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Alma y Dios.

A la segunda noche llamé a mi alma: “Estoy cansado,


alma mía, demasiado duró mi andar, la búsqueda de mí
fuera de mí. Ahora he atravesado las cosas y te encontré
a ti detrás de todo. Sin embargo, en mi odisea a través
de las cosas descubrí humanidad y mundo. He
encontrado hombres. Y a ti, alma mía, te reencontré,
primero en la imagen que está en el hombre, y luego a ti
misma. Te encontré allí donde menos te esperaba. Allí
ascendiste a mí desde una fosa oscura. Te habías
anunciado por anticipado en mis sueños; 46 ellos ardían
en mi corazón y me empujaron a todo lo más atrevido y
audaz, me forzaron a ascender por sobre mí mismo. Tú
me hiciste ver verdades de las cuales yo antes nada
entreveía. Me hiciste recorrer caminos cuya infinita
longitud me hubiera asustado, si el saber sobre ellos no
hubiera estado guardado en ti. Anduve muchos años,
tantos hasta olvidar que poseo un alma. ¿Dónde
estuviste todo el tiempo? ¿Qué más allá te cobijó y te dio
un lugar? ¡Ay, que tú tengas que hablar a través de mí,
que mi lenguaje y yo seamos para ti símbolo y expresión!
¿Cómo he de descifrarte?¿Quién eres tú, niño? Como
niño, como niña, te han representado mis sueños; no sé
nada de tu misterio.

Disculpa si hablo como en un sueño, como un borracho,


¿eres Dios? ¿Es Dios un niño, una niña? Perdona si hablo
algo confuso. Nadie me oye. Hablo en voz baja contigo, y
tú sabes que no soy un borracho, un hombre confundido,
y que mi corazón se retuerce del dolor por la herida,
desde la cual la oscuridad da discursos llenos de burla:
‘Te estás mintiendo a ti mismo. Hablas así para hacer
que los otros crean en cosas y para hacer que crean en
ti. Quieres ser profeta y corres tras tu ambición’. La
herida sangra aún y estoy lejos de poder desoír las
propias palabras burlonas.
Qué asombroso me suena llamarte niño, tú que aun así
sostienes infinitudes en tu mano. Yo andaba por el
camino del día y tú ibas invisible conmigo 
juntando parte por parte con sentido, y me dejaste ver en
cada parte un todo.
Quitaste allí donde yo pensaba retener, me diste donde
nada esperaba, y una y otra vez causaste destinos desde
flancos nuevos e inesperados.

Donde sembraba me robabas la cosecha, y donde no


sembraba, me dabas cientos de frutos diversos. Y una y
otra vez perdía el sendero para volver a encontrarlo allí
donde nunca lo hubiera esperado. Sostuviste mi fe
cuando me encontraba solo y cerca de la desesperación.
Me permitiste, en todos los momentos decisivos, creer
en mí mismo.”
Como un caminante cansado que nada ha buscado en el
mundo, más que el mundo mismo, he de presentarme a
mi alma. He de aprender que, detrás de todo, finalmente
yace mi alma, y que si atravieso el mundo es, al final,
para encontrar mi alma. Ni siquiera los hombres más
preciados son meta y fin del amor que busca, ellos son
símbolos de la propia alma. Amigos míos, ¿adivináis
hacia qué soledad estamos ascendiendo? Tengo que
aprender que la escoria de mi pensar, mis sueños, son el
lenguaje de mi alma. Debo llevarlos en mi corazón y
moverlos una y otra vez en mi sentido, como las palabras
del hombre más preciado. Los sueños son las palabras
rectoras del alma. De ahí, ¿cómo no habría de amar mis
sueños y no hacer de sus enigmáticas imágenes un
objeto de mi contemplación diaria? Tú opinas que el
sueño es tonto y poco bello. ¿Qué es bello? ¿Qué no es
bello? 
¿Qué es inteligente? ¿Qué es tonto? El espíritu de este
tiempo es tu medida. El espíritu de la profundidad, sin
embargo, lo sobrepasa en ambos extremos. 

Sólo el espíritu de este tiempo conoce la diferencia entre


grande y pequeño. No obstante, esta diferencia es
transitoria, como el espíritu que la reconoce. / El espíritu
de la profundidad me enseñó incluso a contemplar mi
obrar y mi decidir cómo dependientes de los sueños. Los
sueños preparan la vida y te determinan sin que tú
entiendas su lenguaje.” Uno quisiera aprender este
lenguaje, mas ¿quién es capaz de enseñarlo y
aprenderlo? Pues la erudición solamente no alcanza; hay
un saber del corazón que da explicaciones más
profundas. El saber del corazón no se puede encontrar en
ningún libro ni en 
la boca de ningún profesor, sino que crece desde ti,
como el grano verde de la tierra negra. La erudición
pertenece al espíritu de este tiempo, sin embargo, este
espíritu de ninguna manera capta el sueño, pues el alma
está donde quiera que no esté el saber erudito.
Más, ¿cómo puedo obtener el saber del corazón? Sólo
puedes obtener este saber si vives tu vida por completo.
Vives tu vida por completo cuando  vives también lo que
nunca has vivido aún y que hasta ahora sólo dejaste vivir
o pensar a otros. Tú dirás: “Pero no puedo vivir o pensar
todo lo que  viven y piensan otros”. Pero tú debes decir:
“La vida que aún podría vivir, he de vivirla, y el pensar
que aún podría pensar, he de pensarlo”. Tú quieres, por
cierto, huir de ti mismo para no tener que vivir lo no
vivido hasta ahora. Sin embargo, no puedes huir de ti
mismo. Está todo el tiempo contigo y pide 
realización. Si te pones ciego y sordo en contra de este
pedido, entonces te pones ciego y sordo en contra de ti
mismo. Así nunca alcanzarás el saber del corazón. El
saber del corazón es como es tu corazón.
Desde un corazón malo conoces cosas malas.
Desde un buen corazón conoces cosas buenas.
Para que vuestro conocimiento sea acabado, considerad
que vuestro corazón es ambas cosas, bueno y malo. Tú
preguntas: “¿Cómo? ¿He de vivir también lo malo?”.
El espíritu de la profundidad pide: “La vida que aún
podrías vivir, deberías vivirla. El bienestar decide, no tu
bienestar, no el bienestar de otros, sino  el bienestar”.
El bienestar está entre mí y los otros, en la comunidad.
También yo viví lo que antes no hice y lo que aún podía
hacer, yo viví en la profundidad, y la 
profundidad comenzó a hablar. La profundidad me
enseñó la otra verdad. 
Por tanto, reunió en mí el sentido y el contrasentido.
Tuve que reconocer que sólo soy expresión y símbolo del
alma. En el sentido del espíritu de la profundidad yo soy
como aquel que es símbolo de  mi alma en este mundo
visible, y soy completamente siervo, completamente
sumisión, completamente obediencia. El espíritu de la
profundidad me enseñó a decir: “Yo soy el servidor de un
niño”. A través de esta palabra aprendo, ante todo, la
humildad extrema en tanto aquello que más necesito.
El espíritu de este tiempo me hizo, pues, creer en mi
razón; me hizo ver una imagen de mí mismo como de un
conductor con pensamientos madu-
ros. Mas el espíritu de la profundidad me enseña que soy
un servidor y, por cierto, el servidor de un niño. Esta
palabra me repugnaba y la odiaba. No 
obstante, tuve que reconocer y aceptar que mi alma es
un niño y que mi Dios en mi alma es un niño.
¿Sois muchachos? Entonces vuestro Dios es una
muchacha.
¿Sois mujeres? Entonces vuestro Dios es un muchacho.
¿Sois hombres? Entonces vuestro Dios es una muchacha.
El Dios es donde vosotros no sois.
Por lo tanto: es sabio tener un Dios. Ello sirve a vuestra
perfectibilidad.
Una muchacha es futuro dando a luz.
Un muchacho es futuro que engendra. Una mujer es:
haber dado a luz.
Un hombre es: haber engendrado.
Por lo tanto: si como seres actuales sois niños, vuestro
Dios descenderá desde la altura de la madurez hasta la
vejez y la muerte.
Mas si sois seres adultos, que han engendrado o dado a
luz, sea en el cuerpo o en el espíritu, entonces vuestro
Dios asciende desde una cuna resplandeciente hacia la
inconmensurable altura del futuro, hacia la madurez y la
completitud del tiempo venidero.
Quien aún tiene su vida por delante, es un niño.
Quien vive su vida en el presente, es adulto.
Si vivís pues todo aquello que podéis vivir, sois adultos.
Quien en este tiempo es un niño, para él se muere el
Dios. Quien en este tiempo es adulto, para él continúa
viviendo el Dios.
Este misterio es el que enseña el espíritu de la
profundidad.
¡Bienaventuradosy desdichados aquellos cuyo Dios es
adulto!
¡Bienaventuradosy desdichados aquellos cuyo Dios es un
niño!
¿Qué es mejor, que el hombre tenga vida por delante, o
que el Dios tenga vida
por delante?
No tengo respuesta. Vivid, lo inevitable decide.
El espíritu de la profundidad me enseñó que la vida está
circundada por el niño divino.^ De su mano me vino todo
lo inesperado, todo lo viviente.
Este niño es lo que siento como una juventud que brota
eternamente en mi En el hombre infantil sientes
transitoriedad sin esperanza. Todo eso que viste
transcurrir es todavía para él lo venidero. Su futuro está
lleno de transitoriedad.
Sin embargo, un sentido humano todavía nunca ha
experimentado la transitoriedad de tus cosas venideras.
Tu seguir viviendo es vivir hacia el otro lado. Engendras y
das a luz a lo venidero, eres fecundo, vives hacia el otro
lado.
Lo infantil es infecundo, lo suyo venidero es lo ya
engendrado y ya vuelto a
marchitar. No vive hacia el otro lado.
Mi Dios es un niño, así que no os sorprendáis de que el
espíritu de este 
tiempo se haya indignado en mí hasta la burla y las
risotadas. Nadie se reirá 
de mí como yo me reí de mí mismo.
Vuestro Dios no ha de ser un hombre de la burla, sino que
vosotros mis mos seréis hombres de la burla. Habéis de
burlaros de vosotros mismos y 
así podréis elevaros por encima de ello. Si todavía no lo
habéis aprendido de los viejos libros sagrados, id hasta
allí, bebed la sangre y comed el cuerpo del escarnecido y
del torturado por nuestro pecado, de manera que os
volváis por entero su naturaleza, negad su ser-fuera-de-
vosotros, vosotros debéis ser él mismo, no cristianos
sino Cristo, de otra manera no servís para el Dios
venidero.
¿Habría alguno entre vosotros que crea que pueda
ahorrarse el camino, 
que pueda engañarse completamente con el tormento de
Cristo? Yo digo: alguien así se engaña en su propio
perjuicio. Se recuesta ¿Habría alguno entre vosotros que
crea que pueda ahorrarse el camino, 
que pueda engañarse completamente con el tormento de
Cristo? Yo digo: alguien así se engaña en su propio
perjuicio. Se recuesta sobre espinas y fuego. 
El camino de Cristo no se le puede ahorrar a nadie, pues
este camino conduce a lo venidero. Todos vosotros
debéis volveros Cristo.
No superáis la antigua enseñanza por el hecho de hacer
menos, sino por 
hacer más. Cada paso más cercano a mi alma provocaba
las risotadas burlonas de mis diablos, de aquellos
cobardes murmuradores y envenenadores. 
Para ellos era fácil reírse, pues yo tenía algo maravilloso
que hacer.

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