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Arqueología

Papiro P52, Rylands 457.

La arqueología no presenta evidencias para verificar la existencia de Jesús de Nazaret. La


explicación principal que se da a este hecho es que Jesús no alcanzó mientras vivía una
relevancia suficiente como para dejar constancia en fuentes arqueológicas, dado que no fue
un importante líder político, sino un sencillo predicador itinerante. 80Si bien los hallazgos de la
arqueología no pueden ser aducidos como prueba de la existencia de Jesús de Nazaret, sí
confirman la historicidad de gran número de personajes, lugares y acontecimientos descritos
en las fuentes.81
Por otro lado, Jesús, como muchos destacados dirigentes religiosos y filósofos de la
Antigüedad,82 no escribió nada, o al menos no hay constancia alguna de que así haya sido.
Todas las fuentes para la investigación histórica de Jesús de Nazaret son, por lo tanto, textos
escritos por otros autores. El más antiguo documento inequívocamente concerniente a Jesús
de NazaretNota 20 es el llamado Papiro P52, que contiene un fragmento del Evangelio de Juan y
que data, según los cálculos más extendidos, del 125 aproximadamente (es decir, casi un
siglo después de la fecha posible de la muerte de Jesús, hacia el año 30).
Metodología
La investigación histórica de las fuentes cristianas sobre Jesús de Nazaret exige la aplicación
de métodos críticos que permitan discernir las tradiciones que se remontan al Jesús histórico
de aquellas que constituyen adiciones posteriores, correspondientes a las primitivas
comunidades cristianas.
La iniciativa en esta búsqueda partió de investigadores cristianos. Durante la segunda mitad
del siglo XIX, su aportación principal se centró en la historia literaria de los evangelios.
Los principales criterios sobre los que existe consenso a la hora de interpretar las fuentes
cristianas son, según Antonio Piñero,83 los siguientes:
 Criterio de desemejanza o disimilitud: según este criterio, pueden darse por
ciertos aquellos hechos o dichos atribuidos a Jesús en las fuentes que sean
contrarios a concepciones o intereses propios del judaísmo anterior a Jesús o del
cristianismo posterior a él. Contra este criterio, se han formulado objeciones, ya
que, al desvincular a Jesús del judaísmo del siglo I, se corre el peligro de privarle
del contexto necesario para entender varios aspectos fundamentales de su
actividad.
 Criterio de dificultad: pueden considerarse también auténticos aquellos hechos o
dichos atribuidos a Jesús que resulten incómodos para los intereses teológicos del
cristianismo.
 Criterio de atestiguación múltiple: pueden considerarse auténticos aquellos
hechos o dichos de Jesús de los que pueda afirmarse que proceden de diferentes
estratos de la tradición. A este respecto, suelen considerarse que, al menos
parcialmente, aportan fuentes independientes entre sí Q, Marcos, el material
propio de Lucas, el material propio de Mateo, el Evangelio de Juan, ciertos
evangelios apócrifos (muy especialmente, en relación con los dichos, el Evangelio
de Tomás, pero también otros como el Evangelio de Pedro o el Evangelio
Egerton), y otros. Este criterio se refiere también a la atestiguación de un mismo
dicho o hecho en formas o géneros literarios diferentes.
 Criterio de coherencia o consistencia: pueden darse también por ciertos
aquellos dichos o hechos que son coherentes con lo que los criterios anteriores
han permitido establecer como auténtico.
 Criterio de plausibilidad histórica: según este criterio, puede considerarse
histórico aquello que sea plausible en el contexto del judaísmo del siglo I, así como
aquello que pueda contribuir a explicar ciertos aspectos del influjo de Jesús en los
primeros cristianos. Como resalta Piñero, 84 este criterio contradice al de
desemejanza, enunciado en primer lugar.
No todos los autores, sin embargo, interpretan del mismo modo estos criterios, e incluso hay
quienes niegan la validez de algunos de ellos.

Contexto
Marco histórico
Situación geopolítica del Reino de Judea en el año 89 a. C., antes de la primera guerra mitridática y la
intervención romana.

El pueblo judío, sin estado propio desde la destrucción del Primer Templo en 587 a. C., en


tiempos de Nabucodonosor II, había pasado varias décadas sometido, sucesivamente,
a babilonios, persas, la dinastía ptolemaica de Egipto y el Imperio seléucida, sin que se
produjeran conflictos de gravedad. En el siglo II a. C., sin embargo, el monarca
seléucida Antíoco IV Epífanes, decidido a imponer la helenización del territorio, profanó
el Templo. Esta actitud desencadenó una rebelión acaudillada por la familia sacerdotal de
los Macabeos, quienes establecieron un nuevo reino judío con total independencia desde el
año 134 a. C. hasta el 63 a. C.
En ese año, el general romano Pompeyo intervino en la guerra civil que enfrentaba a dos
hermanos de la dinastía asmonea, Hircano II y Aristóbulo II. Con esta intervención dio
comienzo el dominio romano en Palestina. Dicho dominio, sin embargo, no se ejerció siempre
de forma directa, sino mediante la creación de uno o varios estados clientes, que pagaban
tributo a Roma y estaban obligados a aceptar sus directrices. El propio Hircano II fue
mantenido por Pompeyo al frente del país, aunque no como rey, sino como etnarca.
Posteriormente, tras un intento de recuperar el trono del hijo de Aristóbulo II, Antígono, quien
fue apoyado por los partos, el hombre de confianza de Roma fue Herodes, quien no
pertenecía a la familia de los asmoneos, sino que era hijo de Antípatro, un general de
Hircano II de origen idumeo.

Reino de Judea como protectorado romano bajo Herodes (37 a. C. - 4 a. C.).

Tras su victoria sobre los partos y los seguidores de Antígono, Herodes fue nombrado rey de
Judea por Roma en 37 a. C. Su reinado, durante el cual, según opinión mayoritaria, tuvo lugar
el nacimiento de Jesús de Nazaret, fue un período relativamente próspero.
A la muerte de Herodes, en 4 a. C., su reino se dividió entre tres de sus hijos: Arquelao fue
designado etnarca de Judea, Samaria e Idumea; a Antipas (llamado Herodes Antipas en el
Nuevo Testamento) le correspondieron los territorios de Galilea y Perea, que gobernó con el
título de tetrarca; por último, Filipo heredó, también como tetrarca, las regiones más
remotas: Batanea, Gaulanítide, Traconítide y Auranítide.
Estos nuevos gobernantes correrían diversa suerte. Mientras que Antipas se mantuvo en el
poder durante cuarenta y tres años, hasta 39, Arquelao, debido al descontento de sus
súbditos, fue depuesto en 6 d. C. por Roma, que pasó a controlar directamente los territorios
de Judea, Samaría e Idumea.
En el período en que Jesús desarrolló su actividad, por lo tanto, su territorio de origen, Galilea,
formaba parte del reino de Antipas, responsable de la ejecución de Juan el Bautista, y al que
una tradición tardía, que solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, hace desempeñar un
papel secundario en el juicio de Jesús. Judea, en cambio, era administrada directamente por
un funcionario romano, perteneciente al orden ecuestre, que llevó primero el título
de prefecto (hasta el año 41) y luego (desde el 44) el de procurador. En el período de la
actividad de Jesús, el prefecto romano era Poncio Pilato.

Reconstrucción hipotética de la ciudad de Jerusalén (siglo I).

El prefecto no residía en Jerusalén, sino en Cesarea Marítima, ciudad de la costa


mediterránea que había sido fundada por Herodes el Grande, aunque se desplazaba a
Jerusalén en algunas ocasiones (por ejemplo, con motivo de la fiesta de Pésaj o Pascua,
como se relata en los evangelios, ya que era en estas fiestas, que congregaban a miles de
judíos, cuando solían producirse tumultos). Contaba con unos efectivos militares relativamente
reducidos (unos 3000 hombres),85 y su autoridad estaba supeditada a la del legado de Siria.
En tiempos de Jesús, el prefecto tenía el derecho exclusivo de dictar sentencias de
muerte (ius gladii).
Sin embargo, Judea gozaba de un cierto nivel de autogobierno. En especial, Jerusalén estaba
gobernada por la autoridad del sumo sacerdote, y su consejo o Sanedrín. Las competencias
exactas del Sanedrín son objeto de controversia, aunque en general se admite que, salvo en
casos muy excepcionales, no tenían la potestad de juzgar delitos capitales.

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