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SANT’ ANDREA EN MANTUA.

FLORENCIA

Más importante e influyente fue la iglesia de Sant’ Andrea, proyectada hacia 1470, y en la que Alberti
volvió a la planta tradicional, en cruz latina, y empleó en la fachada una combinación de frontis de templo y de
arco triunfal. En Sant’ Andrea no sólo diseñó una nueva fachada, sino que abandonó el tipo de iglesia basilical
de nave y alas que había empleado Brunelleschi, y volvió a la forma de cruz latina con una nave de techo en
bóveda de cañón y una serie de capillas y apoyos alternados a cada lado. La intención fue construir una bóveda
de cañón mucho más alta e imponente que todas las anteriores, y para hacer esto tuvo que observar Alberti que
las grandes bóvedas de cañón en los baños romanos no podían apoyarse en columnas como las de Brunelleschi.
Adoptó, por tanto, su sistema de apoyo basado en el utilizado por los constructores romanos en la Basílica de
Constantino, p. ej., e introduciendo así una forma todavía más “antigua” que las que fue capaz de emplear
Brunelleschi. El alzado de la nave se repite como parte del pórtico de entrada, y el efecto es más parecido al de
los prototipos romanos que el de todo lo que se había construido antes, como se ve claramente si se compara el
interior de Santo Spirito, de Brunelleschi, y el interior de Sant’ Andrea. (MURRAY; Peter. Arquitectura del
Renacimiento).

Hacia el final de su vida, Alberti diseñó la iglesia de Sant’ Andrea en Mantua y aquí no sólo adaptó la
idea del arco de triunfo a la fachada sino que la llevó al interior y la tomó como modelo para las arcadas de las
naves; además diseñó la fachada y las arcadas a la misma escala de modo que toda la iglesia, por dentro y por
fuera, era como la ampliación lógica a tres dimensiones de la idea del arco del triunfo.
Dudo mucho de que Alberti fuese responsable de los rasgos de la fachada, ya que murió antes de que se
construyera. Pero la idea central está lo bastante clara y ustedes podrán comprobar que encuentra eco en el
interior, aunque he de prevenirles contra esa recargada decoración mural del siglo XVIII que en las fotografías
roba siempre al edificio buena parte de su fuerza. Fue un verdadero triunfo y una conquista de la gramática
romana, la creación de una estructura constantemente lógica que ha servido de modelo a no sé cuantas iglesias
clásicas durante los cuatro siglos siguientes. (SUMMERSON, John. El lenguaje clásico de la arquitectura).

Para ilustrar el principio de ese orden, postulado por Alberti, que rige todas las partes de un edificio,
tanto en el interior como en el exterior, puede analizarse la planta de San Andrés en Mantua, su última obra.
Como en Santo Espíritu, la cabecera es de composición central. En efecto, Alberti también había aportado su
contribución al problema apasionante de la planta completamente centralizada. Su iglesia de San Sebastián en
Mantua es una cruz griega. Desde el punto de vista práctico de las ceremonias religiosas, tales edificios
centralizados son claramente inadaptables. De modo que desde un principio hallamos una tendencia a combinar
la tradicional planta longitudinal con las características centrales preferidas por razones estéticas. Santo Espíritu
fue un ejemplo, pero la de mayor influencia es la de San Andrés en Mantua. Aquí el arquitecto sustituye la
disposición tradicional de naves central y laterales por una serie de capillas que ocupan el lugar de las dos naves
laterales, unidas a la nave central mediante unos vanos alternativamente altos y anchos, y bajos y estrechos. De
este modo las naves laterales dejan de formar parte del movimiento hacia la cabecera para convertirse en una
serie de centros menores, que acompañan a la espaciosa nave central con su bóveda de cañón. En cuanto a los
muros de la nave, se evidencia el mismo propósito en la manera de reemplazar la simple repetición basilical de
columnas sin interrupción por la rítmica alternación de los tramos abiertos y cerrados, según el principio a b a.
Se apreciará hasta qué punto la impresión de armonía y sosiego que comunica San Andrés depende de mantener
en todo las mismas proporciones, si se observa que el ritmo a b a, repetido incluso en los detalles constituye el
motivo principal de la fachada del templo, y la proporción de los arcos del crucero repite la de las capillas
laterales. (PEVSNER, Nikolaus. Esquema de la Arquitectura Europea).

Con la nueva exigencia de dominar intelectualmente todo; Alberti, en Sant’ Andrea de Mantua, elimina
las naves menores, crea un solo ambiente, ensanchando las naves centrales y acompañándolas lateralmente con
filas de capillas. Un solo recorrido, una sola idea, una sola ley, una sola unidad de medida; ésta es la voluntad
humana y humanista, clásica y nunca clasicista, de la arquitectura del Renacimiento. (ZEVI; Bruno. Saber ver
la arquitectura).

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En la iglesia de San Andrés la estructura es más compleja. La nave central, rectangular, tiene tres
capillas a cada lado y termina en un presbiterio cubierto con cúpula; los ejecutores han repetido también en los
tres brazos de la cruz terminal el motivo de la nave central con capillas laterales, pero no sabemos en que medida
respetaron el proyecto albertiano.
La principal innovación es el uso de los dos órdenes completos, que forman respectivamente el pie
derecho de las capillas y del crucero; Alberti aplica aquí a un organismo todo él mural, sin columnas o soportes
aislados, la regla brunelleschiana de los dos órdenes concatenados, donde los arcos, sostenidos por el orden
menor, resultan encuadrados bajo el entablamento del mayor. Esta disposición se repite coherentemente en el
interior -en la nave central y en los tres lados que conforman la cruz- y en el exterior, es decir, en la fachada
principal, que debía repetirse en los dos extremos del transepto. El rigor del organismo recuerda al de la iglesia
del Espíritu Santo, que procede de un similar principio geométrico; sin duda, Alberti quiso conferir también a
este edificio un valor de prototipo, tanto más fácil de difundir cuanto que su estilo no estaba supeditado a una
técnica constructiva difícil y refinada, como la del Espíritu Santo florentino.
Los dos órdenes de la fachada corresponden aproximadamente a los dos del interior; los críticos
modernos, considerando las posibles deformaciones llevadas a cabo durante la ejecución, se han creído
autorizados a afirmar que la fachada reproduce exactamente el motivo interno, precisamente una “campata”
típica de las paredes de la nave central alternando con un intercolumnio ancho entre dos intercolumnios
estrechos. (BENEVOLO, Leonardo. Historia de la arquitectura del Renacimiento)

S. Andrea, proyectada en 1470 e iniciada en 1472, ilustra el nuevo enfoque albertiano de la arquitectura
clásica. Tras la fachada de S. Andrea, no sólo alienta la idea del frente de templo sino también la del arco
triunfal. El modelo seguido en este caso no era del tipo de tres pasajes utilizado para S. Francesco, sino del tipo
del Arco de Tito en Roma, o del de Trajano en Ancona, con un solo y amplio pasaje y dos pequeños entrepaños a
los lados. En algunos de estos arcos de triunfo la moldura sobre la cual descansa el arco central se continúa
transversalmente en los entrepaños pequeños y prosigue, por así decirlo, detrás del orden mayor. Alberti repitió
este motivo, reforzando la impresión producida por las pilastras mismas -que tanto pertenecen al arco de triunfo
como al frente del templo- de que estos dos sistemas clásicos se superponen y se funden el uno en el otro.
Alberti reunió aquí, por lo tanto, dos sistemas incompatibles en la Antigüedad. Su combinación
en una nueva unidad no es clásica, y abre las puertas a la amanerada concepción de la arquitectura que
imperó en el siglo XVI. La interrelación de los dos sistemas es sumamente sutil. Las molduras y
dentículos del entablamento mayor se repiten en el menor, y la forma de los capiteles de las pilastras
exteriores -que no es idéntica a la de los interiores- se refleja en los capiteles del orden menor.
Ahora es necesario detenernos a analizar el interior, en la medida en que influye sobre la fachada. El
motivo básico del gran recinto abovedado de la nave, con tres capillas abiertas a cada lado -cuyo conjunto
constituye una completa y revolucionaria novedad- proviene de impresiones recogidas en las termas romanas o
en la basílica de Constantino. Pero las paredes del recinto romano están decoradas de una manera que nada tiene
que ver con lo romano. En efecto, aquí el sistema de la fachada se repite a manera de sucesión continua. Sin el
remate del frontón, se presenta ahora como una alternativa rítmica de paredes angostas y vanos anchos en la
proporción de 3 a 4.
Siempre se observó con sorpresa que la fachada de S. Andrea era considerablemente más baja que el
techo de la iglesia. El caso es que Alberti debió tener en cuenta la vieja torre del ángulo izquierdo de su edificio,
que lo obligó a hacer el vestíbulo, más angosto que la iglesia. Esto solo no tendría por qué haberle impedido
abarcar toda la altura de la iglesia mediante una fachada de dos pisos. Pero su intención fue subrayar la
continuidad del interior y el exterior, llegando al extremo de hacer concordar las medidas externas con las
internas. Además, Alberti prefirió dejar ver la pared desnuda de la iglesia por encima de su fachada, antes que
sacrificar el colosal frente del templo. (WITTKOWER, Rudolf. La arquitectura en la edad del Humanismo)

Sólo en el templo de San Andrés en Mantua Alberti se plantea el problema de la relación interior-
exterior; finalmente aquí puede realizar esa fusión de la cúpula sobre una planta longitudinal que ya había
concebido en la época del Templo Maletestiano de Rimini, pero en la iglesia de San Andrés Alberti toma un
modelo clásico bien determinado: la basílica constantiniana, llama “basílica de Majencio”; o sea, concibe una
iglesia de nave única con grandes capillas laterales, con una cúpula que apoya sobre un transepto cuya cavidad

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se halla en relación con las grandes masas de vacío de las capillas laterales. En la fachada, Alberti se preocupa
por establecer una relación entre interior e exterior sólo en el sentido de que quiere evitar el carácter de
superficialidad, de plano, es decir, concibe la fachada como el frente de una gran loggia. Así la fachada se
transforma en el frente de un profundo pórtico después del cual se abre la iglesia. (ARGAN, Giulio Carlo. El
concepto del espacio arquitectónico desde el Barroco hasta nuestros días)

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