Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
FRIEDRICH NIETZSCHE
1888
FUENTE: DE.WIKISOURCE.ORG
TRADUCCIÓN: ELEJANDRÍA
1.
2.
Por ejemplo, no soy en absoluto un hombre del saco, un monstruo moral,
incluso soy una naturaleza antitética al tipo de hombre que hasta ahora se ha
venerado como virtuoso. Entre nosotros, me parece que esto es precisamen-
te parte de mi orgullo. Soy un discípulo del filósofo Dionisio, prefiero ser
un sátiro antes que un santo. Pero basta con leer este escrito. Tal vez lo haya
conseguido, tal vez este escrito no tenga otra finalidad que la de expresar
esta oposición de forma alegre y humana. Lo último que prometería es "me-
jorar" la humanidad. No erigiré nuevos ídolos; los antiguos pueden apren-
der lo que son las piernas de barro. Derribar ídolos (mi palabra para "idea-
les"), ese es más mi oficio. La realidad ha sido despojada de su valor, de su
sentido, de su veracidad, hasta el punto de que se ha creado un mundo
ideal... El "mundo verdadero" y el "mundo aparente" - en alemán: die erlog-
ne Welt und die Realität... La mentira del ideal ha sido hasta ahora la maldi-
ción de la realidad; la propia humanidad se ha vuelto mendaz y falsa a tra-
vés de ella, hasta sus más bajos instintos, hasta el punto de rendir culto a los
valores opuestos a aquellos con los que estaría garantizada su prosperidad,
su futuro, su alto derecho a un porvenir.
3.
Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de altura,
un aire fuerte. Hay que estar hecho para ello, pues de lo contrario el peligro
de resfriarse en él no es pequeño. El hielo está cerca, la soledad es inmensa
- pero ¡qué tranquilidad tienen todas las cosas en la luz! ¡qué libremente se
respira! ¡cuánto se siente debajo de uno mismo! - La filosofía, tal como la
he entendido y vivido hasta ahora, es la vida voluntaria en el hielo y las al-
tas montañas, la búsqueda de todo lo extraño y cuestionable de la existen-
cia, todo lo que hasta ahora ha estado bajo el hechizo de la moral. Gracias a
la larga experiencia que me proporcionó ese deambular por lo prohibido,
aprendí a mirar las causas por las que hasta entonces se había practicado la
moralización y la idealización de una manera muy diferente a la que hubie-
ra sido deseable: la historia oculta de los filósofos, la psicología de sus
grandes nombres salieron a la luz para mí. - ¿Cuánta verdad puede soportar
un espíritu, cuánta verdad se atreve? eso se convirtió para mí cada vez más
en la verdadera medida del valor. El error (-la creencia en el ideal-) no es
ceguera, el error es cobardía... Cada logro, cada paso adelante en el conoci-
miento es consecuencia del coraje, de la dureza hacia uno mismo, de la lim-
pieza hacia uno mismo... Yo no refuto los ideales, simplemente me pongo
los guantes ante ellos... Nitimur in vetitum: en este signo mi filosofía sale
victoriosa por una vez, pues hasta ahora sólo la verdad ha estado siempre
prohibida. -
4.
1.
2.
3.
4.
En otro aspecto, también, no soy más que mi padre una vez más y, por así
decirlo, su supervivencia tras una muerte demasiado temprana. Como todos
los que nunca han vivido entre sus iguales y para los que el concepto de "re-
tribución" es tan inaccesible como, por ejemplo, el de "igualdad de dere-
chos", me prohíbo, en los casos en que se comete una pequeña o gran locura
contra mí, cualquier contramedida, cualquier medida de protección, -así
como, en lo razonable, cualquier defensa, cualquier "justificación". Mi ma-
nera de contraatacar es enviar la inteligencia tras la estupidez lo más rápido
posible: de esa manera uno todavía puede alcanzarla. En una parábola: en-
vío un bote de mermelada para librarme de una historia agria... Sólo tienen
algo malo que hacerme, se lo "devuelvo", están seguros: Pronto encuentro
la oportunidad de expresar mi agradecimiento al "agraviado" (a veces inclu-
so por el agravio) - o de pedirle algo, lo que puede ser más vinculante que
dar algo... También me parece que la palabra más grosera, la carta más tos-
ca son aún más benignas, más amables que el silencio. Los que callan casi
siempre carecen de delicadeza y cortesía de corazón; el silencio es una ob-
jeción, tragarlo hace necesariamente un mal carácter, - incluso estropea el
estómago. Todas las personas silenciosas son dispépticas. - No quiero
subestimar la rudeza; es, con mucho, la forma más humana de contradicción
y, en medio de los mimos modernos, una de nuestras primeras virtudes. - Si
uno es lo suficientemente rico como para hacerlo, es incluso una felicidad
equivocarse. Un dios que viniera a la tierra no podría hacer nada más que el
mal, - asumir no el castigo sino la culpa sólo sería divino.
6.
La liberación del resentimiento, la iluminación sobre el resentimiento -
¡quién sabe cuánto le debo en última instancia a mi larga enfermedad por
esto! El problema no es precisamente sencillo: hay que vivirlo desde la
fuerza y desde la debilidad. Si hay que afirmar algo en contra de la enferme-
dad, de la debilidad, es que en ella el instinto de curación real, es decir, el
instinto de defensa y armamento del hombre, se vuelve friable. Uno sabe
cómo alejarse de la nada, uno sabe cómo lidiar con la nada, uno sabe cómo
repeler la nada, - todo duele. El hombre y la cosa se acercan intrusivamente,
las experiencias golpean demasiado profundamente, el recuerdo es una heri-
da enconada. Estar enfermo es una especie de resentimiento en sí mismo. -
Contra esto, el enfermo sólo tiene un gran remedio: lo llamo fatalismo ruso,
ese fatalismo sin revuelta con el que un soldado ruso, para el que la campa-
ña se hace demasiado dura, se tumba finalmente en la nieve. La gran razón
de este fatalismo, que no es siempre sólo el coraje de morir, sino la conser-
vación de la vida en las circunstancias más amenazantes, es el descenso del
metabolismo, su ralentización, una especie de voluntad de hibernación.
Unos pasos más allá en esta lógica y tienes al faquir que duerme durante
semanas en una tumba... Como uno se consumiría demasiado rápido si reac-
cionara en absoluto, ya no reacciona en absoluto: esta es la lógica. Y con
nada se quema uno más rápidamente que con los efectos del resentimiento.
La cólera, la vulnerabilidad mórbida, la impotencia por la venganza, la luju-
ria, la sed de venganza, la mezcla de venenos en todos los sentidos - es cier-
tamente la forma más dañina de reaccionar para las personas agotadas: un
consumo rápido de energía nerviosa, un aumento mórbido de las descargas
nocivas, por ejemplo de la bilis en el estómago, es causado por ello. El re-
sentimiento es lo prohibido en sí mismo para el enfermo - su mal: desgra-
ciadamente también su inclinación más natural. - Esto lo entendió el pro-
fundo fisiólogo Buda. Su "religión", que mejor podría llamarse higiene,
para no mezclarla con cosas tan lamentables como es el cristianismo, hacía
depender su efecto de la victoria sobre el resentimiento: liberar el alma de
él, el primer paso para la recuperación. "No es a través de la enemistad que
se acaba, es a través de la amistad que se acaba la enemistad": esto está al
principio de la enseñanza de Buda - no es así como habla la moral, es así
como habla la fisiología. - El resentimiento, nacido de la debilidad, no es
más perjudicial para nadie que para los propios débiles, - en el otro caso, en
el que una naturaleza rica es el requisito previo, un sentimiento superfluo,
un sentimiento sobre el que seguir siendo dueño es casi una prueba de ri-
queza. Quien conozca la seriedad con la que mi filosofía ha asumido la lu-
cha con los sentimientos de venganza y las secuelas, incluso en la doctrina
del "libre albedrío" -la lucha con el cristianismo es sólo un caso aislado de
esto- comprenderá por qué pongo aquí a la luz mi conducta personal, mi
certeza instintiva en la práctica. En los tiempos de la decadencia, me lo
prohibí por considerarlo perjudicial; en cuanto la vida volvió a ser lo sufi-
cientemente rica y orgullosa, me lo prohibí por considerarlo indigno. Ese
"fatalismo ruso" del que hablaba se manifestó en que me aferré tenazmente
durante años a situaciones, lugares, viviendas, sociedades casi insoporta-
bles, una vez que me habían sido dadas por el azar -era mejor cambiarlas
que sentir que podían ser cambiadas- que rebelarme contra ellas... En aque-
lla época me molestaba mortalmente perturbarme en ese fatalismo, desper-
tarme a la fuerza: -en verdad, también era mortalmente peligroso cada vez. -
Tomarse a sí mismo como un fatum, no quererse "de otra manera" - eso es
en tales estados la gran razón misma.
7.
1.
- ¿Por qué sé algunas cosas más? ¿Por qué soy tan inteligente en primer
lugar? Nunca he pensado en preguntas que no son preguntas, - no me he
desperdiciado. - Las dificultades religiosas reales, por ejemplo, no las co-
nozco por experiencia. Se me escapa por completo en qué sentido debo ser
"pecador". Del mismo modo, carezco de un criterio fiable sobre lo que es
una punzada de conciencia: según lo que se oye al respecto, una punzada de
conciencia no me parece nada digno de respeto... No querría abandonar una
acción a posteriori; preferiría dejar el mal resultado, las consecuencias, fue-
ra de la cuestión de valor por principio. En el caso de un mal resultado, es
demasiado fácil perder de vista lo que uno ha hecho: un remordimiento de
conciencia me parece una especie de "mal de ojo". Apreciar algo que fraca-
sa aún más porque ha fracasado, esa es más mi moral. - "Dios", "la inmorta-
lidad del alma", "la salvación", "el más allá", son todos conceptos a los que
no presté atención, ni tiempo, ni siquiera de niño -¿quizás nunca fui lo sufi-
cientemente niño? - No conozco el ateísmo como resultado, y menos aún
como acontecimiento: lo entiendo por instinto. Soy demasiado curioso, de-
masiado cuestionador, demasiado engreído para aguantar una respuesta del
tamaño de un puño. Dios es una respuesta del tamaño de un puño, una inde-
licadeza contra nosotros los pensadores - básicamente incluso una prohibi-
ción del tamaño de un puño para nosotros: ¡no pensarás!... Me interesa de
manera muy diferente una cuestión de la que pende la "salvación de la hu-
manidad" más que de cualquier curiosidad teológica: la cuestión de la nutri-
ción. Puede formularse así: "¿Cómo debes alimentarte para alcanzar tu má-
ximo de fuerza, de virtud al estilo renacentista, de virtud sin moral? - Mis
experiencias aquí son tan malas como es posible; me asombra haber escu-
chado esta pregunta tan tarde, haber aprendido la "razón" de estas experien-
cias tan tarde. Sólo la absoluta indignidad de nuestra educación alemana -su
"idealismo"- me explica hasta cierto punto por qué estaba atrasada hasta la
santidad aquí. Esta "educación", que desde el principio nos enseña a perder
de vista las realidades para perseguir objetivos totalmente problemáticos,
llamados "ideales", por ejemplo la "educación clásica": -¡como si no estu-
viera condenado desde el principio a unir "clásico" y "alemán" en un solo
concepto! Además, tiene un efecto estimulante: ¡sólo hay que pensar en un
Leipziger "de formación clásica"! - De hecho, hasta mis años más maduros
sólo he comido mal, - moralmente hablando "impersonalmente", "desintere-
sadamente", "altruistamente", para la salvación de los cocineros y otros
compañeros. Por ejemplo, a través de la cocina de Leipzig, al mismo tiempo
que mi primer estudio de Schopenhauer (1865), negué muy seriamente mi
"voluntad de vivir". Estropear el estómago por una alimentación insuficien-
te: este problema me pareció felizmente resuelto por la mencionada cocina,
para mi asombro. (Se dice que 1866 supuso un giro en este sentido -.) Pero
la cocina alemana en general, ¡qué no ha tenido en su conciencia! La sopa
que precede a la comida (todavía llamada alla tedesca en los libros de coci-
na venecianos del siglo XVI); las carnes demasiado cocidas, las verduras
engordadas y harinosas; ¡la degeneración de la pastelería en un pisapapeles!
Si a esto añadimos las necesidades casi animales de los viejos, no sólo de
los viejos alemanes, entonces entendemos el origen del espíritu alemán: de
las entrañas dolorosas... El espíritu alemán es una indigestión, no puede con
nada. - Pero también la dieta inglesa, que, comparada con la alemana, inclu-
so con la francesa, es una especie de "vuelta a la naturaleza", es decir, al ca-
nibalismo, va profundamente en contra de mi propio instinto; me parece
que da al espíritu pies pesados - pies de inglesa... La mejor cocina es la del
Piamonte. - Las bebidas alcohólicas me perjudican; un vaso de vino o de
cerveza durante el día es suficiente para convertir mi vida en un "Jammert-
hal" - mis antípodas viven en Munich. Aunque me he dado cuenta un poco
tarde, en realidad lo he experimentado desde la infancia. De niño creía que
beber vino, como fumar tabaco, era al principio sólo una vanidad de los jó-
venes, más tarde un mal hábito. Tal vez el vino de Naumburg tenga también
parte de culpa en este duro veredicto. Para creer que el vino exhala, tendría
que ser cristiano, o más bien creer, lo cual es un absurdo para mí. Curiosa-
mente, con esta inharmonía extrema provocada por pequeñas dosis de al-
cohol muy diluidas, me convierto casi en un marinero cuando se trata de
dosis fuertes. Ya de niño tenía mi valentía en esto. Redactar un largo tratado
en latín en Una noche de vigilia e incluso copiarlo, con la ambición en mi
pluma de imitar a mi modelo Sallust en el rigor y la compostura y verter
algo de grog del más pesado calibre sobre mi latín, esto ya era, cuando era
alumno de la venerable escuela de Pforta, nada contrario a mi fisiología, ni
quizás a la de Sallust, por mucho que la venerable escuela de Pforta.... Más
tarde, hacia la mitad de mi vida, me decidí cada vez más estrictamente en
contra de cualquier bebida "espiritual": Yo, opositor al vegetarianismo por
experiencia, al igual que Richard Wagner, que me convirtió, no sé aconsejar
a todas las naturalezas espirituales con la seriedad necesaria para abstenerse
incondicionalmente de las bebidas alcohólicas. El agua hace el truco... Pre-
fiero los lugares en los que uno tiene la oportunidad de sacar de las fuentes
que corren por todas partes (Niza, Turín, Sils); un pequeño vaso corre detrás
de mí como un perro. In vino veritas: parece que aquí también estoy en
desacuerdo con todo el mundo sobre el concepto de "verdad": - Conmigo, el
espíritu flota por encima del agua... Unas cuantas indicaciones más de mi
moral. Una comida fuerte es más fácil de digerir que una demasiado peque-
ña. La primera condición para una buena digestión es que el estómago en su
conjunto esté activo. Uno debe conocer el tamaño de su estómago. Por la
misma razón, hay que resistirse a esas largas comidas que yo llamo fiestas
de sacrificio interrumpidas, las de la table d'hôte. - No hay bocadillos entre
comidas, no hay café: el café se oscurece. El té sólo es beneficioso por la
mañana. Poco, pero enérgico; el té es muy insalubre, y enferma todo el día,
si es sólo un grado demasiado débil. Cada uno tiene aquí su medida, a me-
nudo entre los límites más estrechos y delicados. En un clima muy agaçant,
el té no es saludable como comienzo: hay que tomar una taza de cacao es-
peso y desaceitado hecha una hora antes. - Siéntate lo menos posible; no
creas ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y en libre movi-
miento, en el que los músculos no celebren también una fiesta. Todos los
prejuicios vienen de las entrañas. - La carne sentada - lo he dicho antes - el
verdadero pecado contra el Espíritu Santo.
2.
3.
4.
Heinrich Heine me dio el más alto concepto del poeta lírico. Busco en
vano en todos los reinos de los milenios una música igualmente dulce y
apasionada. Poseía esa malicia divina sin la cual soy incapaz de imaginar lo
perfecto -juzgo el valor de las personas, de las razas, según la necesidad de
que sepan entender a Dios no separado del sátiro. - ¡Y cómo maneja al ale-
mán! Un día se dirá que Heine y yo fuimos, con mucho, los primeros artis-
tas de la lengua alemana, a una distancia incalculable de todo lo que los
simples alemanes han hecho con ella. - Debo estar profundamente emparen-
tado con el Manfred de Byron: encontré todos estos abismos en mí mismo, -
a los trece años estaba maduro para este trabajo. No tengo ninguna palabra,
sólo un ojo para aquellos que se atreven a pronunciar la palabra Fausto en
presencia de Manfred. Los alemanes son incapaces de cualquier concepto
de grandeza: prueba Schumann. Por rabia contra este dulce sajón, compuse
una contra obertura para Manfred, de la que Hans von Bülow dijo que nun-
ca había visto nada igual en papel musical: era una cría de emergencia en la
ubre. - Cuando busco mi fórmula más elevada para Shakespeare, sólo en-
cuentro que concipó el tipo de César. No se pueden adivinar esas cosas: se
es o no se es. El gran poeta sólo se nutre de su realidad, hasta el punto de no
poder soportar su obra... Cuando he echado un vistazo a mi Zaratustra, ca-
mino de un lado a otro de la habitación durante media hora, incapaz de do-
minar un insoportable espasmo de sollozos. - No conozco una lectura más
desgarradora que la de Shakespeare: ¡qué debe haber sufrido un hombre
para necesitar ser tan bufón! - ¿Se entiende a Hamlet? No es la duda, sino la
certeza lo que le vuelve a uno loco... Pero hay que ser un filósofo profundo
y abisal para sentirse así... Todos tenemos miedo a la verdad... Y, que lo
confiese, estoy instintivamente seguro y segura de que Lord Bacon es el
creador, el autotortador de esta clase de literatura más siniestra: ¿qué me
importan los lamentables balbuceos de los muddleheads y flatheads ameri-
canos? Pero el poder de la realidad más poderosa de la visión no sólo es
compatible con el poder más poderoso de la acción, de lo monstruoso de la
acción, del crimen, lo presupone a él mismo... No sabemos lo suficiente de
Lord Bacon, el primer realista en todos los grandes sentidos de la palabra,
para saber lo que hizo, lo que quiso, lo que experimentó consigo mismo...
¡Y al diablo con mis críticos! Supongamos que hubiera bautizado a mi Za-
rathustra con un nombre extranjero, por ejemplo, con el de Richard Wagner,
la perspicacia de dos milenios no habría bastado para adivinar que el autor
de "Menschliches, Demasiado humano" es el visionario de Zarathustra....
5.
Aquí, donde hablo de las recuperaciones de mi vida, necesito una palabra
para expresar mi gratitud por lo que me ha recuperado en ella con mucho la
más profunda y sentida. Esta ha sido sin duda la relación más íntima con
Richard Wagner. Dejo barato el resto de mis relaciones humanas; no regala-
ría a ningún precio los días de Tribschen de mi vida, días de confianza, de
serenidad, de coincidencias sublimes - de momentos profundos... No sé lo
que André vivió con Wagner: una nube nunca pasó sobre nuestro cielo. - Y
aquí vuelvo de nuevo a Francia, - no tengo razones, sólo me queda una es-
quina de la boca despectiva contra los wagnerianos et hoc genus omne, que
creen honrar a Wagner por encontrarlo semejante a ellos mismos... Como
soy, en mis instintos más profundos ajeno a todo lo que es alemán, de modo
que incluso la proximidad de un alemán retrasa mi digestión, el primer con-
tacto con Wagner fue también la primera bocanada de aire fresco en mi
vida: Lo sentí, lo veneré como un extranjero, como una antítesis, como una
protesta corporal contra todas las "virtudes alemanas" - los que fuimos ni-
ños en el aire pantanoso de los años cincuenta somos inevitablemente pesi-
mistas para el término "alemán"; no podemos ser otra cosa que revoluciona-
rios, - no admitiremos ningún estado de cosas en el que el mamón esté en la
cima. Me da igual que hoy juegue con otros colores, que se vista de escarla-
ta y se ponga el uniforme de húsar... ¡Adelante! Wagner era un revoluciona-
rio: huyó de los alemanes... Como artista, uno no tiene casa en Europa más
que en París; la délicatesse en los cinco sentidos artísticos que el arte de
Wagner presupone, los dedos para los matices, la morbosidad psicológica,
sólo se pueden encontrar en París. En ningún otro lugar existe esta pasión
en cuestiones de forma, esta seriedad en la puesta en escena, es la seriedad
parisina por excelencia. En Alemania, nadie tiene idea de la enorme ambi-
ción que vive en el alma de un artista parisino. El alemán es bondadoso -
Wagner no era en absoluto bondadoso... Pero ya he dicho bastante (en "Más
allá del bien y del mal" p. 256 y ss.) a dónde pertenece Wagner. ) a la que
pertenece Wagner, en la que tiene sus parientes más cercanos: es el romanti-
cismo tardío francés, ese tipo de artistas de alto vuelo y de gran altura como
Delacroix, como Berlioz, con una afición a la enfermedad, a la incurabili-
dad en su naturaleza, todos fanáticos de la expresión, virtuosos hasta la mé-
dula... ¿Quién fue el primer seguidor inteligente de Wagner en absoluto?
Charles Baudelaire, el mismo que entendió por primera vez a Delacroix, ese
típico decadente en el que se reconoció toda una generación de artistas, fue
quizá también el último... Lo que nunca he perdonado a Wagner... Que con-
descendiera con los alemanes, - que se convirtiera en Reichsdeutsch... En
cuanto a Alemania, echa a perder la cultura. -
6.
7.
Diré una palabra más para los oídos más selectos: lo que realmente quie-
ro de la música. Que sea alegre y profunda, como una tarde de octubre. Que
es individual, exuberante, tierna, una dulce mujercita de bajeza y gracia...
Nunca permitiré que un alemán sepa lo que es la música. Lo que uno llama
músicos alemanes, los más grandes primero, son extranjeros, eslavos, croa-
tas, italianos, holandeses - o judíos; en el otro caso, alemanes de raza fuerte,
alemanes extintos, como Heinrich Schütz, Bach y Handel. Yo mismo sigo
siendo lo suficientemente polaco como para ceder el resto de la música a
Chopin: excluyo, por tres razones, el Idilio de Sigfrido de Wagner, quizá
también a Liszt, que tiene los nobles acentos orquestales por delante de to-
dos los músicos; por último, todo lo que ha crecido al otro lado de los Alpes
-de este lado-... No sabría prescindir de Rossini, y menos aún de mi sur en
la música, la música de mi maëstro veneciano Pietro Gasti. Y cuando digo
más allá de los Alpes, en realidad sólo digo Venecia. Cuando busco otra pa-
labra para la música, sólo encuentro la palabra Venecia. No sé distinguir en-
tre las lágrimas y la música, sé que tengo la suerte de no pensar en el Sur
sin un escalofrío de miedo.
Hace poco estuve en el puente en la noche marrón. Desde lejos llegó el
canto: las gotas de oro se desprendieron sobre la superficie temblorosa. Las
góndolas, las luces y la música nadan ebrios en el crepúsculo....
Mi alma, un juego de cuerdas, invisiblemente tocada, se cantó en secreto
una canción de góndola, temblando de dicha colorida. - ¿Alguien la estaba
escuchando?...
8.
En todo esto -en la elección de la comida, del lugar y del clima, de la re-
creación- dicta un instinto de autoconservación, que se expresa inequívoca-
mente como un instinto de autodefensa. No ver mucho, no oír mucho, no
dejar que mucho le afecte a uno - primera prudencia, primera prueba de que
uno no es un accidente sino una necesidad. La palabra aceptable para este
instinto de autodefensa es el gusto. Su imperativo manda no sólo decir no,
donde el sí sería un "desinterés", sino también decir no lo menos posible.
Separarse, separarse de aquello en lo que el no se haría necesario una y otra
vez. La razón en esto es que el gasto defensivo, incluso el más pequeño,
convirtiéndose en la regla, convirtiéndose en un hábito, provoca un empo-
brecimiento extraordinario y completamente superfluo. Nuestros grandes
gastos son los pequeños más frecuentes. Alejarlos, no dejar que vengan a
nosotros, es un gasto -no te equivoques- de energía con fines negativos. Uno
puede, simplemente en la constante angustia de la defensa, volverse lo sufi-
cientemente débil como para no poder defenderse más. - Supongamos que
salgo de mi casa y encuentro, en lugar de la tranquila y aristocrática Turín,
la pequeña ciudad alemana: mi instinto tendría que encerrarse para hacer
retroceder todo lo que le invade desde este mundo aplastado y cobarde. O
encontraría la metrópolis alemana, ese vicio construido donde no crece
nada, donde todo, lo bueno y lo malo, es traído. ¿No tendría que convertir-
me en un erizo por ello? - Pero tener espinas es un desperdicio, un doble
lujo incluso, cuando es gratis no tener espinas sino manos abiertas....
Otra prudencia y autodefensa consiste en reaccionar lo menos posible y
evitar las situaciones y condiciones en las que uno estaría condenado a sus-
pender su "libertad", su iniciativa, por así decirlo, y convertirse en una mera
reacción. Tomo como parábola la relación con los libros. El erudito que bá-
sicamente sólo "hojea" los libros -el filólogo con una aproximación diaria
moderada de unos 200- finalmente pierde por completo la capacidad de
pensar por sí mismo. Si no lee, no piensa. Responde a un estímulo (- un
pensamiento que ha leído) cuando piensa, - al final sólo reacciona. El erudi-
to abandona toda su fuerza en decir sí y no, en criticar lo que ya ha sido
pensado, -él mismo ya no piensa... El instinto de autodefensa se ha cansado
en él; en el otro caso se defendería de los libros. El erudito - un decadente. -
Lo he visto con mis propios ojos: naturalezas dotadas, ricas y libres ya "leí-
das hasta la vergüenza" en la treintena, sólo coinciden en que hay que frotar
para que desprendan chispas - "pensamientos". - Leer un libro a primera
hora de la mañana, en el amanecer del día, con toda la frescura, en el ama-
necer de su poder, ¡eso es lo que yo llamo vicioso! - -
9.
10.
1.
Uno soy yo, el otro son mis escritos. - Aquí, antes de hablar de ellos yo
mismo, toco la cuestión de si estos escritos se entienden o no. Lo hago con
la mayor despreocupación posible, ya que esta cuestión no es todavía de su
tiempo. Yo mismo no estoy todavía en el momento, algunos nacerán póstu-
mamente -en algún momento se necesitarán instituciones en las que se viva
y se enseñe, como yo entiendo que se viva y se enseñe; tal vez incluso que
entonces también se establezcan cátedras propias para la interpretación de
Zaratustra. Pero sería una completa contradicción para mí si esperara oídos
y manos para mis verdades hoy: que no se oiga hoy, que no se sepa tomar
de mí hoy, no sólo es comprensible, sino que me parece lo correcto. No
quiero confundirme, - es parte de esto que no me confundo. - Para repetir,
hay pocas pruebas de "mala voluntad" en mi vida; incluso de "mala volun-
tad" literaria apenas se me ocurre un caso que contar. Por otra parte, dema-
siado de pura tontería... Me parece uno de los más raros honores que al-
guien puede concederse a sí mismo cuando toma un libro mío en la mano -
yo mismo asumo que se quita los zapatos para hacerlo-, por no hablar de las
botas... Cuando el doctor Heinrich von Stein se quejó una vez honestamente
de que no entendía ni una palabra de mi Zaratustra, le dije que no pasaba
nada: haber entendido seis frases del mismo, es decir, haberlo experimenta-
do, le elevaría a un nivel superior al de los mortales que los "modernos" po-
drían alcanzar. ¿Cómo podría yo, con este sentimiento de distancia, desear
siquiera ser leído por los "modernos" que conozco? - Mi triunfo es justo el
contrario al de Schopenhauer, - digo "non legor, non legar". - No es que
quiera subestimar el placer que la inocencia me ha dado varias veces al de-
cir que no a mis escritos. Incluso este verano, en un momento en el que tal
vez era capaz de alterar a todo el resto de la literatura con mi literatura pesa-
da, demasiado pesada, un profesor de la Universidad de Berlín me dijo be-
névolamente que debería utilizar una forma diferente: nadie lee esas cosas. -
Por último, no fue Alemania sino Suiza la que proporcionó los dos casos
extremos. Un ensayo del Dr. V. Widmann en el Bund sobre "Más allá del
bien y del mal", bajo el título "El libro peligroso de Nietzsche", y un infor-
me general sobre mis libros en general de Karl Spitteler, también en el
Bund, son una máxima en mi vida - temo decir de qué... Este último, por
ejemplo, trató mi Zaratustra como un "ejercicio superior de estilo", con el
deseo de que más tarde también aportara contenido; el Dr. Widmann me ex-
presó su respeto. Widmann expresó su respeto por la valentía con la que me
empeño en abolir todo sentimiento decente. - Por un pequeño truco de coin-
cidencia, cada frase aquí, con una coherencia que me admiraba, era una ver-
dad vuelta del revés: no había que hacer nada más que "revalorizar" todos
los "valores" para, de manera aún más notable, dar en el clavo sobre mí -en
lugar de dar en la cabeza con un clavo-... Razón de más para intentar una
explicación. - Al fin y al cabo, nadie puede saber más de las cosas, libros
incluidos, de lo que ya sabe. Lo que uno no tiene acceso por experiencia, no
tiene oído. Imaginemos ahora un caso extremo, que un libro no habla más
que de experiencias que están totalmente fuera de la posibilidad de la expe-
riencia frecuente o incluso rara, - que es el primer lenguaje para una nueva
serie de experiencias. En este caso, simplemente no se oye nada, con la ilu-
sión acústica de que donde no se oye nada, no hay nada -. Esta es, por fin,
mi experiencia media y, si se quiere, la originalidad de mi experiencia.
Quien creía haber comprendido algo de mí, hacía algo de mí a su propia
imagen, -no pocas veces un opuesto de mí, por ejemplo un "idealista"-;
quien no había comprendido nada de mí, negaba que pudiera ser considera-
do en absoluto. - La palabra "sobrehumano" para designar un tipo de la más
alta benevolencia, en contraste con los hombres "modernos", con los hom-
bres "buenos", con los cristianos y otros nihilistas - una palabra que se con-
vierte en una palabra muy pensada en la boca de un Zaratustra, el aniquila-
dor de la moral, se ha entendido casi en todas partes con total inocencia en
el sentido de aquellos valores cuya antítesis se ha puesto de manifiesto en la
figura de Zaratustra, es decir, como un tipo "idealista" de un tipo de hombre
superior, mitad "santo", mitad "genio" .... Otras bestias cornudas eruditas
han sospechado de darwinismo por su causa; incluso se ha reconocido en él
el "culto al héroe", tan maliciosamente rechazado por mí, de ese gran falsifi-
cador contra el conocimiento y la voluntad, Carlyle. Los que me susurraban
al oído que debían buscar un César Borgia en lugar de un Parsifal no podían
creer lo que oían. - Que esté en contra de las reseñas de mis libros, sobre
todo de los periódicos, sin ninguna curiosidad, habrá que perdonarlo. Mis
amigos, mis editores lo saben y no me hablan de esas cosas. En un caso par-
ticular, una vez llegué a ver todo lo que se había pecado contra un solo libro
- era "Más allá del bien y del mal"; tendría que hacer un informe apropiado
sobre ello. ¿Creería usted que el Nationalzeitung -un periódico prusiano,
para mis lectores extranjeros, yo sólo leo el Journal des Débats, si se me
permite decirlo- supo con toda seriedad entender el libro como un "signo de
los tiempos", como la verdadera filosofía derechista de Junker, que al
Kreuzzeitung sólo le faltó valor para expresar?
2.
Esto se ha dicho para los alemanes: para todos los demás tengo lectores:
toda la intelectualidad seleccionada, personajes probados y criados en altos
cargos y obligaciones; incluso tengo verdaderos genios entre mis lectores.
En Viena, en San Petersburgo, en Estocolmo, en Copenhague, en París y en
Nueva York - en todas partes me descubren: no estoy en la Alemania baja
de Europa... Y, que lo confiese, me complacen aún más mis no lectores, los
que no han oído mi nombre ni la palabra filosofía; pero dondequiera que
voy, aquí en Turín por ejemplo, todos los rostros se divierten y se gratifican
al verme. Lo que más me ha halagado hasta ahora es que los viejos vende-
dores ambulantes no descansarán hasta haberme recogido la más dulce de
sus uvas. Hay que ser un filósofo para llegar tan lejos. - No en vano los po-
lacos son llamados los franceses entre los eslavos. Una encantadora mujer
rusa no confundirá ni por un momento mi lugar. No consigo ponerme so-
lemne, a lo sumo consigo avergonzarme... Pensar en alemán, sentirse ale-
mán - puedo hacerlo todo, pero está más allá de mis facultades... Mi antiguo
profesor Ritschl llegó a afirmar que concipio mis tratados filológicos como
un novelista parisino - absurdamente emocionante. En el mismo París, la
gente se asombra de "toutes mes audaces et finesses" - la expresión es de
Monsieur Taine -; me temo que incluso en las formas más elevadas del diti-
rambo, se encuentra mezclada conmigo esa sal que nunca se vuelve estúpi-
da - "alemana" - esprit... No puedo evitarlo. ¡Que Dios me ayude! Amén. -
Todos sabemos, algunos incluso por experiencia, lo que es una persona de
orejas largas. Bueno, me atrevo a decir que tengo las orejas más pequeñas.
Esto tiene no poco interés para las mujeres - me parece que se sienten mejor
comprendidas por mí... Soy el antiesclavo por excelencia y por lo tanto una
bestia histórico-mundial, - soy, en griego, y no sólo en griego, el
Anticristo....
3.
Conozco hasta cierto punto mis prerrogativas como escritor; en casos in-
dividuales también se me ha atestiguado cuánto "estropea" el gusto la habi-
tuación a mis escritos. Uno simplemente no puede soportar otros libros, y
menos los filosóficos. Entrar en este distinguido y delicado mundo es una
distinción sin igual: no hay que ser alemán para hacerlo; en definitiva, es
una distinción que hay que haberse ganado. Pero los que se relacionan con-
migo por la altura de su voluntad experimentan verdaderos éxtasis de apren-
dizaje: porque vengo de alturas a las que ningún pájaro ha volado, conozco
abismos en los que ningún pie se ha extraviado todavía. Me han dicho que
es imposible dejar un libro mío -incluso perturbo el descanso nocturno... No
hay en absoluto un tipo de libro más orgulloso y al mismo tiempo más refi-
nado: llega aquí y allá a lo más alto que se puede alcanzar en la tierra, el ci-
nismo; debe ser conquistado con los dedos más delicados así como con los
puños más valientes. Toda enfermedad del alma excluye de ella, de una vez
por todas, incluso toda dispepsia: no hay que tener nervios, hay que tener un
abdomen alegre. No sólo la pobreza, el aire anguloso de un alma excluye de
ella, mucho más lo cobarde, lo inmundo, lo secretamente vengativo en las
entrañas: una palabra mía hace que todos los malos instintos salgan a la
cara. Tengo varios animales de prueba entre mis conocidos, y los utilizo
para hacerme una idea de las distintas reacciones, muy instructivas, que sus-
citan mis escritos. Los que no quieren tener nada que ver con su contenido,
mis llamados amigos, por ejemplo, se vuelven "impersonales": me desean
suerte para estar "tan lejos" de nuevo, - también habría progreso en una ma-
yor alegría de tono... Los "espíritus" completamente viciosos, las "almas
bellas", los que yacen en el suelo, no saben en absoluto qué hacer con estos
libros, - en consecuencia los ven entre ellos, la hermosa consistencia de to-
das las "almas bellas". Las bestias con cuernos entre mis conocidos, meros
alemanes, si se me permite la expresión, dicen que no siempre están de
acuerdo conmigo, pero a veces sí, por ejemplo... Yo mismo he oído esto so-
bre Zaratustra... Igualmente, cualquier "feminismo" en el hombre, incluso
en los hombres, es para mí una puerta de entrada: nunca se entrará en este
laberinto de conocimiento atrevido. No hay que escatimar, hay que tener
dureza en las costumbres para estar alegre y sereno entre todas las verdades
duras. Cuando pienso en la imagen de un lector perfecto, siempre resulta ser
una falta de coraje y curiosidad, así como algo flexible, astuto, cuidadoso,
un aventurero y explorador nato. Por último: no sabría decir mejor a quién
me dirijo en el fondo solo que a Zaratustra: ¿a quién solo quiere contar su
enigma?
A vosotros, los buscadores audaces, los tentadores, y a quien haya salido
con astucia
en mares temibles con velas astutas, -
a ti, el borracho de acertijos, el alegre del crepúsculo, cuya alma es atraí-
da con flautas a cada laberinto:
- porque no queréis buscar a tientas con mano cobarde un hilo; y donde
podéis adivinar, allí odiáis inferir....
4.
5.
6.
Para dar una noción de mí mismo como psicólogo, tomo una curiosa pie-
za de psicología que ocurre en "Más allá del bien y del mal", - prohíbo, por
cierto, cualquier conjetura sobre a quién estoy describiendo en este pasaje.
"El genio del corazón, como el que tiene ese gran oculto, el dios tentador y
flautista de Hamelín nato de las conciencias, cuya voz sabe descender a los
bajos fondos de cada alma, que no dice una palabra, no mira una mirada, en
la que no haya una consideración y un pliegue de seducción, cuya maestría
es que sabe brillar, y no lo que es, sino lo que es más una compulsión para
los que le siguen, para apretar cada vez más hacia él, para seguirle cada vez
más interiormente y más a fondo... El genio del corazón, que silencia todo
lo que es ruidoso y complaciente y enseña a escuchar, que suaviza las almas
ásperas y les da un nuevo deseo de saborear, - de quedarse quieto, como un
espejo, para que el cielo profundo se refleje en ellos.... El genio del corazón,
que enseña a la mano torpe y apresurada a vacilar y agarrar con más delica-
deza; que desentierra el tesoro oculto y olvidado, la gota de bondad y dulce
espiritualidad bajo el hielo espeso y opaco, y es una vara adivinadora para
cada grano de oro que ha permanecido enterrado durante mucho tiempo en
la mazmorra de mucho barro y arena.... El genio del corazón, de cuyo con-
tacto cada uno se va más rico, no agraciado y sorprendido, no hecho feliz y
deprimido como por un bien ajeno, sino más rico en sí mismo, sintiéndose
más nuevo que antes, roto, soplado por una brisa y sonado, más incierto tal
vez, más tiernamente roto, pero lleno de esperanzas que aún no tienen nom-
bre, lleno de nueva voluntad y fluir, lleno de nueva desgana y fluir de
vuelta..."
EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA.
1.
2.
3.
La medida en que había encontrado el término "trágico", la visión final
de lo que es la psicología de la tragedia, se expresó por última vez en Göt-
zen-Dämmerung, página 139. "La afirmación de la vida incluso en sus pro-
blemas más extraños y duros; la voluntad de vida en el sacrificio de sus ti-
pos más elevados, regocijándose en su propia inagotabilidad - eso es lo que
llamé dionisíaco, eso es lo que entendí como el puente hacia la psicología
del poeta trágico. No para librarse del horror y la piedad, no para purificarse
de un afecto peligroso mediante una descarga vehemente -así lo entendió
mal Aristóteles-, sino para, más allá del horror y la piedad, convertirse en el
eterno placer del devenir mismo, ese placer que incluye también el placer
de la destrucción...". En este sentido, tengo derecho a considerarme el pri-
mer filósofo trágico, es decir, el extremo opuesto y antípoda de un filósofo
pesimista. Ante mí, esta transformación de lo dionisíaco en pathos filosófico
no existe: falta la sabiduría trágica -he buscado en vano signos de ella inclu-
so en los grandes griegos de la filosofía, los de los dos siglos anteriores a
Sócrates. Me quedó una duda en Heráclito, en cuya proximidad me siento
más cálido y a gusto que en cualquier otro lugar. La afirmación del paso y
de la destrucción, factor decisivo de una filosofía dionisíaca, la afirmación
de la oposición y de la guerra, el quién, con un rechazo radical incluso del
concepto de "ser" - en esto debo reconocer bajo cualquier circunstancia lo
más cercano a mí que se ha pensado hasta ahora. La doctrina del "eterno re-
torno", es decir, del ciclo incondicional e infinitamente repetido de todas las
cosas, esta doctrina de Zaratustra también podría haber sido enseñada por
Heráclito. Al menos la Estoa, que heredó casi todas sus ideas fundamentales
de Heráclito, tiene rastros de ella.
4.
Una tremenda esperanza habla de este escrito. Por último, no tengo moti-
vos para retirar la esperanza de un futuro dionisiaco de la música. Echemos
un vistazo un siglo adelante, supongamos que mi intento de asesinato en
dos milenios de adversidad y profanación humana tiene éxito. Ese nuevo
partido de la vida que toma en sus manos la mayor de todas las tareas, la
crianza de la humanidad, incluyendo la destrucción despiadada de todo lo
que es degenerado y parasitario, hará posible de nuevo ese exceso de vida
en la tierra, a partir del cual el estado dionisíaco también debe crecer de
nuevo. Prometo una edad trágica: el arte más elevado en el sí a la vida, la
tragedia, renacerá cuando la humanidad tenga la conciencia de las guerras
más duras pero más necesarias, sin sufrirlas... Un psicólogo podría añadir
que lo que escuché en la música wagneriana cuando era joven no tiene nada
que ver con Wagner; que cuando describí la música dionisíaca, describí lo
que había escuchado, - que instintivamente tenía que traducir y transfigurar
todo en el nuevo espíritu que llevaba dentro. La prueba de ello, tan fuerte
como puede ser una prueba, es mi escrito "Wagner en Bayreuth": en todos
los pasajes psicológicamente decisivos, sólo se me menciona a mí; se puede
poner temerariamente mi nombre o la palabra "Zarathustra" donde el texto
da la palabra Wagner. Todo el cuadro del artista ditirámbico es el cuadro del
poeta preexistente de Zaratustra, dibujado con una profundidad abismal y
sin rozar ni por un momento la realidad wagneriana. El propio Wagner tenía
un concepto de ello; no se reconocía en la escritura. - Del mismo modo, "el
pensamiento de Bayreuth" se había convertido en algo que no será un mis-
terio para los conocedores de mi Zaratustra: en ese gran mediodía en el que
los más elegidos se consagran a la más grande de las tareas -¿quién sabe? El
patetismo de las primeras páginas es histórico-mundial; la visión de la que
se habla en la séptima página es la visión real de Zaratustra; Wagner, Bay-
reuth, toda la pequeña miseria alemana es una nube en la que se refleja una
infinita fata morgana del futuro. Incluso desde el punto de vista psicológico,
todos los rasgos decisivos de mi propia naturaleza están inscritos en la de
Wagner: la yuxtaposición de las fuerzas más brillantes y las más fatales, la
voluntad de poder como ningún hombre ha poseído jamás, la valentía im-
placable en lo espiritual, el poder ilimitado de aprender sin que la voluntad
de hacer sea aplastada por ello. Todo en este escrito es premonitorio: la pro-
ximidad del retorno del espíritu griego, la necesidad de los contra-Alejan-
dros, que vuelven a atar el nudo gordiano de la cultura griega después de
haberlo desatado... Escucha el acento histórico-mundial con el que se intro-
duce el término "espíritu trágico" en la página 30: todo son acentos históri-
co-mundiales en este escrito. Esta es la "objetividad" más extraña que puede
haber: la certeza absoluta sobre lo que soy se proyecta sobre alguna realidad
accidental, - la verdad sobre mí habla desde una profundidad inquietante.
En la página 71 se describe y anticipa con incisiva certeza el estilo de Zara-
tustra; y nunca se encontrará una expresión más grandiosa para el aconteci-
miento de Zaratustra, el acto de una tremenda purificación y consagración
de la humanidad, que la que se encuentra en las páginas 43-46. -
LOS INOPORTUNOS.
1.
2.
1.
2.
Los inicios de este libro pertenecen a la mitad de las semanas del primer
Festival de Bayreuth; una profunda extrañeza hacia todo lo que me rodeaba
allí es uno de sus requisitos. Cualquiera que tenga una idea de las visiones
que ya había encontrado en aquella época puede adivinar cómo me sentí
cuando me desperté un día en Bayreuth. Como si estuviera soñando...
¿Dónde estaba? No reconocí nada, apenas reconocí a Wagner. Hojeé mis
recuerdos en vano. Tribschen - una isla lejana de los dichosos: ni una som-
bra de parecido. Los incomparables días de la colocación de la primera pie-
dra, la pequeña sociedad asociada que lo celebraba y que no había que
desearse los dedos para las cosas tiernas: ni una sombra de parecido. ¿Qué
ha pasado? - Wagner había sido traducido al alemán. El wagneriano se ha-
bía convertido en maestro de Wagner. - El arte alemán, el maestro alemán,
la cerveza alemana... Los demás, que sabemos muy bien a qué artistas refi-
nados, a qué cosmopolitismo del gusto habla sólo el arte de Wagner, nos
quedamos fuera de juego al encontrar a Wagner revestido de "virtudes" ale-
manas. - Creo que conozco al wagneriano, he "experimentado" tres genera-
ciones, desde el bendito Brendel en adelante, que confundió a Wagner con
Hegel, hasta los "idealistas" de los papeles de Bayreuth, que confunden a
Wagner con ellos mismos, - he escuchado todo tipo de confesiones de "al-
mas bellas" sobre Wagner. ¡Un reino para una palabra modesta! - En ver-
dad, ¡una sociedad que pone los pelos de punta! ¡Nohl, Pohl, Kohl con gra-
cia en el infinito! No falta ni un bicho raro entre ellos, ni siquiera el antise-
mita. - ¡Pobre Wagner! ¿Dónde se ha metido? - ¡Si tan sólo hubiera ido en-
tre cerdos! Pero, ¡entre alemanes!... Finalmente, para instrucción de la pos-
teridad, habría que rellenar un Bayreuth real, o mejor aún ponerlo en espíri-
tu, pues no hay espíritu - con la firma: así era el "espíritu" sobre el que se
fundó el "Reich"... Basta, me fui en medio de él durante unas semanas, muy
repentinamente, aunque una encantadora parisina intentó consolarme; sólo
me disculpé con Wagner con un telegrama fatalista. En un lugar en lo pro-
fundo del bosque de Bohemia, Klingenbrunn, llevaba conmigo mi melanco-
lía y mi desprecio por los alemanes como una enfermedad, y de vez en
cuando, bajo el título colectivo de "die Pflugschar" (la reja del arado), escri-
bía una frase en mi libro de bolsillo, toda una psicología dura, que tal vez
pueda encontrarse todavía en "Menschliches, Demasiado humano".
3.
Lo que decidí en aquel momento no fue una ruptura con Wagner, sino
que sentí una aberración general de mi instinto, de la que el desatino indivi-
dual, ya fuera Wagner o la cátedra de Basilea, no era más que una señal.
Una impaciencia conmigo mismo me invadió; me di cuenta de que ya era
hora de volver a mí. De repente me di cuenta de forma terrible de cuánto
tiempo se había perdido ya, - de lo inútil, de lo arbitraria que parecía toda
mi existencia filológica para mi tarea. Me avergonzaba esta falsa modestia...
Diez años atrás, cuando el alimento de mi espíritu se había detenido en
realidad, cuando no había aprendido nada útil, cuando había olvidado una
cantidad insensata sobre un desorden de erudición polvorienta. Arrastrarse
por la métrica antigua con meticulosidad y malos ojos, ¡a eso había llegado
conmigo! - Me veía con lástima, todo demacrado, todo hambriento: las
realidades estaban prácticamente ausentes de mi conocimiento y las "ideali-
dades" no servían para nada. - Me invadió una sed ardiente: a partir de en-
tonces no hice otra cosa que dedicarme a la fisiología, la medicina y las
ciencias naturales; incluso volví a los estudios históricos propiamente di-
chos sólo cuando la tarea me obligaba a ello. Fue entonces cuando com-
prendí por primera vez la conexión entre una actividad elegida instintiva-
mente, una supuesta "profesión" a la que uno está llamado en última instan-
cia, y la necesidad de adormecer la sensación de tedio y hambre a través de
un arte narcótico, por ejemplo, a través del arte wagneriano. Mirando con
más atención, descubrí que para un gran número de jóvenes existe el mismo
estado de emergencia: una adversidad obliga literalmente a una segunda. En
Alemania, en el "Reich", para hablar sin ambages, son demasiados los que
están condenados a tomar una decisión intempestiva y luego, bajo una carga
irremediablemente ordenada, a morir... Estos anhelan a Wagner como a un
opiáceo, - se olvidan de sí mismos, se deshacen de sí por un momento...
¡Qué digo! ¡cinco o seis horas!
4.
5.
6.
1.
2.
1.
2.
Para entender este tipo, primero hay que comprender su requisito fisioló-
gico previo: es lo que yo llamo gran salud. No sé cómo explicar este con-
cepto mejor o más personalmente de lo que ya he hecho, en una de las sec-
ciones finales del quinto libro de "gaya scienza". "Nosotros, los nuevos, los
sin nombre, los mal comprendidos -dice ahí-, nosotros, partos prematuros
de un futuro aún no probado, necesitamos también un nuevo medio para un
nuevo propósito, a saber, una nueva salud, más fuerte, más astuta, más dura,
más taimada, más divertida que toda la salud hasta ahora. Cuya alma está
sedienta de haber experimentado toda la gama de valores y deseos anterio-
res y de haber navegado por todas las costas de este "Mediterráneo" ideal,
que quiere saber por las aventuras de su propia experiencia lo que es ser un
conquistador y un descubridor del ideal, como un artista, un santo, un legis-
lador, un sabio, un erudito, un hombre piadoso, un viejo estilo divino: que
ante todo necesita una cosa para ello, una gran salud - una salud tal que no
sólo se tiene, sino que se adquiere constantemente y se debe adquirir, por-
que siempre se regala, se debe regalar... Y ahora, después de haber recorrido
el camino así durante mucho tiempo, nosotros, los argonautas del ideal, más
valientes quizá de lo que es prudente y que a menudo naufragamos y nos
hacemos daño, pero, como he dicho, más sanos de lo que uno quisiera per-
mitirnos, peligrosamente sanos, sanos una y otra vez, - quiere parecernos
como si nosotros, en aras de una vida mejor, pudiéramos vivir en una vida
mejor, poder vivir en una vida mejor.... Nos parece como si, como recom-
pensa por ello, tuviéramos ante nosotros un país aún no descubierto cuyas
fronteras nadie ha visto todavía, un mundo más allá de todos los países y
rincones anteriores del ideal, un mundo tan rico en lo bello, lo extraño, lo
cuestionable, lo terrible y lo divino que nuestra curiosidad, así como nuestra
sed de posesiones, se han desbordado... ¡ah, que ya no podemos quedar sa-
tisfechos con nada! ... ¿Cómo podríamos, después de tales opiniones y con
un hambre tan voraz de conocimiento y conciencia, seguir satisfechos con
el ser humano actual? Ya es bastante malo, pero es inevitable que ahora ob-
servemos sus objetivos y esperanzas más dignos con una seriedad mal man-
tenida y quizás ya ni siquiera los observemos... Otro ideal corre ante noso-
tros, un ideal caprichoso, tentador, peligroso, al que no quisiéramos persua-
dir a nadie, porque tan fácilmente no concedemos a nadie el derecho a él: el
ideal de un espíritu que ingenuamente, es decir, sin querer y por abundancia
y poder desbordantes, juega con todo lo que hasta ahora se ha llamado sa-
grado, bueno, intocable, divino; para quien lo más alto en lo que el pueblo
tiene una medida razonable de valor ya significaría tanto como el peligro, la
decadencia, la humillación o, al menos, como el recreo, la ceguera, el olvi-
do temporal de sí mismo; el ideal de un bienestar y una benevolencia huma-
nos-superhumanos, que a menudo parecerá inhumano, por ejemplo, cuando
se sitúa al lado de toda la seriedad terrenal anterior, al lado de toda la so-
lemnidad anterior en el gesto, la palabra, el sonido, la mirada, la moral y la
tarea, como su parodia involuntaria más corpórea - y con la que, a pesar de
todo, tal vez la gran seriedad sólo comienza, el signo de interrogación real
sólo se establece, el destino del alma gira, el puntero se mueve, la tragedia
comienza. "
3.
- ¿Tiene alguien, a finales del siglo XIX, un concepto claro de lo que los
poetas de épocas fuertes llamaban inspiración? En el otro caso, lo describi-
ré. Con el más mínimo residuo de superstición en uno mismo, difícilmente
se sabría rechazar la idea de ser mera encarnación, mero portavoz, mero
médium de fuerzas prepotentes. El concepto de revelación, en el sentido de
que de repente, con indecible certeza y sutileza, algo se hace visible, audi-
ble, algo que le sacude a uno en lo más profundo, simplemente describe el
hecho. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta quién da; como un re-
lámpago brilla un pensamiento, con necesidad, en forma sin vacilación, -
nunca he tenido elección. Un encanto cuya inmensa tensión se libera a ve-
ces en un torrente de lágrimas, en el que el paso involuntariamente a veces
se precipita, a veces se ralentiza; un completo estar fuera de sí con la con-
ciencia más distintiva de una miríada de finos escalofríos y goteos hasta los
dedos de los pies; una profundidad de felicidad en la que lo más doloroso y
lo más sombrío no aparecen como opuestos, sino como condicionados,
como desafiados, pero como un color necesario dentro de tanta abundancia
de luz; un instinto de relaciones rítmicas que abarca amplios espacios de
formas - la longitud, la necesidad de un ritmo amplio es casi la medida de la
violencia de la inspiración, una especie de compensación contra su presión
y tensión... Todo sucede en el más alto grado involuntariamente, pero como
en una tormenta de un sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de po-
der, de divinidad... La involuntariedad de la imagen, del símil es lo más ex-
traño; ya no se tiene un concepto de lo que es la imagen, el símil, todo se
ofrece como la expresión más cercana, más correcta, más simple. Realmen-
te parece, recordando una palabra de Zaratustra, como si las cosas mismas
se acercaran y se ofrecieran para la parábola (- "aquí todas las cosas vienen
acariciando tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda.
Aquí se monta en cada parábola a cada verdad. Aquí todas las palabras del
ser y los santuarios de la palabra saltan hacia ti; aquí todo el ser quiere con-
vertirse en palabra, todo el devenir quiere aprender a hablar de ti -"). Esta es
mi experiencia de inspiración; no me cabe duda de que hay que remontarse
a milenios atrás para encontrar a alguien que me diga "también es mío".
4.
Estuve enfermo en Génova durante un par de semanas. Luego siguió una
primavera melancólica en Roma, donde acepté la vida, que no fue fácil. En
el fondo, este lugar más indecente de la tierra para el poeta de Zaratustra,
que no había elegido por voluntad propia, me estaba volviendo loco; intenté
alejarme: quería ir a Aquila, la antítesis de Roma, fundada por enemistad
contra Roma, como algún día encontraré un lugar, la memoria de un ateo y
enemigo de la Iglesia comme il faut, de uno de mis parientes más cercanos,
el gran emperador Hohenstaufen Federico II. Pero había una fatalidad en
todo esto: tenía que volver. Por fin me conformé con la plaza Barberini,
cansado de mi afán por una zona anticristiana. Me temo que una vez pre-
gunté en el propio palacio del Quirinale, para evitar en lo posible los malos
olores, si no tenían una habitación tranquila para un filósofo. - En una logia
situada en lo alto de la citada plaza, desde la que se domina Roma y se es-
cucha el murmullo de la fontana en lo más profundo, se compuso esa can-
ción más solitaria que jamás se haya compuesto, la canción de la noche; a
esa hora siempre me saludaba una melodía de indecible melancolía, cuyo
estribillo encontraba en las palabras "muertos con inmortalidad...". En el
verano, habiendo regresado al lugar sagrado donde el primer destello del
pensamiento de Zaratustra me había iluminado, encontré al segundo Zara-
tustra. Diez días fueron suficientes; en ningún caso, ni el primero, ni el ter-
cero y último, necesité más. El invierno siguiente, bajo el cielo halcón de
Niza, que brilló en mi vida por primera vez, encontré el tercer Zaratustra...
y se acabó. Apenas un año, en total. Muchos rincones y alturas del paisaje
de Niza me han sido consagrados a través de momentos inolvidables; esa
parte decisiva, que lleva el título "von alten und neuen Tafeln" ("De tablas
viejas y nuevas"), fue escrita en la más ardua ascensión desde la estación
hasta el maravilloso nido rocoso morisco de Eza, - la flexibilidad muscular
fue siempre mayor conmigo cuando la fuerza creativa fluyó con mayor
abundancia. El cuerpo está entusiasmado: dejemos el "alma" fuera... A me-
nudo me veían bailar; en aquella época podía caminar durante siete u ocho
horas por las montañas sin sentirme cansado. He dormido bien, me he reído
mucho, he sido totalmente ágil y paciente.
5.
Aparte de estas obras de diez días, los años durante y especialmente des-
pués de Zaratustra fueron un estado de emergencia sin igual. Se paga caro
ser inmortal: se muere por ello varias veces a lo largo de la vida. - Hay algo
que yo llamo la rancuna de los grandes: todo lo grande, una obra, un hecho,
una vez realizado, se vuelve inmediatamente contra el que lo hizo. Sólo
porque lo hizo, ahora es débil: ya no puede soportar su acto, ya no lo mira a
la cara. Tener detrás de sí algo que nunca se permitió desear, algo en lo que
se anuda el destino de la humanidad - ¡y ahora tenerlo encima!... Casi aplas-
ta.... - ¡La rancuna de los grandes! - Otra es el inquietante silencio que se
escucha a su alrededor. La soledad tiene siete pieles; ya no pasa nada por
ella. Uno se acerca a la gente, saluda a los amigos: nuevo páramo, no más
saludos. En el mejor de los casos, una especie de revuelta. Experimenté tal
revuelta, en grados muy diferentes, pero casi de todos los que estaban cerca
de mí; parece que nada ofende más profundamente que el hecho de que uno
note de repente la distancia: son raras las naturalezas nobles que no saben
vivir sin adorar. - Una tercera cosa es la absurda irritabilidad de la piel ante
las pequeñas picaduras, una especie de impotencia ante cualquier cosa pe-
queña. Me parece que esto se debe al inmenso derroche de todas las fuerzas
defensivas, que es un requisito previo para todo acto creativo, todo acto sa-
lido del yo más íntimo, más profundo, más bajo. Las pequeñas capacidades
defensivas quedan así, por así decirlo, desenganchadas; no fluye más fuerza
hacia ellas. - Todavía me atrevería a sugerir que se digiere con menos facili-
dad, se es reacio a moverse, se está demasiado abierto a los sentimientos de
escarcha, incluso a la desconfianza, desconfianza que en muchos casos no
es más que un error etiológico. En tal estado, una vez sentí la cercanía de un
rebaño de vacas, a través del retorno de pensamientos más suaves y huma-
nos, incluso antes de verlas: eso tiene calor en it....
6.
Esta obra se sostiene por sí misma. Dejemos a un lado a los poetas: quizá
nunca se haya hecho nada por la misma abundancia de poder. Mi término
"dionisíaco" se convirtió aquí en la obra más elevada; medido en compara-
ción con él, todo el resto de la actividad humana parece pobre y condicio-
nal. Que un Goethe, un Shakespeare no sabrían respirar ni un momento en
esta tremenda pasión y altura, que Dante, enfrentado a Zaratustra, es sólo un
creyente y no uno que crea primero la verdad, un espíritu rector del mundo,
un destino que los poetas del Veda son sacerdotes y no son dignos ni siquie-
ra de aflojar las suelas de los zapatos de un Zaratustra, todo esto es lo míni-
mo y no da idea de la distancia, de la soledad celeste en que vive esta obra.
Zaratustra tiene un derecho eterno a decir: "Cierro círculos en torno a mí
mismo y a las fronteras sagradas; cada vez menos suben conmigo a monta-
ñas cada vez más altas, - construyo una cordillera de montañas cada vez
más sagradas." Que el espíritu y la bondad de todas las grandes almas se
cuenten en una sola: todas juntas no serían capaces de producir un solo dis-
curso de Zaratustra. La escalera por la que sube y baja es inmensa; ha visto
más lejos, ha querido más lejos, ha podido ir más lejos que cualquier hom-
bre. Contradice con cada palabra, este espíritu más jasídico de todos; en él
todos los opuestos se unen en una nueva unidad. Las potencias más altas y
más bajas de la naturaleza humana, las más dulces, las más frívolas y las
más temibles, brotan de un mismo manantial con una certeza inmortal. Has-
ta entonces no se sabe qué es la altura, qué es la profundidad; se sabe aún
menos qué es la verdad. No hay un momento en esta revelación de la ver-
dad que ya haya sido anticipado, adivinado por uno de los más grandes. No
hay sabiduría, ni exploración del alma, ni arte de la palabra ante Zaratustra;
lo más cercano, lo más común, habla aquí de cosas inauditas. Frases que
tiemblan de pasión; elocuencia convertida en música; relámpagos lanzados
hacia futuros hasta ahora desaconsejados. El poder más poderoso del símil
que ha existido hasta ahora es pobre y juguetón frente a este retorno del len-
guaje a la naturaleza de la imagen. - ¡Y cómo desciende Zaratustra y dice
las cosas más amables a todos! ¡Cómo toca incluso a sus adversarios, los
sacerdotes, con manos tiernas y sufre con ellos! - Aquí, en todo momento,
el hombre es superado, el concepto de "superhombre" se ha convertido en la
más alta realidad, - en una distancia infinita, todo lo que hasta ahora se lla-
maba grande en el hombre yace debajo de él. El halcón, los pies ligeros, la
omnipresencia de la malicia y la arrogancia y todo lo demás que es típico
del tipo de Zaratustra nunca ha sido soñado como esencial para la grandeza.
Es precisamente en esta amplitud del espacio, en esta accesibilidad a lo con-
trario, donde Zaratustra se siente el tipo más elevado de todo lo que existe;
y cuando uno oiga cómo lo define, se abstendrá de buscar su símil.
- el alma que tiene la escalera más larga y puede descender más
profundamente,
el alma más amplia, que puede correr y vagar y vagar más lejos dentro de
sí misma,
lo más necesario, que se sumerge con placer en el azar,
el alma del ser que quiere llegar a ser, el alma del tener que quiere querer
y desear -
el alma que huye de sí misma, que se alcanza a sí misma en los círculos
más amplios,
el alma más sabia, a la que la locura le habla más dulcemente,
el más amoroso, en el que todas las cosas tienen su flujo y reflujo - -
Pero este es el concepto del propio Dionisio. Otra consideración lleva
precisamente a esto. El problema psicológico en el tipo de Zaratustra es
cómo aquel que hasta un grado inaudito dice no, hace no, a todo aquello a
lo que hasta entonces se había dicho sí, puede ser, sin embargo, la antítesis
de un espíritu que dice no; cómo el espíritu que lleva el más pesado de los
destinos, una fatalidad de tarea, puede ser, sin embargo, el más ligero y el
más ajeno al mundo -Zaratustra es un bailarín-; cómo el que tiene la más
dura, la más terrible visión de la realidad, el que ha pensado el "pensamien-
to más abismal", no encuentra sin embargo en él ninguna objeción a la exis-
tencia, ni siquiera a su eterno retorno, -sino más bien una razón aún para ser
el eterno Sí a todas las cosas mismas, "el tremendo e ilimitado decir del Sí y
del Amén"- .... "Hacia todos los abismos sigo llevando mi bendición dicien-
do sí"... Pero este es el concepto de Dionisio una vez más.
7.
- ¿Qué lenguaje hablará un espíritu así cuando habla solo consigo mis-
mo? El lenguaje del ditirambo. Soy el inventor del Ditirambo. Escucha a
Zaratustra hablando consigo mismo antes de la salida del sol (III, 18): una
felicidad tan esmeralda, una ternura tan divina, ninguna lengua la ha tenido
antes que yo. Incluso la más profunda melancolía de un tal Dionisio se con-
vierte todavía en un ditirambo; tomo, como signo, el canto nocturno, el la-
mento inmortal, por la superabundancia de luz y poder, por su naturaleza
solar, de estar condenado a no amar.
Es de noche: ahora todas las fuentes saltarinas hablan más fuerte. Y mi
alma, también, es una fuente saltarina.
Es de noche: sólo ahora se despiertan todos los cantos de los amantes. Y
mi alma, también, es una canción de amor.
Hay en mí una cosa insaciable, insaciable, que quiere volverse ruidosa. A
El deseo de amor está en mí, que a su vez habla el lenguaje del amor.
el amor.
Luz soy: ¡ojalá fuera de noche! Pero este es mi
Pero esta es mi soledad, que estoy ceñido de luz.
¡Oh, si fuera oscuro y nocturno! ¡Cómo quería chupar los pechos de la
luz!
Y todavía quería bendeciros yo mismo, pequeñas estrellas parpadeantes y
¡Los gusanos luminosos de arriba! - y sean bendecidos por sus dones de
luz.
Pero vivo en mi propia luz, bebo de nuevo en mí las llamas que brotan de
mí.
No conozco la felicidad del que toma; y a menudo he soñado que robar
debe ser aún más dichoso que tomar.
Esta es mi pobreza, que mi mano nunca descansa de dar; esta es mi envi-
dia, que veo los ojos que esperan y las noches iluminadas de anhelo.
¡Oh, miseria de todos los dadores! ¡Oh, oscurecimiento de mi sol! Oh
¡Deseo de deseo! ¡Oh hambre caliente en la saciedad!
Ellos toman de mí: pero ¿toco aún sus almas? Hay un abismo entre el to-
mar y el dar; y el abismo más pequeño es el último en ser salvado.
De mi belleza surge un hambre: quiero herir a los que brillan, quiero ro-
bar a mis destinatarios, - así que tengo hambre de maldad.
Retirar la mano cuando mi mano ya está extendida hacia ella; como la
cascada que aún vacila en su caída: así tengo hambre de maldad.
Tal venganza vierte mi abundancia, tal traición brota de mi
mi soledad.
Mi felicidad en el dar murió en el dar, ¡mi virtud se cansó de sí misma en
su abundancia!
El que siempre está dando corre el peligro de perder la vergüenza; el que
siempre está repartiendo tiene callos en la mano y en el corazón.
Mi ojo ya no se desborda por la vergüenza de pedir; mi mano se ha vuel-
to demasiado dura
Mi mano se volvió demasiado dura para el temblor de las manos llenas.
¿De dónde vino la lágrima a mi ojo y la bajada a mi corazón? Oh
¡La soledad de todos los que dan! ¡Oh, silencio de todos los brillantes!
Muchos soles dan vueltas en el espacio estéril: a todo lo que está oscuro
le hablan con su luz - a mí me callan.
Oh, esta es la enemistad de la luz contra lo luminoso: sin piedad vaga por
sus cursos.
Injusto contra lo luminoso en lo más profundo del corazón, frío contra los
soles - así camina cada sol.
Como una tormenta, los soles se mueven en sus caminos, siguen su vo-
luntad inexorable, esa es su frialdad.
¡Oh, sois vosotros los primeros, los oscuros, los nocturnos, los que creáis
calor de lo que brilla! ¡Oh, primero bebes leche y refresco de las ubres de la
luz!
¡Oh, el hielo me rodea, mi mano se quema en el hielo! Ay, la sed está en
mí, anhelando tu sed.
Es de noche: ¡oh, que debo ser ligero! ¡Y la sed de la noche!
¡Y la soledad!
Es de noche: ahora mi deseo brota de mí como un manantial, - anhelo
hablar.
Anhelo la palabra.
Es de noche: ahora todas las fuentes que brotan hablan más fuerte. Y mi
alma, también, es una fuente saltarina.
Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y
mi
Y mi alma también es una canción de amor. -
8.
1.
La tarea para los años siguientes se marcó de la manera más estricta posi-
ble. Una vez resuelta la parte del "sí" de mi tarea, vino a continuación la mi-
tad del "no": la propia reevaluación de los valores anteriores, la gran guerra,
- la evocación de un día de decisión. Aquí se incluye la lenta búsqueda de
parientes, de aquellos que, por fuerza, me ofrecerían una mano para des-
truir. - A partir de entonces, todos mis escritos son anzuelos: quizá sepa pes-
car tan bien como cualquier otro... Si no se pesca nada, la culpa no es mía.
Los peces estaban perdidos...
2.
Una polémica.
Los tres tratados que componen esta genealogía son quizá lo más insólito
que se ha escrito hasta ahora en cuanto a expresión, intención y arte de la
sorpresa. Se sabe que Dionisio es también el dios de la oscuridad. - Cada
vez un comienzo destinado a despistar, frío, científico, irónico en sí mismo,
deliberadamente en primer plano, deliberadamente en espera. Poco a poco,
más inquietud; resplandor de tiempo aislado; verdades muy desagradables
de lejos que se vuelven ruidosas con un gruñido sordo, - hasta que final-
mente se alcanza un tempo feroz, donde todo avanza con tremenda tensión.
Al final, cada vez, bajo detonaciones perfectamente estremecedoras, una
nueva verdad se hace visible entre espesas nubes. - La verdad del primer
tratado es la psicología del cristianismo: el nacimiento del cristianismo a
partir del espíritu del resentimiento, no, como probablemente se cree, del
"espíritu", -un contramovimiento en su esencia, el gran levantamiento con-
tra el dominio de los valores nobles. El segundo tratado da la psicología de
la conciencia: no es, como bien se cree, "la voz de Dios en el hombre", - es
el instinto de crueldad, que se vuelve hacia atrás cuando ya no puede des-
cargarse exteriormente. La crueldad, como una de las razones más antiguas
e inconcebibles de la cultura, sale a la luz aquí por primera vez. El tercer
tratado responde a la pregunta de dónde viene el tremendo poder del ideal
ascético, del ideal sacerdotal, aunque es el ideal nocivo por excelencia, una
voluntad de fin, un ideal de decadencia. Respuesta: no porque Dios esté ac-
tivo detrás de los sacerdotes, que es bien creído, sino faute de mieux, - por-
que era el único ideal hasta ahora, porque no tenía concurrencia. "Porque el
hombre prefiere aún no querer nada que no querer"... Sobre todo, faltaba un
contra-ideal - excepto para Zaratustra. - Se me entendió. Tres trabajos preli-
minares decisivos de un psicólogo para una revalorización de todos los va-
lores. - Este libro contiene la primera psicología del sacerdote.
EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS.
1.
3.
1.
Para hacer justicia a este escrito, hay que sufrir el destino de la música
como de una herida abierta. - ¿Qué es lo que sufro cuando padezco el des-
tino de la música? Del hecho de que la música haya sido despojada de su
carácter explicativo del mundo, jasagórico, - que sea música de la decaden-
cia y no ya la flauta de Dionisio... Pero a condición de que uno sienta la
causa de la música como su propia causa, como su propia historia de desdi-
cha, entonces encontrará este escrito lleno de consideración y sumamente
suave. Ser alegre en estos casos y burlarse de buena manera - ridendo dicere
severum, donde verum dicere justificaría cualquier dureza - es la humanidad
misma. ¿Quién duda realmente de que yo, como viejo artillero que soy, ten-
go en mis manos sacar mi artillería pesada contra Wagner? - Me quedé con
todo lo decisivo en este asunto, - amaba a Wagner. - En el fondo, un ataque
a una "incógnita" más fina, que nadie puede adivinar fácilmente, está en el
sentido y el modo de mi tarea - oh, tengo bastantes otras "incógnitas" que
desvelar que un Cagliostro de la música - más aún, por supuesto, un ataque
a la nación alemana, que en cuestiones espirituales es cada vez más perezo-
sa e instintiva, que sigue alimentándose de opuestos con un apetito envidia-
ble y se traga tanto la "fe" como la ciencia, el "amor cristiano" como el anti-
semitismo, la voluntad de poder (al "Reich") como el évangile des humbles
sin indigestión.... ¡Esta falta de fiesta entre los opuestos! ¡esta estomagante
neutralidad y "desinterés"! Este justo sentido del paladar alemán, que da
igualdad de derechos a todos, - que encuentra todo apetecible... Sin duda,
los alemanes son idealistas.... La última vez que visité Alemania, encontré
que el gusto alemán se esforzaba por conceder los mismos derechos a Wag-
ner y al Trompetista de Säckingen; yo mismo fui testigo de cómo en Leip-
zig, en honor a uno de los músicos más genuinos y alemanes, alemanes en
el sentido antiguo de la palabra, no un simple alemán del Reich, el maestro
Heinrich Schütz, se fundó una Sociedad Liszt con el fin de cultivar y difun-
dir la música eclesiástica astuta... Sin duda, los alemanes son idealistas...
2.
Pero aquí nada me impedirá ponerme duro y decirles a los alemanes al-
gunas verdades duras: ¿quién más lo hará? - Estoy hablando de su fornica-
ción in historicis. No es sólo que los historiadores alemanes hayan perdido
por completo la gran visión del curso, de los valores de la cultura, que son
todos bufones de la política (o de la iglesia -): esta gran visión es en sí mis-
ma despreciada por ellos. Primero hay que ser "alemán", ser una "raza", en-
tonces se pueden decidir todos los valores y antivalores in historicis - se fi-
jan... "Alemán" es un argumento, "Alemania, Alemania sobre todas las co-
sas" un principio, los teutones son el "orden moral del mundo" en la histo-
ria; en relación con el imperium romanum los portadores de la libertad, en
relación con el siglo XVIII los restauradores de la moral, del "imperativo
categórico", .... Hay una historiografía imperial alemana, hay, me temo, in-
cluso una antisemita, - hay una historiografía de corte y Herr von Treitschke
no se avergüenza... Recientemente un veredicto idiota in historicis, una sen-
tencia del afortunadamente fallecido estético suabo Vischer, hizo la ronda
de los periódicos alemanes como una "verdad" a la que todo alemán debe
decir sí: "El Renacimiento y la Reforma, ambos juntos sólo forman un con-
junto: el renacimiento estético y el renacimiento moral. " - Con frases como
estas, mi paciencia llega a su fin, y siento el deseo, incluso siento mi deber,
de decirles a los alemanes de una vez por todas lo que ya tienen en sus con-
ciencias. Todos los grandes crímenes culturales de cuatro siglos están en sus
conciencias. ... Y siempre por la misma razón, por su íntima cobardía ante
la realidad, que es también cobardía ante la verdad, por su instintiva falta de
veracidad, por "idealismo".... Los alemanes privaron a Europa de la cose-
cha, del sentido de la última gran época, la época del Renacimiento, en un
momento en el que un orden superior de valores, en el que los valores no-
bles, los valores que son la garantía de la vida, los valores que garantizan el
futuro, habían logrado la victoria en la sede de lo contrario, los valores de la
decadencia - ¡e incluso en los instintos de los que estaban sentados allí! Lu-
tero, este monje condenado, restauró la Iglesia, y, lo que es mil veces peor,
el cristianismo, en el mismo momento en que estaba derrotado... ¡El cristia-
nismo, esta religión convertida en negación de la voluntad de vida!... Lute-
ro, un monje imposible, que, por razones de su "imposibilidad", atacó a la
Iglesia y la restauró... ¡en consecuencia! - ... Los católicos tendrían motivos
para celebrar las fiestas de Lutero, para escribir obras de teatro de Lutero...
¡Lutero - y el "renacimiento moral"! ¡Al diablo con toda la psicología! Sin
duda, los alemanes son idealistas. En dos ocasiones, cuando se acababa de
lograr con tremenda valentía y autoconquista un pensamiento justo, sin am-
bigüedades, completamente científico, los alemanes supieron encontrar ca-
minos subrepticios al viejo "ideal", reconciliaciones entre la verdad y el
"ideal", básicamente fórmulas para un derecho a rechazar la ciencia, para un
derecho a mentir. Leibniz y Kant - ¡estos dos grandes inhibidores de la rec-
titud intelectual de Europa! - Los alemanes, por fin, cuando una fuerza ma-
yor de genio y voluntad se hizo visible en el puente entre dos siglos de de-
cadencia, lo suficientemente fuerte como para crear de Europa una unidad,
una unidad política y económica, con el fin de gobierno de la tierra, con sus
"guerras de la libertad" Europa para el sentido, han privado a Europa del
sentido, del milagro del sentido en la existencia de Napoleón, - han puesto
así sobre sus conciencias todo lo que vino antes, todo lo que está aquí hoy,
esta enfermedad e irracionalidad culturalmente más desagradable que exis-
te, el nacionalismo, esta névrose nationale, de la que Europa está enferma,
esta perpetuación de la pequeña estatalidad de Europa, de la pequeña políti-
ca: han despojado a Europa de su sentido, de su razón, la han llevado a un
callejón sin salida. - ¿Alguien, además de mí, conoce una forma de salir de
este atolladero?... ¿Una tarea lo suficientemente grande como para volver a
unir a los pueblos?...
3.
- Y por último, ¿por qué no debo dar palabras a mis sospechas? Los ale-
manes volverán a intentar todo en mi caso para dar a luz a un ratón de un
destino monstruoso. Hasta ahora se han comprometido conmigo, dudo que
lo hagan mejor en el futuro. - Ah, ¡lo que me exige ser un mal profeta
aquí!... Mis lectores y oyentes naturales ya son rusos, escandinavos y fran-
ceses, - ¿lo serán cada vez más? - Los alemanes están inscritos en la historia
del conocimiento con nada más que nombres ambiguos, sólo han producido
falsos acuñadores "inconscientes" (- Fichte, Schelling, Schopenhauer, He-
gel, Schleiermacher merecen esta palabra así como Kant y Leibniz, todos
son meros Schleiermacher -): nunca tendrán el honor de que el primer espí-
ritu justo de la historia del espíritu, el espíritu en el que la verdad viene a
juzgar la falsa acuñación de cuatro milenios, sea considerado en uno con el
espíritu alemán. El "espíritu alemán" es mi mal aire: respiro con fuerza en la
proximidad de esta impureza ordenada por el instinto en psicología, que
traiciona cada palabra, cada expresión de un alemán. Nunca han pasado por
un siglo XVII de duro autoexamen como los franceses, un La Rochefou-
cauld, un Descartes son cien veces superiores en rectitud a los primeros ale-
manes, - no han tenido un psicólogo hasta hoy. Pero la psicología es casi la
medida de la pureza o impureza de una raza... Y si ni siquiera se es puro,
¿cómo se va a tener profundidad? Con el alemán, casi como con la mujer,
nunca se llega al fondo, no tiene ninguno: eso es todo. Pero eso no hace que
uno sea superficial. - Lo que se llama "profundo" en Alemania es precisa-
mente esta impureza instintiva hacia uno mismo de la que hablo: uno no
quiere ser claro consigo mismo. ¿No puedo sugerir la palabra "alemán"
como moneda internacional para esta depravación psicológica? - En este
momento, por ejemplo, el emperador alemán llama "deber cristiano" a la
liberación de los esclavos en África: entre el resto de los europeos, eso se
llamaría simplemente "alemán"... ¿Han producido los alemanes siquiera un
libro que tenga profundidad? Incluso el concepto de lo que es profundo en
un libro se les escapa. He conocido a eruditos que pensaban que Kant era
profundo; en la corte prusiana, me temo, Herr von Treitschke es considera-
do profundo. Y cuando de vez en cuando alabo a Stendhal como psicólogo
profundo, me he encontrado con profesores universitarios alemanes que me
han hecho deletrear el nombre....
4.
1.
2.
4.
5.
6.
8.
9.
- ¿Se me entiende? - Dionisio contra el crucificado...