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Abuso sexual y trastorno narcisista

Publicado en la revista nº041

Autor: Gabbard, G. O., Twemlow, S. W. - Reseña Por Isabel Nieto

Reseña: The Role of Mother-Son Incest in the Pathogenesis of Narcissistic Personality


Disorder. (El rol del incesto madre – hijo varón en la patogénesis del trastorno narcisista de la
personalidad). Autores: Gabbard, G. O. and Twemlow, S. W. (1994). Journal of the American
Psychoanalytic Association 42: 171-189

Resumen

Los autores presentan un material clínico para ilustrar cómo el incesto madre – hijo varón
puede tener influencia en la patogénesis de un subtipo de trastorno narcisista de la
personalidad. Sostienen que los pacientes varones con este trastorno tienen una visión
grandiosa de ellos mismos, se sienten con derecho a ocupar una posición especial con los
otros, todo ello además combinado con una tendencia paranoide para anticipar una
inminente traición. Gabbard y Tewmlow señalan que la enorme culpa asociada a la
percepción de transgresión edípica guía a estos pacientes a temer una represalia, desde
una venganza iracunda y castradora del padre, en cualquier momento. Además, estos
hombres a menudo sienten que su rol especial vis a vis con su madre es precario y
circunstancial; por lo tanto, también viven con una amenaza de inminente desastre que
conlleva tanto abandono como humillación por parte de sus madres.

Los autores comienzan citando a Freud (1917) para señalar que el niño que fue el
centro sin rival de la atención de su madre irá por la vida con un sentimiento de
triunfo y confianza en sí mismo. Cuando la relación especial cruza la barrera del
incesto y llega a ser abiertamente sexualizada, el triunfo narcisista puede ser
contaminado por un conjunto de ansiedades específicas que serán el foco de esta
comunicación.

Los autores conceptualizan el incesto madre – hijo no limitándose a casos de


relaciones sexuales abiertas, sino adoptando la definición más amplia de Kramer
(1985): “sobrestimulación deliberada y repetitiva …………. de genitales, ano , o
pechos …….. o un juego sexual mutuo instigado por la madre” (p. 328). Gabbard y
Twemlow señalan que en medio del verdadero diluvio de informes sobre las
consecuencias negativas del incesto padre – hija, se ha prestado menos atención
a los casos de implicación sexual entre madres e hijos varones. La relativa rareza
del incesto madre – hijo varón es, por supuesto, parcialmente responsable de esta
diferencia. Los autores afirman que hay poca duda en que los estereotipos de
género, profundamente instalados, juegan un papel importante en la minimización
del impacto traumático de la seducción materna en los hijos varones. Señalan que
dentro de nuestra cultura tenemos claras las bases de género en lo que se refiere
a quien es el seductor y quien la seducida, quien el victimizador y quien es la
victima, y quién va a ser dañado por un acto sexual. Los autores se refieren a
Shengold (1980), que reconociendo las consecuencias negativas del incesto
madre – hijo varón, sugiere que en el caso que presentó, su paciente se benefició
de haber tenido relaciones sexuales con su madre, él especuló que su paciente
fue “salvado de la homosexualidad o al menos de una grave deformación de su
vida sexual” (p. 473) como resultado del incesto con su madre.

Gabbard y Twemlow afirman que en la cultura popular la perdida de virginidad de


un varón, cuando la realiza la madre del sujeto o alguien que represente el rol
materno, raramente se ve como un hecho traumático, señalan que Louis Malle en
su obra “Murmullo del corazón” (1971) sugiere que una madre puede facilitar
amorosamente el despertar de la sexualidad de su hijo varón a través de
participación directa. Los autores continúan reflexionando sobre las vías culturales
que se oponen a la percepción de los hombres como víctimas de explotación
sexual y lo sitúan en la actitud profesional ante la relación sexual terapeuta –
paciente; señalan que cuando el paciente es varón y la terapeuta mujer, el
paciente varón es visto como culpable y la terapeuta como víctima de un paciente
varón sin escrúpulos, a pesar de la transgresión ética de la terapeuta.

Los autores puntualizan que hay diferencias entre varones y mujeres en la


respuesta hacia la seducción de la figura parental del sexo opuesto, los niños
varones a menudo experimentan un sentimiento de ser espciales, de ser una
“excepción”, y hasta tienen la fantasía de ser un “rey del mundo” (Margolis, 1977).
Citan a Bernstein (1990) para afirmar que en el caso de incesto padre – hija no se
aprecian sentimientos similares que le acrediten o comparen con fantasías de ser
“la reina del mundo”. Sin embargo, afirman que el triunfo narcisista del niño varón,
junto con los sentimientos asociados de omnipotencia y grandiosidad, son
logrados con un coste significativo en cuanto al desarrollo de la economía psíquica
del niño. Gabbard y Twemlow afirman que el incesto madre – hijo varón es, sin
ninguna duda, traumático y puede ser central en la patogénesis de una forma
específica de patología del carácter narcisística caracterizada por una orientación
paranoide hacia los otros y una expectativa de humillación, castigo y abandono
que invade las relaciones de objeto del paciente adulto.

Los autores señalan que una de las dificultades que plantea la utilización actual
del término trastorno narcisista de la personalidad tanto en su uso descriptivo
como en su uso como diagnóstico psicoanalítico es que estos pacientes muestran
una variabilidad considerable respecto a las manifestaciones de vulnerabilidad
narcisista. Explican que el margen de vulnerabilidad narcisista puede ser
conceptualizado como desarrollandose en una línea continua cuyo rango va desde
individuos insensibles que son impermeables a cualquier desaire, en un extremo, y
en el otro personas hipervigilantes que continuamente experimentan golpes
devastadores en su autoestima (Gabbard, 1989). Señalan que los pacientes que
se definían con el antiguo concepto de personalidad narcisista parecían ser
invulnerables porque estaban tan absortos en sí mismos, eran tan arrogantes y
jactanciosos, que ignoraban las reacciones de quienes pudieran ser
potencialmente dañinos. Añaden que los sentimientos de inferioridad, que produce
la postura defensiva grandiosa, están protegidos y apenas se advierten. Citan a
Rosenfeld (1987) que los describe como personalidades narcisistas “de piel dura”
y a Broucek (1982) como egotista.

Gabbard y Twemlow refieren que en el otro extremo del espectro de


vulnerabilidad, encontramos pacientes con personalidades narcisistas
hipervigilantes que son extremadamente sensibles al rechazo. Señalan que en
comparación con el tipo insensible, su grandiosidad toma una forma más
silenciosa; tienen tal convicción de ser especiales que les lleva a sentirse con
derecho a ser tratados de una forma específica: cuando estos pacientes no
obtienen “lo que se les debe”, cuando sienten que no son el foco exclusivo de la
atención de su analista, cuando no se hace notar su estatus excepcional, son
propensos a sentirse devastados. Los autores continúan diciendo que la
orientación paranoide de estos pacientes les lleva a percibir y sentir que las
personas que mantienen una relación benevolente con ellos podrían convertirse
en cualquier momento en perseguidores humilladores. Argumentan que tanto
Rosenfeld (1987), cuando se refiere a este tipo de caracteres narcisistas como “de
piel dura”, como algunas de las respuestas fragmentarias en pacientes narcisistas
que refiere Kohut (1971), (1977), serían probablemente informes de pacientes
similares. Broucek (1982), según señalan los autores, describe fenómenos
análogos en su tipo disociativo, pero en su formulación estos pacientes proyectan
su grandiosidad en los otros significativos, mientras que los pacientes
hipervigilantes que los autores describen retienen la grandiosidad en su interior, y
ven a los otros como perguidores.

Gabbard y Twemlow sugieren que un camino para el desarrollo de la forma


hipervigilante de patología de carácter narcisista se realiza a través de la relación
incestuosa entre la madre y el hijo varón. Los autores no postulan que el único
resultado del incesto madre – hijo varón sea esta forma de desorden de
personalidad, ni tampoco quieren generalizar que todos los individuos narcisistas
que son hipersensibles a los desaires han sido abusados sexualmente por sus
madres. Señalan que la evolución patogenética del incesto madre – hijo varón en
una personalidad narcisista hipervigilante se ilustrará mejor con material de un
caso psicoanalítico.

Presentación del caso


Los autores presentan material del siguiente caso: Sr. N. fue a la consulta
psicoanalítica a la edad de treinta y cuatro años con sintomatología de depresión
crónica, con anhedonia, con tendencia a socavarse a sí mismo cuando conseguía
un logro profesional, postergador, con relaciones heterosexuales insatisfactorias
plagadas de inhibición eyaculatoria, y un sentimiento de ser incapaz de separarse
de su familia y ser independiente. En las relaciones con las mujeres, se sentía
reiteradamente desairado, particularmente cuando sus compañeras llegaban a
acusarle de estar psicológicamente perturbado o de hacerlas “sentirse
enloquecidas”.

Señalan que el Sr. N. se acercó al análisis esperando acuerdos especiales en el


encuadre del tratamiento. Pidió que le redujeran significativamente los honorarios,
y pensaba en la posibilidad de mantener una relación social con el analista
mientras estaba en el tratamiento. Describen que el paciente indicó al analista que
él era amigo de un colega y que los tres podrían desear encontrarse en algún
lugar para discutir temas filosóficos. En el comienzo del análisis, el Sr. N. hizo un
esfuerzo por ser cortés y atento en todas las ocasiones. Los autores comentan
que el paciente a menudo anteponía a sus comentarios expresiones de
preocupación acerca del impacto que pudiera tener en el analista algo de lo él que
pudiera decir, esta actitud obsequiosa le hacía sentir al analista que el paciente
estaba caminando sobre cáscaras de huevos para evitar su ira. Describen al
paciente como extremadamente cauteloso en su compromiso con el analista e
hipersensible ante cualquier indicador que le pudiera mostrar que su terapeuta
estaba irritado o molesto con él.

Gabbard y Twemlow describen que el analista le muestra al paciente el patrón de


transferencia en el que el paciente se acerca a él como si se tuviera que defender
de un potencial ataque, el paciente responde que él ve a su analista como un
padre sonriente, que le aprueba y que está orgulloso de sus logros. Señalan que
el Sr. N. estaba esforzándose para complacerle siendo el paciente ideal. El
analista relacionó este estilo con el mito familiar de que ellos eran una familia feliz,
sonriente y bien ajustada; de los tres hijos, el Sr. N. era el único hijo que fue
planificado, indicó que su madre dejó claro que su destino era cumplir con todas
las aspiraciones de ella y del resto de la familia, él tenía que ser un chico fuerte
americano que tenía que hacer que su familia estuviera orgullosa.

Los autores indican que durante la primera fase del análisis el paciente leía a
Freud y frecuentemente traía a consulta citas de sus escritos; durante las
sesiones, el paciente podía recopilar sueños e interpretarlos por sí mismo,
aplicando los comentarios de Freud en la representación simbólica de los
contenidos de los sueños. Señalan que el analista le interpretó su necesidad de
hacer que su terapeuta se sintiera orgulloso de él y que su actitud deferente
parecía estar relacionada con un deseo subyacente de evitar cualquier hostilidad o
agresión en la relación; el Sr. N. le respondió que estaba temeroso de que el
analista pudiera reaccionar ante él tanto con un ataque feroz como con una
pérdida de interés, lo que le provocaría un profundo sentimiento de abandono.

Según describen los autores la relación incestuosa entre el Sr. N. y su madre


emergió a los tres años de tratamiento, cuando analizaban un estado de
conciencia alterado que el paciente desarrolló mientras estaba en el diván, su voz
comenzó a entrecortarse hasta el punto de ser un susurro y él se centraba
obsesivamente en el menor detalle de sus sentimientos y de los sucesos de forma
monótona; podía repetir estas frases una y otra vez sin el más mínimo insight,
hasta que llegaban a ser cliches sin sentido, todo ello mientras desplegaba una
suave sonrisa vacía, él se refería a estos estados alterados como “ensueños en el
diván”.

Gabbard y Twemlow refieren que el tono susurrante de las asociaciones del


paciente forzó al analista a estirar el cuello y escuchar atentamente lo que el
paciente estaba diciendo, sin embargo la comunicación era tan idiosincrásica que
el terapeuta encontraba muy difícil entenderlo, cuando el analista exploró esto con
el paciente, el Sr. N. le dijo que sus novias se ponían furiosas a menudo con él
cuando él se comunicaba de esta manera, porque ellas no tenían idea de lo que él
estaba tratando de decir.

Los autores detallan que el análisis persistente de estos estados alterados de


conciencia revelaron que habían sido originalmente inducidos durante los
contactos incestuosos con su madre, que comenzaron cuando él tenía seis años y
continuaron hasta el comienzo de la adolescencia; su madre le invitaba a
tumbarse con ella en su antiguo diván mientras su padre estaba afuera en sus
asuntos, ella le frotaba la espalda, piernas, genitales y ano y le invitaba a
estimularla de la misma manera a ella, ellos se comunicaban entre susurros, la
misma forma que el paciente reproducía en la sesión, mientras su madre le
penetraba el ano con sus dedos, el paciente jadeaba y frotaba la pierna de su
madre.

Según relatan los autores a menudo esta estimulación excitante conducía a una
interrupción traumática, la madre podía dejarle hiperestimulado, o planear sus
encuentros de tal manera que el padre volviera en la mitad y le tirara al paciente
afuera, en algunas ocasiones el padre del Sr. N. le golpeó en la ingle mientras le
echaba del diván; Gabbard y Twemlow señalan que en esas ocasiones la madre
hacía que el paciente pareciera el agresor, y se mostraba aliviada de ser
“rescatada”.
Los autores indican que este patrón de relación profundamente confuso y
horrendo le guió a una sensación de grandiosidad y de ser especial que se
mantenía precariamente, el Sr. N. vivía con un sentimiento de terror de que en
cualquier momento su madre sobreestimuladora accionaría un interruptor
dramático con el cual le abandonaría o le traicionaría, por otro lado, la experiencia
de su padre enfadado echándole violentamente del lado de su madre le provocaba
una ansiedad de castración muy intensa. Los autores afirman que tanto la retirada
como la traición de su madre contribuían a que la percibiera como una madre
fálica persecutoria y castradora.

Gabbard y Twemlow describen que mientras exploraban los síntomas de la


inhibición eyaculatoria en el análisis, el paciente relató que su madre tenía la
extraña capacidad de llamarle mientras él estaba en plena relación sexual,
reforzando la fantasía del paciente de que su madre siempre sabía dónde estaba y
qué estaba haciendo, solo más tarde en el tratamiento él llegó a entender que
inconscientemente programaba sus encuentros sexuales para que coincidieran
con las llamadas regulares de su madre, así se repetían las traumáticas
interrupciones de su infancia. Gabbard y Twemlow continúan refiriendose a una
sesión particular en la que el paciente contó que recibió una llamada de la madre
cuando estaba a punto de llegar al orgasmo con su novia, después de la
interrupción , él continuó con la relación sexual pero no eyaculó; como él continuó
con la relación sexual su novia le describió como teniendo una sonrisa fija en su
cara y haciendo movimientos mecánicos que le hacían sentir a ella que estaba
teniendo relaciones sexuales con un cadáver, ella interrumpió la actividad sexual
enfadada y le gritó, “tu madre está llena de mierda”. Los autores relatan que el Sr.
N. reveló que aunque él estaba haciendo el amor, estaba distraído con una
imagen visual de su madre mirándole y aterrorizándole con dañarle si “se dejaba
ir” y se permitía eyacular.

Gabbard y Twemlow describen un sueño recurrente del paciente en el que él


estaba siendo perseguido por una “mamá”, en sus asociaciones aparecieron
memorias tempranas del olor de los genitales de su madre durante sus juegos
sexuales, al relatar sus memorias él pudo decirle a su analista cuán vulnerable e
indefenso se sentía mientras estaba tumbado en el diván exponiendo sus
sentimientos eróticos.

Los autores señalan que se intensificaron los miedos de ataque o rechazo en la


transferencia, el paciente se sentía muy angustiado al ir a las sesiones, registraba
cada movimiento del analista de forma hipervigilante, interpretaba cada sonido del
terapeuta (ruidos estomacales, aclaramiento de voz, o cambio de posición
corporal) como la evidencia definitiva de que el analista estaba perdiendo su
interés en él, le rechazaba, y se retiraba de él.
Continúan describiendo que la hipervigilancia del paciente generó en el analista un
malestar contratransferencial, notó que estaba adoptando posturas corporales
rígidas y escrutando sus patrones respiratorios en un intento de quitar todos los
ruidos del espacio analítico; cuando este patrón hipervigilante fue analizado,
quedó claro que el Sr. N. estaba preocupado de que el analista pudiera humillarlo
en cualquier momento. Los autores relatan que el paciente produjo una memoria
en la que se había arrastrado desnudo en la habitación de los padres y fue
sometido a luces cegadoras, entre el resplandor de estas luces, él era observado
por sus padres, que hacían comentarios sarcásticos y humillantes sobre sus
genitales.

Gabbard y Twemlow señalan que la ansiedad del Sr. N. se elevaba


periódicamente a un sentimiento terrorífico de muerte inminente, este sentimiento
era acompañado por la sensación de pesadez, aplastamiento en el pecho,
dificultad respiratoria y miedo a una pérdida total del control; temía estar
desarrollando asma, y buscó una entrevista con un internista, también temía tener
un tumor en el cerebro y se hizo pruebas para descartarlo, le dijo al analista que
se levantaba por las mañanas sujetándose los genitales, asoció esta postura
protectora con el miedo a que la mano de su madre pudiera aplastarlos.

Los autores continúan relatando que estos terribles sentimientos eran


acompañados por fantasías y sueños homoeróticos acerca del analista, que
fueron anunciados por dramáticos comportamientos físicos en el diván, el Sr. N.
describió sensaciones anales que estaban poco definidas, entonces apretó sus
nalgas y levantó su pelvis, estos movimientos fueron acompañados por respiración
rápida. Señalan que cuando el analista le preguntó acerca de este
comportamiento, el Sr. N. le contó su fantasía de que el analista estaba
manteniendo una relación anal con él, en su asociación el paciente recordó cómo
respiraba agitadamente cuando su madre insertaba el dedo en su ano, conectado
a estas memorias estaba la sensación física y las memorias de haberse sentido
controlado y asfixiado por su madre. Describen que el paciente asoció a estas
memorias la convicción de que debía someterse a su padre y aplacarlo para evitar
represalias; Mr. N. explicó que toda su vida se había sentido controlado desde
dentro de él por una presencia interna amorfa; la elaboración de esta fantasía
mostró que la presencia interna venía a representar una figura que tenía
elementos del padre aterrador, demandando sumisión, y la poderosa, madre
controladora que le aterrorizaba con un abandono inminente. Su tendencia a
socavarse a sí mismo en el trabajo y en las relaciones amorosas eran
manifestaciones de su culpa y un intento de apaciguar esta cara de Jano
introyectada que le aterrorizaba amenazándole con destruirle desde dentro.
Gabbard y Twemlow continúan aseverando que lo que apareció a medida que el
análisis progresaba es que a pesar de que el Sr. N. se había mudado fuera de su
casa y se había establecido autónomamente, todavía se sentía bajo el implacable
control de su madre, de acuerdo con la mitología de la familia, él era el rey de la
familia, o quizás el príncipe coronado, pero solo si vivía según el guión que
escribió su madre para él; cuando el paciente era adolescente la madre le ofreció
una imagen de sí mismo como un héroe del béisbol, y dejándole claro que sus
aspiraciones para él eran, también, que tendría que distinguirse en deportes,
aunque el Sr. N. no era un atleta, le hizo ganarse la vida en una dura ocupación al
aire libre, que hacía que su madre se sintiera orgullosa.

Los autores exponen que debajo del rol de rey, él se sentía como un mero peón
de una madre controladora, voyeuristica y fálica, que nunca le perdía de vista, el
trabajo analítico acerca de esta percepción le permitió separarse en un sentido
psicológico de esta terrorífica introyección y desarrollar mayor autonomía en su
vida. Continúan señalando que cuando el paciente se instaló en una ocupación
respetable de clase media, la madre se enfureció, ella le devolvió las cartas y
cintas de audio que él le había mandado, como si fuera una amante despechada;
este comportamiento de la madre confirmó en parte al Sr. N. su punto de vista de
que si él se desviaba del camino que su madre le había trazado, tendría
consecuencias desastrosas.

Señalan Gabbard y Twemlow que como el Sr. N. estaba reconociendo la rabia


contra su madre que había tenido enterrada durante tanto tiempo, la necesidad de
complacer al analista dio paso a una forma más abierta de expresar el enfado y
descontento, de igual manera, él comenzó a percibir al analista como empeñado
en controlarle, de la misma forma que su madre; esta transferencia negativa
culminó al comienzo del último año de análisis cuando el paciente entro en la
consulta en un estado muy agitado y le presentó a su analista un cheque de gran
importe para liquidar su factura analítica, se negó a tumbarse en el diván,
quejándose de que era muy pasivo, y que iba a terminar con el análisis aquí y
ahora, se sentó en la silla opuesta al diván y arremetió contra el analista: “está
tratando de volverme loco, ha sido cruel conmigo, usted es mi madre, usted me
controla, juega conmigo sexualmente, su única intención es castigarme, le liquido
mi cuenta como forma de pagarle para que salga de mi vida.”

Los autores relatan que el paciente continuó acusando al analista de sugerirle que
se masturbase con la revista Playboy de su amigo, como forma de aliviar su ira.
Respondiendo a la recomendación del analista de elaborar estos sentimientos, el
Sr. N. le dijo que estaba extremadamente angustiado por un encuentro que
acababa de tener con su madre, durante esta reunión su madre le había dicho que
estaba furiosa por su negativa a cumplir con la carrera que ella había diseñado
para él, en un ataque de ira, ella le devolvió su partida de nacimiento.
Gabbard y Twemlow dicen que el analista le sugirió que no era un buen momento
para terminar y que deberían continuar encontrándose, en las citas subsecuentes,
que fueron críticas para la finalización del tratamiento, llegó a entender el
significado de esa particular sesión, el Sr. N. llego a darse cuenta de la rabia
asesina contra su madre que acompañaba a su intensa excitación sexual hacia
ella; también pudo reconocer cuan solo y rechazado se sentía después de que su
madre se hubiera presentado con su certificado de nacimiento.

Los autores plantean que como resultado del trabajo analítico afloraron de forma
explosiva sus deseos sádicos y agresivos, cuando él reconoció su cólera, sintió
que era una persona tan mala y repugnante que el suicidio era el único camino
para salir de la desesperación, estos sentimientos se concretaron en un acto
sádico de crueldad hacia un gato, éste se salvó gracias al cuidado de un
veterinario heroico; la participación del Sr. N. en dicha recuperación le dio a éste
un sentido de dominio sobre sus impulsos sádicos.

Continúan puntualizando que cuando el paciente integró su propio lado oscuro con
el yo omnipotente y perfeccionista, diseñado para él por su madre, también pudo
desarrollar una visión más realista de ella como una mujer de edad, enfermiza y
mentalmente perturbada, la percepción de su padre llego a estar más modulada, y
fue capaz de ver que su padre era capaz a veces de enfrentarse a su madre, el
cambio de percepción sobre ella, le permitió mantener relaciones heterosexuales
satisfactorias; sus síntomas de inhibición eyaculatoria desaparecieron, y estableció
una relación mutuamente gratificante con una mujer que era muy adecuada para
él. En el momento de la finalización del tratamiento había completado un programa
de graduación en teoría de la música con sobresalientes, y había superado en
gran medida su tendencia a la postergación y a socavarse a sí mismo.

Gabbard y Twemlow señalan que el proceso de finalización fue difícil para el Sr.
N., él había experimentado repetidamente al analista como sosteniéndole en el
análisis en contra de su voluntad, esta percepción estaba parcialmente
relacionada con un desplazamiento transferencial de la visión de su madre como
controladora y persecutoria, también existían unas bases contratransferenciales
para esta percepción; el analista noto en sí mismo un deseo de que el paciente
tuviera una finalización casi perfecta, que le llevaba a ver la terminación con cierta
renuencia. Los autores plantean que de la misma forma que la madre del Sr. N.
deseaba que su hijo fuera la realización de sus aspiraciones idealizadas de ganar,
el analista notó que estaba involucrado en un enactment en el cual el paciente
estaba siendo visto como la realización de sus aspiraciones analíticas.

Discusión
Para los autores el material del caso derivado del análisis del Sr. N. señala varios
temas claves patogeneticos que emergen del incesto madre – hijo varón. La
primera es que la experiencia, por toda su contribución a las fantasías de
omnipotencia y de ser especial, es profundamente traumática; la madre
introyectada no es una figura gratificante que satisface los anhelos edípicos, sino
que es experimentada como una malvada Magna Mater que es castradora,
persecutoria, controladora, penetrante, intrusiva e implacablemente vigilante, es
como si la madre extendiera una alfombra roja para su hijo, solo para sacudirla
cuando él pone un pie en ella.

Citan a Shengold (1980) para afirmar que el caso que éste presentó corrobora
este punto de vista, la madre de su paciente le limpiaba el ano y le ponía enemas
frecuentemente, también vestía a su hijo pequeño con ropa femenina y le
transformaba en la imagen de lo que ella hubiera querido ser – una mujer con
pene. Continúan con el caso presentado por Margolis (1977), (1984), para afirmar
que la madre humillaría y emascularía a su hijo después de la relación llamándole
inútil como su padre.

Gabbard y Twemlow señalan que el intenso y confuso intercambio sexual del Sr.
N. con su madre hizo que fueran extraordinariamente problemáticas las tareas del
desarrollo que tienen que ver con la separación – individuación; afirman,
basándose en la explicación de la patogénesis del desarrollo del trastorno de
personalidad narcisista descrito por Rinsley (1980), (1984), (1985), que al Sr. N. le
daban el mensaje de que solo se podría separar psicológicamente si cualquier
movimiento era acorde con el guión que su madre había escrito para él, cualquier
logro tenía que estar en relación con ella, a este respecto la inflación narcisista de
ser el niño favorito está atemperado con la maldición de vivir bajo el pulgar de la
madre.

Señalan que los pacientes que presentan Margolis (1977), (1984) y Shengold
(1980) eran ambos niños especiales para sus madres, en el caso de Margolis, el
paciente había sido un niño prematuro que no pensaban que iba a vivir, esta
supervivencia milagrosa llegó a ser parte de la mitología familiar, igual que Sr. N.,
ese paciente era una extensión narcisista de su madre.

Los autores citan a Rothstein (1979) que observó dinámicas similares en una serie
de pacientes narcisistas varones que habían estado cerca de lograr la victoria
edípica, en cada uno de los casos la madre había sobrevalorado a su hijo como
objeto narcisista, dándole a entender que él debía enmendar la humillación del
fracaso del padre. Plantean que Rothstein también resalta como las situaciones
edípicas de estos hombres fueron alternativamente gratificantes y decepcionantes;
añadiendo que su posición sobrevalorada vis – a -vis con su madre hizo que el
hecho de que ella durmiera con otro hombre hiriera autoestima de ellos; se veían
forzados a confrontar la conciencia de humillación sobre la inadecuación de sus
propios cuerpos cuando los comparaban con aquellos de sus rivales adultos.
Señalan que en el caso del Sr. N., su inadecuación se reconfirmaba
persistentemente cuando su padre interrumpía violentamente su cita dándole
golpes en los genitales.

Citan a Kramer (1985) y Steele (1990) para una posterior confirmación de la


incompleta separación, Kramer señala que en los casos de incesto materno, la
madre tenía a menudo dificultades en la separación de su propia madre, como
resultado encuentra una gran resistencia a permitir a su hijo crecer y desarrollarse;
Steele está de acuerdo con este punto de vista, observa que en casos de incesto
madre – hijo varón: “la psicopatología parece estar más relacionada con la
persistencia de apego simbiótico temprano a la madre y con una ausencia de
separación que simplemente a los actos sexuales por sí mismos” (p.27).

Continúan afirmando que la sensación de su estatus exaltado es endeble,


contingente y provisional, esto les lleva a desarrollar una ansiedad omnipresente
relacionada con la percepción de que en cualquier momento ocurrirá un desastre.
Citan a varios autores para describir este proceso: el paciente de Shengold (1980)
se caracterizaba por: “como si hubiera una negra nube sobre mi y yo estuviera
esperando ser partido por un rayo” (p. 465). El paciente de Margolis (1977) era
incapaz de confiar en la gente y tenía una visión del mundo hostil y amenazante.
Los pacientes varones de Rothstein (1979) tenían la misma tendencia a la
hipervigilancia y “a menudo eran exquisitamente sensibles y se esforzaban en
percibir el más mínimo matiz de crítica”. (p.197)

Gabbard y Twemlow explican que esta tendencia a anticipar la devastación en


cualquier momento parece relacionada con la confluencia de preocupaciones
genitales y pregenitales, la autoimagen de ser un niño especial que está arraigada
en el tratamiento de favor de la madre acarrea en sí mismo una gran cantidad de
culpa, y estos individuos viven bajo la amenaza de represalias por parte de un
padre castrador, iracundo y vengativo. Exponen que en el caso del Sr. N. el padre
era más bien un padre pasivo en la realidad, pero la experiencia temprana de ese
niño arrancándole de los brazos de su madre y golpeándole en los genitales
permaneció como una poderosa amenaza interna.

Continúan afirmando que un componente de la ansiedad está relacionado en parte


con el sentimiento del rol de ellos mismos como extensión narcisista de su madre,
es precario y contingente a cumplir su oferta, estos hombres sienten que están
caminando en la cuerda floja y que ocurrirá una catástrofe si dan un paso en falso
que contraríe a la madre. Aseveran que el inminente desastre puede conllevar el
abandono, la humillación y el ridículo por parte de la madre o la fusión intrusiva
mediante la cual ella toma el control total, la manifestación analítica de esta
ansiedad es una forma de “miedo escénico” en la transferencia (Gabbard, 1983),
en la cual las experiencias del paciente sobre el analista son como si fuera una
audiencia que pudiera abandonarle, humillarle o destruirle si la representación
analítica no cuenta con la aprobación del analista. Citan a Rothstein (1979) que
describe que sus pacientes sentían que la madre podía denigrarlos y destruirlos si
ellos no actuaban adecuadamente, en la transferencia analítica, sus pacientes
asumían que el analista podría imponerles sus propios valores y que cualquier
decisión que hicieran tenía que complacerle.

Señalan que la internalización del padre castrador, despechado, y la madre


omnisciente y controladora da como resultado una poderosa introyección que
contiene elementos de un superyo maduro y de un arcaico superyo precursor, la
culpa relacionada con el allanamiento del territorio prohibido y los sentimientos de
persecución por parte de la madre abrumadora contribuyen a una poderosa
necesidad inconsciente de fracasar, como en el caso del Sr. N.

Los autores citan a Shengold y a Margolis para afirmar que hacen observaciones
similares, Shengold (1980) observa una escisión en la conciencia de su paciente
caracterizada por “un patrón de funcionamiento de logros seguidos de una
disposición inconsciente para el fracaso y el castigo….” (p. 469). El paciente de
Margolis (1977), (1984) arruinaba masoquisticamente sus relaciones, incluyendo
su matrimonio, destruía automóviles, y socavaba sus éxitos académicos.

Los autores afirman que la tendencia de la madre a seducirle, solo para retirarse y
humillarle, provoca en el hijo sentimientos de cólera y resentimiento. Típicamente,
estos hombres inhiben su agresión porque están convencidos que expresar su
enfado hará que la madre se retire; como resultado este atributo sádico, el odio, la
cólera y la agresión hacia los otros requieren constante monitorización, citan a
Kernberg (1970), (1974) para aseverar que tienen que someter a los otros a
control omnipotente en un esfuerzo para mantener esa reserva de agresión
acorralada. Citan el trabajo de Gabbard (1990) para constatar que el mismo
proceso se repite con el analista y es común que la respuesta contratransferencial
sea sentirse bajo el control total del paciente.

Gabbard y Twemlow afirman que como en el caso del Sr. N. cualquier movimiento,
comentario, o sonido era malinterpretado como una expresión del afecto negativo
del analista, a menudo esos sentimientos de ira proyectados son invadidos con
agresión oral, llevando al paciente a experimentar los comentarios del analista
como mordientes e injuriosos. Citan a Rothstein (1979) que observa que cuando
estos pacientes sienten frustrados lo que consideran sus derechos, su respuesta
es sentirse como “masticado” por el analista que le está frustrando.

Los autores señalan que es importante constatar que la historia de incesto que
emerge a través del análisis del estado de conciencia alterado del Sr. N. muestran
defensas disociativas que tienen que ver con el trauma de incesto, éstas son bien
conocidas en las pacientes femeninas, y no es ninguna sorpresa que los niños
varones pudieran recurrir a estrategias similares para sobrellevar un trauma tan
abrumador.

Citan a Silber (1979) que describe a un paciente masculino que entró en un estado
hipnótico en el diván donde percibía imágenes fragmentadas como de un sueño
que eran muy difíciles de seguir para el analista, el análisis reveló que cuando el
paciente tenía tres o cuatro años, era seducido repetidamente por su madre
durante las siestas diarias, el llegar a estar en estado hipnótico había sido una
estrategia de defensa adaptativa usada en ese momento, y la regresión en el
análisis había logrado su reemergencia. Dicen que Silber discernía que el uso del
paciente del estado hipnótico en el diván era un esfuerzo inconsciente de frustrar
el trabajo analítico, para él señala que esa alteración de la conciencia interfería
con la alianza de trabajo entre el paciente y analista. Los autores señalan que de
forma similar, el estado de conciencia alterado del Sr. N. distanciaba al analista y
hacía difícil para ambos colaborar en el proceso analítico. Continúan diciendo que
aparentemente en ambos pacientes la repetición de la relación incestuosa tiene
una función dual, también como frustrar a la madre destructiva en la transferencia
analítica, expresan que en otras palabras, la alteración de la conciencia puede ser
vista como una solución de compromiso conteniendo tanto los deseos incestuosos
hacia la madre y la defensa contra esos deseos.

Argumentan que los psicoanalistas que se esfuercen en tratar a víctimas de


incesto madre – hijo varón encontrarán formidables obstáculos, señalan que como
Ogden (1989) observó, el desarrollo psicológico de los niños varones es
cortocircuitado si la relación con la madre está abiertamente sexualizada, el
proceso madurativo puede ser percibido como mágico en su naturaleza, diseñado
por fantasías y deseos omnipotentes, el padre queda eliminado del cuadro, y las
fantasías se vuelven indistinguibles de la realidad, el paciente puede sentir que él
es el padre, y no simplemente que es como el padre. Afirman que además, en el
caso del Sr. N., el paciente sentía que su madre había hecho un pacto implícito
con él, si iba a ser su “pequeño marido”, ella se iba a encargar de evitar los
problemas que experimentaban los otros niños pequeños mientras crecían, el
paciente llevaba consigo un resentimiento latente de que esta promesa fue
incumplida, y él siguió a través de la vida sintiéndose con el derecho de tener a
otros que le compensaran por ello.
Gabbard y Twemlow siguen a Ogden (1989) para afirmar que la incapacidad para
separar la fantasía de la realidad puede hacer que el establecimiento del encuadre
analítico sea extraordinariamente difícil, porque el trabajo psicoanalítico depende
de la capacidad de experimentar sentimientos como reales y en el presente y
como irreales y derivados del pasado, por similares razones, las mujeres víctimas
de incesto pueden encontrar difícil discutir deseos transferenciales solo como
fantasías porque no han estado acostumbradas a figuras parentales que dibujaran
claros límites entre deseos y la gratificación de esos deseos.

Señalan que los pacientes que presentaron Shengold (1980) y Margolis (1977),
(1984) interrumpieron sus tratamientos antes de terminarlos. Continúan afirmando
que la habilidad de su paciente para completar su análisis exitosamente sugiere
que algunos de estos son analizables, constatan que los pacientes de Rothstein
(1979) parecían ser susceptibles de resolver conflictos psicoanalíticamente, y
ellos, también, habían parado en seco los encuentros sexuales en sus relaciones
maternales.

Comentarios finales

Los autores concluyen que la relación incestuosa entre madre e hijo varón parece
ser un itinerario pato genético para el desarrollo de un subtipo de trastorno de
personalidad narcisista hipervigilante, el paciente desarrolla un sentido precario de
derechos y grandiosidad relativo a la internalización de una madre fálica y
controladora que permite la separación solo en el grado en el que el hijo cumpla el
guión inconsciente que ella ha escrito para él, además, la profunda inquietud de
castración acerca del la potencial represalia de un padre enfadado y vengativo son
intensificadas por causa de la transgresión en terreno prohibido.

Gabbard y Twemlow terminan afirmando que es posible que diferentes formas


cualitativas de relaciones incestuosas entre madre e hijo varón produzcan otras
formas de psicopatología, señalan que un factor de enorme influencia es la
concienciación del padre y su respuesta ante esa relación. Afirman que finalmente
debemos tener en cuenta que las interacciones incestuosas entre una madre y su
hijo varón son solo un aspecto de una relación más compleja, y que la naturaleza
de su relación aparte de los momentos sexuales puede jugar un rol significativo en
la patología de carácter posterior del paciente. Concluyen reiterando que el incesto
madre – hijo varón deja unas cicatrices perdurables.

Discusión del artículo reseñado


Queremos reconocer el esfuerzo realizado por estos autores para iluminar un
tema tan poco desarrollado en la literatura psicoanalítica como es el impacto que
el abuso sexual, ejercido por la figura materna, tiene en la mente de los varones.
No debemos de olvidar que este artículo se publica en el año 1994; desde
entonces hasta ahora se ha avanzado en la comprensión de la construcción de la
mente, y en el impacto que el contexto relacional tiene en ella. Trabajos como este
han permitido marcar el camino a seguir y posibilitar la discusión de temas poco
explorados.

Con la perspectiva que nos da los casi 20 años desde que se escribió este trabajo
quisiéramos aportar algunos comentarios que pudieran añadir nuevos elementos
para la reflexión.

En primer lugar, quisiéramos señalar cómo los autores identifican con claridad los
aspectos culturales ligados al género que dificultan situar a los hombres en un rol
de víctimas, y especialmente como víctimas de abuso sexual. Este sesgo que
afecta al género masculino obstaculiza en gran medida la comprensión clínica de
los graves daños que provocan los abusos sexuales, tanto en la mente como en el
cuerpo.

Estos autores plantean el caso desde los paradigmas clásicos y analizan que el
abuso sexual despertó ansiedades pregenitales, edípicas, y narcisistas.
Actualmente, las aportaciones de Hugo Bleichmar nos permiten saber que existen
diferentes sistemas motivacionales en la base de la construcción de la mente, y
quisiéramos revisar aspectos del caso partiendo de esta concepción, y también de
los aportes de los estudios sobre el trauma; así podremos construir otra narrativa
sobre lo que acontecía en la mente del Sr. N. y en el vínculo terapéutico.

Nos parece fundamental tener en cuenta el contexto relacional en el que creció el


Sr. N. Podríamos definirlo como un medio traumático en el que se produce una
combinación de experiencias y estados de mente incompatibles, generadoras de
altos niveles de estrés. La contingencia de estos factores hace imposible procesar
e integrar, a nivel simbólico, el abuso sexual, el maltrato, el cuidado, el terror y la
hostilidad. Todo ello hizo que la supervivencia, tanto física como psicológica, se
convirtiera para el Sr. N. en un objetivo extremadamente difícil.

Los estados mentales habituales de sentirse en peligro, la incapacidad para


predecir lo que va a suceder, unido a la imposibilidad de escapar de ese medio y
la ausencia de una figura que module o suavice estos estados, activan las
respuestas emocionales asociadas al trauma: la vergüenza, la culpa, la necesidad
de acercamiento y cuidado, la sensación de impotencia, la indefensión, la
paralización y/o impulsividad. Estos estados mentales cuando se experimentan de
forma permanente socavan la construcción de una mente integrada, flexible y
coherente.

Sabemos que las relaciones de apego, tanto en la infancia como en la edad


adulta, son determinantes en la construcción, estructuración y mantenimiento del
self. A partir de los datos que nos aportan Gabbard y Twemlow podemos inferir
que el módulo del apego estaba severamente dañado en el Sr. N. lo cual se
muestra cuando describen el vínculo terapéutico.

La madre construyó un vínculo con el Sr. N. muy dañino y complejo. Esta se nos
presenta como alguien incapaz de tener en cuenta las necesidades emocionales,
de exploración, de afirmación, y sexuales de su hijo. Además en su modalidad
vincular le señala como el elegido en tanto en cuanto él se someta a sus deseos, y
no construya deseos, intenciones, y motivaciones propios. Todo lo cual atrapa al
Sr. N. en un vínculo idealizado y sexualizado que genera en él confusión, culpa,
deseo, temor, hiperexcitación, que le invade y fractura la cohesión corporal. Estas
experiencias quedan registradas a nivel implícito por medio de unos esquemas
operativos internos de los que no puede defenderse ni escapar, los niveles
extremos de estrés que estos intercambios le generan y el posicionamiento y
discurso que la madre toma frente a estos, le impiden procesar esta experiencia a
nivel explicito, siendo incorporada a nivel implícito y pasando a formar parte de su
memoria relacional implícita.

El padre, al que definen los autores como pasivo, mantiene una actitud negligente
frente a las necesidades de protección de su hijo; siendo testigo de los abusos que
padecía el hijo, no reconoció el dolor, el estrés y el abuso que estaba padeciendo,
además, incrementaba activamente el daño con una respuesta de desbordamiento
emocional con estallidos de violencia física, denigración, humillación,
culpabilización, ausencia de sostén emocional, de denuncia y de significación de
las experiencias que el niño sufría. Hoy podríamos afirmar que la actitud del padre
retraumatizaba a su hijo.

Un contexto relacional de crianza con comunicaciones tan incongruentes y


carentes sintonía y entonamiento emocional, como se describe en este caso, son
fuente de grave desregulación psicobiológica, y dificultan la construcción de un yo
cohesivo con una teoría de la mente sobre sí mismo y sobre los demás. El modelo
relacional en el que está presente el abuso sexual, la violencia y la negligencia
emocional, crea hipervigilancia y complacencia, ya que para sobrevivir física y
psicológicamente, la criatura tiene que acomodar sus estados mentales a los de
sus figuras significativas. Esta situación se repite cuando se organizan otras
relaciones de apego como es la situación terapéutica o con sus parejas.

Las experiencias de violencia, cuidado y abuso sexual fueron registradas por el Sr.
N. de forma implícita, y tenemos que tener en cuenta que en contextos de abuso
sexual, el cuerpo queda marcado como depositario de los daños que no han sido
reconocidos, nombradas, explicitados, ni procesados. La conducta se organiza
desde los centros subcorticales de forma automática, este tipo de procesamiento
de la información se comunica sin palabras, con estados somáticos, en muchas
ocasiones incomprensibles, tanto para el paciente como para el terapeuta. No
tener en cuenta la comunicación implícita corporal nos puede confundir y atribuir
intenciones a conductas reactivas a estímulos que escapan a su conciencia y a
nuestro conocimiento. En este caso los autores interpretaban como un ataque al
vínculo los estados mentales alterados del Sr. N. También podrían ser
interpretados como expresión de unos estados somáticos que necesitan ser
nombrados y significados para permitir su procesamiento a nivel explícito.

Una función clave en el trabajo terapéutico con víctimas de abusos sexuales es


posicionarnos como testigo moral de estos abusos poniendo palabras y
significando el daño que éste ha ocasionado. Uno de los aspectos más afectados
es el procesamiento de la información y cómo esta se expresa a través del cuerpo
cuando se ponen en contacto con hechos, situaciones o sensaciones que les
activan las memorias traumáticas, p. ej. un olor, una mirada, una palabra, un tono
de voz, una actitud impositiva, etc. Cuando esto ocurre los pacientes vuelven al
pasado, pueden entrar en estados de conciencia alterados; en ese momento el
pasado es presente, quedan atrapados en las conductas automáticas
subcorticales que generó el estrés de la situación traumática, y en la significación
atribuida a ese contexto. Debemos tener en cuenta que lo que el paciente actúa,
tanto a nivel corporal como mental, es todo lo que no pudo ser nombrado, ni
procesado en esos contextos.

Cuando el paciente conecta con el pasado, como en el caso del Sr. N. se disparan
sensaciones corporales y estados mentales alterados ante la imposibilidad de
poner palabras a lo que no fue significado y aquí cobra especial importancia que el
terapeuta tenga en cuenta que el paciente está poniendo en acto algo que ocurrió
en el pasado, y nosotros al interpretarlo como ataque al vínculo terapéutico
podemos generar una retraumatización, de la misma manera que el padre del Sr.
N. retraumatizaba a éste cuando le atribuía la responsabilidad de los abusos a su
hijo.

A nivel de autoconservación se sabe que el autocuidado se aprehende a través de


la relación con las figuras de apego, el Sr. N. aprehende que sus figuras de apego
son a la vez amenazantes y cuidadoras, este hecho genera un conflicto entre sus
sistemas motivacionales, ya que necesita del apego para la supervivencia, pero a
la vez la pone en peligro cuanto más se acerca. Lo que implica que este paciente
introyectara los vínculos de apego significativos como objetos amenazantes,
imprevisibles, cuidadores, y dañinos de los que no se puede desprender. Estas
introyecciones pueden dar cuenta de las ansiedades sobre su salud y el temor de
muerte inminente.

Él aprende que para sentirse bien necesita que su madre esté regulada, esto
conlleva que él renuncie a sus deseos y a su autonomía, cuando logra a través de
la relación terapéutica tener objetivos de vida propios, y dedicarse a una actividad
menos arriesgada, la madre se siente amenazada y lo actúa devolviéndole la
partida de nacimiento.

El medio en el que el Sr. N. tiene que construir su narcisismo fue muy confuso y
conflictivo. Sabemos que a nivel narcisista la forma en la que uno se valora
depende de cómo ha sido valorado por sus figuras de apego, hay una
contradicción irresoluble por la incongruencia de la madre al valorarle como el
elegido, y especial, lo que genera un engrosamiento del self, haciéndole sentir que
era único y valía más que los demás, y a la vez le denigraba, abusaba de él,
ejercía violencia, e impedía el desarrollo de su autonomía y de determinados
aspectos de su self.

El conflicto inherente a la triangulación era resuelto por el padre a través de la


hostilidad, de la violencia, de la culpabilización y de la ridiculización del hijo. lo que
no impedía que el padre fuera su modelo de masculinidad y que a través de él
aprendiera de forma procedimental que la desregulación narcisista se podía
amortiguar a través de la externalización de la violencia.

Desde nuestra experiencia con mujeres víctimas de abuso sexual, conocemos que
este tipo de violencia es sumamente dañino, ya que al daño psicológico hay que
añadir la invasión, violación y fractura de la organización física y mental del propio
cuerpo; después de sufrir abusos sexuales las pacientes relatan que la percepción
de sí mismas y de su propio cuerpo se transforma. Se instala una vivencia y una
memoria de haber sido sobrepasada y que los recursos defensivos no han sido
útiles, lo que da lugar a la aparición de sentimientos de indefensión y
atrapamiento; se perciben a sí mismas como un mero objeto de descarga de
impulsos sexuales y se sienten colonizada en el propio cuerpo.

Aunque haya en principio disociación y olvido, las pacientes nos han enseñado
que la memoria del abuso sexual se conserva fundamentalmente a través del
cuerpo, como le ocurría al Sr. N. cuando muestra el estado alterado de conciencia.
En ese momento el paciente no estaba conectado con el momento terapéutico
sino con la memoria traumática de abuso y excitación sexual.

Con respecto al sistema sensual / sexual, el Sr. N. está atrapado en un conflicto


irresoluble: por una parte necesita satisfacer su necesidad de ternura y cercanía y
por otra parte este acercamiento se convierte en algo aterrador e intrusivo. Él
aprende procedimentalmente que la intimidad de cualquier tipo puede conllevar
placer, terror, culpa, deseo, daño, angustia de muerte, invasión de su propio
cuerpo, sentimiento de inutilidad por no haber podido oponerse. La intimidad con
una mujer puede activar la memoria traumática y desencadenar las conductas que
quedaron fijadas en el contexto del abuso, ya que implícitamente asoció contacto
sexual con los estados mentales que estaban presentes durante los abusos.

Para finalizar nuestro comentario quisiéramos señalar que si todo maltrato busca
la humillación, rendición, culpabilización y dominio total sobre la víctima,
pensamos que ninguno lo hace con tanta precisión como el abuso sexual.

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