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Simón Rodríguez

Información personal

Nombre de
Simón Narciso de Jesús Carreño Rodríguez 
nacimiento

Nacimiento 28 de octubre de 1769
Caracas, Capitanía General de Venezuela

Fallecimiento 28 de febrero de 1854 (84 años)


Amotape, Perú

Sepultura Panteón Nacional de Venezuela

Nacionalidad Venezolano

Información profesional

Ocupación Educador
Político
Prócer

Alumnos Simón Bolívar


Santiago Ramos "El Quebradino"

Firma

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Aportes[editar]
Entre sus aportes al pensamiento americano y al quehacer cosmopolita destacan
dos: a) contribuir a formar el carácter republicano, libertario y moral de Bolívar,
durante la infancia y juventud del primero, y b) haber plasmado en sus obras un
ideario original, filosófico-pedagógico, necesario para la emancipación de
las sociedades americanas.
La obra de Simón Rodríguez ha sido recopilada e interpretada por pensadoras y
pensadores de diferentes países de América, por ejemplo en Venezuela, Colombia,
México Argentina, Chile, Ecuador y Perú, incorporando debates sobre ideas
pedagógicas, filosóficas, estéticas, políticas y de lenguaje. 16 17
Pedagogía de la curiosidad[editar]
Fue pionero en este tipo de pedagogía. La nada inocente solicitud que hizo
Rodríguez acerca de promover el desarrollo del “niño preguntón”. Todo cambio
profundo de un tiempo histórico que conduzca a uno revolucionario debe abrir las
compuertas a la vocación inquisitiva del niño. De no ocurrir así se castra, estanca y
retrocede frente a las fuerzas de la tradición y el oscurantismo. 18

Ideas[editar]
Simón Rodríguez proyectaba no la reforma agraria pero si la propiedad pequeña de
parcelas, para eso pensaba en la educación para formarse. Para las sociedades
americanas alrededor de 1828 el gran proyecto que quiso implementar consistía en
colonizar América con sus propios habitantes para que las invasiones de inmigrantes
europeos no vengan a avasallar y tiranizar lo propio.
Simón Rodríguez proyectó entonces un sistema educativo que presenta dos grandes
líneas de acción:
 la implementación de la escuela popular y
 la colonización de las tierras por los propios americano. La combinación de
ambas acciones contribuirá a formar las sociedades americanas.
Uno de sus proyectos políticos y pedagógicos fue construir fábricas dentro de las
escuelas construir una escuela que adentro tenga dos fábricas además las lenguas
fueran el quechua y el castellano.
Simón Rodríguez ejercería gran influencia en el carácter y pensamiento libertario del
futuro Libertador, su lucha consistía en alcanzar la igualdad no para demostrarla sino
para comprobarla. Pensaba que para llegar a esa igualdad se debía tomar todos los
aportes de los ciudadanos, quería erradicar la imposición hegemónica europea en la
sociedad, decía: tomen lo bueno, dejen lo malo, imiten con juicio, y por lo que les
falte inventen" no renegaba de los conocimientos europeos, pero si no estaba de
acuerdo en imitarlos, su lema era inventamos o erramos.
Estilo[editar]
Resalta Juan David García Bacca el hecho de que Simón Rodríguez "trabajó de
tipógrafo (de cajista) en Baltimore durante tres años (1798-1801)" dotándose de una
"pericia artesanal" que emplearía en sus obras con fines pedagógicos, estéticos y
hasta, como es el caso del mismo García Bacca, ... fines técnico-filosóficos. 19 El
modo aforístico de escribir y el uso de cursivas, entre otras técnicas, seguidas y
usadas por el propio García Bacca, son en sí uno de los aportes de las obras del
Maestro Rodríguez.

Simón Rodríguez

(Simón Narciso Jesús Rodríguez; Caracas, Venezuela, 1769 - Amotape, Perú, 1854)
Pedagogo y escritor venezolano.

Jamás la historia de la América independentista ha sido tan injusta con uno de sus
grandes personajes como lo fue con la obra del insigne educador y gran pensador
americano don Simón Rodríguez. El relato de su vida, atrapado en el sobrenombre de El
Maestro del Libertador, se destacó en la historia por el mérito de haber forjado el
espíritu y las ideas de Bolívar, reduciendo a pasividad lo que fue realmente una activa
relación de reciprocidad.

Pero Simón Rodríguez no nació para hacer de Bolívar el futuro Libertador de América; se
hizo a sí mismo, más bien, para convertir en verdaderas repúblicas a los territorios
conquistados por la libertad. El proyecto diseñado por Simón Rodríguez, basado en la
colonización del continente por sus propios habitantes y en la formación de ciudadanos
por medio del saber, lo dibuja como un gran pensador americano a quien, en virtud de su
incesante lucha en favor de la educación popular, sería más justo recordar como el gran
maestro de muchos. La originalidad de sus pensamientos, su sentido estricto de la
honestidad, la trascendencia renovadora de sus ideas pedagógicas y sociales y la
heterodoxia y excentricidad de sus métodos hablan de un hombre con sentido propio,
ajeno al contexto de su época.

Biografía
Los historiadores suelen ubicarlo en la borrosa frontera que separa la genialidad de la
locura; y no sin razón, ya que la vida de Simón Narciso Jesús Rodríguez se encuentra
minada de anécdotas que no cesan de sugerir la interrogante. Nació en Caracas el 28 de
octubre de 1769 (aunque también se afirma que fue en 1771); se dice que era hijo natural
de Rosalía Rodríguez y de un hombre desconocido, de apellido Carreño.

Las imprecisiones en torno a su procedencia han animado la fábula: abandonado en las


puertas de un monasterio, se crió en la casa de un clérigo de nombre Alejandro Carreño,
quien se presume que era su padre, junto a su hermano Cayetano Carreño, que se
convertiría en un famoso músico de la ciudad. Era alto y fornido, y su extravagante forma
de vestir provocaba la risa de muchos.

Ninguna de estas referencias, sin embargo, cifra la existencia de Simón Rodríguez:


viajero incansable, fue un cosmopolita en el sentido literal del término, a quien poco
importaba el arraigo a cualquier vínculo familiar, cultural o territorial. El ethos de su vida
fue siempre educar, y para ello recorrió el mundo entero, en busca de un lugar en el cual
pudiera "hacer algo" y poner en práctica sus ideas. Ésta fue su verdadera patria.

El joven maestro

La larga carrera de Simón Rodríguez como educador, si es que así puede etiquetarse su
incesante labor de "formar ciudadanos por medio del saber", se inicia oficialmente
cuando el Cabildo de Caracas le otorga, en 1791, el permiso para ejercer de maestro de
escuela de primeras letras en la única escuela pública de esa ciudad. Claro está que la
formación autodidacta emprendida por Rodríguez desde muy joven habla de un inicio más
temprano en su carrera y de un encuentro prematuro con la vocación del saber, la
reflexión y el pensamiento.

Simón Rodríguez

A los veinte años de edad, según se dice, Simón Rodríguez ya había leído a Jean-Jacques
Rousseau, particularmente su obra Emilio o De la educación, y una traducción de la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Como muestra del ímpetu y la
avidez de sus reflexiones, siempre originales y a contrapelo del medio, presentó al
ayuntamiento de Caracas, en 1794, un estudio titulado Reflexiones sobre los efectos que
vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un
nuevo establecimiento.

Las ideas vertidas en este ensayo parten de la necesidad de formalizar la educación


pública por medio de la creación de nuevas escuelas y la formación de buenos profesores;
de esta forma, argumentaba, se promovería la incorporación de más alumnos (incluyendo
a los niños pardos y negros) y la disminución progresiva de la enseñanza particular; se
requería además buenos salarios.

Fue en esa época cuando, en la escuela de primeras letras del Cabildo de Caracas, tuvo
entre sus alumnos, hasta los catorce años, al entonces travieso Simón Bolívar. Simón
Rodríguez, que además de maestro era también amanuense del tutor de Bolívar, había
sido recomendado para encargarse de la educación del futuro Libertador de América.

Alguna contingencia de vital importancia para la vida del maestro lo animaría a abandonar
el país. La fecha de su éxodo es dudosa, tanto como la naturaleza de los acontecimientos
que lo propiciaron. Es un lugar común el que afirma que Simón Rodríguez formaba parte
de la famosa conspiración de Manuel Gual y José María España, descubierta el 13 de julio
de 1797, y que tuvo que huir despavorido hacia La Guaira para embarcarse en un galeón
con destino a Jamaica.

Hay quien asegura, sin embargo, que su partida ocurrió en fecha anterior a noviembre de
1795, y que fue motivada por su descontento con el régimen español: "Mal avenido con la
tiranía que lo agobiaba bajo el sistema colonial (en palabras de Daniel Florencio O'Leary),
resolvió buscar en otra parte la libertad de pensamiento y de acción que no se toleraba
en su país natal". Jamaica le esperaba como puerto de inicio de una aventura de más de
veinte años en el exilio.

El exilio

La vocación que mostraba Simón Rodríguez hacia la educación se manifiesta también en la


atención que prestaba a los nuevos conocimientos; se encontraba sediento por aprender,
al tiempo que diseñaba y ensayaba a su paso nuevos métodos de enseñanza. Una vez en
Kingston, Rodríguez utilizó sus ahorros para aprender inglés en una escuela de niños;
mientras lo hacía, se divertía enseñando castellano a los párvulos. Su método era curioso:
"Al salir a la calle los alumnos lanzan sus sombreros al aire, y yo hago lo mismo que ellos".

Su siguiente destino sería Estados Unidos. En Baltimore se empleó como cajista de


imprenta, oficio que le permitiría, más tarde, componer él mismo los moldes de imprenta
de sus obras. Tres años después viajó a Bayona, en Francia, donde se registró bajo el
nombre de Samuel Robinson "para no tener constantemente en la memoria (según dijo él
mismo) el recuerdo de la servidumbre". Más tarde, en la ciudad de París, se empadronaría
en el registro de españoles de la manera siguiente: "Samuel Robinson, hombre de letras,
nacido en Filadelfia, de treinta y un años"; y esta identidad la mantendría los siguientes
veinte años de su vida en el viejo continente.

En París conoció a Fray Servando Teresa de Mier, un sacerdote revolucionario de origen


mexicano, y lo convenció para que juntos abrieran una escuela de lengua española. Para
acreditar sus conocimientos, Rodríguez tradujo al castellano la novela Atala de
Chateaubriand; Mier se atribuyó la traducción. También estudió física y química, y se
convirtió en el expositor de orden de las investigaciones del laboratorio para el cual
trabajaba.

Bolívar se encontraba en París desde 1803, y Simón Rodríguez formaba parte de sus
amistades más cercanas. Ambos disfrutaban de largas tertulias, a veces solos y otras
acompañados de Fernando Toro o de algún otro personaje. En 1805 emprendieron una
larga travesía hasta Italia, cruzando a pie los Alpes. Fueron de Chambéry a Milán, luego a
Verona y Venecia, Padua, Ferrara, Florencia y Perusa.

El juramento del Monte Sacro

Por último, llegaron a Roma. Aquí fue donde subieron al Monte Sacro y se produjo el
famoso juramento de Bolívar de libertar América: "Juro delante de usted (así describe
Rodríguez el juramento de Bolívar), juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro
por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma,
hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".
En la ciudad de Nápoles sus trayectorias se separaron: Bolívar regresó a América; Simón
Rodríguez volvió a París y de ahí marchó a Alemania, y luego a Prusia, Polonia, Rusia e
Inglaterra. Según su propio relato, trabajó en un laboratorio de química, participó en
juntas secretas de carácter socialista, estudió literatura y lenguas y regentó una escuela
de primeras letras en un pueblecito de Rusia.

Posteriormente, en Londres, se desempeñó como educador e inventó un novedoso sistema


de enseñanza con varios tópicos, de los cuales uno estaba destinado al buen manejo de la
escritura: colocaba a sus alumnos con los brazos en triángulo y los dedos atados,
quedando en libertad el índice, el medio y el pulgar. Y los ejercitaba en seguir sobre el
papel, situado oblicuamente, los contornos de una plancha de metal donde se había
trazado un óvalo. De esta figura formaba todas las letras. "Nada más ingenioso (diría
Andrés Bello), nada más lógico, nada más atractivo que su método; es en este sentido
otro Pestalozzi, que tiene, como éste, la pasión y el genio de la enseñanza".

Y es que Simón Rodríguez era un apasionado de la escritura. Veía en ella unas


capacidades expresivas que, desde su punto de vista, no estaban reflejadas en la
gramática española. Solía escribir utilizando al máximo signos de puntuación, admiración y
exclamación, mayúsculas y subrayados, y esquemas de fórmulas, símbolos, paréntesis y
llaves, de forma tal que le resultara posible transmitir el espíritu y la complejidad de sus
pensamientos. Quería una letra viva. Y así la habría de practicar a lo largo de todos sus
escritos en Europa y una vez retornado al nuevo continente.

Retorno a América

Animado por las noticias que le llegaban de América, Simón Rodríguez emprendió viaje de
regreso en 1823. En su largo exilio había madurado cada vez más sus ideas en torno a la
educación y la política, nutriéndose, fundamentalmente, del pensamiento de Montesquieu.
Es cierto que Rodríguez acogió las ideas de la Ilustración, pero las utilizó como
referencia para la construcción de un proyecto muy original.

En realidad, no podía ser de otra forma, pues el legado de Montesquieu acerca del
determinismo geográfico y cultural no invitaba a nada distinto. Así lo expresó Simón
Rodríguez: "Las leyes deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron dictadas, [...]
deben adaptarse a los caracteres físicos del país, [...] deben adaptarse al grado de
libertad que permita la Constitución, a la religión de sus habitantes, a sus inclinaciones, a
su riqueza, a su número, a su comercio, a sus costumbres y a sus maneras".

De ahí que su obsesión fuera, hasta el momento de su muerte, la de promover la


"conquista de América por medio de las ideas"; era preciso formar ciudadanos allí donde
no los había, y sólo así se lograría fundar verdaderas repúblicas que no fuesen una mera
imitación de las europeas. La América española poseía su propia identidad, y había de
poseer sus propias instituciones y gobiernos: "O inventamos o erramos". Su pensamiento,
aunque original, chocaba con el ideario que imperaba en los albores de la Independencia
americana. Quizá por ello nunca fue del todo comprendido, aun cuando su lucha por ser
escuchado y por fundar escuelas públicas a diestro y siniestro no cesó sino en el instante
de su muerte.

El reencuentro con Bolívar


Una vez enterado de la estancia de Rodríguez en Colombia, Bolívar le escribió una carta
en la cual lo invitaba a encontrarse con él en el sur, donde se hallaba en plena campaña.
En Bogotá, primer lugar de estancia a su regreso, sus primeros pasos se encaminaron a
instalar una "Casa de Industria Pública". Deseaba, más que nada, dotar a los alumnos de
conocimientos directos y habilitar maestros de todos los oficios.

El proyecto fracasó por falta de recursos y el maestro se dirigió hacia el sur. En


Guayaquil presentó al gobierno un plan de colonización para el oriente de Ecuador.
Finalmente, se encontró con Bolívar en Lima: Simón Rodríguez le presentó sus planes
pedagógicos, que habrían de ser implantados en América, en las escuelas que el
Libertador ya trataba de fundar y que pondría bajo la dirección del educador. Simón
Rodríguez quedó incorporado a su equipo de colaboradores.

A mediados de abril de 1825 inició, junto con Bolívar, un recorrido por Perú y Bolivia. En
Arequipa organizó una casa de estudios; después subió al Cuzco, donde fundó un colegio
para varones, otro para niñas, un hospicio y una casa de refugio para los desvalidos. En el
departamento de Puno hizo otro tanto. En septiembre, ya acompañados del general
Antonio José de Sucre, presidente de Bolivia, entraron ambos en La Paz, antes de
dirigirse a Oruro y a Potosí.

Simón Rodríguez

Y en Chuquisaca, en noviembre de 1825, tuvo que detener la marcha, pues el proyecto


educativo de Simón Rodríguez había de comenzar en esa ciudad. Bolívar lo nombró
entonces director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y Artes, y
director general de Minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República Boliviana. El
primer día del año 1826 comenzaría a funcionar la llamada Escuela Modelo, que en el
cuarto mes de su andadura tenía ya doscientos alumnos.

El plan de enseñanza era muy original: se agrupaba a los alumnos y se concertaban los
métodos educativos, mezclándose la técnica y el espíritu. Los niños, entregados por
entero a las tareas de aprendizaje, aun durante los ratos de diversión, eran observados
individualmente por personal facultativo para identificar las inclinaciones de cada alumno.
En palabras de muchos entendidos, la originalidad de estos proyectos se parecía a la
aplicada en los famosos falansterios de Charles Fourier; sin embargo, Simón Rodríguez
nunca había tenido contacto con aquella obra.

Con independencia de cuál fuera la filosofía implicada en el desarrollo de este proyecto,


estuvo claro que no tenía encaje alguno en la sociedad de entonces; la gente no
comprendía aquello y le parecía excesiva la inversión que demandaban las escuelas. El
mariscal Sucre se vio influido por la crítica del medio, y escribió al Libertador para
mostrarle su descontento con la obra de Robinson, como lo solía llamar. Después de
enemistarse con todos, Simón Rodríguez renunció finalmente a su cargo. Con profunda
rabia y decepción escribió una carta al Libertador, en la que se quejó amargamente de la
incomprensión que había padecido.

Últimos años

Decepcionado por cuanto no le habían dejado hacer por la libertad de América, y


arruinado y endeudado por cuanto había puesto de su bolsillo para el funcionamiento de
las escuelas, se marchó al Perú. En Arequipa montó una fábrica de velas, de la cual
esperaba obtener fondos para su manutención; las velas representaban también una
muestra sarcástica de aquello que en su opinión había significado el "siglo de las luces"
para América.

El éxito de su negocio, sin embargo, estuvo en su retorno a las actividades de maestro:


los padres acudían masivamente a la tienda para que se encargara de la educación de sus
hijos; y fue así como Simón Rodríguez pidió nuevamente licencia para ser maestro. En
1828 publicó su primera obra, titulada Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo
deberían ser en los siglos venideros. Se trataba, en realidad, del prólogo de la obra, en el
cual se defiende el derecho de cada persona a recibir educación, señalándose la
importancia que ésta tiene para el desarrollo político y social de los nuevos estados
americanos.

La primera parte fue reimpresa en El Mercurio Peruano al año siguiente, y continuada en


El Mercurio de Valparaíso en noviembre y diciembre de 1829. También publicó en la
imprenta pública una obra en defensa de Bolívar, titulada El Libertador del Mediodía de
América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social. Otras
obras suyas fueron publicadas, entre las que figura un proyecto de ingeniería e hidrología
en torno al terreno de Vincoaya. Había muerto el Libertador y el proyecto de la Gran
Colombia había quedado deshecho.

Simón Rodríguez

Después de publicar parte de la obra Sociedades Americanas, se marchó a Concepción


(Chile), invitado por el intendente de la ciudad para que "llevara a cabo el mejor plan
posible de educación científica" en el Instituto Libertario de Concepción. Aplicó a la
enseñanza el sistema diseñado en Arequipa, a propósito del proyecto hidrográfico,
valiéndose de cuadros sinópticos. El primer cuadro era "fisionómico", y alcanzaba sólo a
las nociones; el segundo era "fisiográfico", destinado a proporcionar el conocimiento; el
tercero era "fisiológico" o de la ciencia, y el cuarto representaba lo "económico", es
decir, la filosofía.

En 1834 publicó Luces y virtudes sociales, obra acabada de su gran proyecto de


instrucción. Desgraciadamente, su suerte se vio teñida una vez más por la fatalidad: el
terremoto de Concepción de 1835 acabó con todo, incluyendo la estancia de Simón
Rodríguez en esa ciudad; "en América no sirvo para nada", exclamaría. Se marchó a
Santiago de Chile y protagonizó un maravilloso encuentro con Andrés Bello, del cual
brotaría parte del impulso de la universidad fundada por el insigne humanista.

Partió luego a Valparaíso, ciudad en la cual también se dedicó a la enseñanza, utilizando


un método bastante original para la época: en la clase de anatomía, se desnudaba y
caminaba por el salón para que los alumnos "tuvieran una idea del cuerpo humano". Por
supuesto, esta didáctica no tuvo larga vida. La sociedad comenzó a rechazarlo; la
población de alumnos descendería rápidamente y él acabaría en la más absoluta miseria.

Así lo encontró el viajero francés Louis-Antoine Vendel-Heyl, a quien diría, casi llorando,
que "ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones y sus
estudios". Como muestra del resquemor que sentía hacia la sociedad que frustró sus
proyectos, en la puerta de la casa de Simón Rodríguez podía leerse un letrero que decía:
"Luces y virtudes americanas, esto es: velas de sebo, paciencia, jabón, resignación, cola
fuerte, amor al trabajo".

Sufriendo el temor de que su obra se perdiera, alrededor de 1842 escribió: "La


experiencia y el estudio me suministran luces, pero necesito un candelero donde
colocarlas: ese candelero es la imprenta. Ando paseando mis manuscritos como los
italianos sus Titirimundis. Soy viejo y, aunque robusto, temo dejar, de un día para otro,
un baúl lleno de ideas para pasto de un gacetillero que no las entienda. Si muriera, yo
habría perdido un poco de gloria, pero los americanos habrían perdido algo más".

Reeditó la obra Sociedades americanas y, sin más, marchó rumbo al Ecuador. En el camino
se detuvo en Paita y visitó a la amante de Bolívar, Manuela Sáenz, que se encontraba
retirada en esa ciudad. En Latacunga fue acogido por un sacerdote, el doctor Vésquez,
quien se empeñaba en que don Simón fuera maestro en el Colegio de San Vicente. A pesar
de la insistencia del maestro en dedicarse a la agricultura, terminó siendo profesor de
botánica de esa institución.

Paralelamente, y en forma coherente con su visión de las cosas, fundó en esa ciudad una
fábrica de pólvora y al mismo tiempo publicó un folleto sobre la Fabricación de pólvora y
armas con otras enseñanzas generales, en cuyo preámbulo se puede leer: "la pólvora es
aquí el pretexto para tratar de la educación del pueblo". Posteriormente partió a Quito y
fundó otra fábrica de velas; luego marchó a Ibarra, a Colombia, y regresó nuevamente a
Quito en el año 1853.

Tenía 82 años y conservaba aún un aspecto atlético. Dictó una conferencia que
sorprendió al público por sus experiencias y por sus amores tórridos e hijos dejados por
el mundo, al igual que por sus ideas. Finalmente, en 1853, a pesar de haber manifestado
su intención de volver a Europa con la ilusión de que allí todavía se podía "hacer algo", se
trasladó a Amotate, ciudad peruana en la que falleció el 28 de febrero de 1854, a los 83
años de edad.

La obra de Simón Rodríguez

Guiado por la idea de que sólo a través de la educación popular se garantizaría la


verdadera fortaleza y prosperidad de las nuevas repúblicas, Simón Rodríguez trazó un
proyecto pedagógico de una originalidad indiscutible. En Rodríguez se fundían de manera
extraordinaria el educador, el hombre de ideas y el escritor. Sus páginas son fascinantes
no sólo por la consistencia de sus ideas y la alta temperatura pasional que les imprime,
sino también por el indiscutible y original acento de novedad de su escritura. Ello se
manifiesta en la particular vivacidad (rasgo inocultablemente americano) que insufla al
castellano, un tanto envarado por siglos de retórica colonial, y en las innovaciones que
introdujo en materia tipográfica.

Pedagogo influido por Jean-Jacques Rousseau y Henri de Saint-Simon, Simón Rodríguez


fue un reformador intuitivo. Maestro de Simón Bolívar, sus inquietudes e ideas
reformadoras influyeron poderosamente en la formación de El Libertador, según él
mismo reconoció. Después del triunfo de Bolívar, Rodríguez fue director e inspector
general de Instrucción Pública y Beneficencia y organizó escuelas, pero su inquietud y su
carácter no lo dejaron nunca asentar, mal que se agravó tras la muerte de Bolívar; el
maestro fue rodando hasta su avanzada ancianidad por Chile, Ecuador, Colombia y Perú.
Simón Rodríguez fue el primero que quiso aplicar en Sudamérica los audaces métodos
educativos que empezaban a utilizarse a comienzos del siglo XIX en Europa, y por todos
los medios trató de imponer en las atrasadas provincias de Bolivia y Colombia las
novedosas y revolucionarias teorías sobre la educación de la infancia. Nutrido en las
ideas de los grandes filósofos franceses del siglo XVIII, fue un espíritu inconforme y
radical. Sus principales textos son El Libertador del Mediodía de América y sus
compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social (1830), Luces y
virtudes sociales (1834) y Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo deberían ser
en los siglos venideros (1828, última edición en 1842).

En El Libertador del Mediodía de América hizo una defensa vigorosa de la figura de


Bolívar y de su actuación en la guerra de Independencia, exponiendo al mismo tiempo
muchas de sus propias ideas sobre la cultura y el destino de los pueblos
hispanoamericanos. Aunque esta obra es muy desigual, y por la premura en que fue
escrita y el temperamento mismo del autor no guarda mucha unidad, resaltan en ella
admirables y audaces pensamientos que hacen de la misma uno de los estudios más
interesantes de la cultura americana del siglo pasado. Otros escritos suyos son El suelo y
sus habitantes, Extracto sucinto sobre la educación republicana, Consejos de amigo
dados al Colegio de Latacunga y Crítica de las providencias del gobierno.

Cómo citar este artículo:


Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Simón Rodríguez». En Biografías y Vidas. La
enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible
en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rodriguez_simon.htm 

Padre de las ideas de


independencia y libertad en
América!!!
Simón Rodríguez inició su vida de  maestro en una escuela de  primeras letras  en
Caracas en 1791. Es conocido en el campo educativo por haber sido el maestro del
Libertador  Simón Bolívar, con quien desarrolló una estrecha y sólida relación.

En su primera experiencia como maestro de  primeras letras, se enfrentó a la


realidad  social y política de las escuelas, situación que lo llevó a presentar el
Proyecto de Reforma de escuelas de Primeras Letras en 1794, bajo el tratado
“Reflexiones  sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras en Caracas
y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento”; inicialmente, el
proyecto fue aprobado y puesto en marcha el 5 de junio de 1795, pero pocos meses
después, el Cabildo dio informe negativo del proyecto y con ello Rodríguez renunció
a la escuela, dejando plasmado su pensamiento crítico sobre el estado de la
educación y nuevas ideas para reformarla.
“El maestro de niños debe ser sabio, ilustrado, filósofo y
comunicativo, porque su oficio es formar hombres para la
sociedad.“
Simón Rodríguez representa el pensamiento ilustrado latinoamericano. La
coherencia interna de sus planteamientos como maestro colonial y como maestro
republicano lo ubica dentro de los grandes pedagogos del siglo XIX. Planteó la
primera escuela como el fundamento del saber y el medio a través del cual los
pueblos lograrían la civilización. Propuso la inclusión social a través de la ‘escuela
para todos’, la formación para el trabajo y la adquisición de nuevos hábitos que
posibilitaran las relaciones sociales propias de un sistema republicano.

Para Simón Rodríguez, la República como “cosa pública”, era el resultado de


múltiples combinaciones donde la educación del hombre estaba en el centro de la
discusión, dada la necesidad de construir nuevas relaciones sociales que exigía el
orden político republicano.

“Acostumbren al niño a ser veraz, fiel, servicial, comedido,


benéfico, agradecido, consecuente, generoso, amable,
diligente, cuidadoso, aseado; a respetar la reputación y a
cumplir con lo que promete. Y déjense las habilidades a su
cargo; él sabrá buscarse maestros, cuando joven”.
Presentó las ideas más democratizadoras de la época de la emancipación y
promovió la escuela pública y la educación popular. Lucho por los derechos de
mujeres, niños e indígenas, impulsando siempre un pensamiento crítico. Consideró a
la sociedad como la “unión íntima”, como la conveniencia generalen el sentido de lo
que conviene a todos; en sus palabras expresó: “Sociedad republicana es la que se
compone de hombres íntimamente unidos, por un común sentir de lo que conviene a
todos. La conveniencia general del nuevo orden político y de la nueva sociedad se
sustentaba en la necesidad de generalizar la educación, como el fundamento
verdadero para obtener la felicidad: lo que convenía a todos era la educación.

La intención pedagógica de su método quedó señalada en Chuquisaca, en el escrito


“El libertador del Mediodía de América” (1830). Planteó que la intención no era llenar
el país de artesanos rivales o miserables, sino instruir y acostumbrar al trabajo, para
hacer hombres útiles, asignarles  tierra y auxiliarlos en su establecimiento; en otras
palabras, se trataba de colonizar al país con sus propios habitantes. De esta manera,
hacía visible a la población que hasta ahora había sido excluida de las políticas de
gobierno y revalorizaba los mal llamados oficios bajos, invitando a la mayoría de los
marginados a aprender bien su labor.

* Al final del artículo podrás ver video!!!


Para Simón  Rodríguez era impensable  una sociedad que no contemplara la
inclusión social y con ella la educación para todos, de esta manera confirió el mismo
nivel  de importancia  a  la educación intelectual como  a la  educación  técnica,
asumiendo que la nueva sociedad requería de ciudadanos instruidos en los oficios y
en las artes como instrumento de revaloración del ciudadano y del lugar que este
podría llegar a ocupar en lo social a través de la formación para el trabajo.

Para él fue sustancial la diferencia entre instruir y educar: Instruir no  es  educar;
ni instrucción puede ser equivalente de  la  educación, aunque instruyendo se
eduque. Lo uno significa conocimiento; lo otro, orientación, criterio, conciencia. Se
educa al instruir,  pero  solo  en  pequeña  parte, con acumular conocimientos
extraños al arte de vivir, nada se ha hecho para formar la conducta social. Mientras
que a la educación la concebía como  conciencia, y  a  la  instrucción como
conocimiento, consideró a la primera como un deber de la política pública y a la
segunda como el medio de lograr su generalización, afirmando que “lo que no es
general, sin excepción, no es verdaderamente público, y lo que no es público no es
social”.

“Enseñen, y tendrán quien sepa; eduquen, y tendrán quien


haga”.
La educación era el mecanismo por el cual las repúblicas podrían llegar a con-
solidarse. Hacía un llamado a los gobiernos liberales para que vieran en la primera
escuela el fundamento del saber y la palanca a través de la cual se levantarían los
pueblos al grado de civilización que el siglo XIX reclamaba. Era menester consolidar
una educación popular o generalizada para que fueran instruidos los que hasta ahora
habían sido excluidos de la educación, haciendo referencia principalmente a los
indios quienes, a su juicio, eran los verdaderos dueños del país.

Consideraba que los maestros de la escuela tendrían ocasión durante todo el día de
instruir a los niños en los preceptos sociales ya que estos eran el objeto principal de
la escuela, además del tiempo que le deberían  dedicar a enseñar a hablar, escribir y
calcular. Para Rodríguez el fin social de la escuela era la sociabilidad, saber las
obligaciones sociales era el primer deber de un republicano.

“El título de maestro no debe darse sino al que sabe enseñar,


esto es al que enseña a aprender; no al que manda aprender o
indica lo que se ha de aprender, ni al que aconseja que se
aprenda. El maestro que sabe dar las primeras instrucciones,
sigue enseñando virtualmente todo lo que se aprende después,
porque enseñó a aprender”.
La obra educativa de Simón Rodríguez plantea la nueva educación como el camino
fundamental para superar la condición colonial en todo lo que ella significaba de
atraso, exclusión, marginación e ignorancia y así poder asumir la nueva condición
republicana. Su primera experiencia como maestro de primeras letras en Caracas, le
permitió ver el estado de postración de la educación colonial. Es allí donde comienza
su reflexión y su acción en torno a lo educativo, actividad que no abandonó hasta el
momento de su muerte.

El hecho de ser un pedagogo que vivió la transición de la vida colonial a la


republicana, lo puso de manera privilegiada en la comprensión del cambio social de
la época, y en la importancia que le dio a la educación para lograr las
transformaciones propuestas.

“Toca a los maestros hacer conocer a los niños el valor del


trabajo, para que sepan apreciar el valor de las cosas“.
Para dar cierre a este recorrido, Simón Rodríguez (Simón Narciso de Jesús Carreño
Rodríguez) o Samuel Robinson, como era conocido en el exilio, ha sido el padre de
las ideas de independencia y libertad en América, pues fue el maestro de Simón
Bolívar; a quien le inculcó una educación general basada en ideas de igualdad e
independencia para los ciudadanos y el contine

Fuente: Pensamiento de Simón Rodríguez: la educación como proyecto de inclusión


social. Bárbara García Sánchez.

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