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ECCE HOMO

CÓMO SE LLEGA A SER LO QUE SE ES

FRIEDRICH NIETZSCHE

1888

FUENTE: DE.WIKISOURCE.ORG

TRADUCCIÓN: ELEJANDRÍA

LIBRO DESCARGADO EN WWW.ELEJANDRIA.COM, TU SITIO WEB DE OBRAS DE


DOMINIO PÚBLICO
¡ESPERAMOS QUE LO DISFRUTÉIS!
PREFACIO

1.

En previsión de que dentro de poco tendré que dirigirme a la humanidad


con la exigencia más difícil que jamás se le haya planteado, me parece in-
dispensable decir quién soy. En el fondo, hay que saberlo: porque no me he
"quedado sin testimonio". La desproporción entre la grandeza de mi tarea y
la pequeñez de mis contemporáneos se expresa en el hecho de que no he
sido ni escuchado ni siquiera visto. Vivo de mi propio crédito, tal vez sea
sólo una preconcepción de que estoy vivo... Sólo necesito hablar con alguna
"persona culta" que venga a la Alta Engadina en verano para convencerme
de que no estoy vivo... En estas circunstancias hay un deber contra el que se
rebela mi costumbre, más aún el orgullo de mis instintos, a saber, decir:
¡Escúchenme! porque yo soy él y él. Sobre todo, ¡no me confundas!

2.
Por ejemplo, no soy en absoluto un hombre del saco, un monstruo moral,
incluso soy una naturaleza antitética al tipo de hombre que hasta ahora se ha
venerado como virtuoso. Entre nosotros, me parece que esto es precisamen-
te parte de mi orgullo. Soy un discípulo del filósofo Dionisio, prefiero ser
un sátiro antes que un santo. Pero basta con leer este escrito. Tal vez lo haya
conseguido, tal vez este escrito no tenga otra finalidad que la de expresar
esta oposición de forma alegre y humana. Lo último que prometería es "me-
jorar" la humanidad. No erigiré nuevos ídolos; los antiguos pueden apren-
der lo que son las piernas de barro. Derribar ídolos (mi palabra para "idea-
les"), ese es más mi oficio. La realidad ha sido despojada de su valor, de su
sentido, de su veracidad, hasta el punto de que se ha creado un mundo
ideal... El "mundo verdadero" y el "mundo aparente" - en alemán: die erlog-
ne Welt und die Realität... La mentira del ideal ha sido hasta ahora la maldi-
ción de la realidad; la propia humanidad se ha vuelto mendaz y falsa a tra-
vés de ella, hasta sus más bajos instintos, hasta el punto de rendir culto a los
valores opuestos a aquellos con los que estaría garantizada su prosperidad,
su futuro, su alto derecho a un porvenir.

3.

Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de altura,
un aire fuerte. Hay que estar hecho para ello, pues de lo contrario el peligro
de resfriarse en él no es pequeño. El hielo está cerca, la soledad es inmensa
- pero ¡qué tranquilidad tienen todas las cosas en la luz! ¡qué libremente se
respira! ¡cuánto se siente debajo de uno mismo! - La filosofía, tal como la
he entendido y vivido hasta ahora, es la vida voluntaria en el hielo y las al-
tas montañas, la búsqueda de todo lo extraño y cuestionable de la existen-
cia, todo lo que hasta ahora ha estado bajo el hechizo de la moral. Gracias a
la larga experiencia que me proporcionó ese deambular por lo prohibido,
aprendí a mirar las causas por las que hasta entonces se había practicado la
moralización y la idealización de una manera muy diferente a la que hubie-
ra sido deseable: la historia oculta de los filósofos, la psicología de sus
grandes nombres salieron a la luz para mí. - ¿Cuánta verdad puede soportar
un espíritu, cuánta verdad se atreve? eso se convirtió para mí cada vez más
en la verdadera medida del valor. El error (-la creencia en el ideal-) no es
ceguera, el error es cobardía... Cada logro, cada paso adelante en el conoci-
miento es consecuencia del coraje, de la dureza hacia uno mismo, de la lim-
pieza hacia uno mismo... Yo no refuto los ideales, simplemente me pongo
los guantes ante ellos... Nitimur in vetitum: en este signo mi filosofía sale
victoriosa por una vez, pues hasta ahora sólo la verdad ha estado siempre
prohibida. -

4.

Dentro de mis escritos, mi Zaratustra se sostiene por sí mismo. Con ella


he dado a la humanidad el mayor regalo que jamás haya recibido. Este li-
bro, con una sola voz a lo largo de milenios, no sólo es el libro más alto que
existe, el verdadero libro de altura -todo el hecho del hombre se encuentra a
una distancia inmensa por debajo de él-, sino que también es el más profun-
do, el que nace de la riqueza más íntima de la verdad, un pozo inagotable en
el que ningún cubo desciende sin salir lleno de oro y bondad. Aquí no habla
ningún "profeta", ninguno de esos espantosos hermafroditas de la enferme-
dad y la voluntad de poder que se llaman fundadores de la religión. Sobre
todo, hay que escuchar el tono que sale de esta boca, este tono halcón, para
no cometer una lamentable injusticia con el significado de su sabiduría.
"Son las palabras más tranquilas las que traen la tormenta; los pensamientos
que vienen con pies de paloma dirigen el mundo".
Los higos caen de los árboles, son buenos y dulces; y al caer, su piel roja
se desgarra. Un viento del norte soy yo higos maduros.
Así que, como los higos, estas lecciones caen sobre vosotros, amigos
míos: ¡ahora bebed su jugo y su dulce pulpa! El otoño está cerca y el cielo
puro y la tarde -
Aquí no habla ningún fanático, aquí no se "predica", aquí no se exige la
fe: de una abundancia infinita de luz y profundidad de felicidad cae gota a
gota, palabra a palabra, una tierna lentitud es el tempo de estos discursos.
Estas cosas sólo llegan a los más selectos; es un privilegio sin igual ser
oyente aquí; nadie está libre de tener oídos para Zaratustra... Con todo esto,
¿no es Zaratustra un seductor?... Pero, ¿qué dice él mismo cuando vuelve a
su soledad por primera vez? Exactamente lo contrario de lo que diría cual-
quier "sabio", "santo", "salvador del mundo" y demás decadentes en un caso
así... No sólo habla diferente, sino que es diferente....
¡Solo voy ahora, mis discípulos! ¡También te vas y solo!
Así es como lo quiero.
¡Aléjense de mí y defiéndanse de Zaratustra! Y mejor aún, ¡avergüénzate
de él! Tal vez te engañó.
El hombre de conocimiento no sólo debe amar a sus enemigos, también
debe ser capaz de odiar a sus amigos.
Uno paga mal a un maestro si siempre sigue siendo sólo un alumno. ¿Y
por qué no arrancas mi corona?
Tú me adoras, pero ¿qué pasa si un día tu adoración cae?
¡Cuidado, no sea que una estatua te mate!
¿Dices que crees en Zaratustra? ¡Pero qué hay en Zaratustra!
Vosotros sois mis creyentes, ¡pero qué pasa con todos los creyentes!
Todavía no os habíais buscado a vosotros mismos, cuando me encontras-
teis. Lo mismo ocurre con todos los creyentes.
Así lo hacen todos los creyentes; por eso es tan poco con toda la fe.
Ahora os llamo a perderme y a encontraros; y sólo cuando todos me ha-
yáis negado volveré a vosotros....
Friedrich Nietzsche.
CONTENIDO

Por qué soy tan sabio.


Por qué soy tan inteligente.
Por qué escribo libros tan buenos.
El nacimiento de la tragedia.
Lo inoportuno.
Lo humano, lo demasiado humano.
Amanecer.
La gaya ciencia.
Así habló Zaratustra.
Más allá del bien y del mal.
Genealogía de la moral.
El crepúsculo de los ídolos.
El caso de Wagner.
Por qué soy el destino.
Declaración de guerra.
El martillo habla
En este día perfecto, cuando todo madura y no sólo las uvas se vuelven
marrones, un rayo de sol cayó sobre mi vida: miré hacia atrás, miré hacia
afuera, nunca vi tantas y tan buenas cosas a la vez. No por nada enterré hoy
mis cuarenta y cuatro años, se me permitió enterrarlo, - lo que era vida en él
se salva, es inmortal. La revalorización de todos los valores, los ditirambos
de Dionisio y, para el recreo, el crepúsculo de los ídolos: ¡todos los regalos
de este año, incluso de su último trimestre! ¿Cómo no voy a estar agradeci-
do a toda mi vida? Y así me cuento mi vida.
POR QUÉ SOY TAN SABIO.

1.

La felicidad de mi existencia, su singularidad tal vez, radica en su fatali-


dad: soy, por decirlo en forma de acertijo, como mi padre ya muerto, como
mi madre sigo vivo y envejeciendo. Este doble origen, como si se tratara del
peldaño más alto y del más bajo de la escala de la vida, a la vez decadente y
principiante, esto, si acaso, explica esa neutralidad, esa libertad de partido
en relación con el problema general de la vida, que tal vez me distingue.
Tengo un olfato más fino para los signos de ascenso y descenso que cual-
quier ser humano haya tenido jamás, soy el maestro por excelencia para
esto, - conozco ambos, soy ambos. - Mi padre murió a la edad de treinta y
seis años: era tierno, amable y mórbido, como un ser sólo destinado a pasar,
-más bien un recuerdo amable de la vida que la vida misma. En el mismo
año en que su vida fue cuesta abajo, la mía también fue cuesta abajo: en el
trigésimo sexto año de mi vida llegué al punto más bajo de mi vitalidad, -
seguía vivo, pero sin ver tres pasos por delante. En ese momento -era 1879-
renuncié a mi cátedra en Basilea, viví el verano como una sombra en St.
Moritz y el siguiente invierno, el menos soleado de mi vida, como una som-
bra en Naumburg. Este fue mi mínimo: "El vagabundo y su sombra" fue es-
crito durante este tiempo. Sin duda, en aquel momento comprendí las som-
bras... El invierno siguiente, mi primer invierno en Génova, esa dulcifica-
ción y espiritualización, que está casi condicionada por una extrema pobre-
za de sangre y de músculo, hizo surgir la "Morgenröthe". El perfecto brillo
y la alegría, incluso la exuberancia de espíritu, que refleja la citada obra, es
compatible en mí no sólo con la más profunda debilidad fisiológica, sino
incluso con un exceso de dolor. En medio de los tormentos que traen consi-
go tres días ininterrumpidos de dolores cerebrales, junto con los laboriosos
vómitos de mucosidad, - poseía una claridad dialéctica por excelencia y
pensaba las cosas con mucha sangre fría, cosa que en circunstancias más
sanas no soy escalador, ni refinado, ni frío para hacer. Mis lectores pueden
saber hasta qué punto considero la dialéctica como un síntoma de decaden-
cia, por ejemplo, en el caso más famoso de todos: el de Sócrates. - Todas las
perturbaciones mórbidas del intelecto, incluso esa semianestesia que trae
consigo la fiebre, han permanecido completamente extrañas para mí hasta el
día de hoy, y tuve que aprender sobre su naturaleza y frecuencia por medios
aprendidos. Mi sangre corre lentamente. Nadie ha sido capaz de diagnosti-
car una fiebre en mí. Un médico que me trató durante mucho tiempo como
un paciente nervioso me dijo finalmente: "¡No! no son tus nervios, yo mis-
mo estoy nervioso. Sin embargo, no había evidencia de ninguna degenera-
ción local; ninguna dolencia estomacal de origen orgánico, por mucho que,
como resultado del agotamiento general, la debilidad más profunda del sis-
tema gástrico. También la enfermedad de los ojos, que a veces se acercaba
peligrosamente a la ceguera, era sólo una consecuencia, no una causa: de
modo que con cada aumento de la vitalidad también aumentaba de nuevo el
poder de la vista. - Una larga serie de años significa para mí la recuperación,
- desgraciadamente también significa la recaída, la decadencia, la periodici-
dad de una especie de decadencia. Después de todo esto, ¿es necesario que
diga que tengo experiencia en cuestiones de decadencia? Lo he escrito al
derecho y al revés. Incluso ese arte de filigrana de captar y comprender en
general, esos dedos para los matices, esa psicología de "ver a la vuelta de la
esquina" y todo lo demás que me es característico, se aprendió por primera
vez entonces, es el regalo real de esa época en la que todo se refinó en mí, la
observación misma así como todos los órganos de observación. Bajar la mi-
rada desde la óptica de los enfermos a los conceptos y valores más sanos, y
a su vez desde la plenitud y la seguridad en sí mismo de la vida rica al tra-
bajo secreto del instinto de decadencia, ese fue mi más largo ejercicio, mi
verdadera experiencia, si es que llegué a ser un maestro en ello. Ahora lo
tengo en mis manos, tengo la mano para cambiar las perspectivas: la prime-
ra razón por la que una "revalorización de los valores" es quizás posible
sólo para mí.

2.

Porque, reconociendo que soy un decadente, soy también su contrario.


Mi prueba de ello es, entre otras cosas, que instintivamente siempre elegí
los medios adecuados contra las malas condiciones: mientras que el deca-
dente en sí mismo siempre elige los medios que le perjudican. Como sum-
ma summarum era sano, como ángulo, como especialidad era decadente.
Esa energía para el aislamiento absoluto y el desprendimiento de las cir-
cunstancias acostumbradas, la compulsión contra mí de no dejarme cuidar,
servir, tratar... eso delata la certeza instintiva incondicional sobre lo que se
necesitaba por encima de todo en ese momento. Me tomé la justicia por mi
mano, volví a estar sano: la condición para ello -todo fisiólogo lo admitirá-
es que uno esté básicamente sano. Un ser típicamente mórbido no puede po-
nerse sano, y menos aún hacerse sano; para una persona típicamente sana,
por el contrario, estar enfermo puede ser incluso un estímulo energético
para la vida, para más vida. Así es como me parece ahora ese largo período
de enfermedad: descubrí la vida de nuevo, por así decirlo, incluyéndome a
mí mismo, saboreé todo lo bueno e incluso las cosas pequeñas como no po-
dían saber fácilmente a André, - hice mi filosofía de mi voluntad a la salud,
a la vida... Pues presta atención: los años de mi más baja vitalidad fueron
cuando dejé de ser pesimista: el instinto de autorrestauración me prohibió
una filosofía de la pobreza y el desaliento... ¡Y por qué se reconoce el bie-
nestar en el fondo! Que una persona bien educada sea agradable a nuestros
sentidos: que esté tallada en una madera dura, tierna y fragante al mismo
tiempo. Sólo saborea lo que le resulta agradable; su placer, su deleite, cesa
cuando se sobrepasa la medida de lo agradable. Aprende remedios contra el
daño, aprovecha los malos accidentes en su beneficio; lo que no le mata le
hace más fuerte. Recoge instintivamente su suma de todo lo que ve, oye,
experimenta: es un principio selectivo, deja pasar mucho. Siempre está en
su compañía, ya sea con libros, personas o paisajes: honra eligiendo, permi-
tiendo, confiando. Reacciona lentamente a todo tipo de estímulos, con esa
lentitud que una larga cautela y un orgullo deliberado han criado en él, -
prueba el estímulo que se acerca, está lejos de encontrarlo. No cree ni en la
"desgracia" ni en la "culpa": sabe arreglárselas, consigo mismo, con los de-
más, sabe olvidar, - es lo suficientemente fuerte como para que todo le salga
bien. - Pues bien, yo soy la contraparte de un decadente: pues acabo de des-
cribirme a mí mismo.

3.

Considero un gran privilegio haber tenido un padre así: los campesinos a


los que predicaba -pues fue predicador durante los últimos años, después de
haber vivido en la corte de Altenburg durante algunos años- decían que un
ángel debía tener ese aspecto. - Y aquí toco la cuestión de la raza. Soy un
noble polaco puro, sin una gota de mala sangre mezclada, y menos alemana.
Cuando busco el contraste más profundo conmigo mismo, la imprevisible
mezquindad del instinto, siempre encuentro a mi madre y a mi hermana, -
creerme emparentado con semejante canaille sería una blasfemia contra mi
divinidad. El trato que recibo por parte de mi madre y mi hermana, hasta
este momento, me inspira un horror indecible: Aquí funciona una máquina
infernal perfecta, con una certeza infalible sobre el momento en que puedo
ser herido de muerte -en mis momentos más altos-,... pues no hay fuerzas
para defenderme de los gusanos venenosos... La contigüidad fisiológica
hace posible tal disharmonia praestabilita... Pero confieso que la objeción
más profunda al "eterno retorno", mi actual pensamiento abismal, es siem-
pre la madre y la hermana. - Pero incluso como polaco soy un atavismo
monstruoso. Habría que remontarse siglos atrás para encontrar esta raza tan
noble que existió en la tierra, tan pura de instintos como la retrato. Tengo un
soberano sentimiento de distinción contra todo lo que hoy se llama nobleza:
no le concedería al joven emperador alemán el honor de ser mi cochero.
Sólo hay un caso en el que reconozco mi igualdad: lo confieso con profunda
gratitud. Frau Cosima Wagner es, con mucho, la más distinguida de las na-
turalezas; y, para no decir una palabra de más, digo que Richard Wagner
era, con mucho, el más emparentado conmigo... El resto es silencio... Todas
las nociones prevalecientes de grados de parentesco son un absurdo fisioló-
gico insuperable. El Papa sigue comerciando con este absurdo hoy en día.
Uno es el que menos se relaciona con sus padres: sería el mayor signo de
mezquindad estar relacionado con sus padres. Las naturalezas superiores
tienen su origen infinitamente más atrás; hacia ellas ha sido más necesario
reunir, salvar, amontonar. Los grandes individuos son los más antiguos: no
lo entiendo, pero Julio César podría ser mi padre - o Alejandro, este Dioni-
sio de carne y hueso... En este momento, mientras escribo esto, el correo me
trae un Dionisio de cabeza....

4.

Nunca he entendido el arte de llevarme la contraria -eso también se lo


debo a mi incomparable padre- y eso que me parecía de gran valor. Incluso,
por mucho que esto pueda parecer poco cristiano, ni siquiera se ha tomado
contra mí. Se puede dar vuelta a mi vida de un lado a otro, se descubrirá en
ella, contando ese único caso, ningún rastro de que alguien haya tenido
mala voluntad contra mí, - pero tal vez demasiados rastros de buena volun-
tad... Mis experiencias incluso con aquellos sobre los que todo el mundo
tiene malas experiencias, hablan sin excepción en su favor; domo a todos
los osos, sigo haciendo decente al Hanswürste. En los siete años que enseñé
griego en la clase superior del Pädagogium de Basilea, no tuve motivos para
imponer un castigo; los más perezosos fueron diligentes conmigo. Siempre
estoy a la altura del azar; debo estar desprevenido para ser mi amo. El ins-
trumento, sea como sea, esté tan desafinado como sólo el instrumento
"hombre" puede estarlo, tendría que estar enfermo si no consiguiera extraer
algo audible de él. Y cuántas veces he escuchado esto de los propios "ins-
trumentos", que nunca se habían escuchado así... Quizás el más hermoso
fue aquel imperdonable joven Heinrich von Stein, que una vez, después de
obtener cuidadosamente el permiso, apareció durante tres días en Sils-Ma-
ria, explicando a todos que no había venido por la Engadina. Este excelente
hombre, que se había adentrado en la ciénaga wagneriana con toda la impe-
tuosa sencillez de un junker prusiano (¡y también en la ciénaga
dühringiana!), se transformó durante estos tres días en un viento de libertad
de gran fuerza, como quien se eleva de repente en el aire y levanta el vuelo.
Siempre le dije que era el buen aire de aquí arriba, que era así para todos,
que no era en vano que uno estuviera a 6.000 pies sobre Bayreuth, - pero no
me creyó... Si, sin embargo, muchas pequeñas y grandes fechorías se come-
tieron contra mí, no fue "la voluntad", y menos la mala voluntad, la causa
de ello: más bien, tendría que quejarme - lo acabo de insinuar - de la buena
voluntad que ha hecho no pocas fechorías en mi vida. Mis experiencias me
dan derecho a desconfiar en general de los llamados instintos "altruistas", de
todo el "amor al prójimo" dispuesto a aconsejar y actuar. En sí misma, la
considero una debilidad, un caso aislado de incapacidad para resistir los es-
tímulos: la compasión sólo se llama virtud entre los decadentes. Reprocho a
los compasivos que pierden fácilmente su vergüenza, su reverencia, su deli-
cadeza ante la distancia, que la compasión huele a chusma en un abrir y ce-
rrar de ojos y se parece confusamente a los malos modales, - que las manos
compasivas pueden, en ciertas circunstancias, intervenir casi destructiva-
mente en un gran destino, en una soledad bajo las heridas, en un privilegio
de pesada culpa. Cuento la superación de la piedad entre las virtudes no-
bles: como "tentación" de Zaratustra he poetizado un caso en el que le llega
un gran grito de angustia, en el que la piedad, como un último pecado, quie-
re asaltarle, apartarle de sí mismo. Permanecer maestro aquí, mantener la
altura de su tarea pura de los impulsos mucho más bajos y miopes que están
activos en las llamadas acciones desinteresadas, esa es la prueba, la última
prueba quizás, que un Zaratustra tiene que pasar - su verdadera prueba de
fuerza....
5.

En otro aspecto, también, no soy más que mi padre una vez más y, por así
decirlo, su supervivencia tras una muerte demasiado temprana. Como todos
los que nunca han vivido entre sus iguales y para los que el concepto de "re-
tribución" es tan inaccesible como, por ejemplo, el de "igualdad de dere-
chos", me prohíbo, en los casos en que se comete una pequeña o gran locura
contra mí, cualquier contramedida, cualquier medida de protección, -así
como, en lo razonable, cualquier defensa, cualquier "justificación". Mi ma-
nera de contraatacar es enviar la inteligencia tras la estupidez lo más rápido
posible: de esa manera uno todavía puede alcanzarla. En una parábola: en-
vío un bote de mermelada para librarme de una historia agria... Sólo tienen
algo malo que hacerme, se lo "devuelvo", están seguros: Pronto encuentro
la oportunidad de expresar mi agradecimiento al "agraviado" (a veces inclu-
so por el agravio) - o de pedirle algo, lo que puede ser más vinculante que
dar algo... También me parece que la palabra más grosera, la carta más tos-
ca son aún más benignas, más amables que el silencio. Los que callan casi
siempre carecen de delicadeza y cortesía de corazón; el silencio es una ob-
jeción, tragarlo hace necesariamente un mal carácter, - incluso estropea el
estómago. Todas las personas silenciosas son dispépticas. - No quiero
subestimar la rudeza; es, con mucho, la forma más humana de contradicción
y, en medio de los mimos modernos, una de nuestras primeras virtudes. - Si
uno es lo suficientemente rico como para hacerlo, es incluso una felicidad
equivocarse. Un dios que viniera a la tierra no podría hacer nada más que el
mal, - asumir no el castigo sino la culpa sólo sería divino.

6.
La liberación del resentimiento, la iluminación sobre el resentimiento -
¡quién sabe cuánto le debo en última instancia a mi larga enfermedad por
esto! El problema no es precisamente sencillo: hay que vivirlo desde la
fuerza y desde la debilidad. Si hay que afirmar algo en contra de la enferme-
dad, de la debilidad, es que en ella el instinto de curación real, es decir, el
instinto de defensa y armamento del hombre, se vuelve friable. Uno sabe
cómo alejarse de la nada, uno sabe cómo lidiar con la nada, uno sabe cómo
repeler la nada, - todo duele. El hombre y la cosa se acercan intrusivamente,
las experiencias golpean demasiado profundamente, el recuerdo es una heri-
da enconada. Estar enfermo es una especie de resentimiento en sí mismo. -
Contra esto, el enfermo sólo tiene un gran remedio: lo llamo fatalismo ruso,
ese fatalismo sin revuelta con el que un soldado ruso, para el que la campa-
ña se hace demasiado dura, se tumba finalmente en la nieve. La gran razón
de este fatalismo, que no es siempre sólo el coraje de morir, sino la conser-
vación de la vida en las circunstancias más amenazantes, es el descenso del
metabolismo, su ralentización, una especie de voluntad de hibernación.
Unos pasos más allá en esta lógica y tienes al faquir que duerme durante
semanas en una tumba... Como uno se consumiría demasiado rápido si reac-
cionara en absoluto, ya no reacciona en absoluto: esta es la lógica. Y con
nada se quema uno más rápidamente que con los efectos del resentimiento.
La cólera, la vulnerabilidad mórbida, la impotencia por la venganza, la luju-
ria, la sed de venganza, la mezcla de venenos en todos los sentidos - es cier-
tamente la forma más dañina de reaccionar para las personas agotadas: un
consumo rápido de energía nerviosa, un aumento mórbido de las descargas
nocivas, por ejemplo de la bilis en el estómago, es causado por ello. El re-
sentimiento es lo prohibido en sí mismo para el enfermo - su mal: desgra-
ciadamente también su inclinación más natural. - Esto lo entendió el pro-
fundo fisiólogo Buda. Su "religión", que mejor podría llamarse higiene,
para no mezclarla con cosas tan lamentables como es el cristianismo, hacía
depender su efecto de la victoria sobre el resentimiento: liberar el alma de
él, el primer paso para la recuperación. "No es a través de la enemistad que
se acaba, es a través de la amistad que se acaba la enemistad": esto está al
principio de la enseñanza de Buda - no es así como habla la moral, es así
como habla la fisiología. - El resentimiento, nacido de la debilidad, no es
más perjudicial para nadie que para los propios débiles, - en el otro caso, en
el que una naturaleza rica es el requisito previo, un sentimiento superfluo,
un sentimiento sobre el que seguir siendo dueño es casi una prueba de ri-
queza. Quien conozca la seriedad con la que mi filosofía ha asumido la lu-
cha con los sentimientos de venganza y las secuelas, incluso en la doctrina
del "libre albedrío" -la lucha con el cristianismo es sólo un caso aislado de
esto- comprenderá por qué pongo aquí a la luz mi conducta personal, mi
certeza instintiva en la práctica. En los tiempos de la decadencia, me lo
prohibí por considerarlo perjudicial; en cuanto la vida volvió a ser lo sufi-
cientemente rica y orgullosa, me lo prohibí por considerarlo indigno. Ese
"fatalismo ruso" del que hablaba se manifestó en que me aferré tenazmente
durante años a situaciones, lugares, viviendas, sociedades casi insoporta-
bles, una vez que me habían sido dadas por el azar -era mejor cambiarlas
que sentir que podían ser cambiadas- que rebelarme contra ellas... En aque-
lla época me molestaba mortalmente perturbarme en ese fatalismo, desper-
tarme a la fuerza: -en verdad, también era mortalmente peligroso cada vez. -
Tomarse a sí mismo como un fatum, no quererse "de otra manera" - eso es
en tales estados la gran razón misma.

7.

Otra cosa es la guerra. Mi naturaleza es belicosa. Atacar pertenece a mis


instintos. Ser capaz de ser un enemigo, ser un enemigo - eso tal vez presu-
pone una naturaleza fuerte, en todo caso es condicional en toda naturaleza
fuerte. Necesita resistencia, en consecuencia busca resistencia: el pathos
agresivo pertenece tan necesariamente a la fuerza como el sentimiento de
venganza y el deseo a la debilidad. La mujer, por ejemplo, es vengativa:
esto está condicionado en su debilidad, así como su irritabilidad por la nece-
sidad ajena. - La fuerza del atacante tiene una especie de medida en la opo-
sición que necesita; todo crecimiento se delata en la búsqueda de un opo-
nente -o problema- más formidable: pues un filósofo que es belicoso tam-
bién desafía a los problemas a un duelo. La tarea no es dominar las oposi-
ciones en absoluto, sino aquellas en las que hay que emplear toda la fuerza,
la flexibilidad y el dominio de las armas, - en oponentes iguales... La igual-
dad ante el enemigo - la primera condición para un duelo justo. Donde se
desprecia, no se puede hacer la guerra; donde se manda, donde se ve algo
por debajo, no hay que hacer la guerra. Mi práctica de la guerra se puede
resumir en cuatro frases. Primero: Ataco sólo las cosas que son victoriosas -
espero en las circunstancias hasta que sean victoriosas. En segundo lugar:
sólo ataco las cosas en las que no encontraría aliados, en las que me quedo
solo, -en las que me comprometo solo... Nunca he dado un paso pública-
mente que no fuera comprometido: ese es mi criterio de actuación correcta.
Tercero: nunca ataco a las personas, - sólo uso a la persona como una fuerte
lupa con la que se puede hacer visible un estado de emergencia general,
pero insidioso, pero poco tangible. Así ataqué a David Strauss, más precisa-
mente el éxito de un libro decrépito en la "educación" alemana, -capturé
esta educación en el acto-... Así ataqué a Wagner, más precisamente la fal-
sedad, la media-suficiencia instintiva de nuestra "cultura", que confunde lo
refinado con lo rico, lo tardío con lo grande. Cuarto: Sólo ataco las cosas
donde se excluye cualquier diferencia de personas, donde falta cualquier
antecedente de malas experiencias. Por el contrario, atacar es para mí una
prueba de benevolencia, bajo ciertas circunstancias de gratitud. Honro, dis-
tingo al asociar mi nombre con el de una causa, de una persona: a favor o en
contra, para mí es lo mismo. Si hago la guerra al cristianismo, estoy en mi
derecho de hacerlo, porque no he experimentado ninguna fatalidad ni inhi-
bición por este lado: los cristianos más serios siempre se han mostrado fa-
vorables a mí. Yo mismo, opositor al cristianismo de rigor, estoy lejos de
echarlo en cara al individuo, que es la perdición de los milenios.
8.

¿Puedo atreverme a insinuar un último rasgo de mi naturaleza que me


causa no pocas dificultades en el trato con la gente? Tengo una irritabilidad
completamente extraña del instinto de pureza, de modo que percibo la cer-
canía o -¿qué digo? - lo más íntimo, las "entrañas" de cada alma fisiológica-
mente... Tengo tanteos psicológicos sobre esta irritabilidad con la que toco
cada secreto y me apodero de él: las muchas suciedades ocultas en el fondo
de algunas naturalezas, tal vez causadas por la mala sangre, pero blanquea-
das por la educación, las percibo casi al primer toque. Si he observado bien,
tales naturalezas, que no son propicias a mi pureza, sienten también la cau-
tela de mi disgusto por su parte: no se vuelven más fragantes con ella... Así
como me he acostumbrado siempre -una pureza extrema hacia mí es mi
condición de existencia, perezco bajo condiciones impuras, nado y me baño
y chapoteo, por así decirlo, constantemente en el agua, en algún elemento
perfectamente transparente y brillante. Esto no hace que mi trato con la gen-
te sea una pequeña prueba de paciencia; mi humanidad no consiste en sim-
patizar con lo que la gente es, sino en soportar que yo simpatice con ellos...
Mi humanidad es una constante autoconquista. - Pero necesito la soledad, es
decir, la recuperación, la vuelta a mí mismo, el soplo de un aire libre, ligero,
que juegue... Todo mi Zaratustra es un ditirambo sobre la soledad, o, si se
me entiende, sobre la pureza... Afortunadamente no sobre la pura tontería. -
Los que tienen ojos para el color lo llamarán diamante. - El asco a la gente,
a la "gentuza", ha sido siempre mi mayor peligro... ¿Quiere uno escuchar
las palabras en las que Zaratustra habla de la redención del asco?
¿Qué me ha pasado? ¿Cómo me he redimido del asco? ¿Quién rejuvene-
ció mi ojo? ¿Cómo llegué a las alturas donde ya no hay gentuza sentada en
el pozo?
¿Acaso mi propio asco me dio alas y fuerza a borbotones? En verdad,
hasta lo más alto tuve que volar, para encontrar de nuevo la fuente del
placer.
¡Oh, lo he encontrado, hermanos míos! ¡Aquí en lo más alto brota la
fuente del placer para mí! ¡Y hay una vida en la que no bebe ninguna
gentuza!
Fluyes casi con demasiada violencia para mí, ¡fuente de lujuria! Y a me-
nudo se vacía
La copa de nuevo, al querer llenarla.
Y aún debo aprender a acercarme a ti con más modestia: mi corazón aún
fluye hacia ti con demasiada vehemencia:
- mi corazón, en el que arde mi verano, el corto, el caliente, el melancóli-
co, el sobrecogedor: ¡cómo anhela mi corazón de verano tu frescor!
Se acabó la vacilante penumbra de mi primavera. Atrás quedaron los
¡Chapas de nieve de mi maldad en junio! El verano me hizo completo y
mediodía de verano,
- un verano en las alturas con primaveras frías y silencio bendito: ¡oh, ve-
nid, amigos míos, para que el silencio sea aún más bendito!
Porque esta es nuestra altura y nuestro hogar: demasiado alto y empinado
habitamos aquí para todos los impuros y su sed.
Sólo echad vuestros ojos puros en la fuente de mi deleite, amigos míos.
¿Cómo se va a oscurecer? Deja que se ría de ti con su pureza.
En el árbol del futuro construiremos nuestro nido; las águilas nos traerán
a los solitarios
¡Comida en el pico!
En verdad, ¡no hay comida que los impuros puedan comer! El fuego pen-
saría en alimentarlos, y quemaría sus bocas.
En verdad, aquí no tenemos casas para los impuros.
¡La cueva de hielo sería nuestra felicidad para sus cuerpos y sus
espíritus!
Y como los vientos fuertes viviremos por encima de ellos, vecinos de las
águilas,
vecinos de la nieve, vecinos del sol: así viven los vientos fuertes.
Y como un viento soplaré un día entre ellos, y con mi espíritu les quitaré
el aliento: así será mi futuro.
En verdad, Zaratustra es un viento fuerte para todas las tierras bajas; y
aconseja a sus enemigos y a todos los que escupen y vomitan: cuidado con
escupir contra el viento....
 
POR QUÉ SOY TAN INTELIGENTE.

1.

- ¿Por qué sé algunas cosas más? ¿Por qué soy tan inteligente en primer
lugar? Nunca he pensado en preguntas que no son preguntas, - no me he
desperdiciado. - Las dificultades religiosas reales, por ejemplo, no las co-
nozco por experiencia. Se me escapa por completo en qué sentido debo ser
"pecador". Del mismo modo, carezco de un criterio fiable sobre lo que es
una punzada de conciencia: según lo que se oye al respecto, una punzada de
conciencia no me parece nada digno de respeto... No querría abandonar una
acción a posteriori; preferiría dejar el mal resultado, las consecuencias, fue-
ra de la cuestión de valor por principio. En el caso de un mal resultado, es
demasiado fácil perder de vista lo que uno ha hecho: un remordimiento de
conciencia me parece una especie de "mal de ojo". Apreciar algo que fraca-
sa aún más porque ha fracasado, esa es más mi moral. - "Dios", "la inmorta-
lidad del alma", "la salvación", "el más allá", son todos conceptos a los que
no presté atención, ni tiempo, ni siquiera de niño -¿quizás nunca fui lo sufi-
cientemente niño? - No conozco el ateísmo como resultado, y menos aún
como acontecimiento: lo entiendo por instinto. Soy demasiado curioso, de-
masiado cuestionador, demasiado engreído para aguantar una respuesta del
tamaño de un puño. Dios es una respuesta del tamaño de un puño, una inde-
licadeza contra nosotros los pensadores - básicamente incluso una prohibi-
ción del tamaño de un puño para nosotros: ¡no pensarás!... Me interesa de
manera muy diferente una cuestión de la que pende la "salvación de la hu-
manidad" más que de cualquier curiosidad teológica: la cuestión de la nutri-
ción. Puede formularse así: "¿Cómo debes alimentarte para alcanzar tu má-
ximo de fuerza, de virtud al estilo renacentista, de virtud sin moral? - Mis
experiencias aquí son tan malas como es posible; me asombra haber escu-
chado esta pregunta tan tarde, haber aprendido la "razón" de estas experien-
cias tan tarde. Sólo la absoluta indignidad de nuestra educación alemana -su
"idealismo"- me explica hasta cierto punto por qué estaba atrasada hasta la
santidad aquí. Esta "educación", que desde el principio nos enseña a perder
de vista las realidades para perseguir objetivos totalmente problemáticos,
llamados "ideales", por ejemplo la "educación clásica": -¡como si no estu-
viera condenado desde el principio a unir "clásico" y "alemán" en un solo
concepto! Además, tiene un efecto estimulante: ¡sólo hay que pensar en un
Leipziger "de formación clásica"! - De hecho, hasta mis años más maduros
sólo he comido mal, - moralmente hablando "impersonalmente", "desintere-
sadamente", "altruistamente", para la salvación de los cocineros y otros
compañeros. Por ejemplo, a través de la cocina de Leipzig, al mismo tiempo
que mi primer estudio de Schopenhauer (1865), negué muy seriamente mi
"voluntad de vivir". Estropear el estómago por una alimentación insuficien-
te: este problema me pareció felizmente resuelto por la mencionada cocina,
para mi asombro. (Se dice que 1866 supuso un giro en este sentido -.) Pero
la cocina alemana en general, ¡qué no ha tenido en su conciencia! La sopa
que precede a la comida (todavía llamada alla tedesca en los libros de coci-
na venecianos del siglo XVI); las carnes demasiado cocidas, las verduras
engordadas y harinosas; ¡la degeneración de la pastelería en un pisapapeles!
Si a esto añadimos las necesidades casi animales de los viejos, no sólo de
los viejos alemanes, entonces entendemos el origen del espíritu alemán: de
las entrañas dolorosas... El espíritu alemán es una indigestión, no puede con
nada. - Pero también la dieta inglesa, que, comparada con la alemana, inclu-
so con la francesa, es una especie de "vuelta a la naturaleza", es decir, al ca-
nibalismo, va profundamente en contra de mi propio instinto; me parece
que da al espíritu pies pesados - pies de inglesa... La mejor cocina es la del
Piamonte. - Las bebidas alcohólicas me perjudican; un vaso de vino o de
cerveza durante el día es suficiente para convertir mi vida en un "Jammert-
hal" - mis antípodas viven en Munich. Aunque me he dado cuenta un poco
tarde, en realidad lo he experimentado desde la infancia. De niño creía que
beber vino, como fumar tabaco, era al principio sólo una vanidad de los jó-
venes, más tarde un mal hábito. Tal vez el vino de Naumburg tenga también
parte de culpa en este duro veredicto. Para creer que el vino exhala, tendría
que ser cristiano, o más bien creer, lo cual es un absurdo para mí. Curiosa-
mente, con esta inharmonía extrema provocada por pequeñas dosis de al-
cohol muy diluidas, me convierto casi en un marinero cuando se trata de
dosis fuertes. Ya de niño tenía mi valentía en esto. Redactar un largo tratado
en latín en Una noche de vigilia e incluso copiarlo, con la ambición en mi
pluma de imitar a mi modelo Sallust en el rigor y la compostura y verter
algo de grog del más pesado calibre sobre mi latín, esto ya era, cuando era
alumno de la venerable escuela de Pforta, nada contrario a mi fisiología, ni
quizás a la de Sallust, por mucho que la venerable escuela de Pforta.... Más
tarde, hacia la mitad de mi vida, me decidí cada vez más estrictamente en
contra de cualquier bebida "espiritual": Yo, opositor al vegetarianismo por
experiencia, al igual que Richard Wagner, que me convirtió, no sé aconsejar
a todas las naturalezas espirituales con la seriedad necesaria para abstenerse
incondicionalmente de las bebidas alcohólicas. El agua hace el truco... Pre-
fiero los lugares en los que uno tiene la oportunidad de sacar de las fuentes
que corren por todas partes (Niza, Turín, Sils); un pequeño vaso corre detrás
de mí como un perro. In vino veritas: parece que aquí también estoy en
desacuerdo con todo el mundo sobre el concepto de "verdad": - Conmigo, el
espíritu flota por encima del agua... Unas cuantas indicaciones más de mi
moral. Una comida fuerte es más fácil de digerir que una demasiado peque-
ña. La primera condición para una buena digestión es que el estómago en su
conjunto esté activo. Uno debe conocer el tamaño de su estómago. Por la
misma razón, hay que resistirse a esas largas comidas que yo llamo fiestas
de sacrificio interrumpidas, las de la table d'hôte. - No hay bocadillos entre
comidas, no hay café: el café se oscurece. El té sólo es beneficioso por la
mañana. Poco, pero enérgico; el té es muy insalubre, y enferma todo el día,
si es sólo un grado demasiado débil. Cada uno tiene aquí su medida, a me-
nudo entre los límites más estrechos y delicados. En un clima muy agaçant,
el té no es saludable como comienzo: hay que tomar una taza de cacao es-
peso y desaceitado hecha una hora antes. - Siéntate lo menos posible; no
creas ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y en libre movi-
miento, en el que los músculos no celebren también una fiesta. Todos los
prejuicios vienen de las entrañas. - La carne sentada - lo he dicho antes - el
verdadero pecado contra el Espíritu Santo.
2.

Junto a la cuestión de la dieta está la del lugar y el clima. Nadie es libre


de vivir en cualquier lugar; y aquellos que tienen grandes tareas que realizar
y que desafían toda su fuerza tienen incluso una elección muy estrecha aquí.
La influencia climática sobre el metabolismo, su inhibición, su aceleración,
llega hasta tal punto que un error de lugar y de clima puede no sólo alejar a
alguien de su tarea, sino privarle de ella por completo: nunca llega a verla.
El vigor animal nunca ha llegado a ser lo suficientemente grande en él para
que se alcance esa libertad que se desborda en lo más espiritual, donde se
reconoce: sólo yo puedo hacer eso... Una inercia visceral, por pequeña que
sea, que se ha convertido en un mal hábito, es suficiente para convertir a un
genio en algo mediocre, en algo "alemán"; sólo el clima alemán es suficien-
te para desmoralizar las vísceras fuertes e incluso heroicamente dispuestas.
El ritmo del metabolismo está en proporción exacta a la movilidad o cojera
de los pies del espíritu; el "espíritu" mismo es sólo una clase de este meta-
bolismo. Imagínense los lugares donde hay y hubo gente ingeniosa, donde
el ingenio, el refinamiento, la maldad pertenecían a la felicidad, donde el
genio se acomodó casi inevitablemente: todos tienen un aire excelentemente
seco. París, Provenza, Florencia, Jerusalén, Atenas - estos nombres demues-
tran algo: el genio está condicionado por el aire seco, por el cielo puro, - es
decir, por el metabolismo rápido, por la posibilidad de abastecerse una y
otra vez de grandes, incluso enormes cantidades de energía. Tengo ante mis
ojos un caso en el que un espíritu importante y libre se volvió estrecho, en-
corsetado, especialista y agrio por la mera falta de finura instintiva en lo cli-
mático. Y yo mismo podría haberme convertido en este caso al final, siem-
pre que la enfermedad no me hubiera obligado a razonar, a reflexionar sobre
la razón en la realidad. Ahora que puedo leer los efectos de origen climático
y meteorológico desde hace mucho tiempo en mí mismo como en un instru-
mento muy fino y fiable, y en un viaje corto, por ejemplo de Turín a Milán,
recalcular fisiológicamente el cambio de los grados de humedad, pienso con
horror en el hecho insólito de que mi vida, aparte de los últimos diez años,
los años de peligro de muerte, se ha desarrollado siempre sólo en los luga-
res equivocados y en lugares que me estaban prácticamente prohibidos.
Naumburg, Schulpforta, Turingia en general, Leipzig, Basilea - otros tantos
lugares desafortunados para mi fisiología. Si no guardo ningún recuerdo en-
trañable de toda mi infancia y juventud, sería una insensatez hacer valer
aquí las llamadas causas "morales" -como la innegable falta de compañía
suficiente-, pues esta carencia existe hoy como ha existido siempre, sin im-
pedirme ser alegre y valiente. Pero la ignorancia en la fisiología -el maldito
"idealismo"- es la verdadera fatalidad en mi vida, lo superfluo y estúpido en
ella, algo de lo que no ha surgido nada bueno, para lo que no hay compen-
sación, no hay contracálculo. A partir de las consecuencias de este "idealis-
mo" me explico todos los desatinos, todas las grandes aberraciones instinti-
vas y las "modestias" al margen de la tarea de mi vida, por ejemplo, que me
haya hecho filólogo -¿por qué al menos no médico u otra cosa reveladora?
En mi tiempo en Basilea, toda mi dieta espiritual, incluida la curación dia-
ria, era un abuso completamente insensato de poderes extraordinarios, sin
un suministro de poderes que cubriera de alguna manera el consumo, sin
pensar siquiera en el consumo y la sustitución. Carecía de cualquier autoes-
tima más fina, de cualquier cuidado de un instinto de mando, era una equi-
paración de uno mismo con cualquiera, un "desinterés", un olvido de la pro-
pia distancia, - algo que nunca me perdono. Cuando estaba casi al final, al
estar casi al final, me puse a pensar en esta sinrazón básica de mi vida: el
"idealismo". La enfermedad me hizo recapacitar. -

3.

La elección de la comida; la elección del clima y del lugar; la tercera


cosa en la que uno no debe equivocarse a ningún precio es la elección del
tipo de recreo. También aquí, según el grado en que una mente es sui gene-
ris, los límites de lo que le está permitido, es decir, de lo que es útil, son
cada vez más estrechos. En mi caso, todas las lecturas pertenecen a mis re-
creaciones: en consecuencia, a lo que me aleja de mí mismo, lo que me per-
mite vagar por ciencias y almas ajenas, - que ya no tomo en serio. La lectu-
ra me recupera de mi seriedad. En tiempos de trabajo profundo, no se ve
ningún libro en mi casa: me cuidaba de que nadie hablara o siquiera pensara
cerca de mí. Y eso significaría leer... ¿Se ha observado realmente que en esa
profunda tensión a la que el embarazo condena a la mente y básicamente a
todo el organismo, el azar, cualquier tipo de estímulo del exterior, actúa con
demasiada vehemencia, "golpea" demasiado profundamente? Hay que evi-
tar el azar, los estímulos externos, en la medida de lo posible; una especie
de autotolerancia pertenece a la primera sabiduría instintiva del embarazo
espiritual. ¿Permitiré que un pensamiento ajeno trepe secretamente por el
muro? - Y eso significaría leer... Después de los tiempos de trabajo y fertili-
dad viene el tiempo de descanso: ¡vamos, libros amenos, ingeniosos, inteli-
gentes! - ¿Serán libros alemanes?... Tengo que contar medio año que me
sorprendo con un libro en la mano. ¿Qué fue? - Un excelente estudio de
Victor Brochard, les Sceptiques Grecs, en el que mis Laertianas también es-
tán bien utilizadas. Los escépticos, el único tipo honorable entre el pueblo
de filósofos tan ambiguo a tan pentagonal!... Por lo demás me refugio casi
siempre en los mismos libros, un pequeño número en realidad, los libros
acaban de probar para mí. Tal vez no esté en mi naturaleza leer mucho y
muchas cosas: una sala de lectura me enferma. Tampoco está en mi natura-
leza amar mucho o muchas cosas. La cautela, incluso la hostilidad hacia los
nuevos libros ya forma parte de mi instinto, más que la "tolerancia", la "lar-
geur du coeur" y otras "caridades"... Básicamente, es un pequeño número de
franceses mayores a los que vuelvo una y otra vez: Sólo creo en la educa-
ción francesa y considero que todo lo demás que se autodenomina "educa-
ción" en Europa es un malentendido, por no hablar de la educación alema-
na... Los pocos casos de alta educación que encontré en Alemania eran to-
dos de origen francés, especialmente la señora Cosima Wagner, de lejos la
primera voz en cuestiones de gusto que escuché... Que no lea a Pascal, sino
que lo ame, como la víctima más instructiva del cristianismo, asesinado len-
tamente, primero físicamente, luego psicológicamente, toda la lógica de
esta forma más espantosa de crueldad inhumana; que tenga algo del valor
de Montaigne en mi espíritu, ¿quién sabe? tal vez en mi cuerpo; que mi gus-
to por el arte defienda los nombres de Molière, Corneille y Racine frente a
un genio salvaje como Shakespeare: esto no excluye la posibilidad de que
incluso los últimos franceses no sean una compañía encantadora para mí.
No preveo en qué siglo de la historia se podrían reunir psicólogos tan curio-
sos y a la vez tan delicados como en el París actual: menciono tentativa-
mente -pues su número no es en absoluto pequeño- a los señores Paul Bour-
get, Pierre Loti, Gyp, Meilhac, Anatole France, Jules Lemaître, o, para des-
tacar a uno de la raza fuerte, un auténtico latino, al que estoy particularmen-
te unido, Guy de Maupassant. Entre nosotros, prefiero a esta generación in-
cluso a sus grandes maestros, todos ellos corrompidos por la filosofía ale-
mana: El Sr. Taine, por ejemplo, por Hegel, a quien debe la incomprensión
de los grandes hombres y tiempos. Hasta donde llega Alemania, corrompe
la cultura. Sólo la guerra "redujo" el espíritu en Francia.... Stendhal, una de
las más bellas coincidencias de mi vida -pues todo lo que hace época en él
me ha llegado por casualidad, nunca por recomendación- es bastante inesti-
mable con su ojo de psicólogo anticipador, con su dominio de los hechos,
que recuerda la cercanía de los más grandes fácticos (ex ungue Napoleonem
-); por último, no menos importante como ateo honesto, especie escasa y
casi imposible de encontrar en Francia -Prosper Mérimée en honor ... ¿Qui-
zás yo mismo tenga envidia de Stendhal? Me quitó el mejor chiste ateo que
yo, más que nadie, podría haber hecho: "la única excusa para Dios es que
no existe"... Yo mismo he dicho en alguna parte: ¿cuál era la mayor obje-
ción a la existencia hasta ahora? Dios...

4.

Heinrich Heine me dio el más alto concepto del poeta lírico. Busco en
vano en todos los reinos de los milenios una música igualmente dulce y
apasionada. Poseía esa malicia divina sin la cual soy incapaz de imaginar lo
perfecto -juzgo el valor de las personas, de las razas, según la necesidad de
que sepan entender a Dios no separado del sátiro. - ¡Y cómo maneja al ale-
mán! Un día se dirá que Heine y yo fuimos, con mucho, los primeros artis-
tas de la lengua alemana, a una distancia incalculable de todo lo que los
simples alemanes han hecho con ella. - Debo estar profundamente emparen-
tado con el Manfred de Byron: encontré todos estos abismos en mí mismo, -
a los trece años estaba maduro para este trabajo. No tengo ninguna palabra,
sólo un ojo para aquellos que se atreven a pronunciar la palabra Fausto en
presencia de Manfred. Los alemanes son incapaces de cualquier concepto
de grandeza: prueba Schumann. Por rabia contra este dulce sajón, compuse
una contra obertura para Manfred, de la que Hans von Bülow dijo que nun-
ca había visto nada igual en papel musical: era una cría de emergencia en la
ubre. - Cuando busco mi fórmula más elevada para Shakespeare, sólo en-
cuentro que concipó el tipo de César. No se pueden adivinar esas cosas: se
es o no se es. El gran poeta sólo se nutre de su realidad, hasta el punto de no
poder soportar su obra... Cuando he echado un vistazo a mi Zaratustra, ca-
mino de un lado a otro de la habitación durante media hora, incapaz de do-
minar un insoportable espasmo de sollozos. - No conozco una lectura más
desgarradora que la de Shakespeare: ¡qué debe haber sufrido un hombre
para necesitar ser tan bufón! - ¿Se entiende a Hamlet? No es la duda, sino la
certeza lo que le vuelve a uno loco... Pero hay que ser un filósofo profundo
y abisal para sentirse así... Todos tenemos miedo a la verdad... Y, que lo
confiese, estoy instintivamente seguro y segura de que Lord Bacon es el
creador, el autotortador de esta clase de literatura más siniestra: ¿qué me
importan los lamentables balbuceos de los muddleheads y flatheads ameri-
canos? Pero el poder de la realidad más poderosa de la visión no sólo es
compatible con el poder más poderoso de la acción, de lo monstruoso de la
acción, del crimen, lo presupone a él mismo... No sabemos lo suficiente de
Lord Bacon, el primer realista en todos los grandes sentidos de la palabra,
para saber lo que hizo, lo que quiso, lo que experimentó consigo mismo...
¡Y al diablo con mis críticos! Supongamos que hubiera bautizado a mi Za-
rathustra con un nombre extranjero, por ejemplo, con el de Richard Wagner,
la perspicacia de dos milenios no habría bastado para adivinar que el autor
de "Menschliches, Demasiado humano" es el visionario de Zarathustra....

5.
Aquí, donde hablo de las recuperaciones de mi vida, necesito una palabra
para expresar mi gratitud por lo que me ha recuperado en ella con mucho la
más profunda y sentida. Esta ha sido sin duda la relación más íntima con
Richard Wagner. Dejo barato el resto de mis relaciones humanas; no regala-
ría a ningún precio los días de Tribschen de mi vida, días de confianza, de
serenidad, de coincidencias sublimes - de momentos profundos... No sé lo
que André vivió con Wagner: una nube nunca pasó sobre nuestro cielo. - Y
aquí vuelvo de nuevo a Francia, - no tengo razones, sólo me queda una es-
quina de la boca despectiva contra los wagnerianos et hoc genus omne, que
creen honrar a Wagner por encontrarlo semejante a ellos mismos... Como
soy, en mis instintos más profundos ajeno a todo lo que es alemán, de modo
que incluso la proximidad de un alemán retrasa mi digestión, el primer con-
tacto con Wagner fue también la primera bocanada de aire fresco en mi
vida: Lo sentí, lo veneré como un extranjero, como una antítesis, como una
protesta corporal contra todas las "virtudes alemanas" - los que fuimos ni-
ños en el aire pantanoso de los años cincuenta somos inevitablemente pesi-
mistas para el término "alemán"; no podemos ser otra cosa que revoluciona-
rios, - no admitiremos ningún estado de cosas en el que el mamón esté en la
cima. Me da igual que hoy juegue con otros colores, que se vista de escarla-
ta y se ponga el uniforme de húsar... ¡Adelante! Wagner era un revoluciona-
rio: huyó de los alemanes... Como artista, uno no tiene casa en Europa más
que en París; la délicatesse en los cinco sentidos artísticos que el arte de
Wagner presupone, los dedos para los matices, la morbosidad psicológica,
sólo se pueden encontrar en París. En ningún otro lugar existe esta pasión
en cuestiones de forma, esta seriedad en la puesta en escena, es la seriedad
parisina por excelencia. En Alemania, nadie tiene idea de la enorme ambi-
ción que vive en el alma de un artista parisino. El alemán es bondadoso -
Wagner no era en absoluto bondadoso... Pero ya he dicho bastante (en "Más
allá del bien y del mal" p. 256 y ss.) a dónde pertenece Wagner. ) a la que
pertenece Wagner, en la que tiene sus parientes más cercanos: es el romanti-
cismo tardío francés, ese tipo de artistas de alto vuelo y de gran altura como
Delacroix, como Berlioz, con una afición a la enfermedad, a la incurabili-
dad en su naturaleza, todos fanáticos de la expresión, virtuosos hasta la mé-
dula... ¿Quién fue el primer seguidor inteligente de Wagner en absoluto?
Charles Baudelaire, el mismo que entendió por primera vez a Delacroix, ese
típico decadente en el que se reconoció toda una generación de artistas, fue
quizá también el último... Lo que nunca he perdonado a Wagner... Que con-
descendiera con los alemanes, - que se convirtiera en Reichsdeutsch... En
cuanto a Alemania, echa a perder la cultura. -

6.

A fin de cuentas, no podría haber soportado mi juventud sin la música


wagneriana. Porque estaba condenado a ser alemán. Si quieres escapar de
una presión insoportable, necesitas hachís. Bueno, necesitaba a Wagner.
Wagner es el antídoto de todo lo alemán por excelencia, - veneno, no lo nie-
go... Desde el momento en que hubo una reducción para piano de Tristán -
¡mis felicitaciones, Herr von Bülow! -Yo era un wagneriano. Vi las obras
más antiguas de Wagner por debajo de mí - todavía demasiado mezquinas,
demasiado "alemanas"... Pero sigo buscando hoy una obra de igual fascina-
ción peligrosa, de una infinidad tan inquietante y dulce como es el Tristán, -
busco en vano en todas las artes. Toda la extrañeza de Lionardo da Vinci se
desmitifica a la primera nota de Tristán. Esta obra es, sin duda, el non plus
ultra de Wagner; se recuperó de ella con los Meistersinger y el Anillo. Vol-
verse más sano - eso es un paso atrás con una naturaleza como la de Wag-
ner... Tomo como una suerte de primer orden haber vivido en el momento
adecuado y haber vivido precisamente entre alemanes para estar maduro
para este trabajo: hasta ahí llega la curiosidad del psicólogo conmigo. El
mundo es pobre para quien nunca ha estado lo suficientemente enfermo
para esta "voluptuosidad del infierno": es permisible, es casi imperativo,
aplicar aquí una fórmula mística. - Creo que conozco mejor que nadie la
enormidad de lo que es capaz Wagner, los cincuenta mundos de extrañas
delicias a los que nadie más que él tenía alas; y como soy, lo suficientemen-
te fuerte como para convertir incluso las cosas más cuestionables y peligro-
sas en mi beneficio y así hacerme más fuerte, llamo a Wagner el gran bene-
factor de mi vida. Aquello en lo que estamos emparentados, que hemos su-
frido más profundamente, incluso el uno en el otro, de lo que la gente de
este siglo es capaz de sufrir, volverá a unir nuestros nombres para siempre;
y tan ciertamente como Wagner es un mero malentendido entre alemanes,
tan ciertamente lo soy yo y siempre lo seré. - Dos siglos de disciplina psico-
lógica y artística primero, mis teutones... Pero no se puede compensar.

7.

Diré una palabra más para los oídos más selectos: lo que realmente quie-
ro de la música. Que sea alegre y profunda, como una tarde de octubre. Que
es individual, exuberante, tierna, una dulce mujercita de bajeza y gracia...
Nunca permitiré que un alemán sepa lo que es la música. Lo que uno llama
músicos alemanes, los más grandes primero, son extranjeros, eslavos, croa-
tas, italianos, holandeses - o judíos; en el otro caso, alemanes de raza fuerte,
alemanes extintos, como Heinrich Schütz, Bach y Handel. Yo mismo sigo
siendo lo suficientemente polaco como para ceder el resto de la música a
Chopin: excluyo, por tres razones, el Idilio de Sigfrido de Wagner, quizá
también a Liszt, que tiene los nobles acentos orquestales por delante de to-
dos los músicos; por último, todo lo que ha crecido al otro lado de los Alpes
-de este lado-... No sabría prescindir de Rossini, y menos aún de mi sur en
la música, la música de mi maëstro veneciano Pietro Gasti. Y cuando digo
más allá de los Alpes, en realidad sólo digo Venecia. Cuando busco otra pa-
labra para la música, sólo encuentro la palabra Venecia. No sé distinguir en-
tre las lágrimas y la música, sé que tengo la suerte de no pensar en el Sur
sin un escalofrío de miedo.
Hace poco estuve en el puente en la noche marrón. Desde lejos llegó el
canto: las gotas de oro se desprendieron sobre la superficie temblorosa. Las
góndolas, las luces y la música nadan ebrios en el crepúsculo....
Mi alma, un juego de cuerdas, invisiblemente tocada, se cantó en secreto
una canción de góndola, temblando de dicha colorida. - ¿Alguien la estaba
escuchando?...

8.

En todo esto -en la elección de la comida, del lugar y del clima, de la re-
creación- dicta un instinto de autoconservación, que se expresa inequívoca-
mente como un instinto de autodefensa. No ver mucho, no oír mucho, no
dejar que mucho le afecte a uno - primera prudencia, primera prueba de que
uno no es un accidente sino una necesidad. La palabra aceptable para este
instinto de autodefensa es el gusto. Su imperativo manda no sólo decir no,
donde el sí sería un "desinterés", sino también decir no lo menos posible.
Separarse, separarse de aquello en lo que el no se haría necesario una y otra
vez. La razón en esto es que el gasto defensivo, incluso el más pequeño,
convirtiéndose en la regla, convirtiéndose en un hábito, provoca un empo-
brecimiento extraordinario y completamente superfluo. Nuestros grandes
gastos son los pequeños más frecuentes. Alejarlos, no dejar que vengan a
nosotros, es un gasto -no te equivoques- de energía con fines negativos. Uno
puede, simplemente en la constante angustia de la defensa, volverse lo sufi-
cientemente débil como para no poder defenderse más. - Supongamos que
salgo de mi casa y encuentro, en lugar de la tranquila y aristocrática Turín,
la pequeña ciudad alemana: mi instinto tendría que encerrarse para hacer
retroceder todo lo que le invade desde este mundo aplastado y cobarde. O
encontraría la metrópolis alemana, ese vicio construido donde no crece
nada, donde todo, lo bueno y lo malo, es traído. ¿No tendría que convertir-
me en un erizo por ello? - Pero tener espinas es un desperdicio, un doble
lujo incluso, cuando es gratis no tener espinas sino manos abiertas....
Otra prudencia y autodefensa consiste en reaccionar lo menos posible y
evitar las situaciones y condiciones en las que uno estaría condenado a sus-
pender su "libertad", su iniciativa, por así decirlo, y convertirse en una mera
reacción. Tomo como parábola la relación con los libros. El erudito que bá-
sicamente sólo "hojea" los libros -el filólogo con una aproximación diaria
moderada de unos 200- finalmente pierde por completo la capacidad de
pensar por sí mismo. Si no lee, no piensa. Responde a un estímulo (- un
pensamiento que ha leído) cuando piensa, - al final sólo reacciona. El erudi-
to abandona toda su fuerza en decir sí y no, en criticar lo que ya ha sido
pensado, -él mismo ya no piensa... El instinto de autodefensa se ha cansado
en él; en el otro caso se defendería de los libros. El erudito - un decadente. -
Lo he visto con mis propios ojos: naturalezas dotadas, ricas y libres ya "leí-
das hasta la vergüenza" en la treintena, sólo coinciden en que hay que frotar
para que desprendan chispas - "pensamientos". - Leer un libro a primera
hora de la mañana, en el amanecer del día, con toda la frescura, en el ama-
necer de su poder, ¡eso es lo que yo llamo vicioso! - -

9.

En este punto ya no es posible evitar dar la verdadera respuesta a la pre-


gunta de cómo se llega a ser lo que se es. Y con esto toco la obra maestra en
el arte de la autopreservación: el egoísmo... Porque suponiendo que la tarea,
el destino, la suerte de la tarea se encuentra significativamente más allá de
una medida media, entonces ningún peligro sería mayor que enfrentarse a
esta tarea. Que uno se convierta en lo que es presupone que no sospecha ni
de lejos lo que es. Desde este punto de vista, incluso los desatinos de la vida
tienen su propio significado y valor, las desviaciones y desvíos temporales,
los retrasos, la "modestia", la seriedad, desperdiciados en tareas que están
más allá de la tarea. En esto puede expresarse una gran prudencia, incluso la
suprema prudencia: donde nosce te ipsum sería el receptor de la ruina, olvi-
darse de sí mismo, malinterpretarlo, disminuirlo, reducirlo, mediarlo se con-
vierte en la razón misma. Expresado moralmente: el amor al prójimo, el vi-
vir para los demás y los otros puede ser la medida de protección para la
conservación de la mismidad más dura. Este es el caso excepcional en el
que, en contra de mi norma y convicción, me pongo del lado de los instintos
"desinteresados": trabajan aquí al servicio del egoísmo, de la autocompla-
cencia. - Hay que mantener toda la superficie de la conciencia -la concien-
cia es una superficie- pura de cualquiera de los grandes imperativos. ¡Cui-
dado incluso con toda gran palabra, con toda gran actitud! Mientras tanto, la
"idea" organizadora llamada a gobernar crece y crece en las profundidades,
- comienza a mandar, lentamente hace retroceder los caminos y desviacio-
nes, prepara las cualidades y habilidades individuales que un día resultarán
indispensables como medios para el conjunto, - forma todas las facultades
de servicio a su vez antes de que deje saber algo de la tarea dominante, de la
"meta", del "propósito", del "sentido". - Visto desde este lado, mi vida es
simplemente maravillosa. Para la tarea de una revalorización de los valores,
quizás eran necesarias más fortunas de las que nunca han convivido en un
solo individuo, sobre todo también fortunas opuestas, sin que éstas pudieran
interferir, destruirse mutuamente. La clasificación de las fortunas; la distan-
cia; el arte de separar sin antagonizar; de no mezclar nada, de no "reconci-
liar" nada; una inmensa multiplicidad que es, sin embargo, la contraparte
del caos - esta fue la condición previa, el largo trabajo secreto y el arte de
mi instinto. Su cuidado superior se mostró fuerte hasta el punto de que nun-
ca sospeché lo que estaba creciendo en mí, - que todas mis facultades brota-
ron de repente, maduras, en su perfección final un día. Está ausente de mi
memoria que me haya esforzado alguna vez, - no hay rastro de lucha en mi
vida, soy la antítesis de una naturaleza heroica. "Querer" algo, "esforzarse"
por algo, tener un "propósito", un "deseo" en mente - todo esto no lo sé por
experiencia. Incluso en este momento miro mi futuro -¡un futuro inmenso!
como un mar liso: no hay ondas de deseo en él. No quiero en absoluto que
nada se convierta en algo diferente de lo que es; yo mismo no quiero con-
vertirme en algo diferente. Pero así es como he vivido siempre. No he teni-
do ningún deseo. Alguien que, después de sus cuarenta y cuatro años, puede
decir que nunca se preocupó por los honores, por las mujeres, por el dinero.
No es que me falten... Por ejemplo, un día fui profesor universitario, -nunca
había pensado ni remotamente en esas cosas, pues apenas tenía 24 años-.
Dos años antes, fui filólogo un día: en el sentido de que mi primer trabajo
filológico, mi comienzo en todos los sentidos, fue solicitado para su impre-
sión por mi maestro Ritschl para su "Rheinisches Museum" (Ritschl -lo
digo con reverencia- el único erudito genial que he visto. Poseía esa agrada-
ble depravación que nos distingue a los turingios y con la que hasta un ale-
mán se vuelve simpático: - seguimos prefiriendo la vía subrepticia para lle-
gar a la verdad. Con estas palabras, no quiero subestimar a mi compatriota
más cercano, el inteligente Leopold von Ranke...).

10.

Llegados a este punto, es necesaria una gran reflexión. Se me preguntará


por qué he contado en realidad todas estas cosas pequeñas y, según el juicio
convencional, indiferentes; me estoy perjudicando a mí mismo al hacerlo,
tanto más si estoy destinado a representar grandes tareas. Respuesta: estas
pequeñas cosas -nutrición, lugar, clima, recreación, toda la casuística del
egoísmo- son más importantes más allá de todo concepto que todo lo que se
ha considerado importante hasta ahora. Es aquí donde hay que empezar a
reaprender. Lo que la humanidad ha considerado seriamente hasta ahora no
son ni siquiera realidades, meras imaginaciones, más estrictamente hablan-
do, mentiras de los malos instintos de las naturalezas enfermas, en el senti-
do más profundo dañinas, todos los conceptos de "Dios", "alma", "virtud",
"pecado", "más allá", "verdad", "vida eterna"... Pero se ha buscado la gran-
deza de la naturaleza humana, su "divinidad" en ellos.... Todas las cuestio-
nes de política, de orden social, de educación han sido falseadas hasta la
médula tomando a los más dañinos por grandes personas, - enseñando el
desprecio por las cosas "pequeñas", es decir, por los asuntos básicos de la
vida misma... Nuestra cultura actual es ambigua en grado sumo... ¡El empe-
rador alemán pactando con el Papa, como si el Papa no fuera el representan-
te de la enemistad mortal contra la vida! ... Lo que se construye hoy ya no
se sostendrá dentro de tres años. - Si me mido por lo que puedo hacer, por
no hablar de lo que viene detrás, un derrocamiento, una construcción sin
igual, entonces tengo más derecho que cualquier mortal a la palabra grande-
za. Si ahora me comparo con las personas que hasta ahora han sido honra-
das como primeros hombres, la diferencia es palpable. Ni siquiera conside-
ro a estos supuestos "primeros" hombres como hombres en absoluto - para
mí son desechos de la humanidad, engendros de la enfermedad y de los ins-
tintos vengativos: son todos insanos, básicamente brutos incurables que se
vengan de la vida... Quiero ser la antítesis de esto: mi prerrogativa es tener
el mayor refinamiento para todos los signos de instintos sanos. No hay nin-
gún rasgo morboso en mí; no me he vuelto morboso ni siquiera en tiempos
de grave enfermedad; en vano se busca un rasgo de fanatismo en mi natura-
leza. Nadie podrá demostrar que he tenido una actitud pretenciosa o patética
en algún momento de mi vida. El patetismo del postureo no forma parte de
la grandeza; quien necesite del postureo se equivoca... ¡Cuidado con todos
los pintorescos! - La vida se ha vuelto fácil para mí, más fácil cuando me
exigía lo máximo. Quien me haya visto en los setenta días de este otoño,
donde he hecho, sin interrupción, cosas de primer orden que nadie me imita
-o pretende hacer, con responsabilidad para todos los milenios después de
mí- no habrá notado en mí ninguna tensión, sino más bien una frescura y
una alegría desbordantes. Nunca he comido con sensaciones más agrada-
bles, nunca he dormido mejor. - No conozco otra forma de afrontar las gran-
des tareas que el juego: éste, como signo de grandeza, es una condición
esencial. La más mínima constricción, una expresión sombría, cualquier
tono áspero en la garganta son objeciones para un hombre, ¡cuánto más para
su obra!... No hay que tener nervios... Sufrir de soledad también es una ob-
jeción, - yo sólo he sufrido de "soledad"... A una edad absurdamente tem-
prana, a los siete años, ya sabía que ninguna palabra humana me llegaría:
¿alguien me ha visto triste por ello? - Hoy sigo teniendo la misma afabili-
dad hacia todos, yo mismo estoy lleno de distinción para los más bajos: en
todo esto no hay un grano de arrogancia, de secreto desprecio. A quien des-
precio, entiende que es despreciado por mí: con mi mera existencia indigno
todo lo que tiene mala sangre en su cuerpo... Mi fórmula de grandeza en el
hombre es el amor fati: que no se quiera nada más, ni hacia delante, ni hacia
atrás, ni por toda la eternidad. No sólo para soportar lo necesario, y menos
aún para ocultarlo -todo idealismo es mendacidad ante lo necesario-, sino
para amarlo....
 
POR QUÉ ESCRIBO LIBROS TAN BUENOS.

1.

Uno soy yo, el otro son mis escritos. - Aquí, antes de hablar de ellos yo
mismo, toco la cuestión de si estos escritos se entienden o no. Lo hago con
la mayor despreocupación posible, ya que esta cuestión no es todavía de su
tiempo. Yo mismo no estoy todavía en el momento, algunos nacerán póstu-
mamente -en algún momento se necesitarán instituciones en las que se viva
y se enseñe, como yo entiendo que se viva y se enseñe; tal vez incluso que
entonces también se establezcan cátedras propias para la interpretación de
Zaratustra. Pero sería una completa contradicción para mí si esperara oídos
y manos para mis verdades hoy: que no se oiga hoy, que no se sepa tomar
de mí hoy, no sólo es comprensible, sino que me parece lo correcto. No
quiero confundirme, - es parte de esto que no me confundo. - Para repetir,
hay pocas pruebas de "mala voluntad" en mi vida; incluso de "mala volun-
tad" literaria apenas se me ocurre un caso que contar. Por otra parte, dema-
siado de pura tontería... Me parece uno de los más raros honores que al-
guien puede concederse a sí mismo cuando toma un libro mío en la mano -
yo mismo asumo que se quita los zapatos para hacerlo-, por no hablar de las
botas... Cuando el doctor Heinrich von Stein se quejó una vez honestamente
de que no entendía ni una palabra de mi Zaratustra, le dije que no pasaba
nada: haber entendido seis frases del mismo, es decir, haberlo experimenta-
do, le elevaría a un nivel superior al de los mortales que los "modernos" po-
drían alcanzar. ¿Cómo podría yo, con este sentimiento de distancia, desear
siquiera ser leído por los "modernos" que conozco? - Mi triunfo es justo el
contrario al de Schopenhauer, - digo "non legor, non legar". - No es que
quiera subestimar el placer que la inocencia me ha dado varias veces al de-
cir que no a mis escritos. Incluso este verano, en un momento en el que tal
vez era capaz de alterar a todo el resto de la literatura con mi literatura pesa-
da, demasiado pesada, un profesor de la Universidad de Berlín me dijo be-
névolamente que debería utilizar una forma diferente: nadie lee esas cosas. -
Por último, no fue Alemania sino Suiza la que proporcionó los dos casos
extremos. Un ensayo del Dr. V. Widmann en el Bund sobre "Más allá del
bien y del mal", bajo el título "El libro peligroso de Nietzsche", y un infor-
me general sobre mis libros en general de Karl Spitteler, también en el
Bund, son una máxima en mi vida - temo decir de qué... Este último, por
ejemplo, trató mi Zaratustra como un "ejercicio superior de estilo", con el
deseo de que más tarde también aportara contenido; el Dr. Widmann me ex-
presó su respeto. Widmann expresó su respeto por la valentía con la que me
empeño en abolir todo sentimiento decente. - Por un pequeño truco de coin-
cidencia, cada frase aquí, con una coherencia que me admiraba, era una ver-
dad vuelta del revés: no había que hacer nada más que "revalorizar" todos
los "valores" para, de manera aún más notable, dar en el clavo sobre mí -en
lugar de dar en la cabeza con un clavo-... Razón de más para intentar una
explicación. - Al fin y al cabo, nadie puede saber más de las cosas, libros
incluidos, de lo que ya sabe. Lo que uno no tiene acceso por experiencia, no
tiene oído. Imaginemos ahora un caso extremo, que un libro no habla más
que de experiencias que están totalmente fuera de la posibilidad de la expe-
riencia frecuente o incluso rara, - que es el primer lenguaje para una nueva
serie de experiencias. En este caso, simplemente no se oye nada, con la ilu-
sión acústica de que donde no se oye nada, no hay nada -. Esta es, por fin,
mi experiencia media y, si se quiere, la originalidad de mi experiencia.
Quien creía haber comprendido algo de mí, hacía algo de mí a su propia
imagen, -no pocas veces un opuesto de mí, por ejemplo un "idealista"-;
quien no había comprendido nada de mí, negaba que pudiera ser considera-
do en absoluto. - La palabra "sobrehumano" para designar un tipo de la más
alta benevolencia, en contraste con los hombres "modernos", con los hom-
bres "buenos", con los cristianos y otros nihilistas - una palabra que se con-
vierte en una palabra muy pensada en la boca de un Zaratustra, el aniquila-
dor de la moral, se ha entendido casi en todas partes con total inocencia en
el sentido de aquellos valores cuya antítesis se ha puesto de manifiesto en la
figura de Zaratustra, es decir, como un tipo "idealista" de un tipo de hombre
superior, mitad "santo", mitad "genio" .... Otras bestias cornudas eruditas
han sospechado de darwinismo por su causa; incluso se ha reconocido en él
el "culto al héroe", tan maliciosamente rechazado por mí, de ese gran falsifi-
cador contra el conocimiento y la voluntad, Carlyle. Los que me susurraban
al oído que debían buscar un César Borgia en lugar de un Parsifal no podían
creer lo que oían. - Que esté en contra de las reseñas de mis libros, sobre
todo de los periódicos, sin ninguna curiosidad, habrá que perdonarlo. Mis
amigos, mis editores lo saben y no me hablan de esas cosas. En un caso par-
ticular, una vez llegué a ver todo lo que se había pecado contra un solo libro
- era "Más allá del bien y del mal"; tendría que hacer un informe apropiado
sobre ello. ¿Creería usted que el Nationalzeitung -un periódico prusiano,
para mis lectores extranjeros, yo sólo leo el Journal des Débats, si se me
permite decirlo- supo con toda seriedad entender el libro como un "signo de
los tiempos", como la verdadera filosofía derechista de Junker, que al
Kreuzzeitung sólo le faltó valor para expresar?

2.

Esto se ha dicho para los alemanes: para todos los demás tengo lectores:
toda la intelectualidad seleccionada, personajes probados y criados en altos
cargos y obligaciones; incluso tengo verdaderos genios entre mis lectores.
En Viena, en San Petersburgo, en Estocolmo, en Copenhague, en París y en
Nueva York - en todas partes me descubren: no estoy en la Alemania baja
de Europa... Y, que lo confiese, me complacen aún más mis no lectores, los
que no han oído mi nombre ni la palabra filosofía; pero dondequiera que
voy, aquí en Turín por ejemplo, todos los rostros se divierten y se gratifican
al verme. Lo que más me ha halagado hasta ahora es que los viejos vende-
dores ambulantes no descansarán hasta haberme recogido la más dulce de
sus uvas. Hay que ser un filósofo para llegar tan lejos. - No en vano los po-
lacos son llamados los franceses entre los eslavos. Una encantadora mujer
rusa no confundirá ni por un momento mi lugar. No consigo ponerme so-
lemne, a lo sumo consigo avergonzarme... Pensar en alemán, sentirse ale-
mán - puedo hacerlo todo, pero está más allá de mis facultades... Mi antiguo
profesor Ritschl llegó a afirmar que concipio mis tratados filológicos como
un novelista parisino - absurdamente emocionante. En el mismo París, la
gente se asombra de "toutes mes audaces et finesses" - la expresión es de
Monsieur Taine -; me temo que incluso en las formas más elevadas del diti-
rambo, se encuentra mezclada conmigo esa sal que nunca se vuelve estúpi-
da - "alemana" - esprit... No puedo evitarlo. ¡Que Dios me ayude! Amén. -
Todos sabemos, algunos incluso por experiencia, lo que es una persona de
orejas largas. Bueno, me atrevo a decir que tengo las orejas más pequeñas.
Esto tiene no poco interés para las mujeres - me parece que se sienten mejor
comprendidas por mí... Soy el antiesclavo por excelencia y por lo tanto una
bestia histórico-mundial, - soy, en griego, y no sólo en griego, el
Anticristo....

3.

Conozco hasta cierto punto mis prerrogativas como escritor; en casos in-
dividuales también se me ha atestiguado cuánto "estropea" el gusto la habi-
tuación a mis escritos. Uno simplemente no puede soportar otros libros, y
menos los filosóficos. Entrar en este distinguido y delicado mundo es una
distinción sin igual: no hay que ser alemán para hacerlo; en definitiva, es
una distinción que hay que haberse ganado. Pero los que se relacionan con-
migo por la altura de su voluntad experimentan verdaderos éxtasis de apren-
dizaje: porque vengo de alturas a las que ningún pájaro ha volado, conozco
abismos en los que ningún pie se ha extraviado todavía. Me han dicho que
es imposible dejar un libro mío -incluso perturbo el descanso nocturno... No
hay en absoluto un tipo de libro más orgulloso y al mismo tiempo más refi-
nado: llega aquí y allá a lo más alto que se puede alcanzar en la tierra, el ci-
nismo; debe ser conquistado con los dedos más delicados así como con los
puños más valientes. Toda enfermedad del alma excluye de ella, de una vez
por todas, incluso toda dispepsia: no hay que tener nervios, hay que tener un
abdomen alegre. No sólo la pobreza, el aire anguloso de un alma excluye de
ella, mucho más lo cobarde, lo inmundo, lo secretamente vengativo en las
entrañas: una palabra mía hace que todos los malos instintos salgan a la
cara. Tengo varios animales de prueba entre mis conocidos, y los utilizo
para hacerme una idea de las distintas reacciones, muy instructivas, que sus-
citan mis escritos. Los que no quieren tener nada que ver con su contenido,
mis llamados amigos, por ejemplo, se vuelven "impersonales": me desean
suerte para estar "tan lejos" de nuevo, - también habría progreso en una ma-
yor alegría de tono... Los "espíritus" completamente viciosos, las "almas
bellas", los que yacen en el suelo, no saben en absoluto qué hacer con estos
libros, - en consecuencia los ven entre ellos, la hermosa consistencia de to-
das las "almas bellas". Las bestias con cuernos entre mis conocidos, meros
alemanes, si se me permite la expresión, dicen que no siempre están de
acuerdo conmigo, pero a veces sí, por ejemplo... Yo mismo he oído esto so-
bre Zaratustra... Igualmente, cualquier "feminismo" en el hombre, incluso
en los hombres, es para mí una puerta de entrada: nunca se entrará en este
laberinto de conocimiento atrevido. No hay que escatimar, hay que tener
dureza en las costumbres para estar alegre y sereno entre todas las verdades
duras. Cuando pienso en la imagen de un lector perfecto, siempre resulta ser
una falta de coraje y curiosidad, así como algo flexible, astuto, cuidadoso,
un aventurero y explorador nato. Por último: no sabría decir mejor a quién
me dirijo en el fondo solo que a Zaratustra: ¿a quién solo quiere contar su
enigma?
A vosotros, los buscadores audaces, los tentadores, y a quien haya salido
con astucia
en mares temibles con velas astutas, -
a ti, el borracho de acertijos, el alegre del crepúsculo, cuya alma es atraí-
da con flautas a cada laberinto:
- porque no queréis buscar a tientas con mano cobarde un hilo; y donde
podéis adivinar, allí odiáis inferir....

4.

Al mismo tiempo digo unas palabras generales sobre mi arte de estilo.


Comunicar un estado, una tensión interior de patetismo a través de los sig-
nos, incluyendo el tempo de estos signos - ese es el sentido de todo estilo; y
en vista de que la multiplicidad de estados interiores es extraordinaria con-
migo, hay muchas posibilidades de estilo conmigo - el arte de estilo más
variado de todos los que un ser humano ha tenido a su disposición. Es
bueno todo estilo que comunique realmente un estado interior, que no se
apropie de los signos, del tempo de los signos, de los gestos - todas las leyes
de la época son el arte del gesto. Mi instinto es infalible aquí. - El buen esti-
lo en sí mismo - una pura locura, mero "idealismo", como lo "bello en sí
mismo", como lo "bueno en sí mismo", como la "cosa en sí misma"... Toda-
vía presuponiendo que hay oídos - que hay quienes son capaces y dignos
del mismo patetismo, que no faltan aquellos a los que se puede comunicar. -
¡Mi Zaratustra, por ejemplo, sigue buscando eso -¡ay! tendrá que buscar du-
rante mucho tiempo todavía! - Hay que ser digno de escucharlo... Y hasta
entonces no habrá nadie que entienda el arte que se ha desperdiciado aquí:
nadie ha tenido que desperdiciar más de lo nuevo, de lo inaudito, de los me-
dios artísticos que en realidad sólo han sido creados para este fin. Queda por
demostrar que tal cosa es posible en la lengua alemana: yo mismo lo habría
rechazado antes con mucha dureza. Antes de mí, uno no sabe lo que puede
hacer con la lengua alemana, lo que puede hacer con la lengua en absoluto.
- El arte del gran ritmo, el gran estilo del periodismo para la expresión de
un tremendo vaivén de pasión sublime, de sobrehumana, sólo lo he descu-
bierto yo; con un ditirambo como el último del tercer Zaratustra, titulado
"los siete sellos", he volado mil millas más allá de lo que hasta ahora se ha-
bía llamado poesía.

5.

- Que de mis escritos hable un psicólogo que no tiene parangón, ésa es


quizá la primera percepción que alcanza un buen lector, un lector como el
que merezco, que me lee como los viejos filólogos leen a su Horacio. Las
proposiciones en las que básicamente todo el mundo está de acuerdo -por
no hablar de los filósofos comunes, los moralistas y otros cabezas huecas,
los coles- me parecen ingenuidades de la concepción errónea: por ejemplo,
esa creencia de que "no egoísta" y "egoísta" son opuestos, mientras que el
ego en sí no es más que un "engaño superior", un "ideal"... No hay acciones
egoístas ni no egoístas: ambos conceptos son tonterías psicológicas. O la
frase "el hombre se esfuerza por ser feliz"... O la frase "la felicidad es la re-
compensa de la virtud"... O la frase "el placer y el displacer son opuestos"...
La Circe de la humanidad, la moral, ha falsificado -vermoralizado- toda la
psicología hasta esa espantosa tontería de que el amor debe ser algo "no
egoísta"... Hay que sentarse firmemente sobre uno mismo, hay que mante-
nerse valientemente sobre los dos pies, de lo contrario no se puede amar en
absoluto. Las mujeres lo saben muy bien: les importan un bledo los hom-
bres desinteresados y meramente objetivos... ¿Puedo aventurar que conozco
a las mujeres? Eso es parte de mi dote dionisíaca. ¿Quién sabe? Quizá sea el
primer psicólogo del eterno femenino. Todos me quieren - una vieja histo-
ria: sin contar las hembras infelices, las "emancipadas" que carecen de he-
churas de hijos. - Afortunadamente, no estoy dispuesta a dejarme destrozar:
la mujer perfecta llora cuando ama... Conozco a estas amables ménades...
¡Ah, qué peligroso, rastrero y subterráneo depredador! Y tan agradable en
eso!... Una mujercita corriendo tras su venganza correría el destino mismo
sobre el montón. - La mujer es indeciblemente más perversa que el hombre,
y también más inteligente; la amabilidad con la mujer es ya una forma de
degeneración... En todas las llamadas "almas bellas" hay un mal fisiológico
en el fondo -no lo diré todo, pues de lo contrario me volvería médico-. La
lucha por la igualdad de derechos es incluso un síntoma de enfermedad: to-
dos los médicos lo saben. - La mujer, cuanto más mujer es, lucha con uñas y
dientes contra los derechos en general: el estado de naturaleza, la eterna
guerra entre los sexos, le otorga con mucho el primer rango. - ¿Alguien ha
escuchado mi definición de amor? Es la única digna de un filósofo. El amor
- en sus medios la guerra, en su razón el odio mortal de los sexos. - ¿Al-
guien ha escuchado mi respuesta a la pregunta de cómo curar - "redimir" - a
una mujer? La convierte en una niña. La mujer necesita hijos, el hombre es
siempre sólo un medio: así dijo Zaratustra. - "La emancipación de la mujer"
-es decir, el odio instintivo de la mal aconsejada, es decir, de la mujer inca-
paz de tener hijos contra la bien educada-, la lucha contra el "hombre" es
siempre sólo un medio, un pretexto, una táctica. Al elevarse como "mujer
en sí misma", como "mujer superior", como "idealista" de la mujer, quieren
hacer descender el nivel general de la mujer; no hay medio más seguro para
este fin que la educación en la escuela primaria, los pantalones y el derecho
al voto político. En el fondo, los emancipados son los anarquistas en el
mundo del "eterno-femenino", los maleducados, cuyo instinto más bajo es
la venganza... Todo un género del "idealismo" más maligno -que, por cierto,
también se da en los hombres, por ejemplo en Henrik Ibsen, esa típica solte-
rona- tiene como meta la buena conciencia de envenenar la naturaleza en el
amor sexual.... Y para que no quede ninguna duda sobre mi actitud igual-
mente honorable y estricta al respecto, quiero compartir otra frase de mi có-
dice moral contra el vicio: Con la palabra vicio lucho contra todo tipo de
naturaleza adversa o, si uno ama las palabras bonitas, el idealismo. La frase
es: "La predicación de la castidad es una incitación pública a la perversidad.
Todo desprecio de la vida sexual, toda profanación de la misma con el tér-
mino `impuro' es el crimen mismo de la vida, - es el pecado mismo contra
el espíritu santo de la vida". -

6.
Para dar una noción de mí mismo como psicólogo, tomo una curiosa pie-
za de psicología que ocurre en "Más allá del bien y del mal", - prohíbo, por
cierto, cualquier conjetura sobre a quién estoy describiendo en este pasaje.
"El genio del corazón, como el que tiene ese gran oculto, el dios tentador y
flautista de Hamelín nato de las conciencias, cuya voz sabe descender a los
bajos fondos de cada alma, que no dice una palabra, no mira una mirada, en
la que no haya una consideración y un pliegue de seducción, cuya maestría
es que sabe brillar, y no lo que es, sino lo que es más una compulsión para
los que le siguen, para apretar cada vez más hacia él, para seguirle cada vez
más interiormente y más a fondo... El genio del corazón, que silencia todo
lo que es ruidoso y complaciente y enseña a escuchar, que suaviza las almas
ásperas y les da un nuevo deseo de saborear, - de quedarse quieto, como un
espejo, para que el cielo profundo se refleje en ellos.... El genio del corazón,
que enseña a la mano torpe y apresurada a vacilar y agarrar con más delica-
deza; que desentierra el tesoro oculto y olvidado, la gota de bondad y dulce
espiritualidad bajo el hielo espeso y opaco, y es una vara adivinadora para
cada grano de oro que ha permanecido enterrado durante mucho tiempo en
la mazmorra de mucho barro y arena.... El genio del corazón, de cuyo con-
tacto cada uno se va más rico, no agraciado y sorprendido, no hecho feliz y
deprimido como por un bien ajeno, sino más rico en sí mismo, sintiéndose
más nuevo que antes, roto, soplado por una brisa y sonado, más incierto tal
vez, más tiernamente roto, pero lleno de esperanzas que aún no tienen nom-
bre, lleno de nueva voluntad y fluir, lleno de nueva desgana y fluir de
vuelta..."
EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA.

1.

Para hacer justicia al "Nacimiento de la tragedia" (1872), habrá que olvi-


dar algunas cosas. Ha funcionado e incluso ha fascinado con lo que se equi-
vocó en ella, con su aplicación útil al arte wagneriano, como si fuera un sín-
toma de su ascenso. Este escrito fue, por tanto, un acontecimiento en la vida
de Wagner: a partir de entonces, hubo grandes esperanzas para el nombre de
Wagner. Incluso hoy, me acuerdo de esto, posiblemente en medio de Parsi-
fal: cómo me pesa en la conciencia que una opinión tan alta del valor cultu-
ral de este movimiento haya llegado a la cima. - Encontré el texto citado va-
rias veces como "el renacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la
música": uno sólo tenía oídos para una nueva fórmula del arte, de la inten-
ción de Wagner, de su tarea - lo que el texto contenía básicamente era igno-
rado. "El griego y el pesimismo": ése habría sido un título más inequívoco:
a saber, como la primera instrucción sobre cómo los griegos se enfrentaron
al pesimismo, -mediante la cual lo superaron-... La tragedia es precisamente
la prueba de que los griegos no eran pesimistas: Schopenhauer se equivocó
aquí, como se equivocó en todo. - Tomado con cierta neutralidad, el "Naci-
miento de la Tragedia" parece muy inoportuno: uno no soñaría que se inició
en medio de los truenos de la batalla de Wörth. He reflexionado sobre estos
problemas ante las murallas de Metz, en las frías noches de septiembre, en
medio del servicio de enfermería; más bien se podría creer que la escritura
tenía cincuenta años más. Es políticamente indiferente, - "poco alemán", se
diría hoy- huele ofensivamente a hegeliano, sólo en algunas fórmulas está
manchado con el perfume amargo del cadáver de Schopenhauer. Una "idea"
-el contraste entre lo dionisíaco y lo apolíneo- traducida en lo metafísico; la
propia historia como desarrollo de esta "idea"; en la tragedia, el contraste
suspendido en la unidad; bajo esta lente, cosas que nunca se habían mirado
a la cara se yuxtaponen de repente, se iluminan y se entienden entre sí... La
ópera, por ejemplo, y la revolución. - Las dos innovaciones decisivas del
libro son, por un lado, la comprensión del fenómeno dionisíaco entre los
griegos: da su primera psicología, ve en él la única raíz de todo el arte grie-
go. La otra es la comprensión del socratismo: Sócrates como instrumento de
la disolución griega, reconocido por primera vez como un típico decadente.
"Razonabilidad", contra el instinto. La "razonabilidad" a cualquier precio es
tan peligrosa como la violencia que subvierte la vida. - Profundo silencio
hostil sobre el cristianismo en todo el libro. No es ni apolíneo ni dionisíaco;
niega todos los valores estéticos, los únicos que reconoce el "Nacimiento de
la tragedia": es nihilista en el sentido más profundo, mientras que en el sím-
bolo dionisíaco se alcanza el límite máximo de la afirmación. En un mo-
mento dado, se alude a los sacerdotes cristianos como si fueran una "espe-
cie de enanos traidores", de "subterráneos" ....

2.

Este comienzo es extraño, más allá de toda medida. Había descubierto


para mi experiencia más íntima la única parábola y pieza lateral que tiene la
historia, - acababa de comprender con ella el maravilloso fenómeno de lo
dionisíaco como el primero. Del mismo modo, al reconocer a Sócrates
como decadente, había dado una prueba completamente inequívoca del es-
caso peligro que corría la seguridad de mi asidero psicológico ante cual-
quier idiosincrasia moral: - la propia moral como síntoma de decadencia es
una innovación, una singularidad de primer rango en la historia del conoci-
miento. ¡Qué alto había saltado con ambos sobre la miserable cháchara del
optimismo frente al pesimismo! - Vi por primera vez a la verdadera oposi-
ción: - el instinto degenerador que se vuelve contra la vida con una vindicta
subterránea (- el cristianismo, la filosofía de Schopenhauer, en cierto senti-
do ya la filosofía de Platón, todo el idealismo como formas típicas) y una
fórmula de la más alta afirmación nacida de la plenitud, de la superabundan-
cia, una afirmación sin reservas, al sufrimiento mismo, a la culpa misma, a
todo lo cuestionable y ajeno de la existencia misma.... Este último, el más
alegre, el más exuberante sí a la vida, no sólo es el más elevado, sino tam-
bién el más profundo, el más estrictamente confirmado y sostenido por la
verdad y la ciencia. Nada de lo que es debe ser contabilizado, nada es pres-
cindible - los lados de la existencia rechazados por los cristianos y otros
nihilistas son incluso de un orden infinitamente más alto en la jerarquía de
valores que lo que el instinto de la Décadence se permitió aprobar, aprobar.
Para captarlo se requiere valor y, como condición, un exceso de fuerza: pues
exactamente en la medida en que el valor puede aventurarse, exactamente
en la medida de la fuerza uno se acerca a la verdad. Reconocer, decir sí a la
realidad, es una necesidad tanto para los fuertes como para los débiles, bajo
la inspiración de la debilidad, la cobardía y la huida de la realidad -el
"ideal"-... No tienen libertad para reconocer: los decadentes necesitan la
mentira, es una de sus condiciones de conservación. - Los que no sólo en-
tienden la palabra "dionisíaca" sino que se entienden a sí mismos en la pala-
bra "dionisíaca" no necesitan una refutación de Platón o del cristianismo o
de Schopenhauer - huelen la decadencia....

3.
La medida en que había encontrado el término "trágico", la visión final
de lo que es la psicología de la tragedia, se expresó por última vez en Göt-
zen-Dämmerung, página 139. "La afirmación de la vida incluso en sus pro-
blemas más extraños y duros; la voluntad de vida en el sacrificio de sus ti-
pos más elevados, regocijándose en su propia inagotabilidad - eso es lo que
llamé dionisíaco, eso es lo que entendí como el puente hacia la psicología
del poeta trágico. No para librarse del horror y la piedad, no para purificarse
de un afecto peligroso mediante una descarga vehemente -así lo entendió
mal Aristóteles-, sino para, más allá del horror y la piedad, convertirse en el
eterno placer del devenir mismo, ese placer que incluye también el placer
de la destrucción...". En este sentido, tengo derecho a considerarme el pri-
mer filósofo trágico, es decir, el extremo opuesto y antípoda de un filósofo
pesimista. Ante mí, esta transformación de lo dionisíaco en pathos filosófico
no existe: falta la sabiduría trágica -he buscado en vano signos de ella inclu-
so en los grandes griegos de la filosofía, los de los dos siglos anteriores a
Sócrates. Me quedó una duda en Heráclito, en cuya proximidad me siento
más cálido y a gusto que en cualquier otro lugar. La afirmación del paso y
de la destrucción, factor decisivo de una filosofía dionisíaca, la afirmación
de la oposición y de la guerra, el quién, con un rechazo radical incluso del
concepto de "ser" - en esto debo reconocer bajo cualquier circunstancia lo
más cercano a mí que se ha pensado hasta ahora. La doctrina del "eterno re-
torno", es decir, del ciclo incondicional e infinitamente repetido de todas las
cosas, esta doctrina de Zaratustra también podría haber sido enseñada por
Heráclito. Al menos la Estoa, que heredó casi todas sus ideas fundamentales
de Heráclito, tiene rastros de ella.

4.

Una tremenda esperanza habla de este escrito. Por último, no tengo moti-
vos para retirar la esperanza de un futuro dionisiaco de la música. Echemos
un vistazo un siglo adelante, supongamos que mi intento de asesinato en
dos milenios de adversidad y profanación humana tiene éxito. Ese nuevo
partido de la vida que toma en sus manos la mayor de todas las tareas, la
crianza de la humanidad, incluyendo la destrucción despiadada de todo lo
que es degenerado y parasitario, hará posible de nuevo ese exceso de vida
en la tierra, a partir del cual el estado dionisíaco también debe crecer de
nuevo. Prometo una edad trágica: el arte más elevado en el sí a la vida, la
tragedia, renacerá cuando la humanidad tenga la conciencia de las guerras
más duras pero más necesarias, sin sufrirlas... Un psicólogo podría añadir
que lo que escuché en la música wagneriana cuando era joven no tiene nada
que ver con Wagner; que cuando describí la música dionisíaca, describí lo
que había escuchado, - que instintivamente tenía que traducir y transfigurar
todo en el nuevo espíritu que llevaba dentro. La prueba de ello, tan fuerte
como puede ser una prueba, es mi escrito "Wagner en Bayreuth": en todos
los pasajes psicológicamente decisivos, sólo se me menciona a mí; se puede
poner temerariamente mi nombre o la palabra "Zarathustra" donde el texto
da la palabra Wagner. Todo el cuadro del artista ditirámbico es el cuadro del
poeta preexistente de Zaratustra, dibujado con una profundidad abismal y
sin rozar ni por un momento la realidad wagneriana. El propio Wagner tenía
un concepto de ello; no se reconocía en la escritura. - Del mismo modo, "el
pensamiento de Bayreuth" se había convertido en algo que no será un mis-
terio para los conocedores de mi Zaratustra: en ese gran mediodía en el que
los más elegidos se consagran a la más grande de las tareas -¿quién sabe? El
patetismo de las primeras páginas es histórico-mundial; la visión de la que
se habla en la séptima página es la visión real de Zaratustra; Wagner, Bay-
reuth, toda la pequeña miseria alemana es una nube en la que se refleja una
infinita fata morgana del futuro. Incluso desde el punto de vista psicológico,
todos los rasgos decisivos de mi propia naturaleza están inscritos en la de
Wagner: la yuxtaposición de las fuerzas más brillantes y las más fatales, la
voluntad de poder como ningún hombre ha poseído jamás, la valentía im-
placable en lo espiritual, el poder ilimitado de aprender sin que la voluntad
de hacer sea aplastada por ello. Todo en este escrito es premonitorio: la pro-
ximidad del retorno del espíritu griego, la necesidad de los contra-Alejan-
dros, que vuelven a atar el nudo gordiano de la cultura griega después de
haberlo desatado... Escucha el acento histórico-mundial con el que se intro-
duce el término "espíritu trágico" en la página 30: todo son acentos históri-
co-mundiales en este escrito. Esta es la "objetividad" más extraña que puede
haber: la certeza absoluta sobre lo que soy se proyecta sobre alguna realidad
accidental, - la verdad sobre mí habla desde una profundidad inquietante.
En la página 71 se describe y anticipa con incisiva certeza el estilo de Zara-
tustra; y nunca se encontrará una expresión más grandiosa para el aconteci-
miento de Zaratustra, el acto de una tremenda purificación y consagración
de la humanidad, que la que se encuentra en las páginas 43-46. -
LOS INOPORTUNOS.

1.

Los cuatro Unzeitgemässen son completamente marciales. Demuestran


que no fui "Hans el soñador", que me da placer desenvainar la espada, - qui-
zás también que tengo la muñeca peligrosamente libre. El primer ataque
(1873) fue contra la educación alemana, a la que ya miraba con desprecio
implacable. Sin sentido, sin sustancia, sin objetivo: una mera "opinión pú-
blica". No hay malentendido más malicioso que creer que el gran éxito de
los alemanes en las armas demuestra algo a favor de esta educación - o in-
cluso su victoria sobre Francia... La segunda Unzeitgemässe (1874) saca a
la luz lo que es peligroso, lo que es un fastidio de la vida y un envenena-
miento de la vida en nuestro tipo de empresa científica - la vida enferma de
este mecanismo deshumanizado, de la "impersonalidad" del trabajador, de
la falsa economía de la "división del trabajo". El fin está perdido, la cultura:
- el medio, la empresa científica moderna, barbarizada... En este tratado, el
"sentido histórico" del que se enorgullece este siglo fue reconocido por pri-
mera vez como una enfermedad, como un signo típico de decadencia. - En
el tercer y cuarto Unzeitgemässen, como punteros a un concepto superior de
cultura, a la restauración del concepto de "cultura", se contraponen dos imá-
genes del más duro egoísmo, de la autodisciplina, tipos unzeitgemässässe
por excelencia, llenos de soberano desprecio por todo lo que se llamaba
"Reich", "Bildung", "Christenthum", "Bismarck", "Erfolg" a su alrededor -
Schopenhauer y Wagner o, en una palabra, Nietzsche....

2.

De estos cuatro asesinatos, el primero tuvo un éxito extraordinario. El


ruido que creó fue espléndido en todos los sentidos. Había tocado la llaga
de una nación victoriosa, - que su victoria no era un acontecimiento cultu-
ral, sino tal vez, tal vez algo muy diferente... La respuesta vino de todas par-
tes y de ninguna manera sólo de los viejos amigos de David Straussen, a
quien yo había ridiculizado como el tipo de un Bildungsphilister y satisfait
alemán, en resumen como el autor de su evangelio de banco de cerveza de
la "vieja y nueva fe" (- la palabra Bildungsphilister ha permanecido en el
lenguaje de mi escritura). Estos viejos amigos, a los que yo, como wurtem-
bergués y suabo, había picado profundamente cuando encontré su Wundert-
hier, su Strauss divertido, respondieron tan suave y toscamente como podría
desear; - las réplicas prusianas eran más inteligentes, - tenían más "azul de
Berlín" en ellas. El más indecente fue un periódico de Leipzig, el tristemen-
te célebre "Grenzboten"; me costó mucho trabajo evitar que los indignados
de Basilea tomaran alguna medida. Sólo unos cuantos señores mayores se
decidieron absolutamente a mi favor, por razones mixtas y en parte insonda-
bles. Entre ellos estaba Ewald en Göttingen, que dijo que mi intento de ase-
sinato había sido fatal para Strauss. También el viejo hegeliano Bruno
Bauer, en quien tuve desde entonces uno de mis más atentos lectores. En
sus últimos años, le gustaba remitirse a mí, por ejemplo, para dar al Sr. von
Treitschke, el historiador prusiano, una pista sobre dónde podía conseguir
información sobre el concepto de "cultura" que había perdido. Los comen-
tarios más reflexivos, incluso los más extensos, sobre el texto y su autor
fueron realizados por un antiguo alumno del filósofo von Baader, el profe-
sor Hoffmann en Würzburg. Preveía en el escrito un gran destino para mí:
provocar una especie de crisis y decisión suprema en el problema del ateís-
mo, del que me adivinaba el tipo más instintivo y despiadado. El ateísmo
fue lo que me llevó a Schopenhauer. - Lo que mejor se escuchó, lo que más
se sintió, fue una intercesión extraordinariamente fuerte y valiente del, por
otra parte, tan suave Karl Hillebrand, ese último alemán humano que sabía
manejar la pluma. Se leyó su ensayo en el "Augsburger Zeitung"; se puede
leer hoy, de forma algo más cuidada, en sus escritos recopilados. Aquí la
escritura se presentó como un acontecimiento, un punto de inflexión, la pri-
mera autorreflexión, la mejor señal, un verdadero retorno de la seriedad ale-
mana y de la pasión alemana en materia espiritual. Hillebrand se deshizo en
elogios por la forma del escrito, por su gusto maduro, por su perfecto tacto
en la distinción entre la persona y la cosa: lo distinguió como el mejor escri-
to polémico que se había escrito en alemán - en el arte de la polémica, que
es tan peligroso y tan repugnante, especialmente para los alemanes. Absolu-
tamente jaspeado, incluso exacerbando lo que me había atrevido a decir so-
bre la lumpenidad lingüística en Alemania (-hoy se hacen los puristas y ya
no saben construir una frase-), en igual desprecio contra los "primeros escri-
tores" de esta nación, terminó expresando su admiración por mi coraje -ese
"coraje supremo que lleva al banquillo de los acusados a los propios favori-
tos de un pueblo"-... La secuela de este escrito es casi inestimable en mi
vida. Nadie ha intentado tratar conmigo. La gente calla, me tratan con una
sombría cautela en Alemania: durante años he hecho uso de una libertad de
expresión incondicional que hoy nadie, y menos en el "Reich", tiene la
mano suficientemente libre para ejercer. Mi paraíso es "bajo la sombra de
mi espada"... Básicamente, había practicado una de las máximas de Stend-
hal: aconseja hacer la entrada en sociedad con un duelo. Y cómo había ele-
gido a mi oponente! ¡El primer librepensador alemán!... En efecto, se expre-
só así por primera vez un tipo de librepensamiento completamente nuevo:
hasta hoy, nada me resulta más ajeno y ajeno que toda la especie europea y
americana de "libres penseurs". Con ellos, como incorregibles cabezas pla-
nas y bufones de las "ideas modernas", me encuentro incluso en una discor-
dia más profunda que con cualquiera de sus oponentes. Ellos también quie-
ren, a su manera, "mejorar" la humanidad, a su imagen y semejanza, harían
una guerra irreconciliable contra lo que soy, lo que quiero, conjunto que en-
tienden, - todos ellos siguen creyendo en el "ideal"... Soy el primer
inmoralista.
3.

Que los escritos intempestivos firmados con los nombres de Schopen-


hauer y Wagner podrían servir particularmente para la comprensión o inclu-
so el cuestionamiento psicológico de ambos casos, no quiero afirmar, con la
excepción del individuo, cuán barato. Por ejemplo, con profunda certeza
instintiva, lo elemental en la naturaleza de Wagner ya se describe aquí como
un talento de actor que sólo saca sus conclusiones en sus medios e intencio-
nes. Básicamente, quería hacer algo muy diferente a la psicología con estos
escritos: - un problema de educación sin igual, un nuevo concepto de auto-
cultivo, la auto-defensa hasta la dureza, un camino a la grandeza y a las ta-
reas histórico-mundiales exigían su primera expresión. En el gran esquema
de las cosas, tomé por el cuello a dos tipos famosos y completamente no es-
tablecidos, al igual que uno toma por el cuello la oportunidad de decir algo,
para tener unas cuantas fórmulas, signos, dispositivos lingüísticos más en la
mano. Esto también se insinúa al final, con una sagacidad totalmente insóli-
ta, en la p. 93 de las terceras Unzeitgemässen. De este modo, Platón se sir-
vió de Sócrates como semiótico para Platón. - Ahora que miro desde la dis-
tancia las condiciones de las que dan testimonio estos escritos, no quiero
negar que en el fondo sólo hablan de mí. Wagner en Bayreuth" es una vi-
sión de mi futuro; "Schopenhauer como educador", en cambio, lleva inscrita
mi historia más íntima, mi devenir. Por encima de todo, mi voto... Lo que
soy hoy, donde estoy hoy -en una altura en la que ya no hablo con palabras
sino con relámpagos- ¡oh, qué lejos estaba entonces! - Pero vi la tierra, - no
me engañé ni por un momento sobre el camino, el mar, el peligro - ¡y el éxi-
to! La gran paz en la promesa, esta feliz mirada hacia un futuro que no se
quedará sólo en promesa. - Aquí cada palabra se experimenta, profunda, in-
teriormente; no faltan las más dolorosas, hay en ella palabras francamente
sanguinarias. Pero un viento de gran libertad sopla por encima de todo; la
propia herida no actúa como una objeción. - Cómo entiendo al filósofo
como un terrible explosivo ante el que todo está en peligro, cómo separo mi
concepto de "filósofo" a kilómetros de un concepto que incluye incluso a un
Kant, por no hablar de los "rumiantes" académicos y otros profesores de fi-
losofía: sobre esto, este escrito da una instrucción inestimable, incluso ad-
mitiendo que en el fondo no es "Schopenhauer como educador" sino su con-
trario, "Nietzsche como educador", lo que aquí sale a relucir. - Teniendo en
cuenta que en aquella época mi oficio era el de erudito, y quizás también
que entendía mi oficio, no deja de ser significativo un trozo amargo de la
psicología del erudito, que de repente sale a la luz en este escrito: expresa el
sentimiento de distancia, la profunda certeza sobre lo que puede ser mi ta-
rea, lo que puede ser simplemente un medio, un acto intermedio y una obra
secundaria. Es mi sabiduría haber sido muchas cosas y en muchos lugares
para poder llegar a ser uno, - para poder llegar a uno. Durante un tiempo
también tuve que ser becario.
HUMANO, DEMASIADO HUMANO.

Con dos secuelas.

1.

"Humano, Demasiado humano" es el monumento a la crisis. Se llama un


libro para espíritus libres: casi todas sus frases expresan una victoria: con él
me he liberado de la falta de pertenencia en mi naturaleza. El idealismo me
es ajeno: el título dice "donde tú ves cosas ideales, yo veo - humano, ¡oh
sólo demasiado humano!"... Conozco mejor al hombre... - En ningún otro
sentido quiere entenderse aquí la palabra "espíritu libre": un espíritu libre-
mente ordenado que ha vuelto a tomar posesión de sí mismo. El tono, el so-
nido de la voz ha cambiado por completo: uno encontrará el libro inteligen-
te, fresco, a veces duro y burlón. Una cierta intelectualidad de gusto refina-
do parece mantenerse frente a una corriente más apasionada en el fondo. En
este contexto, tiene sentido que sea el centenario de la muerte de Voltaire el
que justifique la publicación del libro para el año 1878. Porque Voltaire, a
diferencia de todo lo que vino después, es sobre todo un grandseigneur de la
mente: exactamente lo que soy yo. - El nombre de Voltaire en un escrito
mío - eso fue realmente un avance - para mí... Si uno mira más de cerca,
descubre un espíritu despiadado que conoce todos los recovecos donde el
ideal está en casa, - donde tiene sus cerraduras de castillo y, por así decirlo,
su última seguridad. Una antorcha en las manos, que de ninguna manera da
una luz "como la de una antorcha", con un brillo penetrante se ilumina en
este submundo del ideal. Es la guerra, pero la guerra sin pólvora y sin va-
por, sin actitudes bélicas, sin patetismo y sin miembros contorsionados,
todo esto en sí seguiría siendo "idealismo". Un error tras otro es tranquila-
mente puesto en hielo, el ideal no es refutado - se congela hasta la muerte...
Aquí, por ejemplo, el "genio" se congela hasta la muerte; una esquina más
allá, "el santo" se congela hasta la muerte; bajo un grueso carámbano, "el
héroe" se congela hasta la muerte; al final, la "fe" se congela hasta la muer-
te, la llamada "convicción", incluso la "compasión" se enfría significativa-
mente - casi en todas partes, "la cosa en sí" se congela hasta la muerte...

2.

Los inicios de este libro pertenecen a la mitad de las semanas del primer
Festival de Bayreuth; una profunda extrañeza hacia todo lo que me rodeaba
allí es uno de sus requisitos. Cualquiera que tenga una idea de las visiones
que ya había encontrado en aquella época puede adivinar cómo me sentí
cuando me desperté un día en Bayreuth. Como si estuviera soñando...
¿Dónde estaba? No reconocí nada, apenas reconocí a Wagner. Hojeé mis
recuerdos en vano. Tribschen - una isla lejana de los dichosos: ni una som-
bra de parecido. Los incomparables días de la colocación de la primera pie-
dra, la pequeña sociedad asociada que lo celebraba y que no había que
desearse los dedos para las cosas tiernas: ni una sombra de parecido. ¿Qué
ha pasado? - Wagner había sido traducido al alemán. El wagneriano se ha-
bía convertido en maestro de Wagner. - El arte alemán, el maestro alemán,
la cerveza alemana... Los demás, que sabemos muy bien a qué artistas refi-
nados, a qué cosmopolitismo del gusto habla sólo el arte de Wagner, nos
quedamos fuera de juego al encontrar a Wagner revestido de "virtudes" ale-
manas. - Creo que conozco al wagneriano, he "experimentado" tres genera-
ciones, desde el bendito Brendel en adelante, que confundió a Wagner con
Hegel, hasta los "idealistas" de los papeles de Bayreuth, que confunden a
Wagner con ellos mismos, - he escuchado todo tipo de confesiones de "al-
mas bellas" sobre Wagner. ¡Un reino para una palabra modesta! - En ver-
dad, ¡una sociedad que pone los pelos de punta! ¡Nohl, Pohl, Kohl con gra-
cia en el infinito! No falta ni un bicho raro entre ellos, ni siquiera el antise-
mita. - ¡Pobre Wagner! ¿Dónde se ha metido? - ¡Si tan sólo hubiera ido en-
tre cerdos! Pero, ¡entre alemanes!... Finalmente, para instrucción de la pos-
teridad, habría que rellenar un Bayreuth real, o mejor aún ponerlo en espíri-
tu, pues no hay espíritu - con la firma: así era el "espíritu" sobre el que se
fundó el "Reich"... Basta, me fui en medio de él durante unas semanas, muy
repentinamente, aunque una encantadora parisina intentó consolarme; sólo
me disculpé con Wagner con un telegrama fatalista. En un lugar en lo pro-
fundo del bosque de Bohemia, Klingenbrunn, llevaba conmigo mi melanco-
lía y mi desprecio por los alemanes como una enfermedad, y de vez en
cuando, bajo el título colectivo de "die Pflugschar" (la reja del arado), escri-
bía una frase en mi libro de bolsillo, toda una psicología dura, que tal vez
pueda encontrarse todavía en "Menschliches, Demasiado humano".

3.

Lo que decidí en aquel momento no fue una ruptura con Wagner, sino
que sentí una aberración general de mi instinto, de la que el desatino indivi-
dual, ya fuera Wagner o la cátedra de Basilea, no era más que una señal.
Una impaciencia conmigo mismo me invadió; me di cuenta de que ya era
hora de volver a mí. De repente me di cuenta de forma terrible de cuánto
tiempo se había perdido ya, - de lo inútil, de lo arbitraria que parecía toda
mi existencia filológica para mi tarea. Me avergonzaba esta falsa modestia...
Diez años atrás, cuando el alimento de mi espíritu se había detenido en
realidad, cuando no había aprendido nada útil, cuando había olvidado una
cantidad insensata sobre un desorden de erudición polvorienta. Arrastrarse
por la métrica antigua con meticulosidad y malos ojos, ¡a eso había llegado
conmigo! - Me veía con lástima, todo demacrado, todo hambriento: las
realidades estaban prácticamente ausentes de mi conocimiento y las "ideali-
dades" no servían para nada. - Me invadió una sed ardiente: a partir de en-
tonces no hice otra cosa que dedicarme a la fisiología, la medicina y las
ciencias naturales; incluso volví a los estudios históricos propiamente di-
chos sólo cuando la tarea me obligaba a ello. Fue entonces cuando com-
prendí por primera vez la conexión entre una actividad elegida instintiva-
mente, una supuesta "profesión" a la que uno está llamado en última instan-
cia, y la necesidad de adormecer la sensación de tedio y hambre a través de
un arte narcótico, por ejemplo, a través del arte wagneriano. Mirando con
más atención, descubrí que para un gran número de jóvenes existe el mismo
estado de emergencia: una adversidad obliga literalmente a una segunda. En
Alemania, en el "Reich", para hablar sin ambages, son demasiados los que
están condenados a tomar una decisión intempestiva y luego, bajo una carga
irremediablemente ordenada, a morir... Estos anhelan a Wagner como a un
opiáceo, - se olvidan de sí mismos, se deshacen de sí por un momento...
¡Qué digo! ¡cinco o seis horas!

4.

En ese momento mi instinto se decidió inexorablemente por una cesión


aún más larga, por seguir adelante, por confundirme. Cualquier tipo de vida,
las condiciones más desfavorables, la enfermedad, la pobreza... todo me pa-
recía preferible a ese indigno "desinterés" en el que había caído primero por
ignorancia, por juventud, y en el que me había estancado después por pere-
za, por un supuesto "sentido del deber". - Aquí, de una manera que no pue-
do admirar lo suficiente, y justo en el momento adecuado, vino en mi ayuda
esa terrible herencia de mi padre, básicamente una predestinación a una
muerte temprana. La enfermedad me sacó poco a poco de ella: me libró de
cada ruptura, de cada paso violento y ofensivo. En ese momento no perdí
ninguna buena voluntad y gané mucho más. La enfermedad me dio también
el derecho a una inversión completa de todos mis hábitos; me permitió olvi-
dar, me ordenó olvidar; me dio la necesidad de quedarme quieto, de estar
ocioso, de esperar y ser paciente... ¡Pero eso es lo que significa pensar!...
Mis ojos por sí solos pusieron fin a toda la lectura, en alemán: la filología:
me liberé del "libro", no leí nada más durante años - ¡la mayor bendición
que me he hecho! - Ese yo más bajo, como enterrado, como acallado bajo
una constante necesidad de escuchar a otros yoes (-¡y eso significa leer!) se
despertó lentamente, tímidamente, con dudas, -pero al fin habló de nuevo.
Nunca he tenido tanta suerte en mí mismo como en los momentos más en-
fermos y dolorosos de mi vida: basta con ver "Morgenröthe" o "El vagabun-
do y su sombra" para comprender lo que fue este "regreso a mí mismo":
¡una especie de recuperación suprema en sí misma!

5.

Lo humano, lo demasiado humano, este monumento al autocultivo rigu-


roso, con el que puse fin bruscamente a todo el "fraude superior", al "idea-
lismo", al "bello sentimiento" y a otras feminidades que se habían introduci-
do en mí, fue escrito en todos sus aspectos principales en Sorrento; recibió
su conclusión, su forma definitiva en un invierno de Basilea, en condiciones
incomparablemente menos favorables que las de Sorrento. Básicamente, el
Sr. Peter Gast, que entonces estudiaba en la Universidad de Basilea y que
era muy amigo mío, tenía el libro en su conciencia. Yo dictaba, con la cabe-
za vendada y dolorida, él copiaba, también corregía, - él era básicamente el
escritor real, mientras que yo era simplemente el autor. Cuando el libro lle-
gó por fin a mis manos -para profundo asombro de una persona gravemente
enferma- también envié dos ejemplares a Bayreuth, entre otros. Por un mi-
lagro de la casualidad, llegó al mismo tiempo un hermoso ejemplar del tex-
to de Parsifal, con la dedicatoria de Wagner "a su querido amigo Friedrich
Nietzsche, Richard Wagner, Kirchenrath". - Este cruce de los dos libros -
fue como si escuchara un sonido ominoso. ¿No sonaba como si las espadas
se cruzaran?... En todo caso, los dos lo sentíamos así: porque los dos estába-
mos en silencio. - Por aquel entonces aparecieron los primeros papeles de
Bayreuth: comprendí que ya era hora. - ¡Increíble! Wagner se había vuelto
piadoso...

6.

De cómo pensaba en mí mismo en aquella época (1876), con qué tremen-


da seguridad tenía en mi mano mi tarea y el aspecto histórico-mundial de la
misma, lo atestigua todo el libro, pero sobre todo un pasaje muy explícito:
sólo que, con mi instintivo engaño, volví a utilizar la palabra "yo" y esta vez
no me referí a Schopenhauer o a Wagner, sino a uno de mis amigos, el exce-
lente Dr. Paul Rée. Paul Rée, con una gloria histórico-mundial - afortunada-
mente un animal demasiado fino para eso... André era menos fino: siempre
he reconocido a los desesperados entre mis lectores, por ejemplo el típico
profesor alemán, por el hecho de que, en este pasaje, creían que debían en-
tender todo el libro como un Réealismo superior... En verdad, contenía la
contradicción contra cinco o seis frases de mi amigo: se puede leer sobre
ello en el prefacio a la Genealogía de la Moral. - El pasaje dice: ¿cuál es la
frase principal a la que llegó uno de los pensadores más audaces y fríos, el
autor del libro "Sobre el origen de los sentimientos morales" (lisez: Nietzs-
che, el primer inmoralista), mediante sus incisivos y penetrantes análisis de
la acción humana? "El hombre moral no está más cerca del mundo inteligi-
ble que el hombre físico - porque no hay mundo inteligible..." Esta frase,
que se ha vuelto dura y cortante bajo el golpe de martillo del conocimiento
histórico (lisez: revalorización de todos los valores), puede quizás un día, en
algún tiempo futuro -¡1890! - Puede que un día, en algún futuro -¡1890! -
sirva como el hacha que se pone en la raíz de la "necesidad metafísica" de
la humanidad, -¿quién sabe si más para la bendición o para la maldición de
la humanidad? Pero en todo caso como una sentencia de las más considera-
bles consecuencias, fructífera y terrible a la vez y que mira al mundo con
esa doble visión que tienen todas las grandes intuiciones....
-
AMANECER.

Reflexiones sobre la moral como prejuicio.

1.

Con este libro comienza mi campaña contra la moral. No es que tenga el


más mínimo olor a pólvora, sino que se perciben olores muy diferentes y
mucho más agradables, siempre que se tenga cierta delicadeza en las fosas
nasales. Ni cañones grandes ni pequeños: si el efecto del libro es negativo,
sus medios lo son tanto menos, esos medios de los que se desprende el efec-
to como una conclusión, no como un cañonazo. El hecho de que uno se des-
pida del libro con una tímida desconfianza hacia todo lo que hasta ahora ha
llegado a honrar e incluso a adorar bajo el nombre de moral, no se contradi-
ce con el hecho de que en todo el libro no hay ni una palabra negativa, ni un
ataque, ni una malicia, - que más bien se encuentra al sol, redondo, feliz,
como una criatura marina tomando el sol entre las rocas. Al final, fui yo
mismo, esta criatura marina: casi todas las frases del libro son inventadas,
nacen en aquel revoltijo de rocas cerca de Génova, donde estaba solo y aún
tenía intimidad con el mar. Incluso ahora, al tocar por casualidad este libro,
casi cada frase se convierte en una punta en la que vuelvo a sacar algo in-
comparable de las profundidades: toda su piel tiembla con tiernos estreme-
cimientos de memoria. No es poco el arte que tiene por delante para hacer
de las cosas que revolotean con facilidad y sin ruido, momentos que yo lla-
mo lagartos divinos, un poco firmes -no con la crueldad de aquel joven dios
griego que se limitó a alancear a la pobre lagartija, sino al menos con algo
afilado, con la pluma-. "Hay tantos amaneceres que aún no han brillado" -
esta inscripción india está en la puerta de este libro-. Dónde busca su autor
esa nueva mañana, ese tierno rojo aún no descubierto, con el que otro día -
¡ah, toda una serie, todo un mundo de nuevos días! - ¿comienza? En una
reevaluación de todos los valores, en un alejamiento de todos los valores
morales, en una afirmación y confianza en todo lo que hasta ahora ha sido
prohibido, despreciado, maldecido. Este libro piadoso derrama su luz, su
amor, su ternura sobre todas las cosas malas; les devuelve su "alma", su
buena conciencia, su alto derecho y privilegio de existencia. No se ataca la
moral, sólo se deja de considerar... Este libro se cierra con un "¿O?", - es el
único libro que se cierra con un "¿O?"- ....

2.

Mi tarea, preparar un momento de suprema autorreflexión para la huma-


nidad, un gran mediodía en el que mire hacia atrás y hacia fuera, en el que
salga del dominio del azar y de los sacerdotes y se plantee la pregunta de
"¿por qué? Esta tarea se desprende necesariamente de la constatación de
que la humanidad no va por el buen camino por sí misma, que no está en
absoluto gobernada divinamente, sino que, precisamente entre sus valores
más sagrados, ha gobernado seductoramente el instinto de negación, de co-
rrupción, el instinto de decadencia. La cuestión del origen de los valores
morales es, pues, para mí una cuestión de primer orden, porque determina el
futuro de la humanidad. La exigencia de creer que todo está básicamente en
las mejores manos, que un libro, la Biblia, da la seguridad final sobre la
guía y la sabiduría divina en el destino de la humanidad, es, traducido a la
realidad, la voluntad, la verdad sobre el lamentable opuesto de esto, es de-
cir, que la humanidad ha estado hasta ahora en las peores manos, que ha
sido gobernada por los mal gobernados, los maliciosamente vengativos, los
llamados "santos", estos calumniadores del mundo y abusadores de la hu-
manidad. El signo decisivo por el cual es evidente que el sacerdote (inclui-
dos los sacerdotes ocultos, los filósofos) se ha convertido en maestro no
sólo dentro de una determinada comunidad religiosa, sino en general, que la
moral de la decadencia, la voluntad de fin, es considerada como la moral en
sí misma, es el valor incondicional concedido a los no egoístas y la enemis-
tad concedida a los egoístas en todas partes. Quien no esté de acuerdo con-
migo en este punto, lo considero infectado... Pero todo el mundo está en
desacuerdo conmigo... Para un fisiólogo, tal contraste de valores no deja lu-
gar a dudas. Si, dentro del organismo, el órgano más pequeño, por pequeño
que sea, no consigue hacer valer su autoconservación, su sustituto de la
fuerza, su "egoísmo" con perfecta seguridad, el conjunto degenera. El fisió-
logo exige la extirpación de la parte degenerada, niega toda solidaridad con
el degenerado, está muy lejos de simpatizar con él. Pero el sacerdote quiere
precisamente la degeneración del conjunto, de la humanidad: por eso con-
serva lo degenerado - a este precio lo controla... ¿Para qué sirven esos con-
ceptos mentirosos, los conceptos auxiliares de la moral, "alma", "espíritu",
"libre albedrío", "Dios", si no es para arruinar fisiológicamente a la humani-
dad? ... Si se desvía la seriedad de la autoconservación, del aumento de la
fuerza del cuerpo, es decir, de la vida, si se construye un ideal a partir de la
palidez, "la salvación del alma" a partir del desprecio del cuerpo, ¿qué es
eso sino una receta para la decadencia? - La pérdida de gravedad, la resis-
tencia a los instintos naturales, el "desinterés" en una palabra - hasta ahora
eso se llamaba moral... Con la "Morgenröthe" emprendí por primera vez la
lucha contra la moral del desprendimiento. -
 
LA GAYA CIENCIA

("la gaya scienza")


El "Amanecer" es un libro pasivo, profundo, pero brillante y amable. Lo
mismo ocurre, una vez más y en grado sumo, con la gaya scienza: en casi
todas sus frases, la profundidad y el valor se llevan tiernamente de la mano.
Un verso que expresa la gratitud por el mes de enero más maravilloso que
he vivido -todo el libro es su regalo- delata suficientemente la profundidad
desde la que la "ciencia" se ha vuelto alegre aquí:
Tú, con la lanza de fuego
Con la lanza de la llama cortaste el hielo de mi alma,
Que ahora se precipita al mar
De su más alta esperanza:
Más brillante siempre y más sano siempre,
Libre en el debe amoroso
Así que alaba tus maravillas,
¡El más bello de los Anuarios!
¿Quién puede dudar de lo que significa aquí la "más alta esperanza", que
ve brillar la belleza diamantina de las primeras palabras de Zaratustra como
conclusión del cuarto libro? - ¿O quién lee las frases graníticas del final del
tercer libro, con las que se formula por primera vez un destino para todos
los tiempos? - Las canciones del Príncipe Vogelfrei, la mayoría de las cua-
les fueron escritas en Sicilia, recuerdan explícitamente el concepto proven-
zal de "gaya scienza", de esa unidad de cantor, caballero y espíritu libre con
la que la maravillosa cultura primitiva de los provenzales se destaca frente a
todas las culturas ambiguas; el último poema en particular, "anden Mistral",
una bulliciosa canción de baile en la que, si se me permite la expresión, se
ignora la moral, es un perfecto provenzalismo. -
 
ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA.

Un libro para todos y para ninguno.

1.

Ahora contaré la historia de Zaratustra. La concepción básica de la obra,


la idea del eterno retorno, esa fórmula de afirmación más elevada que se
puede alcanzar, pertenece a agosto de 1881: está escrita en una hoja de pa-
pel con la firma: "6000 pies más allá del hombre y del tiempo". Aquel día
caminaba por el bosque junto al lago de Silvaplana; me detuve ante un po-
deroso bloque piramidal no muy lejos de Surlei. Entonces se me ocurrió
este pensamiento. - Si retrocedo unos meses desde ese día, encuentro, como
un presagio, un cambio repentino y profundamente decisivo en mi gusto,
especialmente en la música. Tal vez se pueda contar la totalidad de Zaratus-
tra entre la música; - ciertamente se debía escuchar un renacimiento en el
arte, una condición previa para ello. En un pequeño baño de montaña no le-
jos de Vicenza, Recoaro, donde pasé la primavera de 1881, descubrí, junto
con mi maëstro y amigo Peter Gast, un igualmente "renacido", que la músi-
ca del fénix pasó volando por delante de nosotros con un plumaje más claro
y brillante que el que había mostrado nunca. Si, por el contrario, cuento
desde ese día hasta el repentino nacimiento en febrero de 1883, que se pro-
dujo en las circunstancias más improbables -la parte final, la misma de la
que he citado algunas frases en el prefacio, se completó exactamente en la
hora santa en que Richard Wagner murió en Venecia-, entonces resultan die-
ciocho meses para el embarazo. Esta cifra de sólo dieciocho meses debería
sugerir el pensamiento, entre los budistas al menos, de que soy básicamente
una hembra elefantiásica. - La "gaya scienza", que tiene cien signos de la
proximidad de algo incomparable, pertenece al período intermedio; por últi-
mo, todavía da el comienzo del propio Zaratustra, da la idea básica de Zara-
tustra en el penúltimo trozo del cuarto libro. - Asimismo, a este período in-
termedio pertenece ese Himno a la vida (para coro mixto y orquesta), cuya
partitura fue publicada hace dos años por E. W. Fritzsch en Leipzig: quizá
un síntoma no insignificante del estado de este año, en el que el patetismo
por excelencia, que yo llamo patetismo trágico, estaba en mí en el más alto
grado. Más tarde, se cantará en mi memoria. - El texto, señalado expresa-
mente porque hay un malentendido al respecto, no es mío: es la sorprenden-
te inspiración de una joven rusa con la que era amigo en aquella época,
Fräulein Lou von Salomé. Cualquiera que sepa darle algún sentido a las úl-
timas palabras del poema adivinará por qué lo prefería y admiraba: tienen
grandeza. El dolor no se considera una objeción a la vida: "Si no te queda
más felicidad que darme, ¡adiós! ni tu dolor...". Quizás mi música también
tenga grandeza en este momento. (La última nota del oboe es do sostenido,
no do. Error de imprenta.) - El invierno siguiente viví en la encantadora y
tranquila bahía de Rapallo, no lejos de Génova, que se extiende entre Chia-
vari y el promontorio de Porto fino. Mi salud no era la mejor; el invierno
era frío y lluvioso a más no poder; un pequeño albergo, situado directamen-
te sobre el mar, de modo que la alta mar hacía imposible el sueño por la no-
che, ofrecía más o menos lo contrario de lo deseable. A pesar de ello, y casi
como prueba de mi afirmación de que todo lo decisivo nace "a pesar de
ello", fue este invierno y estas condiciones desfavorables en las que nació
mi Zaratustra. - Por la mañana subía hacia el sur por la hermosa carretera de
Zoagli, entre pinos y con vistas al mar durante kilómetros; por la tarde,
siempre que la salud me lo permitía, rodeaba toda la bahía de Santa Marg-
herita hasta Porto Fino. Este lugar y este paisaje han llegado a estar aún más
cerca de mi corazón debido al gran amor que sentía por ellos el inolvidable
emperador alemán Federico III; casualmente estuve de nuevo en esta costa
en el otoño de 1886, cuando visitó por última vez este pequeño y olvidado
mundo de felicidad. - En estos dos caminos, todo el primer Zaratustra vino
a mi mente, sobre todo el propio Zaratustra, como un tipo: más correcta-
mente, me asaltó....

2.

Para entender este tipo, primero hay que comprender su requisito fisioló-
gico previo: es lo que yo llamo gran salud. No sé cómo explicar este con-
cepto mejor o más personalmente de lo que ya he hecho, en una de las sec-
ciones finales del quinto libro de "gaya scienza". "Nosotros, los nuevos, los
sin nombre, los mal comprendidos -dice ahí-, nosotros, partos prematuros
de un futuro aún no probado, necesitamos también un nuevo medio para un
nuevo propósito, a saber, una nueva salud, más fuerte, más astuta, más dura,
más taimada, más divertida que toda la salud hasta ahora. Cuya alma está
sedienta de haber experimentado toda la gama de valores y deseos anterio-
res y de haber navegado por todas las costas de este "Mediterráneo" ideal,
que quiere saber por las aventuras de su propia experiencia lo que es ser un
conquistador y un descubridor del ideal, como un artista, un santo, un legis-
lador, un sabio, un erudito, un hombre piadoso, un viejo estilo divino: que
ante todo necesita una cosa para ello, una gran salud - una salud tal que no
sólo se tiene, sino que se adquiere constantemente y se debe adquirir, por-
que siempre se regala, se debe regalar... Y ahora, después de haber recorrido
el camino así durante mucho tiempo, nosotros, los argonautas del ideal, más
valientes quizá de lo que es prudente y que a menudo naufragamos y nos
hacemos daño, pero, como he dicho, más sanos de lo que uno quisiera per-
mitirnos, peligrosamente sanos, sanos una y otra vez, - quiere parecernos
como si nosotros, en aras de una vida mejor, pudiéramos vivir en una vida
mejor, poder vivir en una vida mejor.... Nos parece como si, como recom-
pensa por ello, tuviéramos ante nosotros un país aún no descubierto cuyas
fronteras nadie ha visto todavía, un mundo más allá de todos los países y
rincones anteriores del ideal, un mundo tan rico en lo bello, lo extraño, lo
cuestionable, lo terrible y lo divino que nuestra curiosidad, así como nuestra
sed de posesiones, se han desbordado... ¡ah, que ya no podemos quedar sa-
tisfechos con nada! ... ¿Cómo podríamos, después de tales opiniones y con
un hambre tan voraz de conocimiento y conciencia, seguir satisfechos con
el ser humano actual? Ya es bastante malo, pero es inevitable que ahora ob-
servemos sus objetivos y esperanzas más dignos con una seriedad mal man-
tenida y quizás ya ni siquiera los observemos... Otro ideal corre ante noso-
tros, un ideal caprichoso, tentador, peligroso, al que no quisiéramos persua-
dir a nadie, porque tan fácilmente no concedemos a nadie el derecho a él: el
ideal de un espíritu que ingenuamente, es decir, sin querer y por abundancia
y poder desbordantes, juega con todo lo que hasta ahora se ha llamado sa-
grado, bueno, intocable, divino; para quien lo más alto en lo que el pueblo
tiene una medida razonable de valor ya significaría tanto como el peligro, la
decadencia, la humillación o, al menos, como el recreo, la ceguera, el olvi-
do temporal de sí mismo; el ideal de un bienestar y una benevolencia huma-
nos-superhumanos, que a menudo parecerá inhumano, por ejemplo, cuando
se sitúa al lado de toda la seriedad terrenal anterior, al lado de toda la so-
lemnidad anterior en el gesto, la palabra, el sonido, la mirada, la moral y la
tarea, como su parodia involuntaria más corpórea - y con la que, a pesar de
todo, tal vez la gran seriedad sólo comienza, el signo de interrogación real
sólo se establece, el destino del alma gira, el puntero se mueve, la tragedia
comienza. "

3.

- ¿Tiene alguien, a finales del siglo XIX, un concepto claro de lo que los
poetas de épocas fuertes llamaban inspiración? En el otro caso, lo describi-
ré. Con el más mínimo residuo de superstición en uno mismo, difícilmente
se sabría rechazar la idea de ser mera encarnación, mero portavoz, mero
médium de fuerzas prepotentes. El concepto de revelación, en el sentido de
que de repente, con indecible certeza y sutileza, algo se hace visible, audi-
ble, algo que le sacude a uno en lo más profundo, simplemente describe el
hecho. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta quién da; como un re-
lámpago brilla un pensamiento, con necesidad, en forma sin vacilación, -
nunca he tenido elección. Un encanto cuya inmensa tensión se libera a ve-
ces en un torrente de lágrimas, en el que el paso involuntariamente a veces
se precipita, a veces se ralentiza; un completo estar fuera de sí con la con-
ciencia más distintiva de una miríada de finos escalofríos y goteos hasta los
dedos de los pies; una profundidad de felicidad en la que lo más doloroso y
lo más sombrío no aparecen como opuestos, sino como condicionados,
como desafiados, pero como un color necesario dentro de tanta abundancia
de luz; un instinto de relaciones rítmicas que abarca amplios espacios de
formas - la longitud, la necesidad de un ritmo amplio es casi la medida de la
violencia de la inspiración, una especie de compensación contra su presión
y tensión... Todo sucede en el más alto grado involuntariamente, pero como
en una tormenta de un sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de po-
der, de divinidad... La involuntariedad de la imagen, del símil es lo más ex-
traño; ya no se tiene un concepto de lo que es la imagen, el símil, todo se
ofrece como la expresión más cercana, más correcta, más simple. Realmen-
te parece, recordando una palabra de Zaratustra, como si las cosas mismas
se acercaran y se ofrecieran para la parábola (- "aquí todas las cosas vienen
acariciando tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda.
Aquí se monta en cada parábola a cada verdad. Aquí todas las palabras del
ser y los santuarios de la palabra saltan hacia ti; aquí todo el ser quiere con-
vertirse en palabra, todo el devenir quiere aprender a hablar de ti -"). Esta es
mi experiencia de inspiración; no me cabe duda de que hay que remontarse
a milenios atrás para encontrar a alguien que me diga "también es mío".

4.
Estuve enfermo en Génova durante un par de semanas. Luego siguió una
primavera melancólica en Roma, donde acepté la vida, que no fue fácil. En
el fondo, este lugar más indecente de la tierra para el poeta de Zaratustra,
que no había elegido por voluntad propia, me estaba volviendo loco; intenté
alejarme: quería ir a Aquila, la antítesis de Roma, fundada por enemistad
contra Roma, como algún día encontraré un lugar, la memoria de un ateo y
enemigo de la Iglesia comme il faut, de uno de mis parientes más cercanos,
el gran emperador Hohenstaufen Federico II. Pero había una fatalidad en
todo esto: tenía que volver. Por fin me conformé con la plaza Barberini,
cansado de mi afán por una zona anticristiana. Me temo que una vez pre-
gunté en el propio palacio del Quirinale, para evitar en lo posible los malos
olores, si no tenían una habitación tranquila para un filósofo. - En una logia
situada en lo alto de la citada plaza, desde la que se domina Roma y se es-
cucha el murmullo de la fontana en lo más profundo, se compuso esa can-
ción más solitaria que jamás se haya compuesto, la canción de la noche; a
esa hora siempre me saludaba una melodía de indecible melancolía, cuyo
estribillo encontraba en las palabras "muertos con inmortalidad...". En el
verano, habiendo regresado al lugar sagrado donde el primer destello del
pensamiento de Zaratustra me había iluminado, encontré al segundo Zara-
tustra. Diez días fueron suficientes; en ningún caso, ni el primero, ni el ter-
cero y último, necesité más. El invierno siguiente, bajo el cielo halcón de
Niza, que brilló en mi vida por primera vez, encontré el tercer Zaratustra...
y se acabó. Apenas un año, en total. Muchos rincones y alturas del paisaje
de Niza me han sido consagrados a través de momentos inolvidables; esa
parte decisiva, que lleva el título "von alten und neuen Tafeln" ("De tablas
viejas y nuevas"), fue escrita en la más ardua ascensión desde la estación
hasta el maravilloso nido rocoso morisco de Eza, - la flexibilidad muscular
fue siempre mayor conmigo cuando la fuerza creativa fluyó con mayor
abundancia. El cuerpo está entusiasmado: dejemos el "alma" fuera... A me-
nudo me veían bailar; en aquella época podía caminar durante siete u ocho
horas por las montañas sin sentirme cansado. He dormido bien, me he reído
mucho, he sido totalmente ágil y paciente.
5.

Aparte de estas obras de diez días, los años durante y especialmente des-
pués de Zaratustra fueron un estado de emergencia sin igual. Se paga caro
ser inmortal: se muere por ello varias veces a lo largo de la vida. - Hay algo
que yo llamo la rancuna de los grandes: todo lo grande, una obra, un hecho,
una vez realizado, se vuelve inmediatamente contra el que lo hizo. Sólo
porque lo hizo, ahora es débil: ya no puede soportar su acto, ya no lo mira a
la cara. Tener detrás de sí algo que nunca se permitió desear, algo en lo que
se anuda el destino de la humanidad - ¡y ahora tenerlo encima!... Casi aplas-
ta.... - ¡La rancuna de los grandes! - Otra es el inquietante silencio que se
escucha a su alrededor. La soledad tiene siete pieles; ya no pasa nada por
ella. Uno se acerca a la gente, saluda a los amigos: nuevo páramo, no más
saludos. En el mejor de los casos, una especie de revuelta. Experimenté tal
revuelta, en grados muy diferentes, pero casi de todos los que estaban cerca
de mí; parece que nada ofende más profundamente que el hecho de que uno
note de repente la distancia: son raras las naturalezas nobles que no saben
vivir sin adorar. - Una tercera cosa es la absurda irritabilidad de la piel ante
las pequeñas picaduras, una especie de impotencia ante cualquier cosa pe-
queña. Me parece que esto se debe al inmenso derroche de todas las fuerzas
defensivas, que es un requisito previo para todo acto creativo, todo acto sa-
lido del yo más íntimo, más profundo, más bajo. Las pequeñas capacidades
defensivas quedan así, por así decirlo, desenganchadas; no fluye más fuerza
hacia ellas. - Todavía me atrevería a sugerir que se digiere con menos facili-
dad, se es reacio a moverse, se está demasiado abierto a los sentimientos de
escarcha, incluso a la desconfianza, desconfianza que en muchos casos no
es más que un error etiológico. En tal estado, una vez sentí la cercanía de un
rebaño de vacas, a través del retorno de pensamientos más suaves y huma-
nos, incluso antes de verlas: eso tiene calor en it....
6.

Esta obra se sostiene por sí misma. Dejemos a un lado a los poetas: quizá
nunca se haya hecho nada por la misma abundancia de poder. Mi término
"dionisíaco" se convirtió aquí en la obra más elevada; medido en compara-
ción con él, todo el resto de la actividad humana parece pobre y condicio-
nal. Que un Goethe, un Shakespeare no sabrían respirar ni un momento en
esta tremenda pasión y altura, que Dante, enfrentado a Zaratustra, es sólo un
creyente y no uno que crea primero la verdad, un espíritu rector del mundo,
un destino que los poetas del Veda son sacerdotes y no son dignos ni siquie-
ra de aflojar las suelas de los zapatos de un Zaratustra, todo esto es lo míni-
mo y no da idea de la distancia, de la soledad celeste en que vive esta obra.
Zaratustra tiene un derecho eterno a decir: "Cierro círculos en torno a mí
mismo y a las fronteras sagradas; cada vez menos suben conmigo a monta-
ñas cada vez más altas, - construyo una cordillera de montañas cada vez
más sagradas." Que el espíritu y la bondad de todas las grandes almas se
cuenten en una sola: todas juntas no serían capaces de producir un solo dis-
curso de Zaratustra. La escalera por la que sube y baja es inmensa; ha visto
más lejos, ha querido más lejos, ha podido ir más lejos que cualquier hom-
bre. Contradice con cada palabra, este espíritu más jasídico de todos; en él
todos los opuestos se unen en una nueva unidad. Las potencias más altas y
más bajas de la naturaleza humana, las más dulces, las más frívolas y las
más temibles, brotan de un mismo manantial con una certeza inmortal. Has-
ta entonces no se sabe qué es la altura, qué es la profundidad; se sabe aún
menos qué es la verdad. No hay un momento en esta revelación de la ver-
dad que ya haya sido anticipado, adivinado por uno de los más grandes. No
hay sabiduría, ni exploración del alma, ni arte de la palabra ante Zaratustra;
lo más cercano, lo más común, habla aquí de cosas inauditas. Frases que
tiemblan de pasión; elocuencia convertida en música; relámpagos lanzados
hacia futuros hasta ahora desaconsejados. El poder más poderoso del símil
que ha existido hasta ahora es pobre y juguetón frente a este retorno del len-
guaje a la naturaleza de la imagen. - ¡Y cómo desciende Zaratustra y dice
las cosas más amables a todos! ¡Cómo toca incluso a sus adversarios, los
sacerdotes, con manos tiernas y sufre con ellos! - Aquí, en todo momento,
el hombre es superado, el concepto de "superhombre" se ha convertido en la
más alta realidad, - en una distancia infinita, todo lo que hasta ahora se lla-
maba grande en el hombre yace debajo de él. El halcón, los pies ligeros, la
omnipresencia de la malicia y la arrogancia y todo lo demás que es típico
del tipo de Zaratustra nunca ha sido soñado como esencial para la grandeza.
Es precisamente en esta amplitud del espacio, en esta accesibilidad a lo con-
trario, donde Zaratustra se siente el tipo más elevado de todo lo que existe;
y cuando uno oiga cómo lo define, se abstendrá de buscar su símil.
- el alma que tiene la escalera más larga y puede descender más
profundamente,
el alma más amplia, que puede correr y vagar y vagar más lejos dentro de
sí misma,
lo más necesario, que se sumerge con placer en el azar,
el alma del ser que quiere llegar a ser, el alma del tener que quiere querer
y desear -
el alma que huye de sí misma, que se alcanza a sí misma en los círculos
más amplios,
el alma más sabia, a la que la locura le habla más dulcemente,
el más amoroso, en el que todas las cosas tienen su flujo y reflujo - -
Pero este es el concepto del propio Dionisio. Otra consideración lleva
precisamente a esto. El problema psicológico en el tipo de Zaratustra es
cómo aquel que hasta un grado inaudito dice no, hace no, a todo aquello a
lo que hasta entonces se había dicho sí, puede ser, sin embargo, la antítesis
de un espíritu que dice no; cómo el espíritu que lleva el más pesado de los
destinos, una fatalidad de tarea, puede ser, sin embargo, el más ligero y el
más ajeno al mundo -Zaratustra es un bailarín-; cómo el que tiene la más
dura, la más terrible visión de la realidad, el que ha pensado el "pensamien-
to más abismal", no encuentra sin embargo en él ninguna objeción a la exis-
tencia, ni siquiera a su eterno retorno, -sino más bien una razón aún para ser
el eterno Sí a todas las cosas mismas, "el tremendo e ilimitado decir del Sí y
del Amén"- .... "Hacia todos los abismos sigo llevando mi bendición dicien-
do sí"... Pero este es el concepto de Dionisio una vez más.
7.

- ¿Qué lenguaje hablará un espíritu así cuando habla solo consigo mis-
mo? El lenguaje del ditirambo. Soy el inventor del Ditirambo. Escucha a
Zaratustra hablando consigo mismo antes de la salida del sol (III, 18): una
felicidad tan esmeralda, una ternura tan divina, ninguna lengua la ha tenido
antes que yo. Incluso la más profunda melancolía de un tal Dionisio se con-
vierte todavía en un ditirambo; tomo, como signo, el canto nocturno, el la-
mento inmortal, por la superabundancia de luz y poder, por su naturaleza
solar, de estar condenado a no amar.
Es de noche: ahora todas las fuentes saltarinas hablan más fuerte. Y mi
alma, también, es una fuente saltarina.
Es de noche: sólo ahora se despiertan todos los cantos de los amantes. Y
mi alma, también, es una canción de amor.
Hay en mí una cosa insaciable, insaciable, que quiere volverse ruidosa. A
El deseo de amor está en mí, que a su vez habla el lenguaje del amor.
el amor.
Luz soy: ¡ojalá fuera de noche! Pero este es mi
Pero esta es mi soledad, que estoy ceñido de luz.
¡Oh, si fuera oscuro y nocturno! ¡Cómo quería chupar los pechos de la
luz!
Y todavía quería bendeciros yo mismo, pequeñas estrellas parpadeantes y
¡Los gusanos luminosos de arriba! - y sean bendecidos por sus dones de
luz.
Pero vivo en mi propia luz, bebo de nuevo en mí las llamas que brotan de
mí.
No conozco la felicidad del que toma; y a menudo he soñado que robar
debe ser aún más dichoso que tomar.
Esta es mi pobreza, que mi mano nunca descansa de dar; esta es mi envi-
dia, que veo los ojos que esperan y las noches iluminadas de anhelo.
¡Oh, miseria de todos los dadores! ¡Oh, oscurecimiento de mi sol! Oh
¡Deseo de deseo! ¡Oh hambre caliente en la saciedad!
Ellos toman de mí: pero ¿toco aún sus almas? Hay un abismo entre el to-
mar y el dar; y el abismo más pequeño es el último en ser salvado.
De mi belleza surge un hambre: quiero herir a los que brillan, quiero ro-
bar a mis destinatarios, - así que tengo hambre de maldad.
Retirar la mano cuando mi mano ya está extendida hacia ella; como la
cascada que aún vacila en su caída: así tengo hambre de maldad.
Tal venganza vierte mi abundancia, tal traición brota de mi
mi soledad.
Mi felicidad en el dar murió en el dar, ¡mi virtud se cansó de sí misma en
su abundancia!
El que siempre está dando corre el peligro de perder la vergüenza; el que
siempre está repartiendo tiene callos en la mano y en el corazón.
Mi ojo ya no se desborda por la vergüenza de pedir; mi mano se ha vuel-
to demasiado dura
Mi mano se volvió demasiado dura para el temblor de las manos llenas.
¿De dónde vino la lágrima a mi ojo y la bajada a mi corazón? Oh
¡La soledad de todos los que dan! ¡Oh, silencio de todos los brillantes!
Muchos soles dan vueltas en el espacio estéril: a todo lo que está oscuro
le hablan con su luz - a mí me callan.
Oh, esta es la enemistad de la luz contra lo luminoso: sin piedad vaga por
sus cursos.
Injusto contra lo luminoso en lo más profundo del corazón, frío contra los
soles - así camina cada sol.
Como una tormenta, los soles se mueven en sus caminos, siguen su vo-
luntad inexorable, esa es su frialdad.
¡Oh, sois vosotros los primeros, los oscuros, los nocturnos, los que creáis
calor de lo que brilla! ¡Oh, primero bebes leche y refresco de las ubres de la
luz!
¡Oh, el hielo me rodea, mi mano se quema en el hielo! Ay, la sed está en
mí, anhelando tu sed.
Es de noche: ¡oh, que debo ser ligero! ¡Y la sed de la noche!
¡Y la soledad!
Es de noche: ahora mi deseo brota de mí como un manantial, - anhelo
hablar.
Anhelo la palabra.
Es de noche: ahora todas las fuentes que brotan hablan más fuerte. Y mi
alma, también, es una fuente saltarina.
Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y
mi
Y mi alma también es una canción de amor. -

8.

Algo así nunca se ha poetizado, nunca se ha sentido, nunca se ha sufrido:


así sufre un dios, un Dionisio. La respuesta a tal ditirambo de la soledad del
sol en la luz sería Ariadna... ¡Quién sabe sino yo lo que es Ariadna!... De
todos los acertijos así nadie ha tenido aún la solución; dudo que alguien
haya visto también aquí sólo acertijos. - Zaratustra determinó una vez, con
severidad, su tarea -también es la mía- que no se puede equivocar el senti-
do: está diciendo sí hasta la justificación, hasta la redención de todo lo que
ha pasado.
Camino entre la gente como entre fragmentos del futuro: el futuro que
veo.
futuro que veo.
Y esa es toda mi escritura y esfuerzo, que escribo y compendio en una lo
que es fragmento y enigma y horrible coincidencia.
Y cómo podría soportar ser un hombre si el hombre no fuera también un
poeta y un
¿poeta y enigma y redentor del azar?
Redimir el pasado y transformar todo "fue" en "así lo quise" significaría
la redención para mí.
En otro pasaje, determina de la forma más estricta posible lo que sólo el
"hombre" puede ser para él -no un objeto de amor, ni siquiera de piedad-,
Zaratustra se ha convertido también en el maestro del gran asco por el hom-
bre: el hombre es para él una deformidad, un material, una piedra fea nece-
sitada de un hacedor de imágenes.
No querer más y no apreciar más y no crear más: ¡oh, que este gran can-
sancio permaneciera siempre lejos de mí!
Incluso en la cognición sólo siento el deseo de mi voluntad de presenciar
y valorar; y si la inocencia está en mi cognición, esto sucede porque la vo-
luntad de procrear está en ella.
Lejos de Dios y de los dioses esta voluntad me atrajo: ¿qué podría crearse
si los dioses estuvieran - allí?
Pero al hombre me impulsa siempre de nuevo, mi ferviente voluntad de
crear; así
voluntad de crear; así que el martillo se clava en la piedra.
¡Ah, hombres, en la piedra duerme para mí una imagen, la imagen de las
imágenes!
¡imágenes! ¡Ay, que tenga que dormir en la piedra más dura y fea!
Ahora mi martillo se enfurece cruelmente contra su prisión. Los trozos
caen de la piedra: ¡qué me importa!
Lo terminaré, porque una sombra vino a mí, - de todas las cosas
¡El más tranquilo y ligero una vez vino a mí!
La belleza del superhombre me llegó como una sombra: ¡qué me importa
todavía... los dioses!
Subrayo un último punto: el verso subrayado da pie a ello. Para una tarea
dionisíaca, la dureza del martillo, el deseo de destruir, es una condición pre-
via decisiva. El imperativo "¡hazte duro!", la certeza más baja de que todos
los creadores son duros, es la insignia real de una naturaleza dionisíaca. -
 
MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL.

Preludio a una filosofía del futuro.

1.

La tarea para los años siguientes se marcó de la manera más estricta posi-
ble. Una vez resuelta la parte del "sí" de mi tarea, vino a continuación la mi-
tad del "no": la propia reevaluación de los valores anteriores, la gran guerra,
- la evocación de un día de decisión. Aquí se incluye la lenta búsqueda de
parientes, de aquellos que, por fuerza, me ofrecerían una mano para des-
truir. - A partir de entonces, todos mis escritos son anzuelos: quizá sepa pes-
car tan bien como cualquier otro... Si no se pesca nada, la culpa no es mía.
Los peces estaban perdidos...
2.

Este libro (1886) es en esencia una crítica de la modernidad, de las cien-


cias modernas, de las artes modernas, incluso de la política moderna no ex-
cluida, junto con el señalamiento de un tipo opuesto que es lo menos mo-
derno posible, un tipo distinguido, un tipo jasádico. En este último sentido,
el libro es una escuela de gentilhomía, el concepto tomado más espiritual y
radicalmente de lo que nunca se ha tomado. Hay que tener valor en el cuer-
po para soportarlo incluso, no hay que haber aprendido a temerlo... Todas
las cosas de las que la época se enorgullece se perciben como contradicto-
rias a este tipo, como malos modales casi, la famosa "objetividad" por ejem-
plo, la "compasión por todo lo que sufre", el "sentido histórico" con su su-
misión al gusto extranjero, con su acostarse sobre el estómago ante los pe-
tits faits, la "cientificidad". - Si se tiene en cuenta que el libro sigue a Zara-
tustra, quizá se entienda también el régimen dietético al que debe su origen.
El ojo, estropeado por una tremenda necesidad de ver lejos -Zaratustra es
aún más previsor que el Zar- se ve obligado aquí a captar bruscamente lo
que está al lado, lo que es el tiempo, lo que nos rodea. En todas las obras,
especialmente en la forma, se encuentra el mismo alejamiento arbitrario de
los instintos a partir del cual se hizo posible un Zaratustra. El refinamiento
en la forma, en la intención, en el arte del silencio, está en primer plano, la
psicología se maneja con admitida dureza y crueldad, - el libro está despro-
visto de cualquier palabra bondadosa... Todo esto es recrear: ¿quién puede
finalmente adivinar qué tipo de recreación necesita un derroche de bondad
como Zaratustra? ... Teológicamente hablando -escuchen, pues rara vez ha-
blo como teólogo- fue Dios mismo quien, al final de su jornada de trabajo,
se acostó como una serpiente bajo el árbol del conocimiento: así se recupe-
ró de ser Dios... Había hecho todo demasiado hermoso... El diablo no es
más que la ociosidad de Dios en cada séptimo día....
 
GENEALOGÍA DE LA MORAL.

Una polémica.
Los tres tratados que componen esta genealogía son quizá lo más insólito
que se ha escrito hasta ahora en cuanto a expresión, intención y arte de la
sorpresa. Se sabe que Dionisio es también el dios de la oscuridad. - Cada
vez un comienzo destinado a despistar, frío, científico, irónico en sí mismo,
deliberadamente en primer plano, deliberadamente en espera. Poco a poco,
más inquietud; resplandor de tiempo aislado; verdades muy desagradables
de lejos que se vuelven ruidosas con un gruñido sordo, - hasta que final-
mente se alcanza un tempo feroz, donde todo avanza con tremenda tensión.
Al final, cada vez, bajo detonaciones perfectamente estremecedoras, una
nueva verdad se hace visible entre espesas nubes. - La verdad del primer
tratado es la psicología del cristianismo: el nacimiento del cristianismo a
partir del espíritu del resentimiento, no, como probablemente se cree, del
"espíritu", -un contramovimiento en su esencia, el gran levantamiento con-
tra el dominio de los valores nobles. El segundo tratado da la psicología de
la conciencia: no es, como bien se cree, "la voz de Dios en el hombre", - es
el instinto de crueldad, que se vuelve hacia atrás cuando ya no puede des-
cargarse exteriormente. La crueldad, como una de las razones más antiguas
e inconcebibles de la cultura, sale a la luz aquí por primera vez. El tercer
tratado responde a la pregunta de dónde viene el tremendo poder del ideal
ascético, del ideal sacerdotal, aunque es el ideal nocivo por excelencia, una
voluntad de fin, un ideal de decadencia. Respuesta: no porque Dios esté ac-
tivo detrás de los sacerdotes, que es bien creído, sino faute de mieux, - por-
que era el único ideal hasta ahora, porque no tenía concurrencia. "Porque el
hombre prefiere aún no querer nada que no querer"... Sobre todo, faltaba un
contra-ideal - excepto para Zaratustra. - Se me entendió. Tres trabajos preli-
minares decisivos de un psicólogo para una revalorización de todos los va-
lores. - Este libro contiene la primera psicología del sacerdote.
EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS.

Cómo filosofar con un martillo.

1.

Esta obra de no más de 150 páginas, de tono alegre y desastroso, un de-


monio que ríe -, la obra de tan pocos días que me tomo la libertad de nom-
brar su número, es la excepción entre los libros en general: no hay nada más
rico en sustancias, más independiente, más derrocador, - más malvado. Si
uno quiere hacerse una breve idea de cómo se puso todo de cabeza ante mí,
debería empezar por este escrito. Lo que se llama ídolo en la portada es
simplemente lo que hasta ahora se ha llamado verdad. El crepúsculo de los
ídolos - en alemán: es el fin de la vieja verdad...
2.

No hay realidad, no hay "idealidad" que no sea tocada en este escrito (-


tocada: ¡qué cuidadoso eufemismo!...) No sólo los ídolos eternos, también
los más jóvenes, en consecuencia los más decrépitos. Las "ideas modernas",
por ejemplo. Un gran viento sopla entre los árboles, y los frutos caen por
todas partes - verdades. Hay en ella el desperdicio de un otoño demasiado
rico: se tropieza con las verdades, se da una patada incluso a algunas hasta
la muerte, - hay demasiadas de ellas....
Pero lo que uno tiene en sus manos ya no es nada cuestionable, son deci-
siones. Sólo yo tengo la vara de medir las "verdades" en mi mano, sólo yo
puedo decidir. Como si una segunda conciencia hubiera crecido en mí,
como si "la voluntad" hubiera encendido una luz en mí sobre la resbaladiza
pendiente por la que había estado corriendo hacia abajo hasta ahora... La
resbaladiza pendiente - se llamaba el camino hacia la "verdad"... Es el final
de todos los "impulsos oscuros", el hombre bueno era el menos consciente
del camino correcto... Y en serio, nadie conocía el camino correcto antes
que yo, el camino hacia arriba: Sólo a partir de mí se vuelven a prescribir
esperanzas, tareas, caminos de la cultura - soy su alegre embajador... Preci-
samente por eso soy también un destino. - -

3.

Inmediatamente después de terminar el mencionado trabajo y sin perder


un solo día, me puse a la inmensa tarea de revalorización, en un soberano
sentimiento de orgullo que no equivale a nada, seguro de mi inmortalidad a
cada momento y cavando signo tras signo en tablas de bronce con la certeza
de un destino. El prefacio fue escrito el 3 de septiembre de 1888: cuando
salí por la mañana después de escribir esto, me encontré con el día más her-
moso que la Alta Engadina me haya mostrado jamás: transparente, brillante
en sus colores, encerrando todos los contrastes, todos los puntos medios en-
tre el hielo y el sur. - No fue hasta el 20 de septiembre que dejé Sils-Maria,
retenido por las inundaciones, por fin el único huésped de este maravilloso
lugar al que mi gratitud quiere regalar un nombre inmortal. Después de un
viaje con incidentes, incluso poniendo en peligro mi vida en la inundada
Como, a la que sólo llegué en plena noche, llegué a Turín, mi lugar proba-
do, mi residencia en adelante, en la tarde del día 21. Volví al mismo piso
que había ocupado en primavera, vía Carlo Alberto 6, III, frente al poderoso
palacio Carignano, donde nació Vittore Emanuele, con vistas a la plaza Car-
lo Alberto y más allá a las colinas. Sin dudarlo y sin dejarme distraer ni un
momento, volví al trabajo: sólo quedaba la última cuarta parte del trabajo
por hacer. El 30 de septiembre, gran victoria; finalización de la conversión;
ociosidad de un dios a lo largo del Po. Ese mismo día escribí el prefacio de
"El crepúsculo de los ídolos", cuyas hojas impresas habían sido mi recreo
en septiembre. - Nunca he vivido un otoño así, ni he creído posible nada pa-
recido en la tierra: un Claude Lorrain pensado hasta el infinito, cada día de
la misma perfección irreprimible.
 
EL CASO WAGNER.

Un problema de los músicos.

1.

Para hacer justicia a este escrito, hay que sufrir el destino de la música
como de una herida abierta. - ¿Qué es lo que sufro cuando padezco el des-
tino de la música? Del hecho de que la música haya sido despojada de su
carácter explicativo del mundo, jasagórico, - que sea música de la decaden-
cia y no ya la flauta de Dionisio... Pero a condición de que uno sienta la
causa de la música como su propia causa, como su propia historia de desdi-
cha, entonces encontrará este escrito lleno de consideración y sumamente
suave. Ser alegre en estos casos y burlarse de buena manera - ridendo dicere
severum, donde verum dicere justificaría cualquier dureza - es la humanidad
misma. ¿Quién duda realmente de que yo, como viejo artillero que soy, ten-
go en mis manos sacar mi artillería pesada contra Wagner? - Me quedé con
todo lo decisivo en este asunto, - amaba a Wagner. - En el fondo, un ataque
a una "incógnita" más fina, que nadie puede adivinar fácilmente, está en el
sentido y el modo de mi tarea - oh, tengo bastantes otras "incógnitas" que
desvelar que un Cagliostro de la música - más aún, por supuesto, un ataque
a la nación alemana, que en cuestiones espirituales es cada vez más perezo-
sa e instintiva, que sigue alimentándose de opuestos con un apetito envidia-
ble y se traga tanto la "fe" como la ciencia, el "amor cristiano" como el anti-
semitismo, la voluntad de poder (al "Reich") como el évangile des humbles
sin indigestión.... ¡Esta falta de fiesta entre los opuestos! ¡esta estomagante
neutralidad y "desinterés"! Este justo sentido del paladar alemán, que da
igualdad de derechos a todos, - que encuentra todo apetecible... Sin duda,
los alemanes son idealistas.... La última vez que visité Alemania, encontré
que el gusto alemán se esforzaba por conceder los mismos derechos a Wag-
ner y al Trompetista de Säckingen; yo mismo fui testigo de cómo en Leip-
zig, en honor a uno de los músicos más genuinos y alemanes, alemanes en
el sentido antiguo de la palabra, no un simple alemán del Reich, el maestro
Heinrich Schütz, se fundó una Sociedad Liszt con el fin de cultivar y difun-
dir la música eclesiástica astuta... Sin duda, los alemanes son idealistas...

2.

Pero aquí nada me impedirá ponerme duro y decirles a los alemanes al-
gunas verdades duras: ¿quién más lo hará? - Estoy hablando de su fornica-
ción in historicis. No es sólo que los historiadores alemanes hayan perdido
por completo la gran visión del curso, de los valores de la cultura, que son
todos bufones de la política (o de la iglesia -): esta gran visión es en sí mis-
ma despreciada por ellos. Primero hay que ser "alemán", ser una "raza", en-
tonces se pueden decidir todos los valores y antivalores in historicis - se fi-
jan... "Alemán" es un argumento, "Alemania, Alemania sobre todas las co-
sas" un principio, los teutones son el "orden moral del mundo" en la histo-
ria; en relación con el imperium romanum los portadores de la libertad, en
relación con el siglo XVIII los restauradores de la moral, del "imperativo
categórico", .... Hay una historiografía imperial alemana, hay, me temo, in-
cluso una antisemita, - hay una historiografía de corte y Herr von Treitschke
no se avergüenza... Recientemente un veredicto idiota in historicis, una sen-
tencia del afortunadamente fallecido estético suabo Vischer, hizo la ronda
de los periódicos alemanes como una "verdad" a la que todo alemán debe
decir sí: "El Renacimiento y la Reforma, ambos juntos sólo forman un con-
junto: el renacimiento estético y el renacimiento moral. " - Con frases como
estas, mi paciencia llega a su fin, y siento el deseo, incluso siento mi deber,
de decirles a los alemanes de una vez por todas lo que ya tienen en sus con-
ciencias. Todos los grandes crímenes culturales de cuatro siglos están en sus
conciencias. ... Y siempre por la misma razón, por su íntima cobardía ante
la realidad, que es también cobardía ante la verdad, por su instintiva falta de
veracidad, por "idealismo".... Los alemanes privaron a Europa de la cose-
cha, del sentido de la última gran época, la época del Renacimiento, en un
momento en el que un orden superior de valores, en el que los valores no-
bles, los valores que son la garantía de la vida, los valores que garantizan el
futuro, habían logrado la victoria en la sede de lo contrario, los valores de la
decadencia - ¡e incluso en los instintos de los que estaban sentados allí! Lu-
tero, este monje condenado, restauró la Iglesia, y, lo que es mil veces peor,
el cristianismo, en el mismo momento en que estaba derrotado... ¡El cristia-
nismo, esta religión convertida en negación de la voluntad de vida!... Lute-
ro, un monje imposible, que, por razones de su "imposibilidad", atacó a la
Iglesia y la restauró... ¡en consecuencia! - ... Los católicos tendrían motivos
para celebrar las fiestas de Lutero, para escribir obras de teatro de Lutero...
¡Lutero - y el "renacimiento moral"! ¡Al diablo con toda la psicología! Sin
duda, los alemanes son idealistas. En dos ocasiones, cuando se acababa de
lograr con tremenda valentía y autoconquista un pensamiento justo, sin am-
bigüedades, completamente científico, los alemanes supieron encontrar ca-
minos subrepticios al viejo "ideal", reconciliaciones entre la verdad y el
"ideal", básicamente fórmulas para un derecho a rechazar la ciencia, para un
derecho a mentir. Leibniz y Kant - ¡estos dos grandes inhibidores de la rec-
titud intelectual de Europa! - Los alemanes, por fin, cuando una fuerza ma-
yor de genio y voluntad se hizo visible en el puente entre dos siglos de de-
cadencia, lo suficientemente fuerte como para crear de Europa una unidad,
una unidad política y económica, con el fin de gobierno de la tierra, con sus
"guerras de la libertad" Europa para el sentido, han privado a Europa del
sentido, del milagro del sentido en la existencia de Napoleón, - han puesto
así sobre sus conciencias todo lo que vino antes, todo lo que está aquí hoy,
esta enfermedad e irracionalidad culturalmente más desagradable que exis-
te, el nacionalismo, esta névrose nationale, de la que Europa está enferma,
esta perpetuación de la pequeña estatalidad de Europa, de la pequeña políti-
ca: han despojado a Europa de su sentido, de su razón, la han llevado a un
callejón sin salida. - ¿Alguien, además de mí, conoce una forma de salir de
este atolladero?... ¿Una tarea lo suficientemente grande como para volver a
unir a los pueblos?...

3.

- Y por último, ¿por qué no debo dar palabras a mis sospechas? Los ale-
manes volverán a intentar todo en mi caso para dar a luz a un ratón de un
destino monstruoso. Hasta ahora se han comprometido conmigo, dudo que
lo hagan mejor en el futuro. - Ah, ¡lo que me exige ser un mal profeta
aquí!... Mis lectores y oyentes naturales ya son rusos, escandinavos y fran-
ceses, - ¿lo serán cada vez más? - Los alemanes están inscritos en la historia
del conocimiento con nada más que nombres ambiguos, sólo han producido
falsos acuñadores "inconscientes" (- Fichte, Schelling, Schopenhauer, He-
gel, Schleiermacher merecen esta palabra así como Kant y Leibniz, todos
son meros Schleiermacher -): nunca tendrán el honor de que el primer espí-
ritu justo de la historia del espíritu, el espíritu en el que la verdad viene a
juzgar la falsa acuñación de cuatro milenios, sea considerado en uno con el
espíritu alemán. El "espíritu alemán" es mi mal aire: respiro con fuerza en la
proximidad de esta impureza ordenada por el instinto en psicología, que
traiciona cada palabra, cada expresión de un alemán. Nunca han pasado por
un siglo XVII de duro autoexamen como los franceses, un La Rochefou-
cauld, un Descartes son cien veces superiores en rectitud a los primeros ale-
manes, - no han tenido un psicólogo hasta hoy. Pero la psicología es casi la
medida de la pureza o impureza de una raza... Y si ni siquiera se es puro,
¿cómo se va a tener profundidad? Con el alemán, casi como con la mujer,
nunca se llega al fondo, no tiene ninguno: eso es todo. Pero eso no hace que
uno sea superficial. - Lo que se llama "profundo" en Alemania es precisa-
mente esta impureza instintiva hacia uno mismo de la que hablo: uno no
quiere ser claro consigo mismo. ¿No puedo sugerir la palabra "alemán"
como moneda internacional para esta depravación psicológica? - En este
momento, por ejemplo, el emperador alemán llama "deber cristiano" a la
liberación de los esclavos en África: entre el resto de los europeos, eso se
llamaría simplemente "alemán"... ¿Han producido los alemanes siquiera un
libro que tenga profundidad? Incluso el concepto de lo que es profundo en
un libro se les escapa. He conocido a eruditos que pensaban que Kant era
profundo; en la corte prusiana, me temo, Herr von Treitschke es considera-
do profundo. Y cuando de vez en cuando alabo a Stendhal como psicólogo
profundo, me he encontrado con profesores universitarios alemanes que me
han hecho deletrear el nombre....

4.

- ¿Y por qué no debería llegar hasta el final? Me encanta limpiar el aire.


Incluso forma parte de mi ambición ser considerado un despreciador de los
alemanes por excelencia. Ya expresé mi desconfianza hacia el carácter ale-
mán cuando tenía veintiséis años (dritte Unzeitgemässe p. 71): los alemanes
son imposibles para mí. Si pienso en un tipo de persona que va en contra de
todos mis instintos, siempre resulta ser un alemán. Lo primero que com-
pruebo en una persona es si tiene un sentido de la distancia en su cuerpo, si
ve el rango, el grado, el orden entre el hombre y el hombre en todas partes,
si se distingue - eso hace que uno sea gentilhomme; en cualquier otro caso,
uno pertenece irremediablemente al concepto de mente amplia, ¡oh! tan
bondadoso de la canaille. Pero los alemanes son canaille - ¡ah! Son tan bon-
dadosos... Uno se degrada al relacionarse con los alemanes: el alemán es
igual... Si deduzco mi relación con algunos artistas, sobre todo con Richard
Wagner, no he pasado una buena hora con alemanes... Suponiendo que el
espíritu más profundo de todos los milenios apareciera entre los alemanes,
algún salvador del Capitolio pensaría que su alma tan poco atractiva entra-
ría al menos en consideración de la misma manera... No soporto esta raza,
con la que siempre se está en mala compañía, que no tiene dedos para los
matices -¡ay de mí! Soy un matiz - que no tiene esprit en los pies y ni si-
quiera puede caminar... Los alemanes, por fin, no tienen pies en absoluto,
sólo tienen piernas... Los alemanes no tienen idea de lo mezquinos que son,
pero eso es el superlativo de la mezquindad, - ni siquiera se avergüenzan de
ser sólo alemanes... Tienen voz en todo, se consideran decisivos, me temo
que ellos mismos han decidido sobre mí... - Toda mi vida es una prueba de
rigor de estas frases. En vano que busco un signo de tacto, de délicatesse
contra mí en él. De los judíos, sí, pero nunca de los alemanes. Es mi natura-
leza ser suave y benevolente con todos, tengo derecho a no hacer distincio-
nes, pero eso no me impide mantener los ojos abiertos. No excluyo a nadie,
y menos a mis amigos, -¡espero que al final esto no haya restado humanidad
hacia ellos! Hay cinco o seis cosas de las que siempre he hecho gala. - Sin
embargo, sigue siendo cierto que siento casi todas las cartas que me han lle-
gado desde hace años como un cinismo: hay más cinismo en la buena vo-
luntad hacia mí que en cualquier odio... Le digo a la cara a cada uno de mis
amigos que nunca creyó que valiera la pena estudiar ninguno de mis escri-
tos; adivino por las más pequeñas señales que ni siquiera saben lo que hay
en ellos. En cuanto a mi Zaratustra, ¿quién de mis amigos habría visto en él
algo más que una presunción no autorizada y afortunadamente completa-
mente indiferente? ... Diez años: y nadie en Alemania ha hecho cuestión de
conciencia para defender mi nombre contra el absurdo silencio bajo el que
yacía enterrado: fue un extranjero, un danés, el primero que tuvo el sufi-
ciente refinamiento de instinto y valor para hacerlo, el que fue ultrajado por
mis supuestos amigos... ¿En qué universidad alemana sería posible hoy dar
conferencias sobre mi filosofía como las que dio la pasada primavera en
Copenhague el psicólogo Dr. Georg Brandes, que ha demostrado así una
vez más su valía? - Yo mismo nunca he sufrido por todo esto; lo necesario
no me duele; el amor fati es mi naturaleza más íntima. Pero esto no excluye
el hecho de que ame la ironía, incluso la ironía histórico-mundial. Y así, dos
años antes del estremecedor relámpago de la revalorización que hará con-
vulsionar la tierra, envié al mundo el "Caso Wagner": ¡los alemanes debe-
rían volver a ofenderse e inmortalizarme! ¡hay tiempo para ello! - ¿Se ha
conseguido? - Para su deleite, mis compatriotas alemanes. Te felicito... Pre-
cisamente ahora, para que no falten mis amigos, una vieja amiga me escribe
que ahora se ríe de mí... Y esto en un momento en el que recae sobre mí una
responsabilidad indecible, - cuando ninguna palabra puede ser demasiado
tierna, ninguna mirada puede ser suficientemente reverente hacia mí. Por-
que llevo el destino de la humanidad sobre mi hombro. -
 
POR QUÉ SOY EL DESTINO.

1.

Conozco mi destino. Un día mi nombre estará ligado al recuerdo de algo


monstruoso, - a una crisis como no hubo ninguna en la tierra, al choque más
profundo de la conciencia, a una decisión conjurada contra todo lo que has-
ta entonces se había creído, exigido, santificado. No soy un ser humano, soy
dinamita. - Y con todo eso, no hay nada en mí de fundador de una religión -
las religiones son chusmas, necesito lavarme las manos después del contac-
to con personas religiosas... No quiero a ningún "creyente", creo que soy
demasiado malvado para creer en mí mismo, nunca hablo a las masas... Me
aterra ser canonizado algún día: Adivinarán por qué publico este libro de
antemano, es para evitar que la gente haga travesuras conmigo... No quiero
ser un santo, prefiero ser un bufón... Tal vez sea un bufón... Y sin embargo,
o más bien todavía no, porque no ha habido nada más tonto que los santos -
la verdad habla de mí. - Pero mi verdad es terrible: porque hasta ahora se ha
llamado verdad a la mentira. - Revalorización de todos los valores: esa es
mi fórmula para un acto de la más alta autocontemplación de la humanidad,
que se ha hecho carne y genio en mí. Mi destino quiere que sea el primer
ser humano decente, que me conozca a mí mismo en oposición a la menda-
cidad de los milenios... Descubrí la verdad sintiendo primero - oliendo - la
mentira como mentira... Mi genio está en mis fosas nasales... Contradigo
como nunca se ha contradicho y soy, sin embargo, la oposición de un espíri-
tu que no dice nada. Soy un mensajero alegre, como no ha habido ninguno
que conozca las tareas desde una altura que el término para ello ha faltado
hasta ahora; sólo a partir de mí vuelve a haber esperanza. Con todo esto,
soy necesariamente también el hombre de la perdición. Porque cuando la
verdad entre en batalla con la mentira de los milenios, tendremos temblores,
una convulsión de terremotos, un desplazamiento de la montaña y del valle
como nunca se ha soñado. El concepto de política será entonces completa-
mente absorbido por una guerra espiritual, todas las estructuras de poder de
la vieja sociedad saltarán por los aires - todas ellas descansarán en la menti-
ra: habrá guerras como nunca ha habido en la tierra. Sólo a partir de ahora
habrá una gran política en la tierra.

2.

¿Quieres una fórmula para ese destino que se convierte en hombre? -


Está en mi Zaratustra.
- y el que quiera ser creador en el bien y en el mal debe primero ser des-
tructor y romper los valores.
Así, el mayor mal pertenece a la mayor bondad: pero ésta es la creadora.
Soy, con mucho, el hombre más terrible que ha existido jamás; esto no
excluye que sea el más benévolo. Conozco el placer de la destrucción en un
grado que corresponde a mi poder de destruir - en ambos obedezco a mi na-
turaleza dionisíaca, que no sabe separar el hacer no del decir sí. Soy el pri-
mer inmoralista: por tanto, soy el aniquilador por excelencia. -
3.

No se me ha preguntado, debería habérseme preguntado, qué significa


precisamente el nombre de Zaratustra en mi boca, en la boca del primer in-
moralista: pues lo que constituye la tremenda singularidad de ese persa en
la historia es precisamente lo contrario. Zaratustra vio por primera vez en la
lucha del bien y del mal la rueda real en el engranaje de las cosas - la tra-
ducción de la moral en lo metafísico, como fuerza, causa, finalidad en sí
misma, es su obra. Pero esta pregunta sería básicamente ya la respuesta. Za-
ratustra creó este error tan fatal, la moral: en consecuencia, también debe
ser el primero en reconocerlo. No es sólo que tenga más tiempo y más expe-
riencia aquí que cualquier otro pensador -toda la historia es, después de
todo, la refutación experimental de la proposición del llamado "orden moral
del mundo"-: lo más importante es que Zaratustra es más veraz que cual-
quier otro pensador. Su enseñanza, y sólo ella, tiene como virtud suprema la
veracidad, es decir, en contraste con la cobardía del "idealista" que huye de
la realidad, Zaratustra tiene más valentía en su cuerpo que todos los pensa-
dores juntos. Decir la verdad y disparar bien las flechas, esa es la virtud per-
sa. - ¿Me entienden?... La autoconquista de la moral fuera de la veracidad,
la autoconquista del moralista en su contrario -en mí- es lo que significa el
nombre de Zaratustra en mi boca.

4.

Básicamente, mi palabra inmoralista contiene dos negaciones. Por un


lado, niego un tipo de hombre que hasta ahora ha sido considerado como el
más elevado, el bueno, el benévolo, el benévolo; por otro lado, niego un
tipo de moral que ha entrado en vigor y en dominio como la moral misma,
la moral de la decadencia, dicho de manera más tangible, la moral cristiana.
Sería lícito considerar la segunda contradicción como la más decisiva, pues-
to que la sobrevaloración de la bondad y la benevolencia, contada en el gran
esquema de las cosas, ya es considerada por mí como una consecuencia de
la decadencia, como un síntoma de debilidad, como incompatible con una
vida ascendente y jasagenaria: en el jasagen, la negación y la aniquilación
son condiciones. - Por el momento, me quedo con la psicología del buen
hombre. Para estimar lo que vale un tipo de ser humano, hay que calcular el
precio que cuesta su conservación, - hay que conocer sus condiciones de
existencia. La condición de existencia del bien es la mentira, es decir, la fal-
ta de voluntad de ver a cualquier precio cómo es la realidad en el fondo, es
decir, no del tipo de desafiar los instintos benévolos en cualquier momento,
y menos aún del tipo de soportar la intervención de manos benévolas mio-
pes en cualquier momento. Considerar las emergencias de todo tipo como
una objeción, como algo que debe ser abolido, es la niaiserie por excelen-
cia, calculada a gran escala, un verdadero desastre en sus consecuencias, un
destino de estupidez -casi tan estúpido como sería querer abolir el mal tiem-
po- por compasión hacia los pobres, por instancia.... En la gran economía
del conjunto, los espantos de la realidad (en los afectos, en los deseos, en la
voluntad de poder) son en un grado incalculable más necesarios que esa for-
ma de pequeña felicidad, la llamada "bondad"; incluso hay que ser indul-
gente para conceder a esta última, ya que está condicionada en la mendaci-
dad instintiva, un lugar en absoluto. Tendré una gran ocasión de probar las
consecuencias insólitas, sin medida, del optimismo, ese engendro de homi-
nes optimi, para toda la historia. Zaratustra, el primero en comprender que
el optimista es tan decadente como el pesimista y quizás más dañino, dice:
los hombres buenos nunca dicen la verdad. Falsas costas y certezas te ense-
ñaron el bien; en mentiras del bien naciste y te cobijaste. Todo es mendaz
hasta la médula y se dobla por el bien. Afortunadamente, el mundo no está
construido sobre los instintos, de modo que los animales de rebaño mera-
mente bondadosos encontrarían en él su estrecha felicidad; exigir que todo
se convierta en "hombre bueno", animal de rebaño, de ojos azules, benévo-
lo, de "alma bella" -o, como diría el señor Herbert Spencer, altruista- sería
privar a la existencia de su gran carácter, sería castrar a la humanidad y re-
bajarla a un miserable chino. - ¡Y esto se ha intentado! .. Esto es lo que se
llama moral... En este sentido Zaratustra llama a los buenos a veces "los úl-
timos hombres", a veces el "principio del fin"; sobre todo los siente como la
clase de hombre más dañina, porque afirman su existencia tanto a expensas
de la verdad como del futuro.
Los buenos - no pueden crear, son siempre el principio del fin.
fin -
- crucifican al que escribe nuevos valores en nuevas tablas, sacrifican el
futuro para sí mismos, crucifican todos los futuros humanos.
Los buenos - siempre fueron el principio del fin...
Y sea cual sea el daño que hagan los calumniadores del mundo, el daño
del bien es el más dañino.

5.

Zaratustra, el primer psicólogo de los buenos, es -en consecuencia- ami-


go de los malos. Si una especie decadente del hombre ha ascendido al rango
de la especie más alta, esto sólo podría haber ocurrido a expensas de su es-
pecie opuesta, la especie fuerte y consciente de la vida del hombre. Si el
animal del ejército brilla en el esplendor de la más pura virtud, entonces el
hombre excepcional debe haberse degradado al mal. Si la mendacidad re-
clama la palabra "verdad" por su óptica a cualquier precio, entonces lo real-
mente veraz debe encontrarse bajo los peores nombres. Zaratustra no deja
aquí ninguna duda: dice que fue precisamente el conocimiento de lo bueno,
de lo "mejor", lo que le hizo temer al hombre en general; de esta reticencia
le crecieron las alas para "flotar hacia futuros lejanos", -no oculta que su
tipo de hombre, un tipo relativamente sobrehumano, lo es precisamente en
relación con el bien, que los buenos y los justos llamarían a su sobrehu-
mano el diablo....
Vosotros, los hombres más altos que mi ojo ha encontrado, esa es mi
duda sobre vosotros y mi risa secreta: supongo que llamaríais a mi sobrehu-
mano - ¡diablo!
Eres tan ajeno a lo grande con tu alma que lo sobrehumano sería
superhumano sería terrible en su bondad....
En este punto, y en ningún otro, hay que empezar a entender lo que Zara-
tustra quiere: este tipo de hombre, que él concibe, concibe la realidad tal y
como es: es lo suficientemente fuerte para esto - no está alienado de ella,
alejado de ella, es él mismo, también tiene todas sus cosas temibles y cues-
tionables dentro de sí, sólo con esto el hombre puede tener grandeza....

6.

- Pero en otro sentido también he elegido la palabra inmoralista como un


distintivo, como una insignia de honor para mí; estoy orgulloso de tener
esta palabra, que me distingue de toda la humanidad. Nadie se ha sentido
nunca por debajo de la moral cristiana: requería una altura, una visión leja-
na, una profundidad psicológica y abismal hasta ahora inaudita. La moral
cristiana ha sido hasta ahora la Circe de todos los pensadores, - se pusieron
a su servicio. - Quién ha ido antes que yo a las cuevas de las que sale el
aliento venenoso de esta clase de ideales -¡de la calumnia mundial! - ¿se ha
formado un pozo? ¿Quién se atrevió a sospechar que eran cuevas? ¿Quién
de los filósofos anteriores a mí fue un psicólogo en absoluto, y no más bien
su opuesto, el "impostor superior" "idealista"? No había psicología ante mí.
- Ser el primero aquí puede ser una maldición, es en todo caso un destino:
porque uno también es despreciado como el primero... El asco por el hom-
bre es mi peligro....
7.

¿Se me ha entendido? - Lo que me diferencia, lo que me aparta de todo el


resto de la humanidad, es que he descubierto la moral cristiana. Por lo tanto,
necesitaba una palabra que contenga el significado de un reto para todos.
No haber abierto los ojos antes es considerado por mí como la mayor impu-
reza que tiene la humanidad en su conciencia, un autoengaño instintivo, una
voluntad fundamental de no ver cada acontecimiento, cada causalidad, cada
realidad, una falsa acuñación en psicología, incluso un delito. La ceguera
ante el cristianismo es el crimen por excelencia - el crimen contra la vida...
Los milenios, los pueblos, los primeros y los últimos, los filósofos y las an-
cianas - cinco, seis momentos de la historia deducidos, yo como séptimo -
en este punto son todos dignos unos de otros. El cristiano ha sido hasta aho-
ra el "ser moral", a. Curiosum sin igual - y, como "ser moral", más absurdo,
más engañoso, más vano, más frívolo, más autodestructivo de lo que podría
soñar incluso el mayor despreciador de la humanidad. La moral cristiana -
la forma más maligna de la voluntad de mentir, la verdadera Circe de la hu-
manidad: la que la ha corrompido. No es el error como error lo que me ho-
rroriza ante esta visión, no la falta milenaria de "buena voluntad", de disci-
plina, de decencia, de valentía en lo espiritual, que se traiciona a sí misma
en su victoria: - ¡es la falta de naturaleza, es el hecho totalmente espantoso
de que la propia naturaleza adversa recibiera los más altos honores como
moral y permaneciera suspendida sobre la humanidad como ley, como im-
perativo categórico! ... ¡Cometer semejante delito, no como individuo, no
como pueblo, sino como humanidad! ... Que se enseñó a despreciar los pri-
meros instintos de la vida; que se mintió sobre un "alma", un "espíritu",
para deshonrar el cuerpo; que se enseñó a sentir algo impuro en el requisito
previo de la vida, en la sexualidad; que se buscó el principio maligno en la
más profunda necesidad de prosperidad, en el estricto egoísmo (¡la misma
palabra es calumniosa!). -) el principio del mal; que, por el contrario, en la
marca típica de la decadencia y de la contradicción instintiva, en el "desin-
terés", en la pérdida de la gravedad, en la "despersonalización" y en el
"amor al prójimo" (¡el amor al prójimo!) se ve el valor superior, ¡qué digo!
el valor en sí mismo!... ¿Cómo! la humanidad misma estaría en decadencia?
¿fue siempre así? - Lo cierto es que sólo se le han enseñado los valores de
la decadencia como los más altos. La moral del desentendimiento es la mo-
ral de la decadencia por excelencia, el hecho de "me voy a la ruina" traduci-
do en el imperativo: "os iréis todos a la ruina" -¡y no sólo en el
imperativo!... Esta única moral que se ha enseñado hasta ahora, la moral del
desentendimiento, traiciona una voluntad de fin, niega la vida en el nivel
más bajo. - Aquí quedaría abierta la posibilidad de que no es la humanidad
la que está en degeneración, sino sólo ese tipo de hombre parasitario, el del
sacerdote, que ha mentido hasta sus determinantes de valor con la moral, -
que en la moral cristiana ha adivinado sus medios para llegar al poder-... Y
en efecto, esa es mi percepción: los maestros, los líderes de la humanidad,
los teólogos en general, eran también decadentes en general: de ahí la reva-
lorización de todos los valores en lo hostil a la vida, de ahí la moral... Defi-
nición de moral: la moral - la idiosincrasia de los decadentes, con la inten-
ción ulterior de vengarse de la vida - y con éxito. Le doy valor a esta defini-
ción. -

8.

- ¿Se me entiende? - No acabo de decir una palabra que no hubiera dicho


hace cinco años por boca de Zaratustra. - El descubrimiento de la moral
cristiana es un acontecimiento sin igual, una verdadera catástrofe. El que
nos ilumina sobre ello es una fuerza mayor, un destino, - rompe la historia
de la humanidad en dos pedazos. Se vive antes de ella, se vive después de
ella... El rayo de la verdad golpeó precisamente lo que hasta entonces se
mantenía en lo más alto: el que comprende lo que ha sido destruido puede
ver si todavía tiene algo en sus manos. Todo lo que hasta ahora se llamaba
"verdad" ha sido reconocido como la forma más dañina, más insidiosa, más
subterránea de la mentira; el sagrado pretexto de "mejorar" a la humanidad
como la artimaña de succionar la vida misma, de volverla anémica. La mo-
ral como vampirismo... Quien descubre la moral ha descubierto también la
inutilidad de todos los valores en los que se cree o se ha creído; ya no ve
nada venerable en lo más venerable, en los tipos de hombre que se procla-
man santos, ve en ellos la clase más fatal de fenómenos, fatales porque fas-
cinan.... ¡El concepto de "Dios" inventado como un concepto en oposición a
la vida, -en él todo lo que es dañino, envenenador, calumnioso, toda la hos-
tilidad de la muerte a la vida, reunida en una horrible unidad! El término
"más allá", "mundo verdadero" inventado para devaluar el único mundo que
existe, - ¡para no dejar ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea para
nuestra realidad terrenal! ¡El concepto de "alma", de "espíritu", y finalmente
incluso de "alma inmortal", inventado para despreciar el cuerpo, para enfer-
marlo - "santo"-, para mostrar una frivolidad espantosa hacia todas las cosas
que merecen seriedad en la vida, hacia las cuestiones de alimentación, de
vivienda, de dieta espiritual, de tratamiento de los enfermos, de limpieza, de
clima! En lugar de la salud, la "salvación del alma", es decir, ¡una folie cir-
culaire entre el espasmo penitencial y la histeria redentora! El concepto de
"pecado" inventado junto con su instrumento de tortura, el concepto de "li-
bre albedrío", para confundir los instintos, ¡para hacer que la desconfianza
de los instintos sea una segunda naturaleza! ¡En el concepto de lo "desinte-
resado", de lo "abnegado", la insignia real de la decadencia, el ser atraído
por lo dañino, el no poder encontrar ya la propia utilidad, la autodestrucción
convertida en signo de valor en general, en "deber", en "santidad", en lo "di-
vino" en el hombre! Finalmente - es lo más terrible - en el concepto del
hombre bueno, el partido de todo lo que es débil, enfermo, mal aconsejado,
sufriente en sí mismo, de todo lo que ha de perecer - se cruza la ley de la
selección, se hace un ideal de la contradicción contra el orgulloso y bien
portado, contra el jasive, contra el hombre que está seguro del futuro, que
garantiza el futuro - esto se llama ahora el malvado... ¡Y todo esto se creía
como moral! - ¡Ecrasez l'infâme!

9.
- ¿Se me entiende? - Dionisio contra el crucificado...

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