Está en la página 1de 15

13 La tragedia de rechazar la revelación completa-Segunda parte

(6:1-8)
Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la
perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras
muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de
la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos, si Dios en verdad
lo permite. Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron
del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron
de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra
vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo
de Dios y exponiéndole a vituperio. Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas
veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es
labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es
reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada. (6:1 8)
Usted puede ir al templo por años y oír el evangelio una y otra vez, incluso ser miembro
fiel de la iglesia, y nunca aceptar de verdad a Jesucristo. A esa clase de persona va dirigido
este mensaje. El escritor se dirige específicamente a judíos que habían oído el evangelio
pero no habían aceptado a Cristo como Salvador y Señor, sin embargo, la advertencia se
aplica a cualquiera, sea judío o gentil. Todos los que conocen la verdad de la gracia
salvadora de Dios en Jesucristo, los que quizás la han visto cambiar las vidas de muchos
de sus amigos y familiares, los que tal vez hasta hayan hecho la confesión de fe en Él, y,
no obstante, se hayan dado la vuelta y se alejan en lugar de aceptarla completamente,
reciben la advertencia más severa. El rechazo persistente de Cristo puede resultar en que
aquellas personas pasen el punto de no retorno espiritual y pierdan para siempre la
oportunidad de la salvación. Eso es lo que siempre ocurre con quien es indeciso. A la
larga, termina siguiendo su corazón malvado de incredulidad y le da la espalda por
siempre al Dios vivo.
Tales personas suelen haber abrazado una forma de cristianismo, pero no tienen su
realidad. Jesús dice de ellos: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me
dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mt. 7:21-23). Ese es el asunto
aquí en la declaración en paréntesis del escritor de Hebreos a los incrédulos.
A diferencia de los cuchillos, la verdad se vuelve más aguda con el uso, que en el caso de
la verdad es aceptación y obediencia. Una verdad oída pero no aceptada ni seguida se
vuelve opaca y carente de significado. Cuanto más la rechacemos, más inmunes nos
hacemos a ella. Por no aceptar el evangelio cuando todavía era noticia nueva, estos judíos
del primer siglo estaban empezando a hacerse indiferentes a él, y se habían vuelto lentos,
negligentes y duros espirituales. No podían acercarse ahora por su cuenta para tomar la
decisión correcta con respecto al evangelio porque no usaron lo que de él sabían. De
hecho, estaban en peligro de tomar la decisión errada por el desespero: darse la vuelta y
regresar al judaísmo por la presión y la persecución.
Esa era la situación que enfrentaban los judíos incrédulos, y es ese el tema de 5:11-14.
Espiritualmente, se estaban haciendo lentos, duros y torpes. La solución la reciben en el
capítulo 6.
Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la
perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras
muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de
la resurrección de los muertos y del juicio eterno. (6:1-2)
Las ideas clave las dan las expresiones dejando y vamos adelante a la perfección, que
son en realidad dos partes de la misma idea. Juntas son el primer paso para que estos judíos
se transformen en maduros espirituales. Tenían que dejar de una vez por todas, sus lazos
con el Antiguo Pacto, con el judaísmo, y aceptar a Jesucristo como Salvador. Debían
hacerlo inmediatamente, sin titubear más. La madurez que trae la salvación no es un
proceso. Es un milagro instantáneo. La madurez de la cual habla este pasaje es dejar el
abecé del Antiguo Pacto para entrar en la revelación y bendición del Nuevo.
En el griego, dejando es aphiēmi, que significa olvidar, dejar de lado, dejar atrás, ignorar,
aplazar. Se refiere al desprendimiento total, a la separación total, de una ubicación o
condición previa. The Expositor's Greek Testament [El Testamento griego del expositor]
traduce Hebreos 6:1 así: "Abandonemos [renunciemos] las enseñanzas elementales sobre
Cristo". Alford comenta: "Por lo tanto... dejando (en el sentido de dejar atrás, de estar
harto; para ir tras otra cosa)".
En 1 Corintios 7, Pablo usa aphiēmi hablando de que los esposos cristianos no deben
abandonar (esto es, separarse) de su cónyuge no creyente. El divorcio es una separación
marital total, el abandono completo de la relación. En relación con el matrimonio está mal,
pero en relación con dejar el judaísmo por Cristo es obligatorio. El judío incrédulo debía
divorciarse completamente de su religión antigua antes de poder recibir la salvación.
La misma palabra griega se suele usar para el perdón de los pecados (como en Mt. 9:2, 5-
6; Rom. 4:7 y Stg. 5:15). Cuando recibimos el perdón, nuestros pecados quedan atrás de
nosotros, separados de nosotros, divorciados de nosotros. En Mateo 15:14 se usa el mismo
término para hablar de alejarnos de los falsos maestros, y en Marcos 1:20 se usa cuando
Jacobo y Juan dejaron a Zebedeo, su padre, para seguir a Jesús. En lo concerniente a sus
vidas laborales, ellos abandonaron a su padre, se separaron completamente de él y de su
negocio de pesca.
Los rudimentos [principios elementales o básicos] de la doctrina de Cristo (el Mesías)
que debían dejar los judíos incrédulos eran las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre
Él, otra indicación de que no está hablándoles a cristianos inmaduros ("niños"). Nunca
debemos dejar las enseñanzas básicas y elementales del evangelio, no importa cuánto
maduremos en la fe. Debe recordarse que el asunto aquí no es la madurez espiritual como
cristiano, sino empezar la primera etapa de la madurez espiritual haciéndose cristiano.
Tiene que ver con soltar algo a lo cual nos hemos estado aferrando, dejarlo, hacerlo de
lado, para tomar algo completamente nuevo. Por tanto, solamente puede tratarse de una
referencia a los incrédulos, porque en ninguna parte sugiere la Palabra de Dios que el
cristiano deje las enseñanzas básicas del cristianismo para ir tras algo más.
Lo que se debe soltar son las provisiones y principios del Antiguo Pacto, del judaísmo.
No es cuestión de añadir a lo que se tiene. Es cuestión de abandonar lo que tiene para
cambiarlo por algo más. Es esto precisamente lo que el Espíritu Santo les pedía a los
hebreos: abandonar las sombras, los estereotipos, los dibujos y los sacrificios de la antigua
economía para entrar a la realidad del Nuevo Pacto en Jesucristo. Se podría parafrasear
así: "Dejen de mirar los dibujos del Mesías y acérquense al Mesías de verdad" o "Suelten
el Antiguo Pacto y acepten el Nuevo".
CARACTERÍSTICAS INCOMPLETAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
El fundamento del Antiguo Pacto tenía seis características que se señalan en los
versículos 1-2. Estas son: —el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, —
de la fe en Dios, —de la doctrina de bautismos, —de la imposición de manos, —de la
resurrección de los muertos y —del juicio eterno. A diferencia de cómo se suelen
interpretar, estas no son verdades cristianas que hay que abandonar para poder ir a la
madurez. Son conceptos del Antiguo Testamento. Para ser precisos, apuntaban al
evangelio, pero como tales no son parte del evangelio.
ARREPENTIMIENTO DE OBRAS MUERTAS
El arrepentimiento de obras muertas es alejarse de las malas acciones, acciones que llevan
a la muerte. "Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la
becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más
la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha
a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?"
(He. 9:13-14). Ezequiel dijo: "El alma que pecare, esa morirá" (18:4). En el Nuevo
Testamento esta verdad se expresa así: "La paga del pecado es muerte" (Rom. 6:23). El
Antiguo Testamento enseñaba que el ser humano debe arrepentirse y darle la espalda a las
malas obras que lo conducían a la muerte. Pero este modelo del Antiguo Testamento es
sólo la primera parte del arrepentimiento. Los hombres sólo sabían que debían darle la
espalda a las malas obras y mirar a Dios. Esa era toda la doctrina que conocían.
En la predicación de Juan el Bautista, incluso al comienzo del ministerio de Jesús, el
mensaje básico era: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt. 3:2;
4:17). Solamente se predicaba el arrepentimiento. Darle la espalda al pecado y mirar a
Dios. Pero la doctrina del arrepentimiento maduró, se completó, en Jesucristo. Pablo les
recuerda a los ancianos de la iglesia de Éfeso que deben testificar "a gentiles acerca del
arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch. 20:21). Pablo,
en su defensa ante el rey Agripa, mencionó que anunció el evangelio "primeramente a los
que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se
arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento" (26:20).
Pero procedió a explicar que el objeto de su mensaje era Jesucristo y su obra de salvación
(v. 23). No servía para nada el sólo hecho de alejarse de las malas obras y mirar hacia
Dios. Nadie se puede acercar a Dios sino por medio de Jesucristo.
Ahora que el Nuevo Pacto está vigente, el arrepentimiento carece de significado sin la fe
en Jesucristo. Jesús dijo: "Nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 14:6). Quien busque
arrepentirse de sus pecados y acercarse a Dios sin consideración de Cristo no alcanzará
nunca a Dios, sin importar cuan sincero sea. Jesucristo es el único camino a Dios que el
mismo Dios ha proporcionado.
Arrepentirse de las obras muertas no es más que darle la espalda al pecado, y esa es una
verdad importante y maravillosa del Antiguo Testamento. Pero eso no es todo. Sólo se
cumple, se hace eficaz, cuando una persona llega a Jesucristo en fe. El manejo incompleto
del pecado se debe reemplazar con el manejo completo.
FE EN DIOS
El significado de la fe en Dios ya se tocó. Hoy día, no sirve para nada tener fe en Dios si
no se tiene fe en su Hijo, Jesucristo, quien es el único camino a Dios. Pedro dijo:
"Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de
los pecados" (Hch. 2:38). No existe un arrepentimiento aceptable sin fe en Cristo. El único
"arrepentimiento para vida" está relacionado con creer en Jesucristo (Hch. 11:17-18). La
única fe aceptable ahora es la fe en Dios Hijo. No hay camino al Padre sino por el Hijo.
El Antiguo Testamento enseñó el arrepentimiento de obras muertas y la fe en Dios. El
Nuevo Testamento enseña el arrepentimiento por la fe en el Señor Jesucristo, el único
camino a Dios. La distinción es clara. Los judíos a los cuales esta carta iba dirigida creían
en Dios, pero no eran salvos. Su arrepentimiento de obras y su fe en Dios, no importa cuán
sincera fuese, no los podía acercar a Dios sin Cristo. "En ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos"
(Hch. 4:12).
INSTRUCCIÓN SOBRE LOS LAVAMIENTOS
La traducción de "doctrina de bautismos" en la mayoría de las versiones se puede prestar
a confusión, especialmente porque en todo el resto del libro, inclusive en Hebreos 9:10,
la misma palabra griega (baptismos) se traduce abluciones [Nota: otras traducciones lo
indican como "ceremonias de purificación"]. No es baptizō, la palabra que siempre se usa
para la ordenanza del bautismo. Parece que los traductores parten del supuesto que este
pasaje se dirige a cristianos, en cuyo caso la palabra "bautismos" podría ser apropiada.
Pero el uso aquí de baptismos, en lugar de baptizō, es otro indicador fuerte de que el pasaje
no va dirigido a cristianos.
Todos los judíos tenían a la entrada de su casa un lavabo para que los familiares y
visitantes lo usaran en las purificaciones ceremoniales, que eran muchas. Lo que se les
pide a los lectores es que abandonen y olviden esos lavamientos. Hasta el Antiguo
Testamento predecía que algún día un lavamiento espiritual dado directamente por Dios
reemplazaría las ceremonias de purificación: "Esparciré sobre vosotros agua limpia, y
seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré"
(Ez. 36:25). Las purificaciones antiguas eran múltiples, físicas, simbólicas y temporales;
la purificación nueva es de una única vez, espiritual, real y permanente. Es el "lavamiento
de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:5b). Es haber nacido
(regeneración) del agua y del espíritu que, como le dijo Jesús a Nicodemo, eran necesarios
para entrar al reino (Jn. 3:5).
IMPOSICIÓN DE MANOS
Esta imposición de manos no tiene nada que ver con las prácticas apostólicas (Hch. 5:18;
6:6; 8:17; 1 Ti. 4:14; etc.). Bajo el Antiguo Pacto, quien ofrecía un sacrificio debía poner
sus manos sobre él para simbolizar que se identificaba con el sacrificio (Lv. 1:4; 3:8,13).
Nuestra identificación con Jesucristo no procede de poner nuestras manos sobre Él;
procede del bautismo del Espíritu en unión con Él por la fe. El escritor les dice a estos
judíos inmaduros: "Olvídense de las enseñanzas sobre la imposición de manos en los
sacrificios del templo. Afórrense a Cristo poniendo su esperanza en Él".
RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
La doctrina de la resurrección en el Antiguo Testamento no es clara o completa.
Aprendemos que hay vida después de la muerte, que hay recompensas para los buenos y
castigo para los impíos —y no hay mucho más allá que eso sobre la resurrección. Por
ejemplo, de Job aprendemos que la resurrección será corporal, no solamente espiritual
(Job 19:26). No hay mucho más que podamos aprender sobre el tema en el Antiguo
Testamento. Por supuesto, en el Nuevo Testamento la resurrección es una de las doctrinas
principales y más detalladas. Es el tema principal de la predicación apostólica. El asunto
se completó en Jesucristo, que dijo: "Yo soy la resurrección y la vida" Jn. 11:25). La
resurrección del cuerpo se describe con bastante detalle en 1 Corintios 15; y en 1 Juan 3:2
se nos dice: "Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es". ¿Por qué habría
alguien de contentarse con el intento de entender la resurrección desde las enseñanzas
limitadas y vagas del Antiguo Testamento?
JUICIO ETERNO
Pocas cosas adicionales a lo dicho en Eclesiastés podemos aprender del Antiguo
Testamento sobre el juicio final: "Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con
toda cosa encubierta, sea buena o sea mala" (12:14). El castigo vendría sobre los impíos
y la bendición sobre los buenos.
Sin embargo, una vez más, el Nuevo Testamento nos dice muchas cosas sobre el juicio
eterno, mucho más de lo que las personas quieren oír. Sabemos qué va a sucederles a los
creyentes: "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8:1).
Tendremos que comparecer ante el Señor y ver el juicio de nuestras obras —para
recompensa o falta de ella— pero nosotros no estaremos sujetos a juicio (1 Co. 3:12-15).
También sabemos qué les va a suceder a los incrédulos. Sabemos del juicio de las ovejas
y las cabras (Mt. 25:31-46) y del juicio del gran trono blanco (Ap. 20:11-15). Sabemos
que Jesucristo es el responsable de todos los juicios (Jn. 5:21-29). Sabemos esto y mucho
más sobre los juicios por el Nuevo Testamento.
La idea de Hebreos 6:1-2 es sencillamente que los judíos incrédulos deben dejar por
completo las sombras y símbolos elementales e inmaduros del viejo pacto, y aferrarse a
la realidad perfecta y madura del nuevo. El Espíritu Santo los está llamando a dejar los
abecés del arrepentimiento de obras muertas por la enseñanza neotestamentaria sobre
el arrepentimiento con Dios y la nueva vida en Cristo. Dejar los abecés de la fe en Dios
por la fe en Jesucristo. Dejar los abecés de las ceremonias de purificación por la limpieza
del alma a través del Verbo. Dejar los abecés de la imposición de manos en el sacrificio
por aferrarse al Cordero en fe. Dejar los abecés de la resurrección de los muertos por la
resurrección total y gloriosa a la vida. Dejar los abecés del juicio eterno por la verdad
total sobre el juicio y las recompensas como están reveladas en el Nuevo Pacto.
Estas seis doctrinas eran las básicas del judaísmo que había que dejar a un lado, a favor
de las mejores cosas que vendrían en Cristo. El Antiguo Testamento es incompleto. Es
verdadero. Es de Dios. Era una parte necesaria de la revelación y del plan divino de
salvación para el hombre. Pero es sólo una revelación parcial y no es suficiente. El
judaísmo está abrogado. El judaísmo está anulado. Ya no es una expresión válida de
adoración u obediencia a Dios. Debe ser abandonado.
EL PODER
Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite. (6:3)
Interpretar este versículo es difícil, a pesar de su brevedad y su simpleza. Lo miraremos
desde dos ángulos. Algunos intérpretes creen que la primera persona del plural es aquí
una referencia editorial del escritor a sí mismo. Dice él: "E iré y les enseñaré lo que
necesitan saber si Dios me lo permite". Otros creen que el escritor tan sólo busca
identificarse con aquellos a quienes escribe, y dice: "Madurarán si Dios lo permite".
Creo que las dos interpretaciones pueden ser correctas. No son mutuamente excluyentes
y son consecuentes con el resto de Hebreos. El Espíritu Santo debe dar energía a las dos
(si Dios lo permite): tanto el servicio (que el autor vaya a enseñarles) como la salvación
(que los lectores pasen a la madurez espiritual en Cristo), si es que las dos cosas han de
ser eficaces y fructíferas. Todo gira alrededor de lo que Dios permita. La necesidad del
permiso de Dios es la idea central. "No que seamos competentes por nosotros mismos
para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de
Dios" (2 Co. 3:5, cp. Stg. 4:13). "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no
le trajere" (Jn. 6:44). Tanto el maestro como el que busca, han de reconocer la soberanía
de Dios.
CINCO GRANDES VENTAJAS
Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don
celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la
buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero. (6:4-5)
Los hebreos a los que el autor se dirige aquí tienen cinco grandes ventajas, resumidas en
estos dos versículos.
FUERON ILUMINADOS
Primero, debemos notar que este pasaje no hace referencia alguna a la salvación. No hay
mención de la justificación, santificación, nuevo nacimiento o regeneración. Quienes una
vez fueron iluminados no se mencionan nacidos de nuevo, santificados o justificados.
Aquí no se usa nada de la terminología neotestamentaria normal usada para la salvación.
De hecho, ninguno de los términos aquí usados se usa en otra parte del Nuevo Testamento
para referirse a la salvación, y no debe considerarse que los términos de este pasaje aluden
a ella.
La iluminación aquí mencionada tiene que ver con la percepción intelectual de la verdad
bíblica y espiritual. En la LXX, la palabra griega (phōtizō) se traduce varias veces como
"dar luz por el conocimiento o la enseñanza". Significa estar mentalmente consciente de
algo, haber recibido instrucción, estar informado. No tiene ninguna connotación de
respuesta: de aceptación o rechazo, de creer o no creer.
Cuando Jesús fue por primera vez en su ministerio a Galilea, declaró que había venido a
cumplir la profecía de Isaías 9:1-2, que parcialmente dice: "El pueblo asentado en tinieblas
vio gran luz" (Mt. 4:16). Todos los que vieron y oyeron a Jesús vieron esta "gran luz",
pero no todos los que la vieron y la oyeron obtuvieron la salvación. Ver la luz de Dios y
aceptarla no son la misma cosa. Aquellas personas en Galilea, como cualquier otro que
oiga el evangelio, fueron iluminados en una u otra medida; pero, a juzgar por los relatos
bíblicos, pocos creyeron en Jesús. Tenían conocimiento natural, información factual.
Vieron a Cristo, oyeron el mensaje de sus propios labios, vieron sus milagros con sus
propios ojos. Tuvieron la oportunidad como ninguna de ver la verdad de Dios encarnada,
una oportunidad que sólo tuvieron unos pocos miles en la historia. La Luz del evangelio
había irrumpido personalmente en la oscuridad de sus vidas (cp. Jn. 12:35-36). La vida
para ellos nunca podría volver a ser la misma. Sus vidas se vieron afectadas
permanentemente por la impresión indeleble que Jesús debió haber causado en ellos. Sin
embargo, muchos, si no la mayoría, no creyeron en Él (cp. Jn. 12:37-40).
Lo mismo ocurrió con los judíos a quienes estaba dirigido Hebreos 6:1-8. Fueron
iluminados, pero no salvos. En consecuencia, estaban en peligro de perder toda
oportunidad de obtener la salvación para volverse apóstatas. De estas personas habla
Pedro en su segunda carta. "Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las
contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo,
enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el
primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que
después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado" (2
P. 2:20-21). Por la incredulidad, la luz que recibieron para salvarlos se volvió juicio contra
ellos.
GUSTARON DEL DON CELESTIAL
Este grupo, además de haber visto la luz, había gustado del don celestial. El don celestial
podría ser varias cosas. Las Escrituras dicen que el Espíritu Santo es un don celestial, pero
como a Él se le menciona en el siguiente versículo, no considero que ese sea el significado
aquí. Por supuesto, el don celestial más grande es Cristo (el "don inefable" de Dios, 2 Co.
9:15) y la salvación que brindó (Ef. 2:8). La salvación de Cristo es el don supremo
celestial, y sin duda el don al cual se hace aquí referencia.
Sin embargo, ellos no recibieron este don grande. No lo celebraron, solamente lo
degustaron, lo probaron. Ni lo aceptaron ni lo vivieron, solamente lo examinaron. Tal cosa
contrasta con la obra de Jesús por nosotros: habiendo gustado la muerte por todos los
hombres (He. 2:9), la bebió completa.

Jesús dijo a la mujer en el pozo de Jacob: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que
te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva" (Jn. 4:10). Jesús estaba
hablando del don de la salvación, del "agua viva" que lleva a la "vida eterna". Quienes
beban de ella —no la sorban o la degusten, sino la beban— recibirán la salvación. En
Galilea, poco tiempo después, Jesús les dijo a quienes lo oían: "Soy el pan vivo que
descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre" (Jn. 6:51; cp. v.
35). La vida eterna viene de comer, no solamente de gustar, el don de la salvación de Dios
en Cristo. Uno de los ministerios del Espíritu previos a la salvación es dar a quienes no
han recibido la salvación una degustación de las bendiciones de esta. Es parte de su
ministerio de acercar a las personas a Cristo. Pero degustar no es comer. El Espíritu Santo
nos dará una degustación, pero no nos obligará a comer. Dios puso la bendición de la
salvación en los labios de estos judíos del Nuevo Testamento, pero aún no la habían
comido. La degustación vino de lo que habían visto y oído, como muchos han visto el
poder trasformador de Cristo y oído el evangelio.
FUERON PARTÍCIPES DEL ESPÍRITU SANTO
La palabra partícipes (metochos en griego) tiene que ver con asociación, no con posesión.
Estos judíos no habían poseído nunca el Espíritu Santo, simplemente estaban cerca
cuando Él estaba cerca. Es la misma palabra que se usa para los compañeros de los
pescadores en Lucas 5:7 y para Cristo en relación con los ángeles en Hebreos 1:9. Tiene
que ver con participar en asociaciones y acontecimientos comunes. En el contexto de
Hebreos 6:4, se refiere a cualquiera que haya estado donde el Espíritu Santo haya estado
ministrando. Es posible tener asociación con el Espíritu Santo, beneficiarse de lo que hace
y no haber recibido la salvación. Como vimos (2:4), estos judíos habían oído la Palabra,
habían visto y participado de numerosas señales, maravillas, milagros y dones del Espíritu
Santo. Incluso participaron en algunas de esas obras.
La Biblia nunca habla de los cristianos en asociación con el Espíritu Santo. Habla del
Espíritu Santo en ellos.
Sin embargo, aquí hay algunas personas que tan sólo están asociadas con el Espíritu Santo.
Quizás, como la mayoría en las multitudes a las cuales Jesús sanó y alimentó
milagrosamente, fueron partícipes del poder del Espíritu Santo y de sus bendiciones, pero
Él no habitaba en ellos. No poseían al Espíritu Santo ni el Espíritu Santo los poseía a ellos.
GUSTARON DE LA PALABRA DE DIOS
Una vez más, el autor dice que estos lectores gustaron algo de Dios, esta vez es su
palabra. El término griego para palabra aquí (rhēma, que enfatiza las partes en lugar del
todo) no es usual (logos) para referirse a la Palabra de Dios, pero se ajusta a su significado
en este contexto. Como ocurrió con los dones celestiales, habían oído hablar a Dios y
habían probado sus palabras y las habían degustado, sin comerlas de verdad. Se les había
enseñado sobre Dios. Sin duda, asistían regularmente a la iglesia. Quizás oyeran con
atención y pensaran en detalle lo que oían. Lo absorbían todo, posiblemente con
entusiasmo y aprecio. Pero no podían decir con Jeremías: "Fueron halladas tus palabras,
y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón" (Jer. 15:16). La
degustaron, pero no la probaron, como la nación a la cual habló Jeremías.
Herodes era así. A pesar del mensaje fuerte del profeta, inclusive acusaciones directas al
rey, Herodes disfrutaba la predicación de Juan el Bautista (Mr. 6:20). Estaba perplejo y
fascinado por este dinámico predicador. Le gustaba probar el mensaje de Dios. Pero
cuando estuvo presionado a decidir, se olvidó del hombre de Dios y del mensaje de Dios.
De mala gana, pero por su propia voluntad, accedió a decapitar a Juan. Haber degustado
la Palabra de Dios sólo lo hizo más culpable.
Degustar es el primer paso para comer. No está mal degustar la Palabra de Dios. De hecho.
David promueve hacerlo: "Gustad, y ved que es bueno Jehová" (Sal. 34:8). Todo el mundo
debe probar el evangelio en algún grado antes de aceptarlo. El problema es quedarse sólo
con probarlo. Como muchos de los que oyen el evangelio por primera vez, estos judíos se
sintieron atraídos por su belleza y dulzura. Les supo muy bien. Pero no lo mascaron ni lo
tragaron, mucho menos lo digirieron. Se quedaron en la degustación. Antes de que pasara
mucho tiempo, su buen sabor ya había pasado y ellos se volvieron indiferentes. Sus papilas
gustativas se volvieron insensibles y dejaron de responder.
Cualquiera que haya oído el evangelio y quizás hasta haya hecho una confesión de Cristo,
pero que no esté seguro de su salvación, debe prestar atención al consejo de Pablo:
"Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos" (2 Co. 13:5).
Una persona así necesita saber si sólo probó el evangelio, pero no lo comió.
GUSTARON LOS PODERES DEL SIGLO VENIDERO
El siglo venidero es el reino futuro de Dios. Los poderes del reino son los poderes
milagrosos. Estos judíos habían visto la misma clase de milagros que ocurrirán cuando
Jesús traiga su reino terrenal. Los gustaron. Vieron a los apóstoles hacer señales y
prodigios como los que se producirán en el reino milenial de Jesucristo. Vieron milagro
tras milagro. Y cuanto más veían y probaban sin recibir, más culpables se hacían. Eran
como quienes vieron a Jesús obrar milagros. ¡Cuán difícil es explicar el odio y la
incredulidad de quienes vieron a Lázaro resucitado, quienes vieron que a los ciegos les
volvía la visión y quienes vieron hablar a los mudos, y aun así rechazaban a quien realizó
estas maravillas delante de sus ojos! ¡Cuán culpables serán ante Dios en el juicio del gran
trono blanco!
Tales judíos habían tenido la bendición maravillosa de la iluminación divina; de la
asociación con el Espíritu Santo; de haber gustado los dones celestiales, su Palabra y su
poder. Y sin embargo no creían.
LA CUARTA ADVERTENCIA
Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don
celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la
buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de
Dios y exponiéndole a vituperio. (6:4-6)
El Espíritu Santo, todavía hablando a quienes han oído la verdad y la han reconocido, pero
han dudado en aceptar a Cristo, les da una cuarta advertencia, el punto crucial de 6:1 8.
La advertencia, resumida, es esta: "Mejor acérquense a Cristo ahora, porque si se alejan
será imposible que vuelvan al punto de arrepentimiento". Estaban en el mejor punto para
arrepentirse: —plenos de conocimiento. Retroceder de esa posición sería fatal.
Muchos intérpretes afirman que el pasaje enseña que la salvación puede perderse porque
creen que la advertencia está dirigida a los cristianos. Sin embargo, si esta interpretación
fuera cierta, el pasaje también enseñaría que, una vez perdida, la salvación no se puede
obtener de nuevo. Si, alguien pierde la salvación después de salvo, quedaría condenado
para siempre. No habría un vaivén, dentro y fuera de la gracia. Pero el pasaje no habla a
los cristianos y lo que se puede perder es la oportunidad de recibir la salvación, no la
salvación como tal.
El creyente no necesita asustarse con perder la salvación. No puede perderla. La Biblia es
absolutamente clara en esto. Jesús dijo: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de
mi Padre" (Jn. 10:27-29). Pablo es igualmente claro: "¿Quién nos separará del amor de
Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o
espada?... Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro" (Rom. 8:35, 38-39). "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará
hasta el día de Jesucristo" (Fil. 1:6). Vamos a obtener "una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para [nosotros], que [somos]
guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está
preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" (1 P. 1:4-5). Si el poder de Dios no
puede retenernos, no hay nada confiable, en lo cual podamos creer o en lo cual podamos
depender. El cristiano no tiene ninguna razón en ningún momento de su vida para creer
que puede perder su salvación. Si por la muerte de Cristo podemos obtener la salvación,
ciertamente por su vida de poder e intercesión podemos mantener esa salvación (Rom.
5:10).
Los incrédulos sí están en riesgo de perder la salvación, en el sentido de perder la
oportunidad de siquiera recibirla. Los judíos incrédulos estaban en grave peligro de
retornar al judaísmo y no estar nunca en capacidad de arrepentirse y llegar a Cristo, por
su inmadurez y torpeza espiritual. Se perderían para siempre porque habían rechazado, en
el momento más vital de conocimiento y convicción, el único evangelio que podía
salvarlos. No hay otro mensaje de salvación que pudieran oír, no hay otra evidencia de la
verdad del evangelio que no hubieran visto.
Estos judíos, en particular, habían oído la predicación de los apóstoles y los habían visto
realizar señales, prodigios y milagros (He. 2:4). Habían tenido el privilegio de contemplar
prácticamente todas las manifestaciones de la Palabra y poder salvadores que Dios podría
dar. Lo habían oído todo, lo habían visto todo. Incluso lo habían aceptado todo
intelectualmente. Quien esté así de informado, quien haya atestiguado tantas cosas, quien
haya tenido tan grande bendición de conocer el evangelio de Dios en cada oportunidad y
quien le dé la espalda —por el judaísmo u otra cosa—, está eternamente perdido. No sólo
rechazan el evangelio, también están crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de
Dios y exponiéndole a vituperio. O pasaban al conocimiento pleno de Dios por medio
de la fe en Cristo o le daban la espalda, haciéndose apóstatas y perdiéndose para siempre.
No había otra alternativa.
Algunos han traducido de 6:4, adunatos (imposible) en 6:6 como "difícil", (6:4, conectado
con 6:5 "sean otra vez renovados [frase que significa imposible, en versiones más
modernas]". Pero es claro, aun de otros pasajes en Hebreos, que esa traducción, [difícil],
no tiene justificación. Es la misma palabra que aparece en 6:18 ("es imposible que Dios
mienta"), en 10:4 ("porque la sangre de los toros y de los machos cabríos "no puede quitar,
[imposible], los pecados"), y en 11:6 ("sin fe es imposible agradar a Dios"). Todos estos
pasajes carecerían de sentido si imposible se cambiara por difícil. No se puede escapar ni
minimizar del fin severo de este peligro.
Una vacuna inmuniza porque ofrece una cantidad muy moderada de una enfermedad. Una
persona que se expone al evangelio puede obtener lo suficiente para inmunizarla de todo
el grueso del asunto. Cuanto más se le resista, con violencia o con decencia, más inmune
a él se vuelve la persona. El sistema espiritual se hace cada vez más insensible y responde
menos. La única esperanza es rechazar aquello a lo cual se está aferrando y recibir a Cristo
sin demora; de otra forma la persona se endurecerá, a menudo sin saberlo, de tal forma
que pierda para siempre su oportunidad.
La palabra renovados quiere decir restaurar, dejar en la condición inicial. La condición
original de estos judíos fue de emoción por el evangelio que recién oían. Era hermoso. Se
habían alejado del judaísmo y estaban al borde del cristianismo, aun del arrepentimiento
evidentemente. Habían dejado sus malos caminos. Habían intentado dejar su pecado.
Habían comenzado a mirar hacia Dios. Habían escalado todo el camino hasta el límite de
la salvación. Dios les había dado toda la revelación que tenía. No había nada más que Él
pudiera decir o hacer. Si se alejaban, lo harían con un corazón malvado de incredulidad y
en contra de la revelación total. Tenían la ventaja de haberse criado bajo el Antiguo Pacto
y habían visto toda la belleza y perfección del nuevo. Si desertaban, si ahora se alejaban
del Dios viviente, no había esperanza de que alguna vez se restauraran al punto inicial en
el que el evangelio estuvo fresco, el sabor del evangelio era dulce y el arrepentimiento era
la respuesta apropiada. Tal vez nunca volvieran a ese punto. Cuando alguien rechaza a
Cristo en la experiencia cumbre del conocimiento y la convicción, tampoco lo va a aceptar
en un nivel menor. De modo que la salvación se vuelve imposible.
No podían regresar porque crucificaron de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y
exponiéndole a vituperio. Aquí para sí mismos simplemente significa que en lo que a
ellos les concernía el Hijo de Dios merecía que se le crucificara. Sin importar qué pudieran
decir de labios para afuera, ahora se ponían del lado de quienes lo crucificaban. Dijeron
en sus corazones: "Ese es el mismo veredicto nuestro". Habían juzgado a Jesucristo y, con
toda la evidencia posible, habían decidido que no era el Mesías verdadero. Se dieron la
vuelta y regresaron al judaísmo. Para ellos, Jesús era un impostor y engañador que recibió
exactamente lo que merecía. Estaban de acuerdo con quienes mataron a Jesús y lo
volvieron a exponer a vituperio. Aquí vituperio connota culpa. Habían declarado
abiertamente que Jesús era culpable, tal como se le acusó.
Cuando alguien ha oído el evangelio y se aleja, hace exactamente lo que estos judíos
hicieron. Aunque nunca tome el martillo y los clavos para clavárselos físicamente a Jesús,
está de acuerdo con su crucifixión. Está de parte de los que le crucificaron. Si esto pasa
en plena luz, la persona se ha convertido en apóstata y la salvación siempre estará por
fuera de su alcance. Ha rechazado a Jesucristo a plena luz y poder de su evangelio. Está
incurablemente en contra de Dios y el infierno más ardiente le espera. Toma su lugar con
Judas, quien caminó, habló y comió con el Dios encarnado pero finalmente lo rechazó.
"¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere
por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de
gracia?" (He. 10:29).
Es engañarse a sí mismo de forma muy peligrosa creer que se está seguro por estar en la
orilla, por diferir la decisión, por considerarse tolerante del evangelio sólo por no
oponérsele externamente. Cuanto más tiempo permanezca alguien en la orilla, más se
inclinará a su vida anterior. Quedarse ahí parado por mucho tiempo resulta
inevitablemente en desertar del evangelio para siempre. Puede que no sea una decisión
consciente contra Cristo. Pero es una decisión y es contra Cristo. Cuando a plena luz
alguien se aleja de Él, vuelve a crucificarlo, en su propio corazón, y se ubica por siempre
fuera del alcance del Señor. ¡Cuán terrible es rechazar a Jesucristo!
Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba
provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la
que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin
es el ser quemada. (6:7-8)
¿Ve usted la ilustración? Todos los que oyen el evangelio son como la tierra. La lluvia
cae, la persona oyó el evangelio. La semilla del evangelio queda allí plantada, recibe
alimento y crece. Algo de lo que crece es hermoso, bueno y productivo. Es la parte que
está plantada, arraigada y alimentada por Dios. Pero otra parte del crecimiento es falso,
espurio y no es provechoso. Proviene de la misma raíz, se ha alimentado del mismo suelo
y de la misma agua, pero se torna espinoso, destructivo y queda reprobada. Ha rechazado
la vida que se le ofreció y sólo sirve para ser quemada.

También podría gustarte