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Ensayo sobre la visita al Museo Nacional de Antropología e Historia

Aguila pinzón Emanuel

Al llegar, en lo que parecía ser una larga trayectoria lineal y vacua desde la puerta de acceso
del Museo Nacional de Antropología e Historia, he fijado mi atención, en primera instancia, en
los detalles arquitectónicos colocados como celosías en un nivel alto, dirigiendo y preparando
mi atención para ver el famosísimo

“paraguas” monumental en la parte central de la composición

Espacial del museo.Habiendo pasado hacia el patio interior donde el espacio contenía mi visión
con un cuadro que seformaba con los bordes de cada una de las salas y del techo de la
estructura monumental, mireespectacularmente el cielo azul brillante donde el aire rebozaba,
tratando de comprender porquelas personas no se detenían a mirar tal grandioso paisaje móvil
y, al mismo tiempo, recordando pordebajo, el origen de la vida en la actual Ciudad de México,
donde el agua y la piedra simbolizaban lavida sobre el lago en la antigua Tenochtitlan.He visto
un sinfín de piezas con naturalidad simple, antigua y de valor idiosincrático. Sin embargouna
llamo mi atención sobresalientemente por encima de ellas, una pieza ubicada justo en el
ejeprincipal de la sala mexica donde la piedra del sol remataba visualmente. Esta pieza que
además deun uso funcional para la época, en el postclásico, tiene un carácter escultórico,
quizá monumentalen cierta medida aun a pesar de su pequeño tamaño (pues no alcanza el
metro de altura) si locomparamos con piezas de gran envergadura. Aquella pieza, con la figura
de un jaguar (ocelotl),quien para los mexicas fuera el señor de la noche y nagual del dios
Tezcatlipoca.Este carácter escultórico que llamo mi atención en su composición formal fue
rápido de asimilardebido a su alta condición de representación de fuerza y, en cierto modo, de
miedo, sobre todo alconsiderar el contexto social de esa época. Asimismo, la técnica y el
ingenio con que los antiguospobladores esculpían detalladamente la piedra, moldeando curvas
inmaculadas llenas de vidainmóvil, inerte y materialmente insustanciales. En ella la piedra bien
podría proporcionarle lapersonalidad colosal que he mencionado antes como uno de sus
principales aspectos formales. Laconjunción de símbolos que lleno mi mente de terribles ideas
contenía, también, una historia detrasfondo, tradición y cultura llenas de sangre, sacrificios
humanos, situaciones ambientales queaun sorprendían a los visitantes.Si bien aquella pieza,
que en su interior se decoraba con un altorrelieve de Huitzilopochtli (dios dela guerra), podía
no ser tan admirada como otras, en mi produjo una trivial sensación de asombro,de vida,
incipientemente de belleza, aunado a su intrínseco carácter ambivalente de muerte ybeneficio,
pues el contexto enmarca en si la propia calidad de esta pieza, con que abre la sala mexicaen el
museo, dándonos pauta como principal figura, acondicionando al usuario o visitante a
lasorpresa que le depara el contenido museístico de la sala, presumiendo, al borde de la
enseñanzapopular internacionalizada, el símbolo de identidad mexicano que tanto se buscó
después de laRevolución.

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