y educación que es “ignoran­
cia instruida”. Y todos sabemos que no faltan por esos mun­
dos de Dios algunos excepcionales incultos que son verdade­
ros sabios.
No hay por qué defender la sabiduría frente a la cultura;
Ambas son compatibles. Y estamos llamados a ser sabios cul­
tos. Pero es muy triste que la Humanidad camine alocada tras
los objetivos de la ciencia y la técnica mientras se olvida de
beber del pozo de la Sabiduría que está dentro de cada uno
de nosotros y que es la verdadera ciencia de la vida.
38
QUE SOY

Aquel día recibí una de las grandes alegrías.


Aquellos dos hermanos, él de quince años y ella tan sólo
de once, a quienes yo tanto quiero y por los que tengo un
interés especial, me estaban preguntando cosas que me pare­
cían superiores a su edad. De pronto la niña me dijo: “Yo
me pregunto muchas veces y mi hermano también, ¿qué
soy yo?”.
Yo me quedé un poco perplejo. Le dije: “Mira, nena,
ésa es la pregunta más importante que nos podemos hacer
en nuestra vida. Son pocos los que se la hacen. Y menos to­
davía los que la saben contestar. Pero-cuando la sepas con­
testar sabrás lo más importante que puedes saber en tu vida.
El que conoce la respuesta clara a esa pregunta, es sabio.”
Las ciencias consisten en conocer las cosas del mundo.
La sabiduría es conocer nuestro mundo interior. Y
cuando uno conoce su mundo interior conoce todo mundo
interior, porque así como los contenidos de la mente y los
sentidos externos son distintos en todos los seres humanos,
el ser interno es el mismo en todos.
Muchos suelen llamar mundo interno al conjunto de
los contenidos de la mente y la afectividad. Pero eso no es en
verdad el verdadero mundo interior del ser humano. Ese
es ciertamente más interno que el mundo de los sentidos
39
exteriores. Pero no es aquello en lo que cada uno es uno
mismo. No es el verdadero ser interno.
He aquí la pregunta clave y más importante: “¿QUE
SOY YO?”
Para contestarla es conveniente ir despejando el cami­
no, eliminando todas aquellas cosas con las que nos solemos
identificar, creyendo que somos parcial o totalmente esas
cosas.
Ante todo está claro que yo no soy mi cuerpo. Soy el
sujeto dueño y poseedor del cuerpo. Por eso hablo de “mi”
cuerpo. Mi cuerpo cambia mientras yo sigo siendo el mismo.
Incluso pueden cambiar y de hecho cambian todas o la mayor
parte de las células de mi cuerpo mientras yo sigo sintiéndo­
me el mismo.
La identificación con el propio cuerpo es quizá uno de
los errores más graves en que estamos sumergidos con respec­
to a nuestra verdadera identidad.
Hay que decirlo una y mil veces: no somos nuestro cuer­
po. Nuestro cuerpo nos pertenece. Podemos decir incluso que
es una parte de nosotros como partes de nuestro cuerpo son
las uñas, los pelos, hasta los excrementos... y nadie diría
que su cuerpo son esas cosas.
Tampoco nosotros somos nuestro cuerpo aunque ese
cuerpo con todas sus partes estén con nosotros o en noso­
tros. No estamos nosotros en nuestro cuerpo sino que nues­
tro cuerpo está en nuestro “yo”.
Toda la energía vital del cuerpo depende de los meri­
dianos de energía y éstos a su vez tienen su verdadera fuente
en la energía del “yo”.
Solamente hay una Energía, manifestada de infinitas
formas en infinitos seres. Esta energía se manifiesta y se ex­
presa en distintos niveles y distintos planos según los distin­
tos seres a través de los que se expresa.
Nosotros somos esa energía-fuente. Esa es nuestra verda­
dera realidad. Una energía que es al mismo tiempo Conscien­
cia y Amor.
Toda actividad humana, tanto la actividad física como
la mental y afectiva con todas sus manifestaciones surge de la
40
Energía Consciente y Amorosa que somos, que es nuestro
“YO”, nuestro Ser Real.

Tampoco somos nuestras ideas, ni nuestros afectos o


sentimientos, ni nuestra personalidad.
Todo ello es manifestación y expresión del “yo”. Pero
no es el “yo”. No es nuestra entidad o nuestra verdadera
identidad.
Suele entenderse la identidad personal por aquéllo que
distingue a una persona de otra. De tal manera que identidad
sería lo que nos distingue y diferencia de los demás. Así se
suelen tomar las huellas dactilares como marca o señal de
identidad.
Pero conviene advertir que si se toman las huellas dac­
tilares como señal de identidad es porque siempre perma­
necen idénticas a sí mismas. Siempre son las mismas. Pero
nosotros no somos nuestras huellas dactilares. Estas son
únicamente la identidad del cuerpo. Y ya hemos visto que
nosotros no somos nuestro cuerpo.
Nuestra id-entidad es la entidad en nosotros que siempre
es idéntica a sí misma, que no cambia.
De ahí que está claro que nosotros no somos tampoco
nuestra personalidad.
¿Qué soy yo? preguntamos.
Yo no soy esa idea que tengo de mí. Toda idea por defi­
nición es ideal, no real. Y yo soy una realidad. Luego yo no
soy ninguna idea por bella que sea o parezca, como aquella
definición de “Juan Salvador Gaviota”: cada uno de noso­
tros es en verdad, una idea ilimitada de libertad.
Por bella que sea esa frase nosotros no somos ninguna
idea.
Somos una realidad mucho más bella.
Ninguna idea sería bella si no se basara en una realidad
más bella todavía.
Yo no soy tampoco esa personalidad o ese personaje que
no es sino una idea que tengo de mí, una idea más o menos
verdadera o aproximada a la realidad, pero no la realidad.
Ese personaje o idea de mí lo he ido creando poco a
41
poco a medida que se iba formando mi personalidad. Y he
llegado a creer que soy ese personaje. Ese personaje que he
defendido durante toda mi vida y que se ha sentido siem­
pre ofendido cuando ha sido atacado o menospreciado. Pero
yo no soy ese personaje-ideal.
Por eso cuando alaban u ofenden a ese personaje no me
alaban ni ofenden a Mí. Pero al creerme ser ese personaje-
idea, esta entidad cuerpo-mente-afectividad = Personalidad,
se ha sentido física-mental y afectivamente ofendida.
Si ante una ofensa yo me diera cuenta de que ofender a
esa entidad que no soy yo, me quedaría imperturbable ante
cualquier palabra o hecho ofensivo, porque sabría que esa
ofensa no afecta a mi “YO”.
Al mismo tiempo que me considero a mí mismo como
una idea también considero a los demás como ideas seme­
jantes. Y ahí radica la eterna rivalidad humana, la eterna y
constante lucha de personalidades. La vida se convierte así
en una batalla de fantasmas.
Nuestro tiempo se caracteriza por una preocupación
obsesiva por conseguir o mantener una buena imagen.
Los políticos, los artistas, los personajes más o menos
públicos y hasta las personas privadas se esmeran y gastan
cantidades de dinero én tener una buena imagen.
Con una elemental observación nos damos cuenta de que
esta actitud obsesiva es el reflejo más evidente de la superfi­
cialidad en que nos movemos. Y lo grave es que ha llegado a
aceptarse como un elemento válido e indispensable en la vida
moderna por la mayoría de las personas.
Yo no soy ninguna idea ni ninguna imagen. Nada de eso.
Yo soy mucho más que todo eso.
Un poco más fina y aparentemente más elevada pero
muy próxima a la actitud anterior es la posición y teoría de
algunos escritores, psicólogos y orientadores, algunos de ellos
de gran prestigio, que enseñan e insisten en la necesidad de
tener una buena imagen de sí mismo.
Dicen que hemos de dar una buena imagen, que para dar
una buena imagen hemos de tener una buena imagen de noso­
tros mismos.
42
Dicen que la buena imagen es necesaria para el éxito.
Dicen que los deprimidos y los fracasados son así por­
que tienen una mala imagen de sí mismos.
Dicen que la buena salud mental se basa y consiste en
tener y mantener una buena imagen de sí mismo.
Dicen... dicen... dicen...
Y como todo esto lo dicen personas muy relevantes en
la sociedad y a veces con muchos títulos y pergaminos... y
además resulta atrayente a los ojos de nuestro cómodo, super­
ficial y vanidoso ego, llegamos a creerlo y hasta llegamos a
pensar que ese es el remedio a nuestros males.
Todos sabemos que las imágenes como fruto de la ima­
ginación son volubles, inestables, cambiantes.
Por otra parte cuando alguien tiene una imagen de noso­
tros peor e inferior a la que nosotros tenemos de nosotros
mismos, nos sentimos tristes, deprimidos y a veces también
ofendidos. No nos damos cuenta de que lo normal es que no
coincida la imagen que los demás tienen de nosotros con la
nuestra.
Para solucionar, eliminar y superar esa tristeza y depre­
sión, los psicólogos, consejeros u orientadores insisten en la
necesidad de mejorar y fortalecer nuestra autoimagen para
anular, compensar y contrarrestar la imagen que tienen de
nosotros los demás.
Y así nos pasamos la vida luchando por defender fantas­
mas imaginarios e irreales.
Perdemos energías y tiempo defendiendo como real lo
que sólo es fruto de la imaginación, por mucho que nos
cueste admitirlo. Prueba evidente de que nos cuesta creer
que esto es así, es el hecho de que muchos de los que lean
estas líneas rechazarán su contenido y lo considerarán como
exagerado y fantástico, aunque también sé que hay algunos
para quienes todo esto es tan evidente como para mí mismo.
Los resultados del trabajo por tener una buena imagen
de nosotros mismos y transmitir a los demás una buena ima­
gen de nosotros son tan efímeros y superficiales como la
mentalidad que lo sustenta y fundamenta.
Pero parece que ése es el signo de nuestro tiempo: la
43
superficialidad. Y lo peor es que esa es también la mentali­
dad que domina en muchos que se dedican a ciencias hu­
manas como la psicología, sociología, política, etc.
Cada uno de nosotros somos una Realidad.
Sobre esa realidad nos vamos formando ideas e imáge­
nes, fundamentadas en unos modelos que nos presentan la
sociedad o nuestros padres o educadores. Nos damos cuenta
de que cuanto más nos parezcamos a esos modelos mejor so­
mos aceptados, apreciados y queridos por los que nos rodean y
por la sociedad. De alguna manera implícitamente la socie­
dad y nuestros mismos educadores están supeditando su
aprecio y su amor hacia nosotros, a nuestra docilidad en
aceptar esos modelos de comportamiento que nos propo­
nen. De este modo llegamos a identificarnos con dos imá­
genes de nosotros mismos. Por una parte tenemos la ima­
gen de lo que creemos que somos o de cómo creemos que
somos. Y por otra parte nos formamos la imagen ideal de
cómo queremos llegar a ser. Entonces todo el esfuerzo de
nuestra educación suele consistir en ir acercando la ima­
gen que tenemos de nosotros a la imagen ideal que quere­
mos llegar a tener o ser.
Como vemos, nos pasamos la vida tratando de dejar un
fantasma imaginario en el que estamos atrapados para atra­
par otro más difícil y a veces inasequible.
En este punto de la tragicomedia de nuestra vida tienen
su origen muchas de las depresiones, tristezas y frustraciones
humanas. Por una parte, vemos la imagen que tenemos de no­
sotros mismos, que frecuentemente es muy deficiente, pobre
y pequeña, aunque nos esforcemos por disimularlo. Y por
otra parte, añoramos, anhelamos y nos debatimos en una
lucha sin tregua por conseguir esa imagen ideal a la que aspi­
ramos para ser aceptados, apreciados, admirados y queridos
por la sociedad.
Lo grave de esta comedia es que la imagen ideal que nos
proponemos conseguir no es precisamente una imagen basa­
da en nuestra realidad sino en una idea, en un modelo que
han ideado nuestros educadores o la sociedad. Al intentar,
por tanto, acercamos a esa imagen ideal, no nos vamos a
44
acercar a nuestro verdadero ser, a nuestra verdadera realidad
sino a tina idea, a un modelo que nuestros educadores o la
sociedad misma han pensado, han imaginado que puede o
debe ser bueno. Y siempre lo que aparece como bueno a
la sociedad es todo aquello que se acomode a sus propios
intereses y conveniencias.
Implícitamente la sociedad o nuestros educadores vie­
nen a decirnos: Tú serás bien aceptado en nuestro seno,
serás apreciado y querido y triunfarás entre nosotros, cuanto
mejor te sometas a nuestro modelo y seas como queremos
que seas.
Entonces, como por una parte todo ser humano necesita
en mayor o menor medida de la ayuda de sus padres, de sus
educadores y de la sociedad y por otra siente la necesidad de
ser querido, amado y aceptado llega a vender su primogeni-
tura como el personaje bíblico, por un plato de lentejas. Es
decir llega a abandonar y deja de vivir su propia naturaleza,
su verdadera realidad por vivir según un patrón del modelo
que le proponen, para conseguir el aprecio de la sociedad.
De esta manera estamos defendiendo día a día un fan­
tasma ideado, imaginado, mientras nuestra realidad, nuestro
verdadero ser real, muy superior a todas las imágenes que
podamos tener de nosotros mismos, queda desconocido,
olvidado y abandonado en el fondo de nosotros mismos espe­
rando como el arpa de Bécquer una mano que le arranque
las notas musicales que contiene y una voz que h despierte
a la vida.
Ese es el proceso que en el desarrollo interior del sér hu­
mano se ha llamado El Despertar, despertar del sueño de las
imágenes ilusorias a la realidad verdadera.
Cuando uno se da cuenta de que no es el cuerpo a través
del cual vive, cuando uno se da cuenta de que no es nada de lo
que los demás piensan o dicen e incluso ni siquiera lo que uno
piensa de sí mismo, ni de sus proyectos, ni sus deseos, ni sus
temores, ni sus sentimientos, ni sus conocimientos, ni sus
habilidades, ni su renombre o prestigio, ni nada que pueda
imaginarse, entonces se da cuenta de que siempre que esta­
mos pendientes de mantener o proteger cualquiera de estas
45
cosas que no somos, estamos persiguiendo fantasmas o dando
azotes al viento.
Yo no soy eso que creo que soy y por lo que me des­
vivo cada día, defendiéndolo como si fuera auténticamente
“yo”.
Creo trabajar por mí, pero estoy trabajando por fantas­
mas que aparecen y desaparecen en cada momento, como
por encanto.
YO SOY. Simplemente. Esa oración verbal no tiene pre­
dicado. Yo Soy. Si se quiere, para hacerlo más inteligible, aún
a costa de perder exactitud, podemos decir; Yo soy una rea­
lidad luminosa, consciente y amorosa. Soy esa realidad
Unica, sin principio ni fin.
Todo lo demás que los otros o quizá yo mismo refiero
a mí, como mi cuerpo, deseos, pensamientos, sentimientos...
todo eso no lo soy. Todo eso con lo que me afirmo ante
mí mismo o ante Ips demás, como si eso fuera yo, eso no lo
soy.
Yo solamente soy lo que soy. Lo que digo o pienso que
soy, solamente son pensamientos o palabras. Lo que soy en
cambio es Realidad.
Cada uno Es lo que Es, aunque no sea consciente de lo
que es, aunque no lo crea, aunque no lo viva, aunque en su
vida no haya una lógica consecuencia entre lo que es y lo que
vive, hace o realiza.
Para que uno realice en su vida lo que realmente Es, de­
be conocerlo, sentirlo, vivenciarlo... Ese es nuestro trabajo.
Esa es la misión del hombre sobre este planeta. Todo lo de­
más es anecdótico.
Sólo existe El Ser, infinito e inagotable. Ese Ser seex-
presa en mí ¡a través de mi personalidad cómo se expresa a
través de las infinitas formas de los infinitos s&resdel Uni­
verso.
YO SOY. ¿Qué más puedo pensar, desear o ser?

46
LO MAS IMPORTANTE

En una ocasión en que yo estaba hablando sobre la


necesidad de tomar conciencia del propio “yo”, alguien
se quejó: Para qué ocuparse tanto del yo, yo, yo... Lo que
importa es resolver nuestros problemas de cada día.
Quizá sea éste también el pensamiento de alguno de mis
lectores. No nos damos cuenta de que el origen de la mayor
parte de nuestros problemas, o para ser más exacto, aunque
parezca exagerado, de todos nuestros problemas reside en la
ignorancia, en el desconocimiento de quién es el sujeto de
los problemas, quién es el que sufre los problemas, quién
es el que tiene los problemas.
Si no conozco al sujeto responsable de mis problemas,
¿cómo podré librarme de ellos?
Es evidente que casi nadie reconoce que uno mismo es
el responsable de sus problemas y siempre tratamos de cul­
par a los otros. Pero en definitiva si los problemas son míos
algo o mucho tendré yo que ver en ellos. Porque vemos que
los mismos hechos, las mismas situaciones, las mismas cosas
para unos constituyen problema y para otros no.
Pero lo peor no es que no conocemos nuestro “yo”
que es el sujeto de nuestros problemas sino que tenemos
un concepto de nosotros mismos que de partida ya es total­
mente erróneo.
47
Solemos considerarnos como silgo que está ahí en el
mundo a merced de todo lo que nos rodea, zarandeados por
cosas y personas, por acontecimientos y situaciones, como
una hoja agitada por todos los vientos. Y de alguna manera
esto es lo que nos han enseñado. Y así es como se siente
y comporta la mayoría de las personas.
Pero no. No somos eso.
Todo el valor o importancia que damos a cosas y perso­
nas está en nuestro “yo”. Las cosas, los acontecimientos...
tienen valor en la medida en que se lo da nuestro “Yo”. ¿De
qué valdría un millón de dólares sin nadie que lo valorase?
Todos los valores que doy a las cosas, todos los juicios
que tengo sobre los acontecimientos, todo lo que veo, oigo,
palpo, siento, pienso, solamente es algo.
Todos los valores que damos a las cosas, todos los jui­
cios que tenemos sobre los acontecimientos, todo lo que
vemos, oímos, palpamos, sentimos, pensamos, solamente
es algo en la medida en que es producto directo o indirecto
de nuestro “yo”. Sin nuestro “yo” no se daría absoluta­
mente nada de eso.
Cuando tengamos claridad sobre la naturaleza de nues­
tro yo y nos demos cuenta de que él es la fuente de toda nuestra
vida, de todos nuestros sentimientos, de todos nuestros pen­
samientos, de todas nuestras valoraciones... de toda nuestra
vida, entonces trataremos de realizarlo. Realizarlo quiere
decir desarrollar y vivir su sentido real, desarrollar la ener­
gía, la inteligencia y el amor que es nuestro “yo” central.
Al desarrollarlo o realizarlo, todos esos problemas que
queremos resolver de nuestra vida diaria apenas tendrán sen­
tido o simplemente ni siquiera llegarán a originarse. Porque
todos nuestros problemas son consecuencia y efecto del “yo”
falso, del ego que ha usurpado el lugar del “yo” verdadero.
A medida que vayamos teniendo contacto, aunque sea
momentánea y fugazmente con nuestro “yo” real, iremos
viendo que nuestros problemasirán perdiendo dramatismo
y se irán disolviendo.
Las pesadillas desaparecen al despertar.
La oscuridad de la noche desaparece con la luz del sol.
48
Todos los miedos, angustias, desasosiegos... que son
efecto del yo inferior débil, mezquino, miope, ignorante,
desaparecerán cuando seamos dirigidos y orientados por
nuestro luminoso y sabio “yo” real verdadero.
Lo que más cuesta a la mayor parte de las personas es
convencerse de que toda vida basada en un yo ficticio es un
auténtico sueño con pesadillas, con todas sus consecuencias.
Pero como siempre hemos pensado y creído lo contrario,
nos resulta muy duro y difícil aceptar la falsedad y lo iluso­
rio de la vida bajo la dirección del ficticio “yo” inferior.
Este “yo” inferior no es sino una estructura mental, un pe­
queño contenido de conciencia y él es quien valora y juzga
las cosas y los acontecimientos con su mirada ruin, raquí­
tica, interesada, distorsionada y superficial. Entonces las hor­
migas se convierten en elefantes y los granos de arena en
montañas.
Cuando muchas personas se encuentran en situaciones
de tristeza y angustia uno quisiera ayudarles en su problema.
Pero desgraciadamente el remedio a sus problemas no puede
ser repentino e instantáneo como una aspirina para un dolor
de cabeza. Se requiere una transformación en toda su estruc­
tura personal. Eso requiere ver el error de vivir en un nivel
muy elemental y bajo de conciencia. Mientras no se eleve el
nivel de conciencia, los problemas pueden suavizarse con los
paños calientes de algunas palabras o ideas que pueden aquie­
tar momentáneamente el estado mental. Pero la verdadera
solución sólo reside en tener la completa seguridad de que lo
que uno Es, supera todas las ideas que puedan tenerse sobre
cualquier cosa o acontecimiento.
Sentir lo que uno ES, no se consigue en un día sino que
es el trabajo de muchos días, meses y años tomando con­
ciencia en todo momento, en cada instante del día, en cual­
quier actividad que se esté realizando. Porque en cualquier
momento y en cualquier actividad uno es siempre LO
QUE ES.
Si se comienza hoy ese trabajo, algún día se conseguirá.
Pero el que no sale del punto de partida jamás llegará a la
meta.
49
LA REALIZACION
EN LA VIDA DIARIA

Me decía un amigo: “Tú dices que debemos dedicar­


nos a encontrarnos y vivir desde la realidad interna y todas
esas cosas que sueles mencionar. Pero si no me ocupo de mi
trabajo y mis cosas, ¿quién dará de comer a mi familia?
Yo le dije que me extrañaba su modo de hablar porque
él se vanagloriaba de ser teóricamente por lo menos, un fer­
viente católico que asistía a los actos religiosos. Le recordé
que el Maestro Jesús dijo muy claramente que buscáramos
el reino de Dios (dentro de nosotros) y todo lo demás se nos
daría por añadidura... Esa fue una de las enseñanzas básicas
en la que no acabamos de creer.
Además, seguí diciéndole, no existe ninguna oposición
ni incompatibilidad entre tu trabajo diario y este otro traba­
jo interior de investigar quién eres en el fondo de ti mismo,
que yo propongo.
Más aún. Cuanto más desarrolles tu realidad interna, me­
jor y más conscientemente harás tu trabajo de cada día. Exis­
te un cierto círculo vicioso. Mientras vives con esta mentali­
dad de que tú tienes que hacer todo, no entenderás bien que
al vivir en otro nivel y con otra perspectiva, las cosas se van
dando y que aquello que considerabas tan urgente y necesa­
rio no lo es tanto.
Cuando alguien ha tomado su realización personal como
50
el trabajo más importante de su vida, La Vida, Dios hacen
que las cosas se vayan dando de la manera más adecuada, si
realmente tenemos confianza plena y verdadera en Dios y
La Vida.
Ordinariamente la gente suele seguir la política del mo­
no. Por una parte dicen que confían en Dios, pero no se lan­
zan en sus manos sino que siguen agarrando la otra rama, su
trabajo confiando más en él que en las manos de Dios.
Para realizarse no hay que dejar el propio trabajo ni
ninguna otra cosa, Lo único que hay que dejar es la depen­
dencia del trabajo y el apego a las cosas.
Cuando uno empieza a entender lo que es su propia
realidad y vive desde ella, el trabajo exterior y demás acti­
vidades cotidianas siguen haciéndose pero sin apego indivi­
dual, sin inquietud, sin confusión, sin alteraciones distorsio­
nadas de la mente, del “yo” inferior que sólo confía en el
poder de su actuar enervante.
Es necesario un cambio de perspectiva. La miopía del
“yo” inferior impide ver y comprender que las cosas son de
otra manera cuando se vive desde el plano del “yo” cen-
tral.
Se da la paradoja de que mientras la mayor parte de la
gente jiice que desea realizarse, son muy pocos los que se
deciden a vivir su realidad, su “yo” central.
La mayor parte de la gente vive desde ese “yo” infe­
rior que es una simple estructura mental, sin realidad alguna,
pero al que han dado erróneamente solidez como si esa fuera
su realidad.
Realizarse es activar o poner en acto la potencialidad
que somos en el centro de nosotros mismos. Hacer realidad
actual lo que es realidad potencial. En verdad todo cuanto
hacemos, todo cuanto sentimos y conocemos es ya efecto
de esa realidad que somos. Pero hemos de tomar conciencia
clara de ello e impedir que la mente interfiera con la crea­
ción de esa estructura mental que es el “yo” inferior que
distorsiona, rebaja y envilece nuestro actuar y nuestro ser.
Oímos a muchas personas decir frecuentemente que se
sienten realizadas. Y es lógico que así lo sientan y digan. Al
51
creer que son su “yo” inferior, el yo de su personalidad,
cuando éste se siente gratificado y satisfecho en todos sus
deseos, creen erróneamente que están cumpliendo y reali­
zando el objetiva de su vida. Sienten la satisfacción en su
yo inferior, de tener fama, éxito, cierto status social que tan­
to habían deseado, ciertas comodidades... Pero tarde o tem­
prano la verdad se impone y llega el vacío de su falsa reali­
zación, la insatisfacción de fondo y la depresión.
Todo eso que habían conseguido es inestable e imper­
manente, está expuesto a los vaivenes de la mente y los acon­
tecimientos fluctuantes.
No sirve el argüir: Bueno, mientras gozan y tienen eso
que deseaban, se sienten realizados.
No nos engañemos y llamemos a las cosas por su nom­
bre. La inestabüidad y precariedad de la satisfacción del “yo”
inferior es tal, que son muchos más los momentos de insa­
tisfacción, depresión y desengaño, que los momentos de
alegría. Pero, por encima de todas las cosas, la peor desgra­
cia es vivir alejado de la verdad de sí mismo. Y el ansia de
verdad es un aguijón que no permitirá al corazón vivir en
paz.
Solamente la realización verdadera, el vivir la verdad
de nosotros mismos nos puede proporcionar paz y felicidad
durable y consistente.
La persona humana, cada uno de nosotros no tenemos
otro objetivo final en nuestra vida sino realizamos.
Aprender a ver y discernir lo real de lo ilusorio es el
comienzo de la realización.
Instalarse en lo real de sí mismo y contactar con lo
Real Absoluto es la tarea más importante en la vida de
cada uno.
Es muy común el pensar y creer que para realizarse
y vivir internamente nuestra realidad profunda es necesa­
rio retirarse a la soledad de los monasterios o por lo menos
alejarse de los trajines y trabajos de la vida diaria. Y no es
así.
La realización es posible para todos y en todas las cir­
cunstancias de la vida.
52
Es verdad que ciertos ambientes favorecen el trabajo
interior. Pero también es cierto que han existido y existen
en nuestro tiempo personas que se han realizado interior­
mente sin abandonar sus trabajos cotidianos.
Para que un barco no se hunda, no lo tendremos en
tierra firme, sino que haremos que esté en el mar sin que
el mar lo inunde. Podemos estar entre las cosas sin que las
cosas nos absorban.
No es fácil, sobre todo en estos tiempos modernos en
que tanto bullicio existe en todas partes, conseguir el silen­
cio interior en medio de los ajetreos de la vida diaria. Pero
cuando uno supera estas dificultades y. da un paso adelante,
ese paso es tan eficaz como muchos pasos dados sin tener
que vencer tantos obstáculos.
Cada uno, según el grado de su aspiración y demanda
interior, debe ver cómo y cuándo logra esos momentos de
silencio interno, tan necesarios para vivir desde el centro de
sí mismo.

53
EL AMOR

El amor es Vida.
El amor es unión e integración.
El amor humano es el sentimiento de unidad con otro
ser.
El des-amor es separación y desintegración.
El des-amor es destrucción y muerte.
Toda acción y todo sentimiento que no estén regidos,
dirigidos e impregnados de amor, separan, destruyen y matan.
El que ama se siente uno, unificado con el ser amado.
En el que ama no existe lo mío y lo tuyo.
El que ama no busca nada en el otro.
El que ama solamente siente y desea ser nno en el otro.
El que ama, ama ante todo El Amor.
El que ama El Amor ama la unidad.
En el que ama la unidad no hay “otros” sino que él se
siente en los “otros” y siente a los “otros” en él.
Todo amor a “otro” que excluya a “otros” está expues­
to a la disolución y la muerte por ser un amor excluyente y
por tanto deficiente.
El amor ardiente, apasionado, es amor de deseo.
El amor de deseo no es amor de unidad, sino de posesi-
vidad.
El amor de deseo existirá mientras “el otro” sea un ob­
54
jeto útil para la propia satisfacción. Cuando la satisfacción
desaparezca surgirá el resentimiento, el olvido, el desamor y
hasta el odio.
Solamente el amor al Amor, al sentimiento de unidad
total y universal, es un amor que nunca falla.
Amar el Amor es amar todo cuanto existe, amar al Ser,
a Dios.
Este amor al Amor es la base del amor a la pareja, al
amigo, a la Naturaleza, a los familiares, las cosas... todo.
Cuando el amor a alguien no está basado e incluido en el
AMOR total, aparecerán las sombras negras, las nubes grises
y las tormentas destructoras provocadas por la egolatría del
ego exclusivista y ruin.
El amor verdadero, creativo, generoso, integrador, lu­
minoso, surge y brota natural y espontáneamente en noso­
tros, cuando llegamos a tener una conciencia clara de noso­
tros mismos, de lo que somos en nuestro ser profundo.
Mientras no tenemos una conciencia clara y experimen­
tada sobre lo que somos, hemos de recurrir constantemente
a los consejos y preceptos que se nos dan para que nos ame­
mos o a la conveniencia o necesidad que tenemos de amar­
nos. No debemos amar porque así se nos ha mandado, sino
que se nos ha mandado porque ésa es nuestra misión para
cumplir nuestra naturaleza y en ese cumplimiento y realiza­
ción de nuestra naturaleza encontramos la paz y la felicidad.
No debemos amar porque se nos manda sino que se nos
manda porque eso es lo mejor para nosotros.
El amor no puede ser impuesto. El amor es un senti­
miento que debe brotar natural y espontáneamente al tener
un elemental conocimiento de lo que somos, de lo que son
los demás y de lo que es el Universo y Dios mismo.
Cuando tenemos una conciencia clara de nuestro Ser,
lo natural es amar. Entonces no podemos dejar de amar.
La ignorancia sobre nosotros mismos es la única causa
del desamor.
Cuando nos vemos y vemos al mundo con una mirada
interior nos damos cuenta de que no podemos sino amar por­
que todo es amable, todos son dignos de nuestro amor y
55
nos sentimos unidos y solidarios con Todo.
En cambio cuando nos miramos y miramos a los demás
con la mirada raquítica y ruin de nuestro “yo” inferior, con
nuestra mente distorsionada que ve enemigos y rivales por
todas partes, entonces nos sentimos amenazados y ofendidos
por infinitas cosas y en constantes y numerosas ocasiones.
Mientras vivamos dirigidos por nuestro “yo” inferior
será imposible que sintamos la felicidad de amar y ser ama­
dos.
Todo lo que es Vida es efecto de amor.
El amor es tanto más auténtico y verdadero cuanto
más expansivo y universal es.
Cuanto más limitado y reducido es el objetivo de nues­
tro amor, nuestra conciencia es más pequeña y miope.
En la medida en que nuestra conciencia se expande, se
amplía y profundiza, también se agranda el objetivo y cam­
po de nuestro amor y crece en la misma medida y es más
auténtico y verdadero.
Cuanto más profunda y clara es mi conciencia en el
conocimiento de mí mismo y del mundo que me rodea, ma­
yor es mi sentimiento de unidad y de amor.
Todo ser vivo se mantiene con vida mientras hay uni­
dad, compenetración, integración entre sus partes.
La muerte, por el contrario, sobreviene cuando sus par­
tes empiezan a desintegrarse.
El amor es la vida y el desamor es la muerte.
Cuando nosotros nos sentimos más Uno, más integrados
con todos y con todo, tenemos más amor y más vida.
Cuando nos aislamos y nos separamos (no física sino
afectiva y tendencialmente) de los demás, menos vida tene­
mos, más desintegrados estemos de La Unidad, de La Vida,
de Dios.
No es la compañía, la proximidad, la unión física la que
constituye la integración y el amor entre las personas. Es el
sentimiento profundo, sincero, que brota de la compren­
sión de lo que soy y lo que es el otro, el que constituye y
conforma el amor.
Una piedra permanece piedra mientras la tendencia y
56
unión de sus moléculas y átomos es lo suficientemente fuer­
te para mantenerse integrados y unidos unos con otros.
Nadie puede separar a dos o varios seres que se aman si
su sentimiento y deseo de unidad es lo suficientemente fuer­
te y profundo. En la medida en que ese sentimiento esté
más profundamente enraizado, más durará la integración y
unidad entre ellos.
Unidad, integración, vida, Amor... todo es lo mismo.
División, desintegración, desamor y muerte... es lo
mismo.

57
YO SOY CONSCIENCIA

Todos los seres humanos dicen o pueden decir: Yo


soy yo.
Esta frase y esta verdad parece axiomática e indudable.
Pero si uno es un poco exigente se ve que lo que parece tan
evidente no lo es tanto.
“Yo soy yo” es una verdad en todos.
Pero son pocos los que se dan cuenta de lo que significa.
Son pocos los que saben cuál es la naturaleza del “yo”,
en qué consiste el “yo”.
Y si una persona no sabe qué es algo, ¿cómo puede decir
que él es ese algo cuya naturaleza desconoce?
Si preguntamos a una persona quién es o qué es, proba­
blemente nos contestará con una palabra su nombre y nos
dirá seguramente señalando su cuerpo que él o ella es esa
persona que está ahí.
Es evidente que yo no soy mi nombre ni mi cuerpo.
Pueden cambiarme de nombre y pueden amputarme o
reimplantarme partes de mi cuerpo y yo sigo siendo el mismo.
Tampoco soy mis pensamientos. Mis ideas y pensamien­
tos cambian a cada paso. Y yo sigo siendo el mismo yo,
aun cuando mis ideas sean totalmente contrarias y opues­
tas a las anteriores.
Lo mismo ocurre con mis afectos, mis sentimientos,
58
mis gustos, mis hobies, mis habilidades...
Hablamos de “mi” cuerpo, “mis” ideas, “mis” senti­
mientos, “mis” gustos... El pronombre posesivo “mi” está
señalando a un poseedor. Ese dueño, ese poseedor soy “yo”.
Este “yo” no sólo es el dueño o poseedor sino que es el
que se da cuenta de que es dueño.
Este “yo” ante todo se da cuenta de que él es quien co­
noce, el que es consciente de algo.
Este “yo” es consciente de que está conociéndose a sí
mismo. Pero el “sí mismo”, él, no es objeto de su propio
conocimiento. Cuando conozco mi cuerpo, mis pensamien­
tos, mis gustos, etc..., entonces todo esto sí lo considero
como objeto de mi conocimiento, porque todas estas cosas
nó son mi “yo”. Yo no soy esas cosas. Cuando trato en cam­
bio de conocer lo que yo soy realmente, mi “yo” no es obje­
to sino solamente el sujeto. El “yo” se da cuenta de que él es
el sujeto. El “yo” toma conciencia de que él es conciencia, es
luz.
Todo y únicamente lo que cae bajo el foco de mi con­
ciencia existe para mí. El mundo existe para mí en cuanto
está en mi conciencia.
Cuando conocemos algo, todas las cualidades que le
atribuimos están ya en nuestra conciencia.
Todo lo que pensamos e imaginamos ya está en nues­
tra conciencia. Lo de afuera es solamente un estímulo, Pero
la imagen o la idea ya está en la conciencia.
Todo lo que percibo y atribuyo al mundo exterior está
en mi conciencia.
La belleza de las flores es belleza en la conciencia.
Si viéramos esto con claridad no nos resultaría exage­
rada o absurda la afirmación de los maestros místicos orien­
tales: “El mundo está en ti”.
El mundo está en nosotros. No estamos nosotros en el
mundo. Unicamente las formas de expresión de nosottos for­
man parte de ese mundo que está en nuestra conciencia.
Si todo está en nuestra conciencia, también los proble­
mas que nos atormentan están en nuestra conciencia. Y ahí
es donde tienen su remedio.
59
Para algunos puede resultar un tanto extraño lo que
estamos diciendo. Estamos acostumbrados a sentirnos siem­
pre a la zaga del mundo. Pero no es así. Basta que nos fijemos
con toda atención y observemos lo que ocurre en nuestra
conciencia.
Aunque lo que decimos nos cueste verlo, es muy impor­
tante comprobar que todas aquellas personas, en un cierto
grado realizadas, cuya visión de su “yo” central y del mundo
es mucho más profunda que la del resto de la gente común,
están liberadas de los problemas que suelen atormentar a
la mayoría de las personas.
Los mismos hechos y situaciones que para la mayo­
ría se convierten en difíciles y angustiosos problemas, ellos
los viven no desde la complejidad de la mente sino desde
la simplicidad de su conciencia.
Todo, desde lo más material a lo más espiritual, todo
lo que podemos pensar, conocer y desear, todo está en el
“yo”, como fenómeno de conciencia.
Realizarse es conectar con este “yo” central que es la
única realidad de nuestra vida.
Este “Yo” Superior es la Conciencia Pura (Dios) indivi­
dualizada en nosotros, en lo que llamamos nuestro “yo”.
Todo es conciencia. Nosotros somos conciencia.
En toda acción de ver, sentir, percibir... hay tres partes
o aspectos a tener en cuenta: el objeto sentido, visto o per­
cibido, el plano medio de la conciencia o estado de ánimo
en la acción o percepción y el sujeto que siente o percibe.
Normalmente vivimos pendientes y centrados exclusi­
vamente en los objetos sentidos o percibidos. Solemos de­
pender casi siempre del exterior.
Otras veces quedamos pendientes del estado de ánimo
que nos provocan las sensaciones o percepciones. Pero aún
en estos casos solemos poner toda nuestra atención en los
estímulos u objetos que nos han producido esos estados de
ánimo. Solemos quedar tan absortos en nuestros estados
de ánimo y en los objetos que los han provocado que pare­
ciera que nada más existiera.
Existe por tanto en nuestra vida un predominio habitual
60
en nüestra atención sobre los objetos y todo lo exterior que
provoca ciertos estados de ánimo, tanto sean agradables como
desagradables.
Y por fin, muy pocas veces, nos fijamos y ponemos
nuestra atención en el sujeto, en el eje sobre el que giran
nuestras percepciones y nuestra conciencia.
Diríamos que damos menos atención e importancia al
actor principal, al protagonista que a los actores secunda­
rios.
No puede haber percepción sin sujeto.
No puede haber acto de conciencia, sin conciencia.
No puede haber arroz con leche sin arroz.
La incongruencia de nuestra vida radica en que no gira­
mos sobre el eje de la vida misma sino que estamos sola­
mente pendientes casi exclusivamente de todo lo externo a
nosotros mismos.
Para ser medianamente lógicos y cuerdos, tendríamos
que ser muy conscientes de lo que ocurre en nosotros.
Deberíamos ser permanentemente el testigo observador
de todo cuanto ocurre en nosotros y fuera de nosotros.
Yo soy consciencia cuando soy testigo consciente y
observador de mis percepciones y estados de ánimo.
Lo importante no son los estados de ánimo sino el su­
jeto testigo y observador de esos estados y de todo lo que
ocurre en él y fuera de él. Tener esta conciencia permanente
es ser conscientes de sí. Cuando somos conscientes de noso­
tros mismos somos lo que somos, vivimos lo que somos. En­
tonces somos conciencia.
Los estados de ánimo en sí mismos no tienen importan­
cia. Quien tiene verdadera importancia es el sujeto de tales
estados de ánimo, el que siente el estado de ánimo, el que da
cuenta del estado de ánimo, el testigo, el observador, el que
siente.
El observador, el sujeto, se da cuenta de que él está apar­
te de las cosas que provocan ciertos estados de ánimo. Pero se
da cuenta de que los estados de ánimo son provocados por un
error de visión, por un error básico, a saber: esas cosas exte­
riores solamente afectan a algo que no soy yo. Mientras yo
61
me identifique o crea erróneamente ser ese yo falso, me
sentiré afectado. Cuando yo sea consciente' de lo que soy,
sujeto independiente, superior a todos los objetos, dejaré
de afectarme por objeto alguno.
Yo soy el sujeto consciente, la consciencia que observa,
que ve, que se da cuenta de todo cuanto ocurre en mí y fuera
de mí.

62
¿VIVIMOS LA REALIDAD?

Es frecuente oir reproches como éste: “Tú no vives con


los pies en la tierra, vives en las nubes, no estás en el mundo
real...”
Normalmente estos reproches suelen hacerse a aquellas
personas idealistas, imaginativas, que sueñan con un mundo
distinto de lo que es y viven ajenos a la dura experiencia de
los hechos diarios.
Los que así hablan se glorian de que ellos se fundamen­
tan en los hechos de la experiencia real. Lo otro, es decir,
pensar en otra clase de mundo es para ellos algo irreal.
En las ciencias, algo se acepta como verdadero cuando
está comprobado a través de un método científico, es decir,
cuando una verdad está corroborada repetidamente por
la experiencia bajo unas ciertas normas rigurosas en la expe­
rimentación.
Ahora bien, ¿de qué clase es o qué categoría tiene esa
experiencia?
Tanto en las ciencias como en la vida común suele valo­
rarse únicamente la experiencia de aquello que es comproba­
ble a través de los sentidos externos de la vista, del tacto...
o de instrumentos muy sensibles en los que quede “visible”
alguna señal perceptible por los sentidos externos.
De esta manera resulta que, tanto en las ciencias como
63
en el uso común vulgar diario, se considera verdaderamente
real aquello que es experimentable o perceptible por los sen­
tidos. Lo demás, es o se llama ideal, meramente subjetivo,
imaginado...
Así, pues, a todos los hechos o fenómenos internos, no
comprobables por los sentidos externos se les niega toda rea­
lidad o se les pone en entredicho.
Pero ocurre que se miden por el mismo rasero, o lo que
es lo mismo se valoran por igual tanto los fenómenos men­
tales, imaginarios, ideales... como los fenómenos y experien­
cias internas y profundas, las que podemos llamar experien­
cias místicas pero entendidas en el sentido más exacto y am­
plio y no en un sentido vulgar, inexacto ni tampoco exclusi­
vamente religioso.
Estas experiencias profundas e íntimas del Ser, eviden­
temente son de naturaleza muy distinta de las experiencias
científicas y sensibles.
Así, pues, podemos señalar tres clases de experiencias:
las que se basan y se comprueban a través de los sentidos ex­
ternos, las mentales, consideradas como subjetivas y propias
de los sentidos internos y las experiencias místicas, las más
íntimas, en las que no intervienen los sentidos, ni siquiera los
internos. Son vivencias del “yo” central, de la conciencia
profunda. Ahí no hay sentidos ni mente. En la experiencia
mística, el “Yo” central vive y experimenta la plenitud del
Ser, de Dios, sin los mecanismos sensoriales o mentales. En
estas experiencias no hay pruebas directas externas. Frente
a ellas caben diversas actitudes: desde la total negación hasta
el deseo de vivenciación y experimentación.
Las experiencias místicas no se dan en una clase concre­
ta de personas ni en una determinada religión. Más aún, en
Oriente han existido y existen numerosos místicos que no
pertenecen a ninguna religión. Ni siquiera al Budismo. Tales
personas han llegado a vivir la Unidad con el Ser Absoluto,
con Dios, sin referencia alguna a conceptos religiosos, ritos
o cultos, sino sólo por la comprensión del Ser en sí mismos.
Cualquiera que con un sano sentido objetivo vea y ob­
serve la vida y sabiduría de estos místicos, más allá de toda
64
ciencia y filosofía, comprenderá que toda esa profundidad
de saber y esa serenidad y paz inalterable no son fruto de
algo sensible o limitado.
Y no es solamente en Oriente donde se dan las experien­
cias místicas. A veces puede parecer que estos hechos extra­
ordinarios tengan que darse lejos de nosotros. Y no es así.
Entre nosotros, en todos los países existen tales personas
tanto pertenecientes como no pertenecientes a alguna reli­
gión. No son las religiones el único camino hacia la expe­
riencia mística.
La única condición para tales experiencias es una aper­
tura o disponibilidad interior de la persona para que ESO,
El Ser, Dios, se haga presente. El modo y circunstancias en
que esto ocurre es muy diverso. Este es un tema para otro
momento.
Tanto para los científicos como para la gente común
que suele regirse únicamente por los sentidos y el mundo
sensible, todas estas vivencias y experiencias místicas, todo
este mundo de la conciencia (no de la mente) es algo leja­
no, incomprensible e irreal.
Es curioso observar que ciertas personas, aparentemen­
te muy religiosas y creyentes, admiten “teóricamente”, como
una creencia más, estas experiencias de ciertos santos. Pero es
una creencia diluida. Incluso da la impresión de que “creen”
para quedarse satisfechos con “su fe”, para dejar tranquila su
conciencia. Pero en el fondo y en la práctica, su actitud es
de incredulidad.
Así, pues, es un hecho que para la mayor parte de las
personas que se rigen por los sentidos y por la lógica racional
de lo sensible y perceptible, todo el conjunto de experien­
cias internas de la conciencia, es irreal. Para ellos únicamente
tiene realidad lo que se palpa, lo que se ve, lo que se experi­
menta a través de los sentidos externos.
Para los místicos, en cambio, y para los maestros de la
vida interior, tanto orientales como occidentales, para todos
aquellos que han experimentado y vivenciado lo que es el
Ser, La Realidad Unica, Dios, todo lo que no es esa Reali­
dad, es puramente ilusorio e irreal.
65
Todo aquello que existe pero es cambiante, transitorio,
impermanente, mudable, no tiene verdadera y auténtica
realidad. Todo lo que vemos en esos seres es la expresión
aparente de Lo Red. Lo Real de verdad no es visible. Son
visibles las formas con que se expresa y manifiesta. Esas for­
mas es lo que vemos. Esas formas es lo que suele considerarse
comúnmente como real. Son infinitamente variadas. Abar­
can todo el Universo visible.
Este mundo sensible que es considerado por la mayoría
de las personas como real, como lo único real, para los mís­
ticos tiene una muy relativa realidad. Es ilusorio.
La razón por la que el mundo sensible es ilusorio se basa
en que todo lo material, lo sensible, está en todo momento
en un constante cambio. Su existencia es tan inestable e
impermanente que nunca podemos saber nada seguro y
cierto sobre ello.
Además, todos los seres visibles tienen como base y
fundamento de su existencia al Ser. Los filósofos lo llaman
también la esencia. Las formas de las cosas visibles no pue­
den existir sin El Ser que las sustenta. Los teólogos hablan
de la omnipresencia de Dios en todas las cosas. Los filóso­
fos de la esencia que sustenta a todo ser existente.
Aparte de otras consideraciones, lo cierto es que Lo
real ha de tener una consistencia fija, permanente, ha de ser
siempre idéntico a Sí mismo, cosa que no ocurre con las
formas visibles de los seres materiales.
Así, pues, tenemos dos posiciones totalmente distintas
y opuestas con respecto a La Realidad, a lo que es Real.
Por una parte para los científicos y también para el
hombre de la calle, únicamente es real lo que es palpable,
lo que se comprueba con la experiencia sensible. Lo demás,
los fenómenos internos y de un modo especial los místicos,
serán irreales. A lo máximo se les llama “subjetivos” como
una pura creación del sujeto.
Por el contrario, para el místico, para quien ha experi­
mentado, vivenciado El Ser, o Dios, en su “Yo” central,
ESO, El Ser, Dios, es la UNICA Realidad. Es El Ser que
siempre ha sido, ES y será siempre idéntico a Sí mismo.
66
Todo lo demás, el mundo visible, solamente son formas
infinitamente variadas de expresarse El Ser, Dios. Esas
formas no tienen realidad en sí mismas. Solamente son apa­
riencias cambiantes de La verdadera Realidad que en Sí
misma no varía. Sólo varía la forma de manifestarse.
Nosotros en lo más íntimo de nosotros mismos SOMOS
El Ser, somos ESO, Somos Dios, somos Uno con El Ser,
Uno con Dios. Y ese Ser se expresa y manifiesta en nosotros
a través de nuestras respectivas personalidades.
¿Qué es lo real? ¿Qué es lo irreal? He ahí una cuestión
básica y fundamental en la vida humana que exige una res­
puesta.
Sin que parezca pretencioso, ésa es una de las preguntas
más importantes que podemos y debemos hacernos en nues­
tra vida. Según la respuesta que le demos será nuestra valora­
ción de las cosas y nuestra filosofía de vida.
Vivir Lo Real como Real es vivir en la Verdad.
Vivir lo irreal como si fuera real es vivir en el error, el
engaño, la falsedad. Esto no es algo más o menos importante.
Es sumamente importante. El Maestro Jesús dijo refiriéndose
a este conocimiento de la Verdad: “Una sola cosa es necesa­
ria”.
En el mundo, en la vida diaria, se suele dar más impor­
tancia^ cualquier cosa, antes que al conocimiento de La
verdad de Lo Real.
Estamos tan acostumbrados a llamar y tener por lo úni­
co real a lo sensible, a lo cambiante, a lo transitorio que todo
lo que no cae bajo el dominio de nuestros sentidos nos pue­
de parecer muy bonito y muy bello, pero utópico e inal­
canzable.
Algunas personas cuando leen u oyen hablar de ese infi­
nito y maravilloso mundo de La Verdadera Realidad esbozan
una sonrisa pensando: ¡Qué ilusos! ¡La verdadera realidad es
la de cada día. Otros dicen: “Yo no sé si eso existirá o no.
Pero de lo que no me cabe duda alguna que existe, es lo que
veo, lo que vivo cada día...”
Esa es una postura muy lógica y muy acorde con lo que
hemos aprendido, por lo que nos han enseñado y por lo que
67
hemos visto en nuestros padres y educadores. Vemos tam­
bién que eso es lo que piensan los personajes importantes de
la política, en ese sentido se habla y se escribe en los medios
de comunicación y eso es lo que sentimos y palpamos cada
día en el ambiente en que vivimos. Esa es la realidad, esa es
la vida, pensamos.
Hasta en ambientes religiosos se siente así. Suele decirse:
“Para acercar Dios al hombre o el hombre a Dios hay que par­
tir de la realidad, de la realidad cotidiana de la gente con to­
das sus miserias y dificultades...”
Ese es el hecho. Para esas personas religiosas que tienen
una sana intención de ayudar a la gente, instruirlos y acercar­
los a Dios hay que partir de la realidad de cada día.
Ciertamente, hay que tener en cuenta las circunstancias
y las situaciones de las personas para entender sus problemas.
Pero si partieran desde La Realidad, lo harían desde Dios,
única Realidad.
Conviene tener muy claro que si queremos resolver los
problemas materiales y físicos, es cierto que podremos resol­
verlos en sü propio nivel físico. Pero si queremos elevar a la
persona a un nivel más alto, jamás lo conseguiremos desde
el mismo nivel bajo, sino desde un nivel más elevado. Y en­
tonces sí que tendremos que partir de La Realidad, de La
Verdadera Realidad, desde el único nivel en que tienen solu­
ción los problemas de fondo de las personas, que es El Ser,
Dios.
Probablemente habrá personas que en este momento
pensarán: “Para la gente que no tiene qué comer lo real es
poder comer”. Y es correcto. Aunque se podría matizar. Pero
yo no me refiero a estos casos extremos. Me estoy refiriendo
a las personas más probablemente destinatarias de estas pági­
nas que no están en tales casos extremos. A quien tiene el
problema elemental de subsistencia no se le puede proponer
otra cosa sino resolver su problema de subsistir.
Existe el error frecuente de querer resolver los proble­
mas ajenos cuando nosotros mismos estamos naufragando
en los mismos problemas que queremos resolver en los demás.
Los que intentan mejorar al mundo harán muy bien si
68
se mejoran primero a sí mismos. Y un principio de mejoría
elemental es saber si estamos viviendo fundamentados en La
Verdad de Lo Real o en la falsedad de lo ilusorio porque ahí
se origina principalmente nuestra filosofía de vida.
No creo que exista en la vida de cualquier persona nada
más importante que amar La Verdad y vivir de La Verdad.
Vivir lo permanente como permanente y lo ilusorio como ilu­
sorio. Vivir cada cosa como lo que verdaderamente es.
Lo Real es verdadero en sí mismo. Cuando se piensa y se
verbaliza, ni las ideas ni las palabras son reales. La Realidad
hablada ya no es La Realidad sino verbalización de La Ver­
dad. Por eso, Lo Real, Dios, no se transmite con palabras
sino con vivencias. Las palabras solamente transmiten pala­
bras e ideas.
La transformación del mundo y de las personas solamen­
te se realizará en la medida en que vayamos dejando el error
de lo ilusorio y nos acerquemos a La Verdad de Lo Real.
La aspiración, por lo menos teórica, de la mayor parte
de las personas es realizarse. Y las personas están en camino
de su realización o van realizándose en la medida en que van
viviendo más desdé La Realidad, desde su realidad, desde La
Verdad de sí mismos, de lo que es Real, permanente en sí
mismo y no desde lo ilusorio, cambiante e impermanente
como son sus ideas, sus deseos, sus ambiciones, sus cuerpos,
sus aspiraciones pasajeras...
Como se ve, eso significa cambiar de signo casi toda la
vida.
No se trata de eliminar nada. Sólo la ignorancia y el
error.
No se trata de aborrecer nada. No se trata de destruir
nada. No se trata de dejar de vivir en el mundo sino de vivir
en él, pero desde La Realidad. Entonces se ve que todas las
formas variadas y cambiantes del mundo se interrelacionan
entre sí. Entonces se ve que La Unica Realidad infinita es la
base de todas las formas y está sustentando a todas ellas. En­
tonces uno aprende a vivir La Realidad como realidad y las
formas cambiantes como simples formas. Se trata de dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Se trata
69
de considerar real lo que es Real y vivirlo como tal y lo tran­
sitorio como transitorio.

70
TODO ESTA EN TI

¡Hay tantas religiones, hay tantas filosofías, sectas, mé­


todos, orientaciones, escuelas, maestros...!
Todos, al parecer, quieren decimos qué hemos de hacer
para ser justos, para ser honrados, para que nuestro compor­
tamiento sea correcto, ordenado.
Las religiones suelen decirnos que el hombre existe,
vive para obedecer a Dios, para amarle, servirle...
Las orientaciones filosóficas, ideológicas, los maestros...
dan consejos, reglas y normas...
Las sociedades políticas dan leyes para que la conviven­
cia sea posible y sea también lo más justa y ordenada.
Y entre tantos preceptos, enseñanzas, normas, orienta­
ciones, teorías morales... el ser humano se siente perplejo.
Muchos no saben qué hacer, qué religión seguir, qué
tendencia ideológica, moral, política, social... tomar.
Cuando se habla de esa inmensa gama de religiones,
ideologías y filosofías, al final, quizá para parecer liberal y
quedar bien suele decirse: “Todas las religiones son buenas.
Todas las filosofías intentan orientar bien. Por tanto es lo
mismo tomar un camino u otro”.
Y parece cierto que cada religión, cada filosofía, cada
orientación humana, desde su punto de vista concreto inten­
tan dirigir al hombre hacia lo más justo y correcto.
71
Aunque es interesante observar que ninguno de ios
Maestros sobre los que se basan y fundamentan las distintas
religiones, tuvieron nunca intención de estructurar las orga­
nizaciones humanas como hoy existen en el mundo en las
que el proselitismo, el sectarismo y la apropiación exclusiva
de la Verdad son medios u objetivos fundamentales para su
expansión y mantenimiento.
Ellos, los maestros espirituales, nos dejaron unas orien­
taciones claras, un testamento, unos mandatos simples y un
ejemplo de vida. Al trabajar por defender esas formas y es­
tructuras humanas religiosas, se cuida y defiende el cascarón
y se olvida el fruto.
Ante este panorama tan lleno de enseñanzas y orienta­
ciones diversas, uno se queda pensando: ¿qué debo hacer?
¿a quién debo seguir? ¿a quién debo creer y obedecer?
La respuesta es clara.
La Naturaleza, La Vida, Dios que ha hecho que seas lo
que eres, quiere que vivas lo que eres y por lo que eres.
El que ha hecho que seas lo que eres te ha dado la capa­
cidad para cumplir tu naturaleza, tu finalidad como ser hu­
mano, como ha hecho el rosal para dar rosas y le ha dado la
capacidad para darlas. Ningún rosal necesita que un jardinero
le diga cómo dar rosas.
Tú y yo y todas las personas como nosotros estamos
aquí para ser lo que somos, para dar el fruto de nuestra na­
turaleza.
Tú y yo tenemos la capacidad para realizar, para hacer
realidad y cumplir nuestro fin, el fin que La Naturaleza o
Dios nos señaló.
Por eso es importante, ante todo, saber qué somos, cuál
es nuestra naturaleza profunda, qué hay dentro de esto que
llamamos nuestro “Yo”. Y eso hemos de verlo por nosotros
mismos, dentro de nosotros mismos. Lo que nos digan los
demás, por más ciencia y autoridad que tengan, son ideas y
palabras. Mientras no lo veamos y sintamos por nosotros mis­
mos, no tendremos La Verdad viva.
No hay que buscar afuera, no hay que esperar que al­
guien nos diga: por aquí o por allí.
72
Dice La Biblia: Surgirán muchos que digan: aquí está
el Cristo o allí...
¿Para qué buscar al Cristo afuera si está adentro?
¿Para qué buscar afuera lo que está adentro?
¿Para qué esperar que otros te digan y enseñen lo que
está muy claro dentro de ti, en el centro de tu ser?
¿Cómo La Naturaleza, Dios te iban a dejar desarmado e
impotente en la vida para realizar tu naturaleza, para conse­
guir el objetivo a que estás destinado?
Todo está en ti.
No desvíes tu atención hacia afuera.
Todo está ya dentro de ti.
La sabiduría, el conocimiento que necesitas, no te lo en­
señará nadie mejor que tu voz interior, tu maestro interior.
Quizá me preguntes, ¿qué debo hacer?
Solamente mirar hacia adentro y oír la voz de adentro.
Para ver y oír adentro hay que acallar lo de afuera. In­
cluso la mente, que parece de adentro, pero es de afuera. Es
necesario dejar de estar encandilados, condicionados y atrapa­
dos por los constantes y habituales estímulos de afuera.
Mientras vivimos esta existencia física es necesario estar
atentos a todos los estímulos y condiciones físicas en que nos
movemos.
Pero lo que habitualmente sucede es que vivimos absor­
tos y atrapados por todo lo que nos rodea sin tomar clara
conciencia del sujeto, del “yo” central que es en definitiva
el actor principal de la existencia.
No se trata por tanto de apartarse de lo de afuera sino
de no ser atrapado, hipnotizado e idiotizado por ello.
Cuando mires y oigas dentro, tu perspectiva de todo
cuanto te rodea cambiará. Y verás que tu actuar, incluso en
las cosas de afuera será más sabio, más coherente, más orde­
nado y más acertado.
Todo está en ti.
¿Por qué mendigar lo que ya tienes?
¿Para qué buscar agua si eres tú la fuente?
¿Para qué buscar maestro si tú eres sabiduría?
¿Para qué buscar orientación si tú eres el oriente?
73
¿Para qué buscar médico y medicinas si tú eres el médi­
co y la medicina?
Todo está en ti.
Dios no hace las cosas mal ni a medias.
Dios es la base de todo.
Dios es la base de ti.
Lo que aparece de ti, tus formas externas, es lo visible
del Dios invisible.
Tú eres una de esas formas infinitas con que Dios se
viste.
Es cierto que en el proceso de la Historia humana a tra­
vés de generaciones y generaciones, hemos llegado a olvidar
lo que somos.
Al olvidar lo que somos, hemos vivido exiliados de nues­
tro verdadero ser, hemos olvidado la casa paterna, hemos sa­
lido o hemos sido expulsados de nuestro paraíso, de nuestro
mundo interior.
Hijos reales vivimos lejos de nuestro palacio, fuera de
nosotros mismos. Pero podemos volver a vivir en nuestro pa­
raíso, en nuestra verdadera morada, en nuestro verdadero ser.
La puerta no está cerrada.
Nunca estuvo cerrada.
Ni siquiera hubo puerta.
Hemos creído que estaba cerrada y nos hemos acostum­
brado a pensar que nuestro destino es estar desterrados, in­
capaces de valernos por nosotros mismos, abandonados a los
vaivenes del mundo exterior.
La Sabiduría, La Vida, El Amor, la Salud, la Felicidad
están ahí para quienes se decidan a buscar donde únicamente
se pueden encontrar.
No busques lejos lo que está cerca.
No busques .afuera lo que está adentro.
Todo está en ti.
“El reino de los cielos está dentro de vosotros”.
Cuando entres dentro de ti, encontrarás tu reino, el rei­
no de Dios.
El gran problema nuestro es que hemos llegado a con­
vencemos de que nuestra patria, nuestra morada es el des­
tierro.
74
Consideremos una bella ilusión el pensar en nuestro
reino interno.
Todos tenemos a nuestro alcance el verlo por nosotros
mismos. No necesitamos creer a nadie. Cada uno puede obte­
ner las pruebas más evidentes por sí mismo.
El camino que nos condujo al destierro debe ser desan­
dado. El hijo pródigo debe recorrer nuevamente el camino de
vuelta a su casa.
Ya nos habíamos acostumbrado a vivir fuera y lejos de
nosotros mismos, ajenos a nosotros mismos, mirando siempre
hacia afuera, esperando que todo nos venga de afuera. Recibi­
mos migajas siendo nosotros los verdaderos dueños de casa.
Pero nos hemos considerado mendigos extraños.
Todo está en ti.
Cuando te des cuenta de lo que eres y lo realices, lo ha­
gas efectivo, verás que todo es más simple de lo que nos
parece ahora. Mientras lo veamos con nuestra mente inferior
vuelta hacia afuera, todo lo que estoy diciendo parecerá una
fantasía de un iluso, idealista y optimista.
Solamente dejará de parecerte una ilusión cuando te de­
cidas a ver por ti mismo y a sentir por ti mismo dentro de ti
mismo.
Yo no te pido que me creas nada. Solamente te pido
o te propongo que lo veas por ti mismo. Para ver, hay que
mirar. Si no miras, si no te decides a mirar, nunca verás.
Todo está en ti.
No creas que es una fantasía de lo que es la más clara y
feliz realidad.
Casi todas las terapias existentes están orientadas a ense­
ñarnos a vivir más o menos adaptados a las condiciones de
nuestro destierro. Pocas o quizá ninguna nos muestran el ca­
mino de vuelta a casa. Pero esa es la verdadera solución a
nuestros problemas.
Las terapias suelen encaminarse a normalizar nuestra
personalidad para que se acomode a las condiciones del des­
tierro en el que vivimos.
Cada uno puede aplicarse la mejor terapia, la de recono­
cer su verdadero ser, su verdadera naturaleza. Entonces, los
75
problemitas psicológicos y de todo tipo se reducen a cero.
Todo está en ti.
La solución a lo que ahora consideras tus problemas
también.

76
VIVIMOS DORMIDOS

“Ya es hora de despertar del sueño”, dice la Biblia.


Vivimos ordinariamente dormidos, sin conciencia clara
de qué somos, dónde estamos, qué hacemos, por qué hace­
mos lo que hacemos, por qué sentimos lo que sentimos,
qué sentido tiene para nosotros el vivir o el no vivir...
Vivimos generalmente empujados, arrastrados por el
instinto y voluntad ciega, natural y espontánea de vivir, pero
prácticamente inconscientes, muy poco despiertos.
Vivimos sin conciencia clara de quién es el que vive
detrás de esas apariencias de este cuerpo, quién es el que está
viviendo dentro y detrás de esa carne, y esos huesos que com­
ponen nuestro cuerpo.
Vivimos sin conciencia clara de quién es el que alberga
esos pensamientos, esos conocimientos, esas habilidades de
trabajar, de jugar, de desarrollarse y desenvolverse en la vida...
Vivimos sin conciencia clara de quién es el que está
afectado por esos sentimientos agradables o desagradables
que nos ponen alegres o tristes en cada momento, quién es
ese que sufre o se alegra, ese que se preocupa, que se impa­
cienta, que se atemoriza, que duda, llora, canta, ríe, goza...
Vivimos sin tener clara conciencia de quién y qué es
ese “Yo” sujeto activo, que es el que realmente vive detrás
de la vestimenta, detrás del cuerpo de carne, huesos, ojos,
77
cerebro, órganos internos con sus células, moléculas y áto­
mos...
Y si no sabemos quién es el que piensa en nosotros,
quién es el que siente, el que se mueve, el que vive en noso­
tros, ¿qué podremos saber con una cierta garantía de cer­
teza?
Si yo no conozco lo más próximo a mí mismo, si no
conozco al que conoce, ¿cómo podré conocer las cosas
que me rodean? ¿cómo me atrevo a hacer afirmaciones sobre
lo que perciben mis sentidos? ¿podré conocer a esos otros a
los que llamo personas, que son lo que yo soy, si no sé quién
soy yo, que supuestamente es la persona que está conocien­
do? ¿podré conocer a ese Ser que llamo Dios y en quien su­
puestamente creo y del que digo que es el Ser más impor­
tante, el más grande, el más poderoso, el más sabio, el más
bueno, el absolutamente perfecto, si no conozco a este otro
ser pequeño cercano que soy yo mismo?
¿No será todo eso una simple afirmación sin sentido,
que repito sin verdadero conocimiento, sino como una cinta
grabada que reproduce y repite lo que ha sido grabado en
ella sin tener conocimiento de lo que significa y de lo que
expresa?
El camino hacia lo Universal empieza en lo individual.
El camino hacia afuera empieza adentro.
El camino hacia los demás empieza en sí mismo.
El Camino hacia las cosas (que es la ciencia) empieza en
el conocimiento de sí mismo (que es la sabiduría).
La comprensión del mundo, de los acontecimientos...
de Dios, tiene necesariamente su origen y base en la compren­
sión de sí mismo, en el acontecimiento de conocerse a sí
mismo, el sujeto que comprende y conoce.
Cuando me desconozco a mí mismo, es imposible que
pueda conocer a los otros.
Cuando no tengo una auténtica' aceptación de mí mis­
mo, es imposible pretender aceptar a los demás.
Por más que me proponga y me imponga aceptar a las
personas que me rodean, será un esfuerzo vano y de resulta­
dos muy momentáneos, mientras no comience por aceptarme
78
a mí mismo, real y efectivamente, tal como soy, en lo que me
veo como bueno y en lo que me veo como malo.
Solemos vivir preocupados y atormentados porque nos
cuesta aceptar a ciertas personas.
Nos domos cuenta de que las circunstancias nos impo­
nen el trato con esas personas que no nos caen bien. Nos pro­
ponemos no hablar mal de ellas y hasta tener buenos senti­
mientos y actitudes con ellas. A veces hasta es posible que
consigamos en un momento determinado, ser amables con
esas personas. Pero pronto volvemos a nuestra actitud de
rechazo.
La explicación de esa conducta radica en que no empe­
zamos por donde debemos empezar.
Hay que empezar por una aceptación clara, consciente
y sincera de nosotros mismos, de ese que ve, piensa, siente,
vive, que llamo “yo”.
Nos daremos cuenta entonces de que nuestro comporta­
miento es como nosotros no quisiéramos que fuera. Nos dare­
mos cuenta de que una cosa es lo que nosotros queremos o
quisiéramos hacer y otra lo que realmente hacemos.
Aún admitiendo esa diferencia y a veces contradicción,
entre lo que queremos y lo que hacemos, hemos de aceptar
que así es y así hemos de aceptarnos.
No se consigue nada queriendo dar explicaciones, bus­
cando los motivos y las causas de ese modo incoherente o
contradictorio de comportamiento.
Lo únicamente eficaz es aceptar los hechos tal cual
son, aceptar nuestro comportamiento como es y ser muy
claramente conscientes de cómo somos y cómo quisiéramos
ser, evitando los intentos inútiles de justificarse y eximirse
de responsabilidades.
Frecuentemente jugamos a ser buenos.
A veces ni siquiera jugamos a ser buenos sino a tener
buenas intenciones de ser buenos.
Con las buenas intenciones nos quedamos ya satisfe­
chos como si “el intentar” fuera “realizar” y el decir fuera
hacer. Y así seguimos dormidos en los laureles del engaño.
Solamente el aceptar la verdad tal cual es, nos liberará
79
del error de creer que el sueño es la realidad y que el decir
es hacer.

80
EL "YO” CENTRAL
y EL "YO" INFERIOR

Todos sabemos por experiencia que hay ocasiones en


que nos desconocemos a nosotros mismos. A veces uno se
sorprende a sí mismo y pareciera que en lugar de uno fuera
varios. Unas veces uno se siente compasivo y otras duro y
cruel. Unas veces generoso y otras tacaño y egoísta. Unas
veces nos sentimos alegres, optimistas y capaces de todo y
otras estamos hundidos en la tristeza y la impotencia. Son
los vaivenes de las ideas. Es el vaivén de la idea “yo" o del
“yo"-idea. Es el concepto sobre nosotros mismos que varía
según las circunstancias en que estamos viviendo en cada mo­
mento.
En la investigación sobre nosotros mismos hay algo pri­
mordial y fundamental que hemos de ver con toda claridad
y es el distinguir con toda evidencia nuestro “Yo” central
del “yo” con que solemos manejarnos y actuar en casi todos
los momentos de nuestra vida.
Estamos embarcados en la búsqueda del “YO” verda­
dero, del “yo” central. Pero todo lo que pensemos y digamos
sobre nuestro “yo” central son ideas y conceptos más o
menos aproximados a la realidad pero nunca esos conceptos
serán el “yo”. El yo es realidad y las ideas sobre él son sola­
mente ideas o conceptos que no son realidad.
El yo central únicamente puede conocerse por experién-
81
cia directa, sintiéndolo. Y se experimenta y se siente cuando
uno logra centrarse en él. Centrarse en él es sentirlo centro y
fuente de todo cuanto hay y sucede en ti. Al principio la
mente ayuda en este trabajo. Luego la mente debe desapare­
cer. Mientras la mente esté activa y se sienta revolotear con
sus pensamientos, recuerdos, temores, lucubraciones, etc...,
será imposible sentirse en el centro, estar centrado en el
“yo”.
¿Por qué son tan pocos los que tienen experiencia direc­
ta del “yo” central?
En primer lugar porque son pocos los que se deciden a
trabajar en esta experiencia feliz. Esto no se enseña en las
Universidades ni en los colegios. Son pocos los maestros en
esta materia porque para ser maestros no es suficiente saber
teórica o intelectualmente algunos principios o algunas reglas.
Es necesario haber recorrido el camino primero.
En segundo lugar nos hemos llegado a formar una idea
sobre nuestro “yo” que ha sustituido al “yo” central verda­
dero.
Siempre que pensamos, hablamos y nos referimos a
nuestro “yo”, no estamos refiriéndonos al “yo” verdadero
sino a esa idea que nos hemos ido creando de nuestro “yo”.
Ese es nuestro “yo” inferior, nuestro yo-idea. Se le puede
llamar como se quiera. Lo llamamos yo inferior porque toda
su actividad está dirigida y gobernada por un nivel inferior
de conciencia. Sus aspiraciones son siempre limitadas y res­
tringidas. Su ámbito es muy reducido. Solamente busca sus
conveniencias y satisfacciones.
No es difícil adivinar que nuestra vida diaria suele estar
guiada por este yo inferior. Ese es el hecho real. Hemos de
reconocerlo y aceptarlo. Muchas veces no quisiéramos que las
cosas fueran como son, tanto en nosotros mismos, como en
nuestro entorno. Pero debemos aceptar las cosas tal cual son,
aunque nos desagraden.
El “yo” inferior es el que regula nuestra personalidad
psicofísica. Si bien este yo inferior es el causante de muchas
actitudes ruines y egoístas es también el que organiza, coor­
dina e integra las funciones psíquicas y físicas de nuestra per-
82
sonalidad. Quiere decir que tiene una función determinada
en la vida existencia! concreta.
Lo trágico es que nos quedamos adheridos e identifica­
dos con este yo inferior y le otorgamos atribuciones que no le
corresponden. El es el que debe dirigir nuestra actividad orgá­
nica. Pero lo hemos constituido en centro de nuestra exis­
tencia.
El centro de donde brota toda actividad, todo amor,
toda inteligencia es el “YO” superior o yo central. El es una
realidad en sí mismo. El es la fuente de todo cuanto ocurre
en nosotros y a través de nosotros. Todo cuanto somos es
expresión de energía, de inteligencia y amor. Pues bien, esa
energía de donde brotan y surgen nuestros movimientos,
nuestra actividad, nuestra vitalidad... esa energía, es nuestro
“yo” real. Todo conocimiento, toda creatividad, toda capa­
cidad deductiva e inductiva usada por ese mecanismo que
llamamos mente, toda la capacidad intelectiva proviene de
nuestro “yo” real, de nuestro verdadero “yo”. Toda la capa­
cidad generosa, toda la capacidad de gozo profundo, toda la
capacidad de sentir, querer y amar reside en el “yo” central,
en nuestra realidad verdadera.
Somos esa realidad con toda su capacidad de expresión
y manifestación.
En lugar de vivirnos en nuestro centro y origen, vivimos
desde los mecanismos externos como la mente, los sentidos
externos y todas sus adherencias. En lugar de vivir desde
nuestro “yo” central superior, vivimos desde el “yo” inferior.
Y llegamos a creer que ésa es nuestra verdadera realidad, que
ése es nuestro verdadero “yo” .
Nos quejamos de la hipocresía de la sociedad, nos la­
mentamos del egoísmo existente en todos los niveles, asisti­
mos a esta comedia humana donde cada uno intenta ser o
aparecer mejor que su vecino, aunque sea por pura aparien­
cia y engaño. Pero deberíamos darnos cuenta que todo eso
es el resultado de que nuestras vidas están dirigidas única­
mente por nuestro yo inferior.
Oímos frecuentemente a muchas personas decir que se
sienten plenamente realizadas cuando se sienten a gusto en
83
su trabajo, ganan dinero, tienen éxito, les acompaña buena
salud... y todo les sale bien.
Ciertamente que todo eso son signos evidentes de que se
sienten realizadas en el “yo” que están viviendo, en el “yo”
inferior que es el que está ocupando el centro de sus vidas.
La verdadera y auténtica realización no necesita de nin­
guna gratificación externa.
La verdadera realización del “yo” central consiste en
ser la realidad que se es, vivir y desarrollar en cada instante
esas potencialidades que somos como foco de energía, de
inteligencia y de amor.
No importa que haya éxito externo o no. No importa
que el cuerpo goce de buena salud o no. No importa que los
demás vean o reconozcan lo que se es, lo que se hace o no.
No importa la clase de trabajo que se haga, se gane dinero
o no.
En la verdadera realización el éxito es interno y con­
siste en ser expresión de la Inteligencia y el Amor que
SOMOS.
Mientras sea el yo inferior el que gobierne la actividad
humana, los resultados han de ser necesariamente inferiores,
lastimosos y bajos, como corresponde a su origen.
Cuando cambian los gobiernos de los países nos crea­
mos expectativas nuevas de una mayor prosperidad, de un
mayor desarrollo, de una mayor justicia... Pero frecuente­
mente suele sucederse la frustración y el desengaño. Y es
que cambian las personas pero el señor que gobierna a las
personas es el mismo: el “yo” inferior con todas sus conse­
cuencias.
No creo en el cambio social y el mejoramiento del mun­
do a través del cambio y la reforma de las estructuras socia­
les, aunque en algunos casos también sea necesaria.
Si juntamente con las estructuras no cambia el “yo”
que dirige a las personas, especialmente a los gobernantes de
los países, el mejoramiento del mundo seguirá siendo un
bello objetivo utópico, en los discursos, en los libros y en la
buena intención de la mayor parte de las personas. Pero nada
más que eso.
84
El cambio, por tanto, radica en la toma de conciencia
de lo que realmente somos, del “yo” superior o central que
somos y actuar desde esa realidad verdadera de nosotros mis­
mos en lugar de ser conducidos por el “yo” inferior en un
nivel de conciencia elemental, bajo, individualista, mezqui­
no y egoísta.
Para muchas personas que se sienten “realizadas” en su
“yo” inferior con el éxito externo y la satisfacción de su
ego, viene a ser esa falsa realización el peor enemigo en el ver­
dadero camino hacia su verdadera realización interior, porque
llegan a creer erróneamente que una mala copia falsificada
es la realidad verdadera. Tales personas quedan enfrascadas,
embobadas y satisfechas con ese aparente y precario éxito
personal y creen que ya han conseguido y cumplido el obje­
tivo de la Vida.
Pero tarde o temprano aparece el hastío, el vacío, la
angustia. Porque internamente se sienten unos extraños para
sí mismos. La demanda interna del “yo” superior no se acalla
con falsas realizaciones de oropel.

El yo central es real, permanente, inmutable.


El yo inferior es irreal, ilusorio, inestable.

El yo central es divino.
El yo inferior es terreno.

El yo central es luminoso.
El yo inferior vive de espejismos.

El yo central es puro amor generoso y desinteresado.


El yo inferior es egoísta, egocéntrico y egolátrico.

El yo central es todo y no desea nada.


El yo inferior está lleno de deseos y ambiciones.

El yo central es intuitivo de visión directa y no juzga.


El yo inferior es de visión parcial y corta. Y siempre
juzga.
85
El yo central ve al mundo en sí mismo y a sí mismo en
el mundo, viviendo siempre la unidad.
El yo inferior selecciona, disgrega y divide y vive la sepa-
ratividad, la división y la rivalidad.

Nuestra vida será siempre lo que sea el yo que la dirija.


De la fuente pura brota agua pura. Si permitimos que pase
por un canal contaminado el agua quedará contaminada.
¿Por qué dejar nuestra vida en las manos egoístas de
nuestro yo inferior cuando nuestro origen es puro, gene­
roso y divino?

86
EL MEJOR CAMINO:
CENTRARSE

Comúnmente se dice que quien vive desorientado y


desubicado en la vida está descentrado. No está en su centro.
Pero ¿cuál es el centro de la persona?
Es evidente que no son sus sentidos físicos que también
se llaman externos. Ni tampoco los conocimientos, concep­
tos o ideas que nos llegan de afuera. Y por consiguiente tam­
poco los sentimientos que estas ideas provocan en nosotros.
En cada uno de nosotros hay un punto, un algo central
a lo que llamamos “YO”. Ese “yo” es el sujeto que percibe
y expresa todo cuanto llega a nosotros y sale de nosotros.
Ese “YO” es una Inteligencia luminosa, puesto que
VE, percibe, conoce. Y también es Amor porque se siente
uno e idéntico con todos los “yoes” de todas las demás per­
sonas y al mismo tiempo ese “yo” es la energía de donde
brota toda actividad, todo movimiento.
Cuando uno se abstiene o se abstrae de la acción de los
sentidos e incluso de los razonamientos de la mente y se
centra en el fondo dé sí mismo entonces goza de una paz,
serenidad e intuición absolutamente distintas de toda sensa­
ción o sentimiento que proporcionan los sentidos y la mente.
Pero este aislarse de los sentidos y de la mente es un tra­
bajo costoso y difícil porque estamos acostumbrados a vivir
“con” cosas y “de” cosas, “con” los demás y “de” los demás,
87
“con” pensamientos e ideas...
Al principio pareciera que vamos a quedar solos y va­
cíos de lo que siempre ha estado llenándonos que han sido
nuestras ideas. Hay una idea sobre todas las demás a la que
nos cuesta renunciar y es la idea sobre nosotros mismos. Es
como si al desaparecer el “yo-idea” o la idea que yo he teni­
do siempre de mí, yo fuera a desaparecer, como si fuera a
caer en el vacío de la nada, hasta que veo y experimento que
el “yo” central, el “yo” realidad es lo único consistente, lo
que me da la mayor seguridad, porque es lo más mío, lo que
yo soy, lo que no falta nunca, y se apoya en el Gran YO, cen­
tro de todos los yoes, la verdadera y única realidad que da
existencia a todas las formas que existen en el Universo.
Vivir centrado o desde el centro no es dejar de vivir tam­
bién las cosas de afuera sino que es vivirlas de otra manera. Es
ver que no es mi cuerpo el que me sostiene sino que yo sos­
tengo a mi cuerpo, que no son los acontecimientos los que
me arrastran sino que yo soy el que vive los acontecimientos
y soy el observador de todos ellos, que no son los juicios, las
opiniones y las ideas de los demás las que dirigen mi vida,
sino yo, mi propia capacidad de ver, de decidir, de amar, de
ser.
Cuando vivo gobernado por el yo central, doy el valor
justo a las cosas. Ya no me inmutan los acontecimientos, ni
las ideas y juicios de los demás, ni la salud de mi cuerpo con
todos sus altibajos. Yo soy más importante que todo eso.
Pero al comprender la importancia de lo que yo soy, com­
prendo igualmente la importancia de todos los yoes de los
demás y me siento uno con ellos. Es el sentimiento de amor-
unidad más perfecto que pueda existir jamás.
Entonces valoro las cosas como cosas, como simples
medios elementales de subsistencia y así prefiero el bien del
“yo” del otro ¿i bien de mis cosas y no explotaré al otro por
el dinero o por mi prestigio y fama o por mis bienes y mis
ideas...
Entonces no explotaré la libertad del yo de los demás
por el bien material de los demás (marxismo), ni explotaré
el “yo” de los otros por una mayor producción (capitalis­
88
mo) ni explotaré el bien de los otros por “mis” bienes
(egoísmo).
Centrarse es ver, sentir y vivir cada instante desde mi
centro, desde mi realidad central, desde donde yo soy yo,
desde donde yo soy AMOR, INTELIGENCIA Y ENERGIA.

89
¿POR QUE ESTAMOS AQUI?

Todos los problemas que existen en el mundo, están en


el interior de cada uno.
El ser humano tal y como existe “aquí y ahora” en este
planeta Tierra es un ser autodesarrollante.
No sabemos cómo ni por qué pero lo cierto es que el
hombre no está completamente hecho, “perfecto”. Su misión
en la vida es “hacerse”, perfeccionarse, realizarse o lo que es
lo mismo, hacer efectivo, llevar al acto lo que es en potencia.
Al olvidar esta su misión, el hombre se lanza en la vida
a una actividad Genética por “realizar” una idea que tiene de
sí mismo, que consiste en satisfacer ciertas exigencias físico-
materiales de los sentidos y en sobreponer la ideá de sí a la
idea de los demás o lo que es lo mismo hacer que su ego o
“yo” inferior esté siempre por encima del ego o yo inferior
dé los demás.
Y aquí surgen los problemas.
Los problemas los crea cada uno cuando en lugar de
dedicarse a “realizar” su misión, su propia naturaleza verda­
dera, se lanza a defender y fortalecer ese fantasma imaginario
que se ha creado de sí mismo.
Todas las guerras, todas las injusticias sociales, todos los
conflictos humanos internacionales tienen su origen en los
desajustes y conflictos internos del hombre. Y no del hombre
90
abstracto sino bien concreto, en ti, en mí y en cada uno de
los que caminan por la calle. Es cierto que los conflictos in­
ternos de los hombres que dirigen y gobiernan los pueblos
y los Estados tienen más influencia e importancia que los de
un simple ciudadano sin poder alguno en la sociedad. Pero
cada uno de nosotros cooperamos a nuestro modo en ese
estado de cosas.
Las ciencias psicológicas han creado e ideado terapias
diversas para cambiar o mejorar la conducta humana. Las
más avanzadas tratan de cambiar la actitud mental del hom­
bre. Se dice que la mente con un determinado tipo de ideas
conduce a un determinado tipo de conducta. Por tanto
basta cambiar los contenidos mentales que son las ideas para
que la conducta también cambie.
Hasta ahí todo eso es correcto.
Pero hay que resolver el problema base que es la base de
todos los problemas.
Entre todas las ideas que albergamos en la mente, hay
una que tiene la máxima relevancia e importancia en nuestra
vida. Es la idea que tenemos sobre nosotros mismos.
Es evidente que siempre hemos de tener una idea sobre
nosotros como la tenemos sobre todas las demás cosas. Pero
lo grave y nefasto es que constituyamos y hagamos de esa
idea el eje y centro de nuestra existencia y nuestras preocu­
paciones.
Eso es exactamente lo que se intenta cuando se propone
como un gran método terapéutico el cambiar y mejorar la
propia imagen. Es cambiar la idea que tenemos de nosotros
mismos por otra más elevada y positiva. Así estamos constan­
temente dando vueltas alrededor de un mundo de ideas, pla­
neando sobre un mundo irreal én lugar de aterrizar, posarnos
y afianzamos en la realidad de nosotros mismos.
Se trata de descubrir por vivenciación y experimenta­
ción al sujeto de todas esas ideas. Quién es el que vive en este
cuerpo, quién es el sujeto y actor de estos pensamientos,
quién es el que percibe más allá de todas las sensaciones y
percepciones.
Cuando nos demos cuenta de que el origen de las ideas
91
que tenemos de las cosas y de nosotros mismos no es otra idea
ni el cerebro sino una energía-realidad consciente y amorosa,
sutil, perfecta, omnipotencia! y tengamos una experiencia
directa de ello, eliminando y anulando todas las ideas precon­
cebidas por bellas y sanas que parezcan, entonces nuestra
vida dará un giro radical y no necesitaremos de psicoterapias
para cambiar de ideas o de imagen.
Nos han enseñado muchas cosas en el colegio y en la
Universidad, pero no nos han enseñado a vivir. Es que son
muy escasos los maestros de vida. A vivir sólo se enseña vi­
viendo, como a amar sólo se enseña amando. De poco sirven
las teorías, en esas dos asignaturas, que en realidad ambas son
una sola. Lo importante es vivir consciente y amorosamente.
No nos han enseñado qué significa estar completamente
vivos.
Nos enseñan cómo mantener vivo y robusto nuestro
cuerpo. Pero no cómo estar completamente vivos y despiertos.
Las preocupaciones de nuestros padres y educadores se
han reducido a que nuestro cuerpo funcione lo mejor posi­
ble y que nuestra conducta se acomode lo más perfectamente
posible a la sociedad en que vivimos.
Vivimos alejados de nosotros mismos. Es necesario vol­
ver al re-conocimiento de nuestra verdadera identidad real.
No sabemos con exactitud qué somos porque no nos
lo hemos propuesto como problema básico y fundamental.
Creemos que somos lo que en realidad no somos.
No sabemos vivir porque no sabemos quién y qué es el
que vive en esto que llamamos nuestro cuerpo, quién es el
que vive esta vida que llamamos nuestra.
Las guerras, las crueldades, las injusticias., no son pro­
ducto de unos cuantos señores más o menos locos, déspo­
tas o ambiciosos. Somos todos, los que producimos y crea­
mos ambiente de guerra. Vivimos permanentemente en pie
de guerra porque vemos por todas partes actuales o poten­
ciales rivales y enemigos.
La causa de las guerras y de las injusticias está en el co­
razón de cada uno de nosotros.
Hay guerra, desunión y desintegración dentro de noso­
92
tros. Desintegración o lucha entre el consciente y el incons­
ciente, contradicción entre lo que pensamos, decimos y ha­
cemos y sobre todo desintegración entre lo que realmente
somos y lo que vivimos.
No somos lo que vivimos. No vivimos lo que somos. Vi­
vimos lo que no somos.
Somos todos un cielo. Pero la vida de muchos suele ser
un infierno o por lo menos un purgatorio.
Cada uno de nosotros somos una maravilla potencial.
Esa potencialidad puede actualizarse, puede realizarse cuando
lo decidamos nosotros mismos. Pero únicamente lo decidire­
mos cuando lo veamos con toda claridad, cuando nos conven­
zamos de que esto no es una mera frase sino una auténtica
realidad vivenciable y experimentable.
Vivimos dormidos. Mientras no despertemos, seguire­
mos viviendo este ensueño en el que estamos metidos cre­
yendo que somos esto o aquello, que somos así y debemos
ser asá. Todo son imaginaciones, sueños falsos, ideas e
ideales. Muchas veces cuando vemos que no somos como
deberíamos ser nos abandonamos al sueño de imaginar que
algún día llegaremos a ser lo que imaginamos como nues­
tro ideal.
Todo esto es real. Aunque es posible que algunos de
mis lectores lleguen a pensar que son unas simples remotas
y bellas ideas.
Está muy lejos de mí la intención de acaramelar las
mentes con un optimismo barato. No hablo de esperanzas
de futuro sino de realidades presentes. Lo que digo no es
válido para una vida posterior a esta. Sólo hay una vida.
Cuando el cuerpo muere casi todo sigue igual. Solamente
desaparecen las limitaciones del cuerpo material. Tu yo,
tu ser, sigue vivo.
Lo que yo digo es válido para todos y para este mismo
momento. Está destinado a todos y no sólo a unos cuan­
tos privilegiados. Aunque sí es cierto que solamente lo ven,
lo viven y lo disfrutan los que se deciden con toda su alma
y lo toman como el asunto más importante de su vida.
Lo más duro en el trabajo sobre la búsqueda de noso­
93
tros mismos radica en la dificultad de reconocer nuestros
errores y falsedades. No nos gusta reconocer que vivimos
engañando y engañándonos y que los seres más queridos
también nos han engañado. Todo esto es muy duro y preferi­
mos seguir en nuestro sueño antes que reconocer la verdad
lisa y llana, que nos abriría la puerta de nuestra feliz y ver­
dadera realidad.
Lo que yo propongo es un trabajo de investigación.
La investigación en las ciencias sociales se basa en bus­
car la naturaleza de la realidad fuera de uno mismo, en las
cosas, en la materia, analizándola a través del cerebro, los
sentidos externos y algunos sofisticados instrumentos que
aumentan la capacidad de los sentidos orgánicos. Se inves­
tiga lo que se ve, lo que se oye, lo que se palpa, lo que se
percibe por los sentidos y es medible, manejable y cons-
tatable.
El mundo occidental ha desarrollado esta clase de in­
vestigación en la medicina, física, química, biología, ciber­
nética... Ha llegado a manejar hasta unos ciertos grados la
materia, tanto la llamada viva de los organismos como la
materia inerte.
La investigación de la vida interna humana en su aspec­
to más profundo e íntimo no puede hacerse a través de los
sentidos ni puede demostrarse a los demás. Es un trabajo
individual e intransferible por palabras.
La investigación interior no consiste en creencias ni en
ideologías. Consiste en una visión clara interior de la propia
realidad, de La Realidad.
Cuando esa visión se da, el que la tiene, siente el gozo
de Ser la realidad siempre idéntica a sí misma. Entonces
sabe quién y qué es él mismo.
Este estado de conciencia es posterior y superior al esta­
dio de desarrollo que T. de Chardin llama la noósfera.
Cuando el ser humano llega a este estado de conciencia
está preparado para contactar con otros niveles superiores
del Ser.
La razón, la mente, los sentidos externos y los instru­
mentos sofisticados modernos nos proporcionan un tipo de
94
investigación de la materia limitada. Pero no pueden darnos
ningún conocimiento sobre la infinitud de La Vida y del mun­
do invisible que es el origen del mundo visible.
Los sistemas filosóficos empíricos solamente daban vali­
dez de realidad a todo y solo aquello que nos llegaba por los
sentidos. Luego los racionalistas con su endiosamiento de
La Razón, a la que levantaron incluso altares y estatuas, cre­
yeron que el único medio fiable era la razón o la mente o el
intelecto. Pero tanto la razón o la mente como el instrumento
orgánico de que se sirve, el cerebro, son limitados. Con tales
medios no se puede explorar lo más fino, lo más perfecto,
lo más sutil. Lo más perfecto es siempre lo más simple, lo
menos complejo.
Ahí se encuentra la dificultad de la investigación espiri­
tual. Estamos acostumbrados a vivir de ideas y con ideas,
siempre pendientes de la mente. Y la mente sólo sirve para
lo complejo. No para lo simple. Lo simple solamente puede
percibirse en la simplicidad del silencio mental con la luz de
la inteligencia intuitiva y el sentir profundo más allá de los
sentidos y las emociones.
Ver esto claro es una señal de demanda interior. Es señal
de estar llamado a este trabajo de un nivel superior. Cada
uno vive en su nivel. Cuando se siente la demanda de “algo”
más, hay que trabajar o disponerse a “ese algo más”. En­
tonces uno supera su nivel anterior y poco a poco va viendo
que lo que antes le llenaba y satisfacía, ahora le deja indife­
rente. Y también a la inversa: las cosas que antes le molesta­
ban y le hacían sufrir, ahora no le hacen mella alguna.
A medida que va subiendo el nivel de conciencia, la
perspectiva y los valores cambian.
Antes teníamos quizá muchos proyectos de cosas y
muchas metas. Ahora aquellos proyectos y metas han per­
dido fuerza. Y entonces uno se pregunta: ¿Cómo es posible
que eso que antes me parecía la antesala de la felicidad,
ahora se vea como una tontería sin sentido?
A medida que se van descubriendo aspectos del mundo
interior, los valores que daba a las cosas exteriores cambian.
Cada día vemos, que el mundo no es precisamente un
95
paraíso. Una tras otra van cayendo y fracasando las teorías
políticas, económicas, sociales...
Las ideologías y hasta las religiones no logran que nues­
tro mundo sea más humano y más feliz.
¿Qué hacer?
Si queremos que el mundo sea un poco mejor y más
feliz solamente hay un camino que nosotros podamos y ten­
gamos que recorrer. Cada uno puede hacer que su pequeño
mundo, el mundo de su vida con parte de su entorno cambie
de signo. Nadie puede impedirnos el vivir desde nuestro
mundo interior. Es éxito seguro. Cada uno puede transfor­
mar su vida. Todos podemos ser hombres nuevos.
No hay que hacer muchas cosas. Solamente hay que
hacer una sola: ser auténticamente en cada momento de
nuestra vida expresión clara y directa de lo que somos en
nuestra realidad profunda.
Muchos queriendo cambiar el mundo, olvidan lo más
importante: cambiarse ellos.
Un joven le dijo a Ramana Maharshi si en lugar de tra­
bajar en conocerse a sí mismos, no sería más importante
ocuparse de la justicia social. A lo que el maestro respondió:
Desde luego, si ello es realmente importante y necesario para
tu equilibrio interior.
Poco podemos hacer realmente efectivo por el mundo si
no tenemos equilibrio interior, si no hay justicia dentro de
nosotros.
Cada uno está donde está, para ser realmente lo que es,
para cumplir la justicia consigo mismo y con La Vida, con la
naturaleza que ha recibido. ¿Conoces tu naturaleza? Ocú­
pate de conocerla a fondo para que cumplas LO QUE ERES.

96
¿EXISTE EL MAL?

La pregunta aparentemente parece ingenua y hasta estú­


pida.
Constantemente estamos hablando de “gente mala”, de
conductas “malas”, de amigos “buenos”, de gobernantes
“malos” y de que este mundo es malo.
A primera vista pareciera que la pregunta es inútil por
lo evidente, porque parece que el mal es el protagonista de
este mundo.
Hasta en las tradiciones religiosas se nos habla de demo­
nios y dioses del mal.
Pero hemos de ver con profundidad qué sentido tiene
todo ello. Hemos de ver si esto es cierto o es que el mal está
únicamente en nuestra mente.
Nadie duda de que Dios, el Dios verdadero, para que sea
Dios verdadero ha de ser el SER ABSOLUTO, absoluto en
perfección y absoluto en existencia. Es decir que El es todas
las cualidades y perfecciones y que todo cuanto existe, exis­
te en El y por El. Y fuera de El no puede existir nada. Y
todo cuanto existe tiene que ser efecto producido por El.
Y si todo es y tiene que ser expresión de ese ABSO­
LUTO perfecto, positivo y bueno, todo lo que tiene su
origen en El será también positivo y bueno.
Además, todo cuanto existe, existe porque Dios lo está
97
manteniendo en su existencia. Por tanto, no sólo depende de
El por la creación o manifestación sino también por su con­
servación. Esta conservación es una continua y permanente
creación. O para decirlo con palabras sencillas: basta que Dios
dejara de pensar o querer que las cosas existieran y las cosas
desaparecerían o se convertirían en nada.
Es decir que todo cuanto existe en el Universo, al ser
expresión del Ser Absoluto, infinitamente perfecto y bueno,
tiene que ser bueno también.
Y no cabe pensar o decir: es que lo bueno proviene de
Dios y lo malo no. Eso es totalmente inadmisible porque el
Ser Absoluto ha de abarcar absolutamente todo. Nada hay
ni puede haber fuera de El.
¿Cómo se explica entonces, que haya tanto dolor,
tanta criminalidad, tanta injusticia en el mundo? ¿De dónde
sale? ¿De dónde proviene?
Incluso en nuestra educación familiar se nos ha dicho
siempre que hay que luchar contra el mal. ¿Cómo puede
compaginarse todo esto?
La existencia de todo lo visible en el Universo se desa­
rrolla en distintos niveles.
Existe un nivel elemental y primario regido por unas
leyes físico-químico-biológicas. Estas leyes rigen el desa­
rrollo de todo lo que es material. Luego, existen en el ser
humano otros niveles mentales afectivos y espirituales.
Si en el Universo no existieran los seres humanos u
otros seres conscientes semejantes, todo cuanto ocurriera
en ese Universo sería perfecto. Estaría regido por esas leyes
que se cumplirían inexorablemente a la perfección. Los vol­
canes y terremotos serían el desenvolvimiento normal de las
leyes físico-químicas que rigen la materia. No podría pen­
sarse que un terremoto con todo lo que ahora nos supone
de miedo, destrucción y muerte, fuera malo. No. Simple­
mente se estarían cumpliendo las leyes naturales.
Cuando un animal se come una planta, desde la perspec­
tiva de la planta, si ésta pensara como nosotros, podría de­
cirse que la estaban matando, que el animal estaba come­
tiendo un mal contra ella. Pero desde el plano del animal,
98
él está cumpliendo la ley de su supervivencia. Hace lo me­
jor que debe hacer. En la Naturaleza, por tanto, no existe
el mal. Todo va cumpliendo su propia ley. Todo está bien.
Todo es como debe ser.
El problema surge cuando interviene la mente humana
con sus juicios y comparaciones. Cuando aplica las leyes
de un nivel a otro distinto.
Para los seres no humanos todo ocurre como corres­
ponde. Tanto cuando un animal se come a otro como cuan­
do es comido por otro, todo es como tiene que ser. Se cum­
ple en ellos la ley que los rige: la ley de la selva, la ley del
más fuerte o del más hábil para sobrevivir.
El ser humano, la Humanidad también pasa en el co­
mienzo de su evolución por la ley de la selva.
Pero el ser humano por su misma naturaleza está lla­
mado y destinado a otros niveles superiores de desarrollo.
Cuando una persona actúa bajo la ley de la selva, está
cumpliendo la ley de todo ser vivo para subsistir. Visto desde
ese nivel lo que haga para subsistir es perfecto.
Cuando la persona va evolucionando, se da cuenta de que
hay otros que también tienen derecho a subsistir y él ha de
respetar el derecho que los otros tienen a la subsistencia y
no puede o no debe imponer su derecho a subsistir a costa
de la muerte de los demás o lo que es lo mismo a costa del
derecho a subsistir que también tienen los demás. Es el re­
conocimiento de la justicia equitativa. En este nivel la per­
sona reconoce tanto en sí misma como en los demás los mis­
mos derechos entre los seres de la misma especie.
Teóricamente parece que todos los seres humanos de­
beríamos vivir por lo menos en este nivel de justicia equi­
tativa. Pero sabemos por experiencia que en el mundo rige
frecuentemente la ley de la selva, la ley del más hábil o del
más fuerte, como entre los animales.
Cuando una persona actúa bajo esa ley inferior, codo
lo que hace, en sí mismo es bueno, porque está cumpliendo
esa ley elemental de supervivencia. Pero mirado desde el nivel
de justicia equitativa lo juzgamos como malo, como impro­
pio, como defectuoso. El mal por tanto está en el juicio de
99
la mente que compara lo que hace con lo que debería hacer
si estuviera en el nivel superior. Vemos por tanto que aque­
lla persona que mata o roba, mirado desde el nivel en el que
está actuando, hace el bien propio de ese nivel: buscar todo
lo que es bueno o agradable para su subsistencia. Pero cuando
desde afuera juzgamos que, como persona está llamada a
cumplir otra ley superior, como es la ley de la equidad, en­
tonces decimos que está obrando mal.
Es importante advertir que muchas personas frecuente­
mente se escandalizan cuando oyen decir que las acciones
bajo la ley de la selva son, en sí mismas, buenas y que el mal
solamente está en la comparación de nuestra mente con lo
que creemos que debería ser. Pero si esas personas tan exi­
gentes y moralistas se pusieran la mano en el pecho se darían
cuenta, cuántas veces ellas mismas obran bajo esta misma
ley en su propia vida y tratan de buscar mil excusas y expli­
caciones para justificar su conducta. Se cumple aquello de
que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio.
La ley de la selva es buena y perfecta y mediante ella
el individuo mantiene su existencia y la de la especie. Los
animales son tanto más perfectamente animales cuanto
mejor cumplen esa ley.
La ley que rige la naturaleza de esos seres vivos y su
conciencia, son una misma cosa. Su conciencia en su nivel,
se identifica con su ley. Esa es la perfección. Las leyes fisico­
químicas que rigen la naturaleza de los minerales son una
misma cosa con la conciencia de seres minerales. Esa es tam­
bién su perfección. Una piedra tiene la conciencia perfecta
en su nivel. Como el árbol, la flor, la abeja y el perro. Cada
uno en el nivel propio de la naturaleza, identificándose la
conciencia, con las leyes que los rigen.
Si el ser humano identificase su conciencia con las
leyes de su propio ser, sería también perfecto. Ese es justa­
mente el trabajo de la realización humana.
Todos los seres de la naturaleza, excepto el ser hu­
mano, están en el camino justo de su realización. Cumplen
su naturaleza.
El ser humano vive desfasado. Suele vivir en unos nive­
100
les inferiores a los que está llamado a vivir por su natura­
leza.
Así pues, podemos afirmar que no existe el mal en sí
mismo sino por comparación con algo mejor o más evolu­
cionado.
El mal, como la nada, es un concepto. No tiene enti­
dad, en sí mismo. Sólo existe el ser y el ser es en sí mismo
siempre positivo.
El mal aparece cuando el ser humano vive en un nivel
lo que debería vivir en otro superior.
Cuando uno busca su bien en el nivel inferior de sub­
sistencia según la ley elemental o ley de la selva lo que hace
es, en sí mismo, bueno. Pero cuando se lo mira y se lo juzga
desde un nivel de mayor desarrollo decimos que obra mal
porque no cumple la ley de equidad que todo ser humano
está llamado a conocer y cumplir. Pero el mal está en el
juicio, se origina en la comparación con lo que debería ser
o hacer.
Es importante tener en cuenta que la mayor parte de
nuestros sufrimientos se producen por querer vivir en un nivel
inferior lo que sólo se puede vivir en el nivel superior. Me
explico mejor. Cuando el ser humano tiene ansias de amor,
de belleza, de verdad, lo quiere en grado máximo. No quiere
un poquito de amor o un poquito de verdad o de belleza. No.
Tiene aspiración infinita. Pero esa aspiración infinita de
amor, de verdad, de belleza, de felicidad trata de satisfa­
cerla en un nivel inferior, con objetos limitados y queda to­
talmente insatisfecho porque su aspiración es de algo más
grande, más elevado, más perfecto, más permanente. El
resultado es que cae en un estado de frustración y ansiedad
que no se disolverá hasta que la aspiración que siente no sea
satisfecha allí donde surge: en lo interior y no en lo exterior.
Todo lo que llamamos mal, no es mal en sí mismo, sino
un mal funcionamiento de la conciencia.
A este mal funcionamiento de la conciencia se le puede
llamar en un contexto religioso el pecado original. Pero en un
sentido más amplio podemos decir que es el estado de desa­
rrollo incompleto én que se encuentra la Humanidad. La
101
Humanidad está todavía en período de evolución. El desa­
rrollo y evolución de la conciencia no ha seguido parejo con
el desarrollo de la materia exterior. Ha habido desarrollo de
las ciencias, pero no de la Sabiduría.
Recordemos que la Biblia expresa esto diciendo que los
primeros padres cometieron el pecado de comer del árbol
del conocimiento del bien y del mal. Quiere decir que caye­
ron en la conciencia dual que crea el bien y el mal. Es como si
la conciencia se obnubilase, como si cayera en la oscuridad
del sueño. Quizá tenga alguna relación con esto, el sueño que
según la Biblia, le dio Dios a Adán.
El Cristo, el enviado de Dios y todos los Avatares o
personificaciones de Dios que han existido sobre la Tierra,
han venido para sacamos del sueño de la ignorancia, del pe­
cado original de la dualidad. El Cristo vino a enseñamos que
somos Uno con El, como El lo es con Dios.
Mientras la Humanidad siga dormida, existirá la lucha
entre el bien y el mal, que no es sino la creación de una dua­
lidad de la conciencia todavía no desarrollada. Al desarro­
llarse la conciencia desaparece la dualidad, desaparece el mal.
El ser humano es, en sí mismo, un ser potencial.
Es una energía que debe desarrollarse, una inteligencia
que debe actuarse, un amor o sentimiento de unidad que
debe ejercitarse.
En la medida en que vaya tomando conciencia de sus ca­
pacidades y potencialidades, o lo que es lo mismo, en la me­
dida en que vaya creciendo o ampliándose su conciencia, su
comportamiento mejorará, será más humano, irá actuando
desde un nivel más elevado.
Así pues, el comportamiento se corresponde con el nivel
de conciencia que se tiene y en que se vive.
Pero es necesario no confundir el nivel de cultura o ins­
trucción con el nivel humano de conciencia.
Pueden existir y de hecho existen personas con una gran
cultura, incluso con títulos universitarios o que viven en un
alto nivel económico-social que tienen y viven en un bajo
nivel de conciencia humana. Su desarrollo humano es muy
bajo y viven conducidos por la ley de la selva, la ley del más
102
hábil o el más fuerte, aunque vivan con gran refinamiento
social. Tale$ son aquellos que maltratan a sus semejantes y
los oprimen física, económica o moralmente.
Alguien puede quizá preguntarse cómo es posible que
personas con cultura y abundantes conocimientos puedan
vivir en ese bajo nivel de conciencia. Pero debe tenerse en
cuenta que el grado o nivel humano de conciencia es una
percepción interior de sí mismo y de los demás con un senti­
do claro de la existencia misma. Y eso es totalmente inde­
pendiente de la cultura y conocimientos de las cosas exte­
riores.
Dicho de otra manera: El nivel de conciencia, es nivel
de Sabiduría y los conocimientos y la cultura es nivel de
ciencia.
Todos conocemos personas con un grado muy elemental
de cultura y conocimientos que viven un alto grado de sa­
biduría, de comprensión de sí mismos, de la vida y de los
demás. Son los sabios incultos. Otros por el contrario viven
en una culta ignorancia. Tienen, quizá, una cierta cultura,
pero su nivel de sabiduría es muy escaso.
Así, pues, podemos decir que todos los seres, inclui­
dos los seres humanos, por supuesto, son en sí mismos
buenos.
La conducta humana es también, en sí misma, buena.
Pero la llamamos mala al compararla o juzgarla desde otro
nivel de conciencia superior en que consideramos debería
estar el que actúa.
Los seres no humanos hacen lo que tienen que hacer.
Son como tienen que ser porque su conciencia se identifica
con la ley natural que los rige. Y su comportamiento es como
corresponde a su naturaleza.
En los seres humanos, como ya hemos dicho, hablamos
de conductas malas cuando las comparamos con la conducta
propia de un ser más desarrollado, que debiendo vivir en un
nivel de justicia, de equidad o más todavía en un nivel de con­
ciencia espiritual, está viviendo y actuando en un nivel ele­
mental de la ley de la selva. Es por tanto problema de desa­
rrollo. Es como si a un niño lo llamáramos y juzgáramos
103
como tonto porque no conoce las leyes de la trigonometría
o de las derivadas e integrales. Se le estaría exigiendo más
de lo que corresponde al nivel en que vive.
Se puede argüir que la persona mayor tiene obligación
de estar más desarrollada. Es cierto. Pero ¿de qué y de quién
depende que no haya progresado? Este es, quizá, el problema
más difícil de explicar. Podríamos decir que se debe al Karma
de la persona, o a su herencia genética, o a su trayectoria
educativa, o a la libre voluntad de Dios. Cada uno puede
adherirse a la explicación que le parezca más oportuna. Pero
en el fondo no se sabe. Las cosas son así y no sabemos nada
más. Esa persona tiene un bajo nivel de conciencia y su com­
portamiento es correspondiente a tal conciencia.
Las responsabilidades que se exigen social y legalmente
según las leyes por las que se rige la sociedad en que cada uno
vive es capítulo aparte. Son reglas del juego social que hay
que cumplir y los que están en el juego y no las cumplen
deben pagar su pena correspondiente.
Nosotros aquí hablamos del mal moral y ”0 del mal jurí­
dico y penal.
Siendo justos y exactos tendríamos que decir que todas
las acciones y comportamientos humanos son buenos y son
malos.
Son buenos porque cada persona actúa según su nivel
de conciencia, buscando siempre el bien, su bien, ajustado al
nivel de conciencia en que vive.
Son malos porque todos los comportamientos huma­
nos pueden ser siempre más perfectos, pueden realizarse des­
de un nivel de conciencia superior. Sabemos que siempre po­
demos hacer más y mejor. Siempre hay montañas que escalar.
Siempre hay un grado mayor de perfección que podemos
alcanzar.
Cuando nos confundamos y unifiquemos con el SER,
con la perfección, no habrá bien ni mal, ni más perfecto ni
menos perfecto. Habrá simplemente el Ser. Seremos el
Todo.
Pero hasta entonces siempre hay un grado más elevado
de conciencia que podemos alcanzar y con respecto a ese
104
grado más elevado, nuestro comportamiento en un grado
inferior, será defectuoso, malo. Porque lo malo siempre es
por comparación con algo mejor.
Por este concepto de comparación decía el maestro
Jesús con toda claridad: No juzguéis y no seréis juzgados.
Es decir: si vosotros juzgáis a otros que están obrando en un
nivel más bajo que el nivel desde el que los estáis mirando,
también a vosotros se os mirará y juzgará desde otro nivel
más elevado al que vosotros estáis actuando y viviendo. Y
así, si aquellos son malos ante vuestro juicio, vosotros tam­
bién seréis malos ante el juicio de conciencias más elevadas.
Cada cosa es buena en sí misma.
Cada acción es buena en sí misma.
La maldad se origina en el juicio comparativo que
nosotros hacemos.
Cuanto mayor es, más elevado es el nivel de conciencia
en que vive una persona, más comprensiva es con respecto
a las demás personas que viven en niveles más bajos y ele­
mentales. Y al contrario. Las personas exigentes y críti­
cas, que todo lo ven mal y a todos los juzgan por malos, son
personas que viven en un nivel de conciencia bajo y elemen­
tal. Por eso critican, por eso rechazan y por eso juzgan y
califican mal a los demás. Si tuvieran un nivel mayor de
conciencia, si fueran más “sabias”, sabrían que cada uno
se desenvuelve en su propio nivel. Pero esas personas no lo
ven porque su nivel de conciencia es muy bajo y elemental.
Conforme aumenta nuestra sabiduría o lo que es lo mis­
mo, conforme se expande y amplía nuestra conciencia, nos
conocemos mejor, conocemos mejor a los demás y compren­
demos mejor su comportamiento. Entonces, al haber una
mayor comprensión de .las personas y de los acontecimien­
tos, hay una mayor y mejor aceptación de las personas y
de las cosas, tal como son, sin exigir más de la cuenta. En­
tonces vemos que todo está en su justo lugar.
Todo es como debe ser. Todas las personas son como
es su nivel de conciencia.

105
¿Que deberían estar en un nivel superior? Quizá, sí.
Como también nosotros deberíamos estar en oteo nivel su­
perior. Mas aún. Si ahora estuviéramos en un nivel superior
al que estamos, no exigiríamos a los demás como estamos
expendo y juzgando.
En lugar de exigir que los demás suban de nivel de
conciencia para que sus comportamientos sean más huma­
nos, somos nosotros los que hemos de tener una concien­
cia más expansiva y elevada para comprender y aceptar a
los demás en el plano en que se encuentren.
El mundo, la Humanidad está en período de desarrollo
y evolución. Sabemos que la Humanidad toda, puede y de­
be mejorar en su evolución. Pero mientras esté en el nivel
en que está, todo lo que ocurre es normal, es adecuado a su
desarrollo.
La Humanidad en conjunto y las personas concretas en
su individualidad están llamadas a un mayor grado de desa­
rrollo de conciencia. Mientras tanto, cada uno está haciendo
lo que corresponde a su propio nivel.
Nuestra misión en la vida es crecer en amplitud y ele­
vación de conciencia. Es nuestro deber, nuestro verdadero
deber como personas.

106
LA UNICA LIBERTAD

Todos dicen que quieren ser libres.


Todos exigen por todas partes su libertad.
Pero, ¿cuándo se da la libertad total?
En filosofía se dice que la libertad es una propiedad del
ser humano. Ser propiedad, significa algo que le es propio,
aunque no pertenezca a su esencia. En otras palabras, el ser
humanó tiene la capacidad por su propia naturaleza para ser
libre. Esto quiere decir que el ser humano está llamado a
ser libre.
Pero ¿cuándo es libre? Unicamente cuando actúa y vive
desde lo que es él mismo, sin condicionamiento alguno de
ningún tipo y de ninguna clase.
Nosotros, los humanos, en cuanto seres con una deter­
minada personalidad (cuerpo, ideas, sentimientos, palabras,
expresiones...) estamos siempre en dependencia de las perso­
nalidades de los demás e incluso de las cosas, porque existe
una necesaria conexión entre todas las formas o manifesta­
ciones de todos los seres.
Por lo cual, mientras vivamos desde nuestras formas,
desde nuestra personalidad, hemos de reconocer que nuestra
libertad es muy escasa pues vivimos mediatizados y condi­
cionados por las formas de los demás y de todo lo exterior.
Unicamente hay un modo de ser libre: vivir desde el
107
fondo de nuestra realidad donde reconocemos que todo lo
nuestro y todo lo exterior» son formas de La Realidad Total.
Tú eres realidad. Pero no lo tuyo, es decir tu personalidad
y tus cosas.
Cuando actúas desde ti mismo, desde tu realidad ver­
dadera, tus actos son expresión de la Inteligencia y del Amor
que eres en el fondo. Son actos libres sin condicionamiento
alguno.
Cuando actúas, en cambio desde tu personalidad, tus
actos van impregnados y contaminados con la ruindad del
yo inferior que se siente mediatizado y condicionado con
todas las personalidades y yoes inferiores de los demás.
Todo lo bueno, todo lo bello, todo lo amable que hay
en tu vida es producto de tu realidad central.
Cuando actúas desde esa realidad central, desde tu cen­
tro, eres verdaderamente libre porque tus actos no están me­
diatizados ni condicionados por ninguna clase de formas ex­
ternas.
Por el contrario, cuando tus actos proceden del yo infe­
rior, de tu personalidad, quedan automáticamente condicio­
nados por tus propias formas y por las formas de los demás
con quienes tienes conexión.
La libertad solamente existe cuando se vive desde el fon­
do central de uno mismo sin condicionamiento por forma ex­
tema alguna.
Esa es la verdadera y única libertad.
Solamente la poseen y la viven los que viven desde su
auténtica realidad central.
Sólo hay libertad en el bien y en el amor que brotan del
centro de uno mismo. Nunca en el egoísmo y desamor, que
son fruto de nuestro yo periférico inferior.
No son muchas las personas genuinamente libres. Pero
afortunadamente las hay.
Cada uno de nosotros podemos ser, si nos decidimos a
serlo.

108
¿CRECER?

Se suele decir: No hay que esforzarse en tener más sino


en ser más, en crecer como personas.
Esa frase es bella pero inexacta.
Nadie puede ser más. Nadie puede crecer como persona.
Somos todo lo que podemos llegar a ser. Lo único que puede
crecer es la conciencia de lo que somos. Pero nunca lo que
somos porque ya lo somos. Podemos y debemos mejorar y
crecer en la conciencia sobre nosotros mismos. Debemos
darnos cuenta de que todo lo que podemos llegar a ser ya lo
somos en potencia y al tomar clara conciencia de ello, po­
dremos fácilmente pasar al acto.
Desde el momento que empiezo a ver las cosas ex­
ternas no sólo por mis sentidos exteriores y mi mente sino
a través de mi conciencia interna central, me doy cuenta
de que toda la realidad que doy a lo exterior es reflejo y
proyección de la realidad de mi “yo” profundo.
Entonces me doy cuenta de que no tengo que mendigar
ni recibir nada de afuera.
Cuando vemos, miramos y vivimos desde nuestra con­
ciencia interna, nuestras relaciones con los demás se tornan
más fluidas y más humanas. No crecemos en bondad. La
bondad ya la somos. Pero al tomar clara conciencia de esa
bondad que ya somos, se refleja en cada acción de la vida
109
cotidiana. Nuestra conducta ha mejorado, se ha hecho más
humana no porque hayamos adquirido nada sino porque
la conciencia de lo que ya somos se ha actualizado, se ha
expresado en actos.
Crecer como persona significa crecer en nivel de con­
ciencia, crecer en visión.
Cada uno de nosotros somos una inteligencia luminosa
pero al ignorar lo que somos, vivimos y obramos ignoran­
temente. Entonces nuestra vida es una sombra borrosa de
lo que realmente somos.
El verdadero desarrollo humano consiste er .ste creci­
miento de conciencia que es gradual y paulatino.
En casos excepcionales este crecimiento se da repen­
tinamente por la iluminación interior. Normalmente esta
iluminación interior llega después de mucho trabajo lento y
perseverante sobre sí mismo. El trabajo se basa fundamen­
talmente en estar atento, en cada momento del día sobre
¿quién soy yo?, ¿quién es el que vive detrás de este cuerpo,
detrás de esa mente que discrimina y juzga, detrás de esos
sentimientos que me inundan?
Cuando se va tomando conciencia de que somos algo
más y mucho más luminoso y positivo que toda nuestra per­
sonalidad con sus egos ambiciosos y vanidosos, nuestra vida
empieza a tomar otro color y otra tonalidad.
Crece en lo único que puedes crecer: en el nivel de con­
ciencia. Lo demás vendrá por añadidura.

110
ALGUNAS
APLICACIONES
PRACTICAS
Todo lo que hemos ido diciendo en los capítulos ante­
riores solamente será válido si tiene aplicación para cual­
quier situación y momento de nuestras vidas. De lo con­
trario sería una bella teoría utópica.
Y ciertamente todo lo que hemos ido exponiendo es
para ser aplicado a cada momento de nuestra vida.
Expongo a continuación algunos aspectos concretos
sobre nuestro modo de pensar o vivir, iluminados por las
orientaciones dadas en los capítulos anteriores.
En los cursos o conferencias sobre esta materia los
asistentes suelen exponer más dificultades concretas para
la aplicación de nuestro enfoque. Pero creo que por razón
de la brevedad pueden ser suficientes las que hacemos a con­
tinuación.
Como La Vida tiene circunstancias y aspectos infini­
tos en su manifestación, infinitos serán también los modos
de vivirla.
Pero las dificultades existen cuando lo miramos y juz­
gamos con categorías mentales. Cuando trascendemos la
mente y vemos y miramos desde nuestro Ser central, todo
se aclara.

113
PAZ EN EL CORAZON

La paz es una de las palabras más pronunciadas y en­


salzadas. Como el amor.
La paz es la bandera que todos levantan como su ideal.
Como también el amor.
La paz es lo supuesto y aparentemente más deseado y
buscado por todos. Como también el amor.
Pero la paz es la gran ausente de los corazones. Como
también el amor.
¿Por qué si se habla tanto de la paz, si se la busca y se
la desea, como se dice, es tan escasa en la sociedad y en los
corazones de los hombres?
Porque la paz únicamente se consigue cuando no existe
apego obsesivo en el corazón hacia las cosas agradables ni
aversión enfermiza hacia las desagradables.
Queremos la paz pero estamos constantemente agitados
por deseos y apegos profundos. Y los apegos a su vez unas
veces nos ocasionan una desorbitada exaltación emotiva
momentánea al sentirnos gratificados en nuestros deseos y
otras veces dolor, depresión y frustración, cuando nuestros
deseos no han sido satisfechos.
Vivimos presos, esclavizados por el deseo de lo agrada­
ble y por el miedo y tempr a lo desagradable.
En ese estado más o menos constante de ansiedad es
imposible la paz.
114
Era una reunión en la que se estaba tratando sobre la
madurez y la serenidad. Yo estaba diciendo que la serenidad
es fruto y señal de madurez y que se manifiesta en ese estado
equilibrado e imperturbable de ánimo tanto ante las ansiadas
noticias, gratos acontecimientos y hechos agradables, como
ante las desgracias o hechos desagradables.
Uno de los oyentes me objetó que eso nos llevaba a un
estado de apatía e indiferencia. Decía él, que tales personas
no disfrutan ni gozan intensamente, que quien no se exalta
ante un triunfo deportivo o de cualquiera otra índole o no
se emociona intensamente en el encuentro con un ser que­
rido o con un golpe de suerte y fortuna, es una persona apá­
tica e insulsa.
Y es que se suele confundir la apatía con la serenidad
e imperturbabilidad.
El apático es indiferente ante las cosas o los aconteci­
mientos por falta de vitalidad física o psicológica.
El sereno consciente lo es porque tiene conciencia clara
del valor auténtico y verdadero de cada cosa y sabe distinguir
lo permanente de lo transitorio.
La persona serena consciente sabe que todas las cosas y
acontecimientos son transitorios, cambiantes y mudables,
excepto su ser profundo, su “yo” verdadero que siempre es
idéntico a sí mismo, eso que nunca le puede faltar y nada ni
nadie le puede quitar.
La persona serena conscientemente, el que tiene sentido
de la Vida, el que sabe qué es él y qué son las cosas y los
acontecimientos, se da cuenta de que él es el testigo siempre
presente, el sujeto observador permanente e inmutable ante
quien pasan y se suceden las cosas y los hechos. El ve cam­
biar su propio cuerpo y sus sentimientos y pensamientos.
Pero él es el testigo inmóvil de todo lo mutable que pasa en
él y fuera de él.
El hombre sereno consciente, no se ata ni crea depen­
dencia alguna entre él y las cosas, porque sabe que él, como
consciencia interna, no puede estar supeditado a los avatares
cambiantes de las cosas y los acontecimientos.
El hombre sereno consciente distingue lo permanente de
115
lo transitorio. No se encandila ni se emboba con los fuegos
coloristas de artificio momentáneos. Goza el espectáculo
pero sin identificarse con él. El está más allá del espectáculo
y todas las formas cambiantes. Sabe que lo agradable y lo de­
sagradable son accidentes transitorios.
La persona serena consciente sabe que todo en la vida,
lo agradable y lo desagradable se sucede en un vaivén conti­
nuo. Por eso ni se queda extasiado e identificado con lo agra­
dable como si esa alegría y euforia fuera a ser eterna, ni se
hunde en la tristeza ante las desgracias y lo desagradable por­
que sabe que unos momentos y otros, unos acontecimientos
y otros son transitorios y fugaces.
La paz solamente puede encontrarse en La Verdad.
Y verdad es tomar lo transitorio como transitorio y lo
pemanente como permanente.
Verdad es que todas las cosas y acontecimientos, agra­
dables o desagradables son transitorios y que Tú en lo que
tú eres Tú profunda y auténticamente Tú, en lo que eres
uno con el UNO, con El Ser, con Dios, eres permanente,
inmutable.
Tus cosas, tus pensamientos, aficiones y preferencias,
tu cuerpo con su buena o mala salud, tus posesiones, tus ha­
bilidades, y cualidades, tu dinero y fortuna, tu fama, tus
amigos y familiares... todo eso es transitorio, cambiante, pe­
recedero. No hace falta probarlo. Es evidente para cual­
quiera que observe con objetividad su propia vida y su
entorno.
Solamente Tú, trasciendes todas esas cosas. Tú, el
sujeto consciente, testigo de todo cuanto pasa dentro y
fuera de ti.
Cuando tengas muy presente todo esto y seas consecuen­
te con ello la paz anidará en tu corazón porque habrás encon­
trado la Verdad de Ti y la Verdad de todo lo demás.
No puede haber paz viviendo de espaldas a La Verdad.
Nadie puede gozar de paz anclado y establecido sobre
el error acerca de sí mismo, acerca de lo que es.
Si quieres la paz has de luchar contra la ignorancia sobre
ti.
116
Si quieres la paz, busca la Verdad, ama la Verdad, vive
la Verdad.
Muchos quieren que lo falso sea verdadero, que lo agra­
dable sea permanente y que no llegue nunca lo desagradable.
Quieren atrapar lo agradable y cristalizar ciertos mo­
mentos de la Vida, intentando que la vida se paralice a su
capricho según sus conveniencias.
Mientras no vivan lo agradable y lo desagradable, como
accidentes transitorios y acepten la Verdad de lo que es, tal
cual es, vivirán en el error y la mentira.
La paz se fundamenta en la Verdad de Ti y en la Verdad
de la Vida misma. Sin falsificaciones. Sin trampas.
Creemos erróneamente que trabajan por la paz los que
hablan bellas frases, los que cantan hermosas y melodiosas
canciones, los que hacen volar cientos de palomas blancas,
los que forman grandes círculos tomados de las manos, los
que celebran reuniones y hasta oraciones con estudiadas
frases, los que pintan y exhiben carteles llamativos...
Todas esas cosas pueden ser bellos y artísticos gestos
bien intencionados. Pero es un error creer que algo de eso
pueda damos un ápice de paz. La paz solamente se asienta
entre los hombres, cuando éstos viven la unidad armónica del
centro de sí mismos.
Mientras vivamos dominados por nuestros pequeños
yoes individualistas, la paz será sólo una palabra. Cuando
detrás de las infinitas formas diversas de expresión, los hom­
bres veamos, sintamos y vivamos la Unidad esencial de la
Humanidad con el que es Uno con todos y la fuente de Todo,
entonces la paz anidará en nosotros.
El peligro reside en creer que esos gestos extemos de
paz nos pueden traer la paz. Los gestos son buenos cuando se
acompañan de hechos concretos. Si no, pueden convertirse
en una trampa.
La paz no es algo externo a conseguir. La paz es una
realidad ya existente y presente que debe ser descubierta
por un desarrollo de la conciencia y ser Vivida en cada mo­
mento y en cada situación de nuestra vida, desde los máxi­
mos gobernantes hasta el más humilde de los gobernados.
117
INTENTAR SER "ALGUIEN"...
y HACER ALGO IMPORTANTE

Oímos frecuentemente a los padres decir que quieren


que sus hijos sean alguien, que lleguen a ser personas que
se destaquen. Parece que ése es el ideal más alto para la
mayor parte de las personas.
Por eso me impresionó un maestro de vida interior que
me dijo: Yo no intento ser nada. Solamente ser lo que ya
soy, realizar lo que soy, vivir lo que soy.
Al cabo de un tiempo lo comprendí.
No es ésa una actitud pasiva o apática como a veces
algunos pueden pensar. Nada de eso.
Llegar a ser y vivir lo que ya somos es el trabajo más
activo y más rico que podemos realizar en nuestra vida.
Esa frase: “Yo no quiero ser nada”, puede interpre­
tarse en dos sentidos. Por una parte puede significar una acti­
tud de cobardía, de comodidad, de pereza, de incapacidad
para triunfar en algo y por otra parte puede significar que no
intento ser nada más de lo que soy y lo único que me hace
falta es tomar conciencia de eso que ya soy, porque sé que
eso que soy es mucho. Es todo.
En el mundo en que vivimos triunfan los que se hacen
notar, los que llegan a ser alguien o algo importante. Pare­
ce que ese es el objetivo primero de la mayoría de las per­
sonas. Cada uno quiere ser importante en su nivel o en su
118
entorno y en algunos casos vemos cómo algunas personas
se proponen superar sus propios niveles y aspiran a llegar a
los niveles más altos.
Estas personas ambiciosas, activas, incansables en su
esfuerzo por subir, por prosperar, son propuestas como mo­
delos para los jóvenes.
Se dice que gracias a estas personas la Humanidad ha
progresado y evolucionado. Quizás sea verdad. Pero tam­
bién es verdad que a causa de toda esa ambición y afán de
subir y destacarse de los demás se han creado las rivali­
dades y competencias que llevan a los hombres a destruirse
y aplastarse con todas las consecuencias sociales y huma­
nas que conocemos.
Es que hay un error de base en este planteamiento.
Los hombres, en lugar de llegar a desarrollarse todo
lo que son en el fondo de su ser como seres humanos, inten­
tan desarrollar lo que no son que es la apariencia de su per­
sonalidad.
Nuestra personalidad (cuerpo, mente, afectos...) es el
medio o instrumento a través del cual expresamos o pode­
mos expresar lo que somos como realidad. Pero nosotros no
somos nuestra personalidad. Si así fuera dejaríamos de ser
nosotros mismos cada vez que cambiase cualquier rasgo de
nuestra personalidad.
Desde este error básico de confundirse con la persona?
lidad, la persona quiere ser más, crecer más a base de ha­
cer exteriormente más y más cosas para ser reconocida como
importante, en su personalidad.
Ya sé que muchos dirán o pensarán que ellos hacen las
cosas que hacen, no para engordar su personalidad sino para
servir a la Humanidad. Dicen que quieren cooperar para un
desarrollo y mejoramiento del mundo y la sociedad en que
viven. Esto es lo que suelen decir la mayor parte de los polí­
ticos cuando expresan que su vocación política es una vo­
cación de servicio. Lo mismo suele decirse en otras profe­
siones y trabajos sociales.
Suele pensarse que para trabajar al servicio del mundo y
de los demás hay que hacer muchas cosas, hablar mucho,
119
moverse de aquí para allá.
Eso quizá sea útil y necesario en algunos momentos y
algunas ocasiones y con la condición imprescindible de que los
que tal hacen o se mueven o hablan, lo hagan no para engor­
dar su “ego”, figurando ante los demás, sino por un verda­
dero y sincero sentido de servicio a los demás.
Vivimos tiempos de mucho hablar, de muchas confe­
rencias y reuniones, de mucha acción hacia afuera pero falta
hondura e interioridad.
La palabra y la actividad exterior solamente será útil de
verdad cuando el que hace o habla, lo haga desde la verdad
de sí mismo. Y sólo se habla desde la verdad de sí mismo y
no desde los deseos y complacencias del ego, cuando uno es
de verdad uno mismo con toda honestidad, con comprensión
y conocimiento de su propia realidad, de su propia natura­
leza.
Cuando se tiene este conocimiento y comprensión de
sí mismo, uno se da cuenta de que no es uno el que hace algo,
sino que el único que hace es La Vida, el Ser, Dios (o como
se le quiera llamar, porque las palabras no tienen impor­
tancia). Nuestra personalidad es el instrumento o medio del
que se sirve el Unico Hacedor para hacer y expresarse. El
se manifiesta y expresa a través de infinitas formas. Pero el
ser humano tiene la rara y excepcional cualidad de abrirse y
disponerse a esa acción del Ser y de la Vida o de cerrarse y
bloquearla. De cada uno de nosotros depende ser un instru­
mento disponible y adecuado o ser impedimento y estorbo.
No suele ser éste el modo de ver y entender la actividad
humana. Pero aquellos que estén dispuestos y abiertos a la
verdad allí donde esté, tanto si encaja con sus esquemas men­
tales como si hay que cambiarlos y revolucionarlos, verán
que la transformación personal y el cambio del mundo ha
de hacerse por una renovación de las mentes y las actitudes
operativas.
Todo lo que viene haciéndose en el mundo y en nues­
tra propia vida, vemos que es incapaz de cambiar y mejorar al
mundo, al mismo tiempo que nos deja sumidos en la eterna lu­
cha de las dualidades placer-dolor, amor-odio, bueno-malo...
120
Solamente cuando empezamos a tomar conciencia de
nuestra verdadera y real naturaleza y damos al Ser lo que es
del Ser y a las apariencias y las formas lo que es de las apa­
riencias y las formas (dad al César lo que es del César...)
entonces empezamos a caminar en la Verdad.
Mientras creamos que somos nosotros con nuestra per­
sonalidad los que “hacemos” cuando es en realidad El quien
hace, estaremos sumergidos en el error, lejos del camino de
la verdad y todo cuanto nos atribuyamos en ese falso su­
puesto, será un error.
A veces, sobre todo en ciertos ambientes religiosos,
esto se reconoce teóricamente, pero no en la realidad de los
hechos de cada día.
Si no se quedaran en una bella y simple teoría, muchas
ambiciones, muchas vanidades y orgullos, muchos halagos
necios y vanos desaparecerían.
La mayoría de los psicólogos académicos tradicionales
enseñan a agrandar y fortalecer la personalidad, que no es
sino la forma, la estructura, mediante la cual se expresa el
Ser Verdadero. Y si bien es cierto que la personalidad, como
instrumento y medio, debe ser lo más apta, adecuada y pre­
parada para cumplir su papel y misión, no es menos cierto
que se le ha atribuido a la personalidad única y exclusiva­
mente todo el valor de las acciones. Y eso no es así.
Cuando uno se da cuenta de que El Ser, Dios es el verda­
dero “hacedor”, comprendes que tú, como vasija que con­
tiene el Ser, eres muy importante no como vasija sino por
el contenido, que es tu verdadero ser, del que tu cuerpo y
personalidad es un instrumento más o menos adecuado.
La mayor parte de las personas tienen como objetivo
primordial de su vida ser alguien importante, tener más
que los otros. Ese ha sido casi siempre el consejo de padres
y educadores. Y eso conlleva también una lucha cruel e
inhumana entre quienes buscan el mismo objetivo.
Se esfuerzan en aparecer como importantes, los que
ignoran lo que son. Porque son muy pocos los que saben
con verdad y certeza lo que son.
Son pocos los que saben que aquello que tocan, ven
121
y sienten no es lo que tocan, ven y sienten, sino la aparien­
cia visible y sensible de la realidad profunda, verdadera e
invisible, permanente e inacabable.
Son pocos los que ven lo invisible detrás de lo visible,
palpan lo impalpable detrás de lo palpable, sienten lo insen­
sible más allá de lo sensible.
Son pocos los que saben que lo que conocen sus sen­
tidos, no es sino el espejismo que su imaginación crea y su
memoria mantiene.
Son pocos los que saben mirar y ver, porque son pocos
los que miran al que mira y pocos los que ven al que ve. La
Sabiduría no es de los objetos sino de los sujetos.
Son pocos los que saben que la felicidad no es conse­
guir algo, sino ser lo que ya se es.
Son pocos los que comprenden a los otros, porque son
pocos los que se comprenden a sí mismos.
Son pocos los que saben que la vida es sueño porque son
pocos los que viven despiertos.
Son pocos los que no tienen problemas porque son po­
cos los que saben que los problemas son una simple pesadilla.
Son pocos los que saben que no tienen que aparentar
nada porque ya son Todo.

122
SENTIRSE BIEN... PASARLO BIEN...

Aquella señora volvía de un curso, muy contenta, muy


eufórica y muy complacida porque el principio general que
el instructor les había dado como norma de conducta para
cualquier momento era: “Obra, actúa como mejor te sientas”.
Es corriente ver que la mayor parte de la gente tiene co­
mo norma en su vida: pasarlo bien, sentirse bien.
Estoy consciente que el mero hecho de insinuar que ese
principio o filosofía de vida no es la más correcta, suscite
la protesta de los que me lean.
Pero aún a pesar de resultar antipático y rechazable, hay
que decir que gracias a ese principio o por culpa de esa filo­
sofía de vida muchos caprichos infantiles y superficiales se
convierten en rectores de la vida de muchas personas.
Deberíamos damos cuenta de que el mejor modo de sen­
tirnos bien y de pasarlo bien es vivir desde el fondo de noso­
tros mismos lo que realmente somos. Es una lástima que
esto solamente puede saberse por propia experiencia. Mis pa­
labras no sirven como prueba de ello. Cada uno debe saberlo
al experimentarlo. Y suelen ser muy pocos los que se deci­
den a experimentarlo por sí mismos.
Cada vez que en la vida nos proponemos como princi­
pal y último objetivo pasarlo lo mejor posible estamos tras­
trocando los términos y los fines de la Vida misma.
123
La Vida es para cada ser, sea lo que fuere. Para que cada
ser realice, es decir, haga realidad eso que constituye su na­
turaleza. Entonces y sólo entonces es cuando uno se encuen­
tra y se siente bien de verdad, profunda y permanentemente.
Si el fin y objetivo de nuestra vida fuera el ser nosotros
mismos, ser cada uno lo que es, no estaríamos a merced de
tantos y tan variados caprichos volubles y cambiantes. Estos
deseos caprichosos son por otra parte imposibles de ser
satisfechos.
¿Por qué no cambiar nuestra filosofía de vida a algo
tan simple, claro y efectivo como ser tú mismo en cada mo­
mento, en cada cosa?
Claro que ello requiere conocer lo que eres en el fondo
de ti mismo. Y no es frecuente encontrar personas que real­
mente se conozcan.
Este es y debe ser el trabajo más importante de la vida
de cada persona.
Sabemos, estamos todos cansados de ver que en nues­
tra vida moderna prevalece, en casi todos los ambientes, la
filosofía de “pasarlo bien”, “disfrutar de la vida”, “hacer lo
que apetece”... Hemos de reconocer que ese deseo y esa ten­
dencia es buena en sí misma. Es la lógica tendencia de cual­
quier ser vivo.
Lo que resulta absurdo e impropio de un ser racional
medianamente desarrollado es que eso, el pasarlo bien, el
hacer lo que más apetece sea la norma primordial de la vida
y la conducta.
No se puede proponer como consigna o norma de vida
el hacer lo que más agrade porque es detener y paralizar a
la persona en el estadio más bajo de su desarrollo, en el nivel
inferior de animal.
Es cierto, repetimos, que sentirse bien física y anímica­
mente, es una tendencia natural y lógica de cualquier perso­
na. Pero ésa no es la meta de su vida.
En la medida en que vaya desarrollando su conciencia
irá viendo que sentirse bien no es tan importante. Irá viendo
que los estados de ánimo son estados mentales pasajeros que
van y vienen mientras uno vive desde su mente. Pero cuando
124
vaya viviendo desde SU SER, irá viendo que los estados irán
desapareciendo para dejar paso al SER sin estados.
En otras palabras más sencillas, cuando uno va mejoran­
do el nivel de conciencia sobre sí mismo, uno se siente real­
mente bien sin necesidad de proponérselo. El bienestar, la
satisfacción, la felicidad es fruto y consecuencia directa de
ser fiel a sí mismo, es el fruto propio y normal de vivir el
centro fecundamente gozoso y amoroso que cada uno somos
en el fondo de nuestro ser.
Vi y oí no hace mucho tiempo en un programa de T.V.
hablar del empeño infructuoso de la gente en perseguir la
felicidad. Lo curioso es que era un programa religioso y
hablaban de la felicidad como de un objeto que va volan­
do por ahí y hay que atraparlo. Se hablaba de las dificul­
tades para conseguir ser feliz. Se decían todas esas cosas,
que se oyen frecuentemente, de que hay momentos de
felicidad, que no suele durar mucho, que cada uno la en­
cuentra en una cosa distinta, que no hay felicidad per­
fecta... y todas esas lindezas que suelen decirse porque
todos las dicen. Lo grave del caso es que las decían per­
sonas religiosas muy representativas.
La felicidad no es algo que deba conseguirse, atra­
parse. La felicidad es El Amor. Y El Amor lo somos. El
Amor no hay que atraparlo sino sentirlo donde él está, en
el centro de nuestro ser, que es el Ser Uno, que es Dios.
Cuando nos sentimos UNO con el Ser hay amor, hay fe­
licidad.
Somos el Ser, Somos el Amor. Somos la Unidad. Somos
la Felicidad.
Esto que estamos diciendo puede ser un plato dema­
siado fuerte para algunos. Pero es la Verdad. También si
a un niño se le da una comida muy nutritiva pero excesiva­
mente fuerte, es seguro que no la podrá digerir porque no
está desarrollado para ella. Entre nosotros también hay per­
sonas para quienes todo esto resulta difícil de digerir, de
entender. Pero no por eso deja de ser el buen alimento de
la Verdad. Yo sé que para algunos o muchos de mis lecto­
res todo esto resultará claro y evidente.

125
Una y otra vez hay que decir e insistir que no hay que
buscar nada fuera de nosotros para ser felices, que ninguna
cosa del mundo nos puede dar ni un gramo de felicidad, que
ninguna persona por buena, hermosa o santa que sea nos
puede comunicar la felicidad.
Las personas, las cosas, pueden servir de estímulo
para despertar nuestra conciencia hacia el ser interior. O lo
que suele ser más frecuente, las cosas y las personas nos pro­
ducen y nos dan ciertas satisfacciones en el nivel del mecanis­
mo mental o afectivo. Pero toda satisfacción en un nivel me­
dio o externo es en sí misma tan pasajera que al fin suele de­
jar más angustia y tristeza que satisfacción nos proporcionó
en un principio. Hacerse ilusiones con tales satisfacciones
es vivir abocados a la desilusión, sobre todo cuando se las
confunde con la verdadera felicidad permanente, profunda,
plena, a la que todos aspiramos legítimamente desde lo más
profundo de nosotros mismos, pero que solamente se puede
disfrutar viviéndola en el fondo de nosotros mismos.
Los políticos suelen proponerse como objetivo máximo
en sus programas el mejorar la calidad de vida de los ciuda­
danos. Para ellos y para la mayoría de las personas, la calidad
de vida suele consistir en mejorar el nivel material, el confort,
las comodidades y satisfacciones sensuales.
La calidad de vida humana no depende del mejoramien­
to material sino de la elevación y expansión de la conciencia.
Se gastan esfuerzos en mejorar el exterior de la persona pero
mientras el interior del ser humano no mejore, la felicidad
será la gran ausente entre los hombres.
Nadie es más feliz por tener un mejor nivel material.
Solamente se puede encontrar la felicidad donde ella se en­
cuentra: en el interior de cada uno.
Tanto la calidad material de vida como la cultura son
las máximas aspiraciones de los hombres más progresistas
de nuestra civilización moderna.
Son pocos los que saben que ni lo uno ni lo otro harán
de nuestro mundo un mundo mejor, sino la elevación de las
conciencias y el acceso a la Sabiduría que es el conocimiento
de sí y de La Vida.
126
¿KARMA? ¿RESPONSABILIDAD?

La Vida se expresa a través de todos los seres vivos. Por


tanto también a través de cada uno de nosotros.
No somos nosotros los que hacemos que las cosas sean
así o asá. Es La Vida la que hace cada cosa.
Es cierto que Esa Vida se expresa a través de nosotros,
por nosotros. Y nosotros tenemos aparentemente la capaci­
dad de “colorear”, de influir, de modificar el plan y la acción
de La Vida o de Dios.
Pero ¿hasta qué punto la modificación que damos a los
acontecimientos depende de nosotros? ¿Acaso no es La Vida,
Dios, quien pone a cada uno en unas condiciones determina­
das para que desarrolle en más o menos grado ciertas cuali­
dades concretas?
Parece que, en teoría, el hombre es libre. Aunque debe­
ríamos decir con más precisión, que el hombre tiene la capa­
cidad de ser libre.
Esa capacidad o potencialidad solamente es un hecho
real en aquellos que han llegado a liberarse o desembarazarse
de los lazos y cadenas de los condicionamientos físicos,
morales, sociales, psicológicos, que los determinaban en
cierta dirección o sentido concreto.
Decir que el hombre es libre o que el hombre es racio­
nal quiere decir que el hombre tiene la capacidad de llegar
127
a obrar, actuar y vivir con libertad o de un modo racional.
Pero solamente lo es de hecho y efectivamente cuando ejer­
cita esa potencialidad y pasa de la pura potencia al acto.
De hecho, si observamos un día cualquiera de nuestra
vida nos quedaremos asombrados al constatar qué pocas
horas o minutos hemos sido conscientemente racionales y
no autómatas. Y si somos autómatas, podemos decir que
actuamos libremente?
La Vida se expresa a través de las cosas y a través de
nosotros, aunque de distinta manera. A través de las cosas
se expresa directa e inmediatamente. Nosotros en cambio
podemos obstaculizar o por el contrario podemos cooperar
consciente y amorosamente con La Vida.
Somos tanto más actores cuanto más conscientes somos
de la acción de La Vida en nosotros.
Cuando creemos que nosotros somos los únicos actores
de nuestras acciones, vivimos en la ignorancia inconsciente
de que el único verdadero actor de todo es La Vida, Dios.
Ya sé que surgen las preguntas, ¿y la responsabilidad
personal, dónde queda?
En realidad solamente podemos hablar de responsabili­
dad en quienes obran y actúan consciente y libremente sin
condicionamiento alguno. Y todos sabemos la maraña de
condicionamientos, manipulaciones y presiones a que está
sometida la mayor parte de las personas, tanto físicas y eco­
nómicas como psicológicas, religiosas y sociales.
Hay una responsabilidad que es ineludible para todo ser
humano. Es quizá la única o por lo menos la principal respon­
sabilidad que tiene que afrontar.
Cada uno tiene que preguntarse: Yo soy persona, pero
¿ejerzo de persona? Yo soy libre pero ¿ejerzo mi libertad?
Yo soy consciente pero ¿ejercito mi consciencia?
Si no nos planteamos estas responsabilidades básicas
¿cómo vamos a hablar de responsabilidades ulteriores?
¿Quién es el que responde? ¿Ante quién responde?
En el juego social, en la estructura de la vida social
es evidente que son necesarias unas reglas, unas leyes para
un buen ordenamiento social y convivencia humana. Ahí
128
está todo el tinglado jurídico con sus códigos, jueces, fis­
cales y defensores con todo ese complicado entramado y
compleja estructura legal.
Pero nosotros no hablamos aquí de esa responsabilidad
social o legal.
Me estoy refiriendo a nuestra actitud ante el Gran Juego
de La Vida. Se trata de entender el Gran Juego de La Vida
en mí, mi Gran Juego con La Vida.
Cuando este gran juego está resuelto, el otro, el pequeño
juego social queda reducido a un mero trámite de poca im­
portancia.
Los conflictos sociales son tan numerosos y resultan tan
agobiantes porque no tenemos resuelto el gran problema de
nuestra vida: la toma de conciencia del verdadero sentido de
nuestra vida en La Vida.
Cuando somos conscientes de que toda nuestra actividad
humana no es sino expresión, manifestación o reflejo de La
Conciencia Pura, nos damos cuenta de que todos los problemas
que nos creamos sobre reencarnación, Karma, responsabili­
dad... etc., quedan reducidos a unos simples planteamientos
teóricos y juegos mentales.
Los hombres solemos jugar mucho a “ser o parecer im­
portantes”.
Cuando demos a La Vida, El Ser, Dios, el lugar que le
corresponde, nuestros problemas y preocupaciones queda­
rán reducidos y enmarcados en su justo lugar y tendrán una
exacta respuesta y adecuada solución.

129
¿CONTRA QUIEN TE ENOJAS?

Tenemos muchas maneras de engañarnos a nosotros mis­


mos y de engañar a los demás.
Como estamos acostumbrados a vivir de meras exterio­
ridades, solemos dar más importancia a las palabras que a los
sentimientos.
Cuando decimos, por ejemplo, “perdono pero no ol­
vido”, estamos haciendo un paradójico juego de palabras y
sentimientos.
Por una parte queremos convencernos o convencer a
los demás de que somos buenos y generosos porque perdona­
mos y por otra parte queremos hacer ver que somos inteli­
gentes o por lo menos que no somos tontos porque tene­
mos presente y seguiremos teniendo presente en el futuro
ese hecho o esa situación para no confiar más en esa persona.
¿Qué está ocurriendo en realidad?
Por una parte al decir perdono pero no olvido, y en
otras situaciones similares estamos teniendo una actitud de
no comprensión y no aceptación de nuestro enojo y nuestro
resentimiento con esa persona. Y ese enojo y resentimiento
al no ser reconocido y no ser aceptado permanecen como
sentimientos vivos e hirientes, golpeando constantemente
en nuestra mente.
La palabra “perdono” no sirve de nada. Es una simple
130
tapadera para que los demás no vean lo que hay adentro,
para que no vean el enojo y resentimiento. Incluso, hasta
queremos ocultárnoslo a nosotros mismos, para convencer­
nos con esa palabrita de que somos generosos y buenos. Un
vano intento de autoengaño.
El rechazo, la no aceptación, el no querer ser cons­
cientes de que el enojo y el resentimiento están albergados
en el corazón, hacen que sigan vivos. Y mientras el enojo
y resentimiento siguen vivos, no perdonamos, por más que
lo digamos con palabras.
El perdón consiste en olvidar.
Más aún. Si la supuesta ofensa no la grabaras o no la
hubieras grabado en tu mente, ni siquiera tendrías que olvi­
dar.
Si quieres afinar más, te diré que si no hubieras vivido
esa situación con tu yo inferior y la hubieras vivido con la
comprensión infinita del yo superior, ni siquiera te hubieras
sentido ofendido. Pero esa actitud está reservada a quienes
están muy desarrollados en su verdadera naturaleza interior.
No hay perdón sin olvido.
Y se llega a olvidar cuando uno toma clara conciencia de
su enojo y resentimiento, acepta ese sentimiento de enojo
como un hecho en sí mismo, observa su espíritu enojado y
a medida que lo va manteniendo por un momento o varios
momentos en su conciencia con claridad, sin darse excu­
sas, ni quejas, ni culpabilidades, el enojo irá desapareciendo
como si fuera humo.
Mientras uno repite que perdona, es señal de que todavía
el enojo está vivo. Habrá que mirar serenamente y aceptarlo
para que desaparezca definitivamente.
Perdona de veras el que ya no se acuerda ni de perdo­
nar porque olvidó todo lo pasado.
El enojo contra nosotros mismos, contra los demás y
hasta contra ciertas situaciones o acontecimientos de la
vida no es sino un escudo de autoprotección.
Con el enojo queremos protegernos de la culpabilidad.
Y no sólo de culpabilidad de algo presente o pasado sino
hasta de la culpabilidad de futuro.
131
Cuando nos enojamos queremos decir más o menos
implícitamente, que nosotros no somos como el que nos
causa el enojo, que nunca hemos sido así y no somos capa­
ces de serlo nunca. A veces hasta lo expresamos con pala­
bras: “Una cosa así yo jamás la haría”... Cuanto más nos
enojamos con algo o con alguien estamos diciendo a gritos
que nosotros también somos así, que hemos hecho eso que
nos enoja o que lo haríamos en cualquier ocasión.
Si cuando nos sentimos heridos u ofendidos, reconoce­
mos y aceptamos que ese sentimiento está en nosotros, a
medida que mantenemos la conciencia sobre ello con sere­
nidad y comprensión irá desapareciendo ese malestar del
enojo y el enojo mismo.
Entonces ya ni nos acordamos de perdonar a nadie,
porque hemos olvidado. Es algo que ya pasó. Ya no existe.
Si queréis, podemos verlo mucho más simplemente.
Si cuando nos enojamos nos diéramos cuenta de que no resol­
vemos nada con nuestro enojo sino que solemos poner las
cosas peor y que además tanto nuestro psiquismo como
nuestro organismo físico se quebrantan en su salud, nos
daremos cuenta de lo absurdo que es el enojo por más razo­
nes y argumentos que le busquemos para justificarlo.
Suelen decir que cuando aparece el enojo se debe contar
hasta diez. Está bien. Pero yo diría que si fuéramos creciendo
en conciencia y comprensión de nosotros mismos, tendría­
mos también comprensión con los demás y no tendríamos
que contar ni siquiera uno. ¿Para qué enojarte?
Ni siquiera debes enojarte contra ti mismo, que eres en
última instancia el auténtico responsable de tu enojo.

132
CONSUMISMO y SUFRIMIENTO

Si analizamos cada uno de nuestros sufrimientos, nos


damos cuenta de que siempre hay en el fondo un deseo no
cumplido. Deseé algo y no lo puedo conseguir. Estoy desean­
do algo y no lo consigo. Desearía tener..., hacer..., conse­
guir..., algo y no lo logro.
La táctica y estrategia comercial del consumismo pro­
pone a la gente constantemente algo deseable. Algunas veces
son cosas útiles. Otras son completamente inútiles pero son
cosas atractivas, cosas que dan “status” social o personal,
cosas que hacen a la persona que las posee más importante
a los ojos de los demás. Las modas de turno son un ejemplo
evidente de esto.
Muchas personas suelen argüir que ellos no, ellos tienen
las cosas simplemente porque les gustan y no para que las vean
los demás. Pero si se ahonda con sinceridad en los motivos
por los que les gustan, se llega a la conclusión que se sienten
más importantes con esas cosas, ante los ojos y la opinión
de los demás.
Muchas cosas se poseen para ser apreciados y admira­
dos y ser tenidos en mayor estima por los demás.
Y si nosotros queremos tener cosas para que nos admiren
e incluso nos envidien, es porque también nosotros por
nuestra parte hemos admirado y envidiado a los que las
poseen.
133
Es muy difícil que una persona ac
alguien. Dará explicaciones rebuscadas
sus sentimientos y actitudes. Pero no admitirá que envidia
a otras personas. Otros defectos son admitidos fácilmente.
Pero no la envidia.
La política económica y comercial de los pueblos desa*
rrollados principalmente, se basa en fomentar e incentivar
el consumo, el movimiento del dinero.
Esto que en el plano económico parece lo mejor para
un mayor desarrollo se constituye en causa de decaimiento
de la persona, en su desarrollo humano, en cuanto persona,
y es una pendiente no fácilmente perceptible pero induda­
ble hacia el subdesarrollo humano. Y ello, no porque el
desarrollo económico, técnico, científico o de confort en
el modo de vivir sea perjudicial o negativo en sí mismo, sino
porque la persona llega a acostumbrarse a reaccionar auto­
máticamente por los estímulos que se le proponen y cami­
na, como el animal inconsciente de sí mismo corre detrás
de la zanahoria.
La política consumista crea deseos. Y los deseos de
tener y poseer cosas y cosas sin límite, ahogan, sustituyen
y matan al deseo de ser lo que uno es.
La mayoría de las personas viven tan afanadas por lle­
gar a conseguir ciertas cosas que no tienen tiempo para sí
mismas, para saber quiénes son, qué hacen en la vida, aparte
de pasarlo bien y adquirir cosas y más cosas.
El afán de tener y poseer algo de afuera, indica la pobreza
y la ignorancia de lo que se tiene dentro.
Cuantas más cosas se adquieren, más se va ahondando el
vacío interior. Y cuanto mayor es el vacío interior más ansias
se tiene de cosas para compensarlo. Es el círculo vicioso que
nunca acaba hasta que ocurre algún hecho impactante o se da
un despertar de la conciencia.
Si fuéramos conscientes de lo que somos y viéramos que
necesitamos muy pocas cosas, no caeríamos en esa carrera
alocada por adquirir y poseer cosas.
El consumismo, algo aparentemente inocente, es el ca­
mino directo hacia el subdesarrollo humano de los pueblos
134
técnica y materialmente desarrollados.
No es el consumir sino el deseo y afán desmedido de
tener y la obsesión de comprar lo que otros proponen, lo
que hace que el consumismo sea peligroso y nefasto.

135
¿HABLANDO
SE ENTIENDE LA GENTE?

Suele decirse que hablando se entiende la gente. Pero


vemos que en la práctica son pocos los que se entienden ha­
blando. En el mejor de los casos se suele llegar a una cierta
aproximación. Pero las más de las veces cada uno se queda
con su postura y su propio modo de pensar. Y a veces sin
llegar a comprender el modo de pensar de los otros.
¿Por qué ocurre esto?
Por dos razones. En primer lugar las palabras no signi­
fican lo mismo para cada uno. En segundo lugar y sobre
todo, porque estamos demasiado condicionados por unas
ciertas ideologías o modos de pensar que nos impiden ver
aquello que se oponga a tales ideologías porque estamos
tan identificados con ellas que creemos que admitir algo que
se oponga a ellas es lo mismo que perder nuestra personali­
dad o traicionar nuestras ideas.
Siempre que pensamos o hablamos desde un sistema
preconcebido, desde una ideología determinada, desde unos
ciertos principios morales, políticos, sociales, filosóficos...
estamos abocados al fracaso en nuestro empeño de encon­
trar la verdad.
La Verdad solamente se la puede encontrar en la desnu­
dez completa de ideas, de principios, de presupuestos.
Por eso, El Cristo o la manifestación de La Verdad, de
136
Dios, dijo: “El que quiera venir en pos de Mí, deje todo
cuanto tiene”... No se refería solamente ni principalmente
a las cosas, el dinero, las posesiones materiales. No.
Lo que tenemos con más apego es nuestro ego con “sus”
posesiones: ideas, gustos, juicios, preferencias, maneras de
pensar... Eso es lo que consideramos más nuestro.
Al banquete de bodas con La Verdad, no se puede ir
con trajes viejos, con vestimentas condicionantes, sino con
el único vestido de boda que es el amor a La Verdad. El que
va vestido de otra manera es echado fuera del banquete como
en la parábola de la Biblia.
Quien mire lo que digo descondicionado y libre de todo
hábito mental preconcebido y libre también de toda ideolo­
gía o sistema de pensamiento determinado, verá que lo que
estoy diciendo es totalmente cierto.
Existe un explicable temor en muchas personas a dejar
de pensar como pensaban antes. Sienten como un vértigo
al prescindir de ciertos sitemas o ideologías que han obser­
vado y admitido durante toda su vida. Creen que al dejar
de pensar o creer en lo que creían, se quedan sin nada,
como sin apoyo bajo sus pies.
En realidad no pierden nada. Porque la ideología en la
que se apoyaban no era de ellos aunque ellos la consideran
suya.
Se requiere además mucha valentía para reconocer que
han estado viviendo de prestado, con ideas que no eran
propias.
Por todo esto no es fácil entenderse con personas que
están condicionadas, sometidas y oprimidas por una determi­
nada ideología o un modo cerrado de pensar.
No es tanto al hablar sino al estar abierto a la Verdad
como se entiende la gente. Ya no se. puede estar abierto si
se está sometido a una ideología determinada. Una cosa es
pensar coincidiendo con una determinada ideología y otra
muy distinta someterse a ella incondicionalmente, por más
sana, generalizada, tradicional, y bien vista que ella sea.
Toda dependencia, sea de cosas, personas o ideas,
es un gran obstáculo para ser libre y conscientemente uno
137
mismo. Y únicamente cuando una persona es auténtica­
mente ella misma, está preparada y dispuesta para compren­
der y aceptar al otro con su modo de ser y pensar.
La gente puede entenderse hablando y sin hablar.
La gente se entiende cuando hay disponibilidad sincera
para entenderse y una verdadera apertura de mente y de
corazón, libre de intereses e ideologías condicionantes.

138
ACEPTACION

La vida es un conjunto de luces y sombras. Es un entre­


verado de cosas agradables y desagradables. Es un continuo
día-noche, frío-calor, bueno-malo, claro-oscuro, más-menos,
cierto-inciérto, verdad-error...
La mayor parte de las personas viven habitualmente en
un estado o actitud de reacción automática hacia los estí­
mulos exteriores o interiores, hacia las circunstancias y situa­
ciones de su vivir diario.
Ello es así porque suele vivirse a impulsos espontáneos
y automáticos de los sentidos externos o de las convenien­
cias de una personalidad egoísta, miope y egocentrada para
quien no hay más norma y objetivo que su propia satisfac­
ción y utilidad individual.
Ante esta filosofía de vida todo aquello que desagrada
es rechazado y resulta inaceptable.
Esta personalidad egocentrada solamente tiene este
principio: Es bueno y aceptable lo que me agrada y es malo
y por tanto rechazable lo que me desagrada.
Ante este modo de pensar, tales personas están aboca­
das a una selección permanente de los acontecimientos y
de las cosas de la vida. Se constituyen en jueces parciales
de lo bueno y lo malo. La regla o norma es naturalmente su
conveniencia, su agrado o desagrado.
139
Es evidente que estas personas tienen que estar perma­
nentemente luchando contra la corriente natural de los
hechos. Quieren que las cosas sucedan siempre en la direc­
ción que ellos desean.
Pero La Vida es inalterable en su fluir. Las cosas son
como son, como tienen que ser, y no como quiere fulanito
o menganito que sean.
A veces, las mismas cosas, las mismas situaciones, en
el mismo momento, en el mismo lugar son deseadas de dis­
tinta manera por distintas personas. Cada uno busca y desea
su conveniencia y satisfacción. Pero los parámetros de La
Vida no son la satisfacción o conveniencia de nadie en parti­
cular. Las cosas son como son, como tienen que ser, como La
Vida tiene dispuesto que sean.
Así pues, vemos que ante La Vida, ante los aconteci­
mientos caben dos posiciones: Una de apertura y acepta­
ción y otra de cerrazón, rechazo y no aceptación.
La aceptación nos pone en dirección de La Vida.
La no-aceptación nos sitúa en un plan de lucha contra
La Vida. En la aceptación somos y nos sentimos libres por­
que no estamos atados, esclavizados y dependientes de unas
determinadas conveniencias placenteras.
En la no-aceptación estamos sometidos y sujetos a nues­
tras conveniencias individuales que nos imponen sus exi­
gencias.
La aceptación es una actitud interna por la que acepto
las cosas y las situaciones tal como son y no sólo como yo
querría que fueran.
Cuando yo quiero que las cosas sean de un modo deter­
minado estoy expresando una idea. Esa idea, ese pensamiento
mío por el que yo quiero que las cosas sean de un modo de­
terminado pertenece al mundo ideal, al mundo irreal.
Por tanto al no aceptar las cosas como son, y querer que
sean de la manera que yo pienso que deben ser, estoy que­
riendo imponer un mundo irreal al mundo real. Estoy que­
riendo imponer mi mundo ideal, lo que yo pienso, al mundo
real, a lo que es.
Como se ve, nuestra osadía, nuestra irracionalidad llega
140
a límites insospechados. No somos capaces de gobernar
nuestros caprichos y queremos gobernar La Vida.
Cuando vivimos afanados y deseosos de que las cosas
sean de un modo determinado, estamos viviendo en pie de
guerra, siempre a la defensiva de nuestros gustos y a la ofen­
siva contra la realidad. ¡Tanto que nos gloriamos de ser
muy realistas y estamos tratando de cambiar la realidad!
Si nos diéramos cuenta de que La Vida es sabia siempre,
tanto cuando hace brotar los capullos en flor, cuando da a
cada animalito sus instintos propios para su supervivencia,
cuando las cosas salen a nuestro gusto, como cuando las
flores se marchitan, unos animales se comen a los otros y las
cosas no suceden a nuestro gusto, tendríamos más paz,
menos angustia y una aceptación serena de todo cuanto
ocurre cerca y lejos de nosotros.
Al vivir, en cambio, desde las trabas mentales de la per­
sonalidad egocentrada que no busca El Bien sino “su” bien,
cada cosa, cada situación, cada momento es una tortura,
una guerra.
Cuando miramos la vida y las situaciones desde una
perspectiva abierta, no individualista, desde el fondo de
nosotros mismos, entonces todo lo vemos lógico, lo com­
prendemos y lo aceptamos.
Los psicólogos suelen hablar mucho sobre la importan­
cia del inconsciente. Pues bien, el inconsciente está hecho
o constituido por todas las cosas, situaciones, hechos, sen­
timientos..., que no hemos aceptado en su momento y siguen
ahí dentro, petrificados, cristalizados.
Esos contenidos del inconsciente, ejercen presión sobre
nosotros inconscientemente, hasta que se liquiden por me­
dio de la aceptación. Esa carga inconsciente únicameiite se
elimina cuando revivimos aquellos hechos o situaciones no
aceptadas y las reconocemos y aceptamos consciente y com­
prensivamente.
Lo mismo ocurre en nuestras relaciones personales.
Hay personas que por la razón que sea han sido y son habi­
tualmente rechazadas por nosotros. Damos mil motivos para
no aceptarlas. Y cada vez que aparecen ante nosotros aunque
141
solamente sea en pensamiento, surge un movimiento de desa­
grado, de rechazo. Yo aconsejaría a ciertas personas que casi
siempre están de mal humor que vean y examinen en su in­
terior cuántas personas están en su lista negra particular, a
las que no pueden ver, a las que no pueden aguantar, a las que
no aceptan. Es muy posible que su malestar habitual esté
en proporción directa con el número de personas rechazadas.
Unicamente cuando las comprendan y las acepten, desapa­
recerá el malestar y el conflicto.
Para las personas con sentido religioso, les puedo decir
que cuando aceptamos todo tal cual es, estamos aceptando
La Voluntad de Dios. Entonces su voluntad y la nuestra es
la misma voluntad.
Algunos no quieren ver claro y creen que aceptar es lo
mismo que pensar que ciertas cosas que ocurren sean abso­
lutamente buenas o tengan que ser reconocidas como buenas.
No.
Podemos ver con nuestra mente o incluso con nuestra
mirada interior que ciertas cosas no son lo correctas que,
según creemos, podrían ser. Pero de hecho son así. Y deben
ser admitidas tal como son. En el fondo cada cosa es buena
en el nivel en que está. Hay que saber verlo.
En otro momento cuando tratamos acerca de si existe el
mal o no, hemos visto que todo está bien según sea el pla­
no de conciencia desde el cual se juzguen los hechos.
No se puede aceptar con libertad un hecho o una situa­
ción si el observador está implicado en las causas o efectos
de tal situación. Solamente una mirada limpia, inocente,
sin prejuicios, sin comparaciones, sin condicionamientos y
sin presiones, puede llevamos a una positiva aceptación.
La realidad hay que aceptarla desde el fondo, desde el
centro de nosotros mismos y no desde la mente contami­
nada e implicada en todo cuanto llega a ella. Y no sirve
aceptar pasivamente o con resignación sino activa y cons­
cientemente.
Cuando miramos y vivimos desde el fondo, desde el
“yo” central todo se unifica, todo se armoniza. La mente
en cambio, todo lo separa y lo disgrega.
142
Un la medida en que la persona va madurando, o lo que
es lo mismo, cuando va siendo auténticamente ella misma
desde el fondo, más capacidad tiene de aceptar y menos ten­
dencia a rechazar.
Si es cierto que nos cuesta aceptar los hechos o situa­
ciones desagradables, hay algo que nos cuesta mucho más
y es aceptar nuestros errores, nuestros modos defectuosos
de ser y comportarnos. Y esta aceptación es quizá la más
importante. Con la particularidad de que estos modos defec­
tuosos de comportamiento no se corrigen luchando contra
ellos sino aceptándolos con toda atención, reconociéndolos
muy conscientemente.
Constantemente estamos haciendo planes de cómo
debiera ser el mundo, de cómo debieran ser los gobernantes,
de cómo debieran ser los hijos o los padres. Y olvidamos de
ocuparnos de lo único que debiéramos tener en cuenta y es
de ver si somos realmente nosotros mismos en todo y en
todo momento.
Nadie puede ayudar a los demás si él mismo está nece­
sitado de la misma ayuda. Queremos cambiar al mundo olvi­
dando que somos nosotros los más necesitados de ese cambio.
Es curioso observar que, cuando aceptamos despiertos
y conscientes cualquier cosa por desagradable que sea, se
convierte en agradable.
Cuando aceptamos que no funcionamos bien, de mo­
mento se produce en nosotros una especie de desánimo,
porque con esa aceptación y reconocimiento estamos des­
truyendo y desmontando el personaje ideal que nos había­
mos creado sobre nosotros mismos, estamos aniquilando
el “yo” ideal que queríamos llegar a ser.
Aunque parezca paradójico, también es necesario
aceptar lo bueno. Es frecuente que cuando nos encontra­
mos con algo bueno o agradable nos quedemos agarrados
y pegados a ello. Y entonces también es necesario aceptarlo
y soltarlo con la misma facilidad con que lo hemos aceptado.
Tan nefasto es rechazar algo como quedarse pegado y aga­
rrado a ello.
La alegría que produce la aceptación no está en el
143
objeto, el hecho o la situación aceptada sino en el sujeto
que acepta, porque con la aceptación se produce la unidad
y la armonía del sujeto con todo lo aceptado e indirecta­
mente con todas las cosas que nos rodean, incluso las desa­
gradables.
No es exagerado decir que la aceptación transforma
todo nuestro modo de vivir.
Entre los muchos absurdos en la vida de la mayoría
de los creyentes está este de la no-aceptación.
No aceptar la vida y las cosas de la vida es como decir:
yo acepto a Dios pero no el modo como se manifiesta. No
se puede elegir entre Dios y la vida, porque la vida con todos
sus aparentes defectos es Dios en manifestación.
No hay elección. Sólo aceptación de la Vida tal como
es, porque es como Dios ha querido o permitido.
¿Por qué vivir siempre en la eterna lucha entre lo bueno
y lo malo, lo agradable y desagradable?
Si se vive desde la unidad de sí mismo no hay lucha.
La mente es la que crea la dualidad y la lucha.
El que vive desde su centro, desde su “yo” real no ne­
cesita elegir. Sólo hay aceptación consciente, activa y gozosa.

144
LAS DOS CLASES DE AMOR

A veces nos encontramos en medio de muchas contra­


dicciones en nuestra vida.
Por una parte suele decirse que lo único importante es
amar.
Por otra parte, a pesar de ser tan importante, parece que
se ama poco. Las injusticias, los odios, las rivalidades, las gue­
rras, las envidias, las competencias desleales... suelen ser
muy frecuentes en nuestro mundo.
Se dice también que todo el mundo desea amar y ser
amado.
Las canciones, las novelas, las películas nos hablan de
amor...
Pero por otra parte existe mucha tristeza, mucha sole­
dad, mucha desilusión amorosa.
¿Qué es lo que realmente pasa? ¿No es todo esto con­
tradictorio? ¿Hay alguna explicación para todas estas con­
tradicciones?
Creo que hay una explicación a estos aparentes absurdos
y estas supuestas contradicciones.
Denominamos con el mismo nombre cosas muy dis­
tintas.
Hay amores y amores. O si se quiere hay amores y
Amor.
El mundo se sostiene por amor. Dios es amor.
145
Los jóvenes se buscan... se besan... por amor.
Hombres y mujeres se casan por amor. Se separan para­
dójicamente también por amor.
Se va a la guerra por amor. Se mata por amor.
Los hombres rivalizan, compiten y se pelean por amor.
Se roba por amor a algo o alguien.
Se sacrifican los propios gustos y hasta la propia vida
por amor.
Por amor al éxito muchos trabajan hasta el agotamiento
y hasta su propia destrucción y muerte.
Algunos renuncian a sus lícitas comodidades por un ver­
dadero amor a sí mismo y a los demás o a Dios.
Por amor a unos supuestos ideales los terroristas ponen
bombas y matan a veces indiscriminadamente.
El amor está siempre presente como protagonista prác­
ticamente en todos los aspectos y momentos de la vida.
Unas veces el amor es la vida, la alegría, la felicidad...
Otras es destrucción, odio, olvido, abandono y hasta
la misma muerte...
¿Cómo puede entenderse que el amor sea causa de cosas
tan diversas?
Evidentemente la palabra amor tiene una denominación
equívoca. Es decir se aplica muy diversamente.
Veamos. En un sentido general se llama amor a toda
tendencia hacia algo apetecible, hacia algo que se considera
bueno ya sea bueno para la colectividad o bueno exclusiva­
mente para sí mismo.
En este sentido muchas cosas que son buenas para unos,
suelen ser muchas veces malas para otros. Es evidente que,
en esos casos, el amor resulta paradójico, contradictorio en
sí mismo y causa de muchos conflictos. Por lo cual parece
que esta aceptación del amor no es la más adecuada para
algo que es o debe ser siempre causa de felicidad y armonía.
En este mismo sentido el sentimiento amoroso es una
tendencia que busca no tanto el bien y la felicidad de la otra
persona sino el agrado de sí mismo. Decimos en esos casos,
que amamos a los demás, pero ellos no son sino los medios
o intermediarios de un amor egoísta cuyos últimos destina-
146
taños somos nosotros mismos.
Amar desde la personalidad es amar egoístamente. Y
el amor egoísta es una caricatura del amor verdadero que es
por su naturaleza pura donación generosa.
El amor del ser consciente es un sentimiento de unidad
en el que desaparece el Yo y el Tú. Porque el ser consciente
sabe que en el centro de sí mismo está el otro como en el
centro del otro también está él.
Me parece que muchas cosas que consideramos como
extrañas y casi inconcebibles, se entenderían fácilmente si
llamáramos a las cosas por su nombre.
El amor verdadero, profundo, generoso, no es nada fre­
cuente, porque es el amor que brota del “Yo” central. Y
no son muchos los que aman desde su centro. Lo más fre­
cuente es amar desde la satisfacción sensorial o a lo sumo
desde los mecanismos afectivos y emocionales y entonces
es un superficial amor complaciente de sí mismo, un disfraz
del amor verdadero y generoso.
No nos debe extrañar que haya en la vida tantas falsi­
ficaciones del amor verdadero^
El amor es indispensable para vivir. Pero como vivimos
muy superficialmente, también amamos con amores super­
ficiales o falsificaciones del Amor verdadero.
No se puede pedir que quien vive desde su “yo” infe­
rior ame con amor auténtico del ser central.
Si tuviéramos presente esto que estamos diciendo, nos
explicaríamos fácilmente tantas contradicciones que en­
contramos en la vida diaria, tantas cosas contrarias que se
hacen “por amor”.
Según el nivel de conciencia en que nos estemos desen­
volviendo será nuestro amor. Y según sea nuestro amor serán
las manifestaciones de nuestra vida de cada día.
La calidad de vida depende de la calidad de amor. Y la
calidad de amor depende del nivel de conciencia en que está
desenvolviéndose nuestra vida.
Hay que empezar por mejorar la conciencia sobre noso­
tros mismos y sobre el sentido de la vida y todo lo demás
vendrá por añadidura, como lógica consecuencia.
147
SENTIDO DEL TRABAJO

Cuando transformamos nuestra vida y en lugar de vivir


desde nuestro “yo” inferior, vivimos desde nuestro centro,
desde nuestro “yo” verdadero, muchas cosas adquieren otro
color y otro sentido, en el vivir de cada día. Una de ellas es
el sentido del trabajo diario.
Se nos han dicho muchas cosas para justificar la obliga­
ción o necesidad de trabajar.
Se nos ha dicho que el trabajo es un castigo por el pe­
cado original, que debemos trabajar porque el trabajo enno­
blece al hombre, que debemos trabajar para ser útiles a la
sociedad..., etc.
Pero lo cierto es que cuando uno va descubriendo su
propio Ser, su propia naturaleza, todas las motivaciones o
explicaciones del trabajo resultan irrelevantes y sin sentido.
Según el grado de desarrollo de las personas vemos su
distinta motivación para trabajar.
En primer lugar vemos que muchas personas trabajan
simplemente por ganar dinero, para poder vivir o darse los
gustos que el consumismo moderno propone e impone. Es
una motivación primaria y elemental pero en la que se mue­
ven demasiadas personas. Muchas de estas personas no tra­
bajarían si pudieran conseguir sus objetivos por otros medios
más cómodos, incluso en muchos casos, aunque fueran me­
dios ilícitos.
148
En segundo lugar están quienes trabajan para demostrar
lo que valen, para ser dignos hijos de sus padres o dignos
padres de sus hijos, como algunos de ellos dicen. Pretenden
ante todo tener un buen cartel de personas laboriosas y que
son capaces de conseguir muchas cosas que otros no han
conseguido. Se trata de pesar más que otros en la sociedad.
Su finalidad es un poco menos material que los anteriores. Si
los otros querían conseguir cosas, éstos quieren conseguir
fama y éxito. No solamente quieren sobrevivir con su trabajo
sino que los tengan en cuenta.
Cuando se progresa en el desarrollo de la conciencia
uno se da cuenta de que el trabajo tiene otra finalidad supe­
rior. Nos vamos dando cuenta de que por medio del trabajo po­
demos expresar lo que somos y lo que sentimos. Vemos que el
trabajo es como un canal por el que expresamos nuestras capa­
cidades de energía, inteligencia creativa y generosidad amo­
rosa. Entonces vemos que no es tanto el trabajo en sí lo que
es valioso sino el amor que se pone en ese trabajo de expre­
sión del propio ser. En este grado de desarrollo la motiva­
ción no es externa a nosotros por algo que intentamos con­
seguir sino que es interna, es decir, expresar lo que somos
en el fondo de nosotros mismos. La acción y motivación van
unidas. Nada ni nadie se me impone desde afuera. La acción
surge del conocimiento y comprensión de mí mismo.
Cuando se avanza un paso más, uno se da cuenta de que
el trabajo además de expresión del potencial que somos, puede
ser también de utilidad a los demás. Pero esta utilidad ya se
entiende como una afirmación del verdadero ser tanto de los
otros como del nuestro. Y no como una complacencia de los
deseos y caprichos del “yo” inferior. En este nivel se entien­
de perfectamente lo que es servicio a los demás y cómo servir
desde la afirmación del propio ser central de uno mismo.
Cuando no está bien afirmada la propia realidad, lo único
que podemos ofrecer y dar a los demás es vacío, nada.
Hay todavía un quinto paso en el desarrollo que supone
una perfecta maduración. La realización y maduración de
la conciencia nos lleva más allá de nosotros y de los otros.
Nos damos cuenta de que más allá de nosotros y los otros hay
149
una Conciencia Pura, una Inteligencia y Poder Superior
que es quien hace todo. Nos damos cuenta entonces de que
nosotros no somos más que un medio a través del cual esa
Inteligencia y Poder hace todo. El es en realidad el único
verdaderamente Hacedor. Nosotros tan sólo debemos preo­
cupamos de ser instrumentos aptos y estar abiertos y dispo­
nibles para la acción de Dios, del Ser.
Llegar a esta etapa de desarrollo supone haber madu­
rado en la comprensión de sí y de La Vida misma. Pero no
es suficiente, aunque ya es mucho, el verlo y entenderlo
intelectualmente. Es necesario que esa convicción sea prác­
tica y efectiva en la vida diaria.
Quien ha hecho de esta convicción una norma de su
vida, queda totalmente liberado de toda inquietud y todo
temor. Se libera también de todo sentido de culpabilidad
del presente o del pasado. Quien así vive, sabe que todo
es como tiene que ser, que cuando él hace lo que su con­
ciencia le dice que tiene que hacer, el resultado no le preo­
cupa porque sabe que su misión es ser lo que es y hacer lo
que tiene que hacer sin demasiados fines u objetivos pre­
concebidos.
Es cierto que en la práctica puede surgir algún mo­
mento de duda en ciertas situaciones concretas. Pero tam­
bién es cierto que cuando se está en este nivel de desarrollo,
La Vida o la voz interior van señalando lo que es más ade­
cuado para cada momento. Cuando no estamos atados o
condicionados por las cosas, La Vida o la voluntad de Dios,
te llevan por el camino más adecuado. Los problemas surgen
cuando estamos condicionados y dirigidos por motivacio­
nes exteriores. Entonces se cometen los errores y los fallos.
Si fuéramos conscientes de nuestras capacidades, vería­
mos que no resultaría tan extraño el sentirse en todo mo­
mento canales de la acción del Ser o Dios.
Mientras una persona viva pendiente exclusivamente
de su ser existencia!, el trabajo resultará un castigo y un peso.
Si somos conscientes de nosotros mismos, cualquier ins­
tante en cualquier trabajo es un gozo siempre renovado.

150
TU ERES FELICIDAD

¿Por qué buscas esto o aquello, por aquí o por allá para
ser feliz?
Aquel amigo mío se estaba volviendo loco, buscando sus
lentes por toda la casa, cuando los tenía puestos ante sus pro­
pios ojos.
Es exactamente lo que nos ocurre cada día. Buscamos y
buscamos lo que tenemos ante nosotros, dentro de nosotros.
Este es uno de esos graves errores en los que estamos
metidos de lleno y del que son muy pocos los que se dispo­
nen a salir porque son muy pocos los que creen lo que esta­
mos diciendo.
Si una persona tiene una gran fortuna en una cuenta de
un banco, pero vive pobremente porque siempre ha creído
que es pobre y así le han dicho durante toda su vida, le resul­
ta difícil creer que es rico si alguien un buen día le dice que
lo es.
Alguno me dirá: pero ¿cómo voy a creer que yo tengo
o soy la felicidad si me siento tan infeliz tantas veces en mi
vida?
Te respondo que no tienes que creerme a mí ni a nadie.
Solamente es necesario que veas por ti mismo y examines
por ti mismo lo que ocurre y lo que hay en ti.
Es un gravísimo error el creer que la felicidad nos
151
llega de afuera, de algo exterior a nosotros mismos. Y este
error está tan profundamente enraizado en nuestra mente
y nuestro modo de pensar que lo que estoy diciendo es
difícilmente aceptable para muchos.
En nuestra vida vivimos muchos momentos de gozo,
de alegría, de felicidad. Pues bien, todo ese gozo, toda esa
alegría, toda esa felicidad la sentimos porque ya está en
nosotros. Más todavía, nuestra naturaleza consiste o es esa
plenitud, esa felicidad. Y cuando no sentimos la felicidad se
debe exclusivamente a que estamos ausentes de lo que
somos, no vivimos lo que ya somos.
Cuando estás esperando que alguien o alguna cosa te
dé felicidad te pareces a un millonario que está pidiendo
limosna en la calle y está deseando que pongan unas mone­
das insignificantes en su mano para sentirse feliz.
En este error de base se originan casi todas nuestras
desilusiones, frustraciones y depresiones. Al estar siempre
pendientes ansiosamente de ser felices con algo que quere­
mos conseguir o que alguien nos debe dar y esperamos que
nos dé, sentimos tristeza y frustración cuando eso no llega
o quizá nos llega del signo contrario al que esperábamos.
Aunque pueda parecer a algunos algo exagerado, es
completamente cierto y evidente que hemos de cambiar la
polarización de nuestra vida dando un giro de ciento ochenta
grados si queremos ser felices. En lugar de mirar y buscar
afuera, hay que mirar y buscar adentro. El recorrido de la fe­
licidad no es de afuera hacia adentro sino de adentro hacia
afuera.
Suele decirse que en esta vida no se puede ser plena­
mente feliz. Y eso es absolutamente falso.
Lo que ocurre es que como creemos que la felicidad
es algo así como un recipiente que debe llenarse de cosas y
no podemos en esta vida llenarlo completamente de esas
cosas porque no podemos conseguir todas las que caben,
llegamos a decir y pensar esa absurda y generalizada frase.
Basta que nos demos cuenta de lo que somos y vere­
mos que no hemos de recibir nada, que ya somos todo, que
ya tenemos más de lo que podemos desear.
152
Puede argüirse que son pocos los que llegan a darse
cuenta de lo que son y se sienten felices. Pero basta que una
sola persona lo fuera para que sea cierto lo que estamos di­
ciendo. Pero afortunadamente no es una sola persona la que
vive por lo que es. Son muchas.
Es curioso y paradójico advertir que en nuestra socie­
dad generalmente cristiana, al menos teóricamente, parezca
una utopía lo que estamos diciendo, cuando el mismo Cristo
dijo clarísimamente que el reino de los cielos está dentro de
nosotros mismos.
El cielo no es por tanto, algo que hay que conseguir
para después de muertos, sino algo que ya está en nosotros.
Y no es ni consiste en nada que podamos conseguir de afuera
sino que ya está en nosotros tengamos o no tengamos cosas
de afuera.
Lo que ocurre es creer que la felicidad consiste en
conseguir algo y al no poder conseguir ese algo con las
cosas de esta vida nos hacemos la ilusión de que nos lo darán
en la vida después de la muerte. Y entonces nadie nos
dará nada. Lo que ocurrirá entonces es que desaparecerá
la ignorancia de nuestra mente en la que estamos metidos
ahora y al no existir los límites de los sentidos y la mente,
veremos a Dios cara a cara, que es lo mismo que ver al Dios
que vive en nosotros.
El reino de los cielos que ahora existe en nosotros, lo
veremos y disfrutaremos sin las limitaciones de nuestro cuer­
po, las oscuridades de nuestra mente y las pequeñeces indi­
viduales de nuestro ego.
Entonces no seremos más, sino que desaparecerá la
ignorancia, desaparecerán los velos que nos impiden ahora
ver, gozar y ser lo que somos. La muerte por tanto es la
liberadora de nuestra ignorancia y de las limitaciones que
nos impiden ver, gozar y ser. Por eso, los que se liberan
ahora, en esta vida presente, de la ignorancia y las limita­
ciones que nos impone la mente y llegan a VER y com­
prender lo que somos, saben que ya somos plenitud y nada
ni nadie puede darnos un ápice de felicidad, porque ya
somos toda la felicidad que podemos llegar a soñar. Esa
153
es la verdadera liberación. E>.i es la verdadera realización
humana: liberarnos de la ignorancia sobre nosotros mismos
y ver y vivir la Realidad que ya somos.
Mientras no nos convenzamos de que para ser y sentir­
nos felices no nos hace falta nada, absolutamente nada más
que damos cuenta de lo que somos, no sólo intelectual sino
vivencialmente, jamás podremos gozar profundamente la
verdadera felicidad.
Nuestra vida actual está basada en unos ciertos condi­
cionamientos mentales. Pensamos que el día que se cum­
plan esos condicionamientos seremos felices. Si encuentro
el trabajo que quiero y me gusta, si logro tal situación econó­
mica, si tal o cual persona me llegan a querer como yo deseo,
si logro tener la fama y el prestigio que busco, si tengo la
casa o las cosas que me gusta tener, si puedo comprar el auto
que toda la vida he deseado, si tengo buena salud y mi fami­
lia está unida alrededor de mí, si...
Infinitas condiciones qüe no se darán nunca juntas. Pero
aunque se dieran quedaría siempre la espada de Damocles
pendiente sobre nuestra cabeza de que todo eso puede per­
derse, puede quebrarse en cualquier momento. Siempre pen­
dientes de algo que no depende enteramente de nosotros
sino de infinitas circunstancias exteriores. Es penoso vernos
a nosotros mismos mendigando constantemente de la vida
las migajas que se caen de la mesa, siendo nosotros mismos
los dueños del banquete.
Vivimos bajo unos condicionamientos mentales que
desde niños se nos han ido imponiendo. Se nos ha enseñado
una jerarquía de valores en cuya cúspide está el tener cosas,
fama, prestigio... y hemos llegado a creer que arribar a esa
meta es ser feliz.
En algunos pueblos orientales no era así, hasta que se
les contagió la mentalidad occidental.
Recuerdo aquel santón, pobremente vestido, a la puerta
de un templo. Su cara era el verdadero reflejo de la felici­
dad. No tenía nada pero era feliz porque sabía que él era ya
la felicidad.
Estoy escuchando ya las objeciones de los que se creen
154
muy progresistas y adelantados. Les oigo decir que esas per­
sonas o esos pueblos no han evolucionado y se han quedado
sumidos en la miseria por esa actitud de falta de ambición y
competencia. No es así. Pero aunque así fuera ¿no es acaso
el fin del progreso técnico y material el dar al hombre más
felicidad? Ellos la tienen sin ese endiosamiento del progreso.
Pero no se trata de contraponer felicidad a progreso.
Se trata de ver y comprender que la felicidad no va a remol­
que del progreso técnico-material. Se trata de ver claro qué
es fin y que es medio, relativamente útil, aunque no necesa­
rio y mucho menos imprescindible. Se trata de liberarse de la
esclavitud de los condicionamientos absurdos y falsos para
llegar a set feliz. Se trata de ver y ser lo que se es. Se trata de
ver que eso es lo primero y que todo lo demás debe ir a
remolque de lo que es primero, y no a la inversa. Se trata de
ver que ahora en la condición actual nos sentimos felices o
infelices dependiendo de unas ideas inestables cuando yo soy
una realidad y las ideas no son ni siquiera esto. Son única­
mente ideas, que lo mismo que son de felicidad pueden serlo
de infelicidad.
Es lamentable que estemos constantemente dependien­
do de las ideas que llegan u ocupan nuestra mente para ser
felices o infelices. Nos dan una noticia buena y nos sentimos
felices. Si la desmienten y nos dan la contraria, nos sentimos
abatidos. Y así andamos de un lado a otro arrastrados por
unas simples palabras o ideas cambiantes y volubles.
Es decir, que la felicidad está donde está, dentro dé
nosotros. Pero la puerta queda cerrada mientras existen los
bloqueos mentales por los que se nos impide gozarla direc­
tamente. El día que nos liberemos de los condicionamientos
mentales podremos contactar directamente con la realidad
gozosa que somos.
Suele decirse frecuentemente como un extraordinario
descubrimiento que como es nuestra mente, así es nuestra
vida o también que somos lo que son nuestras ideas. Esto
es lo que suele ocurrir. Pero no es de ningún modo lo que
debería ser si fuéramos conscientes de lo que somos.
Casi todos los métodos mentales se dirigen a cambiar
155
nuestro modo de pensar. Se pretende cambiar la mentali­
dad que llaman negativa en una mentalidad positiva. Y cier­
tamente se da un cambio en el modo de pensar y vivir. Es
decir es un mejoramiento mental que acarrea un mejora­
miento en el modo de sentirse. Pero aun suponiendo que
esas ideas inestables duraran toda la vida, tenemos que con­
venir en que estamos viviendo sobre algo ideal, algo no real.
Y por supuesto siempre expuestos a que esas ideas se las
lleve cualquier leve viento y nos quedemos desmantelados en
nuestro tinglado mental.
Mientras viva de ideas sobre mí mismo, en lugar de
vivirme directamente lo que soy, estoy engañándome a mí
mismo por bien intencionado, bello y agradable que sea el
engaño.
Ninguna idea puede suplir ni remotamente a la rea­
lidad. Por eso ante este problema existen diversas posturas:
Unos no llegan a entender todo esto ni siquiera intelec­
tualmente porque su mente está demasiado condicionada
con otras ideas.
Otros lo entienden intelectualmente pero como una
teoría simplemente.
Otros lo ven claro. Saben que esto es así y no puede ser
de otra manera, pero la fuerza de la costumbre de vivir
como todos y como siempre han vivido hace que se quede
en puro conocimiento intelectual y teórico.
Otros no solamente lo ven y lo comprenden sino que lo
van viviendo, aunque se vea de vez en cuando interrumpido
por decaimientos o condicionamientos externos.
Y otros finalmente lo viven en toda su extensión y con
todas las consecuencias. Son las personas realizadas. Son los
auténticamente felices. Estas personas no son necesaria­
mente personas cultas o insertas en ciertos movimientos
espirituales. Son personas simples que han sabido abrirse
a la sabiduría interior y ésta se ha hecho presente en ellas.
Todos podemos ser una de esas personas. Solamente hace fal­
ta tener una aspiración sincera, profunda, verdadera, desinte­
resada, y libre de fines ruines y egoístas, para conocer la
verdad de nosotros mismos, anteponiendo este deseo a
156
cualquier otro por importante y sano que parezca.-
Cuándo llegamos a la verdad de nosotros mismos nos
damos cuenta de que no necesitamos buscar nada afuera para
ser felices porque ya lo somos todo.
Entonces nos damos cuenta de que todo lo que llama­
mos nuestro interior, como es nuestra mente consciente o in­
consciente, no es sino un mecanismo más o menos útil, más o
menos influyente pero no nuestro verdadero ser, no nuestra
realidad central que es el Unico Ser, la única Realidad, el
mismo Dios como solemos llamarlo.
Así nos damos cuenta de que el problema de ser feliz
o no, depende de saber dónde está la felicidad.
El estar más o menos satisfecho en la vida depende de
tener más o menos cosas, quizá. Pero la felicidad no es eso.
Solamente cuando veamos claro que nadie ni nada nos
va a dar lo que ya somos, podremos sentir la felicidad que
•somos.

157
¿QUE HACER POR LOS DEMAS?

Se nos ha educado bajo la norma de ser buenos con los


demás, de ayudar al prójimo. Incluso se nos ha dicho que el
mejor modo de ser felices, es hacer felices a los demás. Se
nos ha dicho también que el mejor modo de crecer como
personas es ayudar a los demás.
Todo eso está muy bien, aunque suele haber un error
de base y es que, casi siempre el último destinatario de nues­
tros servicios solemos ser nosotros mismos. Es corriente oír
aquello de que hay que servir por la simple satisfacción de
servir. Y si no llegas a sentir satisfacción, ¿seguirás sirviendo?
Otros sirven para conseguir el cielo que en el fondo es
otra manera interesada de servir.
Pero la dificultad del problema no está ahí.
La experiencia nos dice que muchas veces hemos tratado
de hacer un bien a alguien y lo que creíamos que iba a ser
un bien, ha resultado perjudicial.
Recuerdo aquel amigo mío que viendo que un grupo de
familias que él visitaba, vivían en casas muy pobres, se dedicó
a construirles otras nuevas. Hasta entonces todos ellos ha­
bían sido muy buenos amigos y vivían una fraternal y cris­
tiana sencillez. Pero cuando se vieron viviendo en casas de
mayor categoría, la ambición, la envidia y el orgullo empezó
a albergarse en sus corazones y aquella armoniosa y pací-
158
fica vida anterior se convirtió en una constante tensión de
rivalidades.
Para ayudar a otros es necesario saber cuál es el mayor
bien que les podemos hacer.
Es evidente que en casos de extrema necesidad de su­
pervivencia, lo inmediato y más urgente será ayudarles a
sobrevivir. Pero aparte de estos casos extremos de supervi­
vencia, el mayor bien que podemos hacer a los demás es lo
mismo que debemos hacer por nosotros mismos. Es decir,
comprender y hacerles comprender el sentido de nuestra
existencia, el sentido del sufrimiento y las penas que la vida
nos va presentando. Es necesario ver y hacerles ver que todo
está ahí por algo, que todo cuanto ocurre en nuestra vida
tiene un sentido didáctico. Después que hacemos lo que
tenemos que hacer, lo que venga, es justo lo que tiene que
venir. Y si hemos hecho lo que no teníamos que hacer o
hemos dejado de hacer lo que debimos hacer, lo que venga
también será lo que nos hemos procurado con nuestra acción
o inacción.
Todo es como tiene que ser y el entenderlo y compren­
derlo es el mayor bien para una persona. Entonces se produce
en nosotros una actitud de aceptación activa, inteligente,
valiente y aleccionadora.
Nosotros, como los demás, recibimos el mayor bien
cuando COMPRENDEMOS y entendemos el sentido de
nuestras vidas y de los acontecimientos y no cuando sim­
plemente eliminamos dolores o problemas físicos, aunque
estos sean por el momento los que más suelen preocuparnos,
mientras vivimos en un nivel elemental de conciencia.
A medida que vamos teniendo una mayor y mejor con­
ciencia de nosotros mismos tendremos también una mejor
perspectiva de lo que es más necesario y útil para los demás.
Las dudas y vacilaciones sobre lo que debemos hacer,
radican siempre en un deficiente y bajo nivel de conciencia.
El sentir interno nos hará valorar lo importante como
importante y lo secundario como secundario.
Lo mejor que podemos hacer por los demás es ser muy
auténticamente nosotros mismos, es hacer lo que es lo mejor
159
para nosotros mismos, ser muy conscientes de lo que es pri­
mordial y de lo que es secundario. Solamente entonces vere­
mos con claridad qué es lo que debemos hacer en cada caso
por los demás y lo haremos con honestidad, sin buscar nin­
guna satisfacción en servir, sino que haremos primero lo
primero y luego lo segundo.
Solemos perdemos en palabras. Se habla mucho de lo
que se debe hacer por los demás. Mientras creemos que lo
principal de nosotros es el cuerpo con el que vivimos, cen­
tramos todas nuestras actividades en resolver exclusiva­
mente esos problemas. No vamos más allá porque nosotros
no estamos más allá.
Algunos pueden creer que estoy cayendo en un cándido
angelismo. No. Sé que mientras vivimos con este cuerpo
hemos de atenderlo. Pero mientras no miremos a los otros
desde el centro de nosotros mismos es difícil saber qué hacer
y cómo hacer algo verdaderamente útil por los demás.
Haz lo urgente por ti mismo, que es vivir desde ti mismo
y entonces verás en cada caso de la vida lo que debes hacer
por los demás.

160
¿DISCUTIR O COMPRENDER?

En todos los enfados, peleas, discusiones, cada uno cree


que el otro es el culpable, el que no entiende, el que no tiene
razón.
Pero cuanto mayor es el conocimiento, la comprensión
y la conciencia de nosotros mismos, más y mejor vemos las
razones y motivos de pensar y actuar de la otra persona. Y
cuando lo vemos y comprendemos, no discutimos. Y cuando
discutimos es que no lo comprendemos. Y si no lo compren­
demos tampoco podemos decir que no tenga razón.
Lo cierto es que en la medida de nuestra mayor com­
prensión de las personas y de los hechos, menos discutimos
incluso en los casos en los que el otro está en un error. Por­
que en ese caso sabemos que el otro no saldrá del error con
la discusión sino con la información y la comprensión. Y
éstas no se consiguen nunca con las discusiones.
Algún importante e insigne psicólogo ha enseñado que
es necesario el diálogo comprensivo, tratando de ponernos
en el lugar o posición del otro. Pero por más bello y acertado
que parezca el consejo, es imposible ponerse en el lugar del
otro. Cada uno es cada uno y por más esfuerzos que uno
haga, jamás podrá ponerse en el lugar de la otra persona. Lo
que sí puede y debe hacer es tener en cuenta que la otra
persona tiene unas razones que uno no comprende pero que
161
son o pueden ser tan válidas como las nuestras o más.
Por el contrario el discutir es señal de que no se conocen
ni comprenden las razones que puede tener el otro y por tanto
al no comprenderlas tampoco tiene razón para discutir, para
pelear.
Cuando miramos las cosas con la visión limitada de
nuestra mente con sus propios intereses y condicionamientos,
no podemos estar abiertos a las razones e intereses de los
otros.
Solamente cuando miro y veo desde mi conciencia inter­
na que es superior a mi mente y mis sentidos porque no está
condicionada por ningún interés individual sino por la Verdad
en sí misma, entonces veré no sólo mis razones sino La Ra­
zón y La Verdad, esté donde esté.
El problema está por tanto en que vivimos los aconte­
cimientos no desde nosotros sino desde una idea parcial,
individual, egocéntrica de nosotros. Es una visión, una
posición raquítica, miope. Por tanto no podemos ver bien
todo el problema, todo el planteamiento.
Así con esa mirada limitada no podemos tener la razón,
porque solamente vemos nuestros intereses, nuestro lado,
nuestros motivos, nuestras razones parciales.
El fondo, pues, del problema es que tenemos una idea
sobre nosotros mismos errónea y falsa. Miramos en nosotros
lo que nos distingue y separa y no lo que nos asemeja y une.
Lo que nos une es lo esencial. Lo que nos separa y dis­
tingue es lo accidental.
Nos tratamos accidentalmente, superficialmente a tra­
vés de lo accidental.
Cuanto más desarrollada sea una persona, cuanto más
alto nivel de conciencia viva, mejor comprenderá a los otros.
Aunque la persona desarrollada no se afecta por pe-
queñeces, sabe y es consciente de que las personas en otros ni­
veles de conciencia y desarrollo pueden afectarse por ciertas
cosas que ella trata de evitar para no ofenderlas.
La persona desarrollada sabe que no tiene que exigir a
los demás lo que se exige a sí misma, sino que las exigencias
y posibilidades de cada uno dependen del nivel de desarrollo
162
de la conciencia en que se encuentra.
Cuando dos personas están en un bajo nivel de con­
ciencia las discusiones serán frecuentes.
Basta que una de las personas esté en un buen nivel de
desarrollo y las discusiones desaparecerán.
Existe una proporción inversa muy evidente. A mayor
nivel de conciencia menos discusiones. A menor nivel de
conciencia, más discusiones.
Hablando en términos más conocidos diríamos que a
mayor madurez menos discusiones. Y a la inversa.

163
¿POR QUE HAY GUERRAS?

Las guerras absurdas han aniquilado pueblos, razas,


familias e individuos.
Las guerras suelen ser declaradas, por regla general,
por personajes ambiciosos y orgullosos en extremo.
Las pequeñas guerras entre familias e individuos tienen
un origen parecido y unas causas semejantes: la ambición,
el egoísmo, el orgullo, la intransigencia y la incomprensión.
Ante estos hechos uno se pregunta ¿cómo es posible
que siendo el ser interno de cada persona una energía amo­
rosa e inteligente, se produzcan tales hechos de egoísmo,
ignorancia, desamor y vandalismo?
Todos los seres humanos somos UNO en La Realidad
profunda y básica.
Pero entre el yo central de cada persona y el cuerpo,
existe una estructura ideal o conceptual por la que nos dis­
tinguimos unos de otros. Esta estructura no tiene realidad.
Sólo es una idea que cada uno tenemos de nosotros y de
todos los demás. A causa de esta idea de individualidad
nos vamos formando la idea “yo no soy el otro”.
No sólo eso. Solemos formamos la idea de que todo
aquello que no favorece a mi “ego” individual o lo que es lo
mismo a esa idea que tengo de mí, es malo y he de evitarlo
a costa de cualquier cosa. Así ocurre en la vida diaria: todos
164
aquellos que no favorecen mis gustos y ambiciones, son mis
enemigos y rivales. Desde ese momento estoy declarando la
guerra a todos aquellos que considero obstáculos y oposito­
res a mis deseos y ambiciones.
Desde entonces de una u otra manera tratamos de elimi­
nar a nuestros enemigos física, moral, social o psicológica­
mente.
Es conveniente que veamos que hay que desenmascarar
al causante directo de todos nuestros rencores, malestares,
resentimientos, rivalidades, odios, enfrentamientos, desamo­
res y toda clase de tensiones con los que nos rodean. Y ese
causante es el “ego” o idea que tenemos de nosotros mismos
y que busca siempre y en todo, satisfacer su ambición, su
vanidad y su estupidez egolátrica.
Este ego existe y pervive en cada ser humano aunque su
influencia e intervención en la vida sea muy diversa en cada
uno según el grado de desarrollo y evolución de las personas.
El ego es en principio individual. Pero suele disfrazarse
de religiosidad, patriotismo, altruismo, racismo, etc., etc.
Esos egos individuales o colectivos, personajillos engreí­
dos y ambiciosos ven y se crean enemigos por todas partes.
Ahí surgen los conflictos y las guerras, la destrucción y la
muerte.
Como vemos, el desamor, la guerra y la muerte no sur­
gen de nosotros, sino de algo que se forma en nosotros y que
no es sino una estructura mental, una idea falsa de nosotros
mismos, que sustituye y suplanta a nuestra verdadera reali­
dad, a nuestro verdadero “yo”
No es nuestra verdadera realidad la que se enfrenta, se
enoja, se pelea y se enemista. No.
Nuestro verdadero ser es inteligente y amoroso.
Nuestro raquítico y ambicioso ego es ignorante y
engreído.
Aquilatando un poco más, debemos decir que no es la
existencia del ego en sí misma la causante de nuestros males
sino nuestra inconsciencia que permite que el ego tome las
riendas de nuestra vida.
Hemos de aceptar la existencia del ego en nuestra vida.
165
Pero debemos y podemos impedir que tome el lugar y la rele­
vancia que no le corresponde.
Cuando nuestra vida es dirigida y gobernada por las ten­
dencias y exigencias ambiciosas e individualistas del ego
empezamos a enemistarnos y separarnos de los demás.
El mal, por tanto, reside en la ignorancia, en la incons­
ciencia de lo que somos realmente y en vivir defendiendo
algo que no es sino una sombra, una idea raquítica de noso­
tros mismos.
Si somos conscientes de que existe en nosotros esa idea,
ese yo inferior que quiere entronizarse en nuestra vida, po­
dremos impedirlo y colocarlo en el lugar que le corresponde.
Nuestra vida debería ser un fluir espontáneo y natural
del amor que somos en el centro y esencia de nosotros mis­
mos. Pero se interpone el interés pequeño y egocéntrico de
nuestro ego individual y lo que debería ser amor generoso
se convierte en desamor egoísta.
Conocernos a fondo implica conocer lo que somos
y lo que aparece en nosotros como nuestro “yo” verdadero
siendo en realidad un “yo” falso.
Reconocer lo que hay de verdad y de falsedad en no­
sotros, es el punto de partida para saber quién es quién y
qué es qué.
Ver cuándo vivimos desde la fuente del amor o desde
la fuente del desamor y el odio, es el principio para poder
enderezar nuestra vida.
Del discernimiento entre el yo verdadero y el falso,
debe surgir la elección consciente de los impulsos luminosos
y creativos del yo verdadero y la precaución para no ser
inducidos en la dirección egolátrica ambiciosa, individualista
y ruin del yo interior.
Si tuviéramos un mediano sentido de discernimiento
nos daríamos cuenta de que hay mucha diferencia entre estar
dirigidos por una entidad real, fuente de toda conciencia
y de todo amor, o estar a expensas de un subproducto de
nuestra conciencia que se sostiene precariamente por unas
ideas inestables y cambiantes.
Toda nuestra vida es nuestra conciencia.
166
Nuestra conciencia es la luz que procede del yo real.
¿Por qué vivir dependiendo de un subproducto inesta­
ble de ideas si somos la fuente de energía, inteligencia y amor?
Es cierto que se dan causas políticas, económicas, so­
ciales... en las declaraciones de guerra. Pero si analizamos bien
las cosas, veremos que detrás de todas esas causas y razones
políticas, patrióticas, etc., hay una razón básica, que no es
otra que la ambición, el deseo de poder y gloria, el odio y la
venganza, fruto todo ello del error en que suele vivirse, igno­
rando la naturaleza verdadera del ser humano.
Hay guerras porque no sabemos con claridad lo que
somos en el centro de nosotros mismos.
¿Por qué no salir de esa calamitosa ignorancia?

167
SER IMPORTANTE y TENER
EXITO

Hemos oído o hemos leído frecuentemente que es ne­


cesario tener una gran personalidad. Así también nos lo han
enseñado en nuestros años de educación. Pero lo que no nos
han enseñado es que tener una fuerte personalidad tal como
suele entenderse comúnmente, implica tener un fuerte “ego”.
Se nos ha enseñado a ejercitar nuestro ego en una cons­
tante y feroz competencia en todos los niveles en los campos
científicos, deportivos, económicos, sociales...
Se nos ha incentivado para ser personas ganadoras, triun­
fadoras, dominadoras e influyentes sobre los demás.
Más todavía. Se nos proponen como ejemplos y modelos
a imitar a personas que a costa de todo y de todos, han triun­
fado consiguiendo sus objetivos de éxito económico, social,
industrial, artístico...
Tales personas son consideradas y propuestas como los
ejemplos a seguir para construir una sociedad progresista,
desarrollada y exitosa.
Y ciertamente, vemos que gracias a esos hombres y mu­
jeres sin demasiados escrúpulos para conseguir sus metas y
escalar puestos en la sociedad, han ido progresando la eco­
nomía, la tecnología, las artes...
Así hemos ido identificando lo bueno con lo que aca­
rrea progresos y éxito y lo malo e inútil con lo que no condu­
ce al progreso y el éxito.
168
Así se ha ido creando una idea de persona importante,
elevada, exitosa y triunfadora y otra idea de persona vulgar,
anodina, perdedora y no-importante.
El llegar a realizar la idea triunfadora es el objetivo de
la mayoría de la gente, cada uno en su propio ambiente y
nivel.
Vemos, pues, que la mayor parte de las personas viven
constantemente girando y moviéndose a impulsos de esta
idea y de este objetivo: llegar a ser importante, triunfar,
estar arriba por encima de los demás.
En esa lucha por ser más que los demás no hay barreras
para conseguir su objetivo. Todos quieren subir a la cumbre
a costa de quien sea y de lo que sea. No existen escrúpulos
en pisotear y avasallar.
El llamado desarrollo económico y social a costa de in­
justicias y atropellos no parece muy adecuado para enorgu­
llecemos del progreso moderno.
Esta es la filosofía, este es el pensar de nuestro mundo
occidental: competir para ser y tener más que los otros.
Los efectos de esta filosofía son evidentes. Cosechamos
lo que sembramos. No podemos quejarnos.
Frente a esta educación y filosofía de vida occidental,
tenemos la enseñanza de los maestros del ser interno, que en­
señan que el objetivo del hombre en su vida no consiste tanto
en hacer y conseguir más y más cosas y tener éxito y recono­
cimiento exterior sino en ser consciente de todas nuestras
capacidades y desarrollarlas en armonía y orden interior, no
para ser más que los demás sino para ser muy auténticamente
uno mismo.
Para las personas que conocen con verdadera sabiduría
el sentido de sus vidas, el éxito, aplauso y reconocimiento
extemo son totalmente irrelevantes, innecesarios.
Tales personas no escalan puestos pisoteando, compi­
tiendo, ni avasallando.
Tales personas no intentan conseguir una fuerte persona­
lidad o ego triunfador.
Tales personas saben que mientras no sea destruido o re­
ducido a su lugar el idolátrico “yo” inferior no podrá brillar

169
el Yo verdadero. Y ellos tienen Un único objetivo: vivir
desde su “yo” verdadero, desde su auténtica realidad, vivir
la verdad de sí mismos y no el engaño de su falso e irreal yo.
Tales personas suelen ser un estorbo para muchos por­
que son una denuncia viva del engaño, la mentira y la hipo­
cresía con que suele desarrollarse casi toda la vida social y
política.
Tales personas no llegarán a ser importantes, ocupando
puestos de influencia y poder. Pero tales personas son las
auténticamente importantes en el mundo. Y gracias a tales
personas nuestro mundo es todavía un poco más humano.

170
CARTA A UNA MUJER
QUE QUERIA SER FELIZ

Querida amiga:
Recibí tu carta por la que veo que andas muy atareada
con tus cosas.
Me dices que estás contenta con lo que estás haciendo.
Está muy bien. Pero yo te pregunto: ¿estarías también con­
tenta si no hicieras lo que haces sino una cosa muy distinta?
Porque yo he oído a muchas personas, como tú también
habrás oído, que cuando no hacen lo que les gusta están y
se sienten mal, se sienten desdichadas. Parece que eso es
muy normal y muy lógico que sea así. Y ciertamente es lo
más común y corriente. Pero te aseguro que no es lo que
debe ser.
¿Tú crees que la felicidad puede consistir en hacer una
cosa u otra? La felicidad no consiste en nada. La felicidad
ES. La eres tú. Sólo debes encontrarte y encontrarla.
La felicidad no está en función de nada cambiable o
voluble como es un cierto trabajo u ocupación. La felici­
dad es el estado de ser lo que se Es.
Te lo diré con más claridad. La felicidad o lo que es lo
mismo, el sentimiento de plenitud profunda e indefectible
radica o se encuentra en que tú seas lo que eres, en que tú
seas consciente de que estás siendo en tu vida la expresión de
la capacidad que eres. Saber que eres tú misma, quiere decir
171
que sabes que tienes todo lo que puedes tener y eres todo lo
que puedes llegar a ser. Ya lo eres en potencia. Nadie tiene
que darte nada. Eres una potencialidad que está esperando
ser puesta en acto. Y eso solamente lo puedes y lo debes
hacer tú misma. Es lo mismo que estés haciendo ese trabajo
que tanto te gusta como si te pasaras el día fregando platos o
lavando ropa.
Cuando seas de verdad tú misma, en ti misma encontra­
rás a tus seres más queridos. Su ausencia física será una mera
anécdota sin mucho sentido, porque dentro de ti los senti­
rás y los amarás tiernamente, con amor auténtico, sin trampa
ni cartón. Cuando seas de verdad tú misma te darás cuenta
que no te falta nada, que todo está en ti.
Claro que si esto que te estoy diciendo lo miras y exa­
minas con tu mente cargada y atiborrada con las ideas vulga­
res con las que solemos vivir frecuentemente, lo encontrarás
quizá bello pero inalcanzable.
Yo te estoy diciendo lo que experimentarás y sentirás
cuando te decidas a vivir por ti misma y no pendiente de si
lo que haces externamente es o no agradable a tu exigente
ego superficial.
Ser tú misma no quiere decir que actúes contra todo y
contra todos a impulsos de unos gustos o ideas que te pare­
cen muy tuyos y que las más de las veces son caprichos
inestables y egoístas.
Ser tú misma no significa vivir y verte diferente de los
demás, deseando tener o aparentar una personalidad sobre­
saliente y cautivadora. Eso sería la mejor manera de engordar
tu estúpido ego que es la ridicula caricatura de tu verdadero
ser.
Ser tú misma significa por el contrario tener conciencia
de que más allá de tu cuerpo cambiante y corruptible y más
allá de tus ideas en constante cambio y fluctuación, eres algo
permanente. Eres ese algo que ve, ese algo que ama, ese algo
que actúa, esa fuente y origen de todo cuanto haces, perci­
bes y sientes.
Cuando tomas conciencia de ti misma, te das cuenta
que Tú eres lo más importante en tu vida. Tú pero no tus
172
cosas, ni tus gustos, ni tus ambiciones, ni tus vanidades, ni
tus éxitos, ni tus intereses, ni tus sueños. Y en ti encontra­
rás a los otros y al Ser que es Uno contigo y con los otros.
Cuando seas tú misma te darás cuenta de que aquello por
lo que tú, yo y los otros somos distintos no tiene demasiado
importancia, que nuestras personalidades a las que tanta
importancia damos son diversas maneras de manifestarse
el mismo Ser por el que vivimos y existimos, Dios. Entonces
te darás cuenta de que el perfume y la belleza de las flores se
reviste con infinitas formas y colores.
Sí. Ya sé que esta carta no es una carta demasiado co­
mún. Pero como sé que eres una ansiosa buscadora de la
felicidad me daría pena que busques donde no la vas a en­
contrar. Sé también que me entiendes porque algunas veces
me has agradecido estos rollos y esta lata que te doy con
mis discursos.
Veo por tu carta que estás muy absorbida por las expo­
siciones que haces y todos los trabajos que eso conlleva.
No creo que sea provechoso que vivas tan absorbida
por tus actividades. Pero tampoco te pido que renuncies a
ellas. Vive en tus actividades pero no te dejes invadir por el
activismo. Aprende del barco. Está en el mar, navega por
el mar pero si el mar lo inunda, desaparece bajo sus fauces.
Tanto la avidez por el trabajo como el rechazo del
mismo son las dos caras de la misma moneda. Ambas acti­
tudes te atan y esclavizan. Ambas te sacan de ti misma.
Si tú eres tú misma, te darás cuenta de que no necesitas
nada. Pero como vivimos esta vida existencial hemos de hacer
ciertas cosas y satisfacer ciertas necesidades. La inteligencia
que tú eres te dirá el modo más adecuado de cumplir con
tus obligaciones. No hay que rechazar nada en la vida. Lo in­
necesario deja de tener valor y peso por sí mismo sin nece­
sidad de rechazarlo.
Si es verdad que tu felicidad no está en nada que haces
o puedes hacer, también es cierto que no está en nada que
puedas rechazar porque solamente está en ti y tú no eres ni
la acción ni el rechazo.
Yo sé que tú como todo ser humano quieres ser feliz.
173
Pero sería bueno que no tuvieras la felicidad como objetivo
de tu vida. Sé tú misma en todo y la felicidad será tu compa­
ñera. Olvídate de buscarla. Cuando te encuentres a ti la en­
contrarás a ella.
A ti no necesito decirte porque lo sabes muy bien que
jamás encontrarás la felicidad en ninguna cosa fuera de ti.
Un día me dijiste que habías encontrado la felicidad,
¿recuerdas? cuando encontraste a aquel señor que te deslum­
bró y te dejó K.O.
Estuviste encandilada, fascinada, enamorada unos cuan­
tos meses. Me decías maravillas de aquel príncipe azul que
habías encontrado. Tanto me lo ponderaste que casi llegué
a creerte.
Pensabas durante aquellos días que habías encontrado
tu felicidad como si la felicidad estuviera personificada y re­
ducida a aquel señor.
Como te ilusionaste, te desilusionaste.
Todo lo veías no como era sino como tú querías verlo.
Veías a aquel señor como un dechado de perfección.
A quienes te hacían ver sus normales defectos humanos, tú
te empeñabas en convencerlos de su error como si fuera una
excepción entre todos los hombres. Para ti sus defectos más
evidentes, eran cualidades virtuosas. Lo habías idealizado
tanto, que todo lo veías a través del ideal de tu mente.
No tardó mucho en llegar la desilusión.
Cuando él contrarió a tu ego personal, empezaste a
creer que él había cambiado. El era el mismo y lo mismo.
Bastaron unos cuantos alfilerazos a tu disimulada va­
nidad y tu ídolo empezó a desmoronarse. Ahora se habían
cambiado las tornas. Tú empezaste a ver en él solamente
defectos incluso en aquellas normales y habituales virtudes
comunes a todas las personas.
Todo ocurrió en pocos meses. Te ilusionaste con la mis­
ma facilidad con que te desilusionaste.
Te recuerdo todas estas cosas para que ahora con sere­
nidad veas que las ilusiones obsesivas son un mal atajo hacia
la felicidad.
La felicidad verdadera solamente la encontramos por el
174
camino de La Verdad*
Las ilusiones suelen basarse en el error y engaño de atri­
buir un sobrevalor a algo o alguien sin darte cuenta deque eso
que idealizas en el otro, lo idealizas porque potencialmente
ya está en ti.
¿Por qué no buscas REALIZAR en ti esas figuraciones
ideales que ves en el otro? Entonces no te desilusionarás sino
que te encontrarás con tu propia felicidad porque habrás en­
contrado la Verdad oculta e inexplotada de ti misma.
En aquella ocasión pudiste ver también que lo que con­
siderabas como un amor grande e inmenso no era sino un
simple capricho egolátrico tuyo.
El amor no es deseo ni pasión ni autocomplacencia
egoísta.
Tú ni siquiera te enamoraste, a pesar de que el enamo­
ramiento es un amor peligroso.
Muchos enamoramientos no llegan ni siquiera a ser
amor.
El auténtico enamoramiento es amor si existe un senti­
miento profundo de unidad no sólo física y afectiva sino del
ser central con la pareja.
Pero te digo que es un amor peligroso porque el enamo­
ramiento corre el riesgo de reducirse a un encaprichamiento
exclusivamente de lo exterior, de las formas, de todo lo peri­
férico agradable y complaciente de la pareja. Así es cómo
tantos enamoramientos apasionados se diluyen y se esfuman
y hasta se convierten en aversión, resentimiento y odio. Es
que aquello no era amor sino una complacencia superficial
de la personalidad.
Ahora todo esto lo comprendes bien. Lo importante es
que saques una buena enseñanza para no tropezar con la mis­
ma o parecida piedra.
Veo en un párrafo de tu carta que estás embarcada en
demasiados proyectos.
Siempre miramos al futuro.
Qué quieres que te diga. Eso suele decirse y eso es lo que
aconsejan algunas personas importantes pero yo no lo veo así.
De tanto mirar al futuro, dejamos de vivir plenamente el
175
presente que es lo único que tenemos. Porque ni el pasado ni
el futuro existen. En realidad no existe ni el presente. Por­
que el tiempo es creación de la mente. Existes tú. Vive tú
lo que ERES. Date cuenta de lo que eres y verás cómo mu­
chos ambicionados proyectos y atormentadores deseos se van
esfumando y perdiendo consistencia y con ellos desaparece­
rán también muchas deprimentes angustias e inquietantes
ansiedades.
Existe una trampa tanto más fuerte y peligrosa cuanto
más sutil es. Es la trampa de los deseos internos mentales,
de los apegos, necesidades familiares, miedo al futuro, ambi­
ciones incontroladas del ego siempre insatisfecho...
No son deseos de cosas inmediatas. Son deseos más su­
tiles. Estos deseos, por más justificables que intentemos pre­
sentarlos, son ataduras y la causa de nuestro temor, de nues­
tras ansiedades y nuestros sufrimientos.
Vivimos permanentemente atenazados por deseos de
algo que pensamos y anhelamos conseguir.
Aquello de la confianza en la Providencia Divina es una
bella pero simple teoría para la mayor parte de los creyentes.
Tú que eres o has sido creyente religiosa conocerás pro­
bablemente aquella sabia enseñanza de Ignacio de Loyola
que llegó a llamarse la “indiferencia ignaciana”. Enseña este
verdadero sabio que el estado de perfección es aquel en que
uno se siente indiferente ante la salud y la enfermedad, la
riqueza y la pobreza, la vida o la muerte...
Y Buda enseñaba lo mismo. Nos dice que la causa de
todos nuestros sufrimientos son nuestros deseos, los deseos
que dominan nuestra vida. Cuando la persona se libera de
sus deseos, de sus apegos a cosas, posesiones, personas... se
libera también de los sufrimientos.
Alguien puede argüir que para vivir es necesario desear
algo porque de otra manera moriríamos. Es cierto. Pero cual­
quiera con una mediana inteligencia sabe discernir perfecta­
mente entre las necesidades elementales y los deseos y apegos
esclavizantes.
Me dices también que crees que no eres como antes. Que
los demás te tachan de ser taciturna.
176
No creo que sea muy importante el cómo eres sino el
que seas muy consciente de lo que eres y lo que haces.
Estamos muy acostumbrados a estar pendientes de nues­
tros modos de ser en lugar de ocupamos de SER realmente.
Lo que importa es que cada día, cada momento estés muy
presente a ti misma y a la expresión de tu Ser a través de tus
acciones.
En lo que respecta a lo que los demás puedan pensar
sobre ti, yo creía que ya habías superado esas menudencias.
Sabes que el ser humano tiende a proyectarse sobre los
demás. Cada uno proyectará lo que es su mayor debilidad
aunque no lo reconozca. A veces proyectan sus deseos y
como sabes cada uno puede ver en tí una parte del abanico
de tu personalidad que será también una parte de la suya
propia.
Trata de que tus obras sean expresión espontánea del
Amor que eres y despreocúpate de los demás.
Tenía intención de comentarte una serie de pequeñas
cosas que me parecen interesantes. Pero por hoy, basta de
discursos.
Te repito otra vez que busques con sencillez la felici­
dad que hay dentro de ti. Porque el reino de los cielos está
en ti, como hace dos mil años nos dijó el Cristo. Y El lo
sabía muy bien por propia experiencia.
La verdad es que complicamos la vida. Mientras no sea­
mos sencillos como los niños, la felicidad nos resultará
esquiva.
Quiero para ti lo que quiero para mí: que cada minu­
to del día y de toda tu vida estés presente a ti misma. ¿Para
qué quieres más?

177
¡BIENVENIDO SUFRIMIENTO!

El sufrimiento es una bendición. Aunque para la mayo­


ría suele resultar y parecer una maldición.
Es una bendición para todos aquellos que saben aprender
la lección que el sufrimiento conlleva.
Es una maldición para quienes tienen como meta y obje­
tivo único en su vida gozar y no sufrir y consideran la vida y
el mundo como el escenario y la morada del placer inmediato
y sensible.
Pero la vida no es eso.
Cualquier clase y grado de sufrimiento lleva consigo una
enseñanza apropiada a cada momento y situación.
Cualquier dolor, cualquier prueba, cualquier contratiem­
po, cualquier pena y sufrimiento nos quiere decir y enseñar
algo. Y una enseñanza de vida es una gran bendición.
Pero no es suficiente para que cualquier sufrimiento ten­
ga un sentido didáctico. Es necesario saber sacar la lección.
Una frase escrita puede tener una gran enseñanza. Pero no
sirve de nada si no se sabe o no se quiere leer.
Cualquier prueba, dolor o sufrimiento es la lección clara
de que eso es a lo que estarnos apegados y hemos perdido
total o parcialmente, no debe ser objeto de nuestro apego
posesivo y obsesivo. Cualquier clase de sufrimiento nos en­
seña a soltar, a dejar, a desapegarse, a no depender de algo
178
que está ahí, quizá para nuestro uso o para otros infinitos
fines y motivos pero no para que nos quedemos apegados y
dependientes de ello.
Sufre el que quiere.
Sufre el que quiere mantenerse apegado a algo.
Cuando este algo, objeto de su apego le falta o teme que
puede faltarle surge el sufrimiento.
Por más que una persona ate, reate y trate de asegurar
aquello a lo que está apegada, tarde o temprano le ha de fal­
tar y vivirá siempre bajo el temor de que puede faltarle. Este
temor es ya en si mismo un constante sufrimiento.
Solamente logra no sufrir el que no está apegado a nada
ni a nadie.
Cuando una persona es afectada por el sufrimiento de
algo que ha perdido o cree haber perdido y sabe sacar la lec­
ción de que su vida, su ser verdadero es mucho más grande,
más rico, más fecundo y más feliz que ese apego que ha per­
dido o teme haber perdido, su sufrimiento se convierte en
el mayor de los bienes, en la mayor de las bendiciones.
Para quien no sabe aprender de la vida, el sufrimiento
va multiplicándose en cada situación de fracaso o temor.
Són muchos los que tratan y se esfuerzan para que su
vida sea una constante suma de placeres, satisfacciones y
éxitos. Ese parece ser el objetivo más codiciado por la mayo­
ría. Pero en la vida de todos y también de estas personas hay
momentos en que la conciencia surge de su letargo y aparece
con toda su lucidez mostrando la futilidad de tanto trabajo y
empeño por correr permanentemente tras el brillo vano del
placer y el éxito. Entonces se ve y se comprende la transito-
riedad y vacuidad de todos los objetos de nuestro apego o
surge amenazante el temor de perder todo aquello en lo que
se apoyaba nuestra dicha.
Solamente el que aprende la lección que la Vida le da
con cada prueba, pasa entre los sufrimientos y placeres con
la serena y segura certeza de que su felicidad está más allá
de los unos y de los otros. Ni los placeres le deslumbran y
enloquecen de alegría ni los sufrimientos le deprimen o
entristecen, El vive ajeno a unos y otros porque sabe que
179
no está ahí para huir del dolor ni correr tras el placer. Sabe
que vive únicamente para ser expresión viva de Lo Que Es.
Y eso es mucho más que todo lo transitorio que pueda desear
temer, sea placentero o doloroso.
Es afortunado aquel a quien La Vida sacude y golpea
en algún momento con alguna decepción o desgracia y lo
lleva a buscar el verdadero sentido estable de sí mismo más
allá de todo lo temporal y contingente, en lugar de seguir
adormecido y engañado en las momentáneas y ficticias ale­
grías pasajeras.
Quien prefiere la inmediatez aparente y momentánea
del placer transitorio seguirá adormecido e impedido para
la búsqueda de algo mejor, de lo único que es permanente y
la auténtica causa de nuestra felicidad.
Entender esto que estamos diciendo es, al menos, estar
en el camino de la búsqueda. Y progresar en este camino
significa no correr constantemente persiguiendo el placer
como el burro tras la zanahoria.
Quien quiere sincera y honradamente vivir la libertad
verdadera con un sentido claro de su existencia sabe que pla­
cer y dolor, pena y alegría son dos caras de la misma mone­
da. Son dos aspectos aparentemente opuestos de la existencia
limitada, tras la que se esconde el Ser Absoluto y a través
de la que se expresa en sus infinitas formas El que es la base
de todo y dirige todo con sabiduría perfecta. El está presen­
te, gobierna y dirige todo cuanto existe tanto lo que nos re­
sulta agradable, placentero y positivo como en lo desagrada­
ble, penoso y aparentemente negativo. Este Ser que es la
Conciencia Pura y Absoluta se manifiesta de un modo espe­
cial en la conciencia humana de cada hombre y mujer. Pero
el nacimiento del “ego” individual en el ser humano (pecado
original) hace que la mente egoísta acepte y califique de bue­
no lo que le es placentero y de malo lo que le resulta desa­
gradable. La conciencia interna con su luz interior todo lo
ve proveniendo de la misma mano, con la misma sabiduría
y la misma infinita bondad.
Por todo ello, la persona iluminada y conducida por
la voz interior de su conciencia profunda se siente siempre
180
libre de temores y deseos porque sabe que la moneda es
siempre la misma tanto caiga de cara como de cruz.
Por eso es libre el que está liberado de la pulsión hacia
el placer y del miedo y aversión al dolor. Y considera tanto
el placer como al dolor como dos extraños impostores que
quieren adueñarse de la dirección de su existencia.
Cuando los psicólogos hablan de las fuerzas que arras­
tran y zarandean a los seres humanos de aquí para allá suelen
referirse a la tendencia innata, ciega e irrefrenable hacia el
placer y la natural aversión al dolor.
Esa tendencia suele ser calificada como natural y normal
en el ser humano. Pero es tendencia natural solamente de la
materia sensible, de la parte biológica, del cuerpo del ser
humano como lo es de cualquier materia viva sin conciencia
de sí misma, sin conciencia de su propia naturaleza.
Pero esa tendencia no resulta ni natural ni normal en
la persona que ha despertado en su conciencia interior, en
lo que es más específicamente humana. Entonces, la com­
prensión de que placer y dolor, blanco y negro, positivo y
negativo son aspectos diversos pero propios, naturales y nor­
males de todas las infinitas formas de manifestación del SER
(Dios) hace que unos y otros sean igualmente bienvenidos
sin rechazar lo que aparece como desagradable ni desear con
apego lo agradable.
No hay tendencia más verdaderamente humana que la
de querer ser, vivir y realizar lo que en el fondo SOMOS,
lo que siempre fuimos en origen y lo que jamás dejaremos
de ser.
Es la tendencia a vivir el SER, el Absoluto que somos
en el fondo. Es la tendencia al paraíso de la felicidad que
somos y del que salimos y lejos del cual hemos vivido exi­
liados en el desierto repleto de falsos espejismos que se nos
aparecen como si fueran la Realidad.
Es evidente que la causa de nuestros sufrimientos suele
residir en los muchos deseos que alberga nuestro “ego” y en
los temores consiguientes.
Pero como en tantas otras cosas, caemos en el absurdo
de quere eliminar los efectos sin quitar las causas.
181
Mientras vivamos encarnados en un cuerpo tendremos
un “ego” que regule nuestra vida existencia!. Pero el desa­
rrollo de la madurez humana, es decir, el desarrollo y evolu­
ción de la conciencia de Sí mismo, de lo que somos en nues­
tra naturaleza profunda, hace que el ego quede reducido a
su lugar, a su propio objetivo que no es otro que el manteni­
miento del cuerpo y la personalidad. Solamente eso.
Cuando por el contrario no hay el suficiente desarrollo
de la conciencia en una persona, el “ego” asume la dirección
total y absoluta de la persona y queda atrapada por los infi­
nitos deseos absurdos sin orden ni medida. La vida entonces
se convierte en una carrera alocada de deseos y más deseos
y por ende, de temores sin fin. El “ego” es entonces el dueño
de esa vida.
Así puede establecerse esta sucesión de causas y efectos:
A mayor inmadurez o lo que es lo mismo a menor desarrollo
de la conciencia de sí mismo mayor “ego”. A mayor “ego”
más deseos y temores. A más deseos y temores, más sufri­
miento.
Dicho de otra forma: Si quieres eliminar tus sufrimien­
tos, elimina los deseos y temores. Para eliminar los déseos y
temores, controla el “ego” y redúcelo a su función propia y
exclusiva. Y para controlar el “ego”, toma conciencia de ti
mismo, de tu realidad central, de tu yo Superior.
Pero ante la realidad actual del sufrimiento ¿qué hacer?
Ante todo ACEPTARLO.
Aceptarlo no quiere decir simplemente resignarse por­
que no hay más remedio.
Aceptarlo quiere decir tomar conciencia de que ese
dolor está ahí porque tiene que estar.
Aceptarlo quiere decir que estamos convencidos de que
ese sufrimiento es justo, que es la consecuencia lógica y nor­
mal de ciertas causas, aunque de momento sean oscuras o
desconocidas para nosotros.
Aceptarlo es decirle SI sin quejas ni lamentos inútiles.
Aceptarlo quiere decir que sabemos que Dios está con
nosotros y preside tanto los momentos de alegrías profundas
como los de amargo sufrimiento.
182
Dios no es sólo el Dios del radiante amanecer sino tam­
bién el de la noche oscura. Dios de las flores y del cieno,
Dios de las tormentas devastadoras y de los días primave­
rales de calma, Dios de las profundidades oscuras de mons­
truos marinos y de los pajarillos juguetones en la enrama­
da, Dios en el rostro candoroso e inocente del niño y en el
instinto oscuro del violador y asesino, Dios en el inocente
cordero devorado y en el león feroz su devorador.
La ventaja de aceptar el sufrimiento es doble. En primer
lugar al aceptarlo, el sufrimiento disminuye y hasta desapa­
rece. En segundo lugar nos señala el camino para nuestra
propia evolución y madurez.
La vida toda hasta en sus más nimios detalles tiene un
sentido didáctico. Aprender de ella es entender su sentido.

183
¿QUE PODEMOS HACER
EN LA PRACTICA?

Hace unas semanas vi que se anunciaba un Congreso de


Terapias Alternativas.
Después de enumerar el anunciante más de treinta tera­
pias distintas, añadía la nota: “entre otras”. Y es cierto que
entre las nombradas no estaban algunas muy conocidas te­
rapias.
Es asombroso ver la cantidad innumerables de terapias
y psicoterapias que existen y que van apareciendo cada día,
para que el hombre se sienta mejor física y anímicamente.
Ante ese panorama de métodos, cada cual con sus pro­
pias técnicas y orientaciones, uno se queda perplejo y casi
anonadado, no sabiendo qué camino tomar.
Son tantas las técnicas, ejercicios físicos y mentales,
disciplinas y prácticas que esas terapias obligan a hacer, que
el pobre paciente o practicante tiene largas horas del día
ocupadas en tales ejercicios.
Casi todas las psicoterapias y métodos de mejoramiento
físico o mental tienen sus objetivos claros y definidos que
en algún grado, mayor o menor, suelen conseguirse.
Pero sin que parezca presuntuoso ni exagerado he de
decir que la terapia base de todo mejoramiento y realización
humana es la que conduce al ser humano al auténtico cono­
cimiento de su identidad como persona.
184
En esta fantástica aventura y trabajo de la realización
humana, es necesario que esté permanentemente martillan­
do nuestra conciencia esta simple pero fundamental pre­
gunta: ¿quién soy yo?
Es cierto que no son muchos los orientadores, psicólo­
gos o maestros que den a esta pregunta la importancia que
realmente tiene, porque son pocos los que la conocen y
menos los que se la han planteado.
Es cierto también que no abundan las personas que sien­
ten la demanda interior y tienen la disponibilidad para que
se les plantee la pregunta mientras están en un bajo nivel
de su evolución.
A pesar de todo, creo que ésa es una pregunta asequible
para todos aquellos que tienen deseo sincero de saber la ver­
dad de sí mismos y quieren conocer su lugar y posición
ante la vida y el mundo.
Así, pues, propongo este sencillo trabajo práctico y
concreto para quienes desean sinceramente transformarse:
Io. En cualquier momento del día o la noche hacerse
esta pregunta insistentemente: ¿Quién soy yo? Debe estar
constantemente resonando en la conciencia sin pausa alguna.
2o. En cualquier situación en que uno se observe en un
cierto estado emotivo de alegría, tristeza, ansiedad, depre­
sión, etc... preguntarse: ¿Qué pasa en mí?, ¿De dónde surge
o dónde se origina esta alegría, esta tristeza o este estado
determinado de ánimo?
3°. Ver, por lo menos una vez al día, preferentemente
al acostarse, cuántas veces y en qué momentos he estado
representando un cierto papel, un cierto personaje, o lo que
es lo mismo, ver en qué ocasiones del día he estado dirigido
y conducido por mi ego o “yo” inferior.
4o. Ver y darse cuenta cuántos minutos o cuántos mo­
mentos del día he estado consciente de que yo era el que ha­
cía lo que hacía en cada momento.
Estos ejercicios los propongo a modo de pauta. Cada
uno debe ver qué es lo mejor para su transformación a medi­
da que vaya alimentando su aspiración con sinceridad. Cuan­
do se va consiguiendo ser más y más consciente de sí mismo,
185
uno se siente mucho mejor. Y al mismo tiempo se va exigien­
do cada vez un poco más.
En este trabajo de realización personal ocurre que cuan­
do se ha logrado algún progreso, si luego, por los motivos que
fueren, uno se abandona y no sigue trabajando, nunca se re­
trocede, como algunos moralistas teóricos suelen enseñar al
decir que quien no progresa retrocede. No. No es cierto. En
este trabajo no se retrocede nunca. Se puede quedar estan­
cado. Pero cuando nuevamente recobras el ritmo de tu con­
ciencia, estás en el punto y nivel donde quedaste, cuando
abandonaste el trabajo. Eso es muy consolador comprobarlo.
Ya lo hemos dicho en alguna ocasión. La mayoría de las
personas corren tras la felicidad como un galgo detrás de una
liebre. Difícilmente la alcanzan. Y cuando creen que la han
alcanzado se dan cuenta de que aquello no era una liebre sino
una falsa apariencia.
Muchos creen que van a ser felices cuando consigan
tener una salud inquebrantable y hacen infinitos ejercicios
de gimnasia, las más de las veces inadecuados para su natu­
raleza o edad. Otros tratan de tener un control estricto de
su mente. Otros tratan por todos los medios de alcanzar una
fama y éxito que muchas veces les resulta esquiva...
Todos al final han de darse cuenta de que la felicidad no
es algo a conseguir sino algo que ya se tiene o mejor toda­
vía algo que ya se ES y solamente hay que vivirlo, viven-
ciarlo.
Cuando uno llega a responderse con La Verdad a esa
pregunta: ¿Quién soy yo?, se da cuenta de que la felicidad
está en uno, que yo soy la felicidad, que la felicidad no llega
de ninguna parte, ni se logra en ninguna cosa, sino que está
ahí, que es uno mismo. Sólo basta descubrirlo.
Algunos, todos los hombres y mujeres realizados, la
han descubierto. No hace falta ningún título universitario,
ni tener una cierta posición social o intelectual. Nada.
Solamente hace falta tener auténtico deseo de llegar a
la Verdad de sí mismo.

186
INDICE

Introducción 7

PRELIMINARES

.......................... 13
La verdad de si mismo 14
Para qué y para quiénes 17
Qué buscamos 20
El gran descubrimiento 25
Un método fácil 28
¿Qué es meditar? 30

LA REALIDAD DEL SER INTERNO

Despertar y liberación 35
Qué soy 39
Lo más importante 47
La realización en la vida diaria 50
El amor 54
Yo soy conciencia 58
¿Vivimos la realidad? 63
Todo está en ti 71
Vivimos dormidos 77
El “Yo” central y el “Yo” inferior 81
El mejor camino: centrarse 87
¿Por qué estamos aquí? 90
¿Existe el mal? 97
La única libertad 107
¿Crecer? 109

ALGUNAS APLICACIONES PRACTICAS

.......................... 113
Paz en el corazón 114
Intentar ser “alguien” y hacer algo importante 118
Sentirse bien... Pensarlo bien... 123
¿Karma? ¿Responsabilidad? 127
¿Contra quién te enojas? 130
Consumismo y sufrimiento 133
¿Hablando se entiende la gente? 136
Aceptación 139
Las dos clases de amor 145
Sentido del trabajo 148
Tú eres felicidad 151
¿Qué hacer por los demás? 158
¿Discutir o comprender? 161
¿Por qué hay guerras? 164
Ser importante y tener éxito 168
Carta a una mujer que quería ser feliz 171
¡Bienvenido sufrimiento! 178
¿Qué podemos hacer en la practica? 184
Darío Lostado
AMA y HAZ LO QUE QUIERAS

£ STE libro está escrito para todos aquellos que quieren


vivir su vida desde la Verdad real de sí mismos.
No desde ¡deas, ideales o ideologías por bellas y justas que
ellas parezcan sino desde su propia realidad.
Nuestra realidad íntima es buena, positiva, amorosa.
Pero nuestras conductas suelen ser negativas, imperfectas,
odiosas.
Somos una capacidad ilimitada de inteligencia y amor.
Nuestra vida suele ser árida, tediosa y triste porque no vivi­
mos ni expresamos esa capacidad amorosa que todos somos.
Pensamos que seremos felices al adquirir algo de fuera o
al recibir el amor de otros.
Pero solamente seremos felices cuando demos y exprese­
mos nuestro verdadero fruto: el amor que somos capaces de
dar.
Se juega al amor con equívocos.
Los sucedáneos del amor no son amor verdadero.
Por eso se habla de crisis o frustraciones amorosas. Porque
no era amor verdadero.
Darío Lostado
VIVIR COMO PERSONA
SER ALGO o SER ALGUIEN

A asignatura más importante en la vida de todo ser hu­


Lmano es la de aprender a ser persona en todo momento y
en todas las circunstancias.
La vida práctica de cada día es el examen.
Si somos sinceros, no creo que haya muchos aprobados.
Y mucho menos sobresalientes.
La VIDA nos está urgiendo a todos, no al aprobado sino
al sobresaliente.
El mundo no funcionará bien mientras haya muchos sus­
pensos en esta materia.
La mayoría de los conflictos humanos de cada día tienen
su origen en este simple hecho: no conocemos suficiente­
mente lo que es ser persona. No vivimos como personas y no
convivimos con los demás como personas.
Darío Lostado, autor también de "La alegría de ser tú
mismo" y de "Ama y haz lo que quieras" nos invita a vivir
y convivir como personas.
Darío Lostado
LA ALEGRIA DE SER TU MISMO

m OY hay esclavos como ayer.


Antiguamente eran cadenas, grilletes, barrotes de hierro
en las mazmorras y en las cárceles.
Hoy son modas, ideologías, doctrinas, convencionalismos
sociales, snobismos, necesidades de confort creadas por la
sociedad de consumo... las ataduras con que el hombre se
esclaviza.
Las esclavitudes modernas adoptan formas y nombres ele­
gantes y de moda.
Pero esclavitudes al fin.
Todas las cosas son buenas cuando el hombre las posee co­
mo dueño y señor. Pero se convierten en el peor de los tiranos
cuando el hombre es poseído por ellas.
Las cadenas y los hilos, aunque sean de oro, atan.
No hay felicidad humana sin libertad interior.
La libertad interior la posee quien la conquista día a día.
Ese es tu reto.
Impreso en Gráfica YANINA,
República Argentina 2686, V. Alsina. Bs. As.
el 28 de agosto de 1991.
Tirada: 3.000 ejemplares
"No es éste un ensayo científico ni didáctico sino una visión
vivencial que intento compartir contigo. Lo escribo
no sin cierto temor y reparo. Intento ser ayuda para todos
los que quieren despertar. Pero también me doy cuenta
que muchos días, en muchas ocasiones, yo mismo estoy
todavía dormido... Mis palabras son las del montañero
escalando el H ¡malaya trabajosamente, él va contando
lo que ve, lo que siente, lo que hace, lo que vive.
La cima está lejos todavía. Pero él sabe que está ahí,
frente a él, ¡y se encamina hacia ella!
El camino es duro. Hay desalientos, alegrías, luces, sombras,
tormentas... Pero siempre, más allá de las nubes y cumbres,
está el sol radiante, vivificador...
Quiero que mis palabras sean un estímulo para que desaparezcan
las nubes de la ignorancia. Entonces aparecerá el sol
de la Verdad. No hay que buscarlo en ninguna parte, está
en cada uno de nosotros. Sólo hay que hacer desaparecer
las nubes creadas por la mente. Sólo conoce la Verdad,
el sol, quien se identifica con la Verdad y el sol.
No buscamos mejorar nuestra conducta, cambiar un modo
de ser a otro modo de ser. No. Buscamos la transformación
total, la cual comenzará cuando nos conectemos con el centro
de nosotros mismos... Amigo lector: tú eres tu principio,
tu camino y tu meta. Y en ti encontrarás al único principio,
al único camino y a la única meta..."
HACIA LA VERDAD DE TI MISMO es la obra señera
de un Darío Lostado que ratifica sus excepcionales condiciones
de mentor esclarecido en una época que lo necesita dramáticamente.

0986-8

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