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libro IV/vol.l
W ALTER
B e n ja m ín
Charles Baudelaire, «Tableauxparisiens»
Alemanes
Infancia en Berlín hacia el mil novecientos
NÁP0LES[I]
Eiace ahora uno? años, u n sacerdote que había com etido actos co n si
derados inm orales era transportado encim a de u n carro p o r las calles
de N áp oles. Ib an p aseán d o lo en tre in su lto s. A l d o b la r u n a esq u in a
apareció u n c o rte jo de b o d a . E l sacerd o te se p o n e de p ie , hace el
signo de la b en d ició n y todos los que iban tras el carro caen de r o d i
llas. E n esta ciud ad el catolicism o es capaz de restablecerse en cu al
quier situación. S i desapareciera de la faz de la T ie rra , el últim o lugar
del que desaparecería tal vez n o sería R om a, sino N ápoles.
Este pueblo no puede recrear con más seguridad su rica b arbarie,
surgida del co razó n de la ciu d ad , que h a c ié n d o lo en el seno de la
Iglesia. E l n ecesita al ca to licism o , pu es éste le p ro p o rc io n a u n a
leyenda —la fecha m arcada en el calendario de u n m ártir— que legaliza
todos sus excesos. A q u í nació A lfo n so de L ig o rio , ese santo que fle xi-
bi.íizó la p raxis n o rm a d a de la Iglesia cató lica p ara que p u d ie ra ir
siguiendo hábilm ente el o ficio de picaros y putas y co n tro larlo con la
confesión —que él supo com pen d iar en tres volúm enes— con p e n iten
cias severas o suaves. La con fesión , y no la p olicía, está a la altura de la
autoadm inistración tanto del crim en com o de la cam orra.
De esta m anera, quien ha sufrido un daño y quiere recuperar lo que
le pertenece jam ás piensa en llam ar a la policía, sino que acude directa
mente a u n cam orrista o bien lo hace a través de u n m ediador civil o u n
sacerdote. Y entonces acuerdan u n rescate. Desde Nápoles a Castellam -
mare, p o r los arrabales proletarios, se extiende el cuartel general de la
cauiorra. Pues esta crim in alid ad tan pecu liar evita aquellos b arrio s en
que quedaría a di sposición de la policía. Está discretamente repartida p o r
la ciudad y su periferia, y esto es lo que la vuelve peligrosa. E l viajero b u r
gués que avanza kasta R om a yendo siem pre de una obra de arte en otra
como a lo largo de una empalizada no se sentiría a gusto en Nápoles.
calle napolitana, disfruta plenam ente de su ocio aún sum ida en mitad
de la pobreza,-contem plando los varios escenarios. L o que ocurre aquí
en las escaleras es la más alta escuela de teatro. U nas que nun ca están
puestas com pletam ente al descubierto, mas tam poco encerradas d en
tro de la caja enrarecid a que es la p ro p ia de la casa n ó rd ica, sino que
salen en ciertos p u n to s de las casas de m an era p a rcia l, d o b lan la
esquina y desaparecen para reaparecer poco después.
Esta m ú siqu illa es el residuo que queda de los ú ltim os días festi
vos, así com o u n p re lu d io de los p ró x im o s. D ad o que, en efecto, el
día festivo im p regn a de m anera irresistible cada u n o de los días labo
rables. La p o ro sid a d es de este m od o ley in ago table de esta vida que
re d esc u b rim o s sin cesar. D igam os que u n a pizca de d o m in go se
en cu en tra escondid a d en tro de cada día de la sem ana, y u n a de cada
día laborable se encuentra escondida en el d o m in go .
Y , sin em bargo, n o hay u n a ciu d ad que se pu ed a m a rch ita r más
rá p id a m e n te de lo que lo hace N á p o les en esas pocas h o ras que le
im p on e el descanso dom in ical. L a ciudad está llen a de m otivos festi
vos que han ido anidando d entro de lo m enos llam ativo. B aja r ahí las
p e rsian a s equ ivale al h ech o de, en otras ciu d ad es, izar la b an d era.
N iñ o s com o teñidos de colores pescan en arroyos co lo r azu 1 oscuro y
alzan la m irad a hacia las to rres de unas iglesias m aqu illadas de ro jo .
P o r sob re las calles cruzan cu erdas en las que la ro p a está tendida
com o b anderas en fila. U n a especie de soles delicados se in flam an en
las cubas de cristal llenas de bebidas granizadas. Y hay pabellones que
lu ce n día y n o ch e co n los p á lid o s ju g o s aro m á tico s en lo s cuales la
leng-ua aprende en qué consiste la p o ro sid ad .
Mas cuando la política o b ien el calen dario lo deciden, todas estas
cosas separadas y ocultas se reú n en en una fiesta ruidosa, que n o rm al
m ente suele cu lm in a r con unos fuegos a rtificiales sobre el m ar. Así,
u na ú n ica fran ja de fuego se extiende las noches de ju lio a septiem bre
p o r la costa entre N ápoles y S alern o . Se ven de repente grandes bolas
de fu ego o ra situadas sobre S o rre n to , o ra so b re M in o r i o P raian o ,
pero las hay siem pre sobre N ápoles. E l fuego tiene aquí traje y sustan
cia, y esto p o r más que se en cu en tre som etido a las artim añ as y a las
m odas. C ada p arro q u ia debe su perar a la fiesta que hacen los vecinos
a través de tinos nuevos efectos de luz.
C o n ello se m uestra lo que es el elem ento más antigno, que es de
o rig e n ch in o , esa m agia celeste de los cohetes que se d e sp liega n en
fo rm a de dragón , que resulta ser m uy su p erio r a la pom pa telúrica: es
d ecir, a los soles pegados al suelo y al c ru c ifijo ro d eado p o r el brillo
del fuego de Santelm o. E n la playa, los p in o s del Ja r d ín P ú b lico fo r
m an com o u n claustro, y, las noches de fiesta, cuando u n o pasa a su
través, u n a llu via de fu ego va a n id a n d o en todas y cada u n a de sus
copas. P ero n o es u n su eñ o . Es la ex p lo sió n q u ie n o b tien e el favor
p o p u lar de la apoteosis. E n P ied igrotta, la fiesta grande de los ñ apo-
NÁPOLES
MOSCÚ[2]
i
Al estar en M oscú se aprend e a ver a B e r lín m ucho más rápidam ente
que no el p ro p io M o scú . Para q u ie n vuelve de R u sia, B e r lín parece
estar recién lavada. N o hay suciedad, p e ro tam poco nieve. Se ven las
calles tan triste m en te lim p ia s com o se p e rc ib e en los d ib u jo s de
Grosz*. Y tam b ién resulta más paten te la verd ad vital que hay en sus
tipos. Suced e con la im agen tanto de la ciud ad com o de las personas
lo m ism o que co n la im agen p ro p ia de lo s estados esp iritu ales: la
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Los n iñ os son im portan tes en la im agen de las b arriad as p ro letarias.
A h í son más n u m ero so s que en cu a lq u ie r o tro b a rr io , m o vién d o se
por ellos con m ucha más decisión y d iligen cia. Pero todos los b arrio s
clf’ M oscú reb o san de n iñ o s, y en ellos ya hay u n a je r a r q u ía co m u
nista. E n lo máp alto están los komsomoles, p o rq u e son los m ayores; tie
nen sus clubes en todas las ciudades, siendo el m e jo r vivero que tiene
p artid o . L o s n iñ o s más p e q u e ñ o s a los seis añ os se co n v ierte n en
< p io n e r o s » . T a m b ién ellos se re ú n e n en sus clubes y llevan puesta
una corbata re :a com o su orgu lloso distintivo. P o r ú ltim o , los bebés
se denom inan '<octubres» (com o tam bién « lo b o s » ) desde el instante
en que saben señalar al retrato de L e n in . P ero aún siguen existiendo
los depravados, a n ó n im o s y tristes besprizornie. D u ran te el día su elen
estar solos; cadp. u n o hace la gu erra p o r su cuenta. D e noch e se re ú
nen ante las fachadas ch illo n as y b rilla n te s de los cin es p ara fo rm a r
tropeles; a los rorasteros les advierten que es m e jo r n o dar con estas
bandas en las n o ctu rn a s calles so litaria s. P ara a ten d e r a estos n iñ o s
díscolos, siem pre desconfiados y am argados, los pro feso res n o tienen
m¿s rem edio tn.- salir a p o r ellos a la calle. E n los distintos barrio s de
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M oscú existen hace años los llam ados «lo ca le s para niños>>. N o rm al
m ente se encu entran d irigid os p o r una em pleada que sólo suele tener
u n ayudante. S u tarea consiste en abord ar a los n iñ o s que an dan po r
su b a rrio . Se reparte com ida y se organizan ju eg o s. A l p rin c ip io v ie
n en veinte o cuarenta n iñ o s; pero cuando u n a directora hace b ien su
trabajo, a las dos sem anas p u ed en ser ya varios centenares. L o s m éto
dos pedagógicos tradicio n ales nunca sirven de m ucho al p arecer con
estas masas de n iñ o s. Para llegar a ellos, p ara co n segu ir ser oíd o po r
ellos, hay que hablarles directa y claram ente, de la m ism a m anera que
se habla en la calle, igual que en la vida colectiva. E n la organización
de estas b and as de n iñ o s la p o lític a no es u n a ten d en c ia, sin o un
objeto de estudio tan directo y tan obvio, u n m aterial tan claro y evi
dente com o lo son com ercios y m uñecos para los n iñ os burgueses. Si
ten em o s en cu en ta que la d ire c to ra está o b lig ad a a su p ervisar a los
n iñ o s och o h o ras al día, es d e cir, m a n te n e rlo s o cu p ad o s, y, p o r
supuesto, darles de com er, llevando la con tab ilidad de lo que se gasta
en leche, pan y otros m ateriales, si tenem os en cuenta que la directora
es responsable para todo esto, nos resulta evidente que este tipo co n
creto de trabajo deja m uy poco tiem po a la vida privada de aquel que
lo ejerce. Pero en m edio de todas las im ágenes de una m iseria infantil
n o superada, el que preste aten ción verá una cosa: el o rgu llo liberado
de los p ro le ta rio s con cu erd a com o tal co n la actitud lib erad a igu al
m ente de los n iñ o s. A l visitar los m useos de M oscú, la m ejo r sorpresa
es con tem plar cóm o los n iñ os y los trabajadores se van m oviendo con
no rm alid ad p o r todas estas salas, ya sea en gru pos (a \eces giran d o en
to rn o a u n guía) o de m anera in d ivid u al. Pues aquí no se ve ese des
á n im o de lo s m uy escasos p ro le ta rio s que apen as se atreven a m o s
trarse a los demás visitantes de nuestros m useos. P o r cuanto en Rusia
el proletariad o ha em pezado realm ente a tom ar posesión de la cultura
b u rgu esa, m ie n tra s que en A le m a n ia los p o co s p ro le ta rio s que lo
in te n ta n p arece que estu vieran p re p a rá n d o se a u n r o b o . Por
su pu esto, en M o scú hay tam b ién algunas co leccio n es en las que los
tra b a ja d o re s y los n iñ o s p a rec en sen tirse a gusto en segu id a. Por
e je m p lo , el M u seo P o lité c n ico , co n sus m illares de ex p erim en to s y
aparatos; docum entos y m aquetas sobre la h isto ria del trabajo y de la
in d u stria . O tro ejem p lo es el M useo del Ju g u e te , que, b ajo la exce
lente dirección de B artram , ha ido reu n ien d o una instructiva y valiosa
colección de jugu etes rusos, resultándoles útil p o r igual a los investí-
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La m endicidad no es agresiva, com o sucede en el sur, donde el insist ir
del an d ra jo so delata u n resto de vita lid a d . A q u í, la m en d icid ad es
como una gran co rp o ració n de m o rib u n d o s. Las esquinas de las callr.s
de m uchos b arrios se encuentran ocupadas p o r fardos llenos de andra
jo s: camas del gigantesco lazareto ten d id o al aire lib re y llam ado
« M o s c ú » . U n o s largos discu rso s im p lo ra n te s se d irig e n a todos I o n
que pasan. U n o de los m endigos va em itien d o u n largo q uejido en voz
muy baja en cuanto ve acercarse a una persona de la que espera algo; a.si
aborda a los fo raste ro s que no saben ru so . O tro m en d igo adopta la
actitud de aquel po b re para el cual San M artín está partiendo su abrigo
con la espada en los cuadros antiguos: se a rro d illa con los dos bra/.os
extendidos. Poco antes de las Navidades, dos m uchachos cubiertos con
harapos se sentaban cada día en plena nieve ante la fachada del M usco
de la R e v o lu c ió n , realizad o lo cual llo riq u e a b a n . (N u n ca habrían
podido hacerlo así ante las puertas del viejo C lu b Inglés, que era el rná,s
distinguido de M oscú, al que antes p erten eciera ese ed ificio ). Habría
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que con ocer tan b ien M oscú com o realm ente lo co n o cen estos n iñ o s
m en d igos. E llo s saben que en u n cierto m o m en to y que ju n to a una
cierta tien da hay u n rin c ó n al lado de la p u erta en el que p u ed en
calentarse durante diez m inutos; ellos saben, en dónde, durante cierto
día de la sem ana y a cierta h ora del día p u ed en con segu ir p ara com er
u n o s m en d ru go s de pan , y d ón d e h ab rá después u n sitio lib re para
p o d e r d o rm ir entre -anas cañerías apiladas. H an convertido su m e n d i
cidad en u n a fo rm a de arte co n variacio n es y esquem as in co n tab les.
C o n tro la n en los rin c o n es an im ados a lo s que van a la p an ad ería,
hablan con u n dien te y lo van siguiendo e im p lo ran do , hasta que les da
u n trozo de su b o llo . O tros están apostados en una estación grande del
tranvía, entran en u n vagón, cantan una canción y ju n ta n unos kopeks.
Y hay algunos lugares, en realid ad m uy pocos, do n d e la venta am b u
lan te tien e el aspecto de la m e n d icid a d . U n o s cuantos m o n go les se
apoyan en la pared de K ita i G o ro d . A penas se separan cinco pasos los
u n os de los otros para vend er sus carteras de p iel; y, cada u n o de ellos,
tien e exclusiva y ju stam ente la m ism a m ercancía. T ie n e n que estar de
acuerdo sin duda en lre ellos, pues no pueden hacerse com petencia de
fo rm a tan in ú til. M uy p ro b ab lem en te, en su país el in v ie rn o n o sea
m enos du ro, y sus abrigos deshechos en harapos no son peores que los
de los nativos. Pero, a pesar de ello, estos m ongoles son las únicas p e r
sonas en M oscú a las que com padeces p o r el clim a. H ay incluso algu
nos sacerdotes que p id en lim osn a con destino a su iglesia. Pero es raro
ver que algu ien dé algo. L a m en d icid ad aq u í ha p e rd id o su base más
só lida, es d ecir, esa m ala co n cien cia social que abre los b o lsillo s más
fácilm ente que la com pasión. P or lo demás, parece u n a expresión de la
inm utable m iseria de estos m endigos (o quizá sólo sea consecuencia de
u n a organización inteligente) que de todas las instituciones de M oscú
ellos sean los únicos fiables, y que conserven siem pre su lugar m ientras
todo cambia en torn o a ellos.
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C ada pensam iento, cada día y cada vida se ve aquí com o puesto sobre la
m esa de u n la b o ra to rio . Y cual si fu e ra u n m etal del que hay que
extraer p o r cu a lq u ier m ed io cierto m aterial d e sco n o cid o , hay que
hacer con él experim entos hasta el más com pleto agotam iento. Y n in
gú n organ ism o , n i n in gu n a posib le organ izació n , pu ed e sustraerse a
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B o rís Pilniak, Cuento de la Luna no apagada, del año 1927 ; el pro tago n ista de esta n o ve
la es el gen eral M ija íl V . F ru n ze ( 1 8 8 5 - 1 9 2 5 ) . N a c id o en 18 9 4 ., fu e depo rtad o en
1 9 3 5 ; no se sabe cu án d o m u rió este e scrito r. [ N . del T . ]
IM ÁGENES QUE PIENSAN
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E l bolchevism o ha elim in ad o p o r com pleto la vida p rivad a. L o s car
gos, la política y la prensa son tan pod eroso s que no queda n i tiempo
p ara in tereses que no co n flu y a n con ello s. P o r lo dem ás, tam poco
queda espacio. Las viviendas que antes albergaban en sus cinco u ocho
h abitaciones a una sola fam ilia ahora acogen tran q u ilam en te a ocho.
MOSCÚ
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Para los ciud ad anos de M oscú cada día está siem pre rep leto . A todas
horas se celebran reun ion es en oficinas, fábricas y clubs; a m enudo no
d isp on en de u n lugar, así que se celebran en el ángulo de u n a redac
ció n b ie n ru id osa o en u n a mesa de can tina. Siem p e hay u n a especie
de selección natural y com o una lucha p o r la vida en cada una de estas
reun ion es. E n cierto m od o, es la sociedad la que las diseña y planifica,
siendo tam bién la que las convoca. Pero esto tiene que hacerse muchas
veces hasta que u na de tantas reu n ion es sale p o r fin b ien , es capaz de
vivir, está adaptada, tiene realm ente su lugar. Q ue nada pase com o está
pensado, que nada ocurra com o se esperaba, esta expresión banal de lo
real com o lo con ocem os en la vida se m an ifiesta aquí en cada caso de
m odo tan intenso e inquebrantable que el fatalism o ruso se vuelve cla
ram en te co m p ren sib le. S i en el co n ju n to de lo colectivo se im p on e
gradual y lentam ente lo que es el cálculo civilizatorio, p o r el m om ento
esto sólo va a com plicar aún algo la cuestión. (U na casa que sólo tiene
velas está más prep arad a que u n a casa que tien e luz eléctrica, pues la
cen tral eléctrica se vien e estro p ean d o sin p a ra r). Pese a la actual
« ra c io n a liz a c ió n » , el valo r del tiem po no es con ocido n i siquiera en
la p ro p ia capital de R u sia. E l Trud, el Instituto S in d ical de E stud io de
las C ien cias del T rabajo que dirige Gastiev, im pulsó u n a cam paña con
carteles p o r la m ejora de la puntualidad. D esde entonces m uchos re lo
je ro s se h aii establecido aquí, en 'M o scú , d o n d e se agolpan de form a
todavía medieval y grem ial entre Kusnetzky M ost y la U liza G erzena, en
el co n ju n to de u nas pocas calles. P ero ¿ q u ié n los va a n e c e sita r? El
dicho « E l tiem po es o r o » , cosa que de m odo sorpren den te se le atri
buye a L e n in en algunos carteles, m uestra u n sen tim ien to p o r co m
pleto ajeno a los rusos. Los rusos p ierd en el tiem po en cuanto pueden
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(Se p o d ría d ’ cir que los m in u to s son com o u n agu ard ien te del que
nunca se hartan, de m anera que el tiem po los em briaga). C u an d o en
plena calle ru ed an alguna escena para una película, los que pasan olvi
dan dónde iban, observan el rodaje durante horas y llegan perturbados
al trabajo. Parece pues que el ruso va a seguir siendo « a siátic o » en lo
que hace al tiem p o . U n a vez tuve que p e d ir que m e d espertaran a las
siete: « P o r favo r, m añ an a llám en m e a las s ie te » . L o cual in sp iró al
Schwejzar, com o llam an al portero del hotel este m onólogo más que sha-
kespeareano: « S i pensam os en ello, d espertarem os; si no pensam os,
uo nos despertam os. P o r lo gen eral pensam os en ello, y entonces sin
duda despertam os. Pero aveces sin duda lo olvidam os, al no pensar en
ello. Entonces, claro es, no despertam os. Porque no es nuestra obliga
ción; pero si se nos o cu rre, sí lo hacem os. ¿ A qué h ora querrá que lo
despierto? ¿ A las siete? Vam os a apuntar. Y a ve que dejo esta nota aquí.
S in o la v e m o s, no lo despertarem os. P ero, gen eralm en te, desperta
m o s» . La un idad de m edida tem poral es la palabra ssitschass, que sign i
fica « e n se g u id a » . E so lo puedes o ír com o respuesta diez, vein te o
treinta veces, y pasan horas, días o semanas hasta que la prom esa al fin
se cum ple. N o es fácil o ír u n « n o » com o respuesta. Y es que de la res
puesta negativa ya se encarga el tiem po. D e ahí que las catástrofes tem
porales y las colisiones en el tiem po estén a la o rd en del día, com o la
« re m o n ta » de que h ab lam os. G racias a ellas cada h o ra está repleta,
cada día es agotador, cada vida se vuelca en el instante.
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Ir en tranvía p o r M oscú es ante todo u n a ex p e rien cia táctica. E l que
llega ap ren d e aq u í a adaptarse al ritm o p e c u lia r de la ciud ad y de su
población, m ayoritariam ente cam pesina. Y tam bién ve cóm o se en tre
mezclan el im pulso técnico y la form a de existencia prim itiva: el expe
rim en to hist órico u n iversal que es el p ro p io de la nueva R u sia lo
reproduce a pequeña escala u n viaje cualquiera en el tranvía. Las revi-
soras, envueltas en su abrigo, se sientan en su sitio en el tranvía com o
las m ujeres samoyedas en el in te rio r de su trin eo . L a subida a u n vagón
que va repleto exige siem pre algunos em pujones hechos de resistencias
y de im pulsos que se desarrollan en silencio y con u n a gran co rd ia li
dad. (Nunca he oído p ro n u n cia r n i una mala palabra en esta delicada
circunstanci V U n a vez den tro, em pieza la aventura. P o r las ventanas
IMÁGENES QUE PIENSAN
IO
La N avidad es una fiesta del bosque ru so . C o n sus abetos, sus velas y
sus ad o rn o s se instala p o r sem anas en las calles. I ues el A d vien to de
los cristianos ortodoxos se une a la N ochebu en a de los rusos que cele
b ran la fiesta según el calendario occidental, que es tam bién ahora el
nu evo ca len d ario , el o ficia lm en te estab lecid o . C re o que en ningún
MOSCÚ
otro lu gar se ven u nos ad ornos tan b o n ito s colgados de los árboles de
Navidad. H ay barquitos y pájaros y peces, y casit as y frutas que se ¡igol
pan en tiendas y m ercados callejeros, y elNM useo K u starn y, dedicado
al A rte P o p u la r m o n ta en este tiem p o cada año u n a especie de leí m
navideña. E n u n a cruce e n c o n tré a u n a m u je r que vend ía adorno-i
para el árbol. A quellas bolas rojas y am arillas relu cían al So l; com o un
cesto encantado de manzanas dentro del cual ro jo y am arillo se repar
ten en frutas diferentes. Los abetos van atravesando p o r la calle en 11 i
neos. L o s p equeños los ad o rn an sólo con cintas de seda; en la» eaqui
ñas hay u n o s b o sq u e cillo s co n trenzas azules, o rosas o verdes. (Ion
ello lo s ju g u e te s n avid eñ o s van d ic ie n d o a los n iñ o s, au n q u e Nnn
N icolás n o sea aq u í el que los haya traíd o , que ellos p ro ced en de hn
profu n d id ad es de los bosques de R u sia. E s com o si la m adera verde
ciera sólo en m anos rusas. L a m adera verdece y en rojece y se cubre de
oro, tom a el co lo r azul y, fin alm en te, se congela negra. Y es que ¡ule
más, en ru so , « r o jo » y « b e llo » son la m ism a palabra. Y sin duda la
leña que va ard ien d o dentro de la estufa es la más mágica de las Irain
fo rm a cio n es de to d o el b o sq u e ru so . L a ch im e n ea n o p arece ard er
m ejor en n in g ú n sitio com o aquí. E l fuego p ren d e en todas las made
ras que antes el cam pesino talla y pin ta. Y , cuando las cubre con bar
niz, hay fuego con gelad o en sus co lo res. R o jo y a m arillo en la baln
laika, com o n eg ro y verd e en la garm o sch k a, que es ese p e q u e ro
acordeón de los n iñ o s, y adem ás todos los m atir~s en los treinta y »ei»
huevos en cerrad o s u n o s d en tro de o tro s. P ero tam b ién la noche <le
los bosques vive en la m adera. A h í están las pequeñ as y pesada» enja»
con el in te rio r ro jo escarlata: fuera, sobre u n n egro relu cien te, apa
rece u na im agen. Esta in d u stria estaba a pu n to de desaparecer en lo»
últim os tiem pos de los zares. Pero ahora de nuevo reaparecen, j u n i o
a las nuevas m in iatu ras, las viejas im ágenes p ro p ias de la vida campe
sina b o rd a d a s en o ro . U n a tro ik a co n sus tres caballos en tra en la
oscuridad a galope ten d id o , o u n a chica vestida con u n a falda color
azul m arin o está esperando en m edio de la noch e a su am ado puesla
en p ie ju n to a u n g ra n m a to rra l de in te n so c o lo r verd e. N in g u n a
noche de te r r o r es tan oscu ra com o esta só lid a n o ch e barn izada e n
cuyo seno se oculta todo aquello que em erge luego de ella. Tam bién
he visto u n a caja con u n a m u je r que ven d ía sentada cig a rrillo s. A su
lado hay u n n iñ o que hace el inten to de atrapar alguno. La noche e»
muy p ro fu n d a aquí tam bién . Pero a la derecha se distingue una pie
IMÁGENES QUE PIENSAN
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E l verde es sin duda el m ayor lu jo del in vie rn o en M oscú. Pero en la
tien da de la Petrovka no relu cen siqu iera co n la m itad de belleza que
en la calle los ram os de claveles, de rosas y de lir io s de p ap el. E n el
m ercado son el ú n ico p ro d u cto que tiene u n puesto fijo , y aparecen
ora entre los víveres, ora entre cacerolas y tejidos. Pero las flores b ri
llan más que cu alquier otra cosa, más que la carne cruda, más que las
lanas de colores e in clu so que las siem p re relu cien tes b an d ejas. Por
A ñ o N uevo aún hay otros ram os. E n la plaza de Strastnaia me encon
tré de pasada unas varitas que llevaban pegadas unas flores rojas, blan
cas, verdes y azules, cada ram a de u n co lo r d istin to . A l h ab lar de las
flores de M oscú sin duda no se p u ed en olvidar las heroicas rosas navi
deñ as. T am p o co las alargadas m alvarrosas p ara las pan tallas que el
ven d ed o r lleva p o r las calles. N i las cajitas de cristal llenas de flores, en
m edio de las cuales aparece la cabeza de u n santo. Tam poco lo qué la
h elad a in s p ira aqu í, los trap o s cam p e sin o s, cuyos d ib u jo s, que van
cosid os en una lan a azul, im itan la escarcha que cu b re las ventanas.
N i, p o r ú ltim o, esas candentes flores tostadas de azúcar en la superfi
cie de las tartas. E l pastelero de los cuentos.infantiles parece sobrevivir
sólo en M oscú . S ó lo aq u í hay dulces h ech o s so lam en te co n hilos de
azúcar, esos co n cs dulces en los que la len gu a se resarce del amargo
f r ío . A h í la nieve y las flo re s se u n e n p o r co m p leto en el alm íbar;
sum ida en él, la flo ra de m azapán parece h ab er cu m p lid o finalmente
el auténtico sueño invern al de M oscú: flo re ce r desde el blanco.
12
E l po d er y el dinero son en el capitalismo m agnitudes conmensurables
m utuam ent^. U n ;; cantidad dada de d in ero siem pre puede cambiarse
p o r u n cierto p o d e r d e term in ad o , y el v a lo r de venta de u n poder
igualm ente se puede calcular. A sí sucede siem pre en gen eral. Sólo se
p u ed e h ab lar de c o rru p c ió n cuando este p ro ceso se gestion a de una
m an era dem asiado abreviada. Este p ro ceso tien e en todo caso en la
MOSCÚ 279
interrelación que se prod uce entre la prensa, las autoridades y los trusts
su concreto sistema de distribución, dentro de cuyos lím ites está legali
zado. E l Estado soviético lia in te rru m p id o esta co m u n ica ció n dada
entre el dinero y el p o d er. E l Estado reserva el p o d er al Partido, m ie n
tras el dinero se lo cede al nepman*. Es im pensable que alguien que des
empeñe un cargo en el P artid o , au n qu e sea m uy alto, se quede con
algo para asegurarse « su fu tu ro » o pensando en «su s h ijo s » . E l P ar
tido C om unista garantiza a sus m iem b ro s u n m ín im o de existencia;
pero lo hace en la práctica, sin estar obligado a ello. Y , a cam bio, co n
trola las más remotas actividades económ icas de sus afiliados, m ientras
que lim ita sus in gresos a u n total de 2 5 ° ru b lo s al m es. Esta b arrera
sólo se puede sobrepasar m ediante actividades literarias al m argen de la
propia p ro fesió n . L a vida de la clase dom inante se somete a esta disci
plina. Pero su p oder no sólo consiste en la capacidad de go b ern ar. La
actual Rusia no es u n Estado de clases, sino directam ente u n Estado de
castas. Esto quiere decir que la p osición social de u n ciudadano ya no
la establece el aspecto e x te rio r, re p resen tativo , de su existencia (tal
como lo son la ropa o la casa), sino su relación con el P artido. Esto es
decisivo hasta para aquellos que n o le p erten ecen al P artido de m odo
inmediato. T am b ién estas personas tien en o p o rtu n id ad es de trabajo
mientras que no rechacen públicam ente el régim en . Y tam bién entre
ellas existen diferencias m uy precisas. Pero p o r más que sea exagerada
(o que esté superada) la id ea eu ro p ea de que el E stad o ruso o p rim e
totalmente a quienes pien san de otra m anera, fuera de Rusia en cam
bio casi no se conoce la a terrad o ra exclu sió n social que aquí sufre el
nepman. D e otra m an era n o p o d ría explicarse el silen cio y la d esco n
fianza que se perciben no solam ente frente al forastero. S i preguntas a
alguno que no conozcas m ucho qué opina de una obra de teatro cual-
cruier'a o de una película del m on tón , norm alm en te te responderá con
esta fórm ula: « P o r aquí se d ic e ...» , o: « P re d o m in a la convicción de
q u f\..» . Y dan diez vueltas en la lengua a dicha frase antes de p ro n u n
ciarla delante de extrañ os. P u es, en cu a lq u ier m o m en to , el P artid o
13
E n la p a re d d el C lu b de los S o ld ad o s del K r e m lin hay u n m apa de
E uropa. A su lado hay u n a m anivela. G u an d o se gira dicha m anivela
se ve lo sig u ie n te: u n a la m p a rilla d im in u ta va ilu m in a n d o u n o tras
otro los lugares a través de los que L e n in fu e pasando en el curso de
su vid^. D esd e S im b irsk , en d o n d e n a c ió , pasan d o p o r K a zá n y
P etersbu rgo, p o r G in e b r a , P arís, C ra c o v ia y Z ú ric h y al fin M oscú
hasta acabar en G o rk i, es d ecir, el lu gar d o n d e m u rió . N o hay otras
ciudades in dicadas. E l co n to rn o com pleto de este m apa, realizado en
relieve de m ad era, es an g u lo so , recto y esq u em ático . A h í la vid a de
L en in se parece al d esarro llo de u n a ex p e d ició n de conquistas c o lo
niales p o r E u ro p a . E n cuanto a Rusia, em pieza a ornar fo rm a ante el
hom bre d el p u e b lo . E n la calle, en la n ieve, m u ch os ven d ed o res
ambulantes te o frecen mapas de la Fed eració n de Repúblicas S o cialis
tas y S o viéticas. M ey e rh o ld ha em p lead o d ich o m apa en D. E. (/A m í
Europa!)*; O ccid e n te es en él sólo u n co m p le jo sistem a de pequeñ as
14
¿ C ó m o le va al literato en u n país donde su cliente es el pro letariad o ?
Los teóricos del bolchevism o h an subrayado que la situación del p r o
letariado en Rusia tras esta victoriosa revolución es m uy diferente de la
situ ació n de la b u rgu esía en el 178 9 * P o r en to n ces, m uch o antes de
co n q u ista r el p o d e r, la clase ven ced o ra se h ab ía id o asegu ran do,
duran te décadas de co n fro n tacio n es, el d o m in io del aparato id e o ló
gico. La organización intelectual y la educación llevaban ya im p regn a
das m ucho tiem po con las ideas del tercer estado; la batalla de em anci
p a ció n esp iritu al se lib ró de este m od o tiem po antes de la batalla de
em ancipación política. E n la Rusia de hoy la situación es del todo dife
rente. H ay m illones y m illones de analfabetos para los cuales aquí aún
hay que echar los cim ien to s de u n a fo rm a c ió n g e n era l. E s la tarea
n acional de Rusia. La fo rm ació n prerrevolu cion aria del país era ines-
pecífica, europea. E l com ponente europeo de la fo rm ació n su p erio r y
o] corh pon en te n a cio n a l de la fo rm a c ió n elem en tal b u scan h oy en
Rusia su eq u ilib rio . Pero, éste sólo es u n aspecto dentro de la cuestión
educativa. O tro es q u e el triu n fo de la re v o lu c ió n ha acelerad o en
muchos cam pos el ritm o que lleva la asim ilación con E u ro p a. H ay así
literatos com o P iln iak que qu ieren ver en el bolchevism o la cu lm in a
ción de la obra que iniciara tiem po atrás Pedro el G ran d e. C abe pues
MOSCÚ
15
D e vez en cu an d o ves vagon es de tran vía que están d eco rad o s con
dibu jos de em presas, de reu n io n es de masas, de soldados de los regi
m ientos del ejército ro jo o de agitadores com unistas. S o n regalos que
MOSCÚ
núa en los pisos, para en trar en su estadio decisivo y fin al en los teja
dos. H asta a h í sólo agu an tan los reclam o s y lem as que p a rec en más
fuertes y recientes. Y sólo desde la altura del avión se alcanza a ten er
ante los ojos la elite in d u strial de la ciudad, la in d ustria cin em atográ
fica y autom ovilística. P ero sin duda, p o r lo gen eral, los tejad os que
vem os en M oscú son u n erial sin vida y no destacan n i p o r los rótulos
lu m in o sos p ro p io s de los tejados de B e rlín , n i p o r el b o sq u e de altas
chim eneas sobre los tejados de P arís, n i p o r la soleada soledad de los
tejados de las grandes ciudades sureñas.
16
Q u ie n entra p o r p rim era vez den tro de u n aula de u n colegio ruso se
detiene al pu nto so rp re n d id o . Las paredes están llen as de imágenes,
d ib u jo s y m aquetas de ca rtó n . S o n com o los m u ro s de los tem plo-
d o n d e los n iñ o s o frecen su trabajo d iariam en te a la colectividad. En
ellas p re d o m in a el c o lo r r o jo ; en las p ared es hay em blem as de los
soviets, así com o abundantes cabezas de L e n in . A lg o así puede verse
en m uchos clubs. L o s distintos p e rió d ic o s m u rales vie n en a ser para
los adultos esquemas de esa m ism a form a colectiva de expresarse. S u r
g ie ro n a d irecta co n se cu en c ia de la grave p e n u ria de la época de la
G u e rra C ivil, cuando en m uchos lugares ya n o había n i papel n i tinta
de im p rim ir. H o y son totalm ente im prescindibles en la omnipresente
vida pública en el in te rio r de las em presas. C ad a « r in c ó n de L en in »
tie n e su p e rió d ic o m u ra l, que cam b iará de a cu erd o a las diversas
em presas y autores. L o com ú n es tan sólo la alegría in gen u a: imáge
nes in ten sam en te coloread as y, en m edio de ellas, textos en prosa
verso. E l p e rió d ic o es crón ica del colectivo. P ro p o rc io n a datos esta
dísticos, p e ro tam b ién la crítica h u m o rística de algun os camaradas,
todo ello m ezclado con distintas propuestas de m ejo ra del funciona
m iento de la em presa, así com o concretos llam am ien to s a campañas
de ayuda. L e tre ro s, pan eles de avisos e im ágen es instructivas cubren
tam bién las paredes de ese « r in c ó n de L e n in » . In clu so en el trabajo
se en cu en tra cada u n o rod ead o p o r distin tos carteles de colores que
co n ju ran los péligros-de la m áquin a. V em os representado u n trabaja
d o r cuyo brazo va a dar entre los radios de u n a ru ed a dentada; vemos
ta m b ién o tro que. b o rra c h o , p ro vo ca de re p en te u n a explosión al
p ro d u c ir u n co rto circu ito; y u n tercero que m ete la ro d illa en mitac
MOSCÚ
17
L as calles de M oscú p re sen ta n u n a p e c u lia rid a d : los p u eb lo s rusos
ju e g a n al escondite en ellas. A l en trar p o r alguno de los grandes p o r
tones —a m en u d o tien en u na verja de h ie rro p ara ce rra rlo s, p ero yo
siem p re lo s he en c o n trad o a b ierto s—, te en cu en tras situ ad o en el
a rra n q u e de u n a espaciosa p o b la c ió n . A h í se abre u n p u eb lo o una
fin c a d o n d e el suelo es irre g u la r, los n iñ o s van en trin e o , en cual
q u ie r r in c ó n hay de rep en te disp uesto u n co b ertizo p ara guardar
m adera y h errám ien tas, los árboles se alzan m uy dispersos, unac esca
leras de m adera le dan a la fachada p o sterio r de las casas —que cuando
se ven desde la calle parecen ser pro pias de u n a ciudad— el más típico
aspecto de u n a casa rusa cam pesina. E n estos patios suele h ab er igle
sias, com o en las am plias plazas de los pu eblos. La calle crece así hasta
las dim ensiones del paisaje. Pues no hay n i una ciudad occidental que
en sus enorm es plazas carezca así de fo rm a, com o sucede en las plazas
p u eb lerin a s, y siem p re esté com o re m o jad a b ajo los efectos del mal
tiem p o , de la llu via o la n ieve. C asi n in g u n a de estas am plias plazas
MOSCÚ
18
Las iglesias han en m ud ecido se d iría que casi p o r com pleto*. L a ciu
dad está casi lib e ra d a de ese re p ic a r de las cam panas que to d o s los
dom in gos va extendiend o u na tristeza tan sorda y tan p ro fu n d a sobre
n u estras gran des ciu d ad es. P ero en todo M o scú tal vez n o pueda
encontrarse todavía u n solo lu gar desde el cual n o se vea al m enos una
iglesia. M e jo r d ich o : en el cual no te vig ile al m en o s una iglesia. E n
M oscú el súbdito del zar estaba totalm ente ro d ead o p o r más de cua
tro c ien ta s capillas e iglesias, es d e cir, dos m il cú pu las que en cada
esq u in a se m a n tien e n escon d id as, se o cu ltan las u n as a las o tras, se
asom an p o r encim a de los m u ros. T oda u na okrana** de la arquitectura
rodeaba al súbdito del zar. Y todas estas iglesias m an ten ían su in có g
n ito , dado que en n in g ú n lu gar se alzaban altas torres al cielo. C o n el
tiem p o te acostu m b ras a re u n ir los larg o s m u ro s y las m uchas bajas
cúpulas en com plejos de iglesias conventuales. Y entonces co m p ren
des p o r qué en m uch os lugares la ciud ad es tan com pacta com o una
fo rtaleza; los con ven tos llevan todavía las h uellas de su an tigu a fu n
ció n defensiva. C o n lo que aquí, B izan cio y sus m il cúpulas no es el
m ila g ro que sueña el e u ro p e o . A d e m ás, casi todas las iglesias están
construidas de acuerdo a cierto esquem a tan in síp id o com o em pala
go so : pues esas cú pu las, azules, verdes y d o rad as, so n u n O rien te
ca ram elizad o . T an p ro n to com o en tras a u n a de estas iglesias te
encuentras p rim ero en u n am plio vestíbulo con unas pocas imágenes
de santos. T o d o está m uy o scu ro , y su p e n u m b ra parece m uy a p ro
piada para conspiraciones. E n estas salas es posible hablar de los asun
tos más com prom etidos, in clu id os los p o gro m s. A co n tin u ació n está
la ú n ica sala destinada a la devoción. Y al fo n d o se ven u nos escalones
que co n d u cen a u n estrado estrecho y b a jo , es d e cir, al icon ostasio,
p o r el que te m ueves a lo larg o de diversas im ágen es de san tos. A
in tervalos p equ eñ o s hay varios altares, señalados p o r ardien tes luces
ro ja s . E n cuanto a las su p e rfic ie s laterales, están ocu padas p o r las
grandes im ágenes de san tos. Pero todas las partes de la p ared en las
que no hay u n a im agen están enteram en te recu b iertas con lucientes
lám inas de o ro . D el techo, pintado siem pre con m al gusto, cuelga una
gran lám para de araña. S in em bargo, el espacio sólo está ilu m in ad o
con cirio s; es u n salón de paredes consagradas delante de las cuales se
p ro d u ce el ce re m o n ia l. Las gran d es im ágen es so n saludadas sa n ti
gu án dose, lu ego co rre sp o n d e a rro d illa rse y to car el su elo co n la
frente, y después, santiguándose de nuevo, el orante o penitente pasa
a la im agen siguiente. A n te las im ágenes pequeñas, puestas en grupos
o solas sobre grandes atriles n o hay o b lig ac ió n de a rro d illa rse . S ó lo
hay que in clin arse sobre ellas y besar el cristal que las pro tege. Sobre
esos atriles van expuestas, ju n to a valiosos ico n o s an tigu os, series de
chillonas oleografías. O tras muchas im ágenes de santos m ontan gu ar
dia fuera, en la fachada; casi todas m iran hacia abajo desde las c o rn i
sas su periores, bajo los tejadillos de hojalata para protegerlas del m al
tiem po, com o si fu e ra n pájaros que se h an escapado de su ja u la . Sus
cabezas, in c lia a d a s com o reto rtas, p a rec en estar llen as de tristeza.
Bizancio no parece con o cer una fo rm a que sea p ro p ia de ventanas de
iglesia. U n a im p resió n mágica pero n o acogedora: las ventanas, p r o
fanas e insign ifican tes, se abren a la calle desde las salas y torres de la
iglesia com o d^sde los cuartos de u na casa. T ras ellas habita el sacer
dote orto d o xo , com o el b onzo den tro de su pagoda. Las partes bajas
de la cated ral de S an B a silio p o d r ía n ser ig u a l la p lan ta b aja de la
m agn ífica casa de u n b o ya rd o . P ero al e n tra r en la Plaza R o ja ,
vin iendo p o r la parte del oeste, sus cúpulas s^/Icvantan p o co a poco
hacia el cielo com o u n bando de soles encen d idos. E l edificio parece
como si siem p re se reservara u n p o co , y el o b se rv a d o r sólo p o d ría
sorprenderlo m irán d olo a la altura del avión, del que olvidaron p r o
tegerlo los constructores. E l in te rio r no sólo ha sido vaciado, sino que
incluso ha sido d e strip a d o , com o u n a n im a l que h an ab atid o. (N o
podía ser de otra m anera, pues todavía en 1 9 2 0 ahí se rezaba con fe r
vor fan ático). A l retirársele todo el in ven tario , quedó a la vista ir r e
m ediablem ente el c o lo rid o entrelazo vegetal que se extien d e com o
una p in tu ra m u ra l p o r todos los p asillo s y las bóvedas; u n a p in tu ra
mucho más an tigu a, qu e, en los espacios in te rio re s , aú n m an ten ía
vivo el recu erd o de las espirales de las cúpulas, se desfigura ahora en
un triste divertim ento ro co có . L o s pasillos abovedados son estrechos,
y de p ro n to se en san ch an hasta co n ve rtirse en altares o en capillas
292 IMÁGENES QUE PIENSAN
re d o n d a s, a las que llega tan escasa luz desde las altas ventanas que
apenas se distinguen los pocos objetos religiosos que quedan. Muchas
otras iglesias están abandonadas y vacías. P ero el fuego que desde los
altares ya m uy pocas veces ilu m in a la nieve está al co n trario muy bien
conservad o en las ciudades de b arracas de m ad era. E n sus estrechos
p a sillo s cu b ierto s de n ieve siem p re re in a el sile n c io . S ó lo se oye la
suave je rg a de los sastres ju d ío s , que ahí tie n en su puesto ju n to a los
trastos de la vend ed ora de papel que, oculta y en tron izada tras colla
res de plata, tien e en to rn o a su ro stro lám in as de o ro ju n t o a los
enguantados papás N o el, com o una o rien tal tiene su velo.
19
Hasta el día más d u ro de trabajo nos ofrece en M oscú dos coordena
das que p re sen ta n cada u n o de sus in stan tes en calid ad de espera y
con su m ación : la vertical de las horas de com er y la h orizo n tal vesper
tin a del teatro. Pero n u n ca se está m uy lejo s de ellas, p o rq u e Moscú
está llen o de cientos de restaurantes y teatros. A bu n d an tes puestos de
golosinas patrullan las calles, muchas de las grandes tiendas de comes
tibles no cierran hasta las once de la n och e, y en cu alquier esquina se
a b ren cervecerías y teterías. Las palabras chainaia y pivnaia [« te te ría » ,
« c e rv e c e r ía » ] (y las dos p o r lo gen eral) aparecen pin tadas sobre un
fo n d o en el que el >rerde soso del b o rd e su p e rio r baja descendiendo
g ra d u a lm en te hasta alcanzar u n a m arillo su cio . L a cerveza se toma
n o rm a lm e n te con u n cierto Lipo de co m id a : u n o s tro cito s de pan
b lan co seco, p an n eg ro h o rn e a d o co n u n a co stra de sal y guisantes
secos en agua salada. E n ciertas tascas puedes com er así y además dis
fru ta r de u n a p rim itiv a inszenirovka. A s í se d e n o m in a cierta clase de
pieza teatral de tem a líric o o ép ico. A m en u d o se trata de unas pocas
can cion es p o p u lare s que van sien d o m altratadas p o r u n co ro . De la
o rq u esta fo rm a n parte algunas veces en calid ad de in stru m entos
m usicales, ju n to a acordeones y violin es, tam bién algunos ábacos. (De
hecho están presentes en la totalidad de las tiendas y o ficin as, pues ni
siqu iera el cálculo más sen cillo es pensable sin ellos'). E l calo r que te
asalta cuando entras en estos locales, al b eb er u n té siem pre caliente,
o al p ro b a r la co m id a m uy p ican te , es el p la c e r secreto p ro p io del
in viern o m oscovita. P o r eso no conoce la ciudad el que n o la conozca
con nevada. C u alq u ier región hay que visitarla siem pre en la estación
MOSCÚ 293
20
historia (bien al con trario de lo que sucede den tro de la óptica espa
cial) ese a lejarse sig n ific a u n volverse m ás gra n d e . Las ó rd en es son
a h o ra d ife re n te s q\ie en los tiem p o s de L e n in , p e ro las con sign as
todavía son las que él im p a rtió . Pues hoy se explica a los com unistas
que el trab ajo re v o lu c io n a rio del m o m e n to n o es a h o ra la lucha,
com o ya no es tam poco la gu erra civil, sino b ien al co n trario la con s
tru cció n de canales, la electrificació n y la in d u strializació n . L a esen
cia revolu cionaria de la auténtica técnica se presenta ahora claram ente
y, com o todo, tam bién esto sucede (y con razón sin duda) en n om bre
de L e n in , que es u n n o m b re que crece sin cesar. Resulta así sign ifica
tivo que el sobrio in fo rm e que redactó la delegación de los sindicatos
ingleses, u n o que, sin du d a, es p o co dado a p ro n ó stico s, m en cio n e
incluso la posib ilidad de « q u e , si el recuerdo de L e n in ha encontrado
su lugar en la h istoria, este gran d irigente y re fo rm ad o r revo lu cio n a
rio se halla en tran ce de ser c a n o n iz a d o » . E l culto de su im agen en
efecto ya es in c alcu lab le, y hay in clu so u n a tie n d a que la v en d e en
todos los tam años, m ateriales y poses. S u b usto está presen te en los
« r in c o n e s de L e n in » , su estatua de b ro n c e o su relieve está en los
clubs más grandes, su retrato de tam año n atural está en las oficinas, y
otras fotos algo más pequeñas están colgadas en todas las cocinas, y en
lavanderías y despensas. La im agen de L e n in está incluso colgada en el
vestíbulo del vie jo Palacio de A rm a d u ra s del K r e m lin , igu al que los
paganos convertidos im p o n ían la cruz en u n lugar que antes era p r o
fan o . Y así, poco a p oco, la im agen de L e n in va adoptando unas fo r
mas can ó n icas, de en tre todas las cuales la c e le b é rrim a im agen del
o ra d o r es la más frecu en te. P ero hay otra im agen que todavía es más
conm ovedora y que nos resulta más cercana: L e n in sentado a la mesa
al in c lin a rse sobre u n n ú m e ro de Pravda. E n tre g a d o a u n efím ero
p erió d ico , se m anifiesta co n la ten sió n dialéctica que se correspon de
con su ser: la m irad a se lanza co n seg u rid ad a lo le ja n o , m ien tras el
esfuerzo infatigable del corazón se centra en el instante.
EL CAMINO AL ÉXITO EN TRECE TESIS[3]
* C fr . Salm os 1 2 7 . 2- [N . del T .]
EL CAMINO AL ÉXITO EN TR ECE TESIS 297
el que los gen io s de las fin an zas van h acien d o ca rre ra es del m ism o
tipo exactam ente que la presen cia de esp íritu co n que el abbé G a lian i
se sabía m over p o r los salones. Pero sin duda, com o decía L e n in , hoy
no hay que d o m in a r a las p erso n as, sin o só lo a las cosas. D e ah í esa
apatía que co n firm a a m en ud o en los grandes magnates de la eco n o
mía la más alta y más grande presencia de espíritu .
WEIMARW
I
En las ciudades pequeñ as de A le m a n ia no es p o sib le siq u iera im a g i
narse las habitaciones sin alféizares. Pero m uy pocas veces los he visto
tan anchos com o los de la Plaza del M ercado de W eim ar, en El Elefante,
en d o n d e co n vierte n la h ab ita ció n en u n palco desde el cual he
podido contem plar u n ballet que n i siquiera los escenarios de los cas
tillos de N euschw anstein y H errench iem see p o d ían o frecerle a L u is II,
dado que era u n ballet de m a d ru gad a. H acia las seis y m ed ia, de
repente em pezaron a a fin a r: los gruesos co n trab ajo s de las vigas, los
violines-som brillas, las flau tas-flores y los tim b ales-fru to s. E l escena
rio aún está casi vacío; hay vendedoras, p ero aún n o com pradores, de
manera que m e volví a d o rm ir. H acia las nueve, cuando me desperté,
había ya vina o rg ía : los m ercados so n o rgías m añ an eras; J e a n Paul*
habría dicho que el ham bre da su in icio al día, lo m ism o que el am or
le pone fin . Las m onedas daban u n ritm o sin copado, y lentam ente se
iban a b rie n d o paso u n as chicas co n redes q u e, cru zan d o en todas
direcciones, in vitab an a d isfru ta r sus re d o n d e ce s. P ero ta n 'p ro n to
como me vestí y b ajé al m ism o plan o para en trar yo tam bién al esce
nario, se esfu m aron el b rillo y la frescura. Y co m p ren d í que los obse
quios de la m añ an a, tal com o sucede con la salida del S o l, se deben
recibir desde lo alto. L o que dio u n dulce b rillo a los adoquines ¿n o
había sido u n a a u ro ra m e rc a n til? A h o ra h ab ía q u ed ad o sepultada
debajo del papel y la basura. E n vez de danza y m úsica, sólo había allí
tru equ e y n egocio. Y es que no hay nada com o la m añana para esfu
m arse de m odo irrep arab le.
II
, E n el A rchivo de Goethe y Schiller, la escalera, las salas, las vitrinas y las
bibliotecas son igualm ente blancas. E l ojo n o encuentra n i u n espacio
donde descansar. Los m anuscritos están ahí acostados igual que enfer
m os en los hospitales. P ero, cuanto más tiem po te expones a esta luz
tan áspera, más crees finalm ente recon ocer, en el fo n d o de estas dis
p o sicion es, u na razón in con scien te de sí m ism a. S i el estar enferm o
m ucho tiem po hace que los gestos se nos vuelvan más am plios y tran
q u ilo s y los vuelve u n espejo de todas las distintas em o cio n es que
expresa u n cu erp o sano en cada u n a de sus decision es y en las mil
m an eras de a rra n c a r y o rd e n a r, lo que es d e cir: si el estar enferm o
hace que u n a p erson a retroced a a la m ím ica, tien e en ton ces sentido
que estas hojas se encuentren com o enferm os en sus anaqueles. N o nos
gusta pensar que todo lo que hoy se nos presenta tan consciente como
vigorosam ente com o « o b ra s » de Goethe en form a de lib ro antes haya
existido en esa frágil form a que es la única y p ro p ia de toda escritura, y
que precisam ente lo que de ella saliera fuera lo severo y depurativo que
rod ea a convalecientes y m orib u n dos para las pocas personas que están
cerca de ellos. Pero, ¿es que estas hojas n o su frie ro n a su vez una cri
sis? ¿ N o sentían com o u n escalofrío y nin gu n a sabía si aquello que se
ap ro xim ab a era la d estru cció n o la p ostu m a fa m a ? ¿ Y n o son estas
h ojas la p ro p ia soledad del c o m p o n e r? ¿ Y el lu g ar m ism o en que la
poesía realiza su examen de conciencia? ¿ N o hay quizás entre sus hojas
algunas cuyo texto in d escrip tib le sólo asciende com o m irad a o como
hálito desde los trazos m udos y quebrados?
III
Es cosa b ien sabida que el despacho de G o eth e era muy prim itivo . El
espacio es m uy b ajo , y n o tiene n i a lfo m b ra n i dobles ventanas. Los
m uebles no n os llam an la a ten ció n . S in du d a G o eth e p o d ría haber
ten id o u n despacho d istin to, pues en aquella época ya había sillones
grandes de cu ero y alm oh ad o n es. Esta h ab ita ció n no se adelanta en
DOS SUEÑOS 30 1
<DOSSUEÑOS>[5]
11 mi 11 mlii t u i I Indi > de reí lio ]>«>■' una muy alia valla. M ien tras yo me
............. iilm ni |»i mi -11 >i <» <lc l;i carretera en co m p añ ía de gen te cuyo
iniiiK-i ii y nrmi no i rc u n do (.solo recuerdo que había más de u n o ), el
jji.tn piolín «Ir 1 Sol surgió <lc pro n to blanco y sin resp lan d o r entre los
ii1 1>o I r , niii.N .sin destacar con cla rid ad , casi o cu lto en m edio del
liilliijr liin velo/, com o el rayo, m e a d en tré (so lo ) a lo larg o de la
i ni ir ir n i |>aia alcanzar una visió n más am plia; p ero el S o l desapare
en»; ni se hundió ni quedó oculto p o r las nubes; era cual si lo hubie-
i nn h orrado de p ro n to , com o si, de repen te, se lo h u b ie ran llevado.
I'.n un m om ento ya era plena noche; y em pezó a caer con gran violen-
«-in una lluvia que ablandó com pletam ente la carretera debajo de mis
I>íes. I'.c hc a co rrer sin pensar a dónde. D e p ro n to el cielo se estreme
ció d r parte a parte tiñ é n d o se de b la n co en u n lu g a r, p e ro no se
dcl>ió a la luz del S o l n i tam poco a u n relám p ago (era u n a aurora
l*oreal, y yo ya lo sabía); solam ente u n paso p o r delante de m í estaba
<■1 mar, al que la carretera conducía. A n im ad o p o r el efecto de una luz
finalm ente adqu irid a y la advertencia a tiem po del p elig ro , re co rrí la
carretera triu n falm ente en sentido inverso, sum ido com o antes en la
oscuridad y la torm en ta.
S o ñ é que había u n a gran revuelta escolar. S te rn h e im [6] tenía ahí
su papel y nos la contó más adelante. E n su texto figuraba literalm ente
r.sla frase: « G u a n d o se tamizó p o r vez p rim era el pen sam ien to joven,
arrib a se en con traron novias alim entadas y un os brownings^-.
1 )<• todas las ciudades, no hay n in gu n a que esté relacion ada más ín ti
m am ente con el lib ro de lo que está París. S i G ira u d o u x tien e razón
( uando nos dice que el sentim iento m áxim o de lib ertad hum ana con-
,'iiNlr rn .seguir a píe el curso de u n río , la o cio sid ad más consum ada,
la libertad más dichosa nos conduce aquí de libro «mi libro, Nobir Ion
calvos muelles que b ord ean el Sena se ha ido posando, .siglo n ,s iglo, ln
hiedra de las hojas eruditas: París es una gran sala de biblioU-m nlm
vesada enteram ente p o r el Sena.
¡iccioii <lr i iudíid y lib ro , una de estas plazas fin alm en te ha hecho su
iii|Meso en la biblioteca: en los célebres libros de D idot del pasado siglo
li|Mir;i com o marca del im presor justam ente la Place du Panthéon.
MARSELLA[I3]
i'( IinIii |•i ■Iil icacl o <n la revista N eu e S ch w eiierR undscha u en ab ril de 1 9 2 9 .
'' • I H 1 .illi-, im ico cam po válid o de e x p e r ie n c ia » . [N . d e l T . ]
MARSELLA 307
Ruidos. A rrib a, en las calles desiertas del b arrio del puerto, se sien
tan, apretados o separados com o m ariposas en las calurosas hileras de
IMÁGENES QUE PIENSAN
i ntt Iii ni< |im e»pe< 1.1 del anim al todavía palp itan te. Oursins de l’Estaque,
/‘tu MiiitvMMo, rlottisxcs, maúles mariniéres: to d o esto es continuam ente
l u111 I/u d <>, ngrupndo, con tad o, cascado, desechado, servido y, fin al-
n irn ir, drguNlado. Y el estúpido in term ed iario del com ercio interior,
« ri decir, <1 papel, nada tiene ahí que hacer entre el elem ento desen
frenado, m el oleaje de labios espum osos que m oja los escalones por
r o m p id o . Pero allá enfren te, en el otro m u elle, se extiende la co rd i
llera de « re c u e rd o s » , el m ás-allá m in eral de las conchas de los m eji
llo n e s. Fuerzas sísm icas h an id o a p ilan d o este m acizo de v id rio en
pasta, cal de conchas y u n esm alte en el cual los tin tero s, las anclas y
los barcos de vapor, las colum nas de m ercu rio y las sirenas se mezclan
y c o n fu n d e n . L a p re sió n de más de m il atm ó sferas b ajo la cual se
agolpa, se em pina y se escalona este m u n d o de im ágenes es la misma
fuerza que en las duras m anos m a rin e ras se p o n e a p ru e b a tras un
largo viaje contra pechos y m uslos de m u jeres; y la lu ju ria que en las
cajas de m ejillon es arranca al m undo de p ied ra u n corazón de tercio
pelo azul o ro jo para m echarlo con agujas y con broch es es esa misma
fuerza que en el cía de paga estremece de p ro n to estas callejas.
E n c o n tra r p alab ras p ara lo que tien es ante los o jo s p u ed e ser muy
d ifíc il. S i al fin llegan, golpean con pequeñ o s m artillos lo real, hasta
que h an expu lsad o de ah í la im agen co m o al irla b o rra n d o de una
placa de cobre. « P o r la tarde se reú n en las m u jeres, en to rn o a aque
lla fuente que queda ante la puerta de la ciudad, a coger agua con sus
gran d es c á n ta ro s» : sólo cu an do en co n tré estas p alab ras, la imagen
d esap areció de lo vivid o d em asiad o b rilla n te y ciegam en te, con sus
recios bultos y sus som bras p ro fu n d a s.¿Q u é sabía yo antes de aquellos
sauces relucientes que a la tarde hacen guardia con sus chispas ante la
m u ralla de la v illa ? A n tes las trece torres h ab ían d eb ido acom odarse
en p oco espacio, p e ro ah ora cada u n a ocu pab a su lu gar con discre
ción , y entre ellas todo era más am plio.
S i vien es de le jo s, la ciu d ad en tra de p ro n to en el paisaje de
m an era tan im p e rc e p tib le com o si h u b ie ra en trad o a través de una
p u e rta . San G im ig n a n o n o tien e el aspecto de que u n o tenga que
acercarse a ella. P ero tan p ro n to com o lo co n sigues sabes que has
caído en su regazo, y el sordo zum bido de los grillos y las voces chillo
nas de los n iñ os te van a im p ed ir recon ocerte.
E n el curso de siglos sus m urallas se h an ido estrechando; y ape
nas queda u na sola casa que n o m uestre las huellas de grandes arcos
re d o n d o s p o r en cim a de la estrecha p u e rta . Las abertu ras sobre las
que ah o ra caen o n d ean tes unas telas sucias p ara p ro te g ern o s de los
insectos eran puertas de b ro n ce. H ay restos de los viejos ornam entos
de p ie d ra ad h erid os aún a las pared es, que así p resen tan u n aspecto
h eráld ico. S i has entrado p o r Porta San G io van n i, tienes la impresión
de que estás en u n patio, y no en una calle. Pues las plazas son patios,
con lo que sientes que estás a salvo en todas. Eso que sucede con fre
cuencia dentro de la ciudad m erid ion al aquí se experim enta especial
m ente: que qu ien la habita tiene que esforzarse para com pren d er con
claridad lo que necesita para vivir, pues la lín ea de estos arcos y pina
culos, y la so m b ra y el vu elo que trazan las palom as y corn ejas liaren
que olvide sus necesidades. L e resulta d ifíc il escaparse de esta presen
cia tan exagerada, p ara ten e r en cuenta la m añ an a du ran te el trans
curso de la tarde y el día siguiente p o r la n o ch e.
D onde te puedes m an ten er de pié tam bién puedes sentarte. Y no
sólo los n iñ o s, sin o tam b ién todas las m u je res tie n e n su lu gar en el
um bral, m an ten ien d o el cuerpo m uy cerca del suelo, de sus costum
bres y tal vez de sus dioses. La silla ante la p u erta de la casa ya co n sti
tuye u n signo de in n o v a ció n en la ciu d ad . P o rq u e sólo los h om bres
aprovechan las escasas oportu n idades para irse a sentar en los cafés.
N u n ca tuve así en m i ventan a la salid a del S o l y de la L u n a .
C uando p o r la noche o p o r la tarde me tum bo en la cama, sólo existe
el cielo . P o r co stu m b re, em piezo a d e sp erta rm e p o co antes de que
salga el S o l. Y entonces espero a que se alce poco a poco detrás de la
m ontaña. A l fin se da el p rim e r fugaz instante en que el Sol n o es más
grande que u n a p ied ra, que una ardiente y b rillan te piedrecita que se
posa encim a de la cum bre. Pero aún nadie ha atrib u id o al S o l lo que
G oeth e d ijo de la L u n a : « G lá n z t d e in R a n d h e ra u f ais S te rn » * . El
Sol no es u na estrella, es una piedra. E n otros tiem pos la gente quizá
debió de p o seer el arte de guardarse esta p ie d ra tal com o si fuera un
talismán que les trajera las horas más felices.
M e asom o a m ira r p o r la m u ra lla . E l cam po aq uí n o se pavonea
con caseríos y ed ifica cio n e s. Se ven cosas ah í, p ero a la som bra. Los
patios que la necesidad ha construido son más distinguidos —pero esto
no sólo en su diseño, sino en la arcilla de que están hechos sus la d ri
llos y hasta en el cristal de sus ventanas— que cualquier gran casa seño
rial situada al fo n d o de su parque. Pues la m uralla en la que me apoyo
com parte el secreto del o livo, cuya copa se abre sobre el cielo com o
una gu irn alda dura y frágil, con sus in n u m erab les h en didu ras.
« B r illa tu b o rd e com o el de u n a e stre lla » . Este verso de G oethe |)<-rlrnc< <• ni 11.......
titu lad o Dem aujgehenden Vollmonde. [N . del T .]
I'AHAKAHI WOI I SKI III I N SU SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO
(Jn re cu e rd o ''!>l
I In | mte mu im luye muchas cosas. A sí, no hay que creer que su secreto
coiini.nI ii uiiiciiincnlc en escrib irlo . W olfskehl ha escrito m uchos hasta
nlioni, peco no hay que creer que su secreto consista ú n icam en te en
hubn-los cscrito. Vam os a hablar aquí de otro secreto.
l’cro p ara eso tengo que p e d irle que m e p e rm ita rem on tarm e
hasta un recu erd o. Fue d entro de aquel cuarto in te rio r de m i amigo
1 1e sse r que, sin ser u n chaflán en absoluto, sin duda era la más abu
hardillada de las habitaciones de poeta. A h í se sentaba W olfskehl una
noche, sobre la silla, ante la ancha cama, que con el verde descolorido
y polvoriento que se veía en su cob ertor tal vez nos explicaba los efec
tos sen soriales-m orales del color m ejo r que los fam osos diagramas de
la casa de G oeth e. Y o llegué m uy tarde aquella n o ch e, y n o recuerdo
de qué estaban h a b lan d o . P ero , ¿ n o es en el fo n d o toda verdadera
co n ve rsació n u n a serie de éxtasis en la que te d etien es de repente,
igual que en u n sueño, sin ten er n i la m e n o r idea de cóm o has alcan
zado ese lu g a r? U n in stante así fu e cu an do W ofskehl tom ó El siglo de
Goethe, que estaba puesto en una estantería, y com enzó a leerlo en alta
voz. Por más que sólo fuera en h o n o r del gran co n o ced o r y amante de
los libros que es K a rl W olfskehl, m e gustaría p o d e r d ecir aquí todavía
algo más sobre ese lib ro , u na conocida an tología que la editora Blatter
jiir üie Kunst publicó p o r vez p rim era en el año IQOí?. E n aquella época
los lib ro s todavía p o se ía n u n tra je , que en este caso, com o era de
esperar, era obra de Lechter**. U n os zarcillos azules rodeaban el texto
(l)icn llen o y bien. cerrad o , p o r debajo del n o m b re), y en la portada
aparecía la m arca p ro p ia de la ed ito ria l, u n a u rn a que se veía levan
tada encim a de anos dedos em p in a d o s de la que ib an salien do los
enroscados rizos y las orlas cargadas con sus lem as que fu e ro n típicas
16 «L as hojas, agotadas p o r el So l, cuelgan som n olien tas, / todo calla en el bosque, y tan
sólo u n a abeja / se esfuerza débilm ente en un a f l o r » . A sí com ienza el séptim o de los
Waldlieder de Ni rolas Le n a u ( 1 8 0 2 - 1 8 5 0 ) , que figu ra en Deutsche Dichtung, ed. de Stefan
George y K arI Wolfskehl, vol. 3 , D asJahrhundertGoethes, B e rlín , 1 9 10 , p p . 1 4 2 - 1 4 3 -
* Die Fibel es un ? c o lec c ió n de p oem as de S tefan G e o rg e p u b licad a en el añ o 1 9 0 1 .
[N . del T .]
SOMBRAS BREVES I 317
Amor platónico
i'/ I i kIo 1 m■I>1i< ¡iilu rn l;i revista N cue Sch w ciier Rundschau en n o v iem b re de I 9 ? 9 -
, 1/1 i m A oi n i s u u e p i e n s a n
<. I• •• 111 ii <I, lililí.. I.i decisión com o el cortejo , recu peran d o la expecta-
ii\,i i m I.i rn111i i,i]mi<•/. y a n ticip a n d o la d e c isió n en el c o rte jo . Este
• n111 i ilii o |>Ii111f*r i j í i<* se. produce « d e u na vez p o r to d a s» , este entre-
ii'|n « r dr I o n t irm ¡ >os, sólo se puede expresar m usicalm ente. Y es que
I ><iii ) 11 n11 rxijrp «sí la m úsica com o lente convexa del am o r.
Demasiado cerca
l8 C o m p á rese esta frase con esta otra d el lib r o de Jo h a n n e s V . Je n s e n , h'w liu /»• Niivellm .
B e r lín , 1 9 19 : « Y , sin em bargo, h u b o cierto instan te a lo largo del nuil 1 i i n i m • • 11,
u n a de esas pausas del d estin o a las qu e más adelan te se Irs nota <|wr ......................I
g erm en de u n p osib le cu rso de la vida p len a y totalm ente diierrnle- ele- aejnrl i|u> i>..«
ha caído en s u e rte » .
322 IMÁGENES QUE PIENSAN
Sombras breves
C0MER[I9]
Higosfrescos
N o conoce bien u n alim ento el que siem pre haya sido m esurado con
él. D e este m odo se apren d e, si acaso, a d isfru ta rlo , p e ro n o a dese
arlo con avidez, n o a desviarse d el cam in o lla n o del apetito para
entrar rectamente en la selva virgen de la voracidad. E n la voracidad se
reú n en dos cosas: la intensa desm esura del deseo y la u n ifo rm id ad de
su ob jeto . La vo racid ad se re fie re a u n a sola cosa, hasta n o d ejar de
ella n i las raspas. S in duda, de este m odo ahondam os más en el objeto
que cuando sólo disfrutam os de él. Esto te sucede cuando m uerdes la
m o rtad ela com o si fu era p an , cu an do excavas d e n tro de u n m elón
com o si se tratara de una alm ohada, cuando lam es los restos del caviar
en u n papel cru jien te, cu an do u n trozo de queso hace que olvides
todo lo demás que se puede com er sob re la T ie rra .
¿ C ó m o me sucedió p o r vez p rim e ra ? A n tes de to m ar u n a deci
sió n bastante d ifícil. D ebía enviar una carta o b ien ro m p erla. La llevé
Café créme
Kn verdad no conoce el café m atutino q u ien hace que se lo traigan a
su h a b ita ció n de P arís puesto sob re u n a b an d eja de plata, con un
plato a d o rn a d o co n b olitas hechas de m e rm elad a y m an teq u illa. Ei
café hay que tom arlo en el b istró, entre cuyos espejos hasta el propio
petit déjeuner es u n espejo cóncavo d o n d e aparece ia im agen más
pequeña de esta ciudad. S in duda que en n in gu n a otra com ida los rit
m os p u e d e n ser más d ife ren te s, desde la m a n io b ra m ecán ica del
em pleado que, arrim ado al m ostrador de zinc, se tom a de u n trago su
café con leche hasta la fru ició n con que u n viajero va vaciando su taza
lentam ente en una pausa entre dos tranvías. Tal vez tu m ism o te sien
tas a su lado com partiendo la m ism a mesa y banco, y sin embargo estás
lejo s y so lo . S acrifica s tu so b ried ad h ab itu al p ara d e cid irte a tomar
alg o . ¡C u á n tas cosas te tom as con este café! L a m añ an a entera, es
decir, la m añana de ese día y, a veces, tam bién la m añana perdida de
la vid a. S i de n iñ o te h u b ieras sentado a esta m esa, ¡qué cantidad de
barcos h ab rían pasado p o r el helado m ar del tablero de m árm ol! Así
h ab rías sabido qué aspecto tien e el m ar de M árm ara. M iran d o a un
iceberg o hacia u n velero, habrías tom ado u n trago p o r tu padre, otro
p o r tu tío y otro todavía p o r tu h erm an o, hasta que la crem a desbor
dara del grueso y dulce borde de tu taza, ese dilatado p ro m o n to rio en
el que tus lab io s descan saban. T u asco se d e b ilita p o co a p o co , y ya
to d o sucede de m an era rá p id a e h ig ié n ica : sólo b eb es, sin m o jar el
pan . M edio d orm id o, buscas una magdalena; en la panera, la rompes
y notas tan siq u iera cuánto te en tristece no p o d e r co m p artirla con
nadie.
horas, quizá h abría sido el ú n ico clien te. E l cauce de! río estaba seco,
unas nubes de polvo pasaban sobre la isla tib e rin a y , en la otra o rilla,
me acogió la vacía y d esierta V ia A re n u la . N o conté las tantas osterie
ante las que h ab ía id o p a san d o . C u a n to más h am b re ten ía, m en o s
atractivas se me h acían hasta parecerm e im p osib le en trar. D e una me
ahuyentaban los clientes, cuyas voces se o ían desde fuera; de otra, la
suciedad de la c o rtin a que se b alan ceab a ante Is p u erta; pasé de
largo, casi fu rtivam en te ante los restantes restau ran tes, pues estaba
seguro de qu e si los m irab a aú n a u m en ta ría m i a versió n . A esto se
añadió algo b astante d ife re n te del h am b re : la ten sió n crecien te de
mis n ervio s; n in g ú n lu gar me p arecía lo bastante oculto n i n in g ú n
alim ento lo bastante lim p io . Y no es que estuviera ten ien do visiones
de m anjares sabrosos o exquisitos, de caviar, langostas o perdices; de
verdad que, co n tal que fu era lim p io , sin duda que me h ab ría c o n
form ado con lo más corrien te y más sen cillo . Ten ía la im p resió n más
asentada de que era la ocasión irrepetible de enviar mis sentidos, que
estaban atados com o p e rro s, a husm ear en los pliegues y desfiladeros
de cu alquier alim en to , del m eló n y del v in o , de diez tipos de p an o
de las nueces, p ara ahí d escu b rir u n nuevo arom a. E ran ya las cin co
cuando me en co n tré en la am plia Piazza M o n tan ara, con su em p e
drado irre g u la r . U n a de las callejas que a q u í desem b o cab an m e
indicó el cam in o . Pues ya tenía claro que lo más sensato era acu d ir a
mi habitación y co m p rar en la calle m i com ida. Entonces me h irió la
luz de u na ventana, la p rim e ra ilu m in ad a de esa tarde. E ra la vitrin a
de una osteria en la cual h ab ían en cen d id o la luz antes que en vivie n
das y n e g o cio s. E n la ven tan a sólo se veía u n clien te, qu e, en ese
m om ento, se levantaba ya p ara m archarse. D e repente, pensé que yo
debía o cu p ar su lu gar. E n tré y m e senté en u n rin c ó n ; ahora ya me
daba igu al en cu ál, m ie n tra s que m uy p o c o tiem p o antes yo era el
más exigente e in d e c iso . U n ch ico m e p re g u n tó cuánto qu ería —d r
qué vino se trataba parecía in d u d ab le—. E n to n ces em pecé a sentirm e
solo, de m odo que saqué la negra varita m ágica que tantas veces h¡il>ín
tejido a m i a lre d e d o r todo u n cresp ó n de letras con u n nombre* en
su centro que mezclaba al o lo r que despedía el falerno el o lo r que r hc
nom bre iba enviando a m i soledad. M e p e rd í en el crespón, com o rti
el nom bre, en el arom a y en el vino hasta que u n m urm ullo hi/,o q u r
levantara la m irad a. A h o ra la osteria estaba lle n a : trabajadores d r Ion
alrededores que se re u n ía n aq u í con sus m u je res, m uchos i m i uno
i m A o i n i í. q u e p i e n s a n
Borscht
Prim ero pone una máscara de vapor sobre tus rasgos. P ero ya mucho
iinl.es que tu len gu a h um edezca la cu ch ara, tus o jo s ya llo r a n , y tu
imriy. ya chorrea sopa. Y a m ucho antes de que tus intestinos le presten
hi a le a c ió n que siem pre im p o n e y que tu sangre se con vierta en una
oh» que. baña tu cuerpo con su espum a olorosa, tus ojos ya h an bebido
l.i roja exuberancia de este plato. Y ah ora so n ciegos para cuanto no
sea aquella sopa o su re fle jo en los ojo s de aq uella m u je r co n la que
rom es. Y piensas que la crem a es lo que da al borscht su b rillo espeso.
P u n ir ser. Pero yo me la he tom ado en M oscú en in v ie rn o , y sé que
ilrn iro hay nieve, y unos copos rojizos fun d idos, y unas nubes que son
<....... * el maná, que u n día tam bién cayó del cielo. Ese ch o rro caliente
mi nlil.mil.indo la bola de carne para que vaya en trando en tu in terior
......... . i lucra cam po ro tu ra d o , del cual ya es m ás fá c il a rra n ca r la
Inri luí •• irislr/.a v junto con la raíz que la alim enta. Mas n o toques el
vnilLi, y no corles Lis em panadillas. Porqu e entonces al fin com pren
COMER 327
derás el secreto escon dido en esta sopa, que sin duda es el ú n ico a li
mento que te va saciando suavemente, que te va llenando poco a poco,
m ientras que con otros alim entos tu cuerpo se estremece de repente,
hasta que em ite u n « b a sta » b ru tal e inam istoso, radical.
Pranzo caprese*
rslüiio «pie of recía. ¿P en sáis que al tragar esto el asco h ab ría tenido
que ah ogarm e y que el estóm ago te n d ría que exp u lsar apresu rada-
nicnlc ose p u ré ? E n to n ces, ¡qué escasam ente con océis la m agia que
em ana el a lim en to ; qué p oco la co n ocía yo hasta el in stante del que
ahora estoy hablando aquí! P ro b ar este alim ento no fue nada, era tan
só lo el trán sito decisivo y m in ú scu lo en tre esos dos in stantes: p r i
m ero, o le rlo ; y lu ego, encon trarse atrapado y apaleado p o r él, todo,
de la cabeza hasta los pies, verse esclavizado p o r ese alim en to , atra
pado en él com o en las m anos de aquella vieja puta, ser exprim ido y
frotad o con su ju g o —no sé si era el del alim en to o el p ro p io quizá de
la m u je r—. Y o había cu m p lid o co n el d eb er de la cortesía, mas tam
b ién el deseo de la b ru ja; y subí la ladera, en riq u ecid o , con el mismo
saber que alcanzó U lises al ver de pro n to a sus com pañeros tran sfor
m ados en cerdos para siem pre.
Tortilla de moras
Esta vieja h isto ria se la cuento a qu ien es q u ieran tam b ién ponerse a
pru eba com ien d o higos, o con el falern o , con u n borscht o aceptando
u na com ida cam pesina de C ap ri. Erase u n a vez u n viejo rey que con
sideraba com o p ro p io s todo el p o d e r y los tesoros de la T ie rra , pero
no era feliz, sino que cada año iba estando más triste. A sí que un día
llam ó a su c o c in e ro , y enton ces le d ijo : « M e has servid o fielm ente
m uchos años y has traíd o a m i m esa siem p re los m ejo res alim entos,
p o r lo que te tengo m u ch o a p re c io . P ero ah o ra te p id o u n a última
p ru e b a de tu arte. A h o ra tien es que h acerm e u n a to rtilla de moras
com o la que tom é hace cin cu en ta añ os, cu an do todavía era muy
jo v e n . E n aquella época m i padre estaba en gu erra contra su malvado
vecino del Este. Fue derrotado y nos vim os obligados a h u ir. M i padre
y yo corrim os día y noche, hasta llegar a u n bosque m uy oscuro. Fui
m os reco rrién d o lo sin ru m bo y, cuando casi el ham bre y el cansancio
estaban ya a p u n to de m atarn os, e n co n tram o s p o r fin u n a cabaña.
A h í vivía una anciana que nos invitó am ablem ente a descansar m ien
tras ella cocinaba; siguió así en treten ida co n su h o rn o , hasta que, al
poco tiem po, nos sirvió una tortilla de m oras. A l llevarm e a la boca el
p rim e r trozo al p u n to me sen tí re c o n fo rta d o ; m i co razó n quedó
lleno de esperanza. Y o era m uy pequeñ o p o r entonces, y así, durante
m urlio I ieinpo, no pensé en los benéficos efectos de aquel m anjar tan
NOVELAS POLICÍACAS EN LOS VIAJES 329
* Sim ilia similibus curantur: « L o sim ila r se cu ra con lo s im ila r » , u n o de los prin cipios
fu n d am en tales de la h o m eo p atía. [N . d el T .]
** Sv en Elvestad ( l 8 8 4 ~ I9 3 4 )> escritor- n o ru e g o , u n o de cuyos seud ón im os era
A s b jo r n K r a g ; Frunk H e lle r es seu d ó n im o de G u n n a r S e r n e r ( 1 8 8 6 - 1 9 4 7 ) , un
esc rito r sueco mucHas de cuyas novelas están rep etid am en te protagon izadas p or el
detective F ilip C o iin . [NT." d el T .]
* * * L e o Perutz ( l 8 8 2 - I 9 5 7 )> e scrito r au stríaco de n ovelas fantásticas. C fr . De noche, bajo
el puente de p ied ra , trad . C ris tin a G arc ía O h lric h , B a rc e lo n a : E l A le p h , 19 9 8 ; El maes
tro del Ju ic io Final, tr.id. J o r d i Ib áñ ez, B a rc e lo n a : D e stin o , 2 0 0 4 . [N . del T .]
■i-*** G astó n L e ro u x , Lcfa n tóm e de l ’opéra, ig iO ; L ep a rfu m de la dame en noir, 1 9 0 7 . Ese «tren
NOVELAS POLICIACAS EN LOS VIAJES 331
fantasm a» tal vez sea alu sió n a la o b ra de teatro titu lada The Ghost Train, o rig in a l de
A rn o ld R id ley, que fu e estren ad a en L o n d re s en el 1 9 2 3 . [N . d el T .]
* A n n a K a th a rin e G re e n ( 1 8 4 6 - 1 9 3 5 ) , escrito ra estad ou n iden se, autora de las n o v
elas tituladas B ehin d C losedD o o rs, 18 8 8 , y The A jfa ir N ext D oo r, l 8 g 7 - [N . d el T .]
MAR DEL N0RTE[2I]
lares que ese m ástil describe sobre el cielo. Pero nunca es, p o r mucho
tiempo, la m ism a gaviota. Llega otra, y tan sólo con dos aletazos ya ha
expulsado, o tal vez con ven cid o, a la a n terio r. Hasta que el m ástil de
pronto está vacío. P ero las gaviotas no h an dejado de seguir al barco.
Siguen describiendo incesantes sus círcu los, p ero es otra cosa lo que
introduce u n o rd en en ellos. H ace ya m ucho que se ha puesto el Sol,
al Este reina ya la o scu rid ad . E l barco viaja hacia el su r, y en el oeste
aún queda algo de luz. M as lo que entonces sucedió a los pájaros (¿o
quizás a m í?) fue consecuencia del sitio dom in an te y so litario , puesto
justo en m edio de la cu b ierta de p o p a, que yo h ab ía elegid o p o r
m elancolía. V i ¿ e re p en te dos ban dadas de gaviotas, puestas una al
Este y la otra al oeste, u na a la izquierda y otra a la derecha, p ero tan
diferentes que no era posible el llam ar «gavio tas» a las dos. Los pája
ros de la izq u ierd a con servab an sobre el fo n d o del cielo fen ec id o
alguna cosa de su cla rid ad , ap arecían y d esap arecían a cada g iro , se
entendían o se evitaban, y p arecían no d e ja r n u n ca de tejer ante m í
con sus alas una serie in in te rru m p id a e in fin ita de signos, una m alla
efímera y m udable, mas sin duda legible. N o debía sino m irar al otro
lado para re e n c o n tra r los otro s p á jaro s. P ero en tre ellos n ada me
esperaba, ahí nada me hablaba. G u and o iba sigu ien do a los del Este,
que volando hacia u n últim o destello daban aún algunos negros giros
y, en un últim o vuelco, se disolvían en la lontananza y de repente rea
parecían, yo no p o d ía d e scrib ir su cu rso. M e en co n trab a en verdad
tan fascinado que m e veía vo lvien d o desde le jo s, n eg ro después de
tanto sufrim iento, com o u n tro p el de alas silenciosas. A m i izquierda
todo se en co n trab a aú n p o r d e scifra r, y m i d estin o p e n d ía de cada
señal que las aves em itían; a la derecha todo estaba descifrado, y había
une sola señal silen cio sa. Este ju e g o d u ró p o r m u ch o tiem p o en su
contrapunto in agotab le, hasta aquel m o m en to en que yo m ism o ya
era sólo el u m b ral sobre el que esos m en sajero s in n o m b rab les cam
biaban sin cesar del negro al blanco p o r encim a del aire.
Estatuas. U na sala con paredes verde m oho. Las cuatro están cubier
tas con estatuas. Entre ellas hay vigas adornadas que aún dejan ver en su
superficie ligeras huellas de palabras de oro com o « Ja s ó n » , « B ru s e
las» y « M alvin a » . A m a n o izquierda, al entrar, hay u n hom brecillo de
madera, que parece una especie de b ach iller con levita y un trico rn io
en h cabeza. E l brazo izquierdo lo muestra levantado, com o en actitud
de rcplicar algo, pero se in terru m pe bajo el codo; y la m ano derexha y
IMÁGENES QUE PIENSAN
<■1 pie izqu ierd o tam bién le Kan d esap arecid o . U n clavo atraviesa al
h om brecillo, que m ira fijam en te hacia lo alto. U nas cajas compactas,
sencillas y triviales, van alineadas sobre las pared es. E n algunas se lee
Livbaelter*, p e ro n ada en la m ayoría. Es p o sib le m e d ir el espacio con
ellas. U nas dos o tres cajas más allá se eleva m uy derecha una m ujer con
u n vestido b lanco m uy lu joso que deja m edio fuera el opulento seno.
E l cuello es m uy grueso y de m adera. Los labios aparecen agrietados, y
hay dos agu jeros b ajo el cin tu ró n . U n o p o r el p u b is y más abajo el
otro , sobre ese holgado y abultado vestido bajo el que no se imaginan
unas p ie rn as. T od as las figu ras tien en fo rm as vagas, en gen eral muy
poco articuladas. N o parecen llevarse m uy b ien con el suelo, su apoyo
sin duda está en la espalda. Puesto en m ed io de todos estos bustos y
estas estatuas descoloridas y agrietadas vem os a u n h om bre colorido e
ín tegro ; su m anto, de am arillo m uy intenso, tiene u n fo rro verde, su
vestido intensam ente rojo tiene u n ribete azul, su espada es verde y gris
y su cuerno am arillo; en la cabeza lleva u n g o rro frig io , m anteniendo
la m ano sobre los ojos en actitud de atisbar: se trata de H eim dalT*. Y
de nuevo una figura de m u jer, más m ajestuosa todavía de lo que lo era
la a n terio r. U n a peluca hace que sus rizos se derram en sobre u n cor-
p iñ o azul. E n lugar de los brazos, nos presenta volutas. Pensemos en el
h om bre que lo gró re u n ir estas estatuas, que las reu n ió en to rn o a sí,
que las buscó atravesando países y m ares sab ien do que ellas sólo
p o d rían en con trar la paz con él, y que él sólo p o d ría en con trarla con
ellas. Porque él no era u n aficionado a las artes plásticas, sino que era
u n via jero que buscaba felicid a d en la leja n ía , cuan do aún podía
en co n trarla en su país, y que más adelante creó u n h ogar con todas
estas estatuas torturadas p o r la lejanía y p o r el viaje. ¿Q u ién es son estas
niób ides del m ar tan desam paradas y ofen did as, que nos m uestran el
rostro co rro íd o p o r la acción de las lágrim as saladas, con las miradas
dirigidas hacia arrib a desde quebradas cavidades de m adera, y con los
brazos —las que aún los tienen—replegados, cruzados sobre el pecho en
u n gesto fin al de im p lo ració n ? ¿ O quizá serán m énades? Porque han
hecho fren te d ecid id as a unas crestas más blancas que las crestas de
Tracia y h an sido todas ellas golpeadas p o r garras más salvajes que 1;in
bestias de A rtem is. Todas ellas han sido m ascarones, los mascarones de
proa reunidos en el M useo de la N avegación de O slo. Ju sto en el ren
tro de la sala hay u n tim ó n puesto en u n estrado. ¿ E s que tam poco
aquí encuentran paz estos grandes viajeros? ¿T ie n e n que volver al ole
aje, eterno com o el fuego del in fie rn o ?
* Jean Paul (seudónim o de Jo h a n n Paul F ried rich R ichter), Leben des vergniigicn Schuhneister-
icinsM aría Wuz in Auenthal. E in e A rt Idylle, 1 7 9 3 - [N . del T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN
•J.'i, W. K iiiulin sky y Franz M arc (eds.)> D er blaue Reiter, M ú n ich , 1 9 1 2 ; Jo h a n n Jakob
Kím'IioIcii, Ihc Sagr mui ’lannquil, H eid elb erg , 1 8 7 0 .
VOY A DESEMBALAR MI B IBLIOTECA 34'
de acuerdo a su exp erien cia, cuando están con quistan do una cíu <I;k I
la tienda de antigüedades más pequeña pu ed e ser un fo rtín , la pape
lería más rem ota una p o sició n im p rescin d ib le. ¡C uántas ciudades lu
ido con ocien d o gracias a m is m archas expedicion arias a la conquista
de libros!
Por supuesto, que tan sólo una parte de las más im portantes de las
com pras se p ro d u c e en visitas a las tien d as. L o s catálogos ju g a rá n
papel m ayor. Y aunque el com p rad or conozca b ien ese lib ro que pide
de acuerdo al catálogo, el ejem p la r va a ser u n a sorpresa y el ped id o
siempre se parecerá a u n ju eg o de azar. Ju n t o a decepciones dolorosas
también se p ro d u cen felices hallazgos. A sí, en cierta ocasión, pedí un
lib ro con ilu stra c io n e s de colores p ara m i v ieja co lecció n de lib ro s
in fan tiles só lo p o r saber que co n ten ía cu en to s de A lb e rt Lu d w ig
G rim m y que se h ab ía p u b lica d o en G rim m a , que se en cu en tra en
T u rin g ia. P o rq u e tam b ién en G rim m a se p u b licó u n gran lib ro de
fábulas co m p ilad o p o r A lb e rt Lu d w ig G rim m ^ 4'. Y m i ejem p la r de
aquel lib ro de fábulas, con sus dieciseis ilustraciones, era el ú n ico tes
tim onio conservado de los p rim ero s tiem pos del gran ilu strad or a le
mán Lyser, que, a m ediados del pasado siglo, vivió en H am b u rgo 1'*5'.
M i re acció n ante la sem ejan za, so lam en te fo n é tic a , en tre aq uellos
nom bres resultó m uy precisa. D e este m od o volví a d escu brir los tra
bajos de L y se r, y en co n creto u n a o b ra, el Linas Mahrchenbuch^6\ que
todas sus b ib lio grafías desconocen y que m erece más am plia re fe re n
cia que ésta, la p rim era que hago.
La ad q u isición de lib ro s no es tan sólo u n a cuestión de d in ero o
de con o cim ien to. A m b os ju n to s n o bastan para fu n d ar una auténtica
biblioteca, que siem pre tiene algo de in c o n fu n d ib le y de im penetra
ble. Q u ien co m pra p o r catálogo tiene que añ ad ir a esas dos cosas un
agudo o lfa to . Fechas, to p o n ím ic o s, fo rm a to s, en cu ad ern acio n cu,
p rop ietarios a n te rio re s ..., todas estas cosas tien en que p o d e r d eclrlr
algo, p e ro no de m od o separado, sino que h an de estar en arm ón fu,
* C fr . H egel, p ró lo g o a las G rundlinien derPhilosophie des Rechts, que son del uño iMvto. I N
del T .]
** R o sen th al es u n a célebre fá b rica de p o rc elan a. [N . d el T .J
*** A lu sió n a C a r i Spitzw eg ( 1 8 0 8 - 1 8 8 5 ) , p in to r y d ib u jan te que inosl ro ro n ln ........
m u ltitu d de p erso n a je s extravagantes, in c lu id o s en tre ellos los rc>lr< < íomniii» .I.
lib ro s. [N . d el T .]
I I. CARÁCTER DESTRUCTiV0[27]
E sco n d e r sign ifica d ejar huellas. Pero unas que sean invisibles. Es el
arte de la m ano fácil. Rastelli* escondía cosas en el aire.
C u a n to más aéreo u n e s c o n d rijo , ta m b ién más in gen ioso.
C u an to más a la vista está, m ejo r.
P o r lo tan to, jam ás hay que esco n d er nada en los cajones, n i en
arm arios, n i bajo las camas o en el p ian o.
Ju e g o lim p io en plen a m añana de Pascua: escon derlo todo, pero
que se pueda d escu b rir sin ten er que m over n in g ú n objeto.
Mas no esconderlo descuidadam ente: u n pliegue en el tapete o un
bulto en la cortina pu ed en delatar ese lu gar en el que hay que buscar.
¿ N o co n o c en ustedes el relato de P oe titu lad o La carta robada?
E n ton ces se acord arán de la pregunta: « ¿ N o se ha dado usted cuenta
de que todos los que esconden u n a carta sin o la m eten en u n hueco
practicado p o r ejem plo en la pata de una silla, sí la esconden al menos
en algún agu jero b ien o cu lto ?» **. Pues el señ o r D u p in —el detective
de Poe— lo sabe de sobra. Y p o r eso m ism o en cuen tra la carta donde
su astuto rival la ha esc o n d id o : d e n tro de u n ta rjete ro puesto en la
repisa de la chim enea, a la vista de todos.
N u n ca hay que b u scar en el saló n . Pu es los huevos de Pascua
siem p re hay que esco n d erlo s en el cu arto de estar-, y cuanto menos
ord enad o esté, m ejo r.
E n el siglo X V III se escribían tratados erud itos s o b r e las cosas más
raras: sobre lo s n iñ o s aban d on ad os y las casas encantadas, sobre los
tip o s de su icid io y los v e n trílo c u o s. P u ed o m uy fácilm en te im agi
narm e uno sobre cóm o esconder los huevos de Pascua que compitiera
en eru d ició n con todos esos.
E l M akart es u n estilo d ecorativo que tuvo g ran d ifu sió n en Alem nnin n lumli n .1. I
siglo XIX, b a jo la in flu e n c ia d o m in a n te del p in to r H an s Makart (1H 40 iKM.|) 11 I
del T .]
IMA i H NI <1111 l'ICNSAN
EXCAVAR Y RECORDAR^
Volví muy tarde a casa. Pero no era m i casa, sino una lujosa ele ¡ilqní
ler, donde alojaba en sueñ os a la fam ilia S. D e p ro n to , de una calle
lateral, salió a teda prisa u na m u jer que, al pasar a m i lado en el p o r
tal, susurró a gran velocidad: « ¡V o y al té! ¡Voy al t é !» . Pero yo no caí
en la tentación de seguirla, sino que entré en casa de los S ., donde se
produjo al poco tiem po u n in c id e n te m uy desagradable en el curso
del cual el h ijo de la fam ilia de p ro n to me agarró de la nariz. P rotes
tando muy airad am en te, salí d an d o u n p o rta zo . A I lle g a r a la calle,
reapareció aquella m u je r d icien d o nuevam ente las m ism as palabras,
pero esta vez sí que le seguí. Para m i gran decepción , la m u je r no me
permitió que le d irigiera la palabra, sino que avanzó rápidam ente p o r
una calleja u n poco escarpada hasta que, al llegar a u n a verja de h ie
rro, fue a chocar con u n gru po de prostitutas que sin duda estaban en
su b arrio . N o m uy lejo s vi u n gu a rd ia , y m e desperté so b resaltad o ,
entre lentos apuros. Y entonces vin e a reco rd ar que la excitante blusa
de seda de la chica relucía en verde y en violeta: los colores de las cajas
de Froram s Act*.
A este sueño le p o d e m o s d ar u n lem a. Y sin duda u n o que se
encuentra en el Manuel des Boudoirs ou essais sur les demoiselles d ’Athénes, del
año 178 9 : « Forcer lesfilies de profession de teñir leurs portes ouvertes; la sentinelle se
proménerait dans les corridors»**.
SERIE 1BICENCA[3I]
Cortesía
No desaconsejar
Primer sueño
l' .'ila muy d ilu n d id o el p re ju icio de que la volu ntad es clave del éxito.
I'i i o si el éxito tuviera qüe ver sólo con la existencia in d ividu al, sería
la expresión de cóm o esta in te rv ien e de h ech o en el o rd e n del
inundo. Y, p or supuesto, ex p re sió n lle n a de reservas. P ero ¿so n
SERIE IBICL'NCA
La presente rosa de los vientos in d ica los aires buenos y los malos
que van ju gan d o con la existencia hum ana. N o queda n.ás que preci
sar su centro, el punto de intersección entre los ejes, el lugar de com
pleta in d ife re n c ia fre n te a éxito y fracaso . A h í es <íonde vive D on
Q u ijo te , el hombre de una sola convicción, cuya h isto ria en señ a que en el
m u n d o, sea éste el m ejo r o sea el p e o r de los m undos pensables —sim
ple y llan am ente n o es pensable—, la plen a con vicción de que es ver
dad lo que figura en los lib ros de caballerías hace feliz a u n loco apa
leado, p o r cuanto ésa es su sola convicción.
Atenciónj costumbre
I ,;i p r i m e r a d e t o d a s las p r o p i e d a d e s , s e g ú n n o s d ic e G o e t h e , es en
lo d o caso la a t e n c i ó n . Y , s in e m b a r g o , la a t e n c i ó n c o m p a r t e esa p r i
m ic ia c o n la c o s tu m b r e , q u e d e sd e el p r i m e r d ía le d is p u ta el te rre n o .
I ,a a t e n c i ó n t ie n e s ie m p r e q u e d e s e m b o c a r e n la c o s t u m b r e si no
tp iie re d e s t r u ir al s e r h u m a n o , c o m o la c o s t u m b r e s ie m p r e tie n e que
v e r s e p e r t u r b a d a p o r la a t e n c i ó n , si n o q u i e r e p a r a li z a r lo p o r c o m -
p l e l o . A t e n d e r y d e s p u é s a c o s t u m b r a r s e , r e c h a z a r y a c e p t a r , s o n la
c im a y el v a n o d e la o la e n el m a r d e l a lm a . M a r q u e t ie n e p o r cierto
m is b o n a n z a s . E s in d u d a b l e q u e q u i e n se c o n c e n t r a e n t o r n o a u n
p e n s a m i e n t o a t o r m e n t a d o , e n u n d o l o r y su s g o lp e s , p u e d e verse
p re s o fá c ilm e n te in c lu s o d e l r u id o m á s su a v e , d e u n m u r m u ll o o del
v i u d o d e u n in s e c t o q u e u n o í d o a t e n t o y m á s a g u d o p u e d e q u e n o
h u b i e r a p e r c i b i d o . S e g ú n se d ic e , el a lm a es m u c h o m á s f á c il de d is-
ir n e r ju s ta m e n te c u a n d o está m á s c o n c e n t r a d a . P e r o ¿ e s ta esc u c h a no
e;t m e n o s el f in a l q u e el e x t r e m o d e s p lie g u e d e la a t e n c i ó n , a q u e l in s
imule en <pie la a t e n c i ó n e x p u ls a d e su s e n o a la c o s t u m b r e ? E l z u m
b i d o o m u r m u ll o es el u m b r a l , y así, s in d a r s e c u e n t a , d e r e p e n te el
iilni,i lo lia c r u z a d o . G o m o si n o q u is ie r a r e g r e s a r al m u n d o d e c o s
t u m b r e ; y e n to n c e s vive e n u n m u n d o n u e v o d o n d e es e l d o lo r el que
lo ¡u oj>e. I ,a a t e n c i ó n y el d o l o r s o n c o m p l e m e n t o s . M a s t a m b ié n la
i í >íii u m b r e i ierre a su vez u n c o m p l e m e n t o , y su u m b r a l lo c ru z a m o s
i n el m o m e n t o en q u e n o s d o r m i m o s . P u e s lo q u e n o s su ce d e
(■■iimido e n ,s u e ñ o s o u n a a t e n c ió n d e l t o d o n u e v a q u e se d esgaja de lo
SERIE IBICENCA
Cuesta abajo
Nota previa: U n o de los prim ero s signos de que el hachís empieza a surtir efecto
« e s u n a desagradable sen sación de p re m o n ic ió n y co n g o ja; se acerca algo
extrañ o , in elu ctab le ... A p a re c e n im ágenes y series de im ágen es, al lado de
recuerdos m uy rem otos; aparecen escenas y situaciones enteras que se vuelven
p resen tes; p rim e r o nos p ro v o can in terés, ciertas veces p lace r, y tam bién,
fin alm ente, cuando ya no resulta posible evitarlas, d o lo r y cansancio. L a p er
sona es sorprendida y dom inada p o r cuanto le sucede, tam bién p o r lo que dice
y lo que hace. S u risa y la totalidad de sus m an ifestacion es le llegan como
acontecim ientos exteriores. Tam bién tiene experiencias semejantes a la inspi
ració n o la ilu m in ació n ... E l espacio puede irse am pliando, puede empinarse
el su elo , ap arecen sensaciones atm osféricas: v a p o r, op acid ad , grtved ad del
aire; los colores se hacen más claros y brillantes; los objetos, más bellos, o más
am enazantes y pesados ... T o d o esto n o sucede en desarrollo co n tin u o , sino
que lo más típico es la contin ua alternancia oscilando entre el sueño y la vigi
lia, u n vaivén incesante, agotador, entre unos m undos de consciencia que son
com pletam ente diferentes; de m anera que, en m edio de una frase, puede p ro
ducirse de repente este sum ergirse o este em erger ... D e esto nos in form a el
em briagado de una form a que suele desviarse bastante de la n orm a. Establecer
algunas conexion es suele resultar cosa d ifícil co n el esfum arse rep entin o del
recu erd o de lo p re ce d e n te ; el p en sam ien to n o tom a fo rm a de palabra, la
situación puede volverse tan alegre que durante m uchos m inutos el consum i
d o r de hachís no sabe hacer otra cosa que reír ... E l recuerdo de la embriaguez
es además sorpren dentem en te p re c is o » . « E s extraño sin duda que la in toxi
cación p o r hachís no haya sido estudiada experim entalm ente todavía. L a mejor
descripción de la embriaguez p o r hachís es hasta ahora la de Baudelaire (en sus
Paradis artificiéis)^. Jo é l y Fránkel, « D e r H a sch isch -R au sch », en: Klinische Wochert-
schrift, 1 9 3 6 , V , 3 7 .
.........
IMÁGENES QUE PIENSAN
.1. Mi i uiiIii * no me ]., recio un mal destino para u n tranvía que avanza
Luí tu ln | m - i ilcriu <lc .larsclla. Lo que pasaba en la pu erta del salón de
11ii 111 i iii ni iiy I>on it >>. De vez en cu an do salía de a llí u n ch in o vis-
ii. m1.1 luiiiiiilonr.s de >;eda azul y chaqueta de seda co lo r rosa brillante.
I -,i . m el pol lero . Algunas chicas se d ejaban ver, p e ro yo carecía de
.1. i. - .i 1 ,1.1 muy divertido ver cóm o se acercaba u n h om bre jo ven con
..... i i Imi ,i que llevaba un traje blanco y de p ro n to p en sar: « E lla se le
• n ni i io de la camisa, y él la recoge. V aya». A caricié la idea repentina
ili i 'i!,ii me aquí sentado, en el cen tro del vicio , y la palab ra « a q u í»
ni i ,'ie refería a la ciudad, sino al pequeño rin c ó n en donde estaba y en
¡■I que no pasaban muchas cosas. Pero todo sucedía de m anera que me
• i>npiro la aparición, com o rozán dom e con su varita m ágica, sum er
giéndom e en ella enteram ente com o dentro de u n su eñ o. Y es que las
per,so ñas y las cosas se su elen c o m p o rta r en esas h o ras com o esos
m onigotes de saúco que, en sus cajas de tapa de cristal, están envuel
to,•! en papel de estaño, y que, cuando se fro ta sobre el vid rio , se elec-
ii r/.an y, a cada m o vim ien to , ad o p tan re la cio n e s m uy extrañas los
unos con los otros.
I a m úsica del lo ca l, cuyo v o lu m en ib a su b ie n d o y b ajan d o sin
rr.-:;ir, me sonaba de m od o p a re c id o a las esco b illas de la m úsica de
/ii.;,;. I le olvidado ya p ó r qué razón me perm itía m arcar su ritm o con el
pie. listo va en co n tra de m i ed u ca ció n , y sólo su ced ió tras una
míen,sa discusión in te rio r. H u b o m om en tos en que la intensidad de
l;i:¡ im presiones acústicas recibidas ocultaba todas las dem ás. Y , sobre
l o d o en el pequeño b ar, tod o desaparecía de rep en te b ajo el fuerte
m id o de las voces, p e ro n o de la calle. Y lo más p e c u lia r de aquel
m len so ru id o de voces era que p arecía co n stitu ir u n d ialecto . De
repente, así los m arselleses no me estaban hablan do en u n francés lo
ha.stante bueno. Se habían quedado reducidos al nivel del dialecto. El
len o m en o de extrañam ien to que hay aquí y que K ra u s fo rm u ló con
esia h erm osa frase: « C u a n to más cerca m iras u n a p alab ra, de más
lejo.s te m i r a » ^ parecía extenderse así a lo óptico. E n todo caso, en
m edio de m is notas me e n c u en tro co n esta m u estra de sorpresa:
|< ¡óm o enfrentan las cosas la m ira d a !» .
AL SOL[35]
Los bosques giran en torn o de las cum bres, com o si el rastrillo del
verano los am ontonara abí de p ro n to . E n tre el rastrojo hay sauces ais
lados; y su fo lla je re lu ce, n eg ro y b la n co , igual que la plata. N o bay
árbol más adorn ado y más esquivo, rico en soplos que apenas se p e r
ciben . P ero u n o de ellos, sin em b argo, llam a la a ten ció n del ca m i
nante. A sí, recu erd a el día en que sin tió co n u n á rb o l. P o r entonces
tan sólo eran p re ciso s la m u je r que él am aba - ella estaba tum bada
sobre el césped, sin preocuparse de él—ju n to con su tristeza o su can
sancio. A p oyó la espalda contra u n tro n co , y el árbol le enseñó lo que
sentía. A cada vez que el árb o l com enzaba a o scilar, él a p ren d ía a ir
cogien d o a ire, y después a exp u lsarlo , cu an d o el tro n co co b rab a su
firm eza. Se trataba del b ien cuidado tro n co de u n árb o l de ja r d ín , y
era en verdad inim aginable la vida de aquel que p uaiera apren d er algo
de ese á rb o l qu e, fro n d o so y a b ie rto , se alzaba trip le m en te sobre el
suelo para crear u n m undo inexplorado en dirección a tres puntos del
cielo . P ero n in g ú n cam in o los re c o rre . A h o ra , m ien tras él sigue
indeciso u n cam ino que puede traicionarlo en cualquier instante, que
ora parece convertirse en un sen d ero , ora ir a acabar ante u n a espesa
b arrera de espinas, de nuevo vuelve a ser d u eñ e de sí m ism o cuando
las pied ras se escalonan en terrazas y las hon d as huellas de los carros
indican que ahí cerca hay una granja.
Porque n in gú n ru id o in dica que haya cerca n in gú n pueblo. E n su
en to rn o p arece irse exte n d ie n d o el sile n c io que cae del m ed io d ía.
Pero ahora los cam pos se separan y aclaran para a b rir el terren o a una
segunda o tercera sen d a; y m ien tras los m u ro s y las eras ya hacc
tiem po que se han ido escondiendo tras cúpulas de tierra o de folla j<\
en m e d io de los cam pos so lita rio s se p re sen ta el cruce de cam ino*
para crear u n cen tro . N o de carreteras n i veredas o cam inos de ca/.n;
su lu gar se abre en este espacio donde, en m edio del cam po, se cru/.im
sim plem ente los cam inos a través de los cuales, hace siglos, los labra
dores, h om bres y m u jeres, com o sus h ijo s y com o sus rebaños, van n
trabajar de u n cam po a otro, de u n p rado a o tro, de una a o d a cu,su, y
muy pocas veces de m anera que una noche n o duerm an en su nisit. I I
suelo ahí suena hueco, y el sonido que respon de a cada paso n l i r n l » n
qu ien se en cu en tra de cam in o . Pues, con este so n id o , la . s o l r d n d vti
p on iend o el país a sus pies. C u an d o llega a u n lugar que le rN |>n>|*|
ció, él sabe que es ella qu ien se lo ha in d icad o ; es la soledad ln <|in |(
in d ica que u tilice esta p ie d ra com o asien to , o aquella Im m l..... .
i m A iíi n l : s q u e p i e n s a n
n iiiin iinlii <1....... (p o n e rse tlcl can san cio . P ero él se ha cansado
<I c 111 un i ii *I <> n i i i i n ¡ -.ira que pu ed a d e ten e rse, y m ien tras p ie rd e el
p o d e r , ' u ) 1 1 i c n u . s p i <■.s , que lo tra n sp o rta n dem asiad o rá p id o , se ha
d u d o <u e n l a *1<■ que su fantasía se ha d e sp ren d id o de él y, tom ando
¡i|»<>y<> e n la pendiente que a lo lejos acom paña a su cam in o, empieza
;i d i . s p a r a r . s e p o r su cuenta. ¿Q u iz á desplaza las rocas y las cum bres?
¿ ( ) apenas las roza, com o con u n h á lito ? Y , ¿ n o deja p ie d ra sobre
piedra o lo respeta todo com o estaba?
T ie n e n los hasic'im una sentencia re fe rid a al m u n d o ven id ero que
dice sim plem ente lo siguiente: todo allí está dispuesto com o aquí. Tal
co m o es hoy n u estra h ab ita ció n , así será en el m u n d o ve n id e ro ;
d o n d e nu estro h ijo du erm e ah o ra, d o rm irá en el m u n d o ven id ero .
L a ro p a que en este m u n d o nos vestim os la vestirem os en el m undo
ven id ero . T odo será ju sto com o aquí, aunque será u n poco diferente.
A sí lo fija nuestra fan tasía, que co rre u n velo sobre lo le ja n o . Todo
pu ed e seguir tal com o estaba, p ero ese velo o n d ea so b re el fo n d o y,
m ientras tanto, todo se desplaza, im p erceptib lem en te, bajo él.
Se producen cambios incesantes, y nada se m antiene o se disuelve.
D e ese tejido casi im p erceptib le de p ro n to se d espren d en un os nom
bres; unos que, sin palabras, van pen etran do en el cam inante; m ien
tras que se form an en sus labios, él los recon oce, un o p o r u n o . A p a
re cen los n om b res; ¿d e qué le sirve a h o ra este p a isa je ? C ru za n por
una lejanía anónim a, pasan sin d ejar h uella. Lo s n om b res de las islas
que se alzaban antes desde el m ar com o g ru p o s de m á rm o l, de las
peñas m ellan do el h o riz o n te , de las estrellas s o rp re n d ié n d o lo en el
barco cuando iban ocupan do su lu gar en cuanto em pezaba a oscure
cer. H an enm udecido las cigarras, la sed desaparece p o r com pleto, ha
term in ad o el día. Pero desde abajo se oye algo. ¿ S e rá u n p e rro que
lad ra, unas pied ras que caen o u n le ja n o g r ito ? M ien tras lo oyes,
.liento, el racim o de las cam panadas se reún e despacio en tu in terior,
un .sonido tras otro. M adura y crece dentro de tu sangre. U n o s lirios
11<«reren en el rin có n de los cactus. Pasa u n coche a lo lejos entre o li
vo,-i y alm endros, pero sin hacer n in gú n ru id o , y cuando las ruedas ya
mc i-fH iiiiilen por detrás del fo lla je de los árboles, unas grandes m uje-
i. fi ;i<>1»i e li u i na na.s, con el ro stro vuelto h acia el que m ira, aparecen
11 • 11 ii 11111« .......... .. .se, sobre la tierra inm óvil.
EL SOÑADOR EN SUS AUTORRETRATOS1'1'1
El nieto
El vidente
36 Re.njam in reu n ió bajo este títu lo en 1 9 3 2 diversos sueñ os, algunos de los cuales ya
había p u b licad o a n terio rm en te . In ten tó ed itar esta colección , p ero al fin al n o lo
r -insigu ió.
372 IMÁGENES QUE PIENSAN
El amante
El sabio
Me veo en los grandes alm acenes W ertheim , ante una cajila que con
tiene figuras de m adera, p o r ejem plo u n a oveja del estilo de los ani
males que ib a n en el A rc a de N o é . P ero esta oveja era más lisa y no
estaba p in ta d a . M e atrajo este ju g u e te . G u a n d o me lo en señ o la
dependienta, vi que estaba con stru id o a la m an era de las placas mági
cas que v ie n e n en algu n o s de los ju e g o s de m agia: u n as plan chas
pequeñas rodeadas p o r cintas de colores que se a lin ean unas ju n to a
otras y que son ahora azules, ahora rojas, según vayas ju g a n d o con lns
cintas. A l darm e cuenta de esto me gustó más aún el ju eg o de m adera.
Pregunto a la d ep en d ien ta p o r el p re cio y me so rp re n d e que cueste
más de siete m a rco s. D e m an era que ten go que re n u n c ia r a com
p rarlo, au n q u e m e resu lta d ifíc il. G u a n d o me ap arto , m i últim a
mirada ve de p ro n to algo in esp erad o. L a co n stru cció n ha cam biado.
A hora la p lan ch a lisa es u n p lan o in c lin a d o , y a su fin a l hay una
puerta. U n espejo la llen a. E n este espejo veo lo que sucede sobre rl
plano in clin ado, que en realidad es una calle: dos n iñ os co rren p o r el
lado izquierdo. A h í no hay nadie más. T o d o esto p o r debajo del cris
tal. Casas y n iñ o s están co lo read os. A sí que ya no pu ed o resistirm e;
pago el p re cio y m e llevo m i ju g u e te . L u e g o , a la tarde, se lo q u iero
enseñar a m is am igo s. Pero en B e r lín h ay d istu rb io s. L a m u ltitu d
amenaza con asaltar el café en el que n os h em o s re u n id o ; entonce*
recorrem os m entalm ente los dem ás cafés, p e ro no hay n in g u n o q u e
parezca seguro. D e m odo que nos vamos al desierto. A h í es de noche i
montamos las tiendas; m uy cerca de ellas hay unos leones. N o he olvi
dado m i jo y a; se la que qu iero enseñar a m is am igos, pase lo que pa.ie.
Pero la ocasión no se presenta. Á fric a nos fascina dem asiado; así <|ur
me despierto u n p oco antes de p o d e r co n tar el secreto que acabo de
en ten der: los tres tiem p o s en que el ju g u e te se despliega. P rim era
plancha: esa calle de colores donde co rren dos n iñ o s. Segunda plan
cha: una m araña de fin os y ajustados engranajes, ém bolos y cilindro*,
rodillos y transm isiones, todo hecho de m adera y en una sola «uprrf'l
cié, sin que haya n i gente n i ru id os. Y p o r ú ltim o la tercera plnnehni
el nuevo o rd en en la Rusia de los soviets.
IMÁGENES QUE PIENSAN
El discreto
El cronista
con im rabo muy largo; con ella lim piaba su casa la m u jer. E l segundo
era u na calavera. « E l em p erad or me ha hecho tan p o b re —dijo ella de
p ron to— que no tengo otro recipiente en el que pueda darle de beb er
a m i h ija » .
una vez más, su siem pre antigua u n ió n . Las ram as y la copa se mecían
ahí, m editabundas, o se to rcían n eg an d o; el fo llaje se defen día de
repente de una violenta ráfaga de aire, temblaba ante e31a o bien iba a su
en cu en tro ; el tron co en cam bio se m ostraba b ien co n fiad o sobre su
base sólida; las hojas se hacían som bra, unas a otras. U n suave viento
aportó música a esta boda y llevó p o r el m undo, tal como en un lenguaje
m etafórico, a unos niños que ahora no tardaron demasiado en nacer.
tres cicatrices en el pecho, la im p ron ta exacta de las uñas de- lies dedos
que estaban siem pre ahí, apretados e inm óviles.
38 Esta frase es el estrib illo del p rim e r p oem a que aparece en el Lesebuch fiir Sliiillrhrm ilitiri
IMÁGENES QUE PIENSAN
Un sueño
N a r r a c ió n j curación
* l o s Merscburger /¡jiubersprüche son dos fó rm u la s m ágicas alem anas, ambas del siglo X,
p u blicad as p o r Ja c o b G rim m en el 1 8 4 2 : u n a de ellas tien e p o r objeto lib erar a un
p r e s o ; y la o tra, en cam bio, cu rar a u n cab allo. [N . del T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN
Un sueño
La «Nueva Comunidad» *
He leído Fiesta d e la paz, y tam bién Hombres solitarios**. Veo que la gente se
portab a m uy g ro se ram en te en F rie d ric h sh a g e n . P e ro , tan p u e r il
mente parecen haberse portado las personas en el seno de la «N ueva
C o m u n id a d » de B ru n o W ille y B olsch e, que dio m uch o que hablar
durante la ju ven tu d de G e rh a rt H au p tm an n . E l lecto r actual se p re
gunta quizá si p e rten e ce a u n nuevo lin a je de esp artan o s, pues sin
duda posee m ayor y más estricta d isc ip lin a . Jo h a n n e s V ockerath , el
patrono, es una bestia que H au ptm an n nos presenta con gran sim pa
tía. La in d iscreción y la m ala educación parecen ser el m ism o presu
puesto de este h eroísm o dram ático. Pero en realid ad tal presupuesto
no es otra cosa que m era e n fe rm e d a d . A q u í, com o en Ib sen , sus
num erosas varied ad es son p seu d ó n im o s de la en fe rm e d a d que fue
propia del cam bio de siglo, es decir, el llam ado mal dusiécle. E n tre esos
b ohem ios ch ap u ceros, com o lo son B ra u n y el p a sto r Sch olz, el
a n h e l o de lib ertad era m uy fu e rte . P o r o tra p arte se d iría que o cu
p a r s e intensamente del arte y la cuestión social es lo que los ha hecho
PEQUEÑAS J0YAS[44]
Escribir bien
Leer novelas
No todos loy libros se leen igual. P or ejem plo, las novelas sólo existen
para ser devoradas. L eerlas es p o r tanto u n p lacer de in gestión . Pero
esto nada tien e que ve r co n la em patia. E l le c to r n o se p o n e en el
lugar del h é ro e , sin o que in g ie re lo que le su ced e. L a an alo gía más
clara con esto es la p resentación apetitosa con la cual u n plato n u tri
tivo llega hasta la m esa. C iertam en te, existe u n alim en to crud o de la
experiencia —al igual que existe u n alim ento crudo del estóm ago—: la
experiencia hecha en carn e p ro p ia . P ero el arte que p ro d u c e la
novela, al igual que el de la cocina, com ienza más allá de lo que es la
materia prim a. ¡Y cuántas de las sustancias nutritivas son indigestas en
estado crudo! ¡C uántas diferentes experiencias son aconsejables en los
libros, pero no p ara h acerlas! L e erla s siem p re vie n e b ie n a alg u ien
que se h u n d iría p o r com pleto al tener que su frirlas in natura. S i existe
la musa de la novela —la décim a m usa—, su em blem a será u n hada
cocinera, que eleva al m u n do del estado crudo para sacarle el gusto al
producir en él lo co m estib le. Y tam b ién p o r eso p u ed e leerse el
periódico fácilm ente m ientras que se com e, p ero n o leer una novela.
Son tareas del todo incom patibles.
El arte de narrar
Tras ¡a consumación