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Abuso Sexual
Abuso Sexual
Resumen
Los autores presentan un material clínico para ilustrar cómo el incesto madre – hijo varón
puede tener influencia en la patogénesis de un subtipo de trastorno narcisista de la
personalidad. Sostienen que los pacientes varones con este trastorno tienen una visión
grandiosa de ellos mismos, se sienten con derecho a ocupar una posición especial con los
otros, todo ello además combinado con una tendencia paranoide para anticipar una
inminente traición. Gabbard y Tewmlow señalan que la enorme culpa asociada a la
percepción de transgresión edípica guía a estos pacientes a temer una represalia, desde
una venganza iracunda y castradora del padre, en cualquier momento. Además, estos
hombres a menudo sienten que su rol especial vis a vis con su madre es precario y
circunstancial; por lo tanto, también viven con una amenaza de inminente desastre que
conlleva tanto abandono como humillación por parte de sus madres.
Los autores comienzan citando a Freud (1917) para señalar que el niño que fue el
centro sin rival de la atención de su madre irá por la vida con un sentimiento de
triunfo y confianza en sí mismo. Cuando la relación especial cruza la barrera del
incesto y llega a ser abiertamente sexualizada, el triunfo narcisista puede ser
contaminado por un conjunto de ansiedades específicas que serán el foco de esta
comunicación.
Los autores señalan que una de las dificultades que plantea la utilización actual
del término trastorno narcisista de la personalidad tanto en su uso descriptivo
como en su uso como diagnóstico psicoanalítico es que estos pacientes muestran
una variabilidad considerable respecto a las manifestaciones de vulnerabilidad
narcisista. Explican que el margen de vulnerabilidad narcisista puede ser
conceptualizado como desarrollandose en una línea continua cuyo rango va desde
individuos insensibles que son impermeables a cualquier desaire, en un extremo, y
en el otro personas hipervigilantes que continuamente experimentan golpes
devastadores en su autoestima (Gabbard, 1989). Señalan que los pacientes que
se definían con el antiguo concepto de personalidad narcisista parecían ser
invulnerables porque estaban tan absortos en sí mismos, eran tan arrogantes y
jactanciosos, que ignoraban las reacciones de quienes pudieran ser
potencialmente dañinos. Añaden que los sentimientos de inferioridad, que produce
la postura defensiva grandiosa, están protegidos y apenas se advierten. Citan a
Rosenfeld (1987) que los describe como personalidades narcisistas “de piel dura”
y a Broucek (1982) como egotista.
Los autores indican que durante la primera fase del análisis el paciente leía a
Freud y frecuentemente traía a consulta citas de sus escritos; durante las
sesiones, el paciente podía recopilar sueños e interpretarlos por sí mismo,
aplicando los comentarios de Freud en la representación simbólica de los
contenidos de los sueños. Señalan que el analista le interpretó su necesidad de
hacer que su terapeuta se sintiera orgulloso de él y que su actitud deferente
parecía estar relacionada con un deseo subyacente de evitar cualquier hostilidad o
agresión en la relación; el Sr. N. le respondió que estaba temeroso de que el
analista pudiera reaccionar ante él tanto con un ataque feroz como con una
pérdida de interés, lo que le provocaría un profundo sentimiento de abandono.
Según relatan los autores a menudo esta estimulación excitante conducía a una
interrupción traumática, la madre podía dejarle hiperestimulado, o planear sus
encuentros de tal manera que el padre volviera en la mitad y le tirara al paciente
afuera, en algunas ocasiones el padre del Sr. N. le golpeó en la ingle mientras le
echaba del diván; Gabbard y Twemlow señalan que en esas ocasiones la madre
hacía que el paciente pareciera el agresor, y se mostraba aliviada de ser
“rescatada”.
Los autores indican que este patrón de relación profundamente confuso y
horrendo le guió a una sensación de grandiosidad y de ser especial que se
mantenía precariamente, el Sr. N. vivía con un sentimiento de terror de que en
cualquier momento su madre sobreestimuladora accionaría un interruptor
dramático con el cual le abandonaría o le traicionaría, por otro lado, la experiencia
de su padre enfadado echándole violentamente del lado de su madre le provocaba
una ansiedad de castración muy intensa. Los autores afirman que tanto la retirada
como la traición de su madre contribuían a que la percibiera como una madre
fálica persecutoria y castradora.
Los autores exponen que debajo del rol de rey, él se sentía como un mero peón
de una madre controladora, voyeuristica y fálica, que nunca le perdía de vista, el
trabajo analítico acerca de esta percepción le permitió separarse en un sentido
psicológico de esta terrorífica introyección y desarrollar mayor autonomía en su
vida. Continúan señalando que cuando el paciente se instaló en una ocupación
respetable de clase media, la madre se enfureció, ella le devolvió las cartas y
cintas de audio que él le había mandado, como si fuera una amante despechada;
este comportamiento de la madre confirmó en parte al Sr. N. su punto de vista de
que si él se desviaba del camino que su madre le había trazado, tendría
consecuencias desastrosas.
Los autores relatan que el paciente continuó acusando al analista de sugerirle que
se masturbase con la revista Playboy de su amigo, como forma de aliviar su ira.
Respondiendo a la recomendación del analista de elaborar estos sentimientos, el
Sr. N. le dijo que estaba extremadamente angustiado por un encuentro que
acababa de tener con su madre, durante esta reunión su madre le había dicho que
estaba furiosa por su negativa a cumplir con la carrera que ella había diseñado
para él, en un ataque de ira, ella le devolvió su partida de nacimiento.
Gabbard y Twemlow dicen que el analista le sugirió que no era un buen momento
para terminar y que deberían continuar encontrándose, en las citas subsecuentes,
que fueron críticas para la finalización del tratamiento, llegó a entender el
significado de esa particular sesión, el Sr. N. llego a darse cuenta de la rabia
asesina contra su madre que acompañaba a su intensa excitación sexual hacia
ella; también pudo reconocer cuan solo y rechazado se sentía después de que su
madre se hubiera presentado con su certificado de nacimiento.
Los autores plantean que como resultado del trabajo analítico afloraron de forma
explosiva sus deseos sádicos y agresivos, cuando él reconoció su cólera, sintió
que era una persona tan mala y repugnante que el suicidio era el único camino
para salir de la desesperación, estos sentimientos se concretaron en un acto
sádico de crueldad hacia un gato, éste se salvó gracias al cuidado de un
veterinario heroico; la participación del Sr. N. en dicha recuperación le dio a éste
un sentido de dominio sobre sus impulsos sádicos.
Continúan puntualizando que cuando el paciente integró su propio lado oscuro con
el yo omnipotente y perfeccionista, diseñado para él por su madre, también pudo
desarrollar una visión más realista de ella como una mujer de edad, enfermiza y
mentalmente perturbada, la percepción de su padre llego a estar más modulada, y
fue capaz de ver que su padre era capaz a veces de enfrentarse a su madre, el
cambio de percepción sobre ella, le permitió mantener relaciones heterosexuales
satisfactorias; sus síntomas de inhibición eyaculatoria desaparecieron, y estableció
una relación mutuamente gratificante con una mujer que era muy adecuada para
él. En el momento de la finalización del tratamiento había completado un programa
de graduación en teoría de la música con sobresalientes, y había superado en
gran medida su tendencia a la postergación y a socavarse a sí mismo.
Gabbard y Twemlow señalan que el proceso de finalización fue difícil para el Sr.
N., él había experimentado repetidamente al analista como sosteniéndole en el
análisis en contra de su voluntad, esta percepción estaba parcialmente
relacionada con un desplazamiento transferencial de la visión de su madre como
controladora y persecutoria, también existían unas bases contratransferenciales
para esta percepción; el analista noto en sí mismo un deseo de que el paciente
tuviera una finalización casi perfecta, que le llevaba a ver la terminación con cierta
renuencia. Los autores plantean que de la misma forma que la madre del Sr. N.
deseaba que su hijo fuera la realización de sus aspiraciones idealizadas de ganar,
el analista notó que estaba involucrado en un enactment en el cual el paciente
estaba siendo visto como la realización de sus aspiraciones analíticas.
Discusión
Para los autores el material del caso derivado del análisis del Sr. N. señala varios
temas claves patogeneticos que emergen del incesto madre – hijo varón. La
primera es que la experiencia, por toda su contribución a las fantasías de
omnipotencia y de ser especial, es profundamente traumática; la madre
introyectada no es una figura gratificante que satisface los anhelos edípicos, sino
que es experimentada como una malvada Magna Mater que es castradora,
persecutoria, controladora, penetrante, intrusiva e implacablemente vigilante, es
como si la madre extendiera una alfombra roja para su hijo, solo para sacudirla
cuando él pone un pie en ella.
Citan a Shengold (1980) para afirmar que el caso que éste presentó corrobora
este punto de vista, la madre de su paciente le limpiaba el ano y le ponía enemas
frecuentemente, también vestía a su hijo pequeño con ropa femenina y le
transformaba en la imagen de lo que ella hubiera querido ser – una mujer con
pene. Continúan con el caso presentado por Margolis (1977), (1984), para afirmar
que la madre humillaría y emascularía a su hijo después de la relación llamándole
inútil como su padre.
Gabbard y Twemlow señalan que el intenso y confuso intercambio sexual del Sr.
N. con su madre hizo que fueran extraordinariamente problemáticas las tareas del
desarrollo que tienen que ver con la separación – individuación; afirman,
basándose en la explicación de la patogénesis del desarrollo del trastorno de
personalidad narcisista descrito por Rinsley (1980), (1984), (1985), que al Sr. N. le
daban el mensaje de que solo se podría separar psicológicamente si cualquier
movimiento era acorde con el guión que su madre había escrito para él, cualquier
logro tenía que estar en relación con ella, a este respecto la inflación narcisista de
ser el niño favorito está atemperado con la maldición de vivir bajo el pulgar de la
madre.
Señalan que los pacientes que presentan Margolis (1977), (1984) y Shengold
(1980) eran ambos niños especiales para sus madres, en el caso de Margolis, el
paciente había sido un niño prematuro que no pensaban que iba a vivir, esta
supervivencia milagrosa llegó a ser parte de la mitología familiar, igual que Sr. N.,
ese paciente era una extensión narcisista de su madre.
Los autores citan a Rothstein (1979) que observó dinámicas similares en una serie
de pacientes narcisistas varones que habían estado cerca de lograr la victoria
edípica, en cada uno de los casos la madre había sobrevalorado a su hijo como
objeto narcisista, dándole a entender que él debía enmendar la humillación del
fracaso del padre. Plantean que Rothstein también resalta como las situaciones
edípicas de estos hombres fueron alternativamente gratificantes y decepcionantes;
añadiendo que su posición sobrevalorada vis – a -vis con su madre hizo que el
hecho de que ella durmiera con otro hombre hiriera autoestima de ellos; se veían
forzados a confrontar la conciencia de humillación sobre la inadecuación de sus
propios cuerpos cuando los comparaban con aquellos de sus rivales adultos.
Señalan que en el caso del Sr. N., su inadecuación se reconfirmaba
persistentemente cuando su padre interrumpía violentamente su cita dándole
golpes en los genitales.
Los autores citan a Shengold y a Margolis para afirmar que hacen observaciones
similares, Shengold (1980) observa una escisión en la conciencia de su paciente
caracterizada por “un patrón de funcionamiento de logros seguidos de una
disposición inconsciente para el fracaso y el castigo….” (p. 469). El paciente de
Margolis (1977), (1984) arruinaba masoquisticamente sus relaciones, incluyendo
su matrimonio, destruía automóviles, y socavaba sus éxitos académicos.
Los autores afirman que la tendencia de la madre a seducirle, solo para retirarse y
humillarle, provoca en el hijo sentimientos de cólera y resentimiento. Típicamente,
estos hombres inhiben su agresión porque están convencidos que expresar su
enfado hará que la madre se retire; como resultado este atributo sádico, el odio, la
cólera y la agresión hacia los otros requieren constante monitorización, citan a
Kernberg (1970), (1974) para aseverar que tienen que someter a los otros a
control omnipotente en un esfuerzo para mantener esa reserva de agresión
acorralada. Citan el trabajo de Gabbard (1990) para constatar que el mismo
proceso se repite con el analista y es común que la respuesta contratransferencial
sea sentirse bajo el control total del paciente.
Gabbard y Twemlow afirman que como en el caso del Sr. N. cualquier movimiento,
comentario, o sonido era malinterpretado como una expresión del afecto negativo
del analista, a menudo esos sentimientos de ira proyectados son invadidos con
agresión oral, llevando al paciente a experimentar los comentarios del analista
como mordientes e injuriosos. Citan a Rothstein (1979) que observa que cuando
estos pacientes sienten frustrados lo que consideran sus derechos, su respuesta
es sentirse como “masticado” por el analista que le está frustrando.
Los autores señalan que es importante constatar que la historia de incesto que
emerge a través del análisis del estado de conciencia alterado del Sr. N. muestran
defensas disociativas que tienen que ver con el trauma de incesto, éstas son bien
conocidas en las pacientes femeninas, y no es ninguna sorpresa que los niños
varones pudieran recurrir a estrategias similares para sobrellevar un trauma tan
abrumador.
Citan a Silber (1979) que describe a un paciente masculino que entró en un estado
hipnótico en el diván donde percibía imágenes fragmentadas como de un sueño
que eran muy difíciles de seguir para el analista, el análisis reveló que cuando el
paciente tenía tres o cuatro años, era seducido repetidamente por su madre
durante las siestas diarias, el llegar a estar en estado hipnótico había sido una
estrategia de defensa adaptativa usada en ese momento, y la regresión en el
análisis había logrado su reemergencia. Dicen que Silber discernía que el uso del
paciente del estado hipnótico en el diván era un esfuerzo inconsciente de frustrar
el trabajo analítico, para él señala que esa alteración de la conciencia interfería
con la alianza de trabajo entre el paciente y analista. Los autores señalan que de
forma similar, el estado de conciencia alterado del Sr. N. distanciaba al analista y
hacía difícil para ambos colaborar en el proceso analítico. Continúan diciendo que
aparentemente en ambos pacientes la repetición de la relación incestuosa tiene
una función dual, también como frustrar a la madre destructiva en la transferencia
analítica, expresan que en otras palabras, la alteración de la conciencia puede ser
vista como una solución de compromiso conteniendo tanto los deseos incestuosos
hacia la madre y la defensa contra esos deseos.
Señalan que los pacientes que presentaron Shengold (1980) y Margolis (1977),
(1984) interrumpieron sus tratamientos antes de terminarlos. Continúan afirmando
que la habilidad de su paciente para completar su análisis exitosamente sugiere
que algunos de estos son analizables, constatan que los pacientes de Rothstein
(1979) parecían ser susceptibles de resolver conflictos psicoanalíticamente, y
ellos, también, habían parado en seco los encuentros sexuales en sus relaciones
maternales.
Comentarios finales
Los autores concluyen que la relación incestuosa entre madre e hijo varón parece
ser un itinerario pato genético para el desarrollo de un subtipo de trastorno de
personalidad narcisista hipervigilante, el paciente desarrolla un sentido precario de
derechos y grandiosidad relativo a la internalización de una madre fálica y
controladora que permite la separación solo en el grado en el que el hijo cumpla el
guión inconsciente que ella ha escrito para él, además, la profunda inquietud de
castración acerca del la potencial represalia de un padre enfadado y vengativo son
intensificadas por causa de la transgresión en terreno prohibido.
Con la perspectiva que nos da los casi 20 años desde que se escribió este trabajo
quisiéramos aportar algunos comentarios que pudieran añadir nuevos elementos
para la reflexión.
En primer lugar, quisiéramos señalar cómo los autores identifican con claridad los
aspectos culturales ligados al género que dificultan situar a los hombres en un rol
de víctimas, y especialmente como víctimas de abuso sexual. Este sesgo que
afecta al género masculino obstaculiza en gran medida la comprensión clínica de
los graves daños que provocan los abusos sexuales, tanto en la mente como en el
cuerpo.
Estos autores plantean el caso desde los paradigmas clásicos y analizan que el
abuso sexual despertó ansiedades pregenitales, edípicas, y narcisistas.
Actualmente, las aportaciones de Hugo Bleichmar nos permiten saber que existen
diferentes sistemas motivacionales en la base de la construcción de la mente, y
quisiéramos revisar aspectos del caso partiendo de esta concepción, y también de
los aportes de los estudios sobre el trauma; así podremos construir otra narrativa
sobre lo que acontecía en la mente del Sr. N. y en el vínculo terapéutico.
La madre construyó un vínculo con el Sr. N. muy dañino y complejo. Esta se nos
presenta como alguien incapaz de tener en cuenta las necesidades emocionales,
de exploración, de afirmación, y sexuales de su hijo. Además en su modalidad
vincular le señala como el elegido en tanto en cuanto él se someta a sus deseos, y
no construya deseos, intenciones, y motivaciones propios. Todo lo cual atrapa al
Sr. N. en un vínculo idealizado y sexualizado que genera en él confusión, culpa,
deseo, temor, hiperexcitación, que le invade y fractura la cohesión corporal. Estas
experiencias quedan registradas a nivel implícito por medio de unos esquemas
operativos internos de los que no puede defenderse ni escapar, los niveles
extremos de estrés que estos intercambios le generan y el posicionamiento y
discurso que la madre toma frente a estos, le impiden procesar esta experiencia a
nivel explicito, siendo incorporada a nivel implícito y pasando a formar parte de su
memoria relacional implícita.
El padre, al que definen los autores como pasivo, mantiene una actitud negligente
frente a las necesidades de protección de su hijo; siendo testigo de los abusos que
padecía el hijo, no reconoció el dolor, el estrés y el abuso que estaba padeciendo,
además, incrementaba activamente el daño con una respuesta de desbordamiento
emocional con estallidos de violencia física, denigración, humillación,
culpabilización, ausencia de sostén emocional, de denuncia y de significación de
las experiencias que el niño sufría. Hoy podríamos afirmar que la actitud del padre
retraumatizaba a su hijo.
Las experiencias de violencia, cuidado y abuso sexual fueron registradas por el Sr.
N. de forma implícita, y tenemos que tener en cuenta que en contextos de abuso
sexual, el cuerpo queda marcado como depositario de los daños que no han sido
reconocidos, nombradas, explicitados, ni procesados. La conducta se organiza
desde los centros subcorticales de forma automática, este tipo de procesamiento
de la información se comunica sin palabras, con estados somáticos, en muchas
ocasiones incomprensibles, tanto para el paciente como para el terapeuta. No
tener en cuenta la comunicación implícita corporal nos puede confundir y atribuir
intenciones a conductas reactivas a estímulos que escapan a su conciencia y a
nuestro conocimiento. En este caso los autores interpretaban como un ataque al
vínculo los estados mentales alterados del Sr. N. También podrían ser
interpretados como expresión de unos estados somáticos que necesitan ser
nombrados y significados para permitir su procesamiento a nivel explícito.
Cuando el paciente conecta con el pasado, como en el caso del Sr. N. se disparan
sensaciones corporales y estados mentales alterados ante la imposibilidad de
poner palabras a lo que no fue significado y aquí cobra especial importancia que el
terapeuta tenga en cuenta que el paciente está poniendo en acto algo que ocurrió
en el pasado, y nosotros al interpretarlo como ataque al vínculo terapéutico
podemos generar una retraumatización, de la misma manera que el padre del Sr.
N. retraumatizaba a éste cuando le atribuía la responsabilidad de los abusos a su
hijo.
Él aprende que para sentirse bien necesita que su madre esté regulada, esto
conlleva que él renuncie a sus deseos y a su autonomía, cuando logra a través de
la relación terapéutica tener objetivos de vida propios, y dedicarse a una actividad
menos arriesgada, la madre se siente amenazada y lo actúa devolviéndole la
partida de nacimiento.
El medio en el que el Sr. N. tiene que construir su narcisismo fue muy confuso y
conflictivo. Sabemos que a nivel narcisista la forma en la que uno se valora
depende de cómo ha sido valorado por sus figuras de apego, hay una
contradicción irresoluble por la incongruencia de la madre al valorarle como el
elegido, y especial, lo que genera un engrosamiento del self, haciéndole sentir que
era único y valía más que los demás, y a la vez le denigraba, abusaba de él,
ejercía violencia, e impedía el desarrollo de su autonomía y de determinados
aspectos de su self.
Desde nuestra experiencia con mujeres víctimas de abuso sexual, conocemos que
este tipo de violencia es sumamente dañino, ya que al daño psicológico hay que
añadir la invasión, violación y fractura de la organización física y mental del propio
cuerpo; después de sufrir abusos sexuales las pacientes relatan que la percepción
de sí mismas y de su propio cuerpo se transforma. Se instala una vivencia y una
memoria de haber sido sobrepasada y que los recursos defensivos no han sido
útiles, lo que da lugar a la aparición de sentimientos de indefensión y
atrapamiento; se perciben a sí mismas como un mero objeto de descarga de
impulsos sexuales y se sienten colonizada en el propio cuerpo.
Aunque haya en principio disociación y olvido, las pacientes nos han enseñado
que la memoria del abuso sexual se conserva fundamentalmente a través del
cuerpo, como le ocurría al Sr. N. cuando muestra el estado alterado de conciencia.
En ese momento el paciente no estaba conectado con el momento terapéutico
sino con la memoria traumática de abuso y excitación sexual.
Para finalizar nuestro comentario quisiéramos señalar que si todo maltrato busca
la humillación, rendición, culpabilización y dominio total sobre la víctima,
pensamos que ninguno lo hace con tanta precisión como el abuso sexual.
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