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OBRAS

libro IV/vol.l

W ALTER
B e n ja m ín
Charles Baudelaire, «Tableauxparisiens»

Calle de dirección única

Alemanes
Infancia en Berlín hacia el mil novecientos

Imágenes que piensan


Satiras, polémicas, glosas
Reportajes
Imágenes que piensan (Denkbilder) es el título bajo el que los editores alem anes de las p resen ­
tes Obras completas de W alter B e n ja m ín han re u n id o varios textos qvie tie n e n u n carácter
sim ilar a los del libro titulado Calle de dirección única. E l título pro cede de u n o de esos textos.
[N o ta del edito r esp añ o l.]
IMÁGENES QUE PIENSAN
W a l t e r B e n ja m ín y A sja L a c i s

NÁP0LES[I]

Eiace ahora uno? años, u n sacerdote que había com etido actos co n si­
derados inm orales era transportado encim a de u n carro p o r las calles
de N áp oles. Ib an p aseán d o lo en tre in su lto s. A l d o b la r u n a esq u in a
apareció u n c o rte jo de b o d a . E l sacerd o te se p o n e de p ie , hace el
signo de la b en d ició n y todos los que iban tras el carro caen de r o d i­
llas. E n esta ciud ad el catolicism o es capaz de restablecerse en cu al­
quier situación. S i desapareciera de la faz de la T ie rra , el últim o lugar
del que desaparecería tal vez n o sería R om a, sino N ápoles.
Este pueblo no puede recrear con más seguridad su rica b arbarie,
surgida del co razó n de la ciu d ad , que h a c ié n d o lo en el seno de la
Iglesia. E l n ecesita al ca to licism o , pu es éste le p ro p o rc io n a u n a
leyenda —la fecha m arcada en el calendario de u n m ártir— que legaliza
todos sus excesos. A q u í nació A lfo n so de L ig o rio , ese santo que fle xi-
bi.íizó la p raxis n o rm a d a de la Iglesia cató lica p ara que p u d ie ra ir
siguiendo hábilm ente el o ficio de picaros y putas y co n tro larlo con la
confesión —que él supo com pen d iar en tres volúm enes— con p e n iten ­
cias severas o suaves. La con fesión , y no la p olicía, está a la altura de la
autoadm inistración tanto del crim en com o de la cam orra.
De esta m anera, quien ha sufrido un daño y quiere recuperar lo que
le pertenece jam ás piensa en llam ar a la policía, sino que acude directa­
mente a u n cam orrista o bien lo hace a través de u n m ediador civil o u n
sacerdote. Y entonces acuerdan u n rescate. Desde Nápoles a Castellam -
mare, p o r los arrabales proletarios, se extiende el cuartel general de la
cauiorra. Pues esta crim in alid ad tan pecu liar evita aquellos b arrio s en
que quedaría a di sposición de la policía. Está discretamente repartida p o r
la ciudad y su periferia, y esto es lo que la vuelve peligrosa. E l viajero b u r­
gués que avanza kasta R om a yendo siem pre de una obra de arte en otra
como a lo largo de una empalizada no se sentiría a gusto en Nápoles.

I P u b licad o el 1 9 e agosto de I 9'-45 en Frankfurter %itung. A d o r n o pen saba que la


in te rve n ció n dt ;\sja L a c is e n la re d acció n de este texto sin du da fu e m ín im a , p e ro
no existe base d ocu m en tal p ara llegar a esta co n clu sió n . T o d o s los dem ás textos son
sólo o b ra de B e n ja m ín .
252 IMÁGENES QUE PIENSAN

N o había m anera más grotesca para dem ostrarlo que organizando


allí u n congreso in te rn acio n al de filo so fía. U n o que se deshizo en el
h um o de la ciud ad sin d ejar h u ella, m ien tras la proyectada celebra­
ción del séptim o cen tenario de la u n iversidad —a la que debía servirle
en calidad de a u reo la de h o ja lata — se desplegaba co n el rotundo
estru en d o p ro p io de u n a fiesta p o p u la r. L o s in vitad o s a los que les
h ab ía n su straíd o tod o el d in e ro y la d o c u m e n ta ció n en u n a b rir y
cerrar de ojos se p resen taron apesadum brados a reclam ar en la secre­
taría. Pero el viajero banal habitual no se o rien ta m e jo r. E l Baedeker
n o lo tra n q u iliz a : aq u í n o hay m an era de e n c o n tra r las iglesias, las
esculturas más interesantes están en u n ala cerrada del museo y contra
las obras de la p in tu ra local previene la palabra « m a n ie r ism o » .
Lo ú n ico de que se puede disfru tar es de su fam osa agua potable.
La pobreza y la m iseria se hacen tan contagiosas com o se les suele pre­
sen tar a los n iñ o s, y el absu rd o m ied o a ser en gañ ado tan sólo es la
triste racion alización de aquel sen tim ien to . S i realm en te, com o dijo
Péladan*, el siglo X I X in virtió el o rd en m edieval y natural de las nece­
sidades vitales de los pobres, si im puso la vivienda y el vestido a costa
de la alim en ta ció n , aquí se ha re n u n ciad o a estas con ven cio n es. Un
m en digo que está tum bado en la calzada y apoyado en la acera, agita
su som b rero con la m ano com o qu ien se despide en la estación. A quí
la m iseria te lleva hacia abajo, al igual que hace dos m il años conducía
a las criptas: el cam ino a las catacumbas pasa hoy todavía p o r u n « ja r ­
d ín de los su p licio s» **, y sus guías aú n so n los d esh ered ad o s. La
entrada al hospital de San G en n aro dei Poveri es u n com plejo de edi­
ficios blancos que se va atravesando p o r dos patios. A am bos lados de
la calle están los bancos de los incurables, y cuando sales te siguen con
unas m iradas que n o delatan si se a ferran a tus ropas para ser lib era­
dos o p ara ex p ia r pecados in n o m b ra b le s. E n el segu n d o p atio , las
salidas de las habitaciones están enrejadas; tras ellas ios lisiados exhi­
b en sus m uñones y su m ayor alegría es ver a los desprevenidos transe­
úntes que se asustan al verlos.

* T al vez se tráte del escrito r y ocultista fran cés J o s é p h in Pélad an ( 1 8 5 8 - 1 9 1 8 ) . [N.


del T .]
** A lu s ió n al título de u n lib ro de O ctave M irb e a u ( l 8 4 8 - i g i 7)- [ N . del T .]
NÁPOLES

U n an cian o va h acien d o de guía y acerca u n fa ro l hacia un I nif


mentó de algú n fresco p in ta d o en los p rim e ro s tiem pos del ciislin
nism o. Y en ton ces p ro n u n c ia esa p alab ra que vien e sien d o maj.;i< n
durante siglos; p ro n u n c ia : « P o m p e y a » . T o d o lo que el fora.sleio
desea, adm ira y paga es « P o m p e y a » . Y ese « P o m p e ya » hace irresisl i
ble la im itación en yeso de los restos de u n tem plo, el collar compuesto
de masa de lava y hasta la p ersona del p io jo so guía. E l fetiche es espe
cialmente m ilagroso , p o rq u e lo h an visto m uy pocos de los que viven
de él. E n todo caso, es más que com prensible que se esté construyendo
una flam ante iglesia de p eregrin ación para la m ilagrosa M adonna que
ahí reina. Pues en este ed ificio , y no en el de los V ettii, vive Pompeya
para los n apolitanos. A l fin y al cabo, ése es el lugar donde la picaresca
y la m iseria están en su casa.

Los fantasiosos relatos de los viajeros han coloread o la ciudad, que es


en realid ad de c o lo r g ris: ro jo gris, ocre gris y b lan co gris. Y es i is
por com pleto fren te al m ar y el cielo. Pero esto no es prob lem a pan»
el visitante. Pues qu ien no capte las form as tiene poco que ver en esle
sitio. La ciudad es rocosa. V ista desde arrib a, desde el castillo de San
M artín, d on d e n o llegan los gritos, la ciu d ad parece m uerta al ano
checer, se co n fu n d e casi con la ro ca. A p en a s si queda u n a fra n ja de
orilla, y p o r detrás de ella los ed ificio s se ago lp an . Las casas de veci
nos, con seis o siete pisos, parecen rascacielos en com paración con las
villas. Y en la p ro p ia roca, cuando llega a la o rilla, han excavado cue
vas. G om o en los cu ad ro s de erem itas d el XIV, aq uí y allá hay una
puerta en cajad a en la ro ca . S i la p u e rta está ab ierta se ven gran des
sótanos, que so n al tiem p o d o r m ito rio y alm acén . U n o s escalones
conducen al m ar, b ajando hasta los bares de pescadores instalados en
grutas n a tu rales. P o r la n o ch e sube desde ellos la luz sin b rillo y la
música suave.
La arq u itectu ra es p o ro sa com o lo es esa p ie d ra . C o n stru c ció n y
acción se van fu n d ien d o dentro de los patios, en las arcadas y las esca
leras. Se preserva el espacio para que le sirva de escenario a unas cons
telaciones im p revistas y nuevas." Se evita lo d e fin itiv o , lo acu ñ ad o .
N inguna situ ació n p arece estar pensada, tal com o es, p ara siem pre,
ninguna fig u ra im p o n e que haya de ser « a s í y n o de otra m a n e ra » .
Así se alza aquí la arquitectura, la pieza más concluyente que posee la
rítmica com u n itaria. Civilizada, privada y o rd en ad a sólo en los gran
254 IM ÁGENES QUE PIENSAN

des hoteles y en los alm acenes de los m uelles; anárquica, enrevesada y


p u e b le rin a en las calles d el ce n tro , h acia d o n d e h an a b ie rto fin a l­
m en te unas grandes avenidas hace apenas h oy cu aren ta añ os. Y sólo
en éstas la casa es, en sentido n ó rd ico , célula a p a rtir de la que nace la
arquitectura urbana. P o r el con trario, en el in te rio r lo es el bloque de
casas, que aparece en sam b lad o en sus esq u in as p o r las im ágenes
m urales de la V irg en com o si lo cerraran unas grapas de h ie rro .
N adie se orien ta p o r los n ú m eros de las casas, pues los puntos de
apoyo son las tiendas, las iglesias, las fuentes. N o siem pre son sen ci­
llos de en co n trar. Pues la típica iglesia n apo litan a no resplandece en
una plaza en orm e, lim piam en te visible con su nave m ayor, su cúpula
y su c o ro . Se en cu en tra n o rm a lm e n te esco n d id a, em p o trad a ; a
m enudo hasta las altas cúpulas sólo se ven desde unos pocos sitios, y ni
siqu iera entonces es sencillo encontrarlas; pues resulta im posible dis­
tin g u ir la m asa de la iglesia de la m asa com pu esta p o r lo s ed ificio s
p ro fan o s que hay a su a lred ed o r. E l forastero ahí pasa de larg o . Pues
la pu erta n o llam a su aten ción , ya que a m en ud o es sólo u n a cortina,
m ien tras en cam bio p ara los in iciad o s es u n p o rta l secreto. S ó lo un
sim ple paso los traslada del revoltijo de los sucios patios a la soledad
purificada de la alta y blanca nave de u n a iglesia. Su existencia privada
es la b arroca desem bocadura de u na vida pú blica de en o rm e in ten si­
dad. Pues aquí lo privado no se m uestra entre cuatro paredes, con la
m ujer y los h ijos, sino en la devoción o en la desesperación. Las calles
secun d arias dejan ir resb alan d o la m irad a p o r sucias escaleras hacia
unas tabernas en las que, escondidos tras esas grande cubas que p are-,
cen ser colum nas de iglesia, tres o cuatro h om bres b eb en separados,
cada uno en su asiento.
E n aquellos rin c o n e s se hace m uy d ifíc il averigu ar d ó n d e aún se
sigue construyendo y dónde ha com enzado la ru in a. N ada está cerrado
y term in ado. Tal porosidad aquí se debe no sólo a la in d olen cia propia
del tra b a ja d o r m e rid io n a l, sin o ante todo y sobre to d o a la intensa
pasión de im provisar. Siem p re ha de h aber espacio y ocasión para una
nueva ocurrencia. Los edificios así son em pleados en calidad de teatros
populares. Todos están divididos en u n sin fín de escenarios anim ados
<le m od o sim u ltán eo . E l b alcó n , el vestíb u lo , el p o rta l, la ventana,
com o la escalera y el tejado, son palco y escenario al m ism o tiem po. La
existencia más pobre es soberana, pese a la depravación e hipocresía, de
hacerse partícipe de alguna de las irrep etib les im ágenes que ofrece la
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calle napolitana, disfruta plenam ente de su ocio aún sum ida en mitad
de la pobreza,-contem plando los varios escenarios. L o que ocurre aquí
en las escaleras es la más alta escuela de teatro. U nas que nun ca están
puestas com pletam ente al descubierto, mas tam poco encerradas d en ­
tro de la caja enrarecid a que es la p ro p ia de la casa n ó rd ica, sino que
salen en ciertos p u n to s de las casas de m an era p a rcia l, d o b lan la
esquina y desaparecen para reaparecer poco después.

La d e co ra ció n de las calles se en cu en tra estrech am en te relacio n ad a


con la d ecoración teatral tam bién respecto de los m ateriales. E l papel
es el protagonista. Espantam oscas ro jo s, azules y am arillos, altares de
papeles de co lo re s levantad os co n tra las p ared es, rosetas de p ap el
envolviendo pedazos de carn e cru d a. L u e go las diversas varietés con
svs h ab ilid ad es esp ecíficas. U n o está a rro d illa d o en el asfalto,
teniendo a su costado una cajita; y en esta calle, que es una de las más
a- ,imadas, con algunas tizas de colores p in ta en la p ied ra u n C risto , y
debajo la cabeza de la V irg en . E n to rn o a él se va fo rm an d o u n co rro ;
entonces el artista se levanta, y, m ie n tra s espera ju n t o a su o b ra,
quince m inutos o incluso m edia h ora, los que lo ro d ean van dejando
caer unas m on edas p o co a p o co sob re los m ie m b ro s, la cabeza y el
tronco que co m p o n en su figu ra. Hasta que el artista las recoge, todo
el m undo se m archa y la im agen al fin desaparece en m uy pocos in s ­
tantes bajo las pisadas que la b o rra n .
O tra de las h ab ilid a d e s que d ecim o s, y n o de las m ás raras, es
c jm e r m a ca rro n es con las m an o s. A cam b io de d in e ro lo h acen
delante de los forasteros. O tras cosas tien en sus tarifas. Lo s ven d ed o ­
res p ed irán u n precio fijo p o r las colillas de los cigarrillo s sacadas de
las grietas con cuidado tras la h o ra de cierre del café. (Antes las b u s­
caban con an torch as). Ju n t o a los restos de los restaurantes, cráneos
de gatos hervidos y m oluscos, las colillas se ven d en en los puestos del
b arrio del p u evto . Y p o r todas partes se oye m ú sica: n o esa triste,
p ropia de los patios, sin o resp lan d ecien te, en p len a calle. E l am plio
organillo callejero, que viene a ser una especie de xiló fo n o de fu n ció n
vertical, está to a o ad o rn ad o con textos de can cion es de co lo res, que
aquí pueden com prarse. U n o le da vueltas al m an u b rio , y otro acerca
el plato a los que se d etien en distraídos. A sí, de esta fo rm a p ecu liar,
todo lo alegre es tam bién m óvil: la m úsica, y los helados y jugu etes se
difunden a lo largo de las calles.
IMÁGENES QUE PIENSAN

Esta m ú siqu illa es el residuo que queda de los ú ltim os días festi­
vos, así com o u n p re lu d io de los p ró x im o s. D ad o que, en efecto, el
día festivo im p regn a de m anera irresistible cada u n o de los días labo­
rables. La p o ro sid a d es de este m od o ley in ago table de esta vida que
re d esc u b rim o s sin cesar. D igam os que u n a pizca de d o m in go se
en cu en tra escondid a d en tro de cada día de la sem ana, y u n a de cada
día laborable se encuentra escondida en el d o m in go .
Y , sin em bargo, n o hay u n a ciu d ad que se pu ed a m a rch ita r más
rá p id a m e n te de lo que lo hace N á p o les en esas pocas h o ras que le
im p on e el descanso dom in ical. L a ciudad está llen a de m otivos festi­
vos que han ido anidando d entro de lo m enos llam ativo. B aja r ahí las
p e rsian a s equ ivale al h ech o de, en otras ciu d ad es, izar la b an d era.
N iñ o s com o teñidos de colores pescan en arroyos co lo r azu 1 oscuro y
alzan la m irad a hacia las to rres de unas iglesias m aqu illadas de ro jo .
P o r sob re las calles cruzan cu erdas en las que la ro p a está tendida
com o b anderas en fila. U n a especie de soles delicados se in flam an en
las cubas de cristal llenas de bebidas granizadas. Y hay pabellones que
lu ce n día y n o ch e co n los p á lid o s ju g o s aro m á tico s en lo s cuales la
leng-ua aprende en qué consiste la p o ro sid ad .
Mas cuando la política o b ien el calen dario lo deciden, todas estas
cosas separadas y ocultas se reú n en en una fiesta ruidosa, que n o rm al­
m ente suele cu lm in a r con unos fuegos a rtificiales sobre el m ar. Así,
u na ú n ica fran ja de fuego se extiende las noches de ju lio a septiem bre
p o r la costa entre N ápoles y S alern o . Se ven de repente grandes bolas
de fu ego o ra situadas sobre S o rre n to , o ra so b re M in o r i o P raian o ,
pero las hay siem pre sobre N ápoles. E l fuego tiene aquí traje y sustan­
cia, y esto p o r más que se en cu en tre som etido a las artim añ as y a las
m odas. C ada p arro q u ia debe su perar a la fiesta que hacen los vecinos
a través de tinos nuevos efectos de luz.
C o n ello se m uestra lo que es el elem ento más antigno, que es de
o rig e n ch in o , esa m agia celeste de los cohetes que se d e sp liega n en
fo rm a de dragón , que resulta ser m uy su p erio r a la pom pa telúrica: es
d ecir, a los soles pegados al suelo y al c ru c ifijo ro d eado p o r el brillo
del fuego de Santelm o. E n la playa, los p in o s del Ja r d ín P ú b lico fo r ­
m an com o u n claustro, y, las noches de fiesta, cuando u n o pasa a su
través, u n a llu via de fu ego va a n id a n d o en todas y cada u n a de sus
copas. P ero n o es u n su eñ o . Es la ex p lo sió n q u ie n o b tien e el favor
p o p u lar de la apoteosis. E n P ied igrotta, la fiesta grande de los ñ apo-
NÁPOLES

lítanos, este gusto in fa n til p o r el ru id o m uestra u n rostro salvaje. Km


la noche del 8 de septiem bre unas bandas de hasta cien personas rcco
rren las calles; so p lan en cu cu ru ch os gigan tescos, cuyas abertura» se
revisten co lo cá n d o les m áscaras grotescas. Q u ie ra s o n o q u ieras, te
rod ean y de la boca de in con tab les tubos sale u n so n id o b ro n c o que
destroza tu o íd o . M uchos negocios se basan ju stam en te en este espec­
táculo. L o s n iñ o s que vocean los p e rió d ic o s arrastran a lo largo de la
boca los titulares de Roma y del Corriere diNapoli com o si fu eran barritáis
de regaliz. Sus gritos son m anufactura u rb an a.

El lu cro característico y más p ro p io de N ápoles roza el ju eg o de azar, y


además se aferra al día de fiesta. La co n ocida lista de los siete pecados
capitales depositó en G énova la soberbia, la avaricia en F lo ren cia ( I o n
viejos alem an es era n de o tra o p in ió n y lla m a b an « f lo r e n c ia r » a lo
que se suele llam ar el « a m o r g rie g o » ), la lu ju ria en V enecia, la cólera
en B o lo n ia , en M ilá n la gula, la en vidia e n la gran R o m a y la pereza
en N á p o le s. L a lo te ría , que en n in g ú n o tro lu g a r de Italia es más
voraz y a rreb a tad o ra, es el tipo exacto de la vid a eco n ó m ica n ap o li
tana. P o r eso, to d o s los sábados a las cu atro la gente va a agolparse'
ante la casa don de se extraen los n ú m eros. N ápoles es una de las pocas
ciudades con sorteo p ro p io . C o n lotería y m on te de piedad, el Estado
atenaza al p ro leta ria d o : eso que le da con u n a m ano se lo va quitando
con la otra. La em briaguez reflexiva y lib eral de los ju ego s del azar, en
que participa toda la fam ilia, es sustitutiva de la alcohólica.
A ella se asim ila la vida económ ica. H ay u n h om bre al lado de una
gran calesa d esen gan ch ad a y pu esta en u n a esq u in a. L a gen te se va
a go lp an d o en to rn o a él. E l pescan te está a b ie rto ; el v e n d e d o r saca
algo de den tro y lo va elogiando sin p arar. A n tes que puedas verlo, el
objeto desaparece sustituido p o r u n papel rosa o verde. E l ven d ed o r
lo levanta con su m an o, y lo vende al instante p o r u n os pocos c é n ti­
m os. C o n los m ism os gestos m iste rio so s va su stitu yen d o u n o b jeto
tras o tro . ¿H ab rá quizá u n p rem io en ese p a p e l? ¿ O b ien hay paste­
les co n u n a m o n ed a al in te r io r de u n o de cada d iez ? ¿ P o r qué la
gente es tan ávida y el ven d ed or tan im p en etrable com o lo era el mago
de A la d in o ? L o que él va vend iend o sólo es pasta de dientes.
L a subasta es fu n d am en tal para esta p ecu liar econ om ía. E l ven d e­
dor am bulante que desde las ocho de la m añana ha ido com enzando a
d esem p aq u etar sus p ro d u c to s, com o paragu as, chales y cam isas, y a
IMÁGENES QUE PIENSAN

írselo s m ostran do a ese p ú b lico siem p re d esco n fiad o , tal com o si él


m ism o antes que n ad ie tu viera que ex a m in a r la m e rca n cía , y que
lu ego de p ro n to se acalora y p ro p o n e p re cio s tan fan tástico s que
ofrece u n gran pañ uelo p o r quin ientas liras, p ero luego, u n a vez que
lo despliega, vuelve a plegarlo con gestos de can san cio, reb ajan d o su
p re cio a cada nueva doblez que lo re d u ce , hasta qu e, fin a lm e n te ,
cu an d o ya es tan p e q u e ñ o que lo deja en cim a de su b razo , lo acaba
vendiendo p o r cincuenta, se m antiene fiel estrictam ente a las más v ie­
ja s prácticas de las antiguas ferias anuales. Se cu en tan unas h istorias
m uy bonitas de la a fició n n apolitana al regateo. E n una plaza repleta,
a una m u jer m uy gruesa se le cae su abanico. M ira a su alred ed o r des­
am p arad a, pues sus fo rm as le im p id e n el agacharse p a ra re c o g e rlo .
E n to n ces aparece u n caballero que se declara dispuesto a prestarle él
m ism o ese servicio p o r cincuenta liras. N ego cian , y la dam a recupera
su abanico fin alm en te p o r diez.
¡B e llo d eso rd en en el alm acén ! Pues tanto el alm acén y com o la
tie n d a todavía so n aq u í lo m ism o : sim p le m en te , b azares. L o más
h ab itu al es u n p asillo la rg o . E n u n o que está cu b ierto de cristal hay
u n a h erm osa tien da de ju gu etes (en la que tam bién puede com prarse
p e rfu m e , e in clu so vasos de lic o r) co m p ara b le a las galerías de lo¿
cuentos. G om o galería, en realid ad , se nos abre la calle p rin c ip a l de
N ápoles, la V ia T o led o . Es u na de las calles con más tráfico de las que
hay en el m u n d o . A u n o y o tro lad o de este estrecho pasillo aparece
expuesto todo le que ha llegado a la ciud ad p o rtu a ria, y todo fresco,
cru d o , tentador. Solam ente en los cuentos se describe esa h ile ra que
has de ir reco rrien d o sin m irar n i a derecha n i a izquierda si no q u ie­
res caer en las m ands del d ia b lo . T a m b ié n aq u í hay u n o s gran des
alm acenes, que en las dem ás ciudades suelen ser el im án que va atra­
yend o a los com pradores; mas n o tien en encanto, y el surtido que hay
en su espacio m in ú scu lo es s u p e rio r a ello s. P e ro , co n u n as pocas
existencias —com o balones, ja b ó n o chocolate—, surgen de donde esta­
b an escondidos en los pequeños puestos de la venta am bulante.

L a vid a privad a es m estiza, p arcelad a y p o ro sa . L o que d istin g u e a


N ápoles del conju n to de todas las grandes ciudades es precisam ente lo
que tiene en com ún con cu alquier poblad o de h otentotes: toda acti­
tud o actividad privada se en cu entra in u n d ad a p o r co rrien tes de ur/i
in te n sa vid a co m u n ita ria . E l ex istir, que p a ra lo s n o re u ro p e o s sin
NÁPOLES 259

duda es el asunto más p rivad o, aquí es u n asunto colectivo, com o en


un poblado cíe botentotes.
P o r lo tanto la casa no es el re fu g io en que en tran las p erso n as,
sino ese depósito sin lím ites del que las p erso n as van b ro ta n d o . L o
vivo no sale sólo p o r las p u ertas. Y n o va só lo al vestíb u lo , d o n d e la
gente trabaja sentada en sus sillas —pues tie n en la capacidad de c o n ­
vertir su cuerpo en una mesa—. Los enseres p ro p io s de la casa cuelgan
de los b alco n es m uchas veces, com o si fu e ra n tiestos cargad os co n
plantas. D e las ventanas de los pisos su periores salen en unas cuerdas
unas cestas para el co rreo , la fru ta y la verdura.
A l igual que la casa reaparece en la calle, con sus sillas, altar y ch i­
m enea, tam b ién , p e ro de fo rm a m uch o más ru id o sa a su vez la calle
entra en la casa. H asta la casa más p o b re está lle n a de cirio s, ju n to a
santos de yeso, fo tos en m o n tó n en las p ared es y gran d es camas de
h ie rro , al igu al que la calle está re p le ta de ca rro s, de p erso n as y de
luces. L a m ise ria ha llevado aquí a cabo u n a p e cu liar am p liació n de
los lím ites que es sin duda u n re flejo de la b rillan te lib ertad de espí­
ritu. Para d o rm ir y com er no hay h orario s, y a m enudo tam poco hay
m lugar.
C uanto más pobre es u n b arrio , tam bién más num erosos los fig o ­
nes. E n la calle hay fo go n es en los cuales cu alq u iera p u ed e coger lo
que p recise. Los m ism os platos saben de m an era bastante d ife ren te
con cada co cin ero ; no se guisa al tu n tú n , sino se hace siguiendo unas
recetas m uy b ie n acreditadas. L a fo rm a en que la carn e y el pescado
están expues' os en el escaparate de la trattoria m ás p eq u eñ a tien e u n
matiz que alcanza más allá de las exigencias del exp erto . Este pu eb lo
de viejos m arin ero s ha creado en el m ercado del pescado u n refu gio
que m uestra y n a grandeza h olandesa. Estrellas de m ar, pu lpos y can ­
grejos de las ricas aguas de su g o lfo cu b re n todos lo s b an cos y a
m enudo son devorados crudos sólo con u n poco de lim ó n . Hasta los
banales anim ales terrestres ahí resultan fantásticos. E n el piso cuarto
o quinto de estas grandes casas de vecinos pu ed e incluso h ab er vacas.
Los anim ales no salen a la calle, y sus pezuñas son al fin tan largas que
y* no pueden n i p on erse en pie.
Pero, ¿có m o d o rm ir en estas casas? A h í dentro se m eten todas las
c?mas que caben, pero aunque éstas sean seis o siete, tan sólo suele ser
- na m itad dei n ú m ero de los que viven en ellas. P o r eso resulta m uy
habitual que p o r la noch e, a las doce, o incluso a las dos, todavía haya
26o IMÁGENES QUE PIENSAN

n iñ o s en la calle. A m e d io d ía d u e rm e n , tras el m o stra d o r o er la


escalera. Este sueño, que tam bién hom bres y m ujeres recuperan a tre­
chos en rin c o n e s en so m b ra, n o es el p ro te g id o ce los n ó rd ico s.
T a m b ié n a este resp ecto se en trem ezclan el día y la n o ch e, ru id o y
silencio, luz exterio r y oscuridad in tern a, el h ogar y la calle.
A sí sucede in clu so en los ju gu etes. L lo ro sa , co n los colores p áli­
dos del KindI de M únich*, se ve a la V irg e n en las paredes de las casas.
E l N iñ o , que ella extiende com o u n cetro, lo en co n tram o s tam bién
igu al de ríg id o , todo envuelto en pañales y sin brazos n i piern as, en
calid ad de m u ñ eco de m ad era en las tien d as más p o b res de Santa
L u c ía . C o m p u esto s de estas piezas, los m u ñ eco s p u ed en pon erse
don d e q u ieran . E l red en to r b izantin o, que tam bién lleva u n cetro en
sus m anitas y una varita m ágica, sigue hoy m an ten ién d o se. D etrás se
ve una m adera tosca-, sólo se pinta el lado d elan tero. T raje azul, p u n ­
tillas blancas, orlas rojas y m ejillas rojas.
Pero el d e m o n io de la im p u d icia se ha in filtra d o en algunos
m uñecos, que están expuestos en los escaparates bajo el papel de car­
tas, las pinzas de m adera e in clu so las ovejas de h o ja lata . E n unos
b arrio s tan su perpoblad os los niños saben todo en cuanto al sexc con
en o rm e rapidez. S i es que acaso llegan a ser dem asiad os, si el padre
m uere o si la m adre está en ferm a, no hay que re c u rrir a los parientes
más o m enos cercanos. U n a vecin a acogerá a su m esa a u n n iñ o por
u n tiem po, o in clu so a veces durante m uch o tiem po, y de este modo
las fam ilias se entrem ezclan en unas relacion es que equivalen a las de
u na ad opción .

L os cafés son los auténticos laboratoriQs de este gigantesco proceso de


m ezcla. La vida n u nca pu ed e ir a sentarse en ellos p ara luego estan­
carse. Los cafés de N ápoles son siem pre u nos sobrios espacios abier­
tos del m ism o tipo del café p o lítico ; el café burgués y literario propio
de V ie n a es lo co n trario . Los cafés n apolitan os tam bién son con tu n ­
den tes. N o es p o sib le qu ed arse m u ch o rato en u n o . U n a taza de
espresso b ie n calien te —esta ciu d ad es tan in su p e ra b le en to d o lo que
hace a las bebidas calientes com o en sorbetes, h elad cs y m antecados—

* E l Kindi es u n n iñ o que desde hace siglos sim boliza a la ciu d ad de M ú n ic h . [N . del


T .]
MOSCÚ

invita al clie n te a sa lir en segu id a. Las m esas b r illa n tanto com o el


cobre, su elen ser pequeñ as y red o n d as, y lo s obesos se h an de dar la
m edia vuelta titubeantes en el p ro p io u m b ra l. S ó lo algunas personas
pueden estar sentadas, y eso p o r poco tiem p o . Para h acer su pedid o,
con tres rápidas señas de la m ano les basta.
E l le n g u a je de gestos aq u í llega a ú n m ás le jo s que en c u a lq u ier
otro sitio del c o n ju n to de Italia . L a co n v e rsac ió n es p o r co m p leto
im penetrable p ara el forastero . O rejas, nariz, ojos, pecho y h om bros
son com o estaciones em isoras que a su vez los dedos van p o n ien d o en
m archa. Este re p arto se da del m ism o m o d o en lo que respecta a su
erotism o, co n caprichosa especialización. L o s diversos gestos au xilia­
res, com o los contactos im pacientes, llam an la aten ción del forastero
con u n a re g u la rid a d tan extrem ada que excluye el azar. A q u í seria
vendido y tra icio n a d o , p e ro el b o n d a d o so n a p o lita n o lo envía unos
kilóm etros más allá, lo envía hasta M o ri. Vedere Napoli epoiM ori, le diee
utilizando u n viejo chiste. « V e r N ápoles y después m o r ir » , traduce el
despistado fo rastero .

MOSCÚ[2]

i
Al estar en M oscú se aprend e a ver a B e r lín m ucho más rápidam ente
que no el p ro p io M o scú . Para q u ie n vuelve de R u sia, B e r lín parece
estar recién lavada. N o hay suciedad, p e ro tam poco nieve. Se ven las
calles tan triste m en te lim p ia s com o se p e rc ib e en los d ib u jo s de
Grosz*. Y tam b ién resulta más paten te la verd ad vital que hay en sus
tipos. Suced e con la im agen tanto de la ciud ad com o de las personas
lo m ism o que co n la im agen p ro p ia de lo s estados esp iritu ales: la

2 Publicado e n la revista Die Kreatur en el 1927 - [B e n ja m in estuvo en M o scú entre el 6


de d icie m b re de 1 9 2 6 y el I de fe b re ro del año 1 9 2 7 ; fue u n a épo ca de calm a rela ­
tiva: la lu ch a entre los d irigen tes com u nistas p o r su ce d e r a L e n in (que había m u e r ­
to en e n e ro del 1 9 2 4 ) im p id ió a éstos p e rseg u ir in ten sam en te a los m iem b ro s de la
o p o sició n . C u a n d o Stalin e lim in ó a sus rivales, a fin es de 1 9 2 7 » co m en zó la fase
más b ru tal de la dictad ura soviética. N . del T . ]
* G eo rg e G ro s z ( 1 8 9 3 - 1 9 5 9 ), dibu jan te expresio n ista. [ N . d e l T . ]
262 IM ÁGENES QUE PIENSAN

nueva óptica que se ob tien e de ellos es el fru to firm e e in d u d ab le ac


una estancia en Rusia. C o n ello, aunque conozcas poco a Rusia, lo que
vas apren dien do es a observar y a ju zgar a E u ro p a con el conocim iento
b ie n consciente de aquello que está o cu rrie n d o en R u sia. E slo es sin
duda lo p rim ero que obtiene en R usia el eu ro p eo perspicaz. P o r eso,
la estancia en R u sia es p ara los fo rastero s u n a p ie d ra de toq u e m uy
precisa. Te obliga a elegir tu punto de vista. P o r supuesto, en el fo n d o ,
la única garantía del con ocim ien to correcto es tom ar postura antes de
llegar. E n Rusia solam ente puede ver el que ya se haya decidido. E n un
punto de in flexión histórico com o ese que el hecho de la « R u sia sovié­
tica» tal vez no establece, pero que sí indica, la cuestión n o es qué rea­
lid ad es m ejo r, qué volu ntad está en el m e jo r cam in o, sino más b ien :
¿qu é realidad se hace convergencia in te rio r con la verd ad ?, ¿qu é v e r­
dad se prepara in te rio rm e n te p ara converger con lo re al? S ó lo aquel
que dé aq u í u na respuesta clara es « o b je t iv o » . P ero n o fre n te a sits
contem poráneos (en realidad no se trata de eso ), sino antes b ien frente
a los acontecim ientos (dado que esto es lo decisivo). Só lo aquel que en
el seno de la decisión hace una paz dialéctica con el m undo puede cap­
tar lo concreto. Pero el que quiera decidirse a p artir de « la base de los
h ech o s» verá cóm o los hechos le van dando la espalda.
A l volver descubres sobre todo una cosa: que B e rlín es una ciudad
desierta. Las personas y grupos que se m ueven p o r sus calles tien en la
soledad a su alred ed or. E l lu jo de B e rlín te parece in d ecible. Em pieza
ya en el m ism o asfalto, p u es las aceras so n de an ch u ra p rin c ip e sc a ,
con virtien d o al p o b re en u n señ o r que pasea p o r la entrada a su can­
tillo . Las calles de B e rlín se en cu en tran p o r tanto regiam en te so lita­
rias y desiertas. P ero n o sólo en el b a rrio d el O este*. E n M o scú hay
tan sólo tres o cuatro lugares en los cuales puedes avanzar sin aquella
estrategia de em p u jar y serp en tear que has ap ren d id o en la p rim e ra
sem ana (al tiem po que la técnica de m overse en el h ielo ). G uando lle ­
gas al bulevar Staleshnikov, respiras aliviad o : p o r fin puedes detenerte
descuidado ante los escaparates y seguir tu cam ino sin p articip ar en el
lento serpenteo al que la estrecha acera ha acostum brado a la m ayorí i.

En el d istin g u id o b a rr io del O este tra n scu rrió e n teram en te la in fan cia de


B e n ja m in ; véase en este vo lu m e n el lib ro de 1 9 3 2 - 1 9 3 8 titu lad o Infancia en Berlín hacia
el mil novecientos. [ N . del T . ]
MOSCÚ 263

Pero ¡qué llen o (y no sólo de u n n ú m ero so breabu n d an te de p e rso ­


nas) se encuentra M oscú, y qué vacío y m u erto está B e rlín ! E n M oscú
las m ercancías salen de las casas p o r d o q u ier, se d isp on en colgadas en
las vallas, se apoyan en las verjas y repo san sobre el pavim en to. C ada
cincuenta pasos hay m ujeres vend iend o cigarrillos, m ujeres con fruta,
m ujeres con dulces. T ie n e n al lado u n cesto para tran sportar la m e r­
cancía, y a veces ta m b ién u n p e q u e ñ o trin e o . U n trap o de lan a de
colores p rotege ahí del frío a las m anzanas o n aran jas que ven d en , y
a rrib a del todo hay dos ejem plares com o m u estra. A l lado aparecen
figu ras de azúcar, caram elos y nu eces. Es co m o si, antes de salir de
casa, una abuela buscara todo lo necesario p ara con seguir so rp ren d er
a sus nietos. A h o ra se ha detenido en plen a calle a descansar u n poco.
E n las calles de B e rlín no hay estos puestos con trin eo s y sacos, y b ás­
culas y cestos. C om parad as con las calles de M oscú, las de B e rlín son
una pista de carreras vacía y lim p ia p o r la cual los co rre d o re s en su
com petición de u n a sem ana avanzan sin sentido, in consolables.

La ciudad parece ya entregarse en la estación de ferro carril. Los q u ios­


cos, las lám paras de arco y los bloques de casas de repente cristalizan en
figuras que sabem os que n u n ca vo lverán . P ero esto se deshace en
cuanto busco nom bres. Tengo que retirarm e para h acerlo ... A l p rin c i­
pio no se ve nada más que la nieve: la nieve sucia que ya ha ido f r a ­
guando y la lim pia que avanza lentam ente. G u and o llegas, com ienza el
estadio im V n til. E n el gru eso h ielo de estas calles hay que volver a
aprender a andar. L a selva de casas es tan im p en etrable que la^ m irada
sólo capta lo que b rilla. U n luciente rótulo con la in scripción « K é f ir »
resplandece al in icio de la noche. Y la percibo com o si la Tverskaia, la
vieja calle hacia T ve r que sigo ahora, en realidad fuera una carretera y
alrededor no se viera nada más que la inm en sa llan u ra. A n tes de des­
cubrir el verdadero paisaje de M oscú, antes de ver su río verdadero, y
antes de en contrar sus verdaderas alturas, cada cruce se vuelve para m í
la sospecha de u n río , cada n ú m ero inscrito en u n portal es una señal
trigonom étrica y cada una de sus plazas gigantescas parece ser u n lago.
Cada paso en efecto se da aq u í sobre u n suelo co n n o m b re. Y en
cuanto ve uno de esos nom bres, la fantasía construye todo u n barrio en
un momcr- o en torn o a ese sonido. Luego esto va a ir contradiciendo
266 IMÁGENES QUE PIENSAN

soviets, ya no se p u ed en m asticar en p ú b lico ). Lo s puestos de com ida


se am o n to n an a lre d e d o r de las bolsas de trab ajo . E n ellos se ven d en
pasteles calientes y salchichas asadas en rodajas. Pero todo sucede en el
silencio, sin que se escuchen gritos n i pregones com o esos que em iten
los vendedores del sur. A q u í los vendedores se d irigen a los diferentes
transeúntes con discursos serios, reposados, susurrados in clu so , que
tie n en algo de la h u m ild ad de los m en d ig o s. S ó lo u n a casta re co rre
ru id osa las calles: los traperos, siem pre con su saco a las espaldas; su
g rito m e la n có lic o resu en a a través de cada b a rrio u n a o varias veces
p o r sem ana. L a venta am bulante es en parte ilegal y p o r eso p ro cu ra
no llam ar la aten ción . U n as m u jeres que llevan en las m an os, sobre
u n a capa de paja, algo de carne cruda, o u n ja m ó n , o u n p o llo , están
puestas de p ie y o frecen su m ercan cía a los que pasan. S o n ve n d ed o ­
ras que carecen de p erm iso . S o n dem asiado pobres para pagar la tasa
de u n p u esto de venta y no tie n e n el tiem p o de h acer cola d u ran te
m uchas h oras para o b ten er u n a co n cesió n sem an al. S i de p ro n to se
acerca u n m ilician o, ellas salen co rrien d o a toda prisa. La venta calle­
je r a se cu lm in a en los gran d es m ercad o s de la S m o len sk aia y del
A rb a t. Pero tam b ién de la Sujarevskaia. Este m ercado , que es el más
fam oso, se encuentra debajo de u n a iglesia que se alza con sus cúpulas
azules p o r sob re los p u esto s. P ero antes se pasa p o r el b a rr io de los
chatarreros, que depositan sin más sus m ercancías encim a de la nieve.
A q u í hay m uchas viejas ce rra d u ra s, ju n t o a cintas m étricas, h e r r a ­
m ientas, enseres de cocin a, y m u ch o m aterial e le ctro té cn ico . T a m ­
b ién se hacen aquí reparacion es; p o r ejem plo, he visto sold ar con un
soplete. Pero no hay asientos, y to d o el m u n d o está puesto de p ie , o
h ab lan d o o v e n d ie n d o . E n este m ercad o se re co n o ce la fu n c ió n
a rq u ite c tó n ica de la m e rca n cía : lo s trap o s y las telas van fo rm a n d o
pilastras y colum nas; los zapatos, w alinki, que cuelgan de los cordones
en cim a de las m esaj del m o stra d o r, sirven de tejad o a cada pu esto ;
unas grandes garm oshkas (acordeones) fo rm a n m u ros so n o ro s, como
si fu e ra n m u ro s de M em n ón *. N o sé si en los m u y escasos puestos

* A lu s ió n a los colosos de M e m n ó n , do s esculturas de p ie d ra que flan q u eab an la


entrad a a l ^ m p l o fu n e ra rio del fa ra ó n egipcio A m e n o fis III. A co n secu e n cia de las
grietas p rovocadas p o r u n terre m o to , la escu ltura ubicad a al n o rte em itía sonidos
m isteriosos cuando iba avanzando la m añ an a, tan p ro n to co m o el S o l calentaba la
p ie d ra. [ N . del T . ]
MOSCÚ 267

dond e se ven im ágen es de santos todavía se v e n d en en secreto esos


extraños ic o n o s cuya venta ya p ro h ib ió el z arism o. E n ello s p u ed e
verse a la M adre de D ios con sus tres m anos. Está sem idesñuda. Desde
el o m b ligo asciende u n a m an o rob u sta y b ie n fo rm a d a . A derecha e
izquierda se extien d en las otras dos, que h acen el gesto de la b e n d i­
ción. Las tres m anos sirven com o sím bolo para la Santísim a T rin id ad .
Y he visto otra im agen de la M adre de D ios que nos la m uestra con el
vientre ab ierto , de ahí salen nubes en lu gar de tripas, y en m edio de
ellas baila el N m o Je sú s, que sujeta u n v io lín con una m ano. G o m o la
venta de ic o n o s ta m b ién fo rm a p arte del co m erc io de im ágen es en
papel, estos pu estos de im ágen es de santos se e n c u e n tra n situados
ju n to a los puestos de papelería, rodeados p o r tanto p o r diversas im á­
genes de L e n in , al que representan detenido entre dos gendarm es. La
abigarrada vida callejera no desaparece p o r com pleto de noch e. E n la
oscuridad de los porton es te encuentras pieles en m on ton es tan altos
como casas. Lo s serenos se acu rru can d en tro , sentados en sillas, y, de
vez en cuando se levantan, siem pre m uy lentam ente.

4
Los n iñ os son im portan tes en la im agen de las b arriad as p ro letarias.
A h í son más n u m ero so s que en cu a lq u ie r o tro b a rr io , m o vién d o se
por ellos con m ucha más decisión y d iligen cia. Pero todos los b arrio s
clf’ M oscú reb o san de n iñ o s, y en ellos ya hay u n a je r a r q u ía co m u ­
nista. E n lo máp alto están los komsomoles, p o rq u e son los m ayores; tie­
nen sus clubes en todas las ciudades, siendo el m e jo r vivero que tiene
p artid o . L o s n iñ o s más p e q u e ñ o s a los seis añ os se co n v ierte n en
< p io n e r o s » . T a m b ién ellos se re ú n e n en sus clubes y llevan puesta
una corbata re :a com o su orgu lloso distintivo. P o r ú ltim o , los bebés
se denom inan '<octubres» (com o tam bién « lo b o s » ) desde el instante
en que saben señalar al retrato de L e n in . P ero aún siguen existiendo
los depravados, a n ó n im o s y tristes besprizornie. D u ran te el día su elen
estar solos; cadp. u n o hace la gu erra p o r su cuenta. D e noch e se re ú ­
nen ante las fachadas ch illo n as y b rilla n te s de los cin es p ara fo rm a r
tropeles; a los rorasteros les advierten que es m e jo r n o dar con estas
bandas en las n o ctu rn a s calles so litaria s. P ara a ten d e r a estos n iñ o s
díscolos, siem pre desconfiados y am argados, los pro feso res n o tienen
m¿s rem edio tn.- salir a p o r ellos a la calle. E n los distintos barrio s de
268 IMÁGENES QUE PIENSAN

M oscú existen hace años los llam ados «lo ca le s para niños>>. N o rm al­
m ente se encu entran d irigid os p o r una em pleada que sólo suele tener
u n ayudante. S u tarea consiste en abord ar a los n iñ o s que an dan po r
su b a rrio . Se reparte com ida y se organizan ju eg o s. A l p rin c ip io v ie­
n en veinte o cuarenta n iñ o s; pero cuando u n a directora hace b ien su
trabajo, a las dos sem anas p u ed en ser ya varios centenares. L o s m éto­
dos pedagógicos tradicio n ales nunca sirven de m ucho al p arecer con
estas masas de n iñ o s. Para llegar a ellos, p ara co n segu ir ser oíd o po r
ellos, hay que hablarles directa y claram ente, de la m ism a m anera que
se habla en la calle, igual que en la vida colectiva. E n la organización
de estas b and as de n iñ o s la p o lític a no es u n a ten d en c ia, sin o un
objeto de estudio tan directo y tan obvio, u n m aterial tan claro y evi­
dente com o lo son com ercios y m uñecos para los n iñ os burgueses. Si
ten em o s en cu en ta que la d ire c to ra está o b lig ad a a su p ervisar a los
n iñ o s och o h o ras al día, es d e cir, m a n te n e rlo s o cu p ad o s, y, p o r
supuesto, darles de com er, llevando la con tab ilidad de lo que se gasta
en leche, pan y otros m ateriales, si tenem os en cuenta que la directora
es responsable para todo esto, nos resulta evidente que este tipo co n ­
creto de trabajo deja m uy poco tiem po a la vida privada de aquel que
lo ejerce. Pero en m edio de todas las im ágenes de una m iseria infantil
n o superada, el que preste aten ción verá una cosa: el o rgu llo liberado
de los p ro le ta rio s con cu erd a com o tal co n la actitud lib erad a igu al­
m ente de los n iñ o s. A l visitar los m useos de M oscú, la m ejo r sorpresa
es con tem plar cóm o los n iñ os y los trabajadores se van m oviendo con
no rm alid ad p o r todas estas salas, ya sea en gru pos (a \eces giran d o en
to rn o a u n guía) o de m anera in d ivid u al. Pues aquí no se ve ese des­
á n im o de lo s m uy escasos p ro le ta rio s que apen as se atreven a m o s­
trarse a los demás visitantes de nuestros m useos. P o r cuanto en Rusia
el proletariad o ha em pezado realm ente a tom ar posesión de la cultura
b u rgu esa, m ie n tra s que en A le m a n ia los p o co s p ro le ta rio s que lo
in te n ta n p arece que estu vieran p re p a rá n d o se a u n r o b o . Por
su pu esto, en M o scú hay tam b ién algunas co leccio n es en las que los
tra b a ja d o re s y los n iñ o s p a rec en sen tirse a gusto en segu id a. Por
e je m p lo , el M u seo P o lité c n ico , co n sus m illares de ex p erim en to s y
aparatos; docum entos y m aquetas sobre la h isto ria del trabajo y de la
in d u stria . O tro ejem p lo es el M useo del Ju g u e te , que, b ajo la exce­
lente dirección de B artram , ha ido reu n ien d o una instructiva y valiosa
colección de jugu etes rusos, resultándoles útil p o r igual a los investí-
MOSCÚ 269

gadores y a los n iñ o s, que se pasean h o ras p o r sus salas (a m ed io d ía


hay u n gran teatro gratuito de títeres, al que sólo resulta com parable
en belleza el del L u x e m b u rg o p a ris in o ). O tro ejem p lo m ás es la
fam osa G a le ría Tretiakov, que nos p erm ite co m p ren d er p o r vez p r i ­
m era lo que sig n ific a la p in tu ra de g é n e ro , y adem ás p o r qué es tan
adecuada en el caso concreto de los rusos. E l pro letario halla aquí los
diversos tem as de la h isto ria de su m o vim ien to : « C o n s p ir a d o r s o r ­
pren d id o p o r los g e n d a rm e s» , « R e g re so de u n desterrado de S ib e-
r ia » , « L a p o b re institu triz en el día en que em pieza a trabajar en la
casa de u n rico c o m e rc ia n te » . E l que estas escenas estén rep resen ta­
das a la m anera p ro p ia de la p in tu ra burguesa sin duda que n o es algo
negativo, sino que las acerca más al p ú b lico que ahora las contem pla.
Gom o Proust señala varias veces, la educación artística no viene direc­
tam ente fo m en ta d a p o r la c o n te m p la c ió n de « o b r a s m a e stra s» . El
niñ o o el p ro le ta rio que se están ed u can d o co n sid era que son obra»
maestras cosas distin tas que u n c o le c c io n ista . E stos cu ad ro s tien en
para él sign ificad o só lid o , aunqu e e fím e ro , m ien tras el criterio más
estricto sólo le es n ecesa rio fre n te a aqu ellas ob ras actuales que se
refieren a él, o a su trabajo y a su clase,

5
La m endicidad no es agresiva, com o sucede en el sur, donde el insist ir
del an d ra jo so delata u n resto de vita lid a d . A q u í, la m en d icid ad es
como una gran co rp o ració n de m o rib u n d o s. Las esquinas de las callr.s
de m uchos b arrios se encuentran ocupadas p o r fardos llenos de andra
jo s: camas del gigantesco lazareto ten d id o al aire lib re y llam ado
« M o s c ú » . U n o s largos discu rso s im p lo ra n te s se d irig e n a todos I o n
que pasan. U n o de los m endigos va em itien d o u n largo q uejido en voz
muy baja en cuanto ve acercarse a una persona de la que espera algo; a.si
aborda a los fo raste ro s que no saben ru so . O tro m en d igo adopta la
actitud de aquel po b re para el cual San M artín está partiendo su abrigo
con la espada en los cuadros antiguos: se a rro d illa con los dos bra/.os
extendidos. Poco antes de las Navidades, dos m uchachos cubiertos con
harapos se sentaban cada día en plena nieve ante la fachada del M usco
de la R e v o lu c ió n , realizad o lo cual llo riq u e a b a n . (N u n ca habrían
podido hacerlo así ante las puertas del viejo C lu b Inglés, que era el rná,s
distinguido de M oscú, al que antes p erten eciera ese ed ificio ). Habría
270 IMÁGENES QUE PIENSAN

que con ocer tan b ien M oscú com o realm ente lo co n o cen estos n iñ o s
m en d igos. E llo s saben que en u n cierto m o m en to y que ju n to a una
cierta tien da hay u n rin c ó n al lado de la p u erta en el que p u ed en
calentarse durante diez m inutos; ellos saben, en dónde, durante cierto
día de la sem ana y a cierta h ora del día p u ed en con segu ir p ara com er
u n o s m en d ru go s de pan , y d ón d e h ab rá después u n sitio lib re para
p o d e r d o rm ir entre -anas cañerías apiladas. H an convertido su m e n d i­
cidad en u n a fo rm a de arte co n variacio n es y esquem as in co n tab les.
C o n tro la n en los rin c o n es an im ados a lo s que van a la p an ad ería,
hablan con u n dien te y lo van siguiendo e im p lo ran do , hasta que les da
u n trozo de su b o llo . O tros están apostados en una estación grande del
tranvía, entran en u n vagón, cantan una canción y ju n ta n unos kopeks.
Y hay algunos lugares, en realid ad m uy pocos, do n d e la venta am b u ­
lan te tien e el aspecto de la m e n d icid a d . U n o s cuantos m o n go les se
apoyan en la pared de K ita i G o ro d . A penas se separan cinco pasos los
u n os de los otros para vend er sus carteras de p iel; y, cada u n o de ellos,
tien e exclusiva y ju stam ente la m ism a m ercancía. T ie n e n que estar de
acuerdo sin duda en lre ellos, pues no pueden hacerse com petencia de
fo rm a tan in ú til. M uy p ro b ab lem en te, en su país el in v ie rn o n o sea
m enos du ro, y sus abrigos deshechos en harapos no son peores que los
de los nativos. Pero, a pesar de ello, estos m ongoles son las únicas p e r­
sonas en M oscú a las que com padeces p o r el clim a. H ay incluso algu ­
nos sacerdotes que p id en lim osn a con destino a su iglesia. Pero es raro
ver que algu ien dé algo. L a m en d icid ad aq u í ha p e rd id o su base más
só lida, es d ecir, esa m ala co n cien cia social que abre los b o lsillo s más
fácilm ente que la com pasión. P or lo demás, parece u n a expresión de la
inm utable m iseria de estos m endigos (o quizá sólo sea consecuencia de
u n a organización inteligente) que de todas las instituciones de M oscú
ellos sean los únicos fiables, y que conserven siem pre su lugar m ientras
todo cambia en torn o a ellos.

6
C ada pensam iento, cada día y cada vida se ve aquí com o puesto sobre la
m esa de u n la b o ra to rio . Y cual si fu e ra u n m etal del que hay que
extraer p o r cu a lq u ier m ed io cierto m aterial d e sco n o cid o , hay que
hacer con él experim entos hasta el más com pleto agotam iento. Y n in ­
gú n organ ism o , n i n in gu n a posib le organ izació n , pu ed e sustraerse a
MOSCÚ 271

este proceso. Los em pleados son reagrupados y trasladados en el in te­


rio r de las em presas, las oficinas en los edificios, y los m uebles, en fin ,
en las viviendas. Las nuevas cerem onias destinadas a im p o n er u n n o m ­
bre, del m ism o m od o que los m a trim o n io s, se celeb ran se celeb ran
dentro de los clubs com o si fu eran in stitu cion es experim entales. Los
reglam entos cam bian de u n día para otro, pero tam bién las paradas del
tranvía; las tiendas se con vierten en restaurantes y, sem anas después,
en o ficin a s. Esta asom brosa re o rd e n a c ió n (que aq u í llam an
« re m o n ta » ) afecta no a M oscú: a toda R usia. D ich a p asió n contiene
tanto u n a ingenua voluntad de hacer el b ien com o una in fin ita cu rio ­
sidad. M uy pocas cosas d e term in an actualm en te co n más fuerza a
Rusia. E l país está m ovilizado día y noche, y tam bién el partido , antes
que n a d ie . L o que sin duda distin gu e al b o lch eviq u e, al com un ista
ruso, de sus camaradas de occidente es su disp osición sin condiciones
a una com pleta m ovilización. La base de su existencia es tan exigua que
el bolchevique está siem pre perfectam ente dispuesto a la partida. Pues,
de lo con trario, no estaría a la altura p rop ia de esta vida. ¿ E n qué otro
lugar es h oy p o sib le que u n día u n destacado m ilita r sea n o m b rad o
director de u n gran teatro? E l actual director del Teatro de la R evolu ­
ción es de hecho u n an tigu o ge n era l. Es verd ad que era u n escrito r
antes de convertirse en general victorioso. Pero además, ¿e n qué otro
país se p o d rían o ír unas historias com o la que contaba el otro día p o r
ejem plo el porLero de m i h o te l? Hasta el 19 2 4 trabajaba en el K r e m ­
lin . P ero u n día le vin o u n im p revisto y fu e rte ataque de ciática. E l
partido hizo quf. lo trataran sus m ejores m édicos, lo envió a C rim ea a
tomar allí baños de b arro , lo som etió a radioterapia. C o m o nada tuvo
éxito, le d ijero n : « U ste d necesita u n puesto en el que pueda cuidarse,
estar sentado en u n lugar caliente, no tener que moverse en absolu to».
A l día siguiente era p ortero de u n hotel. C u an d o se cure, retorn ará al
K rem lin . A l fin y al cabo, la salud de los camaradas es p ropiedad valio­
sísima del p artido, que, en determ inadas circunstancias, puede ad o p ­
tar cu alquier m edida que crea necesaria en relació n con la conserva­
ción de una persona, incluso sin ten er que consultarle. A sí lo expone
al m enos B orís Piln iak en uno de sus m agníficos relatos*. U n alto fu n -

B o rís Pilniak, Cuento de la Luna no apagada, del año 1927 ; el pro tago n ista de esta n o ve ­
la es el gen eral M ija íl V . F ru n ze ( 1 8 8 5 - 1 9 2 5 ) . N a c id o en 18 9 4 ., fu e depo rtad o en
1 9 3 5 ; no se sabe cu án d o m u rió este e scrito r. [ N . del T . ]
IM ÁGENES QUE PIENSAN

cionario es operado contra su voluntad, y p o r fin m uere. (Pilniak m en­


ciona u n n om b re m uy fam oso entre los de los m uertos de los últimos
años). N in gú n saber n i capacidad se queda aquí sin ser aprovechado por
la potente vida colectiva. E l especialista es el m odelo de una completa
ob jetividad, sien d o p o r ello el ú n ico ciud ad an o que represen ta aquí
algo efectivo fuera del círculo de la acción política. A v ec es, el respeto
que éste in sp ira roza claram ente el fetichism o. A sí, la A cadem ia de la
G u erra contrató com o p rofesor a u n general que tenía una fama terro­
rífica p o r su com portam iento en la G u erra C ivil. Iba haciendo ahorcar
sin más preám bulos a todos los prision eros bolcheviques. Los europeos
no podem os com prender este punto de vista, que subordina el prestigio
ideológico a las condiciones objetivas. Pero este hecho tam bién es carac­
terístico en el lado con trario. N o sólo los m ilitares del im p erio zarista
de repente se p o n en , com o es sabido, al servicio de los bolcheviqxies.
C o n el tiem po, tam bién los intelectuales regresan com o especialistas a
los puestos que sabotearon en la G u e rra C iv il. L a o p o sició n com o se
entiende en O ccidente —inteligencia que se encuentra al m argen y que
languidece bajo el yugo—no existe, o m ejor dicho: ya no existe. O firmó
u n alto el fuego con los bolcheviques —con algnnas reservas— o ha sido
sin más exterm inada. H oy en Rusia no hay otra oposición , en especial
fuera del Partido, que la más leal. Pues esta nueva vida sin duda es una
carga muy pesada para el que la observa desde fuera. S o p o rtar esta vida
ociosam ente es del todo im p osib le, pues, en cada un o de sus detaíles,
sólo se vuelve herm osa y com prensible a través del trabajo. In co rp o rar
unas ideas propias a u n cam po de fuerzas presupuesto, poseer u n m an­
dato p o r más que éste sea virtual, el contacto organizado y garantizado
con los diferentes cam aradas... esta vida se encuentra tan ligada a estas
cosas que el que renuncia a ellas o el que no las puede conseguir se atro­
fia espiritualm ente p o r com pleto com o si estuviera algunos años ence­
rrado solo en una celda.

7
E l bolchevism o ha elim in ad o p o r com pleto la vida p rivad a. L o s car­
gos, la política y la prensa son tan pod eroso s que no queda n i tiempo
p ara in tereses que no co n flu y a n con ello s. P o r lo dem ás, tam poco
queda espacio. Las viviendas que antes albergaban en sus cinco u ocho
h abitaciones a una sola fam ilia ahora acogen tran q u ilam en te a ocho.
MOSCÚ

A l en trar a u n a casa se está en tran d o a u n a p equeñ a ciudad o a vece,s


incluso a u n h o sp ital de cam pañ a. Y a en el m ism o vestíbulo puedes
dar con camas. E n tre las cuatro paredes tan sólo se pern octa, y p o r lo
gen eral el escaso in v e n ta rio es to d o cu an to queda de los trastos
pequeñoburgueses, que resultan aún más deprim entes p o rq u e la casa
tiene pocos m u eb les. A l m o b ilia rio peq u eñ o b u rg u és le perten ece el
com pleto co n ju n to : algunos cu adros tie n e n que cu b rir las paredes;
unos alm oh ad o n es, el so fá; unas fu n d as, los m ism os alm oh ad o n es;
unas fig u ra s cu b re n las rep isas; cristales de co lo re s las ventan as.
(Todas estas vivien das p eq u eñ o b u rg u esas so n cam pos de batalla p o l­
los cuales ha ido pasando, victoriosa, la fu ria m ercantil del capital; nln
ya no pu ed e darse nada h u m an o ). D e esto sólo h an quedado algunas
cosas. Todas las sem anas, p o r ejem p lo , cam bian de sitio los m uebles
en u nos cuartos ya casi vacíos: es el ú n ico lu jo que la gente se perm ite
con ellos, siendo al tiem po u n m edio rad ical p ara expulsar de la casa
hasta la ú ltim a h u e lla de « c o n f o r t » , ju n t o co n la m e la n co lía tan
intensa que se paga siem pre p o r ten erlo . Tod os soportan su existencia
ahí den tro p o rq u e su m od o de vida les ha alejado de ella. S u residen
cia ahora es la o ficin a, es el club, es la calle. D el viejo ejército de íun
cionarios m óviles aquí sólo se encuentra lo que fuera su train. Las coi-
tinas y b io m b o s, que sólo su elen lle g a r a m ed ia altu ra, m u ltip lica n
p o r fu e ra el n ú m e ro de h ab itacio n es d isp o n ib le s. Pues cada ciuda
daño sólo tiene derecho a trece m etros cuadrados de su perficie habi
table. P o r la vivien d a paga de acu erd o c o n sus in g reso s. E l Estado
—aquí todas las casas son de su p ro p ied ad —les cobra u n ru b lo al mes a
los parados a cuenta de la m ism a su perficie p o r la que, quienes tienen
más d in ero , pagan sesenta ru b los y hasta m ás. Q u ien pretenda dispo -
ner de más espacio del establecido de ese m od o sin duda ha de pagar
una can tid ad co n sid e ra b le si n o lo p u ed e ju s t ific a r la b o ra lm e n le .
A dem ás, apartarse del cam ino m arcado con d u ce a u n aparato b u ró
crático e n o rm e, así com o a u nos costes gigantescos. E l afilia d o a un
sindicato que presenta u n certificado de en ferm ed ad y sigue el prot e
dim iento n orm alm en te previsto puede alojarse en un m o d ern o sana
torio, acu d ir en C rim e a a u n b aln eario y som eterse a costosos trata
m ientos con rayos sin pagar u n cén tim o p o r ello . P ero el que esté al
m argen del sistem a pu ed e p e d ir lim osn a y a rru in arse si no es miern
bro de esa nueva burguesía que sí pu ed e pagar varios m iles de rublo*
para consegu ir el tratam iento. Las cosas que no se pueden ju stificar ni
274- IMÁGENES QUE PIENSAN

in te rio r del m arco colectivo exigen u n d e sp ro p o rcio n a d o sacrificio .


Po r la m ism a razón no hay « vid a h o g a re ñ a » , n i cafés tam poco. L ib re
com ercio y lib re inteligen cia h an sido totalm ente elim in ad os. Esto ha
quitado a los cafés su p ú b lico . Para despachar los asuntos privados ya
sólo quedan el club y la o ficin a . Pero ahí se actúa siem pre a las ó rd e ­
nes de ese nuevo b)>t, lo que significa el nuevo en torn o para el que sólo
existe la fu n c ió n clel cread or colectivo. L o s nuevos rusos pien san que
ese m edio es hoy el ú n ico ed u cador fiab le.

8
Para los ciud ad anos de M oscú cada día está siem pre rep leto . A todas
horas se celebran reun ion es en oficinas, fábricas y clubs; a m enudo no
d isp on en de u n lugar, así que se celebran en el ángulo de u n a redac­
ció n b ie n ru id osa o en u n a mesa de can tina. Siem p e hay u n a especie
de selección natural y com o una lucha p o r la vida en cada una de estas
reun ion es. E n cierto m od o, es la sociedad la que las diseña y planifica,
siendo tam bién la que las convoca. Pero esto tiene que hacerse muchas
veces hasta que u na de tantas reu n ion es sale p o r fin b ien , es capaz de
vivir, está adaptada, tiene realm ente su lugar. Q ue nada pase com o está
pensado, que nada ocurra com o se esperaba, esta expresión banal de lo
real com o lo con ocem os en la vida se m an ifiesta aquí en cada caso de
m odo tan intenso e inquebrantable que el fatalism o ruso se vuelve cla­
ram en te co m p ren sib le. S i en el co n ju n to de lo colectivo se im p on e
gradual y lentam ente lo que es el cálculo civilizatorio, p o r el m om ento
esto sólo va a com plicar aún algo la cuestión. (U na casa que sólo tiene
velas está más prep arad a que u n a casa que tien e luz eléctrica, pues la
cen tral eléctrica se vien e estro p ean d o sin p a ra r). Pese a la actual
« ra c io n a liz a c ió n » , el valo r del tiem po no es con ocido n i siquiera en
la p ro p ia capital de R u sia. E l Trud, el Instituto S in d ical de E stud io de
las C ien cias del T rabajo que dirige Gastiev, im pulsó u n a cam paña con
carteles p o r la m ejora de la puntualidad. D esde entonces m uchos re lo ­
je ro s se h aii establecido aquí, en 'M o scú , d o n d e se agolpan de form a
todavía medieval y grem ial entre Kusnetzky M ost y la U liza G erzena, en
el co n ju n to de u nas pocas calles. P ero ¿ q u ié n los va a n e c e sita r? El
dicho « E l tiem po es o r o » , cosa que de m odo sorpren den te se le atri­
buye a L e n in en algunos carteles, m uestra u n sen tim ien to p o r co m ­
pleto ajeno a los rusos. Los rusos p ierd en el tiem po en cuanto pueden
MOSCÚ 275

(Se p o d ría d ’ cir que los m in u to s son com o u n agu ard ien te del que
nunca se hartan, de m anera que el tiem po los em briaga). C u an d o en
plena calle ru ed an alguna escena para una película, los que pasan olvi­
dan dónde iban, observan el rodaje durante horas y llegan perturbados
al trabajo. Parece pues que el ruso va a seguir siendo « a siátic o » en lo
que hace al tiem p o . U n a vez tuve que p e d ir que m e d espertaran a las
siete: « P o r favo r, m añ an a llám en m e a las s ie te » . L o cual in sp iró al
Schwejzar, com o llam an al portero del hotel este m onólogo más que sha-
kespeareano: « S i pensam os en ello, d espertarem os; si no pensam os,
uo nos despertam os. P o r lo gen eral pensam os en ello, y entonces sin
duda despertam os. Pero aveces sin duda lo olvidam os, al no pensar en
ello. Entonces, claro es, no despertam os. Porque no es nuestra obliga­
ción; pero si se nos o cu rre, sí lo hacem os. ¿ A qué h ora querrá que lo
despierto? ¿ A las siete? Vam os a apuntar. Y a ve que dejo esta nota aquí.
S in o la v e m o s, no lo despertarem os. P ero, gen eralm en te, desperta­
m o s» . La un idad de m edida tem poral es la palabra ssitschass, que sign i­
fica « e n se g u id a » . E so lo puedes o ír com o respuesta diez, vein te o
treinta veces, y pasan horas, días o semanas hasta que la prom esa al fin
se cum ple. N o es fácil o ír u n « n o » com o respuesta. Y es que de la res­
puesta negativa ya se encarga el tiem po. D e ahí que las catástrofes tem ­
porales y las colisiones en el tiem po estén a la o rd en del día, com o la
« re m o n ta » de que h ab lam os. G racias a ellas cada h o ra está repleta,
cada día es agotador, cada vida se vuelca en el instante.

9
Ir en tranvía p o r M oscú es ante todo u n a ex p e rien cia táctica. E l que
llega ap ren d e aq u í a adaptarse al ritm o p e c u lia r de la ciud ad y de su
población, m ayoritariam ente cam pesina. Y tam bién ve cóm o se en tre­
mezclan el im pulso técnico y la form a de existencia prim itiva: el expe­
rim en to hist órico u n iversal que es el p ro p io de la nueva R u sia lo
reproduce a pequeña escala u n viaje cualquiera en el tranvía. Las revi-
soras, envueltas en su abrigo, se sientan en su sitio en el tranvía com o
las m ujeres samoyedas en el in te rio r de su trin eo . L a subida a u n vagón
que va repleto exige siem pre algunos em pujones hechos de resistencias
y de im pulsos que se desarrollan en silencio y con u n a gran co rd ia li­
dad. (Nunca he oído p ro n u n cia r n i una mala palabra en esta delicada
circunstanci V U n a vez den tro, em pieza la aventura. P o r las ventanas
IMÁGENES QUE PIENSAN

siem p re congeladas n u n ca se ve d ón d e está el tran vía. A u n q u e , si lo


averiguas, no te sirve de m ucho. E l cam ino hacia la salida queda obs­
truido p o r el tapón hum ano. D ado que se sube p o r ia parte trasera y se
baja p o r la parte delantera, hay que abrirse paso a través de la masa. En
general, el viaje se p rod u ce a em pellon es; y, en las estaciones im p o r­
tantes, el tranvía casi se vacía. A sí tam bién en el caso de M oscú el trá­
fico es sin duda en buena parte u n m od ern o fenóm eno de masas. Pue­
des toparte u n a caravana de trin eo s que im p id e pasar p o r u n ? calle,
dado que la carga que exigiría u n cam ión va siendo parcialm ente trans­
portada m ediante cinco o seis grandes trineos. Y aquí los trineos p ien ­
san siem pre p rim e ro en el caballo, sólo después en el pasajero. A d e ­
más, no conocen n in gú n lu jo. U n a bolsa de paja para el caballo y una
m anta p ara el p a saje ro : de verdad eso es to d o . E n el b an q u ito sólo
caben dos personas; y, com o no hay respaldo (si no llam am os así a un
b o rd e b a jo ), hay que m a n ten e r el e q u ilib rio en las m uchas curvas
repentinas. T od o está hecho pensando en ganar la m ayor velocidad; los
viajes largos n o son recom endables en cuanto hace frío , p o r más que
las distancias son enorm es dentro de este pueblo gigantesco. E l trineo,
el iswoschtschik, va avanzando m uy pegado a la acera. E l clien te no va
com o sentado en u n tron o, no queda p o r encim a de la gente, y con su
m anga roza a los peatones. Esto es una experiencia sin duda incom pa­
rable para el tacto. M ientras los europeos van viajando a gran velocidad
m ientras disfrutan de su señorío y su perioridad sobre la gente, el mos­
covita viaja in trod u cid o en u n trin eo p eq u eñ o , m ezclado con las per­
sonas y las cosas. G u and o adem ás lleva una caja, u n a cesta o un niño
—el trineo es el m edio de transporte más barato par?, todas estas cosas—,
el moscovita se ve en verdad em butido en el trajín de la calle. A q u í no
hay ya m irada desde arriba, sino tan sólo u n roce delicado, y percibido
a gran velocidad, con las piedras, personas y caballos. D e este m odo, te
sientes com o ^.n n iñ o que se va deslizando p o r su casa sobre una sillita.

IO
La N avidad es una fiesta del bosque ru so . C o n sus abetos, sus velas y
sus ad o rn o s se instala p o r sem anas en las calles. I ues el A d vien to de
los cristianos ortodoxos se une a la N ochebu en a de los rusos que cele­
b ran la fiesta según el calendario occidental, que es tam bién ahora el
nu evo ca len d ario , el o ficia lm en te estab lecid o . C re o que en ningún
MOSCÚ

otro lu gar se ven u nos ad ornos tan b o n ito s colgados de los árboles de
Navidad. H ay barquitos y pájaros y peces, y casit as y frutas que se ¡igol
pan en tiendas y m ercados callejeros, y elNM useo K u starn y, dedicado
al A rte P o p u la r m o n ta en este tiem p o cada año u n a especie de leí m
navideña. E n u n a cruce e n c o n tré a u n a m u je r que vend ía adorno-i
para el árbol. A quellas bolas rojas y am arillas relu cían al So l; com o un
cesto encantado de manzanas dentro del cual ro jo y am arillo se repar
ten en frutas diferentes. Los abetos van atravesando p o r la calle en 11 i
neos. L o s p equeños los ad o rn an sólo con cintas de seda; en la» eaqui
ñas hay u n o s b o sq u e cillo s co n trenzas azules, o rosas o verdes. (Ion
ello lo s ju g u e te s n avid eñ o s van d ic ie n d o a los n iñ o s, au n q u e Nnn
N icolás n o sea aq u í el que los haya traíd o , que ellos p ro ced en de hn
profu n d id ad es de los bosques de R u sia. E s com o si la m adera verde
ciera sólo en m anos rusas. L a m adera verdece y en rojece y se cubre de
oro, tom a el co lo r azul y, fin alm en te, se congela negra. Y es que ¡ule
más, en ru so , « r o jo » y « b e llo » son la m ism a palabra. Y sin duda la
leña que va ard ien d o dentro de la estufa es la más mágica de las Irain
fo rm a cio n es de to d o el b o sq u e ru so . L a ch im e n ea n o p arece ard er
m ejor en n in g ú n sitio com o aquí. E l fuego p ren d e en todas las made
ras que antes el cam pesino talla y pin ta. Y , cuando las cubre con bar
niz, hay fuego con gelad o en sus co lo res. R o jo y a m arillo en la baln
laika, com o n eg ro y verd e en la garm o sch k a, que es ese p e q u e ro
acordeón de los n iñ o s, y adem ás todos los m atir~s en los treinta y »ei»
huevos en cerrad o s u n o s d en tro de o tro s. P ero tam b ién la noche <le
los bosques vive en la m adera. A h í están las pequeñ as y pesada» enja»
con el in te rio r ro jo escarlata: fuera, sobre u n n egro relu cien te, apa
rece u na im agen. Esta in d u stria estaba a pu n to de desaparecer en lo»
últim os tiem pos de los zares. Pero ahora de nuevo reaparecen, j u n i o
a las nuevas m in iatu ras, las viejas im ágenes p ro p ias de la vida campe
sina b o rd a d a s en o ro . U n a tro ik a co n sus tres caballos en tra en la
oscuridad a galope ten d id o , o u n a chica vestida con u n a falda color
azul m arin o está esperando en m edio de la noch e a su am ado puesla
en p ie ju n to a u n g ra n m a to rra l de in te n so c o lo r verd e. N in g u n a
noche de te r r o r es tan oscu ra com o esta só lid a n o ch e barn izada e n
cuyo seno se oculta todo aquello que em erge luego de ella. Tam bién
he visto u n a caja con u n a m u je r que ven d ía sentada cig a rrillo s. A su
lado hay u n n iñ o que hace el inten to de atrapar alguno. La noche e»
muy p ro fu n d a aquí tam bién . Pero a la derecha se distingue una pie
IMÁGENES QUE PIENSAN

dra, y a la izquierda u n arbolito desnudo, sin h ojas. S o b re el delantal


de la m u je r leem o s lo sig u ie n te: mosselprom; es d e c ir, la soviética
« M a d o n n a de los c ig a rrillo s» .

11
E l verde es sin duda el m ayor lu jo del in vie rn o en M oscú. Pero en la
tien da de la Petrovka no relu cen siqu iera co n la m itad de belleza que
en la calle los ram os de claveles, de rosas y de lir io s de p ap el. E n el
m ercado son el ú n ico p ro d u cto que tiene u n puesto fijo , y aparecen
ora entre los víveres, ora entre cacerolas y tejidos. Pero las flores b ri­
llan más que cu alquier otra cosa, más que la carne cruda, más que las
lanas de colores e in clu so que las siem p re relu cien tes b an d ejas. Por
A ñ o N uevo aún hay otros ram os. E n la plaza de Strastnaia me encon­
tré de pasada unas varitas que llevaban pegadas unas flores rojas, blan­
cas, verdes y azules, cada ram a de u n co lo r d istin to . A l h ab lar de las
flores de M oscú sin duda no se p u ed en olvidar las heroicas rosas navi­
deñ as. T am p o co las alargadas m alvarrosas p ara las pan tallas que el
ven d ed o r lleva p o r las calles. N i las cajitas de cristal llenas de flores, en
m edio de las cuales aparece la cabeza de u n santo. Tam poco lo qué la
h elad a in s p ira aqu í, los trap o s cam p e sin o s, cuyos d ib u jo s, que van
cosid os en una lan a azul, im itan la escarcha que cu b re las ventanas.
N i, p o r ú ltim o, esas candentes flores tostadas de azúcar en la superfi­
cie de las tartas. E l pastelero de los cuentos.infantiles parece sobrevivir
sólo en M oscú . S ó lo aq u í hay dulces h ech o s so lam en te co n hilos de
azúcar, esos co n cs dulces en los que la len gu a se resarce del amargo
f r ío . A h í la nieve y las flo re s se u n e n p o r co m p leto en el alm íbar;
sum ida en él, la flo ra de m azapán parece h ab er cu m p lid o finalmente
el auténtico sueño invern al de M oscú: flo re ce r desde el blanco.

12
E l po d er y el dinero son en el capitalismo m agnitudes conmensurables
m utuam ent^. U n ;; cantidad dada de d in ero siem pre puede cambiarse
p o r u n cierto p o d e r d e term in ad o , y el v a lo r de venta de u n poder
igualm ente se puede calcular. A sí sucede siem pre en gen eral. Sólo se
p u ed e h ab lar de c o rru p c ió n cuando este p ro ceso se gestion a de una
m an era dem asiado abreviada. Este p ro ceso tien e en todo caso en la
MOSCÚ 279

interrelación que se prod uce entre la prensa, las autoridades y los trusts
su concreto sistema de distribución, dentro de cuyos lím ites está legali­
zado. E l Estado soviético lia in te rru m p id o esta co m u n ica ció n dada
entre el dinero y el p o d er. E l Estado reserva el p o d er al Partido, m ie n ­
tras el dinero se lo cede al nepman*. Es im pensable que alguien que des­
empeñe un cargo en el P artid o , au n qu e sea m uy alto, se quede con
algo para asegurarse « su fu tu ro » o pensando en «su s h ijo s » . E l P ar­
tido C om unista garantiza a sus m iem b ro s u n m ín im o de existencia;
pero lo hace en la práctica, sin estar obligado a ello. Y , a cam bio, co n ­
trola las más remotas actividades económ icas de sus afiliados, m ientras
que lim ita sus in gresos a u n total de 2 5 ° ru b lo s al m es. Esta b arrera
sólo se puede sobrepasar m ediante actividades literarias al m argen de la
propia p ro fesió n . L a vida de la clase dom inante se somete a esta disci­
plina. Pero su p oder no sólo consiste en la capacidad de go b ern ar. La
actual Rusia no es u n Estado de clases, sino directam ente u n Estado de
castas. Esto quiere decir que la p osición social de u n ciudadano ya no
la establece el aspecto e x te rio r, re p resen tativo , de su existencia (tal
como lo son la ropa o la casa), sino su relación con el P artido. Esto es
decisivo hasta para aquellos que n o le p erten ecen al P artido de m odo
inmediato. T am b ién estas personas tien en o p o rtu n id ad es de trabajo
mientras que no rechacen públicam ente el régim en . Y tam bién entre
ellas existen diferencias m uy precisas. Pero p o r más que sea exagerada
(o que esté superada) la id ea eu ro p ea de que el E stad o ruso o p rim e
totalmente a quienes pien san de otra m anera, fuera de Rusia en cam ­
bio casi no se conoce la a terrad o ra exclu sió n social que aquí sufre el
nepman. D e otra m an era n o p o d ría explicarse el silen cio y la d esco n ­
fianza que se perciben no solam ente frente al forastero. S i preguntas a
alguno que no conozcas m ucho qué opina de una obra de teatro cual-
cruier'a o de una película del m on tón , norm alm en te te responderá con
esta fórm ula: « P o r aquí se d ic e ...» , o: « P re d o m in a la convicción de
q u f\..» . Y dan diez vueltas en la lengua a dicha frase antes de p ro n u n ­
ciarla delante de extrañ os. P u es, en cu a lq u ier m o m en to , el P artid o

* Nepman sign ifica « h o m b re de la N u eva P o lítica E c o n ó m ic a ( N E P ) » . L a N E P estu­


vo en vigo r en'.re 1 9 2 1 y 1 9 2 8 : a la vista de la catastrófica situ ació n econ ó m ica,
Lenin re in tro d u jo en la e co n o m ía soviética algun os elem en tos p ro ced en tes de la
actividad privada co m e rcial. E l tipo h u m an o que su rgió sería el nepman, visto com o
una especie de estiaperlista. [ N . d e l T . l
28o IMÁGENES QUE PIENSAN

p o d ría tom ar p ostu ra en el Pravda, y n ad ie q u iere verse enteram ente


desautorizado. Pues, para la m ayoría de la gente, ja que es la opin ión
autorizada es hoy, sin duda alguna, si no el ú n ico b ien , la única garan­
tía de otros b ien es, con lo cual todo el m u n d o es tan p ru d en te en el
uso de su nom b re y de su voz que los ciudadanos de co n d ició n dem o­
crática no pu ed en siquiera com pren d erlo. D os hom bres que se con o­
cen de hace tiem po están conversando; el p rim ero dice: « A y e r vino a
verm e ese tal M ijáilovich para buscarse u n puesto en m i o ficin a. Dice
que te c o n o c e » ; y el otro contesta: « E s u n cam arada m uy capaz, tan
p un tual com o tra b a ja d o r» . D espués de eso, pasan a otro tem a, re ro ,
al separarse, p ro p o n e el p rim ero : « ¿P o d ría s ser tan amable de poner
p o r escrito en unas pocas palabras tu o p in ió n sobre ese M ijáilo vich ?» .
E l d o m in io de la clase recu rre aquí a sím bolos con que caracteriza
a su en em ig o. E l jazz tal vez sea el más p o p u la r. N o es nada ra ro que
tam b ién a los rusos les guste escucharlo. P ero el b aila rlo está p ro h i­
b id o . A sí que lo guardan en una vitrin a, cual si se tratara de u n reptil
v e n e n o so , y del m ism o m od o lo p re se n ta n com o atrac ció n en las
revistas. E l jazc sigue sien d o sím b olo del « b u r g u é s » . Está en tre esos
elem en to s p rim itiv o s co n cuya ayuda la p ro p a g a n d a ha creado en
R u sia u na im agen grotesca del tip o b u rg u é s. A m e n u d o es tan sólo
una im agen rid icu la que hace pasar p o r alto la d isciplin a y su p erio ri­
dad del enem igo. Esta visión deform ada del burgués tiene u n com po­
n en te n a cio n a lista . La en tera R u sia ha sid o p ro p ie d a d de lo s zares.
(Q u ie n recorre los inacabables tesoros acum ulados en las colecciones
del K re m lin se encuentra tentado de d ecir: sólo una de las p ro p ied a­
des). D e la noche a la m añana el pu eb lo se ha con vertido en su con ­
ju n to en h ered ero de esa riqueza in calcu lable. Y ahora va haciendo el
inven tario de toda su riqueza en personas y en tierxas. U n trabajo que
im p u lsa en la co n scien cia de h ab er lo g ra d o cosas b ie n d ifíciles,
h abien d o con stru id o u n nuevo o rd en p o lítico pese a la h ostilidad de
m edio co n tin e n te. T o d os los ru sos se u n e n p ara a d m irar este logro
n a c io n a l. E sta esen cial tra n sfo rm a c ió n d el p o d e r hace que la vida
tenga aquí tan potente contenido. La vida está tan cerrada sobre sí y es
rica en tantos acontecim ientos, y al tiem po es tan po b re y atesora tan­
tas p erspectivas com o la vid a de u n b u sc a d o r de o ro en K lo n d yk e.
H o y en R u sia se excava en busca del p o d e r de la m añ an a a la noche.
La com binatoria más com pleta de las existencias esenciales no es nada
al com pararla con las constelaciones incontables que ie presentan aquí
MOSCÚ 281

a u n in d ivid u o en el curso de u n m es. P o r cierto , la con secu en cia


puede ser u n intenso estado de em briaguez, no siendo ya posible im a­
ginarse la vida sin sesiones y com isiones, debates, resoluciones y vota­
ciones (todo lo cual son guerras o al m enos m aniobras procedentes de
la voluntad de p o d e r). D a igual en todo caso, pues las próxim as gen e­
raciones de ru sos ya estarán adaptadas a esta vida, cuya salud im p o n e
este presupuesto im p rescin d ib le: que n o se abra u n a B olsa negra del
poder (com o le sucedió a la p ro p ia Iglesia). S i la co rrelació n europea
de p o d e r y d in e ro se llegara a in filtra r en R u sia, n o estaría p e rd id o
solam ente el país, n i siqu iera el p artid o , sin o directam ente el co m u ­
nism o. A q u í la gente no tiene todavía los conceptos europeos de co n ­
sumo y las necesidades europeas de con sum o. Esto tiene ante todo sus
concretas causas económ icas. Mas tam bién es posible que se esté re ali­
zando u n a in te n c ió n perspicaz del Partido : llegar a eq u ip arar el nivel
de consum o con el que tiene E u ro p a occidental; ana prueba de fuego
para el fu n c io n a ria d o b o lch eviq u e, en u n m o m en to elegid o lib r e ­
mente e im puesto con la más plen a seguridad de ob ten er la victoria.

13
E n la p a re d d el C lu b de los S o ld ad o s del K r e m lin hay u n m apa de
E uropa. A su lado hay u n a m anivela. G u an d o se gira dicha m anivela
se ve lo sig u ie n te: u n a la m p a rilla d im in u ta va ilu m in a n d o u n o tras
otro los lugares a través de los que L e n in fu e pasando en el curso de
su vid^. D esd e S im b irsk , en d o n d e n a c ió , pasan d o p o r K a zá n y
P etersbu rgo, p o r G in e b r a , P arís, C ra c o v ia y Z ú ric h y al fin M oscú
hasta acabar en G o rk i, es d ecir, el lu gar d o n d e m u rió . N o hay otras
ciudades in dicadas. E l co n to rn o com pleto de este m apa, realizado en
relieve de m ad era, es an g u lo so , recto y esq u em ático . A h í la vid a de
L en in se parece al d esarro llo de u n a ex p e d ició n de conquistas c o lo ­
niales p o r E u ro p a . E n cuanto a Rusia, em pieza a ornar fo rm a ante el
hom bre d el p u e b lo . E n la calle, en la n ieve, m u ch os ven d ed o res
ambulantes te o frecen mapas de la Fed eració n de Repúblicas S o cialis­
tas y S o viéticas. M ey e rh o ld ha em p lead o d ich o m apa en D. E. (/A m í
Europa!)*; O ccid e n te es en él sólo u n co m p le jo sistem a de pequeñ as

* V sié v o lo d C . M e ye rh o ld au to r y d ire c to r teatral, m u rió fu silado . [N .


del T .]
IM ÁGENES QUE PIENSAN

penín su las rusas. E l m apa está hoy a pu n to de con vertirse en centro


del nuevo culto de los iconos rusos, al igual que sucede con el retrato
de L e n in . S in duda el fuerte sentim iento n acion al que el bolchevism o
ha otorgado a la totalidad de los rusos, sin la m e n o r distin ció n , le ha
dado u n a nueva a ctu alid ad al m apa de E u r o p a . L o s ru so s q u ieren
m e d ir y co m p ara r, y tal vez ta m b ién q u ie re n d isfru ta r del in ten so
d e lirio de grandeza que se pro d u ce sólo co n m ira r hacia R u sia. Pues
en efecto a los ciu d ad an o s de los m ás diversos países de E u ro p a hay
que recom endarles seriam ente que d irija n la vista a su país en el mapá
que fo rm a con los países ve cin o s, a A le m a n ia ju n to co n P o lo n ia , o
b ien ju n to con F ran cia, o in clu so ju n to a D in am arca; y en gen eral a
tod os los eu rop eo s hay que reco m en d arles que exam in en con aten ­
c ió n su p e q u e ñ o co n tin e n te c o lo cá n d o lo al lad o de u n m apa de
R u sia , d o n d e no será sin o u n n ervioso y deshilach ad o te r rito rio en
u n extrem o del ren oto O este.

14
¿ C ó m o le va al literato en u n país donde su cliente es el pro letariad o ?
Los teóricos del bolchevism o h an subrayado que la situación del p r o ­
letariado en Rusia tras esta victoriosa revolución es m uy diferente de la
situ ació n de la b u rgu esía en el 178 9 * P o r en to n ces, m uch o antes de
co n q u ista r el p o d e r, la clase ven ced o ra se h ab ía id o asegu ran do,
duran te décadas de co n fro n tacio n es, el d o m in io del aparato id e o ló ­
gico. La organización intelectual y la educación llevaban ya im p regn a­
das m ucho tiem po con las ideas del tercer estado; la batalla de em anci­
p a ció n esp iritu al se lib ró de este m od o tiem po antes de la batalla de
em ancipación política. E n la Rusia de hoy la situación es del todo dife­
rente. H ay m illones y m illones de analfabetos para los cuales aquí aún
hay que echar los cim ien to s de u n a fo rm a c ió n g e n era l. E s la tarea
n acional de Rusia. La fo rm ació n prerrevolu cion aria del país era ines-
pecífica, europea. E l com ponente europeo de la fo rm ació n su p erio r y
o] corh pon en te n a cio n a l de la fo rm a c ió n elem en tal b u scan h oy en
Rusia su eq u ilib rio . Pero, éste sólo es u n aspecto dentro de la cuestión
educativa. O tro es q u e el triu n fo de la re v o lu c ió n ha acelerad o en
muchos cam pos el ritm o que lleva la asim ilación con E u ro p a. H ay así
literatos com o P iln iak que qu ieren ver en el bolchevism o la cu lm in a­
ción de la obra que iniciara tiem po atrás Pedro el G ran d e. C abe pues
MOSCÚ

suponer que, en :1 ámbito de la técnica, este proceso acabará p o r tener


éxito más tarde > más tem p ra n o, pese a los avatares de los p rim e ro s
años. Pero n o así en los ám bitos in telectu al y cie n tífic o . L o s valores
europeos están siendo popularizados hoy en Rusia en la versión desfi­
gurada y lam entable que le debem os al im p erialism o . A sí, el Segundo
Teatro A cad ém ico (in stitu ció n su bvencion ada p o r el E stado) o frece
una representación de la Orestíada en la que una G recia po lvo rien ta se
pavonea tan ran cia y falsam ente com o en el escen ario de u n teatro
principesco de A lem an ia. G om o lo petrificado de su gesto no es en sí
sim plem ente depravado, sin o que adem ás es u n a copia del teatro de
coree en el Moscú p rerrevolu cionario, resulta ser más triste todavía que
en Stuttgart o erj Anhalt. P o r su parte, la A cadem ia de las C iencias ha
elegido a u n h om bre com o Walzel, figu ra típica del nuevo catedrático
que hace aquí la postura esteticista, para in clu irlo entre sus m iem bros*.
Es así bien probable que la única cultura occidental que Rusia entienda
tan clara y vivam ente que le valga la pena co n fro n ta rse con ella sea la
que existe en Estados U n id o s. Y , p o r el con trario , la « a p ro x im a c ió n »
cultural en cuanto tal (sin que se dé sobre el fu n d am en to de una
com unidad económ ica y política concreta) es aquí solam ente u n in te­
rés de la variante pacifista del im perialism o, sólo apropiada para char­
latanes, lo que representa para Rusia com o u n fen óm en o de restaura­
ción. E l país está separado de O ccid en te, más que p o r fro n tera s y
censura, p o r la intensidad de una existencia que no se puede com parar
con la de E u ro p a . O quizá dich o más exactam ente: todo el contacto
con el exterior pasa p o r el m edio del Partido, y además se refiere sobre
todo a cuestiones políticas. L a vieja burguesía ha sido totalm ente a n i­
quilada; la nueva burguesía no está m aterial n i espiritualm ente en co n ­
diciones de m antener relaciones con el exterior. Y sin duda los rusos
conocen en consecuencia el exterio r m ucho m enos de lo que el exte­
rio r (con la excepción tal vez de los países latinos) hoy conoce a Rusia.
Cuando una em inencia rusa p on e ju n to s a Proust y a Bronnen** p o r ­
que son dos autores que eligen la m ateria de sus temas de entre la p ro ­
blemática sexual, vemos con claridad que lo europeo aparece en Rusia

* O skar W alzel ( 1 ^ 6 4 - 1 9 4 - 4 ) • p ro fe s o r de h isto ria de la literatura, es au to r del libro


titulado Gehalt und Gestalt im Kunstwerk des Dichters. [N . del T .]
** A r n o lt B r o n n e n ( l 8 9 5 ~ I 959 )> au to r de obras teatrales que cau saro n u n escándalo
en o rm e en A le m a n ia . [ N . del T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

en una perspectiva m uy estrecha. Y cuando un o de los autores dom i­


nantes de Rusia dice de p ro n to en una conversación o^e Shakespeare
fue u n o de los grandes escritores an terio re s a la in v e n ció n de la
im prenta, esta inm ensa laguna cultural solam ente se puede com pren ­
der desde las peculiares condiciones que son las propias de esta litera­
tu ra. U nas tesis y dogm as que en E u ro p a son , hace al m enos ya dos­
cien tos años, in aceptables p ara los literato s p o r ajenas al arte y la
cultura, son fundam entales en la crítica y en los productos de la nueva
R u sia. La ten d en cia y el tem a son aún aq u í co n sid erad o s lo único
im p o rtan te . Las con troversias fo rm ales aú n ten ían cierta relevancia
durante la época de la G u erra C ivil, pero ahora han en m ud ecido. La
doctrina oficial es que lo decisivo para establecer la acritud revolucio­
naria o con trarrevolucionaria de una obra es sin más la m ateria, no la
fo rm a . Estas d o ctrin as q u itan irrevo cab lem en te lo que es su pro pia
base al literato, com o la econom ía lo hizo antes desde el punto de vista
m aterial. R u sia va en este pu n to p o r d elan te de m aestro d esarrollo
occidental, p ero quizá no tanto com o suele creerse. Pues tam bién en
E u ro p a, más tarde o más tem prano, el escrito r p ro fesio n a l desapare­
cerá con la clase m edia, triturada en la lucha entre capital y trabajo. Ese
p roceso ya se ha dado en R usia: el intelectual es ante todo u n fu n c io ­
n a rio que trabaja en el departam en to de C en su ra, de Ju s tic ia o de
H acienda, donde se lib ra de su decadencia y participa directam ente en
el trab ajo , lo que en R u sia equivale estrictam en te a p articip ar en el
p o d e r. E l in telectu al es aquí m iem b ro de la actual clase dom in an te.
E n tre sus diversas o rgan izacion es la m ás d esarro lla d a es la W APP, la
A so c ia c ió n P an ru sa de los E scrito re s P ro le ta rio s, que p ro p u g n a sin
más la dictadu ra hasta en el ám bito de la creació n esp iritu al. D e este
m odo la W APP da buena cuenta de la realidad en el país: el paso de los
m edios espirituales de prod ucción a las m anos de la generalidad sólo se
puede separar en apariencia del paso de los m edios m ateriales. Porque
p o r ahora el p roletario sólo se puede hacer con am bos m edios p ro te­
gido p o r la dictadura.

15
D e vez en cu an d o ves vagon es de tran vía que están d eco rad o s con
dibu jos de em presas, de reu n io n es de masas, de soldados de los regi­
m ientos del ejército ro jo o de agitadores com unistas. S o n regalos que
MOSCÚ

los trabajadores de u n a fáb rica han. ido h acien d o ai soviet de M oscú.


En estos vagones circu la n los ú n ico s carteles de co n te n id o p o li! ;co
que hoy todavía sé ven en M oscú . P ero so n , co n m ach o , Io1' carteles
más interesantes. P o rq u e los carteles com erciales r o pu ed en ser más
sosos en n in g ú n otro sitio. E l p en oso n ivel que tie n en los an un cios
ilustrados es la ú n ica sem ejanza entre M o scú y P arís. M uchos m uros
de iglesias y conventos ofrecen p o r d o q u ie r unas su perficies m agníl i
cas p ara fija r carteles, p e ro hace tiem p o que fu e r o n d esp ed id o s los
constructivistas, suprem atistas y abstraccionistas que durante la époen
del co m u n ism o de g u e rra p u s ie ro n su capacid ad de p ro p agan d a al
servicio de la re vo lu c ió n . L o que h oy se exige exclusivam ente es una
claridad banal y sim ple. L a m ayor parte de los carteles que aquí vemos
re p elerían al occid en tal. P o r el c o n tra rio , las tien das de M oscú son
muy in citan tes; tie n e n siem p re algo de tab ern as. L o s ró tu lo s de los
establecim ientos señalan en vertical hacia la calle, com o los antiguos
emblemas que había en las posadas, las doradas bacías de los peluque
ros y las chisteras ante las tiendas de so m b rero s. Pero tam bién se ven
ciertos m otivos de m od o aislado e in d ivid u al, que resultan b o n ito s e
in ocen tes: u n o s zapatos caen de u n a cesta, y u n p e rro está huyen do
con una sandalia en la boca; ante la pu erta de una cocina turca, unoN
señores con u n fez en la cabeza acom odados ante sendas mesas. Se ve
que, para u n gusto p rim itivo , el elogio aún está ligado a la n arració n ,
al ejem p lo o a la an écd o ta. P o r el c o n tra rio , el a n u n c io o ccid en tal
convence sobre todo p o r el gasto que la em presa an un ciad a es capa/,
de afro n ta r. A q u í, en casi todos los letrero s se m uestra directam ente
la m ercancía. P o r lo dem ás, el com ercio n o con oce el em pleo de un
lema co n tu n d en te. L a ciudad, que es tan im aginativa en todo tipo de
abreviaturas, no posee aún la más sen cilla: la que designa el n o m b re
de la em p resa. M uy a m e n u d o , el cielo v e sp e rtin o de M o scú relu ce
entero con u n azul terrib le: y es que, sin darte cuenta, lo has m irado a
través de las gafas en orm es y azules que sobresalen de las ópticas p u es­
tas a la m an era de señales. U n a vida m ord ien te y silenciosa que parece
cargar co n tra sí m ism a asalta de re p en te a los tran seú n tes desde los
negros arcos y los gran d es m arcos de las p u ertas con letras negras y
azules, am arillas y ro jas, com o u n d ard o , o com o la im agen de unas
botas o de la ro p a fresca y recién planchada, com o u n escalón viejo y
desgastado o com o u n só lid o tram o de escalera. H ay que ir re c o ­
rrien do en tranvía las calles para ver el m od o en que esta lucha co n ti­
286 IMÁGENES QUE PIENSAN

núa en los pisos, para en trar en su estadio decisivo y fin al en los teja­
dos. H asta a h í sólo agu an tan los reclam o s y lem as que p a rec en más
fuertes y recientes. Y sólo desde la altura del avión se alcanza a ten er
ante los ojos la elite in d u strial de la ciudad, la in d ustria cin em atográ­
fica y autom ovilística. P ero sin duda, p o r lo gen eral, los tejad os que
vem os en M oscú son u n erial sin vida y no destacan n i p o r los rótulos
lu m in o sos p ro p io s de los tejados de B e rlín , n i p o r el b o sq u e de altas
chim eneas sobre los tejados de P arís, n i p o r la soleada soledad de los
tejados de las grandes ciudades sureñas.

16
Q u ie n entra p o r p rim era vez den tro de u n aula de u n colegio ruso se
detiene al pu nto so rp re n d id o . Las paredes están llen as de imágenes,
d ib u jo s y m aquetas de ca rtó n . S o n com o los m u ro s de los tem plo-
d o n d e los n iñ o s o frecen su trabajo d iariam en te a la colectividad. En
ellas p re d o m in a el c o lo r r o jo ; en las p ared es hay em blem as de los
soviets, así com o abundantes cabezas de L e n in . A lg o así puede verse
en m uchos clubs. L o s distintos p e rió d ic o s m u rales vie n en a ser para
los adultos esquemas de esa m ism a form a colectiva de expresarse. S u r­
g ie ro n a d irecta co n se cu en c ia de la grave p e n u ria de la época de la
G u e rra C ivil, cuando en m uchos lugares ya n o había n i papel n i tinta
de im p rim ir. H o y son totalm ente im prescindibles en la omnipresente
vida pública en el in te rio r de las em presas. C ad a « r in c ó n de L en in »
tie n e su p e rió d ic o m u ra l, que cam b iará de a cu erd o a las diversas
em presas y autores. L o com ú n es tan sólo la alegría in gen u a: imáge­
nes in ten sam en te coloread as y, en m edio de ellas, textos en prosa
verso. E l p e rió d ic o es crón ica del colectivo. P ro p o rc io n a datos esta­
dísticos, p e ro tam b ién la crítica h u m o rística de algun os camaradas,
todo ello m ezclado con distintas propuestas de m ejo ra del funciona­
m iento de la em presa, así com o concretos llam am ien to s a campañas
de ayuda. L e tre ro s, pan eles de avisos e im ágen es instructivas cubren
tam bién las paredes de ese « r in c ó n de L e n in » . In clu so en el trabajo
se en cu en tra cada u n o rod ead o p o r distin tos carteles de colores que
co n ju ran los péligros-de la m áquin a. V em os representado u n trabaja­
d o r cuyo brazo va a dar entre los radios de u n a ru ed a dentada; vemos
ta m b ién o tro que. b o rra c h o , p ro vo ca de re p en te u n a explosión al
p ro d u c ir u n co rto circu ito; y u n tercero que m ete la ro d illa en mitac
MOSCÚ

de dos ém bolos. E n la sección de préstam o de la b ib lio teca del e jé r­


cito hay u n panel cuyo breve texto explica con m uchos y bonitos d ib u ­
jo s de cuántas m aneras resulta po sib le estrop ear u n lib ro . Y hay p o r
toda R u sia cen ten ares de m iles de re p ro d u c c io n e s de u n cartel que
explica y m uestra las m edidas más habituales en E u ro p a : así el m etro,
el litro , el k ilo g r a m o ..., ap arecen d isp uestos en carteles, de m od o
ob ligatorio, e a la totalid ad de las tabernas. M as tam b ién las paredes
de la biblioteca del club cam pesino de la plaza T ru b n aia se cubren de
m aterial educativo gráficam en te expuesto. L a cró n ica del p u eb lo , el
desarrollo agrícola, la técnica de p ro d u cció n , las in stituciones cu ltu ­
rales están gráficam ente representadas p o r m edio de sus líneas de des­
arrollo; tam bién se exp on en com ponentes de h erram ien tas, ju n to a
piezas de m á rp in a s y retortas co n te n ien d o los p ro d u cto s q u ím ico s.
Me acerqué con cu riosid ad a u na repisa desde la cual vi cóm o so n re ­
ían dos llamativas caricaturas de negros; al llegar ju n to a ellas, co m ­
prendí que eran máscaras de gas. A n tes, el ed ificio de este club era el
de uno de los m ejores restaurantes de M oscú. C o n lo que los antiguos
reservados son hoy d o rm ito rio s para los cam pesinos y campesinas que
han obtenido una kommandirovka p ara p o d e r ir a la ciudad. Lo s llevan
por museos y cuarteles, y tien en cursos y veladas para ellos. Tam bién,
í, veces, u n teatro p ed agó gico d e sa rro lla d o en fo rm a de « j u i c i o » .
Unas trescien'r.s p e rso n a s, de p ie y sentadas, lle n a n hasta el ú ltim o
rincón de la sala p in tad a de r o jo . Puesto en u n a h o r n a c in a está el
busto de L e n in . E l ju ic io se celebra sobre u n escenario ante el que, a
la derecha y a la iz q u ierd a, se ve n cu ad ros de tip o s p ro le ta rio s (en
general u n cam pesin o y u n o b re ro ) q^íe sim b o liza n la smitschka, la
unión de ciud ad y cam po. Las p ru eb as ya h an sido presen tad as, y
ahora un p erito tiene la p alab ra. O cu pa con su asistente u n a m esita
frente a la del letrado d e fen so r, vueltas am bas al p ú b lico p o r el más
esirecho de sus lados; de frente, al fo n d o , la mesa del ju ez. D elante de
eiía, con u n traje n eg ro , aparece sentada la acusada, u n a cam pesina
que lleva bien sujeta entre sus m anos una ram a gruesa. La acusación
es curanderism o co n resu ltad o de m u erte. C o n u n a in te rv e n c ió n
equivocada causó la m uerte de u na p artu rien ta. La argum en tación va
cm d o vueltas en to rn o a dicho caso de m anera m o n ó to n a y sencilla,
jfrl perito presenta al fin su in fo rm e : la culpa de la m uerte de la madre
la tiene sola y exclusivamente esa inadecuada in terven ción . E l abogado
Jofensor afirm ? en cam bio que no hubo m ala volu ntad ; en el campo
288 IMÁGENES QUE PIENSAN

falta asistencia sanitaria e in stru cció n h igién ica. Ú ltim a palabra de la


acusada: <¿Nitschewó. Q ué le vamos a hacer, siem pre han m uerto m uje­
res al p a r ir » . E l fiscal solicita la pena de m u erte. Y entonces p o r fin
el presidente se dirige hacia la asam blea: « ¿ A lg u n a p re g u n ta ? » . Pero
al estrado sólo sube u n komsomol que exige que a p liq u e n u n castigo
ejem plar. E l trib u n al se retira a d elib erar. Tras una breve pausa se lee
la sentencia, que todos escuchan p o n ién d o se de p ie: Jo s años de p ri­
sión, teniendo en cuenta las atenuantes. N o se establece p risió n in co­
m u nicad a. P o r ú ltim o , el presid en te del trib u n al m en cio n a la apre­
m iante necesidad de crear centros h igién icos y form ativos en las zonas
ru ra le s. E ste tip o de re p rese n tac io n es está cu id ad o sam en te p re p a ­
rado, sin la m en o r im p rovisación . Para p o d e r m ovilizar al público en
aquellas cuestiones que interesan de m od o más directo a la m oral y al
P artido bolchevique n o puede h ab er u n m edio que sea más directo y
eficaz. A sí, u na vez se a b o rd a el a lc o h o lism o , y otras el frau d e, la
prostitu ción o el gam berrism o. Las severas form as propias de este tra­
b a jo fo rm a tivo son sin duda adecuadas a las c o n d icio n e s de la vida
soviética, com o plasm ación de u na existencia que cien veces al día les
obliga a tom ar p o sición .

17
L as calles de M oscú p re sen ta n u n a p e c u lia rid a d : los p u eb lo s rusos
ju e g a n al escondite en ellas. A l en trar p o r alguno de los grandes p o r­
tones —a m en u d o tien en u na verja de h ie rro p ara ce rra rlo s, p ero yo
siem p re lo s he en c o n trad o a b ierto s—, te en cu en tras situ ad o en el
a rra n q u e de u n a espaciosa p o b la c ió n . A h í se abre u n p u eb lo o una
fin c a d o n d e el suelo es irre g u la r, los n iñ o s van en trin e o , en cual­
q u ie r r in c ó n hay de rep en te disp uesto u n co b ertizo p ara guardar
m adera y h errám ien tas, los árboles se alzan m uy dispersos, unac esca­
leras de m adera le dan a la fachada p o sterio r de las casas —que cuando
se ven desde la calle parecen ser pro pias de u n a ciudad— el más típico
aspecto de u n a casa rusa cam pesina. E n estos patios suele h ab er igle­
sias, com o en las am plias plazas de los pu eblos. La calle crece así hasta
las dim ensiones del paisaje. Pues no hay n i una ciudad occidental que
en sus enorm es plazas carezca así de fo rm a, com o sucede en las plazas
p u eb lerin a s, y siem p re esté com o re m o jad a b ajo los efectos del mal
tiem p o , de la llu via o la n ieve. C asi n in g u n a de estas am plias plazas
MOSCÚ

sostiene u n m o n u m e n to . (Y, p o r el co n tra rio , casi [odas las pla/as di


E uropa v ie ro n p ro fan a d a y destruida su estructura secreta r o n .ilj<mi
m onum ento a lo largo del siglo X I X ) . A l igual que cualquier o l í a < m
dad, tam bién M oscú construye con los nom b res un pequeñ o iiininln
en su in te rio r. H ay u n casino que se llam a « A lc á z a r» , hay un 11<>i< I
cuyo n o m b re es « L i v e r p o o l» , y u n a casa de huéspedes llam ada
« T i r o l » . L o s ce n tro s del d e p o rte in v e rn a l u rb an o siem p re íh
en cu en tran com o a m ed ia h o ra . C ie rto qu e p o r toda la ciudad Imy
esquiadores y patinadores, pero la pista está más al in te rio r. Desde aln
arran can los trin e o s de las más d istintas co n stru cc io n es: desde nnn
tabla que p o r la p arte d elan tera va sobre zapatos con cuchillas y poi
detrás se arrastra p o r la nieve hasta los bobsleighs más confortables. IVm
Moscú no tiene en parte alguna verdadero aspecto de ciudad; si a n i s o ,
viene a ser su p e rife ria . E l suelo h úm edo y los cobertizos, los dilata
dos tra n sp o rtes de m a terial, los a n im ales c o n d u cid o s al m a t m l n o ,
como las tabernas m iserables: todo esto se encuentra puesto en medio
de las partes m ás vivas y an im ad as. L a c iu d ad está lle n a todavía «le
abundantes casitas de m adera, con stru id as en el m ism o estilo e s l a v o
que se ve p o r d o q u ie r en los a lre d e d o re s de B e r lín . M as lo que en
B ran d em b u rg o nos p arece ser tan sólo u n triste e d ific io de piedra
resulta aquí atractivo gracias a los colo res tan h erm osos que presenta
la cálida m adera. E n la p e rife ria , a am bos lados de las am plias avem
das, todas esas cabañas cam pesinas altern an con las villas modernisluN
o con la so b ria fachada que p resen ta u n a casa de och o p iso s. I lay
m uchos ce n tím e tro s de n ieve, y de p ro n to seThace u n gra n silen cio
que te hace que creas que te encuentras en u n pu eblo de la Rusia mas
p rofu n da que se en cu en tra h ib e rn a n d o . Pero el anhelo de M oscú no
lo provoca solam ente la nieve, con ese in tenso resp lan d o r n octu rn o y
con sus cristales que parecen ser flo res p o r el día. L o provoca igual
mente el cielo. Pues el h orizon te de las anchas llanuras se logra inlil
trar siem p re en la ciu d ad en tre lo s tejad os in c lin a d o s. S ó lo se l í a t e
invisible al an och ecer. P ero entonces la escasez de las viviendas j i r o
duce u n efecto sorp ren d en te en M oscú . S i reco rres las calles c u a n d o
está em pezando a oscurecer, ves ilu m inadas casi todas las ventanas e n
las casas, grandes y pequeñas. S i el b rillo de la luz que sale de ellas n o
resultara tan irre g u la r, creerías que tie n es ante ti u n a ilu m in a ció n
incom parable.
290 IMÁGENES QUE PIENSAN

18

Las iglesias han en m ud ecido se d iría que casi p o r com pleto*. L a ciu ­
dad está casi lib e ra d a de ese re p ic a r de las cam panas que to d o s los
dom in gos va extendiend o u na tristeza tan sorda y tan p ro fu n d a sobre
n u estras gran des ciu d ad es. P ero en todo M o scú tal vez n o pueda
encontrarse todavía u n solo lu gar desde el cual n o se vea al m enos una
iglesia. M e jo r d ich o : en el cual no te vig ile al m en o s una iglesia. E n
M oscú el súbdito del zar estaba totalm ente ro d ead o p o r más de cua­
tro c ien ta s capillas e iglesias, es d e cir, dos m il cú pu las que en cada
esq u in a se m a n tien e n escon d id as, se o cu ltan las u n as a las o tras, se
asom an p o r encim a de los m u ros. T oda u na okrana** de la arquitectura
rodeaba al súbdito del zar. Y todas estas iglesias m an ten ían su in có g­
n ito , dado que en n in g ú n lu gar se alzaban altas torres al cielo. C o n el
tiem p o te acostu m b ras a re u n ir los larg o s m u ro s y las m uchas bajas
cúpulas en com plejos de iglesias conventuales. Y entonces co m p ren ­
des p o r qué en m uch os lugares la ciud ad es tan com pacta com o una
fo rtaleza; los con ven tos llevan todavía las h uellas de su an tigu a fu n ­
ció n defensiva. C o n lo que aquí, B izan cio y sus m il cúpulas no es el
m ila g ro que sueña el e u ro p e o . A d e m ás, casi todas las iglesias están
construidas de acuerdo a cierto esquem a tan in síp id o com o em pala­
go so : pues esas cú pu las, azules, verdes y d o rad as, so n u n O rien te
ca ram elizad o . T an p ro n to com o en tras a u n a de estas iglesias te
encuentras p rim ero en u n am plio vestíbulo con unas pocas imágenes
de santos. T o d o está m uy o scu ro , y su p e n u m b ra parece m uy a p ro ­
piada para conspiraciones. E n estas salas es posible hablar de los asun­
tos más com prom etidos, in clu id os los p o gro m s. A co n tin u ació n está
la ú n ica sala destinada a la devoción. Y al fo n d o se ven u nos escalones
que co n d u cen a u n estrado estrecho y b a jo , es d e cir, al icon ostasio,
p o r el que te m ueves a lo larg o de diversas im ágen es de san tos. A
in tervalos p equ eñ o s hay varios altares, señalados p o r ardien tes luces
ro ja s . E n cuanto a las su p e rfic ie s laterales, están ocu padas p o r las

* L a p r i m e r a ofensiva del Estad o soviético co n tra la re lig ió n tuvo lu gar entre i g iC y


1 9 2 2 , p e ro sus resultados fu e ro n bastante m en os co n tu n d en tes de lo q ue sus m e n ­
tores esperaban . A lg o p o sterio rm e n te , entre los años 1 9 2 9 y 1 9 3 0 , se desarrolló
u n a segun da ofensiva. [ N . del T . ]
** L a okrana era la p o licía secreta de la R usia zarista. [ N . del T . ]
MOSCÚ

grandes im ágenes de san tos. Pero todas las partes de la p ared en las
que no hay u n a im agen están enteram en te recu b iertas con lucientes
lám inas de o ro . D el techo, pintado siem pre con m al gusto, cuelga una
gran lám para de araña. S in em bargo, el espacio sólo está ilu m in ad o
con cirio s; es u n salón de paredes consagradas delante de las cuales se
p ro d u ce el ce re m o n ia l. Las gran d es im ágen es so n saludadas sa n ti­
gu án dose, lu ego co rre sp o n d e a rro d illa rse y to car el su elo co n la
frente, y después, santiguándose de nuevo, el orante o penitente pasa
a la im agen siguiente. A n te las im ágenes pequeñas, puestas en grupos
o solas sobre grandes atriles n o hay o b lig ac ió n de a rro d illa rse . S ó lo
hay que in clin arse sobre ellas y besar el cristal que las pro tege. Sobre
esos atriles van expuestas, ju n to a valiosos ico n o s an tigu os, series de
chillonas oleografías. O tras muchas im ágenes de santos m ontan gu ar­
dia fuera, en la fachada; casi todas m iran hacia abajo desde las c o rn i­
sas su periores, bajo los tejadillos de hojalata para protegerlas del m al
tiem po, com o si fu e ra n pájaros que se h an escapado de su ja u la . Sus
cabezas, in c lia a d a s com o reto rtas, p a rec en estar llen as de tristeza.
Bizancio no parece con o cer una fo rm a que sea p ro p ia de ventanas de
iglesia. U n a im p resió n mágica pero n o acogedora: las ventanas, p r o ­
fanas e insign ifican tes, se abren a la calle desde las salas y torres de la
iglesia com o d^sde los cuartos de u na casa. T ras ellas habita el sacer­
dote orto d o xo , com o el b onzo den tro de su pagoda. Las partes bajas
de la cated ral de S an B a silio p o d r ía n ser ig u a l la p lan ta b aja de la
m agn ífica casa de u n b o ya rd o . P ero al e n tra r en la Plaza R o ja ,
vin iendo p o r la parte del oeste, sus cúpulas s^/Icvantan p o co a poco
hacia el cielo com o u n bando de soles encen d idos. E l edificio parece
como si siem p re se reservara u n p o co , y el o b se rv a d o r sólo p o d ría
sorprenderlo m irán d olo a la altura del avión, del que olvidaron p r o ­
tegerlo los constructores. E l in te rio r no sólo ha sido vaciado, sino que
incluso ha sido d e strip a d o , com o u n a n im a l que h an ab atid o. (N o
podía ser de otra m anera, pues todavía en 1 9 2 0 ahí se rezaba con fe r ­
vor fan ático). A l retirársele todo el in ven tario , quedó a la vista ir r e ­
m ediablem ente el c o lo rid o entrelazo vegetal que se extien d e com o
una p in tu ra m u ra l p o r todos los p asillo s y las bóvedas; u n a p in tu ra
mucho más an tigu a, qu e, en los espacios in te rio re s , aú n m an ten ía
vivo el recu erd o de las espirales de las cúpulas, se desfigura ahora en
un triste divertim ento ro co có . L o s pasillos abovedados son estrechos,
y de p ro n to se en san ch an hasta co n ve rtirse en altares o en capillas
292 IMÁGENES QUE PIENSAN

re d o n d a s, a las que llega tan escasa luz desde las altas ventanas que
apenas se distinguen los pocos objetos religiosos que quedan. Muchas
otras iglesias están abandonadas y vacías. P ero el fuego que desde los
altares ya m uy pocas veces ilu m in a la nieve está al co n trario muy bien
conservad o en las ciudades de b arracas de m ad era. E n sus estrechos
p a sillo s cu b ierto s de n ieve siem p re re in a el sile n c io . S ó lo se oye la
suave je rg a de los sastres ju d ío s , que ahí tie n en su puesto ju n to a los
trastos de la vend ed ora de papel que, oculta y en tron izada tras colla­
res de plata, tien e en to rn o a su ro stro lám in as de o ro ju n t o a los
enguantados papás N o el, com o una o rien tal tiene su velo.

19
Hasta el día más d u ro de trabajo nos ofrece en M oscú dos coordena­
das que p re sen ta n cada u n o de sus in stan tes en calid ad de espera y
con su m ación : la vertical de las horas de com er y la h orizo n tal vesper­
tin a del teatro. Pero n u n ca se está m uy lejo s de ellas, p o rq u e Moscú
está llen o de cientos de restaurantes y teatros. A bu n d an tes puestos de
golosinas patrullan las calles, muchas de las grandes tiendas de comes­
tibles no cierran hasta las once de la n och e, y en cu alquier esquina se
a b ren cervecerías y teterías. Las palabras chainaia y pivnaia [« te te ría » ,
« c e rv e c e r ía » ] (y las dos p o r lo gen eral) aparecen pin tadas sobre un
fo n d o en el que el >rerde soso del b o rd e su p e rio r baja descendiendo
g ra d u a lm en te hasta alcanzar u n a m arillo su cio . L a cerveza se toma
n o rm a lm e n te con u n cierto Lipo de co m id a : u n o s tro cito s de pan
b lan co seco, p an n eg ro h o rn e a d o co n u n a co stra de sal y guisantes
secos en agua salada. E n ciertas tascas puedes com er así y además dis­
fru ta r de u n a p rim itiv a inszenirovka. A s í se d e n o m in a cierta clase de
pieza teatral de tem a líric o o ép ico. A m en u d o se trata de unas pocas
can cion es p o p u lare s que van sien d o m altratadas p o r u n co ro . De la
o rq u esta fo rm a n parte algunas veces en calid ad de in stru m entos
m usicales, ju n to a acordeones y violin es, tam bién algunos ábacos. (De
hecho están presentes en la totalidad de las tiendas y o ficin as, pues ni
siqu iera el cálculo más sen cillo es pensable sin ellos'). E l calo r que te
asalta cuando entras en estos locales, al b eb er u n té siem pre caliente,
o al p ro b a r la co m id a m uy p ican te , es el p la c e r secreto p ro p io del
in viern o m oscovita. P o r eso no conoce la ciudad el que n o la conozca
con nevada. C u alq u ier región hay que visitarla siem pre en la estación
MOSCÚ 293

de clim a extrem o. Y es que la ciud ad está adaptad;; sobre to d o a este


clima, y se entiende desde esta adaptación. E n M oscú, la vida tiene en
el in v ie rn o u n a d im e n sió n so b rea ñ ad id a , pues en ella el espacio va
cam biando de m anera estricta y literal según se encuentre frió o cal­
deado. A h í se vive en la calle com o si se estuviera en una sala de espe­
jos congelada, don d e re flex io n a r y detenerse es in creíblem en te co m ­
plicado. H ay que pensárselo casi m edio día para llevar una carta hasta
el buzón; y, pese a h acer u n frío tan severo, hace falta m ucha v o lu n ­
tad para e n tra r en u n a tie n d a a c o m p ra r algo. P ero cu an d o te
encuentras u n local, da igual lo que te ofrezcan —ese vodka, que aquí
mezclan con h ierb as, o u n pastel o u na taza de té—: el calo r hace ahí
que hasta el tiem po vuelva u na b ebida em briagad ora. E l tiem po fluye
en el h om bre exhausto de la m ism a fo rm a que la m iel.

20

En el aniversario de la m u erte de L e n in m uch os se p o n en brazaletes


negros. Las b an d era s de toda la ciu d ad están a m ed ia asta p o r lo
m enos a lo larg o de tres días, y muchas^de las b an d erita s enlutadas,
una vez colgadas, se qu ed an ahí fu era p o r varias sem anas. E l luto ruso
por su d irig e n te n o es en absoluto co m p arab le con la actitud que el
pu eb lo, en o tro s lu gares, adopta en esos días. L a g e n e ra c ió n que
intervino activam ente en las gu erras civiles ya va en vejecien d o , si no
todavía en lo que hace a los años, sí p o r cuanto respecta a la ten sión .
C om o si al fin la esta b iliza ció n h u b ie ra in tro d u c id o en su vid a un
sosiego, o in c lu so u n a apatía, que su ele tra e r co n sigo la vejez. E l
« ¡a lto !» que el p artid o le dio u n día al com un ism o de gu erra con la
N E P p ro vo c ó de re p en te u n te rrib le re b o te que d ejó p o strad o s a
muchos com batien tes del m o vim ien to , y h u b o varios m illares que le
devolvieron al p artid o sus antiguos carnets de m ilitan tes. Y se c o n o ­
cen casos de u n tan evidente d e sco n cie rto qu e, en pocas sem anas,
sólidos puntales del P artido se co n virtiero n en defrau d ad ores. A sí el
luto p o r L e n in es al tiem po, para el co n ju n to de los bolcheviques, un
auténtico lu to p o r los años del co m u n ism o h e ro ic o . L o s p o co s que
han pasado desde entonces son m ucho tiem po en la consciencia rusa.
Lenin aceleró con tanta fuerza el curso en tero de los acontecim ientos
que su a p arició n se ha convertido m uy aprisa en pasado, y su im agen
se aleja de n osotros a gran velocidad. S in em bargo, en la óptica de la
294 IMÁGENES QUE PIENSAN

historia (bien al con trario de lo que sucede den tro de la óptica espa­
cial) ese a lejarse sig n ific a u n volverse m ás gra n d e . Las ó rd en es son
a h o ra d ife re n te s q\ie en los tiem p o s de L e n in , p e ro las con sign as
todavía son las que él im p a rtió . Pues hoy se explica a los com unistas
que el trab ajo re v o lu c io n a rio del m o m e n to n o es a h o ra la lucha,
com o ya no es tam poco la gu erra civil, sino b ien al co n trario la con s­
tru cció n de canales, la electrificació n y la in d u strializació n . L a esen­
cia revolu cionaria de la auténtica técnica se presenta ahora claram ente
y, com o todo, tam bién esto sucede (y con razón sin duda) en n om bre
de L e n in , que es u n n o m b re que crece sin cesar. Resulta así sign ifica­
tivo que el sobrio in fo rm e que redactó la delegación de los sindicatos
ingleses, u n o que, sin du d a, es p o co dado a p ro n ó stico s, m en cio n e
incluso la posib ilidad de « q u e , si el recuerdo de L e n in ha encontrado
su lugar en la h istoria, este gran d irigente y re fo rm ad o r revo lu cio n a­
rio se halla en tran ce de ser c a n o n iz a d o » . E l culto de su im agen en
efecto ya es in c alcu lab le, y hay in clu so u n a tie n d a que la v en d e en
todos los tam años, m ateriales y poses. S u b usto está presen te en los
« r in c o n e s de L e n in » , su estatua de b ro n c e o su relieve está en los
clubs más grandes, su retrato de tam año n atural está en las oficinas, y
otras fotos algo más pequeñas están colgadas en todas las cocinas, y en
lavanderías y despensas. La im agen de L e n in está incluso colgada en el
vestíbulo del vie jo Palacio de A rm a d u ra s del K r e m lin , igu al que los
paganos convertidos im p o n ían la cruz en u n lugar que antes era p r o ­
fan o . Y así, poco a p oco, la im agen de L e n in va adoptando unas fo r ­
mas can ó n icas, de en tre todas las cuales la c e le b é rrim a im agen del
o ra d o r es la más frecu en te. P ero hay otra im agen que todavía es más
conm ovedora y que nos resulta más cercana: L e n in sentado a la mesa
al in c lin a rse sobre u n n ú m e ro de Pravda. E n tre g a d o a u n efím ero
p erió d ico , se m anifiesta co n la ten sió n dialéctica que se correspon de
con su ser: la m irad a se lanza co n seg u rid ad a lo le ja n o , m ien tras el
esfuerzo infatigable del corazón se centra en el instante.
EL CAMINO AL ÉXITO EN TRECE TESIS[3]

1. N o hay u n .é xito gran d e al que no c o rre sp o n d a n prestacion es


reales. Mas su p o n er p o r ello que dichas prestaciones son su base sería
u n e r r o r . Las p restacio n es so n la co n se cu en cia. C o n se cu e n c ia del
in crem en to deJ aprecio que se tiene a u n o m ism o ju n to al creciente
placer de trabajar de aquel que se ve reco n o cid o . D e ahí que una exi­
gencia alta, una ré p lica h áb il o u na tra n sacció n a fo rtu n a d a sean las
verdaderas prestaciones que están a la base de los éxitos grandes.
2 . L a satisfacción p o r la paga recibida paraliza el éxito, m ientras la
satisfacción p o r las prestaciones lo increm enta. R em u n eración y p res­
tación están en una p ro p o rc ió n de peso, puestas en los platillos de la
bcJanza. Pero todo el peso del aprecio dedicado a u n o m ism o ha de ir
al p la tillo de la p re stac ió n . D e este m o d o , el p la tillo de la paga sin
duda irá subiendo a toda prisa.
3 . A l a larga sólo pu ed en ten er éxito las personas cuyo co m p o rta­
m iento parece estar d irig id o , o está d irigid o realm en te, p o r motivos
transparentes y sencillos. L a masa destruye cu alq uier éxito en cuanto
éste le parece opaco, sin u n valo r didáctico y ejem p lar. O bviam ente
este éxito no es preciso que sea transparente en u n sentido intelectual,
como cualquier teocracia lo dem uestra. A h o ra b ien , el éxito tiene que
hacerse representación, ya sea ésta la de la je ra rq u ía , o b ien sino la del
m ilitarism o, la de la plutocracia o cu alquier otra. D e ahí deriva el que
el sacerdote deba ten er el co n fesio n ario , el gen eral la con d ecoración ,
o el fin a n c ie ro su p a la cio . Fracasará q u ien n o pague su trib u to al
tesoro de im ágenes de la masa.
4- N adie se hace una idea clara del ham bre intensa de univocidad
que es el m áxim o afecto de todo p ú b lico. Un cen tro, un dirigen te, una
consigna. C u an to más u n ívoca, m ás gran de es el ra d io de acció n de
una m an ifestació n esp iritu al, y así más p ú b lico va a acu d ir a ella. E l
que u n autor em piece a despertar « in te r é s » , sign ifica tan sólo que se
em pieza a b u scar su fó rm u la , su exp resió n m ás un ívo ca y p rim itiva.
Desde ese m o m e n to , cada nueva o b ra suya se co n vierte en aquel
m aterial en que el le c to r p o n e a p ru e b a esa fó rm u la , la p recisa y la
verifica. Pues en el fo n d o , el p ú b lico solam ente percib e en u n autor

3 Texto pu b licad o en el Frankfurierfyitung el 2 2 de sep tiem bre del año 1 9 2 8 .


el m en saje que éste, en su lech o de m u erte, te n d ría aún tiem po y
fuerzas para tran sm itirle.
5- A q u el que escribe ha de tener presente que rem itirse a la « p o s­
te rid a d » es m uy m o d e rn o . E s cosa que p ro c ed e de la época en que
su rgió el escritor p ro fesio n a l, y que pu ed e explicarse ju stam en te por
las carencias de su posición en el seno de la sociedad. L a referencia a k
fam a postu m a era u n m od o de p re sió n en co n tra de ella. P or lo
m ism o, en el siglo XVII aún no habría pensado u n solo autor en invo­
car a la p o sterid a d fren te al co n ju n to de sus co n tem p o rán eo s. En
general, todas las épocas anteriores com parten la más plena convicción
de que el p resente guarda aquella llave que abre la pu erta de la fama
postum a. Esto hoy es más cierto todavía, pues cada gen eració n que se
sucede tiene m en os tiem p o y ganas p ara llevar seriam en te a cabo la
siem pre im prescindible revisión, cuanto más desesperadas son las fo r­
mas que adopta la legítim a defensa en contra de lo in fo i me y lo masivo
que presenta la herencia recibida.
6. La fam a, o quizá m ejo r, el éxito, es hoy enteram ente obligato­
ria y p o r lo m ism o ya n o representa u n a a ñ ad id u ra, com o antes. E11
una era en la cual la más penosa de las estupideces se pu blica en cien­
tos de m iles de ejem plares, el éxito no es sino u n estado de agregación
de la esc ritu ra . C u a n to m e n o r es el éxito de u n a u to r o u n a obra,
m e n o r tam bién su d isp on ib ilid ad .
7. C o n d ic ió n de victoria: la alegría que causa el éxito exterior en
tanto tal. U n a alegría p u ra y desinteresada cuya m e jo r m anifestación
es que algu ien d isfru te de ese éxito au n q u e éste sea el éxito de otro,
in clu so aunqu e no sea m e rec id o . U n sen tid o farisa ico de ju sticia es
u n o de los obstáculos m ayores para salir adelante.
8. M uchas cosas sin duda son innatas, pero entrenarse también es
im portante. A sí, no triunfará quien se reserve con la in tención de con­
centrarse en los objetos más grandes, y no sea capaz algunas veces de
esforzarse al m áxim o p o r conseguir objetos más pequeños. Pues sólo de
este m odo aprenderem os lo que es más im portante incluso en la mayor
negociación: la alegría del m ero negociar, que llega a la alegría depor­
tiva que causa u n com pañero, así com o al saber perder de vista la meta
buscada p o r unos instantes (el Señ o r prem ia a los suyos m ientras duer­
men)*, y al fin p o r últim o, ante todo: la im prescindible am abilidad. No

* C fr . Salm os 1 2 7 . 2- [N . del T .]
EL CAMINO AL ÉXITO EN TR ECE TESIS 297

la am abilidad blanda, plana y cóm oda, sino la que resalta sorprendente


tanto com o dialéctica, b rio sa, que actúa com o u n lazo que, de golpe
doblega totalm ente al com pañero. ¿N o se encuentra la entera sociedad
por com pleto tejida con figuras en las que hem os de apren d er a ten er
éxito? G om o los carteristas en Galitzia utilizan grandes muñecos de paja
cubiertos de u n m on tón de cam panillas para in stru ir a sus discípulos,
nosotros siem pre tenem os cam areros, encargados, porteros y em plea­
dos para ejercitarnos en ir dando diversas órdenes con am abilidad. A sí,
el «ábrete sésam o» del éxito es la expresión que el lenguaje de la orden
ha engendrado con el de la fortuna.
9. Let’s hear whatjou can do! [« ¡O ig a m o s qué sabes h a c e r !» ] , dicen
en A m é ric a a q u ie n so licita u n e m p leo . P ero lo que q u ie re n sobre
todo n o es o ír lo que dice esa p erso n a, sin o observar cóm o se co m ­
porta. E l solicitante llega aquí al m om ento secreto del exam en. Q u ien
examina, p o r lo general, exige sim plem ente convencerse de la id o n e i­
dad de esa p e rso n a . T o d os hem os ten id o la exp erien cia de que, si te
presentas con u n hech o, con u n pu n to de vista o u n a fó rm u la , p ie r ­
des capacid ad de su gestió n . Pu es en efecto , n u estra co n v icció n n o
puede im p o n e rse a los demás com o se im p o n e a aquel que fue testigo
de cóm o su rg ió en n o so tro s. P o r ta n to , en u n exam en las m ejo res
oportunidades no las tiene el candidato que está más preparad o , sino
el candidato que im provisa. P o r la m ism a razón lo decisivo suelen ser
las preguntas secundarias, com o los asuntos secun d ario s. E l in q u isi­
dor que está ante n o so tro s n os exige ante to d o y sobre to d o que lo
engañem os sob re su fu n c ió n . S i lo lo g ra m o s lo agrad ecerá, y será
condescendiente con n osotros.
1 0 . L a sagacidad y co n o c im ie n to de las p erso n as, com o otros
talentos sim ilares, son bastante m enos im portantes en la vida real de lo
que se suele su p o n er. Pero en q u ien tiene éxito hay algún gen io . Y a
éste no deberíam os buscarlo in abstracto, igual que no intentam os ob ser­
var el genio erótico p ro p io de u n D o n ju á n cuando se encuentra solo.
T am bién el éxito nace de u n a cita: del saber en co n trarse en el
m omento adecuado en el lugar adecuado, algo que no es una fruslería.
Pues esto significa com prend er el lenguaje m ediante el cual la felicidad
se está citan d o con n o so tro s. ¿ C ó m o pu ed e ju z g a r la gen ialid ad del
exitoso alg u ien que no ha o íd o n u n ca este le n g u a je ? P o rq u e no lo
conoce en absoluto. Para esa persona, todo es nada más casualidad. Y
así no se le o cu rre n i p en sar que lo que ella llam a de ese m odo en la
298 IMÁGENES QUE PIENSAN

gram ática de la felicid a d es sin duda lo m ism o que en la nuestra es el


verbo irregu lar: huella indeleble de una fuerza origin aria.
I I . E n él fo n d o , la estructura de todo éxito es sin más la estructura
de los ju e g o s de azar. C o n se g u ir alejarse del p ro p io n o m b re ha sido
siem p re la fo rm a más rigu rosa de elim in a r de u n o m ism o los obstá­
cu los y sen tim ien to s de in fe rio r id a d . Y el ju e g o vien e a ser una
ca rre ra de obstácu los en el estadio d o n d e co m p ite el p r o p io yo. E l
ju g a d o r es an ó n im o ; n o tiene u n n om b re p ro p io , com o n o necesita
u n n o m b re a je n o . D ad o que lo que a él lo re p rese n ta es la ficha
situada en u n lu gar concreto del tapete, ése que es tan inténsam ente
verde com o el árb o l de oro de la vida*, aun qu e tam bién es gris como
el asfalto. A sí, en esta ciudad, la de la Suerte, la red viaria de la F elici­
dad, ¡qué em briaguez verse doble, o m n ip resen te, y espiar a la vez en
diez esquinas el rastro de Fortuna que se acerca!
12 - U n o p u ed e d e cir sin gran p ro b lem a todos los em bustes que
desee, p e ro n o debe verse com o u n em b u stero . E l estafad o r es el
m od elo de la in d ife ren c ia creativa. S u venerable n o m b re es u n an ó ­
n im o S o l en to rn o al cual gira la co ro n a de planetas de los nom bres
que él m ism o se p ro c u ra. L in ajes, títulos y otras dign idad es: p eq u e­
ños m undos que han ido saliendo del ardien te núcleo de ese So l para
darle con ello u na luz delicada y u n calor suave a los m u n dos civiles.
S o n el servicio que presta a la sociedad, llevando im presa esa bonafides
que nunca falta al estafador, pero casi siem pre al pob re diablo.
1 3 . Q u e el secreto del éxito sin duda n o resid e en el esp íritu lo
delata la lengua m ediante la expresión « p re sen cia de espíritu»**. Lo
decisivo no es pues el qué y el cóm o, sino p o r cierto el dónde del espíritu.
E l espíritu logra de este m odo estar presente en el instante y el espa­
cio p en etran d o en el tono de voz, com o en la so n risa y el silen cio, y
en la m irad a, y en el gesto. L a presen cia de esp íritu la crea el cuerpo
solam ente. Y com o en los grandes h om bres de éxito el cuerpo se ase­
g u ra con firm e za todas las reservas del e sp íritu , sólo m uy rara vez
ju eg a éste fuera sus ju egos deslum brantes. P o r eso m ism o, el éxito con

* A lu s ió n a u n a frase de M efistófeles en : G o e th e, Fausto I , escena titulada « G ab in ete


de e s tu d io » ; « Q u e r id o am igo, gris es la teo ría, p e ro verd e el á rb o l de e ro de la
v id a » .[ N . del T .]
** E n esp añ ol d iría m o s « p re se n c ia de á n im o » , lo que equivale en alem án a una
Geistesgegemuart, la « p re se n c ia de e s p ír itu » . [N . d el T .]
WEIMAR 299

el que los gen io s de las fin an zas van h acien d o ca rre ra es del m ism o
tipo exactam ente que la presen cia de esp íritu co n que el abbé G a lian i
se sabía m over p o r los salones. Pero sin duda, com o decía L e n in , hoy
no hay que d o m in a r a las p erso n as, sin o só lo a las cosas. D e ah í esa
apatía que co n firm a a m en ud o en los grandes magnates de la eco n o ­
mía la más alta y más grande presencia de espíritu .

WEIMARW

I
En las ciudades pequeñ as de A le m a n ia no es p o sib le siq u iera im a g i­
narse las habitaciones sin alféizares. Pero m uy pocas veces los he visto
tan anchos com o los de la Plaza del M ercado de W eim ar, en El Elefante,
en d o n d e co n vierte n la h ab ita ció n en u n palco desde el cual he
podido contem plar u n ballet que n i siquiera los escenarios de los cas­
tillos de N euschw anstein y H errench iem see p o d ían o frecerle a L u is II,
dado que era u n ballet de m a d ru gad a. H acia las seis y m ed ia, de
repente em pezaron a a fin a r: los gruesos co n trab ajo s de las vigas, los
violines-som brillas, las flau tas-flores y los tim b ales-fru to s. E l escena­
rio aún está casi vacío; hay vendedoras, p ero aún n o com pradores, de
manera que m e volví a d o rm ir. H acia las nueve, cuando me desperté,
había ya vina o rg ía : los m ercados so n o rgías m añ an eras; J e a n Paul*
habría dicho que el ham bre da su in icio al día, lo m ism o que el am or
le pone fin . Las m onedas daban u n ritm o sin copado, y lentam ente se
iban a b rie n d o paso u n as chicas co n redes q u e, cru zan d o en todas
direcciones, in vitab an a d isfru ta r sus re d o n d e ce s. P ero ta n 'p ro n to
como me vestí y b ajé al m ism o plan o para en trar yo tam bién al esce­
nario, se esfu m aron el b rillo y la frescura. Y co m p ren d í que los obse­
quios de la m añ an a, tal com o sucede con la salida del S o l, se deben
recibir desde lo alto. L o que dio u n dulce b rillo a los adoquines ¿n o
había sido u n a a u ro ra m e rc a n til? A h o ra h ab ía q u ed ad o sepultada

4 Texto p u b licad o en la r e v is t a N eu e Schweizer Rundschau, en o ctub re de 1 9 2 8 .


* J e a n P au l es el seu d ó n im o d el e scrito r J o h a n n P au l F r ie d r ic h R ich te r ( 1 7 6 3 - 1 8 2 5 ) ,
cuyo estilo se caracteriza p o r u n h u m o r q u e v ien e a ser h ere d e ro de S te rn e y
Field iiig. [N . d el T .]
300 IM ÁGENES QUE PIENSAN

debajo del papel y la basura. E n vez de danza y m úsica, sólo había allí
tru equ e y n egocio. Y es que no hay nada com o la m añana para esfu­
m arse de m odo irrep arab le.

II
, E n el A rchivo de Goethe y Schiller, la escalera, las salas, las vitrinas y las
bibliotecas son igualm ente blancas. E l ojo n o encuentra n i u n espacio
donde descansar. Los m anuscritos están ahí acostados igual que enfer­
m os en los hospitales. P ero, cuanto más tiem po te expones a esta luz
tan áspera, más crees finalm ente recon ocer, en el fo n d o de estas dis­
p o sicion es, u na razón in con scien te de sí m ism a. S i el estar enferm o
m ucho tiem po hace que los gestos se nos vuelvan más am plios y tran­
q u ilo s y los vuelve u n espejo de todas las distintas em o cio n es que
expresa u n cu erp o sano en cada u n a de sus decision es y en las mil
m an eras de a rra n c a r y o rd e n a r, lo que es d e cir: si el estar enferm o
hace que u n a p erson a retroced a a la m ím ica, tien e en ton ces sentido
que estas hojas se encuentren com o enferm os en sus anaqueles. N o nos
gusta pensar que todo lo que hoy se nos presenta tan consciente como
vigorosam ente com o « o b ra s » de Goethe en form a de lib ro antes haya
existido en esa frágil form a que es la única y p ro p ia de toda escritura, y
que precisam ente lo que de ella saliera fuera lo severo y depurativo que
rod ea a convalecientes y m orib u n dos para las pocas personas que están
cerca de ellos. Pero, ¿es que estas hojas n o su frie ro n a su vez una cri­
sis? ¿ N o sentían com o u n escalofrío y nin gu n a sabía si aquello que se
ap ro xim ab a era la d estru cció n o la p ostu m a fa m a ? ¿ Y n o son estas
h ojas la p ro p ia soledad del c o m p o n e r? ¿ Y el lu g ar m ism o en que la
poesía realiza su examen de conciencia? ¿ N o hay quizás entre sus hojas
algunas cuyo texto in d escrip tib le sólo asciende com o m irad a o como
hálito desde los trazos m udos y quebrados?

III
Es cosa b ien sabida que el despacho de G o eth e era muy prim itivo . El
espacio es m uy b ajo , y n o tiene n i a lfo m b ra n i dobles ventanas. Los
m uebles no n os llam an la a ten ció n . S in du d a G o eth e p o d ría haber
ten id o u n despacho d istin to, pues en aquella época ya había sillones
grandes de cu ero y alm oh ad o n es. Esta h ab ita ció n no se adelanta en
DOS SUEÑOS 30 1

absoluto a su ép oca. U n a v o lu n ta d ha p u esto lím ites a la fig u ra , así


como a las fo rm as; y n in gu n o debía avergonzarse de la luz de vela con
que de n o ch e el a n cia n o , sim p le m en te en vu elto en su b atín , y
pon ien d o los brazos exten did os sobre u n c o jín d e sco lo rid o , se sen ­
taba a la m esa y estu d iab a. H o y, el sile n c io p ro p io de esas h oras ya
sólo se consigue p o r la n o ch e. S i en verdad p u d iéram o s o írlo , co m ­
prenderíam os la fo rm a de u na vida tan determ in ad a y concienzuda y
la fortun a ya irrecu perable de cosechar el m adu ro b ien de esas últimas
décadas, en las que tam bién el que era rico sin tió en sus propias car­
nes la dureza que es p ro p ia de la vida. A q u í, el anciano fue celebrando
con preo cu p ació n , con culpa y con p e n u ria sus dilatadas y p ro d ig io ­
sas noches, antes que el in fern a l am anecer del co n fo rt burgués p e n e­
trara p o r fin p o r la ven tan a. A ctu alm e n te seguim os esp eran d o u n a
filología que nos m uestre este en to rn o in m ed iato , la A n tigü ed ad v e r­
dadera del poeta. P orqu e este despacho era la celia del pequeñ o e d ifi­
cio que G oeth e destinó sólo a dos cosas: a saber, al sueño y al trabajo.
Es im pensable lo que sign ificó la vecindad del m in ú scu lo d o rm ito rio
y de este despacho que tam b ién parece u n d o rm ito rio . A sí m ien tras
que G oeth e trabajaba, solam en te el u m b ra l lo separaba, tal com o si
fuera u n escalón, de su tron o en la cama. Y , cuando dorm ía, a su lado
lo estaba esperando su obra para lib rarlo cada noch e de los m uertos.
El que tenga la suerte de p o d e r recogerse en este espacio p ercib irá en
el ord en de las sencillas cuatro habitaciones en que G oeth e do rm ía, y
leía, y dictaba y escrib ía, las fu erzas que co n segu ían que to d o u n
m undo le re sp o n d iera cuando G o eth e hacía que so n ara su in te rio r.
Pero en cam bio n o so tro s ten em os que h acer que suene to d o u n
m undo para escuchar tan sólo u n a in tern a y débil consonancia.

<DOSSUEÑOS>[5]

E n el su eñ o (hace tres o cuatro días que lo tuve, y aún no me ab an ­


dona) me encontraba en com pleta oscu rid ad en fren tad o a una carre­
tera. L a ca rre tera ten ía a am bos lad os u n o s á rb o les altos, y estaba

5 P u b licad o en el lib r o de Ignaz Je z o w e r, Das Buch der Tráum e , B e r lín , 1 9 2 8 , p p . 2 6 8 -


2 7 2 . Se trata de u n a c o lec c ió n de su eñ os de varios autores, en tre ellos diez del p r o ­
p io B e n ja m in . L o s och o que n o fig u ra n en este lu g ar fu e ro n in clu id o s en otros
textos p o r su au to r.
I I M A h I NI Il ll l l ’ ll N '.A N

11 mi 11 mlii t u i I Indi > de reí lio ]>«>■' una muy alia valla. M ien tras yo me
............. iilm ni |»i mi -11 >i <» <lc l;i carretera en co m p añ ía de gen te cuyo
iniiiK-i ii y nrmi no i rc u n do (.solo recuerdo que había más de u n o ), el
jji.tn piolín «Ir 1 Sol surgió <lc pro n to blanco y sin resp lan d o r entre los
ii1 1>o I r , niii.N .sin destacar con cla rid ad , casi o cu lto en m edio del
liilliijr liin velo/, com o el rayo, m e a d en tré (so lo ) a lo larg o de la
i ni ir ir n i |>aia alcanzar una visió n más am plia; p ero el S o l desapare­
en»; ni se hundió ni quedó oculto p o r las nubes; era cual si lo hubie-
i nn h orrado de p ro n to , com o si, de repen te, se lo h u b ie ran llevado.
I'.n un m om ento ya era plena noche; y em pezó a caer con gran violen-
«-in una lluvia que ablandó com pletam ente la carretera debajo de mis
I>íes. I'.c hc a co rrer sin pensar a dónde. D e p ro n to el cielo se estreme­
ció d r parte a parte tiñ é n d o se de b la n co en u n lu g a r, p e ro no se
dcl>ió a la luz del S o l n i tam poco a u n relám p ago (era u n a aurora
l*oreal, y yo ya lo sabía); solam ente u n paso p o r delante de m í estaba
<■1 mar, al que la carretera conducía. A n im ad o p o r el efecto de una luz
finalm ente adqu irid a y la advertencia a tiem po del p elig ro , re co rrí la
carretera triu n falm ente en sentido inverso, sum ido com o antes en la
oscuridad y la torm en ta.
S o ñ é que había u n a gran revuelta escolar. S te rn h e im [6] tenía ahí
su papel y nos la contó más adelante. E n su texto figuraba literalm ente
r.sla frase: « G u a n d o se tamizó p o r vez p rim era el pen sam ien to joven,
arrib a se en con traron novias alim entadas y un os brownings^-.

PARÍS, LA CIUDAD EN EL ESPEJO


Declaraciones de am or de poetas y artistas a la «cap ital d el m undo»[7j

1 )<• todas las ciudades, no hay n in gu n a que esté relacion ada más ín ti­
m am ente con el lib ro de lo que está París. S i G ira u d o u x tien e razón
( uando nos dice que el sentim iento m áxim o de lib ertad hum ana con-
,'iiNlr rn .seguir a píe el curso de u n río , la o cio sid ad más consum ada,

I '• I" 11 iiim m- ili I m riio r expresion ista C a ri S te rn h e im (18 7 8 - 19 4 .2 ) .


1'n l'lii -i• 11 ■ 111 ln 1. -11 ;i Vdí;u(' el 3 0 dé en ero de 1 9 2 9 . E l texto se p u b licó sin n om -
I " 1 'I....... ' " i v ■ " ■111 :i l u m i a que no c o rre sp o n d ía exactam ente a sus in te rc io n e s;
.............. "i 1 m I 1 ■1Midi <1r .
P A R lS , L A C IU D A D E N El. Ü S I 'I 10 ' I

la libertad más dichosa nos conduce aquí de libro «mi libro, Nobir Ion
calvos muelles que b ord ean el Sena se ha ido posando, .siglo n ,s iglo, ln
hiedra de las hojas eruditas: París es una gran sala de biblioU-m nlm
vesada enteram ente p o r el Sena.

E n la ciud ?d n o hay u n solo m o n u m en to que n o haya in spirado


una ob ra m aestra a los p oetas. N o tre -D a m e : y pen sam o s de in m e ­
diato en la gran novela de V íc to r H u g o . L a to rre E iffe l nos recuerda
la pieza titulada Los novios de ¡a torre Eiffel de Je a n C octeau ; con La oración
en la torre Eiffel de G ira u d o u x nos situam os de p ro n to en las alturas de
vértigo de la literatura reciente. La Ó p era nos ofrece la célebre novela
policíaca com puesta p o r L e ro u x titulada El fantasma de la ópera, y así nos
encontramos ?1 m ism o tiem po situados en el sótano del edificio com o
eu el sótano de la literatu ra. E l A rco de T riu n fo cubre el m u n do con
[8]
La tumba del soldado desconocido de Raynal . Esta ciudad se ha in scrito de
manera firm e in d eleb le en el corazón de la escritu ra p o rq u e en ella
actúa algún esp íritu que es a fín a los lib ro s. ¿ N o p re p a ró P arís con
antelación, com o u n experim entado novelista, los m otivos más fu e r­
tes y atractivos de su p ro p ia estru ctura? A h í están las grandes avenidas
que se con stru yeron para asegurar a las tropas el acceso a París desde
la Porte .Maillot, la Porte de V in cen n es y la Porte de V ersailles; así u n
día, de la noche a la m añana, París ya era la ciudad de E u ro p a con los
m ejores accesos ciu d ad an o s. A h í está ta m b ién la to rre E iffe l, u n
m onum ento p u ro de la técnica alzado con espíritu d eportivo, y que,
de la noche a la m añana, tiene una estación de radio de alcance e u ro ­
peo. Luego está la incontable sucesión de sus espacios vacíos: ¿ n o son
como unas págin as so lem n es, grabados en los vo lú m en es abultados
que com ponen la historia u niversal? C o n sus cifras rojas aún reluce el
ano 178 9 en la Place de G réve. Rodeado p o r los ángulos de los tejados
de la Place des Vosges, donde m u rió , está E n riq u e II. C o n trazos muy
borrosos hay una escritura in d escifrable en la Place M aubert, ésa que
en otros tiem pos fue la puerta de u n París ten eb roso. Y , con la in ter-

8 C fr . V íc to r H u g o , N o tre-D a m e de París, 1 8 3 I ; J e a n G octeau , Les mariés de la tour Eiffel,


1 9 2 3 ; J e a n G ira u d o u x , L a p riére sur la tour E iffel, 1 9 2 3 , que tam b ién constituye el cap í­
tulo sexto de la n ovela titu lada Ju liette au pays des hommes, 1 9 2 4 ; G astón L e ro u x , Le J a n -
tome de l ’O péra, 19 1O ; P au l R ayn al, L e tombeau sous l ’A rc de Triom phe, 1 9 2 4 -
IMÁGENES QUE PIENSAN

¡iccioii <lr i iudíid y lib ro , una de estas plazas fin alm en te ha hecho su
iii|Meso en la biblioteca: en los célebres libros de D idot del pasado siglo
li|Mir;i com o marca del im presor justam ente la Place du Panthéon.

C u an d o u n intelecto de carácter p rism ático despliega el espectro


literario que le co rresp o n d e a la ciudad, los lib ro s parecen ir siendo
más raros cuando nos acercam os del centro hacia los b o rdes. Hay un
co n o cim ie n to u ltravioleta, com o hay o tro u ltra rro jo de esta ciudad,
que n o se pu ed en hacer en trar forzadam ente en la form a del lib ro : la
fo to g ra fía y el p lan o , el co n o cim ie n to más exacto de lo in d ivid u al y
del c o n ju n to . P oseem os las p ru eb as más h erm o sas de estos bordes
extrem os del extenso cam po visu al. A q u e l que co n m al tiem po haya
tenido que consultar de p ro n to en una esquina de alguna ciudad des­
conocida u n o de los grandes planos de papel que se in fla n com o velas
con cada golpe de aire, cuyos b o rd es se d o b lan y d esgarran y que en
m uy poco tiem po sólo son ya u n m o n tó n de hojas sucias con las que
n o sabe n i qué hacer, en seguida puede averiguar al estudiar el Plano de
Taride lo que en verdad puede ser u n p lan o . Y al tiem po, con ello, lo
que es la ciud ad . P orq u e b arrio s en teros co m ien zan a revelarn os su
secreto a p a rtir de los nom bres de sus calles. A sí, en la gran plaza ante
la estación de S ain t-L a za re tienes a tu a lre d e d o r a m edia F ran cia y a
m ed ia E u ro p a . N o m b re s com o H avre, A n jo u , P roven za, R o u en ,
A m sterdam , L o n d res o C on stan tin opla se extienden ahí p o r las grises
calles com o cintas de color tornasolado puestas encim a de la seda gris.
Se trata del llam ado b a rrio E u ro p a . Podem os re c o rre r una tras otra
las calles en el plano, pero tam bién podem os reco rrer la ciudad «calle
a calle, casa a casa» a través de la obra gigantesca en que, a m ediados
del siglo XIX, Lefeuve, que era el h istoriad o r de la corté de N apoleón
III, consiguió re u n ir todas las cosas que valía la pen a co n o cer19 . Ya el
título de la obra n os in d ica lo que p u ed e esperar el que se acerque a
esta clase de literatu ra, o incluso qu ien intente sim plem ente estudiar
las cien páginas que el am plio catálogo de la B iblio teca Im p erial con -
licrie bajo la entrada dedicada a « P a r ís » . Pero este catálogo se cerró
en IH(>7. Se equivoca qu ien crea que sólo ha de en co n trar en su in te-

!| f ’ 11ii 1 1■ ri I ilf iiv c . I,r\ uncienncs maisons de París, l 8 5 7 _ I ^ 5 9 -


PARÍS, LA CIUDAD EN EL ESPEJO ■|. i 11

rio r b ib lio g rafía cien tífica o archivística, topográfic;i o historien I i\n


intensas declaraciones de su am or a la «cap ital del m undo no ,-« i un
la parte más pequeñ a de esta masa de lib ro s. Y que ];i mayor pai l<- <I<
sus autores sean forasteros no puede ser tam poco nada nuevo. Porque
casi todos los galanes que se vo lv ie ro n más apasion ados de <\s(a yran
ciudad h an id o llegan d o desde fu e ra , y su cadena se extiende yi» |mi-
toda la T ie r r a . A h í ten em os a N g u y e n -T r o n g -H ié p , que en iM<)'/
publicó en H a n o i su intenso poem a de alabanza a la capital de 1'ran
cia*'10'*. Y ah í está, com o el caso m ás re cie n te , la fam osa prinreNii
rum ana B ibesco , cuya atractiva « C a th e rin e -P a ris » huye de los casi i
líos de G alitzia, de la aristocracia polaca, y ¡cóm o n o !, tam bién de ni i
m arid o , el co n d e L e o p o lsk i, p ara re g re sa r u n a vez más a su ciudad
electiva1'11'1. E n verd ad que este tal L e o p o lsk i parece ser el p rín c ip e
A dam C zartoryski, y el lib ro en P olon ia n o ha gustado m u ch o ... Pero
no todos los adm iradores han m ostrado su am o r a la ciudad m ediante
una n ovela o u n p o em a: hace m uy p o co , M a rio vo n B u co vich le lia
dado a su am or una expresión b ien h erm osa y creíble en la fotografía,
y el m ism o M o ra n d ha escrito u n p ró lo g o destinado a este álbum en
el que c o n firm a que B u co vich tiene b ie n gan ado su derecho a este
[12]
am or

L a ciu d ad se re fleja en el espejo de m iles de ojos y de objetivos.


P o rq u e no solam en te el cielo y la atm ó sfera, n i sólo los a n u n cio s
lu m in o so s sobre los n o ctu rn o s bulevares h an hecho de París la Vilie
Lumiére. Y es que París es la ciudad espejo: el asfalto de sus avenidas es
liso y co n tin u o com o él. P o r delan te de todos los bistrós siem p re
p on en tabiques de cristal: las m ujeres se m iran sobre ellos m ucho más
que en n in g ú n o tro lu gar, y de estos espejos ha surgido la belleza de
las p a risin a s. C o n ello , m uch o antes que las m iren los h om bres, ya
habrán exam inado diez espejos. U n a extrem ada p ro fu sió n de espejo»
rodea aquí tam bién a cualquier hom bre, m uy especialmente en el cuf’¿
(para h acer más claro su in te rio r y que los m in ú scu los recin tos q u r
dividen los locales p a risin o s parezcan ser más grandes). Lo s espejos

10 N g u y e n - T r o n g - H ié p , París capitale de ¡a France. Recueil de vers, H an o i, l 8 |)7 -


11 M arth e B ib esco , C ath erin e-París, 1 9 2 7 -
12 M ario von B u co vich , París, p ró lo g o de Paul M o ra n d , B e rlín , '
306 IMÁGENES QUE PIENSAN

son el elem ento espiritu al de osla ciudad, y su escudo de arm as, en el


que figu ran los em blem as de todas las escuelas literarias.
L o s espejos al p u n to nos devuelven la to lalid ad de los reflejo s,
p ero sim étricam ente desplazados, y exactam ente esto es lo que hace la
técn ica de rép licas de las com edias del viejo M arivau x: los espejos
proyectan lo que se mueve fuera, es decir, en la calle, en el intérieur de
los cafés, al igual que I lu go y que V ign y ib an ca p tu ran d o los milieux
para ir situando sus reíalos sobre u n « tra sfo n d o h istó ric o » .
Los espejos que cuelgan turbios y olvidados en los bares son el sím­
b o lo p ro p io del na! uralisnio de Z o la; y el m od o pecu liar de reflejarse
de u n os en otros, desplegando u na serie in acabab le, hace ju eg o evi­
dente con el recuerdo in fin ito del recu erd o que recuerda el recuerdo
en que la vida de Proust se transform ó precisam ente gracias a su propia
p lu m a. La reciente colección de fo tografías titulada París acaba ju sta­
m ente con la im agen del Sena, que es el gran espejo que siem pre vela
sobre la m etrópoli. Cada día la ciudad arroja al río las im ágenes de sus
só lidos ed ificio s y sus sueños de nubes. Y el río acepta las ofrendas y
después las rom pe en m il pedazos, com o signo evidente de favor.

MARSELLA[I3]

La r u é ... seul champ d ’expérience valable*


André Bretón

Marsella: dentadura am arilla de u na foca a la que se le escapa entre los


dien tes el agua salada. S i esta gargan ta atrapa esos vu lgares cuerpos
n egru zcos y p ard o s co n los que las navieras co n sus h ojas de ruta la
a lim en ta n , sale u n h e d o r a aceite, a o rin a y a tin ta p ro ced en tes del
sarro que se ad h iere a los im p o n e n tes m axilares: lo s quioscos de
p ren sa, los u rin a rio s y los pu estos de las ostras. L o s que h abitan el
puerto son todo u n cultivo de b acilos; los estibadores y las putas son
productos de la descom posición, p o r más que sean algo sim ilares a los
.•¡«■res hum anos. Pero su palad ar es co lo r rosa, que es aq uí el color de

i'( IinIii |•i ■Iil icacl o <n la revista N eu e S ch w eiierR undscha u en ab ril de 1 9 2 9 .
'' • I H 1 .illi-, im ico cam po válid o de e x p e r ie n c ia » . [N . d e l T . ]
MARSELLA 307

la vergüenza y de lo m iserable. Los jo ro b a d o s se visten de este m odo,


y tam bién las m endigas. Y tam bién a las pálidas m ujeres de la R u é de
la B ou terie una ú n ica p ren d a de vestir les otorgn su únic o co lo r: sus
camisas rosadas.

Les bricks, así es com o se d e n o m in a al b a r r io de las putas p o r las


lanchas que am arradas a cien pasos en el m u elle de su p u erto vie jo .
U n inm enso tesoro de escalones, de arcos y puen tes, de m irad ores y
de sótanos que parece esperan do a ser usado de la m an era correcta.
Pero ya está sien d o b ie n u sad o. P o r cuanto este d ep ó sito de callejas
raídas es ahora el b arrio de las putas. D en tro de él, unas líneas in visi­
bles divid en y re p a rte n el te rre n o en tre lo s au to rizad o s de m an era
precisa y angulosa, com o en las colonias african as. Las putas siem pre
están estratégicamente situadas, esperando sólo una señal para ro d ear
a los in d ecisos y ju g a r con el re n iten te com o con u n a pelo ta que se
lanzan de u na acera a o tra. E n este ju e g o p e rd e rás, com o p o co , el
som brero si es que no p ie rd e s otras cosas. ¿ S e h ab rá in te rn ad o
alguien tanto en estas casas inm undas e insondables com o para ver, al
in terior del gin eceo , la h ab itació n en que captu rados los em blem as
propios de la v irilid ad —can otiers, b om b in es y so m b rero s de fie ltro ,
b orsalin os, so m b rero s de cazador, go rras de hockey— se en cu en tra n
colocados en repisas o quizás ap ilad os en ra s trillo s ? A través de los
bares, al fin a l la m irad a llega al m ar. La calleja se extien d e p o r u n a
serie de casas im p ecab les que le o cu ltan el p u e rto , al m o d o de u n a
mano p u d o ro sa . Y en esta m an o p u d o ro sa y em pap ad a b rilla de
pronto el viejo ayuntam iento, u n an illo en el dedo en d u recido p r o ­
pio de la m ujer de u n pescador. A q u í estaban hace doscientos años las
casas que habitaban los patricios. Sus ninfas de pechos altos, com o sus
cabezas de m edusa totalm ente envueltas en serpientes sobre los m a r­
cos deteriorados de las puertas, se han convertido al fin ya claram ente
en signos grem iales. A no ser que les cu elg u en en cim a u n escudo,
como hizo la com ad ron a B ian c h a m o ri, que en el suyo se ve cóm o se
apoya sobre u n a co lu m n a e n fre n tá n d o se a todas las alcahuetas del
barrio m ien tras que señala co n in d o le n c ia a u n ro b u sto n iñ o que
aparece a punto de salir del in te rio r de una cáscara de huevo.

Ruidos. A rrib a, en las calles desiertas del b arrio del puerto, se sien ­
tan, apretados o separados com o m ariposas en las calurosas hileras de
IMÁGENES QUE PIENSAN

a rriates. Cada paso in te rru m p e u na ca n ció n , o b ie n a u n a pelea, el


seco chasquido de la ro pa em papada, u n crepitar de tablas, los chilli­
dos que em iten los bebés, el ch irriar de m etálicos b arreñ o s. Hay que
haberse perd id o p o r aquí para cazar estos ru id o s con la red, cuando
su rgen flo tan d o en el silen cio . Pues en estos rin c o n es abandonados
todos los so n id o s y las cosas todavía tie n e n su p ro p io silen cio , tal
com o a m ed iod ía se p ro d u ce de p ro n to en las alturas un silen cio de
gallos, u n silencio de hachas, u n silencio de grillo s. Pero la caza siem­
pre es peligrosa y el cazador acaba d erru m b án dose cuando lo perfora
p o r detrás el silbo de la p ie d ra de a fila r , cual si fu e ra u n a avispa
gigantesca.

N otre-D am e-de-la-G arde. L a co lin a desde la que se encuentra


m iran d o hacia abajo es el m anto de estrellas de la M ad re de D ios, a
cuyos pliegues se am oldan las casas que fo rm a n la C ité C habas. Por la
noch e, las farolas fo rm an en su in te rio r de terciopelo constelaciones
que aún n o tie n e n n o m b re . E l m anto c ie rra en u n a crem allera: la
cabina de abajo, ju n to a las guías de acero del fe rro c arril, es la joya en
cuyos cristales de colores se refleja el m u n d o . U n fo rtín abandonado
es su sagrado escabel, y su cuello se encuentra rodeado p o r u n amplio
óvalo de co ro n as votivas de cristal y de cera que tie n e n el mismo
aspecto que las siluetas en relieve de sus an teceso res. C ad en itas de
b arcos de vap o r y veleros co n fo rm a n los p e n d ie n te s, y de los labios
um brosos de la cripta sale u n rico aderezo de bolas de co lo r de rubí y
o ro del que los peregrin os se cuelgan enjam brados com o moscas.

Catedral E n la plaza con m en os gen te y más so l está la catedral.


A q u í todo está m u erto, p o r más que al sur, a sus pies, se encuentra el
p u erto, el de L a Jó lie tte , y al n o rte hay u n b a rrio p ro le ta rio . Com o
punto de transbord o de m ercancías im pen etrables e inasibles se ve el
triste edificio situado entre m uelle y alm acén. C u aren ta años ha cos­
tado constru irlo. Pero cuando lo acabaron, en el 18 9 3 , lugar y tiempo
se co n ju ra ro n triu n falm en te en contra de arquitecto y p ro p ietario , y
los ;ibimd;>ntes recursos del clero darían lu g ar a u n a estación gigan­
tes» ¡1 de fe rro c a rr il que n u n ca se ha p o d id o a b rir al trá fico . E n la
misma (; 1<'11; 1<I;1 se recon ocen las salas de espera en el in te rio r, donde
v i a j e r o s d e p r i m e r a a cuarta clase (que ante D io s son iguales), atrapa­
d a ; en min propiedades espirituales igual que entre maletas, están sen­
MARSELLA 309

tados y leen sus m isales que, con sus corresp o n d en cias y co n co rd an ­


cias, tanto se p a recen a los lib ro s de h o ra rio s de los distintos trenes
internacionales. D e las paredes cuelgan, com o pastorales evangélicas,
unos pocos extractos de las n orm as del fe rro c á rr il; ahí p u ed en c o n ­
sultarse las tarifas de las in d ulgen cias obtenidas p o r h ab er viajado en
el tren de lu jo de Satán; y, a m odo de co n fesio n ario s, hay u nos cu ar-
titos en los que el via jero se pu ed e p u rific a r d iscretam en te. A sí es la
ferroviaria estación religiosa de M arsella. D e aq uí salen, a la h ora de
la misa, los coches-cam a a la etern id ad .

Esa luz de los pu estos de verd u ras que ap arece en los cu ad ro s de


M onticelli* proced e directam ente de las calles que fo rm a n el in te rio r
de su ciu d ad , de los m o n ó to n o s b a rrio s re sid en cia le s de q u ien es
saben de la tristeza de M arse lla . Pues la in fa n c ia es siem p re q u ien
encuentra las fuen tes de d o n d e m ana la a flic c ió n , y para co n o c er la
tristeza de ciud ad es tan re lu c ien te s y fam osas hace falta h ab er sido
niño en ellas. E n efecto , al v ia je ro , las casas grises del B o u leva rd
Longcham p, las ventanas enrejadas del G o u rs Puget y los árboles que
con form an la gran A llée de M eilh an nunca p o d rían revelarle nada, a
no ser que el azar no lo conduzca a la cám ara m o rtu o ria de la ciudad,
al Passage de Lorette, ese pequeñ o patio d o n d e, en la presencia som -
n o lien ta de u n o s cuantos h o m b res y m u je res, el en tero u n iverso se
reduce a u n a sola tarde de d o m in g o . U n a so cied ad in m o b ilia ria ha
grabado su n om bre en el portal. ¿ N o se corresponde exactamente este
espacio in te rio r a ese barco b lanco y enigm ático varado en el puerto,
bautizado « N a u tiq u e » , y que nunca sale a navegar, sino que cada día
viene o fre c ie n d o a los fo raste ro s en unas mesas blancas u n os platos
demasiado asépticos, dem asiado lavados y b rillan tes?

Puestos de mejillonesjy de ostras. U n líq u id o etern o e in son dab le que se


derram a sucio sobre las vigas sucias, en el in te n to de p u rifica rla s,
sobre la co rd illera de m ejillon es rosados que, a partir de la repisa más
alta, en tre p ie rn as y vien tres de acristalad os B u d as, pasa p o r entre
cúpulas de lim ó n , entra en el pantano de los b erro s y en el bosque <lr
b an d erillas y gallardetes franceses, para al fin regar nuestra garganhi

* A d o lp h e M o n tic e lli ( 1 8 2 4 - 1 8 8 6 ) , p in to r fran cés. |N . del ¡ . I


IM A'i I NI S UIII l’ II NSAN

i ntt Iii ni< |im e»pe< 1.1 del anim al todavía palp itan te. Oursins de l’Estaque,
/‘tu MiiitvMMo, rlottisxcs, maúles mariniéres: to d o esto es continuam ente
l u111 I/u d <>, ngrupndo, con tad o, cascado, desechado, servido y, fin al-
n irn ir, drguNlado. Y el estúpido in term ed iario del com ercio interior,
« ri decir, <1 papel, nada tiene ahí que hacer entre el elem ento desen­
frenado, m el oleaje de labios espum osos que m oja los escalones por
r o m p id o . Pero allá enfren te, en el otro m u elle, se extiende la co rd i­
llera de « re c u e rd o s » , el m ás-allá m in eral de las conchas de los m eji­
llo n e s. Fuerzas sísm icas h an id o a p ilan d o este m acizo de v id rio en
pasta, cal de conchas y u n esm alte en el cual los tin tero s, las anclas y
los barcos de vapor, las colum nas de m ercu rio y las sirenas se mezclan
y c o n fu n d e n . L a p re sió n de más de m il atm ó sferas b ajo la cual se
agolpa, se em pina y se escalona este m u n d o de im ágenes es la misma
fuerza que en las duras m anos m a rin e ras se p o n e a p ru e b a tras un
largo viaje contra pechos y m uslos de m u jeres; y la lu ju ria que en las
cajas de m ejillon es arranca al m undo de p ied ra u n corazón de tercio­
pelo azul o ro jo para m echarlo con agujas y con broch es es esa misma
fuerza que en el cía de paga estremece de p ro n to estas callejas.

Muros. Es de a d m ira r la d isc ip lin a a que la gen te se encuentra


som etida dentro de esta ciudad. Los m ejores, que viven en el centro,
llevan u n a librea y están puestos a sueldo de la que es la clase d o m i­
nante. Se cu b ren con m od elos m uy ch illo n e s y h an ven d id o más de
c ien veces su alm a al anís más recien te, a las « D am es de F ra n c e » , al
« C h o c o la t M e n ie r» o a D o lo res del R ío . E n los b arrio s más pobres,
la gente está m uy m ovilizada, y sitúa sus am plias letras rojas cual pre-
cursoras de unas graardias rojas ante los astilleros y arsenales.

lü hombre arrumado que a la n och e vende algunos de sus lib ro s en la


esq u in a que la R u é de la R é p u b liq u e fo rm a co n el V ie u x P o rt des­
pierta en los tran seú n tes los p e ores in stin to s. S in duda les apetece
aprovecharse de esa m iseria aún fresca y el co n o cer esa desdicha an ó ­
nima mas de lo que la im agen dé la catástrofe nos viene presentando.
Pues, ¿cóm o la habrá ido a una p erson a para colocar en el asfalto los
escasos libros que le quedan y ten er la esperanza de que a alguien que
pase p o r ahí le íitren de p ro n to ganas de le e r ? ¿ O quizás es todo
di le re ule y es! a aquí de gu ard ia u n p o b re d iab lo que n os pid e en
•di ........ que a 11 m ío s de los escom b ros su te s o ro ? L o pasam os de
MARSELLA 311

largo, a toda prisa. Pero desde ahora, en cada esquina, volvemos n u e­


vamente a so rp re n d ern o s, pues el ven d ed o r m erid io n al se: ha puesto
de tal m odo el harapien to abrigo de m endigo que el destino nos m ira
con m il ojos. ¡Q u é lejos estam os de la triste dign idad que m uestran
nuestros pobres, víctim as de la gu erra de la com petencia, que se cucl
gan sus cuerdas y sus latas com o si fu eran cintas y medallas!

Suburbios. C u an to más nos alejam os del in te r io r , más p o lítica se


vuelve aquí la atm ósfera. Llegan los diques y puertos in teriores, alm a­
cenes y b arrio s arru in ad o s y refu gios dispersos de la estricta m iseria:
es la p e rife ria ciu d ad an a. L o s su b u rb io s so n el estado de excepción
que se co n tra p o n e a la ciu d ad , el te rre n o en el que se d isp uta sin
detenerse n i p o r u n m om en to la gran batalla en tre ciudad y cam po.
Esta batalla no es más en co n ad a segu ram en te en n in g ú n o tro lu gar
que entre M arsella y el paisaje provenzal. Es la lucha reun id a cuerpo a
cuerpo entre el poste telegráfico y los ágaves, de la alam brada contra
las p alm eras, del va p o r de p asillo s apestosos co n la h u m ed ad que
brota de los plátanos den tro de las plazas calurosas, de las escalinatas
empinadas contra las colinas poderosas. La larga R u é de L yo n viene a
ser com o el p o lv o rín que M arsella ha excavado en p len o cam po para
hacerlo estallar en S a in t-L a z a re , en A re n e y Septém es y en S a in t-
A ntoine, cu b rirlo con cascos de granada de las lenguas de los d istin ­
tos pueblos así com o de todas las em presas. L ’alimentaiion Moderne, Rue de
Jamaíque, Comptnirde la Limite, Savon Abat-Jour, Minoterie de la Campagne, Bar du
Gaz, BarFacultatif: y, cu b rié n d o lo to d o , el p olvo espeso aq uí fo rm a d o
por la sal m arin a con la cal y la m ica, cuyo am argo sabor se pega d e n ­
tro de la boca de q u ie n se ha puesto a p ru e b a en la ciud ad p o r más
tiempo que el b rillo del S o l y del m ar en los ojos de sus adm iradores.
SAN GIMIGNAN0[I*]

A la memoria de Hugo von Hofmannsthal*

E n c o n tra r p alab ras p ara lo que tien es ante los o jo s p u ed e ser muy
d ifíc il. S i al fin llegan, golpean con pequeñ o s m artillos lo real, hasta
que h an expu lsad o de ah í la im agen co m o al irla b o rra n d o de una
placa de cobre. « P o r la tarde se reú n en las m u jeres, en to rn o a aque­
lla fuente que queda ante la puerta de la ciudad, a coger agua con sus
gran d es c á n ta ro s» : sólo cu an do en co n tré estas p alab ras, la imagen
d esap areció de lo vivid o d em asiad o b rilla n te y ciegam en te, con sus
recios bultos y sus som bras p ro fu n d a s.¿Q u é sabía yo antes de aquellos
sauces relucientes que a la tarde hacen guardia con sus chispas ante la
m u ralla de la v illa ? A n tes las trece torres h ab ían d eb ido acom odarse
en p oco espacio, p e ro ah ora cada u n a ocu pab a su lu gar con discre­
ción , y entre ellas todo era más am plio.
S i vien es de le jo s, la ciu d ad en tra de p ro n to en el paisaje de
m an era tan im p e rc e p tib le com o si h u b ie ra en trad o a través de una
p u e rta . San G im ig n a n o n o tien e el aspecto de que u n o tenga que
acercarse a ella. P ero tan p ro n to com o lo co n sigues sabes que has
caído en su regazo, y el sordo zum bido de los grillos y las voces chillo­
nas de los n iñ os te van a im p ed ir recon ocerte.
E n el curso de siglos sus m urallas se h an ido estrechando; y ape­
nas queda u na sola casa que n o m uestre las huellas de grandes arcos
re d o n d o s p o r en cim a de la estrecha p u e rta . Las abertu ras sobre las
que ah o ra caen o n d ean tes unas telas sucias p ara p ro te g ern o s de los
insectos eran puertas de b ro n ce. H ay restos de los viejos ornam entos
de p ie d ra ad h erid os aún a las pared es, que así p resen tan u n aspecto
h eráld ico. S i has entrado p o r Porta San G io van n i, tienes la impresión
de que estás en u n patio, y no en una calle. Pues las plazas son patios,
con lo que sientes que estás a salvo en todas. Eso que sucede con fre ­
cuencia dentro de la ciudad m erid ion al aquí se experim enta especial­
m ente: que qu ien la habita tiene que esforzarse para com pren d er con

l/\. T rxtn p u b licad o el 2 3 de agosto del 1 9 2 9 en Frankfurter fy itu n g .


* Kl e.sn ilo r sim bolista austríaco H ugo von H ofm an n sth al vivió entre 18 7 4 y 1 9 2 9 ; Ben
jam in lo ad m iraba en orm em en te, y m antuvo u n a b u e n a relació n con él. [N . del T .l
SAN GIMIGNANO

claridad lo que necesita para vivir, pues la lín ea de estos arcos y pina
culos, y la so m b ra y el vu elo que trazan las palom as y corn ejas liaren
que olvide sus necesidades. L e resulta d ifíc il escaparse de esta presen
cia tan exagerada, p ara ten e r en cuenta la m añ an a du ran te el trans
curso de la tarde y el día siguiente p o r la n o ch e.
D onde te puedes m an ten er de pié tam bién puedes sentarte. Y no
sólo los n iñ o s, sin o tam b ién todas las m u je res tie n e n su lu gar en el
um bral, m an ten ien d o el cuerpo m uy cerca del suelo, de sus costum ­
bres y tal vez de sus dioses. La silla ante la p u erta de la casa ya co n sti­
tuye u n signo de in n o v a ció n en la ciu d ad . P o rq u e sólo los h om bres
aprovechan las escasas oportu n idades para irse a sentar en los cafés.
N u n ca tuve así en m i ventan a la salid a del S o l y de la L u n a .
C uando p o r la noche o p o r la tarde me tum bo en la cama, sólo existe
el cielo . P o r co stu m b re, em piezo a d e sp erta rm e p o co antes de que
salga el S o l. Y entonces espero a que se alce poco a poco detrás de la
m ontaña. A l fin se da el p rim e r fugaz instante en que el Sol n o es más
grande que u n a p ied ra, que una ardiente y b rillan te piedrecita que se
posa encim a de la cum bre. Pero aún nadie ha atrib u id o al S o l lo que
G oeth e d ijo de la L u n a : « G lá n z t d e in R a n d h e ra u f ais S te rn » * . El
Sol no es u na estrella, es una piedra. E n otros tiem pos la gente quizá
debió de p o seer el arte de guardarse esta p ie d ra tal com o si fuera un
talismán que les trajera las horas más felices.
M e asom o a m ira r p o r la m u ra lla . E l cam po aq uí n o se pavonea
con caseríos y ed ifica cio n e s. Se ven cosas ah í, p ero a la som bra. Los
patios que la necesidad ha construido son más distinguidos —pero esto
no sólo en su diseño, sino en la arcilla de que están hechos sus la d ri­
llos y hasta en el cristal de sus ventanas— que cualquier gran casa seño
rial situada al fo n d o de su parque. Pues la m uralla en la que me apoyo
com parte el secreto del o livo, cuya copa se abre sobre el cielo com o
una gu irn alda dura y frágil, con sus in n u m erab les h en didu ras.

« B r illa tu b o rd e com o el de u n a e stre lla » . Este verso de G oethe |)<-rlrnc< <• ni 11.......
titu lad o Dem aujgehenden Vollmonde. [N . del T .]
I'AHAKAHI WOI I SKI III I N SU SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO
(Jn re cu e rd o ''!>l

I In | mte mu im luye muchas cosas. A sí, no hay que creer que su secreto
coiini.nI ii uiiiciiincnlc en escrib irlo . W olfskehl ha escrito m uchos hasta
nlioni, peco no hay que creer que su secreto consista ú n icam en te en
hubn-los cscrito. Vam os a hablar aquí de otro secreto.
l’cro p ara eso tengo que p e d irle que m e p e rm ita rem on tarm e
hasta un recu erd o. Fue d entro de aquel cuarto in te rio r de m i amigo
1 1e sse r que, sin ser u n chaflán en absoluto, sin duda era la más abu­
hardillada de las habitaciones de poeta. A h í se sentaba W olfskehl una
noche, sobre la silla, ante la ancha cama, que con el verde descolorido
y polvoriento que se veía en su cob ertor tal vez nos explicaba los efec­
tos sen soriales-m orales del color m ejo r que los fam osos diagramas de
la casa de G oeth e. Y o llegué m uy tarde aquella n o ch e, y n o recuerdo
de qué estaban h a b lan d o . P ero , ¿ n o es en el fo n d o toda verdadera
co n ve rsació n u n a serie de éxtasis en la que te d etien es de repente,
igual que en u n sueño, sin ten er n i la m e n o r idea de cóm o has alcan­
zado ese lu g a r? U n in stante así fu e cu an do W ofskehl tom ó El siglo de
Goethe, que estaba puesto en una estantería, y com enzó a leerlo en alta
voz. Por más que sólo fuera en h o n o r del gran co n o ced o r y amante de
los libros que es K a rl W olfskehl, m e gustaría p o d e r d ecir aquí todavía
algo más sobre ese lib ro , u na conocida an tología que la editora Blatter
jiir üie Kunst publicó p o r vez p rim era en el año IQOí?. E n aquella época
los lib ro s todavía p o se ía n u n tra je , que en este caso, com o era de
esperar, era obra de Lechter**. U n os zarcillos azules rodeaban el texto
(l)icn llen o y bien. cerrad o , p o r debajo del n o m b re), y en la portada
aparecía la m arca p ro p ia de la ed ito ria l, u n a u rn a que se veía levan­
tada encim a de anos dedos em p in a d o s de la que ib an salien do los
enroscados rizos y las orlas cargadas con sus lem as que fu e ro n típicas

1', P ublicado el 17 J e sep tiem b re del añ o 19 2 9 en el Fra n k fu rter/jitu n g . K a r l W olfskehl,


mi jx irla p erten ecien te al círcu lo de S tefan G e o rg e , vivió en tre el 18 6 9 y el 1948-
* ■ 11 .ila de lia n /. H essel ( 1 8 8 0 - 1 9 4 1 ) , e scrito r q u e tra d u jo a P ro u st co n Benjam ín.
W .i.v c-ii e.spai 'jl su lib ro de Paseos p o r B erlín, trad . M igu el Sa lm e ró n , M adrid:
l eí ini.s, !•)<)’/ . | N. del T .]
++ M clclm .r I .edil i‘ r ( 1 8 6 5 - 1 9 3 7 ) , d ib u jan te y p in t o r que co lab o ró m uchas veces con
Ni. Ihii ( y r . ! N. del T .]
PARA KARL W O LFSKEH L EN SU SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO 315

de los prerrafaelistas. Pero d escrib ir de nada sirve. Hessel poseía esta


edición, pero su m ano, m uy suelta p o r el desdén y la generosidad, no
titubeó ante el valioso e je m p la r de aquel lib ro . Una e d ició n más
modesta ocupa su lugar desde hace tiem po. W olfskehl leyó en voz alta:

Sch láfrig hangen die son n en m ü d en blatter,


A lies schweigt im walde, n u r eine biene
Su m in t d ort an der blüte m it m attem eifertl6^.

A sí leyó los cuarenta y tres versos trocaicos. C u an d o , gracias a él,


creo que los o í p o r vez p rim e ra , se v in ie ro n a u n ir en m i in te rio r a
aquellos dos o tres poem as que h ab itab an ah í desde hace añ os, o
incluso décadas, p ara acoger a u n ú ltim o y ya algo tard ío fo ra ste ro .
Llegué a m i casa y busqué la antología. Y así conseguí en trar no sólo
en el poem a que h abía leíd o W olfskehl, sin o en el lib ro en tero . Fue
una de las pocao ocasiones en las que he p o d id o co m p ren d er que en
realidad la poesía solam ente se fo rm a y se propaga al recib irla así, de
viva voz. Sólo l a puedo com parar con esa tarde en que la voz de H o f-
mannstahl se fue a posar de m od o in esperado en u n o de los poem as
de Die Fibel, y la frescura de los tem pranos poem as de G eorge llegó así
W ta m í, p o r p rim era y tam bién ú ltim a vez, com o desde m uy lejos*.
Ahí una voz verdaderam ente herm ética me había guiado hasta rem o n ­
tar el río de palabras de Lenau , para alcanzar la altura intransitable en
la que, hacia el año 1 9 O O , la poesía alem ana en su con ju n to se renovó
a la sombra de unas cuantas cabezas destacadas, a saber, las de H ó ld e r-
lin, Je a n Paul, y B a c h o fe n , y N ietzsche. L a voz ten ía aq u ella fuerza
hermética en su grado más alto p o rq u e, al ir sigu ien do sus cam inos,
tenías la esperanza de alcanzar su p ro p io secreto . H ace ya m uch os
años, algu ien que lo g ró esto ju sta m e n te le dio al po eta u n n o m b re
correspondiente a u n dios: el de H e rm o p á n . ¿ N o había u n Pan reza­
gado en la voz que h abía su su rrad o de p ro n to ese p o em a de L en au

16 «L as hojas, agotadas p o r el So l, cuelgan som n olien tas, / todo calla en el bosque, y tan
sólo u n a abeja / se esfuerza débilm ente en un a f l o r » . A sí com ienza el séptim o de los
Waldlieder de Ni rolas Le n a u ( 1 8 0 2 - 1 8 5 0 ) , que figu ra en Deutsche Dichtung, ed. de Stefan
George y K arI Wolfskehl, vol. 3 , D asJahrhundertGoethes, B e rlín , 1 9 10 , p p . 1 4 2 - 1 4 3 -
* Die Fibel es un ? c o lec c ió n de p oem as de S tefan G e o rg e p u b licad a en el añ o 1 9 0 1 .
[N . del T .]
SOMBRAS BREVES I 317

además es algo que sucede en casi todas las relacion es am o ro sas). E l


m atrim onio oculta el n om b re de pila utilizando nom bres cariñosos, y
ello de tal m o d o que el n o m b re de p ila n o v u elve a la luz d u ran te
años, o durante décadas in clu so. L o exactam ente co n trário al m a tri­
m onio, utilizando este sentido lato, es el am o r platónico en el que es
su auténtico sentido, su ú n ico sentido relevante; pues el am or plató ­
nico tan sólo es d efin ib le en el destino del n o m b re, n o el del cu erpo:
es am o r que n o expía su p a sió n en el n o m b re , sin o que ama a la
amada en ese n om b re, la posee en el n om b re y la m im a en el nom bre.
El que el am or respete el n o m b re y el apellido de la am ada es verd a­
dera expresión de esa ten sión , de esa ap ro p ia ció n en la distancia que
solemos llam ar « a m o r p la tó n ic o » . Este a m o r ve su rgir del n o m b re
de la am ada su existencia (e in clu so la o b ra del am ante) com o salen
los rayos del in te rio r de u n núcleo incandescente. La Divina Comedia no
es po r tanto sino el aura en torn o al n om bre de « B e a triz » ; la exposi­
ción más poderosa de que todas las fuerzas y figuras del cosmos surgen
siempre del n om b re que ha salido intacto del am or.

Una vezno es ninguna vez

Las pruebas más sorprendentes de este dicho se encuentran en lo e ró ­


tico. M ientras vas cortejando a u na m u jer con la duda constante de si
te va a hacer caso, el cu m p lim iento sólo pu ed e p ro d u c irle en el co n ­
texto m ism o de esas du d as: com o re d e n c ió n y d e c isió n . P ero en
cuanto esto ha sucedido, puede presentarse en su lugar, y en u n solo
instante, u n nuevo anhelo, in soportable tras el m ero cu m p lim ien to .
El p rim e r cu m p lim ie n to , en el re cu erd o , con siste sólc: en su d e c i­
sión, en su m era fu n c ió n fren te a la duda; así, se vuelve abstracto. Y
así « u n a vez» puede ser « n in g u n a » si es que la querem os com parar
con el absolu to cu m p lim ie n to . Y , a la in versa, éste p u ed e p e rd e r
enteram ente su v a lo r desde el p u n to de vista de lo eró tico precisa ­
mente com o cu m p lim ien to absolu to. Es lo que sucede p o r ejem plo
cuando u n a aventu ra m eram en te b an al n os parece b ru tal en el
recuerdo, y así anulam os esta p rim era vez po rq u e vamos buscando lns
líneas de fuga que su rg iría n de esa expectativa, p ara así ver cóm o l.i
m ujer se alza de repente ante nosotros siendo ya el punto de su in trr
sección. E n D o n ju á n , n iñ o m im ado del am o r, el secrelo es el com o
en sus aventuras ejecuta siem pre al m ism o tiem po, y además con |>i ¡m
3í 6 IMÁGENES QUE PIENSAN

sobre el h o rro r del m ed io d ía? Q ue K a rl W olfskehl conoce el destino


exacto de unos dioses que hace tiem po que h uyero n del viejo seno de
la m itología nos lo han m ostrado claram ente en este m ism o periódico
algu n os de sus ú ltim o s trab ajo s —Lebensluft, o Die neue Stoa—. E n todo
caso, H e rm e s es, en sen tid o m ítico y estricto , el d ios que m ejo r se
am olda a los dem ás, que se u ne con ellos p ara dar lu gar a una figura
nueva, efím era y siem pre fluctuante. Mas la fuerza de W olfskehl es a su
vez efím era y fluctuante, a pesar de su ím petu, aunque tan sólo fuera
p o r el desasosiego que lo tiene en co n tin u o y perp etu o m ovim iento,
y p o r los m il estím u los p ro ced en tes del pasado ge rm á n ico y del
pasado ju d ío que p re p a ra n u n sitio en él a to d o lo h ered ad o y a las
más diversas experiencias. U n a cantidad en orm e de abreviaturas gran­
diosas van su rg ie n d o de a q u í. E n ge n era l, la gen te solam en te las
conoce p o r las m uestras sorprendentes de su h u m o r, que dan form a
a lo que es su pensam ien to com o caracterizan su escritura, de la cual
ha dich o una grafóloga que se necesita de « u n a clave para que al fin
pu ed a ser le íd a » . P o rq u e la escritu ra co in cid e estrictam en te con el
escritor en que es u n escon drijo in com parab le de centenas de imáge­
nes. U n escon drijo y u n refu gio h istórico; pues en él habitan imáge­
nes, co n o c im ie n to s y palab ras que sin él n o sabem os n i el si ni el
cóm o p o d rían afirm arse en nuestros días.
L o inolvidable de esa h ora sobre la cual he intentado hablar sería
tal vez esto: ver al p oem a elevarse desde sí al igu al que u n pájaro se
eleva desde el árbol de leyenda en el que anida con varios m iles de sus
sem ejantes.

SOMBRAS BREVES < l>[l7]

Amor platónico

La esencia y el tipo de u n am o r se expresan co n toda clarid ad en el


destino que dispensa al n om b re. E l m atrim o n io , que quita a la mujer
el que fue su apellido o rig in a l p ara ahora p o n e r en su lu gar el ape­
llido propio del m arid o, tam bién m od ifica su n o m b re de pila (y esto

i'/ I i kIo 1 m■I>1i< ¡iilu rn l;i revista N cue Sch w ciier Rundschau en n o v iem b re de I 9 ? 9 -
, 1/1 i m A oi n i s u u e p i e n s a n

<. I• •• 111 ii <I, lililí.. I.i decisión com o el cortejo , recu peran d o la expecta-
ii\,i i m I.i rn111i i,i]mi<•/. y a n ticip a n d o la d e c isió n en el c o rte jo . Este
• n111 i ilii o |>Ii111f*r i j í i<* se. produce « d e u na vez p o r to d a s» , este entre-
ii'|n « r dr I o n t irm ¡ >os, sólo se puede expresar m usicalm ente. Y es que
I ><iii ) 11 n11 rxijrp «sí la m úsica com o lente convexa del am o r.

La pobreza siempre se queda con las ganas

( Ju c un palco en u n a gala n o p u ed e ser tan caro com o el b illete de


rni rada hacia la lib re naturaleza de D io s; que ésta sin duda, de la que
ruthemos que gusta de o fre c e rse a los vagabu n d os y m e n d ig o s, a los
an drajosos y h araganes, m uestra su ro stro más co n so lad o r, sereno y
puro, al rico, cuando entra p o r las grandes ventanas en las salas que se
m an tien en frías y so m b rías: ésta es la verd ad in e x o ra b le que la villa
italiana siem pre enseña al que entra en ella p o r p rim era vez para lan­
zar una m irada al lago y a las m ontañas en la lejan ía; ante cuya mirada
palidece todo lo que ha id o vien d o fu era, com o u n a fo to g rafía pali­
dece ante cualquier obra de L eo n ard o . Y es que el paisaje está colgado
para él en el m arco que traza la ventana, y sólo p ara él lo habrá fir ­
mado D ios m ism o, con su m ano in su perable.

Demasiado cerca

Me encuentro en u n sueño, en la o rilla izquierda del río Sena, ante


N otre-D am e. Y o estaba ahí, pero en realidad no había nada que se pare­
ciera a N otre-D am e. U n macizo edificio de ladrillo sobresalía un poco
por encima de un alto revestimiento de madera. Pero yo me encontraba
subyugado ante N otre-D am e. Pues me subyugaba la nostalgia. La intensa
nostalgia de París, donde me encontraba en ese sueño. Pero, entonces,
¿a qué podía deberse aquella n ostalgia? ¿D e dón d e p ro ced ía pues su
objeto, desfigurado e irreconocible? Lo que pasaba era que en el sueño
m e había acercado demasiado al objeto. La sin gular nostalgia aquí que
m e asaltó, en el corazón de aquel objeto que me provocaba m i nostalgia,
no era la que entra desde lejos a través de la im agen. E ra sin duda la feliz
n o s t a l g i a que ya ha atravesado p o r entero el um bral de la imagen y de la
posesión, y ya sólo conoce la fuerza del nom bre a partir de la cual vive lo
amado, y cam bia; rejuvenece y envejece, y, carente de im agen p o r com­
p l e t o , es refugio le todas las imágenes.
SOMBRAS BREVES I 319

Ocultar los planes

Pocas supersticiones están tan difundidas com o la que aconseja que no


hablem os de nuestras m ejo res in te n c io n es y proyectos. Este tipo de
com portam iento n o sólo atraviesa todas las capas de la sociedad, sino
que la totalidad de los m otivos h u m an os, desde el más ban al al más
com plejo, parece que lo in clu y en . G u an d o algo resulta tan cercano
toma u n aspecto tan p lan o y tan sensato que alguien dirá que no hay
razón alguna para m irarlo com o su perstición : ¿n o es en efecto co m ­
prensible que una persona a la que algo le ha salido m al quiera guardar
el fracaso para sí y, para asegurarse esta salida, oculte su proyecto? Pero
esto es tan sólo la corteza exterior de sus razones; es com o el barniz de
lo banal que recubre las capas más p ro fu n d as. D ebajo está la segunda
capa: el co n o cim ien to vago e im p reciso de u n a m erm a del p o d e r de
acción p o r la descarga m o to ra que sin duda ejecutam os h ab lan d o , a
cambio de ese m ero sucedáneo de satisfacció n m o to ra que sin duda
obtenem os h ab lan d o. M uy escasas veces se ha tom ado tan en serio
como se merece este carácter destructivo del lenguaje, que la experien ­
cia más sim ple nos presenta. S i tenem os en cuenta que casi todos los
planes decisivos siem p re están vin cu lad o s o in clu so ligados co n u n
nombre, com pren d em os que el placer de m e n cio n a rlo nos sale muy
caro. Pero sin dnda, y todavía p o r debajo de esta segunda capa queda
una tercera: la idea de su birse sobre la ig n o ra n cia de los o tro s, y en
especial de los amigos, al igual que se suben los escalones de u n tron o.
Pero esto no es todo: hay una capa últim a y más amarga, en cuyas p r o ­
fundidades L e o p a rd i se adentra d icie n d o : « e l h ech o de co n fesar el
sufrimiento no provoca com pasión, sino placer; no despierta tristeza,
sino alegría, pero esto no sólo en los enem igos, sino en todas las p e r­
sonas que se enteran, dado que con firm a que el afectado tiene m enos
valor y que yo tengo m ás»*. P ero , ¿cu ántas person as seg u irían aún
siendo capaces de creerse a sí mismas si su inteligencia les susurrara esta
aguda idea de L e o p a rd i? ¿C u án tas personas no la escupirían, asquea­
das por la am argura penetrante de ese co n o cim ien to? Entonces surge
la superstición, la co n d en sació n farm acéutica de varios ingredientes
muv amargos qve nadie p o d ría consu m ir p o r separado. Pues al h o m -

* C fr. G iaco m o L e o p a rd i, /(¡baldone dipen sieri, 2 4 8 5 - 2 4 8 6 . [N . del T .]


HVO IMÁGENES QUE PIENSAN

lm ‘ le es más fácil obedecer m ediante las costumbres y refranes a lo que


y enigm ático que escuchar en el lenguaje del sentido com ún
es o s c u r o
lodo un serm ón sobre la dureza y el su frim ien to de la vida.

Dónde uno comprende sus puntos fuertes

Sin duda, directamente en sus derrotas. Guando no hemos alcanzado el


éxito a causa de nuestra gran debilidad, nos despreciamos y avergonza­
mos de ella. Pero en cam bio, cuando somos fuertes, optamos p o r des­
p re cia r nuestra d erro ta y avergonzarnos de nuestra desgracia.
¿¡M e d ia n te la victoria y la fo rtu n a com pren d erem o s nuestros puntos
fu ertes!? ¿Q u ié n no sabe que nada nos podrá m ostrar m ejo r que ellas
nuestras debilidades más p rofu n d as? ¿ Q u ié n no se ha preguntado tras
haber logrado una victoria en u n combate o bien en el am or, com o en
un escalofrío de placer que se deriva de la debilidad, cóm o le ha podido
suceder eso a alguien tan débil com o él? La situación es del todo dife­
rente cuando se da u n a serie de derrotas, con la cual vam os ap ren ­
d ien d o la totalid ad de los trucos para p o n erse en píe, b añ án don os a
fond o en la vergüenza com o si fuera la sangre del dragón. Y a se trate de
la fam a o del alcohol, o a causa del dinero o del am or: en relación con
su punto fuerte, la gente no conoce ni el h o n o r, n i el m iedo al ridículo
ni la com postura. U n m ercader, con su regateo, sin uuda no podrá lle­
gar a ser más m olesto para sus clientes que lo fue Gasanova para la
C h a rp illo n . Y es que esa gente habita siem pre d en tro de su punto
fu e rte. P orqu e el p recio que tien en que pagar p o r po seer ese punto
fuerte es ese habitar particular y terrible. V ivir dentro de u n tanque. Si
vivim os ahí d e n tro , sin duda som os estúpidos e intratables, vamos
cayendo en cada una de las zanjas, tropezam os en todos los obstáculos,
vam os revolviendo la basura y u ltrajan d o la tierra. G u an d o estamos
em badurnados hasta el cuello, entonces sí que somos invencibles.

De la fe en las cosas que alguien nos predice

E stu d iar el estado en el que se en cu en tra u n a p erson a que apela al


em pleo fie las fuerzas ocultas es de los cam inos más seg-uros y cortos para
co n o cer y criticar dichas fuerzas. P o rq u e todo m ilagro presenta dos
lados: uno de ellos para quien lo hace, y el otro en cam bio para el que
lo recibe, l’ero no pocas veces el segundo lado es más concluyente que el
SOMBRAS BREVES I 'P l

p rim ero , en tanto que incluye su p ro p io secreto. G u an d o alguien


decide con su ltar a u n grafólo go o a u n q u iro m á n d c o , o si ha pedido
que elab o ren su h o ró sc o p o , nos pregu n tam o s qué le está pasan»lo.
Podríam os pensar en p rim er térm ino que lo que va a hacer esa persona
es sólo co m p arar y exam in ar, que con m ayor o m e n o r escepl ici.smo
estudiará u na afirm ación tras otra. Pero en verdad nunca hay nada «Ir
eso. Es más b ien al revés. Pues, ante todo, esa person a siente a rd irn tr
cu riosid ad p o r el resu ltado, com o esperan do o b ten er in fo rm a ció n
sobre una persona que es muy im portante para ella, pero desconocida
por com pleto. E l com bustible que alim enta dicho fuego viene a ser ahí
la vanidad. Y al poco tiem po ya es una hoguera, pues la persona ha dado
con su nom bre. E xp on er el nom bre es en sí m ism a una de las más Inci­
tes influencias que se pueden ejercer sobre el p ortador (los americanoN
lo han llevado a la práctica al apostrofar a los Sm ith y a los B row n de.sde
los anuncios lum inosos), y en la predicción va a conectarse con el con
tenido de lo dicho. Y entonces sucede lo siguiente: la im agen in terio r
de nuestro ser que llevamos dentro de nosotros es im provisación pura y
directa, y lo es a cada m om ento. S i es que puede decirse de este modo,
depende de las máscaras que se le presentan. Y el m undo es el arsenal «Ir
esas máscaras. Sólo aquel que se encuentra tan atrofiado com o desolado
lo busca erróneam ente en su interior, para así disfrazarse. Porque nos
otros m ism os solem os ser b ien pob res a este respecto. Y p o r eso iion
hace tan felices que alguien se presente con una caja de máscaras e x o l i
cas que m uestran los más raros ejem plares, la máscara del asesino, la del
gran magnate financiero, o, entre otras, la del navegante que da la vurlla
al m u ndo. M irar a través de ellas nos fascina. Vem os las constelación»^,
los instantes en los que hem os sido realm en te o lo tino o lo olr«», o
incluso quizá todo a la vez. Este juego de máscaras lo deseamos como In
más ardiente borrachera, y de esto sigilen hoy viviendo los echndorc* de
cartas, com o los quirom ánticos y los astrólogos, que nos ayudan a rrlro
ceder a una de esas pausas del destino en las que más tarde dcscuhrime
que contenían el germ en de u n curso com pletam ente diferente «Irl <|iir
de hecho nos ha caído en suerte[l8]. E l que así el destino se pueda «Irir

l8 C o m p á rese esta frase con esta otra d el lib r o de Jo h a n n e s V . Je n s e n , h'w liu /»• Niivellm .
B e r lín , 1 9 19 : « Y , sin em bargo, h u b o cierto instan te a lo largo del nuil 1 i i n i m • • 11,
u n a de esas pausas del d estin o a las qu e más adelan te se Irs nota <|wr ......................I
g erm en de u n p osib le cu rso de la vida p len a y totalm ente diierrnle- ele- aejnrl i|u> i>..«
ha caído en s u e rte » .
322 IMÁGENES QUE PIENSAN

n er del m ism o m od o que u n corazón lo p ercib im o s a través de un


sobresalto feliz y profu n d o en las imágenes aparentem ente tan pobres y
falsas de nosotros m ism os que el charlatán de pronto nos presenta. Nos
apresuram os a darle la razón en cuanto sentim os ascender p o r nosotros
las sombras de unas vidas ya nunca vividas.

Sombras breves

C u an d o se va acercando el m ediodía, las som bras ya son sólo los b o r­


des n egros y agudos al pie de las cosas, que ya se h allan dispuestos a
retirarse en silencio a su guarida, a irse a su secreto. E n tonces ha lle ­
gado, en su abunda acia densa y co n cen trad a, la h o ra de Zaratustra,
del pen sador que se halla en el « ja rd ín del v e ra n o » , en el «m ed io d ía
de la v id a » . Pues el co n o c im ie n to p e rfila las cosas em p lean d o la
m ayor severidad; com o el S o l en la cum bre de su órbita.

C0MER[I9]

Higosfrescos

N o conoce bien u n alim ento el que siem pre haya sido m esurado con
él. D e este m odo se apren d e, si acaso, a d isfru ta rlo , p e ro n o a dese­
arlo con avidez, n o a desviarse d el cam in o lla n o del apetito para
entrar rectamente en la selva virgen de la voracidad. E n la voracidad se
reú n en dos cosas: la intensa desm esura del deseo y la u n ifo rm id ad de
su ob jeto . La vo racid ad se re fie re a u n a sola cosa, hasta n o d ejar de
ella n i las raspas. S in duda, de este m odo ahondam os más en el objeto
que cuando sólo disfrutam os de él. Esto te sucede cuando m uerdes la
m o rtad ela com o si fu era p an , cu an do excavas d e n tro de u n m elón
com o si se tratara de una alm ohada, cuando lam es los restos del caviar
en u n papel cru jien te, cu an do u n trozo de queso hace que olvides
todo lo demás que se puede com er sob re la T ie rra .
¿ C ó m o me sucedió p o r vez p rim e ra ? A n tes de to m ar u n a deci­
sió n bastante d ifícil. D ebía enviar una carta o b ien ro m p erla. La llevé

19 P u b lic a d o en mayo de J 9 3 0 en el i'rankfurter & itu r g .


COMER 323

sobre m í u n p a r de días, p e ro , desde hacía algunas h oras, ya n o la


recordaba. H abía ido a Secon d iglian o con ese tren ruidoso que atra­
viesa u n paisaje com o c o rro íd o p o r el S o l. E l pu eb lo resultaba m uy
solem ne sum ido en su quietud habitual. La ú n ica huella que quedaba
del dom ingo eran los palos en los que se h ab ían agitado unas ruedas
lum inosas y se habían encend ido unos cohetes. Los palos ahora esta­
ban ya d esn ud os A lg u n o s ten ían u n escudo a m ed ia altu ra co n la
figura de u n santo napolitan o o la de u n an im al. V i algunas m ujeres
que, sentadas dentro de los graneros entreabiertos, tamizaban los gra ­
nos del m aíz. A tu r d id o , me arrastré p o r el cam in o hasta que de
pronto, y en la som bra, vi u n carro con higos. Fue p o r ociosidad que
me acerq u é; y fu e sin duda p o r d isip a c ió n p o r lo que co m p ré u n
cuarto de kilo. La m u jer lo pesó con generosid ad b ien evidente. Pero
cuando los frutos negros, azulones, verdes claros, ju n to a otros vio le­
tas y m a rro n es, estaban en el p latillo de la balan za, advertim os de
pronto que no tenía papel para envolverlos. Las m ujeres de S ec o n d i­
gliano traen siem pre sus p ro p io s recipientes, y la del puesto no estaba
preparada p ara aten d er a u n tro tam u n d o s. P ero me daba vergüenza
abandonar esos fru tos allí, así que me m arché cargado de higos en los
bolsillos del pantalón y la chaqueta, acarreando higos con las m anos e
incluso con h igos en la b oca. G o m o n o lo s p o d ía d e ja r de co m er,
intenté opon erm e a aquella masa de frutos rechonchos que de pron to
me habían asaltado. Pero no era com er, sino bañarse, pues u n arom a
espeso y resinoso im pregnaba m is cosas, se adhería a m is m anos pega­
joso, viciaba el aire p o r el que me m ovía llevando m i carga. Y en to n ­
ces llegó el puerto de m ontaña del gusto donde, ya superados el asco y
la náusea —com o últim as curvas del cam in o —, se nos abre u n paisaje
palatal antes p o r com pleto inesperado: una m area in síp id a y verdosa
de voracid ad que no co n o ce sin o la o scila ció n deshilach ad a de la
carne del fru to ahí entreabierto, la tran sfo rm ació n com pleta del dis-
fruíe en una costum bre, de la costum bre en vicio . A sí em pecé a odiar
aquellos h igos, ten ía que lib era rm e a toda p risa y despachar p ro n to
esa h in ch azó n ; m e los com ía p ara a n iq u ila rlo s. E l m o rd isco había
reencontrado su voluntad sin duda más antigua. G uando al fin saqué
de m i b o lsillo el ú ltim o h ig o , co n él venía pegada aq uella carta. Su
destino estaba d e cid id o , tam b ién ella iba a caer víctim a de la gran
purificación; la cogí y la ro m p í en m il pedazos.
IMÁGENES QUE PIENSAN

Café créme
Kn verdad no conoce el café m atutino q u ien hace que se lo traigan a
su h a b ita ció n de P arís puesto sob re u n a b an d eja de plata, con un
plato a d o rn a d o co n b olitas hechas de m e rm elad a y m an teq u illa. Ei
café hay que tom arlo en el b istró, entre cuyos espejos hasta el propio
petit déjeuner es u n espejo cóncavo d o n d e aparece ia im agen más
pequeña de esta ciudad. S in duda que en n in gu n a otra com ida los rit­
m os p u e d e n ser más d ife ren te s, desde la m a n io b ra m ecán ica del
em pleado que, arrim ado al m ostrador de zinc, se tom a de u n trago su
café con leche hasta la fru ició n con que u n viajero va vaciando su taza
lentam ente en una pausa entre dos tranvías. Tal vez tu m ism o te sien­
tas a su lado com partiendo la m ism a mesa y banco, y sin embargo estás
lejo s y so lo . S acrifica s tu so b ried ad h ab itu al p ara d e cid irte a tomar
alg o . ¡C u á n tas cosas te tom as con este café! L a m añ an a entera, es
decir, la m añana de ese día y, a veces, tam bién la m añana perdida de
la vid a. S i de n iñ o te h u b ieras sentado a esta m esa, ¡qué cantidad de
barcos h ab rían pasado p o r el helado m ar del tablero de m árm ol! Así
h ab rías sabido qué aspecto tien e el m ar de M árm ara. M iran d o a un
iceberg o hacia u n velero, habrías tom ado u n trago p o r tu padre, otro
p o r tu tío y otro todavía p o r tu h erm an o, hasta que la crem a desbor­
dara del grueso y dulce borde de tu taza, ese dilatado p ro m o n to rio en
el que tus lab io s descan saban. T u asco se d e b ilita p o co a p o co , y ya
to d o sucede de m an era rá p id a e h ig ié n ica : sólo b eb es, sin m o jar el
pan . M edio d orm id o, buscas una magdalena; en la panera, la rompes
y notas tan siq u iera cuánto te en tristece no p o d e r co m p artirla con
nadie.

Bacalaoj vino defalerno

E l ayuno es una in ic ia c ió n en m uchos m iste rio s, no en ú ltim o tér­


m in o el co m er. Y si el h am b re es sin du d a el m e jo r co cin ero , el
ayuno es el rey de los m ejores. Y o lo co n o cí u n a tarde en Rom a, tras
ir vagando de u n a fu en te a otra y a sc en d er de escalera en escalera.
M ientras volvía a casa, hacia las cuatro, a través del Trastévere, donde
las culles son anchas y las casas pobres, m iserables. H abía muchas can-
tiníis, mas yo pen sab a en u n a sala u m b ro sa , en u n suelo continuo
rcciibw rio de m árm ol, en u n m antel tan b lan co com o la nieve, con
ciiln rrlo s de plata: en el co m ed or de u n gran h otel en el cual, a esas
COMER 325

horas, quizá h abría sido el ú n ico clien te. E l cauce de! río estaba seco,
unas nubes de polvo pasaban sobre la isla tib e rin a y , en la otra o rilla,
me acogió la vacía y d esierta V ia A re n u la . N o conté las tantas osterie
ante las que h ab ía id o p a san d o . C u a n to más h am b re ten ía, m en o s
atractivas se me h acían hasta parecerm e im p osib le en trar. D e una me
ahuyentaban los clientes, cuyas voces se o ían desde fuera; de otra, la
suciedad de la c o rtin a que se b alan ceab a ante Is p u erta; pasé de
largo, casi fu rtivam en te ante los restantes restau ran tes, pues estaba
seguro de qu e si los m irab a aú n a u m en ta ría m i a versió n . A esto se
añadió algo b astante d ife re n te del h am b re : la ten sió n crecien te de
mis n ervio s; n in g ú n lu gar me p arecía lo bastante oculto n i n in g ú n
alim ento lo bastante lim p io . Y no es que estuviera ten ien do visiones
de m anjares sabrosos o exquisitos, de caviar, langostas o perdices; de
verdad que, co n tal que fu era lim p io , sin duda que me h ab ría c o n ­
form ado con lo más corrien te y más sen cillo . Ten ía la im p resió n más
asentada de que era la ocasión irrepetible de enviar mis sentidos, que
estaban atados com o p e rro s, a husm ear en los pliegues y desfiladeros
de cu alquier alim en to , del m eló n y del v in o , de diez tipos de p an o
de las nueces, p ara ahí d escu b rir u n nuevo arom a. E ran ya las cin co
cuando me en co n tré en la am plia Piazza M o n tan ara, con su em p e­
drado irre g u la r . U n a de las callejas que a q u í desem b o cab an m e
indicó el cam in o . Pues ya tenía claro que lo más sensato era acu d ir a
mi habitación y co m p rar en la calle m i com ida. Entonces me h irió la
luz de u na ventana, la p rim e ra ilu m in ad a de esa tarde. E ra la vitrin a
de una osteria en la cual h ab ían en cen d id o la luz antes que en vivie n ­
das y n e g o cio s. E n la ven tan a sólo se veía u n clien te, qu e, en ese
m om ento, se levantaba ya p ara m archarse. D e repente, pensé que yo
debía o cu p ar su lu gar. E n tré y m e senté en u n rin c ó n ; ahora ya me
daba igu al en cu ál, m ie n tra s que m uy p o c o tiem p o antes yo era el
más exigente e in d e c iso . U n ch ico m e p re g u n tó cuánto qu ería —d r
qué vino se trataba parecía in d u d ab le—. E n to n ces em pecé a sentirm e
solo, de m odo que saqué la negra varita m ágica que tantas veces h¡il>ín
tejido a m i a lre d e d o r todo u n cresp ó n de letras con u n nombre* en
su centro que mezclaba al o lo r que despedía el falerno el o lo r que r hc
nom bre iba enviando a m i soledad. M e p e rd í en el crespón, com o rti
el nom bre, en el arom a y en el vino hasta que u n m urm ullo hi/,o q u r
levantara la m irad a. A h o ra la osteria estaba lle n a : trabajadores d r Ion
alrededores que se re u n ía n aq u í con sus m u je res, m uchos i m i uno
i m A o i n i í. q u e p i e n s a n

Ii • • ............. m i ?. 1111• > , |),n a term in ar el día festivo c c n u n a cena fuera


.1. I,t . ,1^.1 Vi *|tic- .'«liilian co m ie n d o : b acalao desecad o , que era el
iinh m jiliiin i|iir ¡illi había. V i tam bién ante m í u n plato lle n o , y un
. i., nli • 11 lo de repugnancia re co rrió m i espalda. L o s observé co n más
-11 i< m í m e n l o . l',i ;i >i los vecin o s de aquel b a r r io , to d o s claram en te
• til 1111«I<»:, y c.-ilicc lam ente re la cio n a d o s en tre sí; y com o era un
I.......... [M-quciiobu .-gués, no había nadie de las clases su p erio res, por
•ii111iitnI•) l;iui])oco íorasteros. Y o tenía sin duda que resultar chocante
|mm mi ¡isix'cto y m i ro p a , p e ro aú n así, extrañ am en te n i u n a sola
mu ¡uLi me rozaba. ¿N a d ie rep aró en m í o ellos pen sab an que aquel
!i|io rada vez más perdido dentro de la dulzura de aquel vino sin duda
« nIjiIhi ;iquí en su lu g ar? A l pen sar en esto me sentí m uy feliz y o rg u ­
llo so . Nada me d istin gu ía de la m asa. G u a rd é la p lu m a, y entonces
sentí com o u n cru jid o en el b o lsillo . E ra Impero, u n p e rió d ico fascista
que lvabía com prado de cam ino. Pedí otro cuarto de litro de vin o de
lalern o, abrí el p erió d ico y me escondí en su sucio m anto, que venía
lo r ia d o con los aco n tecim ien to s del día al igu al que el m an to de la
V irgen cubierto con las estrellas de la noch e; y entonces, lentam ente,
lui m oliendo en m i boca trozo tras trozo de aquel bacalao seco, hasta
que mi ham bre se sació.

Borscht

Prim ero pone una máscara de vapor sobre tus rasgos. P ero ya mucho
iinl.es que tu len gu a h um edezca la cu ch ara, tus o jo s ya llo r a n , y tu
imriy. ya chorrea sopa. Y a m ucho antes de que tus intestinos le presten
hi a le a c ió n que siem pre im p o n e y que tu sangre se con vierta en una
oh» que. baña tu cuerpo con su espum a olorosa, tus ojos ya h an bebido
l.i roja exuberancia de este plato. Y ah ora so n ciegos para cuanto no
sea aquella sopa o su re fle jo en los ojo s de aq uella m u je r co n la que
rom es. Y piensas que la crem a es lo que da al borscht su b rillo espeso.
P u n ir ser. Pero yo me la he tom ado en M oscú en in v ie rn o , y sé que
ilrn iro hay nieve, y unos copos rojizos fun d idos, y unas nubes que son
<....... * el maná, que u n día tam bién cayó del cielo. Ese ch o rro caliente
mi nlil.mil.indo la bola de carne para que vaya en trando en tu in terior
......... . i lucra cam po ro tu ra d o , del cual ya es m ás fá c il a rra n ca r la
Inri luí •• irislr/.a v junto con la raíz que la alim enta. Mas n o toques el
vnilLi, y no corles Lis em panadillas. Porqu e entonces al fin com pren­
COMER 327

derás el secreto escon dido en esta sopa, que sin duda es el ú n ico a li­
mento que te va saciando suavemente, que te va llenando poco a poco,
m ientras que con otros alim entos tu cuerpo se estremece de repente,
hasta que em ite u n « b a sta » b ru tal e inam istoso, radical.

Pranzo caprese*

A ntes fu e la fu la n a más fam osa del p u eb lo de G a p ri, y ah o ra era la


m adre sexagenaria del p eq u eñ o G e n n a ro , al que pegaba tras em b o ­
rrach arse. V ivía en u na casa c o lo r ocre en m itad de u n viñ ed o que
crecía en la lad era escarpada. F u i a buscar a u n a am iga que vivía allí,
en alquiler. Desde arriba, de C ap ri, nos llegaba el sonido de las doce.
No h abía n a d ie ; el ja r d ín se en co n trab a to ta lm en te vacío . V o lví a
subir p o r los esralones p o r los que antes había descendido. Y , en to n ­
ces, o í detrás de m í a la an cia n a. Estaba en p ie en el u m b ra l de la
cocina, vestida con u na falda y una blusa, unas prendas ya d e sco lo ri­
das en las que era in ú til buscar m anchas, dado que estaban sucias de
m anera u n ifo r m e . «V oi cercate la signora; épartita collapiccola» [« B u s c a
usted a la se ñ o ra ; se ha id o , ju n to con la p e q u e ñ a » ] . V o lv ería en
seguida. Pero esto fue sólo el p rin cip io desde el cual su aguda voz ch i­
llona se derram ó en u n río cargado de palabras seductoras m ientras
su altiva cabeza se m ovía co n ritm o s que hace décadas sin duda que
d eb iero n de te n e r u n sig n ific ad o estim u lan te. S ó lo u n galantuomo
[gentilhom bre] consu m ado h ab ría p o d id o escaparse de ella, y yo n i
tan siqu iera era capaz de h ab lar en italian o . L o que en te n d í fue que
me invitaba a co m er co n ella. V i al p o b re h o m b re que ten ía p o r
m arido den tro de la cocina, com ien d o con la cuchara de u n a fuente.
Se dirigió entonces hacia ella y volvió a presentarse fren te a m í, puesta
en m e en el u m b ra l, llevan d o u n plato que m e o fre c ió sin d e ja r de
hablarme. Pero n m í me había abandonado lo que todavía me quedaba
de m i c o m p re n sió n del ita lia n o . Y c o m p re n d í que era dem asiado
tarde para irm e, ^ n m edio de u n vapor de ajo y alubias, cocinado con
grasa de carnero, con tom ate, cebolla y m ucho aceite, se alzó ante mí,
im periosa, aquella m an o, de la que tom é ob edecien do la cuchara de

E n italia n o el p r a w p es la com id a de m ed io d ía , es d ecir, el alm u erzo; en ctinnlo a


caprese, es g en tilic io de C a p r i. [N . d el T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

rslüiio «pie of recía. ¿P en sáis que al tragar esto el asco h ab ría tenido
que ah ogarm e y que el estóm ago te n d ría que exp u lsar apresu rada-
nicnlc ose p u ré ? E n to n ces, ¡qué escasam ente con océis la m agia que
em ana el a lim en to ; qué p oco la co n ocía yo hasta el in stante del que
ahora estoy hablando aquí! P ro b ar este alim ento no fue nada, era tan
só lo el trán sito decisivo y m in ú scu lo en tre esos dos in stantes: p r i­
m ero, o le rlo ; y lu ego, encon trarse atrapado y apaleado p o r él, todo,
de la cabeza hasta los pies, verse esclavizado p o r ese alim en to , atra­
pado en él com o en las m anos de aquella vieja puta, ser exprim ido y
frotad o con su ju g o —no sé si era el del alim en to o el p ro p io quizá de
la m u je r—. Y o había cu m p lid o co n el d eb er de la cortesía, mas tam­
b ién el deseo de la b ru ja; y subí la ladera, en riq u ecid o , con el mismo
saber que alcanzó U lises al ver de pro n to a sus com pañeros tran sfor­
m ados en cerdos para siem pre.

Tortilla de moras

Esta vieja h isto ria se la cuento a qu ien es q u ieran tam b ién ponerse a
pru eba com ien d o higos, o con el falern o , con u n borscht o aceptando
u na com ida cam pesina de C ap ri. Erase u n a vez u n viejo rey que con­
sideraba com o p ro p io s todo el p o d e r y los tesoros de la T ie rra , pero
no era feliz, sino que cada año iba estando más triste. A sí que un día
llam ó a su c o c in e ro , y enton ces le d ijo : « M e has servid o fielm ente
m uchos años y has traíd o a m i m esa siem p re los m ejo res alim entos,
p o r lo que te tengo m u ch o a p re c io . P ero ah o ra te p id o u n a última
p ru e b a de tu arte. A h o ra tien es que h acerm e u n a to rtilla de moras
com o la que tom é hace cin cu en ta añ os, cu an do todavía era muy
jo v e n . E n aquella época m i padre estaba en gu erra contra su malvado
vecino del Este. Fue derrotado y nos vim os obligados a h u ir. M i padre
y yo corrim os día y noche, hasta llegar a u n bosque m uy oscuro. Fui­
m os reco rrién d o lo sin ru m bo y, cuando casi el ham bre y el cansancio
estaban ya a p u n to de m atarn os, e n co n tram o s p o r fin u n a cabaña.
A h í vivía una anciana que nos invitó am ablem ente a descansar m ien­
tras ella cocinaba; siguió así en treten ida co n su h o rn o , hasta que, al
poco tiem po, nos sirvió una tortilla de m oras. A l llevarm e a la boca el
p rim e r trozo al p u n to me sen tí re c o n fo rta d o ; m i co razó n quedó
lleno de esperanza. Y o era m uy pequeñ o p o r entonces, y así, durante
m urlio I ieinpo, no pensé en los benéficos efectos de aquel m anjar tan
NOVELAS POLICÍACAS EN LOS VIAJES 329

exquisito. M ás ad elan te o rd en é que lo b u scaran re c o rrie n d o todos


mis dom in ios, p ero ya nunca se en con tró a la anciana, n i a nadie que
supiera hacer aquella tortilla de m oras. S i cum ples este últim o deseo,
de in m ediato h aré de ti m i y ern o y el h ere d ero de m i tro n o . M as, si
no me contentas, m o rir á s » . E n tonces contestó el co cin ero : « S e ñ o r,
ya puedes llam ar a tu verdugo. Pues conozco el secreto de la tortilla de
m oras y conozco todos sus in g re d ie n te s, desde el más vu lgar b e rro
hasta el noble tom illo. C onozco b ien el verso que hay que ir recitando
batiendo b ie n los huevos con el m ango de b o j hacia la derecha para
que así el esfuerzo no sea vano. Y , sin em bargo , he de m o rir, señ or,
pues m i to rtilla no p o d rá gustarte. Pues en verdad 110 pu ed o c o n d i­
mentarla con cuanto en aquella peligrosa ocasión hizo que disfrutaras
tanto de ella: el riesgo que se corre en la batalla y la extrem a atención
del perseguido, el calor del fuego en la cocina y la intensa dulzura del
descanso, la p re se n cia p alp ab le de lo extrañ o y la o scu rid ad en el
fu tu ro » . Esto es lo que dijo el co c in ero . E l rey n o lijo nada; luego,
sin que pasara m uch o tiem p o , despidió fin alm e n te al co cin ero c a r­
gado p o r com pleto de regalos.

NOVELAS POLICÍACAS EN LOS VIAJES

Pocas person as leen en el tren algún lib ro de aquellos que tien en en


casa; pues p re fie re n com p rar lo que se ofrece en el últim o m om en to.
C o n razón d e sco n fían de los lib ro s p rep arad o s de an tem an o . P ero ,
además, tal vez les apetezca com prar en el puesto de colores vivos de la
estación sobre el asfalto de la acera. T o d o el m u n do conoce el nuevo
culto al que invita ese pu esto. T od o el m u n d o ha h ojeado alguna ve/,
uno de esos volú m en es oscilantes, quizá m en os p o r las ganas de lec*r
que p o r el oscu ro sen tim ien to de h acer algo que agrade a los dioses
del fe rro c arril. Sabe que las m onedas de esa o fren d a van a encom cn
darle a los cu id ad os del dios de la cald era, que arde toda la n o ch r,
como de las náyades del h um o que se van m o vien d o sobre el tren , y
del dem onio de las sacudidas, que es tam bién el setfor de las» can cio ­
nes de cu n a. L o s co n o ce sin duda p o r lo s su eñ o s, com o tam bién

20 P u b licad o en ju n io de 1 9 3 0 en el Frankfurter /jitu n g .


330 IMÁGENES QUE PIENSAN

co n o ce tod a la larga serie de las p ru eb as y p elig ro s m ilic o s que se


en co m ien d an al esp íritu de la época com o viaje en t r e n » , com o la
in a b a rcab le fuga de u m b rales espacio- tem p o rales p o r los que se
m ueve dicha serie, em pezando por el fam oso « d em asiad o tard e» de
q u ien se queda en tierra —que es el m odelo de todo retraso— hasta la
soledad de su vagón, o el m iedo a p erd er algún enlace con algún otro
tren , o el h o r ro r a la estación desconocida p o r la que viene entrando.
A sí, sin darse cu enta, se en cu en tra en red a d o en los azares de una
g ig an to m aq u ia , com o m udo testigo de la lu ch a en tre lo s dioses del
fe rro c a rril y los dioses que habitan la estación.
Similia similibus*. Se salva ah ogan d o u n m ied o a través de otro
m ied o. E n tre las hojas que acaba de cortar de alguna novela policíaca
busca la angustia ociosa, y en cierto sentido virgin al, que pu ed en ayu­
darle a su perar la congoja arcaica de su viaje. P o r este cam ino, puede
llegar a la frivo lid ad y acabar eligiend o en calidad de com pañeros de
via je a Sven Elvest¿;d con su am igo A s b jo r n K r a g , o a F ra n k H eller
ju n to al señ o r C ollins**. Pero esta elegante sociedad n o gusta a todo
el m u n d o . Y tal vez prefiram os, en h o n o r a la pu n tu alid ad , u n com ­
p a ñ e ro algo más exacto, com o p o r e jem p lo L e o Perutz***, con sus
relatos de ritm o sin copado cuyas estaciones se re c o rre n co n el reloj
sujeto ya en la m ano, desplazándose a gran velocidad, com o villorrios
al la d o de la vía; o sin o u n co m p añ e ro que co m p ren d a m ejo r la
in c e rtid u m b re del fu tu ro hacia el que avanzam os arrastad o s, y los
enigm as aún p o r resolver que han quedado atrás: viajarem os entonces
con G astón Lero u x, y con El fantasma de la ópera o con El perfume de la dama
de negro, o nos sen tirem o s tran sp o rtad o s com o u n pasajero de aquel
« tre n fantasm a» que el año pasado re co rrió tantos escenarios alema­
nes""1'**. O pensem os sino en Sh erlock H olm es y su am igo Watson, en

* Sim ilia similibus curantur: « L o sim ila r se cu ra con lo s im ila r » , u n o de los prin cipios
fu n d am en tales de la h o m eo p atía. [N . d el T .]
** Sv en Elvestad ( l 8 8 4 ~ I9 3 4 )> escritor- n o ru e g o , u n o de cuyos seud ón im os era
A s b jo r n K r a g ; Frunk H e lle r es seu d ó n im o de G u n n a r S e r n e r ( 1 8 8 6 - 1 9 4 7 ) , un
esc rito r sueco mucHas de cuyas novelas están rep etid am en te protagon izadas p or el
detective F ilip C o iin . [NT." d el T .]
* * * L e o Perutz ( l 8 8 2 - I 9 5 7 )> e scrito r au stríaco de n ovelas fantásticas. C fr . De noche, bajo
el puente de p ied ra , trad . C ris tin a G arc ía O h lric h , B a rc e lo n a : E l A le p h , 19 9 8 ; El maes­
tro del Ju ic io Final, tr.id. J o r d i Ib áñ ez, B a rc e lo n a : D e stin o , 2 0 0 4 . [N . del T .]
■i-*** G astó n L e ro u x , Lcfa n tóm e de l ’opéra, ig iO ; L ep a rfu m de la dame en noir, 1 9 0 7 . Ese «tren
NOVELAS POLICIACAS EN LOS VIAJES 331

cómo detectarían lo inquietante que hay en un viejo vagón de segunda


cías?, ambos viajeros absortos y en silen cio, u no Iras el biom bo de u n
periódico, el otro tras la co rtin a procedente de unas nubes de h um o.
Pero puede que todas estas figuras tan fantasm agóricas se disuelvan en
medio de la nada, ante el retrato de la autora que figura en los in o lvi­
dables lib ros policíacos de A . K . Green*. A ésta nos es preciso im agi­
narla com o esa anciana señora que está siem pre tocada con su cofia y
conoce bien tanto las com plejas relaciones de parentesco de sus h e ro ­
ínas com o esos a rm a rio s gigan tescos en los q u e, según u n dich o
inglés, cada fam ilia guarda u n esqueleto. Sus h istorias cortas son tan
largas com o el tú nel que cruza el San G o tard o , y sus grandes novelas
tituladas En la casa vecina y Tras puertas cerradas flo re ce n a la luz tu rb ia del
vagón com o violetas n octurnas.
Esto es lo que lee r le depara al viajero. Mas ¿q u é le aporta al le c­
tor el viaje? Y , ¿e n qué otra ocasión el lector se encuentra tan absorto
en el in te rio r de la lectu ra hasta p o d e r sen tir su p ro p ia vid a e n tr e ­
mezclada a la del p ro tago n ista? ¿ N o es su cu erp o ya la lanzadera que
recorre al ritm o de las ru ed as el papel de fo rm a in agotable, en trea­
briendo el lib ro del destino del que es el p rotago n ista? E n diligencia
no leía nadie, y en el coche tam poco nadie lee. L a lectura de viaje nos
aparece tan ligada al tren com o la estancia en las estaciones. G om o es
más que sabido, m uchas de ellas se parecen a las catedrales. Y gracias
a los pequeños altares m óviles, de colores tan vivos, que u n m o n agu i­
llo de la curiosidad, la distracción y la sensación va em pujando a g r i­
tos ju n to al tren sentim os directam ente en nuestra espalda el escalo­
frío de la ten sió n y los ritm o s constantes de las ru ed as, m ien tras el
paisaje que vemos ir pasando a nuestro lado p o r algunas horas nos va
acogiendo tal com o si fuera u n chal trem olante.

fantasm a» tal vez sea alu sió n a la o b ra de teatro titu lada The Ghost Train, o rig in a l de
A rn o ld R id ley, que fu e estren ad a en L o n d re s en el 1 9 2 3 . [N . d el T .]
* A n n a K a th a rin e G re e n ( 1 8 4 6 - 1 9 3 5 ) , escrito ra estad ou n iden se, autora de las n o v ­
elas tituladas B ehin d C losedD o o rs, 18 8 8 , y The A jfa ir N ext D oo r, l 8 g 7 - [N . d el T .]
MAR DEL N0RTE[2I]

« E l tiem po en el que vive hasta qu ien n o tien e u n a m o ra d a » , es un


palacio para aquel viajero que no deja n in gu n a tras de sí. A l o largo de
unas tres sem anas, sus salas llenas del ru id o de las olas se alin earon en
d irección al norte. Gaviotas y ciudades, flores, m uebles y estatuas apa­
reciero n de pro n to en sus paredes, m ientras que a través de sus venta­
nas entraba la luz siem pre, día y noche.
Ciudad. S i este m ar viene a ser la C am pagn a R o m an a, B ergen está
entonces en los m ontes Sab in o s. Y así es, en efecto; dado que el mar
reposa siem pre liso en el p ro fu n d o fio rd o , y las m ontañas tienen las
form as que son prop ias de las m ontañas rom an as. Pero la ciudad sin
duda es n órdica. P o r d o q u ier hay m adera y se escuchan crujidos. Y las
cosas están com o desnudas: la m adera es m adera, el latón es latón, el
la d rillo es la d r illo . L a lim p ie za las devuelve h acia sí m ism as, y las
vuelve idénticas consigo hasta la m ism a m édula. Y con ello se vuelven
orgullosas; n o qu ieren nada afuera. D e igual m anera que los habitan­
tes de recónditos pueblos de m ontaña pu ed en en contrarse em paren­
tados hasta la m u erte y la en ferm ed ad , tam b ién las casas aquí se han
enredado y encabalgado unas sobre otras. Y don d e todavía se podría
ver un poco de cielo, dos alargadas astas de b andera, puestas a ambos
lad os de la calle, están a p u n to de h u n d irse . « D eté n g ase si advierte
que las nubes se a c e rc a n » . D e lo co n tra rio , el cielo está com o atra­
pado en tabernáculos, en góticas casetas de m adera, pintadas de rojo,
en las que siem pre hay u n tirad o r para dar aviso a los b om b eros. Pero
n o está previsto disfru tar del ocio al aire lib re; cuando una casa tiene
delante u n ja rd ín , el espacio es tan denso que nadie puede caer en la
ten tación de estar u n rato en él. Tal vez se deba a esto el que las chicas
de aq u í sepan qu ed arse en p ie en el u m b ra l y apoyarse en la puerta
m u ch ísim o m e jo r que las del su r. L a casa aún tiene lím ites estrictos.
U n a m u je r que qu ería sentarse p o r u n rato ante la pu erta no colocó
su silla en vertical, sin o en p aralelo a la fachada, ju stam en te ante el
u m b ral; p o rq u e ella es h ija de u n a estirpe que hace apenas hoy dos­
cientos años aún dorm ía en arm arios. A rm a rio s ora con puertas gira-
t o r i í i s , ora con unas puertas correderas, con cuatro plazas en un solo

•M ' l eni n |iul>lic;i<l<i e u sep tiem b re de 1 9 3 ° en Frankfurter feitung.


MAR DEL NORTE 333

arcón. S in d u d a n o era b u e n o p ara el a m o r, al m enos para el am o r


co rresp o n d id o . P ero sí para el desgraciado, com o se ve en el caso de
cierto am ante no corresp on d id o en cuya cama vi el lado in te rio r de la
puerta que estaba decorad o co n u n gran retrato de una m u je r. U n a
m ujer lo separaba así del m u n d o : en verdad nadie puede decir más n i
siquiera de su m e jo r noch e.
Flores. M ien tras los árboles se van volviendo tím idos y no se dejan
ver sin una cerca, en las flores podem os observar una dureza im p re ­
vista. Sus colores no son tan intensos com o en un clima ya más m o d e­
rado, sino que son más pálidos. Pero destacan más decididam ente de
cuanto hay a su alred ed or. Las flores más pequeñas —com o los p en sa­
m ientos y resedas— son aquí más silvestres; y las flo res más gran des
—sobre todo es el caso de las rosas— son m ucho más significativas. Las
mujeres las tran sportan con precau ción p o r el grar: desierto que va de
un puerto a o tro . C u an d o las flores se apiñ an en macetas fren te a las
ventanas de las pequeñ as casas de m adera, ya no son u n saludo de la
naturaleza, sin o m u rallas co n tra el e x te rio r. C u an d o el S o l se abre
paso, toda com od id ad tiene su fin . E n n oru ego no puede decirse que
el Sol sea b u en o. H ace u n uso despótico de los breves instantes en que
las nubes lo d ejan m a n d a r. P o r diez m eses al año todo aq u í está
oscuro. Pero, cuando el S o l llega, se im p on e a las cosas, las arrebata a
la larga noche y convoca de pro n to en los jard in es -azul, ro jo , am ari­
llo—los distintos colores, la guardia deslum brante de las flores, sobre
las cuales jam ás cae la som bra n i de u n árbol tan sólo.
Muebles. Para lo grar saber alguna cosa sobre los antiguos habitantes
a p a rtir del aspecto de sus b arcos p o r lo m enos h ab ría que saber
rem ar. Se ven en O slo dos barcos vik in gos; pero aquel que no rem e
hará m e jo r en o b servar las sillas que se con servan en el M useo de
Etnología, no m uy lejos de u n o de esos barcos. Te perm iten sentarte,
y algunos com p ren d erán gracias a ellas en qué consiste hacerlo. Es un
error enorm e el pensar que las sillas con respaldo y con brazos se c.rr
aran p ara o b te n e r co m o d id ad . Estas sillas son com o una cerca cu
torno al sitio que ocupa el que.se sienta. Y entre estas viejas sillas dr
m adera h ab ía u n a cuyo asien to am p lísim o estaba ro d ead o de um»
verja, com o si ah í el trasero fu e ra u n a g ra n masa rebosante a la qur
hay que m an ten er a raya. Q u ie n se sentaba ahí lo hacía p o r mucliun
Esos asien tos de las antiguas sillas están m ás cerca del suelo <|u<- Inw
nuestros. A esta m en o r distancia le dan m ucha im portancia, m irnl i un
I m A ü I NI S QUE PIENSAN

111m ni mifinid iif-in|><> el asiento todavía representa a la m adre tierra. A


lotliiD .n nn ti 111 un n<- les ñola que determ inaban, en m uy buena medida la
m. i it mi. rI co n o cim ie n to y el prestigio de q u ien es se sentaban sobre
« lina. I J ii ejem plo tic rsto es una silla m uy pequeña y baja cuyo asiento
mli nirtN r,i mi la ii i‘l t*.s;i y cuyo resp ald o es u n a artesa, d o n d e todo
i 1111 •111 o Inicia delante. Es com o si el destin o im p u lsara al espacio en
mi» iiln ,i la persona que se sentaba aq u í. O tro b u e n ejem p lo es el
iillmi (pie escondo un arcón bajo el asiento. N o es u n m ueble bonito,
,‘m u i s o l a m e n t e llam ativo; tal vez p e rten e cie ra a algú n p o b re ; quien
nlii se sentaba ya sabía lo que entendió Pascal m ucho después: «N adie
i n i i r r e t a n p ob re p ara n o d e ja r algo tras de s í » . V em o s u n tro n o y,
11 as el cm v o asiento, que carece de brazos, sube la cóncava bóveda del
r e s p a l d o igual que el ábside de u n a cated ral ro m á n ica desde cuya
¡ t i l m a n o s m ira el E n tro n iz a d o en m ajestad. P ues en este país, que
acopio muy tarde, más que n in g ú n o tro , las « a rte s p lásticas» —es
d e c i r , la escultura y la p in tu ra —, el espíritu constructivo, arquitectó­
n i c o , d eterm ina todo el m o b iliario —el arm a rio , las mesas y la cama,
li nsl a llegar ai más bajo taburete—. T odos los m uebles son inaccesibles;
p o r * p i e en ellos habitan todavía, en su co n d ició n degeniusloci, los p ro ­
p i e t a r i o s de hace varios siglos.
/,u<, Las calles de Svolvaer se encu en tran desiertas. Y , tras las ven-
tunas, lian bajado las persianas de papel. ¿D u erm e ahí la gen te? Ya es
nlfMi después de m ed ian o ch e; p ero de u na vivien da salen voces, y de
oí i a ruidos de una cena. C ad a so n id o que llega hasta la calle trans-
lo in ía así osla n och e en u n día que no fig u ra en el c a len d ario . Has
p< neirado al alm acén del tiem po y ves pilas de días sin usar que hace
m ilenios la T ie rra fue colocando aquí, sobre este h ielo . Pues el hom -
Imc consum e escasamente en veinticuatro horas cada u n o de sus días,
pri o esl a tierra el s^iyo en m ed io a ñ o . Y p o r eso las cosas aparecen
miin tus. Ni el tiem po n i las m anos h an rozado siq u iera los arbustos
• n <1 j.n din sin viento, n i tam poco los barcos en el agua sin olas. Dos
. i i pn,-a ulos coincidí n sobre ellos, y se van re p artien d o su propiedad
. lo limen con !a de las n u bes; hasta que te envían a tu casa con
I,i,i m a 11 o/i vai la:,.
'•'ii in/i). I s de n o ch e; m i corazón pesa co m o el p lo m o y se
.......... n i....... i|'ii,,i iail i , yo estoy en cubierta, y en ella observo durante
....... ho 11• nipo el p-, j.ii (pu> se traen las gaviotas. S iem p re hay una
C" ■<11 .......... I iiias! d i ias alio, com partiendo los m ovim ien tos pendu­
MAR DEL NORTE 335

lares que ese m ástil describe sobre el cielo. Pero nunca es, p o r mucho
tiempo, la m ism a gaviota. Llega otra, y tan sólo con dos aletazos ya ha
expulsado, o tal vez con ven cid o, a la a n terio r. Hasta que el m ástil de
pronto está vacío. P ero las gaviotas no h an dejado de seguir al barco.
Siguen describiendo incesantes sus círcu los, p ero es otra cosa lo que
introduce u n o rd en en ellos. H ace ya m ucho que se ha puesto el Sol,
al Este reina ya la o scu rid ad . E l barco viaja hacia el su r, y en el oeste
aún queda algo de luz. M as lo que entonces sucedió a los pájaros (¿o
quizás a m í?) fue consecuencia del sitio dom in an te y so litario , puesto
justo en m edio de la cu b ierta de p o p a, que yo h ab ía elegid o p o r
m elancolía. V i ¿ e re p en te dos ban dadas de gaviotas, puestas una al
Este y la otra al oeste, u na a la izquierda y otra a la derecha, p ero tan
diferentes que no era posible el llam ar «gavio tas» a las dos. Los pája­
ros de la izq u ierd a con servab an sobre el fo n d o del cielo fen ec id o
alguna cosa de su cla rid ad , ap arecían y d esap arecían a cada g iro , se
entendían o se evitaban, y p arecían no d e ja r n u n ca de tejer ante m í
con sus alas una serie in in te rru m p id a e in fin ita de signos, una m alla
efímera y m udable, mas sin duda legible. N o debía sino m irar al otro
lado para re e n c o n tra r los otro s p á jaro s. P ero en tre ellos n ada me
esperaba, ahí nada me hablaba. G u and o iba sigu ien do a los del Este,
que volando hacia u n últim o destello daban aún algunos negros giros
y, en un últim o vuelco, se disolvían en la lontananza y de repente rea­
parecían, yo no p o d ía d e scrib ir su cu rso. M e en co n trab a en verdad
tan fascinado que m e veía vo lvien d o desde le jo s, n eg ro después de
tanto sufrim iento, com o u n tro p el de alas silenciosas. A m i izquierda
todo se en co n trab a aú n p o r d e scifra r, y m i d estin o p e n d ía de cada
señal que las aves em itían; a la derecha todo estaba descifrado, y había
une sola señal silen cio sa. Este ju e g o d u ró p o r m u ch o tiem p o en su
contrapunto in agotab le, hasta aquel m o m en to en que yo m ism o ya
era sólo el u m b ral sobre el que esos m en sajero s in n o m b rab les cam ­
biaban sin cesar del negro al blanco p o r encim a del aire.
Estatuas. U na sala con paredes verde m oho. Las cuatro están cubier­
tas con estatuas. Entre ellas hay vigas adornadas que aún dejan ver en su
superficie ligeras huellas de palabras de oro com o « Ja s ó n » , « B ru s e ­
las» y « M alvin a » . A m a n o izquierda, al entrar, hay u n hom brecillo de
madera, que parece una especie de b ach iller con levita y un trico rn io
en h cabeza. E l brazo izquierdo lo muestra levantado, com o en actitud
de rcplicar algo, pero se in terru m pe bajo el codo; y la m ano derexha y
IMÁGENES QUE PIENSAN

<■1 pie izqu ierd o tam bién le Kan d esap arecid o . U n clavo atraviesa al
h om brecillo, que m ira fijam en te hacia lo alto. U nas cajas compactas,
sencillas y triviales, van alineadas sobre las pared es. E n algunas se lee
Livbaelter*, p e ro n ada en la m ayoría. Es p o sib le m e d ir el espacio con
ellas. U nas dos o tres cajas más allá se eleva m uy derecha una m ujer con
u n vestido b lanco m uy lu joso que deja m edio fuera el opulento seno.
E l cuello es m uy grueso y de m adera. Los labios aparecen agrietados, y
hay dos agu jeros b ajo el cin tu ró n . U n o p o r el p u b is y más abajo el
otro , sobre ese holgado y abultado vestido bajo el que no se imaginan
unas p ie rn as. T od as las figu ras tien en fo rm as vagas, en gen eral muy
poco articuladas. N o parecen llevarse m uy b ien con el suelo, su apoyo
sin duda está en la espalda. Puesto en m ed io de todos estos bustos y
estas estatuas descoloridas y agrietadas vem os a u n h om bre colorido e
ín tegro ; su m anto, de am arillo m uy intenso, tiene u n fo rro verde, su
vestido intensam ente rojo tiene u n ribete azul, su espada es verde y gris
y su cuerno am arillo; en la cabeza lleva u n g o rro frig io , m anteniendo
la m ano sobre los ojos en actitud de atisbar: se trata de H eim dalT*. Y
de nuevo una figura de m u jer, más m ajestuosa todavía de lo que lo era
la a n terio r. U n a peluca hace que sus rizos se derram en sobre u n cor-
p iñ o azul. E n lugar de los brazos, nos presenta volutas. Pensemos en el
h om bre que lo gró re u n ir estas estatuas, que las reu n ió en to rn o a sí,
que las buscó atravesando países y m ares sab ien do que ellas sólo
p o d rían en con trar la paz con él, y que él sólo p o d ría en con trarla con
ellas. Porque él no era u n aficionado a las artes plásticas, sino que era
u n via jero que buscaba felicid a d en la leja n ía , cuan do aún podía
en co n trarla en su país, y que más adelante creó u n h ogar con todas
estas estatuas torturadas p o r la lejanía y p o r el viaje. ¿Q u ién es son estas
niób ides del m ar tan desam paradas y ofen did as, que nos m uestran el
rostro co rro íd o p o r la acción de las lágrim as saladas, con las miradas
dirigidas hacia arrib a desde quebradas cavidades de m adera, y con los
brazos —las que aún los tienen—replegados, cruzados sobre el pecho en
u n gesto fin al de im p lo ració n ? ¿ O quizá serán m énades? Porque han
hecho fren te d ecid id as a unas crestas más blancas que las crestas de

* Hulleros salvavidas» .[N . del T .]


** I I ■111 <1.111 e.s un dios de la m ito lo gía escandinava que p rotege el p u en te que está
u n ien d o el m u nd o de los h o m b res con el m u n d o p ro p io los d ioses. [N . del T .]
VOY A DESEMBALAR MI B IB LIO TECA

Tracia y h an sido todas ellas golpeadas p o r garras más salvajes que 1;in
bestias de A rtem is. Todas ellas han sido m ascarones, los mascarones de
proa reunidos en el M useo de la N avegación de O slo. Ju sto en el ren
tro de la sala hay u n tim ó n puesto en u n estrado. ¿ E s que tam poco
aquí encuentran paz estos grandes viajeros? ¿T ie n e n que volver al ole
aje, eterno com o el fuego del in fie rn o ?

VOY A DESEMBALAR MI BIBLIOTECA


[ 2 o]
Un discu rso sobre e l coleccionism o

Voy a desem balar m i b ib lioteca. S í, aún no está en las estanterías; el


suave y m anso ab u rrim ien to que proced e del o rd en aún no las rocíen.
No puedo cam inar delante de ellas para pasarles revista, en la presen
cia de oyentes am igos. D e verdad, no tem an que lo haga. T en go que
pedirles que se trasladen conm igo hasta el desorden de las cajas abier
tas, al aire llen o de polvo de m adera, al suelo ya cubierto enteram ente
de papeles rotos, a las pilas de lib ro s que ahora vuelven a salir a la luz.
tras dos añ os de total o scu rid ad , p ara c o m p a rtir en cierta fo rm a el
estado de án im o n o elegiaco, sin o tenso y n erv io so , que to d o esto
provoca en q u ien es u n auténtico coleccion ista. Pues en efecto es un
coleccionista el que les está ahora h ab lan d o a ustedes, y enteram ente
sobre sí. ¿ N o sería en verdad presuntuoso el re c u rrir aquí a una apa
rente o b jetivid a d p ara ir en u m e ra n d o las seccion es que co m p o n en
una b ib lioteca o la h istoria de su fo rm a ció n , o in cluso explicarle,s nu
utilidad para el escrito r? E n todo caso, yo busco con mis palabras al|.;c>
más p a lp ab le; m i in te n c ió n es darles u n a id ea de la re la ció n de un
coleccionista con sus posesiones y sobre el arte de co leccio n ar, peni
no so b re u n a co le c ció n . Y es del tod o a rb itra rio que haga esto
siguiendo el h ilo de \ina reflexió n sobre los m uchos m odos y ninnrnta
de a d q u irir los lib ro s. Pues esta idea, com o cu alquier otra, solam rnln
es u n dique contra la riada de recu erd os que va in u n d an d o al m ler
cionista cuando pien sa en su cp lección . T o d a p asió n con fin a n m I
caos; y la pasión de coleccion ar, con el caos don de yacen los irn n 'i
dos. Pero quiero decir aún algo más: el azar y el c.estino, que r ol e n r u n

22 P u b licad o en ju lio del añ o 1 9 3 1 d en tro de la revista Die liUrarisrhi’ Wrll.


I M A ü I NI '» (JIM l ' l l N ' . A N

a mi m irada lo pasado, lam inen e s t á n a la vista de m anera sensible en


el d e so rd e n p ro p io de estos libro». Pues, ¿q u é es ese te n e r sin o un
d e so rd e n en el cual la costu m bre se en cu en tra sin du d a tan a gusto
que «parece cual ní l'urni un o r d e n ? Ya h ab rá n o íd o h ab lar de esas
personas que en ferm aron .seria y gravem ente p o r la desgracia de p e r­
d er sus lib ro s, r o m o <le o tro s que p ara co n se g u irlo s h an com etido
crím en es. I'.n tales ám bitos, sin duda todo o rd en es com o estar co l­
gado ante u n abism o. « L a ú n ica cien cia exacta que h oy e x iste » , ha
(lid io A n alo le F ra iu e , «es la del año de p u b lica ció n , com o del fo r ­
mato de los lib r o s » . Pues de hecho lo irregu lar de una biblioteca se ve
regularm ente acom pañada p o r el rig o r perfecto del catálogo.
Así la vida del coleccionista evoluciona en ten sió n dialéctica entre
los p olos del ord en y el desorden.
T am bién , naturalm ente, está ligada a otras m uchas cosas. A sí, en
p rim e r térm in o, a una enigm ática relación con la pro p ied ad , sobre la
cual después direm os algo. Pero tam bién a cierta relación que estable­
cen algunos con las cosas que no se centra en el valor de su fu n ció n ni
en su n orm al utilidad, sino que las estudia y las aprecia com o escena­
rio donde se ju ega sa destino. L o que fascina al coleccionista es meter
cada cosa en u n círcu lo m ágico en el que se co n g ela, m ien tras el
últim o escalofrío ( t i de ser adquirida) la reco rre. T od o lo recordado,
pensado y sabido se convierte así en zócalo, pedestal, m arco y precinto
de su p ro p ied ad . La época, el paisaje, el o ficio y hasta el p ropietario
de d o n d e proced e cada cosa son p ara el verd ad ero co leccion ista, en
r a d a una de sus adquisiciones, igual que una enciclopedia mágica cuya
esencia es el destino de su o bjeto. E n este angosto cam po sin duda se
pod rá con jetu rar cóm o los que son grandes fison o m istas (los colec­
cionistas son fisonom istas del extenso m u ndo de las cosas) se convier­
t e n en adivinos del d estin o. N o hay más que observar cóm o m aneja
u n eoleccionista los ob jetos que gu arda en su v itrin a. E n cuanto los
i l e n e e n t r e sus m anos, ya parece in sp irad o para m ira r p o r ellos, a lo
l e j o s . Pero esto ya es todo cuanto puedo decir sobre el aspecto mágico
del eoleccionista y su im agen de an ciano. Habentsuafata libelli: esto p ro ­
b a b l e m e n t e fue pensado com o frase general sobre los libros. D ado que
lo:i l i b r o s , com o son la Divina comedia, la Etica de S p in o za o tam bién El
miren e/e las cs/H’.cies, t:\cnerisus destinos respectivos. P ero el coleccionista
i ■ interpreta de distinta m an era la sen ten cia latin a. P ara él, quienes
i i e n e n s u s d e s t i n o s no son los lib ro s, sino los ejemplares, y el destino
VOY A DESEMBALAR MI lililí 1(111 l A TIM

más im p ortan te de u n ejem p la r es el en cu en tro que ni* dn n m el, m


decir, con su co le c ció n . N o estoy d icie n d o nada e x a g e r a d o : p u r a r l
verdadero coleccionista, el acto de a d q u irir u n lib ro antiguo e q u i v a l e
a hacerlo renacer. Y ahí está lo in fantil que en el coleccionista se m ez­
cla íntim am en te con lo a n cia n o . L o s n iñ o s siem p re disp on en de la
renovación de la existencia com o de u na práctica centuplicada, nunca
entregada a la p a rá lisis. Y de ah í el que p a ra lo s n iñ o s el c o le c cio ­
nismo es solam ente un proceso de ren ov ació n ; otros son , p o r ejem ­
plo, el p in ta r los o b jeto s, re c o rta r o calcar, in clu y en d o ah í toda la
escala de los m odos in fan tiles de apro piarse de algo, desde el agarrar
hasta el n o m b ra r. Y en efecto, ren ovar el m u n d o antiguo constituye
el im p ulso más p ro fu n d o en el deseo del co leccio n ista de a d q u irir
cosas nuevas, p o r cuya razón el co leccion ista de lib ro s an tigu os está
más cerca de la fu en te del co leccio n ism o que q u ie n se in teresa p o r
reim presiones b ib lió fila s. Pero ahora d iré unas palabras sobre cóm o
los lib ro s cruzan el u m b ral de u n a co lección , cóm o llegan a co n ver­
tirse en p ro p ie d a d de u n co leccio n ista y cuál es la h isto ria de su
adquisición.
D e todas las m an eras de a d q u irir lib ro s, la más en co m ia b le sin
duda consiste en el esc rib irlo s u n o m ism o . Q u izá ustedes p en sarán
con alegría en la g ra n b ib lio te ca qu e, en la n ovela de J e a n P au l, la
buena Wuz, una p o b re m aestra de escuela escrib ien d o reú n e poco a
poco todas aquellas obras cuyos títulos le p a recían de in terés en los
catálogos de las editoriales (no podía com prarlas)*. Lo s escritores son
de hecho unas person as que escrib en lib ro s n o p o rq u e sean pob res,
sino p o r no co nform arse con los lib ro s que p o d rían co m p rar y no les
gustan. Señoras y señores, ustedes pen sarán posiblem ente que esto es
una d efin ició n extravagante de aquello que es u n escrito r; pero todo
aquello que se dice desde el pu nto de vista de u n coleccionista verda­
dero debe resultar extravagante. D e las form as habituales de adqu irir,
la más a fín al coleccion ista sería el préstam o sin d evo lu ció n . E l que
toma prestados lib ro s gran d es, ése es u n au tén tico co leccion ista de
libros, p ero no sim plem en te p o r el fervo r con que guarda su oculto
tesoro, saltándose con ello ciegam ente las advertencias p ropias de la

* Jean Paul (seudónim o de Jo h a n n Paul F ried rich R ichter), Leben des vergniigicn Schuhneister-
icinsM aría Wuz in Auenthal. E in e A rt Idylle, 1 7 9 3 - [N . del T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

vida ju ríd ic a cotid ian a, sin o , sobre to d o , p o r n o lee r sus lib ro s. De


acuerdo a m i experiencia, el que alguien me pase de m odo claramente
fo rtu ito u n lib ro prestado es bastante más habitual que el que lo haya
leíd o. Q uizás ustedes se p regu ntarán si el n o leer lib ro s es peculiar de
los coleccionistas. G om o si eso fuera novedad. N o , los expertos pue­
den co n firm a rles que eso es lo más a n tigu o , y citaré sim plem ente la
respuesta que A n ato le France solía dar a los estúpido:: que admiraban
su b iblioteca y después acababan p regu n tán d o le: « S e ñ o r France, ¿ha
le íd o usted todos sus l ib r o s ? » . « N o , n i siq u iera la décim a parte.
¿A caso com e usted todos los días en su vajilla de S é v re s?» .
Por lo demás, yo m ism o soy sin duda una prueba en contrario de que
esto está b ien ju stifica d o . D uran te m uchos años (más o m enos el p ri­
m er tercio de su existencia), m i b ib lio teca estuvo fo rm ad a p o r dos o
tres filas que apenas crecían cada año un os pocos centím etros. Fue la
época m arcial de m i biblioteca, en la que no podía en trar en ella aún
n i u n solo lib ro al que no le p id iera el santo y seña, es decir, ningún
lib ro que no h ubiera leíd o. Tal vez pueda deberse a la in flació n el que
yo tenga algo qu e, p o r sus d im en sio n es, se p u ed e e n te n d e r como
biblioteca, pues cam bió la im p ortan cia de las cosas y los libros se vol­
vie ro n m uy valiosos, o p o r lo m enos difíciles de conseguir. O así nos
parecía en Suiza. D esde a llí h ice en el ú ltim o m in u to m is prim eros
p ed id o s im p ortan tes de lib ro s, a d q u irie n d o cosas tan insustituibles
com o El jinete azul o La leyenda de Tanaquil de B a c h o fe n [23], que p o r aquel
entonces todavía se p o d ían co n segu ir en la ed ito ria l. D irá n ustedes
que, tras dar tantos rod eos, deberíam os acu d ir directam ente a la calle
m ayor p ara a d q u irir los lib ro s, a la co m p ra . Esa es p o r cierto una
calle anch a, p e ro no es m uy có m od a . Pu es la co m p ra que hace el
coleccionista de lib ro s tiene m uy escaso parecid o con la com pra que
hace u n estu d ian te en la lib re ría p ara co n se g u ir u n m an u al, o un
h om bre de m undo para regalar algo a su dam a, o tam bién u n viajante
para que el tiem po de su viaje en tren le resu lte m ás co rto . A sí, mis
com pras más interesantes las he id o h acien d o du ran te m is viajes, es
d ecir, com o transeú nte. P oseer y ten e r están su b o rd in ad o s a la tác­
tica, y los coleccionistas son sin duda gente que posee instinto táctico;

•J.'i, W. K iiiulin sky y Franz M arc (eds.)> D er blaue Reiter, M ú n ich , 1 9 1 2 ; Jo h a n n Jakob
Kím'IioIcii, Ihc Sagr mui ’lannquil, H eid elb erg , 1 8 7 0 .
VOY A DESEMBALAR MI B IBLIOTECA 34'

de acuerdo a su exp erien cia, cuando están con quistan do una cíu <I;k I
la tienda de antigüedades más pequeña pu ed e ser un fo rtín , la pape
lería más rem ota una p o sició n im p rescin d ib le. ¡C uántas ciudades lu­
ido con ocien d o gracias a m is m archas expedicion arias a la conquista
de libros!
Por supuesto, que tan sólo una parte de las más im portantes de las
com pras se p ro d u c e en visitas a las tien d as. L o s catálogos ju g a rá n
papel m ayor. Y aunque el com p rad or conozca b ien ese lib ro que pide
de acuerdo al catálogo, el ejem p la r va a ser u n a sorpresa y el ped id o
siempre se parecerá a u n ju eg o de azar. Ju n t o a decepciones dolorosas
también se p ro d u cen felices hallazgos. A sí, en cierta ocasión, pedí un
lib ro con ilu stra c io n e s de colores p ara m i v ieja co lecció n de lib ro s
in fan tiles só lo p o r saber que co n ten ía cu en to s de A lb e rt Lu d w ig
G rim m y que se h ab ía p u b lica d o en G rim m a , que se en cu en tra en
T u rin g ia. P o rq u e tam b ién en G rim m a se p u b licó u n gran lib ro de
fábulas co m p ilad o p o r A lb e rt Lu d w ig G rim m ^ 4'. Y m i ejem p la r de
aquel lib ro de fábulas, con sus dieciseis ilustraciones, era el ú n ico tes­
tim onio conservado de los p rim ero s tiem pos del gran ilu strad or a le­
mán Lyser, que, a m ediados del pasado siglo, vivió en H am b u rgo 1'*5'.
M i re acció n ante la sem ejan za, so lam en te fo n é tic a , en tre aq uellos
nom bres resultó m uy precisa. D e este m od o volví a d escu brir los tra­
bajos de L y se r, y en co n creto u n a o b ra, el Linas Mahrchenbuch^6\ que
todas sus b ib lio grafías desconocen y que m erece más am plia re fe re n ­
cia que ésta, la p rim era que hago.
La ad q u isición de lib ro s no es tan sólo u n a cuestión de d in ero o
de con o cim ien to. A m b os ju n to s n o bastan para fu n d ar una auténtica
biblioteca, que siem pre tiene algo de in c o n fu n d ib le y de im penetra
ble. Q u ien co m pra p o r catálogo tiene que añ ad ir a esas dos cosas un
agudo o lfa to . Fechas, to p o n ím ic o s, fo rm a to s, en cu ad ern acio n cu,
p rop ietarios a n te rio re s ..., todas estas cosas tien en que p o d e r d eclrlr
algo, p e ro no de m od o separado, sino que h an de estar en arm ón fu,

24 A lb e rt Ludwig- G r im m , F a b el-B ib lio th ek fu r Kinder, o d erd ie auserlesensren Fabcln nllrr 11111/111*1(1*1


Z fit, 3 v o ls., F rá n c fo rt y G rim m a , 1 8 2 7 - Este esc rito r, que vivió entre los ann.*i i ‘/MI i
y 1 8 7 2 , n o era p arien te de los h e rm an o s G rim m .
25 Jo h a n n P eter L yser ( 1 8 0 4 - 1 8 7 0 ) fu e e scrito r y m ú sico, d ibujan te y |>inl<n .
26 A lb e rt L u d w ig G rim m , Linas Máhrchenbuch, eine Weihnachtsgabr, G rim m a, 1 ít 1 («
342 IMÁGENES QUE PIENSAN

p o r cuya co n co rd an cia y p ro fu n d id ad el co m p rad o r ha de saber si el


lib ro es o n o p ara él. U n a subasta exige del c o lec cio n ista aptitudes
com pletam en te d iferen tes. A l lector de catálogos tan sólo le habla el
lib r o , y el p ro p ie ta r io a n te rio r si se lo in d ic a n . P o r el c o n tra rio ,
aquel que se qu iera im plicar en las subastas tiene que d irig ir p o r igual
su a ten ció n tanto a’ lib ro com o a sus com p etid o res, y ha de ten er la
cabeza fría para no encarnizarse en la lucha con ellos —tal com o suele
su ced er tod os los días— y ten e r que p agar u n p re c io alto al haber
p u jad o p o r orgu llo más que p o r interés en ese lib ro . A cam bio, uno
de los más bellos recuerdos del coleccionista es el instante en que acu­
d ió en so co rro de algún lib ro en el que antes n u n ca había pensado y
que n u n ca había deseado, p ero que, al e n c o n tra rlo aban d o n ad o en
u n m ercado público, lo com pró para darle la libertad, al igual que en
los cuentos de Las m i!j una noches hacía el p rín cip e con una bella esclava.
Pues para aquel que colecciona lib ro s, la verdadera lib ertad de todos
ellos está en un sitio de su estantería.
E n recu erd o de m i e x p e rien c ia más em o cio n a n te y sugestiva en
u na subasta, La pean de chagrín de Balzac aún hoy sobresale en m i b ib lio ­
teca de largas filas ¿e volú m en es fran ceses. Fue en 19 15 » cuan do se
p ro d u jo la subasta le la colección R ü m a n n , en la casa de subastas de
E m il H irsch , un o de los m ejores con oced o res de lib ro s y de los más
d istin gu id o s com erciantes. D ich a e d ició n se p u b licó en P arís, en la
Place de la B ou rse, en el 1 8 3 8 . G u and o tom o el ejem p la r en tre mis
m anos, no sólo veo el n ú m ero de la colección de R ü m an n , sino hasta
la etiqueta del lib re ro d o n d e , hace más de n o ven ta añ os lo debió
a d q u irir el p rim er com prad or p o r u n precio que era nada m enos que
och en ta veces in íc r io r al actu al: Papeterie I. Flanneau era su n om bre.
B u e n o s tiem pos aquéllos en los que in c lu so las p a p elerías vendían
estas jo yas —p o rq u e los grabados de este lib ro fu e ro n diseñ ad os por
q u ie n era entonces el m e jo r d ib u jan te fran cés, y ejecu tados p o r los
m e jo res grab ad ores—. Pero lo que yo q u e ría co n ta rles es el cómo
a d q u irí este lib ro . Y o había exam in ad o la co lec ció n en el local de
negocio de E m il H irsch, y, tras haber estudiado un os cuarenta o cin­
cu en ta vo lú m en es, sin duda deseaba a rd ie n tem e n te q u ed arm e con
éste. L le g ó p o r fin el día de la subasta, p e ro quiso la casualidad que
antes de que se fuera a subastar aquel e je m p la r de La peau de chagrín
saliera igu alm en te a la subasta la serie com pleta de sus ilustraciones
separadam en te publicada com o ed ició n especial en p ap el de China.
VOY A DESEMBALAR MI BIBLIOTECA

Los pujadores estábamos sentados en una larga mesa, y enfrente de mi


estaba el hom bre al que se d irig ie ro n las m iradas en el lote siguiente:
el b aró n S im o iin , que era u n m uy célebre coleccion ista de M ú n ich .
S im o lin quería co m p rar esa serie, p e ro en c o n tró com petid ores y se
p ro d u jo u n a lu ch a cuyo resu ltad o fu e el p re c io más alto de toda la
subasta: m ás de tres m il m arco s. N a d ie p arecía h ab er esperado una
cantidad tan elevada; la agitació n re c o rrió a los p resen tes. E m il
H irsch pasó en ton ces sin más al sigu ien te lo te , b ie n p o r a h o rra rse
tiem po o p o r otra razón, sin que los presentes le prestaran aten ción
especial. D ijo el p re cio , y entonces yo lo su p eré u n p o co , m uy n e r ­
vioso sab ien d o que ja m á s p o d ría co m p e tir co n aq u ello s gran d es
coleccionistas. Pero el director de la subasta no obligó a los presentes
a prestarle aten ción ; preguntó si alguien daba más, dio tres golpes de
mazo (que a m í me p areciero n separados unos de otros p o r una eter­
nidad) y adjudicó al pun to el lote. Para m í, que era u n estudiante, la
cantidad sin d u d i era m uy alta. L o que sucedió a la m añana siguiente
en la casa de em peños no pertenece ya a nuestra h istoria, de m anera
que p re fie ro h ab lar de u n a co n tec im ie n to qu e co n sid e ro com o el
negativo de una subasta. Suced ió en B e rlín , u n año antes. Iba a salir
a subasta u n a serie de lib ro s m uy distintos p o r calidad y tem ática, de
entre los cuales sólo p arecían ser in teresantes algunas obras raras de
ocultism o y filo so fía de la naturaleza. P u jé p o r vario s de ellos, pero
en seguida me di cuenta de que en las filas delanteras había u n señ or
que p arecía esp e ra r a cada vez m i lic ita c ió n p a ra m e jo ra rla s e r ia ­
mente. Tras repetirse la experiencia varias veces, p e rd í toda esperanza
de conseguir el lib ro que ese día más me interesaba. Se trataba de los
Fragmentos postumos de unjoven físico que Jo h a n n W ilhelm R itter publicó en
dos volú m en es en H e id e lb e rg en l 8 l O . E s o b ra que n u n ca se ha
vuelto a im p rim ir, p e ro su p ró lo g o —en el qu e el e d ito r cuen ta su
propia vid a b ajo la fo rm a de la n e c ro lo g ía de u n am igo an ó n im o
supuestam ente m u erto , que n o es otro que él— siem p re ha sido sin
duda para m í la prosa p erson al más im p ortan te de todas las surgidas
en la época del R o m a n ticism o en A le m a n ia . P ero en el instante en
que este lote salía a subasta m e asaltó u n a ilu m in a c ió n : si entraba a
pujar p o r ese lib ro , sin duda alguna se lo llevaba el o tro, ante lo cual
decidí n o decir nada y me obligué a m an ten er silen cio. L o que había
esperado se p ro d u jo : nadie m anifestó interés alguno, nadie pujó y el
libro fu e d evu elto. D ejé pues que pasaran u n o s días. U n a sem ana
344 IMÁGENES QUE PIENSAN

despu és, cu an d o volví, m e en co n tré el lib ro en la lib re ría , y así, la


falta de interés p o r él, com o había quedado en evidencia, me perm i­
tió com prarlo más barato.
¡Q u é de cosas agolpa la m em oria desde el m ism o m om ento en el
que acudes a la m ontaña de cajas para extraer los lib ro s poco a poco!
Nada p o d ría aclarar m ejo r la fascinación de este proceso de desemba­
laje pau latin o que lo d ifíc il que se hace de p a rar. H ab ía empezado a
m e d io d ía , y a la m ed ian o ch e aún m e faltab an las ú ltim as cajas. Al
fin a l cayeron en mis m anos dos gruesos volú m en es en rústica ya muy
d e sco lo rid o s, p e ro que n o d e b e ría n estar d en tro de una caja de
lib ro s: dos álbum es de crom os que m i m adre pegó de n iñ a y que yo
h eredé. S o n las sem illas de una colección p o sterio r de libros infanti­
les que hoy sigue creciendo sin parar, aunque ya n o crezca en m ija r-
d in . Y es que toda biblioteca viva alberga varios productos proceden­
tes de terrenos lim ítro fes. N o hace falta que sean álbum es de cromos
n i tam poco form ados p o r recuerdos, n i autógrafos n i encuadernacio­
nes misceláneas o de textos de tono ed ifican te: tam bién pueden con­
sistir en octavillas, o b ie n fo lleto s, facsím iles m an u scrito s o meras
copias m ecanografiadas de libros p o r com pleto inencontrables, como
p o r su parte las revistas p u ed en fo rm a r lo s b o rd es exterio res de los
que consta una biblioteca. Mas, volviendo a esos álbum es, la herencia
es la m e jo r m an era de co n fo rm a r u n a co lecció n . Pues la actitud del
co leccio n ista en lo que hace a sus p ro p ie d a d e s p io c e d e del senti­
m ie n to de d eb er del p ro p ie ta rio p o r su p ro p ie d a d . P o r lo tanto se
trata del sentido suprem o que posee la auténtica actitud del heredero;
p o rq u e el aspecto más nob le y elevado que co rresp o n d e a una colec­
ción siem pre será el p oderse tran sm itir. Tal d esarro llo del coleccio­
n ism o y de su m u n do de represen tacion es fo rtalecerá en muchos de
ustedes la d eterm in ad a co n vicció n de que dicha p a sió n no resulta
apropiada a nuestra época, fortalecien d o con ello más si cabe su des­
co n fian za hacia el co leccion ista. Y au n q u e n o p reten d o quebrantar
esas co n vicción y d e sco n fian za, tengo que a n o ta r aq u í una cosa: la
colección pierde su sentido en cuanto que pierd e su sujeto. Y aunque
las colecciones que son públicas sean tam bién más beneficiosas desde
el pu n to de vista de su uso social, así com o más útiles, si empleamos
un punto de vista científico, que las particulares y privadas, a los obje­
tos sólo se les hace ju sticia cuando están en el seno de estas últimas.
Por lo demás, bien sé que ya está anochecien do sobre el tipo humano
VOY A DESEMBALAR MI BIBLIO TECA

del coleccionista, al que en este m om en to, y u n poco exoffu-io, ¡unIiI h <>


ante ustedes. M as, com o dice H egel: con la oscuridad alza su v ue l o * I
búho de M in erva a volar*. Y solam ente al desaparecer se com prende
al coleccionista.
Pero ya pasó la m e d ia n o ch e cu an do yo m e en cu en tro an le L
últim a caja sem ivacía. T en go o tro s p e n sa m ie n to s que los «pie lie
com entado. M as n o son p e n sa m ie n to s, sin o que son irnágeneN y
recuerdo.s. R e cu e rd o s de ciud ad es en las q u e he en co n trad o tañían
cosas: Riga, N ápoles, M ú n ich , D an z ig y M oscú, y F lo ren cia, y ParÍN, y
Basilea; re cu erd o s de las salas d eslu m b ran tes de R o sen th al rn
Múnich**, del Stocktu rm de D anzig, d o n d e vivió H ans R h au e, o <lrl
m ohoso sótano b ie n re p leto de lib ro s de S ü ssen gu t, en el n o rte «Ir
Berlín; los recuerdos de todos esos cuartos don de estos libros estaban,
mi h ab ita ció n de estu d ian te estando en M ú n ic h , m i h ab itació n rn
Berna, la soledad de Iseltwald, ju n to al lago de B rien z, y ya p o r Fin mi
h abitación de n iñ o , de la que sólo p ro c e d e n cu atro o cin co de I o n
miles de vo lú m en e s que em piezan a a m o n to n arse a m i a lre d e d o r.
¡Felicidad del coleccionista y del h om bre privad o! Porque de nadie ,sr
sospecha m en os y jam ás está n ad ie más tra n q u ilo que él, que puede
seguir su vid a de m ala fam a tras u n a m áscara de Spitzweg***. D ado
que, en efecto, en su in te rio r se h an ido instalando algunos espíriluN,
por lo m enos algunos m uy pequeños y, sin em bargo, gracias a los cua
les para el auténtico coleccionista la p ro p ie d a d es la más honda reía
ción que puede establecerse con las cosas: y no po rq u e las cosas cnI^h
vivas en él, sin o que es él q u ien habita en ellas. D e este m odo lie ido
construyendo ante ustedes p recisam ente u n a de esas casas don d e I o n
lad rillos son los libros-, ah o ra el co leccio n ista va a esc u rrirse de
pronto den tro de ella: tal com o sin duda debe ser.

* C fr . H egel, p ró lo g o a las G rundlinien derPhilosophie des Rechts, que son del uño iMvto. I N
del T .]
** R o sen th al es u n a célebre fá b rica de p o rc elan a. [N . d el T .J
*** A lu sió n a C a r i Spitzw eg ( 1 8 0 8 - 1 8 8 5 ) , p in to r y d ib u jan te que inosl ro ro n ln ........
m u ltitu d de p erso n a je s extravagantes, in c lu id o s en tre ellos los rc>lr< < íomniii» .I.
lib ro s. [N . d el T .]
I I. CARÁCTER DESTRUCTiV0[27]

A que volvicin la m irada a su vida p o d ría sucederle fácilmente


nli 1411/Mi lii conclusi* >n de que casi todos los vínculos p ro fu n d o s que ha
>nili 11111 n i rila pai lic ro n de person as sobre cuyo « c a rá cte r destruc-
.......... i :ii.il»;m todo. de acuerdo. U n día d escu b riría dicho hecho, y tal
vi / |><ir casualidad; pero cuanto más fuerte sea e l shock que este descu-
I...... nen io le produzca, m ayores serán sus opo rtu n idades de exponer
e| i a rad o r destruct ivo.

I'.l carácter d estru ctivo tie n e so lam en te u n a co n sig n a: a saber,


hacer sitio; sólo una actividad: el despejar. Su necesidad de espacio y
aire fresco es más fuerte que el o d io .
l'.l carácter destructivo es jo v e n y alegre. Pues destru ir rejuvenece,
p o rq u e quita de en m ed io del cam in o las viejas h u ellas de nuestra
p ro p ia ed ad ; y alegra p o r cu anto re p rese n ta la re d u cc ió n total e
in clu so la e rra d ic a c ió n de su p ro p io estado d e stru cto r. A f i j a r esta
im agen a p o lín e a com o co rre sp o n d ie n te al d e stru cto r conduce el
co n o cim ie n to de que el m u n d o se sim p lifica m u ch o cuando se exa­
m in a si es que es d ign o de ser d e stru id o . Este es el gran lazo que
envuelve todo lo existente. Y esta perspectiva p ro p o rc io n a al carácter
destructivo u n espectáculo de la más com pleta y p ro fu n d a arm onía.
E l carácter destru ctivo siem p re está tra b a ja n d o . L a naturaleza
marca el i'itm o, p o r lo m enos ind irectam en te: dado que él, sin duda,
necesita siem pre adelantarse. D e lo co n tra rio , es la naturaleza quien
se encargará de destru ir.
l'.l carácter destructivo n o persigue una im agen . T ie n e necesida­
des muy escasas, la m e n o r de las cuales sería la sig u ie n te: saber qué
01 u p a r á el espacio de lo d e stru id o . P rim e ro , p o r lo m en os u n in s­
ta nte, será u n lu gar vacío, el lu gar don d e la cosa estaba, en el que la
vid ima vivía. A lg u ien lo vend rá a utilizar aún sin o cu parlo .
l'.l carácter destructivo hace su trabajo, pero evita el trabajo crea-
i ivo. M ientras el creador busca estar solo, el destructor debe rodearse
un i ;i¡mli niente de personas, de los testigos de su actuación.

I'mI.Ii. .1.1.. . n ni.. , mine del 1931 en el Frankfurter Zpitung.


EL CAUÁCTLR OLÍ. IKUC 11VI»

E l carácter destructivo es u n a señal. Y com o una srn.il i i


métrica se en cu en tra siem p re expuesta p o r todos lados al vicnl<», <1
carácter destructivo está igu alm en te expuesto p o r todas parí «-a a Inri
habladurías; protegerlo carece de sentido.
El carácter destructivo nunca está interesado en que lo entiendan.
Lo? esfuerzos en esta d irección le parecen ser superficiales. E l m alen ­
tendido no le im p on e. A l co n trario , siem pre lo provoca, tal com o lo
hacían los o rácu los —estatales destructivas in stitu cio n e s—. E l fe n ó ­
meno p e q u eñ o b u rg u és p o r excelen cia, que es el ch ism o rre o , so la ­
mente se da p o rqu e la gente no desea ser m alen ten dida. A l con trario ,
el carácter destructivo se d eja m a len ten d er gu stosam en te; él n u n ca
fomenta el ch ism orreo.
E l carácter destructivo es el en em igo declarad o del típico h o m ­
bre-estuche. Este busca su com od id ad , cuyo súm m um sin duda es la
casa. E l in te rio r de la casa es la h uella fo rrad a de terciopelo que él ha
impreso en el m u ndo. E l carácter destructivo b o rra incluso las huellas
de la p ropia destrucción.
El carácter destructivo form a parte del am plio fren te del trad icio ­
nalismo. U n o s transm iten las cosas haciéndolas intangibles y co n ser­
vándolas, m ientras que otros tran sm iten las situ acion es h acién d olas
manejables y liqu idán dolas. A éstos se les llam a « d e stru ctivo s» .
El carácter destructivo tiene la consciencia peculiar del ser hum ano
histórico, cuyo afecto en verdad fun d am en tal es u n a in d om ab le des­
confianza respecto del curso de las cosas y la siem pre dispuesta p ro n ti­
tud con que en todo m om ento tom a nota de que todo puede salir mal.
Por lo m ism o, el carácter destructivo es la fiabilid ad en cuanto tal.
El carácter destructivo no percibe nada du radero . Y precisam ente
per esta razón va en con tran do cam inos p o r d o q u ier. A llí donde otros
chocan con enorm es m urallas o m ontañas, él descubre u n cam ino. Y
como ve u n cam in o p o r d o q u ie r, tie n e que ir d esp ejan d o p o r
doquier el cam ino. Esto no siem pre con la fuerza bruta, algunas veces
con una fu erza n o b le . G o m o ve cam in os p o r d o q u ie r, siem pre se
encuentra en una encrucijada. N o puede saber u n sólo instante qué le
podrá traer el que le sigue. E l convierte en ru in as lo existente, pero
no lo hace a causa de las propias ru inas, sino sólo a causa del cam ino
que se extiende p o r ellas.
E l carácter destructivo no vive del sentim iento de que vale la pena
viv;r, sino del sentir que el suicidio no le vale la pena.
LA LIEBRE DE PASCUA PUESTA AL DESCUBIERTO
O
PEQUEÑA TEORÍA DEL ESC0NDRIJ0[28]

E sco n d e r sign ifica d ejar huellas. Pero unas que sean invisibles. Es el
arte de la m ano fácil. Rastelli* escondía cosas en el aire.
C u a n to más aéreo u n e s c o n d rijo , ta m b ién más in gen ioso.
C u an to más a la vista está, m ejo r.
P o r lo tan to, jam ás hay que esco n d er nada en los cajones, n i en
arm arios, n i bajo las camas o en el p ian o.
Ju e g o lim p io en plen a m añana de Pascua: escon derlo todo, pero
que se pueda d escu b rir sin ten er que m over n in g ú n objeto.
Mas no esconderlo descuidadam ente: u n pliegue en el tapete o un
bulto en la cortina pu ed en delatar ese lu gar en el que hay que buscar.
¿ N o co n o c en ustedes el relato de P oe titu lad o La carta robada?
E n ton ces se acord arán de la pregunta: « ¿ N o se ha dado usted cuenta
de que todos los que esconden u n a carta sin o la m eten en u n hueco
practicado p o r ejem plo en la pata de una silla, sí la esconden al menos
en algún agu jero b ien o cu lto ?» **. Pues el señ o r D u p in —el detective
de Poe— lo sabe de sobra. Y p o r eso m ism o en cuen tra la carta donde
su astuto rival la ha esc o n d id o : d e n tro de u n ta rjete ro puesto en la
repisa de la chim enea, a la vista de todos.
N u n ca hay que b u scar en el saló n . Pu es los huevos de Pascua
siem p re hay que esco n d erlo s en el cu arto de estar-, y cuanto menos
ord enad o esté, m ejo r.
E n el siglo X V III se escribían tratados erud itos s o b r e las cosas más
raras: sobre lo s n iñ o s aban d on ad os y las casas encantadas, sobre los
tip o s de su icid io y los v e n trílo c u o s. P u ed o m uy fácilm en te im agi­
narm e uno sobre cóm o esconder los huevos de Pascua que compitiera
en eru d ició n con todos esos.

2.8 P u blicado en a b ril del 1 9 3 2 en la revista D er U hu. E n A le m a n ia existe la costumbre


do que el d o m in g o de Pascua los n iñ o s recib an el regalo de u n os huevos colorea­
dos, liuevos que se su po n e que u n a lie b re antes ha esco n d id o en el ja r d ín .
+ Knriio Rastelli ( 1 8 9 6 - 1 9 3 1 ) , famoso malabarista. [N . d e lT .]
+* (JIY. lú lgar A lian P oe, Cuentos, trad . J u li o C o rtá z a r, M a d rid : A lian za, 197 o - V° L L
P:íg- [J3 7 - I N. dpi T .]
LA LIEBRE DE PASCUA PUESTA AL DESCUBIERTO

M i tratado estaría organizado en tres distintas parles o capíl 111<tu, y


expondría al lecto r los tres p rin cip io s fundam entales que corre,spon
den al arte del esco n d rijo .
P rim ero : el p rin c ip io de la pinza. Se trataría de las instrucciones
para aprovechar ju n tu ras y grietas, de la enseñanza del arte de suspen
der los huevos entre los cerro jo s y picaportes, o entre algún cuadro y
la pared, o entre la puerta y el gozne, o incluso en la cerradura y enl re
los tubos de la calefacción.
Segundo: el p rin c ip io del rellen o . Este capítulo enseñaría a utili
zar los huevos com o tapones en el cuello de una botella, o com o velas
sobre u n can delab ro, com o los estambres en u n cáliz, com o la bom
billa en u na lám para.
Y , tercero: el p rin cip io de la altura con el p rin cip io de la pro fu n
didad. G om o es b ien sabido, p rim ero vem os lo que está frente a nos
otros, a la altura a que se encuentren nuestros ojos; luego ya m iram os
hacia a rrib a , y tan sólo al fin a l nos p re o cu p a m o s p o r lo que sr
encuentra a nu estros pies. Podem os p o n e r los huevos más p e q u e f i o N
en eq u ilib rio sobre los m arcos de los cu ad ro s; los gran des, so b rr la
lámpara de araña —si no nos hem os aún deshecho de ella—. Pero eslo
no es nada en com paració n con los refu gio s siem pre inn um erables r
ingeniosos que tenem os a disp osición solam ente a cinco o diez centí
metros p o r encim a del suelo. Pues tenem os la h ierb a que los esconde
en las distintas form as de las patas de mesa, los zócalos y los flecos «Ir-
alfom bras, las p a p eleras y los p edales de lo s p ia n o s; ahí va a ser sin
duda en d o n d e la au tén tica lie b re de Pascua depo site sus huevos,
como hom enaje a la casa de la gran ciudad.
Y ya que estam os en u na capital, digam os unas palabras de con
suelo p ara esos que viven entre paredes lisas con m uebles de «cero y
han racionalizado su existencia, dejando a u n lado el calendario dr liu
fiestas. S i echan u n vistazo a su g ra m ó fo n o o sin o a su m áquinn dr
escribir, co m p ro b a rá n que en ese espacio p e q u e ñ ísim o hay lanío*
agujeros y escondrijos com o en una casa de siete habitaciones en rslilo
Makart*.

E l M akart es u n estilo d ecorativo que tuvo g ran d ifu sió n en Alem nnin n lumli n .1. I
siglo XIX, b a jo la in flu e n c ia d o m in a n te del p in to r H an s Makart (1H 40 iKM.|) 11 I
del T .]
IMA i H NI <1111 l'ICNSAN

I’, mi n lu 11 n le u :im ;; <ju c e v ita r q u e e sta s im p á t ic a lis ta , a n te s de


• 1111 11• ......... I n iir v i. lu n e s d e P a s c u a , v a y a a c a e r e n m a n o s de los
\
I t ( I i t fi

EXCAVAR Y RECORDAR^

I ii l e n g u a n o s indi, a de m anera inequívoca que la m em o ria no es un


inri) r u í n e n l o para con ocer el pasado, sino sólo su m edio . La memoria
e*i el m e d i o de lo vivido, al igual que la tierra vien e a ser el m edio en
q u e las v i e j a s ciudades están sepultadas. Y q u ien qu iera acercarse a lo
q u e es s u pasado sepultado tiene que com po rtarse com o u n hombre
q u e e x c a v a . Y , sobre todo, no ha de ten er reparo en volver una y otra
ve/, al m ism o asu n to, en irlo revo lvien d o y esp arcien d o tal com o se
r e v u e l v e y se esparce la tie rra . L o s « c o n te n id o s » n o so n sin o esas
e a p a s que sólo después de u na investigación cuidadosa entregan todo
a q u e l l o p o r lo que vale la pena excavar: im ágenes que, separadas de su
a n te rio r con texto, son jo y a s en los so b rio s ap o sen to s de nuestro
co n o c im ie n to p o s te rio r, com o q u eb rad o s to rso s en la galería del
coleccionista. S in duda vale m u ch ísim o la p en a ir sigu ien do u n plan
al excavar. Pero igu alm en te es im p rescin d ib le dar la palada a tientas.
I i a e i a el o scu ro re in o de la T ie r r a , de m o d o que se p ie rd e lo mejor
a q u e l que sólo hace el inventario fiel de los hallazgos y n o puede indi­
car e n el suelo actual los lugares en don d e se gu arda lo antiguo. Por
e l l o l o s recu erd o s más veraces n o tie n e n p o r que ser inform ativos,
sin o (pie nos tie n e n que in d ic a r el lu gar en el cual lo s adq u irió el
in vestigad o r. P o r tan to, stricto sensu, de m a n era ép ica y rapsódica, el
r e c u e r d o real debe su m in istra r al m ism o tiem p o u n a im agen de ese
q u e recu erd a, com o u n b u e n in fo rm e a rq u e o ló g ic o no in d ica tan
, i o l o a q u e l l a s capas de las que p ro c e d e n lo s o b jeto s h allad o s, sino,
■iol)i-e l o d o , aquellas capas que antes fue preciso atravesar.

'» lU • 1111111111 i mi nc.i ¡m l/licó este texto.


SUEÑO13”1

Volví muy tarde a casa. Pero no era m i casa, sino una lujosa ele ¡ilqní
ler, donde alojaba en sueñ os a la fam ilia S. D e p ro n to , de una calle
lateral, salió a teda prisa u na m u jer que, al pasar a m i lado en el p o r ­
tal, susurró a gran velocidad: « ¡V o y al té! ¡Voy al t é !» . Pero yo no caí
en la tentación de seguirla, sino que entré en casa de los S ., donde se
produjo al poco tiem po u n in c id e n te m uy desagradable en el curso
del cual el h ijo de la fam ilia de p ro n to me agarró de la nariz. P rotes­
tando muy airad am en te, salí d an d o u n p o rta zo . A I lle g a r a la calle,
reapareció aquella m u je r d icien d o nuevam ente las m ism as palabras,
pero esta vez sí que le seguí. Para m i gran decepción , la m u je r no me
permitió que le d irigiera la palabra, sino que avanzó rápidam ente p o r
una calleja u n poco escarpada hasta que, al llegar a u n a verja de h ie ­
rro, fue a chocar con u n gru po de prostitutas que sin duda estaban en
su b arrio . N o m uy lejo s vi u n gu a rd ia , y m e desperté so b resaltad o ,
entre lentos apuros. Y entonces vin e a reco rd ar que la excitante blusa
de seda de la chica relucía en verde y en violeta: los colores de las cajas
de Froram s Act*.
A este sueño le p o d e m o s d ar u n lem a. Y sin duda u n o que se
encuentra en el Manuel des Boudoirs ou essais sur les demoiselles d ’Athénes, del
año 178 9 : « Forcer lesfilies de profession de teñir leurs portes ouvertes; la sentinelle se
proménerait dans les corridors»**.

SERIE 1BICENCA[3I]

Ibiza, abril y mayo de 19 3 2

Cortesía

Es Vien sabido que las exigencias de la ética —sin cerid ad , h um ild ad ,


amor al p ró jim o , com pasión y tantas otras— siem pre pasan a segundo
plano en la lucha de intereses p ro p ia de la vida cotid ian a. P o r eso es

30 B en jam ín nunca p u b licó este texto, que al p arec er redactó en ab ril de 1 9 3 ^-


31. Publicado en ju n io de 1 9 3 2 en el Frankfurter Q itu n g .
* From ms A ct era u n a m arca de preservativos. [N . d el T .]
** « O b lig a r a las chicas de p r o fe s ió n a ten er sus p u ertas siem p re ab iertas; la c e n tin e ­
la vigilaría en el c o r r e d o r » .[ N . d el T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

so rp ren d en te que apenas sí se haya re flex io n a d o sobre la mediación


cpie, desde hace m ile n io s, los h om b res h an buscado y sin duela
e n co n trad o en tal co n flicto . P ero el ve rd a d e ro m e d ia d o r, la resul­
tante en tre los com pon en tes en fren tad os de la m o ra lid a d y la lucha
p o r la vida, es la co rtesía. P o rq u e la co rtesía n u n ca es n in gu n a de
ambas: n i es exigencia ética n i es arm a en la lucha, y sin embargo tam­
b ié n es am bas cosas. D ich o en otras p alab ras: la cortesía es siempre
nada y todo, según el lado desde el que la m irem o s. Es nada en tanto
que apariencia bella, o sea, en tanto form a que nos engaña obsequio­
sam ente sobre la crueldad de la disputa que sostiene frente al contrin­
cante. Y com o además la cortesía no es n in g ú n precepto m oral rigu­
ro so (sin o tan sólo la re p re se n ta c ió n de aq u el precepto moral
d e ro g a d o ), su va lo r p ara la lu ch a p o r la vid a (rep resen tació n de su
irresolu ción ) tam bién es ficticio. S in em bargo, esa m ism a cortesía lo
viene a ser todo al lib erarse de la co n ven ció n , lib eran d o tam bién de
ella al p ro ceso . S i la sala de n eg o ciació n se en cu en tra envuelta entre
las rejas de la convención, la verdadera cortesía entra en vigor derri­
bando esos lím ites, es decir, am pliando ilim itadam ente la disputa y, al
tiem po, in tegran d o, com o ayudantes, m ediadores y reconciliadores,
a la totalidad de esas fuerzas e instancias a las que hasta entonces había
exclu id o . Pero q u ien se deje d o m in a r p o r la im agen abstracta de la
situación en que se encuentra ju n to con su rival solamente podrá aco­
m eter el intento violento de arrancar al fin al la victoria en esta lucha,
con lo cual tiene todas las o p o rtu n id a d e s de ser el descortés. Por el
co n tra rio , u n sentido b ie n d espierto para lo extrem o, cóm ico, p ri­
vado o so rp ren d en te de la situación es la A lta Escuela de la Cortesía.
Y este sen tid o siem pre p ro p o rc io n a a aquel que lo ejercita la direc­
ción de la negociación, com o tam bién la de los intereses; y finalmente
es él el que baraja todos los elem entos en disputa ante los ojos asom­
b rad os de su rival, com o si fu e ra n los n aipes en u n so litario. Pues la
paciencia* es el núcleo de donde viene a su rgir la cortesía, y quizá sea
la ú n ica virtu d que la cortesía acoge intacta, sin ten er que cambiarla
en absoluto. P or cuanto respecta a las dem ás, de las que la desdichada

* B e n ja m ín habla aqu í esp ecíficam en te de « p a c ie n c ia » p o rq u e con la palabra fran ­


cesa patierice se suele d e n o m in a r en alem án al ju e g o de ir resolvien d o solitarios. [N.
del T . I
SERIE IBICENCA

con ven ción asegura que sólo p u e d e n sa lir adelan te a través de un


«co n flicto de d e b e re s» , la cortesía —que se constituye en la musa de
la m ediación—les conced ió hace m ucho tiem po eso que en verdad les
corresponde: la siguiente ocasión del d erro tad o .

No desaconsejar

Si te pid en consejo, harás b ien en averiguar antes la o p in ió n de quien


te lo haya p e d id o , p ara lu ego darle la razón . A n adie le gusta pensar
que otro es más listo , p o r lo que pocos de lo s que p id e n u n consejo
tienen la in ten ció n de hacerle caso a lo que se les diga. Es que, en rea­
lidad, ya h an d e cid id o , y ah o ra q u ie re n v e r la m ism a cosa desde u n
punto de vista d ife ren te , com o u n « c o n s e jo » re cib id o de otra p e r ­
sona. Es esta im agen tan sólo lo que p id e n , y adem ás p o r cierto con
razón. Pues es m uy peligroso el llevar a la práctica lo que u n o ha deci­
dido solo, sin pasarlo antes p o r el filtro razon ador y contradictorio de
algunas otras o p in io n es. P or eso, el sim ple hecho de p ed ir u n consejo
ya es de gran ayuda; y si el que lo hace tien e la in te n c ió n de realizar
algo equ ivocad o, apoyarlo con cierto escepticism o es m e jo r que no
contradecirlo con una convicción que no convence.

Un espacio para lo valioso

En los pequeños pueblos del sur de España, la m irada penetra atrave­


sando unas puertas eternam ente abiertas, ante las que cuelgan, re co ­
gidas, unas co rtin as de p erlas, en u n os intérieurs en cuya so m b ra re s­
plandece ese b la n co que cu b re las p ared es p o r co m p leto . Estas son
encaladas m uchas veces al año. B ie n alineadas ante la del fo n d o s u e ­
len verse tres o cu atro sillas, todas ellas dispuestas sim étricam en te.
Situándose en to rn o a su eje ce n tra l ju e g a el fie l in visib le de una
balanza donde la b ien venida y el rechazo se encuentran dispuestas en
platillos igualm ente pesados. Tal com o se presentan esas sillas, siem ­
pre tan modestas en su form a, pero con su visible trenzado de belle/.n
llamativa, p erm iten com p ren d er algunas cosas. N in g ú n coleccioni.st»
podría expon er en las paredes del vestíbulo unas amplias alfom bras de
Isfahán, n i tam poco u n os cu adros de V an D yck, con m ayor convic
ción que los cam pesinos expon en estas sillas en el zaguán vacío de nii
casa. Mas n o son sólo sillas. G u and o cuelgan el som b rero en su re.s
354 IM ÁGENES QUE PIENSAN

p ald o , de p ro n to le h an cam b iado su (u n c ió n . Y así, en el nuevo


g ru p o , el so m b rero de paja no parece sor m en os valioso que esa
h u m ild e silla. A sí tam bién se reún en la red de pescar y el caldero de
cobre, y el rem o y el án fo ra de b arro i y, cien veces al día, están p e r ­
fectam ente preparados para cam biar de lugar y u nirse de otro m odo si
hace falta. Pu es, más o m enos, todos son valioso s, y el secreto que
en cierra su valor es el de- esa misma sobried ad : es decir, la escasez del
espacio vital en el que m uestran no sólo ese lugar que ahora ocupan,
sin o ya el m ism o e .p a ció , los diversos lugares a los cuales van sien do
llam ados. E n una ( asa en la que no hay n in g u n a cama, lo que es más
valioso es esa alfom bra con que qu ien la habita se tapa de n och e; y en
u n coche en que n< hay u n alm oh adón lo en verdad valioso es el cojín
que colocam os en su d u ro su elo. E n cam b io , en nuestras casas b ien
surtidas no hay espacio para lo valioso, p orq u e n o hay u n lugar donde
nos pueda prestar t us servicios.

Primer sueño

A n d aba c o n ju la p o r ahí; íbam os realizando ju n tam en te algo a m edio


cam in o entre una escalada y u n paseo, y ah o ra estábam os cerca de la
cum bre. E xtrañam ente, yo pensaba que esa cum bre era u n largo palo
que ascendía hacia el cielo, sobresalien do p o r encim a de la pared de
ro ca . P ero cu an do llegam os a llí a rrib a , vi que n o se trataba de una
cu m b re, sin o de u n a m eseta atravesada p o r u n a an ch a carretera,
ceñida de altas casas a am bos lados. Y a no íbam os a pie, sino en coche,
ju n tam en te sentados en el asiento trasero, según creo ahora recordar;
y es p o sib le que el coche cam biara algun a vez de d ire c ció n m ien tras
fuim os en él. M e incliné hacia Ju la para besarla, pero ella entonces no
me o freció su boca, sino solam ente su m ejilla. M ientras la besaba me
di cuenta de que era una m ejilla de m arfil, lo n g itu d in a lm e n te atra­
vesada p o r unos surcos negros que m e im p resio n a ro n p o r lo bellos.

La rosa de los vientos del triunfo

l' .'ila muy d ilu n d id o el p re ju icio de que la volu ntad es clave del éxito.
I'i i o si el éxito tuviera qüe ver sólo con la existencia in d ividu al, sería
la expresión de cóm o esta in te rv ien e de h ech o en el o rd e n del
inundo. Y, p or supuesto, ex p re sió n lle n a de reservas. P ero ¿so n
SERIE IBICL'NCA

in apropiad as las reservas fren te al o rd en del m u n do y ;i l;i rxi.slrncia


in d ivid u al? D e ahí que el éxito, que se suele d espreciar en lan ío qur
ciego ju e g o del azar, sea sin duda la más h on d a expresión de las con ■
tingencias de este m u n d o. E l éxito es el capricho de la historia. Y , p o r
lo tanto, tiene poco que ver con la voluntad, que va tras él co rrien d o .
Su verdadera naturaleza no la exponen las razones que en cam bio lo
provocan, sino las figuras de los hom bres que él m ism o determ ina. Es
en sus favoritos donde el éxito se da a con ocer, de m odo que sus hijos
p re fe rid o s son sus h ijo s tam bién más desgraciados. P o r lo dem ás, al
capricho de la h istoria le correspon de la id io sin crasia de la existencia
in d ivid u a l, e x p o n e r lo cual ha sido siem p re la p re rro g a tiv a de lo
cóm ico, cuya ju sticia no es obra del cielo, sin o de in n u m erab les des­
aciertos y errores que al fin al, a consecuencia de u n ú ltim o e rro r que
es m uchas ve^es u n e r r o r p e q u e ñ o , p ro d u c e n el exacto resu ltad o .
Pero ¿d ón d e se va a localizar la idiosincrasia del su jeto? D irectam ente
en la convicción. U n a p ersona sobria que n o tiene una clara id io sin ­
crasia vive sin convicciones; el vivir y el pen sar se las h an tritu rado ya
hace tiem p o p ara volverlas en sa b id u ría, al igu al que las p ied ras de
m olin o van tritu ra n d o el trigo p ara co n vertirlo en blanca h arin a . Y
sin em bargo, la fig u ra có m ica no es ja m á s u n a fig u ra sabia. Es u n
p icaro , u n to n to , quizá u n lo co , in clu so u n p o b re d iab lo : y este
m undo le sienta com o u n guante. N i el éxito es para ella buena suerte
ni tam poco el fracaso será m ala. La figu ra cóm ica no pregunta jam ás
p o r el d estin o , n i p o r el m ito y la fata lid a d . S u clave es u n a fig u ra
m atem ática que se construye en to rn o de los ejes p ro p io s del éxito y
de la convicción. L a rosa de los vientos del triu n fo :
f•
Exito al abandon ar una convicción. C aso n o rm al del éxito: Jle sta -
kov* o el estafador. Pues el que estafa se deja ir gu ian do p o r la situa­
ción igual que u n m édiu m . Mundus vult decipi**. Y elige hasta sus n o m ­
bres p o r com placer al m u n d o.
Exito al acoger una con vicción. C aso gen ial del éxito. Schweyk*** o
el h om b re de su erte. Este h o m b re de su erte es u n b u e n chico que

* P erso naje de la o b ra de teatro de G o g o l titulada E l inspector, trad. I. Tchernow a,


B arcelo n a: So p e ñ a , 1 9 8 1 . [N . d el T .]
:* « E l m u n d o am b icio n a que lo e n g a ñ e n » .[ N . del T .]
■>** P rotagon ista de la n ovela de Ja r o s la v H asek Las aventuras del valeroso soldado Sclnvejk, trad.
A lfo n s in a Ja n é s , B a rc e lo n a : D estin o , 2 0 0 0 . [N . d el T .]
356 IMÁGENES QUE PIENSAN

p reten d e agradar a tod o el m u n d o . J u a n con Suerte* siem pre habla


con todos aquellos que deseen conversar.
Ausencia de éxito al acoger una convicción. Caso n o rm al de la ausen­
cia de éxito: B ouvard y Pécuchet**, o el con form ista. E l conform ista es
el m á rtir sacrifica d o a cada co n vicción , desde L a o Tse hasta R u d o lf
Steiner***. Pero sólo dedica a cada una « u n cuartito de h o r a » .
Ausencia de éxito al a b a n d o n a r u n a co n v ic c ió n . C aso ¡jem al de la
ausencia de éxito: C h a p lin o Peter Schlemihl****. A S c h le m ih l no le
escandaliza nada, sólo tropieza con sus p ro p io s pies. Es el único ángel
de la paz que resulta adecuado para el m u n d o .

La presente rosa de los vientos in d ica los aires buenos y los malos
que van ju gan d o con la existencia hum ana. N o queda n.ás que preci­
sar su centro, el punto de intersección entre los ejes, el lugar de com ­
pleta in d ife re n c ia fre n te a éxito y fracaso . A h í es <íonde vive D on
Q u ijo te , el hombre de una sola convicción, cuya h isto ria en señ a que en el
m u n d o, sea éste el m ejo r o sea el p e o r de los m undos pensables —sim ­
ple y llan am ente n o es pensable—, la plen a con vicción de que es ver­
dad lo que figura en los lib ros de caballerías hace feliz a u n loco apa­
leado, p o r cuanto ésa es su sola convicción.

Q u e el alu m n o se sepa p o r la m añana de m em o ria el co n ten id o del


lib ro que está b ajo su alm oh ad a, que el S e ñ o r p re m ia a los suyos
m ientras duermen***** y que la pausa siem pre es creativa: dar espacio
de ju eg o a todo esto viene a ser el alfa y el omega de toda m aestría, así
com o su signo distintivo. A n te tal recom pensa han puesto los dioses el
su d o r. D ad o que el trab ajo que p ro m e te u n m o d erad o éxito es un

* Alusión al cuento de los hermanos Grim m titulado Hans im Glück. |N . del T .]


+* Protagonistas de la novela homónim a de Guslave Flaubert, Boumtrdj/ Pécuchet, trad.
Germ án Palacios, M adrid: Cátedra, 1999 - [N . del T .]
* * * R ud o lf Steiner ( 1 8 6 1 -1 9 2 5 ) - fundador de la antroposofía. [N . del T .]
** ** Charles Chaplin ( 1 8 8 9 - 1 9 7 7 ) . actor famoso po r el personaje de Charlot. En cuan­
to a Schlem ihl, es el protagonista de la novela de Adalbert von Chamisso La m aravi­
llosa historia de Peter Schlem ihl , trad. Ulricke Michael y H ernán Valdés, M adrid: Siruela,
994
I -- [N . del T .]
***** C fr. Salmos 127 2 - . [N . del T .]
SERIE IBICENCA 357

ju ego de n iñ o s en co m p aració n con el trabajo que nos trae la fe lic i­


dad. A sí, el dedo m eñ iqu e firm em en te extendido de Rastelli* llam aba
hacia sí a la p elo ta, que acudía a él igu al que u n p á jaro . E l ejercicio
practicado du ran te décadas que preced ió a este lo gro no tiene com o
tal « e n su p o d e r » la pelota n i el cu erp o , sin o que ha conseguido lo
sigu ien te: que am bos se e n tie n d a n com o a sus espaldas. A g o tar al
m aestro a través del esfu erzo hasta el lím ite de la exten u ació n , de
m anera tal que fin a lm e n te el cu erp o y cada u n o de sus m iem b ro s
actuén ya de acu erd o con su p ro p ia ra zó n : esto es lo que llam am os
« e je r c ic io » . E l éxito con siste en co n se cu en cia en que la vo lu n tad
abdique com o tal, en el in te rio r del cu erp o , de una vez para siem pre,
y que lo haga adem ás en favor de los ó rgan o s, p o r ejem plo la m ano.
Sucede así qu e, tras estar b u scan d o alg u n a cosa d u ran te m ucho
tiem po, acabas olvidándola, pero otro día buscas o irá cosa y cae en tus
manos la p rim era . L a m ano se ha ocu pado de la cosa y se han puesto
de acuerdo de in m ediato.

Nunca olvides lo que es más importante

U n a p e rso n a de las que conozco n o fu e n u n ca ja m á s más o rd en ad a


que en aquel p eríod o de su vida en el que fue tam bién más in feliz. N o
olvidaba nada. Registraba con el m ayor detalle sus asuntos corrientes,
y sin duda llegaba m uy pu n tu al a las citas, sin olvidarse nunca de una
de ellas. E l cam in o de su vida p arecía asfaltad o , y no h abía tan sólo
una grieta p o r la que el tiem po pu d iera desviarse. Las cosas fu e ro n así
p or m ucho tiem p o, p ero se p ro d u je ro n circunstancias que provoca­
ron u n cam bio im portante en la vida que llevaba esa persona. Empezó
por deshacerse del relo j. Se ejercitó en llegar tarde; y, si es que el otro
ya se había m archado, se sentaba a su vez p ara esperar. C u an d o nece­
sitaba alguna cosa no solía en co n trarla; y si p o n ía o rd en en u n sitio,
tanto m ás crecía su d e so rd e n en o tro lu g a r. C u an d o se sentaba a su
escritorio, se diría que ahí vivía alguien. P ero era él quien vivía entre-
ruinas. C u an d o necesitaba alguna cosa, ae la construía p o r sí mlsmn,
com o h acen los n iñ o s cu an do ju e g a n . Y al igual que los nifloi»
encuentran todo el rato en los b olsillos, o sino en la arena o los cajo

* E n ric o R astelli ( 1 8 9 6 - 1 9 3 1 ) , fam oso m alabarista. [N . del T .]


I M A i II N i ( J l l L lJ I L N ! i A N

ni ,', i o 'li;. <|uc Im I x .i .'i e s c o n d id o a llí d e n t r o y d e las q u e se h a b ía n o lvi-


J hiIi i . I<> m i:sino le .su ced ía a esta p e r s o n a , y y a n o s ó lo e n s u p e n s a -
i i i m n o en su p r o p i a v id a . S u s a m ig o s ib a n a v is it a r lo s ie m p re
i u m u lo m e n o s pon iba e n e llo s, p e r o c u a n d o m á s lo s n e c e sita b a , y sus
reculo*;, <|ue n o e ran m u y v a lio s o s, lle g a b a n e n el m o m e n t o m ás o p o r -
I m io , r o m o si t u v ie r a e n t r e su s m a n o s lo s c a m in o s d e l c ie l o . E n esa
miNimi é p o c a le g u s ta b a m u c h o r e c o r d a r la le y e n d a d e l p a s t o r al que
u n d o m in g o le p e r m i t e n e n t r a r al i n t e r i o r d e u n a m o n t a ñ a lle n o de
le.'io ro s, d á n d o le al m is m o t ie m p o e sta m is t e r io s a i n d ic a c ió n :
N u n c a o lv id e s lo q u e es m á s i m p o r t a n t e » . L a s c o s a s le ib a n b ie n
p o r ese t ie m p o . A s í q u e d e s p a c h a b a p o c a s c o s a s, y n u n c a c r e ía n ad a
d el i n i I ¡vilm e n te d e s p a c h a d o .

Atenciónj costumbre

I ,;i p r i m e r a d e t o d a s las p r o p i e d a d e s , s e g ú n n o s d ic e G o e t h e , es en
lo d o caso la a t e n c i ó n . Y , s in e m b a r g o , la a t e n c i ó n c o m p a r t e esa p r i ­
m ic ia c o n la c o s tu m b r e , q u e d e sd e el p r i m e r d ía le d is p u ta el te rre n o .
I ,a a t e n c i ó n t ie n e s ie m p r e q u e d e s e m b o c a r e n la c o s t u m b r e si no
tp iie re d e s t r u ir al s e r h u m a n o , c o m o la c o s t u m b r e s ie m p r e tie n e que
v e r s e p e r t u r b a d a p o r la a t e n c i ó n , si n o q u i e r e p a r a li z a r lo p o r c o m -
p l e l o . A t e n d e r y d e s p u é s a c o s t u m b r a r s e , r e c h a z a r y a c e p t a r , s o n la
c im a y el v a n o d e la o la e n el m a r d e l a lm a . M a r q u e t ie n e p o r cierto
m is b o n a n z a s . E s in d u d a b l e q u e q u i e n se c o n c e n t r a e n t o r n o a u n
p e n s a m i e n t o a t o r m e n t a d o , e n u n d o l o r y su s g o lp e s , p u e d e verse
p re s o fá c ilm e n te in c lu s o d e l r u id o m á s su a v e , d e u n m u r m u ll o o del
v i u d o d e u n in s e c t o q u e u n o í d o a t e n t o y m á s a g u d o p u e d e q u e n o
h u b i e r a p e r c i b i d o . S e g ú n se d ic e , el a lm a es m u c h o m á s f á c il de d is-
ir n e r ju s ta m e n te c u a n d o está m á s c o n c e n t r a d a . P e r o ¿ e s ta esc u c h a no
e;t m e n o s el f in a l q u e el e x t r e m o d e s p lie g u e d e la a t e n c i ó n , a q u e l in s­
imule en <pie la a t e n c i ó n e x p u ls a d e su s e n o a la c o s t u m b r e ? E l z u m ­
b i d o o m u r m u ll o es el u m b r a l , y así, s in d a r s e c u e n t a , d e r e p e n te el
iilni,i lo lia c r u z a d o . G o m o si n o q u is ie r a r e g r e s a r al m u n d o d e c o s­
t u m b r e ; y e n to n c e s vive e n u n m u n d o n u e v o d o n d e es e l d o lo r el que
lo ¡u oj>e. I ,a a t e n c i ó n y el d o l o r s o n c o m p l e m e n t o s . M a s t a m b ié n la
i í >íii u m b r e i ierre a su vez u n c o m p l e m e n t o , y su u m b r a l lo c ru z a m o s
i n el m o m e n t o en q u e n o s d o r m i m o s . P u e s lo q u e n o s su ce d e
(■■iimido e n ,s u e ñ o s o u n a a t e n c ió n d e l t o d o n u e v a q u e se d esgaja de lo
SERIE IBICENCA

habitual. Experiencias de la vida cotidiana, discursos banales, el poso


que se nos queda en la m irad a, el insistente pulso de la sangre: todas
estas cosas a las que antes n u n ca les h abíam os prestad o aten ción son
—m odificadas y aguzadas— el m aterial p ro p io de los su eñ o s. P ero es
que en los sueños no hay asom b ro , com o no hay olvido en el d o lo r;
pues am bos llevan en sí a su c o n tra rio , de igu al m an era que, con la
bonanza, cima y vano de la ola se co n fu n d en .

Cuesta abajo

Hemos escuchado hasta la saciedad la palab ra « c o n m o c ió n » . D ig a ­


mos algo en su h o n o r. N o nos alejarem os n i u n instante de lo senso­
rial, y además nos vam os a a fe rra r sobre todo a una cosa: la co n m o ­
ción lleva al d esm o ro n am ien to . ¿ Q u ie re n d e cir quienes n os h ablan
de ella ante cualquier estreno teatral o ante una novedad ed itorial que
algo en ellos se ha d esm o ro n ad o ? L a frase hecha que valía antes debe
seguir sin duda valien d o después. ¿ C ó m o ib an a p e rm itirse aquella
pausa a la que sigue el d esm o ro n am ien to ? E n verdad que nadie la ha
sertid o con m ayor c la rid a d que M arcel P ro u st cu an do m u rió su
abuela, que fue para él u n acontecim iento estrem ecedor, mas no real,
hasta que al fin se echó a llo ra r p o r la noche, tras haberse quitado los
zapatos. Y , ¿ p o r q u é? A consecuencia de agacharse. E l cuerpo anim a
el d olor p ro fu n d o , y así ta m b ién p u ed e d e sp erta r el más h o n d o y
profundo pensam iento. A m bas cosas exigen soledad. Q u ien asciende
solo a una m ontaña y fin alm en te llega arrib a agotado, para bajar des­
pués con u n o s pasos que h acen estrem ecer to d o su cu e rp o , siente
cómo el tiem po se relaja, su estructura in te rio r se desm oron a, y atra­
viesa el asfalto del in stante com o si fu e ra en su eñ o s. A lg u n as veces
trata de quedarse de pie, pero no lo consigue. Y , ¿q u ién sabe si lo que
lo estrem ece son p e n sa m ie n to s o el ásp ero c a m in o ? Y ahora su
cuerpo es u n calidoscopio que le va m ostrando a cada paso las figuras
cambiantes de que se com pon e la verdad.
HACHÍS EN MARSELLA^

Nota previa: U n o de los prim ero s signos de que el hachís empieza a surtir efecto
« e s u n a desagradable sen sación de p re m o n ic ió n y co n g o ja; se acerca algo
extrañ o , in elu ctab le ... A p a re c e n im ágenes y series de im ágen es, al lado de
recuerdos m uy rem otos; aparecen escenas y situaciones enteras que se vuelven
p resen tes; p rim e r o nos p ro v o can in terés, ciertas veces p lace r, y tam bién,
fin alm ente, cuando ya no resulta posible evitarlas, d o lo r y cansancio. L a p er­
sona es sorprendida y dom inada p o r cuanto le sucede, tam bién p o r lo que dice
y lo que hace. S u risa y la totalidad de sus m an ifestacion es le llegan como
acontecim ientos exteriores. Tam bién tiene experiencias semejantes a la inspi­
ració n o la ilu m in ació n ... E l espacio puede irse am pliando, puede empinarse
el su elo , ap arecen sensaciones atm osféricas: v a p o r, op acid ad , grtved ad del
aire; los colores se hacen más claros y brillantes; los objetos, más bellos, o más
am enazantes y pesados ... T o d o esto n o sucede en desarrollo co n tin u o , sino
que lo más típico es la contin ua alternancia oscilando entre el sueño y la vigi­
lia, u n vaivén incesante, agotador, entre unos m undos de consciencia que son
com pletam ente diferentes; de m anera que, en m edio de una frase, puede p ro ­
ducirse de repente este sum ergirse o este em erger ... D e esto nos in form a el
em briagado de una form a que suele desviarse bastante de la n orm a. Establecer
algunas conexion es suele resultar cosa d ifícil co n el esfum arse rep entin o del
recu erd o de lo p re ce d e n te ; el p en sam ien to n o tom a fo rm a de palabra, la
situación puede volverse tan alegre que durante m uchos m inutos el consum i­
d o r de hachís no sabe hacer otra cosa que reír ... E l recuerdo de la embriaguez
es además sorpren dentem en te p re c is o » . « E s extraño sin duda que la in toxi­
cación p o r hachís no haya sido estudiada experim entalm ente todavía. L a mejor
descripción de la embriaguez p o r hachís es hasta ahora la de Baudelaire (en sus
Paradis artificiéis)^. Jo é l y Fránkel, « D e r H a sch isch -R au sch », en: Klinische Wochert-
schrift, 1 9 3 6 , V , 3 7 .

M a r s e lla , 2 9 d e j u l i o . A l a s sie te d e la t a r d e , tras d u d a r lo m u c h o ,


h e t o m a d o h a c h ís . H a b ía p a sa d o t o d o el d ía e n A i x . A l e sta r se g u r o de

32 Texto p u b lica d o en d iciem b re de 1 9 3 2 en el Frankfurter Qitung. Se trata de u n a reela­


b o rac ió n de u n texto titu lad o 2 9 de septiembre, sábado, Marsella, que se p ued e encon trar
en el v o lu m en VT de esta e d ic ió n de las Obras de W alter B e n ja m in . E n este texto
tamlm-n se basa en p arte el titu lad o MysIowiU, Braunschweig, Marsella. Historia de una embria­
guen/><>r el hachís, in c lu id o en el v o lu m en IV / 2 .
HACHÍS EN MARSELLA •{(>1

que n adie m e va a m olestar en esta ciud ad de centenares de m iles de


habitan tes y en la que n ad ie m e co n o c e , m e tu m b o en la cam a. Y
ahora sin em b argo m e m olesta u n b eb é q u e llo r a . P ien so que han
pasado tres cuartos de h ora, pero apenas han sido unos veinte m in u ­
tos ... Estoy tum bado en la cam a; leo y fu m o . Frente a m í veo siem pre
el ventre de M arsella, y la calle que he visto tantas veces es com o el corte
de u na h oja de cu chillo.
F in a lm e n te , he salid o d el h o te l. T e n ía la im p re sió n de que el
efecto sin duda n o se había p ro d u cid o , o que era tan déb il que podía
re n u n c ia r a la cautela de qu ed arm e en m i h ab ita ció n . L a p rim e ra
estación, el café de la esqu ina de G a n eb iére co n el C o u rs B elsu n ce.
Visto desde el p u erto, se trata del café de la derecha, que no es m i café
habitual. ¿ Y b ie n ? C om o algo de benevolencia, la expectativa de ver a
las personas que me abord an con am abilidad. P ierdo rápidam ente el
anterior sentim iento de estar solo. M i bastón em pieza a p ro d u c ir una
cierta alegría. P ero luego me vuelvo d elicad o : tem o que u n a som bra
que caiga sobre el papel pueda hacerle dañ o. D esaparecen las náuseas.
Leo carteles en los u rin a rio s . N o m e so rp re n d e ría el que u n o cu al­
qu iera m e a b o rd ara. P ero n ad ie lo h ace, y m e da igu al. H ay d e m a ­
siado ru id o para m í.
A h o ra se im p o n e n las p reten siones tem porales y espaciales que el
co n su m id o r de hachís p lan te a. G o m o se sabe, esas p re ten sio n es se
hacen absolutam ente regias. Para aquel que ha tom ado hachís, V ersa-
lles no es d em asiad o g ran d e, la e te rn id a d n o d u ra d em asiad o . A l
fondo de estas inm ensas dim ension es de la experien cia in te rio r, de la
duración absoluta y del espacio in fin ito , u n h u m o r apacible opta p o r
m antenerse en las contingencias del espacio y el tiem po. Percibo este
hum or in fin itam en te cuando, en el restaurante Basso, me dicen, que
acaban de c e rra r la co c in a, m ien tras yo m e he sentado para com er
aquí etern am ente. Pero después tengo el sen tim ien to de que todo se
encuentra ilu m in ad o , co n cu rrid o , an im ado. Tengo que anotar cóm o
encontré m i asiento. M i objetivo aquí era gozar de la vista p o r encimn
del vieuxport que hay desde los pisos su p erio res. A l pasar p o r debajo,
noté que había una mesa libre en los balcones del segundo piso. Pero,
al ir su b ie n d o , sólo llego al p rim e ro . L a m ayo r parte de las ttic.njin
ju n to a las ventanas estaban ocupadas. A sí que me acerqué a una mr-nn
grande que acababa de q u ed arse lib re . Pero lu ego, en cuanto me
senté, la d e sp ro p o rció n del ocu p ar una m esa tan grande me pareció
IMÁGENES QUE PIENSAN

vergo n zo sa, y atravesé toda la sala para lo m a r asien to en u n a más


pequeña que acababa de ver.
Pero dejé la com ida para más adelante. P rim ero visité el pequeño
b a r del p u erto . T am b ién aquí estuve a pu n to de darm e m edia vuelta,
c o n fu n d id o , dado que tam bién de este lo ca l p a recía salir com o un
co n cierto , dado p o r un grupo de instrum entos de vien to. Pero com ­
p re n d í que se trataba del au llar de b o cin as de los coches. Y e n d o de
cam ino al pu erto viejo, ya se daba esa m aravillosa ligereza y d eterm i­
n a c ió n d e l paso que con ver lía el in a rtic u la d o suelo de p ie d ra de la
e n o rm e plaza en el suelo de u n a ca rre tera p o r la que yo avanzaba
decid id o, en mitad de la noche. Pues en este m om ento todavía evitaba
la C a n e b ié rc , ya q.ie no estaba seguro p o r co m p leto resp ecto a mis
fu n c io n e s regulad iras. E n aquel p e q u e ñ o b ar del p u erto el hachís
em pezó a ejercer y su hechizo can ónico, y con una agudeza prim itiva
qu e hasta en tonces no había co n o cid o . M e co n virtió en u n fis o n o ­
m ista, o p o r lo me ; ¡os en u n observador de las fison om ías ahí presen ­
tes, y así viví algo único en la totalidad de m i exp erien cia: m e aferré a
los rostros que tenia a m i a lred ed o r, y que en parte eran feos o muy
ru d o s. R ostros que n orm alm en te yo evitaba, y ello p o r dos razones:
n i deseaba atraerm e sus m iradas n i h ab ría p o d id o so p o rtarlo s en su.
ra d ic a l b ru talid ad . Este b a r del p u erto era sin du d a ya u n puesto
avanzado. (C reo que era el ú ltim o hasta el que yo p o d ía acceder sin
p e lig ro , y en mi em briaguez lo fu i estudiando c o n la m ism a atención
y seg u rid ad con la que u n a p e rso n a m uy cansada lle n a u n vaso con
agua hasta los b ord es, sin d e rra m a r n i u n a sola gota, algo que casi
nun ca se consigue con los sentidos frescos). E l b ar estaba lejos de Rué
de la B ou terie, pero ahí no se sentaba n i u n burgués; si acaso se veían,
ju n to al proletariado del pu erto, unas cuantas fam ilias p eq u eñ o b u r-
guesas de la vecin d ad . C o m p re n d í de re p en te que p ara u n p in to r
(¿ n o le sucedió a ¡íem brandt y a otros m u ch o s?) la fealdad puede ser
reserva verdadera de belleza, la cám ara en que guarda su tesoro, des­
ga rra d a m ontaña donde asom a tod o el o ro in te rn o de lo b e llo , ése
qu e resp landece en las arrugas, com o en las m iradas y en los gestos.
R ecu erd o en especial de aquel m om ento el rostro intensam ente an i­
m al y vulgar de un hom bre sedo en el cual, de repente, me estremeció
la « a rru g a donde anida la re n u n c ia » . Ese día fu e ro n sobre todo ro s­
tros de h om b res ios que me at ra jero n . A sí com enzó el ju e g o que en
cada rostro me presentaba un con ocido; m uchas veces su n om b re me
HACHÍS EN MARSELLA 363

era co n o cid o , y otras m uchas n o . D esapareció la ilu sió n , com o des­


aparecen en d. sueño, no con vergüenza y b o ch o rn o , sino ya en paz y
con amistad, com o qu ien ha cum plido su deber. E n estas circun stan ­
cias no se podía hablar de soledad. ¿ E ra yo m i p ro p ia com pañ ía? N o ,
sin duda alguna, claro que tam poco sé si esto h ubiera podido hacerm e
feliz. Pero sí sé que me convertí en el alcahuete más experto, en el más
delicado y descarado, y abordaba las cosas co n la seguridad turbia de
quien conoce b ie n los deseos que abriga su clien te. A ú n pasó m edia
eternidad hasta que reapareció el cam arero, p e ro yo n o po día seguir
esperándole. E n tré en el b ar y pagué en la b arra. N o podía saber si en
este b ar se so lía d e ja r u n a p ro p in a . D e lo c o n tra rio h ab ría dejado
algo. A yer, con el hachís, yo era tacaño; así, p o r m iedo a ir llam ando
la atención al hacer alguna extravagancia, acabé llam ando la atención.
Esto me sucedió tam bién en Basso. P rim e ro p ed í una docena de
ostras. E l cam arero q u ería que p id ie ra al m ism o tiem p o el segundo
plato. Entonces p ed í algo habitual, y el cam arero volvió con la noticia
de que no les quedaba. D i algunas vueltas p o r la carta; com probé que
me iba apeteciendo u n plato tras otro, pero entonces volvía a en cap ri­
charm e co n el p lato de a rrib a , etc., etc., hasta que al fin regresé al
prim ero. Esto no era p o r gloton ería, sino p o r cortesía con los platos;
no qu ería o fe n d e r al rechazarlos. E n pocas palabras, acabé a g a rrán ­
dome a u n pátédeLyon. Pasta de leó n , pensé rie n d o en cuanto lo tuve
ante m í en u n plato; luego pensé despectivam ente: carne de liebre, de
pollo o lo que sea. E n verd ad ten ía tanta h am b re que m e h ab ría
podido com er u n leó n . P o r lo demás, estaba decid id o a m archarm e a
otro sitio en cuanto acabara de cen ar en B asso (ya eran las diez y
media), para :e n ar p o r segunda vez.
Pero anter al ir cam in an d o hasta Basso, r e c o rr í todo el m u elle y
leí uno tras otro los nom bres de los barcos atracados. M e invadió una
alegría in c o m p ren sib le, y pasé so n rien d o ante todos aquellos n o m ­
bres p ro p io s franceses. E l am or que p rom etían a estos barcos a través
de sus nom bres me parecía herm oso y conm ovedor. Sólo me m olestó
«A ero I I » , que me recordaba los combates aéreos, de la misma form a
que en el b ar tuve que ig n o ra r algun o s gestos sin du d a dem asiado
deform ados.
D espu és, a rrib a , en B asso, cada vez que yo m irab a hacia ab ajo ,
volvían a em pezar los viejos ju eg o s. La plaza del puerto era m i paleta,
donde la fantasía iba m ezclando los datos del lugar, haciendo pruebas
J IMÁGENt 1 Olir H » N«!AM

fronulmrnte la propia realidad hasta q u r d w ' f bm* *'\ d. o h .


i,un siendo tan frágil como una pared lir♦b» d* v id n , I * • H « U «i
principio todavía tiene cien barreras frontal í'/m': f''»o -r, r
ms o la »gl«ia que eran como tales la frot.tr»* d r ^ion-
vierten de pronto ya en el centro. 1 s\ ciudad r< id. o» a «»», par»
r l recién llegado. Calles que creía muy IrjahH* *' i '-mi .' #• d* p r o n t o *r»
una esquina, al igual que el p u ñ o drl c o r b r r o *m* l"‘< d* fu«
dos caballos. En cuantisimas trampal to p o g r a fí a * h* d* *«*# *1 i* ' l*n
llegado solo lo puede mos tr a r un» película, m ^ d i a n i " tu t la na r u*tf>
pasional: la gran ciudad se defiende contra él, Ir huye, ** e n m a r a r a ,
conspira e invita a ir e rr ant e p o r *us circulo* h**ta f tr m h n r n l* * * * '
nuarse. (Esto además se puede acometer de maner a m<iy prárti/g} á*f.
a lo largo de la temporada se p o d r í a n e t l n b o m la* g t an de a ciudadea
♦ películas de orientaci ón >s elaborada» par* lo» fnr + . Pero al
final vencen los mapas y los planos: y de noche, en U r*ma, l» fant/cla
hace juegos malabares con edificios, parque* y rail*** rrdad**raa.

Moscú en invierno es una ciudad tranquila. I * ** tí/¿dad I n m e m a de


sus calles tiene lugar sin hacer r u i d o . Halo *in dtn. . r% y r a o ai n ia
nieve, pero también al atraso en materia* d» !rAh«*». í a* ruido»**
bocinas de los coches d o m i n a n hoy la orque*t a r ni d. ida fi a. iVrO en
Moscú hay muy pocos coches*. Sólo se usa vi r n lo. e n t i e r r o » y la*
bodas, y en urgentes funciones de g o b i e r n o . Por *up<«-*lo, de n u c h e
encienden unas luces más p ot en t es qu e la* p r r m i t , d a * e n n i n g u n a
otra gian ciudad. Y los faros avanzan de m a n e r a tai* «lar;* y d^a lu in -
brame que aquel que ha sido atrapado p o r ri lo , no *r a moverse
e su s,tío. Ante la puerta del Kr eml in, .¡luiul.,» r ., , r , l „ , ,1« u n » luz
z í ^ r *cen,r ias’ vist¡e»<i- ‘-o. .1., ... .
<•>.r4rw„. to ° ;:; ■" ia ,,u : re^ la

'*»»«• *«■a-sustan los caballos cíe' \ o X Z \ \ "V " ................... ^ *“

.........
IMÁGENES QUE PIENSAN

sin p ed ir ex p licacio n es, com o u n p in to r que sueña m ien tras qu? va


haciendo sus esbozos. D udé en tom ar el vin o . E ra m edia botella de cas-
5i5. U n trozo de hielo nadaba en la copa. Pero el vino pron to se enten­
dió de m an era excelente con m i droga. H ab ía elegid o m i sitio p^ra
gozar de la ventana abierta, a cuyo través p o d ía m ira r hacia la oscura
plaza. Y cada vez que lo hacía com probaba que la plaza entera iba cam­
biando con cada uno que entraba, com o form ando para ella una figura
que no tenía que ver con la m anera en la que la m ira esa persona, sino
con esa clase de m irada que los grandes retratistas del siglo XVII extraen
de u n a galería de colum nas o de u n a ventana, según sea el carácter de
qu ien hayan situado ante ella. Y a más tarde anoté al m irar hacia abajo:
« D e siglo en siglo, las cosas se vuelven más extrañ as».
Pero ahora he de hacer aquí u na observación más general: la sole­
dad que im plica esta em briaguez tiene sus aspectos negativos. Para 110
h ab lar más que de lo físico , en el b ar del p u erto se p ro d u jo u n in s­
tante en que u na fu erte p re sió n sobre el diafragm a se in tentó aliviar
con u n zum bido. T am bién es indudable que lo en verdad bello y con­
vin cen te no se te d esp ierta. P e ro , p o r o tra p a rte, la so led ad actúa
com o u n filtro . A sí, lo que escrib es al día sigu ien te es más que una
lista de im presiones; todo a lo largo de la noche, la em briaguez se dis­
tin gu e con b ellos b o rd e s p rism ático s resp ecto de la vida cotidiana;
fo rm a com o una especie de figu ra y es más m em orable. Q uizá puedo
decir que se contrae y adopta la fo rm a de u n a flo r.
Para irse acercando a los enigm as de la felicid ad p o r embriaguez
sería n ecesario re fle x io n a r sobre el h ilo de A ria d n a . ¡Q u é inm enso
p lacer causa ir d e se n rro lla n d o 'u n a m arañ a! P lacer que tiene mucha
relación tanto con el p lacer de la em briaguez com o con el de la crea­
ción . A sí, cuando avanzam os, d escu b rim os los recodos de la caverna
en la que nos vam os a d e n tra n d o , p e ro adem ás sólo disfru tam os de
esta felicid a d de d e scu b rir p a rtien d o de la base de esa otra felicidad
más rítm ica que consiste en el ir devan an d o u n o villo . Y esta firm e
certeza del ovillo que vamos ricam ente devanando, ¿n o es la felicidad
que se deriva de tod o tip o de p ro d u c tiv id a d (o p o r lo m en os de la
fo rm a d a en p ro sa )? C o n el hachís som os seres que gozam os de una
prosa en su m áxim a potencia.
Más d ifíc il de ab o rd ar que lo a n te rio r es cierto sen tim ien to de
felicid ad que tenía después, en u n a plaza lateral de la G an ebiére, en
d o n d e la Rué du Paradis va a desem b o car en u n ja r d ín . P o r suerte,
M O SCÚ

te* >ohtario$. M m loi bando* d r cuervos se han pos ado en 1h nteve.


Aquí I05 ojos cxtíui mí»i ocupa*lo* que lo que reclama a lo» oídos. I />*
colores destacan soh rr rl blanco, y el ji ró n más p e q u e ñ o de color bri
lia aJ aire libre. Sobre la jik-v* hay libros ilustrados; unos chinos ven­
den artísticos abanico* de pMprl, y a ú n más a m e n u d o unas grandes
cometas de papel c o m o prre* exótico*. Y es que todos los días se cele­
bran fiestas infantiles». U n o s h o m b r e s t i e n e n u n o s cestos llenos de
juguetes de m a d e r a , r o m o coche» y palas; d ichos coches son rojos y
amarillos, y las palas en c a m b i o amarillas o rojas. T odos estos objetos
tallados y l a b r a d o s s on máft sencillos y só li dos de los q u e se ven e n
Alemania; su o r ig e n c a m p e s in o se hace aquí cla r a m e n te visible. U n a
mañ ana, al bordv de la calle, hay unas casitas n u n c a vistas, c o n b r i ­
llantes v e n ta n a s y u n a valla pue«ta a l r e d e d o r : se tra ta de j u g u e t e s de
madera del d e p a r t a m e n t o de V l a d i m i r . Es decir: h a n llegado nuevas
mercancías. Los artículos de p r i m e r a necesidad, q ue a c o s t u m b r a n ser
siempre más b i e n serios y s obri os, se vuelven más audaces d e s ti n a d o s
a la venta callejera. U n v e n d e d o r de cestas llenas de t o d o tipo de p r o ­
ductos. de los q u e v e n d e n e n C a p r i e n c u a l q u i e r lado, u n o s cestos de
asas con d i b u j o s cu adrado* r o m o a d o r n o , lleva e n la p u n t a de su vara
unas figurillas c a m p e s i n a s de pap el b r i l l a n t e c o n p a j a r i t o s de p a p e l
brillante e n su i n t e r i o r . Pero a veces e n c u e n t r a s u n papagayo b l a n c o
de v e r d a d . E n 1« M i a s s m t / k a i a , d o n d e hay u n a m u j e r c o n d i v e r s o s
artículos de len ce ría, el ave esta en u n a b a n d e j a o e n sus hombros. El
pinto resco t r a s f o n d o q u e c o r r e s p o n d e a estos a n i m a l e s hay que bus­
carlo ya e n o t r o l u g a r , a s a b e r , e n el p u e s t o d el f o t ó g r a f o . B ajo los
calvos ár boles de los espaciosos bulevares hay b i o m b o s con palmeras,
escaleras de m á r m o l y m ares del s u r. Y o tr a cosa r e c u e r d a lo sureño:
la variedad de la venta callejera. C r e m a p a r a zap atos j u n t o a a r tíc u lo s
de p a p e l e r í a , toallas di* m a n o s , t r i n e o s d e j u g u e t e , los pequeños
co lu m p io s p a r a n i ñ o s , piezas de l e n c e r í a f e m e n i n a , p e r c h a s y has ta
pájaros disecados... t o d o se agolpa e n la calle, c o m o si aquí la tempe­
ratura n o fu era de 25 g r a d o s bajo c e r o , s i n o el p l e n o v e r a n o n a p o l i ­
tano. Se m e hizo m u c h o t i e m p o m i s t e r i o s o u n h o m b r e q u e ante si
tenía u n g r a n t a b l e r o t o d o l l e n o d e le tra s. S u p u s e q u e sería un a d i ­
vino. Pero al l m co nseg uí o b s erv ar lo e n su trá fic o . Vi cómo v e n d í a de
repente dos letras y se las fijaba al c o m p r a d o r e n ambos chanclos
t-jmo sus iniciales. Luego, los a n c h o s t r i n e o s c o n sus tres c ajo nes d e s ­
tinados a cacahuetes, avellanas y semitschky ( pip a s q u e , p o r o r d e n de los
HACHÍS EN MARSELLA

encuentro en m i periód ico la frase: « C o n la cuchara siem pre hay <|iir


tomar u na m ism a p o rc ió n de re a lid a d » . U n as sem anas antes, m ióle
esta otra frase de Jo h an n es V . Je n se n , que dice algo en apariencia si mi
lar: « R ic h a rd era u n jo v e n que p oseía el sen tid o de ir p e rcib ie n d o
todo lo h o m o g én e o del m u n d o » !33). Esta frase me había gustado
mucho. Pero ahora me perm ite co n fro n tar el sentido p o lítico -racio
nal que tenía en p rin cip io para m í con el sentido n ágico-in dividual de
mi exp erien cia de ayer. M ien tras la frase de J e n s e n para m í signil'iea
que las cosas están absolutam ente tecnificadas, com pletam ente raeio
nalizadas, y que hoy lo p a rticu la r solam en te existe en los m atices, el
nuevo co n o cim ie n to ahora a d q u irid o era totalm en te d ife ren te . Yo
sólo percib ía los matices, pero eran iguales. Me concentré en el a d o ­
quinado que tenía ante m í, que gracias a u n a especie de pom ada con
que yo iba pasando a través de él p o d ía tam bién ser perfectam ente rl
adoquinado de París. A m enudo se cita aquel « d a r piedras en lugar dr
pan »*. Pero aq u í estas p ied ras eran el p an de m i fantasía, que dr
pronto tenía ganas de pro b ar com o de todos los lagares y países. Y , sin
em bargo, pensaba con orgu llo en que estaba en M arsella borrach o dr
hachís, y en qué po cos quizá c o m p a rtiría n m i em briaguez de esa
noche. Y en que no era capaz ya de tem er la desdicha futura, la soledad
futura, porqu e en todo caso me quedaba el hachís. A h o ra de repente lo
im portante era la m úsica de u n local n octu rn o que estaba allí al lado y
a la que yo había ido siguiendo. G . pasó ante m í en u n coche de punto.
Era visto y n o visto, al igual que antes U . había salido de p ro n to de la
som bra que a rro jab a n los barcos en la fo rm a de u n viejo vagabundo.
Pero no h abía sólo co n o cid o s. E n este estadio de en sim ism am ien to
pasaron a m i lad o dos figu ras —lad ro n es o gran u jas, qué sé yo— qur
eran « D an te y P etrarca». « T o d o s los seres hum anos son h e rm a n o s*.
C om enzó así u n a cadena de pen sam ien tos que ya n o sé com o sigue.
Pero sé que su ú ltim o eslabón era ya m ucho m enos ban al que el pri
m ero, y tal vez conducía a las im ágenes de algunos anim ales.
« B e r n a b é » , estaba escrito en u n tran vía que se detuvo un
m om ento ante el lu gar en que estaba sen tad o . Pero la triste historio

33 Jo h a n n e s V . Je n s e n , Exotische K oveU en, B e r lín , 1 9 1 9 , págs. 4 .1-4 2 .


* C fr . M ateo 7, 9. [N . d el T .]
i m Aoi n i s u u c p i e n s a n

.1. Mi i uiiIii * no me ]., recio un mal destino para u n tranvía que avanza
Luí tu ln | m - i ilcriu <lc .larsclla. Lo que pasaba en la pu erta del salón de
11ii 111 i iii ni iiy I>on it >>. De vez en cu an do salía de a llí u n ch in o vis-
ii. m1.1 luiiiiiilonr.s de >;eda azul y chaqueta de seda co lo r rosa brillante.
I -,i . m el pol lero . Algunas chicas se d ejaban ver, p e ro yo carecía de
.1. i. - .i 1 ,1.1 muy divertido ver cóm o se acercaba u n h om bre jo ven con
..... i i Imi ,i que llevaba un traje blanco y de p ro n to p en sar: « E lla se le
• n ni i io de la camisa, y él la recoge. V aya». A caricié la idea repentina
ili i 'i!,ii me aquí sentado, en el cen tro del vicio , y la palab ra « a q u í»
ni i ,'ie refería a la ciudad, sino al pequeño rin c ó n en donde estaba y en
¡■I que no pasaban muchas cosas. Pero todo sucedía de m anera que me
• i>npiro la aparición, com o rozán dom e con su varita m ágica, sum er­
giéndom e en ella enteram ente com o dentro de u n su eñ o. Y es que las
per,so ñas y las cosas se su elen c o m p o rta r en esas h o ras com o esos
m onigotes de saúco que, en sus cajas de tapa de cristal, están envuel­
to,•! en papel de estaño, y que, cuando se fro ta sobre el vid rio , se elec-
ii r/.an y, a cada m o vim ien to , ad o p tan re la cio n e s m uy extrañas los
unos con los otros.
I a m úsica del lo ca l, cuyo v o lu m en ib a su b ie n d o y b ajan d o sin
rr.-:;ir, me sonaba de m od o p a re c id o a las esco b illas de la m úsica de
/ii.;,;. I le olvidado ya p ó r qué razón me perm itía m arcar su ritm o con el
pie. listo va en co n tra de m i ed u ca ció n , y sólo su ced ió tras una
míen,sa discusión in te rio r. H u b o m om en tos en que la intensidad de
l;i:¡ im presiones acústicas recibidas ocultaba todas las dem ás. Y , sobre
l o d o en el pequeño b ar, tod o desaparecía de rep en te b ajo el fuerte
m id o de las voces, p e ro n o de la calle. Y lo más p e c u lia r de aquel
m len so ru id o de voces era que p arecía co n stitu ir u n d ialecto . De
repente, así los m arselleses no me estaban hablan do en u n francés lo
ha.stante bueno. Se habían quedado reducidos al nivel del dialecto. El
len o m en o de extrañam ien to que hay aquí y que K ra u s fo rm u ló con
esia h erm osa frase: « C u a n to más cerca m iras u n a p alab ra, de más
lejo.s te m i r a » ^ parecía extenderse así a lo óptico. E n todo caso, en
m edio de m is notas me e n c u en tro co n esta m u estra de sorpresa:
|< ¡óm o enfrentan las cosas la m ira d a !» .

¡| K iirl K rau s, Pro (lomo el m undo, L e ip zig , 1 9 1 9 , pág. 1 6 4 .


+ l'i <il>:il)l<'incntc B e n ja m ín esté aq u í p en san d o m ás en el p e rso n a je de E l castillo de
h n l L i (|ur 110 en el apóstol. [N. del T . ]
AL SOL

El ru id o em pezó a d ism in u ir cuando atravesé la C an eb icrc y giré


con. objeto de tom ar u n h elad o en u n p eq u eñ o café del G o u rs B e l-
sunce. E ra u n café que no quedaba lejos de aquel p rim e r café en que
entré p o r la noche, en el cual de repente la am orosa felicidad que me
causó la co n tem p lació n de unas fran jas que ib an o n d ean d o sobre el
viento me vino a convencer de que el hachís iba em pezando a su rtir su
efecto. G u and o ah o ra re cu erd o aquel estado, m e parece de p ro n to
que el hachís sabe an im a r a la naturaleza p ara que —con m enos ego ­
ísmo—nos entregue gustosa ese derroche de la p ro p ia existencia que el
amor b ien con oce. S i cuando se está en am o rad o vem os que la exis­
tencia pasa entre los dedos de la naturaleza com o m onedas de oro que
no puede agarrar y re te n e r y que deja que escapen para a d q u irir lo
que acaba de nacer, ahora nos a rro ja a la existencia de m odo gratuito,
a manos llenas, sin ten er que esperar a cam bio nada.

AL SOL[35]

En la isla hay hasta diecisiete tipos de higos, según d icen . Se debería


conocer sus n om bres, se dice el h om bre que cam ina al sol. Y no sólo
habría que haber visto todas esas hierbas y anim ales que le dan a la isla
su rostro, con su o lo r y su son id o, las estratificaciones de la m ontaña
y los tipos de su elo , desde el a m a rillo p o lv o rie n to hasta el m a rró n
violeta, pasando p o r anchas capas de cin ab rio , sino que, sobre lodo,
sería preciso co n o c e r sus n o m b res. P o rq u e ¿ n o es sin duda todo
trozo de tierra ley para u n en cu entro irrep etib le de anim ales y p lan ­
tas? ¿N o es todo top ón im o una clave tras la que flo ra y fa una se reú­
nen p o r p rim era y tam bién últim a vez? E l cam pesino sabe descifrarla,
conoce los n o m b res. P ero el n o es capaz de d e cir nada acerca de su
sede. ¿L o s nom bres lo vuelven tan p.arco en palab ras? En tonces, ¿la
copiosidad de la palabra sólo le correspon de a quien tiene el co n o ci­
miento sin los nom bres, y la del silencio al que no tiene nada más que
los nom bres?
S in duda que q u ie n p ien sa tales cosas m ientras que cam ina no
puede ser de aquí; si estando en su país sr ponía a pensar al aire libre,

;,:j Texto p u blicad o en d iciem b re d r I en el Iwlnisclte /(filung.


ya era de n och e. Y de p ro n to recu erd a con extrañeza el que pueblos
enteros (los ju d ío s, los in d io s o los m oros) hayan con stru id o sus sis­
temas dogm áticos bajo u n S o l que a él casi parece p ro h ib irle pensar.
Ese S o l que está ardiendo a sus espaldas. Ju n to a él la resina y el to m i­
llo im p re g n a n todo el aire en el que él cree que se va a ah o gar. U n
a b ejo rro choca con su oreja. A penas p ercib ió su cercanía, y el to rb e­
llin o del sile n c io ya se lo ha llevad o . R ev ela ció n del m en saje del
veran o , el m ensaje de tantísim os veran o s, y sin haberse dado cuenta
de ello: p o r p rim era vez ahora su oíd o estaba en teram en te a b ie ito a
él, p e ro de n uevo se in te rru m p ió el co n ta cto . E l se n d e ro , ya casi
im p erceptib le se ensancha de p ro n to ; las huellas llevan a u n a ca rb o ­
nera. Tras el vapor se encoge la m ontaña, a la que se dirigen las m ira ­
das de ese h om bre que asciende.
E n su m ejilla percibe ahora algo frío . Piensa que es una mosca y la
golpea. Pero era tan sólo la p rim era gota de sudor. La sed entonces no
tarda en llegar. N o viene del paladar, sino del estóm ago. D esde ahí se
difunde p o r el cuerpo y le enseña a ir bebien do y absorviendo hasta el
m en o r hálito p o r todos los p o ro s. H ace ya tiem po de que la camisa se
haya escurrido de sus hom bros; y cuando vuelve a ponérsela para prote­
gerse bien del Sol, se siente como envuelto en humedad. Sobre una pen­
diente, los alm endros arrojan su amplia sombra a los pies del tronco. Las
alm endras son la riqueza del país, es el fru to que m ejo r les pagan a los
campesinos. Adem ás en esta época es tam bién el único fruto m aduro, y
al caminar es agradable ir tocando las ramas. A la mano le es difícil sepa­
rarse de las cáscaras después de deshuesadas; las conserva u n rato, y des­
pués las lanza a u na corrien te y les da algo de im pulso. E l fru to está
m aduro, pero no p o r com pleto; su ju g o está más fresco que después,
cuando su piel es m arró n y ya no se desprende fácilm ente. Pero ahora
tiene todavía el color del m arfil, com o el queso de cabra y el corsé. Las
alm endras saben a m arfil. Q u ien ahora las tiene entre los dientes, de
pronto oye el m urm ullo de una fuente en el denso follaje de la higuera.
Los higos, que aún son verdes y duros, están aún m etidos y encajados,
casi apenas visibles, en los pequeños hom bros de las hojas. Ha llegado el
instante en que sólo los árboles parecen estar vivos. E n los pinos cantan
las cigarras; su ru id o resuena a través de los cam pos polvorien tos, que
una vez cosechados tienen la expresión torpe y varia de quien lo ha dado
todo. Su últim a propiedad, la de la sombra, se encoge ahora a los pies de
los m ontones de heno. Este es el tiempo de la recolección.
A L SOL 369

Los bosques giran en torn o de las cum bres, com o si el rastrillo del
verano los am ontonara abí de p ro n to . E n tre el rastrojo hay sauces ais­
lados; y su fo lla je re lu ce, n eg ro y b la n co , igual que la plata. N o bay
árbol más adorn ado y más esquivo, rico en soplos que apenas se p e r­
ciben . P ero u n o de ellos, sin em b argo, llam a la a ten ció n del ca m i­
nante. A sí, recu erd a el día en que sin tió co n u n á rb o l. P o r entonces
tan sólo eran p re ciso s la m u je r que él am aba - ella estaba tum bada
sobre el césped, sin preocuparse de él—ju n to con su tristeza o su can ­
sancio. A p oyó la espalda contra u n tro n co , y el árbol le enseñó lo que
sentía. A cada vez que el árb o l com enzaba a o scilar, él a p ren d ía a ir
cogien d o a ire, y después a exp u lsarlo , cu an d o el tro n co co b rab a su
firm eza. Se trataba del b ien cuidado tro n co de u n árb o l de ja r d ín , y
era en verdad inim aginable la vida de aquel que p uaiera apren d er algo
de ese á rb o l qu e, fro n d o so y a b ie rto , se alzaba trip le m en te sobre el
suelo para crear u n m undo inexplorado en dirección a tres puntos del
cielo . P ero n in g ú n cam in o los re c o rre . A h o ra , m ien tras él sigue
indeciso u n cam ino que puede traicionarlo en cualquier instante, que
ora parece convertirse en un sen d ero , ora ir a acabar ante u n a espesa
b arrera de espinas, de nuevo vuelve a ser d u eñ e de sí m ism o cuando
las pied ras se escalonan en terrazas y las hon d as huellas de los carros
indican que ahí cerca hay una granja.
Porque n in gú n ru id o in dica que haya cerca n in gú n pueblo. E n su
en to rn o p arece irse exte n d ie n d o el sile n c io que cae del m ed io d ía.
Pero ahora los cam pos se separan y aclaran para a b rir el terren o a una
segunda o tercera sen d a; y m ien tras los m u ro s y las eras ya hacc
tiem po que se han ido escondiendo tras cúpulas de tierra o de folla j<\
en m e d io de los cam pos so lita rio s se p re sen ta el cruce de cam ino*
para crear u n cen tro . N o de carreteras n i veredas o cam inos de ca/.n;
su lu gar se abre en este espacio donde, en m edio del cam po, se cru/.im
sim plem ente los cam inos a través de los cuales, hace siglos, los labra
dores, h om bres y m u jeres, com o sus h ijo s y com o sus rebaños, van n
trabajar de u n cam po a otro, de u n p rado a o tro, de una a o d a cu,su, y
muy pocas veces de m anera que una noche n o duerm an en su nisit. I I
suelo ahí suena hueco, y el sonido que respon de a cada paso n l i r n l » n
qu ien se en cu en tra de cam in o . Pues, con este so n id o , la . s o l r d n d vti
p on iend o el país a sus pies. C u an d o llega a u n lugar que le rN |>n>|*|
ció, él sabe que es ella qu ien se lo ha in d icad o ; es la soledad ln <|in |(
in d ica que u tilice esta p ie d ra com o asien to , o aquella Im m l..... .
i m A iíi n l : s q u e p i e n s a n

n iiiin iinlii <1....... (p o n e rse tlcl can san cio . P ero él se ha cansado
<I c 111 un i ii *I <> n i i i i n ¡ -.ira que pu ed a d e ten e rse, y m ien tras p ie rd e el
p o d e r , ' u ) 1 1 i c n u . s p i <■.s , que lo tra n sp o rta n dem asiad o rá p id o , se ha
d u d o <u e n l a *1<■ que su fantasía se ha d e sp ren d id o de él y, tom ando
¡i|»<>y<> e n la pendiente que a lo lejos acom paña a su cam in o, empieza
;i d i . s p a r a r . s e p o r su cuenta. ¿Q u iz á desplaza las rocas y las cum bres?
¿ ( ) apenas las roza, com o con u n h á lito ? Y , ¿ n o deja p ie d ra sobre
piedra o lo respeta todo com o estaba?
T ie n e n los hasic'im una sentencia re fe rid a al m u n d o ven id ero que
dice sim plem ente lo siguiente: todo allí está dispuesto com o aquí. Tal
co m o es hoy n u estra h ab ita ció n , así será en el m u n d o ve n id e ro ;
d o n d e nu estro h ijo du erm e ah o ra, d o rm irá en el m u n d o ven id ero .
L a ro p a que en este m u n d o nos vestim os la vestirem os en el m undo
ven id ero . T odo será ju sto com o aquí, aunque será u n poco diferente.
A sí lo fija nuestra fan tasía, que co rre u n velo sobre lo le ja n o . Todo
pu ed e seguir tal com o estaba, p ero ese velo o n d ea so b re el fo n d o y,
m ientras tanto, todo se desplaza, im p erceptib lem en te, bajo él.
Se producen cambios incesantes, y nada se m antiene o se disuelve.
D e ese tejido casi im p erceptib le de p ro n to se d espren d en un os nom ­
bres; unos que, sin palabras, van pen etran do en el cam inante; m ien ­
tras que se form an en sus labios, él los recon oce, un o p o r u n o . A p a­
re cen los n om b res; ¿d e qué le sirve a h o ra este p a isa je ? C ru za n por
una lejanía anónim a, pasan sin d ejar h uella. Lo s n om b res de las islas
que se alzaban antes desde el m ar com o g ru p o s de m á rm o l, de las
peñas m ellan do el h o riz o n te , de las estrellas s o rp re n d ié n d o lo en el
barco cuando iban ocupan do su lu gar en cuanto em pezaba a oscure­
cer. H an enm udecido las cigarras, la sed desaparece p o r com pleto, ha
term in ad o el día. Pero desde abajo se oye algo. ¿ S e rá u n p e rro que
lad ra, unas pied ras que caen o u n le ja n o g r ito ? M ien tras lo oyes,
.liento, el racim o de las cam panadas se reún e despacio en tu in terior,
un .sonido tras otro. M adura y crece dentro de tu sangre. U n o s lirios
11<«reren en el rin có n de los cactus. Pasa u n coche a lo lejos entre o li­
vo,-i y alm endros, pero sin hacer n in gú n ru id o , y cuando las ruedas ya
mc i-fH iiiiilen por detrás del fo lla je de los árboles, unas grandes m uje-
i. fi ;i<>1»i e li u i na na.s, con el ro stro vuelto h acia el que m ira, aparecen
11 • 11 ii 11111« .......... .. .se, sobre la tierra inm óvil.
EL SOÑADOR EN SUS AUTORRETRATOS1'1'1
El nieto

Habíamos decidido visitar a la abuela. Fuim os en coche de pu n to. Ya


era tarde. P o r los cristales de la p o rte zu ela se veía la luz de algunas
casas en el vie jo b a rrio del O este. Y m e d ije : « E s la luz de aquella
é^ocG». P ero , poco después, u na fachada b lan ca inacabada en m edio
de u n g ru p o de casas antigu as m e re co rd ó el p re sen te. E l coche de
punto atravesó la Potsdamstrafte p o r el cruce con la Steglitzstrafte. A l
seguir su cam in o al o tro lad o , m e p re g u n té cóm o eran las cosas de
antes, de cuando m i abuela aún vivía. ¿N o había todavía cam panillas
en el tiro del coche de caballos? A gucé mis oídos para averiguar si aún
existían y las escuché. A l m ism o tiem po, el coche p areció com o si ya
no rodara, sino que resbalara p o r la nieve. H abía nieve en la calle. Las
casas iban unidas p o r arrib a, con sus tejados de form as m uy extrañas,
y entre ellas tan sólo se veía u n trocito de cielo. A dem ás se veían unas
nubes parcialm en te cubiertas p o r los tejados y con u n a fo rm a circu ­
lar. Pensé en señalar hacia esas nubes y me so rp ren d ió al advertir que
las llam aban « L u n a » . E n casa de la abuela resultó que habíam os tra­
ído todo lo necesario para atendernos. E n u n a gran b andeja llevaban
a lo largo del pasillo café y pasteles. Pero co m p ren d í que la llevaban
hacia el d o rm ito rio de la abuela, y me defraudó el com probar que ella
no estuviera levantada. F u i a su d o rm ito rio , pues hacía ya m ucho que
no la veía. C u an d o entré, en la cama había una chica vestida de azul,
pero su vestido no era nuevo. N o estaba tapada, y parecía sentirse m uy
a gusto en aqu ella am p lia cam a. S a lí y vi en el pasillo seis o in clu so
más camas de n iñ o , colocadas u na ju n to a otra. E n cada una de ellas
se sentaba u n bebé vestido com o adulto. N o me quedó más rem edio
que suponer que eran de la fam ilia. Esto me extrañó y me desperté.

El vidente

La parte alta de una gran ciudad. U n circo ro m an o . Y a es de noch e.


Se celebra una rápida carrera de carros; y —según me dice una co n s­

36 Re.njam in reu n ió bajo este títu lo en 1 9 3 2 diversos sueñ os, algunos de los cuales ya
había p u b licad o a n terio rm en te . In ten tó ed itar esta colección , p ero al fin al n o lo
r -insigu ió.
372 IMÁGENES QUE PIENSAN

ciencia oscura— se trata de C risto. La meta está en el centro de la ima­


gen del su eñ o . D esde la plaza del circo , la co lin a desciende en pen­
d ien te escarp ad a hacia la ciu d ad . A sus pies pasa ahora u n tranvía
den tro de cuyo ú ltim o vagón veo vestida co n el traje ro jo y chamus­
cado de los con d en ad o s a u na que co n o zco . E l tran vía se m a rc h ;, y
ante m í de repen te aparece su n ovio. Los satánicos rasgos de su ros­
tro, indescriptiblem ente herm oso, están acom pañados de una sonrisa
tím ida. E l levanta las m anos, en las que sostiene una varita, y diciendo
de p ro n to las palabras « Y a sé yo que tú eres el pro feta D an ie l» me la
ro m p e co n tra m i cabeza. Y en ese in stan te me co n vierto en ciego.
B aja m o s ju n to s cruzando la ciu d ad ; al p o co tiem po llegam os a una
calle en cuyo lado derecho hay unas casas, a la izquierda u n gran des­
cam pado y al fo n d o u n a p u erta. N os d irig im o s en ton ces hacia ella.
U n fantasma aparece de repente en la ventana de la planta baja de una
casa que tenem os ah o ra a la d erecha. Y n o s va acom pañ an d o por el
in te rio r de cada casa. Atraviesa todas las paredes y siem pre se sitúa a la
m ism a altura que nosotros. Veo todo esto, aunque soy ciego. Tengo la
im p resió n de que m i am igo su fre b ajo las m irad as del fantasm a. Así
que intercam biam os nuestros sitios: yo avanzo p o r el lado de las casas,
y así lo p ro tejo . A l alcanzar a la puerta, desperté.

El amante

A n d ab a con m i novia p o r ah í; íbam os realizan d o ju n tam en te algo a


m edio cam ino entre una escalada y u n paseo, y ahora estábamos cerca
de la cum bre. Extrañam ente, yo pensaba que esa cum bre era un largo
palo que ascendía hacia el cielo, sobresaliendo p o r encim a de la pared
de roca. Pero cuando llegam os allí arrib a, vi que no se trataba de una
cu m b re, sin o de u na m eseta atravesada p o r u n a ancha carretera,
ceñida de altas casas a ambos lados. Y a no íbam os a pie, sino en coche,
ju n tam en te sentados en el asiento trasero, según creo ahora recordar;
y es p o sib le que el coche cam biara algun a ve* de d irecció n mientras
fu im o s en él. M e in c lin é h acia m i am ada p ara besarla, pero ella
entonces no me ofreció su boca, sino solam ente su m ejilla. Mientras
la besaba me di cuenta de que era u na m ejilla de m a rfil, longuitudi-
nalm onle atravesada p o r u n os surcos n eg ro s que me im presionaron
p or lo bellos.
EL SOÑADOR EN SUS AUTORRETRATOS

El sabio

Me veo en los grandes alm acenes W ertheim , ante una cajila que con
tiene figuras de m adera, p o r ejem plo u n a oveja del estilo de los ani
males que ib a n en el A rc a de N o é . P ero esta oveja era más lisa y no
estaba p in ta d a . M e atrajo este ju g u e te . G u a n d o me lo en señ o la
dependienta, vi que estaba con stru id o a la m an era de las placas mági
cas que v ie n e n en algu n o s de los ju e g o s de m agia: u n as plan chas
pequeñas rodeadas p o r cintas de colores que se a lin ean unas ju n to a
otras y que son ahora azules, ahora rojas, según vayas ju g a n d o con lns
cintas. A l darm e cuenta de esto me gustó más aún el ju eg o de m adera.
Pregunto a la d ep en d ien ta p o r el p re cio y me so rp re n d e que cueste
más de siete m a rco s. D e m an era que ten go que re n u n c ia r a com
p rarlo, au n q u e m e resu lta d ifíc il. G u a n d o me ap arto , m i últim a
mirada ve de p ro n to algo in esp erad o. L a co n stru cció n ha cam biado.
A hora la p lan ch a lisa es u n p lan o in c lin a d o , y a su fin a l hay una
puerta. U n espejo la llen a. E n este espejo veo lo que sucede sobre rl
plano in clin ado, que en realidad es una calle: dos n iñ os co rren p o r el
lado izquierdo. A h í no hay nadie más. T o d o esto p o r debajo del cris
tal. Casas y n iñ o s están co lo read os. A sí que ya no pu ed o resistirm e;
pago el p re cio y m e llevo m i ju g u e te . L u e g o , a la tarde, se lo q u iero
enseñar a m is am igo s. Pero en B e r lín h ay d istu rb io s. L a m u ltitu d
amenaza con asaltar el café en el que n os h em o s re u n id o ; entonce*
recorrem os m entalm ente los dem ás cafés, p e ro no hay n in g u n o q u e
parezca seguro. D e m odo que nos vamos al desierto. A h í es de noche i
montamos las tiendas; m uy cerca de ellas hay unos leones. N o he olvi
dado m i jo y a; se la que qu iero enseñar a m is am igos, pase lo que pa.ie.
Pero la ocasión no se presenta. Á fric a nos fascina dem asiado; así <|ur
me despierto u n p oco antes de p o d e r co n tar el secreto que acabo de
en ten der: los tres tiem p o s en que el ju g u e te se despliega. P rim era
plancha: esa calle de colores donde co rren dos n iñ o s. Segunda plan
cha: una m araña de fin os y ajustados engranajes, ém bolos y cilindro*,
rodillos y transm isiones, todo hecho de m adera y en una sola «uprrf'l
cié, sin que haya n i gente n i ru id os. Y p o r ú ltim o la tercera plnnehni
el nuevo o rd en en la Rusia de los soviets.
IMÁGENES QUE PIENSAN

El discreto

( lom o en el su eño sabía que en m uy p oco tiem p o m e m arch aría de


Italia, me fu i de C a p ri basta Positano. C re ía que parte de ese te rrito ­
rio está sólo a.1 alcan ce del que a rrib a a u n a zon a ab a n d o n a d a , a la
derecha del em barcadero. E l lu gar de m i sueño no tenía nada que ver
con el lugar real. Sub í cam po a través p o r u n a pen diente larga y escar­
pada, y llegu é a u na carretera abandonada que atravesaba u n bosque
de abetos tétrico y p o d rid o . C ru cé la carretera y m iré hacia atrás. V i
u n co rzo , u n a lie b re o algo p a rec id o que c o rría a lo largo de esta
ca rre tera , de iz q u ierd a a d erech a. Y o iba en lín e a recta; sabía que
P ositan o estaba lejo s de esta so led ad , h acia la iz q u ierd a, d eb ajo del
b o sq u e. D i todavía u n os pasos más y p u d e ver al fin la p arte vieja y
a b an d o n ad a de ese p u e b lo : u n a plaza g ran d e y cu b ierta de h ierb a a
cuya izquierda había una iglesia m uy alta, hecha en estilo antiguo, y a
cuya derecha se veía, p o r el lad o m ás co rto , u n a especie de capilla o
b ap tiste rio com o u n n ich o gigan te. T al vez algu n o s árb o les estaban
acotan d o aquel lu g ar. H a b ía en to d o caso u n a v e rja de h ie rr o que
ro d eab a la plaza, sobre la cual am bos e d ific io s se m a n ten ía n a una
gran distancia. M e acerqué a la verja y vi u n leó n dando saltos m o rta­
les sobre el ce n tro , p e ro n o se elevaba dem asiad o del su elo . Y con
h o r ro r vi poco después u n to ro en o rm e de cu ern o s gigantescos. E n
cuanto vi a am bos anim ales, saliero n p o r u n agujero de la verja en el
que no había reparado. Pero apareciero n al instante algunos sacerdo­
tes, y ju n to a ellos vi a otras p erson as que se p u sie ro n en fila y a sus
órd en es para h acer fren te a aq u ello s anim ales, cuyo p e lig ro parecía
con ju rado. Y después no recu erd o nada más, salvo que u n o de aque­
llos sacerdotes se situó ante m í y me pregu n tó si era d iscreto ; le con­
testé que sí con voz son ora cuya serenidad m e so rp ren d ió aún estando
sum ido en aquel sueño.

El cronista

E l em p erad or va a ser ju/.gado. Pero hay sólo u n estrado y una silla, y


ante ella van in te rro g a n d o a los testigos. E l testigo era a h o ra ju s ta ­
m ente una m u jer con su hija que iba explicando que el em perador la
había arru in ad o con su gu erra. Para co rro b o ra rlo m ostró dos o b je­
tos, que eran todo lo que le quedaba. E l p rim er objeto era u n a escoba
SOMBRAS BREVES II

con im rabo muy largo; con ella lim piaba su casa la m u jer. E l segundo
era u na calavera. « E l em p erad or me ha hecho tan p o b re —dijo ella de
p ron to— que no tengo otro recipiente en el que pueda darle de beb er
a m i h ija » .

SOMBRAS BREVES <ll>[37]

Signos secretos. H ay u n a frase de Sch uler* que se n os ha id o tra n sm i­


tiendo oralm ente. A h í se dice que todo con o cim ien to ha de con ten er
en su in te rio r alguna pizca de con trasen tid o, al igual que en la A n t i­
güedad los dibujos de los tapices o los frisos se desviaban u n poco en
algún sitio respecto de su curso re gu la r. D ich o en otras palabras: lo
decisivo no es el avanzar desde u n con ocim ien to a o tro , sino el saltar
sobre cada u n o . Ese salto es la m arca de lo auténtico, lo que distingue
al co n o c im ie n to de cu a lq u ie r m ercan cía h ech a en se rie , sigu ie n d o
algún p atró n preexistente.

Una frase de Casanova. « E lla sa b ía » , d ijo C asan ova resp ecto a u n a


alcahueta, « q u e no te n d ría la fu erza de m a rch a rm e sin antes darle
a lgo». U n a frase extraña. ¿Q u é fuerza hacía falta para n egar su paga a
la alcahueta? O m e jo r dich o: ¿e n qué debilidad puede co n fiar ella en
todo caso? Exclusivam ente en la vergüenza. L a alcahueta es venal, mas
la vergüenza de su cliente no . Avergonzado, el cliente busca u n escon­
drijo, y al fin al encu entra el más oculto, a saber, el d in e ro . La in so ­
lencia a rro ja sobre la mesa la p rim era m o n ed a, y la vergüenza añade
cien para ocultarla.

El árbolj el lenguaje. S u b í u n terrap lén y m e tum bé bajo u n árbol. E l


árbol era u n álamo o quizás u n aliso. Pero, ¿ p o r qué no me acuerdo de
su especie? Porque, m ientras m iraba hacia el follaje siguiendo su com ­
plejo m ovim ien to, de repente el len gu aje, en m i in te rio r, se vio tan
conmovido, tan arrebatado p o r el árbol, que consum ó en m i presencia,

37 Texto p u b licad o en fe b re ro de 1 9 3 3 en el Kólnische /jitu n g .


* A lfred Sc h u ler ( 1 8 6 5 - 1 9 2 3 ) . e scrito r alem án p erten ecien te al círcu lo de Stefan
G eo rg e . [N . dei T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

una vez más, su siem pre antigua u n ió n . Las ram as y la copa se mecían
ahí, m editabundas, o se to rcían n eg an d o; el fo llaje se defen día de
repente de una violenta ráfaga de aire, temblaba ante e31a o bien iba a su
en cu en tro ; el tron co en cam bio se m ostraba b ien co n fiad o sobre su
base sólida; las hojas se hacían som bra, unas a otras. U n suave viento
aportó música a esta boda y llevó p o r el m undo, tal como en un lenguaje
m etafórico, a unos niños que ahora no tardaron demasiado en nacer.

El juego. A l igu al que cu a lq u ie r o tra p a sió n , el ju e g o se n os da a


c o n o c e r cu an do la chispa salta en el ám b ito c o rp o i al de u n o a otro
centro, m oviliza ora u n órgano, ora otro, y en él reúne y po n e límites
a la entera existencia. A h í está el plazo co n ced id o a la derecha antes
que caiga la bolita en la casilla. Pasa la m ano al m odo de u n avión que
fuera sobrevoland o las colum nas, d ifu n d ie n d o en sus surcos las dis­
tintas sem illas de las fichas. D icho plazo lo anuncia aquel instante —el
ú n ico que queda reservado al oíd o — en que la bola entra en el torbe­
llin o y el ju g a d o r escucha cóm o la fortu n a va afinando su oscuro con­
trabajo. E n el ju eg o , que habla a todos los sentidos, in clu id o al atávico
de la clarivid en cia, tam b ién le llega luego su tu rn o a los o jo s. Todas
las cifras les van h acien d o señas. Pero com o los ojos h an olvidado el
lenguaje de las señas, quienes con fían en ellos se acaban al fin al extra­
via n d o . A cam b io, ellos los que p ro fe sa n la devo ció n más pro fu n da
p o r el ju e g o . Siem p re u n rato más se queda ante ellos la apuesta que
resulta fracasada. P ues el reglam en to los re tie n e , com o le pasa a un
h o m b re en am o rad o con el desafecto de su am ada. E l ve la m ano de
ella ah í, a su alcan ce, y no hace nada p a ra su jetarla. E l ju e g o tiene
apasionados seguidores que lo am an p o r sí m ism o, sin duda no por lo
que les da. S i les quita todo, cargarán la culpa sobre sí y d irán : « H e
ju g a d o m a l» . Este a m o r ya co n tie n e la re m u n e ra c ió n p ro p ia de su
esfuerzo, de m odo que las pérdid as tam b ién son entrañables porque
les p e rm ite n dem ostrar su capacidad de sacrificio . Perfecto caballero
del azar fu e el p rín c ip e de L ig n e , que en los años p o sterio res a la
caída de N a p o le ó n so lía fre c u e n ta r los clubs p a risin o s, haciéndose
fam oso p o r la actitu d con que aceptaba las p é rd id as más graves: su
m ano derecha, que había depositado sobre la mesa sus grandes apaes-
tas, pen día laxam ente, m ientras la m ano izquierda estaba inm óvil y se
m antenía h orizon tal al in te rio r del chaleco, sobre el lado derecho de
su to rso . M uch o tiem po después, d ijo su ayuda de cám ara que tenía
SOMBRAS BREVES II

tres cicatrices en el pecho, la im p ron ta exacta de las uñas de- lies dedos
que estaban siem pre ahí, apretados e inm óviles.

Lasimágenesj la lejanía. ¿ L a p o ten te a fic ió n p o r las im ágenes no .sí-


alim entará posiblem ente de una tu rb ia opo sició n frente al sab er? Yo
contem plo el paisaje: el m ar está m uy liso en la bahía; u n os bosques
ascien d en , com o u n a in m ó v il m asa silen cio sa hacia la cu m b re del
m on te; a rrib a están las ru in a s de u n ca stillo , que llevan así vario s
siglos; el cielo resp lan dece despejado de n u bes, con u n azul etern o .
Así es com o lo quiere el soñ ad or. Q ue este m ar sube y baja en m illo
nes de olas, que los grandes bosques se estremecen, a cada nuevo ins
tante desde las raíces hasta la ú ltim a h oja, que las piedras de la ruina
del castillo co n tin ú a n cayendo sin cesar, que er> el cielo u n o s gases
están lu ch a n d o in visib lem e n te antes de lle g a r a fo rm a r n u b es: el
soñador olvida todo esto para entregarse a las im ágenes. E n ellas tiene
sosiego, e te rn id a d . C ad a ala de p á ja ro que lo roza, cada ráfaga de
viento que lo estrem ece, cada cercanía que lo alcanza lo desm iente sin
duda. Pero tam b ién con cada leja n ía de nuevo vuelve a co n stru ir su
sueño, que en cu n tra apoyo en cada pared de nubes y se en ciende en
cada ventana ilu m in ada. Y su sueño parece ser perfecto cuando logra
quitarle a cada m o vim ien to su a g u ijó n , co n vertir la ráfaga de viento
en u n leve m u rm u llo y las estam pidas de los pájaros en las form as de
una m igració n . R e p rim ir la naturaleza de este m odo en u n m arco de
pálidas im ágenes es sin duda el deseo del que sueña. H echizarlas, lla ­
m ándolas de nuevo, ése es el talento del poeta.

Vivir sin dejar huellas. G uando penetras en la h abitación burguesa de


los años ochenta, la im p resió n más fuerte, pese a todo ese con fo rt que
tal vez aún irra d ie , es u n « a q u í no se te ha p e rd id o n a d a » . Y es que
aquí no se te ha perd id o nada p o rq u e aquí n o hay n in g ú n rin có n en
el que el habitante del lugar no dejara sus huellas: en los estantes, con
las figuritas; en los sillones blandos y acolchados, con las mantitas con
sus in iciales; en las ventanas, m edian te las co rtin as; en la chimenen,
con su p a n talla. U n a h erm o sa frase escrita p o r B rech t viene <lr
repente en n u estro a u x ilio : « ¡B o r r a las h u e lla s!» ^ 38'. Pero es qur

38 Esta frase es el estrib illo del p rim e r p oem a que aparece en el Lesebuch fiir Sliiillrhrm ilitiri
IMÁGENES QUE PIENSAN

nicnlt' com o el m al co rred o r, que no se h alla in stru id o en el secreto


de los m ovim ientos, flo jo s o b riosos, de sus m iem bros. Pero precisa­
m ente p o r lo m ism o, n u nca pu ed e d ecir so b ria y ju stam en te lo aue
piensa. E l talento que es p ro p io del b u en escrito r consiste en ofrecer
a través de su estilo al p en sam ien to ese m ism o espectáculo que un
cuerpo que esté b ien entrenado sin duda nos ofrece. N unca dice más
de lo pensado. Y p o r eso m ism o su escritura no es u n beneficio para
él m ism o, sino solam ente para aquello que él quiere decir.

Un sueño

L o s O ... me m ostraban su casa en la In d ia h olan desa. L a habitación


en que me en co n trab a estaba en teram en te re cu b ierta con madera
oscura y causaba im p resió n de bienestar. Pero esto eva poco, me dije­
ro n en to n ces m is a n fitrio n e s : lo realm en te a d m irab le era la vista
desde el piso de a rrib a . Pensé en la vista al m a r, que estaba cerca, y
com encé a su bir p o r la escalera. U n a vez arrib a, me situé ante la ven­
tana y m iré h acia a b ajo . A n te m is o jo s estaba la h ab ita ció n cálida,
enm aderada y agradable que acababa yo de aban don ar.

N a r r a c ió n j curación

E l n iñ o está ahora en ferm o . Su m adre lo acuesta dentro de la cama y


se sienta a su lado. Y em pieza a contarle diversas historias. ¿C óm o hay
que en ten d er esto ? L o vislu m b ré cuando N . me habló de la extraña
fuerza curativa que p o seen las m an os de su esposa. M e dijo de estas
m anos: « S u s m ovim ientos eran expresivos. Pero n o se podría descri­
b ir su e x p re sió n ... E ra cual si co n ta ra n u n a h is t o r ia » . La curación
p o r la n a rra c ió n la co n o cem o s gracias a lo s « c o n ju r o s de M erse-
b u rg»*, que no sólo repiten la fórm u la de O d ín , sino que cuentan los
hechos sobre cuya base él m ism o la em pleó p o r vez p rim era. Y tam­
b ié n es sabido que la n a rra c ió n que el en fe rm o le hace al médico al
p rin cip io de su tratam iento puede convertirse en el in icio del proceso
de su cu ración . Surge así la cuestión de si la n a rració n no form ará el

* l o s Merscburger /¡jiubersprüche son dos fó rm u la s m ágicas alem anas, ambas del siglo X,
p u blicad as p o r Ja c o b G rim m en el 1 8 4 2 : u n a de ellas tien e p o r objeto lib erar a un
p r e s o ; y la o tra, en cam bio, cu rar a u n cab allo. [N . del T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

Llima correcto y la c o n d ic ió n más favorab le para la curar ion. Si m<


sería curable en realid ad toda en ferm ed ad si p u d iéram o s avanzar lo
suficiente —basta alcanzar la desem bocadu ra—p o r c’ río dr la nan a
ción. Si tenem os en cuenta que el d o lo r es u n dique, que sr opo n e al
torrente de la n a rració n , vem os claram ente que ese dique siem pre nc
desmorona cuando el río tiene la potencia suficiente para arras! raí- al
feliz mar del olvido todo lo que se encuentra en el cam ino. Las caririas
le marcan u n cauce a ese río.

Un sueño

Estoy en B e rlín ; voy sentado en u n coche en com pañía de dos chiras


altamente equ ívocas. D e rep en te, el cielo se oscu rece. « S o d o in a * ',
dice ahora u n a señ ora de edad avanzada que lleva puesto u n pequrrto
gorro y que de p ro n to tam b ién está en el coche. A sí llegam os a un»
estación de fe rro c a rril donde las vías salen hacia fuera. Se estaba cele­
brando ahí u n ju ic io en que las dos partes se encontraban sentadas en
el suelo, directam ente en los adoquines, entre dos esquinas en fren ta­
das. La enorm e L u n a , m uy descolorida, que apareció m uy baja sobre
el cielo, me p areció que sim bolizaba la ju s tic ia . L u ego m e en con tré
form ando parte de u na reducida exp ed ició n que bajaba a lo largo dr
una rampa, com o esa que tien en n orm alm en te las estaciones de m e r­
cancías —pues aún seguía en el recin to fe rro v ia rio —. N o s detuvim os
frente a u n ria ch u e lo que iba d isc u rrie n d o en tre dos cintas hechas
con láminas cóncavas de porcelana, las cuales a su vez iban flotando rn
lugar de fo rm ar la tierra firm e, cediendo bajo los pies com o las boyas.
No estoy seguro de que la segunda estuviera realm ente hecha de por
celana. M e parece que era de cristal. E n todo caso, estaban recubiertas
de flores, que salían a m odo de cebollas de un os recipientes de cristal,
pero m ulticolores y con fo rm a de esfera, chocando suavemente sobre
el agua, de nuevo, com o boyas. E n tré p o r u n instante en el parterre
de flores de la fila que h ab la al o tro lad o , y al m ism o tiem p o car vi­
chaba lo que nos explicaba u n fu n cio n ario de escaso nivel que nos ib»
guiando. F in alm e n te nos d ijo que en ese re gu ero se iban a lira r Ion
suicidas, los pobres que no tien en otra cosa que una pequeña llo r que
colocan p re n d id a en tre sus d ien tes. La luz caía ahora d ife ría m e ni r
encima de las flo re s. Se p o d ría p en sar que el río era una r s p r r ir dr
A queronte, p e ro en el su eñ o n o h ab ía n ada de esio. Entonre-i mr
IM Á üEN tS UUE PIENSAN

ili|< i o n i l o m h I r m a que apoyar el p ie p ara vo lver a las prim eras


1 1111111 . I.11 p o r c e l a n a era b lanca y estriad a. M ien tras que seguíam os
liiiMuiulo, s a i n a o s de las p rofu n d id ad es de la estación. Señalé el raro
d ibu jo rou fo ri.vad o p o r los azulejos que ten íam os aún b ajo los pies,
ijiic m- podían fácilm ente utilizar para ro d ar allí u n a película. Pero los
« l e m a s iu> dcsc. ban que se hablara tan pú blicam en te de aquellos p r o ­
y e c t o s . De repente se nos acercó p o r el cam in o hacia abajo u n chico
h ara p ie n to . L o d e ja ro n pasar tra n q u ila m e n te , y yo b u sq u é fe b r il­
m ente en m is b o lsillo s p ara ver si en c o n trab a u n a m o n ed a, u n a de
cinco m arcos; pero no la en contré. C u an d o fin alm en te nos cruzamos
con él —p o rq u e no se detu vo—, le di u n a m o n e d a más p e q u e ñ a y a
con tin u ación me desperté.

La «Nueva Comunidad» *

He leído Fiesta d e la paz, y tam bién Hombres solitarios**. Veo que la gente se
portab a m uy g ro se ram en te en F rie d ric h sh a g e n . P e ro , tan p u e r il­
mente parecen haberse portado las personas en el seno de la «N ueva
C o m u n id a d » de B ru n o W ille y B olsch e, que dio m uch o que hablar
durante la ju ven tu d de G e rh a rt H au p tm an n . E l lecto r actual se p re­
gunta quizá si p e rten e ce a u n nuevo lin a je de esp artan o s, pues sin
duda posee m ayor y más estricta d isc ip lin a . Jo h a n n e s V ockerath , el
patrono, es una bestia que H au ptm an n nos presenta con gran sim pa­
tía. La in d iscreción y la m ala educación parecen ser el m ism o presu­
puesto de este h eroísm o dram ático. Pero en realid ad tal presupuesto
no es otra cosa que m era e n fe rm e d a d . A q u í, com o en Ib sen , sus
num erosas varied ad es son p seu d ó n im o s de la en fe rm e d a d que fue
propia del cam bio de siglo, es decir, el llam ado mal dusiécle. E n tre esos
b ohem ios ch ap u ceros, com o lo son B ra u n y el p a sto r Sch olz, el
a n h e l o de lib ertad era m uy fu e rte . P o r o tra p arte se d iría que o cu ­
p a r s e intensamente del arte y la cuestión social es lo que los ha hecho

,1, I " N u rn i ( !i um niidnd fu e u n a com u n a a n a rc o -c o m u n ista que existió en B erlín


....... i ■I**■-’ y 1’ )<*-1-• S u rg ió a p artir d el C írc u lo de Poetas de F ried rich sh agen , que
I " 1 11n i• l,i<111 ii el iH«)0 p o r G e rh art H au p tm a n n ( 1 8 6 2 - 1 9 4 6 ) , B ru n o Wille
( 1 í • > i') "fll 1 VVi l lulm llnlsr.he ( 1 8 6 1 - 1 9 3 9 ) , en tre otro s au tores. [ N . del T . ]
+* /1 ir./. ni/rW v I ni...Mi<- M n iv lin i. dos obras de teatro de G e rh a rt H au p tm a n n . [N . d e lT .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

en ferm ar de ese m o d o . D ich o en otras p alab ras: la en ferm ed ad <\s


aquí u n em blem a social, com o en la A n tig ü e d a d fu e la lo cu ra . Los
enferm os poseen u n conocim iento pecu liar del estado social. En ellos
la desm esura se tran sform a en u n certero olfato de la cargada atm ós­
fera en la cual viven in m erso s sus co n te m p o rá n eo s. A lg o que puede
llamarse nerviosism o cubre la zona de tal tran sform ación . Los nervios
son com o h ilos in sp irad os, al igual que esas fib ras que hacia 1 9 0 0 se
extendían p o r el m o b iliario y p o r las fachadas de las casas, com o re ju ­
venecim ientos insatisfech os y bahías nostálgicas. E l art nouveau veía la
m od ern a fig u ra del b o h e m io com o en carn ad a en u n a D a fn e , que,
por efecto de la p ersecu ció n , se ha visto tran sfo rm ad a de repen te en
un haz co m p lejo de fib ras nerviosas puestas p o r co m p leto al descu ­
b ierto, que se estrem ecen tensas sobre el aire en el que se m ueve el
tiem po-ahora.

Rosquilla, pluma, pausa, lamento, fruslería

Estas cinco palabras inconexas son el pu nto de partida para u n ju eg o


que era m uy apreciado durante el B ied erm eier*. H ab ía que con ectar­
las en tre sí, mas sin cam b iar su o rd e n . Y , cu an to más co rta era la
frase, cuantos m enos m om entos m ediadores contenía en su seno, más
interés el de la solu ción . E n el caso concreto de los n iñ o s, este ju eg o
conduce a algunos b ellísim os hallazgos. P orqu e para ellos las palabras
todavía son u nas cavernas en tre las que co n o c e n extrañas vías de
com unicación. Pero dem os la vuelta a dicho ju e g o : m irem os pues una
frase dada com o si estuviera construida de acuerdo con la regla de este
juego. A sí, de g o lp e , tien e que a d q u irir u n aspecto extrañ o y ex c i­
tante. Esto m ism o sucede en parte en todo acto de lectura. N o sólo el
pueblo lee así n ovelas —p o r causa de los n o m b res o de las fó rm u la s
que el texto les presen ta—, sin o que tam bién el h o m b re culto está al
acecho de ciertos g iro s y p alab ras, y el sen tid o ah í sólo es el fo n d o
donde se alza ia som bra que ellos m ism os arro jan , com o las figuras en

* D e n tro de la h isto ria c u ltu ral de A le m a n ia se d en o m in a despectivam ente « B ie d e r ­


m e ie r » al p e río d o c o m p re n d id o entre los años 1 8 1 5 y 18 4 8 , que en la h isto ria
p o lítica co rresp o n d e al p e rio d o de la R estau rac ió n . Fren te a los excesos que son
p ro p io s de la época ro m án tica y rev o lu c io n a ria a n te rio r, la época B ie d e rm e ie r cl;i
b o ro en su c o n ju n to u n arte, u n a litera tu ra y u n estilo de vida m o d erad o s, y t;m
id ílico s com o on v en cio n a le s. [N . d el T .]
IMÁGENES QUE PIENSAN

relieve. I'.slo se ve claram ente en esos textos que se dicen «sagrados».


MI e n m e n i a rio puesto a su servicio va extrayendo palacras de ese texto
(al com o si hubieran sido puestas de acuerdo con las reglas de ese juego
y para ser descubiertas. Y realm ente las frases que los n iñ os van fo r­
m ando en el ju eg o a p a rtir de las palabras elegidas tien en más paren­
tesco con las palabras propias de los textos sagrados que con la lengua
coloquial de los adultos. H e aquí u n buen ejem plo que muestra cómo
conecta las palabras arriba m encionadas u n n iñ o que tenía doce años:
« E l tiem po se agita com o una ro sq u illa todo a lo largo de la natura­
leza. La plu m a p in ta el paisaje y se p ro d u c e u n a pausa que la lluvia
rellena. Y se oye u n lam ento, po rqu e no hay ninguna fru slería».

UNA VEZ NO ES NINGUNA VEZ[4l]

A l escribir te detienes una y otra vez en u n bello pasaje que te ha que­


dado algo m ejor que los otros y tras el cual n o sabes cóm o debes seguir.
A lg o ahí no va bien . G om o si h ubiera u n éxito malvado o estéril, y que
fu e ra preciso co n o cerlo para co m p re n d e r en qué consiste el éxito
correcto. E n el fon d o se trata de dos lemas totalm ente contrapuestos:
de « u n a vez p o r to d as» y que « u n a vez no es n a d a » . Naturalmente,
hay casos en que conviene el « u n a vez p o r to d a s» : en el ju ego , en el
exam en, en el duelo. Pero no en el trabajo, que reivindica el «una voz
no es n a d a » , que « u n a vez no es n in gu n a v e z » . P or cierto que no es
cosa de cualquiera el llegar al fon d o de las prácticas y las actividades en
que este saber echa raíces. T ro tsk i lo hizo en aquellas frases con que
recuerda el trabajo de su padre en el cam po: « M e quedo mirándolo
sin quitarle ojo. Va m oviendo los brazos sin realizar el m enor esfuerzo,
cual si no trabajase, com o si se d isp u siera a trab ajar tan sólo suave­
m ente, y a cada vez da u n pasito corto, com o tentando el suelo, bus­
cando el sitio en donde pisar. Se ve que siega con gran facilidad y sin la
m e n o r ostentación, y aunque n o posea la seguridad de movimientos
del segador, el corte lo hace siem pre igualado y ceñ id o ; el campo va
quedando b ien raspado y la mies va fo rm an d o u n m o n tó n que se alza
perfilado a su izquierda»*. A sí se com porta el hom bre experimentado

41 T cxlo p u b lica d o en fe b rero de 1934- d en tro de la revista D er ójfíntliche Dienst.


* I .con I Vol.sky, M i vida, A lg o r ta: Z e ro , 1 9 7 2 , P^g- 8 9 . [N . d e l T .]
LA BELLEZA DEL ESTREM ECIM IENTO 385

que ha aprendido a em pezar de nuevo cada día, de nuevo a cada golpe


de guadaña. E l exp erim en tad o no se p ara en aquello que ha hech o,
que se va d isip an d o en tre sus m anos y n o le deja h u ella. S ó lo estas
manos saben h acer fren te, ju g a n d o , a lo que se hace más difícil, p o r ­
que son cuidadosas con lo fác il. «N ejam aisprofiter de Velan acquis» , nos
dice Gide*, u n o de los actuales escritores en los que son más raros, más
escasos, los «pasajes h erm o so s» .

LA BELLEZA DEL ESTREMECIMIENTO14^

Es 14 de ju lio , y desde el S a c r é -G o e u r las lu ces de ben gala cu b ren


todo M ontm artre. A rd e el h orizon te tras el Sen a. Los cohetes ascien­
den y se apagan sobre la am plia plan icie. Y decenas de miles de p erso ­
nas se agolpan re u n id a s en la b ru sca p e n d ie n te p ara co n te m p la r el
espectáculo.
i. U n in te n so m u rm u llo sacude sin cesar la m u ltitu d ,’ al
igual que los pliegu es cu ando el vien to ju e g a con tu ab rigo . S i escu­
chas estando más atento, oirás otra cosa que la expectativa del cohete.
¿Q uizás esta en o rm e m u ltitu d apática n o estará esperan do u n a d es­
gracia que sea, al fin , lo bastante gran de com o p ara sacar de su te n ­
sión de repente una ch ispa? ¿N o estará esperando algún in cen d io , o
quizás el fin del m u n d o, quizás alguna cosa que tran sfo rm e el sedoso
m urm ullo de m il voces en u n solo g rito , al igu al que u n a ráfaga de
viento nos descubre el fo rro del ab rigo ? Pues el agudo grito de pavor,
el que produce el p án ico, viene a ser el reverso de las fiestas de masas.
El ligero escalofrío que reco rre in nu m erab les h om bros lo desea. Pues
para la existencia p ro fu n d a e in con scien te de la masa, las fiestas y los
fuegos son u n ju e g o que le ayuda sin duda a p rep ararse para el in s ­
tante exacto en que se vo lverá m ayor de ed ad , a la h o ra en que el
pánico y la fiesta, cual dos h erm anos que se reco n o cen tras estar sepa­
rados m ucho tiem po, se abrazarán al fin , en el m om en to revo lu cio ­
n ario. C o n razó n se celeb ra pu es en F ra n c ia el 14 de ju lio de este
modo.

42 Texto p u b licad o en a b ril de 1 9 3 4 d en tro de la revista D er ójfentliche Diensl.


* « N o aprovech arse n u n ca del im p u lso a d q u ir id o » (A n d ré G id e, Journaldcsf<nt\ mhhi
nayeurs, París, 1 9 2 9 , pág. 8 9 ). [N . d el T .]
UNA VEZ AÚN[43]

Me e n co n trab a en u n su eño en el co leg io ru ra l de H au b in d a, en


d ond e crecí*. E l ed ificio quedaba a m is espaldas, y yo iba p o r el bos­
qu e, que estaba d esierto p o r co m p le to , e ñ d ire c c ió n a S treu fd o rf.
P ero ya n o era. ese lu g ar en el que el b o sq u e acaba en la planicie,
d o n d e aparece el paisaje con el p u eb lo y la cu m b re de Strau íh aim ,
sin o que al su b ir a u n a colin a p o r u n a suave p e n d ie n te , al otro lado
caía de repente de m anera casi vertical; así, desde la altura, a través de
u n óvalo form ado p o r las am plias copas de los árboles, vi de pronto el
p aisaje, com o en u n vie jo m arco p ara p re se n ta r fo to g rafías, de
m adera de ébano. N o se parecía en absoluto al paisaje real. Ju n to a un
dilatad o río azul estaba S cb leu sin g en , que suele estar m uy lejos, así
que n o sabia ya si eso seguía sien d o S cb leu sin gen o si no sería G lei-
ch erw iesen . T o d o aparecía ante m i vista co m o b añ ad o en colores,
p e ro d om in ab a u n c o lo r n eg ro m uy h ú m ed o y p esad o , com o si la
im agen fuera el cam po que h u b ieran estado ro tu ran d o con dolor en
el su eñ o , don d e h ab ían sem brado las sem illas co n te n ien d o mi vida
p o sterior.

PEQUEÑAS J0YAS[44]

Escribir bien

El qu e es b u en e sc rito r n u n ca dice más de lo que p ien sa. Y esto es


muy im portante. Pues el d ecir no es sólo.darle su expresión al pensa­
m iento, sino otorgarle su realización. Y así, cam in ar no es ya tan sólo
rxp resión del deseo de alcanzar una m eta, sin o su p ro p ia realización.
De qué tipo concreto sea la realización de que se trata, si le hará jus-
I icia estrictam ente a la m eta fijad a o se p e rd e rá en la exuberancia del
depende ya del en tren a m ien to de aq uel que se encuentra de
i . i i m í i u ) . Y cuanto más d iscip lin a d a sea y m ás evite la realización de

I I !'• 11 |*i ni 111 n i p .a pu blicó este texto.


I | !'■ 11 |ii ni 111 m m ea publicó este texto.
’ I ni iinlrj'M rui:il<-.s>> (Landeserziehungsheime) eran cierto tip o de in tern ad o s que creó
• I............... I " ' ' I i nales del siglo XIX y p r in c ip io s d el siglo XX c o n la intención de
........ . i I ' i' : ■ M.'itrma educativo alem án . [N . d el T .]
PLU UL N A 'j JOYA!.

movimientos que sean tambaleantes y s u p e r f i n o , s , imíis .se s.il i.nIhin IimI.i


actitud corp oral consigo m ism a, com o más adecuado s c i í i lam lu n i .mi
uso. Porque al m al escrito r se le o cu rre n siem pre muchas r o s a s , y sr
entrega a ellas ju stam ente com o el m al co rred o r, que no se halla ¡un
truido en el secreto de los m o vim ien to s, flo jo s o b rio so s, d e si i n
m iem bros. P ero p re cisa m en te p o r lo m ism o , n u n ca p u ed e d ecir
sobria y ju stam ente lo que pien sa. E l talento que es p ro p io del buen
escritor consiste en o fre c e r a través de su estilo al p en sam ien to ese
mismo espectáculo que u n cu erpo que esté b ien en tren ado sin duda
nos ofrece. N u n ca dice más de lo pensado. Y p o r eso m ism o su escri­
tura no es u n b en e fic io p ara él m ism o, sin o solam ente p ara aquello
que él quiere decir.

Leer novelas

No todos loy libros se leen igual. P or ejem plo, las novelas sólo existen
para ser devoradas. L eerlas es p o r tanto u n p lacer de in gestión . Pero
esto nada tien e que ve r co n la em patia. E l le c to r n o se p o n e en el
lugar del h é ro e , sin o que in g ie re lo que le su ced e. L a an alo gía más
clara con esto es la p resentación apetitosa con la cual u n plato n u tri­
tivo llega hasta la m esa. C iertam en te, existe u n alim en to crud o de la
experiencia —al igual que existe u n alim ento crudo del estóm ago—: la
experiencia hecha en carn e p ro p ia . P ero el arte que p ro d u c e la
novela, al igual que el de la cocina, com ienza más allá de lo que es la
materia prim a. ¡Y cuántas de las sustancias nutritivas son indigestas en
estado crudo! ¡C uántas diferentes experiencias son aconsejables en los
libros, pero no p ara h acerlas! L e erla s siem p re vie n e b ie n a alg u ien
que se h u n d iría p o r com pleto al tener que su frirlas in natura. S i existe
la musa de la novela —la décim a m usa—, su em blem a será u n hada
cocinera, que eleva al m u n do del estado crudo para sacarle el gusto al
producir en él lo co m estib le. Y tam b ién p o r eso p u ed e leerse el
periódico fácilm ente m ientras que se com e, p ero n o leer una novela.
Son tareas del todo incom patibles.

El arte de narrar

Cada mañana que llega nos in fo rm a de las novedades que suceden en


el m undo. P ero som os p o b res sin em bargo en h istorias que tengan
388 IMÁGENES QUE PIENSAN

interés. ¿ A qué se debe esto? A que ya no llegan a n osotros aconteci­


m ien tos que n o estén en trem ezclado s co n ex p licacio n es. D icho en
otras palab ras: casi nada de cuanto nos sucede b e n e fic ia a la n arra­
ción ; casi todo es inform ativo. La m itad del arte de la n arración con­
siste en lib e ra r alguna h istoria de explicacion es al re p ro d u cirla . Los
antiguos eran m aestros en h acerlo , ante todo H e ro d o to . E n el capí­
tulo catorce del lib ro tercero de sus Historias encontram os la historia de
Psam m ético. G uando este rey de Egipto resultó derrotado y capturado
p o r Cam bises, que era el rey de Persia, éste hizo el intento de hum i­
lla rlo . Gam bises ord en ó pues que Psam m ético se situara en la calle a
través de la cual iba a pasar el desfile de la victoria sobre él. Y además
se encargó de que el p risio n e ro viera pasar a su p ro p ia h ija cuando,
com o sirvien ta, iba a llevar u n cán taro a la fu e n te. M ien tras que los
egipcios sollozaban ten ien do que con tem plar este espectáculo, Psam­
m ético sigu ió m u do e in m ó v il, co n los o jo s clavados en el suelo. Y
cuando vio a su h ijo co n d u cid o h acia la e je cu c ió n , perm an eció del
m ism o m odo in m óvil. Pero cuando, entre los p risio n ero s, reconoció
a u n o de sus sirvientes, que era u n h om bre viejo y m iserable, se gol­
peó la cabeza con los pu ños y m anifestó una gran tristeza. La historia
nos perm ite com pren d er en qué consiste una verdadera narración. La
in fo rm a ció n tiene u n interés exclusivam ente en el instante en que del
todo es nueva. E lla vive tan sólo en ese in stan te, se entrega a él por
com p leto y se explica sin p é rd id a de tie m p o . P o r el co n trario , la
n a rra c ió n n u n ca se en trega. C e n tra sus fu erzas en el in terio r, y
m uch o tiem p o después aún sigue sien d o capaz de desplegarse. Así
volvió M on taign e a la n a rra c ió n del rey de E gip to y se preguntó por
qué el rey no se lam en ta hasta que p o r fin ve a su sirvien te. Y M on­
taigne se respon de: «E stan d o de antem ano llen o e inundado de tris­
teza, la m en or sobrecarga ro m p ió los lím ites de su padecer»"'. De ese
m o d o se p u ed e e n te n d e r esta h isto ria . P ero aún deja espacio para
exp licacio n es d ife re n te s. C u a lq u ie ra p u ed e acceder a conocerlas
plan tean d o la p regu n ta de M o n taig n e en el círcu lo que fo rm an sus
am igos. P or ejem p lo, d ijo u n o de los m íos: « A l rey no le conmueve
el destino de los de su fam ilia, p o r cuanto se trata de su propio des-

* M iclicl di- M o n taig n e , Ensayos, trad . M a D . Picazo y A . M o n ta jo , M ad rid : Cátedra,


vol. I, |i;íjr. 4 4 (lib ro p rim e ro , cap ítu lo II). [N . d el T .]
PEQUEÑAS JOYAS

tin o » . O tro re sp o n d ió : « S o b r e u n escen a rio n c s co n m u even sin


duda muchas cosas que nada nos conm ueven en la vida, y ese sirviente
era para el rey solam en te u n a c to r » . A ñ a d ió u n tercero : « E l d o lo r
mayor se enquista siem pre, y no se m anifiesta hasta que llega la re la ­
jación. La visió n del sirviente hizo ese e fe c to » . Y dijo u n cuarto: « S i
esta historia tuviera lu gar hoy, todos los perió dico s d irían que Psam -
mético am aba m u ch o más a su siervo que a sus h ijo s » . L o seguro es
que hoy u n p eriod ista lo daría explicado de in m ediato. H ero d o to no
nos da una e x p lic ac ió n . H ace u n relato com pletam en te seco. Y p o r
eso esta historia situada en el antiguo Egipto sigue siendo capaz, varios
m ilenios después de su ced id a, de p ro vo c ar aso m bro y re fle x ió n . Se
parece así a las sem illas que h an estado en cerrad as b ie n h e rm é tic a ­
mente durante m iles de años en las salas que gu ardan las p irám id es,
de modo que con ello han conservado hasta el día de hoy su capacidad
de germ inar.

Tras ¡a consumación

Se ha pensado a m en u d o la génesis de las grandes obras a través de la


imagen del n a c im ie n to . Esta im agen , que es dialéctica, abraza ese
proceso p o r dos lad os. U n o tiene que ver directam ente con la c o n ­
cepción creativa y co n c ie rn e en el gen io a lo fem e n in o . Es lo fe m e ­
nino que se agota co n la co n su m a ció n . D a vida a la o b ra y m u ere
luego. Lo que en el m aestro m uere con la creación ya consum ada es la
parte en él en que la creación fue concebida. Mas la consum ación de
cualquier o b ra —y esto nos co n d u ce de in m ediato hasta el otro lado
del proceso—n o es nunca algo m u erto. Y n o es accesible desde fuera;
por eso, el p u lir y c o rr e g ir n o sirve aq u í de nada. L a co n su m ació n
tiene lugar al in te rio r de la p ro p ia obra. Y tam bién aquí se habla, aún
una vez más, de n a cim ien to : en su con su m ació n h creación va a dar
dé nuevo a luz al creador. Y no de acuerdo con su fem in idad, aquella
por la cual fue co n ceb id o , sino p o r su elem ento m asculino. S atisfe­
cho y feliz, el creador deja así atrás a la naturaleza, dado que esta exis­
tencia, esa que él recib ió p o r vez p rim era desde las tinieblas más p r o ­
fundas de su seno m a te rn o , va a d eb érsela ahora a o tro re in o más
claro y lu m in oso. P orqu e su patria nunca es el lugar en donde naciera
el creador; el cre a d o r vie n e al m u n d o ju stam en te en d o n d e está su
patria. Es el p rim ogén ito m asculino de la obra que u n día concibiera.

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