Está en la página 1de 11

Opinión

Observaciones desde la
Historia
https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/historia/observaciones-
historia_0_u9ivo2edBt.html

El historiador y ensayista José Carlos Chiaramonte


propone una revisión sobre los modelos de resolución
de conflictos internacionales, a la luz de la invasión rusa
sobre Ucrania.

Imagen del 2 de marzo de 2022 del resultado de la votación de un proyecto de


resolución de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
sobre Ucrania. (Xinhua/Wang Ying)
José Carlos Chiaramonte
En los análisis de los conflictos internacionales,
especialmente los de las guerras, por útiles y necesarias que
sean la evaluación de sus causas, de las responsabilidades de
los países implicados y de otros factores que les conciernen,
se puede omitir un problema básico, la inexistencia de un
poder político superior que arbitre entre las partes, tal
como lo es el Estado en cada país. A menudo parecería
haberse impuesto una resignación ante el fracaso de
las Naciones Unidas para cumplir ese papel y,
consiguientemente, haberse abandonado la persecución de
ese objetivo.

El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, se dirige con un mensaje


de vídeo pregrabado a la Conferencia de Desarme en Ginebra, Suiza, el 1 de marzo
de 2022. EFE/EPA/FABRICE COFFRINI / POOL
Muchos conflictos armados, o la guerra actual entre Rusia
y Ucrania, por ejemplo, son partes de ese problema
mayor, del que depende la seguridad internacional en los
próximos tiempos: el del control de la autoridad
internacional que, de haberse considerado como destinada a
ser ejercida por un organismo, la ONU, al finalizar la segunda
guerra mundial quedó de hecho en manos de un solo país –
hoy diríamos tres–, con los enormes riesgos que ello implica.
Un importante politólogo del siglo XX explicó el significado
de esta omisión con palabras que merecen comentarse. Se
trata de Norberto Bobbio que, en su Autobiografía,
resumió el problema con suma claridad, recordando el
fracaso de la Sociedad de las Naciones y de su sucesora, la
Organización las Naciones Unidas. “Estamos en la situación –
lamentaba Bobbio– de que el supremo poder internacional es
ejercido por una de las partes y las Naciones Unidas
aparecen totalmente desautorizadas, y por ende privadas
de su razón de existir”.

Los estados y el poder

Si se repasa la historia del surgimiento de los Estados


nacionales se verá que tiene similitudes con la situación a la
que nos enfrentamos, pero con resultado exitoso: la
construcción de un poder central capaz de imponerse a
los “poderes intermedios” –ciudades, provincias,
corporaciones– cuyos conflictos comprometían el orden
social.
Independientemente de los diversos grados de consenso y de
violencia que llevaron a la formación de cada uno de esos
Estados, su legitimidad –esto es, la legitimidad de su
“monopolio de la violencia”– es base del orden social
interno, ese orden que no existe en el plano internacional y
que reclama algún tipo de solución similar a la lograda en el
plano interno de cada nación. De alguna manera, la apología
de la democracia, concepto vinculado estrechamente al tipo
de orden social de gran parte de los Estados occidentales,
hace más aberrante el actual ejercicio del poder en lo
internacional.
Escribía el politólogo Norberto Bobbio que “...en el proceso
iniciado a finales del XVIII para superar la soberanía del
Estado nacional con una gradual intensificación de los
acuerdos internacionales” se ha producido un retroceso en
los últimos tiempos. La paz entre dos contendientes,
agregaba, puede obtenerse ya sea con la victoria de uno
sobre el otro, o con la intervención de un tercero super
partes.
El politólogo Norberto Bobbio, en un retrato de 1986.
Y añadía que, en el plano interno de un Estado, el primer
camino equivale a una solución despótica, mientras que
el otro es propio de los sistemas democráticos. Y concluía
que en el orden internacional esa solución democrática no se
ha logrado pues el organismo que debía cumplir esa función
de autoridad superior a las partes en conflicto, las Naciones
Unidas, no ha podido cumplir ese objetivo.
Al continuar con el análisis de la situación internacional de
las últimas décadas, Bobbio comentaba el criterio de Luigi
Einaudi –el destacado político italiano, presidente de la
República entre 1948 y 1955, que intentó impulsar una
federación europea–. Ante el fracaso de la Sociedad de las
Naciones, Einaudi argüía que las relaciones del tipo
confederal no eran adecuadas para afrontar los conflictos
entre Estados nacionales pues el organismo superior, en ese
tipo de relación entre Estados, carecía de la autoridad
necesaria.
La solución para la comunidad europea –sostenía Einaudi–
debía lograrse al estilo de la adoptada por los Estados
Unidos de Norteamérica a fines del siglo XVIII, al
reemplazar el Acta de Confederación por la Constitución de
Filadelfia. Esto es, una relación del tipo de Estado Federal
para reunir a los Estados europeos bajo una autoridad estatal
capaz de cumplir esa función de arbitraje.
El proceso de constitución de la Unión Europea parecía
destinado a cumplir el objetivo deseado por Einaudi, hasta
que el rechazo de algunos países al proyecto de constitución
elaborado en 2004 hizo fracasar un paso decisivo en pos de
ese objetivo. De tal manera, es de observar que, si bien
la UE no parece asimilable a una confederación, es en
cambio claramente ajena a la índole de un Estado
federal, dado que sus componentes no han perdido la calidad
de Estados independientes.

Europa no es el mundo

Pero la referencia al criterio de Einaudi cambia


inadvertidamente las dimensiones del problema, pues una
cosa es el problema de construcción de una autoridad
supranacional en Europa y otra a escala mundial, dada la
existencia de tres grandes potencias poco dispuestas a poner
en otras manos su interpretación del problema de la
seguridad internacional.
Sin embargo, pensar en la constitución de un poder
internacional que cumpla las mismas funciones que los
Estados actuales cumplen en cada país, ¿no sería una
ingenua utopía? ¿Podemos imaginar a las tres grandes
potencias actuales sometiéndose a tal limitación de su
soberanía, compartiendo las mismas regulaciones
constitucionales que cualquier otro país, sin consideración a
las diferencias de tamaño y de poder?
Imagen del 25 de febrero de 2022 del Consejo de Seguridad de la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), votando en un proyecto de resolución sobre Ucrania, en
la sede de la ONU, en Nueva York. (Xinhua/Xie E) (rtg) (da)
Si recurrimos a la historia de la formación de los actuales
estados nacionales encontramos también la reunión de
entidades de muy diverso tamaño y poder, como lo eran en
1787 las fuertes desigualdades entre las reunidas en
Filadelfia, desde Massachusetts o Virginia a Nueva Jersey y
Delaware, por ejemplo. Y, en la Argentina de 1853, las de
Buenos Aires con las demás provincias.

Pero, claro está, las dimensiones del poder de las actuales


grandes potencias, sobre todo en armamentos, no es
equiparable al de Massachusetts o Buenos Aires en el
pasado. El objetivo de organizar un poder supra partes como
reclamaba Bobbio parecería ilusorio. Aunque, así como el
poder atómico fue contenido por el temor a sus
consecuencias podría pensarse en que la magnitud de los
conflictos actuales y el temor siempre presente a las
consecuencias de una guerra atómica, pudiese impulsar las
cosas en aquella dirección.
De tal manera, el único camino para evitar los conflictos
internacionales es, en sustancia, similar al adoptado para
evitar los conflictos de intereses dentro de cada país. En la
filosofía política de Hobbes, recuerda Bobbio, mientras los
hombres permanecían en el estado natural, estaban en
guerra entre sí: homo homini lupus. Pero también los
Estados, para Hobbes, en el estado natural, son los príncipes
del lobo.
Por lo tanto, “…no hay paz ni entre los individuos ni entre
los Estados a menos que los hombres o los Estados creen
una potencia tan superior a cada uno de ellos, sean
individuos o Estados, que les impida vencer recíprocamente.”
Si este camino resulta inviable, son de prever la repetición de
sucesos como la guerra Rusia-Ucrania, y las peores
dimensiones que podrían adoptar esos conflictos solo serían
evitadas, quizás, por el “terror atómico”.
Por eso, como decía al comienzo, el análisis de los conflictos
entre Estados no es suficiente mientras no se contemple su
dimensión superior, examinando la posibilidad de que la
ONU, o un nuevo organismo, adquiera esa dimensión que
hasta ahora parece inalcanzable.
José Carlos Chiaramonte (Arroyo Seco, 1931) es historiador y ensayista. Foto
Gerardo Dell'Oro
José Carlos Chiaramonte (Arroyo Seco, 1931) es
historiador y ensayista. Fue director del Instituto de
Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”
de la Universidad de Buenos Aires.

Mirá también
De palabras genéricas, multiuso y vacías en el discurso
científico, según Chiaramonte
Mirá también
Acerca del vocablo populismo y su recorrido histórico

También podría gustarte