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Entre los rivales de España, Inglaterra era el más fuerte. Esta enemistad se había forjado
por más de tres siglos, y la estrategia de la Corona británica apuntaba a la
desestabilización de las colonias españolas, especialmente en América.
Todos estos intentos fueron represados exitosamente, pero en 1655 los ingleses lograron
poner pie en el Caribe apropiándose de Jamaica. Este hecho cambió el ajedrez
geopolítico de la época, otorgándole dominio a Gran Bretaña sobre esta zona, lo que se
traduce en rutas de comercio –legal y de contrabando, incluyendo el de esclavos– y el
acceso a los mercados hispanoamericanos que tan celosamente eran permitidos
únicamente a los comerciantes de Cádiz y Sevilla.
La tensión entre estas monarquías permaneció hasta principios de 1800, pero nunca
implicó un ataque directo ni llegó a tener connotación bélica. No obstante, el nuevo siglo
fue inaugurado con la expansión napoleónica, que para Inglaterra constituía una
verdadera amenaza. Fue así como el carácter frío de la rivalidad entre Gran Bretaña y
España aumentó de temperatura cuando este último decidió aliarse con Francia e
irse de frente en la guerra contra la Corona inglesa, en 1804.
A partir de ese año, Inglaterra empezó a idear seriamente una expedición contra las
colonias españolas en América. Sin embargo, sus planes se frenaron cuando la
autocracia de Napoleón les quitó el poder a los Borbón, la familia real española, para
nombrar como nuevo monarca a su hermano, José I Bonaparte. Este hecho ocasionó una
resistencia en la península ibérica que la Corona británica no dudó en aprovechar para
frenar el avance del nuevo emperador francés.
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SARA VALENTINA QUEVEDO29 de junio 2022, 12:00 A. M.
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Entre los rivales de España, Inglaterra era el más fuerte. Esta enemistad se había
forjado por más de tres siglos, y la estrategia de la Corona británica apuntaba a la
desestabilización de las colonias españolas, especialmente en América.
Todos estos intentos fueron represados exitosamente, pero en 1655 los ingleses
lograron poner pie en el Caribe apropiándose de Jamaica. Este hecho cambió el
ajedrez geopolítico de la época, otorgándole dominio a Gran Bretaña sobre esta
zona, lo que se traduce en rutas de comercio –legal y de contrabando, incluyendo
el de esclavos– y el acceso a los mercados hispanoamericanos que tan
celosamente eran permitidos únicamente a los comerciantes de Cádiz y Sevilla.
A partir de ese año, Inglaterra empezó a idear seriamente una expedición contra
las colonias españolas en América. Sin embargo, sus planes se frenaron cuando
la autocracia de Napoleón les quitó el poder a los Borbón, la familia real española,
para nombrar como nuevo monarca a su hermano, José I Bonaparte. Este hecho
ocasionó una resistencia en la península ibérica que la Corona británica no dudó
en aprovechar para frenar el avance del nuevo emperador francés.
El asedio
En este punto es donde nuevamente Inglaterra toma relevancia, pues la primera
expedición del ejército español para reconquistar América, en cabeza de Pablo
Morillo, había desembarcado en Caracas y se dirigía rumbo a la Nueva
Granada. La amenaza motivó la búsqueda de soluciones entre los republicanos para
poner freno a la tropa; entre ellas, el apoyo internacional, y Gran Bretaña fue la
primera carta que se puso sobre la mesa como posible aliado.
Meses antes, la Corona inglesa había firmado un nuevo acuerdo, con el propio
Fernando VII, en el que reiteraba su neutralidad en el conflicto interno que tenía
Madrid y “se prohibía expresamente que súbditos británicos les suministrasen
armas a los insurgentes hispanoamericanos”, dicta el tratado.
“Los españoles conocían la debilidad de la ciudad: el abasto. Este llegaba por vía
marítima desde el bajo Sinú y las costas de Tolú. Por ello tomaron control de los puertos y
carreteras para impedir que le llegaran suministros de todo tipo. La ciudad usualmente
tenía capacidad para almacenar alimentos por 80 o 100 días, pero llegó el momento en
que se comieron todo lo que había, incluso los animales de granja de los patios de las
casas, y empezaron a morir de hambre”, describe Solano.
En medio del agobio que vivía la ciudad, 48 días después del sitio, el gobernador de
Cartagena, Juan de Dios Amador, quien había firmado el acta de independencia tres años
antes, convocó el 13 de octubre a la legislatura de la provincia a una sesión extraordinaria
para proponer “la única medida capaz de salvarla”: ofrecer a Cartagena bajo el amparo y la
dirección del monarca de la Gran Bretaña.
Como tampoco se tenían resultados de la misión enviada a Jamaica para concretar
apoyo, los legisladores aceptaron por unanimidad la idea del gobernador Amador, quien
fue autorizado –relata Bell Lemus– para hacer “la solemne proclamación de Cartagena de
Indias británica y despachar una nueva delegación para avisarles de esta resolución a las
autoridades de Jamaica a fin de que, considerándose una parte de los dominios de Su
Majestad, imparta a la plaza una poderosa protección”.
El exvicepresidente detalla que, según algunos relatos de la época, “la bandera británica
fue izada en la ciudad y al día siguiente se despachó la comisión”. Sin embargo, como era de
esperarse por los pactos sellados entre Madrid y Londres, las autoridades inglesas de
Jamaica se rehusaron a recibir a los emisarios cartageneros y reiteraron su neutralidad en
el conflicto entre España y sus “colonias”.
Por su parte, para Bell Lemus, “si en el mejor de los casos Cartagena hubiese sido
tomada por la Corona británica, ello supondría que Morillo tendría que haber sido
derrotado militarmente, o que él hubiese desistido de tomarla por la superioridad
inglesa. En todo caso, por supuesto, la historia de la independencia de la Nueva
Granada habría sido otra”.