Está en la página 1de 3

Independiente 1991-2022: causas, consecuencias y cronología de 32 años de constante

decadencia

La institución roja atraviesa una extensa crisis institucional, económica y deportiva que
coincidió temporalmente con el retiro de Ricardo Bochini pero tuvo origen en el descalabro
dirigencial

28 de julio de 2022

07:19

Rodolfo Chisleanschi

PARA LA NACION

Independiente transpira por los calores del presente y llora por años de desmanejos; la crisis
golpea al club desde hace ya más de tres décadas.

¿En qué momento se jodió Independiente? La novela Conversación en la catedral, que Mario
Vargas Llosa escribió en 1969, empieza con una frase como ésa, pero obviamente no referida
al club de fútbol, sino a Perú. La pregunta ha sido utilizada en muchos otros casos y resulta
igual de idónea para desentrañar la secuencia que llevó de la cumbre al precipicio al primer
club argentino campeón de Sudamérica, al máximo ganador de la Libertadores desde hace 50
años, al Rey de Copas.

Nunca es fácil descubrir la punta del ovillo en situaciones semejantes. Sin embargo, hay una
coincidencia temporal que vale como señal de partida en la caída del Rojo a los infiernos. El 16
de diciembre de 1990 Horacio Sande ganó las elecciones para convertirse en el 31er
mandatario de la entidad. Apenas unos meses más tarde, el 5 de mayo de 1991, Pablo Erbín
lesionó a Ricardo Bochini en un Independiente vs. Estudiantes y decretó el final de la carrera
del máximo exponente futbolístico de la historia del club. Hablamos de principios de los años
noventas, una década de cambios profundos, en el país, en el mundo y, también, en el manejo
del fútbol en todos sus niveles.

Independiente vivía por entonces un recambio generacional en la conducción. Horacio Sande


era hijo de Herminio, presidente en las primeras conquistas subcontinentales de los sesentas, y
como los hijos ricos que dilapidan la fortuna familiar amasada por sus mayores, rompió una
regla que los viejos dirigentes consideraban sagrada: no pagar más que lo que se tenía ni
contraer deudas, una ruptura que acabaría convertida en patología crónica y que puso en
marcha un declive que todavía desconoce su final.

La debacle del Rojo reconoce varios hilos conductores que fueron repitiéndose durante los
siguientes 30 años. El primero es la absoluta carencia de dirigentes que tengan verdadero
amor al club y mirada estratégica. El estilo de actuación de los directivos de antaño,
enmarcado siempre en un profundo cariño a la sociedad a la que representaban, se basaba en
garantizar el equilibrio de las cuentas a largo plazo. En los noventas, empujada por la sentencia
de que “ganar es lo único”, y alentada por la fantasía de riqueza del uno a uno del peso con el
dólar, aquella visión desapareció. La sustituyó una política de gasto descontrolado en compras
y préstamos de decenas de jugadores por año y de despidos continuos de entrenadores a los
que hubo que indemnizar por incumplimiento de contrato (el inminente de Julio César Falcioni
será el 48º ciclo de directores técnicos en 31 años).
La tesorería del Rojo inauguraría así una escenografía desconocida, llena de agujeros. Los
parches, a la larga improductivos, que sólo iban agravando el problema fueron la solución
elegida por directivas que carecieron de planes concretos y convicciones firmes, y en algunos
casos también de la honestidad suficiente para manejar el creciente y tentador negocio del
fútbol.

No es casual que desde 1996 cada nuevo mandatario hablara de crisis económicas casi
terminales y de peligros inminentes de quiebra al asumir su cargo, mientras pedía nuevos y
más cuantiosos préstamos para evitar la catástrofe y sostener un equipo que estuviera a la
altura del pasado. Ocurrió con Héctor Grondona, Pedro Iso, Andrés Ducatenzeiler, Julio
Comparada, Javier Cantero y Hugo Moyano. Lo repetirá el próximo presidente.

Las cifras hablan por sí mismas. De los 6.200.000 dólares de deuda que dejó la gestión de
Sande, la cifra fue trepando sin remedio: 19.300.000 con Jorge Bottaro, entre 24 y 30 millones
con Grondona, 50.000.000 con Ducatenzeiler. La pesificación que benefició en principio a
Comparada se evaporó con los créditos y gastos desmedidos para la remodelación del estadio.
Cantero tomó el mando con 328.000.000 de pesos de pasivo y lo entregó con 390.000.000; el
último balance presentado por la actual gestión (2021) lo estableció en casi 4000 millones de
pesos, y hoy los cálculos más optimistas lo elevan a más de $ 5000 millones, unos US$
40.000.000 al cambio oficial. La solicitud, en 2005, de un concurso preventivo de acreedores,
que continúa vigente, es el mejor reflejo de una situación que salvo en períodos muy cortos
nunca dejó de empeorar.

La progresiva politización de la institución, que alcanzó su cénit con la llegada de una figura tan
prominente como el secretario general del gremio camionero a la presidencia del club, y la
influencia cada vez mayor de la barra brava en la vida cotidiana y hasta en las decisiones
institucionales completan un cóctel que sería demoledor para cualquier sociedad civil.

Tampoco los más de cinco millones de socios e hinchas del Rojo –calculables por las encuestas
de simpatizantes de fútbol– son inocentes. Su actitud, a medio camino entre la pasividad ante
los desmadres dirigenciales y la impaciente exigencia de resultados que planteles desprovistos
de categoría no podían ofrecer, brindó la complicidad necesaria para desembocar en este
presente.

Es cierto que también hubo algunos éxitos esporádicos en esta larga etapa, pero, mirados con
detenimiento, fueron apenas una anestesia parcial, la antesala de una nueva y más profunda
crisis. A las conquistas de 1994 y 1995 (Clausura, dos Supercopa y Recopa Sudamericana)
sucedió la caída al 16º puesto en el Apertura 1998, el 17º en el Clausura 2001 y el 20º en el
Clausura 2002. Al título de campeón del Apertura de ese último año siguió una racha de cinco
torneos por debajo de la mitad de la tabla. La Copa Sudamericana 2010 fue el principio del
tobogán que conduciría al descenso a la B Nacional, en 2013, y la de 2017, el anticipo del caos
actual.

Allá por los años sesentas, setentas y ochentas Independiente era un modelo envidiado en el
fútbol argentino, que además de obtener las copas internacionales dominaba el ámbito local
(9 trofeos en 30 años, contra 8 de Boca y de River). Nadie podía presagiar que en las tres
décadas siguientes recorrería un camino exactamente inverso. El Rojo del siglo XXI dejó de
pelear por campeonatos, de ser protagonista, de jugar bien al fútbol.
Quizás sean aquella fortaleza de antaño, la pasión heredada de generación en generación y el
relato de las hazañas pasadas las razones por las que Independiente ha conseguido
mantenerse en pie. Incluso pese al empeño puesto por unos y otros en malversar capitales tan
ricos e intangibles como la historia y la grandeza.

La influencia de Don Julio

Julio Humberto Grondona presidió Independiente entre 1976 y 1981, y luego nunca dejó de
ejercer influencia en el club que le sirvió de trampolín. Pero desde los noventas y por diversos
motivos, esa incidencia casi nunca fue beneficiosa.

La serie de conflictos se abrió con su hermano Héctor, de quien lo separaban viejas disputas
familiares. Con Ducatenzeiler y Comparada tuvo en un principio relaciones protectoras, hasta
que ambos desobedecieron instrucciones y se dio vuelta la tortilla. Con Cantero, en cambio,
Don Julio mantuvo siempre una línea: lo consideró un personaje peligroso a partir de sus
quejas por la escasa colaboración del resto del fútbol argentino en la pelea contra las barras
bravas.

El perjudicado, en todos los casos, fue el Rojo, que en los 35 años de Grondona en AFA ganó
apenas cuatro torneos locales y conoció el descenso.

Rodolfo Chisleanschi

También podría gustarte