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ESTÉTICA Y TEORÍAS DEL TEXTO ESPECTÁCULO

INFORME DEL LIBRO “LA NUEVA LUCHA DE CLASES.

LOS REFUGIADOS Y EL TERROR” DE SLAVOJ ŽIŽEK

DOCENTE 

GRACIELA FERNÁNDEZ TOLEDO

EQUIPO 2

ALUMNOS 

JUAN FRANKRAJCH - COMISIÓN N1

FRANCISCO CAVIA - COMISIÓN N1

BRUNO CIANCAGLINI - COMISIÓN N2

JOAQUÍN CAZENAVE - COMISIÓN N2

JOSEFINA CHINNI - COMISIÓN N2

GUIDO MONTINI - COMISIÓN N2

AÑO DE CURSADA

2022
ABSTRACT 

El filósofo Slavoj Žižek realiza una lectura crítica de la crisis de los refugiados y la
guerra contra el terror. Esa lectura le permite definir dos posturas: una de
tolerancia multicultural vinculada a la izquierda laico-liberal, y otra con un fuerte
sesgo anti-inmigración vinculada al populismo de derecha. Žižek deconstruye
ambas posiciones y llega a la conclusión que las dos son erróneas, ya que son
resultado de un desplazamiento de la lucha de clases a la lucha cultural. Luego,
describe cómo la raíz del problema radica en el sistema económico vigente, que
es el capitalismo global, y propone una nueva lucha de clases como un camino a
seguir para construir una sociedad más justa y verdaderamente solidaria para
hacer frente a las problemáticas que son puntapié del libro. En este informe,
utilizaremos el método semiótico para resumir los principales núcleos del texto. 

“Crisis de refugiados” y “Guerra contra el terror” como dos caras de una


misma moneda.

Tomando como punto de partida la creciente oleada de refugiados que llegan a


Europa desde medio-oriente, Žižek plantea la pregunta: ¿Qué puede hacer
Occidente frente a la crisis migratoria? 

La crisis migratoria hace chocar a dos civilizaciones, dice Žižek: el occidente


cristiano contra el islam radicalizado, al mismo tiempo que se dan disputas
internas. El ISIS se convierte en el blanco perfecto de “la lucha contra el terror” y
de ese modo quedan encubiertas las verdaderas disputas (EE.UU contra Rusia en
Occidente; sunitas contra chiitas en el espacio musulmán). Žižek se centra, en
primer lugar, en la idea de terrorismo y distingue cómo se vive ese fenómeno en
los dos hemisferios. En el primer mundo, los ataques terroristas son irrupciones
violentas y específicas en la vida cotidiana. En el Tercer Mundo, en cambio, la
violencia está presente constantemente. Luego de esta distinción, el autor afirma
que el capitalismo, en su etapa global, se caracteriza por un proceso de
interiorización y exteriorización, por la construcción de un adentro y un afuera, en
el que los terroristas representan, para Occidente, la amenaza de “lo otro”. ¿Qué
hacer con los cientos de miles de personas que emigran desde medio-oriente y
África a Europa, escapando del terror y en busca de mejores condiciones de vida?

Dos posturas de Occidente: la tolerancia multicultural laico-liberal y el


populismo de derecha antiinmigración.

Frente a la pregunta “¿qué hacer?”, Žižek examina dos posturas principales que
no son más que dos versiones de un mismo “chantaje ideológico”. Una, la de los
liberales progresistas europeos, que bregan por la solidaridad y aceptación de los
refugiados; y otra, la de los populistas que afirman que es necesario cerrar las
fronteras y dejar que los árabes solucionen sus problemas como puedan. Ambas
soluciones son, para Žižek, erróneas y son producto de un desplazamiento de la
lucha de clases a la lucha cultural. Propone una tercera postura, que define como
utópica pero a la vez necesaria: intentar reconstruir una sociedad global a gran
escala donde los refugiados no necesiten huir de sus países. 

Deconstrucción de la tolerancia multicultural laico-liberal.

Žižek invita a romper con ciertos tabúes de izquierda para enfrentar la crisis de los
refugiados. El primer tabú se resume en la frase “Un enemigo es alguien cuya
historia no has escuchado”, como si todo punto de vista mereciera ser escuchado
y tenido en cuenta. Para Žižek, lo problemático de esto reside en lo engañosa que
es nuestra propia experiencia vital, aquella historia que contamos sobre nosotros
mismos con el fin de explicar lo que hacemos, la cual está llena de trampas y no
es necesariamente la verdad respecto de lo que hacemos.

El siguiente tabú tiene que ver con descartar de manera implacable la ecuación
que equipara el legado emancipador europeo con el imperialismo cultural y el
racismo, y no desacreditar cualquier “valor europeo” por el mero hecho de serlo.
Žižek profundiza en esta idea diciendo que algunos de estos valores, como el
igualitarismo, los derechos fundamentales, el estado de bienestar, etc., pueden
servir como un arma de lucha contra la globalización capitalista, en una época
donde los “valores asiáticos”, de dotes más autoritarios, aplicados en países como
China que están en camino hacia convertirse en la principal economía mundial,
son más funcionales al capitalismo global que aquellos “valores europeos”.

El tercer tabú tiene que ver con abandonar la idea de que la protección de nuestro
modo de vida es en sí una categoría protofascista o racista. Para Žižek, nuestro
modo de vida está en peligro, pero no en relación a los extranjeros que vienen al
país a forzar un modo de vida distinto al nuestro, sino en relación a la dinámica del
capitalismo global, que se ve favorecido por aquellos movimientos populistas
antiinmigración que son furor en la Europa contemporánea. Habría que demostrar
que hay una amenaza a nuestro modo de vida, pero que no proviene del lugar
típico que pensamos.

El cuarto tabú tiene que ver con abandonar la idea de prohibir cualquier crítica al
islam tachándola de <<islamofobia>>, casi como si la izquierda liberal tuviera
miedo de cometer actos de denuncia que impliquen de alguna forma dicha fobia,
algo que Žižek tilda como “miedo patológico a ser culpables”. Este miedo
patológico se traduce en un ocultamiento de los desacuerdos o las críticas al islam
que, paradójicamente, solamente agudiza el disgusto de los musulmanes radicales
con occidente, que no dejan de señalar su hipocresía al ocultar su odio a la
religión islámica. Žižek dice que se trata de la “paradoja del superego”: cuanto más
obedeces lo que la agencia seudomoral te exige, más culpable eres. Tampoco
tiene sentido no oponerse al islam porque es el único movimiento que opone
resistencia a la expansión del capitalismo global, cuando las alternativas políticas
propuestas por dicha religión apelan al nihilismo fascista o a la dinámica de países
como los Emiratos Árabes, que están completamente integrados al sistema
capitalista global, y que en algún sentido, llegan a ser expresiones máximas del
mismo.
El quinto tabú tiene que ver con olvidar la equiparación de religión politizada con el
fanatismo. Žižek ejemplifica con el fundamentalismo religioso de naciones como
Israel, que basan su reclame de los territorios palestinos en las escrituras
religiosas, y lo compara con la retórica del islam que dicta no intervenir en el
espacio privado de las personas, y permitir la no-creencia, siempre y cuando esto
no implique llevar esta no-creencia a la práctica social e intentar convencer a otros
de que no profesen la religión. Žižek hace este contraste para poner en duda cuál
es el caso fanático y cuál es el caso de mera religión politizada: ¿aquella que
invade el espacio público reclamando territorios como propios, o aquella que se
basa en la decisión personal de profesar la religión en su vida?

Žižek propone que no se tome meramente al radicalismo islámico como


movimiento representativo del fanatismo religioso, y se incluya un análisis de los
fanatismos en el cristianismo y en el judaísmo para investigar lo que llama el
“obsceno envés de las religiones”. Este obsceno envés, sea la violencia contra las
mujeres en el Islam, la pedofilia en las comunidades eclesiásticas cristianas o la
violencia sionista en Israel, son actos violentos ritualizados y que componen el
inconsciente institucional de dichas instituciones, ya que si bien son repudiados,
es parte del sostenimiento de la propia institución el ocultarlo y callarlo. Žižek
ejemplifica que algo similar sucede con la izquierda laica-liberal, que es rápida al
denunciar la pedofilia en la religión cristiana, pero que calla ante los actos
violentos ritualizados que involucran a practicantes de la religión musulmana. En
suma, Žižek propone soltar aquella doble vara que se sostiene ante los diversos
fundamentalismos religiosos, para no continuar una autocensura que permite que
las instituciones continúen practicando esa violencia en su obsceno envés.

La Violencia Divina.

Profundizando su crítica a ciertas tendencias en la izquierda laico-liberal, Žižek


retoma un concepto de Benjamín, la “violencia divina”, para observar algunas
revueltas específicas en los últimos años, como los disturbios de Ferguson en
2014 o las protestas en los suburbios franceses en otoño del 2005. Para Žižek,
ambas ocasiones son casos de “violencia divina”, es decir, actos de violencia sin
fines específicos, medios sin fin. Para Benjamín, los actos de violencia divina se
aparecen como incomprensibles, dado a que los actos de violencia con fines
específicos se presentan con la condición de que ese fin cumpla con una doble
particularidad: debe pensarse como generalmente valedero, y como generalizable,
lo cuál es contradictorio, ya que lo que es generalmente valedero para una
situación, no lo es para ninguna otra. Esta paradoja entre lo universalmente válido
y lo no universable nos propone preguntarnos cuándo tiene sentido utilizar la
violencia como medio para un fin. Aquí retoma las protestas citadas para pensar
como el pensamiento liberal se negó a condenarlas dado que eran llevadas a cabo
por grupos que actuaban reactivamente a partir de un acto o serie de actos de
opresión y en base a un reclamo de justicia. Sin embargo, para Žižek, se tratan de
hechos de violencia divina, y de lo que Lacan denominó un “passage a l’acte”: un
impulsivo pasar a la acción que no se puede traducir en palabras o reflexión, y que
se ve acompañado de una frustración intolerable. Estos actos resultan de la
ausencia de aquello que Fredric Jameson denomina <<mapa cognitivo>>, en la
cuál el individuo logra localizar su experiencia dentro de un todo significativo que
la engloba (podríamos concluir que aquella “nueva lucha de clases” que propone
Žižek como agente unificador de la comunidad global sería una forma de construir
coordenadas que enmarcan aquel mapa cognitivo que hoy no se hace presente).
La ausencia del mapa hace que estallen estas acciones violentas, que al ser actos
de violencia divina, no pueden sino presentarse como “brutalmente injustas”, y por
ende, hay que abandonar la tendencia laico-liberal de intentar encontrar el
justificativo emancipador en ellas.

Deconstrucción del populismo antiinmigración.

Žižek propone una paradoja vinculada a la utopía aplicada a la temática de los


refugiados, quienes escapan de sus territorios sumidos en una situación de
angustia, pobreza y peligro. Lo esperado sería que, dada su desesperación, se
conformasen con salir del Estado fracaso del que están escapando. Pero esto no
es suficiente, los refugiados, al parecer, apuntan a establecerse en los países del
Primer Mundo. La ardua lección que aprenden los refugiados es que “Noruega no
existe, ni siquiera en Noruega”, y que esa utopía de bienestar que buscan no
responde a la realidad tal cual se encuentra fuera de sus países de origen, sino a
una transformación de la realidad que resulta necesaria. Los refugiados parecen
reclamar una “libertad de movimiento” dentro del territorio europeo que en realidad
es incompatible con lo que propone el capitalismo global donde estamos sumidos,
donde la libre circulación total e indiscriminada se reserva para las mercancías,
pero no para las personas. La Unión Europea garantiza más o menos este
derecho de “libertad de movimiento” a los ciudadanos de sus países miembros.
Desde el punto de vista marxista, hay que relacionar “la libertad de movimiento”
con la necesidad del capital de contar con mano de obra libre y barata, y con la
libertad realmente universal del capital para moverse por todo el globo. Aquí surge
una primera contradicción de acuerdo con la libertad de movimiento y la condición
de los refugiados: al capital le sirve una mano de obra como la de los refugiados,
dispuestos a trabajar a menor costo por el hecho de conseguir establecerse dentro
del territorio “seguro” al que quieren emigrar. Sin embargo, a la vez que el capital
necesita trabajadores “libres”, necesita restringir sus movimientos con respecto al
resto de la población, pues si se les conceden los mismos derechos y libertades,
dejan de ser la mano de obra barata que el mercado necesita. 

Esta fantasía imposible de los refugiados pone en cuestionamiento ciertas


dinámicas de Occidente. Aquellos países que abren sus puertas a los refugiados
para integrarlos a la sociedad deberían preguntarse cuántos de esos inmigrantes
realmente quieren ser integrados, y si hay otros obstáculos que impidan su
integración. El populismo de derecha, que suele oponerse a la inmigración en
virtud de defensa de los valores tradicionales, y que en países como Estados
Unidos se trata de un movimiento apoyado en gran parte por las clases bajas, es a
su vez un movimiento paradójico, pues sus intereses abocan por su propia ruina.
Estas clases ven a los refugiados como una amenaza que impone el Estado de
manera antidemocrática, forzando a las comunidades a integrar a personas que
potencialmente terminen ocupando puestos de trabajo debido a la conveniencia de
su bajo costo. En consecuencia, estos sectores de la población perciben al Estado
como un ente poderoso que interviene en sus vidas con todo tipo de regulaciones
con las que no están de acuerdo, y además de militar el cierre de fronteras, militan
un menor intervencionismo estatal y una mayor libertad en la economía. Lo que
Žižek observa al enlazar estos reclamos es que los populismos de derecha
terminan siendo funcionales al sistema capitalista global, ya que a partir de sus
discursos se logra mantener un cierto “estatus” al que debe adaptarse el refugiado
como mano de obra, y además, se milita una menor regulación estatal que implica
más libertad para las grandes compañías, y menos competitividad y posibilidades
de prosperidad para pequeños empresarios, productores, etc. Así, esta lucha
aparentemente cultural entre las elites liberales “pro-inmigración” y las clases
bajas que apoyan el populismo de derecha refleja una especie de lucha de clases
desplazada. Esas elites liberales que piensan que combaten la opresión a través
de la apertura de fronteras y el choque antagónico con las fuerzas antiinmigración
terminan favoreciendo al sistema del capital global, mientras que el otro bando
hace lo mismo militando aquellas causas que permiten su mejor funcionamiento.
Los liberales ilustrados que pelean contra el sexismo, el racismo y el
fundamentalismo que principalmente está presente en las clases bajas terminan
construyendo una oposición abstracta entre “modernizadores” y “tradicionalistas”,
siendo los modernizadores aquellos que apoyan medidas que hacen a la
expansión del capitalismo global, y los tradicionalistas aquellos que se oponen.
Éstos últimos no se limitan a la extrema derecha, sino que incluye movimientos
como la vieja izquierda, que también se opone a la globalización como fenómeno.
Esta oposición pasa por alto las oposiciones que se han hecho por parte de los
“tradicionalistas” a la globalización como fenómeno, tal como la alianza entre la
Iglesia y los sindicatos en Alemania en el año 2003 para evitar que los comercios
puedan abrir los días domingo.

La guerra cultural es una guerra de clases desplazada. Hacen falta dos bandos
para librar una guerra cultural. La cultura es también el tema ideológico dominante
de los liberales ilustrados, cuya política se centra en la lucha contra el sexismo, el
racismo y el fundamentalismo, y a favor de la tolerancia multicultural. Toda
construcción ideológica es el resultado de una lucha económica para
establecer/imponer una cadena de equivalencias. La idea de que en realidad uno
no cree en algo, sino que simplemente es parte de su cultura, parece ser el estilo
predominante de la fe rechazada/desplazada característica de nuestros tiempos.
La cultura es el nombre de todas las cosas que practicamos sin creer realmente
en ellas y sin “tomárnoslas en serio”. Un tabú que hay que abandonar según
Žižek, es el de seguir viendo la intranquilidad que los refugiados provocan en la
así llamada “gente normal” como una expresión de los prejuicios racistas, cuando
no directamente de neofascismo.

El prójimo como siniestro y punto en común.

Žižek retoma un análisis del concepto de “prójimo”, hecho por Adam Kotsko, para
explicar por qué no podría ser posible una unión masiva de la humanidad, es
decir, por qué el desarrollo de la globalización no podría seguir el camino hacia la
eliminación de los límites.

La figura del prójimo es mencionada aquí tomando como punto central su aspecto
siniestro. Es decir, se presenta en el texto como un Otro desestabilizador, irruptivo,
invasor, en la individualidad de un sujeto, dado que el propio sujeto no puede
desentrañar lo que éste está buscando con sus acciones. Esta extrañeza, genera
en el ser humano un impulso por deshacerse de esa incomodidad, de liberarse de
ese otro. La necesidad de una distancia.

Se explica que un ser humano no puede mantener siempre un vínculo estrecho


con los otros porque, sin una distancia reglamentada, se generaría una posible
agresividad hacia el otro que se presenta como molesto al no ser propio. El
multiculturalismo intenta negar este aspecto, le muestra la faceta más agradable
de aquél otro y se elimina aquello que no puede ser comprendido. Es decir, en
relación a los refugiados, se muestran relatos de inmigrantes que se incorporaron
exitosamente al sistema del capital occidental y se ignoran la mayoría de los casos
en los que esto no resultó satisfactorio para nada. Es decir, los casos en los que
hubo violencia por parte de cualquiera de las partes, debido a un choque cultural.

Žižek toma nuevamente a Sloterdijk, esta vez en virtud del concepto de “código de
discreción”, en la medida en que la única forma de evitar el conflicto con el otro es
a través del no interponerse en su camino, y de mantener una distancia adecuada.
Esto, según Žižek, se traduce en uno de los pilares de la sociedad occidental que
es la alienación de la vida social, donde el distanciamiento forma parte de la propia
textura social de la vida cotidiana.

Aquí entra en juego otro término, el de la “joussaince”. Esta refiere al placer


excesivo que se convierte en dolor (Lacan). Es decir, no solo, como seres
humanos, chocamos con el Otro, sino que también nosotros mismos coexistimos
con nuestra joussaince, a la cual nos es difícil acceder, y terminamos manteniendo
una relación utópica con esta. Esto genera una sensación de exclusión interior.
Por lo tanto, no es una opción unir a todas las culturas así como así y esperar que
no haya ningún disturbio. No se puede mantener la creencia que dos personas de
diferentes clases sociales y contextos socioculturales sean iguales porque el
contexto, la clase social, y la cultura hacen a la diferencia de los individuos. Pero
si, uno se podría acercar a otro mediante el concepto del prójimo. A través de una
distancia. Porque ese es el punto en común entre todos los individuos. Žižek dice
“La universalidad es una universalidad de extraños, de individuos reducidos al
abismo de la impenetrabilidad, no solo para los demás sino también para sí
mismos”. 

Deconstrucción del odio.

Los refugiados son víctimas que huyen de sus países en la ruina,  pero eso no
impide que algunos actúen de manera despreciable. Solemos olvidar que el
sufrimiento no ofrece ninguna redención: ser una víctima no te otorga ninguna voz
privilegiada de moralidad y justicia. 

Badiou, distingue tres tipos predominantes de subjetividad en el capitalismo global,


aunque Žižek está de acuerdo con la idea general del análisis que da, le parece
problemáticas esas afirmaciones: el sujeto liberal-democrático de clase media
“civilizado” occidental; los que están fuera de Occidente, están poseídos por el
“deseo de Occidente (le désir d'Occident)”, y pretenden desesperadamente imitar
el estilo de vida “civilizado” de las clases medias occidentales; y a los nihilistas
fascistas, provoca que la envidia de Occidente se convierta en un odio mortal y
autodestructivo. Badiou acierta al aplicar el término tanto al terror fundamentalista
cristiano como al musulmán. Su argumento es que la religión no es un  factor
decisivo; sólo sirve como medio para la expresión pervertida de una envidia y un
odio de una clase no reconocida: el fascismo se alimenta precisamente de esa
frustración. La ideología de la clase media occidental posee dos rasgos opuestos:
muestra una arrogante creencia en la superioridad de sus valores y al mismo
tiempo, está obsesionada con el miedo a que sus límites sean invadidos por la
cantidad personas que están fuera y que no cuentan en el capitalismo global,
puesto que ni producen mercancías ni las consumen. El miedo de los de la clase
media es el de acabar como un excluido.

Los refugiados inmigrantes no desean una batalla, sino que quieren abandonar su
situación e integrarse en una tierra desarrollada pero este deseo es complicado de
satisfacer. Una de las opciones que les queda es la inversión nihilista: la
frustración y la envidia se radicalizan hasta convertirse en un odio cruel y
autodestructivo hacia Occidente, y la gente se entrega a una venganza violenta.
Badiou confirma que esta violencia es puramente una pulsación de muerte, una
violencia que solo puede terminar en la autodestrucción orgiástica, sin ninguna
concepción de una sociedad alternativa. El hecho básico del fascismo
fundamentalista es la envidia. El fundamentalismo permanece arraigado en el
deseo de Occidente gracias al mismísimo odio que siente hacia Occidente. El
potencial destructor de la envidia es la base de la distinción de Rousseau, entre
egotismo, “amour-de-soi” es el amor natural a uno mismo y el “amour-propre”,
cuando no nos centramos en alcanzar una meta, sino en destruir el obstáculo que
nos impide lograrla, y de manera perversa nos preferimos a nosotros que a los
demás. Una persona malvada no es egoísta, "que piensa sólo en su propio
interés”. Un auténtico egotista está demasiado ocupado para tener tiempo de
causar alguna maldad a los demás. El vicio primordial de una mala persona, es
precisamente que se preocupa más por los demás que por él mismo.

El 11-S nos enfrentó con un odio puro y simple: la destrucción del obstáculo era lo
que importaba realmente, no alcanzar una noble meta. Esa fascistización puede
ejercer un cierto atractivo sobre la juventud inmigrante frustrada, que no encuentra
su lugar en la sociedad, tampoco obtiene un futuro, y exactamente esto permite
ser manipulados para obtener un vida de riesgo, de placeres materiales y aventura
que la final termina en una dedicación religiosa sacrificial. No hace falta decir que
no todo terrorista fundamentalista entra dentro de la categoría del nihilismo
autodestructivo. Esta violencia fundamentalista-fascista no es más que una de las
muchas variantes de la violencia propia del capitalismo global. Las problemáticas
del texto de Badiou, según Žižek son que la religión no es nada más un ropaje, de
ningún modo está en el centro del asunto pero afirma cuando la búsqueda de las
raíces del terrorismo musulmán actual en antiguos textos religiosos es engañosa:
donde deberíamos centrarnos en el capitalismo global actual, y comprender que el
islamo-fascismo no es más una manera de convertir la envida en odio. La
ideología reside en historias inventadas por los propios sujetos para engañarse a
sí mismos.

Los medios de comunicación distinguen entre los refugiados, los civilizados y los
bárbaros. Los bárbaros son la clase baja que roba y hostiga a la gente y provocan
“caos” en los lugares públicos. Los “soberanos” aman algo mayor que los
“esclavos”, ese objeto querido tiene mejores condiciones de vida y mejores
derechos que “los esclavos”, esto provoca que los “esclavos” odien y tengan celos
al objeto que reside el amor de los “soberanos”. La difícil lección de todo esto
asunto es que no basta con dar voz a los que ahora están desvalidos: a fin de
conseguir una emancipación real, deben ser educados (por los demás y por sí
mismos) en la libertad: una tarea casi imposible en las tinieblas que se van
propagando por Europa y Oriente Medio.

La solución. La nueva lucha de clases a través del voluntarismo.

Fredric Jameson propuso la utopía de la militarización global de la sociedad como


modo de emancipación, mientras los callejones sin salida del capitalismo global
son cada vez más palpables, todos los cambios democráticos a nivel popular en
última instancia están condenados al fracaso, por lo que la única manera eficaz de
romper el círculo vicioso del capitalismo global es una especie de militarización.
Sin embargo, según Žižek, es una locura pensar que un proceso como éste puede
desarrollarse sin el menor control, los refugiados, cuanto menos, necesitan
provisiones y atención médica. El ejército es el único agente que puede acometer
una tarea de estas dimensiones de manera organizada. Decir que asignar a los
militares un papel como ése desprende un tufo a estado de emergencia es
simplemente hipócrita, cuando decenas de miles de personas cruzan zonas
densamente pobladas sin ninguna organización, entonces sí es un estado de
emergencia y esto es lo que está ocurriendo actualmente en algunas partes de
Europa. Lo complicado aquí es encontrar un término medio entre obedecer los
deseos de los refugiados y la capacidad de acogida de los distintos países. El
derecho absoluto a la capacidad de movimiento debería limitarse. Es obvio que
casi todos los refugiados proceden de una cultura que es incompatible con las
ideas de Europa occidental de lo que son los derechos humanos. Pensemos el
caso de si a los musulmanes les resultara imposible soportar nuestras imágenes
blasfemas y nuestro humor despiadado, a los liberales de occidente también les
resultará imposible soportar muchas prácticas de los refugiados que forman parte
de las relaciones vitales de los musulmanes. Aquí nos encontramos con el
“mismísimo estilo de vida de otra comunidad”. Se deben formular una serie
mínima de normas que sean obligatorias para todos por igual: libertad religiosa,
protección de la libertad individual contra la presión del grupo, derechos de las
mujeres, insistir de manera incondicional en la tolerancia hacia los distintos modos
de vida. Pero si las normas y la comunicación no funcionan, entonces debe
aplicarse la fuerza de la ley en todas sus formas. Por otro lado, en el debate de la
Leitkultur (la cultura dominante), los conservadores insistían en que cada estado
se basa en un espacio cultural predominante que debe ser respetado por los
miembros de las demás culturas que lo comparten. Debemos preguntarnos sobre
hasta qué punto nuestro propio multiculturalismo abstracto ha contribuido a que
llegáramos a esta desdichada situación. Si todas las partes implicadas no
comparten el respeto a la misma civilidad, entonces el multiculturalismo se
convierte en una forma de ignorancia y odio mutuos legalmente regulados. El
conflicto acerca del multiculturalismo ya es un conflicto acerca de la Leitkultur, no
es un conflicto entre culturas, sino un conflicto entre diferentes visiones de cómo
pueden y deberían coexistir diferentes culturas, acerca de las reglas y prácticas
que han de compartir esas culturas para poder coexistir. Debemos evitar quedar
atrapados en el juego liberal de cuánta tolerancia podemos permitirnos. Pues, a
este nivel, naturalmente, nunca seremos lo bastante tolerantes o siempre lo
seremos demasiado, pues descuidáremos los derechos de las mujeres, etc.  Se
debe proponer un proyecto universal positivo que compartan todos los
participantes y luchar por él. No solo se debe respetar a los otros, sino también
ofrecerles una lucha común, pues hoy en día, nuestros problemas son comunes.
Una tarea crucial de quienes luchan por la emancipación consiste en avanzar en
dirección a una Leitkultur emancipadora y positiva, lo único que puede sustentar
una auténtica coexistencia y una mezcla de distintas culturas. Nuestro axioma
debería ser que todo forma parte de la misma lucha universal. Los refugiados son
el precio que paga la humanidad por la economía global. Mientras que las grandes
migraciones son un rasgo constante de la historia humana, en la historia moderna
su principal causa es la expansión colonial, antes de la colonización, los países de
tercer mundo estaban formados de manera casi exclusiva por comunidades
locales relativamente aisladas y autosuficientes y fue la ocupación colonial lo que
destruyó este modo de vida tradicional y condujo a renovadas migraciones a gran
escala. Todos estamos más o menos arraigados en un modo de vida concreto y
tenemos todo el derecho a protegerlo. Europa tendrá que reafirmar su pleno
compromiso para proporcionar medios que aseguren la supervivencia digna de los
refugiados. La humanidad deberá prepararse para vivir de una manera más
nómada y plástica. La tarea más difícil e importante es emprender un cambio
económico radical que elimine las condiciones que crean refugiados. La causa
fundamental de la existencia de refugiados es el capitalismo global actual en sí
mismo y sus juegos geopolíticos y si no nos transformamos de manera radical, a
los refugiados de África se les unirán pronto inmigrantes de Grecia y otros países
europeos. Žižek enumera cuatro antagonismos: la catástrofe ecológica, la
propiedad privada, los nuevos descubrimientos tecnocientíficos y las nuevas
formas de apartheid. Por otro lado, los dominios son: el bien común de la cultura,
el bien común de la naturaleza exterior y el bien común de la naturaleza interior.
Los tres primeros antagonismos, refieren a cuestiones de supervivencia de la
humanidad y el cuarto antagonismo es una cuestión de justicia. Lo que todas las
luchas para defender estos bienes comunes comparten es la conciencia del
potencial destructivo que podría liberarse si se permite que la lógica capitalista de
privatizar estos bienes comunes, quizá hasta el punto de la autodestrucción de la
propia humanidad. No hay nada más “privado” que una comunidad estatal que
percibe a los excluidos como una amenaza y procura mantenerlos a la distancia
adecuada. Los refugiados son la prueba de otro bien en común en peligro. El bien
común de la propia humanidad amenazada por el capitalismo global que genera
nuevos muros y otras formas de apartheid. Lo único que puede prevenir la
catástrofe es el puro voluntarismo, nuestra libre decisión de actuar contra la
necesidad histórica. Por último, lo que se debe recuperar es la lucha de clases e
insistir en la solidaridad global con los explotados y oprimidos. Hay una gran
oscuridad que rodea la afluencia de los refugiados a Europa, entre ellos hay
muchos que sin duda intentan escapar de las aterradoras condiciones de vida de
sus países. Quizá la solidaridad global sea una utopía pero si no luchamos por
ella, entonces estamos realmente perdidos y merecemos estar perdidos.

CONCLUSIÓN

Siguiendo la línea argumental del libro, la problemática de fondo es aquella del


cuál la crisis de refugiados y el terrorismo son solo meras consecuencias, y tiene
que ver con el sistema económico vigente. Para cambiarlo, Žižek urge a la
población a actuar mediante el “voluntarismo puro” y promover la nueva lucha de
clases como una bandera común a todas las partes. Esto nos lleva a preguntarnos
por el rol de la cultura y, más específicamente, de la producción estética. Ésta
última, según Žižek, ha de reflejar esta nueva lucha de clases, o reflexionar en pos
de ella. Las formas pueden ser varias: a la manera de Fredric Jameson, el trazo
de mapas cognitivos que ayuden a ubicar al sistema económico global dentro de
la experiencia, develando los cuatro antagonismos que conllevan el sistema. A su
vez, se pueden pensar en formas de representar aquella comunidad global
verdaderamente solidaria, para que deje de pensarse como una utopía imposible.

BIBLIOGRAFÍA
 
-   ŽIŽEK, Slavoj, La Nueva Lucha de Clases. Los Refugiados y el Terror,
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016.

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