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SEMANA 4: La voluntad, la búsqueda del bien y la felicidad

“La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo
que somos”

Henry Van Dyke.

Conceptos claves: voluntad, bien, felicidad, plenitud.

1. La voluntad humana y la búsqueda del bien

En la clase pasada estudiamos una de nuestras facultades superiores, a saber, la


inteligencia. En esta clase analizaremos la segunda facultad superior que es la voluntad.
Esta capacidad se refiere a los actos libres del ser humano, al ejercicio de su facultad
deliberativa, esto es, la capacidad de elegir un bien apropiado para cada situación. Todos
nosotros deseamos continuamente cosas, deseamos acceder a la educación superior,
terminar nuestra carrera, conseguir un buen trabajo, etc. Deseamos continuamente
cuestiones que percibimos como buenas. Por tanto, podemos afirmar que nuestra
voluntad posee un objeto propio, que es el bien, y una obra propia, que es desear y elegir
los medios para alcanzar eso que desea. ¿Qué significa que el objeto propio sea el bien? El
ser humano siempre actúa conforme al bien. Esta afirmación puede parecer algo extraña,
ya que constantemente vemos personas que no hacen el bien sino el mal. Para
comprender esto debemos hacer algunas aclaraciones.

Cuando el ser humano lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre bajo el
convencimiento que esa acción le traerá un beneficio o un bienestar, a corto o largo plazo. A
corto plazo, por ejemplo, está el comer para satisfacer el hambre, y a largo plazo tener un
título profesional, que implica invertir tiempo de estudio y preparación. Nadie actúa para que
le sucedan cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen cosas malas? Esto puede
deberse a varios factores. Uno de ellos es buscar el aparente beneficio propio por sobre el
bien común de la sociedad. Así, por ejemplo, el ladrón considera superiores los beneficios

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materiales que obtendrá por sus actos criminales, que el daño que se causa a sí mismo o
los problemas que generará en las personas a quienes roba. Ahora bien, cuando la
persona desea y decide, debe hacerlo siempre en miras del bien no solo propio, sino del
bien de todos los que componen la sociedad. En unas clases más profundizaremos en esta
idea cuando hablemos de nuestra naturaleza social.

El segundo factor tiene que ver con la ignorancia. Por ejemplo ¿Cuántas veces
escogiste algo que parecía un bien, pero luego te das cuenta que tu elección no fue la
correcta? De seguro más de una vez, porque si la inteligencia no está bien educada y no le
permite a la persona distinguir el mejor bien y los mejores medios para alcanzar ese bien,
es probable que la persona cometa una acción que le cause problemas a sí misma o a
aquellos que la rodean. Por tanto, existen dos tipos de bienes: los reales y los aparentes.
Los reales, como su nombre lo dice, son cosas deseadas por la voluntad que son
realmente buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen como buenos, pero
en realidad no lo son. Una persona que tiene hambre considera como bueno comerse un
berlín, y en realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es si esa persona es
diabética. En ese caso el berlín se le aparece como algo bueno, pero en realidad no lo es.
Lo mismo pasa cuando peleamos con un amigo: probablemente sentiremos que lo mejor
es ignorarlo y distanciarnos de él (bien aparente), cuando en realidad puede ser que lo
mejor sea conversar y superar las dificultades a través del diálogo (bien real). Así, cuando
una persona confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de manera que produzca
un mal y no un bien. Por eso es importante que la voluntad y la inteligencia actúen juntas.

El tercer factor tiene relación con la falta de fortaleza para hacer el bien cuando se nos
presentan dificultades. Supongamos que vamos caminando detrás de alguien a quien se le cae
dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y utilizarlo para cubrir nuestros gastos. Devolverlo
requiere que la persona, junto con descubrir el bien real y pensar en el otro, posea la fortaleza
de carácter para hacer el bien, aunque sea difícil. Esta elección entre hacer el bien solo para
mí o pensar en los demás, aunque sea dificultoso existe, porque somos seres libres y podemos
decidir cómo actuar. Estas son algunas de las razones por las

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cuales, a pesar de que nuestra voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones
malas.

2. La felicidad o plenitud

Hemos dicho, entonces, que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como
objeto propio lo bueno. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el
ser humano para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en
consideración que existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor.
Existen bienes que son medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por
ejemplo, podemos atestiguar que todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no
es ni podrá ser jamás un fin. El dinero es, por excelencia, un bien que funciona como
medio. Nadie, en su sano juicio, que tiene dinero lo desea por su propia existencia, como
si tuviera un valor intrínseco. Aquellos que desean dinero, lo desean por las cosas que
podemos conseguir con él. Digamos, por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta.
Los veinte mil pesos tienen valor en cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez
que compro la chaqueta, no la dejo guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta
tiene valor en tanto me sirve para abrigarme o para vestir de una manera que me
represente. De esa forma, el dinero que yo tenía era valioso como un medio para alcanzar
un fin, que era el abrigo y la supervivencia. Así, entonces, queda claro que son los fines los
que le dan sentido a nuestras decisiones y elecciones.

Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no
habría nada que le diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario: cuando
nos subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si no dices nada,
probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse. Si no hay un
destino, no hay forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida de las personas
sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son las decisiones que
tenemos que tomar, pues no tenemos una meta y sin meta no hay camino.

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Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio: ¿cuál es el fin o meta de la
vida de los seres humanos?

Aunque la pregunta pareciera ser muy compleja y no tener respuesta, desde hace
milenios los filósofos la han respondido con una simpleza y profundidad maravillosa: el fin
de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto nos abre a una nueva pregunta: ¿cómo se
alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad en cosas materiales; otros, en sus logros
profesionales; otros, en la estabilidad económica, etc. Los filósofos antiguos nos dicen
que, si bien tales cosas son necesarias, no constituyen la felicidad y no nos conducen,
automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para responder a la pregunta que
nos hemos planteado, hemos de entender un poco más el concepto de felicidad.

Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo está pleno
cuando está lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos reformular la
pregunta inicial: ¿qué debemos hacer para estar completos y ser plenos? La forma de
lograr esa plenitud es desarrollando nuestra propia naturaleza humana. El ser humano se
hace más profundamente humano cuando hace aquello que le corresponde por sus
cualidades y facultades naturales. Si comprendemos las facultades superiores que
estamos estudiando, entendemos que la persona debe desarrollar su inteligencia y su
voluntad, entre otras dimensiones. Si los seres humanos buscan el conocimiento
verdadero por la inteligencia y actúan conforme a lo verdaderamente bueno por la
voluntad, poco a poco se irán desarrollando como personas y podrán alcanzar su plenitud,
es decir, la completitud de su naturaleza. De esa forma, lo que debemos hacer para ser
felices es buscar la verdad y hacer el bien, aquello es lo más propio de nuestro ser.

3. Concepciones erróneas de la felicidad

Hemos mencionado que algunos atribuyen su felicidad a la posesión de dinero, el


éxito laboral, el ostentar objetos lujosos, etc. Sin embargo, ninguna de estas cosas puede
llevarnos a la felicidad. Siendo la plenitud humana un rasgo fundamentalmente interior,
las cosas exteriores no nos conducen hacia la finalidad de nuestra existencia. La felicidad

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tampoco puede ser reducida al placer, ya que es una satisfacción momentánea que
se agota cuando obtengo aquello que deseo. El dinero, los bienes externos, el
trabajo son medios que están a nuestro servicio para que podamos alcanzar la
felicidad, pero no la constituyen. El fin último de toda vida humana no son objetos ni
experiencias que nos producen un goce momentáneo, la felicidad es un fin accesible
en el ejercicio de una vida buena, aquí radica la importancia de nuestra inteligencia,
pues esta debe guiar a nuestra voluntad para poder elegir correctamente el bien.

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