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En la actualidad han resurgido viejas inquietudes acerca de las condiciones y

posibilidades de funcionamiento del orden económico en el país. Este tipo de


inconvenientes desencadena otros problemas sociales, culturales y políticos.

Desde 2018 vivimos una profunda crisis que mantiene al país al borde de la
inviabilidad política. Por ello nuestra economía está totalmente asfixiada y no se
han implementado soluciones viables.

Las medidas adoptadas buscan ocultar el deterioro de la calidad de vida del


venezolano y el rotundo fracaso de la gestión gubernamental. Sin justificación ni
motivación racional alguna, carente de sustentación en análisis económico y
financiero, se pretenden esconder las verdaderas causas de las distorsiones y
escollos en el proceso productivo que generan la inflación, la maxidevaluación
experimentada recientemente y los incrementos de costos de transacción entre los
agentes económicos resultado de la adopción de políticas erráticas en materia
fiscal, monetaria y tributaria, que profundizan la crisis.

El gobierno nacional persiste en la conflictividad política sin adoptar medidas que


permitan enfrentar con racionalidad las implicaciones que conlleva los problemas
económicos actuales, la paralización de actividades económicas, en algunos
sectores, de la dificultad de producción de bienes de consumo necesario y
prestaciones de servicios básicos, habida cuenta los controles desmedidos, las
más de las veces ilegales, aunado al desmantelamiento de la infraestructura
hidroeléctrica, vías de comunicación y la producción y suministros de combustible,
condiciones mínimas elementales para producir.

Se ha señalado desde el inicio de la crisis, los profundos errores de política


económica y de enfoque ideológico que nos han traído hasta esta situación de
tragedia nacional. La destrucción del aparato productivo, incluyendo la industria
petrolera, cuya expresión final más evidente y trágica es la escasez de
combustible que hoy pone en jaque al sector productivo nacional. Como
consecuencia de la caída de los precios del petróleo, las expropiaciones y las
restricciones del control de cambio de la moneda, la corrupción, entre otros. En
este periodo, se ha producido una aguda recesión económica que ha sido una de
las más largas en la historia económica del país al igual que dos años de
hiperinflación.

La gestión bolivariana de la renta agudizó todos los procesos y que ya habían


sucedido en nuestro país. La nefanda sobrevaluación extrema fue impulsada por
la tríada: control cambiario con asignación de divisas a discreción, congelamiento
de tasas de interés y emisión de dinero suplementario de manera excesiva.

Es cierto que las causas de la inflación son multifactoriales. Es verdad que


diversas fuerzas pueden converger sinérgicamente, e impulsar los precios hasta
convertir a una economía en hiperinflacionaria. Se podría decir que el déficit fiscal,
la caída en la producción y la productividad, son factores muy importantes en este
respecto. Sin embargo, el componente monetario no se puede soslayar. El
incremento feroz en la cantidad de dinero en una economía cuya producción de
bienes y servicios viene en continuo descenso, tiene que elevar los niveles de
precios. La emisión de signos de valor sin ningún tipo de respaldo ni conexión con
las necesidades de circulación de mercancías, debe obligatoriamente incidir en el
crecimiento de los precios.

La expansión desorbitada del capital ficticio, trae consigo una depreciación de los
símbolos monetarios con los cuales se ejecuta tan funesta operación. La pérdida
de valor del signo monetario hipertrofiado, se traduce en que se exijan más
unidades de él, por los mismos bienes y servicios: Inflación. Partiendo de esto
diríamos que, en el caso de la extrema inflación, no ha tenido nada que ver el
fuste sancionatorio, y sí el aquelarre disparatado en la toma de decisiones de
política monetaria. Por ello el querer responsabilizar a otros de los errores propios,
es la vía más larga y empinada hacia el necesario subsanar del desequilibrio.

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