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Francisca Noguerol
Universidad de Salamanca
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CONTRAELEGÍA
© de esta edición:
Ediciones Universidad de Salamanca
y Patrimonio Nacional
© de las fotografías:
sus autores y propietarios
Patrimonio Nacional:
I.S.B.N.: 978-84-7120-432-5
N.I.P.O.: 006-09-079-7
Motivo de cubierta:
© Vicente Rojo
Volcán encendido. Aguafuerte y aguatinta al azúcar
Museo José Guadalupe Posada,
Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2001
Patrimonio Nacional
c/ Bailén, s/n
E-28071 Madrid (España)
1
José Emilio Pacheco. Madrid, Júcar, 1986.
9
Se ha hecho pues justicia a un autor nominado
para la consecución de este galardón desde hace al
menos una década, y que año tras año ha quedado
alineado entre los primeros. Y no es para menos,
cuando se trata del «mejor poeta mexicano vivo»
según la encuesta que llevó a cabo la revista Letras
Libres en febrero de 2005; un autor que este año ha
sido homenajeado sin cesar por su 70º aniversario,
incontestable tanto para la crítica como para el
público, y que goza de una gran popularidad entre los
más jóvenes.
Atento a todo lo que ocurre –su acento en la
observación lo llevó a describir el arte como «aten-
ción enfocada»2 y a presentarse como un «ojo en lla-
mas»–3, no desdeña ninguna noticia, de lo que dan
buena idea los periódicos que lee cada día, su voraci-
dad como lector –que lo ha hecho poseedor de una
cultura enciclopédica– y su conocimiento de los más
nimios detalles relacionados con la vida cultural
mexicana.
Por esta misma curiosidad ha explorado formas
plurales de discurso a lo largo de su trayectoria litera-
ria, que abarca ya más de cincuenta años y se extien-
de a cuatro áreas fundamentales de creación: poesía,
narrativa –cuento, nouvelle y novela–, divulgación
cultural –crítica literaria, periodismo, labor editorial,
2
«Pasamos por el mundo sin darnos cuenta, /sin verlo,
/como si no estuviera allí o no fuéramos parte/ infinitesimal de
todo esto./ (…) Por esa misma causa nos reímos del arte/ que
no es a fin de cuentas sino atención enfocada». «Las ostras», en
Tarde o temprano. Poemas 1958-2000. México, FCE, 2000, p.
435. Citaré los textos no incluidos en la presente antología a
partir de esta edición.
3
En «Las palabras de Buda» leemos: «Todo el mundo está
en llamas. / Lo visible/ arde y el ojo en llamas lo interroga»
(147).
10
investigación histórica– y otras formas literarias: tea-
tro –aparecido tempranamente en algunas revistas–,
guiones de cine, adaptaciones para la escena de otros
autores, traducciones y, por fin, versiones libres de
otros textos, a las que ha denominado certeramente
«aproximaciones».
Pero, a pesar de esta abundante producción en
otros géneros, su vida siempre ha estado marcada por
la poesía, labor constante a lo largo de los años
–entre la aparición de cada uno de sus títulos suelen
mediar de tres a cinco años–4 y en la que ha cosecha-
do galardones tan prestigiosos como los siguientes:
Premio José Asunción Silva a El silencio de la luna
como mejor libro de poemas en español publicado
entre 1990 y 1995; Premio Iberoamericano de Letras
José Donoso (2001); Premio Internacional Octavio
Paz de Poesía y Ensayo (2003); Premio de Poesía
Iberoamericana Ramón López Velarde (2003); Pre-
mio Internacional Alfonso Reyes (2004); Premio
Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2004) o,
finalmente, el Premio Internacional de Poesía Ciu-
dad de Granada-Federico García Lorca (2005).
Su obra lírica se encuentra integrada hasta el
momento por catorce volúmenes, que abarcan de
1963 a 2009: Los elementos de la noche (1963), El
reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el
tiempo (1969), Irás y no volverás (1973), Islas a la
4
Quizás sorprenda el lapso de nueve años transcurrido
entre la aparición de Siglo pasado (desenlace) (2000) y Como la
lluvia y La edad de las tinieblas, publicados hace escasos meses.
Este hecho se explica porque Como la lluvia se encuentra consti-
tuido por cinco secuencias extensas –que podrían constituirse
en poemarios ellas mismas–, y porque se han publicado en el
mismo año dos libros del autor, con lo que se mantiene la regu-
laridad de su producción.
11
deriva (1976), Desde entonces (1980), Los trabajos del
mar (1983), Miro la tierra (1986), Ciudad de la memo-
ria (1989), El silencio de la luna (1994), La arena
errante (1999), Siglo pasado (desenlace) (2000), Como
la lluvia (2009) y La edad de las tinieblas (2009).
En sus páginas se han ido integrando algunos
títulos –Al margen, Prosa de la calavera, Jardín de
niños– publicados originalmente por separado, y
ellos mismos han pasado a formar parte de las sucesi-
vas ediciones de Tarde o temprano, que en su primera
aparición de 1980 abarcaba desde Los elementos de la
noche a Desde entonces e incluía al final una sección
con todas sus «Aproximaciones», y que en su segun-
da y –hasta ahora– última versión (2000), engloba
todos sus poemarios hasta Siglo pasado (desenlace),
pero omite las traducciones.
Todo ello da fe de un hecho incuestionable: los
poemarios no constituyen para Pacheco las mónadas
de significación de su literatura. Así lo señala en el
prólogo a la primera edición de Tarde o temprano:
5
Tarde o temprano. México, FCE, 1980, p. 11.
12
atentos al hic et nunc, que no desdeñan el lenguaje
conversacional ni la ironía para ofrecer una imagen
de nuestra existencia tan lúcida como desesperanza-
da. En esta situación, sólo algunos luminosos instan-
tes de contemplación –de la belleza, del arte, de la
naturaleza– salvan al sujeto poético, momentos plas-
mados por Pacheco en poemas intensamente líricos
y exponentes preclaros de su amor a la vida, siempre
fugitiva pero, por ello, especialmente valiosa.
Como ya señalara el recientemente fallecido
Mario Benedetti, quien tanto admirara al mexicano
y que, en su propio discurso de recepción del VIII
Premio Reina Sofía, lo señaló como ejemplo de poeta
total:
6
«La poesía abierta de José Emilio Pacheco», en La hogue-
ra y el viento: José Emilio Pacheco ante la crítica. México, ERA,
1993, pp. 126-133 (126).
7
«La postulación de la realidad», en Obras completas I.
Buenos Aires, Emecé, 1989, pp. 217-221.
13
más que en su valor como creador individual. En
este sentido, en la línea de escritores admirados
como Lautréamont, Valéry, Antonio Machado,
Eliot, Paz, Juan Ramón Jiménez o el mismo Borges,
rechaza la idea de genialidad y la concepción de obra
perfecta –en el sentido de acabada–, manteniendo
sus textos en un proceso de continua revisión.
Pocos autores pues más dispuestos a investigar
otras formas de expresión. Asumiendo que «ya está
todo dicho», en sus creaciones bebe de las más diver-
sas corrientes líricas –del Modernismo a la poesía
oriental, del Barroco hispánico a la New Poetry nor-
teamericana–, rinde homenaje a incuestionables
maestros de la literatura –Quevedo, Eliot, Borges,
Paz– y, por lo mismo, escribe como quien traduce y, a
la inversa, traduce creando.
Noé Jitrik lo muestra como es; un poeta que aúna
creación y pensamiento, heredero de una literatura
conformada por imágenes imperecederas:
8
«La escritura y su secreto, rememoraciones Pacheco
2004», en Pol Popovic y Fidel Chávez (coords.): José Emilio Pache-
co. Perspectivas críticas. México, Siglo XXI, 2006, pp. 71-83 (83).
14
quismos, al que le cabe el privilegio de haber sido
calificado con adjetivos tan contradictorios como
certeros –culturalista, imaginista, coloquial, neosim-
bolista, minimalista– por su concepción de la litera-
tura como arte total.
VIDA Y LITERATURA
Al describir la trayectoria biobibliográfica de
José Emilio Pacheco soy consciente de violar una
de las reglas básicas de su poética: «No conocer al
autor, y sí su obra». Sin embargo, a pesar de su reco-
nocido afán por permanecer en el anonimato, resul-
ta enriquecedor indagar en las circunstancias que
rodearon la génesis de una escritura raramente ajena
a lo que sucede a su alrededor.
Comienzo así por su nacimiento en 1939, sin
duda el año más trágico del siglo XX y muy significa-
tivo para entender la desesperanza que permea el
pensamiento del autor. Sus primeros años transcu-
rrieron en la calle Guanajuato 183 de la conocida
Colonia Roma, lugar que ya no existe como conse-
cuencia del devastador terremoto que asoló la ciu-
dad de México en 1985. Pacheco creció en una
ciudad aún tranquila donde existían ríos y se podían
ver los volcanes, marcado por un ambiente social de
clase media que supo plasmar perfectamente en su
magistral novela corta Las batallas del desierto
(1981).
Por parte de madre, procedía de una familia de
empresarios conservadores y católicos en la que des-
tacaba la abuela, que estimuló su fantasía y constitu-
yó –según él mismo ha reconocido en repetidas oca-
siones– su más reconocida influencia literaria.
15
José Emilio Pacheco a los cuatro años de edad
16
Aunque la familia no era especialmente culta, se
respetaban ciertos valores artísticos. Como comenta
Pacheco en entrevista con Luis García Montero:
9
«Entrevista con José Emilio Pacheco», La Estafeta del
Viento, 2.ª época, 04/03/2009. Edición digital. Sin paginación.
En <http://www.laestafetadelviento.es/conversaciones/con-
jose-emilio-pacheco> (Bajado el 17/08/2009).
17
Enrique Moreno de Tagle le enseñó a leer, entre
otros autores, a Borges y a Alfonso Reyes. Además,
muy pronto entabló amistad con Juan José Arreola,
quien le dictó su magnífico Bestiario y que, a pesar de
su reconocida exigencia, nunca vio necesario corre-
gir una línea a su joven amanuense.
A la influencia de Arreola –a quien aún no cono-
cía pero había leído– se debe, sin duda, el primer
cuento publicado por Pacheco, titulado «Tríptico
del gato» (1957) y a medio camino entre la narra-
ción, el ensayo y la disquisición naturalista. Asimis-
mo, fue Arreola el responsable de la publicación de
su primer libro, el volumen de cuentos de clara
impronta borgesiana La sangre de Medusa (1958).
En esta etapa, el joven José Emilio da a leer sus
textos a otros escritores consagrados como Octavio
Paz, Rosario Castellanos, Emilio Carballido, Carlos
Fuentes, Juan García Ponce, Luisa Josefina Hernández
18
o Juan Rulfo, quienes siempre lo trataron, según él
mismo declara, con generosidad y paciencia, la
misma que él mostraría más adelante con los más
jóvenes.
Se trata de un momento de indecisión sobre el
futuro, en el que el aprendiz de escritor se interesa
por el teatro –buena prueba de ello son las piezas en
un acto «La reina» (1958) y «El pasado lo guardan
las arañas» (1960), aparecidas en revistas de la
época– y emprende diferentes carreras. Así, abando-
na Derecho a los 19 años por considerar que enseña-
ba a engañar a los pobres. Posteriormente, se inscri-
be en Filosofía en la UNAM, donde cursaría
estudios hasta 1964. Sin embargo, admite ante Elena
Poniatowska que, en este momento, obtuvo su ver-
dadera preparación fuera de las aulas: «Los suple-
mentos de Fernando [Benítez] y la Revista de la Uni-
versidad fueron mis verdaderas facultades de letras y
mis talleres literarios»10.
Así, el estudiante alternaba las más diversas lec-
turas con los paseos por la ciudad de México
–muchas veces junto a sus amigos Carlos Monsiváis
y Sergio Pitol– y una incansable actividad cultural
de la que dan idea las siguientes ocupaciones: editor
del programa de radio de la UNAM Entre libros;
director de la Biblioteca del Estudiante Universita-
rio; redactor del noticiero cultural Cine-Verdad, que
se proyectaba en las salas durante la década de los
sesenta y que, junto a su elaboración de guiones
–algunos ganadores de importantes premios– y su
colaboración con directores como Arturo Ripstein,
dan idea de su interés por el séptimo arte; coordina-
dor con Monsiváis del suplemento juvenil de Esta-
10
Elena Poniatowska: «José Emilio Pacheco: naufragio en el
desierto», La Jornada Semanal, 19 de agosto de 1990, pp. 35-46 (44).
19
ciones (1957-58); secretario de redacción de México
en la Cultura (Novedades) en 1961, secretario de
redacción de La cultura en México (Siempre) de 1962
a 1971 –exceptuando 1968, año en que el puesto fue
ocupado por Monsiváis– y, finalmente, colaborador
de la Revista de la Universidad de México, donde llegó
a ser secretario de redacción y en la que contó con su
primera sección literaria.
Con ella inaugura una serie de columnas semana-
les –«El minutero», «Calendario»– que culminarían
en la justamente reconocida «Inventario» –actual-
mente con más de setecientas entradas–, comenzada
en 1960, continuada en el Excelsior de Julio Scherer
de 1973 a 1976, y aparecida en la revista Proceso
desde 1976. En ella, así como en sus otras colabora-
ciones periodísticas –en Novedades, Revista Mexicana
de Literatura, Diálogos, El Heraldo de México, Plural,
Vuelta, Letras Libres, La Cultura en México o Siem-
pre!– investigará aspectos desconocidos de la vida
20
cultural mexicana en los siglos XIX y XX, dará a cono-
cer autores olvidados y establecerá puentes entre
diversas literaturas. Ya en este periodo adopta como
divisas de su escritura el rigor intelectual, la erudi-
ción y la modestia, hecho que lo ha llevado a firmar
algunos de sus trabajos con iniciales o seudónimos
(entre otros, Daniel López Laguna, Juan Pérez Pine-
da o Ricardo Ledesma).
Conocemos así una de las profesiones que elegiría
como modus vivendi, y que desde entonces ha alternado
con la investigación –en el Instituto Nacional de
Antropología e Historia– y la docencia –en la Casa del
Lago y el Centro Universitario de Teatro de la
UNAM– y, como profesor visitante, en diversas uni-
versidades de Estados Unidos, Canadá y el Reino
Unido. De hecho, ha llegado a obtener el título más
alto de la Academia norteamericana: Distinguished Pro-
fesor Emeritus, otorgado por la Universidad de Mary-
land.
Gracias a estas ocupaciones pudo cumplir lo que
Carlos Monsiváis pedía para su generación: «El
escritor debe, primordialmente, escribir, profesiona-
lizarse por entero. La imagen del escritor burócrata o
político empieza a desvanecerse»11. De ahí, asimis-
mo, su alergia a intimar con el poder, lo que le ha
proporcionado una incuestionable independencia
política.
Estos años de intensa vida cultural lo llevarán a
establecer lazos con lo más granado de la intelligentsia de
su tiempo. Así, alrededor de La Cultura en México se
reunieron Eduardo Lizalde, José Carlos Becerra,
Gabriel Zaid, Emmanuel Carballo, Juan García Ponce,
11
La poesía mexicana del siglo XX. México, Empresas Edito-
riales, 1966, p. 68.
21
Juan Vicente Melo, Huberto Batis, Elena Poniatowska
y Carlos Monsiváis, que compartía con Pacheco el
cargo de Jefe de Redacción del suplemento. Algunos de
ellos conformaron la «Mafia» que dio título a la novela
homónima de Luis Guillermo Piazza (1967), donde se
les tildó de jóvenes presuntuosos, extranjerizantes y sig-
nados por las relaciones de nepotismo. Quizás el escri-
tor argentino no supo ver el propósito de esta
generación, voluntariamente alejada de los tipicismos
vernaculares imperantes en la vida mexicana desde los
años treinta, y que se reconocía más cercana a los pos-
tulados de la cosmopolita generación de los Contem-
poráneos que a las carismáticas figuras del muralismo.
Como señala José Joaquín Blanco en relación a estos
años:
12
Crónica de la poesía mexicana. México, Posada, 1987, pp.
245-247 (246).
22
tañas de Guerrero– , y a sus consiguientes periodos
de represión. Por si esto fuera poco, el triunfo de la
Revolución cubana actuó como un revulsivo sobre
las conciencias de los jóvenes. El mismo Pacheco
destaca este hecho:
13
Pacheco, José Emilio: «Sin título», en Los narradores ante el
público. Vol. 1. México, Joaquín Mortiz, 1966, pp. 241-263 (251).
14
«La poesía de José Emilio Pacheco», en La hoguera y el
viento: José Emilio Pacheco ante la crítica, op. cit., pp. 15-20 (15)
[1963].
23
cia de Octavio Paz, aparecen en él algunas imágenes
de viso surrealista, desechadas a partir de No me pre-
guntes cómo pasa el tiempo. La impronta de algunos
poetas mayores –Luis Cernuda, Pedro Salinas, Bor-
ges, Xavier Villaurrutia, el mismo Paz– se aprecia en
textos voluntariamente herméticos y ajenos a la
anécdota, signados por una actitud filosófica contra-
ria a la exaltación –quizás su mayor diferencia con el
Nobel mexicano–, lo que los llevó a ser tachados de
fríos. Así, en una –por otra parte elogiosa– reseña
sobre estas composiciones, Rosario Castellanos
apuntará: «Sólo falta que el tiempo le enseñe a abrir
las puertas a dos elementos para los cuales permane-
cen todavía cerradas: la fuerza emotiva, el calor»15.
La secuencia que abre el libro, titulada significa-
tivamente «Primera condición», nos pone en con-
tacto con un mundo en el que reinan los cuatro ele-
mentos establecidos por los filósofos presocráticos
(agua, aire, tierra, fuego), signado por el fracaso de
los valores permanentes. Parménides se ve así venci-
do por Heráclito y su doctrina del «panta rei» o, lo
que es lo mismo, «todo fluye». En esta situación, las
tensiones entre los opuestos crean la única estabili-
dad posible. Este hecho se encuentra representado
por el principio de discordia concors y, en literatura,
por la paradoja, figura a la que tan afecta se mostrará
la poesía de Pacheco y que aquí ya se aprecia, por
ejemplo, en el verso «navegación inmóvil de la savia»
(129)16.
15
«Dos notas sobre José Emilio Pacheco», en La hoguera y el
viento: José Emilio Pacheco ante la crítica, op. cit., pp. 35-38 (36)
[1961].
16
La cursiva es mía.
24
La poética del estrago se hace evidente en el
texto que da título al libro, donde algunos términos
–luego constantes de su literatura– reflejan el dete-
rioro producido por el paso del tiempo:
17
La cursiva es mía.
18
«El reposo del fuego», en Leer poesía. México, Océano,
1999, pp. 168-170 (168) [1972].
25
noche/ en que desaparecen los pueblos de su lugar»
(136)– para dar cuenta del desastre de nuestro tiempo.
El fuego, símbolo heracliteano por excelencia y prota-
gonista del poemario, se prefigura como elemento de
destrucción y dador de vida, sorprendentemente
inamovible frente al agua que corre.
A través de una expresión concentrada y en la
que la visión ocupa un lugar esencial, se repiten las
paradojas y los oxímora desde su magnífico título,
hecho que confiere una base barroca a numerosas
imágenes. De ahí que, en el texto, resulten funda-
mentales binarismos como los establecidos entre cre-
ación y destrucción, agua y fuego, agua y aceite,
pureza y contaminación, vida y muerte, transforma-
ción y permanencia o, finalmente, movimiento y
quietud. El juego tipográfico con los versos, que vol-
verá a hacerse relevante en Islas a la deriva, contribu-
ye a reflejar la incapacidad de expresión de un sujeto
poético que se sabe fracasado de antemano.
La conciencia de que se hace necesario actuar
nos hace leer, así, versos como los siguientes: «No
humillación ni llanto: rebeldía,/ insumiso clamor.
Toma la antorcha./ Prende fuego al desastre» (138).
En otra ocasión, asistimos a la repetición del estribi-
llo «Hay que darse valor para hacer esto», pregunta
sobre la función de la literatura en tiempos de crisis
que Pacheco hará extensiva a su novela Morirás lejos
(1967)19; sin embargo, a pesar de los momentos de
angustia, prevalece la defensa de la palabra frente al
silencio: «Hay que darse valor para hacer esto:/ escri-
19
Con ello asume una actitud común a los autores de su
generación pues, como señala Juan Gustavo Cobo Borda, en los
años sesenta «la poesía se sentía inferior frente a una idealizada
acción política». En Antología de la poesía hispanoamericana.
México, FCE, 1985, p. 48.
26
bir cuando rondan las paredes/ uñas airadas, anima-
les ciegos./ No es posible callar, comer silencio…»
(146).
Ante esta situación, el hablante manifiesta repe-
tidamente un profundo desacuerdo con lo que escri-
be: «Y no es esto/ lo que intento decir./ Es otra cosa»
(142). Con ello, parece anticiparse a la crítica de Paz
que, en el prólogo a Poesía en movimiento, avisó con
cierta ligereza del peligro de estancamiento que
corría la obra del joven poeta –comparada con la
claridad quieta de un lago– y al que aconsejó rom-
per sus propios límites20.
Con No me preguntes cómo pasa el tiempo, uno de
sus libros mayores, Pacheco logra una expresión
nueva. A medio camino entre prosa y poesía y
voluntariamente cercana al lector –como revela el
uso frecuente del «tú»–, en ella cobra especial rele-
vancia la ironía, de lo que da fe el irreverente título
del volumen.
Comienza así un segundo periodo en su trayecto-
ria poética que abarcará catorce años –hasta la publi-
cación de Los trabajos del mar (1983)–, en el que des-
tacará la atención a lo que ocurre a su alrededor. Así
se aprecia en las primeras secciones del libro, titula-
das «En estas circunstancias» y «Mira cómo son las
cosas». Los asuntos tratados en varios poemas dan
cuenta de su atención al «aquí y ahora»: Vietnam, el
Che Guevara, el colonialismo y, sobre todo, la
matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco por
parte de tropas gubernamentales, ocurrida el 2 de
octubre de 1968 y que abriría una dolorosa llaga en
la conciencia de los mexicanos.
20
Poesía en movimiento (1915-1966). Octavio Paz et al.
(eds.). México, Lecturas Mexicanas, 1966, p. 12.
27
Pacheco se muestra así como buen hijo de su tiem-
po, perteneciente a la generación que adoptó el neo-
rrealismo como tónica literaria dominante –él mismo
define el lenguaje de sus coetáneos como «realismo
coloquial»21– y en cuyas filas se integra-rían, en el
caso de México, autores como Rosario Castellanos,
Rubén Bonifaz Nuño –con el decisivo Los demonios y
los días (1956)–, Eduardo Lizalde, Jaime Sabines,
Gabriel Zaid o José Carlos Becerra, mientras en el
resto de Hispanoamérica lo harían otros reconocidos
nombres como Ernesto Cardenal –no en vano, un
epígrafe del nicaragüense abre No me preguntes cómo
pasa el tiempo–, Mario Benedetti, Roberto Fernández
Retamar o el mismo Nicanor Parra.
En relación a lo que acabo de señalar, no debe
sorprender la inclusión de Parra en la lista, pues
Pacheco siempre ha destacado las afinidades entre
poesía conversacional y antipoesía aunque, como él
mismo ha señalado repetidamente, nunca haya prac-
ticado la segunda. Como señala Norma Klahn:
Reconocía que ambas designaciones comprendían
un espacio común, significativo de una ruptura
con la tradición poética anterior. La antipoesía
anuncia otra posibilidad de la poesía, poesía con-
testataria que propone una alternativa a la poesía
en vigencia. El término coloquial o conversacional
apunta más bien a la técnica o estética de esta
nueva tendencia22.
21
En el interesante artículo de Samuel Gordon «Los poetas
ya no cantan, ahora hablan: Aproximaciones a la poesía de José
Emilio Pacheco», Revista Iberoamericana 150 (1990), pp. 255-
266 (264).
22
«Jaime Sabines y la retórica de la poesía conversacional»,
en Norma Klahn y Jesse Fernández (eds.): Lugar de encuentro. Ensa-
yos críticos sobre poesía mexicana actual. México, Catún, 1987, pp.
91-102 (92).
28
Así se explica también por qué Daniel Torres defi-
nió la escritura de Pacheco, de forma ciertamente
arriesgada, como «antipoesía conversacional latinoa-
mericana»23.
En «Notas sobre la otra vanguardia», el mismo
autor rastrea el origen de esta nueva manera de
entender la poesía:
Junto a la vanguardia que encuentra su punto de
partida en la pluralidad de «ismos» europeos, apa-
rece en la poesía hispanoamericana otra corriente:
casi medio siglo después será reconocida como
vanguardia y llamada «antipoesía» y «poesía con-
versacional», dos cosas afines, aunque no idénti-
cas. Esta corriente, realista y no surrealista, se ori-
gina en la New Poetry norteamericana24.
23
En José Emilio Pacheco: poesía y poética del prosaísmo.
Madrid, Pliegos, 1990, p. 13.
24
«Notas sobre la otra vanguardia», Revista Iberoamericana
106-107 (1979), pp. 327-334 (327).
25
José Emilio Pacheco, op. cit., p. 38.
29
Este conocido alegato en defensa de la «apertura
mental» parece contestar avant la lettre a las críticas
que generó su nueva forma de escribir. Así, si Rodol-
fo Mata Sandoval lo acusó de ir «dejando de lado la
magia y el misterio del lenguaje»26, Hugo Rodríguez
Alcalá echó de menos en su nueva obra «la galvani-
zación propia de la expresión poética», tachando asi-
mismo a su autor –en una época que, obviamente,
aún no reconocía el valor de los juegos intertextua-
les– de demasiado amigo de citas y lugares comu-
nes 27. Estas apreciaciones serían contestadas por
Gabriel Zaid, generando una polémica que duró dos
años –1976 a 1978– y que aún hoy puede rastrearse
en la revista Hispamérica. Y es que, como ya apunta-
ra Pacheco y luego señalara Zaid, estos ataques pro-
cedían de la ignorancia:
26
«Los trabajos del mar de José Emilio Pacheco», México en
el arte 10 (1985), pp. 86-87.
27
«Sobre la poesía última de José Emilio Pacheco», Hispa-
mérica 15 (1976), pp. 57-70.
28
«El problema de la poesía que sí se entiende», en Leer
poesía. México, Océano, 1999, pp. 171-177 (176) [1977].
30
concesión del mismo, el jurado destacó la cohesión
existente entre las seis secciones que lo componían,
entre las que sobresalen «Los animales saben»
–comienzo de sus reflexiones con base zoológica– y
«Cancionero apócrifo», que reúne las composicio-
nes de Julián Fernández y Fernando Tejada, sus dos
primeros heterónimos. Así, a pesar de su evidente
eclecticismo –poemas en forma de cartas, postales,
centones, «aproximaciones», fábulas, bestiarios–, el
volumen presenta una visión del mundo unitaria. La
observación de cuanto rodea al sujeto poético –ciuda-
des, cuadros, animales, fenómenos naturales, hechos
históricos– cobra especial relevancia en un momento
en el que, como señala Julián Hernández: «Tenemos
una sola cosa que describir: / este mundo» (167).
Paso ya a comentar la andadura literaria de nues-
tro autor en los años setenta, década en la que conti-
núa sus viajes, obtiene importantes becas –Guggen-
heim (1970), Centro Mexicano de Escritores
(1970-1971)–, publica el libro de cuentos El principio
del placer (1972) y colabora como guionista en dis-
tintos proyectos cinematográficos29.
En la vertiente lírica, Irás y no volverás continúa
la línea emprendida por No me preguntes cómo pasa el
tiempo: mantiene una sección de epigramas, otra de
«aproximaciones», poemas con animales como pro-
tagonistas y frecuentes reflexiones sobre el quehacer
literario. Así se aprecia en «Considerando en frío,
imparcialmente», sección que homenajea en su títu-
lo el gran poema solidario de César Vallejo y donde
Pacheco incluye «A quien pueda interesar»:
29
Es el caso de El castillo de la pureza (1973), Foxtrot (1974)
y El santo oficio (1976), con Arturo Ripstein, o de sus adapta-
ciones de El obsceno pájaro de la noche y Los cachorros.
31
Otros hagan aún el gran poema,
los libros unitarios, las rotundas
obras que sean espejo de armonía.
A mí sólo me importa el testimonio
del momento inasible, las palabras
que dicta en su fluir el tiempo en vuelo.
La poesía anhelada es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida (189).
32
lio». En este poema de estructura binaria la inicial
escena bucólica, a tono con el título de la composición
–una pareja, al inicio de la primavera, olvida los horro-
res del mundo en plena naturaleza– da paso a una
horrible decepción cuando, tras sentir el olor de la
muerte, los enamorados descubren la verdad: «En
nuestra incauta dicha merodeábamos/ una fábrica atroz
en que elaboran/ defoliador y gas paralizante» (172).
Llegamos así a la publicación de Islas a la deriva,
libro que alberga una reflexión metapoética desde su
título –tomado del guatemalteco Luis Cardoza y
Aragón– y que Carmen Alemany explica como
reconocimiento de la falibilidad de la poesía: «Las
composiciones –entiéndase la poesía– al ir a la deri-
va pierden todo destino, pueden destruirse o desapa-
recer, y no pueden evitar el naufragio; en otras pala-
bras, nadie las gobierna»30.
El interés por el otro –individuo, animal, planta,
objeto– se hace cada vez más manifiesto. Así, «Espe-
cies en peligro (y otras víctimas)» deja claro que los
seres humanos no somos, como nos gusta pensar,
los reyes de la creación. De hecho, para evitar la ten-
tación antropocéntrica, el poeta recurre en más de
una ocasión a «La mirada del otro», título de un
reciente poema donde un pez reflexiona sobre la
absurda naturaleza humana (299). En esta misma
línea, comienzan a ser frecuentes los títulos donde el
ser humano no observa sino que es mirado, provo-
cando este hecho una clara inversión de los roles
establecidos. Es el caso de «Despertar» –«Abre los
ojos el jardín: me mira» (201); de «Piedra» –«nos
30
«El poeta como isla: Islas a la deriva de José Emilio Pache-
co», en Residencia en la poesía: Poetas latinoamericanos del siglo XX.
Alicante, Universidad de Alicante, 2006, pp. 213-230 (222). La
expresión podría aludir, asimismo, a otro tema recurrente en la
obra de Pacheco: la imposible originalidad en literatura, que
lleva a unos poemas a «derivar» necesariamente de otros.
33
mira con su cuerpo todo de ojos» (206)–, o del texto
de Issa Kobayashi al que se «aproxima» en Bajo la luz
del haikú, y que da fe de la cercanía existente entre
sus versiones y su propia creación: «Nos vemos a los
ojos/ la rana y yo,/ asombrados»31.
Desde entonces, publicado por el escritor a los cua-
renta años de edad, es un poemario marcado por la
revisión crítica –de su obra, de las ilusiones de
juventud, del pasado– y el desencanto ante los valo-
res perdidos. En este proceso de ajuste de cuentas, no
sorprende que una de las secciones de este poemario
se llame «Fin de siglo». Este momento de crisis,
cuando las ilusiones de los sesenta se encuentran
prácticamente extinguidas y la mayoría de los anti-
guos jóvenes contestatarios se han integrado en el
sistema gracias a becas o cargos en el gobierno,
explica la redacción de poemas como «Desde enton-
ces» (222), «En resumidas cuentas» (217), y del
conocido dístico «Antiguos compañeros se reúnen»:
«Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a
los veinte años» (219).
Así, va ganando terreno en su poesía el escepti-
cismo y la decepción ante un mundo sin ideales, en
el que el sujeto poético, con frecuencia, se identifica
con los marginales –enfermos, mendigos, freaks- de
todo tipo. Es el caso de «A las puertas del metro»,
retrato de un «niño de la calle» tan teñido de com-
pasión y ternura por el protagonista como cargado de
rabia porque éste nunca podrá salir de la miseria. No
me resisto a transcribir el comienzo, cargado de refe-
rencias publicitarias y donde el muchacho es iróni-
camente comparado a los desechos de nuestra preten-
dida civilización:
31
Bajo la luz del haikú. México, Breve Fondo Editorial,
1998, p. 163.
34
Con el cerebro destruido por las inhalaciones de
«cemento», se halla a las puertas del Metro, tirado
como lata de cerveza o envoltura de plástico. Cantu-
rrea algo semejante al rock. Lleva una camiseta hara-
pienta con la inscripción Have a Pepsi, yins a tal
punto raídos que algunos pagarían fortunas por exhi-
birse con ellos en sitios elegantes. (…). Antes lo
hubieran fulminado con la palabra indio. Ahora tie-
nen una solución de recambio: el término naco (223).
32
José Emilio Pacheco, op. cit., p. 65.
35
más: mi primer libro, que he tardado veinte años
en escribir33.
33
Tarde o temprano, op. cit., p. 11.
34
Resulta interesante comprobar cómo este poema, que en
la edición de Tarde o temprano de 1980 ha sido pretendidamente
traducido por el heterónimo Julián Hernández, en el año 2000
aparecerá versionado al español por Pacheco.
36
ción de Miro la tierra, titulada significativamente
«Las ruinas de México (elegía del retorno)», refleja
el terrible shock que le produjo volver a la ciudad tras
el seísmo. Cargada de empatía y teñida de profunda
compasión hacia las víctimas –en este momento
resultaba imposible asumir estrategias defensivas
como la ironía–, la expresión del dolor en sus pági-
nas sólo se ve mitigada en la segunda parte de
«Lamentaciones y alabanzas», donde la defensa de la
vida y sus momentos de plenitud se hace especial-
mente relevante.
Esta tónica es continuada en Ciudad de la memoria,
primer poemario de Pacheco no dividido en secciones
–le seguirán, en este sentido, Siglo pasado (desenlace)
y La Edad de las tinieblas–, en el que predomina el
tono elegíaco por lo perdido y la desesperanza por la
cadena cíclica de errores a que nos encadena la ton-
tería humana. Sin embargo, se defiende el momento
de plenitud en poemas como «Cerámica de Coli-
ma», bellísimo canto a la eternidad del orgasmo.
Ha llegado la hora de abordar El silencio de la
luna, que ganó el premio José Asunción Silva al
mejor libro de poesía publicado en español de 1990 a
1995 y uno de los mejores poemarios de Pacheco. En
él, los temas del poder y la destrucción salvaje de
nuestro mundo se hacen esenciales. «Ley de extran-
jería» repasa la situación de diferentes pueblos –Asi-
ria, Tebas, Roma, Grecia, España–, denunciando
cómo la brutalidad se encuentra en la base de las
relaciones humanas. Por su parte, «Circo de noche»
recurre a la alegoría para ofrecer una desoladora ima-
gen de la Humanidad. Así, los personajes del circo
son fácilmente identificables con figuras de nuestro
entorno entre las que, aunque mande el tirano
–domador–, predominan las víctimas –el contorsio-
nista, el niño lobo, los payasos o los enanos.
37
El silencio de la luna sorprende, por último, porque
Pacheco comienza a experimentar con las posibilida-
des del lenguaje. Así se aprecia en una serie de poe-
mas que Edgar O’Hara ha denominado «golosinas
fonéticas», porque responden a la iniciativa de «ele-
gir una palabra del diccionario y crearle una historia
por el simple placer de su sonido»35. Es el caso de
«Adán al revés es nada» (260), cuya línea es conti-
nuada en La arena errante por las prosas «O» (283) y
«No» (285) y, en Siglo pasado (desenlace), por
«Defensa de la ñ» (291); en el plano semántico, este
fenómeno se repite en «El uso de las palabras»
(262), seguido en La arena errante por «El fornica-
dor» (280).
La cohesión entre los poemarios es cada vez
mayor. Así, La arena errante recurre desde su título a
la alegoría para reflejar la fugacidad de nuestra exis-
tencia. Quizás lo más llamativo de este volumen sea
el gran número de textos dedicados a los amigos
recientemente desaparecidos, con lo que la elegía y
el epitafio cobran una especial importancia en él.
Asimismo, Pacheco continúa su defensa de la otre-
dad en poemas tan hermosos como «Ulan Bator»
(287), cuyo protagonista padece el síndrome de
Down, y que tendrá su complemento en «Tierra
incógnita» (300), aparecido recientemente en Como
la lluvia y donde se reflejan los estragos que produce
la enfermedad de Alzheimer.
La publicación en el año 2000 de Siglo pasado
(desenlace) explica en cierto modo la aprensión mile-
narista que tiñe el libro. Como ya ocurriera veinte
años antes con el fin de la utopía, el comienzo de un
35
«La golosina fonética», Perenquén 3 (2003), pp. 27-31
(27).
38
nuevo milenio se constituye en momento clave para
revisar los logros y fracasos de la Humanidad y del
poeta en el pasado, hecho que lleva a que este año,
asimismo, viera la luz la segunda edición de Tarde o
temprano. La idea de catástrofe inminente se aprecia
en títulos alegóricos como «Comerse el mundo»,
donde las termitas devoran Nueva Orleans de la
misma manera que los hombres saquean el planeta
(295). Ante esta desoladora situación, unos cuantos
poemas breves defienden la vida en sus formas más
altas, entre las que se encuentra la creación –«Poe-
sía» (292)– y el encuentro con el «otro» –«Poema de
amor con una línea de Hemingway» (293).
Por último, Como la lluvia y La edad de las tinie-
blas, aparecidos este año en la editoria ERA para ale-
gría de sus seguidores, mantienen las constantes
temáticas del autor –reflexión sobre el tiempo, el
poder, la futilidad de las emociones humanas– en
poemas que insisten en una hermosa paradoja: sólo
lo frágil perdura. Como la lluvia cuenta con cinco
secciones que alternan el poema dramático –«Los
personajes del drama»–, con el comentario meta-
poético –«Digo» (303), «Budín de pan» (308)–,
la visión intensamente lírica –«Nubes» (319)– o la
meditación sobre la precariedad de nuestras existen-
cias –«Como la lluvia», magnífico poema que da
título al volumen (307).
Por su parte, La edad de las tinieblas –que recibió
su nombre tras una votación popular, y que podría
haberse llamado también, entre otros sugerentes
títulos, «El arte del estrago»–, reúne cincuenta poe-
mas en prosa que repasan los vicios inherentes a la
condición humana –soberbia, envidia, prepotencia,
deseos de gloria– y subrayan cómo éstos finalmente
quedan reducidos a nada. Frente a ellos, se celebran
aquellos momentos de la existencia que demuestran
39
por qué merece la pena haber nacido. Así, quiero
acabar mi repaso transcribiendo «La plegaria del
alba», último texto publicado por Pacheco hasta el
momento y prueba irrefutable de la ambivalente
actitud con la que el poeta contempla nuestro
mundo:
TEMAS Y TÉCNICAS
Una vez conocidos los hitos que marcan la tra-
yectoria lírica de nuestro autor, pasemos a analizar
las claves temáticas y estrategias retóricas que defi-
nen su escritura. Para ello, he dividido mi exposición
en tres secciones fundamentales, cada una integrada
por cinco apartados, y cuyo contenido detallo a con-
tinuación:
–«Tiempos» destacará la decisiva impronta de
Heráclito en la poética del mexicano y, por consi-
guiente, la importancia que adquiere el instante en la
misma; a continuación, atendiendo al reconocido
pesimismo de muchos de sus poemas, se discutirá si es
la suya una obra de visos apocalípticos o catastrofistas,
40
para terminar destacando el papel esencial que juegan
en sus textos la memoria y la revisión del pasado.
–«Espacios» atenderá, en principio, a las múlti-
ples significaciones que detenta la ciudad de México
en su literatura. Incidiremos a continuación en la
importancia de un ámbito específico –el del «otro»
frente al «yo», espacio ocupado, muy frecuentemen-
te, por animales–, así como en el papel jugado por
los viajes en su concepción de la realidad. Por últi-
mo, nos detendremos en el espacio de la escritura,
sin duda el más transitado en sus reflexiones, y con-
siderado, de forma ambivalente, como salvación y
fracaso.
–«Técnicas» nos acercará a las principales estra-
tegias retóricas utilizadas por el poeta, caracterizadas
por su común voluntad de distanciamiento y que
logran que su poesía posea un marcado carácter anti-
confesional. Así se aprecia en el frecuente uso de la
alegoría, las máscaras, los juegos intertextuales y en
su particular defensa de la traducción como espacio
creativo. Del mismo modo, se recalcará la irreveren-
cia con que el autor se enfrenta a los diversos niveles
–lingüístico, prosódico, genológico– que conforman
la literatura.
Finalmente, por su especial significación, añadiré
un apéndice para destacar la importancia que
adquiere la luz en la poesía de Pacheco.
TIEMPOS
Una concepción heracliteana del tiempo
En las páginas precedentes, hemos destacado el
papel esencial que cobra la reflexión sobre el tiempo
en la poesía de José Emilio Pacheco. Así se aprecia
en el título asignado a su magna opera –Tarde o tem-
41
prano–; en el de algunos de sus poemarios –Desde
entonces, Siglo pasado (desenlace), La edad de las tinie-
blas– y, sobre todo, en numerosas secciones de sus
libros: «De algún tiempo a esta parte», «Crecimien-
to del día», «Revés de almanaque», «Antigüedades
mexicanas», «Fin de siglo», «A largo plazo», «Des-
pués», «Algún día» o «Los días que no se nombran».
El tiempo se encuentra pues en la base del
concepto de realidad albergado por el poeta, y ha
cambiado con los años desde una visión lineal del
mismo –«Nada se restituye ni devuelve/ el verdor a
la tierra calcinada./ Ni el agua en su destierro suce-
derá a la fuente/ ni los huesos del águila volverán por
las alas» (132)– a otra signada por la circularidad.
Así se aprecia, por ejemplo, en «El Ave Fénix»,
donde la criatura mitológica, después de morir,
«…entre lo deshecho se rehace./ Toma fuerzas del
caos, se teje en luz/ y amanece en la llama indestruc-
tible» (266).
Y es que Pacheco, como otros autores muy cerca-
nos a su pensamiento –Quevedo, Machado, Eliot,
Borges, Paz, Óscar Hahn– mantiene una concepción
heracliteana de la existencia, considerándola como
proceso y, por tanto, negando la posibilidad de per-
manencia. Su poética podría verse sintetizada en
unos magníficos versos de Hahn: «No nos bañamos
dos veces en el mismo río. / No entramos dos veces
en el mismo cuerpo./ No nos mojamos dos veces en
la misma muerte»36.
36
«Fragmentos de Heráclito al estrellarse contra el cielo»,
en Arte de morir (Obras selectas. Santiago de Chile, Andrés
Bello, 2003, p. 142). Jorge Emilio Strittmatter ha reflexionado
ampliamente sobre el tema en su tesis de maestría Tres poetas
42
Para Michael Doudoroff, la cercanía de nuestro
autor a los padres de la mentalidad panmediterránea
–Parménides, Empédocles y Heráclito– se explica
porque éstos escribieron en un momento en que
ciencia y poesía eran idénticas, algo muy cercano al
deseo pachequiano de elaborar una poesía crítica, en
la que la observación de la naturaleza resulte funda-
mental37.
Entre los poemas relacionados con el pensador de
Éfeso destaca «Don de Heráclito», uno de los dos
textos que recibió título en El reposo del fuego –lo que
ya subraya su importancia– y actualización del pen-
samiento del filósofo presocrático basada en la para-
doja: «Fuego es el mundo que se extingue y cambia/
para durar (fue siempre) eternamente./ Las cosas hoy
dispersas se reúnen/ y las que están más próximas se
alejan» (139). En esta situación, ni siquiera los sen-
timientos se mantienen incólumes, como destaca el
inédito «Concordancias: las personas del verbo»
(339), y apuntan estos inolvidables endecasílabos:
«Soy y no soy aquel que te ha esperado/ en el parque
desierto una mañana/ junto al río irrepetible en
donde entraba/ (y no lo hará jamás, nunca dos
veces)/ la luz de octubre rota en la espesura» (140).
El símbolo del río, capital porque da cuenta de la
permanencia –cauce– en la fugacidad –el agua que
corre en sus límites–, es muy frecuente en la poesía
43
que comentamos. Así ocurre con el Misisipi, retrata-
do en «Muelle de Nueva Orleans» para recordar el
ciclo de la existencia: «Éste es el río envolvente, éste
es el Padre/ de las Aguas y él las sepulta./ En su rueda
giran sin pausa/ el barro del principio y los desechos
letales/ que acabarán con el mundo./ Pero tal vez no
porque el Misisipi/ ha estado siempre y seguirá para
siempre» (229).
La connotación mítica ya se aprecia en la alusión
al nombre indígena del Misisipi, que no es otro que
«Padre de las Aguas». Por su parte, la idea circular
del tiempo se plantea a través de la metáfora de la
rueda fluvial, que contiene tanto el lodo primigenio
como la basura del fin. Este hecho da cuenta, asimis-
mo, de la preocupación ecológica de Pacheco, quien
lanza un mensaje a medias esperanzado al considerar
que, por mucho que el ser humano se empeñe, no
podrá destruir la naturaleza, flexible al cambio y, por
tanto, más preparada para la supervivencia que el
erróneamente denominado homo sapiens.
El instante perfecto
En nuestro recorrido por la poesía de Pacheco
hemos apuntado cómo sus poemas más positivos
celebran el instante, hecho vinculado tanto a su
carácter único –ningún segundo se repite– como a
su condición efímera. Ya lo señaló Paola Ballardin
en su ensayo José Emilio Pacheco. La poesia della spe-
ranza, donde destaca el amor a la vida profesado por
un autor convencido, por otra parte, de la imposibi-
lidad de salvar al ser humano38. El mismo Octavio
38
José Emilio Pacheco. La poesia della speranza. Roma, Bulzo-
ni, 1995, p. 111.
44
Paz apuntó tempranamente la ambivalencia de esta
escritura: «Cada poema de Pacheco es un homenaje
al No; para José Emilio el tiempo es el agente de la
destrucción universal y la historia es un paisaje en
ruinas (…). Por fortuna no siempre es así. Puesto
que todos somos dobles, una y otra vez irrumpe en
sus poemas la voz del Sí»39.
Su defensa del momento de plenitud fue señalada
por Edgar O’Hara en «Pacheco: un monumento a lo
efímero»40 y anteriormente apuntada por José María
Guelbenzu en el sugerente prólogo de Alta traición:
«No deja de ser curiosa la capacidad que este poeta
torturado por el paso del tiempo tiene de expresar los
gestos de la vida y de fijar el instante fugaz tan admi-
rablemente»41.
Esta constante de la escritura del mexicano se
encuentra muy vinculada a imágenes tan conocidas
como el «justo mediodía» de Valéry o la «tarde eter-
na» de Machado, momentos epifánicos en que todo
parece detenerse alrededor del sujeto poético, y que
se hacen eco de lo que señalara el filósofo italiano
Adriano Tilgher en su famoso apotegma de 1931:
«El arte es el tiempo dominado, condensado, univer-
salizado en la eternidad».
La asunción de la fugacidad como clave existen-
cial se hace evidente en autores admirados como
Jorge Manrique o Netzahualcóyotl, de quien traduce
los siguientes versos:
39
«Cultura y natura», en La hoguera y el viento: José Emilio
Pacheco ante la crítica, op. cit., pp. 16-17. [1983].
40
«Un monumento a lo efímero», Plural 133 (1982), pp. 15-22.
41
Alta traición: antología poética. José María Guelbenzu ed.
Madrid, Alianza, 1985, p. 9.
45
También un autor del »Sí». Pacheco en 2009
42
Tarde o temprano, 1980, op. cit., p. 300. La cursiva es mía.
46
La poesía de José Emilio Pacheco arropa la vida
con el aliento de un héroe filosófico. Héroe, por
supuesto, a pesar de sí mismo (…). Por supuesto,
no volveremos, pero mientras vamos, sigamos su
consejo: empuñemos la antorcha del fuego y pren-
damos fuego al desastre. Sólo así, mortales como
somos, dejaremos constancia de nuestra expresa
voluntad de no morir43.
43
Benedetti, op. cit., p. 133.
47
entreabrió las tinieblas
e iluminó nuestra noche
con su enemiga belleza? (267).
48
deshacen./ Su materia es la ausencia y dan la vida»
(319).
Los poemas dedicados a estas sutiles materias se
cuentan entre los más líricos de Pacheco. Como des-
taca Amelia Mondragón:
44
«Concepto y metáfora en un poema de José Emilio
Pacheco», MACLAS Latin American Essays, 1 de marzo de
2001. Publicación electrónica. Sin paginación.
45
«Ephemere Lyrik: zur poetologischen Bedeutung des Zei-
tempfindes bei José Emilio Pacheco», en Winrich Clasen und
Gertrud Lehnert Rodieck (eds.), Zeit(r)äume. Perspektiven der
Zeiterfahrung in Literatur, Theologie und Kunstgeschichte. Rhein-
bach Merzbach, CMZ Verlag, 1986, pp. 69-88.
49
omentando sobre el mismo: «Es un poema estricto,
tan integrado al libro, tan budista, si se quiere, como
los demás (…). Es más bien el reverso del libro, su
parte soterrada, esa frescura que estamos esperando
todos los que creemos en José Emilio Pacheco»46. El
propio autor, que retomará el tema en el inédito
«College Park, Maryland» (337), definirá este
poema como pausa necesaria pero insatisfactoria,
puesto que la cuestión fundamental planteada por el
volumen es el desastre de nuestro tiempo47.
Concluyo este apartado citando un poema muy
cercano en espíritu y estructura al ya citado «Con-
traelegía». «Elogio de la fugacidad» establece de
nuevo una interesante oposición entre el impulso
elegíaco y el amor al cambio que definen la poética
de Pacheco. No olvidemos, pues, su enseñanza:
«Triste que todo pase.../ Pero también qué dicha este
gran cambio perpetuo./ Si pudiéramos/ detener el
instante/ todo sería mucho más terrible» (281).
Escatología y catástrofe
Es ya momento de analizar la muy comentada
negatividad de la poesía de Pacheco. ¿Ha sido el
autor siempre un poeta del «No» en relación al futu-
ro de la Humanidad? Para contestar esta pregunta,
debemos comenzar señalando que, durante los años
sesenta, su literatura pareció verse contagiada de la
esperanza que tiñó la década. Así ocurre en el poema
titulado significativamente «1968», que en la última
edición sólo cuenta con dos versos –«Página blanca
al fin:/ todo es posible»48– pero que, en su origen, era
46
Zaid, op. cit., p. 170.
47
Hoeksema, Thomas: «Señal desde la hoguera: la poesía
de José Emilio Pacheco», En La hoguera y el viento: José Emilio
Pacheco ante la crítica, op. cit., pp. 73-99 (87) [1977].
48
Tarde o temprano, 2000, op. cit., p. 67.
50
mucho más extenso. De hecho, el texto constaba de
tres partes, entre las que transcribo la primera:
Un mundo se deshace
Nace un mundo
Las tinieblas nos cercan
Pero la luz llamea
Todo se quiebra y hunde
Y todo brilla
Ya todo se perdió
Todo se gana
No hay esperanza
Hay vida y
Todo es nuestro49.
49
Tarde o temprano, 1980, op. cit., p. 71.
50
En «La poesía de José Emilio Pacheco y la tradición
bíblica», Carmen Carrillo Juárez destaca la preeminencia del
Antiguo Testamento sobre el Nuevo en las citas del escritor
mexicano, lo que achaca al pesimismo que destilan los primeros
libros de la Biblia (en José Emilio Pacheco. Perspectivas críticas,
op. cit., pp. 193-220 (195).
51
Del mismo modo, su pensamiento puede asociar-
se al de los filósofos escépticos, a pensadores de la
negatividad como Émile Cioran, y a quienes advier-
ten del final de nuestro mundo a través de la crea-
ción de distopías. Se trata así de una literatura cerca-
na al unamuniano sentimiento trágico de la vida y
de visos claramente escatológicos. Habría que diluci-
dar entonces si Pacheco considera que se producirá
un apocalipsis tras el que comenzará un nuevo
mundo o si, por el contrario, defiende la teoría de
que nos encaminamos a la catástrofe, por lo que la
raza humana se extinguirá aunque la tierra perma-
nezca inalterable.
En la primera línea se sitúan críticos como Enri-
que Sainz, para quien existe un vaivén entre «esta
experiencia agónica del poeta que percibe y padece
la descomposición de un mundo y que entrevé la
aparición de otro»51. Más acertada, sin embargo, me
parece la postura de Niall Binns quien, asumiendo la
carencia de fe de Pacheco, lo sitúa en la esfera catas-
trofista, por la que el poeta se ve obligado a contar
los últimos días del hombre en la tierra52.
A ello contribuiría su insistencia en el carácter
indestructible de la basura, agresión al medio
ambiente por la que lo desechable se vuelve eterno,
y con la que el ser humano rompe, definitivamente,
el pacto con la naturaleza.
Así, Pacheco advierte de nuestra imparable mar-
cha a la destrucción, pero en ningún momento
adopta una posición superior a sus lectores. Como
51
«Fin de siglo», Casa de las Américas, 196, (1988), pp.
147-149 (147).
52
«Indicios del fin en la poesía mexicana. José Emilio
Pacheco: entre el apocalipsis y la catástrofe», en ¿Callejón sin
salida?: La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana. Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, pp. 111-132.
52
bien señala Guillermo Sucre, «desecha, e incluso
aborrece, toda actitud profética»53, por lo que sim-
plemente pretende que tomemos conciencia de lo
que sucede a nuestro alrededor.
Todo ello es tanto más explicable cuando, como
veremos más adelante, el autor siente verdadera
pasión por la ciudad de México, una de las más agredi-
das por la mano del hombre a lo largo de la historia de
la Humanidad –de los 25 millones de nativos que
poblaban el centro de México a la llegada de Cortés
sólo quedaba un millón a comienzos del siglo XVII– y,
actualmente, de las más contaminadas del planeta.
53
«La trampa de la historia», en La máscara, la transparen-
cia. Caracas, Monte Ávila, 1975, pp. 325-338 (330).
53
La importancia de la memoria
Es conocida la capacidad mnemotécnica de
Pacheco, considerado en más de una ocasión la
«memoria viva de México» y una de las pocas perso-
nas que puede recitar sin olvidar una coma textos
procedentes de las más diversas épocas. Así, el autor
ha lamentado en más de una ocasión que en las
escuelas se haya perdido la costumbre de aprender
versos, hecho que ha contribuido al desprecio de la
poesía y acelerado deterioro del habla cotidiana.
La memoria se constituye en hito fundamental de
su literatura, como se aprecia en el título del poema-
rio Ciudad de la memoria –tomado de un verso del
chileno Enrique Lihn–, y como apunta María Rosa
Olivera–Williams: «La poesía de Pacheco no ofrece
olvido. No tiene un efecto anestésico para hacerle
creer al lector que, por un instante el placer, el
poder, la eternidad son aprehensibles. Su poesía es
un espejo que no sólo refleja la vida, sino que refle-
xiona sobre ella e impulsa a vivir, a escribir»54.
En páginas precedentes he destacado el papel
esencial que juega la elegía en su literatura. Así se
aprecia en «Ramón López Velarde camina por Cha-
pultepec (noviembre 2, 1920)» (192), publicado con
el significativo epígrafe «Para despedirme de José Car-
los Becerra» y ejemplo de cómo el pudoroso Pacheco
sólo puede lamentar la muerte del poeta amigo, falle-
cido a 34 años de edad en un trágico accidente de
automóvil, a través de la imposición de una máscara.
Así, uno de sus escritores más admirados –López
Velarde, también muerto a los 33 años de edad–,
54
«La muerte como fuerza creadora en la poesía de José
Emilio Pacheco», en La hoguera y el viento: José Emilio Pacheco
ante la crítica, op. cit., pp. 134-144 (142-143).
54
ejerce de alter ego de Pacheco y de Becerra en un
poema signado por el pronombre «nosotros». Por
ello, en el texto cobra especial relevancia la fecha
incluida en el título –el 2 de noviembre de 1920 fue
el último Día de difuntos vivido por el escritor de
Zacatecas– y la inclusión de unos conocidos versos
homéricos: «Y como las generaciones de las hojas/
son las humanas».
Pero las elegías no se circunscriben a las personas.
Pueden aplicarse también a las civilizaciones, como
intuimos en el final del poema «Presagio» –«Del
azteca/ quedarán sólo el llanto y la memoria»
(196)–, y a los espacios que han constituido parte de
nuestra vida. Una de sus composiciones más signifi-
cativas en este aspecto, que continúa la línea
emprendida por la Rusticatio Mexicana de Rafael
Landívar, está dedicada a su ciudad –«Las ruinas de
México (elegía del retorno)»– y fue provocada,
como ya apunté, por el impacto que le causó con-
templarla tras el devastador terremoto de 1985.
Pacheco no vivió en primera persona el desastre
del 19 de septiembre, pero al regresar, precipitada-
mente para colaborar durante una semana en lo que
pudo, encontró destruidos todos sus referentes. Este
hecho le haría escribir versos tan dramáticos como
los siguientes, en los que el recurso a la lítotes logra
hacer presente lo ya desaparecido:
55
Las ruinas se desploman en mi interior.
Siempre hay más, siempre hay más.
La caída no toca fondo (239)55.
55
En esta misma línea se desarrolla el planto por la ciudad
desaparecida –ahora no como consecuencia de un terremoto,
sino de la «insondable tontería humana»- con el que concluye
Las batallas del desierto: «Demolieron la escuela, demolieron el
edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia
Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memo-
ria del México de aquellos años. Y a nadie le importa…». Las
batallas en el desierto. México, ERA, 2003, p. 36. [1981].
56
Por último, la memoria adquiere un halo negati-
vo en poemas que, en la línea de lo señalado por
Borges en «Funes el memorioso», la definen como
un basurero de recuerdos que nos impide vivir. Es el
caso de «Inmemorial», que transcribo completo por
su significación:
El misterioso día
se acaba con las cosas que no devuelve.
Despójate
del día de hoy para seguir ignorando y viviendo (210).
57
La revisión del pasado
Llegamos a uno de los temas capitales en la obra
de Pacheco: la reflexión sobre la historia ofrecida en
sus textos, donde se demuestra cómo la Humanidad
cae siempre en los mismos errores. Así, los albores de
la civilización no encuentran su origen en Adán
–que, como su nombre indica, «termina su función:/
entra en la nada» (260)–, sino en Caín, fundador de
Enoc, la primera ciudad de la tierra, y asesino de su
propio hermano, o en el primate protagonista de
«Papá» (317).
Así se aprecia en «Prehistoria», secuencia que
refleja la sed de poder presente ya en los primeros
hombres. El protagonista, cazador y guerrero, inven-
ta a Dios y el alfabeto para imponer su ley sobre los
demás: animales, a los que pinta «para adueñarme de
su carne» (255); otros hombres, a los que impondrá
su ley56; y, finalmente, la mujer, a la que no entiende
y relega a la condición de «otro», adjudicándole los
roles estereotipados de esposa o prostituta57. El indi-
viduo, sin embargo, se sabe condenado por su voraci-
dad, por lo que el poema concluye con dos desolado-
56
«Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,
habrá un solo Dios: el mío.
Y no tolerará otras deidades.
Una sola verdad: la mía.
Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.
Habrá jerarquías, memoria, ley:
mi ley: la ley del más fuerte
para que dure siempre mi poder sobre el mundo» (255).
57
«Eva o Lilit:
escoge pues entre la tarde y la noche.
Eva es la tarde y el cuidado del fuego.
Reposo en ella, multiplica mi especie
y la defiende contra la gran tormenta del mundo.
Lilit, en cambio, es el nocturno placer,
el imán, el abismo, la hoguera en que ardo.
Y por tanto la culpo de mi deseo.
Le doy la piedra, la ignominia, el cadalso» (259).
58
res versos: «Eva o Lilit: no lamentes mi triunfo./ Al
vencerte me he derrotado» (259).
La historia se convierte así en una crónica de
sucesivos fracasos, motivados porque cada genera-
ción se siente superior a la precedente y desconoce
su propia falibilidad. Como leemos en el irónico
poema «Los vigesímicos»: «Para nosotros en cam-
bio/ no hay sino la certeza de que mañana/ seremos
condenados/—el estúpido siglo veinte,/ primitivos, sal-
vajes vigesímicos—/con el mismo fervor con que abo-
limos/ a los decimonónicos» (248).
La meditación sobre el pasado de México ocupa
un lugar de honor en la poesía de Pacheco. Desarro-
llada en los poemarios que abarcan de 1969 a 1976,
en ella adquieren voz los diferentes individuos que
escribieron la historia nacional –pueblos prehispáni-
cos, criollos, españoles–, pues el poeta pretendía
ofrecer una visión tan plural como honesta de lo
ocurrido.
En ocasiones, el poema se elabora a partir de tes-
timonios orales transcritos en códices de la época
–«Lectura de los Cantares mexicanos»–; otras veces
recurre al monólogo dramático –«Fray Antonio de
Guevara reflexiona mientras espera a Carlos V»–,
siendo especialmente frecuente que el hablante
adopte la posición del cronista, como ocurre en la
sección «Antigüedades mexicanas», integrada en
Islas a la deriva. De este modo se logra lo apuntado
por María Luisa Fischer: «La poesía de Pacheco y su
generación, cuando intenta dar una versión de la
historia pasada, lo hace exhibiendo el lugar a partir
del cual el sujeto poético escribe y habla. Recupera
el discurso historiográfico para traspasarlo de la sub-
jetividad del hablante»58.
58
Historia y texto poético: la poesía de Antonio Cisneros, José
Emilio Pacheco y Enrique Lihn. Concepción, Lar, 1998, p. 18.
59
En este sentido, resulta especialmente interesan-
te acercarse al poema «Manuscrito de Tlatelolco (2
de octubre de 1968)», a través del que, como otros
autores mexicanos de su tiempo –Octavio Paz,
Eduardo Lizalde, José Carlos Becerra, Gabriel Zaid,
Marco Antonio Montes de Oca, Juan Bañuelos–,
Pacheco dio a conocer su repulsa a los aciagos
hechos ocurridos en la Plaza de las Tres Culturas.
En la primera parte, constituida por «Lectura de
los Cantares mexicanos», el autor denuncia lo ocurri-
do hacía pocos días59 a través de un centón poético
que recupera relatos de hechos catastróficos para el
pueblo mexicano. Pasado y presente se dan la mano,
demostrando la íntima relación existente entre la
matanza del siglo XX y la ocurrida en el templo de
Toxcatl durante la pascua de Resurrección de 1520,
que llevó a la expulsión de Cortés el 30 de junio de
ese mismo año y a los ochenta días de asedio sufridos
posteriormente por la Tenochtitlán azteca, tras los
que se produjo la caída de la ciudad el 13 de agosto
de 1521. Lilvia Soto subraya la complejidad compo-
sitiva del poema:
59
El texto fue publicado por primera vez en una revista el 6
de noviembre de 1968, con la fecha y el lugar de la matanza
valientemente consignados en el título.
60
y del Ms. Anónimo de Tlatelolco, probablemente
con versos de otras fuentes y con los propios. Con
estas textualidades se entrecruzan el contexto de
los hechos históricos del siglo XVI, y –lo que esta-
blece la clave para la relectura del manuscrito– los
hechos conocidos por todos nosotros de la matanza
de Tlatelolco en octubre de 1968, hecho al que el
texto alude incluyendo la fecha, entre paréntesis,
bajo el título60.
60
«Realidad de papel: Máscaras y voces en la poesía de José
Emilio Pacheco». En La hoguera y el viento: José Emilio Pacheco
ante la crítica, op. cit., pp. 109-121 (117).
61
las referencias en cursiva insertadas en el poema, que
definen los barcos y caballos de los españoles con las
metáforas que estas nuevas realidades concitaron en
náhuatl –«casas sobre el mar» y «venados sin cuer-
nos»–, lo que demuestra la atención de Pacheco a la
lengua de los nativos y su deseo de contraponer dos
visiones diferentes del mundo.
En la misma línea, «doña Marina» resalta la
importancia de la traducción en la conformación de
la identidad mexicana: «A estos traductores/ debe-
mos en gran parte/ la conquista y colonia, el mestiza-
je,/ el enredo llamado México, la pugna/ de hispanis-
mo e indigenismo» (197). Por último, el poeta
Francisco de Terrazas, del que se dice que superó en
una composición el soneto de Camões que le sirvió
de base, representa el comienzo de la literatura
nacional: «Sintió que por herencia de conquista/ era
suya esta tierra./ Ni azteca ni español: criollo, por
tanto/ el primer hombre de una especie nueva (…)./
Cuando ardieron los libros de la tribu/ quedó en
silencio el escenario./ Terrazas/ fundó la otra poesía y
escribió/ el primer verso del primer soneto:/ Dejad las
hebras de oro ensortijado...» (199).
ESPACIOS
La ciudad de México
Si hay una imagen que se repite obsesivamente en
la poesía de Pacheco, ésta es la de la ciudad en ruinas.
Ya en Los elementos de la noche sabemos de «ciudades
vencidas que la ceniza afrenta» (132); este hecho se
repetirá en «Conversación romana», donde la mítica
metrópoli aparece ahogada por la basura y salvada
únicamente por los ciclos de la naturaleza: «Pero hay
hierbas, semillas en los mármoles» (164).
62
Del mismo modo, en «Ciudad maya comida por
la selva» (198) sólo perduran las flores frente a las
estelas creadas por el hombre, mientras Pompeya se
convierte en símbolo de las glorias perdidas en
«Como la lluvia» (307), y Nueva Orleans –«Muelle
de Nueva Orleans» (229), «Comerse el mundo»
(295)– deviene emblema de la progresiva e impara-
ble destrucción de nuestro planeta.
Entre todas las ciudades destaca México, sobre la
que Elena Poniatowska comenta: «Es su mina del rey
Salomón, su mina de oro; la horada como minero y
regresa con joyas refulgentes»61. Este hecho explica
que, en el conocido poema «Alta traición», el
hablante rechace el concepto de patria pero reco-
nozca que daría la vida –expresión muy ajena al dis-
tanciamiento que define habitualmente su escritura–
por «una ciudad deshecha, gris, monstruosa» (152),
en la que reconocemos al Distrito Federal.
En El reposo del fuego, la capital ya aparece retra-
tada entre el mito y la putrefacción. Recordemos los
magníficos versos iniciales de la tercera sección,
definidos por sus abruptos encabalgamientos y que
sintetizan la multiplicidad de significados adquiridos
por el signo «México» en Pacheco:
61
«José Emilio Pacheco: naufragio en el desierto», op. cit.,
p. 38.
63
Bajo el suelo de México verdean
eternamente pútridas las aguas
que lavaron la sangre conquistada.
Nuestra contradicción –agua y aceite–
permanece a la orilla y aún divide,
como un segundo dios,
todas las cosas:
lo que deseamos ser y lo que somos (144).
62
Desazonador estribillo que recorre «A Game of Chess»,
canto II de The Waste Land.
64
Cristina Pacheco– y que, desgraciadamente, ha visto
desaparecer a lo largo de su existencia. Como él
mismo destaca:
64
Un Heráclito cristiano, canta sola a Lisi y otros poemas. Lia
Schwartz e Ignacio Arellano eds. Barcelona, Crítica, 1998, p.
156.
65
firmado algunos de los poemas más solidarios, com-
pasivos y empáticos del último medio siglo. En su
poesía se aprecia la «ética de la responsabilidad» pre-
conizada por Emmanuel Levinas, la que, por ser indi-
vidual, puede contravenir las leyes de la polis65. De
ahí la invectiva contra la xenofobia que fundamenta
«Ley de extranjería»: «He estado en Creta, Nubia,
Tarsis, Egipto./ En todas partes fui extranjero porque
no hablaba/ el idioma/ ni me vestía como ellos./
También nosotros, ciudadanos de Ur,/ despreciamos
al que es distinto./ (…) En Ur y en todas partes soy
extranjero» (261).
Como Arthur Schopenhauer, como Borges,
Pacheco defiende que todos los seres humanos somos
en esencia uno. No está de más recordar, en este sen-
tido, las palabras escritas por el argentino en «La
forma de la espada»:
65
Ética e infinito. Madrid, Visor, 1991 [1981], p. 165.
66
Obras completas I, op. cit., pp. 493-494.
66
Yosoytú
No
nos
separes
de
mí (293).
67
«Cómo acercarse a la poesía», Comunidad Conacyt
7.130-131, 1981, pp. 88-89 (89).
68
Docter, Mary: «José Emilio Pacheco: A Poetics of Reci-
procity», Hispanic Review 70-3 (2002), pp. 373-392.
67
todo momento al otro. Siguiendo esta línea, hay que
subrayar la importancia que concede nuestro poeta a
los puntos de vista diferentes. Así, parece hacerse
eco de las palabras de Aníbal González cuando, en
Abusos y admoniciones. Ética y escritura en la narrativa
hispanoamericana moderna, éste subraya que los dis-
cursos literarios éticos se preocupan por «una otre-
dad que se resiste a la asimilación»69.
Ya hablamos de la relativización de valores que
producía el hecho de que, en sus textos, el sujeto
poético no sólo mira, sino que sea él el observado
–por el jardín, la piedra, la rana– en numerosas oca-
siones. Del mismo modo, el antropocentrismo es
puesto en tela de juicio por «Las moscas», donde se
plantea lo que opinaría una mosca macho de una
mujer: «Para él sin duda no eres la más hermosa y
deseable./ (Tal un lirio entre las espinas/ es su mosca
entre muladares./ Los contornos de su trompa son
como joyas,/ como púrpura real sus vellosidades)»
(214). Así sucede también en «La mosca juzga a miss
Universo» (288) y, especialmente, en «Cerámica de
Colima», donde la pareja de amantes representada
en la vasija es defendida frente a prejuicios eurocén-
tricos: «Desde el punto de vista de la edad clásica/
no son hermosos./ Pero ellos a su vez encontrarían/
poco deseable la estatuaria griega» (250).
Álbum de zoología
Como acabamos de comprobar, en la obra de
Pacheco los animales se encuentran en relación de
igualdad con el hombre, y a ellos dedica algunos
de sus textos más sobresalientes. Su interés por el
mundo animal se ha mantenido constante a lo largo
69
Abusos y admoniciones. Ética y escritura en la narrativa his-
panoamericana moderna. México, Siglo XXI, 2001, p. 12.
68
de los años. Así, es responsable de secciones como
«Los animales saben», «Especies en peligro (y otras
víctimas)», y ha reunido su particular animalario en
Álbum de zoología. En este bello libro los poemas van
acompañados por correspondientes ilustraciones del
pintor Francisco Toledo, de las que ofrecemos tres
–«Búho», «Los pájaros», «El pulpo»– en la presente
antología.
Su atracción por los animales viene explicada,
según comentó en entrevista con García Montero,
porque «significan la otredad, el silencio y la inmu-
tabilidad. Nunca vamos a saber qué piensan, cómo
ven el mundo»70. De ahí que se esfuerce en no trivia-
lizarlos, tratarlos con condescendencia o vincularlos
únicamente a la experiencia humana. Este hecho es
subrayado por Randy Malamud:
70
«Entrevista con José Emilio Pacheco», op. cit, p. 1.
71
«The Culture of Using Animals in Literature and the
Case of José Emilio Pacheco», CLCWeb: Comparative Literature
and Culture: A WWWeb Journal 2.2 (2000). Publicación elec-
trónica, pp. 9-10.
69
«Fisiología de la babosa» (176), comparada con el
ser humano por caminar deshaciéndose.
En algunas ocasiones, el estado de guerra que rige
el mundo queda representado por una colectividad de
animales: así, «Los pájaros» (213) que atacan Vera-
cruz el día del lanzamiento de la bomba atómica; las
termitas que acaban con Nueva Orleans –«Comerse
el mundo» (295)– o, finalmente, las gaviotas que
devoran tortuguitas en «Los mares del sur» (252).
Sus poemas más interesantes, sin embargo, retra-
tan al animal como entidad autónoma y revelan su
admiración hacia los que no condescienden. Es el
caso de «Gatidad», que descubre su fascinación por
los gatos y en cuyos versos finales leemos: «Dice la
gata a quien entienda su lengua:/ nunca dejes que
nadie te desprecie» (263). Del mismo modo, el hal-
cón de «Filozoofía» se presenta tan altanero como
ajeno a los hombres: «Seguro de cómo funciona el
mundo y de quiénes ganan las guerras, el halcón me
observa, me desprecia y alza el vuelo» (333).
Quiero concluir este apartado deteniéndome en
«El pulpo», sin duda uno de los mejores poemas de
Pacheco, y denuncia de la pérdida de aura de un ani-
mal mítico por su contacto con el hombre. Así, el
que comienza definido como «oscuro dios de las pro-
fundidades» acaba siendo un monstruo. La siguiente
estrofa refleja a la perfección este hecho:
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua
madre, para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo. Y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado (231).
70
Pacheco con Orso, el gato de su hija Laura Emilia
Viajes y extranjería
A lo largo de su vida, y como consecuencia de su
profesión, Pacheco ha realizado numerosos viajes y
permanecido largas temporadas en el extranjero. El
autor, que ha utilizado la imagen de la vida como
viaje en más de una ocasión –baste recordar a la
babosa, que «en su moroso edén de baba/ proclama/
que andar por este mundo/ significa/ ir dejando/
pedazos de uno mismo/ en el viaje» (176)–, revela
frecuentemente su sensación de extranjería en cual-
71
quier parte que no sea México. Así se aprecia en
«Old Forest Hill Road»: «Porque no estuve ni estaré.
He venido/ sólo de paso a esta ciudad, a este mundo./
Soy extranjero en esta tierra. En todas/ seré extran-
jero. Al regresar, mi patria/ habrá cambiado. Y no
estaré/ ni estuve»72.
De ahí que uno de los epígrafes de No me pregun-
tes cómo pasa el tiempo, precisamente el que inicia la
sección dedicada a los viajes y titulada «Postales/
Conversaciones/ Epigramas», sea tomado del virrey
de México Sebastián de Toledo, quien en 1669 escri-
biera: «E inútil es que los naturales de la Nueva Espa-
ña traten de vivir en Europa, porque siempre estarán
con los ojos fijos en la memoria de su tierra»73.
Este hecho explica la inmediata comparación
entre el lago Erie y la laguna de México presente en
«The dream is over»: «–Ya no hay plantas ni peces
en el Erie./ Ya está muerto,/ como el lago de México.
(Todo ante mí se vuelve alegoría)»74.
En un formato muy cercano al del dietario75, el
sujeto que se desplaza apunta sus reflexiones sobre lo
que concita su atención: es el caso de cuadros famo-
sos como «Venus Anadiomena, por Ingres» (159) o
«El Jardín de las Delicias» (284), que dan fe del inte-
72
Tarde o temprano, 2000, op. cit., p. 178.
73
Ibid., p. 81.
74
Tarde o temprano, 2000, op. cit., p. 117.
75
En la misma línea, Enrique Lihn es autor de algunos poe-
marios -Poesía de paso (1966), Escrito en Cuba (1969), Estación
de los desamparados (1972), París, situación irregular (1977), A
partir de Manhattan (1979) y Pena de extrañamiento (1986)- en
los que la experiencia del viaje resulta fundamental. Así, él
mismo definió Escrito en Cuba como «una especie de diario/
Anotaciones Fragmentos/ de lo que fue, impresiones digitales/
Restos de lo que alguna vez será» (Escrito en Cuba. México,
ERA, 1969, p. 37). El parecido de este título con la sección
«Postales/ Conversaciones/ Epigramas» es evidente.
72
rés de Pacheco por la ekfrasis y de la importancia que
adquiere la imagen en su literatura; de ciudades
como Roma y Pompeya, que le interesan por su
grandeza perdida y provocan magníficas meditacio-
nes sobre el paso del tiempo; y, finalmente, de paisa-
jes ajenos a los de su infancia como los de Essex
–«Copos de nieve en Wivenhoe» (161)– o Canadá
–«Escenas del invierno en Canadá» (201). Estos
lugares le hacen conocer la maravillosa realidad de
la nieve, uno de los fenómenos atmosféricos a los
que ha dedicado mayor número de composiciones
–el otro es la lluvia– y constante en su poesía desde
No me preguntes cómo pasa el tiempo.
Los viajes, en fin, cobran sentido por el recuerdo
de las emociones que provocaron y no por los souve-
nirs traídos de los mismos, tan negativos como las
fotografías. Así se aprecia en «Adiós, Canadá», que
transcribo completo por su interés y en el que resulta
muy significativo el juego tipográfico con el verso
alusivo al tiempo:
73
El espacio de la escritura
Ha llegado el momento de comentar uno de los
aspectos más destacados en la obra de Pacheco: su
concepción de la poesía, ese quehacer apasionante y
doloroso al que ha dedicado numerosas composicio-
nes y que ha descrito hermosamente como «una
forma de amor que sólo existe en silencio,/ en un
pacto secreto entre dos personas,/ de dos desconoci-
dos casi siempre» (236).
La consideración sobre el oficio literario ha sido
capital desde sus primeros libros, hecho esperable en
una escritura definida por el amor a la literatura.
Tanto por su condición de lector omnívoro, erudito y
apasionado de los raros como por su importante papel
como traductor y difusor de escritores olvidados,
Pacheco ha demostrado fehacientemente que la lite-
ratura es elemento clave en su existencia y nos la ha
dado a conocer tendiendo puentes entre las más
diversas épocas, tradiciones e incluso emparentándola
con otras disciplinas artísticas. Así, se le podría aplicar
lo que él mismo comenta sobre Xavier Villaurrutia:
76
Prólogo a Xavier Villaurrutia, textos y pretextos. México,
UNAM, 1988, p. 14.
74
Desde un primer momento, nuestro autor ha con-
cebido la poesía machadianamente. Es la suya una
palabra en el tiempo marcada por dos temas funda-
mentales: el dolor de los hombres y la fugacidad. Así
se aprecia, para el primer caso –ya comentamos el
segundo a partir de «Elogio de la fugacidad» y
«Ámbar»–, en poemas como «Dichterliebe» –«La
poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento» (156)–
o en el breve pero esencial «Prometeo»:
—No lo olvides jamás: hay otros temas.
¿Por qué obstinarse
en la fugacidad y el sufrimiento?
—me dijo Prometeo. Sus cadenas
resonaron de nuevo cuando el buitre
reanudó su tarea entrañable (181).
75
Escribo unas palabras
y al minuto
ya dicen otra cosa,
significan
una intención distinta,
se hacen dóciles
al Carbono catorce:
Criptogramas
de un pueblo remotísimo
que busca
la escritura en tinieblas (153).
77
Tarde o temprano, 1980, op. cit., p. 10.
76
parecer/ muchos detestan» (156), simbolizado por el
cri-cri al que nadie atiende en «Los grillos: defensa e
ilustración de la poesía»:
Recojo una alusión de los grillos:
su rumor es inútil,
no les sirve de nada
entrechocar sus élitros.
Pero sin la señal indescifrable
que se transmiten de uno a otro
la noche no sería
(para los grillos) noche78 (166).
78
El siguiente poema de Matsuo Basho, traducido por
Pacheco e incluido en Bajo la luz del haikú, parece encontrarse
en la base del texto citado: «Cantan cigarras./ Ignoran por com-
pleto/ que son mortales» (Bajo la luz del haikú, op. cit., p. 36).
79
The Anti-Esthetic. Washington, The Bay Press, 1983, p. 57.
77
historia clínica,/ sus alianzas o pleitos con los demás
payasos del circo,/ tienen asegurado el amplio públi-
co/ a quien ya no hace falta leer poemas» (235).
Nos encontramos así ante la ambivalente rela-
ción de Pacheco con su trabajo: paraíso e infierno,
salvación y condena, oficio sin utilidad pero, al
mismo tiempo, único camino de redención en tiem-
pos de naufragio. En este sentido, resulta especial-
mente significativa la descarnada polaridad de su
«Crítica de la poesía», que incluye un paréntesis
donde se sintetiza a la perfección lo expuesto en
estas líneas: «(La perra infecta, la sarnosa poesía,/
risible variedad de la neurosis, / precio que algunos
pagan / por no saber vivir. / La dulce, eterna, lumi-
nosa poesía)» (155).
TÉCNICAS
El recurso a la alegoría
En páginas precedentes se ha destacado la impor-
tancia que el principio de analogía alcanza en la obra
de Pacheco. De ahí su profundo interés en alegorías,
símbolos y emblemas, que le permiten desarrollar
ideas abstractas valiéndose de formas humanas, ani-
males o de objetos cotidianos.
En su creación logra la convivencia de lo intem-
poral con lo contingente y, como subraya Debicki,
«nos hace sentir que el asunto, a pesar de su especi-
ficidad, apunta a temas y problemas esenciales»80.
Además, el recurso a la alegoría contribuye al carac-
80
Debicki, Andrew: «Perspectiva, distanciamiento y el
tema del tiempo: La obra lírica de José Emilio Pacheco», en
Poetas hispanoamericanos contemporáneos. Madrid, Gredos, 1976,
pp. 212-238 (236).
78
terístico distanciamiento de su literatura al mismo
tiempo que, por su naturaleza transformadora, posi-
bilita que no sea considerado solamente como críti-
co prosaico de nuestra realidad.
Pacheco es consciente de la importancia de este
recurso en su escritura. Así lo vemos en el citado
«The dream is over», donde compara el Lago Erie y
la laguna de México para terminar aludiendo al
famoso verso de Baudelaire en «Le cygne»: «Todo
ante mí si vuelve alegoría»81. Del mismo modo, refle-
ja la desazón por no actuar que lo corroía en los años
del compromiso a través de la figura de fray Antonio
de Guevara, generando una especie de autorrepro-
che al poner en boca del español las siguientes pala-
bras: «Escribo alegorías engañosas/ contra la cruel
conquista» (175).
La alegoría se cifra en ocasiones en bienes de la
alta cultura como cuadros –«Venus Anadiomena, por
Ingres», «El Jardín de las Delicias»–, pero, con mucha
mayor frecuencia, se inspira en elementos de la reali-
dad. Así, el autor se aproxima a las cosas para inva-
dirlas, como ya hiciera Pablo Neruda en sus Odas ele-
mentales –aunque éste aún las ponía al servicio del
hombre– o el mismo Nicanor Parra, autor de la
famosa sentencia: «La poesía reside en las cosas»82.
Louis Lamothe, en un trabajo tan añejo como aún
pleno de sugerencias, descubre la naturaleza de estos
escritores: «El cosalista es el buscador de lo absoluto
que se expresa concretamente –buscador de esencias
que, para llegar a su objetivo, no se aleja de las cosas,
sustituyéndolas por ideas, sino que penetra en ellas.
81
Tarde o temprano, 2000, op. cit., p. 117.
82
Obra gruesa. Santiago de Chile, Nascimento, 1976, p. 50
(1969).
79
(…) Son capaces de descubrir el alma de las cosas
por las cosas en sí»83.
En la misma línea, Mestre afirma que Pacheco
practica una poética de la constatación: «Constata-
ción de un mundo desecho, corrupto. Pero también
constatación del valor poético de las cosas, de los
objetos cotidianos, o de aquellos de los que ya casi
ningún poeta se ocupa»84. Por último, Benedetti des-
taca como uno de los rasgos más conmovedores en la
obra que comentamos el hecho de que, en ella, el
sujeto poético se defienda contra el vacío asiéndose
a la concreta realidad de las cosas85.
Así, en la presente antología, la reflexión poética
puede ser generada por un árbol o una enredadera (Los
elementos de la noche); el fuego, el agua o un ajolote (El
reposo del fuego); el volcán Ajusco, la nieve o los grillos
(No me preguntes cómo pasa el tiempo); una babosa o un
búho (Irás y no volverás); la nieve, una flecha, una pie-
dra, los pájaros o las moscas (Islas a la deriva); un lápiz
(Desde entonces); una camelia (Los trabajos del mar);
una cerámica de Colima, tortugas y gaviotas (Ciudad
de la memoria); una gata, el Ave Fénix, una trapecista y
un cortosionista (El silencio de la luna); unas medusas,
un insecto indeterminado o una mosca (La arena
errante); las termitas [Siglo pasado (desenlace)]; un
budín de pan, la lluvia, un clavo o un trozo de seda
(Como la lluvia); un trozo de ámbar, un quinqué o,
finalmente, un halcón (La edad de las tinieblas).
83
Louis Lamothe: Los mayores poetas latinoamericanos
1850-1950. México, Mex Editorial, 1959, p. 251.
84
«Ironía, civilización y posmodernidad en la poesía de
José Emilio Pacheco», op. cit., p. 278.
85
«La poesía abierta de José Emilio Pacheco», op. cit., p.
128.
80
Entre tantos elementos, detengámonos en los
más mexicanos. Es el caso del ajolote o axolotl de
los canales de Xochimilco, anfibio asociado al dios
«de las metamorfosis»: Xólotl, del que toma un nom-
bre que significa en náhuatl «bufón o transformista
de agua». El ajolole, presente en textos literarios tan
conocidos como Salamandra, de Paz, o el relato
«Axólotl», de Julio Cortázar, deviene en Pacheco
símbolo nacional: «El ajolote es nuestro emblema.
Encarna/ el temor de ser nadie y replegarse/ a la
noche perpetua en que los dioses/ se pudren bajo el
lodo/ y su silencio» (145).
Del mismo modo, los volcanes –Popocatépetl,
Iztaccíhuatl, Ajusco– se encuentran estrechamente
vinculados a la ciudad de México. Puesto que en
ellos «reposa el fuego», aparecen signados por la
posibilidad ambivalente de destruir y crear al mismo
tiempo. Su imponente masa los convierte en símbo-
los de eternidad, repitiéndose en su poesía la idea de
que permanecerán cuando los hombres se hayan
extinguido. Así ocurre con «El Ajusco», al que se
define como «guardián de la ciudad», «vigía», «testi-
go/—o padre de lo inmóvil» (160).
Este hecho explica que Pacheco haya elegido un
mexicanísimo volcán –tomado de la serie homónima
creada por su amigo Vicente Rojo– para la portada
de la presente antología. ¡Y qué volcán! Su solidez,
energía, implícita amenaza y advertencia se encuen-
tran en perfecta consonancia con la poética de nues-
tro autor, alimentada por el mismo fuego que
consume las magníficas obras de Rojo.
Las máscaras
En su deseo de lograr una literatura anticonfesio-
nal, nuestro autor ha recurrido en numerosas ocasiones
81
a las máscaras. Para Lilvia Soto, «este afán de oculta-
miento (…) se da en la forma de máscaras y de la
superposición de voces de distintas culturas y épocas.
La máscara se manifiesta a través del desdoblamiento
apostrófico del hablante escindido»86. Analicemos a
continuación cuatro de sus más conocidas estrategias
de enmascaramiento: los heterónimos, los pronombres
«nosotros» y «tú», la parodia y el humor.
Ya he aludido a los traspasos de la palabra que
supone escribir monólogos dramáticos y consigné
algunos de los seudónimos con los que Pacheco ha
firmado sus trabajos. Ha llegado, pues, el momento
de destacar la importancia de los heterónimos en su
literatura. Como sus admirados Antonio Machado y
Fernando Pessoa, ha creado tres alter egos –el último,
aparecido hace escasos meses– con sus pertinentes
biobibliografías, lo que explica que en este volumen
sean consignados con las fechas de su nacimiento
y muerte. Así, Julián Hernández, Fernando Tejada y
Alonso Cañedo –con nombres extraídos, significati-
vamente, de la Historia de los heterodoxos españoles de
Menéndez Pelayo– le permiten objetivar la voz y
realizar un ejercicio de poesía crítica a través de tex-
tos que asumen estéticas alejadas de la suya.
Si Julián Hernández disecciona los entresijos del
mundillo literario y Fernando Tejada habla de amor
–uno de los temas que Pacheco se muestra más rea-
cio a tratar en su obra, como veremos enseguida–,
Alonso Cañedo, que recibe el apodo de «El Poeta
Loco», se acerca a figuras fundamentales de la última
poesía hispanoamericana como «El Cristo de Elqui»
parriano o el mendigo-loco que lanza sus verdades a
86
«Realidad de papel: Máscaras y voces en la poesía de José
Emilio Pacheco», op. cit., p. 110.
82
los cuatro vientos en El Paseo Ahumada de Lihn88.
Todos estos individuos comparten un estadio de
locura parejo a su sinceridad, por lo que se constitu-
yen en tomacorrientes de la realidad.
En cuanto a los pronombres, está claro que
Pacheco prefiere el «nosotros» –inclusivo– y el «tú»
–en ocasiones desdoblamiento del «yo», otras veces
interlocutor en el poema– al subjetivo «yo». En la
primera etapa de su obra aún podemos encontrar
algún ejemplo de textos escritos en primera persona
del singular –es el caso del soneto «Presencia» (133),
uno de los poemas a los que actualmente se siente
más ajeno–; sin embargo, el autor opta desde El repo-
so del fuego por el «nosotros» y, a partir de No me pre-
guntes cómo pasa el tiempo, compagina esta primera
persona del plural con el «tú» o, en ocasiones, con
la distante voz del cronista.
Destaco asimismo la dificultad que Pacheco,
como buen hijo de su tiempo, siente para desnudar
sus emociones en poesía, y que lo hacen recurrir a la
parodia. Para entender su actitud, nada mejor que
transcribir un fragmento de Umberto Eco en sus
Apostillas a El Nombre de la Rosa:
87
Aludo, obviamente, a los siguientes poemarios de Nica-
nor Parra y Enrique Lihn: Sermones y prédicas del Cristo de Elqui
(1977), Nuevos Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979) y
El Paseo Ahumada (1983).
83
abiendo dicho claramente que ya no se puede
hablar de manera inocente, habrá logrado sin
embargo decirle a la mujer lo que quería decirle:
que la ama, pero que la ama en una época en que la
inocencia se ha perdido88.
88
Apostillas a El Nombre de la Rosa. Barcelona, Lumen,
1998, p. 12. [1985] Liala es una conocida autora italiana de
novela «rosa», equivalente a Corín Tellado en España.
89
A Theory of Parody: The Teachings of Twentieth-Century
Art Forms. London, Routledge, 1991, p. 19.
90
«From Vision to Apocalypse: The Poetic Subject in
Recent Mexican Poetry», Studies in 20th Century Literature 14.1
(1990), pp. 81-93 (88).
91
Recordemos la enorme cantidad de máscaras utilizadas
por el autor de Ficciones para lamentar un hecho especialmente
doloroso de su vida: título en francés con alusión filosófica
incluida, falsa autoría del dístico -Gaspar Camerarius, en Deli-
ciae Poetarum Borussiae, VII, 1-, y nombre de la mujer amada
inventado –Matilde Urbach. Todo, para dar lugar a dos inolvi-
dables versos: «Yo, que tantos hombres he sido, no he sido
nunca/ Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach»
(Obras completas II, op. cit., p. 230).
84
Claudia,/ no he arrastrado tu nombre por las calles y
plazas/ de Roma./ Y reservo mis ansias/ a las horas
que paso contigo»92 (165).
La misma idea subyace en «Otro homenaje a la
cursilería», donde, en una interesante vuelta de tuer-
ca y asumiendo voluntariamente un lenguaje kitsch,
descubre la impotencia de las palabras para expresar
la pasión:
92
Su cercanía a los epigramas de Catulo, que traduce en
«Aproximaciones», y a las nuevas versiones de los mismos escri-
tas por Ernesto Cardenal, lo llevaron a imponer a sus traduccio-
nes del poeta romano el lúdico título de «Juego de espejos
(Catulo imita a Ernesto Cardenal)» (Tarde o temprano, 1980,
op. cit., pp. 306-307).
85
argumento denuncia la esclavitud a que nos somete
el amor aludiendo, asimismo, a la famosa sentencia
de Horacio, quien se reconoció como «feliz cerdo de
la piara de Epicuro». Recordemos algunos versos del
poema:
Intertextualidades
Llego ahora a uno de los aspectos más comentados
en la obra de Pacheco: su aspiración a convertir el
poema en instrumento de reflexión colectiva con
el que dotar de verdadero sentido a las palabras de la
tribu; por ello sus obras, como las iglesias medieva-
les, aspiran a ir firmadas con el lema «Adamo me
fecit», traducible por «me hizo la Humanidad».
Se coloca así en la tradición de aquellos escrito-
res que demandaron una literatura anónima: Lautré-
amont, que reivindicaba una poesía «de todos»;
86
Valéry, que pretendía escribir una historia de la lite-
ratura sin nombres; Eliot, que propugnaba que un
artista sería tanto mejor cuanto antes extinguiera su
ego; Borges, que reivindicó «la nadería de la perso-
nalidad». O, finalmente, Juan Ramón Jiménez, que
quiso crear una revista llamada Anonimato, a la
que Pacheco alude en «Carta a George B. Moore en
defensa del anonimato»:
93
Tarde o temprano, 1980, op. cit., p. 246.
94
Como buen clásico, Borges rechazó el principio de origi-
nalidad canonizado por las vanguardias para considerar, como el
narrador de «La biblioteca de Babel», que todo ha sido inventa-
do –«La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos
afantasma» (Obras completas I, op. cit., p. 470)– y reivindicar la
repetición como forma suprema del arte. Este hecho explica,
asimismo, que en el universo de Tlön no existiera en ningún
momento el concepto de autoría.
87
hacen patentes en «Contra Harold Bloom», donde
confiesa su deuda con la mejor poesía mexicana:
Traducciones y aproximaciones
A lo largo de su vida, Pacheco ha mantenido una
constante labor de traducción, lo que para él signifi-
ca, por encima de todo, una forma más atenta de leer
95
«José Emilio Pacheco: la poesía como ready-made«, His-
pamérica 15 (1976), pp. 39-55 (54).
96
José Emilio Pacheco and the Poets of the Shadows. Lewis-
burg, Bucknell University Press, 2001, passim.
88
a los escritores que le interesan. Así, entre los títulos
que ha versionado –logrando con ello importantes
premios– se encuentran, por citar unos cuantos
ejemplos, Cómo es, de Samuel Beckett; Epístola in
carcere et vinculis, de Oscar Wilde; o, finalmente,
Cuatro cuartetos, de Eliot. Entre los autores, se ha
acercado a poetas pertenecientes a las más diversas
tradiciones: es el caso de Baudelaire, Mallarmé,
Rimbaud, Montale, Quasimodo, Alastair Reid,
Robert Lowell, Malcolm Lowry, William Carlos
Williams o Carl Sandburg.
Asimismo, ha traducido –en versiones de segun-
do grado, pues los textos habían sido previamente
vertidos a idiomas– los breves textos recogidos en
Bajo la luz del haikú o los poemas de la Antología de
poesía griega. En todos los casos se trata de obras que,
según Villena, el autor «elige por afinidad. Poetas (y
sobre todo poemas traducidos), lo son en función de
su cercanía al mundo del que los traduce. Pudiéra-
mos decir que son los poemas que Pacheco hubiera
querido escribir, y que –en consecuencia– rehace. Se
trata de lírica de su propia cuerda»97.
El conjunto de sus traducciones libres o aproximacio-
nes es tan relevante que el año que viene aparecerán
publicadas conjuntamente por la editorial ERA. Ya
existe un precedente de esta obra –Aproximaciones
(1984)–, que he colocado en la bibliografía final junto
a sus poemarios por las grandes dosis de crea- ción pro-
pia que sus versiones presentan. Así lo subrayará el
propio Pacheco en la primera edición de Tarde o tem-
prano:
97
José Emilio Pacheco, op. cit., p. 86.
89
ductores académicos pero mi intención es muy dis-
tinta: producir textos que puedan ser leídos y juz-
gados como poemas en castellano, reflejos y aun
comentarios en torno a sus intactos, inmejorables
originales98.
98
Tarde o temprano, op. cit., p. 10.
99
Ibid.
100
Ibid., p. 309.
101
Ibid., p. 313.
90
César/ por el que voy camino del destierro»102–, Car-
denal actualiza su vocabulario –«Me contaron que
estabas enamorada de otro/ y entonces fui a mi cuar-
to/ y escribí este artículo contra el gobierno/ por el
que estoy preso»–103 y Gabriel Zaid lo contextualiza
satíricamente en «Transformaciones» (1976): «Me
dijiste que ya no me querías./ Intenté suicidarme gri-
tando ¡muera el PRI!/ y recibí una ráfaga de invita-
ciones»104. El juego está servido.
Irreverencia poética
Como hemos visto repetidamente a lo largo del
presente estudio, Pacheco siente un profundo recha-
zo por la canonización de la lírica. Lo comentó en el
prólogo a la primera edición de Tarde o temprano
–«He tratado de recuperar para el verso su antigua
capacidad de ser, sin pretensión de constituirse en
poesía, un medio fluido y conciso para decir lo mismo
que se dice en prosa»–105, se destacó en relación al
poema «Disertación de la consonancia», y lo repite
en «Carta a George B. Moore en defensa del anoni-
mato»: «Se me ocurrieron estos versos. No es un
poema./ No aspira al privilegio de la poesía/ (no es
voluntaria)./ Y voy a usar, así lo hacían los antiguos,/
el verso como instrumento de todo aquello/ (relato,
carta, drama, historia, manual agrícola)/ que hoy
decimos en prosa» (234). De acuerdo con lo que
acabo de citar, Jorge Fernández Granados apunta:
102
Ibid., p. 307.
103
Epigramas. Madrid, Trotta, 2001, p. 22. [1961].
104
Obras. Vol. II. México, El Colegio Nacional, 1993, p.
260.
105
Tarde o temprano, 1980, op. cit., p. 11.
91
Si Fernando Pessoa definió el sentido de sus hete-
rónimos como un drama en gente, podríamos decir
que Pacheco nos presenta en la suma de sus libros
un drama en géneros. Así, la narrativa discute con
el ensayo y la crónica se alía con la fábula, y todas
hablan y convencen a la poesía106.
106
«José Emilio Pacheco, la negra fábula del tiempo». Pró-
logo a La fábula del tiempo, op. cit, pp. 7-13 (9).
107
Bajo la luz del haikú, op. cit., pp. 9-10.
92
vincularse a la gran tradición de este género en
México, de la que Arreola, el maestro de Pacheco,
constituye el mayor exponente. Así, el poema en
prosa le permite transitar libremente entre la lírica
–en cuadros estáticos, de cariz filosófico y marcados
por la intensidad de las imágenes– y la prosa –en tex-
tos donde el hilo narrativo adquiere mayor relevan-
cia108.
En cuanto a los poemas propiamente dichos, ya
hemos podido apreciar cómo, a lo largo de su trayec-
toria, el mexicano ha experimentado con los más
diversos tipos de estrofas –liras, casidas, sonetos–;
versos –de arte mayor y menor, blancos, versículos,
libres–; o tipografías –de los juegos con el blanco de
la página a las cursivas con que cita textos ajenos o
las mayúsculas empleadas en «Jardín de niños 15
(Cartilla de lectura)» (226). Incluso hay que desta-
car cómo, harto de que no se respete la medida de
sus poemas en las numerosas transcripciones que
existen de los mismos en Internet, ha optado en
Como la lluvia por colocar mayúsculas al inicio de
cada verso.
108
M.ª Ángeles Pérez López ha analizado con agudeza estas
composiciones en «José Emilio Pacheco: microtextos en tiem-
pos de penuria», en Escritos disconformes: nuevos modelos de lec-
tura. Francisca Noguerol (ed.), Salamanca, Universidad de
Salamanca, 2004, pp. 251-262 (254).
93
manera los textos son globos de luz, lluvia de sílabas
que caen a tierra para volar entre la vida y la muer-
te»109. Así ocurre en «Definición», conformado por
un solo heptasílabo –«La luz: la piel del mundo»
(186)–, y verso cercano al hermosísimo «La luz con
el tiempo dentro», con el que Juan Ramón Jiménez
describiera el Moguer de su infancia110.
Del mismo modo, el haikú «Gota de lluvia» reve-
la la belleza del instante que pasa a través de un
detalle minúsculo: «Una gota de lluvia tiembla en la
enredadera./ Toda la noche está en esa humedad
sombría./ De repente la luna la ilumina» (247).
Véase así cómo cualquier elemento positivo de la
realidad está signado por la luz. Si el amor, imposi-
ble de cantar por su perfección, es «aquella plenitud,
aquella lumbre» (188), «Venus Anadiomena, por
Ingres» –entre muchos otros poemas dedicados a la
belleza femenina–, descubre a la muchacha del cua-
dro como un fulgor: «Y ahora tu desnudez llega
radiante/ desde un amanecer interminable./ Invento
de la luz, ala de espuma,/ surges de las profundidades
más azules» (159).
La luz puede ser también símbolo del continuo
renacer, como apreciamos en el inédito «Ver la luz»
(338). Frente a la noche, el amanecer se constituye
en un momento mítico y portador de esperanza. En
este sentido, se diría que Pacheco comparte la
noción escatológica hindú, según la cual existe una
destrucción parcial del universo, que sucede cada
109
«José Emilio Pacheco: toda ciudad se funda en la violen-
cia», en Moradas de la voz. Notas sobre la poesía hispanoamericana
contemporánea. Lima, Universidad Mayor de San Marcos, 2002,
pp. 69-88 (84).
110
Cuando yo era un niñodiós». En Antología poética. Javier
Blasco (ed.), Madrid, Cátedra, 1993, p. 158.
94
final del «día» de Brahma, y otra total de todos los
universos, ocurrida al final de la vida de Brahma.
Ya en «Árbol entre dos muros», el poema que sirve
de pórtico a Los elementos de la noche y publicado ori-
ginalmente en 1958, encontramos una referencia a
este hecho: «Sitiado entre dos noches/ el día alza su
espada de claridad,/ hace vibrar al esplendor del
mundo,/ brilla en el paso del reloj al minuto./ (…)
(Nada persiste contra el fluir del día)» (129).
Este hecho explica que en su obra se repitan títu-
los como «Alba en Montevideo», «Amanecer en
Buenos Aires» o «Amanecer en Coatepec», y que
uno de los momentos más plenos de su literatura
venga signado, precisamente, por una enorme clari-
dad:
Cada poema
epitafio del fuego,
cárcel
llama
hasta caer
en el silencio en llamas
Hoja al viento
tristísima
la hoguera (148).
95
Así lo vimos en la citada «Crítica de la poesía», y
se aprecia en «Al terminar la clase», donde el hecho
poético se constituye en llama viva frente a la asfi-
xiante academia:
96
«Es la llama trémula/ en la noche de piedra del
virreinato» (200).
CONCLUSIÓN
Llego así al final de una exposición en la que
espero haber demostrado la riqueza de la poesía de
Pacheco, autor de una obra absolutamente contem-
poránea por su carácter autorreflexivo, su cuestiona-
miento de la literatura y el lenguaje, su especial
atención al lector, su rechazo de la idea de estilo
individual y su condición de formidable trujamán de
poemas ajenos. De ahí se deriva el papel fundamen-
tal que juega la intertextualidad en sus textos y la
adopción del principio de narratividad en muchos de
sus poemas, con la consiguiente ruptura de fronteras
–genológicas, lingüísticas, métricas– presente en los
mismos.
Sus dos grandes temas, como él mismo ha señala-
do, son «la fugacidad y el sufrimiento«, hecho moti-
vado por una visión heracliteana del tiempo en la
que resulta capital la idea de la existencia como pro-
ceso y la unión de los opuestos. La fugacidad, siempre
positiva por obligarnos a paladear cada momento, da
origen a algunos de sus mejores poemas, permeados
de luz y de lirismo y en los que se celebra la plenitud
del instante. Frente a ella se sitúa la angustia porque
todo pase y se pierda, y que da lugar a sus grandes
composiciones elegíacas.
En esta tensión de contrarios, en la que la parado-
ja juega un rol esencial, se asienta la creación de
Pacheco. Así, el autor ha conformado una poética
absolutamente personal, cuyos motivos ya se
encuentran apuntados en Los elementos de la noche
pero que, poco a poco, ha ido depurándose, contagiada
97
Pacheco, por Héctor Xavier
98
un hecho incuestionable: acomoda la palabra aten-
diendo por igual al ritmo del poema y a la arquitec-
tura del pensamiento.
Con este volumen homenajeamos, en fin, a un
poeta en la cima de una creación marcada por el
rigor y la energía, al que sólo se puede comparar con
los humanistas del Renacimiento y que, aún cons-
ciente de la inminencia de la catástrofe, sabe apre-
ciar en todo momento la belleza del instante, la
vida, la luz.
Francisca NOGUEROL
Universidad de Salamanca
NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN
101
identifica con los textos de su juventud. Por otra
parte, su rechazo a la idea de autoría y su incuestio-
nable modestia me hacen aparecer como única res-
ponsable de la presente selección, pero eso sí: le
debo el magnífico título del volumen, la sugerencia
del volcán de la portada, y la eliminación o inclu-
sión de diversos poemas en relación a mi proyecto
original, recomendados en un almuerzo –compartido
asimismo con Cristina Pacheco– en un bello restau-
rante del Zócalo mexicano.
Como he comentado a lo largo de las páginas
precedentes, la obra de Pacheco se encuentra en
constante devenir, lo que explica las revisiones de
sus poemas y las infinitas posibilidades que ofrece el
análisis de esta evolución. Desgraciadamente, los
límites de la presente antología me impiden reflejar
este hecho a través de comentarios críticos a pie de
página –sólo se ofrecen algunas referencias a este
proceso en el estudio introductorio–, pero considero
fundamental la realización de este trabajo en el futu-
ro. Con él se conocerá en plenitud una obra que,
como la de Juan Ramón Jiménez u Octavio Paz, sólo
puede entenderse en movimiento.
Tras consultarlo con el autor, en la presente anto-
logía se ha optado por transcribir los poemas tal y
como aparecieron en Tarde o temprano. Poemas
1958–2000, edición que recopila sus libros hasta
Siglo pasado (desenlace). Como la lluvia y La edad de
las tinieblas, sus dos últimos poemarios, –que pronto
disfrutaremos en Visor– han visto la luz hace unos
pocos meses, por lo que aún no cuentan con varian-
tes conocidas. Sí me parece importante destacar que
ha sido el propio Pacheco quien decidió que los ver-
sos de cada poema en Como la lluvia comenzaran por
mayúscula. Cansado de que sus creaciones sean
102
transcritas erróneamente, prefiere que quede clara la
dimensión exacta del verso, aunque alguien pueda
tacharlo de reaccionario por adoptar esta medida.
En cuanto a los poemas, elegí los que, aparte de
su incuestionable calidad, resultaban claves para
ejemplificar su evolución poética. Para dar idea de la
enorme versatilidad de su obra, se integran en el pre-
sente volumen textos adscritos a los más diversos
estilos y formatos: desde el alegato ético a la invecti-
va satírica o el guiño irónico; de la poesía neosimbo-
lista a la de claro signo conversacional; del reflejo de
un mundo en ruinas al elogio de la vida y sus lumi-
nosos instantes; del soneto al versículo; del monólo-
go dramático a la voz del cronista, el «tú« o el «nos-
otros»; de los poemas breves, verdaderos fogonazos
de intensidad –dísticos, epigramas y haikús– a los
títulos extensos y de cariz narrativo.
No incluí ninguna de sus aproximaciones o traduc-
ciones libres de otros escritores de nuevo por deseo
de Pacheco, pues estos poemas, amén de ser de auto-
ría colectiva, verán la luz, como ya señalé, en una
nueva edición corregida que aparecerá el próximo
año en la editorial ERA. Aún así, la presente antolo-
gía incluye poemas cercanos al espíritu de la aproxi-
mación como «Lectura de los Cantares mexicanos»,
elaborado a manera del centón clásico y cuyo origen
reconoce su autor a través de una nota a pie de pági-
na.
Algunos poemarios se encuentran más antologa-
dos que otros porque albergan ciclos temáticos esen-
ciales en su escritura. Es el caso de No me preguntes
cómo pasa el tiempo, Irás y no volverás, Islas a la deriva,
El silencio de la luna y Como la lluvia, momentos espe-
cialmente brillantes de su producción. Para destacar
su importancia, estas secuencias aparecen reflejadas
103
en el índice de la antología tras el título general del
poemario. Consciente de lo difícil que resulta des-
membrar títulos tan unitarios como El reposo del fuego
o las secuencias «Jardín de niños», «Circo de
noche» o «Prehistoria», he optado por ofrecer com-
pleto el último de los textos citados, eligiendo en los
otros casos poemas que dan idea del tono general del
ciclo.
Siguiendo con el paratexto, fundamental en el
análisis de la obra de Pacheco, opté por no incluir las
dedicatorias de cada poemario a petición del mismo
autor, entristecido al ver reflejados en ellas a muchos
amigos desaparecidos. Sin embargo, he considerado
indispensable mantener los lemas que abren cada
uno de sus libros, esenciales para entender su espíritu.
Agradezco al autor las fotografías que me ha per-
mitido incluir en el prólogo, algunas no publicadas
anteriormente como la de él a los cuatro años de
edad o la del joven poeta hablando con Juan José
Arreola. Asimismo, destaco su amabilidad al regalar-
nos tres extraordinarios inéditos en un periodo espe-
cialmente ajetreado de su vida, pues a la reciente
publicación de sus dos últimos poemarios se suma la
enorme cantidad de homenajes a los que debe asistir
con motivo de su 70º aniversario.
Destaco por último otros dos valores de la presen-
te edición: se incluyen los manuscritos de tres poe-
mas, que demuestran cómo el autor escribe primero
a mano, luego pasa sus textos a la computadora y,
finalmente, los revisa con la pluma; y, como desta-
qué en el prólogo, la inserción de tres ilustraciones
del pintor Francisco Toledo correspondientes a los
poemas «El búho», «El pulpo» y «Los pájaros». Estas
imágenes dan fe de la frecuente colaboración de
Pacheco con los artistas plásticos.
104
Quiero terminar expresando mi más profundo
agradecimiento por facilitar mi tarea en estos meses
a Marcelo Uribe, editor de ERA; Vicente Rojo, res-
ponsable asimismo de esta editorial y autor del impo-
nente volcán de la portada; Francisco Toledo, pre-
senta a través de sus extraordinarias ilustraciones de
animales; Javier Pardo, director del Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Salamanca,
quien supo atender mis peticiones con una sonrisa
de complicidad; Antonio Sánchez Sacristán y
Raquel Carnicero, que han cuidado la edición con
tanto mimo como pasión por su trabajo.
Finalmente, agradezco la permanente atención y
cariño que me llevan dispensando desde hace años
tanto Cristina como José Emilio Pacheco. En el caso
de José Emilio, en estos meses ha resuelto mis dudas
en escasísimo tiempo, lo que revela una vez más su
generosidad. Ahora sólo cabe callarse para dejar
hablar a un poeta del que, parafraseando con varian-
tes uno de sus más hermosos versos, sólo puedo con-
cluir: «No leemos a Pacheco: nos leemos en él».
105
BIBLIOGRAFÍA
107
I.1. Poesía
Los elementos de la noche. México, UNAM, 1963.
El reposo del fuego. México, FCE, 1966.
No me preguntes cómo pasa el tiempo. México, Joaquín
Mortiz, 1969.
Irás y no volverás. México, FCE, 1973.
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Desde entonces. México, ERA, 1980.
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Como la lluvia. México, ERA, 2009.
La edad de las tinieblas. México, ERA, 2009.
I.2. Narrativa
La sangre de Medusa (cuentos) México, Cuadernos del
Unicornio, 1958. Nueva versión aumentada –La san-
gre de Medusa y otros cuentos marginales– en 1990.
El viento distante (cuentos) México, ERA, 1963. Segunda
edición aumentada en 1969. Nueva versión en 2000.
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Joaquín MORTIZ, 1972. Nueva versión en 1997.
Las batallas en el desierto (novela corta) México, ERA,
1981.
108
I.3. Guiones de cine
El castillo de la pureza, en colaboración con Arturo RIPS-
TEIN. Estrenado en 1972. México, Novaro, 1973.
El santo oficio, en colaboración con Arturo RIPSTEIN.
Estrenado en 1974. Culiacán, UAS, 1980.
Fox-trot, en colaboración con Arturo RIPSTEIN. Estrenado
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Antología poética. Granada, Ayuntamiento de Granada,
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110
II. BIBLIOGRAFÍA SOBRE LA POESÍA DE JOSÉ
EMILIO PACHECO
111
II. 2. Artículos, capítulos de libro y notas
Se recogen únicamente trabajos con especial relevan-
cia para el análisis de la poesía de Pacheco.
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Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por No me pre-
guntes cómo pasa el tiempo. 1969
Premio Xavier Villaurrutia por El principio del placer. 1973
Premio Ariel compartido con Arturo Ripstein a la mejor
historia original y adaptación cinematográfica con El
castillo de la pureza. 1973
Premio Nacional de Periodismo por Divulgación Cultu-
ral. 1980
Premio a la mejor traducción de la Sociedad de Críticos
Teatrales por Un tranvía llamado deseo, de Tennessee
Williams. 1984
Premio Malcolm Lowry por su trayectoria (Ensayo litera-
rio). 1991
Premio Nacional de Lingüística y Literatura. 1992
Premio José Asunción Silva al mejor libro de poemas en
español publicado entre 1990 y 1995
Premio Fernando Benítez en periodismo cultural. 1995
Premio Mazatlán de Literatura por Álbum de zoología.
1998
Premio Iberoamericano de Letras José Donoso. 2001
Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo.
2003
Premio de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde.
2003
Premio Internacional Alfonso Reyes. 2004
Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. 2004
Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca.
2005
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. 2009
La Medalla 1808 otorgada por el Gobierno del Distrito
Federal. 2009
La Medalla de Oro de Bellas Artes otorgada por la Secre-
taría de Educación Pública de México. 2009
123